acontecimientos mentales - davidson

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Página 1 de 15 Acontecimientos Mentales Donald Davidson Tomado de: (1994) Donald, Davidson. Filosofía de la Psicología, Anthropos, Barcelona. Páginas 3 – 56. Los acontecimientos mentales, como pueden ser las percepciones, los recuerdos, decisiones y acciones, se resisten a dejarse prender en la red nomológica de la teoría física. ¿Cómo puede conciliarse este hecho con la función causal de los acontecimientos mentales en el mundo físico? Conciliar la libertad con el determinismo es un caso particular de este problema si suponemos que el determinismo causal entraña dejarse prender en la red nomológica y la libertad exige evadirse de ella. Pero la cuestión puede seguir pendiente en un sentido más amplio incluso para quien crea que un análisis correcto de la acción libre no presenta ningún conflicto con el determinismo. La autonomía (libertad, autogobierno) puede chocar o no con el determinismo; la anomalía (falta de sometimiento a una ley) es, a primera vista, un asunto diferente. Parto del presupuesto de que tanto la dependencia causal como la anomalía de los acontecimientos mentales son hechos innegables. Mi objetivo es, por consiguiente, explicar cómo puede ser ello así pese a las dificultades que ofrece. Me identifico con Kant cuando dice: Es imposible, tanto para la filosofía más sutil como para el más común entendimiento, descartar la libertad. La filosofía debe, por consiguiente, admitir que no cabe contradicción real ninguna entre libertad y necesidad natural en las mismas acciones humanas, puesto que le resulta tan imposible renunciar a la idea de naturaleza como a la de libertad. Por tanto, aun cuando no pudiéramos al menos eliminar de manera convincente esta aparente contradicción. Porque si la idea de libertad se contradice consigo misma o con la de naturaleza… habrá de rendirse en su pugna con la necesidad natural 1 Generalícense las acciones humanas como acontecimientos mentales, sustitúyase la libertad por la anomalía, y se tendrá una descripción del problema que planteo. Y, por supuesto, la conexión es aún más estrecha, pues Kant creía que la libertad comprende la anomalía. Permítaseme ahora intentar una formulación algo más rigurosa de la “aparente contradicción” relativa a los acontecimientos mentales que deseo discutir y finalmente disipar. Puede considerarse que arranca de tres principios. El primer principio afirma que al menos algunos acontecimientos mentales mantienen una interacción causal con los acontecimientos físicos. (Podríamos designarlo como principio de la interacción causal). Así, por ejemplo, si alguien hundió al Bismarck, quiere decir que diversos acontecimientos mentales, como percepciones, observaciones, cálculos, juicios, decisiones, actos intencionales y cambios de opinión, desempeñaron un papel causal en el hundimiento del Bismarck. Quisiera insistir, concretamente, en que el hecho de que alguien hundió al Bismarck quiere decir que ese tal movió su cuerpo como efecto de acontecimientos mentales de cierto tipo, y que ese movimiento corporal fue a su vez la 1 I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitten [Fundamentación de la metafísica de las costumbres], en Kants Gesammelte Schriften (ed. de la Real Academia de las Ciencias de Prusia), vol. IV, Berlín, Reimer, 1903, p. 456 [versión del traductor Miguel Candel (. del T.)]

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Page 1: Acontecimientos Mentales - Davidson

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Acontecimientos Mentales Donald Davidson Tomado de: (1994) Donald, Davidson. Filosofía de la Psicología, Anthropos, Barcelona. Páginas 3 – 56. Los acontecimientos mentales, como pueden ser las percepciones, los recuerdos, decisiones y acciones, se resisten a dejarse prender en la red nomológica de la teoría física. ¿Cómo puede conciliarse este hecho con la función causal de los acontecimientos mentales en el mundo físico? Conciliar la libertad con el determinismo es un caso particular de este problema si suponemos que el determinismo causal entraña dejarse prender en la red nomológica y la libertad exige evadirse de ella. Pero la cuestión puede seguir pendiente en un sentido más amplio incluso para quien crea que un análisis correcto de la acción libre no presenta ningún conflicto con el determinismo. La autonomía (libertad, autogobierno) puede chocar o no con el determinismo; la anomalía (falta de sometimiento a una ley) es, a primera vista, un asunto diferente. Parto del presupuesto de que tanto la dependencia causal como la anomalía de los acontecimientos mentales son hechos innegables. Mi objetivo es, por consiguiente, explicar cómo puede ser ello así pese a las dificultades que ofrece. Me identifico con Kant cuando dice: Es imposible, tanto para la filosofía más sutil como para el más común entendimiento, descartar la libertad. La filosofía debe, por consiguiente, admitir que no cabe contradicción real ninguna entre libertad y necesidad natural en las mismas acciones humanas, puesto que le resulta tan imposible renunciar a la idea de naturaleza como a la de libertad. Por tanto, aun cuando no pudiéramos al menos eliminar de manera convincente esta aparente contradicción. Porque si la idea de libertad se contradice consigo misma o con la de naturaleza… habrá de rendirse en su pugna con la necesidad natural1 Generalícense las acciones humanas como acontecimientos mentales, sustitúyase la libertad por la anomalía, y se tendrá una descripción del problema que planteo. Y, por supuesto, la conexión es aún más estrecha, pues Kant creía que la libertad comprende la anomalía. Permítaseme ahora intentar una formulación algo más rigurosa de la “aparente contradicción” relativa a los acontecimientos mentales que deseo discutir y finalmente disipar. Puede considerarse que arranca de tres principios. El primer principio afirma que al menos algunos acontecimientos mentales mantienen una interacción causal con los acontecimientos físicos. (Podríamos designarlo como principio de la interacción causal). Así, por ejemplo, si alguien hundió al Bismarck, quiere decir que diversos acontecimientos mentales, como percepciones, observaciones, cálculos, juicios, decisiones, actos intencionales y cambios de opinión, desempeñaron un papel causal en el hundimiento del Bismarck. Quisiera insistir, concretamente, en que el hecho de que alguien hundió al Bismarck quiere decir que ese tal movió su cuerpo como efecto de acontecimientos mentales de cierto tipo, y que ese movimiento corporal fue a su vez la

1 I. Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitten [Fundamentación de la metafísica de las costumbres], en Kants Gesammelte Schriften (ed. de la Real Academia de las Ciencias de Prusia), vol. IV, Berlín, Reimer, 1903, p. 456 [versión del traductor Miguel Candel ( . del T.)]

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causa de que se hundiera el Bismarck2. La percepción brinda un ejemplo de cómo puede proceder la causalidad del orden físico al mental: sin un hombre percibe que se aproxima un barco, el barco que se aproxima tiene que haber causado en ese hombre la creencia de que se aproxima un barco. (No hay nada que dependa de la aceptación de estos casos como ejemplos de interacción causal) Aunque la percepción y la acción brindan los casos más obvios en que los acontecimientos mentales y físicos mantienen entre sí una interacción causal, pienso que hay razones para sostener la opinión de que, en último término, todos los acontecimientos mentales, aunque sea mediante relaciones causales con otros acontecimientos mentales, mantienen relaciones de intercambio causal con acontecimientos físicos. Pero, si hubiera acontecimientos mentales que no tuvieran a su vez acontecimientos físicos como causas o efectos, el argumento no les afectaría. El segundo principio es que, allí donde hay causalidad, debe haber una ley: los acontecimientos relacionados como causa y efecto caen bajo leyes deterministas estrictas. (Podemos designarlo principio del carácter nomológico de la causalidad). Este principio, como el primero, será tratado aquí como un presupuesto, aunque diré algo al respecto a modo de interpretación3. El tercer principio es que no hay leyes deterministas estrictas por las que puedan predecirse y explicarse los acontecimientos mentales (el carácter anómalo de lo mental). La paradoja que deseo discutir se le plantea a aquel que se inclina a aceptar estos tres presupuestos o principios y piensa que son mutuamente contradictorios. La contradicción, por supuesto, no es formal a no ser que se añadan más premisas. Ello no obstante, es natural razonar que los dos primeros principios, el de la interacción causal y el del carácter nomológico de la causalidad, tomados conjuntamente, implican que al menos algunos acontecimientos mentales pueden predecirse y explicarse mediante leyes, mientras que el principio del carácter anómalo de lo mental niega esa implicación. Muchos filósofos han aceptado, con o sin argumentación, la opinión de que los tres principios generan contradicción. A mí, en cambio, me parece que los tres principios son verdaderos, de manera que lo que hay que hacer es eliminar la apariencia de contradicción; esencialmente, la línea de Kant. El resto de este escrito se divide en tres partes. La primera parte describe una visión de la teoría de la identidad entre lo mental y lo físico que muestra cómo pueden conciliarse los tres principios. La segunda parte argumenta que no puede haber leyes psicofísicas estrictas; esto no es exactamente el principio del carácter anómalo de lo mental, pero, si se añaden unos cuantos supuestos razonables, lo incluye. La última parte trata de mostrar que, a partir del hecho de que no puede haber leyes psicofísicas estrictas, y de nuestros dos principios restantes, podemos inferir la verdad de una versión de la teoría de la identidad, esto es, una teoría que identifica al menos algunos acontecimientos mentales con acontecimientos físicos. Es evidente que esta “prueba” de la teoría de la identidad será, en el mejor caso, condicional, pues dos de sus premisas quedan sin fundamentar y la argumentación a favor de la tercera puede parecer poco concluyente. Pero incluso una persona poco convencida de

2 Esta posición se defiende en los ensayos 1 y 3 [llevan por título Actions, Reactions, and Causes y Agency, no recogidos en esta selección de textos ( . del C.)] 3 En el ensayo 7 [Causal Relations, no incluido en esta selección (N. del C.)] desarrollo la concepción de la causalidad adoptada aquí. La aseveración de que las leyes son deterministas es más fuerte de lo que exige el razonamiento, por lo que se procederá a flexibilizarla.

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la verdad de las premisas puede estar interesada en saber cómo pueden conciliarse y cómo sirven para establecer una versión de la teoría de la identidad de lo mental. Finalmente, si la argumentación es buena, debería dar al traste con la opinión, común a muchos partidarios y a algunos enemigos de las teorías de la identidad, según la cual el fundamento para dichas teorías sólo puede venir del descubrimiento de leyes psicofísicas.

I

Puede mostrarse que los tres principios mencionados son compatibles entre sí exponiendo una concepción de lo mental y lo físico que no contenga ninguna contradicción interna y que comporte los tres principios. Según esa concepción, los acontecimientos mentales son idénticos a los acontecimientos físicos. Se considera que los acontecimientos son irrepetibles, hechos individuales fechados, tales como la erupción concreta de un volcán, el (primer) nacimiento o fallecimiento de una persona, la celebración de la fase final∗ del campeonato de pelota-base de 1968, o el acto histórico de proferir las palabras: “Puedes disparar cuando quieras, Gridley”. Podemos construir fácilmente enunciados de identidad sobre acontecimientos individuales; unos ejemplos (verdaderos o falsos) podrían ser:

La muerte de Scout = la muerte del autor de Waverley Asesinato del archiduque Fernando =el acontecimiento que desencadenó la primera guerra mundial La erupción del Vesubio en el año 79 de N. E. = causa de la destrucción de Pompeya.

La teoría que discutimos no tiene nada que decir sobre procesos, estados y atributos si estos no son acontecimientos individuales. ¿Qué significa decir que un acontecimiento es mental o físico? Una respuesta natural es la de que un acontecimiento es físico si se puede describir en un vocabulario puramente físico, y mental si se puede describir en términos mentales. Pero si con esto se quiere sugerir que un acontecimiento físico, por ejemplo, si algún predicado físico es verdadero acerca de él, entonces surge la dificultad siguiente. Supongamos que el predicado “x tuvo lugar en Noosa Heads” pertenece al vocabulario físico; entonces también el predicado “x no tuvo lugar en Noosa Heads” ha de pertenecer al vocabulario físico. Pero el predicado “x tuvo o no tuvo lugar en Noosa Heads” es verdadero acerca de cualquier acontecimiento, ya sea mental o físico4. Podemos excluir los predicados que son tautológicamente verdaderos de cualquier acontecimiento, pero de poco servirá, porque todo acontecimiento se puede describir con verdad mediante “x tuvo lugar en Noosa Heads”. Hace falta enfocar el asunto de otra manera.5 Podemos llamar mentales a aquellos verbos que expresan actitudes proposicionales como creer, enterarse, recordar, etc. Dichos verbos se caracterizan por el hecho de que a veces figuran en oraciones con sujetos que se refieren a personas, y se complementan con

∗ En inglés: World Series (“serie mundial”), circunscrita, pese a su nombre, a los EUA 4 La fuerza del argumento estriba en suponer que pueda decirse inteligiblemente que los acontecimientos mentales tienen una ubicación; pero se trata de una suposición que ha de ser verdadera si lo es una teoría de la identidad, y yo no estoy tratando aquí de probar esa teoría, sino de formularla. 5 Debo a Lee Bowie la sugerencia de hacer hincapié en esa dificultad.

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oraciones subordinadas en que las reglas usuales de sustitución parecen fallar+. El criterio no es exacto, pues no es mi intención incluir dichos verbos cuando aparezcan en contexto plenamente extensionales (“conoce París”, “percibe la luna”, por ejemplo), ni excluirlos cuando no vayan seguidos de oraciones subordinadas. Otra manera posible de caracterizar dicha clase de verbos mentales podría ser la de decir que son verbos psicológicos usados cuando dan lugar claramente a contextos no extensionales. Vamos a llamar descripción mental u oración mental abierta a una descripción de la forma “el acontecimiento es M” o a una oración abierta de la forma “el acontecimiento x es M” si y sólo si la expresión que reemplaza ‘M’ contiene esencialmente, por lo menos, un verbo mental. (Esencialmente, es decir, con exclusión de los casos en que la descripción o la oración abierta sean lógicamente equivalentes a una que no contenga vocabulario mental). Podemos decir ahora que un acontecimiento es mental si y sólo si tiene una descripción mental, o (siempre que el operador de la descripción no sea primitivo) si hay una oración mental abierta que sea verdadera únicamente de ese acontecimiento. Acontecimientos físicos son los recogidos en descripciones u oraciones abiertas que sólo contienen esencialmente vocabulario físico. Es menos importante caracterizar el vocabulario físico, porque en relación con el mental es, por así decir, recesivo en cuanto a determinar si una descripción es mental o física. (No faltará aquí alguna que otra observación sobre la naturaleza del vocabulario físico, pero dichas observaciones distarán mucho de proporcionar un criterio) En el método propuesto para discernir lo mental, el rasgo distintivo de esto no es que sea privado, subjetivo e inmaterial, sino que exhibe lo que Brentano llamaba intencionalidad. Así, los actos intencionales quedan claramente incluidos en la esfera de lo mental junto con los pensamientos, las esperanzas y remordimientos (o los acontecimientos a ellos vinculados). Lo que puede parecer dudoso es si este criterio incluirá acontecimientos que con frecuencia se han considerado paradigmáticos de lo mental. ¿Resulta evidente, por ejemplo, que sentir un dolor o retener una imagen haya de considerarse mental? Las oraciones que dan cuenta de dichos acontecimientos parecen libres de cualquier sombra de inextensionalidad, y otro tanto valdría de las referencias a sentimientos primarios, datos sensoriales y otras sensaciones sin interpretar, si es que las hay. Sin embargo, nuestro criterio cubre en realidad, no sólo la experiencia en dolores y la retención de imágenes, sino muchas otras cosas. Tomemos un acontecimiento cualquiera que intuitivamente aceptaríamos como físico, v. g.: la colisión de dos estrellas en el espacio remoto. Ha de haber un predicado puramente físico, ‘Px’, verdadero acerca de esa colisión y de otras, pero verdadero sólo de esa en el tiempo en que tuvo lugar. Ese tiempo determinado, sin embargo, puede indicarse como el mismo tiempo e que Jones se da cuenta de que un lápiz empieza a rodar sobre su escritorio. La lejana colisión estelar es, por tanto, el acontecimiento x tal que Px y x es simultáneo con la percepción por Jones de que un lápiz empieza a rodar sobre su escritorio. La colisión ha quedado así precisada por una descripción mental y debe considerarse un acontecimiento mental.

+ Una característica de las proposiciones del tipo ‘fulano cree que x’ es que no resultan igualmente válidas para cualquiera de los contenidos de x sinónimos entre sí. V. g.: de la verdad de ‘Juan cree que la sal aumenta la tensión sanguínea’ no se infiere la verdad de ‘Juan cree que el cloruro de sodio aumenta la tensión sanguínea’ si Juan no tiene la más mínima noción de química. En dichas proposiciones no es válida, pues, la libre sustitución de sinónimos, como parece serlo en proposiciones in verbos “mentales”

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Esta estrategia servirá probablemente para mostrar que todo acontecimiento es mental; es evidente que no hemos logrado captar el concepto intuitivo de lo mental. Resultaría instructivo tratar de corregir ese fallo, pero no es necesario para nuestro objetivo actual. Podemos permitirnos el rebuscado juego spinoziano con lo mental, ya que las inclusiones accidentales no pueden sino reforzar la hipótesis de que todos los acontecimientos mentales son idénticos a acontecimientos físicos. Lo que sí importaría sería la incapacidad para incluir por las buenas acontecimientos mentales, pero no parece que haya ningún peligro en ello. Deseo descubrir y argumentar en breve a favor de una versión de la teoría de la identidad que niega que pueda haber leyes estrictas que conecten lo mental con lo físico. La mera posibilidad de una teoría así queda fácilmente oscurecida por la manera como se suele defender y atacar a las teorías de la identidad. Charles Taylor, por ejemplo, está de acuerdo con los representantes de las teorías de la identidad en que el único “fundamento” para aceptar dichas teorías es la suposición de que pueden establecerse correlaciones o leyes que vinculen acontecimientos descritos como mentales con acontecimientos descritos como físicos. Dice: “Es fácil ver por qué esto es así: a no ser que un determinado acontecimiento mental vaya acompañado invariablemente, digamos, por un determinado proceso cerebral, no hay ningún fundamento para plantearse siquiera una identidad general entre los dos”.6 Taylor prosigue hasta acabar admitiendo (correctamente creo) que puede haber identidad sin leyes que la correlacionen, pero lo que ahora me interesa es advertir la invitación a la confusión contenida en el enunciado recién citado. ¿Qué puede significar aquí “un determinado acontecimiento mental”? No un acontecimiento concreto, con fecha, porque no tendría sentido hablar de un acontecimiento individual que fuera “acompañado invariablemente” por otro. Taylor está pensando, evidentemente, en acontecimientos de un determinado género. Pero si las únicas identidades lo son de géneros de acontecimientos, la teoría de la identidad presupone leyes que correlacionen. La misma tendencia a introducir leyes en los enunciados de la teoría de la identidad se encuentra en estas observaciones típicas:

Cuando digo que una sensación es un proceso cerebral o que un relámpago es una descarga eléctrica, estoy usando ‘es’ en el sentido de una identidad estricta… no hay dos cosas: un destello de relámpago y una descarga eléctrica. Hay una sola cosa, un destello de relámpago que se describe físicamente como una descarga eléctrica sobre la tierra procedente de una nube de moléculas de agua ionizadas.7

Quizá haya que entender que la última frase de esta cita dice que por cada destello de relámpago existe una descarga eléctrica sobre la tierra procedente de una nube de moléculas de agua ionizadas con la que se identifica. Tenemos aquí una explicita ontología de los acontecimientos individuales y podemos dar sentido literal a la identidad. Vemos

6 Charles Taylor, “Mind-Body Identity, a Side Issue?”, p. 202 7 J. J. C. Smart, ·Sensations and Brain Processes”. Los pasajes citados figuran en las páginas 163-165 de la reimpresión incluida en The Philosophy of Mind, ed. De V. C. Chappell (Englewood Cliffs, NJ, 1962). Para otro ejemplo, veáse: David K. Lewis, “An argument fot the Identity Theory”. Aquí la presunción se hace explícita cuando Lewis toma los acontecimientos como universales (p. 17, notas 1 y 2). No quiero decir que Smart y Lewis estén confundidos, sino sólo que su manera de enunciar la teoría de la identidad tiende a oscurecer la distinción entre acontecimientos particulares y géneros de acontecimientos particulares y géneros de acontecimientos, de la que depende la formulación de mi teoría.

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también cómo podría haber identidades sin leyes de correlación. No obstante, es posible tener una ontología de los acontecimientos con las condiciones de individuación especificadas de tal manera que cualquier identidad implique una ley de correlación. Kim, por ejemplo, indica que Fa y Gb “describen o se refieren al mismo acontecimiento” si y sólo si a = b y la propiedad de ser F = la propiedad de ser G. La identidad de las propiedades, a su vez comporta que (x) (Fx ↔ Gx).8 No es de extrañar que Kim diga:

Si el dolor es idéntico a un estado B del cerebro, debe haber una concomitancia entre los casos de dolor y los casos de estado cerebral B. […] Así, una condición necesaria de la identidad entre el dolor y el estado cerebral B es que las dos expresiones, ‘tener dolor’ y ‘hallarse en el estado cerebral B’ tengan la misma extensión. […] No cabe concebir ninguna observación que confirme o refute la identidad sin hacer otro tanto con la correlación a la que va asociada.9

Puede que clarifiquemos más la situación si hacemos una clasificación cuatripartita de las teorías de la relación entre acontecimientos mentales y físicos que recalque la independencia entre postulación de leyes y postulación de identidad. Por un lado están los que afirman y los que niegan la existencia de leyes psicofísicas; por otro , los que dicen que los acontecimientos mentales son idénticos a los físicos u los que niegan tal cosa. De modo que las teorías de dividen en cuatro clases: monismo nomológico, que afirma que hay leyes de correlación y que los acontecimientos correlacionados son uno (los materialistas pertenecen a esta categoría); dualismo nomológico, que comprende diversas formas de paralelismo, interaccionismo y epifenomenismo; dualismo anómalo, que combina el dualismo ontológico con la carencia general de leyes que correlacionen lo mental con lo físico (el cartesianismo). Y, finalmente, está el monismo anómalo, que caracteriza la posición que pretendo ocupar.10 El monismo anómalo se asemeja al materialismo en su afirmación de que todos los acontecimientos son físicos, pero rechaza la tesis, habitualmente considerada como esencial al materialismo, de que de los fenómenos mentales pueden darse explicaciones puramente físicas. El monismo anómalo manifiesta un determinado sesgo ontológico sólo en el hecho de que admite la posibilidad de que no todos los acontecimientos sean mentales, a la vbez que insiste en que todos los acontecimientos son físicos. Un monismo tan respetuoso, no cimentado en leyes de correlación ni economías conceptuales, no parece merecer el calificativo de ‘reduccionismo’; en cualquier caso, no es apto para inspirar la manía del “nada más que” (“la concepción del Arte de la fuga no fue nada más que un acontecimiento nervioso complejo”, etc.) Aunque la posición que describo niega que haya leyes psicofísicas, es compatible con la opinión de que las características mentales son en algún sentido dependientes o derivadas

8 Jaegwon Kim, “On the Psycho-Phisical Identity Theory”, p. 231 9 Ibíd.., pp. 227-228. Richard Brandy y Jaegwon Kim proponen aproximadamente el mismo criterio en “The Logic of Identity Theory”. Señalan que en su concepción de la identidad de acontecimientos la teoría de la identidad “pretende algo más que afirmar que simplemente hay por doquier una correlación físico-fenoménica”, p. 518. No discuto esa mayor pretensión. 10 El monismo anómalo es reconocido de manera más o menos explícita como una posición posible por Herbert Feigl, “The ‘Mental’ and the ‘Physical’”; Sydney Shoemaker, “Ziff’s Other Minds”; David Randall Luce, “Mind-Body Identity and Psycho-Physical Correlation”; Charles Taylor, op. cit. p. 207. Una posición parecida a la mía es aceptada a título experimental por Thomas Ángel en su “Physicalism”, y hecha suya por P. F. Strawson en Freedom and the Hill, pp. 63-67.

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de características físicas. Ese carácter derivado podría entenderse como que no puede haber dos acontecimientos iguales desde todos los puntos de vista físicos pero diferentes desde algún punto de vista mental, o como que un objeto no puede modificarse desde algún punto de vista mental sin hacerlo desde algún punto de vista físico. Una dependencia de derivabilidad de este género no comporta la reducibilidad a través de una ley o definición: si así fuera, podrías reducir los atributos morales a atributos descriptivos, y hay buenas razones para creer que eso no puede hacerse. Éste último ejemplo guarda una útil analogía con la clase de monismo ilegalista que examinamos. Imaginemos que el vocabulario físico constituye la totalidad del vocabulario de un lenguaje L con recursos suficientes para expresar cierta cantidad de proposiciones matemáticas y con su propia sintaxis. L’ es L aumentado con el predicado veritativo ‘verdadero en L’, que es “mental”. En L (y, por tanto, en L’) es posible seleccionar, con una descripción definida o una proposición abierta, toda proposición contenida en la extensión del predicado veritativo; pero, si L es consistente, no existe ningún predicado de sintaxis (del vocabulario “físico”), por complejo que sea, que se aplique a todas las proposiciones verdaderas de L y sólo a ellas. No puede haber ninguna “ley psicofísica” en la forma de un bicondicional, ‘(x) (x es verdadero-en-L si y sólo si x es φ)’, en que ‘φ’ se sustituya por un predicado “físico” (un predicado de L). De manera semejante, podemos seleccionar todo acontecimiento mental utilizando exclusivamente el vocabulario físico, pero ningún predicado puramente físico, por complejo que sea, tiene, por ley, la misma extensión que un predicado mental. A estas alturas ya debería estar claro cómo el monismo anómalo concilia los tres principios originales. La causalidad y la identidad son relaciones entre acontecimientos individuales independientemente de cómo estos se describan. Pero las leyes son lingüísticas; de modo que los acontecimientos pueden ejemplificar leyes y, por ende, ser explicados o predichos a la luz de leyes sólo en la medida en que dichos acontecimientos se describan de un modo u otro. El principio de interacción causal se ocupa de los acontecimientos en extensión y, por consiguiente, es ciego a la dicotomía entre lo mental y lo físico. El principio de anomalía de lo mental concierne a los acontecimientos descritos como mentales, porque los acontecimientos son mentales sólo en cuanto descritos. El principio del carácter nomológico de la causalidad debe interpretarse con cuidado: dice que, cuando unos acontecimientos se relacionan como causa y efecto, tienen descripciones que ejemplifican una ley. No dice que cada concreto enunciado verdadero de causalidad ejemplifique una ley.11

II

La analogía que acabamos de sugerir, entre el lugar de lo mental dentro de lo físico y el lugar de lo semántico en un ámbito de la sintaxis, no debe forzarse. Tarski demostró que un lenguaje consistente no puede (dados ciertos presupuestos naturales) contener una proposición abierta ‘Fx’ que sea verdadera de todas las proposiciones verdaderas de dichos lenguaje y sólo de ellas. Si estiráramos nuestra analogía, cabría esperar una prueba de que

11 La observación de que la sustituibilidad propia de la identidad falla en el contexto de la explicación la hace, en relación con el tema que nos ocupa, Norman Malcolm en “Scientific Materialism and the Identity Theory”, pp. 123-124. Véanse también mis ensayos 1 [ya citado en la nota 2] y 8 [The individuation of Events, no incluido en nuestra edición (N. del T.)] [Ni en nuestra selección de lecturas (N. de los C.)]

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no puede haber ninguna proposición física abierta ‘Px’ que sea verdadera de todos los acontecimientos que posean alguna propiedad mental y sólo de ellos. La realidad, sin embargo, es que nada de lo que eyo pueda decir sobre el carácter irreducible de lo mental merece llamarse una prueba; y el género de irreducibilidad es diferente. Porque, si el monismo anómalo es correcto, no sólo puede especificarse unívocamente cada acontecimiento mental utilizando sólo conceptos físicos, sino, dado que el número de acontecimientos que cae bajo cada predicado mental puede, por todo lo que sabemos, ser finito, puede muy bien existir una proposición física abierta coextensiva con cada predicado mental, aunque el construirla podría conllevar el tedio de ir alternando términos en una larga secuencia sin interés ninguno. De hecho, aun si no se presupone la finitud, no parece haber ninguna razón imperiosa para negar que pudieran existir predicados coextensivos, mental uno y físico el otro. La tesis estriba más bien en decir que lo mental es nomológicamente irreducible: puede haber enunciados generales verdaderos que relacionen lo mental y lo físico, enunciados que tengan la forma lógica de una ley; pero no son legaliformes (en un sentido fuerte que queda por describir). Si por una casualidad extraordinariamente improbable hubiéramos de toparnos con una generalización psicofísica verdadera y no estocástica, no tendríamos ninguna razón para considerarla algo más que aproximadamente verdadera. Al declarar que que no hay leyes psicofísicas (estrictas), ¿no estamos acaso cazando furtivamente en los cotos empíricos de la ciencia –forma hybris contra la que reiteradamente se previene a los filósofos-? Desde luego, juzgar un enunciado legaliforme no es decidir sin más sobre su verdad; respecto a la aceptación de un enunciado general sobre la base de ejemplos, el sancionarlo como legaliforme ha de considerarse un a priori. Pero semejante apriorismo relativo, en sí mismo, no justifica a la filosofía, porque en general, las razones para decidir dar crédito a un enunciado sobre la base de sus ejemplos se regirán a su vez por intereses teóricos o empíricos indiscernibles de los de la ciencia. Si el caso de las supuestas leyes que vincularían lo mental con lo físico es diferente, sólo puede serlo por que admitir la posibilidad de tales leyes equivaldría cambiar de tema. Por cambiar de tema entiendo aquí: decidir no aceptar el criterio de lo mental en los términos del vocabulario de las actitudes preposicionales. Esta breve respuesta, sin embargo, no puede impedir ulteriores ramificaciones del problema, porque no hay una divisoria clara entre cambiar de tema, lo cual es tanto como admitir, en presente contexto al menos, que no hay ninguna divisoria clara entre las filosofía y la ciencia. Y, por donde no hay fronteras fijas, sólo los apocados no se arriesgan nunca cruzar. Intensificará nuestra apreciación del carácter anomológico de las generalizaciones físico-mentales el considerar un tema conexo: el fracaso del conductismo definicional. ¿Por qué estamos dispuestos (como supongo que estamos) a abandonar el intento de dar definiciones explícitas de los conceptos mentales en términos de conceptos conductistas? No precisamente, digo yo, porque todos los intentos realizados resultan notoriamente insatisfactorios. Más bien es porque estamos convencidos, como en el caso de tantas otras formas de reduccionismo definicional (el naturalismo en ética, el instrumentalismo y el operacionalismo en las ciencias, la teoría causal del significado, el fenomenalismo, etc. -todo el catálogo de las derrotas de la filosofía-), de que esos fracasos se deben al sistema. Supongamos que intentamos decir, sin emplear ningún concepto mental, qué es para un hombre creer que hay vida en Marte. Una de las líneas que podrías seguir es esta: cuando se produce determinado sonido en presencia del hombre (“¿Hay vida en Marte”), él produce otro (“Sí”). Pero, desde luego, esto muestra que él cree que hay vida en Marte sólo si

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entiende el castellano, si la producción del sonido ha sido intencionada y si ha sido como respuesta a los sonidos en cuanto significan algo en castellano; y así sucesivamente. Por cada defecto descubierto añadimos un nuevo requisito. Pero, por muchos parches y ajustes que hagamos a base de condiciones no mentales, siempre descubrimos la necesidad de una nueva condición (con tal de que se dé cuenta, comprenda, etc.) de carácter mental.12 Un rasgo llamativo de los intentos de reducción definicional es lo poco que esta parece atenerse a la cuestión de la sinonimia entre definiens y definiendum. Desde luego, podemos imaginar contraejemplos para desacreditar las pretensiones de sinonimia. Pero la tónica de los fallos sugiere una conclusión más radical: si hubiéramos de encontrar una proposición abierta expresada en términos conductistas y exactamente coextensiva con algún predicado mental, nada podría persuadirnos razonablemente de que la habíamos encontrado . Sabemos demasiado sobre el pensamiento y la conducta para dar crédito a enunciados exactos y universales que los vinculen. Las creencias y los deseos aparecen en la conducta sólo en cuanto modificados y mediados por ulteriores creencias y deseos, actitudes y expectativas, sin límite. Está claro que este holismo del ámbito mental es un indicio tanto de la autonomía como del carácter anómalo de lo mental. Estas observaciones a propósito del conductismo definicional proporcionan a lo sumo atisbos de por qué no debemos esperar conexiones nomológicas entre lo mental y lo físico. El asunto central pide una consideración más detenida. Los enunciados legaliformes son enunciados generales que sustentan aserciones contrafácticas y subjuntivas, y reciben sostén de sus casos concretos. No hay (en mi opinión) ningún criterio indiscutible de legaliformidad, lo que no quiere decir que en casos particulares no haya razones para dar un juicio. La legaliformidad es una cuestión de grado, lo que no equivale a negar que pueda haber casos fuera de discusión. Y dentro de los límites impuestos por las condiciones de comunicación hay espacio para múltiples variaciones entre casos individuales en el patrón de los enunciados, a los que se asignan diversos grados de nomologicidad. Desde todos esos puntos de vista, la nomologicidad es muy similar a la analiticidad, tal como cabría esperar del hecho de que ambas estén vinculadas al significado. ‘Todas las esmeraldas son verdes’ es legaliforme por cuanto sus ejemplos la confirman, pero ‘todas las esmeraldas son verzules’ no lo es porque ‘verzul’ significa ‘observado antes del tiempo t verde, y en cualquier otro caso, azul’, y si nuestras observaciones se hicieran todas antes del t y pusieran de manifiesto uniformemente esmeraldas verdes, ello no sería una razón para esperar que otras esmeraldas fueran azules. Nelson Goodman ha indicado que esto demuestra que algunos predicados, por ejemplo ‘verzul’, no son adecuados para formular leyes (así que de un criterio para predicados adecuados podría derivarse un criterio para lo legaliforme). Pero a mí me parece que el carácter anómalo de ‘todas las esmeraldas son verzules’ demuestra tan sólo que los predicados ‘es una esmeralda’ y ‘es verzul’ no son adecuados el uno para el otro: la verzulez no es una propiedad inductiva de las esmeraldas. La verzulez, sin embargo, sí es una propiedad inductiva de entidades de otras clases, por ejemplo de los esmefiros. (Un objeto es un esmefiro si se le examina antes de t y es una esmeralda y, en cualquier otro caso, es un zafiro.) No solamente está contenida ‘todos los esmefiros son verzules’ en la conjunción de unos enunciados legaliformes, ‘todas las esmeraldas son verdes’ y ‘todos los zafiros son azules’, sino que no hay razón alguna, hasta donde yo puedo ver, para rechazar su liberación de la intuición, el que sea ya de por sí

12 Este tema lo desarrolla Roderick Chisholm en Perceiving, cap. 2.

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legaliforme.13 Los enunciados nomológicos unen predicados de los que sabemos a priori que están hechos el uno para el otro –esto es, lo sabemos sin necesidad de saber si la observación respalda una conexión entre ellos-. ‘Azul’, ‘rojo’ y ‘verde’ están hechos para ‘zafiros’, ‘rosas’ y ‘esmeraldas’; ‘verzul’, ‘azuerde’ y ‘verdojo’ están hechos para esmefiros, zafiraldas y esmerosas. La dirección en que parece haberse orientado la discusión es esta: los predicados mentales, y físicos no están hechos los unos para los otros. En cuanto a la legaliformidad, los enunciados psicofísicos se asemejan más a ‘todas las esmeraldas son verzules’ que a ‘todas las esmeraldas son verdes’. Para que esa aserción resulte plausible debe modificarse profundamente. El hecho de que las esmeraldas examinadas antes de t sean verzules no sólo no es razón para creer que todas las esmeraldas son verzules; ni siquiera es razón (si conocemos el tiempo) para creer que cualesquiera esmeraldas no observadas sean verzules. Pero si un acontecimiento de un cierto tipo mental ha ido de ordinario acompañado por un acontecimiento de un cierto tipo físico, eso suele ser una buena razón para esperar que haya más casos que repitan el esquema de manera análoga. Las generalizaciones que incorporan semejante sabiduría práctica se consideran sólo aproximadamente verdaderas, o se enuncian explícitamente en términos de probabilidad, o se ponen a cubierto de contraejemplos mediante generosas cláusulas de salvaguardia. Su importancia estriba ante todo en el sostén que prestan a aserciones causales concretas y a las correspondientes explicaciones de acontecimientos particulares. Ese sostén deriva del hecho de que una generalización así, por tosca y vaga que sea, puede proporcionar una buena razón para creer que, subyacente al caso particular, hay una regularidad susceptible de formulación rigurosa y sin restricciones. En nuestro trato diario con acontecimientos y actos que hay que prever o comprender, nos vemos obligados a recurrir a la generalización apresurada y sumaria, porque no conocemos una ley más precisa o, aunque la conozcamos, carecemos de una descripción de los acontecimientos concretos en los que estamos interesados que muestre la pertinencia de la ley. Pero hay que hacer una importante distinción dentro de la categoría de lo meramente empírico. Por una parte, hay generalizaciones cuyos ejemplos positivos nos dan razones para creer que la propia generalización podría perfeccionarse añadiendo ulteriores requisitos y condiciones enunciados en el mismo vocabulario general que la generalización primitiva. Dicha generalización apunta a la forma y el vocabulario de la ley acabada: podemos decir que es una generalización homónoma. Por otra parte, hay generalizaciones que, al ejemplificarse, pueden darnos razones para creer que allí actúa una ley precisa, pero que sólo puede enunciarse trasladándola a un vocabulario diferente. Podemos llamar heterónomas a tales generalizaciones. Doy por supuesto que la mayor parte de nuestro saber práctico (y de nuestra ciencia) es heterónoma. Ello es así porque una ley solo puede aspirar a ser precisa, explícita y lo más estricta posible si extrae sus conceptos de una teoría amplia y cerrada. Esa teoría ideal puede ser o no determinista, pero existe si es que existe una teoría verdadera cualquiera. Entre las ciencias físicas sí encontramos generalizaciones homónomas, generalizaciones

13 Esta opinión es compartida por Richard C. Jeffrey, “Goodman’s Quero”; John Wallace, “Goodman, Logic, Induction”; y John M. Vickers, “Characteristics of Projectible Predicates”. Goodman, en “Comments”, discute la legaliformidad de enunciados como ‘Todos los esmefiros son verzules’. Sin embargo, no veo que responda a lo que planteo en mi “Esmerosas con otros nombres”. Este breve artículo figura como apéndice al presente ensayo.

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tales que, si la observación las respalda, tenemos razón para creer que pueden perfeccionarse indefinidamente echando mano de ulteriores conceptos físicos: hay una teoría asíntota de perfecta coherencia con todos los datos, perfecta predecibilidad (con arreglo a los términos propios del sistema), total explicabilidad (asimismo con arreglo a los términos del sistema). O quizá la teoría definitiva es probabilista y la asíntota es algo menos que la perfección; pero, en ese caso, no habrá disponible nada mejor. La confianza en que un enunciado es homónomo, corregible dentro de su propio dominio conceptual, exige que tome sus conceptos de una teoría con sólidos elementos constitutivos. Tomemos la ilustración más simple posible; si la lección convence, resultará obvio que la simplificación es susceptible de mejora. La medición de la longitud, el peso, la temperatura o el tiempo depende (entre muchas otras cosas, por supuesto) de la existencia, en cada caso, de una relación binaria transitiva y asimétrica: más caliente que, posterior a, más pesado que, etc. Tomemos por ejemplo la relación más largo que. La ley o postulado de transitividad es este:

(L) L(x,y) y L(y,z) → L(x,z)

De no valer esta ley (o alguna variante más elaborada), no podemos fácilmente hablar con sentido del concepto de longitud. No habrá ningún medio de asignar números para registrar siquiera una serie ordenada de longitudes, por no hablar ya de exigencias más rigurosas de medición con una regla. Y esta observación no es procedente sólo para cualquier tríada afectada por una intransitividad: es fácil mostrar (con sólo añadir unos pocos supuestos esenciales para la medición de longitudes) que no hay ninguna posibilidad de asignar coherentemente un puesto dentro de una serie ordenada a un objeto cualquiera si (L) no es válida en toda su generalidad. Es evidente que (L) por sí sola no puede agotar el contenido de ‘más largo que’ – si así fuera no se diferenciaría de ‘más caliente que’ o ‘posterior a’- Hemos de suponer que hay algún contenido empírico, aunque difícil de formularen el vocabulario de que disponemos, que distingue ‘más largo que’ de los demás predicados binarios transitivos de medición, sobre la base del cual podemos afirmar que una cosa es más larga que otra. Supongamos que ese contenido empírico está dado, en parte, por el predicado ‘O(x,y)’. Tenemos entonces el siguiente “postulado de significación”.

(M) O(x,y) → L(x,y)

que interpreta en parte a (L). Pero ahora (L) y (M) juntos brindan una mejor teoría empírica de gran potencia, pues en conjunto implican que no existen un trío de objetos a, b y c, tales que O(a,b), O(b,c) y O(c,a). No obstante, ¿a qué conduce impedir que eso ocurra si ‘O(x,y)’ es un predicado que podemos aplicar con seguridad en cada caso? Supongamos que creemos que observar una tríada intransitiva; ¿qué diremos? Podríamos considerar falsa a (L), pero entonces no tendríamos aplicación alguna para el concepto de longitud. Podríamos decir que (M) no expresa bien el significado de la longitud; pero entonces no está nada claro cuál creíamos que era el contenido de la idea de que una cosa es más larga que otra. O bien podríamos decir que los objetos que observamos no son, tal como exige la teoría, objetos rígidos. Es un error creer que estamos obligados a aceptar alguna de esas respuestas. Conceptos tales como el de longitud se mantienen en un equilibrio resultante de diversas presiones

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conceptuales, y las teorías de la medición fundamental resultan distorsionadas si forzamos la elección entre principios tales como (L) y (M): analíticos o sintéticos. Es mejor decir que todo el conjunto de axiomas, leyes o postulados para la medición de la longitud es constitutivo, en parte, de la idea de un sistema de objetos físicos macroscópicos y rígidos. Sostengo que la existencia de enunciados legaliformes en física depende la existencia de leyes constitutivas (o sintéticas a priori), como las de la medición de la longitud, dentro del mismo dominio conceptual. De la misma manera que no podemos asignar de manera inteligible una longitud a un objeto cualquiera si no hay una teoría amplia válida para los objetos de esa clase, tampoco podemos atribuir de manera inteligible una actitud proposicional cualquiera a un agente si no es en el marco de una teoría viable sobre sus creencias, deseos, intenciones y decisiones. No hay manera de asignar creencias a cada persona basándose en su comportamiento verbal, sus elecciones u otros signos particulares, por claros y evidentes que sean, pues damos sentido a las creencias de alguien sólo cuando concuerdan con otras creencias de alguien, preferencias, intenciones, esperanzas, temores, expectativas, etc. No se trata simplemente, como en la medición de la longitud, de que cada caso ponga a prueba una teoría y dependa de ella, sino que el contenido de una actitud proposicional deriva de su lugar en el esquema. Reconocerle a la gente un amplio grado de coherencia no puede considerarse una actitud meramente caritativa: es inexcusable si queremos estar legitimados para acusarla, con sentido, de errores y de cierto grado de irracionalidad. La confusión total, como el error universal, es impensable, no porque la imaginación falle, sino porque un exceso de confusión no deja nada que confundir y el error generalizado socava los cimientos de las creencias verdaderas, únicas sobre las que puede edificarse la equivocación. Apreciar los limites cualitativos y cuantitativos del desatino y el mal modo de pensar que podemos razonablemente señalar en otros equivale a ver una vez más la inseparabilidad entre la pregunta por los conceptos que una persona posee y la pregunta sobre qué hace con esos conceptos en la forma de creencias, deseos e intenciones. En la medida en que no logremos descubrir una pauta coherente y plausible en las actitudes y actos de otros, estamos simplemente dejando pasar la oportunidad de tratarlos como a personas. El problema no queda obviado, sino que se coloca en el centro de la escena, si se apela a la conducta discursiva explicita. Pues no podríamos empezar a descodificar las palabras de un ser humano si no pudiéramos distinguir sus actitudes hacia sus propias frases, como sostener, desear o pretender que sean verdaderas. Partiendo de esas actitudes, hemos de elaborar una teoría sobre lo que quiere decir, dando así contenido, simultáneamente, a sus actitudes y a sus palabras. En nuestra necesidad de hacer que su actuación tenga sentido, buscaremos una teoría que lo encuentre coherente, creyente en verdades y amante del bien (siempre a nuestro juicio, ni que decir tiene). Al se la vida como es, no habrá ninguna teoría simple que atienda plenamente esas demandas. Muchas teorías establecerán un compromiso más o menos aceptable, y puede que no haya ninguna base objetiva para optar entre ellas. El carácter heterónomo de los enunciados generales que vinculan lo mental y lo físico nos retrotrae a este papel central de la traducción en la descripción de todas las actitudes proposicionales, así como a la indeterminación de la traducción.14 No hay leyes psicofísicas

14 La influencia, en este punto, de la doctrina de W. O. Quine sobre la indeterminación de la traducción, tal como este la presenta en el cap. 2 de Word and Object [trad. esp.: Palabra y objeto (N. del T.)], resulta –espero- obvia. En la sección 45 desarrolla Quine la conexión entre la traducción y las actitudes

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estrictas a causa de los diferentes cometidos de los esquemas mentales y los físicos. Es característico de la realidad física que el cambio físico pueda explicarse mediante leyes que lo conectan con otros cambios y condiciones descritos al modo físico. Es característico de lo mental que la atribución de fenómenos mentales debe responder del trasfondo de razones, creencias e intenciones del individuo. No puede haber conexiones rígidas entre los dos ámbitos si cada uno quiere mantenerse fiel a su propia fuente de evidencia. La irreductibilidad nomológica de lo mental no deriva simplemente de la naturaleza inconsútil del mundo del pensamiento, la preferencia y la intención, pues dicha interdependencia es común a la teoría física, y es compatible con que haya una única manera correcta de interpretar las actitudes de un hombre sin relativizarlas con arreglo a un esquema de traducción. Y tampoco se debe la irreductibilidad simplemente a la posibilidad de muchos esquemas igualmente aptos, pues esto es compatible con la elección arbitraria de un esquema en relación con el cual se asignen rasgos mentales. El asunto estriba más bien en que, cuando usamos los conceptos de creencia, deseo, etc., debemos estar dispuestos, a medida que se acumulan los datos, a ajustar nuestra teoría a la luz de consideraciones de coherencia global: el ideal intrínseco de racionalidad controla en parte cada fase de la evolución de lo que debe ser una teoría en desarrollo. La elección arbitraria de un esquema de traducción excluiría de entrada esa posibilidad de atemperar a tiempo la teoría; dicho de otra manera: una elección arbitraria correcta de un manual de traducción sería la de un manual aceptable a la luz de todos los datos posibles, elección que no podemos hacer. Hemos de concluir, creo yo, que la laxitud nomológica entre lo mental y lo físico es esencial en tanto en cuanto concibamos al hombre como un ser racional.

III

El meollo de la discusión precedente, así como su conclusión, resultará familiar. Que entre lo mental y lo físico hay una diferencia categorial es un lugar común. Puede parecer raro que no diga nada del supuesto carácter privado de lo mental, o de la especial autoridad que un agente ejerce respecto a sus propias actitudes proposicionales, pero esa apariencia de novedad se esfumaría si nos pusiéramos a investigar con más detalle las razones para aceptar un esquema de traducción. El paso de la diferencia categorial entre lo mental y lo físico a la imposibilidad de leyes estrictas que los relacionen es menos común, pero sin duda no es nuevo. Si alguna sorpresa hay, pues, será la de descubrir que la ilegalidad de lo mental con ese paradigma de lo legaliforme que es lo físico. He aquí el razonamiento. Damos por supuesto, con arreglo al principio de dependencia causal de lo mental, que siquiera algunos acontecimientos mentales son causas o efectos de acontecimientos físicos; el argumento se aplica sólo a estos. Un segundo principio (el del carácter nomológico de la causalidad) dice que todo enunciado causal concreto que sea verdadero está respaldado por una ley estricta que conecta acontecimientos de los géneros a los que pertenecen los acontecimientos mencionados como causa y efecto. Allá donde hay leyes aproximadas, pero homónimas, hay leyes que extraen conceptos del mismo ámbito conceptual y sobre las que no cabe realizar mejoras en cuanto a precisión y amplitud. En la sección anterior insistimos en que tales leyes se dan en las ciencias de la naturaleza. La teoría física promete proporcionarnos un sistema cerrado y amplio que garantice una

proposicionales y señala que “la tesis de Brentano sobre la irreducibilidad de las expresiones intencionales forma un todo con la tesis de la indeterminación de la traducción”, p. 221

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descripción única y uniforme de cada acontecimiento físico, expresada en un vocabulario sujeto a ley. No es plausible que los conceptos mentales por sí solos puedan proporcionar dicho marco, por la simple razón de que lo mental, en virtud de nuestro primer principio, no constituye un sistema cerrado. Hay demasiadas cosas que afectan a lo mental sin ser a su vez parte sistemática de lo mental. Pero si combinamos esta observación con la conclusión de que ningún enunciado psicofísico es ni puede convertirse en una ley estricta, obtenemos el principio de carácter anómalo de lo mental: no hay en absoluto leyes estrictas sobre cuya base podamos predecir y explicar los fenómenos mentales. La demostración de la identidad se sigue fácilmente. Supongamos que m, un acontecimiento mental, ha causado p, un acontecimiento físico; entonces, con arreglo a alguna descripción, m y p ejemplifican una ley estricta. Dicha ley, de conformidad con el párrafo anterior, no puede ser más que una ley física. Pero, si m cae bajo una ley física, tiene una descripción; lo que equivale a decir que es un acontecimiento físico. Un argumento análogo vale cuando un acontecimiento físico causa un acontecimiento mental. Así, pues, todo acontecimiento mental que esté relacionado causalmente con un acontecimiento físico es un acontecimiento físico. Para establecer el monismo anómalo en toda su generalidad bastaría mostrar que todo acontecimiento mental es causa o efecto de algún acontecimiento físico; no voy a intentarlo. Si un acontecimiento causa otro, hay una ley estricta que dichos acontecimientos ejemplifican cuando se los describe adecuadamente. Pero es posible (y normal) saber de la relación causal concreta sin conocer la ley o las descripciones pertinentes. El conocimiento exige razones, pero se puede disponer de ellas en forma de generalizaciones heterónomas aproximadas, que son legaliformes en el sentido de ser indefinidamente perfectibles. Aplicando estos hechos al conocimiento de identidades, vemos que es posible saber que un acontecimiento mental es idéntico a algún acontecimiento físico sin saber cuál (en el sentido de poder darle una descripción física única que lo someta a una ley pertinente). Aun cuando alguien conociera la historia física completa del mundo, y cada acontecimiento mental fuera idéntico a un acontecimiento físico, no se seguiría de ahí que pudiera predecir o explicar un solo acontecimiento mental (descrito como tal, por supuesto). Dos características de los acontecimientos mentales en su relación con los físicos –dependencia causal e independencia nomológica- se combinan, por tanto, para disolver lo que con frecuencia ha parecido una paradoja: la eficacia del pensamiento y la intención en el mundo material y su libertad frente a toda ley. Cuando describimos acontecimientos del tipo de las percepciones, los recuerdos, las decisiones y los actos, no tenemos más remedio que colocarlos entre los sucesos físicos mediante la relación de causa y efecto; en tanto no cambiemos nuestro lenguaje, ese mismo modo de descripción pone los acontecimientos mentales a cubierto de las leyes que pueden, en principio, invocarse para explicar y predecir los fenómenos físicos. Los acontecimientos mentales como clase no pueden explicarse mediante la ciencia física; sí pueden acontecimientos mentales particulares cuando conocemos casos particulares de identidad. Pero la explicación de los acontecimientos mentales en que estamos normalmente interesados los relaciona con otros acontecimientos y condiciones mentales. Así, por ejemplo, explicamos los actos libres de un hombre apelando a sus deseos, hábitos, conocimientos y percepciones. Tales justificaciones del comportamiento intencional operan en un marco conceptual que cae fuera del alcance directo de la ley física al describir causa y efecto, razón y acto, como aspectos del retrato de un agente humano. La anomalía de lo

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mental es, pues, una condición necesaria para ver los actos como autónomos. Termino con un segundo pasaje de Kant:

Constituye un problema insoslayable de la filosofía especulativa el mostrar que su ilusión respecto de la contradicción se basa en esto, que pensamos en el hombre en un sentido y relación diferentes cuando lo llamamos libre y cuando lo consideramos sujeto a las leyes de la naturaleza […] Debe mostrar, por consiguiente, que no sólo pueden ambos coexistir perfectamente, sino que ambos deben considerarse como necesariamente unidos en el mismo sujeto…15

15 Op. cit., p. 76.