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La lucha de Ángeles de la Blanca

por la eliminación de barreras

Una experiencia desde el ámbito del derecho

Por Ángeles de la Blanca. Fiscal.

Espero que mi experiencia sirva para que las personas

con discapacidad salgan de su círculo de protección y

que sepan que, aunque con mucha lucha y perseverancia,

pueden conseguir gran parte de lo que se propongan.

La verdad es que muchas veces me he sentido como los buques rompehielos,

abriendo camino, cuando empecé en el colegio, instituto no había los sistemas

de apoyo ni la legislación actuales, de modo que en muy pocos años ha habido

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un gran cambio en la concienciación de la sociedad motivado en gran parte

porque las personas con minusvalía ya no se quedan encerradas en sus casas y

han decidido participar cada vez más activamente en todas las actividades

sociales.

Como experiencia personal en mi lucha por la eliminación de barreras

arquitectónicas, puedo contar que cuando llegué al instituto, era un edificio

moderno, con una gran rampa de entrada pero curiosamente con todas las

clases en planta alta, así que adaptaron como aula en planta baja lo que

había sido la biblioteca, pero el problema era que para determinadas clases

que no podían bajar como laboratorios, audiovisuales o música, me tenían que

subir dos tramos de escaleras mis compañeros de clase y como todavía eran

chicos muy jóvenes y mis padres temían que peligraba mi integridad física,

mi madre iba a cada una de estas clases para subirme ayudada por ellos,

esperar una hora por allí , para luego bajarme. Como el director del instituto

vio, me imagino, la vergüenza que esto para ellos suponía, solicitaron poner

una plataforma elevadora, proyecto que fue aprobado pero que a mitad de las

obras se quedó sin presupuesto, así que estuvieron todos los aparatajes,

incluida la plataforma en un rincón al pie de las escaleras hasta que al final

del cuarto curso, unos veinte días antes de acabar el instituto, terminaron las

obras, así que bueno, la pude probar al menos una vez o dos. Te queda como

satisfacción que aunque tú no lo hayas podido disfrutar quedó ya instalado

para otras personas.

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Pero, aunque no se crea, lo peor vino en la Universidad, como en Toledo

entonces no había campus y las facultades estaban en edificios históricos,

conociendo cual era la de derecho, antes de iniciar el curso, mandamos dos

cartas informando que el siguiente año iba a ir una persona con minusvalía y

que lo tuvieran en cuenta a la hora del reparto de las clases, pues, cual fue

mi sorpresa cuando al llegar, ví que mi clase era lo que había sido la cripta

del antiguo convento entonces convertido en facultad, incluidos los agujeros

de los nichos en las paredes, con tres tramos de largas escaleras hasta llegar a

la clase, a la cual no podía bajar porque los bancos llegaban hasta el borde de

las escaleras y el pasillo era tan estrecho que no entraba la silla de ruedas, así

que me tenía que quedar en lo alto de un descansillo, anotando con la

carpeta sobre las piernas y agudizando de gran manera el oído porque la

pizarra y el profesor estaban como a unos veinte metros. Ante esta situación,

mis padres decidieron hablar con el Decano, el cual les dijo que como la

asistencia a clase no era obligatoria, me quedara en mi casa estudiando.

Como yo seguía yendo todos los días, con todos los profesores y alumnos

saltando para bajar al aula por encima de mis reposapiés, decidieron iniciar

las gestiones para poner una plataforma elevatoria hasta las aulas de la

primera planta. Entre tanto, mis padres, buscando una solución, observaron

que desde una de las ventanas que daba a la calle, se accedía directamente a

una de las aulas, por lo que sólo habría que transformarla en puerta y yo

entraría directamente a la clase, pero apareció otro obstáculo, se necesitaba

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un permiso de Patrimonio Histórico que no estaba en principio dispuesto a

conceder, de modo que tras varias conversaciones, finalmente lo concedió

imponiendo como condición que cuando yo terminara se debía dejar todo en

su estado anterior. Pues bueno, a mitad del curso nos cambiaron a esa clase y

todavía al pasar ahora por esa calle, casi doce años después puedo observar

que todavía sigue la puerta en ese lugar. El año siguiente, nos trasladaron a

otro edificio, unión de varios conventos que rehabilitaron y en el que hay que

reconocer que el arquitecto nos pidió opinión para que fuera lo más accesible

posible y tras varias adaptaciones que consistieron fundamentalmente en la

instalación rampas, colocación de barandillas en las mismas y una mesa en

clase, no tuve problemas de movilidad, lo cual me vino fenomenal para poder

ir a la cafetería de la facultad y conocer el ambiente universitario, incluida la

tuna.

Cuando terminé derecho, un amigo Fiscal me animó que hiciera oposiciones

para Jueces y Fiscales. Durante las oposiciones, los primeros años, no me

presenté por el turno para discapacitados ante el temor que me pusieran

alguna pega, creo recordar que al principio, la instancia especificaba que las

personas con discapacidad debían aportar un informe médico. Unos años

después, mi preparador, me explicó que era mejor indicar en la instancia la

clase de discapacidad que tenía, por si necesitaba algún tipo de adaptación en

los exámenes, así me refirió que sería conveniente que solicitara la

instalación en la mesa del examinado de un micrófono, porque a lo largo del

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examen, hora y cuarto de exposición, iba bajando progresivamente el nivel de

voz. Creo que a partir de entonces lo hacen siempre.

Cuando ya aprobé vino la lucha para quedarme en una plaza de Toledo, ya

que al final de la época de las prácticas que hice allí, hubo un concurso y

quedaron plazas desiertas que iban a ser cubiertas por sustitutos. Yo estoy en

silla de ruedas con los condicionamientos que ello conlleva, dependencia

personal a la familia, dificultades de desplazamiento, entorno adaptado a mis

necesidades, con la consiguiente eliminación de barreras arquitectónicas en la

vivienda personal, con ascensor, rampa de entrada, mobiliario y ayudas

técnicas que facilitan el desarrollo de la vida diaria. Junto a esta razón para

solicitar plaza en Toledo, estaba el nuevo edificio judicial, en el que había

hecho las prácticas, y ya había ido solicitando alguna adaptación como la

colocación de rampas en estrados, en lo demás cumplía con las normas de

accesibilidad. De modo que, con el asesoramiento de profesores y amigos, me

informaron que tenía apoyo legal en el artículo 9 del Real Decreto 2271/2004

de 3 diciembre, por el que se regula el acceso al empleo público y la provisión

de puestos de trabajo de las personas con discapacidad. Así lo hice y tras

presentación de escritos y conversaciones con la Inspección Fiscal, en mi

convocatoria de plazas, por primera vez en el BOE, se incluyó la cláusula del

art. 9, sobre preferencia en la elección de plazas sin alterar en ningún otro

aspecto el orden del escalafón. Pues bien éste fue un hecho pionero, hasta el

punto que luego el Ministerio de Justicia me mandó una carta diciendo que a

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partir de ese momento, la citada cláusula se incluiría en todas las futuras

convocatorias, para mí algo así como que había creado jurisprudencia.

Pero como a cada sitio que llego necesito adaptaciones, el estar ya de

Abogada Fiscal en Toledo era un nuevo reto. Lo primero que se hizo, con el

apoyo del Fiscal Jefe, mis compañeros y mi colaboración, fue solicitar

adaptaciones para el despacho, para lo cual se quitaron todas las estanterías y

se puso una balda a lo largo de todo el perímetro del mismo, de modo que yo,

a mi altura, voy cogiendo y dejando los expedientes. También hubo que

adaptar la mesa del ordenador, así como la impresora. Se fueron instalando

rampas en estrados y me auxilio bastante de la videoconferencia y fax.

Estas son mis experiencias, sólo espero que alguna idea pueda ayudar a otras

personas y se fomente el valor de la integración.

Toledo, diciembre de 2009

Ángeles de la Blanca