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UNIVERSIDAD CATOLICA “ANDRES BELLO”DIRECCIÓN GENERAL DE LOS ESTUDIOS DE POSTGRADO
AREA DE DERECHOESPECIALIDAD EN DERECHO PROCESAL
EL PROCESO CON ETICA
Participantes: Acero Clemencia C.I.: 5.685.559Araujo Maria de los AngelesC.I.: 17.266.421 Ballan Chehayeb AcramC.I.: 17.584.984Muchacho AlbaC.I.: 10.404.712Muchacho Maria GabrielaC.I.: 11.320.905
Facilitador: Dr. José Manuel Bastidas
Trujillo, Junio 2010
INTRODUCCIÓN
Hablar de ética implica encarar una cuestión típicamente humana, ya que el ser
humano es el único que depende de sus propias decisiones no solamente para
vivir confortablemente, sino también para construir su propia identidad.
La naturaleza humana, más allá de una gran variedad de postulados
antropológicos de tipo filosófico y teológico que se han ido planteando a lo largo
de la historia, es sin duda una entidad no autoevidente. El ser humano no tiene
claro, como dato previo, qué es y quién es. Mucho menos aún, le es evidente qué
debe ser o qué quiere ser. Se trata de una naturaleza “abierta” “no acabada” “no
previamente definida en totalidad”. Si por el contrario asumiésemos el postulado
de que la naturaleza humana fuese completa y acabada, este hecho no le resulta
evidente.
El ser humano, desde que tenemos noticia de su existencia, aparece
preocupado por su vida y realización, y por tanto, profundamente reflexivo sobre
su propio existir.
No se trata de una tarea ociosa, sino profundamente implicante de la existencia.
Al ser humano no le alcanza la fuerza de los instintos para encontrarle un sentido
a la vida ni para realizarse personal ni socialmente.
Generación tras generación, y en las más diversas culturas y épocas, el ser
humano se encuentra necesitado de un horizonte de comprensión de la realidad y
de su ubicación en ella, así como de la posibilidad de proyectarse al futuro en
parámetros de ideales y con esperanzas ciertas de felicidad. Sin estos elementos
parece no valer la pena la vida, y no hay fuerza instintiva que pueda sustituirlos.
Esta realidad empírica, personal, grupal y colectiva de la humanidad toda, ha
llevado al ser humano a encarar activamente el tema a lo largo de la historia,
buscando caminos de realización y de sentido de la vida, todo lo cual se ha dado
en llamar la “ética”.
Así, la dimensión ética de la persona humana es esencialmente su capacidad
de realización en la vida, como resultado de un actuar libre y responsable, Más
aún, la dimensión ética del ser humano es la ineludible responsabilidad que tiene
de asumir su libertad en función de su propia realización.
No se trata de algo optativo, sino que se trata de una realidad de hecho: más
allá de la voluntad del ser humano la vida se va desenvolviendo inevitablemente, y
el camino que recorra será el resultado de sus propias opciones. Con su quehacer
el ser humano se hace a sí mismo, o en otras palabras, la calidad y sentido de su
vida depende de las opciones que realiza en ella.
Por ello, el ser humano es esencialmente ético. Y lo es, más allá de que se
asuma como tal o no. Es decir, sea que asuma responsablemente sus opciones o
no, está condenado a sufrir las consecuencias de las mismas y no solamente en
cuestiones de bienestar (material, psicoafectivo, espiritual, etc.) sino también en su
identidad y sentido fundamentales.
El Proceso con Ética como esencia del ser humano
En la “búsqueda de la felicidad” podemos sintetizar el dinamismo vital del ser
humano. Se trata de una generalización, ya que bajo ese término incluimos una
gran variedad de conceptos históricos (plenitud, realización, humanización,
santidad, identidad, trascendencia, etc.) que se han desarrollado según diversas
corrientes de pensamiento y que, en última instancia, delimitan esa ansia
fundamental de la existencia humana.
Dado que el ser humano no encuentra de modo espontáneo y evidente ni en sí
mismo ni tampoco fuera de sí, el camino a recorrer para alcanzar esa felicidad que
ansía, la tarea ética será fundamentalmente un proceso de descubrimiento,
afirmación o rectificación de los intentos realizados. Más allá de que cuente con
referentes religioso, filosófico, ideológicos, o del tipo que sean, seguros y
detallados, el ser humano necesariamente deberá someterse a un proceso de
ensayo y error. Sólo así podrá verificar la validez del camino, y sólo así podrá
efectivamente aclarar las opciones necesarias para recorrer el camino que le haya
sido propuesto.
La ética es, entonces, la respuesta experiencial a la pregunta esencial: “¿cómo
actúo-actuamos para ser felices?”, “¿cómo actúo-actuamos para ser plenamente
personas?”
Desde esta perspectiva, podemos definir la ética como "la praxis de hacernos
mutuamente personas en la historia". En este sentido, y a partir de la común raíz
etimológica, podemos considerar como términos sinónimos “ética” y “moral”.
Entendemos aquí la “praxis” como el aprender haciendo, el desarrollar las
certezas a partir fundamentalmente de la experiencia críticamente analizada, en
un proceso personal y social que abarca a cada individuo y a la humanidad entera
en forma simultánea e interactiva.
Es un “hacernos mutuamente personas”, ya que no se trata de mecanismos
automáticos sino del ejercicio de libertad de un ser abierto e incompleto que
necesita de autodefinirse y autoconstruirse en interacción, para poder realizarse
en la vida. El desarrollo de ideales, escalas de valor, pautas de validación de
conductas, etc., son parte imprescindible de este proceso.
Se trata de un proceso en interacción humana. Previamente a la definición
filosófica de si la interacción es positiva o no lo es, y en qué términos, lo
incuestionable es que es real. No existe ser humano que no interactúe (aunque
sea a su pesar), y toda vida humana necesariamente va a estar radicalmente
condicionada por los efectos de esa interacción. De ahí que la ética trate de los
procesos “mutuos”.
Finalmente, esta praxis se desarrolla “en la historia”, es decir, en un contexto
concreto, en situaciones definidas, con condicionamientos y posibilidades
delimitadas, y sin las cuales no solamente no es posible ni realizar juicios sobre el
proceso, sino que ni siquiera es posible el proceso como tal. Todo proceso ético
será siempre histórico y contextuado.
Desde su dimensión ética, es plenamente válido que un ser humano asuma
como objetivo fundamental de su vida la búsqueda consciente y perseverante de
la propia realización, en una interacción verdaderamente humanizante con los
demás.
Consideramos “persona ética” a la que asume como la tarea esencial de la
propia vida el desarrollarse plenamente como persona humana. A su vez,
“persona no ética” es aquella que conscientemente abandona el camino de
construcción de sí mismo, dejando de ser el sujeto de su propia vida.
De ahí se desprende que la tarea ética de la persona humana se puede
concretar en:
a) Proponerse seriamente descubrir y asumir el propio sentido de vida.
b) Proponerse seriamente descubrir y desarrollar al máximo posible todas sus
potencialidades de crecimiento.
Sentido de vida
¿En qué consiste el “sentido de la vida”? No es fácil definirlo en el papel, y
mucho menos fácil aún es aclararlo en la propia vida y, sin embrago, a ello se
dedica el ser humano día tras día desde que nace hasta que muere. Para tratar de
aclararlo, tomaremos como referencia una excelente película que tiene como
título: “Un lugar en el mundo”, y cuya metáfora nos servirá para profundizar este
tema.
Para el ser humano, encontrar “un lugar”, encontrar “su” lugar, es encontrar la
vida. De algún modo, esa es la tarea ética de la persona, porque en la medida en
que busca y encuentra su lugar se va construyendo a sí misma y a la sociedad a
la que pertenece y, en ese construirse, va progresivamente humanizándose o
deshumanizándose.
Encontrar su lugar le implica a la persona un compromiso, una coherencia y una
constancia, que constituye lo nuclear de su propia vida.
¿Qué es el “mundo” para la persona? Son otras personas, es un pueblo y una
sociedad concreta, es una historia, es él mismo, es Dios... Encontrar su lugar
significa encontrar muchos lugares, en un equilibrio y una síntesis tal que permitan
y posibiliten la plena integración y el pleno sentido de sí mismo.
En el fondo, encontrar un lugar en el mundo hace referencia directa a la
necesidad de “ser útil”, pero no de una utilidad genérica, sino de una utilidad bien
concreta y específica.
El primer lugar, se trata de encontrar un “lugar en otro”. Ser importante para
alguien.
Que otro me necesite. El ser humano necesita ser necesitado. La propia vida
carece de sentido si no hay nadie a quien le importe mi existencia, si para todos es
indiferente que uno haya existido o no.
Este lugar en el otro puede ser de amor... o de odio. Puede ser generoso o
puede ser mezquino. Puede hacer crecer o puede fagocitar. Puede humanizar
liberando o puede deshumanizar oprimiendo. Puede conducir a la independencia
del otro frente a uno, con todo lo doloroso que esto sin duda será, o puede
conducir a una dependencia creciente que alimente el propio ego.
Puede ser, pues, un lugar éticamente bueno o malo, pero lo que siempre será
es un lugar interesado. No le es indiferente al sujeto sino que un tiene interés
manifiesto, sumo interés, en que personas concretas, con nombre, con rostro, con
historia... lo necesiten. No hay palabras más gratas para el oído que las que nos
dicen: “Ud. Es fundamental en mi vida”; y más aún: “sin ti no puedo vivir”.
El segundo lugar, el sentido de vida es encontrar un “lugar en la sociedad”. Ser
reconocido de algún modo por la sociedad. No se trata necesariamente de ser
popular, aunque la búsqueda de la popularidad vaya en éste sentido, sino de que
la persona perciba que para la sociedad su existencia no es indiferente. Es la
búsqueda del éxito: profesional, deportivo, artístico, político, o económico.
Búsqueda que se da en todos los niveles socioeconómicos: ser un arquitecto
reconocido o ser un albañil reconocido. Pero el tema va mucho más allá de la
búsqueda de éxito público. La persona percibe que es parte de un todo mucho
mayor; que la realización del todo de algún modo implica la suya propia.
Encontrar ese lugar en la sociedad, puede darse tanto sea por asimilación como
por contestación al sistema dominante, puede ser alienador o liberador, puede ser
justo o injusto; pero lo que no se puede aceptar es ser «marginado». En el sentido
que estamos utilizando no podemos confundir marginación con rechazo: la
segunda implica ser alguien en la sociedad, y serlo con suficiente importancia
como para que tomen en serio lo que hace o representa, aunque sea
negativamente. Ser marginado, en cambio, es no ser nadie, es no existir para la
sociedad, es haber muerto en vida.
La necesidad de ser útil hace que la persona busque poder dar un aporte en su
sociedad, un aporte que valga y tenga sentido desde su perspectiva, un aporte
que en la medida de lo posible sea también reconocido. Dependerá de la propia
madurez psicológica y afectiva el grado de necesidad de reconocimiento explícito
(y eventualmente también de aprobación) que la persona tenga, o el grado de
anonimato (y/o de rechazo) que asuma y soporte. Pero en todos los casos, frente
a sí mismo, necesita poder dar razón de su existencia en esa sociedad y pueblo
concretos.
¿Qué tiene que ver la ética con el sentido de vida? Todo. Descubrir y construir
el propio sentido de vida en la utilidad y en la gratuidad, en lo globalizante y en lo
concreto... esa es la tarea ética esencial de la persona. No se trata de
subjetivismo, ya que los parámetros objetivos son esenciales en todo el proceso,
pero sí se trata de que únicamente la persona que descubre un sentido a su vida
puede vivir correctamente. De lo contrario, a lo sumo, «cumplirá» normas
impuestas para evitar castigos.
Intención y resultados éticos
La vida humana se va desenvolviendo en base a los “actos” que las personas y
los grupos humanos realizan. Esos actos se darán como reacción ante los
estímulos que el medio le provoca, o como acción generante de nuevas
realidades, pero en definitiva será siempre a través de sus actos que el ser
humano se ubicará frente a la realidad, impactará en ella, y se construirá a sí
mismo.
Desde la perspectiva ética, nos interesan esencialmente los actos propiamente
“humanos”, es decir, aquellos que se realizan con conciencia y libertad. Los actos
que puedan realizarse inconscientemente o por impulsos que no han dependido
de la libertad del individuo, son también realidad humana pero no son propiamente
realidad ética del ser humano.
Por ello, al hablar de la construcción de sí como proceso ético, estamos
refiriéndonos exclusivamente al cúmulo de decisiones que la persona toma y de
las que es responsable en función de su libertad. Éticamente se trata de la
posibilidad de realizar juicios éticos acerca de los actos que la persona realiza,
para ver si son buenos o malos, es decir, si son humanizantes o
deshumanizantes.
En este sentido, el acto humano está compuesto de tres elementos esenciales:
la intención del sujeto, el hecho realizado o a realizar, y las consecuencias
sucedidas o las previsibles. Vamos a analizarlo detenidamente:
El primer lugar está la “intención” del sujeto del acto moral. Es la respuesta a la
pregunta “¿Qué quiso o qué quiere hacer?”. Para poner un ejemplo ilustrativo: el
cirujano quiso salvar la vida del paciente.
En segundo lugar está el “hecho” histórico. Es la respuesta a la pregunta “¿Qué
hizo o qué hará?”. Siguiendo con el ejemplo: el cirujano operó de apendicitis al
paciente.
En tercer lugar están las “consecuencias” del hecho. Es la respuesta a la
pregunta
“¿Qué resultó a causa del hecho realizado?”. Según el ejemplo planteado
podría ser: el paciente sufrió una septicemia generalizada y falleció.
Con respecto a la “intención”, ésta corresponde a ámbito subjetivo de la
moralidad, y únicamente puede ser conocida por la propia persona y no por el
resto. Es cierto que se podrán recoger indicios que permitan una inferencia acerca
de si hubo buena o mala intención, pero siempre será una inferencia y no un
conocimiento cabal. De hecho, el fuero interno de la persona solamente puede ser
conocido y juzgado por la propia persona. Esta dimensión corresponde
propiamente a la subjetividad del acto moral.
Por otra parte, tanto los hechos como las consecuencias pueden ser conocidos
y juzgados por todos, ya que pertenecen a la realidad histórica objetivable. Estas
dimensiones corresponden a la objetividad del acto moral.
Puede, entonces, existir un acto éticamente malo, sin que haya un culpable de
ello; y puede existir un acto éticamente bueno, y existir un culpable ético. La
eticidad de la persona depende esencialmente de la intención que ponga en sus
actos. Actuar con mala intención convierte a la persona en éticamente “culpable”,
más allá del resultado de sus acciones. Por el contrario, actuar con buena
intención, convierte a la persona en “auténtica” o éticamente inocente (que es lo
mismo).
En este sentido, puede ocurrir que una persona haya realizado un acto con
mala intención y que por casualidad el resultado del mismo haya sido bueno. En
ese caso, la persona es éticamente culpable, ya que el resultado positivo no fue
debido a su decisión, sino a pesar de su decisión negativa. Aunque todas las
demás personas crean que el sujeto es bueno, él sabe en su conciencia que no lo
es.
Por el contrario, también puede ocurrir que una persona actúe con buena
intención y que por error o por causalidad el resultado del acto haya sido malo. La
persona continúa siendo buena, ya que el error o la casualidad no cambian la
eticidad de su decisión. Puede ser, inclusive, que todas las demás personas la
consideren mala, pero ella en su conciencia sabe que ha actuado auténticamente.
Los Criterios de la Conducta Humana
A lo largo de su vida el hombre puede utilizar una enorme variedad de criterios
orientadores para elegir su propia conducta, aunque muchos de ellos no tengan
que ver con la ética y la moral. Pueden distinguirse seis niveles o tipos de criterio:
1. El placer y los instintos.
2. Las normas inconsistentes y el Súper Yo.
3. La presión social.
4. Las normas morales y civiles.
5. Los valores apreciados por sí mismo.
6. El Yo Profundo.
1. El Criterio basado en el placer y los instintos. Con este criterio el hombre,
desde niño, busca lo agradable y evita lo desagradable, o sea, buscar placer y
evitar dolor. Este nivel de placer instintivo, es el normal entre niños y adultos
que no han recibido una educación que les haya mostrado una apertura hacia
otros valores superiores. Pero tampoco hay que desechar por completo este
criterio cuando se trata de escoger una diversión, pasatiempo o un tema de
conversación, ya que este nivel es un auténtico criterio que sirve como
orientación en muchos casos de forma legítima. El problema o el error por así
decirlo es cuando se va a los dos extremos, es decir, 1) el uso exclusivo de
este nivel en cualquier situación de la vida, o 2) la eliminación absoluta de este
criterio, como si el placer fuera algo malo. Por el contrario, el placer es un valor
sin duda alguna ya que busca la satisfacción de las necesidades vitales del ser
humano.
2. El Criterio basado en el Súper Yo. Este criterio se reconoce con facilidad ya
que el sujeto se deja orientar rígidamente por ciertas normas o valores que las
autoridades le han inducido desde la infancia. Y como son desde la infancia
esas normas y valores ya forman parte del inconsciente del sujeto y por esa
razón tienen un carácter autoritario, rígido, exagerado. De hecho este tipo de
criterio impide al sujeto de hacer excepciones cuando se encuentra en una
situación dudosa. La orientación que este experimenta ya es mecánica y ni el
mismo puede saber el porqué tener que actuar por necesidad en determinado
sentido o dirección. Existe un gran conflicto entre el primer nivel y el segundo.
Los tres niveles o criterios mencionados anteriormente son los que se podrían
llamar básicos o de uso generalizado. Los que se explicarán a continuación
son de orden superior y mucho más valiosos para la Ética.
3. El Criterio basado en la presión social. Este reside en la absorción de todas las
normas y valores que el medio ambiente o sociedad influyen en el individuo en
forma de "presión social". La guía de conducta dentro de una sociedad es pues
la moda y la propaganda. La presión social es la principal fuente que orienta y
empuja la conducta de las personas cultas. En muchas ocasiones esa
conducta no tiene nada de objetable, pero en muchas ocasiones la gente se
pregunta se un individuo que actuó con cierta conducta, lo hico por
responsabilidad o por simple inercia, y si pudo haber actuado de manera
diferente. Normalmente si confundimos la "obligación" como la "presión social",
pero la verdadera obligación es la que da origen a méritos de carácter ético, o
sea, no es la obligación que proviene del exterior, si no la que tiene que venir
de nuestro interior, la que uno se impone, de una autónoma y en función de los
valores que hemos asimilado. Es por esto que este criterio es muy
generalizado y de escaso valor ético, sin embargo es superior a los otros
criterios debido a que se trata de una orientación consciente (aun que no
siempre en su totalidad). Por ejemplo: una persona usa un determinado tipo de
ropa porque es lo que ve, está de moda o lo que oye en la propagando; en
cambio, no está consciente del origen de las normas y valores inculcados en
su infancia por los cuales puede llegar a ser muy puntual, muy aseado o muy
ahorrativo. Encontramos entonces defectos en los niveles anteriores (Súper Yo
y Legal), los cuales son su rigidez y su falta de adecuación a los casos
singulares, cuyas características particulares no pueden ser tomadas en
cuenta por disposiciones de orden general. Pero no todo es malo, lo fuerte del
nivel Legal es la apertura y su capacidad de difusión de la ley.
4. El Criterio Legal. Este consiste en orientar y dirigir la conducta por medio de
normas y leyes establecidas por terceros en algún código. En cierto aspecto
este tipo de criterio resulta ser muy cómodo, pues uno puede consultar la ley y
decide conforme a ella sin mayor discusión. En atención a dicha ley o conjunto
de normas el individuo está dispuesto a contravenir lo que dicen a sus
instintos, su inconsciencia (Súper Yo) y la presión social. Se puede decir que al
hacer esto se tiene cierta garantía del valor de su conducta, sin embargo, el
apego y la fidelidad a la ley no constituyen la esencia del valor moral. Con esto
podemos decir que pueden llegar a existir verdaderas diferencias entre un
código civil y un código moral, los cuales podrían quedar en una verdadera
contraposición. Por ejemplo puede existir una ley que permita el aborto, pero
sin embargo, el individuo en su código moral no lo permite, y podría regirse por
ese criterio. O también una persona condenada a varios años en prisión
conforme a las leyes de su país, pero es inocente desde el punto de vista de su
propia conciencia moral. Con esto entendemos que existe una enorme
variedad de criterios de orden legal que pueden llegar a originar una verdadera
confusión en la mentalidad de una persona. Pero el hecho de que existan
códigos escritos ofrecen la posibilidad de la amplia difusión de la ley con el
mínimo de distorsión, puede plantearse de manera universal y por tanto
enseñarse y difundirse de generación en generación. No hay que tampoco
apegarnos tanto a este criterio, ya que al apegarnos a este criterio en realidad
nos estamos apegando en exceso a la letra y no al propio espíritu de la ley, es
aquí donde surge el legalismo, que podría ser considerado como la falla
principal de esta ley.
5. El Criterio Axiológico. Este criterio se basa en los valores internamente
percibidos y apreciados como tales, este criterio coincide con lo que se llama
"actuar por propio convencimiento". Con este criterio una persona puede
descubrir algunos valores y los aprecia como tales, en función de esos valores
puede juzgar su situación y orientar su conducta, aún cuando tenga que ir en
contra de las leyes, la presión social y sus costumbres o instintos. Una
propiedad notable de este criterio es la capacidad de eliminar aquellos
conflictos que puedan surgir en los niveles previos y actuar con serenidad y
responsabilidad, pues su conciencia ya no está dividida, sino que elige y actúa
conforme a lo que el percibe como valioso. Por este motivo, su conducta
adquiere un valor ético. El criterio axiológico es el más adecuado para la Ética,
ya que los cuatro niveles anteriores pueden diferir con respecto a lo que la
persona considera valioso en su fuero interior. Sin embargo el criterio
axiológico muestra algunos defectos. El primero es la limitación de los valores
sustentados, una persona normalmente descubre los valores que se practican
en su ambiente, pero nada más, se tiene que hacer uso del Yo Profundo (nivel
6) para ser capaz de vislumbrar un amplio horizonte de valores. El segundo
defecto es su individualismo, este criterio trata de una Ética individual y para
que pueda ser colectiva se tiene que hacer uso nuevamente del Yo profundo.
6. El Criterio basado en el Yo Profundo. Este criterio se caracteriza por que el
sujeto se guía en sus decisiones a partir de la percepción axiológica que se
obtiene durante la captación de su Yo Profundo. El Yo profundo es el núcleo
del ser humano, es la persona, el plano del ser, difiere a lo del plano del tener,
que son las cualidades de la personalidad entre las cuales se encuentran el
estatus, los conocimientos, el inconsciente, el grado de inteligencia y belleza,
etc. El Yo profundo es lo verdaderamente distingue a cada individuo, ya que no
reside en lo que se cree ser y valer. La importancia del Yo profundo destaca
por varias razones:
- Cuando una persona enfoca su Yo Profundo con los otros niveles de
criterios el horizonte axiológico o repertorio de valores se amplía, por lo
tanto, el individuo puede actuar en función de otros valores más profundos,
elevados y comunitarios.
- La captación del Yo Profundo crea un mayor sentido de responsabilidad al
tener una conciencia más clara de su Yo como sujeto y autor de su
conducta.
- También, esta captación permite el descubrimiento de los valores
propiamente humanos, comunitarios y con validez universal.
Con el uso del Yo Profundo, el valor moral de una persona puede quedar
incrementado. Desde el punto de vista práctico es importante tomar la actitud
adecuada para poder captar al Yo Profundo y, con ello, al conjunto de valores que
allí están implicados.
Es importante destacar que debe existir una relación entre los seis criterios de
conducta en la evolución de a cada individuo ya que no es extraño que un bebé se
instale en el criterio de los instintos y un niño de siete años elija conforme al
criterio del Súper Yo, o que un adolescente se oriente principalmente por el criterio
de la presión social y sólo en función de cierta educación es posible saltar a los
tres niveles superiores: la Ley, el Valor y el Yo profundo. Esto no quiere decir que
un adulto tenga que seguir un criterio determinado, lo aconsejable es que dejen
las decisiones importantes a los niveles superiores y las mayorías de sus
orientaciones cotidianas las dejen a cargo de los niveles inferiores. Es por esto
que no debemos quedarnos fijos en un solo nivel, y es recomendable usar la
reflexión para revisar los hechos personales pasados y los criterios utilizados, para
así poder realizar una adecuación a nuestra conducta y que amerite un nivel
superior. La mejor manera de alcanzar estos niveles superiores es la meditación
mediante la cual podemos captar y asimilar los valore superiores y los
comunitarios que influyen en la vida humana.
Concepto de Ética General
Partimos de que la ética es, según Aristóteles, el ethos, costumbre, carácter,
temperamento, hábito, modo de ser. Ética sería, pues, un tratado de los hábitos y
costumbres. La ética elabora hipótesis, propone conceptos y explica categorías
sobre la experiencia moral.
La ética general, o universal, es la rama de la filosofía que versa sobre las
diferentes morales. Ahora bien, la ética profesional es la parte de la ética que se
preocupa de la reflexión sobre el comportamiento del profesional respecto de su
profesión.
Dentro de lo que es la ética general encontramos como deberes fundamentales
del profesional una serie de pautas que abarcaremos, no sin antes definir lo que
se conoce como deberes. Los deberes son exigencias, imposiciones indeclinables,
recaídos sobre las responsabilidades del individuo que mientras mejor los cumple,
más derecho tiene a la feliz convivencia social. Como medio más apropiado para
organizar una verdadera actuación profesional, cada profesional tiene la obligación
de convertirse en medio ejecutor del imperativo categórico de su investidura, por lo
cual es esencial disciplinar sus actuaciones técnicas y científicas, perfeccionar su
carácter y fortalecer su conducta dentro de las normas éticas. Entre los deberes
fundamentales del profesional encontramos:
La honradez: es una cualidad reflexiva al servicio de toda persona respetuosa
de su dignidad. Tiene como fin no engañar ni engañarse a sí mismo.
La honestidad: radica en la confianza y el respeto que la persona o
profesional será capaz de recibir, por comportarse como un elemento
insobornable.
El estudio: este levanta los niveles intelectuales y prepara al hombre a pasar
por la vida conociendo lo útil y provechoso de ella para el fortalecimiento de las
ideas progresistas y el auge de los sistemas modernos.
Independencia: es la autonomía conquistada por la superación científica y
técnica, y el espíritu de libertad que embarga al individuo. Es el actuar por
cuenta propia en el ejercicio de sus actividades. Ser dueño de su propio
destino.
Carácter: es el conjunto de hábitos que forman en el individuo la conducta
superior, la cual lo hace apto para afrontar las contingencias de la vida y con
altura moral decidir lo que debe hacerse rectamente. Además, podría decirse
que es el control de los impulsos y moderador de la voluntad. El profesional de
carácter representa una garantía para los intereses que maneja en su vida
social.
Cortesía: las formas afables en el trato social son etiqueta que siempre debe
llevar el profesional para distinguirse de la gente vulgar o tosca. La palabra
amable, los ademanes moderados y las maneras gentiles son sus elementos
peculiares.
Investigación: es la sistematización de los conocimientos mediante la
investigación científica, constituyendo esto una tarea relevante del profesional.
Se ubica al mismo nivel de los grandes progresos exigidos por la dinámica
social.
Puntualidad: el tiempo tiene un gran valor, tanto para nosotros como para
quienes requieren de nuestra atención y servicios profesionales. En este
aspecto se traduce nuestro valor y respeto por los demás, haciéndonos
distinguir entre aquellos quienes desprecian todo lo que les sea ajeno, como es
en este caso: el tiempo de los demás.
Discreción: significa saber guardar silencio de los casos que se ven y se
hacen, cuando estos ameritan secreto y es un rasgo de altura moral del
individuo. Es la garantía moral accesoria de la personalidad que inspira al
individuo a querer confiar el secreto, seguro de que sabrá solo responder con
el silencio.
Prestigio de la profesión: a nuestro parecer, la profesión en si no es la que
da el prestigio al profesional, sino viceversa, es el profesional que la reviste de
tal cualidad, en cuanto actúa con el cumplimiento del deber impuesto por las
obligaciones propias de la carrera con el empeño de superación, la
potencialidad de la cultura, el revestimiento interior y exterior de dignidad que
debe poseer cada profesional.
Equidad en el cobro de honorarios: las tarifas de los profesionales son una
guía para el cobro de los honorarios, hechas por entes externos a la profesión
más no ajenos a la labor en que incurre el profesional.
El Horizonte Filosófico de la Ética
La Ética al pertenecer a la Filosofía, participa de las características de esta
disciplina y la coloca en un puesto más relevante debido a que le interesa el
estudio de la esencia de los actos humanos, o sea, trata de esclarecer cuáles son
las características propias de todo acto humano, una de ella es la libertad, sin ella
no hay acto humano sino acto del hombre, la condición indispensable de un valor
moral es el acto humano, es decir, un acto ejecutado libremente.
A la Ética también le interesa el estudio de la esencia de los valores y, en
especial del valor moral, tratar de ver en qué consiste un valor, sus propiedades y
los propios de un valor moral.
Lo interesante del carácter filosófico de la Ética es el intento de penetración
hasta la esencia de la bondad de la conducta humana.
En resumidas cuentas estudiar Ética es filosofar sobre los actos humanos, es
investigar las causas supremas de los actos humanos, escudriñar en lo más íntimo
de la conducta del hombre, en la esencia de las operaciones humanas para así,
vislumbrar allí los aspectos de bondad, perfección o valor, que pueden encerrar en
su misma naturaleza y en su calidad de creaciones humanas.
Ética específica del Profesional del derecho
La ética del profesional del derecho se rige por el Código de Ética del Colegio
de Abogados de la República de cada país.
Los deberes esenciales del abogado son: la probidad, independencia,
moderación y la confraternidad. Partimos de que la probidad es la representación
que hace un abogado a nombre de su cliente, la cual debe ser llevada con un alto
nivel de dignidad. La independencia del abogado es propia del perfil de la carrera
porque estamos ante un profesional liberal, que no se encuentra subordinado a un
superior, sino a lo que sus principios y su preparación académica le pauten. La
moderación implica en no incurrir en abusos, es obedecer ciertos parámetros
éticos y morales que le exige su oficio. La confraternidad consiste en no incurrir en
una competencia desleal respecto de sus colegas abogados, respetando la labor
de los demás como la propia.
Debe actuar con dignidad tanto en el ejercicio de su dignidad como en su vida
privada. Debe ser leal y veraz, no deberá aconsejar ningún acto fraudulento
contrario a sus principios.
No deberá olvidar que como auxiliar y servidor de la justicia, su cometido es
defender los derechos de su cliente con diligencia y estricta sujeción a las leyes.
Sus alegatos verbales o escritos deberán ser siempre moderados y precisos,
con una energía adecuada, sin exigencias sino peticiones, solicitudes humildes
pero bien fundadas y con base, tanto legal como en los hechos. Deberá omitir
expresiones sarcásticas o violentas.
Proceso con Ética
Función social del abogado: con el paso del tiempo el Estado comienza a
observar que el resultado del proceso judicial no es extraño al interés, pues en
todo proceso se encuentra la aplicación de la ley, o sea, el respeto de la voluntad
colectiva. La sociedad espera que el abogado sea el sostén de sus instituciones
jurídicas.
La moralidad del abogado no se limita al buen ejemplo sino a la acción, al
cambio. La abogacía tiene implícita la representación de la realidad civil de la
comunidad. Sin embargo, hoy, ciertos abogados se caracterizan por su interés
lucrativo por encima del interés social. Mientras tanto, nosotros creemos que el
abogado debe ser un defensor del bien común y de la justicia, y que así dirija la
conducta de los pueblos hacia la construcción de un orden social conforme a las
condiciones de un ideal más humano, para lo que deberá despojarse de su
egoísmo.
Datos concretos sobre cómo debe ser el profesional del derecho
Los deberes, como imponencias indeclinables que forman parte de la
responsabilidad del individuo.
El abogado debe cultivar sus virtudes profesionales y formación integral
mediante el estudio y el seguimiento de las normas morales. Nos referimos
en este aspecto al estudio y actualización del abogado como ente impulsador
del cambio en la sociedad. Esto lo llevará a proponer soluciones que estén
orientadas al bien en todos los aspectos que sea posible. Esto va de la mano
de su capacidad, talento y experiencia al servicio de la justicia.
Debe ser disciplinado, firme y sensible en su vida profesional y privada.
Debe ser un fiel intérprete de la ley, un guardián y defensor de los principios
jurídicos, de la justicia y la verdad.
Debe ser responsable, puntual, debe ser honesto, veraz, prudente.
Debe ser digno de fiar y de respeto, incapaz de cometer fraude.
En cuanto al cliente, el abogado tiene un compromiso especial con el cliente,
debe actuar con responsabilidad y diligencia. Debe estar atento de los plazos
legales respecto de los actos del procedimiento. Debe comprometerse a poner
todo su esmero, su saber y habilidad para realizar una defensa útil.
Debe adoptar una actitud de servicio. Si por su negligencia pierde una causa es
evidente que con ello comete una injusticia.
La bondad de su papel consiste, sobre todo, en la absoluta separación entre su interés personal y el del cliente, en la independencia desapasionada del juicio que debe conservar frente a su cliente.
Es imperativo por lo tanto fomentar el estudio de la ética, en los niveles donde
nos desenvolvemos como profesionales, para lograr una reflexión homogénea,
sobre el actuar real del profesional en este y cualquier campo.
Sustentada en la doctrina epistemológica del racionalismo J. Hessen (1993),
apunta que todo conocimiento es originado en el pensamiento que es la verdadera
fuente y fundamento del conocimiento humano. No está hablando de la razón de
la forma de buscar explicaciones lógicas y racionales en cada uno de los
fenómenos existentes.
San Agustín, Gaarder (2001), racionalista teológico agrega que el conocimiento
se desprende de la razón humana pero además de la iluminación divina.
Al Igual que el racionalismo, el idealismo dará sus aportes a la interpretación del
mundo ético, ya que uno de sus objetos es la conciencia, donde se podrán
analizar aspectos como imágenes, sentimientos, por lo tanto es subjetivo.
Berkeley, Gaarder (2001), sostiene que los objetos del conocimiento no son
realidades sino entidades ideales y que el sujeto sigue siendo "yo".
Para una mejor comprensión de estos conceptos, se abordará el proceso con
ética, tomando en consideración que las normas son de carácter ideal y que estas
postulan alguna forma de conducirnos. En el derecho se puede decir o describir
una forma para el comportamiento de los abogados (as) (ideal) pero lo real es
como cada uno (a) de ellos se comporte.
Por ejemplo "debo ir a trabajar" esta es una afirmación ideal, pero lo real es
presentarme a trabajar.
O debo realizar por procedimiento, esto es lo ideal y la forma en que yo lo
ejecute es lo real. Paralelamente a esto, está la moral que es un conjunto de
principios rectores internos de la conducta humana que indican cuáles son las
acciones buenas y malas, Beebe. (1981).
De manera que estamos en un momento propicio para que el derecho
reflexione sobre lo anterior ya que existen muchas formas en que nosotros
podamos conducirnos como abogados, pero la clave de todo este proceso es
trabajar de la mano, lo que es razonable e ideal para lograr fortalecer el gremio
mediante respuestas asertivas, por tanto se debe normar la conducta de cualquier
profesión a través de un código.
Justo en este punto es importante mencionar que en este análisis ético solo
estamos tocando el aspecto normativo de la misma.
Adoptando los patrones del conocimiento personal y ético, se podrá llevar a
cabo un esfuerzo más para mejorar el código actual, en estos patrones se tocan
aspectos puntuales como formas del conocimiento espiritual, relaciones de
obligatoriedad, las dimensiones de lo que es bueno, correcto y malo, la
responsabilidad, son aspectos dignos de tomar en cuenta para ser análisis, Carper
(1978).
Justificamos aquí el historicismo como un proceso donde la comprensión de la
ética a nivel internacional ha sido investigada; emanando leyes evolutivas que no
se repiten influenciando con sus resultados el progreso y el conocimiento en cada
profesión experimentando un cambio del empirismo a este historicismo que
también evoluciona a la par de los avances científico-tecnológicos. Si analizamos
casos específicos donde los aspectos éticos y morales estén involucrados nos
daremos cuenta también que es una realidad única para cada caso y que su
historicidad se escribe y se evalúa a partir de cada realidad de los procesos.
El conocimiento se halla fundado en la experiencia, con la frase anterior vemos
la importancia de la razón, es cuando consideramos necesario regresar a los
valores que nos formaron en nuestros hogares y retrotraerlos a través de la
experiencia, para que con nuevos aportes de desarrollo personal podamos
fundamentar mejor nuestros sentimientos morales, es por tanto que la
socialización adecuada y desde lo interno de cada uno de nosotros que se podrá
mejorar el campo de cualquier profesión.
El sujeto de estudio en esta retórica somos todos los profesionales del país y el
objeto es su actuación moral y la transfiguración de las normas a seguir
éticamente hablando.
A través de la reflexión hemos confirmado que el aspecto ético y moral en
nuestra profesión es un desierto, con oasis rescatables que pueden ser pilares
fundamentales para lograr un primer lugar, fortalecer a los profesionales la
aplicación de la educación continua, la investigación participativa.
Por todo lo dicho anteriormente podemos decir que la visualización de los
problemas ético-morales no son individuales sino gremiales de cada profesión.
La Ética Judicial y la Necesidad de Armonizar los Valores presentes en la Función Judicial
Cabe recordar que en el Estado de Derecho al juez se le exige que se esfuerce
por encontrar la solución justa y conforme al Derecho para el caso jurídico que
está bajo su competencia, y que ese poder que ejerce procede de la misma
sociedad que, a través de los mecanismos constitucionales establecidos, lo
escoge para tan trascendente y necesaria función social, con base en haber
acreditado ciertas idoneidades específicas. El poder que se confiere a cada juez
trae consigo determinadas exigencias que serían inapropiadas para el ciudadano
común que ejerce poderes privados; la aceptación de la función judicial lleva
consigo beneficios y ventajas, pero también cargas y desventajas. Desde esa
perspectiva de una sociedad mandante se comprende que el juez no sólo debe
preocuparse por “ser”, según la dignidad propia del poder conferido, sino también
por “parecer”, de manera de no suscitar legítimas dudas en la sociedad acerca del
modo en el que se cumple el servicio judicial. El Derecho ha de orientarse al bien
o al interés general, pero en el ámbito de la función judicial adquieren una especial
importancia ciertos bienes e intereses de los justiciables, de los abogados y de los
demás auxiliares y servidores de la justicia, que necesariamente han de tenerse
en consideración.
La ética judicial debe proponerse y aplicarse desde una lógica ponderativa que
busca un punto razonable de equilibrio entre unos y otros valores: si se quiere,
entre los valores del juez en cuanto ciudadano y en cuanto titular de un poder,
cuyo ejercicio repercute en los bienes e intereses de individuos concretos y de la
sociedad en general.
Las actitudes, como impulsos o estados mentales se fijan también en los
objetos (no solo en las personas que nos rodean). Unos serán austeros y otros
más ostentosos. Y ninguna de las dos cosas es mala o buena, en sí, siempre que
no obstaculicen la obligación que tiene el juez de representar acabadamente
como estándar la independencia y respetabilidad de la justicia.
¿Por qué nos interesan las actitudes? Porque la mayoría de las quejas de la gente
sobre los jueces no se refiere a sus valores sino a sus actitudes y conductas y de
hecho son las que más afectan a las personas del entorno. Las actitudes tienen la
peculiaridad de entrar en un “bucle” peligroso (llamado caja de Betari) y de endurecer
cada vez más a todas las personas que participan en el juego: Mis actitudes influyen
en mis conductas, Mis conductas influyen en tus actitudes y a la larga en tus
conductas; tus conductas influyen de retorno en mis actitudes y la endurecen cada
vez más en un circuito inacabable, por lo cual puede ser prudente un traslado que no
tenga intenciones punitivas.
Un fallo que viola la dignidad humana, es arbitrario, por muy delicado que haya
sido el procedimiento lógico usado por el magistrado y su respeto formal al orden
de prelación de leyes. Así con los demás principios y valores explícita o
implícitamente integrantes del bloque de constitucionalidad.
Alguien podría acaso creer que estos valores solo deben ser utilizados por la
Sala Constitucional, y que las sentencias y fallos interlocutorios de los Tribunales y
Jueces inferiores pueden violar impunemente la dignidad humana, la democracia
representativa y participativa y pluralista?. Por supuesto que no, es absurdo. Y
esto carga sobre el juez, cualquier juez, cualquier Tribunal, una obligación mucho
mayor de la que creemos.
La Ética y la Independencia Judicial:
Para finalizar, la ética y la independencia judicial tienen un correlato que
denominamos responsabilidad judicial. Si otorgamos independencia a los jueces
para imponer su autoridad, es imperioso que esa autoridad sea ejercida con
competencia, con neutralidad y con integridad.
La ley debe ser administrada, y aplicada en las democracias, con
profesionalidad, con imparcialidad, con neutralidad, con integridad y con equidad
para todos los individuos.
Los jueces deben evitar dar la impresión de un actuar incorrecto tanto como la
incorrección misma. Ellos ejercen una autoridad enorme sobre los individuos;
como tales deben ser garantes y protectores de la confianza del ciudadano.
Debemos garantizarles independencia para que puedan alcanzar responsabilidad
en la aplicación de la ley. Pero esa independencia debe acompañarla con el más
alto grado de neutralidad e integridad ética.
El apoyo de la comunidad es fundamental, la confianza de todos nosotros en el
juez y en la organización judicial son fundamentales. Pero ese apoyo y esa
confianza es sólo posible, es sólo alcanzable, cuando los jueces mantienen el
estándar esperado, de neutralidad e integridad ética, en el ejercicio de su alta
función.
Es ese estándar de conducta personal, generalizado y expresado en códigos de
conducta escritos, lo que propugnamos como guía, en el camino de la
construcción de Poderes Judiciales respetables y respetados, para todos nuestros
países.
Existe, por consiguiente, una imperante necesidad de replantear los principios
éticos que informan y forman la profesión del Abogado, como única vía de lograr el
adecentamiento de la Abogacía, así como de todo el sistema de justicia
venezolana en el cual el proceso constituye el instrumento de realización
fundamental tal como lo señala el artículo 257 de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela (CRBV).
Tanto el saliente siglo XX como el recién naciente siglo XXI, se han
caracterizado por los grandes movimientos sociales, ampliadores del desarrollo
espiritual colectivo de la humanidad y ha determinado que la Ciencia del Derecho
se transforme en la misma medida que el contexto social, surgiendo entonces la
prioridad perentoria, para el abogado como conductor social por excelencia que se
retome el estricto cumplimiento del ordenamiento jurídico ético que rige a la
profesión y del cual debe estar en conocimiento desde sus inicios en las aulas
universitarias.
Vemos con preocupación el abandono, tanto particular como colectivo, a que
ha estado sometido el conocimiento, difusión y práctica del ordenamiento jurídico
ético existente para regentar la insigne profesión de la Abogacía en Venezuela,
pues quienes hacemos vida activa en un proceso judicial (partes, jueces,
apoderados, otros) somos abogados.
Es así, como surge la imperiosa necesidad, de alimentar, nutrir e incentivar
desde las escuelas de Derecho y/o Estudios Jurídicos, forjadoras y formadoras del
nuevo Abogado que reclama el país, cátedras de Ética o Deontología Jurídica en
aras de contribuir a la formación integral del alumno y/o profesional, para de esta
forma enaltecer la profesión de señores, la Abogacía, pues a la manera que el
derecho de sufragio debe estar vedada a los mediocres mendigos, no debemos
tomarla como orgullo mezquino y mortificante sino como cuenta de la rudimentaria
dignidad.
La buena o mala ética, la excelente o deficiente preparación del abogado
determinara a ciencia cierta, que el mismo haga de esta noble profesión, un
apostolado o simplemente un medio de hacer dinero y explotación social. Aquí
toma gran importancia los valores y principios formadores e integradores de los
actores en el proceso judicial, a saber:
Los Valores y principios están referidos a las relaciones que fundamentan
los vínculos sujeto-sujeto que se expresan en los valores constituyendo el
referente moral, y sujeto-objeto, respectivamente, que se expresan a través
de los principios, conformando de tal modo un referente ético de soporte
para el cumplimiento de la misión y visión.
Los valores y principios son en última instancia, los medios y fin de la
institución judicial y por ende del proceso judicial a través del cual se
pretende conseguir e impartir justicia como referente ideal.
De acuerdo con los artículos 1 al 9 de la Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, conjuntamente con su preámbulo, y muy
especialmente en los artículos 253 al 261 de la misma, nos encontramos
los valores y principios que deberían estar presentar en todos los actos,
actuaciones y proceso del sistema judicial, a saber: Libertad, justicia, paz,
soberanía, igualdad, solidaridad, democracia, responsabilidad social, ética, cooperación, concurrencia, corresponsabilidad, valoración ética del trabajo y participación activa- consciente, publicidad, imparcialidad,
eficacia, independencia, honestidad, probidad, otros.
Si nos paseamos por el Código de Procedimiento Civil, como norma adjetiva
excelentísima del proceso, aún cuando es preconstitucional, es decir nacida antes
de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, encontramos entre
muchos otros, cuatro artículos que expresan aspectos éticos imperante en los
intervinientes en un proceso judicial, estos son: Artículo 12 referentes a los
deberes del juez en el proceso, principio de verdad procesal y legalidad; articulo 17 referente al principio de lealtad y probidad en el proceso; artículo 170 indicador
de los deberes de lealtad y probidad que tiene las partes en el proceso y el artículo 171 imperativo que constriñe a las parte a actuar con decoro. Como
podemos observar rica es la normativa jurídica pobre la decadente y triste realidad
en cuanto al actuar con ética en el proceso judicial, no generalizamos solo
aclaramos las excepciones de las cuales muchos de nosotros hemos sido
víctimas.
Nunca perdamos el horizonte pues el abogado (del demandante o del
demandado, de la acusación o de la defensa) tiene una parte en el sistema de
justicia, por lo tanto razón tenía Ossorio (1919) cuando afirmaba: en su magnífica
obra: EL ALMA DE LA TOGA lo siguiente: “No procures nunca en los Tribunales
ser más que los Magistrados, pero no consientas ser menos”.
Para culminar con este análisis del proceso con ética, nos parece pertinente
traer a colación lo siguiente:
"Como ser humano soy una especie de antología de contradicciones, de gaffes,
de errores, pero tengo sentido ético. Esto no quiere decir que yo obre mejor que
otros, sino simplemente que trato de obrar bien y no espero castigo ni
recompensa. Que soy, digamos, insignificante, es decir, indigno de dos cosas; el
cielo y el infierno me quedan muy grandes.”
Jorge Luis Borges
CONCLUSION
La eticidad es una de las dimensiones constitutivas del ser humano, ya que es a
través de ella que se descubre, se define y se construye tal como quiere ser. La
búsqueda de la felicidad, de la realización, de la plena humanización es una
dinámica propia pero no automática, sino que depende de la capacidad de sentido
que haya desarrollado la persona.
La “des-moralización” implica el derrumbe de la eticidad personal y social, ya
que sin una fuerza motivacional fuerte no le es posible al ser humano asumir la
tarea de construirse a sí mismo en medio de las vicisitudes y conflictos que la
historia le presenta.
Encontrar un sentido a la vida es encontrarse a sí mismo con sentido, y es de
ahí que surgen las fuerzas motivacionales para asumir la vida como tarea de
realización. No obstante, a la raíz inclusive de la búsqueda de sentido se
encuentra una decisión inicial (de raíz, “radical”), que es la de “vivir” la vida y no
sólo de “sobrevivir” en ella. Se trata de una decisión no sólo racional sino también
emotiva, que se desarrolla no solamente en la dimensión ética de la persona, sino
también en su dimensión espiritual y en la psicoafectiva. Se trata de lo que
podríamos llamar el nivel de la “indignación ética”: es la rebelión interior,
emocional y racional, frente a una realidad social o personal “que no puede ser”.
La persona se descubre implicada de algún modo en esa situación, y al mismo
tiempo percibe con fuerza que dicha situación se configura como algo inaceptable
en una vida digna de ser vivida. Esa rebelión interior puede manifestarse en
formulación religiosa, ética, política, etc., pero en definitiva plantea a la persona un
conflicto vital: o intenta eliminarla de su memoria y hacer como si no ocurriese, o la
enfrenta con todo lo que ello le implica.
Si opta por olvidarla (mediante auto justificaciones, o simplemente mediante
mecanismos de evasión), necesariamente le sobrevendrá un deterioro de su
autoestima moral y una profundización en el proceso de desmoralización. Si, por
el contrario, opta por enfrentarla, se iniciará un proceso de búsqueda de sentido
(¿por qué?), que necesariamente lo involucrará personalmente, y un proceso de
búsqueda de respuestas adecuadas (¿cómo actuar?). Algunas veces será un
proceso doloroso de reformulación de la comprensión de la realidad y de sí
mismo. También, muchas veces será un proceso lento de discernimiento y
asunción de los caminos a recorrer. Pero será sin duda un proceso rico de
desarrollo de sí mismo.
De este modo, la intencionalidad del sujeto no abarca únicamente lo que
pretende del acto singular, ni tampoco solamente lo que pretende con un área
entera de su vida. La intencionalidad del sujeto alcanza en última instancia a su
actitud básica, radical, frente a las situaciones de conflicto ético que debe encarar
en la vida.
Ciertamente, que entre el sentido, la intención, y la objetividad existe una
connaturalidad. En la medida que el ser humano desarrolla su profundidad
humana y/o religiosa en búsqueda de sentido tendrá mucha mayor fuerza
motivacional para actuar con conciencia recta (buena intención), y para enfrentar
las realidades históricas (objetividad).
A su vez, en la medida que el ser humano actúe decidida y sistemáticamente
con buena intención, la propia conciencia se fortalecerá impulsándolo a una mayor
objetividad histórica, y a una mayor profundidad de sentido.
Finalmente, en la medida que la persona sea crítica a la realidad histórica,
rechazando tanto las explicaciones que se le aparecen como obvias así como
aquellas que descubre como interesadas, se irá fortaleciendo la búsqueda de
sentido, y su deseo de rectitud de conciencia. En última instancia, alcanzar el
máximo desarrollo posible de sí mismo y de los demás, en todas sus dimensiones,
es el mayor anhelo de un ser humano y es su tarea ética fundamental.
Ahora bien, después de haber dado un breve análisis de la ética como parte
elemental del ser humano y de su quehacer diario, tenemos presente que lo
esencial desde el punto de vista práctico es el mejoramiento de las normas, pero,
después de todo, esto no garantiza que el comportamiento de cada uno de los
apremiados sea fiable o apropiado a cada situación que enfrenta.
Es importantísimo la socialización de lo que hoy se emprende, ya que cada uno
de los profesionales debe conocer primero por dónde va el proceso ético y en
segundo lugar, con su involucramiento dar sus aportes para lograr una
restauración con amplia participación de todas las personas y por ende tendrá
más valor agregado.
Por lo dicho anteriormente hemos constatado que lo que plantean los textos
legales, el Código de Ética e incluso la propia universidad en donde nos formamos
son la descripción de un profesional ideal, con una probidad extraordinaria, más
que un ejemplo a seguir.
Nuestra intención ha sido la de describir cuáles son los lineamientos que prevén
los distintos textos en esta materia sobre cómo debe comportarse y responder
ante el diario vivir el profesional del derecho para ser considerado como un
auténtico profesional de las ciencias jurídicas.
Los modales también son un toque distintivo en un abogado, son detalles que
dejan huellas enormes en la referencia que cualquier persona pueda tener del
mismo.
El profesional del derecho se debe a sí mismo y a su misión de auxiliar de la
justicia otorgada por la ley, una conducta íntegra y ceñida a los parámetros de lo
moral, de la equidad, desprendimiento de sus propios intereses con tal de
favorecer plenamente aquellos del cliente que son siempre el motivo de su labor.
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