abc - el sueño de los héroes

116

Upload: rafaellu169

Post on 23-Nov-2015

40 views

Category:

Documents


4 download

TRANSCRIPT

  • El Sueo de los Hroes Adolfo Bioy Casares

    Obras Completas Novelas I

    Grupo Editorial

    NORMA Literatura

  • Adolfo Bioy Casares 3 El sueo de los hroes

    I A lo largo de tres das y de tres noches del carnaval de 1927 la vida de Emilio Gauna logr su primera y misteriosa culminacin. Que alguien haya previsto el terrible trmino acordado y, desde lejos, haya alterado el fluir de los acontecimientos, es un punto difcil de resolver. Por cierto, una solucin que sealara a un oscuro demiurgo como autor de los hechos que la pobre y presurosa inteligencia humana vagamente atribuye al destino, ms que una luz nueva aadira un problema nuevo. Lo que Gauna entrevi hacia el final de la tercera noche lleg a ser para l como un ansiado objeto mgico, obtenido y perdido en una prodigiosa aventura. Indagar esa experiencia, recuperarla, fue en los aos inmediatos la conversada tarea que tanto lo desacredit ante los amigos. Los amigos se reunan todas las noches en el caf Platense, en Iber y Avenida del Tejar, y, cuando no los acompaaba el doctor Valerga, maestro y modelo de todos ellos, hablaban de ftbol. Sebastin Valerga, hombre parco en palabras y propenso a la afona, conversaba sobre el turf -"sobre las palpitantes competencias de los circos de antao"-, sobre poltica y sobre coraje. Gauna, de vez en cuando, hubiera comentado los Hudson y los Studebaker, las quinientas millas de Rafaela o el Audax, de Crdoba, pero, como a los otros no les interesaba el tema, deba callarse. Esto le confera una suerte de vida interior. El sbado o el domingo vean jugar a Platense. Algunos domingos, si tenan tiempo, pasaban por la casi marmrea confitera Los Argonautas, con el pretexto de rerse un poco de las muchachas. Gauna acababa de cumplir veintin aos. Tena el pelo oscuro y crespo, los ojos verdosos; era delgado, estrecho de hombros. Haca dos o tres meses que haba llegado al barrio. Su familia era de Tapalqu: pueblo del que recordaba unas calles de arena y la luz de las maanas en que paseaba con un perro llamado Gabriel. Muy chico, haba que-dado hurfano y unos parientes lo llevaron a Villa Urquiza. Ah conoci a Larsen: un muchacho de su misma edad, un poco ms alto, de pelo rojo. Aos despus, Larsen se mud a Saavedra. Gauna siempre haba deseado vivir por su cuenta y no deber favores a nadie. Cuando Larsen le consigui trabajo en el taller de Lambruschini, Gauna tambin se fue a Saavedra y alquil, a medias con su amigo, una pieza a dos cuadras del parque. Larsen le haba presentado a los muchachos y al doctor Valerga. El encuentro con este ltimo lo impresion vivamente. El doctor encarnaba uno de los posibles porvenires, ideales y no credos, a que siempre haba jugado su imaginacin. De la influencia de esta admiracin sobre el destino de Gauna todava no hablaremos. Un sbado, Gauna estaba afeitndose en la barbera de la calle Conde. Massantonio, el peluquero, le habl de un potrillo que iba a correr esa tarde en Palermo. Ganara con toda seguridad y pagara ms de cincuenta pesos por boleto. No jugarle una boleteada fuerte, generosa, era un acto miserable que despus le pesara en el alma a ms de un tacao de esos que no ven ms all de sus narices. Gauna, que nunca haba jugado a las carreras, le dio los treinta y seis pesos que tena: tan machacn y tesonero result el citado Massantonio. Despus el muchacho pidi un lpiz y anot en el revs de un boleto de tranva el nombre del potrillo: Meterico. Esa misma tarde, a las ocho menos cuarto, con la ltima Hora debajo del brazo, Gauna entr en el caf Platense y dijo a los muchachos: -El peluquero Massantonio me ha hecho ganar mil pesos en las carreras. Les propongo que los gastemos juntos. Despleg el diario sobre una mesa y laboriosamente ley: -En la sexta de Palermo gana Meterico. Sport: $ 59,30. Pegoraro no ocult su resentimiento y su incredulidad. Era obeso, de facciones anchas, alegre, impulsivo, ruidoso y -un secreto de nadie ignorado- con las piernas cubiertas de fornculos. Gauna lo mir un momento; luego sac la

  • 4 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    billetera y la entreabri, dejando ver los billetes. Antnez, a quien por la estatura llamaban el Largo Barolo, o el Pasaje, coment: -Es demasiada plata para una noche de borrachera. -El carnaval no dura una noche -sentenci Gauna. Intervino un muchacho que pareca un maniqu de tienda de barrio. Se llamaba Maidana y lo apodaban el Gomina. Aconsej a Gauna que se estableciera por su cuenta. Record el ofrecimiento de un quiosco para la venta de diarios y revistas en una estacin ferroviaria. Aclar: -Tolosa o Tristn Surez, no recuerdo. Un lugar cercano, pero medio muerto. Segn Pegoraro, Gauna deba tomar un departamento en el Barrio Norte y abrir una agencia de colocaciones. -Ah, repantigado frente a una mesa con telfono particular, hacs pasar a los recin llegados. Cada uno te abona cinco pesos. Antnez le propuso que le diera todo el dinero. El se lo entregara a su padre y dentro de un mes Gauna lo recibira multiplicado por cuatro. -La ley del inters compuesto -dijo. -Ya sobrar tiempo para ahorrar y sacrificarse -respondi Gauna-. Esta vez nos divertiremos todos. Lo apoy Larsen. Entonces Antnez sugiri: -Consultemos al doctor. Nadie se atrevi a contradecirlo. Gauna pag otra "vuelta" de vermut, brindaron por tiempos mejores y se encaminaron a la casa del doctor Valerga. Ya en la calle, con esa voz entonada y llorosa que, aos despus, le granjeara cierto renombre en kermeses y en beneficios, Antnez cant La copa del olvido. Gauna, con amistosa envidia, reflexion que Antnez encontraba siempre el tango adecuado a las circunstancias. Haba sido un da caluroso y la gente estaba agrupada en las puertas, conversando. Francamente inspirado, Antnez cantaba a gritos. Gauna tuvo la extraa impresin de verse pasar con los muchachos, entre la desaprobacin y el rencor de los vecinos, y sinti alguna alegra, algn orgullo. Mir los rboles, el follaje inmvil en el cielo crepuscular y violceo. Larsen code, levemente, al cantor. ste call. Faltara poco ms de cincuenta metros para llegar a la casa del doctor Valerga. Abri la puerta, como siempre, el mismo doctor. Era un hombre corpulento, de rostro amplio, rasurado, cobrizo, notablemente inexpresivo; sin embargo, al rer -hundiendo la mandbula, mostrando los dientes superiores y la lengua- tomaba una expresin de blandsima, casi afeminada mansedumbre. Entre los hombros y la cintura, la extensin del cuerpo, un poco prominente a la altura del estmago, era extraordinaria. Se mova con cierta pesadez, cargada de fuerzas, y pareca empujar algo. Los dej entrar, sucesiva-mente, mirando a cada uno en la cara. Esto asombr a Gauna, porque haba bastante luz, y el doctor deba saber, desde el primer momento, quines eran. La casa era baja. El doctor los condujo por un zagun lateral, a travs de una sala, que haba sido patio, hasta un escritorio, con dos balcones sobre la calle. Colgaban de las paredes numerosas fotografas de gente comiendo en restaurantes o bajo enramadas o rodeando asadores, y dos solemnes retratos: uno del doctor Luna, vicepresidente de la Repblica, y otro del mismo doctor Valerga. La casa daba la impresin de aseo, de pobreza y de alguna dignidad. El doctor, con evidente cortesa, les pidi que se sentaran. -A qu debo tanto honor? -interrog. Gauna no contest en seguida, porque le pareci descubrir en el tono una sorna velada y, para l, misteriosa. Se apresur Larsen a balbucir algo, pero el doctor se retir. Nerviosamente, los muchachos se movieron en sus sillas. Gauna pregunt: -Quin es la mujer? La vea a travs de la sala, a travs de un patio. Estaba cubierta de telas negras, sentada en una silla muy baja, cosiendo. Era vieja. Gauna tuvo la impresin de que no le haban odo. Al rato, Maidana contest, como despertando: -Es la criada del doctor.

  • Adolfo Bioy Casares 5 El sueo de los hroes

    Trajo ste en una bandejita tres botellas de cerveza y algunas copas. Puso la bandejita sobre el escritorio y sirvi. Alguien quiso hablar, pero el doctor lo oblig a callarse. Los mortific un rato con protestas de que era una reunin importante y que deba hablar la persona debidamente comisionada. Todos miraron a Gauna. Por fin, ste se atrevi a decir: -Gan mil pesos en las carreras y creo que lo mejor es gastarlos en estas fiestas, divirtindonos juntos. El doctor lo mir inexpresivamente. Gauna pens: "Lo ofend, con mi precipitacin". Agreg, sin embargo: -Espero que quiera honrarnos con su compaa. -No trabajo en un circo, para tener compaa-respondi el doctor, sonriendo; despus agreg con seriedad-: Me parece muy bien, mi amigo. Con la plata del juego hay que ser generoso. La reunin perdi la tirantez. Todos fueron a la cocina y volvieron con una fuente de carne fra y con nuevas botellas de cerveza. Despus de comer y beber consiguieron que el doctor contara ancdotas. El doctor sac del bolsillo un pequeo cortaplumas de ncar y empez a limpiarse las uas. -Hablando de juego -dijo-, ahora me acuerdo de una noche, all por el veintiuno, que me invit a su escritorio el gordo Maneglia. Ustedes lo vean, tan gordo y tan tembloroso, y quin iba decirles que ese hombre fuera delicado, una dama, con los naipes? De ser envidioso no me reputo -declar mirando agresivamente a cada uno de los circunstantes- pero siempre lo envidi a Maneglia. Todava hoy me pasmo si pienso en las cosas que ese finado haca con las manos, mientras ustedes abran la boca. Pero es intil, una maanita se le asent el roco y antes de veinticuatro horas se lo llevaba la pulmona doble. "Aquella noche habamos cenado juntos y el gordo me pidi que lo acompaara hasta su escritorio, donde unos amigos lo esperaban para jugar al truco. Yo no saba que el gordo tuviera escritorio, ni ocupacin conocida, pero como los calores apretaban y habamos comido bastante, me pareci conveniente ventilarme un poco antes de tirarme en el catre. Me asombr que se aviniera a caminar, sobre todo cuando vi cmo se le atajaba el resuello, pero todava no me haba dado pruebas de ser tacao y aficionado al dinero. Pero ms me asombr cuando lo vi meterse por el portn de una cochera. Se detuvo y, sin mirarme, dijo: `Aqu estamos no entra?'. Yo siempre he sentido asco por las cosas de la muerte, as que entr achicado, a disgusto, entre esa doble fila de ca-rrozas fnebres. Subimos por una escalera de caracol y nos encontramos en el escritorio del gordo. All lo esperaban, entre humo de cigarrillos, los amigos. Les mentira si les dijera qu cara tenan. O mejor dicho: me acuerdo que eran dos y que uno tena la cara quemada, como una sola cicatriz, si ustedes me entienden. Le dijeron a Maneglia que un tercero -lo nombraron, pero no puse atencin- no poda venir. Maneglia no pareci asombrarse y me pidi que reemplazara al ausente. Sin esperar mi respuesta, el gordo abri un roperito de pinotea, trajo los naipes y los dej sobre la mesa; despus busc un pan y dos tarros amarillos de dulce de leche; en uno haba garbanzos para tantear y en el otro dulce de leche. Tiramos a reyes, pero comprend que eso no tena importancia; cualquiera que fuera mi compaero iba a ser compaero del gordo. "La suerte, al principio, estaba indecisa. Cuando llamaba el telfono, el gordo tardaba en atenderlo. Explicaba: `Para no hablar con la boca llena'. Era una cosa notoria lo que ese hombre coma de pan y dulce. Cuando colgaba el tubo, se levantaba pesadamente y abra una ventanita endeble que daba sobre las caballerizas y por lo comn gritaba: `Altar completo. Atad de cuarenta pesos'. Daba las medidas y el nombre de la calle y el nmero. La gran mayora de los atades era de cuarenta pesos. Recuerdo que por la ventanita entraban emanaciones verdaderamente fuertes de olor a pasto y de olor a amonaco. "Puedo asegurarles que el gordo me dio una interesante leccin de ligereza de manos. Hacia la medianoche empec a perder de veras. Comprend que las perspectivas no eran favorables, como dicen los chacareros, y que tena que sobreponerme. Ese lugar tan fnebre medio me desanimaba. Pero el gordo haba cantado tantas flores sin que yo

  • 6 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    encontrara calce para la menor protesta, que me disgust. Ya estaban ganndome otro chico esos tramposos, cuando el gordo dio vuelta sus cartas -un as, un cuatro y un cinco- y grit: `Flor de espadas'. `Flor de tajo', le contest, y tomando el as se lo pas de filo por la cara. El gordo sangr a borbotones y salpic todo. Hasta el pan y el dulce de leche quedaron colorados. Yo junt despacio el dinero que haba sobre la mesa y me lo guard en el bolsillo. Despus agarr un manotn de naipes y le enjugu la sangre al gordo, refregndoselos por la trompa. Sal tranquilamente y nadie me cerr el paso. El finado me calumni una vez ante conocidos, diciendo que abajo del naipe yo tena el cortaplumas. El pobre Maneglia crea que todos eran tan ligeros de manos como l."

  • Adolfo Bioy Casares 7 El sueo de los hroes

    II No es verdad que los muchachos dudaran, siquiera alguna vez, del doctor Valerga. Comprendan que los tiempos haban cambiado. Si llegaba a presentarse la ocasin, el doctor no los defraudara; sarcsticamente podra insinuarse que ellos, temerosos de que el inesperado azar de la violencia los convirtiera en vctimas, diferan y evitaban esa ocasin anhelada. Quiz Larsen y Gauna, en alguna confidencia a la que despus no aludiran, haban sugerido que la facilidad del doctor para contar ancdotas no deba interpretarse en detrimento de su carcter; en los tiempos actuales, el inevitable destino de los valientes era rememorar hazaas pretritas. Si alguien pregunta por qu este fcil narrador de su vida tena fama de taciturno y de callado, le contestaremos que tal vez fuera una cuestin de voz o de tono y le pediremos que recuerde los hombres irnicos que ha conocido; convendr con nosotros que en muchos casos la irona en la boca, en los ojos y en la voz era ms fina que en las mismas palabras. Para Gauna la discusin del coraje del doctor tena alusiones y ecos secretos. Gauna pensaba: "Larsen recuerda la vez que cruc la calle para no pelear con el chico de la planchadora. O la vez que vino a casa el ranita Vaisman -realmente pareca una rana- acompaado de Fernando Fonseca. Yo tendra seis o siete aos; haca poco que haba lle-gado a Villa Urquiza. A Fernandito casi lo admiraba; por Vaisman senta algn afecto. Vaisman entr solo en la casa. Me dijo que Fernandito le haba contado que yo hablaba mal de l, y vena a pelearme. Yo me dej impresionar mucho por la traicin y por las mentiras de Fernandito y no quise pelear. Cuando lo acompa a Vaisman hasta la puerta, Fernandito me haca morisquetas desde atrs de los rboles. A los pocos das Larsen lo encontr en un baldo; hablaron de m, y al rato los muchachos lo vieron a Fernandito colgado de la mano de una vecina, sangrando por la nariz, llorando y rengueando. Tal vez Larsen recuerde mi sptimo cumpleaos. Yo estaba muy convencido de la importancia de cumplir siete aos y acept boxear con un muchacho ms grande. El otro no quera lastimarme y la pelea dur mucho; todo iba muy bien hasta que sent impaciencia; tal vez me pregunt cmo acabara eso; lo cierto es que me tir al suelo y empec a llorar. Tal vez Larsen recuerde aquel domingo que pele con el negro Martelli. Era mulato, pecoso y entre las rodillas y la cintura se ensanchaba apreciablemente. Mientras yo le daba muchos golpes cortos en la cintura me pregunt cmo haca para golpear tan fuerte. Durante unos segundos cre que hablaba en serio, pero despus vi que en esos labios, por fuera celestes y por dentro rosados como carne cruda, haba una sonrisa repugnante". Larsen recordaba una tarde que apareci un perro rabioso y que Gauna lo mantuvo a raya con un palo, hasta que l y los dems muchachos huyeron. Larsen recordaba tambin una noche que durmi en casa de Gauna. Estaban solos con la ta de Gauna y poco antes de amanecer entraron ladrones. La ta y l estaban ofuscados por el susto, pero Gauna hizo un ruido con la silla y dijo: "Tom el revlver, to", como si su to estuviera ah; luego se asom al patio tranquilamente. Larsen vio desde el fondo de la habitacin un rayo de linterna alumbrando hacia el cielo, por arriba de la tapia, y vio abajo a Gauna, inerme, nfimo, huesudo: la imagen del valor. Larsen crea saber que su amigo era valeroso. Gauna pensaba que Larsen viva medio acobardado pero que, llegada la ocasin, hara frente a cualquiera; de s mismo pensaba que poda disponer, con indiferencia, de su vida; que si alguien le peda que la jugaran a los dados, al agitar el cubilete no tendra ni muchas dudas ni muchos temores, pero senta una repulsin de golpear con sus puos; quiz tema que los golpes fueran dbiles y que la gente se riera de l; o quiz, como despus le explicara el brujo Taboada, cuando senta una voluntad hostil se impacientaba irreprimiblemente y quera

  • 8 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    entregarse. Pensaba que sta era una explicacin verosmil, pero tema que la verdadera fuera otra. Ahora no tena fama de cobarde. Viva entre aspirantes a guapo y no tena fama de achicarse. Pero es verdad que ahora casi todas las peleas se resolvan con palabras; en el ftbol hubo algunos incidentes: asunto de tirarse botellas o pedradas o de pelear indiscriminadamente, en montn. Ahora el valor era cuestin de aplomo. Cuando uno era chico uno se pona a prueba. Para l, el resultado de la prueba haba sido que era cobarde.

  • Adolfo Bioy Casares 9 El sueo de los hroes

    III Aquella noche, despus de contar otras ancdotas, el doctor los acompa hasta la puerta. -Maana nos encontramos aqu a las seis y media? -inquiri Gauna. -A las seis y media empieza la seccin vermut -sentenci Valerga. Los muchachos se alejaron en silencio. Entraron en el Platense y pidieron caas. Gauna reflexion en voz alta: -Tengo que invitar al peluquero Massantonio. -Debiste consultar con el doctor -afirm Antnez. -Ahora no podemos volver -dijo Maidana-. Va a pensar que le tenemos miedo. -Si no lo consultan, se enoja. Es mi opinin -insisti Antnez. -No importa lo que piense -aventur Larsen-. Pero imaginate cmo se va a poner si ahora lo molestamos para pedirle ese permiso. -No es pedirle permiso -dijo Antnez. -Que Gauna vaya solo -aconsej Pegoraro. Gauna declar: -Tenemos que invitar a Massantonio -puso unas monedas sobre la mesa y se levant- aunque haya que sacarlo de la cama. La perspectiva de sacar de la cama al peluquero sedujo a todos. Olvidando al doctor y a los escrpulos que haban sentido por no consultarlo, se preguntaron cmo dormira el peluquero e hicieron planes para entretener a la seora mientras Gauna hablaba con el marido. En la exaltacin de los proyectos, los muchachos caminaron rpidamente y se distanciaron de Larsen y de Gauna. Estos, como de acuerdo, se pusieron a orinar en la calle. Gauna record otras noches, en otros barrios, en que tambin, sobre el asfalto, a la luz de la luna, haban orinado juntos; pens que una amistad como la de ellos era la mayor dulzura para la vida del hombre. Frente a la casa donde viva el peluquero, los muchachos los esperaban. Larsen dijo con autoridad: -Mejor que Gauna entre solo. Gauna atraves el primer patio; un perrito lanudo y amarillento, que estaba atado a un picaporte, ladr un poco; Gauna prosigui su camino y en el corredor de la izquierda, a continuacin del segundo patio, se detuvo frente a una puerta. Golpe, primero tmida-mente, despus con decisin. La puerta se entreabri. Asom la cabeza Massantonio, sooliento, ligeramente ms calvo que de costumbre. -Aqu he venido para invitarlo -dijo Gauna, pero se interrumpi porque el peluquero parpadeaba mucho-. Aqu he venido para invitarlo -el tono era lento y corts; alguien podra sugerir que soando una ntima y apenas perceptible fantasa alcohlica el joven Gauna se converta en el viejo Valerga- para que nos ayude, a los muchachos y a m, a gastar los mil pesos que me hizo ganar a las carreras. El peluquero segua sin entender. Gauna explic: -Maana a las seis lo esperamos en casa del doctor Valerga. Despus saldremos a cenar juntos. El peluquero, ya ms despierto, lo escuchaba con una desconfianza que trataba de ocultar. Gauna no la perciba y, cortsmente, pesadamente, insista en su invitacin. Massantonio implor: -S, pero la seora. No puedo dejarla. -Qu ms quiere que la deje un rato -contest Gauna, inconsciente de su impertinencia.

  • 10 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    Entrevi frazadas y almohadas -no sbanas- de una cama en desorden; entrevi tambin un mechn dorado de la seora, y un brazo desnudo.

  • Adolfo Bioy Casares 11 El sueo de los hroes

    IV A la maana siguiente Larsen amaneci con dolor de garganta; a la tarde tena gripe. Gauna haba propuesto a los muchachos "postergar la salida para mejor oportunidad"; pero, al notar la contrariedad que provocaba, no insisti. Sentado sobre un cajoncito de madera blanca, ahora escuchaba a su amigo. Este, en mangas de camiseta, envuelto en una frazada, sobre un colchn a rayas, apoyada la cabeza en una almohada muy baja, le deca: -Anoche, cuando me tir en esta cama, ya sospechaba algo; hoy, a cada hora que pasaba, me senta peor. Toda la maana estuve mortificndome con la idea de no poder salir con ustedes, de que a la noche me volteara la fiebre. A las dos de la tarde ya era un hecho. Mientras oa las explicaciones, Gauna pensaba con afecto en la manera de ser de Larsen, tan diferente de la suya. -La encargada me recomienda grgaras de sal -declar Larsen-. Mi madre fue siempre gran partidaria de las de t. Me gustara or tu opinin al respecto. Pero no creas que estoy inactivo. Ya me lanc al ataque con un Fucus. Por cierto que si consulto al brujo Taboada -que sabe ms que algunos doctores con diploma- tira todos estos remedios y me hace pasar una semana comiendo tanto limn que de pensarlo me da ictericia. Hablar de gripe y de las tcticas para combatirla, casi lo conciliaba con su destino, casi lo animaba. -Con tal que no te contagie -dijo Larsen. -Vos todava cres en esas cosas. -Y, che, la pieza no es grande. Menos mal que esta noche no dormirs aqu. -Los muchachos se mueren si dejamos la salida para maana. No creas que les entusias-ma salir; les asusta comunicar a Valerga la postergacin. -No es para menos -la voz de Larsen cambi de tono-. Antes de que me olvide cunto ganaste en las carreras? -Lo que dije. Mil pesos. Ms exactamente: mil sesenta y ocho pesos con treinta centavos. Los sesenta y ocho pesos con treinta centavos quedaron para Massantonio, que me pas el dato. Gauna consult el reloj; agreg despus: -Ya es hora de irme. Es una lstima que no vengas. -Bueno, Emilito -contest Larsen persuasivamente-. No bebas demasiado. -Si supieras cmo me gusta, sabras que tengo voluntad y no me trataras como a un borracho.

  • 12 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    V Y cuando vio llegar al peluquero Massantonio, el doctor Valerga no hizo cuestin. Gauna ntimamente le agradeci esa prueba de tolerancia; por su parte comprenda el error de haber invitado al peluquero. Porque salan con Valerga, no se disfrazaron. Entre ellos -con el doctor no aventuraban opinin alguna sobre el asunto- afectaban estar muy por encima de tanta pantomima y despreciar a las pobres mscaras. Valerga traa pantaln a rayas y saco oscuro; a diferencia de los muchachos, no llevaba pauelo al cuello. Gauna pens que si despus de las fiestas le sobraba un poco de plata comprara un pantaln a rayas. Maidana (o tal vez Pegoraro) propuso que empezaran por el corso de Villa Urquiza. Gauna respondi que era del barrio y que por all todo el mundo lo conoca. Nadie insisti. Valerga dijo que fueran a Villa Devoto, "total", agreg, "todos acabaremos ah" (alusin, muy celebrada, a la crcel de ese barrio). Con el mejor nimo se dirigieron a la estacin Saavedra. El tren estaba lleno de mscaras. Los muchachos protestaron, visiblemente disgustados. Movido por estas protestas, Valerga se mostr conciliador. Apenas empaaba la alegra de Gauna el temor de que alguna mscara pretendiera rerse del doctor o de que Massantonio lo enojara con su timidez. Por Colegiales y La Paternal llegaron a Villa Devoto (o a "Villa", como deca Maidana). Estuvieron en el corso; el doctor opin que ese ao el carnaval era menos animado y cont ancdotas de los carnavales de su mocedad. Entraron en el club Os Mininos. Los muchachos bailaron. Valerga, el peluquero (muy avergonzado, muy molesto) y Gauna se quedaron en la mesa, conversando. El doctor habl de campaas electorales y de reuniones hpicas. Gauna sinti una suerte de culpable responsabilidad hacia el doctor y hacia Massantonio y un poco de rencor hacia Massantonio. Salieron a refrescarse por la solitaria plaza Arenales y, despus, frente al club Villa Devoto, los ocup un breve y confuso incidente con personas que estaban del otro lado del alambre tejido. Cuando el calor se hizo ms intolerable apareci una murga francamente ruidosa y molesta. La formaban unos pocos individuos, que parecan muchos, con bombos, con tambores y con platillos, con narices rojas, con las caras tiznadas de negro, con mamelucos negros. Afnicamente gritaban:

    Por fin lleg la murga Los Chicos Musicantes. Si nos pagan la copa. Nos vamos al instante.

    Gauna llam una victoria. A pesar de las protestas del cochero y de los ofrecimientos de retirarse, que repeta Massantonio, subieron los seis al coche. En el pescante, al lado del cochero, se sent Pegoraro; atrs, en el asiento principal, Valerga, Massantonio y Gauna y, en el estrapontn, Antnez y Maidana. Valerga orden al cochero: "A Rivadavia y a Villa Luro". Massantonio trat de arrojarse del coche. Todos queran verse libres de l, pero no lo dejaron bajar. A lo largo del camino encontraron ms de un corso, los siguieron y los dejaron; entraron en almacenes y en otros establecimientos. Massantonio, bromeando angustiosamente, asegur que si no regresaba en seguida, la seora lo matara a palos. En Villa Luro hubo un incidente con un chico perdido; el doctor Valerga le regal un pomo de la marca Bellas Porteas y despus lo llev a la comisara o a la casa de los padres. Eso era, por lo menos, lo que Gauna crea recordar.

  • Adolfo Bioy Casares 13 El sueo de los hroes

    Pasadas las tres, dejaron Villa Luro. Prosiguieron con el coche hacia Flores y, luego, hacia Nueva Pompeya. Ahora Antnez iba en el pescante; melosamente cantaba Noche de Reyes. A toda esta parte del trayecto, Gauna la recordaba confusamente. Alguien dijo que, arriba, Antnez estaba atareado y que el cochero lloraba. Del caballo tena imgenes caprichosas, pero vvidas (esto es extrao, porque l estaba sentado en la parte de atrs de la victoria). Lo recordaba muy grande y muy anguloso, oscuro por el sudor, vacilando, con las patas abiertas, o lo oa gritar como una persona (esto ltimo, sin duda, lo haba soado); o le vea solamente las orejas y el testuz, y senta una inexplicable compasin. Despus, en un descampado, en un momento lila y casi abstracto por anticipaciones del alba, hubo un gran jbilo. l mismo grit que sujetaran a Massantonio y Antnez descarg su revlver en el aire. Finalmente llegaron a pie a una quinta de un amigo del doctor. Los recibieron manadas de perros y despus una seora ms agresiva que los perros. El dueo estaba ausente. La seora no quera que pasaran. Massantonio, hablando solo, explicaba que l no poda trasnochar, porque se levantaba temprano. Valerga los distribuy por los cuartos de la casa. Cmo pasaron de ah a otra parte era un misterio; Gauna recordaba el despertar en un rancho de lata; su dolor de cabeza; el viaje en un carro muy sucio y despus en un tranva; una tarde y una luz muy claras en un corraln de Barracas, donde jugaron a las bochas; la observacin de que Massantonio haba desaparecido, que l escuch con sorpresa y en seguida olvid; la noche en un prostbulo de la calle Osvaldo Cruz, donde al or el Claro de luna que toc un violinista ciego sinti un gran arrepentimiento por haber descuidado su instruccin y el deseo de fraternizar con todos los presentes, desdeando -como dijo en voz alta- las pequeeces individuales y exaltando las aspiraciones generosas. Despus se haba sentido muy cansado. Haban caminado bajo un aguacero. Haban entrado, para reaccionar, en una casa de baos turcos. (Sin embargo, ahora vea imgenes del aguacero en la quema de basura del Baado de Flores y en las barandas sucias del carro.) De la casa de baos recordaba una especie de manicura, con la cara pintada y con batn, que hablaba seriamente con un desconocido, y una maana interminable, borrosa y feliz. Recordaba, tambin, haber caminado por la calle Per, huyendo de la polica, con las piernas flojas y la mente despejada; haber entrado en un cinematgrafo; haber almorzado, a las cinco de la tarde, con mucha hambre, entre los billares de un caf de la Avenida de Mayo; haber participado, sentados en la capota de un taxmetro, en los corsos del centro; haber asistido a una funcin del Cosmopolita, creyendo que estaban en el Batacln. Contrataron un segundo taxmetro, lleno de espejitos y con un diablo colgando. Gauna se sinti muy seguro cuando orden al chofer que fuera a Palermo, y muy orgulloso cuando oy que deca Valerga: "Parecen la sombra de ustedes, muchachos, pero Gauna y este viejo siguen con nimo". A la entrada del Armenonville tuvieron una colisin con un Lincoln particular. Del Lincoln bajaron cuatro muchachitos y una muchacha, una mscara. Si no hubiera intervenido Valerga, los muchachitos hubieran peleado con el chofer del taxmetro; como el hombre no se mostr agradecido, Valerga le dijo unas palabras adecuadas. Gauna trat de contar las veces que se haba emborrachado desde el domingo a la tar-de. Nunca haba sentido tanto dolor de cabeza ni tanto cansancio. Entraron en un saln "grande como La Prensa" -explic Gauna- "o como el hall de Retiro, pero sin el modelo de locomotora que usted pone diez centavos y lo ve andar". Estaba ese local muy iluminado, con guas de gallardetes, banderitas y globos de colores, con palos y cortinas, con gente ruidosa y msica a toda orquesta. Gauna se agarr la cabeza con las manos y cerr los ojos; crey que iba a gritar de dolor. Al rato se encontr hablando con la mscara que haban trado los muchachitos. Llevaba antifaz, estaba disfrazada de domin. No se haba fijado si era rubia o morena, pero al lado de esa mscara se haba sentido contento (con la cabeza milagrosamente aliviada) y desde esa noche haba pensado muchas veces en ella. Al rato volvieron los muchachitos del Lincoln. Cuando los recordaba tena la impresin de estar soando. Haba uno que pareca prcer del libro de Grosso, con la cara increble-mente delgada. Otro era muy alto y muy plido, como hecho de miga; otro era rubio, tambin plido, y cabezn; otro tena las piernas cambadas, como jockey. Este ltimo le

  • 14 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    pregunt "quin es usted para robamos la mscara" y antes de acabar de hablar se puso en guardia, como boxeador. Gauna palp su cuchillito, en el cinto. Aquello fue como una pelea de perros: los dos se distrajeron muy pronto. En algn momento Gauna oy hablar a Valerga, en tono persuasivo y paternal. Despus se encontr muy feliz, mir a su alrededor y dijo a su compaera: "Parece que estamos de nuevo solos". Bailaron. En medio del baile perdi a la mscara. Volvi a la mesa: all estaban Valerga y los muchachos. Valerga propuso una vuelta por los lagos "para refrescarnos un poco y no acabar en la seccional". Levant los ojos y vio, junto al mostrador del bar, a la mscara y al muchachito rubio. Porque en ese momento sinti despecho, acept la propuesta de Valerga. Antnez seal una botella de champagne empezada. Llenaron las copas y bebieron. Despus los recuerdos se deforman y se confunden. La mscara haba desaparecido. l preguntaba por ella; no le contestaron o procuraban calmarlo con evasivas, como si estuviera enfermo. No estaba enfermo. Estaba cansado (al principio, perdido en la inmensidad de su cansancio, pesado y abierto como el fondo del mar; finalmente, en el remoto corazn de su cansancio, recogido, casi feliz). Se encontr luego entre rboles, rodeado por gente, atento al inestable y mercurial reflejo de la luna en su cuchillo, inspirado, peleando con Valerga, por cuestiones de dinero. (Esto es absurdo: qu cuestin de dinero poda haber entre ellos?). Abri los ojos. Ahora el reflejo apareca y desapareca, entre las tablas del piso. Adivinaba que afuera, tal vez muy cerca, brillaba impetuosamente la maana. En los ojos, en la nuca, senta un dolor denso y profundo. Estaba en la oscuridad, en un catre, en un cuarto de madera. Haba olor a yerba. Abajo, entre las tablas del piso -como si la casa estuviera al revs y el piso fuera el techo- vea lneas de luz solar y un cielo oscuro y verde, como una botella. Por momentos, las lneas se ensanchaban, apareca un stano de luz y un vaivn en el fondo verde. Era agua. Entr un hombre. Gauna le pregunt dnde estaba. -No sabs? -le replicaron-. En el embarcadero del lago de Palermo. El hombre le ceb unos mates y paternalmente le arregl la almohada. Se llamaba Santiago. Era corpulento, de unos cuarenta y tantos aos de edad, rubio, de piel cobriza, con la mirada bondadosa, el bigote recortado y una cicatriz en el mentn. Llevaba una tricota azul, con mangas. -Cuando volv anoche te encontr en el catre. El Mudo te cuidaba. Para m que alguien debi de traerte. -No -contest Gauna, sacudiendo la cabeza-. Me encontraron en el bosque. Sacudir la cabeza lo mare. Se durmi casi en seguida. Al despertar oy una voz de mujer. Le pareci reconocerla. Se levant: entonces o mucho despus, no poda precisarlo. Cada movimiento repercuta dolorosamente en su cabeza. En la deslumbrante claridad de afuera vio, de espaldas, a una muchacha. Se apoy en el marco de la puerta. Quera ver el rostro de esa muchacha. Quera verlo porque estaba seguro de que era la hija del Brujo Taboada. Se haba equivocado. No la conoca. Deba de ser de profesin lavandera, porque haba recogido del suelo una bandeja de mimbre. Gauna sinti, muy cerca de la cara, una suerte de ladridos roncos. Entrecerrando los ojos, se volvi. El que ladraba era un hombre parecido a Santiago, pero ms ancho, ms oscuro y con la cara rasurada. Llevaba una tricota gris, muy vieja, y unos pantalones azules. -Qu quiere? -pregunt Gauna. Cada palabra pronunciada era como un enorme animal que, al moverse dentro de su crneo, amenazara con partirlo. El hombre volvi a emitir sonidos torpes y roncos. Gauna comprendi que era el Mudo. Comprendi que el Mudo quera que l volviera al catre. Entr y se acost de nuevo. Cuando despert se encontr bastante aliviado. Santiago y el Mudo estaban en el cuarto. Con Santiago convers amistosamente. Hablaron de ftbol. Santiago y el Mudo haban sido cancheros de un club. Gauna habl de la quinta divisin de Urquiza, a la que ascendi de la calle, al cumplir once aos. -Una vez -dijo Gauna- jugamos contra los chicos del club KDT. -Y cmo les ganaron, los de KDT! -ponder Santiago.

  • Adolfo Bioy Casares 15 El sueo de los hroes

    -Qu van a ganar -contest Gauna-. Si cuando ellos metieron su nico gol, nosotros ya les habamos puesto cinco adentro. -El Mudo y yo trabajamos en KDT ramos cancheros. -No cuente! Y quin le dice que no nos vimos aquella tarde? -Es claro. Es a lo que iba. Se acuerda del vestuario? -Cmo no me voy a acordar? Una casita de madera, a la izquierda, entre las canchas de tenis. -Pero s, hombre. Ah mismo vivamos con el Mudo. La posibilidad de que se hubieran visto en aquel entonces y la confirmacin de que tenan algunos recuerdos comunes sobre la topografa del extinto club KDT y sobre la casita del vestuario alent la clida llama de esa amistad incipiente. Gauna habl de Larsen y de cmo se haban mudado a Saavedra. -Ahora soy hombre de Platense - declar. -No es mal equipo -contest Santiago-. Pero yo, como deca Aldini, prefiero a Excursionistas. Santiago pas a contar cmo quedaron sin trabajo y cmo despus consiguieron la concesin del lago. Santiago y el Mudo parecan marinos; dos viejos lobos de mar. Acaso debieran el aspecto al oficio de alquilar botes; acaso a las tricotas y a los pantalones azules. Las dos ventanas de la casa estaban rodeadas por sendos salvavidas. De las paredes colgaban cinco retratos: Humberto Primo; unos novios; el equipo argentino de ftbol que, en las Olimpadas, perdi contra los uruguayos; el equipo de Excursionistas (en colores, recortado de El Grfico) y sobre el catre del Mudo, el Mudo. Gauna se incorpor. -Ya estoy mejor -dijo-. Creo que podr irme. -No hay apuro -asegur Santiago. El Mudo ceb unos mates. Santiago pregunt: -Qu hacas en el bosque, cuando el Mudo te encontr? -Si yo lo supiera -contest Gauna.

  • 16 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    VI Lo ms extrao de todo esto es que en el centro de la obsesin de Gauna estaba la aventura de los lagos y que para l la mscara era slo una parte de esa aventura, una parte muy emotiva y muy nostlgica, pero no esencial. Por lo menos esto era lo que haba comunicado, con otras palabras, a Larsen. Tal vez quisiera restar importancia a un asunto de mujeres. Hay indicios que sirven para confirmar la afirmacin; lo malo es que tambin sirven para contradecirla, por ejemplo en Platense declar una noche: "Todava va a resultar que estoy enamorado". Para hablar as ante sus amigos, un hombre como Gauna tiene que estar muy ofuscado por la pasin. Pero esas palabras prueban que no la oculta. Por lo dems, l mismo confes que nunca vio la cara de la muchacha o que si alguna vez la vio estaba demasiado bebido para que el recuerdo no fuera fantstico y poco digno de crdito. Es bastante curioso que esa muchacha ignorada le hubiera causado una impresin tan fuerte. Lo ocurrido en el bosque fue, tambin, extrao. Nunca pudo Gauna explicarlo coherentemente; nunca pudo, tampoco, olvidarlo. "Si la comparo con eso", aclaraba, "ella casi no importa". De todos modos, los vestigios que dej en su alma la muchacha eran vivsimos y resplandecientes; pero el resplandor provena de las otras visiones, a las que l, un rato despus, ya sin la muchacha, se habra asomado. Despus de la aventura, Gauna nunca fue el mismo. Por increble que parezca, esa historia, confusa y vaga como era, le dio cierto prestigio entre las mujeres y hasta contribuy, segn algunos comentarios, a que la hija del Brujo se enamorara de l. Todo esto -el ridculo cambio operado en Gauna y sus irritantes consecuencias- disgust de verdad a los muchachos. Se murmur que proyectaron aplicarle un "procedimiento teraputico" y que el doctor los contuvo. Tal vez esto fuera una exageracin o una invencin. La verdad es que nunca lo haban considerado uno de ellos y que ahora, conscientemente, lo miraban como a un extrao. La comn amistad con Larsen, el respeto por Valerga, terrible protector de todos ellos, impeda la manifestacin de estos sentimientos. Aparentemente, pues, las relaciones entre Gauna y el grupo no se alteraron. El taller era un galpn de chapas situado en la calle Vidal, a pocas cuadras del parque Saavedra. Como deca la seora de Lambruschini, en verano el local era una fiebre, y sobre el fro que haca en invierno, con todas las chapas como una sola escarcha, no haba para qu insistir. Sin embargo, los obreros nunca se iban del taller de Lambruschini. No hay duda que tenan razn los clientes: en el taller nadie se mataba trabajando. Lo que ms le gustaba al patrn era sentarse a tomar unos mates o un caf, segn las horas, y dejar que los muchachos hablaran. Yo creo que lo estimaban por eso. No era una de esas personas cansadoras, que siempre tienen algo que decir. Lambruschini escarbaba con la bombilla en el mate y con la cara benvola y roja, con los ojos vidriosos, con la nariz como una enorme frambuesa, escuchaba. Cuando haba un silencio preguntaba distradamente: "Qu otra noticia?". Pareca temer que por falta de tema lo obligaran a volver al trabajo o a cansarse hablando. Eso s, cuando se acordaba de la casa de sus padres o de las vendimias en Italia o de su aprendizaje en el taller de Viglione, cuando ayud a preparar el primer Hudson de Riganti, el hombre pareca otro. Entonces hablaba y gesticulaba durante un rato. Los muchachos se aburran en esos momentos, pero se lo perdonaban, porque pasaban pronto. Gauna simulaba aburrirse, y alguna vez se haba preguntado qu haba de aburrido en las descripciones de Lambruschini.

  • Adolfo Bioy Casares 17 El sueo de los hroes

    Ese da Gauna lleg a la una y busc al patrn, para pedirle disculpas por el retraso. Lo encontr sentado en cuclillas, tomando un caf. Cuando Gauna iba a hablar, Lambruschini le dijo: -Lo que te perdiste esta maana. Vino un cliente con un Stutz. Quiere que se lo preparemos para el Nacional. No logr interesarse en la noticia. Todo, esa tarde, le desagradaba. Dej el trabajo poco antes de las cinco. Se enjuag las manos y los brazos con un poco de nafta; despus, con un pedazo de jabn amarillo, se lav las manos, los pies, el cuello y la cara; frente a un fragmento de espejo, se pein con mucho cuidado. Mientras se vesta, pensaba que lavarse, con ese tachito de agua fra, le haba hecho bien. Ira en seguida al Platense y hablara con los muchachos. Bruscamente, se sinti muy cansado. Ya no le interesaba lo que haba ocurrido la noche anterior. Quera irse a su casa a dormir.

  • 18 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    VIII Entr en el saln del caf Platense, notable por los globos de cristal que lo iluminaban, colgados de largos cordones cubiertos de moscas. Los muchachos no estaban ah. Los encontr en los billares. Cuando Gauna abri la puerta, el Gomina Maidana se preparaba para hacer una carambola. Estaba vestido con un traje casi violeta, muy abrochado, y tena atado al cuello un abundante y espumoso pauelo blanco, de seda. Un seor de cierta edad, trajeado de luto y conocido como la Gata Negra, se dispona a escribir algo en el pizarrn. Maidana debi de dar el tacazo con algn apresuramiento, pues, aunque la carambola era fcil, err. Todos se rieron. Gauna crey advertir una indefinida hostilidad general. Maidana recuper la calma. Se disculp: -El gran campen tiene pulso obediente, pero celoso. Gauna oy este comentario de Pegoraro: -Qu quieren? Aparece de pronto el santo... -Santo? -Gauna contest sin enojarse-. Lo bastante para darte la extremauncin. Previ que averiguar los hechos de la noche anterior no sera tan fcil como haba supuesto. No tena muchas ganas de hacer averiguaciones, ni mucha curiosidad. Todos miraban la jugada y, de improviso, l haba entrado. Aunque el sobresalto era explicable, Gauna se pregunt si cuando supiera lo que haba ocurrido la noche anterior, la explicacin no cambiara. Si quera que los muchachos le dijeran algo tena que ser muy cauteloso. Ahora no deba irse ni deba preguntar nada. Deba estar, simplemente. Como las enfermedades curables, solamente poda solucionarse esta situacin por una cura de tiempo. Tena un vvida conciencia de no participar en la conversacin. Por primera vez le pasaba eso con los muchachos. O, por primera vez, adverta que le pasaba eso. "Hasta las siete no me ir", se dijo. Era un testigo, pero un testigo sin nada que atestiguar. Sigui pensando: "Hasta las ocho no cierra Massantonio. Ir a verlo cuando cierre. No me ir a las siete, sino a las ocho menos cuarto". Tuvo un secreto placer en contrariarse. Ms placer en contrariarse que en esa inesperada ocupacin de espiar a sus amigos.

  • Adolfo Bioy Casares 19 El sueo de los hroes

    IX Como la cortina metlica de la peluquera ya estaba cerrada, entr por la puerta lateral. Hacia el fondo se vea un patio de tierra, vasto y abandonado, con un lamo y una tapia de ladrillos, sin revocar. Oscureca. Abri la puerta cancel y llam. La criadita del dueo de casa (el seor Lupano, que le alquilaba el local a Massantonio) le dijo que esperara un momento. Gauna vio un dormi-torio, con una cama de nogal enchapado, con una colcha celeste y con una mueca negra de celuloide, con un ropero, de igual madera que la cama, en cuyo espejo se repeta la mueca y la colcha, y con tres sillas. La muchacha no regresaba. Gauna oy un ruido de latas, hacia el fondo del patio. Dio un paso hacia atrs y mir. Un hombre traspona la tapia. Al rato volvi a llamar. La muchacha pregunt si el seor Massantonio no lo haba aten-dido todava. -No -dijo Gauna. La muchacha fue a llamarlo de nuevo. Al rato volvi. -Ahora no lo encuentro -dijo con naturalidad.

  • 20 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    X Esa noche no se reunan con Valerga. A pesar del cansancio, pens visitarlo. Reflexion, despus, que no deba hacer nada anormal, que no deba llamar la atencin, si quera que lo ayudaran a dilucidar el misterio de los lagos. El mircoles, una voz femenina y desconocida, lo llam al taller, por telfono. Lo cit para esa tarde, a las ocho y media, cerca de unas quintas que hay en la Avenida del Tejar, a la altura de Valdenegro. Gauna se pregunt si se encontrara con la muchacha de la otra noche; en seguida, crey que no. No saba si ir o no ir. A las nueve todava estaba solo en el despoblado. Volvi a su casa, a comer. El jueves era el da que se reunan con Valerga. Cuando lleg al Platense, ya estaban el doctor y los muchachos. El doctor lo salud con afabilidad, pero despus no se ocup de l; en verdad no se ocup de nadie, salvo de Antnez. Le haban llegado noticias de que Antnez era un cantor famoso y se mostraba dolido (en broma, sin duda) de que no lo hubiera juzgado digno a "este pobre viejo" de escucharlo. Antnez estaba muy nervioso, muy halagado, muy asustado. No quera cantar. Prefera no darse el gusto de cantar a exponerse ante el doctor. Este insista tesoneramente. Cuando por fin, despus de muchas persuasiones y disculpas, trmulo de vergenza y de esperanza, Antnez empez a aclarar la garganta, Valerga dijo: -Voy a contarles lo que me pas una vez con un cantor. La historia fue larga, interes a casi todos los presentes y Antnez qued olvidado. Gauna pens que si las cosas no se producan naturalmente, no deba consultar su asunto con el doctor.

  • Adolfo Bioy Casares 21 El sueo de los hroes

    XI Esa noche, mientras coma pan viejo, encogido de fro en la cama, pensaba que la soledad de cada uno era definitiva. Tena la conviccin de que la experiencia de los lagos haba sido maravillosa y de que tal vez por eso mismo, todos los amigos, salvo Larsen, trataran de ocultrsela. Gauna se sinti muy resuelto a ver lo que haba entrevisto esa noche, a recuperar lo que haba perdido. Se sinti ms adulto que los muchachos y quiz tambin que el mismo Valerga; pero no se atreva a hablar con Larsen; tena ste una incorruptible sensatez y era demasiado prudente. Se encontr, desde luego, muy solo.

  • 22 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    XII A los pocos da Gauna fue a la peluquera de la calle Conde, a cortarse el pelo. Cuando entr, se encontr con un nuevo peluquero. -Y Massantonio? -pregunt. -Se fue -respondi el desconocido-. No vio la vidriera? -No. -Despus, gasten en propaganda -coment el hombre-. Venga por favor. Salieron. Desde afuera, el peluquero seal un letrero que deca: Grandes reformas por cambio de dueo. -Cules son las reformas? -pregunt Gauna mientras entraba. -Y qu quiere? Menos me hubiera convenido poner Gran liquidacin por cambio de dueo. -Qu le pas a Massantonio? -volvi a preguntar Gauna. -Se fue con la seora al Rosario. -Para siempre? -Creo que s. Yo buscaba una peluquera y me dijeron: "Pracnico, en la calle Conde hay una peluquera chiche. El patrn es vendedor". A decir verdad no la pagu mucho. A que no sabe cunto pagu? -Por qu habr vendido Massantonio? -Seguro no estoy. Me dijeron que uno de esos muchachos, que nunca faltan, lo tena marcado. Primero lo oblig a salir para los carnavales. Despus vino a buscarlo aqu. Me aseguran que si no salta la tapia, lo extermina en el propio saln. A que no sabe cunto pagu? Gauna se qued pensativo.

  • Adolfo Bioy Casares 23 El sueo de los hroes

    XIII Despus ocurri la tarde en que Pegoraro se emborrach en el Platense. Alguien hizo bromas sobre el calor y la conveniencia de abrigarse con grapa. Para disentir, Pegoraro apur un vaso tras otro. El juego de billar languideca y Pegoraro alarm a todos con la proposicin de visitar al Brujo Taboada. Nadie crea mucho en el Brujo, pero teman que les dijera algo desagradable y luego eso aconteciera. -Linda manera de quemar los pesos -coment Antnez. -Vas all -explic el Gomina Maidana-, deposits dos nacionales, y te dicen una punta de pavadas que ni asimils con la cabeza y sals ms muerto que vivo. Las cosas malas no hay que saberlas. Larsen estaba particularmente alarmado por la idea de visitar al Brujo. Gauna tambin crea que era mejor no ir, aunque se preguntaba si no averiguara algo de su aventura de los lagos. -El hombre al da -afirm Pegoraro, tomando otra copa- somete una consulta al Brujo y lleva su vida sin nerviosidad, de acuerdo con un programa ms claro que vidrio de celuloi-de. Lo que pasa con ustedes -continu- es que estn asustados. Vamos a ver: de quin no estn asustados? -mir provocativamente a su alrededor; despus suspir y hablando como consigo mismo, aadi: -El mismo doctor los tiene en un puo. Salieron del Platense. Larsen haba olvidado algo, volvi a entrar y ya no lo vieron. En el camino, Pegoraro pidi a Antnez, alias el Pasaje Barolo, que les cantara un tango. Antnez ensay dos o tres carrasperas, habl de la necesidad de cortarse la sed con un vaso de agua o con un cucurucho de pastillas de goma, dulces como jarabe de almbar, declar que el estado de su garganta le daba, sinceramente, miedo, y pidi que lo excusaran. En eso llegaron a la casa del Brujo. -Aqu -dijo Maidana- hace pocos aos, todo era planta baja y quinta de verduras. Subieron a un cuarto piso. Les abri la puerta una muchacha morocha. Provinciana, pens Gauna. Una de esas muchachas con la frente estrecha y prominente, que l aborreca. Pasaron a un saloncito con acuarelas y con algunos libros. La muchacha les dijo que esperaran. Luego entraron en el consultorio del Brujo, uno despus del otro. Como el saln era muy chico, los que salan se iban de la casa. Quedaron en encontrarse en el caf. Al salir, Pegoraro le dijo a Gauna: -Es brujo de veras, Emilito. Adivin todo sin que yo me sacara los pantalones. -Qu adivin? -pregunt Gauna. -Y... adivin que tengo granos en las piernas. Porque, sabs, yo tengo unos granitos en las piernas. El ltimo en entrar fue Gauna. Serafn Taboada le ofreci una mano muy limpia y muy seca. Era un hombre delgado, bajo, de profusa cabellera, de frente alta, huesuda, de ojos hundidos, de prominente nariz rojiza. En el cuarto haba muchos libros, un armonio, una mesa, dos sillas; sobre la mesa, un incontenible desorden de libros y de papeles, un cenicero con muchas colillas, una piedra gris que serva de pisapapel. Dos lminas -las efigies de Spencer y de Confucio- colgaban de las paredes. Taboada indic a Gauna que se sentara; le ofreci un cigarrillo (que no acept Gauna) y, despus de encender uno, pregunt: -En qu puedo servirlo? Gauna pens un momento. Despus respondi: -En nada. Vine por acompaar a los muchachos. Taboada arroj el cigarrillo que haba prendido y encendi otro. -Lo siento -dijo, como si fuera a levantarse y poner fin a la entrevista; sigui sentado y, enigmticamente, continu-: Lo siento, porque tena qu decirle algo. Ser otra vez.

  • 24 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    -Quin sabe. -No hay que desesperar. El futuro es un mundo en el que hay de todo. -Como en la tienda de la esquina? -coment Gauna-. Es lo que reza en la propaganda, pero, crame, cuando usted pide algo, le contestan que ya no hay ms. Gauna pens que Taboada era tal vez ms hablador que astuto o inteligente. Taboada continu: -En el futuro corre, como un ro, nuestro destino, segn lo dibujamos aqu abajo. En el futuro est todo, porque todo es posible. All usted muri la semana pasada y all est viviendo para siempre. All usted se ha convertido en un hombre razonable y tambin se ha con-vertido en Valerga. -No permito que se mofe del doctor. -No me mofo -contest brevemente Taboada-, pero quisiera preguntarle algo, si no lo toma a mal: doctor en qu? -Usted lo sabr -replic en el acto Gauna- ya que es brujo. Taboada sonri. -Est bien, muchacho -dijo; luego prosigui explicando-: si en el futuro no encontramos lo que buscamos, ser porque no sabemos buscar. Siempre podemos esperar cualquier cosa. -Yo no espero mucho -declar Gauna-. No creo, tampoco, en brujeras. -Tal vez tenga razn -repuso con tristeza Taboada-. Pero habra que saber lo que usted llama brujera. Le pongo por caso la transmisin del pensamiento. No hay gran mrito, le aseguro, en averiguar lo que piensa un joven enojado y asustadizo. Los dedos de Taboada parecan muy lisos y muy secos. Continuamente encenda cigarrillos, fumaba un poco y los aplastaba contra el cenicero. O afilaba la punta de un lpiz en la lija de una caja de fsforos. En esos movimientos no haba nerviosidad. Cuando arrojaba el cigarrillo, no estaba nervioso, sino abstrado. Pregunt. -Hace mucho que vino al barrio? -Usted sabr - respondi Gauna. Se pregunt en seguida si su actitud no era un poco ridcula. -Es cierto -reconoci Taboada-. Lo trajo un amigo. Despus conoci a otros amigos, me-nos dignos, tal vez, de su confianza. Hizo una especie de viaje. Ahora est aorando, como Ulises de vuelta en Itaca, o como Jasn recordando las manzanas de oro. No fue la mencin de la aventura lo que atrajo a Gauna. En las palabras del Brujo entrevea un mundo desconocido, quiz ms cautivante que el valeroso y nostlgico del doctor. Taboada prosigui: -En ese viaje (porque hay que llamarlo de alguna manera) no todo es bueno ni todo es malo. Por usted y por los dems, no vuelva a emprenderlo. Es una hermosa memoria y la memoria es la vida. No la destruya. Gauna volvi a sentir hostilidad hacia Taboada; tambin senta desconfianza. -De quin es el retrato? -pregunt, para interrumpir el discurso del Brujo. -Ese grabado representa a Confucio. -No creo en los curas -afirm con dureza Gauna; despus de un silencio pregunt-: Si quiero recordar lo que pas en ese viaje qu debo hacer? -Tratar de mejorarse. -No estoy enfermo. -Algn da comprender. -Es posible -reconoci Gauna. -Por qu no? Si quiere comprender hgase brujo; basta un poco de mtodo, un poco de aplicacin, crame, y la experiencia de la vida entera. Con intencin de distraer a Taboada, para volver despus al interrogatorio, pregunt sealando la piedra que haca las veces de pisapapel: -Y esto? -Es una piedra. Una piedra de las Sierras Bayas. La recog con mis propias manos. -Usted estuvo en las Sierras Bayas? -En 1918. Por increble que parezca, recog esa piedra el da del Armisticio. Como ve, se trata de un recuerdo.

  • Adolfo Bioy Casares 25 El sueo de los hroes

    -Hace nueve aos! -coment Gauna. Se dio valor, pens "es un pobre viejo" y, despus de un breve silencio, pregunt: -En el asunto de lo que usted llama mi viaje no debo seguir con las averiguaciones? -No hay que interrumpir nunca las averiguaciones- continu el Brujo-. Pero lo ms importante es el nimo con que averiguamos. -No lo sigo, seor -reconoci Gauna-. Pero, entonces, por qu debo olvidar ese viaje? -Ignoro si debe olvidarlo. Ni siquiera creo que pueda olvidarlo; pienso, no ms, que no le conviene... -Ahora le voy a hacer una pregunta personal. Espero que sepa interpretarme. Qu piensa de m? -Qu pienso de usted? Cmo quiere que le diga en dos palabras lo que pienso de usted? -No se acalore -replic Gauna, con suavidad-. Le pregunto como al loro que da la papeleta verde: Ser afortunado o no? Tengo buena salud o no? Soy valiente o no? -Creo captarlo -respondi el Brujo; despus continu en un tono distrado-: Por valiente que sea un hombre, no es valiente en todas las ocasiones. -Est bien -dijo Gauna-. Vi a una mscara... -Lo s -contest el Brujo. Ya crdulo, Gauna pregunt: -La ver de nuevo? -Me pregunta si la ver. S y no. Yo lo defend contra un dios ciego, yo romp el tejido que deba formarse. Aunque sea ms delgado que hecho de aire, volver a formarse cuando no est yo para evitarlo. Nuevamente, Gauna se sinti confirmado en su desprecio y en su rencor. Ahora slo quera acabar la entrevista: levantndose interrog: -Hay algn otro consejo para m? Taboada respondi con voz montona: -No hay consejos que dar. No hay fortunas que predecir. La consulta cuesta tres pesos. Gauna, simulando distraccin, hoje una pila de libros; ley en los lomos nombres extranjeros: un conde, que deba ser italiano, porque llevaba, adems de algn otro disparate, una "t" y ese ttulo o apellido que le sugiri el proyecto de algn da escribir una carta a los diarios para decir cuatro verdades y usarlo como firma: Flammarion. Puso los tres pesos sobre la mesa. Taboada lo acompa hasta la puerta. La hija de Taboada estaba esperando el ascensor. Gauna dijo: "Cmo le va?", pero no se atrevi a dar la mano. Cuando bajaban, la luz se apag y el ascensor se detuvo. Gauna pens: "ahora conven-dra una alusin oportuna". Al rato balbuce: -Su padre no me dijo que era el da de mi santo. La muchacha contest con naturalidad. -Es un cortocircuito. En cualquier momento se prende la luz. Gauna ya no estuvo ocupado en sus reacciones, en sus nervios o en lo que deba decir; sinti la presencia de la muchacha, como de pronto se siente, imperiosa, una palpitacin en el pecho. Se encendi la luz y el ascensor baj pacficamente. En la puerta de calle la muchacha le dio la mano y, sonriendo, le dijo: -Me llamo Clara. Despus la vio correr hacia un automvil que esperaba junto a la vereda. Unos jovencitos bajaron del coche. Gauna pens que la muchacha les contara lo que haba ocurrido y que se reiran de l. Oy las risas.

  • 26 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    XIV La primera vez que Gauna sali con la chica de Taboada fue un sbado a la tarde. Larsen le haba dicho: -Por qu no tomas las alpargatas y te corrs hasta la panadera? Los barrios son como una casa grande en que hay de todo. En una esquina est la farmacia; en la otra, la tienda, donde uno compra el calzado y los cigarrillos, y las muchachas compran gneros, aros y peines; el almacn est enfrente. La Superiora, bastante cerca, y la panadera, a mitad de cuadra. La panadera atenda a su pblico impasiblemente. Era majestuosa, amplia, sorda, blanca, limpia, y llevaba el escaso pelo dividido en mitades, con ondas sobre las orejas, grandes e intiles. Cuando le lleg el turno, Gauna dijo, moviendo mucho los labios: -Me va a dar, seora, unas facturitas para el mate. Supo, entonces, que la muchacha lo miraba. Gauna se volvi; mir. Clara estaba frente a una vitrina con frascos de caramelos, tabletas de chocolate y lnguidas muecas rubias, con vestidos de seda y rellenas de bombones. Gauna not el pelo negro, liso, la piel morena, lisa. La invit a ir al cinematgrafo. -Qu dan en el Estrella? -pregunt Clara. -No s -contest. -Doa Mara -dijo Clara, dirigindose a la panadera-, me presta un diario? La panadera sac del mostrador un ltima Hora cuidadosamente doblado. La mucha-cha lo hoje, lo dobl en la pgina de espectculos y ley estudiosamente. Dijo suspirando: -Tenemos que apurarnos. A las cinco y media dan la vista de Percy Marmon. Gauna estaba impresionado. -Mire -pregunt Clara-: le gustara una as? Le mostraba en el diario un dibujo, de mano torpe, que representaba a una muchacha casi desnuda, sosteniendo una carta gigantesca. Gauna ley: Carta abierta de Iris Dulce al seor Juez de Menores. -Usted me gusta ms -contest Gauna, sin mirarla. -A cunto le pagan la mentira? -inquiri Clara, pronunciando enfticamente, en cada palabra, la slaba acentuada; despus se dirigi a la panadera-: Tome, seora. Gracias -le entreg el diario; sigui hablando con Gauna-: Sabe, alguna vez he pensado hacerme bataclana. Pero ahora la molestan mucho si usted es menor. Gauna no contest. Descubri que, inexplicablemente, no tena ganas de salir con ella. Clara prosigui: -Soy la loca del teatro. Voy a trabajar en la compaa Eleo. La dirige un petizo que se llama Blastein. Un odioso. -Un odioso por qu? -pregunt con indiferencia. Pensaba en los teatros que l vio en su recorrido por el centro; en la entrada de los artistas; en una prestigiosa vida que se internaba en lejanas madrugadas, con mujeres, con alfombras rojas y, por fin, con paseos costosos, en amplios taxmetros abiertos. Nunca haba sospechado que la hija del Brujo lo iniciara en ese mundo. -Es odioso. Me da vergenza contar las cosas que me dice. Gauna pregunt en seguida. -Qu le dice? -Me dice que su teatro es una mquina de hacer chorizos y que yo, cuando entro por un lado soy una malevita -pronunciar la palabra le produjo alguna sofocacin, algn rubor- y por el otro salgo ms relamida que maestra de Liceo. Gauna sinti una caliente invasin de orgullo y de rencor, una sensacin agradable, que podra tal vez expresarse de este modo: la muchacha sera suya y veran cmo l sabra defenderla. Exclam, con voz apenas audible:

  • Adolfo Bioy Casares 27 El sueo de los hroes

    -Malevita. Voy a romperle todos los huesos. -Ms bien las pecas -opin Clara, con seriedad- que le sobran; pero djelo tranquilo. Es un odioso. -Despus de una pausa confirm ensoadamente-: Soy la dama del mar, sabe. La pieza de un escandinavo, un extranjero. -Y por qu no dan obras de autor nacional? -inquiri Gauna, con agresivo inters. -Blastein es un odioso. Lo nico importante para l es el arte. Si lo oyera hablar. Gauna explic: -Si yo fuera gobierno obligara a todo el mundo a dar obras de autor nacional. -Lo mismo decimos con uno que es medio falto y hace el papel de viejo profesor de una chica que se llama Boleta -convino Clara; luego, sonriendo, aadi-: No crea que el pecoso es tan malo. Lo que le gusta hablar de trapos! Es un rico. Gauna la mir con disgusto. Caminaron unos metros en silencio. Despus se despidieron. -No me haga esperar -le recomend Clara-. Me espera dentro de veinte minutos en la puerta de casa. Justo en la puerta, no. A media cuadra. Gauna pens, con cierta piedad por la muchacha, que todas esas precauciones eran intiles, que no ira a buscarla. O ira? Tristemente entr en su casa. Larsen le dijo: -Cre que te habas muerto. Menos mal que no puse el agua a calentar cuando saliste. Gauna contest: -Voy a necesitar un poco de agua para afeitarme. Larsen lo mir con alguna curiosidad; se ocup del Primus y del agua; examin el contenido del paquete que Gauna haba trado; tom una tortita con azcar quemada y la prob. Coment apreciativamente: -Mir, hay que dejar de lado los grandes proyectos extravagantes. Me convenzo que no debemos cambiar de panadera. Se porta la Gorda. Gauna puso una hoja en la mquina y, para tener algo de luz, colg el espejo cerca de la puerta. -Afeitate despus -dijo Larsen, mientras cebaba-. No te pierdas los primeros mates. -Me los voy a perder todos -contest Gauna-. Estoy apurado. Su amigo empez a matear en silencio. Gauna se sinti muy triste. Aos despus dijo que en ese momento se acord de las palabras que le oy a Ferrari: "Usted vive tranquilo con los amigos, hasta que aparece la mujer, el gran intruso que se lleva todo por delante".

  • 28 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    XV Cuando salieron del cinematgrafo, Gauna le propuso a Clara: -Vamos a tomar un guindado uruguayo en la confitera Los Argonautas. -No puedo, qu pena -contest Clara-. Tengo que cenar temprano. Primero sinti desconfianza, despus rencor. Dijo con una vocecita hipcrita, que la muchacha todava no le conoca: -Sale esta noche? -S -repuso Clara, ingenuamente-. Hay ensayo. -Se divertir mucho -coment Gauna. -A veces. Por qu no va a verme? Sorprendido, respondi: -No s. No quiero molestar. Pero si me invitan, voy -en seguida aadi en un tono que pretenda ser muy sincero-: Me interesa el teatro. -Si tiene un pedazo de papel, le escribo la direccin. Encontr papel -una tira del programa del cinematgrafo-, pero ninguno de los dos tena lpiz. Clara escribi con el rouge. Freyre 3721. Cuntas veces a lo largo del tiempo, en el bolsillo de un pantaln guardado en el fondo del bal o entre las pginas de una Historia de los girondinos (obra que Gauna respetaba mucho, porque hered de sus padres, y cuya lectura, en ms de una oportunidad, haba iniciado) o en lugares menos verosmiles, la tira de papel reapareca como un smbolo de prestigio variable, como una seal que dijera: Aqu todo empez. A eso de las diez de la noche lloviznaba. Gauna camin apresuradamente, mir los nmeros en las puertas, mir el papel; tuvo la impresin de estar desorientado. No saba, con certidumbre, qu esperaba encontrar en el nmero 3721; lo asombr encontrar un comercio. Un letrero deca: El Lbano Argentino. Mercera "A. Nadn". Haba dos puertas; la primera, tapada por una cortina metlica, entre dos vidrieras, tapadas por cortina metlica; la segunda, de madera barnizada, con una pequea reja en el centro y grandes clavos de hierro forjado. Apret el timbre de la puerta de madera, aunque la otra tena el nmero 3721. Al rato acudi un hombre voluminoso; Gauna entrevi en la penumbra dos oscuros arcos de cejas y algunas manchas en la cara. El hombre pregunt: -El seor Gauna? -As es -dijo Gauna. -Pase, mi buen seor, pase. Lo esperbamos. Yo soy el seor A. Nadn. Qu me dice del tiempo? -Malo -contest Gauna. -Loco -afirm Nadn-. Mire, yo no s qu pensar. Antes, no le digo que fuera gran cosa, pero mal que mal usted poda prepararse. Ahora en cambio... -Ahora todo est patas para arriba -declar Gauna. -Bien dicho, mi buen seor, bien dicho. De pronto hace fro, de pronto hace calor y hay gente que todava se admira si usted cae con la gripe y con el reuma. Entraron en una salita, con piso de mosaicos, iluminada por una lmpara con pantalla de abalorios. La mesa que sostena la lmpara era una especie de pirmide trunca, de madera, con incrustaciones de ncar. De las paredes colgaban un escudo nacional, con anillos en los dedos y con botones de puo, y un cuadro del abrazo histrico de San Martn y O'Higgins. En un rincn haba una estatuita de porcelana pintada; representaba una muchacha a la que un perro levantaba las faldas con el hocico. Gauna se resign a mirar al vasto Nadn: las cejas eran muy negras, muy anchas, muy arqueadas; la cara estaba cubierta de lunares, con los ms variados matices del negruzco y del pardusco; algo, en la mandbula inferior, remedaba la satisfecha expresin de un pelcano. El

  • Adolfo Bioy Casares 29 El sueo de los hroes

    hombre deba de tener unos cuarenta aos. Hablando como si revolviera la lengua en el fondo de una cacerola de dulce de leche, explic: -Hay que apurarse. Ya empez el ensayo. Los artistas, excelentes; el drama, sublime; pero el seor Blastein va a matarme. Sac del bolsillo posterior del pantaln un pauelo rojo que satur el aire de olor a lavanda; se lo pas por los labios, como si fuera una servilleta. Nadn pareca tener siempre la boca empapada. -Dnde ensayan? -pregunt Gauna. Nadn no se detuvo para contestar. Murmur en un tono de queja: -Ac, mi buen seor, ac. Sgame. Salieron a un patio. Gauna insisti en sus preguntas: -Dnde van a representar? La voz de Nadn fue casi un gemido: -Ac. Ya lo ver con sus propios ojos. "As que ste era el teatro", pens Gauna, sonriendo. Llegaron a un galpn con el frente revocado y con las paredes y el techo de cinc. Abrieron una puerta corrediza. Adentro, discutan unas pocas personas sentadas y dos actores de pie, sobre una mesa muy grande, encuadrada por unos paneles de color violeta que llegaban, de cada lado, hasta las paredes. Sobre la mesa, que era el escenario, no haba decoracin alguna. En los rincones del galpn se amontonaban cajones de mercaderas. Nadn indic una silla a Gauna y se fue. Uno de los actores, que estaban sobre la mesa o tarima, tena un tapado de mujer en el brazo. Explicaba: -Elida tiene que traer el tapado. Viene de la playa. -Qu relacin hay -gritaba un hombrecito con la cara cubierta de pecas y con el abundante pelo, de un color rubio pajizo, parado- entre la circunstancia que lida vuelva de la playa y ese objeto inefable, que se prolonga en mangas, en cinturones y en charreteras? -No se acalore -recomend un segundo hombrecito (moreno, con barba de dos das, saco de repartidor de leche, despectivo cigarrillo en los labios pegajosos de saliva seca y libreto en la mano)-. El autor vota por el tapado. Ustedes agachan el testuz. Aqu dice en letra de imprenta: lida Wangel aparece bajo los rboles cerca de la alameda. Se ha echado un abrigo sobre los hombros: lleva el pelo suelto, hmedo todava. Nadn reapareci con nuevos espectadores. Se sentaron. El del pelo parado salt sobre la tarima y arrebat el abrigo. Mostrndolo, vocifer: -Por qu van a crucificar a Ibsen en estas mangas realistas? Basta un manto. Algo que sugiera un manto. Recuerden que acentuaremos el lado mgico. En realidad, Elida es una muchacha que ha visto el mar desde un faro y, sobre todo, que ha conocido a un marino de mala ndole. Lo perverso atrae a las mujeres. lida queda marcada. Esta es la historia, segn la biblia que Antonio est blandiendo -seal al hombrecito del libreto-. Pero quin tendr el corazn tan duro para dejar desamparado a un genio? No le negaremos el socorro. En nuestro drama, lida es una sirena, como en el cuadro de Ballested. Ha llegado misteriosamente del mar. Se casa con Wangel y levantan una casa feliz. Mejor dicho, todos saben que la felicidad est en esa casa, pero ninguno es feliz porque lida languidece bajo la fascinacin del mar -hizo una pausa; despus agreg-: Basta de hablar con monigotes -de un salto baj de la tarima-. Siga el ensayo! Sin transicin alguna los actores empezaron a representar. Uno de ellos dijo: -La vida en el faro le dej rasgos imborrables. Aqu nadie la entiende. La llaman la dama del mar. El otro actor contest con exagerada sorpresa: -De veras? Antonio, el hombrecito del libreto, se irrit. -Pero de dnde van a sacar el manto? -De aqu -grit, furioso, el de pelo parado, dirigindose hacia los cajones. El enorme seor A. Nadn se precipit con los brazos en alto. Exclamaba: -Les doy mi vida, mi casa, mi galponcito! Pero la mercadera, no! La mercadera no se toca! Blastein abra impasiblemente los cajones. Pregunt:

  • 30 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    -Dnde hay tela amarilla? -Este seor va a matarme -gimi Nadn-. La mercadera no setoca. -Le he preguntado dnde esconde la tela amarilla -dijo Blastein implacablemente. Blastein encontr la tela; pidi una tijera (que Nadn entreg suspirando); midi dos largos de su brazo; con ferocidad y con descuido cort. Al ver los desgarrones, Nadn meci la cabeza, tomndola entre sus manos enormes y consteladas de piedras verdes y rojas. -Se acab el orden en esta casa -exclam-. Cmo impedir ahora los pequeos hurtos de la empleadita? Blastein, agitando la tela como una llama de oro, volvi hacia la tarima. -Qu hacen ah petrificados -pregunt a los actores- mirando como dos Zonza Brianos de sal? Subi de un salto al escenario, para desaparecer en seguida detrs de los paneles violetas. El ensayo continu. Gauna oy de pronto, muy conmovido, la voz de Clara. La voz pregunt: -Wangel, ests ah? Uno de los actores contest: -S querida -Clara sali de atrs de uno de los paneles, con el manto amarillo sobre los hombros; el actor extendi las manos hacia ella y, sonriendo, exclam-: Aqu est la sirena. Clara se adelant con movimientos vivos, tom de las manos al actor y dijo: -Por fin te encuentro! Cundo llegaste? Gauna atenda el ensayo con ojos fijos, boca entreabierta y sentimientos contrarios. La desilusin del primer momento an resonaba en l, como un eco dbil y prolongado. Haba sido como una humillacin ante s mismo. "Cmo no desconfi", pens, "cuando me dijeron que el teatro quedaba en la calle Freyre?". Pero ahora, perplejo y orgulloso, vea a la conocida Clara transfigurarse en la desconocida Elida. Su abandono al agrado -a una suerte de agrado vanidoso y marital- hubiera sido completo si las caras masculinas, inexpresivas y atentas, que seguan el espectculo, no le hubieran sugerido la posibilidad de una inevitable trama de circunstancias que podan robarle a Clara o dejrsela, aparentemente intacta, pero cargada de mentiras y de traiciones. Entonces not que la muchacha lo saludaba con una expresin de confiada alegra. El ensayo se haba interrumpido. Todo el mundo opinaba en voz alta, sobre el drama o sobre la interpretacin. Gauna pens que l era el ms tonto; slo l no tena nada que decir. Clara, resplandeciente de juventud, de hermosura y de una superioridad nueva, baj de la tarima y fue hacia l, mirndolo de una manera que pareca eliminar a las dems personas, dejndolo solo, para recibir el homenaje de su cario ingenuo y absoluto. Blastein se inter-puso entre ellos. Traa del brazo a una especie de gigante dorado, limpio, con la piel sonrosada, como si acabara de tomar un bao de agua hirviendo; tena el gigante ropa muy nueva y en conjunto se manifestaba prdigo en grises y en marrones, en franelas, en tricotas y en pipas. -Clara -exclam Blastein-, te presento al amigo Baumgartner. Un elemento joven en la crtica de teatro. Si no lo entend mal, es compaero, en el club Obras Sanitarias, del sobrino de un fotgrafo de la revista Don Goyo y va a sacar una notita breve sobre nuestro esfuerzo. -Mir qu bien -contest la muchacha, sonriendo a Gauna. ste la tom del brazo y la apart del grupo.

  • Adolfo Bioy Casares 31 El sueo de los hroes

    XVI Por la noche la acompaaba al ensayo. Despus del trabajo, a la tarde, tambin la acompaaba y, si no haba ensayo, salan a caminar por el parque. Algunos das pasaron as; cuando lleg el jueves, no saba si ver a Clara o si ir a casa del doctor Valerga. Finalmente, resolvi decirle que no podra verla esa noche. La muchacha, sin ocultar su desencanto, acept en seguida la explicacin de Gauna. Larsen y l llegaron a casa del doctor a eso de las diez de la noche. Antnez, alias el Pasaje Barolo, hablaba de temas econmicos, del inters criminal que pedan ciertos prestamistas, verdaderos lunares de la profesin, y del cuarenta por ciento que l le hara redituar al dinero, si lograba llevar adelante sus planes de soador y de ambicioso. Mirando a Gauna, el doctor Valerga aclar: -El amigo Antnez, aqu presente, tiene grandes proyectos. El quiere levantar un puesto de verduras en la feria franca -Pero el asunto le falla por la base -intervino Pegoraro-. El pibe est carente de capital. -Tal vez Gauna pueda aportar su manito -sugiri Maidana, agachndose, contrayndose todo y sonriendo. -Aunque sea de pintura -agreg Antnez, como queriendo echar las cosas a la broma. Muy en serio, el doctor Valerga mir a Gauna en los ojos y se inclin un poco hacia l. El muchacho dijo despus que en ese momento sinti como si se le fuera encima el edificio de las Aguas Corrientes, que trajeron en barco de Inglaterra. Valerga pregunt: -Cunto le sobr, amiguito, despus de la farra de los carnavales? -Nada! -contest Gauna, arrebatado por la indignacin-. No me sobr nada. Lo dejaron protestar y desahogarse. Ya ms dbilmente, aadi: -Ni siquiera un miserable billete de cinco pesos. -De quinientos, querrs decir -corrigi Antnez, guiando un ojo. Hubo un silencio. Despus Gauna pregunt, plido de ira: -Cunto se imaginan que gan en las carreras? Pegoraro y Antnez iban a decir algo. -Basta -orden el doctor-. Gauna ha dicho la verdad. El que no est conforme, que se vaya. Aunque aspire a matarife de legumbres. Antnez empez a balbucear. El doctor lo mir con inters. -Qu hace ah -le pregunt- revoleando los ojos como cordero con lombrices? No sea egosta y deje or esa garganta que tiene, de chicharra o lo que sea -ahora habl con extrema dulzura-. Le parece bien hacerse de rogar y tener a todos esperando? -cambi de tono-. Cante, hombre, cante. Antnez tena los ojos fijos en el vaco. Los cerr. Volvi a abrirlos. Se pas, con mano temblorosa, un pauelo por la frente, por la cara. Cuando lo guard, pareci que la cara hubiera fantsticamente absorbido la blancura del pauelo. Estaba muy plido. Gauna pens que alguien, probablemente Valerga, deba hablar; pero el silencio continuaba. Antnez, por fin, se movi en la silla; pareci que iba a llorar o a desmayarse. Explic, levantndose: -He olvidado todo. Gauna murmur rpidamente. -Era un tigre para el tango. Antnez lo mir con aparente incomprensin. Volvi a enjugarse la cara con el pauelo; tambin se lo pas por los labios resecos. Con dificultad, con rgida, con agnica lentitud, abri la boca. El canto se desat suavemente: Por qu me dejaste, mi lindo Julin? Tu nena se muere de pena y afn.

  • 32 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    Gauna pens que haba cometido un error, cmo le haba sugerido ese tango al pobre Antnez? El doctor no perdera la oportunidad de vejarlo. Casi con tedio, presinti las bromas. ("Che, decnos francamente: quin es tu lindo Julin?", etctera.) Levant los ojos, resignado. Valerga escuchaba con inocente beatitud; pero, al rato se incorpor y, con un leve ademn, indic a Gauna que lo siguiera. El canto se interrumpi. -Se te acaba pronto la cuerda, por lo que veo -lo interpel el doctor-. Si no cants hasta que nosotros volvamos, te voy a sacar las ganas de hacerte el mozo gramfono. -Se dirigi a Gauna-: Por lo dulzn debera conchabarse de violinista de madamas. Antnez acometi Mi Noche Triste: los muchachos permanecieron donde estaban, en actitud de escuchar al cantor; Gauna, con vacilante aplomo, sigui a Valerga. ste lo llev al cuarto vecino; estaba amueblado con una mesita de pinotea, un ropero de madera rubia, barnizada, un catre cubierto con mantas grises, dos sillas con asiento de paja y -lo que entre esa austeridad pareca una inconsistencia, un lujo casi afeminado- un silln de Viena. En medio de una pared descascarada colgaba, pequea, redonda, con marco, sin vidrio, con rastros de moscas, una fotografa del doctor, tomada en su increble juventud. Sobre la mesita de pinotea haba una jarra, de vidrio azulado, con agua, un tarro de yerba Napolen, una azucarera, un mate con virola de plata en la boca, una bombilla con adornos de oro y una cuchara de estao. El doctor se volvi hacia Gauna y ponindole una mano en el hombro -lo que era un acto inslito, porque Valerga pareca tener una instintiva repugnancia de tocar a la gente- anunci: -Ahora le har ver, sin que usted chiste, unas cuantas pertenencias que yo muestro sola-mente a los amigos. Abri una caja de galletitas Bellas Artes, que sac del ropero, y sobre la mesa volc su contenido: tres o cuatro sobres llenos de fotografas y algunas cartas. Sealando con el ndice las fotografas, dijo: -Mientras las repasa, tomaremos unos verdes. Sac, tambin, del ropero, una pavita enlozada, la llen con el agua de la jarra y la puso a calentar en un Primus. Gauna pens con envidia que el de ellos era ms chico. Haba un nmero considerable de fotografas del doctor. Algunas, con plantas en jarrones y con balaustres, firmadas por el fotgrafo y otras, menos compuestas, menos rgidas, que eran la obra fortuita de aficionados annimos. Haba, asimismo, gran abundancia de foto-grafas de viejos, de viejas, de nenes (vestidos y de pie o desnudos y acostados): personas, todas ellas, plenamente ignoradas por Gauna. En ocasiones, el doctor explicaba: "Un primo de mi padre", "mi ta Blanca", "mis padres, el da de las bodas de oro"; pero, en general, someta los retratos al examen de Gauna, sin ofrecer ms comentario que un silencio lleno de respeto y una mirada vigilante. Si alguna fotografa pasaba con rapidez al mazo de las ya estudiadas, aconsejaba en un tono en que se confundan la reconvencin y el estmulo: -Nadie te corre, muchacho. As no vas a llegar a ninguna parte. Mirlas con calma. Gauna estaba muy emocionado. No comprenda por qu Valerga le mostraba todo eso; comprenda, con aturdida gratitud, que su maestro y su modelo estaba honrndolo con una solemne prueba de aprecio y, tal vez aun, de amistad. Su espontneo reconocimiento siempre hubiera sido conmovido y extremo, pero le pareca que esa noche alcanzaba una particular vehemencia, porque se imaginaba que l no era el de an-tes, no era el que Valerga crea conocer, no era un hombre con una sola lealtad. O tal vez lo fuera. S, estaba seguro de que no haba cambiado; pero lo fundamental en ese momento era saber que para el exigente criterio del doctor habra cambiado. Despus matearon, Gauna sentado en una silla, el doctor en el silln de Viena. Casi no hablaban. Si alguien de afuera los hubiera visto, habra pensado: padre e hijo. As tambin lo senta Gauna. En el cuarto continuo, Antnez acometa, por tercera vez, La Copa del Olvido. Valerga observ: -Hay que cerrarle el pico a ese ruidoso. Pero antes quiero mostrarte otra cosa. Estuvo un rato hurgando en el ropero. Volvi con una palita de bronce y declar: -Con esta pala, el doctor Saponaro puso la mezcla a la piedra fundamental de la capilla de aqu a la vuelta.

  • Adolfo Bioy Casares 33 El sueo de los hroes

    Gauna tom el objeto piadosamente y lo contempl maravillado. Antes de guardarlo, Valerga, con rpidas frotaciones de manga, restituy el brillo a las partes del bronce en que el muchacho haba aplicado sus dedos inexpertos y hmedos. Valerga sac algo ms de ese ropero inagotable: una guitarra. Cuando su joven amigo, con apremiada obse-cuencia, trat de examinarla, Valerga lo apart diciendo: -Vamos al escritorio. Antnez, quiz con menos animacin que otras veces, cantaba Mi Noche Triste. Blandiendo victoriosamente la guitarra, el doctor pregunt con voz atronadora y sorda: -Pero dganme, a quin se le ocurre ponerse a cantar en seco habiendo guitarra en la casa? Todos, incluso Antnez, recibieron la ocurrencia con sinceras carcajadas, estimuladas quiz por la intuicin de que la tirantez haba concluido. Por lo dems, bastaba mirar a Valerga para advertir su buen humor. Los muchachos, ya libres de temores, lloraban de risa. -Ahora vern ustedes -anunci el doctor, apartando de un empujn a Antnez y sentndose- lo que puede hacer con la guitarra este viejo. Sonriendo, sin premura, empez a templarla. De tarde en tarde, sus diestros y nerviosos rasguidos dejaban asomar una incipiente meloda. Entonces, con voz muy suave, canturreaba: A la hueya, hueya, la infeliz madre, cebando mates, si por las tardes. Se interrumpa para comentar: -Nada de tangos, muchachos. Queden para los malevos y los violinistas de madamas-. Aadiendo con voz ms ronca-: O los matarifes de legumbres. Con beatfica sonrisa, con amorosas manos, calmosamente, como si el tiempo no existiera, volva a templar la guitarra. En estas partidas, que no lo cansaban, se entretuvo hasta pasada la medianoche. Haba un sentimiento general de cordialidad, de amistosa y emotiva alegra. Antes de pedirles que se fueran, el doctor orden a Pegoraro que trajera de la cocina la cerveza y los vasos. Brindaron por la dicha de todos. Haban bebido poco, pero tenan una exaltacin que pareca propia de la embriaguez. Se alejaron juntos. Por las calles vacas resonaron los pasos, los cantos, los gritos. Ladr un perro, y un gallo, al que sin duda despertaron, extticamente cacare, trayendo a la noche un rapto de auroras y de lejanas agrestes. Primero, Antnez se fue a su casa; despus, Pegoraro y Maidana. Cuando se quedaron solos, Larsen aventur la pregunta: -Francamente, no te parece que el doctor se encarniz demasiado con Antnez? -S, hombre -contest Gauna, sintiendo que era prodigioso cmo se entenda con Larsen -. Yo quera decirte lo mismo. Y qu te parece lo de la guitarra? -Es para morirse -Larsen declar, temblando de risa-. Cmo el pobre individuo poda adivinar que haba una guitarra en la casa? Vos lo sabas? -Yo, no. -Yo tampoco. Y no me digas que las bromas con la palabra seco no resultaron un poquito asquerosas. Para rerse mejor, Gauna se apoy en la pared. Conoca el prejuicio de Larsen contra las bromas sucias; no lo defenda, pero de algn modo simpatizaba con l. Adems, le daba risa. -Qu quers, che -reconoci audazmente Gauna-, hablndote con el corazn en la mano, te confieso que Antnez me pareci mejor cantor que Valerga guitarrista. Esto les produjo tanta hilaridad, que anduvieron haciendo eses por las veredas, con el cuerpo inclinado hacia adelante, casi en cuclillas, ululando y gimiendo. Cuando se calmaron un poco, Larsen pregunt: -Para qu te llev al otro cuarto?

  • 34 Adolfo Bioy Casares El sueo de los hroes

    -Para mostrarme una infinidad de fotografas de gente que no conozco y hasta la palita de bronce que un doctor no s cunto us para poner la piedra fundamental en la iglesia de no s dnde. Te hubieras redo si me hubieras visto-. Agreg despus-: Lo ms raro de todo es que por momentos yo encontr que el doctor Valerga se pareca al Brujo Taboada. Hubo un silencio, porque Larsen procuraba no hablar del Brujo ni de su familia; pas pronto; Gauna casi no lo advirti; prefiri abandonarse al agrado de comprobar, una vez ms, la ntima, la inevitable solidaridad que haba entre ellos. Reflexion, con una suerte de orgullo fraterno, que la perspicacia de los dos juntos era muy superior a la que tena cada uno cuando estaba solo y, por fin, con una nostalgia anticipada, en la que se adivinaba el destino, entendi que esas conversaciones con Larsen eran como la patria de su alma. Pens en Clara, rencorosamente. Pens: Maana podra decirle que no voy a salir con ella. No se lo dir. No es cuestin de que yo sea dbil de voluntad. Por qu voy a proponerle a Larsen, en da de semana, que salgamos juntos? Nosotros podemos vernos cuando no tenemos nada qu hacer. Despus, tristemente se dijo "Cada da nos veremos menos". Cuando llegaron a la casa, habl Larsen: -Te lo confieso con toda sinceridad: al principio, las cosas no me gustaron. Me pareci que haba un arreglo para asaltarte. -Para m, que pretendieron maniobrar a Valerga -opin Gauna-. Se dio cuenta y los rigore.

  • Adolfo Bioy Casares 35 El sueo de los hroes

    XVII A la tarde siguiente Gauna esperaba a Clara en la confitera Los Argonautas. Miraba su reloj de pulsera y lo cotejaba con el reloj que haba en la pared; miraba a las personas que entraban, empujando, con movimiento idntico, la silenciosa puerta de vidrio: por increble que pareciera, uno de esos vagos seores o una de esas mujeres detallada-mente horribles, se transformara en Clara. A su vez, Gauna era, o crea ser, mirado por el mozo. Este movedizo viga, cuando se alleg a la mesa, fue provisoriamente alejado con las palabras: "Despus voy a pedir. Espero a alguien". Gauna pensaba: debe de creer que se trata de una excusa para estar aqu sin gastar. Tema que la muchacha no llegara y que el individuo viese confirmada su desconfianza o que lo desdeara como a hombre a quien las mujeres burlan y hasta mandan a la confitera Los Argonautas para que las esperen intilmente. Irritado por la demora de Clara, cavilaba sobre la vida que las mujeres imponen a los hombres. "Lo alejan a uno de los amigos. Hacen que uno salga del taller antes de hora, apurado, aborrecido de todo el mundo (lo que el da menos pensado le cuesta a usted el empleo). Lo ablandan a uno. Lo tienen esperando en confiteras. Gastando el dinero en confiteras, para despus hablar dulzuras y embustes y or con la boca abierta explicaciones que bueno, bueno." Miraba unos enormes cilindros de vidrio, con tapa metlica, atiborrados de caramelos, y como en un sueo se imaginaba que iban a ahogarlo en esa dulzura. Cuando consideraba, con alarma, que tal vez se haba descuidado, que tal vez Clara haba entrado, no lo haba visto, se haba ido, la descubri junto a la puerta. La llev a la mesa, tan atareado en atender a la muchacha, tan perdido en su contemplacin, que olvid el propsito, formado en las cavilaciones de la espera, de mirar vindicativamente al mozo. Clara pidi un t, con sandwiches y masitas; Gauna, un caf solo. Se miraron en los ojos, se preguntaron cmo estaban, qu haban hecho, y el muchacho descubri, en su propia solicitud, vaga y tierna, los rastros de un lejano, inimaginable y, acaso, humillante designio. Mientras lo juzgaba as, ya era imperativo y claro. Pregunt: -Cmo te fue ayer a la noche? -Muy bien. Trabaj poco. Ensayaron algunas escenas del primer acto. La que les dio ms trabajo fue cuando Ballested habla de la sirena. -De qu sirena? -Una sirena moribunda que se perdi y no supo encontrar otra vez el camino del mar. Es un cuadro de Ballested. Gauna la mir algo perplejo; despus, como t