a través de la saga de...

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  • A travs de la saga de losantepasados de Don Juan Manuel,el autor describe cmo fue elestablecimiento de Caracas comocentro del poder desde el cual se haregido el destino de Venezuela, elcontrol del gobierno de la provinciapor parte de las veinte familias de laoligarqua mantuana mediante laastucia, la intriga, la pretensin desupuestos ascendientes de noblezay una particularmente despiadadamanera de entender el poder,destacando el comercio del cacao ylas tensiones sociales de la

  • Venezuela colonial como unas de lasprincipales causas de laindependencia. La historia esdesarrollada dando saltos, a vecesabruptos, en espacio y tiempo, en elque se alterna el relato de lasdesventuras del personaje principalcon la de sus antepasados,entremezclndose personajesficticios e histricos; muchos de lospersonajes de la novela conocen ointeractan con celebridadeshistricas como la reina Isabel I deInglaterra, Francis Drake, Felipe II,Carlos II el Hechizado, Fernando VIo Carlos III, adems de otras

  • personalidades. Por tanto elcontexto en la que se desenvuelvenlos personajes de la novela esamplia, abarcando ms de dossiglos de historia de la conquista,colonizacin y gobierno bajo elImperio espaol de la Provincia deCaracas, lugar donde se desarrollala mayor parte del relato. Muchosaspectos de la historia colonial,como la piratera en el Caribe, elimportante papel e influencia queejerci la Compaa Guipuzcoana yla Inquisicin, el comercio del cacao,el mestizaje y el orden social colonialson tratados con gran detalle y

  • colorido. En la novela, HerreraLuque incluso cuestiona algunasideas histricas acerca de lafundacin de Caracas, el origen delnombre de la ciudad y del pas

  • Francisco Herrera Luque

    LOS AMOS DELVALLE

    ePUB v1.2Oiligriv 26.04.2013

  • Ttulo original: Los Amos del ValleFrancisco Herrera Luque, 1979.

    Editor Oiligriv (v1.2)ePub base v2.1

  • LIBRO IDon Juan Manuel deBlanco y Palacios se

    bambolea

  • PRIMERA PARTEMantuano de Ocho

    Cuarteles

    1. Veinte somos los Amos del Valle!

    Veinte somos los Amos delValle: Blanco, Palacios, Bolvar yHerrera va musitando en su silla demano de cuatro esclavos, damasco yseda Gedler, de la Madriz, Toro,Tovar y Lovera.

    Plaza y Vegas llegaron tarde; aligual que Ribas y Aristeguieta. Cien

  • aos es poco o nada para las glorias delValle. Caracas es Covadonga, Esparta,Isla de Francia, Alba Longa Matrizde sangre y de pueblo que en el filo desu espada hicieron mis siete abuelos.

    Viene crecido el Anauco, el rio delos bucares. El agua sube, los hombresbajan. Hasta el ombligo van sumergidos:

    Qu fro tengo!Calla la boca, negro ladino!Berrotern y Mijares a fuer de

    cacao han puesto coronas en suscuarteles. Marqus del Valle deSantiago! Pero cien veces ms hermosoes el de Conde de la Ensenada que meotorgar el Rey por proezas viejas y por

  • cien mil reales.La silla dorada va navegando. Los

    portadores color de buzos cruzan el riocolor de fango.

    Miguelito, dile a los negros queanden con ms cuidado!, adentro se estanegando.

    La silla emerge, la silla trepa por elbarranco.

    Voy a echar el bofe si el amosigue engordando.

    Calla la jeta, negro mandinga, ymira el suelo que vas pisando.

    Al principio fue Caracas. Decerro a cerro, de Tacagua al Abra.Luego los Valles del Tuy y los de

  • Aragua: hornabeques Hondos queguardan la ciudadela.

    Nuestras son las tierras de la maral Orinoco, de Guanare al ro Uchire.Nuestro es el Cabildo. Nuestro es elcacao. Nuestros son los negros.Nuestros son los blancos. Somos losdueos. Somos los amos. Dueo es elque tiene. Amo el que retiene, acrecientay tala. Amo es buril, piedra y mecenas;masa, cocinero y boca. Somos el paisajey el pintor. El sol que alumbra y la cosailuminada. Somos la vendimia, eltabernero y el borracho. Somos el padreeterno. Somos el hijo. Somos loshacedores de un mundo y tambin sus

  • dueos. Veinte somos los Amos delValle!.

    Ay, carajo, se me clav unapiedra en la pata!

    Bien hecho, jecho, esclavo deldescampado.

    Ponte, Blanco, Palacios, Bolvar yHerrera prosigue en su vitrina andante. Ibarra, Ascanio, de la Madriz, Toro,Tovar y Lovera.

    Miguelito, tengo una fuerte punt.Eso es viento atracao. chatelo de

    lado.Somos como la hallaca:

    encrucijada de cien historias distintas:el guiso hispnico, la masa aborigen, la

  • mano esclava, el azcar del ndigo, laaceituna de Judea.

    Fo, caraj!, ests podrido.Ya la tarde estaba avanzada. El

    vila recogi la luz del campo paratenderla en sus cimas.

    Los recuerdos son sueos sinesperanza; caminos sin retorno: agua,fuertes desvados, se va diciendo consus ojos saltones, acuosos y azules, fijossobre la calle de casucas despeinadas,enyerbada, sin empedrar, que luego delCatuche agoniza polvorienta buscando elCamino Real.

    Hace treinta y dos aos era lamisma tarde: la montaa encendida, la

  • calle sucia, la alcabala llena de frutas yarrieros.

    Con un pauelo bordado sopla yresopla su inmensa nariz de corneta rotaen la punta.

    Estaba tan azul el cielo que dabamiedo mirarlo. Corre, Juan Manuel! me grit Juan Vicente Bolvar, en SanBernardino han matado a tu padre.

    Dos balazos tena en la frente yocho en un flanco, echado como un fardosobre el burro de la infamia. En aquelentonces tena mi propio pelo y enterostodos mis dientes.

    Dios guarde a Su Seora y quele d muchos aos!

  • Jalabolas el sargento!Que te calles, Matacn.Llegando a la Candelaria, la iglesia

    de los isleos, hecha con hortalizas yleche aguada de vaca, Don Juan Manuelse quit el tricornio. Su bastn de mandogolpe tres veces el suelo.

    Abajo negros! Con las dosrodillas, o es que no ven que estrezando mi amo.

    Don Juan Manuel se santigua. ElSantsimo sobre el Altar. La paz delngelus. Arrodillados los cuatro negros.A hombros la silla de mano.

    Gracias, Seor de los Ejrcitosmusita el mantuano, de barriga

  • recogida y con los brazos cruzados.Dime una cosa, Miguelito: es

    verdad que cuando los Amos rezan,llaman a Cristo primo y se los llevan alcielo en palanquines de plata?

    Qu te calles la jeta, Sebastin!Gracias, Seor de los Ejrcitos, por

    haber dado muerte a la CompaaGuipuzcoana, enemigos de mi bolsa y demi gente, asesina de mi padre. Bestiaferal de Vizcaya!

    Apidate de mi, Seora de losDescalzos!

    Que te pongas derecho, Juan, si noquieres un chuchazo.

    Se acerca un cura y saluda:

  • En mucho aprecio y estimatenemos vuestra bondad. Tenais raznExcelencia: aquellos ngeles desnudosafrentaban el pudor.

    La charla sigue y prosigue. El curaes maestro en Teologa del SeminarioMayor. Don Juan Manuel es faculto enmateria celestial. Sale a relucirBizancio. Los arcngeles que cabensentados, perfilados y de pie en el ojode una aguja.

    Don Juan Manuel muestra sucontento asomado a la ventanilla. Elcura limpia una gota de fangorestregando el balandrn.

    Dime una cosa, Miguelito, qu

  • tanto es lo que paparrean a costa de misrodillas?

    Calla negro, que ya mi amoaverigua si es paloma o cucaracha loque tiene el querubn!

    Sigamos camino!Arriba y arriba!La silla cruje. Los negros bufan. Los

    negros pujan. La silla sube. Rompe unquejido y se tambalea.

    Dios de los Ejrcitos! Qu pasaahora? Estn borrachos los negros?

    No es nada, Su Seora. Sedesinfl Sebastin.

    La silla, traspuesto el rio de lasGuanbanas, avanza alegre y ligera por

  • el piso empedrado de la Calle Mayor.Charlatana y distinta sube y baja lagente. Mantuanas de negros paolones,esclavos de torso desnudo y calzonescortos, cuarteronas de largas sayasblancas; espaoles de la Pennsula:mestizos de garras, arriba de mulasfinas; sobre burritos cargueros; encaballos andaluces: a pie, con botas, enalpargatas, descalzos, arriba y abajo delas sillas de mano. Blancos, morenos,pardos, amarillo cobrizo, verde loro.Catedral cabildonea un repique. Musitasalvas el can viejo. Cuatro cohetesrayan el azul del aire. Clamorean loscampanarios. Maana es vspera de

  • Santiago. Patrono de la ciudad.En la esquina del Cujizal baja la

    guardia armada. Tropa a caballo,charanga y fusileros. Saluda el oficial.Don Juan Manuel con dos dedos toca eltricornio:

    Lejos os he de ver. Ya todo toca asu fin. La culpa la tuvo el Rey por cortarel cambural. Matica e caf le dimos asu fulana igualdad haciendo pardos a losnegros y blanca a la pardedad. No seiguala al caballo con el burro ni a cabocon general. Machete no es arma noble,ni torta e cazabe es pan.

    Cuidado con ese perro que tienelos ojos puyos y la boca babeante!

  • Sale perro, muerde a Miguelito ydjanos ya!

    La silla avanza entre bamboleos. Lagente detiene el paso para ver alRegidor Decano con su gran tricornio ysus ojos azules.

    Su Sacra, Cesrea e ImperialMajestad, por pasarse de vivo, se diocon las espuelas. Dios protege alinocente y enceguece al perdedor. Porfregar al de Inglaterra apoy a losinsurgentes, que por las ultimas cuentasya estn sobre Nueva York.[1]

    Miguelito, es verdad que a esaesquina la llaman la de La Marrnporque ah dizque viva una parda muy

  • buenamoza que fue manceba del GranAmo del Valle?

    Ay, mi madre, me mordi elperro!

    Si el uno le daba el tute, el otro, enla cabeza de un clavo baila trompo alrevs. Si el Rey de Espaa le mete alajedrez, el Hannover juega chapa,tresillo y ajiley. Si en Pensacola y en lasBahamas volcronse escuadronesespaoles de vistosos uniformes yrelucientes caones, en Chuspa,disfrazados de curas irlandeses, cualsierpes paradisacas sonsacadores deAdn, nos llegaron los ingleses parahablarnos de oscurantismo, parasos

  • perdidos, esclavos y libertad.Emancipaos, amigos nuestros. Ademsde machos, estis apoyados. Espaaagoniza. No hay pas que resista elamancebamiento del enciclopedismocon la Inquisicin. Pobre no da limosna.Alzaos en armas: Inglaterra os brindaapoyo.

    Pobrecito Miguelito, lleva lapierna sangrante.

    Eso le pasa por arrastrao yrefistolero.

    Jorge Washington, el da en que loconoc en Filadelfia y tuvo a bienregalarme esta plancha de mrmol paramis estragadas encas, me lo dijo muy

  • claro: Esas liberalidades son pan parahoy y hambre para maana. En lo queacabe con el de Inglaterra se volvercontra nosotros: somos mal ejemplopara sus colonias. Y en cuanto a ustedes,os ajustar las cureas de tal forma, quelos cepos os parecern gorgueras yalhajas.

    Ya la suerte est echada. Esta nochehe de dar mi respuesta al comisionadodel Congreso de Estados Unidos y aFrancisco de Miranda. Lo que son lascosas de la vida. Quin me iba a decirque a la vuelta de los aos estara yoparlamentando contra el Rey con el hijode aquel isleo parejero que usaba

  • bastn de mando? El Rey de Espaafrunci el rabo al enterarse de lostejemanejes de los inglesescalentndonos la oreja. Barajo, tercio yparada! afirman que dijo en su Palaciode Oriente. La masa no est para bolloy el chocolate es caliente. Dadlecaramelos de ans a mis cruzadosmantuanos. Acabad con la Guipuzcoana,con las Gracias al Sacar; que los pardosno se casen; vended en cmodas cuotasttulos de marqueses y condes a losgrandes cacaos; haced caballeros deCarlos III a todo aquel que meta bulla.Decidle a los mantuanos que los amo;que tienen lugar de honor en mi regio

  • corazn. Dadles caldo de sustanciamientras acabo con el ingls.

    Llegaron tarde sus carantoas. Pormeterse a brujo cay en el berenjenal.Adems de los ingleses y los deCurazao, sus mismos aliados, losestadounidenses nos ofrecen por debajode cuerda, fuerza y apoyo paraemanciparnos, porque los inglesitos delnorte son ms vivos que un tuqueque ysaben desde el principio quines son yadonde van.

    Calle empinada. Vaivn de Corpus.Caja dorada. Patas de araa. Don JuanManuel de Blanco y Palacios sebambolea en su silla de mano de cuatro

  • esclavos, damasco y seda.Al fin llegamos!Cunto pesa un gran cacao!Me duele el brazo, el entrepierna

    y los pies!Llevo el hombro dormido!Tengo hambre, tengo sed!La tarde se adentr en la noche. En

    la esquina de Las Madrices, la casa deDon Juan Manuel se asoma a las doscalles con la cuadra abierta.

    Ah viene el amo! alerta unavoz.

    Veinte esclavos, diez antorchas,salen corriendo a su encuentro.

    La llaman la Casa del Pez que

  • Escupe el Agua por una fuente coronadapor un pez de piedra que entre chorros ysilbatos agoreros, opina, protesta ycanta.[2]

    Es la ms grande y suntuosa de laciudad, enmarcada, an, dentro de loslinderos que le asign a Don FranciscoGuerrero, Diego de Lozada,conquistador y fundador de Caracas.

    Retumba el ancho portn claveteado,de frente a la Calle Real. Arriba, elescudo de armas de los Torre Pando dela Vega con su torre chata y susgloriosos cuernos de oro.

    La silla gira, la silla avanza,apuntando hacia el zagun. La gente se

  • arremolina en la calle para ver al Pez dela fuente encantada.

    Don Juan Manuel endereza sucorpachn y hace ms protuberante elbelfo que tanto parecido le daba con elPrncipe de Asturias. El Pez, de chorroerecto, lo saluda.

    Veinte somos los Amos del Valle:Blanco, Palacios, Bolvar y Herrera; dela Madriz, Toro, Tovar y Lovera.

    2. El ser del mantuano

    Patio cuadrado con la fuente enmedio. Corredores de columnas

  • panzudas. Sillas frailunas. Techos altos.Date prisa, pap dice Doana,

    una moza regordeta. Falta media horapara que lleguen los invitados.

    Y hoy viene el Gobernador,recuerda su yerno, el joven Conde de laGranja.

    Don Juan Manuel, ojos cerrados,besa a su hija.

    Aprate, mijito ordena unanegra flaca llamada Juana la Poncha, ayay duea de Doana.[3]

    Don Juan Manuel cruza el patio yentra a su alcoba. Un lecho enbaldaquino centra la habitacindesmesuradamente espaciosa.

  • El espejo que trajo de Espaarefleja entero su corpachn. El jubn lequeda justo. Amoratado recoge elvientre mientras lo van fajando. Re lanegra.

    Pareces una misma hallaca malamarrada.

    Estoy convertido en un viejochorrocloco, listo para el arrastre, comodice esta negra falta de respeto. Hay quever esta panza. Mrame las venillas quesurcan mi nariz y mi cara, como si fueraun borracho consuetudinario. La calvame llega a las nalgas. A Dios graciasque se usa peluca. Carrizo, me saliotra verruga! Ya no tengo los ojos claros

  • limpios de antes. Los parpados estndescarnados. Y la crnea la cubre estemanto de nata. Mrame las piernas!: sondos palillos que no dejan caminar ymenos hacer de jinete de un caballobrioso. Tengo una gordura de piata yuna tristeza de viejo enfermo. En cambioJuan Vicente Bolvar, dos aos mayorque yo, parece un mismo muchacho.

    Mi amo anuncia una vozsigilosa y apostada, acaba de llegarDon Juan Vicente Bolvar.

    A pasos cortos sali al encuentro delamigo de metra y zaranda. A loscincuenta y seis aos tiene el cutis tersoy la mirada brillante.

  • Conchita te manda a pedir que ladisculpes, pero est de lo msembromada. T sabes!

    Tras Juan Vicente, entre capasnegras y rostros cetrinos, cual alguacilesde corrida mayor, precedidos por vacasmadrinas, altas, gordas, perfumadas,hicieron su entrada los marqueses deMijares y los Condes de Tovar.

    Lleg la conspiracin.Y Mister Sam? pregunt Bolvar

    a los Gran-Cacaos.Qu temeridad musit a Juan

    Vicente el que haya invitado para estanoche al Comisionado de EstadosUnidos y al Capitn General.

  • Tranquilzate chico, el tal Sam esuna lanza en un cuarto oscuro. Nadie vaa sospechar nada y menos elGobernador. Al fin y al cabo, no sonaliados Espaa y los Estados Unidos?l trae, una buena coartada, la de pedirmayor proteccin a los corsariosnorteamericanos al refugiarse ennuestros puertos.

    Un esclavo de librea alerta losinvitados:

    Ah viene el Gobernador!Buenas y santas noches salud

    Don Manolo Gonzlez. Capitn Generalde Venezuela. Hombre regordete yafable, de mediana estatura, que hacia

  • gala de su llaneza y originalidad.Flanqueando a su esposa, una mujer

    gorda y corriente, estaba un hombre alto,flaco, viejo y nervudo, de barba verticaly blanca, con ojos de mesas.

    El amigo de Sam se vino connosotros aclar Don Manolo.Charlbamos de negocios en casa y nosvinimos juntos.

    Te fijas que el to Sam sabednde vive el diablo?

    Luego de un aperitivo pasaron alcomedor.

    Linda casa tenis, amigo mo celebr el Gobernador haciendo girarsus ojos por el amplio patio.

  • El comedor a lo largo era tan anchocomo el patio, con su enorme mesa decaoba y sus paredes tapizadas por platosgrandes de porcelana con los doceescudos de la familia grabados al fuego.

    Deliciosa sopa, amigo mo. Cules su nombre?

    De ajoporro, Excelencia. Es unasopa muy casera, pero me imagin quehabra de ser de vuestro agrado.

    Tras la sopa sirvieron unos huevosfros cubiertos por una salsa amarillenta.

    Ol por esto clam elGobernador. Jams en mi vida habacomido nada ms exquisito.

    Es salsa de mayonesa, Excelencia

  • aadi dichoso Don Juan Manuel.Es un secreto casero que trajo de la Islade la Tortuga mi bisabuelo RodrigoBlanco, cautivo por tres aos de losclebres piratas.

    Y cmo anda vuestro artilugio?inquiri Juan Vicente aludiendo alglobo que das antes vol sobre Caracascon Don Manolo dentro.

    Rio con ganas el Capitn General.Ya conoca las duras crticas de queanduviese cual un papagayo haciendopayasadas por los aires. As como lespareca absurda su aficin por el teatro,hasta el punto de haber erigido uncoliseo de tabla y coleta en un solar del

  • Conde de la Granja, donde haca deempresario, director y libretista.

    El prximo domingo voy apresentar La vida es sueo respondia Bolvar pasando por alto su pregunta yla mirada de inteligencia que cruzabacon el Marqus de Mijares.

    El Comisionado de los EstadosUnidos elogia la suculencia del pastelde polvorosa. Don Manolo insiste:

    Estoy muy entusiasmado con miteatro. Tan slo me hacen falta artistas.Vosotros deberais ayudarme. Por quno ensayamos, Don Juan Manuel?

    Displicente el Regidor tamborileasobre la mesa:

  • No, Excelencia, ello seria menosque imposible. Jams un mantuanoaccedera a tanto.

    Mantuanos, mantuanos! golpecon la voz sin inmutarse. Desde quellegu hace tres meses no oigo sinohablar de mantuanos y por ms que meestrujo la mollera, no logro entenderlo.Me queris hacer comprender, mi nobleamigo, de una vez por todas, qusignifica en verdad un mantuano?

    Don Juan Manuel lo vio a los ojoscon aquella mirada profunda. Los pusosobre el mantel, sorbi el vino de sucopa. Finalmente dijo con aquelvozarrn de cura mosquetero:

  • Es difcil de explicar, Excelencia.No somos ricos ni somos pobres, nosomos blancos ni somos indios. Somostan slo mantuanos.

    Que somos nobles desde laConquista; que s y que no. Que slonuestras mujeres pueden usar mantos:eso apenas es atributo que no aprehendela esencia. En Caracas estn nuestrascasas y nuestras tumbas que guardan yesperan. En Caracas nacemos y hemosde morir. En Caracas nos bautizan, nosconfirma el Arzobispo, recibimos laEucarista y desposamos a nuestrasmujeres. Fuera de las diecisismanzanas que rodean la Plaza Mayor, no

  • hay casa ni familia mantuana.Juan Vicente con pupila puntiforme

    escudria a su amigo Don Juan Manuel:Parece un halcn dormido. Demuchacho cantaba y rea comocualquiera: brincaba a las negras en loscaminos y jadeaba con ellas en lasladeras.

    Los mantuanos prosigue DonJuan Manuel no tienen casa frente a laplaza del pueblo. Los amos del seorovivimos en las haciendas, hijas de laencomienda, nietas del risco feudal. Losingenios son torres del homenaje. Lasoledad y el descampado, fososprofundos de poder y silencio. En los

  • pueblos transitamos por las calles,ejercemos justicia por fuero, acudimos amisa los domingos, llevamos el palio enlas procesiones, presidimos los duelos.Rompemos caas en las fiestaspatronales y algunos hasta se llevan asus haciendas a las mozas guapasmientras dure la cosecha. En los puebloshacemos cuanto nos venga en gana,menos pernoctar: la noche iguala.

    Antes beba y se emborrachabacomo un hijodalgo, sigue diciendoJuan Vicente. Pero desde que matarona su padre nunca ms pudo echarse untrago. Enloqueca de sbito, volvasecriminal. Desde entonces fue como una

  • copa astillada, privada del claro acentode los cristales buenos. Nunca masblasfem ni volvi a escuchar sus malastendencias, que tan buena son pararegocijar el alma. Nunca ms seencabron, y cuando las mozas garridasy brinconas como la Matea se le sacudacual serpentinas de tres colores, las veade reojo, cual tigre a un saco demamones.

    Caracas dijo Don Juan Manuel es la fuente de su existencia; en ella ysolamente en ella deben transcurrir losactos fundamentales de su vida, conexcepcin del nacer y del morir; quepueden sorprendernos en cualquier

  • parte. Aun as, de ser posible, hacemoslo indecible para que ello suceda enSantiago. Si una mantuana grvida en unpueblo lejano siente aproximarse elparto, se tiende en su propia cama y apulso de sangre, como hace elmoribundo, desde una hamaca toma elcamino de Caracas. Comprende ahora,Vuestra Excelencia, lo que es el ser unmantuano? No es fcil explicarlo. Paraentender a un mantuano no queda mscamino que nacer mantuano.

    Y de dnde les viene el nombre? Pregunt Don Manolo . Es acaso deMantua, la noble ciudad del Mincio?

    No, Excelencia, apcope

  • atropellado de negros bozalesreverenciales: manto, ama; mantuama,mantuanas, mantuanos. Dueos de laMujer del Manto: Toison del vila:Orden de la Charretera que invent elGuayre; pendn excelso de los Amos delValle.

    Mijares, Tovar y Bolvar inclinaronlas cabezas: Slo sus mujeres, y nadiems que ellas, cubrirn sus cabellos demantos negros. En Catedral, en la naodel medio, sobre alfombras de Persia,cercadas por siete esclavas. Soberbias.Altivas, cual torres enlutadas de seda ypercal.

  • 3. Don Feliciano y el Pez

    Levantados los manteles,deambularon vacilantes, enlazados,susurrantes, hacia el Gran Saln. El Pez,al paso pit agorero, recogi el chorro ylo puso en umbrella.

    En medio de los retratos, en lugar dehonor, destacaba el leo de DonFeliciano Palacios y Sojo, su abuelo, elotro duende que dominaba la casa:condenado por el artista, un brujoformidable, a morisquetear por toda laeternidad a causa de una trastada que lehiciera su intemperante modelo. Poner laboca en hociquillo, guiar los ojos y

  • sacar la lengua, eran sus seas msasiduas, aparte tirar trompetillas,mostrar higas o descolgarse de supercha profiriendo tacos o carcajadas,segn lo atosigara la ira o el jbilo,como hiciera el da en que su nietaConcepcin contrajese nupcias con JuanVicente Bolvar y Ponte, a quiendetestaba.[4]

    Grande hombre fue mi abuelo dice al Gobernador, lo llamaban elGran Mantuano. Hasta los sesenta y sieteaos se mantuvo activo, vigilante yenhiesto. Haciendo vibrar la Provinciacon sus desmanes y arbitrariedades;pero a pesar de lo grun y mal hablado,

  • era bueno como la hallaquita y tiernocomo la cuajada.

    Vamos! exclam Don Manolomirando hacia el cuadro de un hombrejoven, de gran mentn, labios gruesos,boca entreabierta y cara alargada. Conuna expresin de difcil discernimientoentre la insulsez profunda y laabstraccin concentrada de los grandesfilsofos. Ya veo que tenis aqu unretrato de nuestro Emperador Carlos V.Vaya que era feo el guila Bicfala!Mirad que cara de idiota la que tena elms grande de nuestros reyes!

    Por Dios, Manolo protest sumujer que de no ser los seores de

  • confianza, mal nos encontraramosdentro de poco para el yantar.

    Pero hija le respondi elGobernador lo que es verdad no escuento. Mrame esta cara de cretino,empero que para decir verdad, el pintorexager a ms no poder; parece obra dealgn enemigo. Era francs el artista?

    El mantuano entre orgulloso yconfuso, puso en su boca su mediasonrisa:

    No es el Emperador Carlos V; esmi abuelo paterno, Don Jorge Blanco yMijares, uno de los espritus mslcidos de su poca, a cuya gestin sedebe la fundacin de nuestra

  • Universidad.[5]

    Vaya, vaya! Respondi DonManolo sin turbarse, aqu se demuestrauna vez ms que el rostro no siempreexpresa los contenidos del alma. Pero loque es innegable aadi acto seguido es el enorme parecido que guardavuestro abuelo con el Emperador.Parece su mellizo. Qu casualidad, no?dijo volvindose hacia los presentes.

    No es casualidad respondiDon Juan Manuel reventando de orgullo.Y ya iba a proseguir, cuando un ruidosordo y metlico contra el entablado lohizo darse vuelta.

    La cimitarra del Cautivo!

  • exclam con uncin, corriendo a recogerun alfanje cado de su panoplia. Estenoble paladn, conquistador de Caracasaclar es la raz de mi estirpe. Alos sesenta aos, cual un nuevo Moiss,andaba por estos andurriales guerreandoy difundiendo la fe de Cristo entreaquellos salvajes que poblaban el Valle.Dicen las crnicas y lo recoge laconseja, que en su tiempo no hubohombre de mayor parsimonia y rectoproceder.[6] Este aposento fue suprimitiva vivienda. Lo eran en Caracastodos los salones de las ocho manzanasque circundan la Plaza Mayor.

    Vaya, vaya! dijo el Gobernador.

  • Aqu el Cautivo pernoctaba yhasta combata cuando los indios sesaltaban la muralla

    Muralla?, muralla? No saba yode su existencia. No aparece en lascrnicas ni en aquel primer plano deDon Juan de Pimentel

    El mantuano sonri displicente:La fachada de esta casa, la que

    mira al naciente, en su tiempo fue lienzode la muralla que cercaba a la ciudad

    Vaya, vaya! dijo elGobernador.

    En esta alcoba est presente, sesiente y vibra el alma de FranciscoGuerrero, fundador de la ciudad.[7]

  • Cuando mi nimo desfallece me sumerjoen ella mirando hacia su alfanje quellamaba La Cantaora, y evoco supresencia. Cual un milagro, mi alma sellena de sosiego, pues al parecer tal fuesu sino. Era tierno, morigerado ycomprensivo, no slo para suscompaeros, sino para con losdesgraciados indios. Fue algo as comoun Fray Bartolom de las Casas. Enedad avanzada cas con Doa MaraManrique de Lara, que comoseguramente sabis, viene por lneadirecta de Rodrigo Daz de Vivar. Miascendencia llega hasta Bermudo III.Mis abuelos y antepasados son Grandes

  • en Espaa, conquistadores, capitanesgenerales y virreyes. Descendiendo porlnea directa de Garci Gonzlez deSilva. Y a diferencia de algunos grandescacaos dijo mirando de soslayo al deTovar no tengo gota de moro o dejudo, como es el caso de la mitad deEspaa. Cun importante es tener un li-naje limpio y heroico! aadi ufano. Por algo Dios hizo a unos hombresamos y a otros esclavos. Por eso mellena de santa indignacin cuandopardos evidentes, con el negro y elzambo tras la oreja, se emparejan yblanquean por las Gracias al Sacar

  • A las doce en punto se march elGobernador. Apenas cruz el zagun.Juan Vicente apremi a Sam y a susamigos: Vamos a lo nuestro.

    Camino del despacho de Don JuanManuel, dijo a ste: Creo que te ha degustar la carta.

    En su escritorio de dos aguas y antela mirada atenta de los cuatro hombres,examina con detencin la propuesta quepor el intermedio de Sam envan sus tresamigos al General Francisco deMiranda, criollo de pura cepa y hroede la lucha que en el Norte se libracontra los ingleses.

  • Don Juan Manuel cepilleaplacentero con su ndice el borde de suplancha de mrmol: No es ningunacacata lo que responden los tresmantuanos al general caraqueoasintiendo a su propuesta de ponerse alfrente de la Insurreccin que se urdecontra Espaa.

    Hasta hace dos meses, en queretorn de la Pennsula se dice JuanVicente nadie hubiese podido hablarlea Juan Manuel de emancipacin. Juntocon el Marqus del Valle, era el msempecinado defensor de la causa delRey. Pero desde que le exigieran, harcosa de quince das, otros cien mil

  • reales para hacer efectivo su titulo deConde de la Ensenada, so pretexto depodar algunas ramas torcidas de sumantuano ancestro, mont en clera yclam a gritos contra la venalcorrupcin borbnica, mandando aldiablo su lealtad, cual hice yo cuandome negaron el marquesado de Cocorotepor la oscura historia que se achaca a miabuela Josefa Marn de Narvaez.

    Todos miraron atentos el rostro deDon Juan Manuel. Es muy importantepara la causa de la Independencia contarcon su aprobacin. Es el mantuano mspoderoso, rico y respetado de toda laProvincia. Ley la carta una y otra vez.

  • Luego de mirar a Tovar, a Mijares y aJuan Vicente, tras breve vacilacinestamp su rbrica.

    A partir de este momento afirm con voz profundamenteperturbada soy reo de alta traicin.

    Es el Rey de Espaa respondile Bolvar al calar su congoja quien nos ha traicionado alrelegarnos de Provincia a Colonia.

    Es cierto lo que dice el Seor deBolvar intervino con nfasis elComisionado de Estados Unidos,inmerso hasta entonces en una apacibleinmovilidad. Es clara la intencin deCarlos III de arrebataros vuestra fortuna

  • y privilegios como factores de poder. Laaccin expoliadora iniciada por laGuipuzcoana hace cincuenta aos, ha deproseguir. Otras compaas mil vecesms voraces la habrn de sustituir. Lospardos sern equiparados en derechos avosotros, como hace poco hiciera conlos canarios. Diez mil campesinosandaluces, segn nuestros informes, seaprestan a venir hacia ac parasustituiros en la duccin de vuestratierra. El Rey de Espaa, al igual queJorge III de Inglaterra, detesta a losblancos de Amrica, aparte de queCarlos III de Espaa cree y afirma coment con significativa inflexin de

  • intriga que slo sois espaoles amedias. Mestizos, quiero decir

    Mestizos nosotros? rugi DonJuan Manuel. Qu se habr credo elmuy cretino! y sacudido de apoplticaindignacin, desgran su verbo contraEspaa, el Rey y los Borbones,ofrecindose en bolsa y vida a lucharpor la Independencia de Caracas.

    El Comisionado de Estados Unidossonri complacido ante sus palabras:

    Nuestro apoyo dijo antes demarcharse no habr de reducirse a unalejana solidaridad sentimental. Bastarnlos veteranos que caben en una fragatade guerra, con el General Miranda al

  • frente, para que con vuestra ayudaderroquemos al gobierno espaol.

    Con vuestra ayuda? Rumia DonJuan Manuel luego de marcharse losinvitados, al pie de una columna, con losojos resbalando sobre el Pez.Derrocaremos? No hubiese sido mejordecir: Os ayudaremos a derrocar? Ay.Dios! qu de cosas dicen las palabrasque se escuchan en tercera intencin. Nome gusta Sam. No me gusta Miranda. Ymenos el Rey. Qu ser de nosotros?Qu habr de suceder cuando nosdeclaremos en rebelda contra el Rey?.

    La desolacin, la muerte y la guerrarespondile adentro el Marqus del

  • Valle. Vosotros seris los culpables,por vuestra codicia y vanidad, de loscientos de males que estarn por venir.Perderis el chivo y el mecate, laapostura, la prestancia y hasta el modode caminar.

    El Pez que Escupe el Agua elev elchorro tres veces por encima del techo,entonando su silbido de pillete.Acontecimientos fusticos para lafamilia o para la Provincia estaban porvenir.

    Don Juan Manuel ronroneesbozando una sonrisa:

    A ti no hay quien te entienda:primero te pasas la semana, al igual que

  • mi abuelo, agorerando malas nuevas,para que ahora las hagas buenas.

    Una carcajada rompi a susespaldas. Era Don Feliciano enmarcadoen su retrato dorado.

    Ahora si es verdad que la pusimosde oro: partiendo un confite el pez y miabuelo.

    Los duendes se detestabanmutuamente. En vida del GranMantuano, el Pez no perda oportunidadde hacerle mota: mojndolo de cabeza apies, o sisendolo burln comocalientacama de callejuela.

    El viejo Palacios, a su vez, lohostigaba inclemente: sea acusndole de

  • pagano y endemoniado, con el objeto derecabar la intervencin del Santo Oficio,o difundiendo difamatorias consejas,tildndolo de lambisca, marica ointrigante. Muerto Don Feliciano,[8]

    prosiguieron las hostilidades entre elPez y el retrato embrujado a todo lolargo de los ltimos treinta y siete aos,llegando al extremo de que si uno seexpresaba, el otro guardaba enconadosilencio y hasta por dos semanas. Paraexpresar, como le dijera el Pez a Juanala Poncha en sueos, que si ambos erangenios tutelares de la familia Blanco,haba profundas diferencias de rango yancestro entre ellos como para estar

  • vaticinando al alimn:Yo soy hijo del Rey Arturo y de una

    ondina, en tanto que Don Feliciano eshijo de un subteniente chulo que huy aVenezuela[9] perseguido por laInquisicin por sus nefandas relacionescon un vampiro circuncisor que asol auna puebla de Vizcaya.

    Slo en caso de inslitosacontecimientos el Pez y Don Felicianocuidbanse de expresarseconjuntamente. Tal fue el caso, hace dosaos, cuando el Rey decidi acabar deuna vez por todas con la CompaaGuipuzcoana.[10] En el momento mismoen que Carlos III firmaba el Real Edicto

  • en Aranjuez, el Pez y Don Feliciano alunsono expresaron el jbilo que seismeses ms tarde compartiran losmantuanos. Igual sucedi aos atrs,cuando Su Majestad le ech un parao ala parejera creciente de los pardos alprohibirles el matrimonio con genteblanca. Don Feliciano hasta cant laprimera estrofa de Favola in Msica y elPez, cual remedo de los pasos que ha dedar un zambo para llegar a blanco, varicinco veces el color del chorro y loelev como hoy, por encima del techo ysesgndolo en espiral.

    Ambos lloraron, y con acentoluctuoso, la instauracin de la Compaa

  • Guipuzcoana[11] y la formacin de laGran Capitana General de Venezuela,que tantos males trajo desde unprincipio.[12]

    Algo muy serio va a suceder enestos das para que los dos se pongan deacuerdo con sus morisquetas y suspresagios. Lo que no entiendo es por qua veces son augurios de vida y otros demuerte. Qu ser. Dios mi, lo que va asuceder?.

    Sin pensar ms se dirigi a suhabitacin.

    4. Sana, tanga y bul!

  • Juana la Poncha espera en el patioque su amo y seor haga susnecesidades. Don Juan Manuel desde labacinilla que llama la del Rey deNpoles, contempla con expresinabstrada la lmpara votiva que alumbraa una estatuilla negra de la Virgen de laSoledad. Es la efigie que veneraba suantepasado, el Cautivo.

    Ya! grit con voz agria.Juana la Poncha, tapada la nariz,

    vaci la bacinilla en la calle por una delas ventanas del gran saln.

    No te preocupes, mijito respondi a las protestas del amo.Ah mismo se caga el sereno.

  • De dormilona y gorro de dormir,ms que viejo parece una anciana mustiay vaca, engrifonado de cuajo. Luego decerrar las puertas que daban hacia elpatio y de correr los pesados cortinajesque la guarnecan, se subi a la cama enbaldaquino que cien aos atrs hicieratallar su abuelo Don Jorge Blanco yMijares.

    La plancha de mrmol que le regalJorge Washington le sonre desde suvaso de agua perfumada. La luz delvelatorio parpadea contra el dosel. Unrostro de mujer zigzaguea. Es hermosa,sin duda. Tiene facciones finas y elperfil antiguo. Buenas las maneras. La

  • piel azafranada, lisa, suave y caliente.Luego de un ao y medio de viudez mehizo rer de nuevo. Ya todo estaba listopara que fuese mi esposa. Luegoaverig la verdad. Hice con ella lo quetena que hacer. Me dio mucha lstima,pero no me qued ms camino queenviarle mi decisin a Cuman. A estashoras estar ms que enterada. Ansoconocer su respuesta. Hoy o maanahabr de llegar. Qu estar pensando lapobre? Llorara, sin duda. Pero tarde otemprano se le habr de pasar. Es jovenadems de guapa y rica. Lstima quelleve en sus venas tarjo del Senegal.

    Resuena triste el silbato del Pez en

  • medio de la noche. Un calosfro losacudi. Corre las cortinillas del lecho.Mete la cabeza bajo su almohada y entreconjuros y oraciones se dispone adormir. La vela termina por extinguirse yel cuarto verde se torna negro en toda suextensin.

    La noche estaba fra, a pesar de serjulio y de no haber llovido como era lohabitual. La luna y el silencioenseoreaban el amplio casern.Sombras tenues y de mudables formasvagaban por los corredores. En eloratorio, entre la alcoba y el Gran Salnuna voz dbil en forma de vieja rezaarrodillada. En el Saln de los Retratos

  • una silueta de mujer, se perfila en laalfombra. En la fuente se baa desnudauna zamba. Un gato de ojos rojos, colade alambre, tira de Fernando Ascaniopara que vea a la hembra. En el cuartode arriba un espaol de pelo rojizo yperfil engrifonado tienta entre malossueos a la hija de Don Juan Manuel. Elpez agorera. Solloza Don Feliciano.Canta la pavita. Alla el perro. Llorauna gata.

    Estn los diablos sueltos.

    El fro arrecia como si estuviera aldescampado. Tienta la cobija. No esten las canillas, ni a sus pies, ni a los

  • lados. La cama se ha hecho ms larga,ms ancha, dura como el piso. Esto noes mi cama.

    Est sobre el suelo fro: entrepiedras y yerbajos, de cara aldescampado. La luna brilla, arriba.

    Qu varilla es sta? dijotocndose el gorro de dormir. Unrecinto cercado del tamao de la PlazaMayor distingui al primer golpe devista. A su derecha y a treinta pasos, seextenda una casa de ancho portn. Alfondo, frente a s, un muro alto. Doshombres caminaban marciales por unarampa de techos sobre galponescerrados, flanqueados por un fogn y

  • una cuadra de caballos en la esquina. Elmuro cubra hasta el pecho a loscentinelas. Uno era negro y el otro indio;de plumas y taparrabo, que al llegar alfinal del entarimado grit suscontraseas en el mismo instante que elnegro lo haca en lontananza. Dos vocesreciamente castellanas le respondieron.

    El vila se perfilaba sobre un cieloplata.

    Estoy en Caracas susurrconfuso y emocionado pero, dondeestoy?.

    Un samn que sobrepasaba tresveces el muro le dio la respuesta.

    Pero si este es el samn de mi

  • casa. Estoy en mi casa! Qu se hizo lodems?

    Un caballo blanco pastaba amarradoal tronco. Tras de si una cerca de tunas ypaloapique limitaba el solar vecino.Don Juan Manuel se levant titiritandode fro. All est la ceiba de losGedler. Esta es la manzana de mi casa.Con el paloapique apenas los cuatrosolares hacen una extensa plaza entre lamuralla. Una acequia rumorosa cruza endiagonal el patio donde antes estuvo oest su vivienda. En la esquina dearriba, al final de la rampa dondevocearon santo y sea, se eleva unagarita.

  • Un hombre fuma. Ya vuelven loscentinelas. Ave Mara Pursima! Sinpecado concebida! Un perro ladrafurioso al lado de la cocina:

    Quieto Amigo! orden una voz.El perro no ces de gruir. Alguienrasgaba un cuatro en la habitacin delfondo. Una voz aguardentosa cantaba:

    Nio en cuna,qu fortuna,Qu fortuna,nio en cuna.

    Se acerc con paso vacilante. Unapiedra le hinc un calcaar. La voz

  • aguardentosa voceando la misma copla.La alcoba grande, no tena ventanas. Doshuecos del tamao de un puo y a rasdel techo de paja, hacan derespiraderos. Una luz muy tenue sefiltraba por ellos. El hombre de vozebria dej de cantar y solt la risa. Unamujer de extrao acento grit colrica:Malo, malo que eres!

    Se escuch un gruido. Otra vozjuvenil sali por el bahareque.

    No le pegues, amo! Deja quietaa Acarantair!

    Volvi a estallar la carcajada. Ungolpe seco abocin a un Quejido. Era elhombre joven quien lloraba.

  • Eso te pasa por entrometido,negro asqueroso.

    Malo, malo que eres!Calla ya, india lanuda y dmele

    contento al cuerpo!Djame, malo, malo que eres!Risas, gritos, tintineos entre el

    bahareque. Don Juan Manuel su camisnde dormir y con la mano en la oreja, seadentra por los murmullos. El perroladra y ladra sin cesar. En elentarimado, indios y negros continan suronda. Brilla la luna sobre el samn. Enla garita una voz castiza salmodia santoy seas. Adentro alguien retoza con unamujer y otro hace tintinear cadenas. Un

  • alarido agnico baja con un cuerpodesde la muralla.

    Los indios, los indios! alertauna voz.

    Gritos y luces llenaron elcuadriltero. Una corneta restall msall de la ceiba. Reson un disparo yafuera los tamboriles. Una flechaencendida cay a los pies de Don JuanManuel.

    A las armas, que los indiosatacan! Toquen a generala!

    Una campana doblaba a rebato. Elentarimado frente al samn se llen degente. A ratos se oan disparos. Caanlas maldiciones, las flechas encendidas

  • y las voces de mando.Me cago en San Pedro! bram

    una voz dentro. Ya estos malditosindios ni folgar dejan!

    Violenta se abri la puerta. Don JuanManuel desorbitado se ados a la pared.Un hombre descomunal trajeado a laturca sali por ella. De piernas abiertasy manos en jarra mir hacia el muro:

    Maldito mil veces sea el caciqueTamanaco!. Ea, Julin! grit hacia lapuerta. Qu es lo que te pasa quetanto tardas para quitarte el cerrojo?Treme ya a La Cantaora y elmosquetn de combate!

    Un negro joven y musculoso

  • apareci al reclamo. Don Juan Manueldio un traspis. El hombre del turbantese volvi en redondo.

    Quin sois? inquiriamenazante agitando un inmenso alfanje.

    La luna le daba en la cara. Don JuanManuel lo mir con terror. Era unhombre viejo de expresin temible.

    Qu quin sois, os pregunto? insisti mascullante tirndole el primertajo. Intent huir, volvi a tropezar, cayal suelo.

    El viejo del turbante levant suespada:

    Reza a Cristo o a Mahoma, quehasta aqu llegaste, garbancero!

  • La campana de la esquina seguatocando a generala. Don Juan Manuelesperaba el golpe. La campanacontinuaba repiqueteando. El tair subide punto. Parecan diez campanas. Reza Cristo y a Mahoma. Las campanasbatanse desenfrenadas. Acabad ya deuna vez! gimotea en la penumbra de sulecho en baldaquino. Catedralclamoreaba en la esquina. Restallabanlos cohetes. Musitaba el can viejo. Lacharanga de la guardia principal paspor su casa y sigui calle abajo.

    Qu pesadilla! se dijo aliviadofijando los ojos en el dosel donde unhilo de oro dibujaba las armas de su

  • familia.Callaron las campanas. Guard

    silencio el can. La charanga seextingui en la lejana. Y uno que otrocohete sigui cantando las glorias deSantiago el Mayor. Afuera se oa elrumor de la fuente, el canto de lasparaulatas y los cristofu y el susurro delas esclavas barrenderas.

    Qu varilla! Maana he depresidir el Tedeum. Quin me habrmandado a ser Regidor Decano? yvolvi la cara a la almohada paradescabezar el ltimo sueo.

    Ya se sumerga en tibias imgenes,cuando una extraa sensacin lo sac de

  • su letargo: algo, alguien estaba all: ensu habitacin, al lado de su cama.

    El Pez que Escupe el Agua dej salirsu pito de advertencia, su pito agorero,su pito ululante. Don Juan Manuel se diovuelta panza arriba.

    Era el ser, la cosa, el ente tantasveces esperado, deseado, temido.

    Lo senta a su lado, al alcance de sumano, tras las cortinillas de su lecho enbaldaquino o agazapado en cuclillas,desnuda o vestida, lista a saltar entre lacmoda y el armario.

    Abocin su mano sobre la orejagrande y velluda. Gir los ojos enextrema mirada hacia el flanco temido.

  • Intent or el entrechocar de sus dientescrispados, la voz de su aliento, algnsuspiro, el chupeteo succionante yhmedo de sus pies desnudos. Peroninguna seal perceptible delataba supresencia.

    Pit de nuevo el Pez. La borla de sugorro de dormir se agit temblorosa.Entrecruz sus manos sobre el vientreprominente. Encogi las piernas prestopara la huida.

    Don Juan Manuel sinti que el ser ola cosa se ergua en el rincn y se leacercaba a paso lento. Desdentadomurmur una plegaria. La cosagelatinosa no se detuvo. No la vea, no

  • la escuchaba, pero la senta en plenitud:la saba malvada, sonriente con el rostrototalmente al descubierto, siniestra,burlona, maligna.

    Niki molev santa! grit confuerzas.

    El conjuro que le ense su aya lacontuvo.

    Sana, tanga, bul! aadi enseguida. Sinti que se volvi deespaldas.

    Ruidos y voces se escucharon en elpatio. Era su hija Doana y su yerno, elConde de la Granja.

    Y mi padre? preguntle aJuana la Poncha.

  • Gu, durmiendo como una mismatragavenados.

    Vamos a despertarlo, ya es casimedioda.

    Don Juan Manuel al sentirlos veniracrecent sus bros. Ech a un lado lasfrazadas; de un salto se sent en la cama,sac las piernas fuera y de un tirncorri las cortinillas. All estaba ella, lamujer del manto. Gorda, ampulosa y deespaldas. Un mareo fuerte lo derrib sinsentido.

    Don Juan Manuel oy entre brumasel sollozo de su hija. Su yerno loreanimaba con voz recia y palmaditas enlas mejillas.

  • Si, yo lo saba gema Juana laPoncha. Yo tena el plpito de quealgo muy malo le iba a suceder.

    Don Juan Manuel abri un ojo. Tresvoces lo interpelaron.

    Cmo te sientes? Qu te pas?Qu sentiste?

    Sonriendo a medias musit con vozcalma y desasistida:

    No fue nada de particular. Me diode pronto un vahdo.

    Han debido ser las caraotas conchicharrn que com al acostarme.

    Juana la Poncha gorje cristalina:Cuas, cuas. Bien que te lo

    previne. Las tronadoras no son cosa

  • buena para cenar y menos para la gentevieja!

    Vacilante se envolvi en el batn decasa, calz sus babuchas de gamuza y apaso lento sali hacia el corredorpostrero, sentndose en una butaca decuero con patas de len y alto espaldarcoronado.

    Luego de calzarse la plancha, derecogerse el pelo en moo de corte quecon manos suaves le pein Doana, elanciano aterrorizado, minutos antes, sevolvi un viejo triste de mirada perdida,fija en la mujer del manto; el trasgosecular que anuncia la muerte a los de sucasa.

  • 5. La Dama Blanca y los cuernosde oro

    La historia era callada y antigua,segn oyese referir de nio en su casa ysindole ratificada luego por el Rey deArmas de Su Majestad. Todo comenzcon Carlos V y uno de los nobles deapellido White que lo acompa desdelos Pases Bajos, donde siempre habavivido, hasta Espaa, donde hubo deascender al Trono de Castilla a causa dela locura que afectaba a su madre, laReina Juana.

    Su Majestad Imperial contaba

  • el Rey de Armas era de genio vivo yalegre temperamento. Disfrutaba a susanchas de la vida, y en particular delcomer y del beber, que haca en exceso.Llegando a la extravagancia paraespanto de su preceptor el CardenalCisneros de desayunarse con cervezaa las primeras horas del da. ElEmperador, sin embargo, era asaltadocada cierto tiempo de una aceda que alecharlo en una postracin delirante,poblada de imgenes apocalpticas,hacan de l, adalid de la cristiandad, unpobre poseso. Eran eclosiones delcrepitar melanclico segn decan losfsicos que desde hacia siglos

  • fustigaba a su familia.Cuando el morbo se apoderaba de

    Su Graciosa Majestad, poniendo engrave peligro el buen juicio del Rey deEspaa y Emperador de las Indias, tanslo haba una frmula para conjurar elmal: una mujer. Pero no creis que erauna mujer cualquiera! que si eso hubiesesido el meollo del asunto no hubiesehabido problema, con las ricas ylivianas hembras que merodeanalrededor de un trono. Aquella fminahaba de ser alguien muy especial.Singularmente elegida. Por un ente nomenos excepcional: la Dama Blanca delos Habsburgo. El fantasma tutelar de la

  • Real familia, que como seguramentesabis, se corporaliza a la vista de todosen forma de vaporosa doncella cuandola muerte ronda a algunos de susmiembros. Lo que en Espaaignorbamos era que la clebre DamaBlanca, adems de ser heraldo de lamuerte, tuviese pujos de celestina, puesera ella quien susurrara al Emperador entrance de agona el nombre de ladoncella que, al calmarle sus ardoresdel cuerpo, pona paz en loscontubernios de su alma. Deca el deAlba, que era una ballesta para lanzarjuicios temerarios, que todo aquello noera ms que una patraa urdida por el

  • guila Bicfala para satisfacer, sinafrenta a sus vasallos, sus reales yaceptables cachondeces.

    Una noche en el Alczar, comotantas otras, la corte se vea ansiosa enel ir y venir de los doctores. SuMajestad era acechado por la muerte. Yatodos desesperaban y ms el Seor deWhite, por saber de una vez por todas elnombre de la agraciada, cuando el GranChambeln, rodeado de ujieres, se leplant por delante: Vuestra dignaesposa ha sido la sealada lecomunic con su voz grave defuncionario responsable.

    Sbitamente mejor el guila

  • Bicfala. Hasta el punto de que a lamedianoche comi, bebi y danz conAdriana Van Gheeraert, que tal era sunombre, hasta el mismo momento en quedespunt el alba.

    Su Majestad pas radiante el dasiguiente, vital, atento, alegre;despachando los mltiples y complejosproblemas de su vasto imperio.

    Pero al caer las primeras sombrasdel anochecer, ay!, volvi la desazn ysu desquiciante cortejo.

    El Gran Chambeln hubo de salir amedianoche a buscar a la milagrosaAdriana. Ante su sola presencia elMonarca de un salto se puso en pie y

  • luego de soltar una carcajada pidi vinode Borgoa y un jabal dorado para elyantar.

    Por cuatro meses la enfermedadsigui idntico curso: sol lcido duranteel da, vspero demencial y aurorajubilosa de medianoche al llegar juntocon los msicos de cmara la bellaAdriana.

    El Seor de White desesperaba de lasituacin y ms an cuando los fsicos leprohibieron acercarse a su mujer hastatanto no se hubiesen equilibrado loshumores encontrados que hacan delirara su egregio paciente. Adusto puso elceo el fiero caballero. Pero pronto

  • habra de distenderlo: Su Majestad, enpremio a sus servicios, adems dehacerlo Conde de Torre Pando de laVega, le daba por feudo y seoro lastierras de un mal vasallo.

    Luego de meses de agudosufrimiento, el Emperador recuper elsosiego. Los de White un da, llorando algrima viva se despidieron de SuMajestad Catlica, quien autoriz alnuevo Conde para que aadiese doscuernos de oro a la cimera de su escudo,siempre y cuando castellanizara aBlanco el White flamenco de suapellido. Tal es el origen de vuestronombre que tantas glorias y penas ha

  • trado a Espaa como a las Indias.Adriana pari un nio, que si para

    los efectos era hijo del Seor de TorrePando, para nadie fue un secreto que susangre proceda de aquel risco dondeslo se posan las guilas Bicfalas.

    Don Juan Manuel revent de orgullocuando termin de hablar el Rey deArmas. De una vez por todascomprenda el por qu la muerte entrelos de su familia era siempre advertidapor un fantasma en forma de mujer, sinque pudiese entender por qu el trasgo,antes de tener la grcil figura de laclebre dama, era gorda, rechoncha yvieja y sin ms atributo de grandeza que

  • el negro paoln de las mantuanas?Sera por la misma razn que enVenezuela menguan los toros de lidia,los caballos de paso y las instituciones?Sin duda alguna que este pas es cosaseria.

    6. El largo nombre

    Cuan variable es el signo de losnuevos tiempos pens Don JuanManuel desde su silla del corredorpostrero, mientras Don Feliciano y elPez continuaban pelotendose sus signosde muerte y vida.

  • Hace menos de dos aos yo amabaal Rey, y ms cuando lleg la noticia alomo de nao de que nos devolva ellibre comercio que hacia ms decincuenta aos nos arrebat su padreFelipe V.[13]

    Alcaldes y Regidores estallaron enjbilo impropio a sus altos cargos.

    Su cuado Martn Eugenio deHerrera y Rada tir su sombrero al airey corri hacia la calle gritando:

    Qu ya la Compaa est muerta!Qu somos libres de nuevo!

    Los cohetes estallaron en los cientocuarenta y dos rincones del valle.

  • Repicaron las campanas sin orden delArzobispo. Restallaron por las calleslos tambores y furrucos.

    Gracias Seor, te damos, porhaber quitado el velo que enturbia laReal mirada y el claro entendimiento delRey, Nuestro Seor! rezaban losAmos del Valle en el Tedeum de lascuatro castas.

    Gracias, padre de todo loexistente! zumbaron, como abejorrascluecas, las cien mantuanas echadas.

    Gracias! cantaban las negrasalfombreras, pasmando los ojos entreespirales de incienso y luces decandelabros.

  • Gracias! dijeron, sinconviccin, los oficiales del Rey y losespaoles de afuera.

    Gracias! musitaban a la mismahora y sin saber por qu los negros enSan Mauricio.

    Gracias! murmuraron, vacos ycon la mirada alerta, los pardos enAltagracia.

    Gracias de qu? pregunt a suvecino un isleo de La Candelaria,mientras el Valle se sacuda con salvasde artillera y martillar de campanas.

    Gracias! se volvi a decir DonJuan Manuel con sus ojos natosos en susilla del corredor postrero.

  • Juana la Poncha le ofrece un plato.Es hervido de carne gorda.

    Tmatelo! le ordenplantndosele por delante.

    No quiero y djame en paz!Qu te lo tomes! insisti

    dominante.Ya se le encrespaba el ceo, cuando

    los gritos de una negra joven restallaronpor el patio. Era Hiplita, la esclava deconfianza de los Bolvar.

    Don Juan Manuel, trigotenoticias buenas! Mi ama acaba de parira un muchacho: Simn Antonio de laSantsima Trinidad se ha de llamar. Yosoy el aya y t eres su padrino de

  • confirmacin.

    7. Acarantair

    Desde la misma silla, con los ojosen lontananza. Don Juan Manuel dejapasar las horas. Todava le tiembla elcuerpo por lo que vio esta maana:cuando se ve a la mujer del manto nuncaes para nada bueno.

    S que muy pronto voy a morir. Melo ha dicho ella. Me lo ha dicho el Pez.Me lo ha advertido mi abuelo DonFeliciano. La muerte viene cuando no sequiere vivir. Qu hago yo en este

  • mundo? Qu puedo esperar? Mi ltimaesperanza de seguir viviendo se la llevCarmen das atrs. En mala hora meperdi mi orgullo. Pero, qu otra cosapoda hacer? Hoy estoy de nuevosumergido en la soledad y el silencio.Ya no pienso en maana sino en elayer.

    Aferrado a su silla del corredorpostrero Don Juan Manuel vioacrecentarse las sombras y menguar elda. Dar paso a la tarde, avanzar lanoche, encender las lmparas en cuartosy corredores. Escuch imperturbable elpaso de las horas en Catedral, hasta lasnueve campanadas con que las nimas

  • inician su marcha. Cerrse con estrpitoel portn claveteado.

    Los recuerdos volvi a decirseposando aquella mirada mustia en lafuente del Pez son sueos sinesperanza: caminos sin retorno; claridadcrepuscular. Ya mi mundo se ha muerto.Ya su mundo se ha ido. Ya llega elmomento de partir. Los que se aterran einclinan ante el tiempo nuevo, arrastranla vida, que es cien veces morir. Quviejo digno puede aprender el nuevolenguaje? Hacer de tardo escolar luegode haber sido maestro?

    Ya no somos los mismos, los Amosdel Valle. Ya no somos iguales. Siento y

  • presiento que una hendidura se haabierto en la historia y por ella sangrami alma.

    Del brazo de Juana la Poncha,camin hacia su alcoba, quitose laplancha del Gran General, montse en eltrono del Rey de Npoles, entr y salila esclava. Una airada protesta v unindignado golpetear sacudi la ventana.Subi a su lecho en baldaquino. Retornla negra. Cerr puertas, cortinajes vcoronillas.

    La bendicin, mi amo, queduermas bien y suees con los tresangelitos.

    Parpadea la lmpara votiva. Desde

  • el vaso de agua sonren los dientes deJorge Washington.

    Sus ojos saltones, azules, acuosos,siguen recorriendo en el dosel el hilo deoro con las armas de su familia. Llueveen el patio, truena en el Valle,escandecen las centellas, barbotea lafuente del Pez que Escupe el Agua.

    Raya un lad. Raya de nuevo.Crepita el agua sobre el tejado. Ruge laacequia. Alla Amigo. Zigzaguean losrelmpagos de Tacagua al Abra. En elGran Saln de los Retratos alguien re,raya el lad y entona un canto:

    Nio en cuna,

  • qu fortuna,Qu fortuna,nio en cuna.

    Tiene la barba blanca y el torsojoven; la dentadura completa, blanca ycarnicera; la tez seca, quebradiza ytransparente.

    Pu! exclama con voz de canviejo al trasegar el contenido de unatotuma. Qu asco de brebaje este malaguardiente que los indios llamanchicha!

    Arrecia la tempestad. Tres chorrosde agua rompen el techo de palma,enfangan el piso de tierra.

  • Jolines! Qu manera de llover!Un negro joven y una mujer duermen

    sobre el piso; ella sobre un cuero devaca; l sobre la tierra apisonada.Argollas de hierro al tobillo los sujetana una partesana enterrada hasta elemboque. Ni el hada Morgana, mienemiga, se escapara de tan ingeniosocepo se ha dicho el Cautivo.

    Arriba de un taburete est la Virgende la Soledad. Un veln grande de cebole saca lustres. Desnudo sobre lahamaca escudria al negro y a la indiajoven. Se la rob hace seis meses almismsimo Guaicaipuro.

    Francisco Infante y yo,

  • acompaados de sesenta hombres,llegamos a la madriguera del bestia.Cuando dimos fuego al boho que le hizobuscar la muerte, entre llamas, cual laVenus de Sandro, sali Acarantairllorando y tosiendo.

    Sus ojos de un azul intensoabullonados por unas cejas gruesas,hirsutas y blancas, se encienden deganas al ver la comba cobriza de laindia desnuda.

    Que la primera vez, cuando deshicesu doncellez, hube de violentarla, quepor las otras, por ms que chille y arae,lo hace por gusto, como todas las indias.Ms por sus hembras que por sus

  • culebrinas, hemos podido domear alNuevo Mundo. Jams en mi larga vidahall en parte alguna un hombre msdivorciado de su hembra. Si ellas sonardorosas y complacientes comomarmitas, ellos encuentran ms gusto enmatar cristianos que cabalgar sobre susmujeres. A semejanza del demonio,afirman los entendidos, tienen el sementan frio como el agua de la montaa.

    El negro se incorpor violento: unagotera nueva le mojaba el brazo.

    El Cautivo solt la risa al verlosaltar. Era hijo de Miguel, el esclavo,rey de las selvas de Buria. Luego deejecutarlo con Obispo, Reina y corte, se

  • repartieron los sobrevivientes.[14]

    Julin, como lo apodaron, que andabapor los catorce aos, toc en suerte alCautivo. Tena la extraa cualidad deser despierto y sumiso. Lo hizo paje yordenanza. Siete aos de vida en comny dos durmiendo en el mismo cuarto noborraban su cautela.

    Salvo que sea un hi de puta searga al contravenirse debe desearcon ardor darme muerte con sus manos,luego de haberme visto empalar albellaco de su padre.

    Al descampado y con el sol afuera,el Cautivo no tema a los indios; pero enlas noches, y en especial cuando se

  • hunda en la borrachera, el miedo de nover a la muerte llegar, era cosa que loimportunaba o lo volva insomne, o ledaba pesadillas de locura.

    Los indios se deca cual esosgatos monteses que abundan en esteValle, son hbiles trepadores. A pesarde las murallas y de los centinelas, sedeslizan como culebros sobre lostejados, hienden cual termitas elbahareque para lanzar cerbatanasponzoosas sobre el que duerme, osaltan dentro para hacer de su cuerpo unacerico. Temo a Julin; pero ms a losindios cuando se dan la mano miborrachera y la oscuridad. Fijado a la

  • parte sana, atravesado en el zagun,Julin no puede alcanzarme. Como elhijo de la selva que es, duerme con unojo entreabierto, y clama, vocifera ygrita ante el peligro. Gracias a esteardid duermo sin sueos luciferales enlas noches, que como sta, sacude latempestad.

    El Cautivo sin perder de vista a lamujer, llev otro sorbo a la boca.

    Brr! escupi al tragarla.Recorre el cuerpo de Acarantair.

    Pinceladas de ganas lo tornan joven. Lacaribe tiene cuerpo de lad: el cuello ylas piernas largas. El pelo renegrido lellega a la cintura. La tez es de un moreno

  • claro, que de no haber sido por esosojillos oblicuos y el arco alado de sunariz, se la hubiese tomado por canaria,andaluza o morisca. Tenia la frente alta;la nariz recta y delgada; los labios finos.Era silenciosa y altiva; ensimismada,triste y ausente. Poco hablaba, jamsrea, nunca miraba. Al Cautivo lo ten-taba y encenda de fulgores. Acarantairno ocultaba su ira y repulsin cada vezque la requera. Siempre era igual:gritos, forcejeos, araazos al principio;luego convulsa y mendicante entrega quela hacia gemir gloriosa camino de lacumbre, de donde retornaba recrecida ensu odio, maldiciendo en su media lengua

  • mientras el Cautivo se carcajeaba en suira.

    Afuera y arriba el aguacero suba deesplendor. Julin volvi a dormirse.Acarantair miraba la pared con ojosentreabiertos los saltos que la vela dabaa la sombra del Cautivo. A la entrada dela noche quiso tomarla, pero esta vez noinsisti. Haba sido dura la faena, apartesentirse viejo. Sesenta aos cumpli apoco de fundarse Santiago. Ya eratiempo que aquella india lanuda se leprodigase sin tanto esfuerzo o lucha, quesi para alguna vez daba sus gustitos, noera bueno a diario ni luego de cuatromeses.

  • Ms de una vez intent amansarlaacaricindole la cabeza. Era igual opeor. Ruga cual leona de Libia,enseando los dientes.

    Un rayo de sorna salt en suspupilas. Se inclin sobre la hamaca ytir de su pelo. Acarantair permaneciimpasible. Nuevas goteras perforaron eltecho. Julin volvi a saltar. Volvieron arer sus ojos. Sobre la espalda de laindia verti lo que restaba de la totuma.

    De un salto se puso en pie,tintineando sus cadenas; firmes los senospequeos:

    Malo, malo que eres!La mano golosa busc el pezn:

  • Hija de la grandsima! exclam. Acarantair le haba clavadosus dientes. Fustig el ltigo en el aire.

    No, amo, no! Suplic Julincon voz adolorida. No le pegues aAcarantair!

    Cay un vergajazo sobre Julin,restall dentro la carcajada y la generalaafuera.

    Los indios, los indios!

    8. Caracas era una bruja canbal

    Acabo de toparme con un trasgodijo el Cautivo con voz de miedo a

  • sus compaeros al agazaparse a su ladoen la muralla. Un viejo horrible, deojos saltones, acuosos, azules. Loencontr acechndome detrs de micasa. Creyendo que era un espa de loscaciques lo persegu por el patio hastaalcanzarlo. Ya me dispona a degollarlo,cuando desapareci entre mis piernas.Qu os parece el caso, maese?

    Una flecha sobre el turbante cort eldilogo.

    Jolines, si no me agacho memata!

    La luna sali tras el nubarrn delluvia que se alejaba. Ms de quinientosindios desnudos y embijados cargaban

  • sobre la muralla.Mierda! gru el Cautivo al

    fallarle el arcabuz. Se ha mojado lamecha. Estos armatostes no sirven paranada cuando cae la lluvia. Julin, dameac la ballesta.

    Viva, ensart a dos con una!Breve fue la escaramuza. Los pocos

    indios que lograron saltarse el murofueron muertos con armas blancas. Aescasas horas del alba la tropa siguidespierta sentada en crculo, de cara alas hogueras.

    Ya los hi de putas dijo elCautivo en su solar a dos de lossoldados que acompaaron al hijo del

  • Gobernador se han dado cuenta deque los arcabuces con la lluvia son msintiles que un golilla en un campo debatalla.

    El Cautivo mir despectivo al hijode Ponce de Len, merodeando a pocospasos, y por cuya causa su amigo ycapitn. Don Diego de Lozada, habatenido tan mal final y Santiago seencontraba desguarnecida en un pas conms de cien mil indios aguerridos queno cesaban de incursionar contra ella yreducida su poblacin, por obra de laintriga, a sesenta vecinos espaoles,doscientos indios tocuyanos y seisdocenas de negros esclavos, entre los

  • que haba unas quince mujeres.De no haber sido por mi excelso

    Capitn Don Diego de Lozada prosigui el Cautivo elevando la voz aldarse cuenta de la proximidad de Poncede Len a estas horas ni sus amigos nisus sayones estaran contando el cuento.Pero as es Caracas dijo con solapadaresignacin no en vano fue una brujacanbal quien le dio el nombre.

    Cmo decs, Don Francisco? pregunt entre curioso y burln elaludido. Contadme tan curiosahistoria: ya que hasta ahora tenia pornoticia que el nombre de la Provincia levenia por una hierba en forma de bledo

  • que llaman Caracas.Estis ms errado que yegua

    vieja! bram el Cautivo Todo esmentira, invento o invencin de Juan deGallas, quien como poeta falsea laverdad. Yo fui quien le puso el nombre,y sin proponrmelo, a este sitio donde seha plantado Santiago de Len, muchoantes de que Francisco Fajardo sedecidiera a establecerse en este Valleque llam de San Francisco y que no essanto adecuado para invocar en casos deguerra. Con mi sirviente turco Gal-Al-Vis abandonamos el campamento deFajardo a orillas del mar y ascendimosesa montaa que los indios llamaban

  • Guaraira-Repano y el truhn de Gabrielde vila le usurp el nombre paraponerle el suyo. De aquello, nueve aosha.

    Sentado a la turca, el Cautivodesgrana su historia entre soldados,indios y negros en doble crculo, que loescuchan con atencin. Un espaolllamado Villapando, desdentado, perfilde pjaro y modales ambiguos, lesusurra a uno de los de Ponce de Len,metindole la boca entre la oreja:

    No le hagis caso a ese viejoloco. Fue prisionero de los turcos porveintitrs aos. Durante su cautiverioadopt la fe de Mahoma, gan la

  • confianza del Gran Visir y la simpatadel mismo Sultn con sus truhaneras.Logr ascensos y honores combatiendo alos cristianos, hasta que un da,aburrido, decidi fugarse y dedicarse ala piratera. Con otros veinte cristianosle rob un barco al Sultn y por muchotiempo fue perro del mar por los ladosde Caledonia. Hasta que una galerapapal, al capturarlo, lo llevo a Roma.

    El Cautivo, luego de chuparlargamente su pipa, continu:

    Gal-Al-Vis y yo, luego de muchoandar, llegamos a este mismo sitio,donde ms tarde se fundara Caracas.Una columnilla de humo en direccin a

  • la montaa tent nuestra curiosidad.Cautos y sigilosos avanzamos en esadireccin. A poco de andar llegamos aun rancho que, ms que vivienda, era unsitio para guarecerse de la intemperie.Tan slo cuatro horcones lo sostenan,con algunas ramas a modo de techo. Aun lado de la vivienda arda una hogueradonde se asaba un pedazo de carne queexhalaba un olor apetitoso. Gal-Al-Vis,que tena mejores ojos que yo y que apesar de mis admoniciones no habaperdido la mana de expresarse en turco,dijo en voz baja al apercibir a una mujerde piel muy oscura, casi negra:

    Mirad, amo! una caracas

  • siendo de advertir que la tal expresinen blgaro o turco se le parece osignifica mujer de cara negra.

    La mujer de rostro realmente negro,musitaba o cantaba cosas con sabor abrujera y sortilegio sobre el asado,mientras lo aderezaba con un lquidoque llevaba en la totuma.

    En dos saltos camos sobre ella. Yaunque rabi y mascull de furia, luegode maniatarla y propinarle dostrompicones, termin por quedarsequieta. Hambrientos y fatigados comoestbamos, disponamos a yantar elasado de tan apetitosa apariencia,cuando un grito de Gal-Al-Vis me

  • impidi llevarme a la boca una lonjacocinada en su punto.

    Mirad, amo, mirad! grit convoz de espanto.

    Me cagu en Dios y en los doceApstoles ante lo que vieron mis ojos.Lo que en un primer momento tomamospor algn animalillo apetitoso, era eltronco desarticulado de un crio.

    Recrcholis, Don Francisco! exclam el hijo del Gobernador. Ques miedo lo que contis!

    Villapando se acerc an ms aljoven soldado y prosigui, dirigindolerpidas miradas al Cautivo:

    Tan pronto Su Santidad supo de

  • odas la historia del Cautivo, quisoconocerle antes de que se lo entregaranal cadalso de San ngelo, que loesperaba gozoso y justiciero. El muypillo, que es astuto como el que ms,adems de zalamero y comediante, tanpronto le cal a Su Santidad su bondad,cay de rodillas implorndole perdnpor sus pecados y derramando lgrimasde sentido o de falso arrepentimiento. ElSupremo Pontfice que lo encontr aimagen y semejanza del Moiss deMiguel ngel, le otorg su absolucin,imponindole tan slo como penitenciadespus de tantos crmenes quehasta el fin de sus das vistiese como

  • turco. Pens ingenuamente Su Santidad,que ante lo inslito de su vestimenta,vivira mil veces la vergenza de haberrenegado de la fe de Cristo al tener queexplicarle a los curiosos la razn de susatavos. Ni el propio Papa de Roma contoda su infalibilidad, pudo imaginarsequin era el Cautivo. En primer lugar,encontraba tan cmodos y aireados lostrajes de turco, que estaba dispuesto aseguir trajeado de tal forma empero noencontrase plaza en ningn ejrcito. Y encuanto a dar concienzudas explicacionesa los impertinentes sobre su tormentosopasado, era desconocerlo. A los pocosdas de vivir entre cristianos, luego de

  • desnarizar a cuatro y de arrancarle lanalga a un quinto, ya nadie ms loimportun.

    El Cautivo ech un escupitajo yobservando el creciente inters del hijodel Gobernador, sigui diciendo:

    Apenas ca en cuenta de aqueldesvaro hecho por la bruja de la caranegra, exclam: Maldita!, a tiempo quele descargaba mi cimitarra de planosobre su cadera.

    Caracas, como decidimos llamarledesde entonces y hasta ahora, lanz ungemido agudo y se contorsion de dolor.Cavilamos sobre el castigo quepensbamos infligir a esta arpa, cuando

  • ocho indios de mala catadura salieronde la maleza encabezados por una mujer,que al ver los restos del nio corrihacia ellos irrumpiendo en el llanto mslastimero que jams haya escuchado.Cuando recogi a su hijo los indios quela acompaaban envolvieronamenazantes a Caracas, haciendo casoomiso de nuestra presencia y del hechode que la bruja era nuestra prisionera. Ycomo bien sabis por experiencia queante brbaros la mejor palabra esmiedo, aprest el arcabuz y antes de quetomaran venganza sin mi permiso, lodescargu sobre el vientre de Caracas,salindosele las asaduras por un

  • tremendo boquete.No slo es andaluz continu

    Villapando dicindole al soldado bisoo es tambin andaluzado; mentirosocomo nadie; dice ser de Baeza y llevaren sus venas sangre de reyes moros.Lleg a Venezuela en la expedicin deSpira. Junto con l venan AlonsoAndrea de Ledesma, Alonso DazMoreno, Francisco Infante. Luego denumerosas andanzas y expedicionesbuscando el Dorado, recal en laMargarita semanas antes de que lohiciera el clebre Tirano Aguirre, conquien hiciera intimidad en un viaje quedesde Coro lo llev al Cuzco. Saltando

  • de sitio en sitio y de reino en reino,volvi al Tocuyo y conoci a Diego deLozada. Por esos extraos designios quetiene el Seor, un par de tos comoaquellos, que eran cara y cruz de laexistencia, se profesaron slida amistad,convirtindose el Cautivo en sulugarteniente y brazo ejecutor de tantasmaldades. Por eso intenta la defensa detan feral malhechor arrojando sombrassobre la recta justicia de nuestro amadoGobernador.

    La voz del Cautivo volvi aelevarse:

    Caracas se contorsion de dolor.Los indios sorprendidos huyeron a cien

  • pasos y se quedaron vindonos con ojosde espanto. Impuesta mi autoridad a lobravo, qu tal debe hacerse siempreentre salvajes! les hice sea de que seacercaran. Caracas agonizaba con elvientre y los ojos abiertos. Como labrujera se pena con el fuego, con laayuda de Gal-Al-Vis la tom en vilo ytodava viva la ech sobre la hoguera.Los indios rieron con grandes seales decontentamiento y buscaron lea paraavivar el fuego. El cuerpo de Caracas seconsumi lentamente. Los ocho salvajes,con la madre al frente, comenzaron porcomerse al crio. Y luego de acabar conl, la emprendieron con Caracas hasta

  • dejarle el puro carapacho.Sacudidos de asco llegamos al

    campamento de Fajardo. El mestizoconquistador llor de rabia delante detoda su tropa al enterarse de losucedido.

    Por eso es que debemos acabarcon esa mala hierba indic a guisa desentencia. Todo cuanto huela aCaracas y a su gente hay que arrancarlahasta la raz!

    Juan de Gallas, que escuchaba amedias, cuando oy hablar de la malahierba pens, como el tonto que siempreha sido, que era una planta a la cualFajardo se refera. Como l era hombre

  • de letras y nosotros ignaros soldados,dio por noticia y con ligereza la especietan difundida de que de un monte oyerbajo que nadie ha visto le viene elnombre de Caracas. Todo es mentira ybobaliconera de Juan de Gallas.

    Pero al parecer, as se escribe lahistoria. Igualmente falsa es la versinque circula sobre el nombre deVenezuela o pequea Venecia.Borracho o loco tendra que estar DonAmrico Vespucio para llamar pequeaVenecia a aquel hato flotante queformaban sobre el lago de Coquivacoalos palafitos. El sufijo uela implicadesdn en castellano y en leons.

  • Se habla de mujerzuela, callejuela ohabichuela. Se le utiliza para llamar loque mal anda, lo torcido y lo mal hecho.

    9. A pujo de sangre

    La ingratitud coment el Cautivoante su atenta audiencia parece ser elsigno del Valle. A menos de dos mesesde haberse partido Don Diego deLozada, mi excelso Capitn, ya nadiehabla de l. Son pocos los querememoran los apuros de aquellosprimeros tiempos, que de no habermediado el faculto ingenio de mi

  • glorioso capitn, no estaramos aqucontando el cuento. Y pensar que hastayo mismo lo zaher al obligarnos a tomarcon celo y diligencia numerosasprecauciones que hasta ahora nos hanpreservado de la muerte, empero nocreo que por mucho tiempo, si en vez dehombres de pelo en pecho nos continanenviando mocosos barbilampios, hastaantier apenas destetados.

    El joven Ponce de Len sin darsepor aludido lo animo a proseguir.

    Don Francisco Guerrero escupi unavez ms; exhal una bocanada de humo ycon voz ausente rememor.

    En abril, das antes de comenzar las

  • lluvias, llegamos a este Valle quellamaban de San Francisco.[15] Losindios nos atacaron cual alimaas,apenas nos aguaitaron. Era cosa de risael verlos an despus de muertosrechinar los dientes y tirarse pedos alvernos pasar.

    En tres meses no cesaron dehostigar. Las noches las pasbamos envela. Como diablos los hi de putas nodejaban de hacer sonar tambores yguaruras, escupiendo por doquiersaetazos, lanzas y cerbatanas.

    Don Diego, y en eso nos parecamos,crea en la mala sombra, en los sitiosmalditos y en los lugares donde las

  • estrellas se ven torcidas. De ah que nole pluguiese el lar de su campamento,que fuera el mismo sitio donde Fajardodos aos antes intentara, con tan maldestino, conquistar y poblar.

    La vez primera que recorrimos elValle hacia el naciente, seguimos elcurso de esa agua caudal llamadaGuayre.

    Aquella maana la sierra estabadespejada, la tierra hmeda y lospajonales bonitos. Luego de recorrer lossiete mares, puedo afirmar sin mentir,que era la maana ms hermosa que enmi vida hubiese visto. Traspuestas dosleguas, otra agua caudal y tormentosa

  • llamada Caroata nos sali al paso.Delimitando al otro lado, una explanadano ms ancha de mil quinientas varas,cercada a su vez al extremo opuesto porel Catuche, o rio de las Guanbanas.Qu no s a que le viene el nombre,porque no he visto una en mi putanavida!

    All he de fundar mi ciudad! Dictamin mi excelso Capitn. Quecon tres ros sobran los fosos.

    Apenas cruzamos el ro, Don Diegode Lozada sin bajarse del caballo, nosorden que procediramos a levantar elmuro del cuartel principal. Todo el dalo pasamos cargando piedras, aserrando

  • rboles y mezclando argamasa con laarena del ro, entre la que abundabanpepitas de oro. En la tarde, el parapetonos llegaba al cuello. Menos mal queDios no escuch mis blasfemias. Esamisma noche ms de mil quinientosindios, cual cigarrones de regreso alpanal, cayeron sobre nosotros.

    Al da siguiente y a la misma hora,tal era la flojedad de nimos que nosdej la refriega, habamos levantado elmuro del cuartel, techndole yaspillando hasta la mitad. Sinpermitirnos resuello orden Don Diego:

    Levantad un muro aqu y seallos solares que ahora ocupan el Cabildo

  • y la Ermita, que como veis, hacen callecon l cuartel . Hay que aprovechar elsol mientras dure.

    Y con l a la cabeza, emprendimosla faena. Antes de la noche ya lahabamos terminado. Exhaustos yorgullosos contemplbamos nuestraproeza, cuando el muy pillo volvi aordenar:

    Vengan ahora las puertas!Santiago Giral y Simn Daz que

    eran carpinteros y tenan dos daslabrando dos portales, los enclavaron acada extremo de la calle.

    Ahora guardad en ella los ovejosy jumentos, que corral ha de ser la

  • primera calle de la ciudad.A la semana, en terminando de

    techar los solares de enfrente y que porun tiempo fueron cuartel de los indiosportadores del Tocuyo, ms de diez milsalvajes cargaron sobre el cuartelillocon su calle corral, que de no haberexistido, nos hubiesen robado y flechadotodo el ganado que llevbamos connosotros.

    A la noche siguiente y a la luz de unahoguera, Don Diego nos seal el mapade la ciudad que pensaba fundar.Santiago habra de tener veinticuatromanzanas en dos circuitos alrededor dela Plaza Mayor. Como yo le expresara

  • extraeza al ver en el mapa diecisiscalles abiertas a los cuatro vientos enuna tierra poblada por ms de cien milindios bravos, respondi sin amoscarse:Tate, tate, Don Francisco, que ni soymmo ni me chupo el dedo! Esto sloser luego de imponer la paz a estossalvajes que nos hostigan. Entre tanto,Santiago ser apenas esto y seal laplaza y el primer circuito de manzanasque ahora vosotros, los recin llegados,tenis ocasin de ver. Luego de marcarlos sitios pblicos, nos asign a los quehabamos de ser los primeros vecinos elsolar donde deberamos erigir nuestrascasas. Yo, al igual que todos estos

  • desarrapados, nunca haba tenido casapropia. Celebrbamos ya el sentirnosriquillos, cuando el impenitente DonDiego volvi a escaldarnos:

    Antes de hablar de viviendas, misamigos nos advirti habremos delevantar un muro alrededor de la ciudad.

    Todos nos miramos con carasdestempladas, que se tornaron fieras alaadir: Bueno, mis amigos. Manos a laobra, ya que es mi mayor deseo fundarla ciudad para el da de SantiagoApstol.

    Para el 25 de julio! clamarontodos.

    Cercar mil doscientos pies para esa

  • fecha, si estbamos a comienzos demayo, era menos que imposible.

    Cuando termin de hablar variashigas a su espalda lo, acribillaron.

    En la primera semana el cerco nosllegaba a la rodilla; a la segunda, yaalcanzaba el ombligo; a la tercera, noscubra hasta la tetilla. Al mes iba sobrenuestras cabezas.

    Abrumados por la fatiga el muroascenda con nuestras esperanzas de quefundaramos la ciudad apenas loterminsemos; haramos nuestras casas ynos echaramos a descansar. Pero lo quesi era menos que imposible es queestuviese lista para el 25 de julio, como

  • quera el Capitn Fundador. A primerosdel mes nos faltaba poco menos de lamitad. Agotadas las piedras de la ex-planada, habamos de buscarlas congraves riesgos para nuestras vidas, pueslos indios no cesaban de flechar cadavez ms lejos.

    Hube de decirle una noche alCapitn Fundador:

    Por grande que sea nuestro deseoy esfuerzo de complaceros, a menos queSan Juan agache el dedo, nos serimposible acabar la muralla para el dadel Santo Patrono de las Espaas.

    Lozada frunci el ceo y porprimera vez lo vi abatido. Djele yo a

  • guisa de consuelo:Y por qu no la fundis el 25 de

    julio? Total, que ya la muralla estalta Con darle los tres tajos de rigoral rollo

    Vlgame el cielo ante la cara deasco que me puso! Se me olvid que eragallego y yo andaluz.

    No cuento los pollos antes denacer, Don Francisco me respondiencabronado. Mientras Santiago notenga murallas para asegurar su defensa,es tonto y de mal agero bautizarla antesde que sea parida por la tierra y pornuestra voluntad. Acordaos de Fajardo,mi predecesor: que por fundar pueblos

  • sin hacer los muros, de su hato de SanFrancisco no quedan ni las piedras.

    Yo lo que s creo propuso conacento grave y convincente es exigirlea los indios de la vecindad que semuestran pacficos, un tributo de trabajo.En vuestra opinin, preguntmequines son los indios del Valle mslaboriosos y de mayor docilidad?

    Pues, en cuanto a laboriosos lerespond ninguno, que todos son msperezosos que gitanos. Pero si SuExcelencia quiere saber cules son losms pendejos, pues son los tarmas, enmi opinin, aparte que sus mujeres songuapas como ninfas.

  • Entonces agreg el CapitnFundador con aquella apacibilidad tansuya invitmosles a establecerse connosotros.

    De acuerdo a sus instrucciones yacompaado por veinte guerreros y unoscuarenta indios, recorr las siete aldeastarmas, repartiendo entre la indiadafamlica, a fin de hacernos de su buenafe, carne de ovejo y barricas deaguardiente.

    Todo est muy bien le observyo a mi excelso Capitn luego de mipiadosa romera; lo que no entiendoes cmo habremos de hacer para queestos gandules abandonen campos y sus

  • ocios para venirse a Santiago a hacer dealarifes. Por no trabajar escapamos deEspaa los que servimos bajo vuestromando.

    Lozada sonri con aquella faz dechivato tan suya:

    Venid conmigo, os tengo unasorpresa.

    Lo segu hasta el galpn hecho deprisa tras los solares del Cabildo y delAyuntamiento, donde pensaba alojar alos tarmas. La tarde estaba muyavanzada. Lozada dio tres golpes largosy dos fuertes. Alguien quit la tranca ynos dio paso franco:

    Entrad, Don Francisco me invit

  • con cierta reticencia.Dentro reinaba la penumbra.

    Distingu mucha gente silenciosa yhedionda. Alguien trajo una antorcha.

    Me cachi en la ma! grit,creyendo ser victima de una mala visin.Cien mariches, tatuados y armados nosvean con rostros de culebros. Lacarcajada de Lozada y el reconocer aSancho Pelao disfrazado de mariche,pusieron paz en mi alma y me pararon eltrote.

    El aludido, un hombre moreno,cetrino, fornido y de mediana estatura, alor su nombre dirigi al Cautivo unalarga mirada de reproche.

  • Esa noche prosigui losfalsos mariches, capitaneados por eseonagro risoso que all veis, cayeronsobre un poblado tarma dando muerte almayor nmero de gentes. Al dasiguiente aparecieron frente a Caracaslos sobrevivientes implorndonos quelos protegisemos de los mariches. Tresdas ms tarde los falsos marichesatacaron y destruyeron un segundopoblado. Al igual que la primera vez,pero en nmero de dos mil, los tarmasse presentaron para hacer de Caracasguarimba. Lozada una vez ms accedi,exigindoles como justa compensacin,el que trabajasen en la muralla.

  • A menos de una semana los tarmasse preguntaban conmigo ante el rigor deltrabajo, si no sera mejor enfrentarse alos mariches. Comenzaron a desertar. Laobra progresaba lentamente.

    Un fuerte temblor de tierra agriet elmuro en varias partes y un lienzo de msde trescientos pies se vino abajo en ellado sur. Lozada mont en clera:

    Empero revienten, el muro ha deestar listo para el da de SantiagoApstol!

    Los negros, que odiaban a losindios, comenzaron el canto de losltigos. Unos se resistieron y fueronmuertos de inmediato. Otros, que

  • huyeron, fueron cazados con perrosbravos. Para evitar ms fugas se guardcomo rehenes en sitio aparte a lasmujeres y a los nios.

    Esa maana los siete caciques de lossiete poblados se enfrentaron alFundador:

    Nos habis engaado. Fuisteisvosotros y no los mariches quienesprovocaron y sembraron el terror entrelos nuestros, con el propsito deesclavizarnos. Ellos nada han tenido quever en esto, como nos lo han hechosaber. Somos varios los que ya hemosreconocido a aquel mal hombre que vaall y sealaron a Sancho Pelao.

  • Lozada, que ya se lo esperaba, hizo a suguardia la seal convenida. Los sietecaciques fueron empalados a siete pasosde la muralla que mira hacia el Guayre.

    Los tarmas moran de a veinte y atreinta por da. A los negligentes se lesazotaba y a los que se les vea arrestoslevantiscos se les ahorcaba sin frmulade juicio.

    A pesar del trabajo de los nuevosesclavos, a una semana de Santiago lamuralla estaba entre finita y pintona,aparte que de los cuatrocientos ochentay cinco hombres aptos para el trabajohaban desaparecido y muertotrescientos doce.

  • Necesitamos entonces nuevostarmas afirm Lozada. Pordesgracia, tan slo los guacas que llevanpotra, nadie cree en nuestros buenospropsitos.

    Esa noche Sancho Pelao y sushombres salieron en direccin al puebloguaca que estaba por las Adjuntas. Hastala madrugada, Lozada y yo losesperamos conversando y fumando. Alprimer canto del pjaro los vimos llegar.A la luz del cerco de antorchas se losvea fatigados. Algo metlico brill enla noche.

    El imbcil de Sancho Pelao clam el Capitn se llev la espada!

  • Qu necesidad tena el muy tabernariode ponerse en evidencia?

    Uno de los soldados amigos delzamboyo, al escucharnos sali a suencuentro a fin de advertirle,seguramente, nuestra indignacin.Llegaba hasta el, cuando sbitamentetuve una sospecha: el de la espada erams alto y delgado que Sancho Pelao:tampoco tena ese caminar de lorosabanero caracterstico del hombrecillo.No haba terminado de barruntar cuandoel de la espada Guay!, lo degoll de unsablazo.

    Una lluvia de flechas se nos vinoencima. Cerramos justo el portal cuando

  • la avanzada de falsos tocuyos, que eranmeros indios teques con Guaicaipuro alfrente, casi nos alcanzaban.

    Guaicaipuro liber a los tarmas.Sancho Pelao refiri cuando aparecimaltrecho al da siguiente, que el grancacique teque les cay por sorpresaapenas cruzaron el ro; a todos losdems los hicieron pupa.

    Ante lo sucedido nos dejamos desubterfugios y a sangre y a fuego, comodebe hacerse, reclutamos esclavos pormiles y el 29 de julio, luego de finiquitarsu muralla, rodeado de su ejrcito, ledio los tres tajos de rigor al rollo ydeclar por pregn que era el da de

  • Santiago, el de Pedro y Pablo, aquelmomento en que fundaba la ciudad.

    Al da siguiente, en medio de laresaca del jubileo de la vspera, Lozada,nos oblig a construir murosescalonados de a ocho por ladoalrededor de la muralla. Al acabar dehacer, los hizo cubrir de tablones.Arriba dijo van los centinelas ylas tropas de lnea, abajo la sentina delos hombres y de las mujeres, la cocinay la cuadra para vuestras bestias. Encada ngulo de la ciudadela edificgaritas que desde aqu podis ver.Terminada la muralla, cuartos, rampas yescalerillas, iniciamos la construccin

  • de nuestras casas, siempre dentro delorden y simetra de nuestro Capitn,quien seal alto, anchura y todas lasmedidas pertinentes con el fin de que aladosarse hicieran de cada manzana unacasa fuerte para resistir en el caso deque los indios, como varias veces lo hanintentado, derrumben la puerta de laciudad. Para aumentar las precaucioneshicimos tneles bajo tierra, de unamanzana a la otra. El zagun, segn miexcelso Capitn, debe tener dos puertas:la del portn y la del entreportn, lamuerte lo mismo viene de la calle quede vuestro propio solar.

    En menos de seis meses terminamos

  • las casas. La dicha, sin embargo, nuncaes completa: hasta tanto no reduzcamosa los rebeldes, los que recibimos engracia los primeros solares hemos decompartirlos con gente ajena, nosiempre de nuestro agrado. El Cautivomir hacia la casa de su vecino, un viejobeato, con quien comparta el zagun.

    Una acequia rumorosa de aguascristalinas atravesaba el solar endiagonal, para desembocar en elCatuche, que pasaba hondo y rugientepor el barrancn. Gorjearon los pjarossobre el samn.

    Amanece seal el Cautivo trasun bostezo.

  • Por Petare sale el sol. Por Petaresube a la montaa. Canta el turpial sobreel samn. Brilla el sol sobre la muralla,sobre la casa, sobre las tejas, sobre elpatio enlosado, sobre la fuente del Pez,sobre la puerta de Don Juan Manuel deBlanco y Palacios.

    10. Cun grandes somos!

    A las cinco en punto de la tarde seabri el zagun claveteado. Don JuanManuel de Blanco y Palacios, jubn azuly casaca blanca, va de visita.

    Arriba y arriba.

  • No tan rpido, Miguelito.Veinte somos los Amos del Valle:

    Bolvar, Palacios, Blanco y Herrera!Juan, Sebastin, Alicusio y

    Matacn!El Rey nos posterga. El Rey nos

    rebaja. Independencia es traicin al Rey.Traidor y ms que traidor en mi cara medijeron. Hasta la quinta generacintraidora tu descendencia! A JuanFrancisco frente a la Candelaria,demolironle su casa hasta loscimientos, echndole sal en la tierra yaborreciendo su nombre en tarjaabominable.

    A Tpac Amaru, tres aos ha, le

  • hicieron, vivo y ante sus hijos, lo quequiso hacer en el cadver de mi padre elGobernador. Desnudo lo llevaron a laPlaza Mayor. Cuatro potros salvajestiraron de sus pies y de sus manos, hastaque sobrevino el desprendimiento. Lodescuartizaron. Su cabeza, frita en aceitey puesta en jaula de fierro, colgronla alas puertas de la ciudad.

    Ms tiemblo que me vean desnudo ycon esta barrigota que al mismosuplicio. De frerme en aceite ser conmi plancha o con la boca vaca? Yo soyun hombre leal. A la corona debo milfavores. De no haber sido por SuMajestad ya no existira. El ingrato

  • olvida el debe, recuerda siempre elhaber. Haciendo yo pactos conFrancisco de Miranda! El hijo deltendero y de Panchita Rodrguez! Dosmeses atrs no lo hubiese sospechado.Yo, un amo del Valle, de quien a quiencon el carricito se! Por mis venas correla sangre de Adriana y de su egregioamante. Llevo a Isabel y a Fernando, aJuana la reina loca y a Felipe, el ReyHermoso. Subiendo ramas llego aPelayo. Bajando el tronco refluyohistoria.

    Juan,Sebastin,Alicusio,

  • Matacn.Desde Juan Francisco, los Borbones

    apretaron la enjalma. Carlos III, dspotacentralizador. Los enemigos de misenemigos son mis amigos deca elRey. Igualemos a pardos y canarioscon los criollos. Ayudemos a los