a sus plantas rendido un leon - soriano

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    NARRATIVAS ARGENTINAS

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    OSVALDO SORIANO

    A sus plantas

    rendido un len

    EDITORIAL SUDAMERICANABUENOS AIRES

    Diseo de tapa: Mario Blancollustracin: Fragmento de "Rana Varia" (1863), Aloys Ztl.

    1986, Osvaldo Soriano

    IMPRESO EN LA ARGENTINA

    Queda hecho el depsito que previene la ley 11.723. 1986, Editorial Sudamericana, S.A., Humberto I 531, Buenos Aires, Argentina.

    ISBN 9500703890

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    A Jos Mara Pasquini Durn,por el cnsul, por la amistad.

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    Esa maana, cuando el cnsul Bertoldi fue a visitar la tumba de su mujer, se

    sorprendi al comprobar que la seora Burnett no haba dejado una rosa sobre la lpida.Como todos los viernes, poda verla al otro lado del cementerio, frente al mausoleo de losingleses. Slo que esta vez la rosa no estaba all y la seora Burnett le daba la espalda. Pesea los 45 grados llevaba un vestido largo de cuello cerrado, que nunca le haba visto, y lacapelina que se pona para las fiestas de cumpleaos de la reina Isabel. Confusamente elcnsul intuy que algo andaba mal. Quiso correr hacia ella, pero el pantaln empapado desudor se le pegaba a las piernas y lo obligaba a moderar el paso. Avanz por la calleprincipal, a la sombra de las palmeras, y tuvo que quitarse varias veces el sombrero parasaludar a los blancos que paseaban en familia. Not que nadie le retribua el gesto, peroestaba demasiado apurado para detenerse a pensar. Sobre las colinas alcanz a ver, casi

    desteidos por el sol, a los militares britnicos que terminaban las maniobras y regresabanal cuartel.La seora Burnett levant la sombrilla y empez a caminar hacia el portal. El cnsul

    apur la marcha y cruz en diagonal entre las tumbas y los yuyos. La alcanz frente a lacapilla y la salud con una reverencia exagerada.

    ndate, Faustino, que no nos vean juntos dijo ella, y agreg, casi en lgrimas:Por qu tenan que hacer eso, Dios mo, por qu?

    La mirada de Daisy lo asust y lo hizo retroceder hasta la galera donde un grupode nativos rezaba un responso. Se disculp con un gesto respetuoso y fue a apoyarsecontra la pared. Le pesaba la ropa y tena un nudo en el estmago. Pens que la haba

    perdido y lo invadi una tristeza tan profunda como la letana que murmuraban losnegros frente al atad abierto. Mir hacia el portal y la vio subir al Rolls de la embajada.Un jeep con cuatro soldados sali de entre los rboles y fue a pegarse al paragolpes traserodel coche.

    El cnsul se acerc a un grifo para refrescarse la cara. Los nativos pasaron a su ladocargando el fretro; algunos lloraban, y otros cantaban una tonada pegadiza. Bertoldiempez a caminar hacia el centro, pero estaba demasiado abatido, y casi sin darse cuentase subi a un mnibus que repechaba la cuesta a paso de hombre.

    Pregunt el precio del boleto y se corri hacia el fondo, entre las cajas de bananas ylas jaulas de los pjaros. Los negros lo miraban con curiosidad, y el cnsul temi que su

    presencia all fuera tomada como una provocacin. Nadie, aparte de l, llevaba pantaloneslargos ni usaba reloj pulsera. Cuando baj en la plaza del mercado fue a sacar el pauelo yse dio cuenta de que le haban robado la billetera con los documentos y la poca plata quele quedaba. Mir a su alrededor y vio a los vendedores que mojaban las verduras con unamanguera. De pronto, en medio de esa multitud de rotosos, sinti, como nunca desde lamuerte de Estela, una incontenible necesidad de llorar.

    Cruz la plaza abrindose paso entre la gente, protegindose los bolsillos vacos, yse acerc a las letrinas de madera que los ingleses haban construido en la poca de lacolonia. No encontr ninguna que pudiera cerrarse por dentro y entr en la ltima, frentea la estatua del Emperador. Se sent sobre las tablas mugrientas, entre un enjambre de

    moscas, y dej que las primeras lgrimas le corrieran por la cara. De pronto tuvo como unacceso de tos, una descarga de algo que llevaba adentro como un lastre. Pens en sus

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    cincuenta aos cumplidos en ese miserable rincn del mundo, dejado de la mano de Dios,y se sumergi en un sentimiento de compasin e impotencia. Se apret la cara con lasmanos y se dobl hasta triturarse la barriga mientras imaginaba que nunca ms podrareunirse con Daisy en la caballeriza de los australianos. Alguien empuj la puerta, y elcnsul tuvo que levantar un pie para trabarla mientras murmuraba un implorante"ocupado". Entre sus zapatos flotaban cscaras de naranjas y papeles deshechos. Busc elpaquete de cigarrillos y cont los que le quedaban. Sac uno y guard los otros tres para lanoche. El humo lo hizo sentirse mejor. De sus ojos caan todava unos lagrimones espesosque le resbalaban por la cara. Las paredes de madera estaban llenas de dibujos obscenos einsultos contra los ingleses plagados de faltas de ortografa. Tambin haba largas frases enbongwutsi que no pudo descifrar. En todos esos aos slo haba aprendido a pronunciaralgunas frmulas de cortesa y los nombres de las cosas que compraba todos los das.

    Cuando la brasa del cigarrillo lleg al filtro, se limpi los ojos y volvi a la plaza.Cruz la calle y busc la delgada lnea de sombra. La plaza empezaba a vaciarse. Caminlentamente mientras las campanas de una iglesia sonaban a intervalos largos. Atraves elbulevar de las embajadas, adornado de flores y palmeras, y advirti que en la otra esquinados guardias ingleses estaban armando una garita a un costado de la calle. Frente a laembajada de Pakistn haba un Cadillac negro, y el cnsul se agach para mirarse en elespejo. Tena unas ojeras profundas y la nariz enrojecida, y trat de sonrer para ablandarlos msculos. Estuvo haciendo morisquetas con los labios hasta que el vidrio de laventanilla empez a bajarse y una voz de mujer le pregunt si necesitaba algo. El cnsul sequit mecnicamente el sombrero y retrocedi sin contestar.

    Iba a tomar por la calle lateral cuando vio el Lancia del commendatore Tacchi frenteal garaje de la embajada. Bertoldi pens que el italiano poda sacarlo del apuro con diez oveinte libras y se acomod el pelo antes de ir a tocar el timbre. Un negro de chaquetacolorada abri la puerta y le dijo que Tacchi haba ido a una reunin con los demsdiplomticos en la residencia de Gran Bretaa.

    El cnsul se alej preguntndose por qu diablos los embajadores haban decididoreunirse un viernes. Cuando se trataba de un golpe de Estado, Mister Burnett convocaba asus aliados a evaluar la situacin en su casa, pero jams lo haba hecho a la hora delalmuerzo. Esa maana Bertoldi no haba percibido clima de agitacin, de manera quedecidi volver a su casa y prepararse algo de comer mientras esperaba el regreso delcommendatore Tacchi.

    Entr en una calle angosta, de chals y baldos abiertos. En la segunda esquinaestaba el consulado argentino. Durante aos Estela se haba ocupado del jardn, pero ahoralas plantas estaban marchitas y los yuyos empezaban a cubrirlo todo. El sendero de lajasque llevaba hasta el mstil estaba desapareciendo y todas las maanas Bertoldi se abrapaso entre la maleza para izar la nica bandera que tena.

    Empuj con una rodilla la puerta de la cerca y recogi la edicin internacional deClarn que asomaba por la ranura del buzn. El diario era la nica correspondencia quereciba de Buenos Aires y llegaba a nombre de Santiago Acosta, el anterior cnsul. En esaspocas pginas, Bertoldi trataba de adivinar cmo habra sido su vida en esos aos si sehubiera quedado en una oficina de la cancillera. Encendi la radio y se tranquiliz al orque la msica era la misma de siempre. Se quit la ropa, se puso a calentar unos fideos ydespleg el diario sobre la mesa. Otro empate de Boca. Se detuvo un momento en elresumen del partido. Los jugadores haban ido cambiando en esos aos hasta que las

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    formaciones de los equipos se volvieron conglomerados de nombres sin sentido,onomatopeyas a las que el cnsul daba vida con su imaginacin. Abri la heladera y se diocuenta de que se haba quedado sin manteca. Cont los das que le faltaban para cobrar elsueldo y se prepar los tallarines con tomate y una gota de aceite mientras la radiotransmita el oficio religioso del medioda.

    Almorz desnudo, hojeando el diario sin poder concentrarse. No sera que losservicios de inteligencia britnicos haban descubierto su relacin con Daisy?, pens. Talvez haba cado en sus manos alguna de las cartas que le escriba por las noches, a la luz deuna vela, esperando el encuentro de los viernes en el cementerio. Pero qu importanciatena ahora saber de qu manera se haba enterado Mister Burnett? Lo cierto era que Daisyestaba bajo custodia y no podra volver a verla sin afrontar el despecho y los celos delmarido.

    Cuando termin de comer lav el plato y la cacerola, encendi un cigarrillo y fue ala oficina a buscar un pasaporte en blanco. En el armario, bajo una montaa de papeles,encontr una almohadilla reseca y un bloc de formularios. Los llev al escritorio, apart elcalentador para el mate, y se sec el sudor del cuello con una toalla. Iba a extender laprimera renovacin de pasaporte desde su llegada a Bongwutsi. Escribi cuidadosamentesus datos, puso los sellos, e imit la enrevesada firma de Santiago Acosta. Despus frot elpulgar en la almohadilla y lo apoy en el lugar indicado en el documento. Cuandotermin se dio cuenta de que le hacan falta cuatro fotos tres cuartos perfil, fondo blanco.Se dijo que al caer la tarde ira al centro a retratarse y de vuelta pasara otra vez por laembajada italiana.

    Apag la radio y se tendi en el sof. Sobre la pared, encima del armario, vio algrillo que lo despertaba por las noches. En un ngulo del techo haba una telaraaennegrecida por el polvo y el humo del tabaco. Bertoldi saba que, tarde o temprano, elgrillo caera en la trampa.

    Estaba empezando a dormirse cuando son el timbre. Se levant, extraado, y fue abuscar la salida de bao. En la puerta, tieso como un esprrago, encontr a un oficialingls flanqueado por dos reclutas. Bertoldi siempre se preguntaba cmo hacan para notranspirar los uniformes.

    Parte para elseor embajador de la Repblica Argentina dijo el militar. Eraun pelirrojo petiso, de lentes cuadrados.

    No hay embajador. Salga del sol, hombre.El oficial le extendi un sobre cuadrado, igual a los que le traan los ordenanzas con

    las invitaciones a los ccteles y a los agasajos. Sin esperar respuesta, los ingleses saludarony se fueron caminando por el medio de la calle. El cnsul los sigui con la mirada y tuvo lasensacin de que esta vez no se trataba de una invitacin. Volvi a la oficina, busc uncortaplumas y abri el sobre.

    AL SEOR CNSUL DE LA REPBLICA ARGENTINAEN BONGWUTSI

    Ante la salvaje agresin sufrida por la Corona britnica, Mister Alfred Burnett hace saber al seorrepresentante de la Repblica Argentina en Bongwutsi que el Reino Unido se dispone a defender por todoslos medios lo que por legtimo derecho le pertenece. El honor y la virtud de la Corona sern preservados. El

    seor Cnsul de la Repblica Argentina deber abstenerse en el futuro de todo acto que pudiera serconsiderado sospechoso, prfido o agresivo. Mr. Burnett ha ordenado a las tropas de Su Majestad queestablezcan una zona de exclusin de 200 metros en torno de la embajada de Gran Bretaa. Dentro de ese

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    permetro, todo sbdito argentino ser declarado persona no grata y tratado en consecuencia.

    DIOS SALVE A LA REINA

    Mr. Alfred Burnett, embajador de Gran Bretaa

    El cnsul se qued un rato inmvil, con la mirada fija en el papel. El era el nicoargentino conocido en cinco mil kilmetros a la redonda. Bruscamente se dio cuenta deque Mister Burnett no volvera a llamar al Chase Manhattan Bank para autorizar el pagode su sueldo que llegaba todava a nombre de Santiago Acosta.

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    Fue hasta el sof y se dej caer, abatido, entre los almohadones deshechos. MientrasEstela estaba a su lado, an tena esperanza de escapar vivo de all, pero cuando ella cayenferma y la cancillera no respondi al telegrama que imploraba la repatriacin se diocuenta de que no podra salir de ese lugar porque ni siquiera tena un amigo y suexistencia no contaba para nadie. Las veces que intent llamar por telfono en cobrorevertido el operador le respondi que ese nmero ya no corresponda al Ministerio deRelaciones Exteriores.

    Desde que empez a encontrarse con Daisy en la caballeriza, pens que al menosalguien contaba los das esperndolo, que era algo ms que un funcionario improvisado eintil de un pas que nadie conoca. Pero ahora los servicios de inteligencia lo haban

    arruinado todo y Mister Burnett pareca decidido a convertir su desengao matrimonial enuna cuestin de Estado. Bertoldi se dijo que nunca terminara de entender la mentalidadbritnica.

    Fue albao, dej la carta sobre el lavatorio, y abri la ducha. Las hormigas habanhecho un agujero en la pared, junto a la baadera, y formaban una larga fila que bordeabalos zcalos hasta el aparador de la cocina. Haba probado todos los insecticidas, inclusouno ingls que Daisy le haba llevado una noche a la caballeriza, pero no lograbadetenerlas. Iba a meterse bajo el agua cuando oy que golpeaban de nuevo a la puerta. Porun momento crey que sera Mister Burnett en persona, pero por la ventana vio a tresnegros con el uniforme de la guardia del Emperador y se tranquiliz.

    El embajador de la Repblica Argentina. El que hablaba lea de reojo un apunteescrito en la palma de la mano.

    Cnsul. A sus rdenes.Mister Bertoldi, Faustino le costaba pronunciarlo.Servidor, oficial.Su Majestad est esperndolo.El cnsul sinti que se le aceleraba el ritmo del corazn y se qued como petrificado

    con una mano en elpicaporte. Luego fue al dormitorio, a vestirse y advirti que temblaba.Se pregunt hasta dnde llegara Mister Burnett y por qu haba decidido llevar el asuntoante el gobierno. Mientras se pona el traje mir a los hombres a travs de la puerta

    entreabierta. El que haba hablado estaba parado frente al mapa de la Repblica. Otroobservaba de cerca el retrato de Gardel y el tercero montaba guardia en la puerta. Bertoldi

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    limpi los zapatos con una punta de la colcha y volvi a su despacho.Su presidente se meti en un lo dijo el oficial sealando a Gardel.El cnsul asinti con una sonrisa mientras se colocaba una escarapela en la solapa.A su disposicin dijo, y sali sin echar llave.Viajaron en silencio. El Buick con la bandera de Bongwutsi trepaba por las colinas

    mientras el chofer discuta con alguien por un walkietakie. El cnsul, apretado entre dossoldados, busc comprender la situacin, imaginar qu poda haber llevado a MisterBurnett a recurrir al propio Emperador. Trat de ponerse en su lugar, pero enseguida sedijo que Estela nunca se habra entregado a otro hombre y desisti de la comparacin. Talvez, pens, el ingls slo buscaba un buen motivo para obtener el divorcio, o para que laprensa de Londres hablara de l. Se di cuenta de que el aire acondicionado le permitarazonar con ms claridad y atribuy su dificultad para ordenar las ideas a que el aparatodel consulado estuviera descompuesto desde haca ms de un ao.

    El auto se detuvo frente a una gigantesca escalinata. Un soldado de pantaln sobrela rodilla salud a desgano y abri la puerta de un tirn.

    El Primer Ministro esperaba en la galera, sobre la alfombra verde y amarilla.Mientras le estrechaba la lao, Bertoldi crey verle un reproche en la mirada. Supongoque conoce las reglas, embajador. No estoy seguro. Es la primera vez que... SuMajestad quiere expresarle personalmente el disgusto del gobierno. Cuando estemosfrente al trono salude inclinando el cuerpo y qudese con la cabeza baja. Solo hablar si elEmperador se lo ordena. De todos molos yo tengo que hacer lo mismo, as que no tienems que imitarme. Cuidado al retirarse: no vaya a dar la espalda al trono ni a levantar lacabeza. Retroceda siguiendo la larca de la alfombra para no chocar con la planta que nosregal Monsieur Giscard d'Estaing. Ahora squese eso e lleva ah.

    Son los colores de la Argentina, excelencia.Con ms razn.El Primer Ministro le arranc la escarapela y la arroj canasto de los papeles.Protesto, seor.A la salida la recoge, hombre. Vamos.Atravesaron un corredor y luego dos salones infinitos y desiertos. Todas las

    ventanas estaban protegidas por barrotes. Se detuvieron ante una puerta custodiada pordos hombres de tnicas verdes y bonetes que terminaban en cabeza de serpiente. ElPrimer Ministro habl con un secretario y seal a Bertoldi. El cnsul se dijo que sera,mejor negarlo todo. La puerta empez a abrirse pesadamente y el Primer Ministro lo tirde un brazo. Bertoldi baj la cabeza y se vio la punta de los zapatos gastados. Lahabitacin estaba en semipenumbra. Una luz difusa insinuaba las columnas del tronotalladas en oro. De reojo, vio al Primer Ministro doblado en dos y ms all un bulldog conun collar de diamantes. Sinti el silencio y la frescura del templo hasta que desde lo alto lelleg una voz ronca y vieja.

    Explquese, embajador. Yo crea conocer todas las formas de la estupidezhumana, pero sta me deja perplejo.

    El cnsul permaneci callado hasta que el Primer Ministro lo sacudi de un codazo.Mister Burnett exagera, Majestad.Reuter y Associated Press dicen lo mismo que l un largo rollo de tlex cay

    como una serpentina y se enred a los pies del cnsul. Son hijos de ingleses, hablancomo ingleses, viven como ingleses, qu demonios busca un argentino ah?

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    Bertoldi mantena la cabeza gacha pero levantaba los ojos hasta hacerse dao.Alcanz a ver unos pies desnudos y viejos apoyados en un pedestal de marfiles. Sintiotro codazo.

    Alivio, seor. Un poco de paz.Ah, es una guerra santa, entonces! Sin embargo Mister Burnett pide soldados, no

    filsofos. Voy a decirle una cosa, embajador: no me disgusta que los ingleses reciban unaleccin de tanto en tanto, pero al final siempre somos nosotros los que pagamos los platosrotos. Si ustedes siguen en esa condenada isla voy a tener que mandar un batalln y biensabe Dios que mi gente no ha visto nunca el mar...

    Usted insina que...El Primer Ministro le hundi el codo en las costillas.Qu tiempo hace all ahora?Dnde...? el cnsul sinti una oleada de calor que le suba por la espalda.En las Falkland.No me diga que...! el cnsul hablaba en espaol.Hielo, nieve, siempre nos tcalo peor...... recuperamos las Malvinas!Qu dice?Viva la patria, carajo!El Primer Ministro estrell el zapato contra una pantorrilla del cnsul que gritaba

    como un desaforado.S, parecen inmensamente imbciles dijo el Emperador con voz cansada.

    Squenlo de aqu. Fuera! Que vengan los otros!Dos hombres lo arrastraron hasta la puerta. El cnsul alcanz a dar otros tres vivas

    a la patria y antes de que lo sacaran escaleras abajo pudo or que el Emperador se sonabaruidosamente la nariz.

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    Calles prolijas, canales mansos, un lago cristalino. La primavera que asoma en lasmacetas que adornan los balcones. Qu poda importarle a Lauri esa ciudad si era unazar, un cruce de caminos, un punto de fuga?

    Mientras pasaba por una callejuela solitaria, de puertas cerradas, jug a imaginarque Zurich no haba cambiado desde los tiempos en que Lenin tom el tren para atravesarAlemania y sublevar Petrogrado. Cuando lleg a la estacin algo apareci en su memoria:"S... pero Lenin saba adonde iba".

    Fue hasta la plaza del ajedrez, se detuvo un par d veces a observar las caras de losque' meditaban una jugada y continu por un sendero de baldosas desierto e impecable.Atraves el puente y se agach en la otra orilla a mirar los cisnes que se le acercabandeslizndose sobre el agua. De cuclillas al borde del lago, pens que tal vez Lenin sala desu casa por las maanas con un pedazo de pan para ellos y un libro (cul?) para leer en elsilencio de la plaza.

    Pero Vladimir Ilich estaba terriblemente muerto y Lauri se haba dejado ganar porla melancola. Parado al borde de la vereda, mir a la mujer que diriga el trnsito. Cuando

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    vio el gesto invitndolo a cruzar, sinti una vez ms el peso de ese mundo asptico ycalibrado, tan lejano al suyo. Tom un tranva y se qued parado para observar las carasde los viejos que mostraban la indiferencia cordial de los gerentes de banco. En un crucede avenidas advirti que se haba pasado de parada y tuvo que rehacer a pie el caminohasta el hotel. Caa la tarde y quera evitar el gento que abandonaba las oficinas y losnegocios. Pregunt al conserje si haba correspondencia para l, y subi los cuatro pisoshasta su habitacin. Junto a la pared haba varios pares de zapatos para lustrar y uncanasto con sbanas sucias. Lauri fue hasta el bao que quedaba al fondo del corredor yluego entr en su habitacin.

    Se tir en la cama y estuvo mirando las montaas a travs de la ventana hasta quese qued dormido con la ropa puesta. De repente lo despertaron unos gritos en la escalera:prest atencin, pero no pudo entender lo que discutan porque los hombres mezclaban elingls con otro idioma, ms colorido y rpido. Oy que se llevaban por delante los zapatosdel pasillo y luego percibi el ruido de una llave que entraba en la cerradura. Se sent enla cama y encendi la lmpara. Afuera la discusin suba de tono y uno de los hombresempez a maltratar el picaporte mientras pateaba la puerta. Era la primera vez que Laurioa levantar la voz en Suiza. Del otro lado, uno de los que gritaban carg contra la puerta,que cedi con un chasquido de madera astillada. Una sombra torcida trat de alcanzar lallave de la luz, pero no pudo mantenerse en equilibrio y se derrumb en la oscuridad. Lamesa se volc y la lmpara se apag al golpear contra el piso. El cado se quej, empuj lacama y se golpe contra al duro. En el umbral apareci una figura rechoncha que tap laescasa iluminacin que llegaba del pasillo.

    Ya ve, Quomo, el mundo es un pauelo dijo el gordo, y encendi la luz.En su cara haba una ligera sonrisa de satisfaccin. El borracho se haba llevado al

    suelo la mesa destartalada trataba de incorporarse agarrndose de una silla. Un surco rojole bajaba por la ceja derecha.

    Lo voy a hacer fusilar dijo. Se lo prometo.Lauri se levant a ayudarlo. Lo tom de los brazos y tironeo, pero apenas alcanz a

    moverlo. Tena la piel de un marrn oscuro y brillante, como las berenjenas. Rusos! grit el gordo A quin se le ocurre confiar en los rusos!Se afloj la corbata, sac un pauelo grande como un mantel y se lo pas por el

    cuello y la papada.Dnde estaba el pueblo? Dnde? pregunt y se dirigi a Lauri que haba

    vuelto a sentarse sobre la cama. Slo los ingenuos y los borrachos confan en elpueblo...!

    El otro se tom de los barrotes de la cama y consigui sentarse en el suelo.Su vida no tiene misterio, Patik dijo en voz baja. Me da pena verlo as...Bruscamente. El gordo se inclin, atrajo al borracho contra sus rodillas y le habl

    con una ternura melosa y poco convincente.Si usted se dejara de joder con eso del comunismo el mundo sera nuestro,

    Quomo dijo, y le dio una palmada en la mejilla. Iba a seguir el discurso, pero el otro loapart con un ademn de fastidio.

    El gordo lo mir, furioso, y fue a llenar un vaso al lavatorio.Lauri segua la escena con curiosidad. El que estaba en el suelo intent ponerse de

    pie, pero apenas consigui quedar en cuatro patas. El gordo se acerc y le volc el aguasobre la cabeza, de a poco.

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    Lo voy a fusilar personalmente insisti el borracho en un murmullo, mientrastiraba de una sbana para secarse el pelo. El gordo camin hasta el espejo del ropero, mirla habitacin como si acabara de entrar y se ajust el nudo de la corbata.

    Irrecuperable dijo, y se volvi hacia el cado. No ponga los pies por all,Quomo. Esta vez va en serio, si se nos cruza en el camino se va a lamentar de habernacido.

    El gordo arroj el cigarrillo al lavatorio y desapareci por el corredor. Entonces elotro negro empez a ponerse de pie. Haba perdido un botn del saco y por la camisaentreabierta se le vea el ombligo. El agua le haba enchastrado el pelo corto y enrulado. Alo lejos empezaron a sonar las campanas de la catedral. Lauri le alcanz una toalla.

    Se siente bien?El negro lo mir de arriba abajo, se sec la cara y fue a echar un vistazo por la

    ventana. Se tambaleaba.Como... ste no es el tercer piso?Cuarto.Ahora veo. De dnde es usted? Lauri recogi el botn del saco y se lo alcanz.Argentino, seor. Sudamericano. El borracho asinti, como si la precisin

    geogrfica estuviera de ms. Del bolsillo sac una petaca y le dio un trago. Observ uninstante al argentino como si tratara de descubrir de qu estaba hecho y luego sali alpasillo. No estaba listo para presentarse en sociedad, pero poda caminar solo. Antes deirse mir la cerradura destrozada, levant el pulgar izquierdo y mostr una sonrisa dedientes perfectos.

    Felicitaciones por lo de las Falkland dijo, y desapareci por la escalera.

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    Mientras atravesaba la explanada, el cnsul reconoci el Lancia de la embajadaitaliana que se haba detenido frente a la entrada del palacio. Estuvo a punto de acercarse,pero advirti que el commendatore Tacchi le suplicaba con un gesto que no lo hiciera. Sequed un momento parado sin saber qu hacer y vio llegar, encolumnados, los autos detodos los diplomticos occidentales. Una jirafa cruz por el jardn y fue a perderse en elbosque. Sobre las flores volaban tbanos gordos como corchos. Record que la escarapela

    argentina haba quedado en el fondo de un canasto de papeles y volvi sobre sus pasos.Los embajadores rodeaban a Mister Burnett, que fumaba una pipa y hablaba sin parar. Laguardia del palacio presentaba armas mientras dos ordenanzas extendan un toldo sobrelas cabezas de los blancos. Bertoldi se desliz sigilosamente por entre las columnas y llegal hall mientras los otros suban por la escalera principal. A la derecha, frente al leo con laimagen del Emperador, reconoci la oficina donde le haban quitado la escarapela.Entorn la puerta, mir hacia afuera, y se arrodill a remover papeles y colillas hasta queencontr la cinta celeste y blanca. La sopl para quitarle la ceniza y volvia prendrsela enla solapa.

    Cuando se puso de pie y se vio en el vidrio de la puerta, se dijo que era el nico

    argentino en ese lejano rincn del mundo y por lo tanto el honor y la dignidad de la patriaen guerra dependan enteramente de l. Sali de la oficina erguido, sudando, con la

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    garganta seca, pero colmado de orgullo. Los embajadores ya no estaban a la vista, demodo que baj por la escalera principal y sinti, sin necesidad de mirarlos, que losguardias levantaban las bayonetas para saludarlo.

    Cruz un jardn adornado por estatuas copiadas de Buckingham y enfil por la rutadesierta. El asfalto se estaba derritiendo, pero el cnsul saba que era peligroso salir a labanquina a causa de las serpientes.

    Estaba llegando a una curva, cuando en la ruta apareci Un camin de lamunicipalidad. Era un Chevrolet 47 azul Con un solo guardabarros y la cabina llena deparches. Bertoldi se dio vuelta, agit los brazos y se qued en medio del camino esperandoque se detuviera. El chofer, vestido con una remera de Camel, mir al blanco concuriosidad y le hizo seas de que subiera atrs. Bertoldi dud un momento y corri atrepar por la baranda. En la caja iban cuatro peones mugrientos, cubiertos con sombrerosde paja. Uno, al que le faltaba una oreja, lo ayud a subir tomndolo de un brazo. Elcnsul fue a apoyarse sobre una pila de caos de cemento y se limpila cara. Los negros loobservaban en silencio; el ms joven le alcanz una botella de agua y le indic un cajndonde sentarse.

    Coche roto dijo el que tena una sola oreja.No Bertoldi movi la cabeza. Guerra.Guerra? Otra vez?. Los peones se miraron entre ellos, inquietos.No, no aqu. Guerra ma se toc la escarapela y sonri al escucharse hablar.

    Argentina invadi Malvinas.Los negros volvieron a mirarse sin entender. El cnsul tom un trago y dej que el

    agua le mojara la cara.Yo, argentino. Sudamrica. Britnicos rendirse. Islas ahora nuestras.Sudamrica invadir islas britnicas? los ojos del que tena una sola oreja

    parecan a punto de reventar.Ingleses huir asinti Bertoldi.El pen que hablaba ingls vacil un momento mientras sus compaeros seguan

    expectantes cada uno de sus gestos. Al cabo de un momento se dio vuelta y empez atraducir atropelladamente. Los otros lo interrumpieron, varias veces, pero l sigui surelato acompandolo con ademanes, ruidos e imprecaciones al cielo. Uno de los queescuchaban levant la pala y la descarg varias veces sobre el techo de la cabina. El caminfren, sac dos ruedas del camino y se detuvo en medio de una polvareda. El conductorsalt al asfalto ponindose el sombrero. El de una sola oreja le habl en su lengua mientrassealaba al cnsul, que se haba puesto de pie.

    Inglaterra rendirse?Bertoldi asinti con un gesto solemne.Los que estaban en la caja empezaron a discutir entre ellos. El que tena una oreja de

    menos se acerc al cnsul yle puso una mano sobre el hombro. Festejar! dijo, e hizo el gesto de empinar el codo. El chofer, cada vez ms

    excitado, fue hasta la cabina y volvi con la manija del arranque, Bertoldi crey oportunosealar que estaba sin un centavo.

    No plata dijo y tir hacia afuera los bolsillos del pantaln. Los nativosinterrumpieron la charla y lo miraron con desconfianza. Abajo, el chofer daba golpes demanija sin obtener ms que un breve carraspeo del motor.

    No festejar? se indign el ms joven.

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    El cnsul se dio cuenta de que le sera difcil explicar su situacin. Levant la vista yencontr las miradas atnitas de los peones.

    No plata repiti y volvi a sentarse ingleses robar todo. Hubo un instante desilencio hasta que el de la oreja se puso de cuclillas frente al cnsul.

    Firma dijo, comprensivo. Paga maana.Bertoldi lo mir a los ojos y vio el destello de una sonrisa. Asinti sin pensarlo,

    como para sacarse el problema de encima. Los negros se pusieron contentos de golpe yempezaron a dar burras a la Argentina, y el cnsul tuvo que levantarse a estrecharles lamano por segunda vez.

    El chofer dej la manija en la cabina y les hizo seal para que bajaran a empujar.Bertoldi se incorpor a desgano, pas una pierna sobre la baranda y ech una mirada alpaisaje de un verde intenso, enceguecedor. El chofer dio la orden desde la cabina y todosempujaron al mismo tiempo. El Chevrolet se movi y tom la bajada. Cuando por finarranc con una humareda, el cnsul vio aparecer en la ruta, silencioso como una gacela, elRolls Royce Silver Shadow de la embajada britnica. Desde la banquina not que MisterBurnett se volva para mirarlo mientras encenda la pipa. "Ojal no se lo cuente a Daisy"pens, y subi al camin.

    5

    Poco antes del medioda, cuando baj a desayunar, Lauri encontr el telegrama queesperaba desde haca una semana. Tom un caf de pie y cruz la plaza del ajedrez en

    direccin a la prefectura. Espero en un largo banco de madera entre rabes, africanos yvietnamitas, hasta que oy su nombre por el parlante. En un mostrador de informacionesle indicaron que el comisario estaba esperndolo.

    El comisario era una mujer de unos cuarenta aos, plida, carnosa, con el pelosuelto. A su espalda haba una reproduccin del Guernica iluminada por un pequeo spot.El argentino le dio la mano y se sent al otro lado del escritorio.

    Las noticias no son buenas, seor Lauri. El resultado del interrogatorio fueconsiderado negativo.

    Abri la carpeta y recorri algunas pginas.A la pregunta de si militaba en un partido poltico usted contesta que no. En el

    rengln siguiente dice haber participado en huelgas y manifestaciones, pero niega haberllevado armas o asaltado cuarteles. Se le pregunta si ha incendiado automviles y dice queno, aunque reconoce haber arrojado piedras contra la polica. Eso es lo que dice usted a lacomisin.

    S, seora.Pues bien, el gobierno concluye que si en su pas hay huelgas y manifestaciones en

    las que usted particip sin necesidad de ir armado, eso prueba que la persecucin polticaes inexistente o casi. Por otra parte en la Argentina hay demostraciones a favor delgobierno.

    Eso es por la guerra.

    Seor Lauri, si tanta gente desaparece o es asesinada, por que todo lo que ustedhizo fue tirar piedras a la polica?

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    Era lo nico que tena a mano.La comisin habra valorado algn acto de resistencia. No es usted comunista?No exactamente, seora.Comprender entonces que reservemos el derecho de asilo a quien realmente lo

    necesita. Hoy dimos refugio al hombre que le dispar, tres balazos a Pinochet.No saba que hubieran herido a Pinochet.Est escrito aqu seal otra carpeta.Tena unos bucles rubios que le caan sobre los hombros y un escote lleno de pecas.

    Lauri pens que en otro lugar y en otra circunstancia poda ser una mujer atractiva.Lo lamento. Pruebe en otro pas dijo ponindose de pie. Puede quedarse

    cuarenta y ocho horas ms en Zurich.Lauri le estrech la mano y tuvo la impresin de que la mujer estaba sinceramente

    apenada por el dictamen de la comisin. Al salir se cruz con un negro bien trajeado quelo interrog con una sea, como si fuera a dar examen. Lauri le dese suerte y volvi a lacalle.

    Tena hambre y camin hacia el Mac Donald de la esquina. En la entrada haba ungrupo de africanos que protestaba alrededor de alguien que Lauri supuso sera unvendedor ambulante. Se detuvo, atrado por la gritera y vio a una mujer enorme, vestidacon una tnica violeta, que golpeaba con una cartera a un hombre acurrucado contra lavidriera. Una mesa plegable se haba volcado sobre la vereda y montones de papelesestaban desparramados en el suelo. Lauri era el nico blanco que se haba detenido amirar el incidente. Cuando el negro logr escapar de su encierro, la mujer lo empuj hastaun banco y le cant cuatro frescas mientras lo sacuda del saco. Entonces Lauri reconocial hombre que la noche anterior haba entrado en su habitacin.

    Cuando la mujer se fue, se acerc a saludarlo. Tena tantas marcas en la cara que eraimposible saber cules eran del da.

    Usted lleva una vida difcil dijo Lauri, y se sent al lado. El negro lo mir,desconcertado, hasta que pareci recordarlo de golpe.

    Ah, usted! Le cobraron la cerradura?Veinte francos. Qu hace aqu?Ayudo a mi gente a encontrar un refugio en este pas. No es fcil.Refugio poltico? Lauri seal el edificio de la prefectura.Estn cada vez ms exigentes. Y peor con los africanos, imagnese.Me imagino. Acaban de rechazarme.En serio? el hombre pareci recobrar un poco de aplomo. Seguro que no

    tena una buena historia... Me hubiera dicho anoche y le preparaba una. Claro, despustodo depende de que usted sepa contarla. Esa mujer no supo y vino a quejarse. No es

    justo, pero suele suceder.Cmo es eso?El negro se par y fue a recoger las hojas desparramadas por el suelo.Dme una mano. Levante la mesa.Lauri la apoy contra la pared y se qued mirando al otro, que iba de un lugar a

    otro de la vereda juntando papeles escritos a mquina.Adonde piensa ir? pregunt el negro.No s. Qu me aconseja?Vaya a donde vaya, necesita una historia convincente. Me invita a tomar una

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    cerveza?Bueno, pero vamos a un lugar donde nadie lo golpee. El negro movi la cabeza y

    sonri. Haba juntado una pila de volantes que apretaba bajo un brazo.Mi nombre no le dice nada?Sinceramente, no.Comandante Michel Quomo, fundador del primer estado marxista-leninista de

    frica.Lauri se ech a rer, pero advirti que el negro lo miraba con sorpresa.Est bien dijo. Se gan la cerveza.

    6

    La zona de exclusin ordenada por Mister Burnett cerraba el acceso al bulevar delas embajadas. Cuando Bertoldi lleg al lugar, al atardecer, estaba borracho y no recordabacuntas facturas haba tenido que firmar antes de salir del bar con los obreros de lamunicipalidad. Lo que s tena presente era que todos haban coreado con l los compasesdel Himno Nacional Argentino.

    En la esquina el cnsul encontr una barrera y el cartel que anunciabaArgentines arenot admitted. Los guardias britnicos salieron de la garita y le hicieron seas para que no seacercara. Indignado, emprendi un largo rodeo para volver al consulado. Mientrascaminaba apoyndose en la pared o en los coches estacionados trat de definir unaestrategia para responder a la agresin de Mister Burnett. Tena la mente demasiado

    nebulosa para evaluar todos los sucesos del da, y las imgenes de Daisy y Estela distraansu atencin mientras trataba de esquivar los baches de las veredas.Ni bien entr en su despacho busc la carta del embajador ingls, pero desisti de

    releerla porque las lneas se le confundan y deformaban. Tena conciencia de que habatomado demasiado y se reproch su debilidad en un momento tan trascendental para lahistoria de la patria. Encendi la radio, que todava estaba pagando a crdito, y sintonizel informativo de la BBC. Luego se quit el traje mugriento, y como apenas podamantenerse de pie, tom una ducha sin jabn, sentado en la baadera. Se qued dormidoun par de veces, pero entre sueos alcanz a escuchar que el gobernador britnico habasido expulsado de Puerto Stanley y que en todo el pas la gente sala a las calles a festejar

    la reconquista de las islas. Lo tranquiliz pensar que muchos de sus compatriotas estaranemborrachndose por la misma razn que l, y se pregunt si durante esos aos los diariosno haban estado exagerando en lo que decan sobre los militares argentinos.

    Desde el da en que lleg a Bongwutsi para hacerse cargo de la oficina de turismo,Bertoldi no tuvo otras noticias de lo que ocurra en su pas que las publicadas por el HeraldTribune. Ms tarde, ya con el cargo de cnsul, dio como ciertas las informaciones para nodiscutir con los embajadores sobre temas tan irritantes como la poltica, aunque en elfondo siempre tuvo la sensacin de que el Herald cargaba las tintas. En sus cartas aSantiago Acosta sola hacer referencias al injusto tratamiento que los peridicosextranjeros daban a la Argentina y el dao que ello podra causar a la tarea de difundir los

    atractivos tursticos del pas. Pero Acosta nunca le respondi, y poco a poco Bertoldi, quetodava se diriga a l como si fuera su jefe, fue espaciando la correspondencia hasta

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    circunscribirla a los saludos de fin de ao.Santiago Acosta haba partido tan silenciosamente de Bongwutsi que cuando el

    nuevo empleado se present en las embajadas de los pases amigos, todos creyeron queestaban ante un nuevo cnsul. Halagado, Bertoldi concluy que no vala la penadesengaarlos, sobre todo cuando a fin de mes en el banco no supieron darle noticiassobre su sueldo y le pidieron que avisara a Santiago Acosta que poda pasar a cobrar elsuyo. Fue en esos das cuando hizo las primeras llamadas infructuosas a la cancillera yEstela empez a mostrar signos de nostalgia y abandono. Entonces; Bertoldi, que nuncahaba estado en el extranjero, se dijo que la Argentina no poda quedarse sin representanteen Bongwutsi y decidi redactar su propio nombramiento.

    Para cobrar el sueldo tuvo que acudir a la buena voluntad del embajador de GranBretaa, que en su juventud haba sido escolta del gobernador de las Falkland. Todos losmeses, Mister Burnett llamaba al banco y autorizaba el endoso del giro que llegaba a laorden de Santiago Acosta. As, Bertoldi y Estela pudieron pagar el alquiler de la casamientras abrigaban la esperanza de regresar lo antes posible a Buenos Aires. Poco a poco,Bertoldi se fue acostumbrando a presentarse como cnsul, pero cuidaba de no darse esetratamiento en los informes que enviabapor correo al Ministerio de Relaciones Exteriores.Al cabo de unos meses, el ttulo le era tan familiar como ajenas las funciones queimplicaba. De todos modos nunca tuvo noticias de que otro argentino anduviera por lascercanas, ni nadie puso en tela de juicio la legitimidad de su nombramiento. Ahora, elpropio Emperador reconoca su importancia al recibirlo en el templo y Bertoldi hubieraquerido tener un buen traje para ir a festejar la reconquista de las Malvinas al bar delSheraton.

    Fue a vestirse y puso la marcha Aurora en el tocadiscos. Encendi todas las luces dela casa y abri las ventanas para que la msica se escuchara por todo el barrio. Afuera, lasparedes y el piso conservaban el calor acumulado durante las horas de sol y los vecinosempezaban a sacar las mesas y las sillas para cenar en la vereda. Bertoldi empez a arriarla bandera cantando a todo pulmn. Los nativos que pasaban por la calle se paraban amirarlo y algunos se quitaban el sombrero. De golpe, todas las luces del barrio se apagarony el disco se fren con un sonido ahogado. El cnsul volvi a su despacho con la bandera,encendi una vela y se sent frente a su escritorio.

    Se preguntaba cmo responder al embajador britnico, y aunque tena atolondradoel pensamiento, lo gan un incontenible deseo de llevar la ensea de la patria hasta la zonade exclusin y plantarla all, como una estaca en el arrogante corazn de Mister Burnett.

    7

    Despus de la siesta el embajador de Gran Bretaa sali a recorrer la zona deexclusin para solicitar personalmente la colaboracin de sus aliados. El commendatoreTacchi, que se haba declarado neutral en el palacio del Emperador, no dej de sealarleque la decisin comprometa las relaciones de su pas con la Argentina, ya que la zonaprohibida impeda el libre ingreso del cnsul Bertoldi a la embajada de Italia. Pero en el

    fondo, Tacchi se senta aliviado de no ver por un tiempo al argentino que siempreaprovechaba sus visitas para pedirle algo prestado. Por cortesa, el italiano acompa a

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    Mister Burnett a visitar la zona, marcada con banderines de golf, y en el camino se lesagregaron Monsieur Daladieu, Mister Fitzgerald y Herr Hoffmann.

    En la rotonda donde estaba la barrera, la banda escocesa toc It's a long way totipperary y luego, ante una seal del embajador, se lanz con The British Grnadiers. Losnativos que se reunieron en las veredas aplaudieron la exhibicin y aprovecharon que losingleses haban cerrado el trnsito para seguir la fiesta con sus propios instrumentos.

    Durante el recorrido, la banda escocesa repiti Tipprary en seis puntos que el inglsconsideraba estratgicos: tres avenidas por las que se acceda al centro de la ciudad, latorre de abastecimiento de agua, el monumento al duque de Wellington y la caballerizaabandonada por los australianos.

    Cada embajador iba acompaado por un sirviente que sostena una sombrilla y otroque cargaba una conservadora con hielo, whisky y refrescos. A la sombra de la caballeriza,recostados sobre el heno, los embajadores bebieron un aperitivo y evaluaron lasinformaciones que haban recibido de sus respectivas capitales. Expona, Herr Hoffmanncuando Mister Burnett, que remova distradamente la hierba con la punta del zapato, vioalgo que lo dej anonadado. All, perdido entre la paja seca del establo, reconoci elprendedor de diamantes que le haba regalado a Daisy para festejar e! primer aniversariode bodas.

    Las piedras preciosas brillaban, tocadas por el sol que se filtraba entre las tablasresecas; Mister Burnett disimul su desazn y dej que el alemn terminara el anlisis delconflicto sin siquiera sacarse la pipa de la boca. Luego se levant y sugiri regresarinmediatamente al bulevar para comunicarse con Europa.

    Ni bien salieron de la caballeriza, los negros corrieron hacia ellos con las sombrillas.Los msicos, que descansaban entre el follaje, se pusieron de pie y esperaron rdenes.Mister Burnett se disculp y regres al galpn como si hubiera olvidado algo. Una vez asolas recogi el prendedor y se sacudi la paja que se le haba pegado al pantaln. Una luzroja reverberaba sobre la hierba y tea el carro abandonado en el fondo del establo.Despus, mientras iba hacia la residencia con la cabeza gacha que los otros atribuyeron ala preocupacin patritica, Mister Burnett record que Daisy culpaba de las picadurasque tena en el cuerpo a las caminatas del atardecer y a los baos de sol al borde de lapiscina. El commendatore Tacchi, que caminaba un paso ms atrs, lo arranc de suspensamientos tomndolo de un brazo.

    Cudense, Mister Burnett, los argentinos son medio italianos y van a pelear hastaque caiga el ltimo hombre.

    Con un gesto de disgusto, el ingls mir la mano que le palmeaba el hombro y sepregunt si no sera la misma que acariciaba a escondidas a la mujer con la que habavivido feliz durante ms de veinte aos.

    Daisy amaba la literatura y nadie, entre los blancos, comparta su inters. Cada vezque el Times comentaba un libro que le interesaba, anotaba el ttulo y le peda a MisterBurnett que se lo hiciera enviar por valija diplomtica.

    La primera vez que vio a Bertoldi y su mujer, en la embajada de sudfrica, les hablde Borges por pura cortesa y se sorprendi cuando Estela se puso a recitar en castellanoun poema que ella haba ledo muchas veces en ingls. La segunda vez, en la residenciadel commendatore Tacchi, Daisy evoc Emma Zunz y el cnsul le recomend La intrusa,que haba hojeado en la revista de cabina de Aerolneas Argentinas. Entonces empezaron averse ms seguido. Estela mostraba ya las seales de su enfermedad y su cara bondadosa

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    pareca estar despidindose del mundo con resignacin. Las dos hablaron de Eva Pern,porque la seora Burnett haba visto la pera en Londres, y desde entonces Daisy se lasarreglaba para que los otros embajadores pasaran por alto el protocolo que exclua alcnsul de las recepciones por insuficiencia de rango. A veces, por las tardes, invitaba a losBertoldi a tomar el t en su biblioteca, y cuando Estela cay enferma se acercaba alconsulado para hacerle compaa.

    Despus de la muerte de su amiga, la seora Burnett sigui invitando al cnsul a lahora del t, pero su marido aprovechaba para llevrselo al atelier donde construa lascometas y un da lo hizo correr por todo el bulevar arrastrando una estrella de cincopuntas. Al cnsul no se le ocurri pensar que en Bongwutsi no haba viento suficiente pararemontar barriletes y Mister Burnett y los ordenanzas estuvieron una tarde entera rindosede l. Daisy se sinti avergonzada por la crueldad de su marido y la ingenuidad de suamigo, a quien crea un intelectual, y cuando se quedaron a solas le puso entre las manosun volumen en cuero del Tristram Shandy. Sbitamente, el cnsul le dijo que no volvera avisitarla porque estaba enamorndose de ella y la bes dulcemente, de pie, con elsombrero colgando de una mano.

    Desde entonces empezaron a encontrarse los viernes en el cementerio. Daisyllegaba un poco ms temprano, dejaba una rosa en la tumba de Estela y luego caminabahasta el panten de los ingleses. Fingan encontrarse al azar y conversaban paseando entrelos sepulcros de los hroes de la colonia. All arreglaban las citas nocturnas a orillas dellago y los encuentros en la caballeriza de los australianos. Desde entonces, el cnsul leescriba una carta por semana con la ayuda de un diccionario, describiendo las caricias ylas ternuras que le prodigara en el prximo encuentro.

    Convencida de que sus sueos se estaban evaporando con el calor del pas y laindiferencia de su marido, Daisy se dejaba llevar por el entusiasmo con que Bertoldibuscaba insuflar aliento a su endurecido corazn. Los arrebatos sobre la hierba le hacanolvidar, aunque ms no fuese por unas horas, que iba a cumplir cuarenta y cinco aos yque ya no tena las exultantes ilusiones del tiempo de los Beatles.

    Precisamente de eso estaba hablndole a Bertoldi la noche en que extravi elprendedor. Ganada por la nostalgia, recordaba sus escapadas adolescentes a los conciertosde Liverpool y, como cerraba los ojos y el cnsul le besaba los pechos, no advirti que elbroche de diamantes caa entre el pasto, junto a la linterna que despeda una luztemblorosa.

    8

    Fueron caminando en silencio por la orilla del lago hasta que llegaron a unacervecera con mesas en el jardn. Quomo indic un lugar bajo la prgola y se sent concautela, como si la silla estuviera ocupada. 1,

    Aqu se encontraban Lenin y Trotsky dijo, y pidi dos cervezas.En esetiempo ste era un pas hospitalario.

    No los obligaban a contar historias?

    Eran blancos... Los negros tenemos que contar cosas de negros.Y se las creen?

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    Depende. Ayer consegu colocar a Amos Tutuola, el mecnico del Emperador.Hay un Emperador en Bongwutsi?Un patn que dejaron los ingleses. El mecnico ste, ni bien supo que el

    Emperador sala de paseo, le dio una serruchada a la direccin del Bentley, pero con tantamala suerte que la barra se rompi antes d entrar en el camino de cornisa... El infeliz tuvoque esconderse en la selva y anduvo caminando sin rumbo seis semanas hasta que lleg ala frontera. Trabaj ocho meses en Tanzania, pero al fin una patrulla lo agarr sindocumentos y lo mand al frente de Ougabutu. Pele cincuenta y seis das hasta que lohirieron en la cabeza y cay en manos del enemigo. Ya sabe cmo tratan en Ougabutu alos prisioneros, as que cuando vieron que Tutuola no era soldado de Tanzania lo tomaronpor mercenario. Lo torturaron quince das seguidos y lo mandaron a abrir la rutatranselvtica con los condenados a trabajos forzados. Yo conozco eso y le aseguro que esun infierno. Se qued all hasta que en una pelea mat a un egipcio de un machetazo y losentenciaron a muerte. Ahora vea usted qu cosa: la tarde antes del fusilamiento sedescubre que el egipcio planeaba una fuga masiva que se desbarata con su muerte, y elcomandante, Como ejemplo, le perdona la vida a Tutuola y lo toma como mandadero. Unanoche, algo tomado, se va a dormir con l y despus de una semana de verse a escondidasle declara su amor y decide desertar para llevrselo a Europa. A la primera oportunidadsuben a un helicptero de la empresa sovitica de cooperacin y en el viaje amenazan alpiloto y lo obligan a volar hasta el Zaire. Apenas pasan la frontera tienen que bajar parareabastecerse de combustible y all el piloto les dice que tambin l quiere pedir asilo enOccidente. Durante diez das vuelan a ras del suelo para no ser detectados por los radares.Cargan combustible en cualquier estacin de servicio y as llegan a los suburbios de Rabat.El estpido del comandante se presenta de inmediato a la polica para pedir asilo poltico,pero los marroques no quieren los con Ougabutu y lo entregan a la embajada soviticaacusndolo de haber robado un helicptero. El agregado militar ruso, que se ve venir unamaraa de trmites y papeleos, lo hace fusilar en el stano y Tutuola se queda sinprotector. Entre tanto, el piloto se mete en la embajada de Canad y dicen que ahora tieneun criadero de pollos cerca de Winnipeg. El pobre Tutuola vagabundea por las calles deRabat hasta que conoce a una joven suiza que se apiada de l y le compra ropas de blancoy un buen reloj y lo aloja en el Hilton. Esta muchacha estaba de amores con un militantedel Frente Polisario, as que le consigue un pasaporte de la Repblica Popular de Bennque tiene grabados la hoz y el martillo sobre fondo rojo. Entonces Tutuola corre a laembajada de Alemania Federal, dice que se presenta a elegir la libertad, y enseguida le danbuena comida y un dormitorio para l solo. Pero claro, los alemanes son desconfiados y lomandan a Bonn para ver si no se trata de un agente comunista. Entonces Tutuola sube aun tren a una hora de mucho trfico y llega a Zurich con una carta de su protectora queatestigua haberlo conocido en situacin difcil. Por un tiempo trabaja clandestinamentecomo pen de mudanzas, hasta que me encuentra a m. Entonces en un par de dasarmamos el discurso; l va a la oficina donde estuvo usted, les cuenta la historia y los dejacon la boca abierta. Le otorgaron una beca para estudiar informtica o algo as.

    Le dieron refugio con esa historia?Naturalmente. Tiene la herida en la cabeza, tiene fotocopia del pasaporte de

    Benin, tiene una amiga suiza que dice haberle comprado ropa en Rabat. Pero sobre todaslas cosas es un tipo convincente. En cambio, esa mujer que me vino con el reclamo no loera. La historia que le di era mejor que la de Tutuola, pero no supo contarla.

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    Y usted qu gana con esto?Plata, nada. Retomo el contacto con la gente que me puede apoyar cuando vuelva

    a tomar el poder.Va a hacer una revolucin en Bongwutsi?S, pero no acepto ms consejos. La otra vez confi los rusos y me equivoqu.Es lo que le reprochaba anoche su amigo.Amigo! Un oportunista! Una marioneta de la CIA! Pensar que los rusos no me

    dejaron fusilarlo...Lauri hizo un gesto para pedir otra cerveza. En la mesa vecina haba una muchacha

    con la mirada perdida que limpiaba los anteojos con un pauelo. Tena el pelo muy corto,teido de distintos tonos de naranja y unos pechos en punta que se le vean por el escote.

    Tuvo la oportunidad de hacerlo fusilar? pregunt Lauri. Quomo sonri y mira la muchacha.

    Claro que la tuve. Ese imbcil estaba casado con la hija del Emperador y cuandoestaba borracho la golpeaba como un salvaje. Varias veces le llam la atencin, y el propioEmperador me pidi que lo matara, pero los rusos decan que haba que aguantrseloporque era el contacto con los servicios franceses. Ahora anda metido con ellos en ungolpe de Estado y me quiere embarcar a m. Pero lo que yo quiero es levantar a las masas yterminar de una buena vez con la farsa.

    Y cmo piensa hacerlo?Est todo planeado se puso un dedo sobre la frente. Lo tengo aqu, paso a

    paso.Termin el segundo porrn de cerveza y mir el lago que iba cambiando de color

    mientras avanzaba la tarde.Va a ir a pelear? pregunt. Parece que los ingleses mandan la flota.Lauri sonri y pinch la ltima salchicha.No, sa no es mi guerra. Ahora busco un rincn para pasar un tiempo tranquilo.

    Ya me echaron de Holanda, Alemania y Blgica. Ha usado armas?Alguna vez.Se lo dijo a la comisin?No.Hizo mal. A esta gente le gustan las emociones fuertes. Siempre que no se trate de

    un rabe, yo recomiendo una historia con levantamiento popular. Sobre todo para fricay Amrica latina. Nunca juegue al intelectual disidente. Eso est reservado para los quevienen del Este, que lo tienen bien masticado. El ao pasado yo coloqu un checoslovacoen Francia y un polaco en Blgica.

    Qu me recomienda, entonces?Lo de las Falkland nos complica un poco las cosas, pero vame antes de irse. Va

    a ir a sentarse con esa chica?Lauri mir a la muchacha de pelo anaranjado e hizo un gesto de desaliento.No hablo una palabra de alemn.Lstima. Voy yo, entonces. Est sola y no tiene a quin contarle su historia.Se levant y por un instante tap el sol que se pona sobre las montaas. Tena una

    sonrisa ancha y contagiosa, con la que se acerc a la mesa de la muchacha. Lauri pag yfue a caminar por la costa. Las lanchas parecan flotar a la deriva rodeadas de pjaros.

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    Todo el paisaje transmita una calma adormecedora. En alguna parte Lauri haba ledo quela ciudad estaba edificada sobre galeras abarrotadas de oro y le pareci lgico que no loquisieran all. Entr en un supermercado y compr queso y pan envasado para comer porla noche. Al salir vio a una mujer que arrojaba el envoltorio de un caramelo en un cesto.Todo pareca en orden y Lauri pens que el nico cuerpo extrao en Zurich era el suyo.

    9

    Al amanecer, cuando el sol entr por la ventana y empez a calentarle la nuca, elcnsul se despert y busc la botella a tientas sobre el escritorio. Se pas un papel por lafrente mojada y fue a cerrar la cortina. Le dolan los msculos como si hubiera corrido

    toda la noche. Vagamente record que haba soado con su padre y con un ro quearrastraba caballos muertos. No haba ninguna botella sobre la mesa: los expedientesestaban desparramados, mezclados con diarios viejos y cabos de velas derretidas. Lastripas le hacan ruido y tena retortijones. Encendi la radio, la llev al bao y la puso en elsuelo, junto al inodoro. La BBC inform que Gran Bretaa preparaba la flota para enviarlaal Atlntico Sur. El cnsul separ, hizo un corte de manga en direccin al aparato, y recinentonces advirti que se le haba terminado el papel higinico.

    Se lav y fue a prepararse una taza de caf. Por la ventana vio pasar el furgn querecoga a los gorilas extraviados y dedujo que pronto caeran las primeras lluvias. El solasomaba por encima de las colinas y las lagartijas trepaban por los frentes de las casas.

    Volvi con el caf a su despacho y reley el mensaje de Mister Burnett. Lo sorprendisemejante temeridad, sobre todo teniendo en cuenta que los britnicos se haban rendidovergonzosamente y que el pabelln argentino flameaba victorioso en las Malvinas. Lehubiera gustado pedir instrucciones a Buenos Aires, pero ahora deba tomar unadeterminacin por su cuenta y decidi mostrarle al enemigo lo intil de su resistencia y loabsurdo de su arrogancia.

    Dobl la bandera en cuatro y mir el retrato de San Martn, consciente del riesgoque iba a correr. No saba si el Libertador habra aprobado su plan, pero estaba seguro deque era lo nico que poda hacer en ese momento, sin ayuda y agobiado por laresponsabilidad de haber nacido argentino.

    Busc un listn de madera, le sac punta con un cuchillo y fue al dormitorio arevisar el bal donde haba guardado la ropa de Estela. Le pareca haber visto una medallade la Virgen de Lujan que quera prender junto al sol de la bandera. Sac una blusaescotada y se arrodill a hurgar entre los vestidos. Apart un jean, una pollera muy corta,una cartera marrn y encontr la medalla pinchada en un chal. Toda la habitacin se haballenado de un tenue olor a naftalina. Una diminuta bombacha se desliz entre sus dedos,arrugada como un pauelo. Bertoldi desliz una mano por el elstico y se qued un ratomirndola: se preguntaba si era la misma que Estela llevaba la ltima noche que hicieronel amor, antes de que ella cayera enferma.

    Volvi a poner la ropa en el bal y se levant, avergonzado. Durante todo ese

    tiempo haba luchado por alejar los recuerdos erticos de su vida con Estela. Ms de unavez so con aquel cuerpo desnudo, delgado, que susurraba entre sus brazos, pero al

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    despertar se senta tan detestable como si acabara de profanar una tumba.Fue al escritorio y prepar los smbolos de la patria mientras tomaba el resto de caf

    tibio. At la bandera y la envolvi alrededor de la estaca para llevarla sin despertarsospechas. Luego se puso una camisa limpia y cerr la llave del gas, como si fuera aausentarse por mucho tiempo. Cuando sali a la calle le pareci que el da no era distintode otros, slo que poda ser el ltimo para l.

    Al ver el cartel que anunciaba la zona de exclusin para los argentinos sinti unamezcla de orgullo y temor. Se haba inclinado el ala del sombrero para cubrirse la cara,pero saba que no pasara inadvertido. Los soldados controlaban el paso de todos losvehculos y pedan documentos a los blancos que no conocan. Rechaz al chico que seacerc a pedirle una moneda y se detuvo a estudiar el terreno detrs de un carro delechero. Se dijo que no tena sentido entrar corriendo porque los guardias le tiraran por laespalda y sa no era una forma honorable de morir. Tampoco poda cruzar por laembajada sovitica, porque el paredn era demasiado alto y estaba coronado con unalambre de pas. El lechero pas la barrera sin problemas: Bertoldi advirti, entonces, quelos ingleses no revisaban los bales de los coches ni las cajas de los carros.

    Se ocult en un zagun y esper a que llegara el vendedor de hielo. Tena unInternational 29, cubierto por una lona, que avanzaba a paso de mula y se paraba cadaveinte metros a bajar la mercadera. Ni bien el conductor entr en un almacn, Bertoldi semeti bajo la cobertura y se agach detrs de los bloques que se derretan como siestuvieran en un horno. El chico que le haba pedido la moneda levant la lona y se puso amirarlo con curiosidad. El cnsul le hizo seas para que se alejara, pero el otro se quedplantado all, como el enano de un jardn, busc en los bolsillos, aunque saba que no tenanada, ni siquiera un cigarrillo. Con todo el dolor del alma sac la medallita de la Virgen yse la alcanz con un gesto de splica. El chico se la guard y sali corriendo.

    El camin arranc y se detuvo en la otra vereda. El hielero sac la barra que tenams cerca mientras el cnsul se aplastaba contra el piso. Nunca haba estado en un lugarms fresco desde su llegada a Bongwutsi. Avanzaron unos metros ms. El repartidor fren

    junto a la garita y Bertoldi escuch la voz de un britnico que hablaba del calor. El soldadolevant una punta de la lona, sac un cuchillo y rompi un pedazo de hielo sin ver que elargentino estaba agachado al otro lado. Cuando entraron al Bulevar, Bertoldi se puso depie ganado por la emocin.

    Parado all, con la bandera apretada en un puo, divis los jardines de la embajadade Gran Bretaa y decidi que haba llegado el momento de cumplir con su deber. Arrojlas barras de hielo a la calle para evitar que pudieran seguirlo con los patrulleros y se tir,corriendo en el sentido de la marcha. Los soldados oyeron el ruido del hielo contra elpavimento y fueron detrs del argentino, disparando al aire. Los empleados de lasembajadas salieron a mirar lo que ocurra y vieron a Bertoldi que esquivaba guardiasbritnicos como en una carga de rugby, mientras desplegaba la bandera y festejaba agritos. Todos sintieron alguna simpata por l cuando corra calle arriba, buscandodesesperadamente un lugar donde poner la estaca que enarbolaba sobre la cabeza. Unsuboficial alcanz a tomarlo de la camisa, pero Bertoldi zaf y encar derecho hacia unmontculo de tierra que haba frente a la embajada de Blgica. Lleg justo cuando lotomaban de una pierna y alcanz a hundir el mstil sin que se le ocurriera nadamemorable para gritar en ese momento. Un escocs de barba le dio con el fusil en laespalda y el cnsul se perdi en un revoleo de polleras y botas que lo pateaban sin piedad.

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    No quera quejarse, ni pedir auxilio, y para evitar el dolor fijaba su pensamiento en la caraserena del general San Martn. Un guardia arranc la estaca y se la tir por la cabezamientras otro lo tomaba de una pierna y empezaba a arrastrarlo por el asfalto. En esemomento cumbre de su existencia, Bertoldi apret la bandera contra su pecho y seencomend a Dios con la serenidad de un mrtir.

    Haba bastante gente en la calle cuando la garita de la zona de exclusin reventcomo un petardo. Las palmeras se sacudieron y una lluvia de dtiles y cascotes cay sobreel bulevar. Bertoldi advirti que dejaban de golpearlo y, sentado en el medio de la calle,vio a los britnicos que salan corriendo para la esquina desde donde parta una humaredagris. Una alarma empez a sonar dentro de la embajada britnica y enseguida un caminde bomberos y una tanqueta antimotines salieron de la residencia de los Estados Unidos.Bertoldi se sinti abandonado por todos, como si lo suyo no tuviera ninguna importancia.Empez a alejarse, un poco desencantado, cuando un negro que llevaba una Polaroid lepidi que clavara otra vez la bandera para hacerle una foto.

    El cnsul estaba posando junto a la ensea patria, rotoso y dolorido, cuando vio aDaisy, que sala al jardn de la embajada. Su pulso se aceler de slo pensar que ella seacercaba a prestarle ayuda. Corri a su encuentro sin advertir que entraba en territorio deSu Majestad y el nico soldado que haba quedado en la guardia lo apart de un culatazo.Daisy grit que lo dejaran en paz y el embajador de Italia, que pasaba corriendo hacia ellugar de la explosin, empuj al ingls que levantaba el arma. El cnsul aprovech laintervencin del commendatore. Tacchi para arrojarse sobre Daisy y estrecharla contra supecho. El italiano, alarmado, corri a poner a salvo a la seora Burnett y el guardia aparta Bertoldi agarrndolo del cuello.

    Al fin, Tacchi consigui levantar en brazos a Daisy, qu haba perdido un zapato, yla llev hacia la galera. El cnsul, atropellado por los curiosos, decidi que haba llegadoel momento de emprender la retirada. El negro de la Polaroid lo alcanz y le devolvi labandera con una sonrisa.

    Felicitaciones dijo, mientras sacaba una libreta de apuntes, Dnde se lasmando?

    Qu cosa?Las fotos. Recuerdo de guerra el negro seal la cmara. En ese momento una

    ambulancia entr en el bulevar haciendo sonar la sirena.El cnsul mir al fotgrafo, indeciso, y le dio la direccin del consulado.Qu pas all?pregunt.Una bomba dijo el negro, como si no le interesara.Conoce al hombre que rescat a la dama?Bertoldi asinti, confuso, y nombr al commendatore Tacchi. El fotgrafo le

    agradeci con una reverencia y fue a dejarle su tarjeta al guardia de la embajada britnica.

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    Le advierto grit Patik al telfono, usted est tratando con el ser ms

    inhumano y terco del que Bongwutsi tenga memoria. Si sigue frecuentndolo me voy a verobligado a sealarlo a las autoridades suizas.

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    Slo hemos tomado un par de cervezas juntos.Es ms que suficiente. El tiempo de una cerveza le bastara a ese monstruo para

    desatar un motn en el Vaticano.A m me parece inofensivo.Cuando era Primer Ministro mand amputar el cltoris a cien mil mujeres. No le

    qued fama de feminista, crame.Hoy vi a una golpendolo en la calle.Pura justicia. No se junte con l si quiere quedarse en el pas.No se preocupe, ya me expulsaron.Va a Trpoli?No s. Ms bien Pars, o Madrid. Puedo verlo esta noche?Si quiere... No tengo quin me pague la cena.Lo espero a las ocho y media en el reservado del Chien qui Boite.En la vidriera del restaurante haba tres cangrejos que caminaban sobre un piso de

    algas. Un gato los miraba a travs del vidrio y de vez en cuando se lama una pata, como sise tomara su tiempo. Lauri empuj la puerta del reservado y vio a Patik que tosa enmedio de una aureola de humo azulado. Ni bien termin de entrar, un negro lo levant dela cintura y lo sent sobre una mesa con los cubiertos preparados. Sin darle tiempo aprotestar, el hombre le estruj la ropa y volvi a ponerlo en el suelo mientras haca ungesto negativo en direccin de Patik. El gordo se levant, tir una bocanada del cigarro yle tendi la mano.

    Disculpe. Este es un lugar honorable y tenemos que asegurarnos de que lo sigasiendo. No se preocupe por l seal al que acababa de revisarlo, es sordo como unatapia.

    Se sentaron y el guardaespaldas apret un botn de llamada. Un jarrn con florescolocado en el centro de la mesa los obligaba a torcer el cuello para verse las caras. Elmatre toc a la puerta y entr con una fuente de ostras adornadas con rodajas de limn.Enseguida lleg un camarero con una botella de vino blanco en un balde de hielo y dosplatitos con manteca decorada. Patik extendi los brazos hasta dejar a la vista los puos dela camisa abrochados con gemelos de oro, y tom los cubiertos como si atrapara mariposaspor las alas.

    As que intrigando con Quomo, eh? dijo, y chup el jugo de una ostra. Elsordomudo le segua los movimientos con admiracin.

    Lauri empez a imitar los gestos de Patik con un tiempo de retraso.Le repito que apenas lo conozco.Justamente, Si lo conociera ya se habra alejado de l o lo hubiera apualado

    mientras duerme.Si lo odia tanto, por qu fue a batearlo la otra noche?Patik hizo un gesto desdeoso al tiempo que colocaba una ostra sobre el pan.Lo encontr borracho. Es la nica manera de acercrsele. Haca aos que no lo

    vea y tena una propuesta para hacerle. Pero es terco como una mula.Lauri se inclin para verlo al otro lado del florero. Tena la cara opaca como un

    pizarrn. En la solapa llevaba un prendedor finito tocado por una perla.Yo dira que est bastante castigado opin Lauri por decir algo.Todava vive, y eso es mucho decir. En Bongwutsi lo fusilaron y ah anda, como

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    si nada. Se escap cuatro vecesde la crcel y cuando los rusos le hicieron un proceso portrotskismo fueron los jueces, los que terminaron en la crcel. Entonces cometi el error deconfiar en ellos. Sabe lo que hizo ni bien tom el poder? Convoc al Emperador y sufamilia y les anunci que haba llegado la hora del proletariado. Yo miraba a esoszaparrastrosos por la ventana y tuve que contenerme para no soltar la risa. Proletariado!Ese rejunte de rufianes analfabetos le tiene ms miedo al comunismo que yo al cncer.Pero entonces haba que callarse la boca porque esos imbciles se crean la reencarnacindel Che Guevara. Usted tambin es de los que creen que muri como un hroe, verdad?

    Digamos que eligi una manera digna para terminar sus das. IPobre infeliz, lo dejaron solo en Hait, muerto de hambre...Bolivia.Eso. Yo lo respeto, no crea. El tipo muri por sus ideas, pero las imitaciones...!

    Eso es como la historia del Rolls, manej alguna vez un Rolls Royce?Nunca.Ah est. En este mundo la abundancia de comunistas esta en relacin con la

    escasez de Rolls. Alcnceme la botella.Lauri llen la copa. El gordo hizo un esfuerzo para arrancar la ltima ostra sin

    ensuciarse la camisa y sali airoso. El camarero se precipit a cambiar los platos y lasmigas con un cepillo. El maitre acomod las flores y puso sobre la mesa un patodeshuesado con salsa de crema. Patik seal una cosecha de tinto e hizo un gesto que sellevaran el balde del hielo. Sabe lo primero que hicieron los rusos cuando Quomo tom elpoder? Le regalaron un Rolls que despus result falso.

    Cundo lo descubrieron?Mucho ms tarde, cuando llev de picnic al embajador britnico con su esposa y

    el coche se descompuso en plena selva. Hacia un calor de mil demonios y Quomo empeza reprocharle al embajador la propaganda capitalista en torno a la infalibilidad del Rolls.El ingls estaba colorado de vergenza y se deshizo en excusas hasta que levantaron elcap y encontraron que el coche tena un motor Lada de lo ms ordinario. Estuvieron tresdas comiendo frutas silvestres y tomando jugo de coco hasta que los avistaron desde unhelicptero. Encima la mujer del embajador estaba con la menstruacin y las picaduras delos insectos la haban afiebrado hasta el delirio, cuando volvieron a la capital Quomoestaba loco de ira humillacin y orden que devolvieran el falso Rolls a los soviticos conuna carga de trotyl en el sistema de encendido, de manera que los rusos tuvieron mediadocena de bajas y se quedaron con la sangre en el ojo. Unos das despus lo citaron alKremlin con la excusa de entregar un auto de los buenos y un milln de rublos para eldesarrollo de la agricultura. Fue ah que le hicieron juicio ir trotskismo. Pero, claro, lodejaron hablar y toda la corte fue a parar a Siberia.

    Y usted qu haca en ese tiempo?Yo estaba casado con la hija del Emperador, as que o se anim a tocarme.

    Cuando empezaron a llegar los asesores soviticos las cosas se pusieron feas para la genteque tena tierras, pero se puso peor para los comunistas. Los ingleses y los francesesprotestaban, pero el Emperador los convenci de que antes de echar a los rusos haba quedejar que acabaran con los marxistas. Ah tenamos prochinos, trotskistas, albaneses,socialdemcratas, nacionalistas, tribalistas, de manera que los soviticos pusieron un pocode orden, y Quomo se fue metiendo la soga al cuello con sus llamados a incendiar el pasen nombre del leninismo. Para colmo hizo la reforma agraria en la estacin de las lluvias y

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    la cosecha de caf se pudri completa y el algodn lleg mojado a Europa.En toda revolucin se cometen errores dijo Lauri y empuj el ltimo bocado

    con un trago de vino.Es que la revolucin es en s misma un error, seor mo. Felizmente los ingleses y

    los americanos se pusieron de acuerdo con los rusos y una noche organizaron unaoperacin comando para liquidarlo de una vez por todas. Se lo llevaron al medio de laselva para fusilarlo, pero cometieron el error de dejarlo grabar un mensaje de despedidaque se copi de una carta del Che. Su fuerte es la tosudez, no la imaginacin.

    Yo me haba hecho otra idea...Cuidado. Si usted va a enfrentar a los ingleses no haga acuerdos con ese hombre.

    Avise a su gobierno. Fjese que antes de que lo fusilaran, cuando lo largaron en undescampado y empezaron a preparar las armas, se puso a hablar, a gritar viva elsocialismo, viva el proletariado y todas esas estupideces y no haba manera de pararlo.Cantaba la Internacional y no podan bajarle el brazo para atrselo a la espalda, de modoque el oficial ruso, que era un sentimental, se neg a dar la voz de fuego. As estuvierontres das y tres noches, esperando a que se callara, que cambiara de discurso, que pidierapor Dios, o por sumadre, algo que permitiera fusilarlo sin remordimientos y sin riesgo dequepasara a la historia. El oficial cont despus, cuando le formaron tribunal militar enKabul, que pareca tan sincero como el propio Lenin, y que lodos tuvieron la impresin deque se estaban equivocando de persona, as que llamaron al Kremlin para consultar, peronadie quiso hacerse responsable. Durante todo ese tiempo Quomo estuvo gritando cosascomo viva la resistencia popular, comunismo o muerte, arriba los explotados del mundo, yal cuarto da empez con las marchas rojas de Vietnam y Corea. Cuando se quedabadormido no haba argumentos para convencer a los soldados de que dispararan contra untipo que hablaba en sueos y contaba historias de resistencia, y gestas populares. Ya ve,tambin los rusos tienen su lado romntico y vaya uno a saber lo que les ensean en laescuela.

    Lo dejaron escapar.Lo abandonaron en la selva, que era como darlo por muerto sin tener cargo de

    conciencia. Despus, cuando Quomo reapareci en Europa, el oficial ruso que incumpli laorden de fusilarlo fue ejecutado en Afganistn por alta traicin con retroactividad.

    Yo lo dej esta tarde en una cervecera conversando con una chica.rabe?Ms bien punk.Usted va a Trpoli va Pars?Yo voy adonde me dejen entrar.Mitterrand est obligado con los ingleses, por ese lado no puedo prometerle

    nada. Ahora, si ustedes van a abrir otro frente en Bongwutsi, con Kadafi, eso lo podemoscharlar.

    Qu frente?Vamos, para ustedes la nica salida es distraer a los britnicos en frica. Si

    Quomo ataca all, van a tener que dividir la flota entre las Falkland y Bongwutsi. Lo queyo necesito saber es si Kadafi est dispuesto a conversar con los moderados. Me imaginoque no piensa dejar los intereses del Islam en manos de un irresponsable como Quomo.

    Qu moderados?Mis amigos y yo, los que queremos una revolucin blanca y civilizada. Pngame

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    en contacto con la gente del coronel; por ahora no pretendo que me reciba personalmente,pero quiero hablar. El va a necesitar un tiempito de terror con Quomo, se entiende, perodespus tendr que contemporizar con los aliados. Ah entro yo. Podemos hacerlo sinenfrentamientos, sin roces, con un acuerdo previo. Todo lo que nosotros queremos esnegociar un acercamiento. Avsele. Por supuesto, nada es gratis. Usted dir.

    Qu tienen que ver los ingleses en todo esto?Los ingleses lo siguen a usted, naturalmente. No est cansado de que lo echen de

    todas partes?Desde cundo me siguen?No se haga el misterioso. Ya es el tercer papel que entrega en las embajadas

    argentinas. El primero en Bruselas, el segundo en Bonn, el tercero en Berna.Son peticiones contra la dictadura. Voy a las manifestaciones y entrego el

    mensaje.Ya s. Tengo las copias y las estamos decodificando.No me haga rer.Muy bien, su cena termin aqu, estimado. Pero no crea que se va a ir de Suiza sin

    entregarme su contacto.La verdad, no s de qu habla.De acuerdo. No le pregunt qu nombre usa en esta misin, pero ya no tiene

    importancia: cuando encuentren su cadver me voy a enterar por los diarios.

    11

    Como las otras casas del barrio, el consulado tena rotos los vidrios de todas lasventanas. Bertoldi se inclin a recoger las astillas esparcidas sobre el camino de lajas y sepi cuenta de que estaba ms maltrecho de lo que haba supuesto en un principio. Le dolatodo el cuerpo y lamentaba que los periodistas no estuvieran all para transmitir a BuenosAires la noticia d su asalto contra el enemigo. Fue hasta el mstil y puso la bandera en sulugar. Estaba sucia y tena algunos flecos, pero imagin que en el futuro alguien laexhibira en la vitrina de algn museo como ejemplo de coraje y patriotismo.

    El despacho tena los postigos cerrados y la penumbra le alivi los ojos inflamados.No recordaba haber corrido [as cortinas ni tampoco cundo haba comido los huevos, pero

    las cscaras estaban all, apiladas sobre la mesa de la cocina. Su cabeza era un verdaderodesorden, un caos de imgenes e ideas que se mezclaban y neutralizaban entre s. Sedesnud y abri la canilla para llenar la baadera. En el espejo se vio la cara manchada detierra y el cuello salpicado de sangre. Advirti de pronto, que no se afeitaba desde elcomienzo de la guerra y que esos das le haban parecido los ms largos desde las vigilias

    junto al lecho de Estela. Se alej del espejo para mirarse el cuerpo y descubri que tenamoretones en las piernas y un raspn a la altura de la cadera. Mir el agua que suba en labaadera y se dijo que no le vendra mal un vaso de ginebra. Fue a la heladera porque lepareca que haba dejado una botella casi llena, pero no la encontr. Tampoco estaba en laalacena, ni en el aparador de las cacerolas.

    Mir en el congelador, pero slo encontr un atado de rabanitos, una bananaennegrecida y las mandarinas que empezaban a cubrirse de un moho azulado. Desisti de

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    la ginebra y se comi la banana de pie, apoyado en la heladera. Despus fue al bao, orinlargamente y pens que en el canasto de los papeles encontrara algunas colillas paraarmar un cigarrillo y fumarlo en la baadera. Volvi a su despacho, abri un postigo y seagach a revolver en elcesto. Fue entonces que encontr, junto al escritorio, un bolso delona verde y un par de borcegues. Una puntada en la rodilla le hizo cerrar los ojos y tratde relacionar esos objetos con lo ocurrido en las ltimas horas. Al cabo de un momentointuy que no estaba solo en la casa. Se, levant sigilosamente y vio, sobre la mesa ratona,un paquete de Benson, un sombrero panam y la botella de ginebra. Entonces descubri alhombre que dorma en el sof.

    Era blanco, de nariz muy grande y barba descuidada, Tena el pelo escaso y rubio.En la mano derecha, que apoyaba en la almohada, sostena una pistola reluciente queapuntaba a la cabeza del cnsul. Bertoldi dio un paso al costado y el cao del arma losigui como si obedeciera a un radar. El hombre tena la boca abierta y pareca estar en unsueo profundo. Desde donde estaba parado Bertoldi tuvo la impresin de ver la bala enel fondo de la recmara. Iba a hablarle, pero temi sobresaltarlo y empez a retrocederhacia el bao. Recin cuando sali al pasillo, el intruso dej descansar la mano sobre laalmohada, pero sin sacar el dedo del gatillo.

    El cnsul se desliz hasta el dormitorio, volvi con la radio y la puso en el suelo,frente a la puerta del despacho. El hombre cambi de posicin para llevarse la mano librea la frente y empez a roncar. El cnsul gir el dial en busca de alguna msica estridentehasta que se detuvo, sin proponrselo, en la emisin de Radio Tirana. De pronto, laInternacional brot del parlante apenas deformada por la lejana de la onda, y el barbudosalt de la cama como un resorte. Tena el puo izquierdo en alto y los ojos desorbitadospor la emocin. Estaba duro como un palo en el medi del saln, con la pistola en la manoderecha y un crucifijo al cuello. Bertoldi se senta infinitamente cansado y tena laimpresin de que nunca ms volvera a echarse en una cama. Apag la radio y decidi ir ahacerse cargo de su destino.

    Embajador, los patriotas del mundo lo saludan! grit el barbudo cuando lovio llegar. La piel cuarteada por el sol y los ojos azules, muy bizcos, le daban el aspecto deun fraile bonachn.

    Usted est violando territorio argentino dijo el cnsul. Espero que puedadarme una buena explicacin.

    El otro baj el brazo, estornud dos veces y dej la pistola sobre la mesa. Parecaaliviado. Busc en el bolso y sac un habano de quince centmetros, grueso como un dedo,y una caja de fsforos de madera. La habitacin se llen de un perfume dulce y el cnsultuvo la sensacin de que le acariciaban el paladar con una pluma.

    Quedan pocos hombres de su estirpe, embajador. Puede contar conmigo.Empiece por explicarme qu hace aqu.Mire, su poltica de puertas abiertas es conmovedora, pero si no echa llave le van

    a robar hasta las velas.Ya me pas. Lo escucho.Mi nombre es Theodore O'Connell, pero est lleno de irlandeses con ese apellido,

    as que puede llamarme como quiera.Hizo una pausa y tir una larga bocanada de humo azul.Tengo el honor de solicitar formalmente refugio poltico en su embajada.Bertoldi se dej caer en un silln.

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    Ah, no, se equivoc de puerta, seor mo: esto es un consulado. Consulado? Le pregunt a un tipo en el puerto. Por la embajada de la

    Argentina, pregunt. Correcto?Lo siento. Si se corre hasta el bulevar va a encontrar todas las que quiera. La de

    Suecia es buena.Estamos en la misma situacin, embajador; ni usted ni yo vamos a poder

    mostramos en el bulevar por un tiempo.Cmo, ya se habla de m?Disculpe, creo que se le est desbordando la baadera. Bertoldi hizo un gesto de

    fastidio y corri a levantar el tapn de goma. El agua empez a bajar mientras el charcoque se haba formado en el piso se iba por la rejilla.

    Ya sabe qu en un consulado no se puede dar asilo. Tuvo problemas con elgobierno?

    Todava no. Un cigarrillo?Haca rato que el cnsul esperaba el ofrecimiento. Dej que el irlands le alcanzara

    fuego, palade el humo y lo tir por la nariz. Cuando el agua baj lo suficiente volvi acolocar el tapn y entr en la baadera. De la repisa tom un paquete de jabn en polvo yesparci un buen puado a su alrededor. Despus revolvi el agua con un brazo y se fuesentando con cuidado. Le ardan las raspaduras y apenas poda doblar el cuello.

    No se ofenda, embajador, pero usted es el primer diplomtico que me recibedesnudo, y el nico que conozco que se baa con jabn de lavar la ropa. No lo cuestiono,al contrario, esas cosas hacen ms fcil la convivencia cuando el lugar es chico.

    El cnsul mir al hombre que estaba apoyado en el marco de la puerta: era ms altoque l pero quiz no llegara a los cincuenta aos. Era tan bizco que se haca difcil saberhacia dnde miraba. De vez en cuando arrugaba la nariz, como si fuera a estornudar, peroal fin se contena y dejaba escapar un carraspeo ronco. Encendi otra vez el habano y fue asentarse sobre la tapa del inodoro.

    No quiero que piense que soy un tipo pesado, embajador, pero resulta que esmuy importante para m quedarme aqu, sabe? Embajada o consulado, eso es un avatarde la burocracia, qu ms da. Lo que cuenta es que usted es un tipo ntegro, que hacerespetar su bandera.

    Eso se lo puedo garantizar dijo el cnsul, pero sepa que conmigo lasamenazas no corren.

    Quin lo amenaz? se alarm O'Connell Yo lo amenac?Me apunt con una pistola cuando entr a mi propia casa.Ah, pero estaba dormido! Olvdelo, es un reflejo... Se imagina que me toca

    dormir en cada lugar que si no ando con un poco de cuidado...Perdone la franqueza, pero usted tiene aspecto de guerrillero.No sea tan esquemtico...Si se queda ac nos van a mandar la polica. Lo haba pensado?El irlands asinti con un ojo volcado hacia el cielo raso y otro en direccin a la

    puerta.Bongwutsi es neutral. Simpatiza con Inglaterra, pero es neutral. Lo escuch por la

    radio.Hay como cincuenta embajadas en el bulevar, por qu se meti aqu?Usted conoce la respuesta, embajador: tenemos el mismo enemigo.

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    Ahora veo: usted es miembro del IRA.O'Connell elev los ojos y las manos y estornud con un ruido que sobresalt al

    cnsul.Qu fcil es para usted la vida! Si levanto el brazo soy comunista y si llevo un

    crucifijo soy del IRA. Hgame el favor!Si me disculpa voy a salir de la baadera.O'Connell se puso de pie y sali al pasillo. Llevaba el cigarro entre los dientes y a

    veces frunca la nariz.El polen me tiene loco dijo al otro lado de la puerta. No se imagina la plata

    que gasto en remedios con esta alergia. Ya me tuve que ir de Filipinas porque arruinabatodas las emboscadas.

    Bertoldi se envolvi en una bata desteida, se pein y se puso una buena capa dedesodorante. Se senta mejor. Alguien, al fin, le diriga una palabra de afecto.

    Va a tener que cambiar los vidrios dijo O'Connell. Se me fue la mano con lamezcla.

    Qu mezcla?Al final la garita sa era de lata. De lejos pareca acero del bueno.Usted se da cuenta en qu compromiso me est poniendo?Bueno, yo lo vi en un apuro y pens que a mejor sera hacer un poco de

    distraccionismo.De qu?Distraccionismo; que miraran para otro lado.Hgame el favor, salga de mi casa. A ver si piensan que soy cmplice de un

    subversivo.No diga eso; yo le propongo una alianza para defendernos del imperialismo

    ingls.No diga disparates, cmo me voy a juntar con un terrorista.Eso no es justo, embajador. Yo no soy ningn mercenario. Cuando le muestre la

    plata que llevo se va a convencer de que no es la ms apropiada para abrir una cuenta enel banco.

    Tiene dinero encima? el cnsul sinti un estremecimiento.Para empezar, los vidrios corren por mi cuenta.Bertoldi aplast el cigarrillo y se puso a mirar por la ventana.Est seguro de que nadie lo vio entrar?Si me hubieran visto ya estaran aqu. En Europa hice saltar tres embajadas

    yanquis y siempre le echaron la culpa a Kadafi.Usted qu quiere de m? Para quin trabaja?Esas son muchas preguntas, embajador. En su lugar hara un informe detallado a

    la cancillera. Despus, si rechazan el pedido de refugio yo me voy y tan amigos comoantes.

    As que usted tambin est en guerra con los ingleses?Hace seis generaciones que mi familia los tiene a mal traer.El cnsul concluy que le sera difcil echar a ese hombre nada ms que con

    argumentos.No s. Si es cosa de un par de das, y usted se hace cargo de los gastos, puedo

    tirarle un colchn en el suelo. Tampoco quiero que ande diciendo por ah que soy un

  • 7/30/2019 A Sus Plantas Rendido Un Leon - Soriano

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    Osvaldo Soriano A sus plantas rendido un len

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    insensible. Eso s, me tiene que entregar el arma.El irlands sonri satisfecho. Bertoldi no pudo establecer si lo miraba a l o a la foto

    de Gardel que estaba en la pared.Esta noche cenamos afuera. Qu le pa