a propósito del factor perón

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ESTUDIOS SOCIALES 46 [primer semestre 2014] 299 1 Este texto es una versión revisada de la conferencia pronunciada por el autor en las VIII Jornadas de Historia Política, realizadas el 30 de septiembre de 2013 en la ciudad de Mendoza. A PROPÓSITO DEL FACTOR PERÓN 1 JUAN CARLOS TORRE Universidad Torcuato Di Tella El ejercicio que me propongo –explorar la incidencia del «Factor Perón» en la histo- ria de la Argentina– no está desprovisto de riesgos. Mencionaré quizás el más impor- tante de ellos: destacar en demasía el papel del individuo en la determinación de los hechos de la historia y dejar en un segun- do plano la importancia del marco social y político dentro del que tuvieron lugar los hechos. Una biografía, se ha dicho con razón, es igual a la personalidad del biogra- fiado más sus circunstancias. De allí que la biografía imponga una y otra vez echar también una mirada a las condiciones que moldearon su carácter y sus ideas, así como a las condiciones que hicieron posible su gravitación histórica. Al incorporar a la ecuación el papel de las circunstancias no quiero suprimir el juicio histórico. Todo paisaje social y político en un momento dado encierra una variedad de desenlaces posibles. Lo que habrá de hacer la diferencia, entre la potencia y el acto finalmente ejecutado, estará definido por lo que hacen o dejan de hacer aque- llas personalidades políticas que ocupan una posición de preeminencia en una de- terminada coyuntura. La responsabilidad histórica no está democráticamente distri- buida. Hay individuos que tienen más re- cursos que el común de los mortales para modelar la arcilla humana y la trama de los acontecimientos. Más concretamen- te, las presidencias de Perón y su legado tuvieron una incidencia insoslayable en los derroteros de la trayectoria argentina. Perón es uno de los pocos individuos de nuestro siglo veinte de los que se puede afirmar con seguridad: sin él el curso de la historia habría sido distinto del que fue. Como recién afirmamos, esta proposi- ción ¿no simplifica demasiado las cosas al recurrir a una hipótesis excesivamente personalizada? Una Sociología de vasto arraigo nos hace desconfiar de este tipo de explicaciones prefiriendo distribuir la res- ponsabilidad histórica sobre la sociedad como un todo. Formado como he sido en la tradición de las Ciencias Sociales sería el último en desdeñar la contribución de

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  • ESTUDIOS SOCIALES 46 [primer semestre 2014] 299

    1 Este texto es una versin revisada de la conferencia pronunciada por el autor en las VIII Jornadas de Historia Poltica, realizadas el 30 de septiembre de 2013 en la ciudad de Mendoza.

    A PROPSITO DEL fACTOR PERN 1

    JuAn CARlOs tORREUniversidad Torcuato Di Tella

    El ejercicio que me propongo explorar la incidencia del Factor Pern en la histo-ria de la Argentina no est desprovisto de riesgos. Mencionar quizs el ms impor-tante de ellos: destacar en demasa el papel del individuo en la determinacin de los hechos de la historia y dejar en un segun-do plano la importancia del marco social y poltico dentro del que tuvieron lugar los hechos. Una biografa, se ha dicho con razn, es igual a la personalidad del biogra-fiado ms sus circunstancias. De all que la biografa imponga una y otra vez echar tambin una mirada a las condiciones que moldearon su carcter y sus ideas, as como a las condiciones que hicieron posible su gravitacin histrica. Al incorporar a la ecuacin el papel de las circunstancias no quiero suprimir el juicio histrico.

    Todo paisaje social y poltico en un momento dado encierra una variedad de desenlaces posibles. Lo que habr de hacer la diferencia, entre la potencia y el acto finalmente ejecutado, estar definido por lo que hacen o dejan de hacer aque-

    llas personalidades polticas que ocupan una posicin de preeminencia en una de-terminada coyuntura. La responsabilidad histrica no est democrticamente distri-buida. Hay individuos que tienen ms re-cursos que el comn de los mortales para modelar la arcilla humana y la trama de los acontecimientos. Ms concretamen-te, las presidencias de Pern y su legado tuvieron una incidencia insoslayable en los derroteros de la trayectoria argentina. Pern es uno de los pocos individuos de nuestro siglo veinte de los que se puede afirmar con seguridad: sin l el curso de la historia habra sido distinto del que fue.

    Como recin afirmamos, esta proposi-cin no simplifica demasiado las cosas al recurrir a una hiptesis excesivamente personalizada? Una Sociologa de vasto arraigo nos hace desconfiar de este tipo de explicaciones prefiriendo distribuir la res-ponsabilidad histrica sobre la sociedad como un todo. Formado como he sido en la tradicin de las Ciencias Sociales sera el ltimo en desdear la contribucin de

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    fuerzas impersonales sobre los procesos histricos. No obstante, creo que el men de opciones polticas que las sociedades tienen por delante en ciertas circunstan-cias crticas debe mucho a la oferta que hace a los hombres que ocupan posiciones de preeminencia. Seguramente la Historia no se resume en la biografa de los grandes hombres. Pero no cabe duda que la perso-nalidad de los lderes polticos, su talante moral y sus visiones del mundo juegan un papel considerable en la medida en que desde el lugar estratgico que ocupan en la vida pblica autorizan unos determina-dos cursos de accin ms que otros.

    El historiador espaol Juan Pablo Fusi public en 1985, diez aos despus de la muerte de Francisco Franco, una biografa de el Caudillo. En una segunda edicin de su libro encontr la necesidad de agregar un nuevo prlogo con el ttulo El Factor Franco, para traer al primer plano y su-brayar el peso especfico de Franco sobre el rgimen que mont y gobern durante 40 aos. Este es tambin el propsito de mi intervencin: explorar la incidencia del factor Pern en la trayectoria del ancho tramo de la historia argentina en el que tuvo un protagonismo insoslayable. Para iniciar esta exploracin permtanme otra referencia a Juan Pablo Fusi. En ese segun-do prlogo el historiador espaol comen-t su dificultad al encarar la empresa. Esa dificultad, nos dice, no responde a razones metodolgicas o a la falta de informacin.

    Ms bien descansa en las caractersticas de la personalidad de Franco.

    La suya era una personalidad anodina, era bajo, tena una voz dbil y un rostro inex-presivo. Su rasgo ms relevante era la pru-dencia, careca de preocupaciones ideol-gicas y sus gustos privados eran los propios de la clase media de funcionarios militares de la que provena. No fumaba ni beba y era escrupulosamente monogmico. En suma, sostiene Fusi, se trataba de un perso-naje poco atractivo, sin los atributos de un fuerte liderazgo personal. A la hora de las comparaciones el contraste con la persona-lidad de Pern no puede ser mayor.

    Para ilustrar este contraste voy a remi-tirme al retrato de Pern que hizo Bo-nifacio del Carril, uno de los intelectuales nacionalistas catlicos que se sum a los golpistas de 1943 para romper con ellos una vez que Pern se convirti en el hom-bre fuerte de la Revolucin de Junio. En su libro Memorias dispersas, publicado en 1984, del Carril escribi:

    Muchas veces me han preguntado cmo era Pern en 1943 y 1944, cuando tuve oportunidad de conocerle. Tena entonces 48 aos de edad. Era alto, er-guido, ms bien corpulento. Era jovial y dicharachero. Le gustaba aludir a su pasado como deportista. Haba tirado esgrima en el Jockey Club de Buenos Aires pero se envaneca recordando que haba practicado boxeo. Para re-

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    cibir a las visitas en su casa se quitaba la chaqueta militar y se pona sobre el uniforme una salida de bao como la que usaban los boxeadores de la poca. Pero era atildado en el vestir. Tena una memoria notable, especialmente para recordar hechos y circunstancias y para reconocer a las personas. Posea una gran facilidad de palabra, con una ora-toria directa y efectiva y cierto ingenio para inventar o utilizar chascarrillos, dichos y apodos populares. Deca que la mentira tiene patas cortas pero no era demasiado respetuoso de la verdad e improvisaba sobre cualquier cosa. Se contradeca sin rubor. Era muy hbil a su manera para manejar el tono de sus conversaciones privadas y sus discursos pblicos, segn el resultado que quera obtener. Envolva al interlocutor, dn-dole la razn por anticipado para evitar discusiones y luego recoga el argumen-to y lo daba vuelta segn su intencin. Explicaba sus actitudes sosteniendo que le eran impuestas por razones ajenas a su voluntad. En esto era cnicamente inteligente. Decidi conquistar a las masas, comprendiendo claramente que la pretensin de hacerlo desde afuera era vana y que, en cambio, deba identi-ficarse con ellas si quera conducirlas. Y lo hizo con gran habilidad.

    El perfil de Pern que se desprende de este perceptivo retrato de del Carril es ya

    harto conocido y, de primera o de segun-da mano, nos ha sido trasmitido a travs del tiempo.

    hacia el viaje a Italia

    Repasando sucintamente el itinerario pblico de Pern, destaco que la eficacia poltica de su personalidad no estuvo a la vista todava hacia 1930, cuando se asom por primera vez en la escena poltica del pas pero como actor de reparto. Ese fue el ao del golpe de septiembre que puso fin al experimento democrtico inicia-do con la sancin de la Ley Senz Pea. Como ocurrir ms de una vez con los golpes militares, la Revolucin de 1930 fue orquestada por dos facciones mili-tares: la faccin nacionalista acaudillada por el General Jos Flix Uriburu y la faccin liberal que responda al General Agustn Justo. Dnde se ubic Pern en esa encrucijada de las lealtades militares? Segn su propia versin de la historia, en las vsperas del golpe se vincul a la faccin nacionalista pero, bien pronto, se apart de ella desilusionado por su in-competencia para las tareas conspirativas, de all que el levantamiento militar con-tra Yrigoyen lo encontrar en la faccin liberal del General Justo. Producido el golpe, el General Uriburu, sobre quien recay la jefatura de la revolucin, una vez que ocup la presidencia procedi a purgar a la nueva administracin de ele-

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    mentos asociados a su rival, el General Justo. Entre ellos ese fue el caso de Pern. Al da siguiente del golpe Pern haba sido designado en la secretara privada del Ministro de Guerra, pero un mes ms tarde fue separado del cargo y transferido a la Escuela de Guerra, como titular de la ctedra de Historia Militar.

    Los avatares de la poltica militar lo condujeron as al podio de profesor y en l adquirira una experiencia crucial para su posterior carrera poltica. All tuvo ocasin de iniciarse en las rutinas de la docencia: hablar en pblico, expresar sus ideas, interesar y mantener la atencin de la audiencia. El mbito militar, acostum-brado a las consignas claras y las rdenes simples era poco propicio para la retrica engolada de los hombres pblicos e im-pona un estilo de comunicacin llano y directo. De todo ello Pern sacara buen partido cuando, llegado al timn del po-der, hizo de la presidencia un plpito al servicio de su propio mensaje ideolgico.

    En 1932 volvi al centro de la corpora-cin militar trado por el desenlace final de la Revolucin de Septiembre. Luego que la tentativa nacionalista del General Uriburu fracasara en medio de la mayor soledad poltica, a fines de 1931 se realiza-ron elecciones que, con la proscripcin del radicalismo, condujeron al General Justo a la presidencia del pas. Fue entonces cuando Pern fue designado ayudante de campo del nuevo ministro de Guerra, el

    General Manuel Rodrguez, al tiempo que retuvo su ctedra en la Escuela de Guerra. Desde esta nueva posicin pudo observar de cerca la exigente tarea que el presidente Justo encomend a su ministro de Guerra: devolver la disciplina militar a un Ejrcito que acabada de salir de los cuarteles para hacer conocer al pas sus preferencias po-lticas. En esas circunstancias, la preserva-cin de la unidad militar demand una vigilancia incesante as como una mani-pulacin constante de las rivalidades exis-tentes en el cuerpo de oficiales. Vista a la distancia, esa fue otra experiencia formati-va en la carrera militar de Pern, ya que lo inici en el arte de las intrigas palaciegas, del que sac tambin buen partido aos ms tarde, cuando se abri paso arrolla-doramente entre sus camaradas de armas para conquistar la jefatura poltica de la Revolucin de Junio de 1943.

    El estado de efervescencia poltica de la corporacin militar se tradujo en dis-tintos conatos de rebelin pero Pern se mantuvo alejado de ellos. Oficial de Gran Porvenir fue la calificacin que mereci de parte del General Rodrguez al cabo de su paso por el Ministerio de Guerra. Su prximo destino, en 1936, fue la agregadura militar de la embajada ar-gentina en Chile. Durante los dos aos que dur su estada en Santiago de Chile aplic sus cualidades personales, esto es, una estudiada y sin embargo fresca sim-pata, para ganarse amigos y cumplir con

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    la misin que le fuera asignada: obtener clandestinamente informacin sobre los planes expansionistas chilenos en el sur de la Argentina. Su actividad no pas desapercibida para los servicios de inte-ligencia trasandinos, que infiltraron sus contactos. Sin embargo Pern dej Chile antes de que fuera denunciado el espiona-je argentino; el escndalo recay sobre su sucesor en la agregadura militar, el mayor Eduardo Lonardi, que tuvo que abando-nar el cargo en forma intempestiva. Unos 16 aos despus Pern y Lonardi volve-ran a cruzarse pero en circunstancias y con desenlaces bien diferentes.

    En este breve recorrido por la carrera militar de Pern lleg el momento de evocar un nuevo avatar, esta vez de ndo-le ms personal, que imprimi un giro a mi juicio decisivo en su trayectoria. Me refiero a que en setiembre de 1938 muri enferma de cncer Aurelia Tizn, su espo-sa desde haca 10 aos. Por lo que sabe-mos a travs de testimonios, la muerte de Aurelia fue un golpe duro para Pern: de-cidi alejarse de todo e hizo en soledad un viaje de 18 mil kilmetros en automvil a travs de la Patagonia, una regin que co-noca bien porque su padre haba tenido all propiedades rurales y en donde haba pasado sus primeros aos de vida. Como ha escrito uno de sus bigrafos, Joseph Page, a esta altura de su vida Pern estaba en un pantano emocional. Es posible que, a la distancia, resulte difcil imaginarlo en

    un estado de depresin afectiva. Los que s lo vieron as, en ese estado, y se esfor-zaron por darle una mano fueron sus ca-maradas ms allegados; con ese fin se las ingeniaron para que los altos mandos del Ejrcito lo designaran en una misin en el extranjero. En febrero de 1939 Pern viaj a Italia para perfeccionarse en las prcticas de los ejrcitos de montaa.

    Este nuevo destino le ofreci un bal-cn apropiado para observar de cerca la Italia de Mussolini. Su temporada italia-na habra de ser, lo repetira ms de una vez, una verdadera experiencia inicitica. El encuadramiento y la movilizacin del pueblo italiano bajo la conduccin del Duce le dejaron una fuerte impresin, al tiempo que le permiti entrever en el corporatismo mussoliniano el sendero de la genuina democracia social hacia la que se encaminaba el mundo para poner bajo control los desafos de la lucha de clases. Otra vez, esto es de sobra conocido y me parece innecesario extenderme en ello. S me interesara aqu detenerme en las vueltas de la suerte y preguntarme: y si no hubiera muerto Potota, como era lla-mada en su familia, la esposa de Pern y se hubiese prolongado en el tiempo ese matrimonio feliz? Esto es, y si Pern no hubiese conocido el dolor de esa prdida y por lo tanto sus allegados no hubieran tenido que acudir en su auxilio, maqui-nando para que fuese enviado en una misin de estudios a Italia de donde re-

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    gresara al pas en posesin de las claves maestras de su futura empresa poltica? Estas son todas conjeturas, lo sabemos: la historia es lo que fue y no lo que pudo ha-ber sido. Pero estas conjeturas tienen un valor heurstico: nos traen al primer plano el papel que tienen las contingencias en la vida de los hombres pblicos y, como se-ra el caso de nuestro personaje, tambin en los derroteros de los pases.

    Con los elementos que hemos reunido hasta aqu podra decirse que hasta su viaje a Italia Pern seguramente tena por delante una brillante carrera como oficial del Ejrcito. La formacin militar era el principal activo con el que contaba. Por tratarse de una formacin dentro de una institucin tan omnicomprensiva sobre la vida de sus miembros cabra esperar, por lo tanto, que sta impregnara con su l-gica blica la visin de la vida pblica de un hombre que desde los 15 aos se haba desenvuelto en sus filas. En consecuencia, no sorprende que cuando las vicisitudes de la historia del pas lo proyectaron fuera de los cuarteles, razonara el ejercicio de la poltica como una contraposicin belige-rante entre ejrcitos en pugna. Dentro de esta matriz de pensamiento la paz es slo un breve interregno en la ambicin natu-ral de prevalecer el uno sobre el otro, y, a su vez, la conduccin poltica es el arte de suscitar obediencia dentro de la propia tropa con vistas a una guerra inminente e inevitable. Esta matriz de pensamiento ha

    sido la pista por muchos explorada con el fin de esclarecer y dar sentido a la actua-cin poltica de Pern. Desde este encua-dre la cuestin de la incidencia del factor Pern remitira a la influencia que tuvo su formacin militar sobre el estilo polti-co con el que encar y resolvi en vida los retos que le puso la historia de su tiempo.

    No es sta, sin embargo, la pista que me interesa explorar para abordar la cuestin de la incidencia del factor Pern. Mi foco no ser el estilo poltico de Pern, un estilo poltico que, a mi juicio, se habra de desplegar por otra parte con una paleta ms matizada que lo que se desprenda de su formacin militar. El foco del ejerci-cio especulativo que me propongo esta-r ms bien colocado en la trama de las preocupaciones polticas que pautaron su comportamiento en dos momentos cen-trales de los diez aos en que ejerci sus primeras presidencias: el momento de su ascenso al poder en 1946 y el momento de su derrocamiento en 1955.

    Esas preocupaciones le fueron dictadas por la perspectiva desde la cual observ la cambiante coyuntura poltica argentina. Cul era, pues, esa perspectiva?, es la pre-gunta que se impone responder. Y bien, segn como veo las cosas, esa perspectiva fue una que Pern hizo suya como coro-lario de su breve pero crucial estada en Italia. De dicha estada regres al pas no solamente bajo la impresin de las gran-des comuniones de masas en torno del li-

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    derazgo de Mussolini y cautivado por las promesas del corporatismo social como alternativa al orden liberal y a la domi-nacin comunista. El impacto de su tem-porada italiana se tradujo en la gestacin de un punto de vista que habra de dis-tinguirlo entre sus contemporneos; me refiero a su tendencia a considerar y, por lo tanto, a juzgar la cambiante coyuntura poltica argentina desde la perspectiva de los problemas y los desarrollos que carac-terizaban las vicisitudes de la Europa de la poca. Para decirlo con otras palabras: la mirada de Pern sobre el panorama ar-gentino se construy desde el puesto de observacin de la atalaya europea; fue ella la que le suministr claves interpretativas por medio de las cuales problematiz los cambios que tenan lugar en la sociedad y la poltica del pas.

    El fantasma del peligro comunista

    Exploremos a continuacin esta hipte-sis en el momento de su ascenso al poder. Una vez que hubo consolidado su lideraz-go en las filas de la Revolucin de Junio, Pern comenz a desplegar una intensa actividad comandado por una obsesin, el fantasma del peligro comunista. Como lo dej saber en ms de una ocasin, el fin de la Segunda Guerra Mundial traera aparejado una expansin del comunismo. Si bien la marcha de los ejrcitos soviticos se iba a detener en el centro de Europa, la

    conquista de los pases del continente se prolongara en el trabajo de zapa de los partidos comunistas a los que la victoria de la coalicin anti-fascista elevara a po-siciones de poder. Esto es lo que habra de ocurrir en Italia y Francia, en donde los jefes de los partidos comunistas, Palmiro Togliatti y Maurice Thorez, fueron con-vocados a formar parte de los nuevos go-biernos. Con esa conviccin Pern se en-foc sobre la coyuntura argentina y urgi la implementacin de una estrategia pre-ventiva que cerrara el paso a las huestes comunistas dentro del mundo del trabajo que creca por obra de la expansin de la industrializacin en curso.

    Esa estrategia preventiva tena dos pi-lares: reprimir las expresiones militantes del comunismo y a la vez remover las causas del comunismo. La novedad de la propuesta de Pern estaba en el segundo pilar, y este fue el que se plasm a travs de una apertura del Estado a las deman-das del mundo del trabajo. Con la certeza de contar con una solucin al peligro co-munista se dedic luego a hacer su pro-paganda en los crculos del establishment argentino. Al respecto contamos con un valioso documento que ilustra el tenor de sus conversaciones con un grupo es-cogido de figuras pblicas en diciembre de 1944. Ese documento, que consiste en la transcripcin de las notas taquigrficas tomadas subrepticiamente por uno de los partcipes del cnclave, permaneci en las

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    sombras hasta que fue publicado por Felix Luna en mayo de 1998 en el diario La Nacin. En l leemos a Pern diciendo:

    El problema de la Argentina de hoy con-siste en resolver la cuestin social. Frente al comunismo slo se pueden adoptar una de las siguientes actitudes. Primero, destruir por la violencia toda organiza-cin comunista. Segundo hacer a los obreros promesas que no se cumplen, como antes. Tercero, quitarle su razn de ser, satisfaciendo con justicia las reclama-ciones obreras. Es ste el camino que yo he elegido: siempre he credo mejor ha-cer que desaparezcan las causas en vez de empearme en destruir sus efectos.

    Con esas palabras aluda a su gestin al frente de la Secretara de Trabajo: promo-ver la negociacin colectiva, reparar viejos agravios, estimular la sindicalizacin. En otro tramo de la conversacin Pern re-conoci que: hay quienes se quejan de algunas medidas del gobierno, que les re-sultan onerosas, pero les digo que es me-jor resignarse a entregar una parte de lo que tienen para no perderlo todo.

    Con este razonamiento, Pern argu-mentaba en favor de su estrategia preven-tiva partiendo de la buena acogida que iniciativas como las suyas haban tenido en otras latitudes por parte de un esta-blishment tan conservador como el de Argentina. Pero esta trasposicin de la

    experiencia europea adoleca sin embar-go de un defecto. Como lo seal Tulio Halpern, en la Argentina de entonces fal-taba la condicin que llev en los pases fascistas a los crculos patronales a acom-paar polticas de reformas laborales, an al precio de sacrificios inmediatos. Esto es, no exista aqu como s existi en esos pases la sensacin de amenaza frente a un movimiento obrero combativo. Uno de los interlocutores de Pern en diciem-bre de 1944 se atrevi a disentir con su diagnstico y le seal que antes del 4 de Junio no haba en el pas un proble-ma comunista de importancia. A partir de lo que sabemos sobre la situacin del movimiento obrero de la poca, agrego yo, razones no le faltaban para descreer de la existencia de un peligro comunista. Como bien lo puso de manifiesto la refe-rencia a la fecha del 4 de Junio, si haba en el mundo de los negocios una preocu-pacin, el origen de ella estaba localizado ms bien en la propia gestin de Pern, que en nombre de anticiparse al presunto peligro comunista lo que haca era alen-tar la movilizacin obrera y exasperar las tensiones laborales. A los ojos de sus in-terlocutores, Pern se comportaba como un bombero piromanaco, segn la ex-presin acuada por Alain Rouqui, que provocaba incendios para ser luego llama-do a sofocarlos. No se necesitaba dema-siada sagacidad poltica para advertir en la gestin de Pern la tentativa de erigirse

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    en rbitro de la paz social y de forzar a delegar en l todo el poder poltico.

    La perspectiva europeizante de Pern sobre la realidad argentina no se com-padeca con la visin que de ella tenan los dueos del poder econmico. En esas circunstancias, las medidas prolaborales fueron recibidas en principio con frialdad y ms tarde con hostilidad. Este desen-cuentro tuvo una primera consecuencia: abort la posibilidad de que se forma-ra una coalicin conservadora popular, como esa que fue concebida por Pern en su bsqueda del respaldo de los dirigen-tes obreros y la colaboracin de las clases patronales, para conducir con el apoyo del Ejrcito y la bendicin de la Iglesia los destinos de la Argentina de posguerra. Frustrado en su intento de formar una gran coalicin, Pern radicaliz de all en ms sus polticas y apelando a una retri-ca que le gan el fervor popular proclam el advenimiento de la era de las masas, el fin de la dominacin burguesa y convoc a los trabajadores a movilizarse en defen-sa de la obra de la Revolucin de Junio. Despunt, de este modo, una nueva ten-tativa poltica. Entre el proyecto original y ste que fue emergiendo, en medio del hostigamiento de la oposicin del mundo de los negocios y las clases medias libe-rales, habra una diferencia capital: el so-bredimensionamiento del lugar poltico de los trabajadores, los cuales de ser una pieza importante pero complementaria

    en una coalicin conservadora popular se transformaron en el principal sos-tn del liderazgo plebiscitario de Pern. Nuevamente, todo esto es historia cono-cida como es tambin conocido el desen-lace del 17 de octubre de 1945, la poste-rior victoria electoral de Pern en febrero de 1946 y su acceso a la presidencia desde donde prosigui polticas proobreras que habran de asegurarle una larga lon-gevidad poltica.

    Lo que me interesa destacar sobre el teln de fondo de esa historia conocida es lo siguiente: la estrategia preventiva de Pern, esto es, conjurar el peligro comu-nista actuando sobre las condiciones de postergacin social y alienacin poltica que eran propicias para su penetracin en el mundo del trabajo fue, al final de cuentas, una empresa exitosa. En Amrica Latina, Argentina ser un pas donde las corrientes ideolgicas de inspiracin mar-xista perdieron gravitacin en el movi-miento obrero y quedaron confinadas a ejercer una influencia sobre todo en los medios culturales. Pero la contrapartida de este desenlace en el terreno ideolgico fue un pas que experiment como pocos en la regin las asperezas de la lucha de clases. Si bien no se libr con el lenguaje de la retrica marxista, la lucha de clases mantuvo a la Argentina por largos aos muy lejos del horizonte de paz y orden social hacia el que apunt Pern en los tramos iniciales de su ascenso al poder.

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    El fantasma del peligro democristiano

    Quisiera ahora abordar el momento del derrocamiento de Pern en 1955 con el fin de mostrar la pertinencia de la hiptesis que he propuesto: los efectos de la pers-pectiva europeizante por medio de la cual Pern descifr las seales de la coyuntura poltica de su tiempo. Al echar una rpida mirada sobre la ltima fase de su dcada en el gobierno constatamos el siguiente auspicioso panorama: la superacin de la emergencia econmica gracias al plan de estabilizacin de 1952 que permiti, al cabo de dos aos, un marcado descenso de la inflacin y la reanudacin del cre-cimiento; la ratificacin de la solidez de las mayoras electorales del oficialismo con los dos tercios de los votos obtenidos en las elecciones legislativas de 1954, la mejora de la imagen del gobierno en el mundo de los negocios por su poltica de mayor apertura a las inversiones extran-jeras, la normalizacin de sus relaciones con los Estados Unidos luego de la visita del hermano del presidente Eisenhower. Todos estos datos abonaban una conclu-sin, que era motivo de desaliento en los crculos de la oposicin antiperonista: el anhelado fin de la maquinaria autoritaria montada por Pern no estaba a la vista. Para ellos slo caba una remota espe-ranza, esto es, la esperanza de que desde adentro del propio rgimen estallara una crisis. Y bien, para su sorpresa, esto es lo que ocurri. Entre fines de 1954 y media-

    dos de 1955 el gobierno y la Iglesia se vie-ron envueltos en un conflicto de grandes proporciones que tendra, en definitiva, funestas consecuencias sobre la fortuna poltica de Pern.

    En lo que sigue procurar indagar el origen de ese conflicto utilizando la hoja de ruta de la hiptesis que acabo de for-mular. Comenzar reiterando, como tan-tos otros, que al momento de su desen-cadenamiento las relaciones de Pern y la Iglesia eran menos estrechas de lo que haban sido al principio. Recordemos que en 1946 la jerarqua eclesistica haba bendecido indirectamente su candidatu-ra a la presidencia, por su respaldo a la implantacin de la enseanza religiosa en las escuelas y su eleccin de las encclicas papales como inspiracin de sus inicia-tivas hacia el mundo del trabajo. Desde entonces el desplazamiento progresivo de la Iglesia de los mbitos tradicionales de su accin pastoral entre las mujeres, los nios, los sectores humildes, la juventud por obra de las polticas del rgimen pe-ronista haba enfriado esas relaciones. A su vez, la tentativa de convertir al justicia-lismo ya no slo en la doctrina oficial del Estado sino a la vez en la verdadera expre-sin del cristianismo, as como la entroni-zacin religiosa de la figura de Evita des-pus de su muerte, tampoco facilitaron las cosas. Frente a este viraje del lugar que por aos haba sido el suyo, la jerarqua

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    eclesistica fue reaccionando con extrema prudencia; pero esa no sera la actitud del mundo catlico en general. Sus asociacio-nes de laicos se convirtieron con el paso del tiempo en el refugio de un militante antiperonismo, canalizando un malestar que los partidos mostraban no ser capa-ces de articular. El detonante del conflicto que habra de precipitar la crisis provino precisamente desde esos mbitos: la fun-dacin del Partido Demcrata Cristiano por parte de un pequeo ncleo de mili-tantes catlicos. Luis Alberto Romero se ha referido a ello en estos trminos:

    La fundacin del partido demcrata cristiano marc el comienzo del conflic-to entre Pern y la iglesia, que rpida-mente llev a su cada. Pese a que haba mltiples razones, no era un conflicto inevitable; dejarse llevar a l fue sin duda un grave error, y la seal de que ese hbil poltico tan capaz de unificar el campo propio como de aprovechar las debilidades del adversario haba perdido muchas de sus capacidades.

    Partiendo del cuadro de situacin que nos ofrece Romero, hay un interrogante que queda pendiente y es el que me in-teresa despejar: cmo fue que Pern se dej llevar a ese conflicto, cometiendo un grave error?

    Desde un punto de vista histrico no es un mero juego de la mente, sino una tarea

    necesaria tratar de descubrir los desacier-tos que llevaron a Pern a equivocarse en el apogeo de su poder. A mi juicio, el error que cometi fue el fruto de un error de concepto o, para decirlo con palabras que ya he utilizado, fue la consecuencia de la perspectiva europeizante a travs de la cual tenda a percibir y razonar los avata-res de la coyuntura del pas. Al momento en que tena lugar esta historia argentina, pases importantes de Europa asistan a un avance arrollador de los partidos de-mcratas cristianos que, con el liderazgo de figuras como Adenauer en Alemania y De Gasperi en Italia, ganaban las eleccio-nes con el 40 por ciento de votos y levan-taban un formidable dique al otrora ame-nazante peligro del comunismo. Estos acontecimientos, estimo yo, seguramente no pasaron desapercibidos para un hom-bre poltico como Pern, siempre inclina-do a echar una mirada de guila sobre su propia peripecia desde la atalaya europea. En sus preocupaciones polticas el peli-gro comunista, que le dict el rumbo de sus primeros pasos en la vida pblica del pas, haba cedido el lugar a otro peligro ms nuevo, el encarnado por el auge de la democracia cristiana. No descarto, pues, que Pern fuese ganado por un temor, el temor de que, como ocurra en Europa, tambin aqu las banderas de la demo-cracia cristiana tuvieran el viento a favor y amenazaran la fortaleza hasta all inex-pugnable de sus apoyos populares.

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    Si esta es una conjetura verosmil se com-prende que Pern sobredimensionara el desafo que comportaba la creacin del Partido Demcrata Cristiano y viera en l, ms all de las modestas expectativas de quienes eran sus promotores, el largo bra-zo de una conspiracin motorizada por la Iglesia. Este fue el pretexto para el lanza-miento de una sbita campaa anticlerical y esta sera, a su turno, la causa de una crisis autoinfligida. La campaa anticlerical no slo le cre enemigos adicionales, empu-jando a sectores del catolicismo a las hues-tes de la oposicin antiperonista. Tambin tuvo otro efecto, en definitiva, fatal: convir-ti a los amigos en enemigos, colocando en el otro lado de la balanza un peso que hasta entonces haba estado en el platillo del r-gimen. Me estoy refiriendo a su impacto en el frente militar. Para los altos mandos de las Fuerzas Armadas las relaciones con la Iglesia eran todo un reaseguro frente a los rumbos del rgimen peronista. La cam-paa anticlerical, al debilitar ese reaseguro, fue el catalizador que socav las lealtades de altos jefes militares a Pern; as las cosas, en setiembre de 1955 el alzamiento de algunos de ellos y la abstencin de muchos otros a la hora de las armas se sumaron para desti-tuirlo del poder y mandarlo al exilio.

    Para cerrar este captulo permtanme evocar un ltimo episodio extrado de la lectura de los diarios. El martes 20 de sep-tiembre, todava en su residencia, Pern se levant tan temprano como siempre. Le confes a su mayordomo, el suboficial re-

    tirado Atilio Renzi: Hace dos das que no duermo y ya no hay nada que hacer. Entre las siete y las ocho de la maana parti rumbo a la embajada de Paraguay, adonde solicit asilo. Luego de un breve paso por el domicilio del embajador Chvez, Pern fue conducido al puerto de Buenos Aires para embarcarse en la caonera Paraguay, que estaba all en reparaciones y como tal era territorio paraguayo. A la entrada del puerto haba un enorme charco, producto de las lluvias de esos das, que el Cadillac que trasladaba a Pern no logr traspasar. El propio Pern, envuelto en un piloto blanco, descendi del automvil, y empa-pado por la lluvia, le pidi a un camionero que lo remolcara hasta la drsena. Todava bajo el efecto de la sorpresa, el camionero puso manos a la obra, amarr el Cadillac con una soga y lo arrastr a la caonera. Al subir al barco Pern ignoraba que no volvera a pisar tierra argentina hasta otro tormentoso da de noviembre de 1972.

    Cuando lo hizo, al cabo del largo exilio, traera consigo tambin en su equipaje lecciones y propuestas extradas de su ms reciente experiencia europea el modelo de gestin econmica y poltica que admi-raba en los pases socialdemcratas que buscara replicar con el Pacto Social y la poltica de acuerdos con sus antiguos ad-versarios del Partido Radical. Comenzara entonces otro momento de la incidencia del factor Pern en la Argentina con-tempornea. Pero esta es ya otra historia que quedar para otra ocasin.