a propósito de la marcha contra la tv basura ii

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A propósito de la marcha contra la tv basura (II) «Es importante recordar que la mayor parte de lo que dan por televisión no es sólo entretenimiento: También son relatos.» David Foster Wallace En el fenómeno de la televisión basura los consensos parecen ser el problema. Nos hemos ahorrado el debate. Existe el prejuicio seudoacadémico de que podemos despotricar contra algo sin conocerlo. No hace mucho me encontré a unos muchachos burlándose de una tesis sobre Al fondo hay sitio. Reían, parecían enunciar un “qué bruto, póngale cero” con las miradas. No la habían leído, pero ya se llevaban las manos a las narices. ¡Ay, no, televisión basura; poto, pichi, caca! Como todo prejuicio, el problema de éste es la chatura de alcance, la complacencia con el lugar común. Cualquier persona con algo de conocimiento en estudios culturales tiene por perogrullada que la televisión de consumo masivo es un excelente objeto de estudio. En este sentido, burlarse de una tesis sobre la serie nacional más exitosa sólo revela que el estado del debate está lejos de llamarse agotado. Pues bien, fueron éstas, y otras no del todo claras, las razones por las que decidí ver dos días los programas que encarnan, al parecer, todo el significado de televisión basura: Esto es guerra y Amor amor amor. A primera vista, Esto es Guerra (en adelante, EEG) parece no ofrecer más que las fórmulas recicladas de Habacilar, con cierta intensificación del tema físico. A los juegos que comúnmente realizaban los miembros del público les agregaron la dificultad necesaria para que vayan más acorde con los hipertrofiados y visualmente menos reticentes cuerpos de leones y cobras. A las modelos que otrora no salían de bailecitos simplones y comentarios de relleno, había que quitarles un poco de ropa, vestirlas más sugestivamente y lanzarlas a juegos que hicieran del “(Insertar participante femenina aquí) sufre descuido y deja ver (insertar parte del cuerpo que, usted, señora católica promedio, jamás enseñaría en tv nacional y si pudiera, ni en privado)” un logro nacional. Dicho esto, hay sin embargo un elemento que, a mi parecer, es el gran motor de EEG (y de Combate): los relatos. El gran factor que pasamos por alto es que estos programas, además de estar repletos de luces, canciones pegajosas y demás estímulos neurológicamente eficientes, son grandes parcelas de relatos que, aunque burdos y primariosos, cumplen una función esencial. Los productores de EEG tienen claro que lo que están haciendo es ficción. No estoy diciendo que todos los amoríos dentro del programa son falsos, porque ficción no significa “fácticamente falso”. La ficción, como señala el crítico literario Terry Eagleton, es la disposición de ciertos tipos de escritura, las reglas que rigen la construcción de un «diseño retórico global». Sheyla Rojas o Patricio Parodi no sólo son guerreros, son “personajes”. Su participación en el programa está dispuesta de tal forma que se engranan en una trama. Y así hay muchos casos más. Tal es la disposición ficcional de los personajes, que la realidad extra televisiva de estos muchachos (cualquiera de ellos) ya no es sólo su vida, es metatelevisión. Aquí es donde entra Amor amor amor. Para ponerlo en términos literarios, EEG es el realismo más torpe que se puede escribir, ese que ni el mismo escritor se lo cree.

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Columna sobre la tv basura en Perú

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Page 1: A Propósito de La Marcha Contra La Tv Basura II

A propósito de la marcha contra la tv basura (II)

«Es importante recordar que la mayor parte

de lo que dan por televisión no es sólo entretenimiento:

También son relatos.»

David Foster Wallace

En el fenómeno de la televisión basura los consensos parecen ser el problema. Nos hemos ahorrado el debate. Existe el prejuicio seudoacadémico de que podemos despotricar contra algo sin conocerlo. No hace mucho me encontré a unos muchachos burlándose de una tesis sobre Al fondo hay sitio. Reían, parecían enunciar un “qué bruto, póngale cero” con las miradas. No la habían leído, pero ya se llevaban las manos a las narices. ¡Ay, no, televisión basura; poto, pichi, caca! Como todo prejuicio, el problema de éste es la chatura de alcance, la complacencia con el lugar común. Cualquier persona con algo de conocimiento en estudios culturales tiene por perogrullada que la televisión de consumo masivo es un excelente objeto de estudio. En este sentido, burlarse de una tesis sobre la serie nacional más exitosa sólo revela que el estado del debate está lejos de llamarse agotado. Pues bien, fueron éstas, y otras no del todo claras, las razones por las que decidí ver dos días los programas que encarnan, al parecer, todo el significado de televisión basura: Esto es guerra y Amor amor amor.

A primera vista, Esto es Guerra (en adelante, EEG) parece no ofrecer más que las fórmulas recicladas de Habacilar, con cierta intensificación del tema físico. A los juegos que comúnmente realizaban los miembros del público les agregaron la dificultad necesaria para que vayan más acorde con los hipertrofiados y visualmente menos reticentes cuerpos de leones y cobras. A las modelos que otrora no salían de bailecitos simplones y comentarios de relleno, había que quitarles un poco de ropa, vestirlas más sugestivamente y lanzarlas a juegos que hicieran del “(Insertar participante femenina aquí) sufre descuido y deja ver (insertar parte del cuerpo que, usted, señora católica promedio, jamás enseñaría en tv nacional y si pudiera, ni en privado)” un logro nacional. Dicho esto, hay sin embargo un elemento que, a mi parecer, es el gran motor de EEG (y de Combate): los relatos. El gran factor que pasamos por alto es que estos programas, además de estar repletos de luces, canciones pegajosas y demás estímulos neurológicamente eficientes, son grandes parcelas de relatos que, aunque burdos y primariosos, cumplen una función esencial. Los productores de EEG tienen claro que lo que están haciendo es ficción. No estoy diciendo que todos los amoríos dentro del programa son falsos, porque ficción no significa “fácticamente falso”. La ficción, como señala el crítico literario Terry Eagleton, es la disposición de ciertos tipos de escritura, las reglas que rigen la construcción de un «diseño retórico global». Sheyla Rojas o Patricio Parodi no sólo son guerreros, son “personajes”. Su participación en el programa está dispuesta de tal forma que se engranan en una trama. Y así hay muchos casos más. Tal es la disposición ficcional de los personajes, que la realidad extra televisiva de estos muchachos (cualquiera de ellos) ya no es sólo su vida, es metatelevisión. Aquí es donde entra Amor amor amor. Para ponerlo en términos literarios, EEG es el realismo más torpe que se puede escribir, ese que ni el mismo escritor se lo cree.

Page 2: A Propósito de La Marcha Contra La Tv Basura II

Amor amor amor, siguiendo la analogía literaria, sería la vertiente postmoderna: cínica, irónica, autorreferencial. Amor amor amor es básicamente los comentarios de Peluchín y las intervenciones de Gigi Mitre. En esencia, se burlan de lo irreal, fingido y huachafo de las “novelas” en EEG o Combate.

No se puede pensar estos programas por separado. Han formado una relación simbiótica: Sin los relatos de EEG no existiría el raje de Peluchín; sin el raje de Peluchín, los relatos de EEG pasarían desapercibidos. Hay un circuito que escapa a la televisión propiamente dicha. Como decía, la realidad de estos personajes (guerreros, combatientes) se ha vuelto una extensión televisiva; todas sus acciones (léase sus salidas de fin de semana) son parte, también, del programa.

Los humanos necesitamos relatos. Como sostiene Yuval Noah, la clave de nuestra humanidad radica en nuestra capacidad para urdir ficciones, para inventar historias. Somos animales narrativos, que diría Foster Wallace. La ficción está tan presente en nuestras vidas que, como todas las cosas realmente importantes, pasa por lo general desapercibida. ¿Cómo, entonces, pretendemos censurar las ficciones de consumo masivo como objeto de estudio? ¿En serio creemos que estas ficciones no penetran en el imaginario de sus consumidores? ¿En serio creemos que estos programas no se han vuelto diseminadores de la atmosfera cultural (antropológicamente hablando) del país? Y es que toda ficción trae consigo una visión moral, un punto de vista. Da soporte a una escala de valores, a una determinada actitud frente a la realidad, lo bueno y lo malo, lo frívolo y lo importante, etc. Es aquí donde emerge lo perverso de estos programas. No sólo son, en el fondo, absolutamente conservadores (vean, por ejemplo, la cucufatería con que se juzga la vida sexual de la mujer), sino que, y esto es lo que más me preocupa, promueven un cierto nihilismo oligofrénico. Hace poco, Peluchín estuvo comentando la entrega del Oscar y, cito sus palabras, “sólo había visto una película de las nominadas un día antes de la ceremonia”. Ése es el mensaje: La ignorancia no es un desvalor.

Los portavoces de la marcha contra la tv basura piden que se respete el horario de protección al menor. Estoy de acuerdo pero no por las mismas razones. Noto cierto conservadurismo en sus reclamos. Después de todo, mi mayor preocupación no es cuán diminuto es el uniforme de las cobras o los leones. Hace poco escuché a una niña de diez años narrar todas las incidencias de un triángulo amoroso de EEG. Eso es lo que me preocupa. Me preocupa que toda una generación esté creciendo en la frivolidad y la promoción de la ignorancia más desaforada. ¿Alguien cree que no hay diferencia en crecer de la mano de las aventuras del Capitán Nemo (ok, aunque sea de Harry Potter) que de los agarres de Patricio Parodi? Dejo la pregunta.