a espaldas del lago

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PETER STAMM A ESPALDAS DEL LAGO traducción del alemán de josé aníbal campos barcelona 2014 acantilado

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Libro de relatos de Peter Stamm

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  • p e t e r s ta m m

    a espaldas del lago

    traduccin del alemnde jos anbal campos

    b a r c e l o n a 2 0 1 4 a c a n t i l a d o

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  • t t u l o o r i g i na l Seercken

    publicado pora c a n t i l a d o

    Quaderns Crema, s. a. U.

    muntaner, 462 - 08006 Barcelonatel. 934 144 906 - Fax. 934 147 107

    [email protected]

    2011 by peter stamm publicado por vez primera en s. Fischer Verlag,

    gmbh, Frncfort del meno, 2011este libro ha sido negociado a travs de Ute Krner literary agent, s. l.,

    Barcelona www.uklitag.com y liepman ag,Zrich www.liepmanagency.com

    de la traduccin, 2014 by Jos anbal Campos gonzlez de esta edicin, 2014 by Quaderns Crema, s. a. U.

    derechos exclusivos de edicin en lengua castellana:Quaderns Crema, s. a. U.

    la publicacin de esta obra ha recibido una ayuda de pro helvetia, fundacin suiza para la cultura

    i s b n : 978-84-16011-21-6d e p s i t o l e g a l : b . 15 916 -2014

    a i g ua d e v i d r e Grficaq ua d e r n s c r e m a Composicin

    r o m a n y - va l l s Impresin y encuadernacin

    p r i m e r a e d i c i n septiembre de 2014

    Bajo las sanciones establecidas por las leyes,quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin

    por escrito de los titulares del copyright, la reproduccin totalo parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecnico o

    electrnico, actual o futuroincluyendo las fotocopias y la difusina travs de Internet, y la distribucin de ejemplares de esta

    edicin mediante alquiler o prstamo pblicos.

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  • C o n t e n I d o

    Nota del traductor 7

    los veraneantes 9

    el curso normal de las cosas 27

    la cena del seor 43

    en el bosque 49

    luna de hielo 73

    el da de los lirones 87

    el ltimo romntico 108

    la maleta 122

    Sweet dreams 133

    Coney Island 154

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  • n o ta d e l t r a d U C t o r

    el ttulo original de este libro es Seercken. se trata, primera-mente, de un topnimo: el grupo montaoso situado a orillas del lago de Constanza, donde tiene lugar una buena parte de las historias contadas en este volumen de relatos. pero los claroscu-ros que se ciernen sobre estas vidas narradas han hecho que nos decidamos por llevar al espaol esa otra connotacin que tiene la palabra: las espaldas del lago. muchas de estas historias, como ver enseguida el lector, tienen lugar a espaldas y de espaldas al idilio de los lagos suizos, como una hermosa grupa sobre la que los personajes cabalgan, pero cuya belleza no pueden admirar, empeados como estn en mantener las riendas de sus vidas mustias y adocenadas. todo en un libro que es tal vezy en ello est de acuerdo peter stammel ms suizo de este excelente narrador.

    Santa Cruz de La Palma, octubre de 2012

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  • 9l o s V e r a n e a n t e s

    Viene usted solo?volvi a preguntar la mujer al te-lfono.

    Yo no haba entendido su nombre, no poda identificar su acento.

    sdije. Busco un lugar donde trabajar tranquilo.ella rio algo ms de lo habitual en tales casos y luego pre-

    gunt en qu trabajaba.escribole dije.Y qu escribe? Un trabajo sobre mximo gorki. soy eslavista.su curiosidad me molestaba.ah!por un momento pareci vacilar, como si no

    estuviera segura de que el tema le interesara. Biendijo por fin. Venga. Conoce el camino?

    en enero yo haba asistido a un simposio sobre los perso-najes femeninos en las obras de gorki. mi ponencia sobre Los veraneantes deba aparecer en un volumen, pero con el ajetreo diario de la universidad no haba tenido tiempo para revisarla y dejarla lista. para ello me haba tomado li-bre la semana anterior a las fiestas de la ascensin, y haba buscado un lugar donde nada consiguiera distraerme ni na-die pudiera localizarme. Un colega me haba recomendado aquel balneario. de nio, l haba pasado all muchas vaca-ciones de verano: en algn momento el dueo del estable-cimiento fue a la quiebra, pero mi colega haba odo decir que haban reabierto el hotel unos aos atrs.

    si buscas un lugar donde no pase nada de nada, ese sitio de ah arriba es ideal para ti. de nio, yo lo odiaba.

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    los autobuses hasta el balneario circulaban nicamen-te en verano. la mujer me haba dicho por telfono que no podra ir a recogerme, pero no dio ninguna razn; me dijo que poda subir a pie desde el pueblo ms cercano, que la caminata no era larga, a lo sumo una hora.

    el autobs subi por una carretera estrecha a travs de un paisaje de terrazas. llevaba pocos pasajeros, y en la lti-ma parada bajaron, aparte de m, unos escolares que de inmediato se perdieron entre las casas. Yo slo haba me-tido en la maleta la ropa imprescindible, pero debido a la gran cantidad de libros y al porttil la mochila pesaba unos veinte kilos.

    pero qu lleva usted ah?pregunt el conductor del autobs cuando me ayud a bajar el equipaje.

    papelle respond, y l me examin con recelo.delante de la oficina de correos haba un par de carteles

    que indicaban el camino y sealaban en varias direcciones. segu una carreterita y, ms tarde, me adentr en un sen-dero que atravesaba un prado empinado y que desembo-caba en una caada estrecha y rodeada de bosque. en la linde del bosque se alzaban unos alerces y algunos fresnos aislados, y en el interior haba abetos rojos. por todas partes haba rboles cados, costillares de abetos resecos abiertos por la mitad bajo los cuales podan verse todava algunos restos de las ltimas nieves. el suelo estaba hmedo, y mis pies se hundan bastante en la tierra negra. a cada instante se me pegaban a la cara y a las manos telaraas invisibles. no encontr pisadas de otros excursionistas, tal vez yo fue-ra el primero que pasaba por all aquel ao.

    al cabo de un rato me llam la atencin el no haber visto en mucho tiempo ninguna seal en el camino, y poco des-

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    pus el sendero se perdi entre los rboles. no tena ganas de desandar el camino y baj por la ladera, que se haca cada vez ms empinada. en algunos sitios hube de agarrarme a alguna raz o a alguna rama, y termin resbalndome, des-lizndome un par de metros hacia abajo y desgarrndome el pantaln. el rumor del arroyo por debajo de m se haca cada vez ms intenso, y cuando por fin llegu a l encontr de nuevo el camino. era un arroyo rpido de montaa, de aguas grises, que flua sobre un ancho lecho de rocas y roca-lla de colores claros, y pareca una herida abierta en medio del oscuro paisaje boscoso. ahora yo avanzaba con mayor ligereza, y al cabo de una media hora llegu a un pequeo puente de madera. el agua haba socavado los pilares, y un rbol cado, con todas sus races al aire, yaca atravesado so-bre el puente. haba arrancado la barandilla, y algunos de los tablones del suelo se haban partido bajo su peso. Cru-c al otro lado con precaucin. en el lado opuesto de la ca-ada el camino volva a subir, y empec a sudar aunque en el bosque haca fresco.

    pasaron casi dos horas hasta que vi aparecer el balnea-rio a travs de los rboles. Cinco minutos ms tarde ya esta-ba delante del enorme edificio de inspiracin Jugendstil. el fondo del valle estaba ya a la sombra, pero la casa, dada su posicin algo elevada, luca su blancura bajo el sol del atar-decer. todas las persianas, salvo una de la planta baja, esta-ban bajadas, y no se vea a nadie, slo se escuchaba el rumor del arroyo. la puerta de la entrada estaba abierta, y entr. el recibidor estaba en penumbra. a travs de los coloridos cristales de la puerta interior, unos rayos de sol caan so-bre la gastada alfombra persa que cubra el suelo de baldo-sas. los muebles estaban cubiertos con manteles blancos.

    holadije en voz baja, pero nadie respondi; enton-ces cruc una puerta batiente sobre la que haba un cartel

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    escrito en caracteres antiguos que indicaba: comedor . entr en un saln espacioso, con unas treinta mesas de ma-dera y las sillas colocadas encima, bocabajo. en el ltimo rincn del saln haba una mesa bajo un haz de luz, don-de se vea a una mujer joven. holarepet un poco ms alto que antes, y cruc la habitacin en direccin a la mu-jer. antes de llegar adonde estaba ella, se levant, camin hacia m con la mano extendida y dijo:

    Bienvenido. soy ana, hemos hablado por telfono.deba de tener ms o menos mi edad. llevaba una falda

    negra y una blusa blanca, como las de las camareras. tena el pelo negro y reluciente, a la altura de los hombros. le pregunt si el hotel estaba cerrado.

    ahora ya nodijo ella sonriendo. sobre la mesa ha-ba un plato de raviolis lleno hasta la mitad. Un momen-to, por favoraadi, sentndose otra vez para acabar de comer. estaba all, engullendo la comida, y no pareca mo-lestarle que mientras tanto la observara. Yo no haba comi-do nada desde el medioda, y poco a poco empezaba a sen-tir hambre, pero primero quera ocupar mi habitacin, du-charme y cambiarme de ropa. me sent delante de la mu-jer, y ella, con un tardo movimiento de la mano, me invi-t y dijo:

    hbleme de su trabajo.le expliqu otra vez por qu estaba all. ella se limpi

    la boca con la servilleta y pregunt por qu me interesaba ese tema. Yo me encog de hombros y le dije que me ha-ban invitado a un simposio, que los estudios de gnero es-taban de moda.

    Y por qu siempre las mujeres?pregunt ella. no lo sdije. los hombres son menos interesantes. Con un trago de vino, la mujer engull el ltimo boca-

    do de comida.

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    ahora le ensear su habitacin.la mujer pas detrs del mostrador de recepcin y empe-

    z a revolver en los cajones del mueble. al cabo de un rato me pas un cuaderno por encima del mostrador y me pidi que rellenara el formulario. me registr. Cuando me puse a hojear las pginas anteriores e intent leer los ltimos regis-tros, ella me quit el bloc de las manos y lo guard.

    le importara pagar por adelantado?le dije que no tena inconveniente. siete das a pensin completadijo ella, calculan-

    doson cuatrocientos veinte francos, incluidos los im-puestos del balneario. luego guard los billetes y dijo que me dara el cambio ms tarde.

    Y una facturale ped. ella asinti, sali de detrs del mostrador y empez a

    subir con paso rpido la ancha escalera de baldosas. slo entonces me di cuenta de que iba descalza. Cog la mochi-la y la segu.

    ella me esper en la primera planta, al comienzo de un largo y oscuro pasillo.

    tiene alguna preferencia?pregunt. Cuando le dije que no, abri la primera puerta y dijo: pues entonces esta misma.

    entr en la habitacin, que era bastante pequea y tena pocos muebles, con excepcin de una cama sin hacer, una mesa, una silla y una cmoda sobre la que haba una anti-gua jofaina de porcelana y, dentro, una jarra llena de agua. las paredes, pintadas de blanco, estaban desnudas, sal-vo un crucifijo encima de la cama. Camin hasta la puerta acristalada que conduca a un diminuto balcn.

    es mejor que no lo usedijo ana desde el pasillo. le pregunt dnde dorma ella. por qu quiere saberlo?

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    por pura curiosidad.me mir algo enfadada y me dijo que el hecho de estar

    all sola no quera decir que yo pudiera tomarme ciertas li-bertades. Como no haba pensado en nada malo, la mir sorprendido. le pregunt cundo podra comer. por la ex-presin de su cara, pareca que tuviera que hacer un esfuer-zo para recordarlo, y luego dijo que bajara cuando me hu-biese aseado. entonces desapareci, se asom otra vez fu-gazmente a la puerta y, sin decir palabra, arroj la ropa de cama y una toalla sobre la mesa que estaba a mi lado.

    la ducha y el retrete estaban al final del pasillo. me quit la ropa y me met bajo la ducha, pero cuando abr el grifo slo se oy un tenue estertor. la bomba del inodoro tam-poco funcionaba. regres a mi habitacin en ropa interior, me lav con el agua de la jarra y me puse ropa limpia. lue-go baj, pero no pude encontrar a ana por ninguna parte. Frente al comedor haba una habitacin ms pequea, y en la puerta haba un cartel que anunciaba: saln de se-oras . tambin haba algunos sillones cubiertos con te-las y una gran mesa de billar. sobre el fieltro verde descan-saban una bola roja y dos blancas y tambin un taco apoya-do contra la mesa, como si alguien hubiera estado jugando una partida hasta aquel preciso instante. la siguiente ha-bitacin llevaba el cartel de saln de fumar y pareca hacer las veces de biblioteca. la mayora de los libros, vie-jos y cubiertos de polvo, eran de autores cuyos nombres jams haba odo mencionar. slo haba unos pocos cl-sicos: dostoievski, stendhal, remarque. entre ellos, un par de gastados superventas de autores estadounidenses.

    regres al recibidor y de all pas al saln de baile, la mayor estancia del lugar, que, aparte de una alfombra des-

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    plegada, estaba completamente vaca. del techo, sostenido por falsas columnas de mrmol, colgaba una antigua ara-a de latn. en las habitaciones haca fro, y a travs de las persianas cerradas slo entraba una luz escasa. en la coci-na, situada en la planta baja, la atmsfera era an ms som-bra. all haba una enorme cocina de hierro fundido, la cual, por lo visto, se encenda con lea, y sobre un apara-dor se amontonaban decenas de copas de vino usadas y una pila de platos sucios, como si poco tiempo antes se hubiera celebrado en el hotel un gran banquete. Baj de nuevo a la planta baja y sal al exterior.

    las sombras de los viejos abetos, situados a cierta distan-cia del balneario, se haban vuelto ms alargadas y se aba-lanzaban ahora sobre las paredes blancas. di la vuelta al edificio. a un lado haba una pequea plazuela de grava en la que se vean un par de mesas de metal y sillas plegables, y tambin algunas tumbonas. slo cuando me acerqu vi a ana. me sent a su lado y le pregunt si estaba disfrutando de los ltimos rayos de sol.

    ha sido un largo inviernodijo ella sin abrir los ojos. la observ. tena las cejas inslitamente anchas y la na-

    riz bastante prominente. sus labios pequeos daban a su cara cierta severidad. haba cruzado las piernas, y la fal-da se le haba levantado un poco. los botones superiores de su blusa estaban abiertos, y yo no pude sino pensar que se haba tumbado all de ese modo slo para m. entonces abri los ojos y se pas la mano abierta por la frente, como si quisiera enjugarse mis miradas. Carraspe y le dije que las duchas no funcionaban.

    ah! es que no se lo dije? la bomba del retrete tampoco funciona.pues improvisedijo ella, con una amable sonrisa.

    ahora por lo menos ya no hay nieve.

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