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EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ (Extraído del libro Jesús una biografía de Arman Puig)

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EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ(Extraído del libro Jesús una biografía de Arman Puig)

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El cadáver de un condenado a muerte era propiedad del Estado romano, y sus representantes podían disponer de él según su voluntad. Así pues, Pilatos era el único que podía autorizar que Jesús recibiera sepultura. Por otra parte, la Ley judía ordenaba que el cadáver de un ajusticiado recibiera sepultura el mismo día de su muerte. Era intolerable que quedara en la cruz e insepulto. La tierra quedaría profanada: “Lo enterrarás (a un ejecutado) el mismo día, porque un colgado es una maldición de Dios” (Deuteronomio 21,23). El gobernador respeta la normativa judía de no dejar sin sepultura a los cadáveres que cuelgan de las cruces y accede a la petición de las autoridades de Israel: previa aceleración de su muerte, los tres crucificados del Gólgota serán retirados de las cruces y enterrados (Juan 19, 31).

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¿Quién se ocupó de desclavar y enterrar a los dos criminales crucificados con Jesús? ¿Fueron los verdugos no judíos a sueldo de la administración romana, o tal vez los mismos soldados que los habían crucificado? Difícilmente podían ser judíos piadosos, pues el hecho de entrar en contacto físico con un cadáver habría provocado que cayeran en un estado de impureza ritual, y eso les habría impedido celebrar la cena pascual. Más bien, pues, fue la administración romana la que se ocupó de dar sepultura anónima a los dos hombres crucificados con Jesús en uno de los numerosos agujeros que ofrecía la roca, abundante en la zona del Gólgota, donde en tiempos pasados había habido una cantera. Nótese, además, que la zona del Gólgota se encuentra a más de 25 m de las murallas de Jerusalén, y, por tanto, la distancia era suficiente para que, según Ley judía (Misná, tratado Babá Batrá 2.9), se pudieran llevar a cabo entierros.

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En cuanto a Jesús, hay una persona que carga con la responsabilidad

de darle sepultura: José de Arimatea. Sin su intervención, también

Jesús habría terminado en un agujero vertical y anónimo del

roquedal próximo al Gólgota, tal vez con sus despojos mezclados con

los de algún otro cadáver, lejos del sepulcro familiar de Nazaret. No

obstante, José –un “notable” que pertenece a la aristocracia laica

de Jerusalén, “miembro respetable” del Sanedrín y seguramente

conocido del gobernador-, osa “entrar donde Pilatos y pedirle el

cuerpo de Jesús” (Marcos 15,43). José puede ser definido como un

simpatizante de Jesús, un criptodiscípulo sedentario que ocupa un

lugar influyente, y que, quizás por ello, hasta ahora no ha

manifestado claramente su adhesión al rabino de Nazaret. Por otra

parte, este José es al parecer el jefe de filas del grupo minoritario de

miembros del Sanedrín –muchos de ellos fariseos- que se opusieron a

la condena de Jesús y que había perdido la batalla ante una mayoría

hostil –formada por los saduceos-, que contó con el apoyo implícito

de un buen grupo de fariseos.

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Durante el proceso contra Jesús, José de Arimatea se ha mantenido al margen de los hechos, pero ahora –cuando ya se ha ejecutado la sentencia a muerte decretada por Pilatos contra el Maestro- su implicación pasa a ser activa. José tal vez ha hecho acto de presencia en el Gólgota ya antes de la muerte de Jesús dando apoyo al grupo de familiares y amigos allí presentes. En cualquier caso, está claro que ahora, una vez muerto Jesús, aquel hombre influyente originario de Arimatea y perteneciente a las clases acomodadas de Jerusalén –es uno de los “notables” del Sanedrín- aparece como valedor de la menguada y asustada familia de Jesús que ha subido a Jerusalén y que, junto con otras personas amigas, están pasando un trance terrible.El compromiso de José de Arimatea con aquel crucificado, condenado a muerte por la autoridad romana, sobrepasa los deberes de piedad propios de un buen judío.

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En primer lugar, si es cierta la información de Marcos 15,34, según la cual “entra” para ver a Pilatos, eso significa que incurre en una estado de impureza ritual, lo que le impediría celebrar la Pascua aquella noche. Juan 19,38 se limita a decir que “pidió a Pilatos autorización para retirar el cuerpo de Jesús” de la cruz. Ahora bien, difícilmente una gestión tan delicada como está se habría podido hacer exigiendo a Pilatos que saliera de su casa y que recibiera al demandante fuera del pretorio. También se puede suponer que José era un hombre considerado y que tenía buenas relaciones con el gobernador, por lo que Pilatos no lo habría obligado a transgredir la Ley Judía.En segundo lugar, pidiendo el cuerpo de Jesús, José se compromete ante Pilatos como persona próxima a un hombre que ha sido condenado como elemento peligroso para la seguridad del imperio.

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José ocupa el lugar de los familiares de Jesús, que son los que deberían haber ido a encontrar al gobernador para pedirle el cuerpo de su pariente (¿con qué posibilidades de éxito?). Además, con relación a los demás miembros del Sanedrín, José se presenta en público como vinculado a un hombre que ha sido acusado de ser un falso profeta. En cierto modo, José se enfrenta a la decisión del Gran Consejo Judío, según la cual Jesús es un blasfemo y un maldito, y le procura una sepultura digna, que un blasfemo nunca habría merecido (así se afirma en la Misná, tratado Sanhedrín 6, 5-6).En tercer lugar, según Marcos 15, 46 y Juan 19,38. José baja personalmente a Jesús de la cruz. El contacto físico, inevitable, con el cadáver de Jesús lo convertirá en ritualmente impuro y le impediría comer la cena pascual.

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Finalmente, entierra a Jesús en un sepulcro que, según Mateo 27,69, Lucas 23, 53 y Juan 19,41, aún no se ha enterrado a nadie. Cabe concluir que esta actuación pública y personalmente comprometida de José de Arimatea sólo se explica si se trata de un simpatizante convencido o, como dice Juan (19,38), un “discípulo a escondidas” de Jesús.Los hechos son simples y rápidos. Según Marcos (15, 43-44), José de Arimatea va a encontrar a Pilatos y le pide el cuerpo de Jesús. Una petición de estas características no es insólita. Sabemos por Filón de Alejandría (A Flaco 83) que, a raíz del natalicio de un miembro de la familia imperial, se había permitido que las familias de hombres que habían sido crucificados dieran un entierro digno a los cadáveres de sus parientes.

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En el caso de Jesús, José actúa como si fuera su pariente y eleva la petición a Pilatos. El gobernador romano se extraña de que Jesús ya esté muerto y llama al centurión, el responsable de la ejecución, para asegurarse de que eso es cierto. La noticia implica que, en cuanto Jesús muere, José –que sabe que no hay mucho tiempo para enterrarlo- va al pretorio a buscar la preceptiva autorización para darle sepultura.Es necesario apresurarse porque el día está finalizando y, cuando se puedan distinguir tres estrellas en el cielo, empezará el nuevo día, la fiesta de Pascua, en la que el reposo debe ser absoluto, y en aquel momento Jesús ya debe estar enterrado.

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Es más que probable que, cuando José va buscar la autorización de Pilatos, éste, accediendo a la petición de las autoridades judías, ya haya dado la orden de que, antes de la puesta del sol, se acelere la muerte de los crucificados rompiéndoles las piernas para que puedan ser enterrados el mismo día (Juan 19, 31.38). En efecto, según Marcos 15, 44-45, Pilatos no autoriza la petición de José hasta que el centurión le informa de que Jesús está realmente muerto.Con el permiso concedido, José de Arimatea vuelve al Gólgota con una sábana que “había comprado”-no se dice cuándo (Marcos 15, 46)- y que, por tanto, era nueva. Mientras tanto, el costado de Jesús ya muerto, ha sido atravesado por la lanzada y se ha abierto la última herida, seguramente la más grande.

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Desclavar el cadáver de un crucificado y bajarlo de la cruz no es una operación simple que pueda hacer un solo hombre. Es probable que José –un hombre de posición social acomodada- esté acompañada de algunos criados que han traído las herramientas necesarias para llevar a cabo dicha operación, y que él se implique activamente. De hecho, tanto Marcos (15,46), seguido por Mateo (27,59) y Lucas (23, 53), como Juan (19, 38) hacen de José el responsable directo del descendimiento de Jesús en la cruz. Según Juan 19,39, también se presentan en el Gólgota Nicodemo –otro personaje influyente que pertenece al grupo fariseo y que también es simpatizante del Maestro-, con cien libras de especies aromáticas. Nicodemo parece tomar parte, al lado de José de Arimatea, en el descendimiento de Jesús en la cruz.

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En cambio, de las mujeres, entre las que hay, según Juan 19,25, la madre de Jesús, no se dice que intervengan activamente en la operación del descendimiento del cuerpo ni que colaboren en el acto de darle sepultura. Según Marcos 15,47 se limitan a “fijarse” –contemplar de cerca- lo que pasa. El cuerpo muerto de Jesús es el centro de su atención y de su compasión.

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De hecho, no sabemos si aún son las mismas mujeres que formaban el grupo que ha permanecido en el Gólgota desde que Jesús ha llegado para ser crucificado o si alguna de ellas ya han vuelto a sus casas.

La aparente inactividad de las mujeres se debe a dos factores. Por un lado, todo se debe hacer con gran celeridad, ya que el tiempo se les echa encima: Jesús debe ser bajado de la cruz y enterrado en poco tiempo, porque el día está por terminar. No hay tiempo para nada más.

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Por otro lado, Jesús ha muerto crucificado, y uno que cuelga en la cruz es, según la Ley judía, un “maldito de Dios”. Por esta razón, hay una mezcla de pena profunda y la vergüenza por todo lo que ha ocurrido. Los lamentos y las lágrimas quedan ahogados ante aquella muerte terrible: sólo hay espacio para la ternura y el silencio.

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Cristo no se quedo en el sepulcro sino que RESUCITO