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  • SFCCIN DI; OBRAS DF. HISTORIA

    EL MEDITERRNEO Y EL MUNDO MEDITERRNEO EN LA POCA DE FELIPE II

  • Traduccin de MARIO MONTEFORTE TOLEDO, WENCESLAO ROCES

    y VICENTE SIMN

  • Hasta nuestros das, no se ha descubierto en el Nuevo Mundo ningn Mediterrneo como el que hay entre Eu-

    ropa, Asia y frica... J. ACOSTA., Hist. nat. de las Indias, 1588, p. 94.

  • FERNAND BRAUDEL

    EL MEDITERRNEO Y EL

    MUNDO MEDITERRNEO EN LA POCA DE FELIPE II

    TOMO PRIMERO

    5 4 9 9

    FONDO DE CULTURA ECONMICA MXICO

  • Primera edicin en francs, 1949 Primera edicin en espaol, 1953 Segunda edicin en francs, conegld y tiBil i, 1966 Segunda edicin en espaol, 1976 (Espaa)

    Primera reimpresin, 1981 Segunda reimpresin, 1987

    Ttulo original: La Mditerrane et le monde mditerranen a l'poque de Phippe II 1949,1966, Librairie Armand Colin, Pars

    D. R. 1953, FONDO DE CULTURA ECONMICA D. R. 1987, FONDO DE CULTURA ECONMICA, S. A. de C. v . Av. de la Universidad 975; 03100 Mxico, D. F.

    ISBN 968-16-0775-9 (Tomo I) ISBN 968-16-0774-0 (Obra Completa)

    Impreso en Mxico

  • A Lucien Febvre, siempre presente,

    en prueba de reconocimiento

    y afecto filial

  • PREFACIO A LA PRIMERA EDICIN ESPAOLA En la introduccin y en la conclusin general de la edicin francesa

    de esta obra, que se reproducen en sta, he tratado de justificar puntual-mente su estructura general. El lector a quien interesen los problemas metodolgicos puede atenerse a ellas. Le ser fcil juzgar por s mismo sobre lo atinado o lo peligroso de la solucin adoptada. Si la nueva histo-ria debe ser, como creo, una reconstruccin del pasado captado en toda su amplitud y en toda su complejidad, tendr que incorporar en sus cuadros y explicaciones la obra entera, tan rica, de las ciencias sociales, sus veci-nas. Por consiguiente, el historiador tendr que ser, desde luego, histo-riador, pero tambin y a un tiempo economista, socilogo, antroplogo y hasta gegrafo. En este alcance imperialista de lo social (en el sentido amplio de la palabra), no nos extraemos de que el historiador encuentre ante s dificultades en verdad insuperables que hacen que la realidad de la vida humana, tanto en el presente como en el pasado, deba captarse en talleres diferentes, por ciencias particulares, y abordarse, en suma, simul-tneamente por varios lados. Ninguna inteligencia puede captar hoy la realidad social de una vez y en toda su viviente amplitud.

    Este libro presenta un triple retrato del prestigioso Mediterrneo del siglo XVI, pero las tres imgenes sucesivas, la de sus constantes, la de sus tardos movimientos y la de su historia tradicional atenta a los aconteci-mientos y a los hombres, los tres aspectos se refieren, en realidad, a una misma y nica existencia. El lector tendr que combinar las sucesivas imgenes de este libro, y ayudar as al autor a reconstruir la unidad de un complicado destino, que slo le ha sido posible captar y evocar vol-viendo a l hasta tres veces. Era complicada una tarea consistente en sobrepasar los mtodos habituales, en no conformarse slo con las falsas perspectivas de la historia tradicional y en buscar, en el movimiento eterno de la vida, lo que cambia con rapidez o con lentitud, a veces con demasiada lentitud.

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  • 10 PREFACIO DE LA PRIMERA EDICIN ESPAOLA

    Pero no quiero defender una vez ms mi solucin. Conozco sus venta-jas, que me sedujeron, pero no ignoro sus defectos ni sus riesgos. No todos os escollos dicho sea en lengua marinera han sido evitados. Extra-ar a alguien?

    En el umbral de este libro {tan diferente en muchos puntos de su original francs, pues ha sido rigurosamente revisado y enriquecido), slo querra expresar con sencillez mi reconocimiento a todos los amigos mexi-canos de origen o de adopcin que han hecho posible la presente edicin en espaol en la magnfica coleccin del Fondo de Cultura Econmica. Mi reconocimiento se debe en primer lugar al director de tan importante editorial, doctor Ama/do Orfi/a Reynal, y casi al mismo tiempo, al mag-nfico conocedor de la literatura y de la lengua francesas que es el profe-sor don Manuel Pedroso. a quien agradezco su cario por este libro desde que apareci y que ha contribuido tan amistosa y eficazmente a su cono-cimiento. Por idnticas razones estoy agradecido al doctor Eduardo Villa-seor y al diligente bibligrafo don Felipe Teixidor. No puedo olvidar tampoco la benvola atencin que a mi obra y a m mismo nos ha dispen-sado el profesor don Jess Silva Herzog. el admirable maestro de la Es-cuela Nacional de Economa, el buen maestro de alma sensible, incan-sable en su misin de guiar a las inteligencias jvenes y a los aprendices de todas las edades en el conocimiento de la economa y de Mxico. Si una obra pudiera dedicarse dos veces, su nombre figurara en la proa de este pesado navio.

    Permtaseme agregar en esta lista los nombres de algunos otros queri-dos amigos a quienes evoco de buen grado en estas pginas preliminares para que sea venturoso el camino de mi libro a travs de las tierras y los mares de lengua espaola: don Alfonso Reyes, a quien quiero y admiro; don Jaime Torres Bodet. a quien tanto deben la cultura hispnica y la cultura francesa: don Jos Miranda, el erudito especialista en el siglo xvi mexicano; don Arturo Arnaiz y Freg. mi joven colega de la Universidad de Mxico, apasionado por la historia econmica y social de su pas; mi ilustre amigo el profesor don Pedro Bosch-G impera; mis jvenes alumnos don Pablo Gonzlez Casanova y don Ernesto de la Torre Villar, que por escucharme fueron a Pars. Gracias tambin a mis traductores don Ma-rio Monteforte Toledo y el doctor don Wenceslao Roces; a la ilustradora doa Elvira Gascn; a don Francisco Gonzlez Aramburo y a don Ju-lin Calvo, que han contribuido entre todos a llevar a buen puerto un trabajo largo y difcil.

    Me alegro de que mi libro sea una consecuencia de todos esos esfuerzos afectuosos y de que nazca bajo el signo de la amistad. Me alegro por m mismo, pero tambin por mi patria y por mis colegas, los historiadores e

  • PREFACIO DE LA PRIMERA EDICIN ESPAOLA 11

    intelectuales de Francia. En efecto, me parece indudable que los mritos de este libro, sealados por la critica fuera de Francia, deben inscribirse en el activo del pas donde he vivido y pensado, en el activo de una manera de pensar que no es exclusivamente ma. Suelo repetir lecciones aprendidas desde hace mucho, suelo prolongar ideas afines. Los defectos de esta obra, en cambio, deben cargarse exclusivamente en mi cuenta. Me alegro, pues, de que. por encima de mi persona, a travs de este libro que he compuesto con cuidado y con cario, algo del pensamiento histrico francs sea difundido por todo el universo hispnico, gracias al poder de difusin de esa casa activa, admirable y simptica que es el Fondo de Cultura Econmica.

    FERNAND BRAUDEL

    Mxico, 12 de noviembre de 1953.

  • PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA

    Amo apasionadamente al Mediterrneo, tal vez porque, como tantos otros, y despus de tantos otros, he llegado a l desde las tierras del norte. Le he dedicado largos y gozosos aos de i studios, que han sido para m bastante ms que toda mi juventud. Confo en que, a cambio de ello, un poco de esta alegra y much J de su luz se habrn comunicado a las pginas de este libro. El ideal se-ra, no cabe duda, poder manejar a gusto de uno al personaje de nuestro libro, no perderle de vista jn solo instante, recordar cons-tantemente, a lo largo de todas las pginas, su gran presencia. Pero, por desgracia o por fortuna, nuestro oficio no tiene ese margen de admirable agilidad de la novela. El lector que desee abordar este libro como a m me gustara que lo abordase har bien en aportar a l sus propios recuerdos, sus visiones precisas del mar Interior, coloreando mi texto con sus propias tintas y ayudndome activa-mente a recrear esta vasta presencia, que es lo que me he esfor-zado en hacer en la medida en que he podido... Creo que este mar, como cada cual pueda verlo y amarlo, sigue siendo el ms valioso de los documentos para ilustrar su vida pasada. Aunque no haya retenido ms idea que sta de las enseanzas recibidas de los ge-grafos que tuve por maestros en la Sorbona, la he hecho ma con una tenacidad que da su tnica y su sentido a mi obra.

    Tal vez alguien piense, y con razn, que otro ejemplo ms sen-cillo que el del Mediterrneo me habra permitido destacar con mayor fuerza los nexos permanentes que unen la historia al espa-cio, sobre todo si se tiene en cuenta que, visto a la escala del hom-bre, el mar Interior del siglo XVI era an mucho ms vasto que en nuestros das. Es un personaje complejo, embarazoso, difcil de en-cuadrar. Escapa a nuestras medidas habituales. Intil querer escri-bir su historia lisa y llana, a la manera usual: naci el da tantos de tantos...; intil tratar de exponer la vida de este personaje bue-

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  • PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA 13

    mente, tal y como las cosas sucedieron... El Mediterrneo no es siquiera un mar; es, como se ha dicho, un complejo de mares, y de mares, adems, salpicados de islas, cortados por pennsulas, ro-deados de costas ramificadas. Su vida se halla mezclada a la tierra, su poesa tiene mucho de rstica, sus marinos son, cuando llega la hora, campesinos tanto como hombres de mar. El Mediterrneo es el mar de los olivos y los viedos, tanto como el de los estrechos barcos de remos o los navios redondos de los mercaderes, y su historia no puede separarse del mundo terrestre que lo envuelve, como la arcilla que se pega a las manos del artesano que la modela. Lauso la mare a tente'n trro (Elogia el mar y qudate en tierra), dice un proverbio provenzal. Por ello cuesta trabajo saber, exactamen-te, qu clase de personaje histrico es este Mediterrneo: necesi-tamos, para llegar a averiguarlo, poner en la empresa mucha pa-ciencia, revolver muchos papeles y exponernos, evidentemente, a ciertos errores inevitables. Nada ms ntido que el Mediterrneo del oceangrafo, o el del gelogo, o el del gegrafo: trtase de campos de estudio bien deslindados, jalonados y marcados por sus etiquetas. No as el Mediterrneo de la historia. Cien advertencias autorizadas nos previenen y ponen en guardia: el Mediterrneo no es esto, ni es aquello, ni lo de ms all; no es un mundo que se baste a s mismo, no un prado con lindes bien definidas. Desgra-ciado, diramos nosotros, aleccionados por la experiencia, desgra-ciado del historiador que crea que esta cuestin prejudicial ni se plantea, que el Mediterrneo es un personaje histrico que no hay por qu definir, que se halla definido desde hace mucho tiempo, como algo claro y ntido, que cabe reconocer a primera vista y que podemos captar sin ms que recortar la historia univer-sal, siguiendo la lnea de puntos de sus contornos geogrficos. De qu sirven estos contornos para nuestras investigaciones?

    Podramos, en efecto, escribir la historia de este mar, aunque slo fuese durante un perodo de cincuenta aos, hacindola dete-nerse, por una punta, en las Columnas de Hrcules, y por la otra, en el pasillo martimo cuyos bordes vigilaba ya la antigua Ilion? Y estos problemas del encuadramiento, los primeros que se nos plan-tean, traen en seguida consigo todos los dems: delimitar es defi-nir, analizar, reconstruir y, cuando haga falta, elegir, incluso adop-tar una filosofa de la historia.

    Es cierto que tenemos ante nosotros, para ayudarnos en esta empresa, una masa portentosa de artculos, de memorias, de libros, de publicaciones, de estudios, unos de historia pura y otros, no

  • u PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA

    menos interesantes, escritos por nuestros vecinos, los etngrafos, los gegrafos, los botnicos, los gelogos, los especialistas en tec-nologa... No hay en el mundo mbito mejor esclarecido, ms car-gado de humanidad, mejor inventariado que este del mar Interior y el de las tierras iluminadas por su reflejo. Pero, hay que decirlo, aun a trueque de pasar por ingratos a los ojos de nuestros antece-sores: esta masa de publicaciones abruma al investigador como una lluvia de ceniza. Muchos de estos estudios hablan en un lenguaje pretrito, anticuado en ms de un respecto. Lo que les interesa no es el vasto mar, sino tal o cual minsculo trozo de su gran mosaico, no su extensa y agitada vida, sino los actos o los gestos de los prncipes y los ricos, un polvo de hechos menudos, que nada tiene que ver con la poderosa y lenta historia que a nosotros nos preo-cupa. Muchos de estos estudios necesitan ser tevisados, reajustados para encuadrarlos dentro del conjunto, removidos para infundirles nueva vida.

    No cabe tampoco trazar la historia de este mar sin el conoci-miento exacto de las vastas fuentes de sus archivos. Tarea sta que parece superior a las fuerzas del historiador aislado. No hay, en el siglo XVI, Estado mediterrneo cuyos cartularios no estn, por lo general, repletos de documentos salvados de los incendios, de los sitios, de las calamidades de todas clases por las que pas el mundo mediterrneo. Para inventariar y clasificar estas fuentes autnticas, para sondear estas minas del ms bello oro histrico, haran falta, no ya una vida, sino veinte vidas, veinte investigadores, consagra-do cada uno de ellos a esta tarea con su vida propia. Tal vez llegue el da en que no se trabaje en las canteras de la historia con nuestros mtodos de pequeos artesanos... Ese da, acaso sea dable escribir la historia general sobre los textos originales, y no, como hoy suele hacerse, sobre libros ms o menos de primera mano. Huelga decir que, por muy amplio que mi esfuerzo haya sido en este punto, no he podido consultar, ni mucho menos, todos los documentos de los archivos que he tenido a mano; que mi libro se basa en una investigacin forzosamente parcial; que s de ante-mano que sus conclusiones sern revisadas, discutidas, desplazadas por otras, y que deseo que as sea. As progresa y tiene que pro-gresar la historia.

    Por otra parte, y por su propia naturaleza, por sus realidades tcnicas, por su situacin cronolgica poco favorable entre las l-timas grandes llamaradas del Renacimiento y de la Reforma y esa poca dura y ya de repliegue que ha de ser el siglo XVll (digamos

  • PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA 15

    tambin entre dos tajos de historia), el Mediterrneo de la segunda mitad del siglo XVI es, indudablemente, como escriba Lucien Feb-v r e un tema engaosamente hermoso. Hace falta sealar el in-ters que encierra? No creemos que carezca de utilidad saber qu sucede en el mar Interior en los umbrales de la poca moderna, en el momento en que el mundo deja de girar en torno a l, de vivir para l, con l y ajustndose a su ritmo. La decadencia inmediata de este mar y de este mundo, de que tanto se habla, no me parece un hecho probado; o, ms exactamente, todo parece demostrar lo con-trario. Pero, al margen de este drama, tengo para m que todos los problemas planteados por el Mediterrneo son de una excepcional riqueza humana y que interesan, por tanto, a historiadores y no histo-riadores. Y creo, incluso, que estos hechos ayudan tambin a ilumi-nar el tiempo presente, que no se hallan desprovistos de utilidad, en el sentido estricto de la palabra, tal como Nietzsche la exiga de la misma historia.

    No voy a extenderme ms sobre el aliciente y las tentaciones que este tema encierra. Sus insidias, quiero decir sus dificultades, sus traiciones, ya las he enumerado. Aadir, si acaso, otra, a saber: que no he podido contar, entre nuestras obras de historia, con nin-guna que me brindara una gua segura. Un estudio histrico cen-trado sobre un espacio lquido encierra todos los encantos, pero tambin, y ms todava, todos los peligros de una novedad. Ante una balanza cuyos dos platillos, igualmente cargados, se equilibra-ban, habr tenido razn al inclinarme, a la postre, por el lado del riesgo, al creer, atentando contra la prudencia, que vala la pena correr la aventura?

    Puede servirme de excusa la historia misma de este libro. Cuando lo emprend, en 1923, fue bajo la forma clsica, induda-blemente ms prudente, de un estudio consagrado a la historia me-diterrnea de Felipe II. Mis maestros de entonces lo elogiaron mu-cho. Lo vean encuadrado dentro de los marcos de aquella historia diplomtica bastante indiferente a las conquistas de la geografa, poco atenta (como la diplomacia misma con harta frecuencia) a la economa y a los problemas sociales; bastante desdeosa para los grandes hechos de la civilizacin, las religiones y las letras y las artes, los grandes testigos de toda historia digna de su nombre; de aquella historia diplomtica que, arrellanada en su part pris. no se dignaba mirar ms all de las oficinas de las cancilleras, para con-templar las realidades de la vida, espesa y fecunda. Explicar la poli-

  • 16 PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA

    tica del Rey Prudente significaba, ante todo, sopesar las responsabi-lidades que, en la elaboracin de esta poltica, les caban al sobe-rano y a sus consejeros y las que incumban al papel de las cam-biantes circunstancias; equivala a determinar los grandes factores y los factores de menor importancia; a reconstruir el mapa general de la poltica mundial de Espaa, de la que el Mediterrneo no fue ms que un sector, y no por cierto privilegiado.

    Al llegar la dcada de 1580, la fuerza de Espaa se vio, en efecto, empujada de golpe hacia el Atlntico. Era aqu, consciente o no del peligro, donde el vasto imperio de Felipe II tena que hacerle frente y defender su existencia amenazada. Un poderoso movimiento bascular lo empujaba hacia sus destinos ocenicos. In-teresarse por este juego subterrneo, por esta fsica de la poltica de Espaa, anteponiendo estas investigaciones a la clasificacin de las responsabilidades de un Felipe II o de un don Juan de Austria, pensando, adems, que estos grandes personajes, pese a las ilusio-nes que pudieran hacerse, fueron con frecuencia juguetes tanto como actores de los acontecimientos, equivala ya a salirse de los cuadros tradicionales de la historia diplomtica; preguntarse, en fin, si el Mediterrneo no haba tenido, por encima de este lejano y agitado juego de Espaa como potencia (juego bastante gris, por lo dems, si dejamos a un lado el gran acto pasional de Lepanto), su historia propia, su destino, su poderosa vida, y si esta vida no me-reca otra cosa que el papel de un pintoresco teln de fondo; equi-vala a dejarse llevar de la tentacin de este inmenso y peligroso tema que a la postre me ha aprisionado.

    Cmo poda no darme cuenta de ello? Cmo perseguir, de archivo en archivo, el documento revelador, sin tener los ojos bien abiertos a esta vida, tan diversa y animada? Cmo no volver la atencin, ante tantas actividades nutricias y heterogneas, a aque-lla historia econmica y social, revolucionaria, que un puado de trabajadores se esforzaba por elevar, en Francia, al rango que nadie le disputaba ya ni en Alemania ni en Inglaterra, ni en los Estados Unidos, ni siquiera en Blgica, tan cercana a nosotros, o en Polo-nia? Captar la historia del Mediterrneo en su masa compleja era seguir el consejo de estos hombres, ponerse a la sombra de su experiencia, acudir en su ayuda, tomar partido por una forma nueva de historia, repensada y elaborada dentro de nuestras fronte-ras y que merece trasponerlas; una historia imperialista, s, no cabe duda, consciente de sus problemas y de sus posibilidades, pero de-seosa tambin, por hallarse obligada a romper con ellas, de destruir

  • PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA 17

    las formas antiguas, con ms o menos justicia, por lo dems, pero e s to qu importa! No era una excelente ocasin, al tratar de un nersonaje que no encaja en ninguno de los moldes establecidos, nara aprovecharse de su masa, de sus exigencias, de sus resistencias V de sus celadas, pero tambin de su bro, en el intento de cons-truir la historia de otro modo del que nuestros maestros nos han enseado?

    Toda obra se siente revolucionaria y pretende ser una conquis-ta, se esfuerza en serlo. El Mediterrneo nos habra prestado un gran servicio, aunque slo hubiese sido por eso, por obligarnos a salir de nuestra rutina.

    Este libro se divide en tres partes, cada una de las cuales es, de por s, un intento de explicacin de conjunto.

    La primera trata de una historia casi inmvil, la historia del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea; historia lenta en fluir y en transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reiteraciones y de ciclos incesantemente reiniciados. No he que-rido olvidarme de esta historia, casi situada fuera del tiempo, en contacto con las cosas inanimadas, ni contentarme tampoco, a pro-psito de ella, con las tradicionales introducciones geogrficas de los estudios de historia, intilmente colocadas en los umbrales de tantos libros, con sus paisajes minerales, sus trabajos agrcolas y sus flores, que se hacen desfilar rpidamente ante los ojos del lector, para no volver a referirse a ellos a lo largo del libro, como si las flores no rebrotaran en cada primavera, como si los rebaos se detuvieran en sus desplazamientos, como si los barcos no tuviesen que navegar sobre las aguas de un mar real, que cambia con las estaciones.

    Por encima de esta historia inmvil se alza una historia de ritmo lento: la historia estructural de Gastn Roupnel, que nosotros lla-maramos de buena gana, si esta expresin no hubiese sido des-viada de su verdadero sentido, una historia social, la historia de los grupos y las agrupaciones. Cmo este mar de fondo agita el con-junto de la vida mediterrnea es lo que me he esforzado por ex-poner en la segunda parte de mi libro, estudiando sucesivamente 'as economas y los Estados, las sociedades y las civilizaciones e ntentando, por ltimo, poner de manifiesto, para esclarecer mejor ffli concepcin de la historia, cmo todas estas fuerzas profundas entran en accin en los complejos dominios de la guerra. Pues la

  • 18 PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA

    guerra no es, como sabemos, un dominio reservado exclusivamente a las responsabilidades individuales.

    Finalmente, la tercera parte, la de la historia tradicional o, si queremos, la de la historia cortada, no a la medida del hombre, sino a la medida del individuo, la historia de los acontecimientos, de Franqois Simiand: la agitacin de la superficie, las olas que alzan las mareas en su potente movimiento. Una historia de oscilaciones breves, rpidas y nerviosas. Ultrasensible por definicin, el menor paso queda marcado en sus instrumentos de medida. Historia que tal y como es, es la ms apasionante, la ms rica en humanidad, y tambin la ms peligrosa. Desconfiemos de esta historia todava en ascuas, tal como las gentes de la poca la sintieron y la vivieron, al ritmo de su vida, breve como la nuestra. Esta historia tiene la di-mensin tanto de sus cleras corno de sus sueos y de sus ilu-siones.

    En el siglo XVI, despus del verdadero Renacimiento, viene el Renacimiento de los pobres, de los humildes, afanosamente entre-gados a la faena de escribir, de contarse las cosas, de hablar de los otros. Toda esta preciosa balumba de papeles es harto deformante, invade abusivamente este tiempo perdido, ocupa en l un lugar que desentona de la verdad. El lector que se dedicara a leer los papeles de Felipe II, como si estuviera sentado en el sitio de ste, se vera transportado a un mundo extrao, al que le faltara una dimensin; a un mundo poblado, sin duda, de vivas pasiones: a un mundo ciego, como todo mundo vivo, como el nuestro, despreo-cupado de las historias de profundidad, de esas aguas vivas sobre las cuales boga nuestra barca, como un navio borracho, sin brjula.

    Un mundo peligroso, diramos nosotros, pero cuyos sortilegios y cuyos maleficios hubiramos conjurado de antemano, al fijar aque-llas grandes corrientes subterrneas y a menudo silenciosas cuyo sentido slo se nos revela cuando abrazamos con la mirada grandes perodos de tiempo. Los acontecimientos resonantes no son, con frecuencia, ms que instantes fugaces, en los que se manifiestan estos grandes destinos y que slo pueden explicarse gracias a ellos.

    Hemos llegado, as, a una descomposicin de la historia por pisos. O, si se quiere, a la distincin, dentro del tiempo de la histo-ria, de un tiempo geogrfico, de un tiempo social y de un tiempo individual. O, si se prefiere esta otra frmula, a la descomposicin del hombre en un cortejo de personajes. Tal vez sea esto lo que menos se me perdonar, aunque afirme, defendindome de ante-mano, que tambin los recortes tradicionales fraccionan la historia

  • PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA 19

    viva y sustancialmente una; aunque sostenga, en contra de Ranke o de Karl Brandi, que la historia-relato no es un mtodo, o no es el mtodo objetivo por excelencia, sino tambin una filosofa de la historia: aunque asevere, y demuestre ms adelante, que estos pla-nos superpuestos no pretenden ser otra cosa que medios de expo-sicin y no me abstenga, ni mucho menos, de pasar de uno al otro, sobre la marcha... Pero, para qu alegar? Si alguien me reprocha que no he sabido ensamblar los elementos de este libro, espero que encontrar en l, por lo menos, piedras convenientemente cor-tadas, conforme a las reglas de nuestras canteras.

    Espero, tambin, que nadie me echar en cara mis excesivas ambiciones, el deseo y la necesidad que he sentido de ver las cosas en grande. No creo que la historia est condenada a no estudiar ms que los huertos slidamente cercados. Si as lo hiciera, no faltara a uno de sus deberes actuales, que es tambin el de contes-tar a los angustiosos problemas de la hora, el de mantenerse en contacto con las ciencias, tan jvenes, pero .tan imperialistas tam-bin, del hombre? Puede existir, en este ao de 1946, un huma-nismo actual, sin historia ambiciosa, consciente de sus deberes y de sus inmensos poderes? Es el miedo a la gran historia el que ha matado la gran historia, escriba Edmond Faral, en 1942. Ojal pueda vivir!

    La lista de aquellos de quienes me siento deudor es larga. Para ser completa, exigira un volumen entero. Citar solamente los nombres esenciales. Mi gratitud se vuelve, ante todo, hacia mis maestros de la Sorbona de hace veinte aos: Albert Demangeon, Emile Bourgeois, Georges Pags, Maurice Holleaux y Henri Hau-ser, a quien debo mi primera orientacin hacia la historia econ-mica y social y cuya viva amistad me ha sostenido y reconfortado constantemente. En Argel, me ha servido de mucho la amistosa ayuda de Georges Yver, de Gabriel Esquer, de mile-Flix Gautier y de Rene Lesps; y, en 1931, tuve el placer de or all las maravi-llosas enseanzas de Henri Pirenne.

    Quiero dar las gracias muy especialmente a los archiveros espa-oles, que tanto me han ayudado en mis investigaciones y que fue-ron mis primeros maestros de hispanismo: Mariano Alcocer, ngel de la Plaza, Miguel Bordonau, Ricardo Magdaleno, Gonzalo Or-tiz... Los recuerdo a todos con placer, y recuerdo nuestras discu-siones en Simancas, capital histrica de Espaa. En Madrid, Francisco Rodrguez Marn me acogi con su gracia de prncipe del

  • 2 0 PROLOGO A LA PRIMERA EDICIN FRANCESA

    espritu... Expreso tambin mi agradecimiento a los archiveros ita-lianos, alemanes y franceses, a quienes abrum de consultas, en el curso de mis investigaciones. Y debo mencionar aparte, en este captulo de gracias, al seor Truhelka, reputado astrnomo e in-comparable archivero de Dubrovnik, el gran amigo de mis viajes a travs de los archivos y las bibliotecas.

    Tambin es muy larga, y dispersa por varios pases, la lista de mis colegas y de mis estudiantes en Argel, Sao Paulo y Pars, que, en una medida o en otra, me aportaron su ayuda. Debo dar las gracias, especialmente, a Earl J. Hamilton, Marcel Bataillon, Ro-bert Ricard y Andr Aymard, quienes me prestaron su valioso con-curso por diversos conceptos. Entre mis camaradas de cautiverio quiero citar a dos, que se asociaron a mis trabajos: Maitre Add-Vidal, abogado en la Corte de Apelacin de Pars, y Maurice Rou-ge, urbanista y a ratos historiador. Y no olvido tampoco la ayuda que jams me ha regateado el pequeo grupo de la Rerue Histori-que Maurice Crouzet y Charles-Andr Julien, en los tiempos en que Charles Bmont y Louis Eisenmann protegan all nuestra agresiva juventud.

    Pero la mayor parte de mis deudas de gratitud es la que tengo con los Anuales, con su enseanza y con su espritu. Sabido es que procuro hacer honor a ella lo mejor que puedo. Antes de la guerra, slo pude mantener un primer contacto con Marc Bloch. Creo po-der asegurar, sin embargo, que he procurado captar hasta los ms pequeos detalles de su rico pensamiento.

    Puedo aadir, por ltimo, que este trabajo que el lector tiene entre sus manos no habra llegado a terminarse tan pronto a no haber sido por la afectuosa y enrgica solicitud de Lucien Febvre? Sus estmulos y sus consejos me ayudaron a salir de una larga zo-zobra con respecto a la razn de ser del empeo en que me haba metido. Es casi seguro que a no ser por l, me habra engolfado una vez ms en mis investigaciones y en mis legajos. El inconve-niente de las empresas demasiado ambiciosas es que se pierde uno en ellas, a veces con complacencia. '

    Mayo de 1946

    1 En el curso de las ltimas correcciones a mi libro, he tenido en cuenta las

    observaciones y sugestiones de Marcel Bataillon, mile Coornaert, Roger Dion y C. E. Labrousse.

  • PROLOGO A LA SEGUNDA EDICIN FRANCESA

    He dudado mucho antes de reeditar El Mediterrneo. Algunos de mis amigos me aconsejaban que no cambiase nada, ni una pala-bra, ni una coma, arguyendo que no deba alterar un texto ya clsi-co. Era justo que escuchase sus palabras? Con el aumento de nuestros conocimientos y los progresos de las ciencias sociales, ve-cinas de las histricas, los libros de historia envejecen hoy con mu-cha mayor rapidez que ayer. Basta que transcurran unos instantes para que su vocabulario quede anticuado, su novedad pase a ser tpica, y las explicaciones que ofrece, cuestionables.

    Por otra parte, El Mediterrneo no data, en realidad, de 1949, ao de su publicacin, ni tampoco de 1947, ao en que se defen-di, como tesis, en la Sorbona. El libro, si no escrito enteramente, estaba redactado en sus grandes lneas desde 1939, es decir, coin-cidiendo en la fecha con el final de la primera y deslumbrante ju-ventud de los Annales de Marc Bloch y de Lucien Fevbre, de los cuales es resultado directo. Asi pues, el lector har bien en no dejarse confundir por algunos de los argumentos que aparecen en el prlogo de la primera edicin, y que son ataques contra posicio-nes viejas, olvidadas hoy en el mundo de la investigacin, si no en el de la enseanza. Nuestra polmica de ayer persigue, pues, fan-tasmas del pasado.

    Muy pronto advert que una nueva edicin implicaba una seria y extensa si no total revisin del texto, una puesta al da que no se poda limitar a la inclusin de aquellos mapas, esquemas, grfi-cas e ilustraciones que las dificultades materiales que imperaban en 1949 me haban impedido publicar. Las correcciones, las adicio-nes y las refundiciones son, a veces, muy considerables, dado que he debido tener en cuenta no slo los nuevos conocimientos, sino algo que es mucho ms ir. nortante: las nuevas problemticas. Al-gunos captulos han tenido que ser escritos de punta a cabo.

    21

  • 22 PROLOGO A LA SEGUNDA EDICIN FRANCESA

    Toda labor de sntesis como tantas veces repeta Henri Pi-renne provoca una nueva ola de investigaciones especializadas. Tales investigaciones no han faltado, siguiendo la estela de mi li-bro. Comenzaron tras mis pasos, pero hoy me han arrollado. Nece-sitara pginas y pginas para dar cuenta del inmenso trabajo que se ha llevado a cabo desde 1949, en terrenos que conciernen directa-mente a esta obra, con los libros y estudios, publicados o no, de mer Ltfi Barkan y sus alumnos, de Julio Caro Baroja, de Jean-Franqois Bergier, de Jacques Berque, de Ramn Carande, de Al-varo Castillo Pintado, de Federico Chabod, de Huguette y Pierre Chaunu, de Cario M. Cipolla, de Gaetano Cozzi, de Jean Delu-meau, de Alphonse Dupront, de Elena Fasano, de Rene Gascn, de Jos Gentil da Silva, de Jacques Heers, de Emmanuel Le Roy Ladurie, de Vitorino Magalhes Godinho, de Hermann Kellenbenz, de Henry Lapeyre, de Robert Mantran, de Felipe Ruiz Martn, de Frdric Mauro, de Ruggiero Romano, de Raymond de Roover, de Frank Spooner, de Iorjo Tadic, de Alberto Tenenti, de Valentn Vz-quez de Prada, de Pierre Vilar, y, finalmente, los trabajos del grupo formado por el llorado Jaime Vicens Vives y sus extraordinarios alumnos. He participado, a veces muy de cerca, en la elaboracin de estos trabajos.

    Por lo que a mi se refiere, he aadido mucho a la informacin de la primera edicin, en el curso de continuas investigaciones y lecturas en los archivos y bibliotecas de Venecia, Parma, Mdena, Florencia, Genova, aples, Pars, Viena, Simancas, Londres, Cra-covia y Varsovia.

    Ha habido que integrar todo el material recolectado, y enton-ces se me han presentado insidiosas cuestiones de mtodo, como inevitablemente haba de suceder en un libro de estas proporciones que toma como tema el espacio mediterrneo, considerndolo en sus ms vastos lmites o abarcando todos los aspectos de su densa y rica existencia. Aumentar la informacin trae necesariamente con-sigo el desplazamiento o la eliminacin de los antiguos problemas, y la inevitable aparicin de otros nuevos, cuyas soluciones se vis-lumbran difciles y poco precisas. Por otra parte, durante los quince aos que separan esta nueva edicin de la redaccin inicial, tambin el autor ha cambiado. Por ello resultaba imposible tocar el libro sin alterar automticamente el equilibrio de ciertos razona-mientos, e. incluso la articulacin mayor en torno a la cual se haba estructurado toda la obra: la dialctica espacio-tiempo (historia-geografa), que era la justificacin original del libro. Me he viste

  • PROLOGO A LA SEGUNDA EDICIN FRANCESA 23

    obligado, esta vez, a acentuar perspectivas que apenas haba esbo-zado en el primer texto. La economa, las ciencias polticas, una determinada concepcin de las civilizaciones, y un estudio demo-grfico ms atento son los puntos que ms me han solicitado. He multiplicado aquellas nuevas perspectivas que, si no me equivoco, arrojan una luz nueva en la misma mdula del libro.

    Sin embargo, el problema bsico contina siendo el mismo. Es el problema con el que se enfrenta toda empresa histrica: Es posible aprehender, de una forma u otra, al mismo tiempo, una histo-ria que se transforma rpidamente cambios tan continuos como dramticos y otra, subyacente, esencialmente silenciosa, induda-blemente discreta, casi ignorada por quienes la presencian y la vi-ven y que soporta casi inmutable la erosin del tiempo? Esta contradiccin decisiva, que debe ocupar siempre el centro de nues-tros pensamientos, se revela como un magnfico instrumento de conocimiento y de investigacin. Aplicable a todos los aspectos de la vida, reviste necesariamente diferentes formas segn sean los trminos de la comparacin.

    Los historiadores se han habituado cada vez ms a describir esta contradiccin en trminos de estructuras y coyunturas, las pri-meras denotando realidades a largo plazo, y a corto plazo las se-gundas. Es evidente que existen diferentes clases de estructuras, y lo mismo ocurre con las coyunturas, variando unas y otras en sus duraciones. La historia acepta y descubre mltiples explicaciones, y lo hace por desplazamientos verticales, de un plano temporal a otro. Y en cada plano se producen tambin conexiones y correla-ciones horizontales. Esto es lo que ya explicaba, aunque en trmi-nos ms simples e inequvocos, el prlogo de la p Imera edicin, donde, adems, doy cuenta de mis intenciones originales y explico la sucesin de los captulos de este libro.

    19 de junio de 1963

    Los mapas y diagramas de esta segunda edicin han sido trazados, si-guiendo mis indicaciones, en el Laboratorio de Cartografa de la VI Sec-cin de la cole de Hautes tudes, bajo la supervisin de Jacques Bertin. Uuiero expresar mi agradecimiento a ia seorita Marthe Briata, a la seora Marianne Mahn, a A. Tenenti y a M. Keul por la ayuda que me han pres-tado cotejando la bibliografa y leyendo las pruebas.

  • PRIMERA PARTE

    LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

  • Como su ttulo indica, la primera parte de este libro se centra en torno a la geografa. Pero es una geografa muy sui generis, atenta especialmente a cuanto concierne a los factores humanos. Y no slo eso: es tambin un intento de dar con una particular espe-cie de historia.

    Aun en el caso de haber contado con datos ms numerosos y perfectamente fechados, nO nos habramos podido contentar con una investigacin sobre la geografa humana, limitada estrictamente al perodo que va del ao 1550 al ao 1600, ni siquiera en el caso de haberla emprendido con la falaz intencin de llegar a una expli-cacin determinista. Y dado que ni mucho menos disponemos de testimonios completos, y que ni siquiera han sido recogidos siste-mticamente por los historiadores, no nos queda otra posibilidad, si queremos iluminar ese corto instante de la vida mediterrnea que va de 1550 a 1600, sino la de interpolar y analizar imgenes, paisajes y realidades de otras pocas, sean anteriores o posteriores; y algunas son tan posteriores, que las hemos sacado del tiempo que estamos vivie.ido. El resultado de esta acumulacin ser un marco en el que, a travs del tiempo y del espacio, se desarrolla una histo-ria a cmara lenta que permite descubrir rasgos permanentes. En semejante contexto la geografa deja de ser un fin en s para con-vertirse en un medio; nos ayuda a recrear las ms lentas de las realidades estructurales, a verlo todo en una perspectiva segn el punto de fuga de la duracin ms larga '. Tambin la geografa puede, como la historia, dar respuesta a muchos interrogantes. Y en nuestro caso, nos ayuda a descubrir el movimiento casi im-perceptible de la historia, a condicin, naturalmente, de que estemos abiertos a sus lecciones y aceptemos sus divisiones y categoras.

    ' FERNANDBRAUDEL, Histoire et sciencies sociales, la longue dure, en Anuales S. C. oct.-dic. 1958, pp. 725-53.

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  • 28 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    El Mediterrneo presenta por lo menos dos rostros. Est com-puesto, en primer lugar, de una serie de pennsulas compactas y montaosas, interrumpidas por llanuras esenciales: Italia, la penn-sula de los Balcanes, el Asia Menor, el frica del Norte y la penn-sula Ibrica. En segundo lugar, el mar insina, entre estos conti-nentes en miniatura, sus vastos espacios, complicados y fragmenta-dos, pues el Mediterrneo, ms que una entidad singular, es un complejo de mares. Pennsulas y mares sern las dos especies de am-bientes que consideraremos en primer lugar, para, gracias a ellos, establecer las condiciones generales de la vida de los hombres. Pero no bastar con ellos para llegar a saberlo todo.

    Por su parte sur el Mediterrneo est muy poco separado del inmenso desierto que se extiende sin pausa del Sahara atlntico al desierto de Gobi, hasta las mismas puertas de Pekn. Del sur de Tnez al sur de Siria el desierto se asoma directamente al mar. Ms que un vecino, es un husped, molesto algunas veces y exigente siempre. El desierto es, pues, uno de los rostros que ofrece el Mediterrneo.

    Por su parte norte el Mediterrneo se encuentra con Europa. Esta recibe de l mltiples influencias y, recprocamente, le afecta con otras igualmente numerosas y a veces decisivas. La Europa del Norte, ese mundo ms all de los olivares, es una realidad con cuya presencia constante cuenta la historia del Mediterrneo. Y el auge de esa Europa, vinculada al Atlntico, ser el elemento que deci-dir el destino del mar Interior en los aos finales del siglo XVI.

    Los captulos I, II y III describen la diversidad del mar y tras-cienden espacialmente sus orillas materiales. Se puede hablar, en estas condiciones, de una unidad fsica de este mar (captulo IV, La unidad fsica: el clima y la historia) o de una unidad humana nece-sariamente histrica (captulo V, La unidad humana: rutas y ciu-dades, ciudades y rutas)? Estas son las etapas que cubre la amplia seccin introductoria, la cual se propone dibujar los diferentes ros-tros y el rostro del Mediterrneo, para as poder comprender me-jor, dentro de los lmites de lo posible, su destino multicolor.

  • CAPITULO I LAS PENNSULAS

    MONTAAS, MESETAS, LLANURAS Las cinco pennsulas del mar Interior se asemejan. Si atende-

    mos a su relieve vemos que estn regularmente divididas entre su-perabundantes montaas, unas cuantas llanuras, escasas colinas y extensas mesetas. Sin afirmar que sta sea la nica manera posible de disecar sus masas, las dividiremos recurriendo a estas sencillas categoras. Cada una de las piezas de tales rompecabezas pertenece a una determinada familia y puede clasificarse de acuerdo con una evidente tipologa. De modo que en lugar de considerar cada pe-nnsula como una entidad autnoma, trataremos de ver nicamente la analoga de los materiales componentes. Dicho con otras pala-bras: extendamos las piezas del rompecabezas y comparemos lo comparable. Incluso en el plano histrico aportar no poca luz esta fragmentacin y su posterior reordenacin.

    I. EN PRIMER LUGAR, LAS MONTAAS El Mediterrneo es, por definicin, un mar rodeado de tierras,

    encerrado entre ellas. Sin embargo, hay que distinguir entre las tierras que abrazan y circundan este mar. El Mediterrneo no es, ante todo, un mar entre montaas? Y no conviene destacar esto con fuerza sobre el plano de la historia, ya que, generalmente, este hecho y sus mltiples consecuencias pasan inadvertidos?

    Caractersticas fsicas y humanas Y no es que los gelogos ignoren ese hecho y dejen de expli-

    carlo. El Mediterrneo, nos dicen, est situado todo l en la zona de los pliegues y las fallas de la Era Terciaria que se extienden por el "iejo Mundo, de Gibraltar a Insulindia; ms aun, constituye exac-tamente una parte de esta zona. Pliegues recientes, de la edad de 'os Pirineos los unos, los otros de la edad de los Alpes, han remo-vido y puesto en accin los sedimentos de un Mediterrneo secun-dario mucho ms grande que el nuestro, principalmente enormes yacimientos calcreos cuyo espesor excede a veces de 1 000 me-

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  • 30 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    tros. Muchas veces, estos violentos pliegues han venido a deposi-tarse sobre moles de viejas y duras rocas, que casi siempre se han realzado (formando, por ejemplo, las Cabilias), incorporndose otras veces a poderosas cadenas montaosas, como en el caso del Mercantour, y de numerosos macizos axoideos de los Alpes y los Pirineos, y que, en ocasiones, con mayor frecuencia an, se han hundido en relacin con algn fenmeno ms o menos volcni-co, para ser recubiertos por las aguas del mar.

    Aunque interrumpidas por las cuencas martimas, las montaas se entrelazan de un borde a otro de las fosas lquidas, formando sistemas vastos y coherentes. Un puente comunic en tiempos Sici-lia con Tnez; otro, el puente btico, uni a Espaa y Marruecos; el puente egeo se tenda de Grecia al Asia Menor (su desaparicin es tan reciente en trminos geolgicos que coincidira con el diluvio de que nos habla la Biblia); sin referirnos a los continentes, como la Tirrnida, de los que slo quedan algunas islas como testi-gos y fragmentos adheridos al litoral. Todo esto suponiendo, claro est, que las hiptesis geolgicas respondan a la realidad, pues se trata solamente de hiptesis.1 En todo caso, puede afirmarse como

    1 No he credo necesario detenerme en esta controvertida cuestin. A. Pni-

    LIPI'SON, Das Mittelmeergebiet. 1904 (cuarta ed., Leipzig, 1922), que me ha servido de gua general, evidentemente es un texto envejecido, y, a este respecto, ias edi-ciones posteriores nada cambian en cuanto al fondo. Para explicaciones geolgicas ms nuevas habra que recurrir a libros clsicos, como el de BIBNOFF Geologie ron Europa. 1927; a un libro, de carcter general, a pesar de su ttulo: VON SEIDLITX, W., Discordanz undOrogenese am Mittelmeer. XXIV-615 pp., Berln, 1931, o a STHXE, H., Beitrge zur Geologie der uestlicben Mediterrangebiete. hrsg. im Auftrag der Gesell-schaft der Wissenschaften, Gttingen, 1927-1935; o bien a estudios de detalle, como los de ASCHAI FR y J. S. HOLLISTER, Ostpyrenen und Balearen (Beitr. z. Geologa d. icestl. Mediterrangebiete. n. 11), 208 pp., Berln, 1934; WILHF.LM SIMN, DmSierra Morena der Prorinz Se:illa, Francfort, 1942; o al profundo y nuevo estudio de PAI'L FALLOT y A. MARN sobre la cordillera del Rif, publicado en 1944 por el Instituto de Geologa y Mineraloga de Espaa (cf. Acadmie des Sciences, sesin del 2- de bril de 1944, comunicacin de M. JACOB). Deliberadamente, no hago las innuijfgrables indicaciones que sera necesario hacer de los trabajos de P, BlROT, de J. BoiTttART, de G. LF.COINTRE... El retorno a la hiptesis, en apariencia pasada de moda, de los puentes y los continente. sumergidos, me lo sugiere LE DANOIS, VAtlantiaue. histoire et rie d'nn ocian. Albin Michel, Pars, 1938. El libro claro y dinmico de RAOUL BLANCHARD Gograpbie de l'Enrope. Pars, 1936, hace hincapi en que, para l, las montaas del Mediterrneo son una familia aparte, para la cual propone el nombre de Dinrides. Sobre las Dinrides propiamente dichas, v. J A O Q I F S Boi'RCART, Noi/velles obseriations sur la estructure des Dinrides adriatiq/ies. Ma-drid, 1929. TERMIER, A la gloire de la Terre. quinta edicin, contiene un captulo sobre la geologa del Mediterrneo occidental. Repito que no he querido entrar en estos problemas geolgicos, ni en los problemas geogrficos de la cuenca del Medi-terrneo, acerca de los cuales pueden encontrarse explicaciones en las obras genera-les. Estado actual de las cuestiones y bibliografa puesta al da en el manual de P. BIRET y J. DRESCH, La Mditerrane et le Moyen-Orient. 2 vol., Pars, 1953-56.

  • LAS PENNSULAS: MONTAAS, MESETAS, LLANURAS 31

    hecho innegable la unidad estructural del espacio mediterrneo, ruvo esqueleto son las montaas; un esqueleto macizo, desme-surado, omnipresente, que por todas partes atraviesa la piel.

    Las montaas acusan su presencia por todas partes en torno al mar salvo algunas interrupciones de insignificante extensin, como el estrecho de Gibraltar, el umbral de Narouze, el corredor del Rdano y los estrechos que van del Egeo al mar Negreo. Slo en-contramos una laguna muy extensa, es cierto, la que se ex-tiende desde el sur de Tnez hasta Siria, a lo largo de muchos miles de kilmetros: la mesa del Sahara, con una serie de ondula-ciones, que llega directamente hasta el mar. Montaas altas, anchas, interminables: los Alpes, los Pirineos, los Apeninos, los Alpes di-nricos, el Cucaso, las montaas de Anatolia, el Lbano, el Atlas, las cordilleras de Espaa. Se trata, pues, de poderosos y exigentes personajes. En unos casos, por razn de su altura; en otros, por sus formas compactas, tendidas a lo ancho y mal cortadas por valles poco accesibles, profundos y encajonados. Todos vuelven sus ros-tros imponentes y huraos hacia el mar. 2

    El Mediterrneo no son, pues, slo los paisajes de viedos y olivares, las zonas urbanizadas y las franjas frondosas; es tambin, pegado a l, ese otro pas alto y macizo; ese mundo erguido, eri-zado de murallones, con sus extraas viviendas y sus caseros, con sus nortes cortados a pico. 3 Nada recuerda aqu al Mediterrneo clsico y risueo en el que florece el naranjo.

    Los inviernos, en estos parajes, son desoladores. La nieve cae abundante en el Atlas marroqu. Lo supo bien Len el Africano cuando, al franquearlo en invierno, tuvo la mala fortuna de que le robasen el bagaje y la ropa... 4 Pero, qu viajero del Mediterrneo no ha conocido tambin los tremendos aludes de la poca invernal, los caminos bloqueados por la nieve, los paisajes siberianos y pola-res a unos cuantos kilmetros solamente de la costa soleada, las casas montenegrinas sepultadas bajo las nevadas o la garganta de Tirurdat, en la Cabilia, donde se concentran espantosos torbellinos y llegan a caer hasta cuatro metros de nieve en una sola noche? Los

    2 Pone muy en daro este carcter compacto de las montaas llamadas Dinri-

    des R. BLANCHARD, Gogr. de l'E/irope, pp. 7-8. LE LANNOU, Patres et Paysans de la Sardaigne, 1941, p, 9.

    3 La expresin es de STR/.YGOWSKI. En Grecia, seala A. PHILIPPSON, op. cit.,

    P- 42, al subir se puede con frecuencia sobrepasar la zona de los naranjales y de los olivares, atravesar todas las zonas vegetales europeas y casi alcanzar las nieves eternas.

    LEN EL AFRICANO, Descript. de l'Afriq//e, tiene partie du Monde, Lyon, 1556, P- 34.

  • 3 2 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    Vig. 2 Los plegamientos del Mediterrneo Los macizos hercinianos corresponden a las zonas rayadas; en negro, los paga-

    mientos alpinos; las lneas blancas indican la direccin de las cadenas montaosas. Al sur, la plataforma sahariana, en blanco, bordea el Mediterrneo desde Tnez hasta Siria. Al este, las fracturas tectnicas del mar Muerto y del mar Rojo. Al norte, las planicies intra-alpinas y extra-alpinas, en blanco. La lnea de puntos marca el lmite extremo de los antiguos glaciares.-

    esquiadores de Crea pueden deslizarse en una hora hasta Argel, cubierta de rosas, mientras a 120 kilmetros solamente de all, en ei Yuryura, cerca del bosque de cedros de Tindja, los indgenas se hunden en la nieve hasta la rodilla. Quin no conoce tambin, en estos parajes, las nevadas tardas que duran, a veces, hasta bien entrado el verano y que, segn dice un viajero enfran los ojos i 5 Las nieves perpetuas salpican de manchas blancas la cima del Mul-hacn, mientras a sus pes Granada se asfixia bajo un calor sofocan-te; se amontonan en el Taigeto, a la vista de la clida planicie de Esparta; se conservan sin fundirse en los ventisqueros de las mon-taas libanesas o en los glaciares de Crea. 6

    5 Presidente CHARLES DE BROSSES, Lettres familieres krries en Italia, Pars,

    1740, I, p. 100. 6 Con mucha facilidad podra ampliarse la lista: el Mercantour, atrs de Niza; el

    Olimpo, con su verdeante corona de nieve (W. HELWIG, Braironiers de la mer en Grece. Leipzig, 1942, p. 164); las nieves de Sicilia, advertidas por EUGENE FROMEN. TIN en su Voyage en Egypte. Pars, 1935, p. 156; y ese terrible desierto de nieve, cerca de Erzeroum, del que habla el conde de SERCEY (Une ambassade extraordinaire en ferse en 1839-1840, Pars, 1928, p. 46), a propsito de las montaas de Armenia. Ver tambin en GABRIEL ESQUER, Iconographie de l'Algrie, Pars, 1930, aunque no sea ms que la estupenda litografa de Raffet sobre la retirada de Constantino en 1836, que se creera ms bien un aspecto de la campia rusa. O Jos detalles que da

  • LAS PENNSULAS: MONTAAS, MESETAS, LLANLIRAS 33

    Estas nieves perpetuas nos explican la larga historia del agua

    nieve de la zona del Mediterrneo, que ya Saladino dio a beber Ricardo Corazn de Len y de a que el prncipe Carlos abus

    hasta encontrar la muerte, en el caluroso mes de julio de 1568, estando preso en el palacio de Madrid. 7 En la Turqua del si-glo XVI, el agua de nieve no era siquiera un lujo de los ricos. En Constantinopla, y en otros lugares Trpoli de Siria, por ejem-plo

    j s

    los viajeros mencionan a vendedores de agua de nieve, trozos de hielo y sorbetes, artculos que se pueden comprar por unas pocas monedillas. 9 Belon du Mans nos refiere que la nieve de Brusa llegaba a Constantinopla en cargamentos enteros. ,0 Poda obtenerse en cualquier poca del ao, dice Busbec, quien se sor-prende al ver que los jenzaros la beben diariamente en Amasia, en Anatolia y en los campamentos del ejrcito turco. ' ' El comercio de la nieve es tan importante que los Pachas se interesan en la explo-tacin de las minas de hielo: Mehemet Pacha ganaba con ellas, segn se dice en 1578, hasta 800 000 ceques al ao. 12

    En Egipto, donde relevos de veloces caballos la llevaban de Siria a El Cairo; en Lisboa, adonde se haca venir de muy lejos; n en Oran, el presidio espaol de frica, adonde la nieve llegaba de Espaa en

    ARMSTRONG (Grey Wolf. Mnstafa Kmal. 1933, p. 68 de la trad. Mustapha K-mal. 1933) sobre los 30 000 soldados turcos sorprendidos por el invierno en las montaas de la frontera turco-rusa durante la guerra de 1914-1918, quienes mueren apretados unos contra otros por calentarse, y cuyos cadveres encontraron largo tiempo despus las patrullas rusas. Sobre la persistencia de la nieve africana hace notar P. DIEGO DE HAEDO, Topografa e historia general de Argel. Valladolid, 1612, p. 8, v.: ... en las montaas ms altas del Cuco o del Labes (donde hay nieve todo el ao). Fueron las abundantes nevadas las que salvaron a Granada, en diciembre de 1568. DIEGO DF. MENDOZA, Guerra de Granada. Biblioteca de Autores Espaoles, t. XXI, p. 75.

    7 Sobre don Carlos, el mejor libro sigue siendo el de Louis PROSPER GA

    CHARD, Don Carlos y Felipe 11. Pars, 1867, segunda edicin, 2 vols. Vuelve a tratar el problema, un poco pesadamente, LUDWIG PANDL,Johanna die Wahnsinnige, Fr. i. Br. 1930, pp. 132 ss. Debe rechazarse la tesis de VIKTOR BIBL, Der Tod des Don Carlos. Viena, 1918.

    * Voyage faict par moy Pierre Leualopier. manuscrito H. 385, Escuela de Medi-cina de Montpellier, ff. 44 y 44 v, publicado en una edicin abreviada por DOUARD CLERAY, con el ttulo: Le voyage de Pierre Lescalopier Parisin de Venise Cons-tantinople l'an 1574, en Reiue d'Histoire diplomatique, 1921, pp. 21-55.

    9 SALOMN SCHVCEIGGER, Ein Nene Reissbesihreibung auss Tentschland nach

    Constantinopel undJerusalem. Nuremberg, 1639, p. 126. 10

    BELON DU MANS, Les observations de... singularits. Pars, 1553, p. 189. 1' Lettres du Barn de Busbec. Pars, 1748, I, p. 164; II, p. 189.

    12 S. SCHWEIGGER, Op. Ctt., p . 1 2 5 .

    , u

    J. SANDERSON, The Tratis of John Sanderson n ibe Leant (1584-1602). !931, p. 50, n. 3.

  • 3 4 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    los bergantines de la Intendencia; 14 en Malta, donde los caballeros, si hemos de creerlos, moran cuando no les llegaba la nieve prove-niente de aples, pues, por lo que parece, sus enfermedades re-queran este remedio soberano, 15 era, al contrario, artculo de lujo. En cambio, tanto en Italia como en Espaa parece ser que estaba bastante extendida la consumicin de agua de nieve. Eso explica el temprano desarrollo, en Italia, del arte de confeccionar sorbetes y helados. , 6 Tan productiva era su venta en Roma que se convirti en monopolio. I7 En Espaa se meta la nieve en grandes pozos, donde se conservaba hasta el verano. I8 Sin embargo, peregrinos occidentales encaminados a Tierra Santa se muestran sorprendidos cuando ven, en 1494, en la costa siria, que el propietario de su barco recibe el regalo de un saco lleno de nieve, la vista del cual en este pas, en pleno mes de julio, colm de asombro a la tripulacin. I9 Y en esta misma costa siria, en 1553, un veneciano nota con sor-presa que los moros, ut nos utimur saccharo, iter spargunt nivem super cibos et sua edulia, 20 ponen nieve en sus platos y alimentos del mismo modo que nosotros les ponemos azcar.

    En pleno corazn del clido Mediterrneo, estas regiones neva-das acusan su poderosa fuerza de originalidad. Sus masas ubicuas dominan las planicies, la franja frondosa del litoral, todas esas crea-ciones brillantes, pero diminutas, esas comarcas felices, siempre necesitadas de hombres, como ms adelante veremos, y que recla-man vas de comunicacin para su abundante trfico. Se imponen a las tierras bajas, pero les infunden temor. El viajero, cuando pue-de, procura sortear los obstculos, circular, por as decirlo, sin salir del piso bajo, de planicie en planicie, pasando de un valle a otro. Slo cuando no tiene ms remedio se aventura por ciertas sendas escarpadas, por desfiladeros de siniestro nombre. Pero sale de ellos lo antes posible. El viajero se siente, se senta sobre todo hasta ayer, prisionero de las tierras llanas, de los jardines, del deslum-brante litoral, de la vida abundosa del mar.

    14 B. M. Add. 28 488, f. 12, hacia 1627.

    15 A. N. A. E. B ' 890, 22 de junio de 1754.

    16 Sobre los helados y sorbetes, FRANKLIN, Dict. hist. des Arts, pp. 363-4;

    Enciclopedia Italiana, Treccani. art. Gelato. 17

    JEAN DELI'MEAU, La vie konomique a Rome, 1959, I, p. 398. Proposicin de un impuesto sobre la nieve, A. d. s. aples, Sommaria Consultationum, 7, ff. 418-20, 19 de julio de 1581.

    18 ORTEGA Y GASSET, Papeles sobre Velzquez y Goya. Madrid, 1950, p. 120.

    19 PETRUS CASLA, Viaggio a Gerusalemme. 1494 (edit. Miln, 1855), p. 55.

    20 Museo Correr, Cicogna 796, tinraire de Gradenigo. 1553.

  • LAS PENNSULAS: MONTAAS, MESETAS, LLANURAS 35

    Y, a decir verdad, no le ocurre tambin al historiador algo arecido? Tambin l se entretiene morosamente en la planicie, en

    escena teatral en que se mueven los prncipes y los poderosos de la hora; no parece en absoluto deseoso de internarse en las altas y cercanas montaas. Ms de uno se sorprende al descubrirlas, pues rara vez el historiador se aleja de las ciudades y de sus archivos. Y, sin embargo, cmo es posible que pasen inadvertidos esos grandes y encumbrados actores de la historia, esas montaas pobres, medio salvajes, pero en donde el hombre brota como una planta vivaz, y, al mismo tiempo, sin embargo, semidesiertas, puesto que el hom-bre siente el impulso de abandonarlas continuamente? Es difcil ignorarlas, pues muchas veces llegan hasta el mismo mar y termi-nan en largas costas escarpadas, en los ms clsicos paisajes medite-rrneos. 2I El montas es un tipo de hombre conocido de toda la literatura del Mediterrneo. Ya segn Homero los cretenses des-confan de los salvajes de sus montaas, y Telmaco, de vuelta en Itaca, evoca aquel Peloponeso cubierto de bosques, donde vivi entre mugrientos aldeanos comedores de bellotas. 22

    Definicin de la montaa Qu es exactamente una montaa? Sera una intil minuciosi-

    dad pretender dar una definicin precisa diciendo, por ejemplo, que en su conjunto las tierras mediterrneas sobrepasan los 500 metros de altura. De lo que se trata es de fijar los lmites humanos, forzosamente inciertos y variables, y, por tanto, difciles de se-

    21 Cf. este bello pasaje de una carta de 1552, de Villegaignon al rey de Francia:

    Toda la costa del mar, de Gaeta a aples y de aples a Sicilia, est cir-cundada por altas montaas, al pie de la cuales hay una playa azotada por todos los vientos del mar, como sera la costa de Picarda azotada por el vendaval, excepto que en una costa hay ros donde uno puede refugiarse, y en la otra no..., comuni-cacin del abate MARCHAND con el ttulo de Documents pour l'histoire du rgne de Henri II, en Bulletin hist. et pbil. du Comit des travaux hist. et scietit.. 1901, Pp. 565-8.

    22 V. BERARD, Les Navigations d'Ulysse, II, Penelope et les Barons des les. 1928,

    Pp. 318-9. Es imposible no ver a estos montaeses, lo mismo ahora que antao: anteayer, emigrantes montenegrinos se fueron a la Amrica; ayer, soldados de la. guerra por la independencia turca, estos compaeros de Musfaf Kmal, de los que ARMSTRONG (Mi/stapha Kmal. op. cit., p. 270 de la trad. francesa) ha dado una descripcin tan pintoresca: irregulares del ejrcito verde de Edn, salvajes, de cara feroz, los guardias de Mustaf, de la tribu montaesa de los lazzes (costa sur del mar Negro), grandes salvajes esbeltos..., giles como gatos, que por privilegio conservaron sus trajes y sus danzas nacionales; la danza del Zebek. Sealaremos, adems, el ejemplo de los kurdos: sobre sus tiendas negras, sus galletas, con ms Paja que trigo, su queso de cabra, sobre su vida en general, algunas notas de viaje del conde de SERCEY, pp. 216, 288, 297.

  • 36 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    alar sobre el mapa. Raoul Blanchard nos advirti hace ya bastante tiempo: Es casi imposible dar una definicin de la montaa que sea a la vez clara y comprensiva. 2i

    Diremos, entonces, que las montaas son algo as como los barrios pobres del Mediterrneo, sus reservas proletarias? Esta afir-macin podra ser cierta, muy a grandes rasgos. Pero en el siglo XVI nos encontramos con muchas regiones pobres enclavadas ms abajo de los 500 metros, como las estepas de Aragn o las maris-mas pontinas... Por lo dems, hay numerosas montaas que, si no muy ricas, se hallan por lo menos bastante favorecidas por la Natu-raleza y relativamente pobladas. Algunos de los valles ms altos del Pirineo cataln son capaces de absorber parte de sus propios emi-grantes, de un pueblo a otro. 24 Y hay muchas montaas que son ri-cas a causa de las abundantes lluvias: segn Arthur Young, importa poco el suelo en el clima mediterrneo: la lluvia y el sol se encargan de todo. Los Alpes, los Pirineos, el Rif o las Cabilias, todas estas montaas que miran hacia el oeste y estn expuestas a los vientos del Atlntico, son comarcas verdegueantes, con jugosos pastos y espesos bosques. 2S Otras montaas son ricas, en cambio, por su subsuelo, por sus recursos minerales. Otras s hailan muy densa-mente pobladas, por haberse replegado sobre ellas poblaciones de las tierras de abajo, circunstancia sta que se ha repetido inconta-bles veces.

    La montaa, como atestiguan tantos documentos y la misma Bi-blia, es un baluarte contra los soldados o los piratas. 26 A veces, de baluarte temporal se convierte en refugio, definitivo. 27 Lo demues-tra con bastante claridad el ejemplo de los puszto-vlacos, que de-salojados de las llanuras por los campesinos eslavos y griegos, vaga-ron como nmadas durante toda la Edad Media a lo largo de los

    2> Prefacio a JULES BLACHE, L'homme et-la Montagne, op. itt.. p. 7.

    24 PlERRE VILAR, La Catalogue dans l'Espagne moderne. I, 1962, p. 209; la frase

    de Arthur Young est citada ibid., p. 242. 25

    El Rif y el Atlas, donde el plato tpico son las reconfortantes gachas de harina, habas y aceite. BLACHE, L'homme et la montagne, pp. 79-80.

    26 Josu, II, 15-6. Despus del fracaso de su conspiracin en Florencia, Buon-

    delmonti busca refugio en los Apeninos toscanos (AliGUSTiN RENAUDET, Marbiarel. 1941, p. 108). Escapando de los corsarios y de los navios turcos, los cretenses se refugiaron en las montaas de su isla (B. N., Pars, Ital. 427, 1572, f. 199 v.).

    27 Este es el punto de vista de PAUL VIDAL DE LA BLACHE, Prncipes de gogr.

    humaine, Pars, 1922, p. 42. Entre los ejemplos dados, los Alpes de Transilvania, donde se reconstituye el pueblo rumano; los Balcanes, donde anlogamente, aunque en pequea escala, se reconstituye el pueblo blgaro; el Cucaso, etctera.

  • LAS PENNSULAS: MONTAAS, MESETAS, LLANURAS 37

    acios libres de los Balcanes, de Galitzia a Servia y al mar Egeo, mpujados sin cesar, pero empujando, a su vez, a otros. 28 Igualan-

    , j o s ciervos en ligereza, bajaban de las montaas para hacerse n algn botn, escribe un viajero del siglo XII. 29 Pasearon sus

    rebaos de ovejas y sus capotes negros por toda la pennsula, hasta el cabo Matapn y Creta, encontrando su mejor refugio en los dos macizos ms altos, el Hemus y el Pind. De estas dos montaas descendieron sobre los llanos para irrumpir bruscamente en la his-toria bizantina, a comienzos del siglo XI. 30 Todava en el siglo XIX (os vemos merodear en torno a esas dos montaas, como pas-tores y agricultores y, sobre todo, como arrieros de esas caravanas de muas que constituyen el ms importante medio de transporte en Albania y el norte de Grecia. 31

    Son, pues, muchas las montaas que, en la cuenca del Medite-rrneo constituyen otras tantas excepciones a aquella regla de po-breza y desolacin, de que encontramos tan abundantes pruebas en los viajeros y en otros testigos del siglo XVI. Desolados eran los parajes de la Alta Calabria que, en 1572, atraves el embajador de Venecia para reunirse en Mesina con don Juan de Austria; 32 deso-ladas la sierra Morena en Castilla, 33 y las sierras de Espadan y de Bernia, 34 en el reino de Valencia, acerca de las cuales hicieron averiguaciones en el ao 1 564 las autoridades de Madrid, temerosas de que se agitaran en ellas los moriscos y se encendiera de nuevo la guerra en aquellos abruptos parajes, en los que ya levantiscos de 1526 haban resistido a los lansquenetes alemanes; ms desolados an, eternamente desolados, los montes agrestes y pelados del in-

    28 ANDR BLANC, La Croatie accidntale, 1957, p. 97.

    29 BENJAMN DE TIDELA, Voyage du clebre Benjamn aiitoiir dn monde commenc

    tan MCLXXill. trad. Pierre Bergeron, La Haya, 1735, p. 10. , 0

    VCTOR BF.RARD, La Tiirquie et l'bellnisme conlemporain, 1893, p. 247. " F. C. H. L. DE POI'QUEVILLE, Voyage en Grece. 1820, t. 111, pp. 8 y 13; V.

    BRARD, op. cit., pp. 79, 83 y 247. Sobre los vlacos y los aromunes existe abun-dante Iiteratuta. Algunos detalles en BLACHE, op. cit.. p. 22; Cvinc, La Pninsnle Mkanique. Pars, 1918, pp. 115, 178, 178 n. 1, 202,3.

    LUCA MICHIELI, 25 oct. 1572, Relazioni, A. d. S., Venecia, Collegio Secre-ta, filza 18.

    Don Quijote, episodio de Cardenio, la razn que os ha trado (interroga el caballero) a vivir y a morir en estas soledades como bruto animal.

    Discurso sobre las sierras de Espadan y de Bernia (1564 o 1565). Sim. Eo ' Creo que hay que relacionarlo con el documento B. N. Pars, Esp. 177; Ins-

    'lcion a vos Juan Baptista Antonelli. para que vayis a reconoscer el sitio de la Sierra de Ver

    "ia (sin fecha).

  • 38 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    terior de Sicilia, y tantas otras montaas estriles, hostiles incluso a la vida pastoril. 3S

    Pero stos son los casos extremos. Segn el gegrafo J. Cvi-jic, 36 la montaa l se refiere a las de la zona balcnica, pero sus observaciones pueden extenderse a todo el mundo mediterrneo es la zona del habitat disperso, de las aglomeraciones de tipo al-deano; la llanura, en cambio, es el medio propicio a las poblaciones urbanas, a la ciudad. Esta distincin es vlida para la Valaquia y, en grado mayor an, en Hungra, en las enormes aldeas de la Puszta y la Alta Bulgaria, donde las aglomeraciones aldeanas, en otro tiempo medio pastoriles, se conocen con el nombre de kolib. As sigue ocurriendo todava hoy en Servia, en Galitzia y en Podolia. Claro que todo esto es exacto solamente en trminos relativos. En mu-chos casos nos sera difcil marcar sobre un mapa, con precisin, la zona de las poblaciones de tierra baja a veces, verdaderas aglo-meraciones urbanas y las de los caseros de las regiones altas, que suman a veces solamente un puado de casas, pertenecientes en ocasiones a una sola familia. Un concienzudo estudio del mismo autor sobre los confines servio-blgaros, entre Kumanil y Kuma-novo, 37 lleva a la conclusin de que es punto menos que imposible establecer una delimitacin precisa. Adems, podramos extender esta realidad del continente balcnico, sin ms, a la cercana Gre-cia 38 y, principalmente, a este Occidente, tan influido tambin por la vida del mar, que ha vivido largos siglos bajo el temor de los piratas, siempre en guardia contri las agresiones de la llanura, tan-tas veces saqueado y devastado y, para colmo de males, en tantas

    35 Cf. las observaciones de DESCAMPS, Le Portugal, la fie sacale actuelle. 1935, a

    propsito de la sierra da Estrela, pp. 123-4, con su vida pastoril menos desarrollada que la del norte.

    '6 Sobre este tema, v. las dos pginas luminosas de VIDAL DE LA BLACHE, Prin-

    cipes de Gographie hiwiaine. 1922, pp. 188-9. Las ideas de Cvijic a este respecto estn expuestas de manera bastante gris en su libro en francs, La pninstile balkan-que. 1918. A propsito de las aldeas de montaa, VIDAL DE LA BLACHE apunta: Es de estos pueblos de (os que Constantino Porfirogeneta escribi: 'no pueden sufrir que dos cabanas estn una junto a la otra', op. cit.. p. 188.

    37 Grundlinien der Gographie und Geologie von Mazedonien und Ak-Ser-

    bien, en Petermanns Mitteiltingen a/tsj. Perthes Geographiscber Anstalt. Ergnzungs-heft, n. 162, 1908.

    38 Un hermoso cuadro de la aldea-ciudad de Grecia: ANCEL, Les peuples et

    nations des Balkaus. 1926, pp. 110-1. A ttulo de prueba viva, ver en MARTIN Hl'RLlMAN, Griecbenland mil Rbodus i/nd Zypern, Zurich, 1938, p. 28, a magnfica fotografa de la poblacin griega de Arajova, a 942 m. de altitud en las faldas del Parnaso. Poblacin conocida por sus tejidos.

  • LAS PENNSULAS: MONTAAS, MESETAS, LLANURAS 39

    eiones azotado por un clima malsano? Nos vienen al recuerdo las des

    ajdeas de Crcega, de Cerdea, de Sicilia, de la Provenza, i j a s Cabilias y del Rif. Pero una cosa es cierta: tanto s habita en pequeas aldeas como en pueblos grandes, la poblacin montaesa resulta, por lo general, insignificante en comparacin con los vastos espacios, de difcil trnsito, que la circundan. Son centros de po-blacin parecidos a los primeros del Nuevo Mundo, tambin ellos sumergidos en un espacio superabundante y en gran parte estril39 u hostil, y carentes, por tanto, de contactos e intercambios, sin los cuales nunca puede renovarse la civilizacin. 40 La montaa se ve forzada a vivir de s misma en cuanto a lo esencial; debe producirlo todo, como sea: cultivar la vid, el trigo y el olivo, aunque ni el suelo ni ei cuma sirvan para eilo. Sociedad, civilizacin, economa: todo presenta aqu un carcter acusado de arcasmo y de pobreza. 4I

    Muy a grandes rasgos podemos hablar, pues, de una poblacin montaesa diluida, y ms exactamente an, de una civilizacin in-completa, truncada, insuficiente, efecto de la escasez de poblacin

    -" AROUE, Gngr. aes Pyrnes franqises, 1943, p. 48, seala que el espacio cultivado de los Pirineos franceses, segn el clculo del inspector general Thierry, puede compararse a un departamento medio. Observacin bastante esclare-cedora.

    40 Sobre Crcega, v. la carta de reprimenda de F. Borromeo al obispo de

    A|accio (14 nov., 1581, public. por VITTORIO ADAMI, I Manoscritti della Bi-blioteca Ambrosiana di Milano, relativi alia storia di Corsica, en Archivio sto-rico di Corsica, 1932, 3, p. 81). A travs de estas reprimendas se evoca la vida agitada de! obispo, desplazndose con su pequea caravana de bestias de carga a travs de la montaa. Comparar esto con las dificultades de) viaje de San Carlos Borromeo, en 1580, es verdad que en los Alpes, o con las del obispo de Dax, en invierno, a travs de las montaas nevadas de Esclavonia (su carta al rey, enero de 1573, ERNEST CHARRIRF, Ngociations de a France daris le Letant 1840-1860, III, pp. 348-52). Transitar por las vecinas montaas de Ragusa en invierno es una ha-zaa que trae, de ordinario, consecuencias muy fastidiosas para la salud, y aun mortales (12 nov. 1593, documento publicado por VLADIMIR LAMANSKY, Secrets dt-tat de Vetiise, 1844, p. 104). Antes de 1923, an se necesitaban tres das para nacer llegar las mercaderas de Viana de Castelo a ia desembocadura del Lima (DES CAMPS, op. cit.. p . 1 8 ! .

    RENE MAUNIER, Sociologie el Droil rumain. 1930, p. 728, ve en la familia kabila agntica una familia patriarcal, una gens romana, muy alterada, desde luego Sobre el arcasmo econmico de la montaa, con frecuencia sealado, cf. CH. MU-R A

    ' E , Introduction a l'histoire konomique. 1943, pp. 45-6. Sobre lo que CVIJIC. llama el patriarcalsmo perfeccionado de las regiones dinricas, v. ha ptiins/ile balkani-ine- op.

    cjt., p. 36, Prefiero su expresin de islas montaosas (ibid.. p. 29). Monte-"

    egro, esa fortaleza, y otras regiones altas, dice, han evolucionado desde el punto e vista social como islas. Sobre a zadruga, otro ejemplo de arcasmo social, se

    contienen algunas lneas de esclarecimiento y de orientacin bibliogrfica en R. Bl

    'scn ZANTNER, Albanien. Leipzig, 1939, p. 59.

  • 4 0 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    humana. En un bello libro, Heinrich Decker 42 ha estudiado el flo-recimiento de una cultura artstica en los Alpes; es cierto, pero los Alpes son los Alpes, es decir, una montaa excepcional por sus recursos, sus disciplinas colectivas, la calidad de su poblacin, la abundancia de sus vas de comunicacin y la importancia extraordi-naria de sus contactos. Cuando se habla de las montaas del Medi-terrneo no hay que referirse precisamente a los Alpes, sino ms bien a los Pirineos, a su historia violenta, a su crueldad primitiva. Y aun podramos decir que los Pirineos son, por su parte, una regin bastante privilegiada; en rigor, podra hablarse, incluso, de una civi-lizacin pirenaica, dando a esta palabra su prstino sentido de au-tntica civilizacin. Acaso no ha habido en el Pirineo cataln re-gin a la que habremos de referirnos con frecuencia una vigorosa arquitectura romnica, 43 nacida en los siglos XI y XII y llamada a sobrevivir, caso curioso, hasta el XVI? 44 Muy otra cosa acontece en el Aurs, en el Rif o en las Cabilias.

    Montaas, civilizaciones y religiones

    Por lo comn, la montaa es un mundo adusto. Un mundo marginal, situado a extramuros de las civilizaciones, que son pro-ducto de las ciudades y de las tierras llanas. Su historia consiste en no tenerla, en permanecer casi siempre al margen de las grandes corrientes civilizadoras, que discurren lentamente, pasando de largo ante el mundo de la montaa. Capaces de extenderse am-enamente en Sentido horizontal, estas corrientes parecen impoten-tes para ascender en sentido vertical y se detienen ante un obst-culo de varios centenares de metros de altura. Para estos mundos encaramados, sin contacto con las ciudades, ni la misma Roma, a pesar de la pasmosa duracin de su podero, signific gran cosa, 45

    42 Bamkplastik in den Alpenlndern; 336 pp.. Viena, 1944. Sobre las condicio-

    nes sociales de los Alpes, v. el gran estudio, discutible y discutido, de A. GLNTIIER, Die Alpenldndische Gesellschaft. Jena, 1930. Sobre este tema, interesantes observa-ciones de SOLCH, Raum und Gesellschaft in den Alpen en Geogr. Zeitscbr.. 1931, pp. 143-68.

    41 Cf. los bellos estudios de J. Pl'lG I CADAl-'ALC, L'arqnitectura romnica a Ca-

    talunya (en colaboracin), Barcelona, 1909-1918; he premier art romn. Pars, 1928. 4 4

    ARQI', op. cit.. p. 69. 45

    En la Btica, Roma tuvo xito en la regin baja, a lo largo de los ros, mucho ms que en los altiplanos (G. NlEMElER, Siedliingsgeogr, Untersiichungen in Niederan-daltisten. Hamburgo, 1935, p. 37). En el noroeste montaoso de Espaa, debido, adems, a la'lejana, Roma penetr tarde y mal (R. KONET/.KE, Gescbicbte des spartts-cben nnd portngiesischen Vo/kes. Leipzig, 1941, p. 31)

  • LAS PENNSULAS: MONTAAS, MESETAS. LLANURAS 41

    no ser por los campamentos de las legiones que para su propia seguridad estableca el Imperio en los bordes mismos de estas mo-les insumisas; as surgi, por ejemplo, Len, al pie de los montes Cantbricos; as Djemilah, en las estribaciones del Atlas berberis-co- as nacieron Timgad y Lambesa, donde acamp la III legio au-gusta.

    Por la misma razn, el latn no lleg a prevalecer como lengua e n parte alguna de estos macizos hostiles del norte de frica y de las Espaas, y la casa latina tuvo siempre su asiento en las tierras llanas. 4f> Fuera de algunas infiltraciones locales, no tuvo nunca ac-ceso a la montaa. Ms tarde, cuando la Roma de los Csares dej el sitio a la Roma de San Pedro, el problema sigui siendo el mis-mo. Slo all donde su accin pudo renovarse y reiterarse tenaz-mente, con insistencia pedaggica, logr la Iglesia ganar y evangelizar a aquellos indmitos pastores y campesinos. Y aun as, nece-sit para ello muchsimo tiempo. En el siglo XVI estaba lejos de haberse coronado la tarea, tanto para el catolicismo como para el islamismo, que hubo de tropezar con el mismo obstculo. Y an en la actualidad, no puede decirse que los berberes del norte de frica, parapetados en sus montaas, hayan sido ganados del todo, o al menos discretamente, a la fe de Mahoma; y otro tanto ocurre con los kurdos, en Asia. 47 En Aragn, en Valencia o en las tierras de Granada, la montaa representa, a la inversa, una zona de disi-dencia religiosa, de supervivencia de ciertos vestigios de la fe mu-sulmana, 48 del mismo modo que las altas colinas selvticas y desconfiadas de Lubern protegen todava hoy a los restos de los val-denses. 49 Por todas partes, en el siglo XVI, vemos que las alturas de las montaas estn unidas por hilos muy tenues a las religiones dominantes de la orilla del mar. Por todas partes, as en lo espiri-tual como en los dems aspectos de la civilizacin, encontramos desajuste, extraordinario rezagamiento en la vida montaesa.

    DALI / .AT, Le rillage et le paysan de Prance, p. 52. CONDE DE SERCEY, op. cit., p. 104: Sin embargo, se ve (puesto que danzan)

    que las mujeres kurdas, aunque musulmanas, no estn secuestradas. V. infra los captulos sobre los moriscos, Segunda Parte, cap. V, y Tercera P a

    e, cap. III. En el corazn de las montaas de Lubron, Lourmarin, Cabrires, Mrindol

    y otra veintena de aldeas donde pulula la vida salvaje, jabales, patos y lobos !?" efugio de protestantes (VAI DOYER, Beants de la Prorence. Pars, 1926, p. 238). 'No olvidemos a los vald enses de los Estados saboyanos y a los de los Apeninos, en J- reino de aples. El movimiento ctaro, escribe MARC BLOCH, haba disminuido asta convertirse en una oscura secta de pastores montaeses, en Anuales d'his-

    ">"< socia/e, 1940, p. 79.

  • 42 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    Una prueba de ello la tenemos en la facilidad con que, al am-paro de circunstancias propicias, las nuevas religiones logran en las regiones altas conquistas masivas, aunque inestables. En el mundo balcnico del siglo XVI abrazaron la fe del Islam, en Albania y Herzegovina, alrededor de Sarajevo, zonas enteras de la montaa, lo que demuestra lo mal ensambladas que estaban con el cristia-nismo. Y hemos de ver que el mismo fenmeno se repite en la guerra de Canda, en 1647: un nmero importante de montaeses cretenses renegaron de su fe e hicieron causa comn con los tur-cos. Veremos tambin cmo en el siglo XVII, ante la presin rusa, el Cucaso se pas al lado de Mahoma e hizo surgir, para su propio uso, una de las formas ms virulentas del islamismo. , 0

    En las montaas, la civil2acin tiene, pues, un valor poco segu-ro. Pedraza, en su Historia eclesistica de Granada, escrita en tiempo de Felipe IV, afirma: No hay que admirarse de que los habitantes de las Alpujarras (que son, como se sabe, unas montaas altsimas de la regin de Granada) hayan abandonado con tanta facilidad su antigua fe. Los que hoy las habitan son cristianos viejos, no corre por sus venas ni una gota de sangre impura, son subditos de su rey catlico y, sin embargo, faltos de directores, y a consecuencia de la opresin en que viven, ignoran de tal modo lo necesario para su salvacin, que apenas si quedan entre ellos algunos vestigios de la religin cristiana. Cree alguien que si, lo que Dios no quiera, los infieles se enseorearan de nuevo de su pas, tardaran mucho en abandonar su fe y en abrazar las creencias de los vencedores? 51 Como se ve, el texto es definitivo,

    As surge una geografa religiosa aparte de los mundos monta-eses, mundos que parecen constantemente destinados a ser con-quistados o reconquistados espiritualmente. Esta observacin da sentido a muchos pequeos hechos presentados sin comentario por la historia religiosa tradicional, muy especialmente durante la evan-gelizacin y predicacin organizadas en los siglos XV y xvi entre los pobladores de estas regiones altas.

    -

  • LAS PENNSULAS MONTAAS. MESETAS, LLANURAS 4 3

    Aunque de poco relieve, no deja de tener su significacin el hecho de que Santa Teresa (que siendo nia soaba con encontrar el martirio entre los moriscos de la sierra de Guadarrama) 52 fun-dara en Duruelo el primer monasterio de frailes carmelitas refor-mados. La casa en que se estableci el convento era propiedad de un hidalgo de Avila. Un portal bastante espacioso, una sala con su desvn y una pequea cocina componan el edificio, segn lo des-cribe la santa, quien dispuso que del portal se hiciera una capilla, del desvn el coro y de la sala el dormitorio. En este perfecto cuchitril se instal San Juan de la Cruz con un compaero, fray Antonio de Heredia, quien pudo reunirse con l en el otoo, lle-vando consigo a otro fraile de su orden, el hermano Jos. All vi-vieron, entre las nieves del invierno abulense, la ms frugal de las vidas monsticas; pero no una vida enclaustrada, pues salan a me-nudo, marchando descalzos por espantosos caminos a predicar el Evangelio a los campesinos como a salvajes. 53

    Es todo un captulo de la historia de las misiones el que nos deja entrever, por ejemplo, la literatura religiosa consagrada a la vida religiosa de la isla de Crcega en el siglo XVI; tanto ms signi-ficativo cuanto que, algunos siglos atrs, el pueblo corso haba sido catequizado ya por los franciscanos. Qu huellas haba dejado en la isla esta primera conquista espiritual de la fe catlica? Mltiples documentos nos revelan que, en el momento en que la Compaa de Jess lleg a la isla para imponer la ley y el orden romanos, la vida espiritual de sus pobladores habase convertido en algo muy extrao. Los curas no saban leer, no tenan la menor idea del latn ni de la gramtica y, lo que era an ms grave, ignoraban hasta la forma del sacramento del altar. Vestidos con frecuencia como los seglares, eran toscos campesinos como los que trabajaban las tie-rras o en los bosques, y mantenan a sus hijos a los ojos de todo el mundo. El cristianismo de sus feligreses era harto singular, pues ignoraban hasta el Credo y el Padrenuestro; algunos no saban ni siquiera santiguarse. Las supersticiones florecan por doquier. La isla era idlatra, brbara y viva a medias fuera de la Cristianidad y la civilizacin. El hombre, all, era implacable para el hombre. Se ma-taban hasta en plena iglesia, y los curas no se quedaban atrs en el manejo de la daga tradicional y el trabuco, la nueva arma que haba

    , 2 Cuando era nia, la santa se dirigi a la montaa con su hermano, en la

    esperanza de encontrar all el martirio. SCHNI RER, Katbolische Kirche und Ki/ltnr in der Barockzeit, 1937, p. 179. Lotis BFRTRAND, Sainte Thrise, 1927, pp. 46-7.

    " E. BAUMANN, Uannean d'or des grands Mystiques. 1924, pp. 203-4.

  • 4 4 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    hecho su entrada en la isla hacia mediados de siglo, recrudeciendo y envenenando todava ms las querellas. Mientras tanto, en las iglesias desmanteladas llova como afuera, creca la hierba y se alo-jaban los reptiles... Aun descontando la natural exageracin de los misioneros, aun de los mejor intencionados, no cabe duda de que el cuadro es sin embargo verdico en su conjunto. Un rasgo lo com-pleta, y es que este pueblo semisalvaje era capaz, a pesar de todo, de grandes arrebatos espirituales y de un entusiasmo sbito y es-pectacular. Apenas llegaba al pueblo un predicador de fuera, la igle-sia se llenaba de montaeses que no encontraban cabida en el tem-plo; los ltimos en llegar permanecan a pie firme bajo la lluvia y los penitentes acudan a confesarse hasta las horas de la media no-che... 54 Y lo mismo en el pas musulmn: lo que sabemos de la conquista morabita de las montaas de Sous, en el siglo XVI, a travs de los hagigrafos de la poca principalmente Ibn Askar nos permite comprender la atmsfera de lo maravilloso en que vi-van los santos y sus admiradores: Los encontramos confundidos con una muchedumbre de intrigantes, de locos y de pobres de es-pritu. 55

    No es de extraar que el folklore de estas altas regiones revele una credulidad totalmente primitiva. La magia y la supersticin lle-nan aqu la vida de todos los das, propiciando conjuntamente los arrebatos msticos y las peores supercheras. 56 Un relato del do-minico Bandello 57 nos transporta a una pequea aldea de los Al-pes de Brescia, a comienzos del siglo XVI: unas cuantas casas, arro-yos, una fuente, vastos graneros y, en medio de la aldehuela, el

    54 Hay abundante documentacin sobre las deficiencias de la vida religiosa en

    Crcega: carta del cardenal T o u r n o n a Pablo IV, 17 de mayo de 1556, pidiendo la reforma de los abusos. M. FRANCOIS, Le role du Cardinal Franc,ois de Tournon dans la poli t ique franc,aise en Italie, de janvier juillet 1556, en Mlangts... de l'cole Francaise de Rnme. t. 50, 1933, p. 328; ILARIO RlNlERl, 1 vescovi della Corsica, en Archirio storico di Crsica, 1930-1 , pp. 344 ss; PRE D A N I E L E BARTOI. I , Degli uomini et de' fatti della Compagniadi Gesii. Tur n , 1847, III, 57-8; ABATE S. B. C A S A N O V A , Histoire de l'glise cors. 1931 , I, pp. 103 ss.

    55 M O N T A G N E , Les Berberes et le Makbzen dans le Sud du Mame, 1930, p . 8 3 .

    56 p e r 0 i dnde encontrar la vasta riqueza folklrica de esas montaas? Ver, a ttulo de e jemplo , el bello cuento d e los triels, que relata L E O F R O B E N U S, Histoire de la ciiilisation africaine, 1936, pp . 263 ss., a props i to del pas kabila, que nos revela su lejana existencia consagrada a las grandes caceras y no a la agricultura. En el mismo orden de ideas, dnde encontrar una coleccin de canciones montaesas!-' Sobre la vida religiosa de los Alpes y la localizacin de los herejes , B O T E R O , Le relationi iiniversali. Venecia, 1559, III, 1, p . 7 6 . Sobre la visita del cardenal Borro-meo a Mesolina, ibid.. p. 17.

    5 7 IV, Segunda Parte,.Norelle. ed. de Londres, 1709, II . pp . 25-43 . Se sita la

    ancdota en el Val di Sabbia, que forma parte de los Prealpes de Brescia.

  • LAS PENNSULAS: MONTAAS, MESETAS, LLANURAS 4 5

    cura, ocupado en bendecir los umbrales de las casas, los campos, los establos, en predicar el bien y en dar ejemplo con sus virtudes. Pero apenas una joven montaesa llegaba a llenar su cubo en la fuente del presbiterio, el santo varn se inflamaba de amor y con-cupiscencia. Estis amenazados de fieros males explicaba a su rebao; un monstruo dotado de alas, un grifo, un ngel extermi-nador, se abatir sobre vosotros, en castigo por vuestros pecados. Tan pronto aparezca, har sonar la campana; cuando la oigis, os taparis los ojos y os quedaris inmviles. Dicho y hecho: nadie chist hasta el segundo taido de la campana... Y Bandello, el au-tor del relato, no cree necesario protestar de su veracidad.

    Este no es ms que un simple ejemplo sacado del inmenso acervo de supersticiones campesinas que los historiadores an no han investigado seriamente. Extensas y virulentas epidemias diab-licas se extienden de un extremo a otro entre las antiguas poblacio-nes europeas, aterrndolas, sobre todo en las zonas altas, cuyo aislamiento las mantiene en estadios muy primitivos. Brujos, hechi-ceras, prcticas mgicas primitivas, misas negras: floracin de un an-tiguo subconsciente cultural del que la civilizacin de Occidente no consigue liberarse. Las montaas son el refugio por excelencia de estas culturas aberrantes, surgidas de la noche de los tiempos, que persistirn an despus del Renacimiento y la Reforma. A finales del siglo XVI hay montaas mgicas por todas partes, de Alemania a los Alpes milaneses y piamonteses; del Macizo Central, en eferves-cencia revolucionaria y diablica, a los soldados ensalmadores de los Pirineos; del Franco Condado al Pas Vasco. En la regin de Rouergue, en 1595, los brujos reinan sobre las masas ignorantes; la carencia de iglesias locales hace que la misma Biblia resulte desco-nocida. Y por todas partes el aquelarre viene a ser una compensa-cin social y cultural, revolucin mental a falta de una revolucin social llevada adelante con coherencia. 5< El diablo recorre todos los caminos de Europa en el momento en que el siglo xvi toca a su fin, y ms todava durante las primeras dcadas del siglo siguiente. Y parece ser que se adentra en Espaa a travs de los elevados pasos de los Pirineos. En Navarra, en 1611, la Inquisicin castiga con severidad a una secta de ms de 12 000 adeptos, los cuales adoran al diablo, le levantan altares y tienen trato familiar con l. 59

    S3 Estas indicaciones me las sugiri la obra de EMMANUEL LE ROY LADURIE, Les

    paysans de Languedoc. actualmente en imprenta, p. 407 (ed. 1966, n. del trad.). S9

    A. S. V. Senato, Dispacci Spagna, Madrid, 6 de junio de 1611, Priuli al dux.

  • 4 6 LA INFLUENCIA DEL MEDIO AMBIENTE

    Pero dejemos este interesante tema: lo que nos importa en este momento es el problema de la disparidad y retraso del mundo de la montaa en comparacin con las tierras bajas.

    La libertad montaesa 60

    Es indudable que la vida de las tierras bajas y de las ciudades penetra con muchas dificultades en este mundo primitivo de la montaa, infiltrndose en l lentamente, como con cuentagotas. Lo ocurrido con el cristianismo no es un caso aislado. El rgimen feu-dal, sistema poltico, social y econmico, y al mismo tiempo, ins-trumento de justicia, no dej fuera de su mbito a la mayor pane de las zonas montaosas? Donde lleg a ellas, fue slo de un modo muy incompleto. Es un hecho que se ha sealado con frecuencia en lo tocante a las montaas de Crcega y Cerdea, pero que podra comprobarse con la misma claridad en esa Lunigiana que los histo-riadores italianos consideran como una especie de Crcega conti-nental, enclavada entre la Toscana y la Liguria. 6I Y puede confir-marse donde quiera que la escasez del material humano, su dbil espesor y su dispersin, han impedido la in