6. la ay filena que me han preparado en casa. y se fue tan tranquilo. mi patriotismo no ileaa nunca...

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6. L A A Y AR ICI A O FRECIO recelosamente lo que Ilevaba a los viajeros y, contento porque no aceptaban, acabó comiendo hasta la última migaja". Cito de memoria el párrafo de una obra de Fernández Flórez en donde menciona una excepción en la normal acti- tud española en un vagón de ferrocarril; la hora de la comida, uno de los momentos en que la avaricia está más lejos de la imagina- ción de nuestros compatriotas, como ya in- dicamos al hablar de la gula. Este personaje del nove ista gallego resulta algo diferente, como lo era el personaje catalán de la obra de Palacio Valdés, "La hermana San Sulpi- cio", que sostenía que el gran pecado de la sociedad española era la propina. ^Para qué dar propina? "En mi tierra tomo un café, di- go: '^Cuánto es?'. Contestan: 'Un real' (Iqué tiempos!1, pues pongo el real en el platillo y me voy". La avaricia hay que buscarla asf un poco con ganas de encontrarla, porque normal- mente no existe en la sociedad española y por ello es dificil que aparezca en un vagón de ferrocarril, que es como un microcosmos de esa misma sociedad. Tanto que la única prueba de esa avaricia comestible que yo haya encontrado en mi larga vida viajera se debió a un conocido es- candinavo con quien coincidf en verano des- de Algeciras a Madrid en el coche-cama. Nos reconocimos y nos saludamos en el pa- sillo del vagón, hablamos, como es lógico, de la triste necesidad de realizar un viaje a Ma- drid a enfrentarse con el calor cuando tan ri- ca y frescamente se estaba por entonces en la Costa del Sol. De pronto, alguien cercano preguntó al revisor qué pasaba, si habia co- che-restaurante en el tren, y éste le dijo que no, como ocurría entonces; lo pusieron más tarde en esa I(nea. -ZHas ofdo? -me preguntó el nbrdi- co-, no hay vagón-restaurante -pareció ... Ofreció, recelosamente, lo que Ilevaba a los viajeros. 15

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Page 1: 6. LA AY filena que me han preparado en casa. Y se fue tan tranquilo. Mi patriotismo no Ileaa nunca al patrioterismo, como sabe quien ha le(do "EI español y los siete peca-dos" y"Otra

6. LA AYARICIAO FRECIO recelosamente lo que Ilevaba

a los viajeros y, contento porque noaceptaban, acabó comiendo hasta la

última migaja". Cito de memoria el párrafode una obra de Fernández Flórez en dondemenciona una excepción en la normal acti-tud española en un vagón de ferrocarril; lahora de la comida, uno de los momentos enque la avaricia está más lejos de la imagina-ción de nuestros compatriotas, como ya in-dicamos al hablar de la gula. Este personajedel nove ► ista gallego resulta algo diferente,como lo era el personaje catalán de la obrade Palacio Valdés, "La hermana San Sulpi-cio", que sostenía que el gran pecado de lasociedad española era la propina. ^Para quédar propina? "En mi tierra tomo un café, di-go: '^Cuánto es?'. Contestan: 'Un real' (Iquétiempos!1, pues pongo el real en el platillo yme voy".

La avaricia hay que buscarla asf un pococon ganas de encontrarla, porque normal-mente no existe en la sociedad española ypor ello es dificil que aparezca en un vagónde ferrocarril, que es como un microcosmosde esa misma sociedad.

Tanto que la única prueba de esa avariciacomestible que yo haya encontrado en milarga vida viajera se debió a un conocido es-candinavo con quien coincidf en verano des-de Algeciras a Madrid en el coche-cama.Nos reconocimos y nos saludamos en el pa-sillo del vagón, hablamos, como es lógico, dela triste necesidad de realizar un viaje a Ma-drid a enfrentarse con el calor cuando tan ri-ca y frescamente se estaba por entonces enla Costa del Sol. De pronto, alguien cercanopreguntó al revisor qué pasaba, si habia co-che-restaurante en el tren, y éste le dijo queno, como ocurría entonces; lo pusieron mástarde en esa I(nea.

-ZHas ofdo? -me preguntó el nbrdi-co-, no hay vagón-restaurante -pareció ... Ofreció, recelosamente, lo que Ilevaba a los viajeros.

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decirlo con cierta pena y le tranquilicé. Yo losab(a y mi mujer me hab(a preparado vitua-Ilas y una botella de vino. De acuerdo con sucostumbre, me hab(a puesto mucho, y leaseguré que pod(amos compartirlo sin pro-blemas. Se sentó en mi departamento, sa-qué la bolsa, corté el pan y le abr( el envol-torio, que contenla jamón, sobrasada y que-so. Empezamos a comer con gusto mien-tras ve(amos deslizarse por la ventanilla lasmontañas que dominan la costa andaluzapor aquella parte, mientras beb(amos tra-gos del buen vino (los vasbs, ya se sabe, sesacan del arquilla que se encuentra encimadel Iavabol. Comimos y bebimos alegre-mente, y cuando terminamos, él, levan-tándose, me dijo Io siguiente:

-Bueno, te dejo. Me voy a comer la ce-na que me han preparado en casa.

Y se fue tan tranquilo. Mi patriotismo noIleaa nunca al patrioterismo, como sabequien ha le(do "EI español y los siete peca-dos" y"Otra historia de España", pero encasos como éste me atrevo a asegurar quees muy diffcil, por no decir imposible, queexista un español capaz de faena similar.Recuérdese que en el caso extremo pintadopor Fernández Flórez, al fin y al cabo obra deun humorista, el viajero "ofreció" (aunquefuera con la boca chica, pero ofreció) partede su comida y si se la hubieran aceptado sehabria desprendido de ella, con gran dolorde su corazón, pero lo hubiera hecho. Otraactitud en este pafs es impensable. Tene-mos muchos defectos, pero no éste.

T ANTO es asf que cuando en el tren hayalguien que deja de ir al coche-restau-rante, por ejemplo, casi siempre tiene

que utilizar un pretexto para no moversecuando se oye la campanilla y el: "I Restau-rante, primer turno!" por los pasillos. Yo,por ejemplo, al menos no he o(do jamás anadie decir: "Yo no voy al restaurante por-que no me apetece gastar dinero". No. Lamayor(a de las veces se defienden de unataque que nadie ha hecho con expresionesque pueden ser: Sofisticado: "A mi la comi-da del restaurante no me apetece". Enfer-mo: "Estoy a dieta, Zsabe usted?, y tengoque tener mucho cuidado". Dietético: "Hedecidido suprimir la cena para bajar unos ki-los". Aristocrático: "No me apetece ir; enesos sitios públicos nunca sabes con quiénte sientas". Perezoso: "No voy, tengo enten-dido que el vagón-restaurante está muy le-jos".

Esos individuos son los que en generalaprovechan las paradas en las estacionespara comprar cualquier cosa a los vendedo-res ambulantes, pero en esas circunstanciasel avaro sufre mucho más que de costum-bre. Ah( es nada. Hay que dar el dinero y es-perar, mientras el vendedor está buscandoel cambio. EI avaro, asomado a la ventanillacon medio cuerpo fuera y aunque tenga ensus manos el bocadillo, v3 viendo con terrorque pasan los segundos y el vendedor noacaba de encontrar entre sus mil bolsillos

"Bueno, ta dejo. Me voy a comer la cena qus me han preparado an casa"

... Le paiece la mas torpe mano tie^ mundo.

las pesetas que tiene que devolverle... y aveces interrumpe la búsqueda para entre-gar otro bocadillo al viajero de la ventanillade al lado. "Ya podrfa haberse despertadoantes", murmura por lo bajo el avaro, mien-tras mira fijamente a la que le parece la mástorpe mano del mundo para animarla en subusca. Por fin, I ay!, con un suspiro de des-canso, recibe las monedas y se retira a surincón a contarlas, mientras el tren se pone

en marcha. "I Si me descuido por un mo-mento! -piensa-. Lo hacen adrede; sagu-ro que lo hacen adrede para ver si el trenarranca y pueden quedarse con la vuelta".

Durante largos años, muchisima genteusaba el tren porque ten(a pase de librecirculación, y entre ellos estaban los milita-res, una curiosa excepción en Europa. Nues-tro Fernández Flórez (tra(do a menudo a co-lación porque observaba a fondo la gente delos trenes) sosten(a que esto se deb(a a unacto de avaricia del Estado, según él, dén-doles esos pases animaban a los oficiales aviajar mucho, y, al hácerlo, su sentido pro-fesional les obligaba a ver el paisaje no co-mo un simple conjunto de montañas, valles,Ilanuras, r(os y lagos, sino como un espaciodonde desarrollar una posible guerra. "Paradefender ese puente habr(a que tomar posi-ciones en el ribazo...; esa colina es un buenobservatorio para la Ilanura circundante, se-r(a necesario fortificarla inme_diatamentetras la ocupación...; la carretera va muy pa-ralela a la v(a férrea, hummm, resulta dema-siado fácil cortar ambas comunicaciones".Con eso, aseguraba Fernández Flórez, losmilitares hacian prácticas mentales conti-nuamente y el Estado se ahorraba el gastode unas maniobras auténticas.

N un ferrocarril peruano presencié dosejemplos de avaricia, y en ambos casoslos avarientos quedaron desconcerta-

doé ante la reacción ajena. Ibamos de viajedesde Cuzco a Machu Pichu; es un tren deli-cioso que va subiendo como un mulo la dif(-cil cuesta; es decir, trazando con su paso unzig zag para que la pendiente, al tomarlasesgada, sea más cómoda. Igual hace el

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tren, aunque, como no se puede volver, vaavanzando y retrocediendo a medida quesube. En una de las paradas habia un puestode mantas y otros objetos de artesanfa queatendfan - calladas, tranquilas, inmóviles-unas mujeres indias. Los turistas curiosea-ban, y de pronto un niño con grandes ojosnegros se dirigió a una norteamericanamayor y le tendió una flor. La avaricia laten-te de la viajera le hizo rechazar destempla-damente lo que temfa iba a ser un gasto queno le apetecía. " jDéjame en paz, niño!"."i No quiero comprar nada !'". Y el niño, conuna sonrisa, dijo: "Señora, yo sólo quer(a re-galarle esta flor". EI niño se fue y la señorase quedó avergonzada.

EI segundo acto de avaricia de ese viajelamento tener que decir que me tuvo a mícomo protagonista. En la visita a las anti-guas y fabulosas murallas de Cuzco habfanaparecido unos jóvenes sacando fotograffasde los viajeros. Cuando el tren salia paraMachu Pichu aparecieron de nuevo en la es-tación y, con exquisita cortes(a, me mostra-ron la fotografía revelada en que yo apare-cía. "^Cuánto es?". "Veinte soles". En unade las pocas veces que me ha pasado, el de-monio de la avaricia me susurró al ofdo:"^Por qué vas a pagar lo que te piden? Es-tán en tu poder. Si tú no la compras, Zquéfuturo tiene esta fotografia tuya? Sólo lesqueda tirarla después de haber gastadotiempo y material en ella. Ofréceles diez so-les. Ya verás cómo aceptan encantados".

Asi lo hice con aire desdeñoso, seguro demi fuerza. Los jóvenes insistieron amable-mente que eran veinte soles. Yo volv( a ofre-cerles diez. ^Como no iban a dármela?,^qué iban a hacer con ella?

No sé lo que hicieron con ella, pero desdeluego, tras denegar cortésmente, se la Ileva-ron. Y yo me quedé sin la fotografia y ade-más con un tremendo remordimiento por miavaricia, que me habia obligado a recibiruna lección de generosidad y señorío porparte de dos "cholos" de las montañas pe-ruanas. Muchos años después, todavia mearrepiento.

Naturalmente, el intentar ahorrar no obe-dece siempre a tacañerfa. Hay quien deja depagar el tren por pura necesidad, tal comoaquellos "maletillas" que, según nos conta-ban hace años, recorrían los vagones siem-pre por delante del revisor hasta que ya,viéndose acorralados, rogaban el auxilio delos viajeros para esconderse. Dado quesiempre ha despertado simpatía en el pue-blo Ilano la hazaña de esos muchachos Ile-nos de vocación y fe que van por los pue-blos de España dispuestos a abrirse caminoen el dif(cil y peligroso arte de Cúchares, esapetición de ayuda casi siempre era bien aco-gida. Los "maletillas" se tendfan debajo delasiento corrido de un vagón y encima deellos se colocaban las señoras más gordasque se encontraban entre los pasajeros. Unaseñora gorda significa una falda muy ancha,con lo cual se cubren todas las perspectivasposibles de la vista del revisor. Cuando, pa-

"Para defender eae puente, habrfa que tomar posiciones..:'.

sado el peligro, éste se retiraba, el "maleti-Ila" salía de su escondrijo, daba las graciasmás efusivas a la señora que le habia prote-gido y le juraba que cuando fuera célebre lebrindaría un toro en la plaza que eligiera.

E SA, naturalmente, era necesidad, noavaricia y, por lo tanto, resultaba sim-pática a la gente. Obsérvése, en cam-

bio, la irritación del personal cuando el via-jero bien portado, con aire de persona pu-diente, dice que no encuentra el billete yempieza a registrarse bolsillo tras bolsillo,asegurando al revisor que lo ha perdido por-que estaba seguro de haberlo comprado. EIrevisor permanece impasible porque conocela historia desde hace mucho, pero está dis-puesto a darle al sospechoso todas las ven-tajas hasta que prueba completamente queel billete no se encuentra..., sencillamenteporque se ha negado a comprarlo confiandoen su buena suerte. Pero mientras el revisorespera, los compañeros del viajero cogido

en falta intercambian guiños, sonrisas y auncomentarios en voz alta. "Perdido..., perdi-do...", murmura alguien; "S(, s(, perdido...".Causa cierta irritación en España el indivi-duo que se cree superior, el que se "pasa delisto" y, mientras los demás han pasado dis-ciplinadamente por la taquilla, ha crefdo po-der evitarse ese gasto que evidentementeconsidera excesivo. Obsérvese que el espa-ñol, en principio, está siempre al lado del in-dividuo contra el ente público, pero en estecaso, si el sorprendido intenta manifestar sudescontento con la multa que le han im-puesto, no encontrará ningún eco entre suscompañeros de viaje. Habiendo pagado ca-da uno de ellos, les parece petulante y singracia la actitud del moroso.

La tacañer(a en el tren se pone de mani-fiesto entre los que cruzan las fronteras,donde hay siempre un ejemplo de avariciamínima y casi siempre ridfcula. Es la que semuestra al intentar pasar de contrabandouna cosa comprada fuera a veces por poqu(-

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sima diferencia de precio con el del interior,avaricia que se paga con la angustia conque se ve al aduanero pasear la vista por elequipaje, y mucho más cuando señala defi-nitivamente:

-Abra esa maleta, por favor...-^Esta?, pero si yo..., si no Ilevo nada...Todo el que dice eso con ese tono está

Ilevando algo que ha comprado fuera. Quientiene la conciencia tranquila abre de golpesu equipaje en cuanto Ilega el aduanero pa-ra mostrar su contenido. ( En algunos casos,

"Señore, yo sób quer(a ragelerle sste flor.. ".

aparte del inocente, hace eso también el cí-nico, el que sf Ileva contrabando por valorde varios miles y juega una carta audaz, un"farol" que dicen en póker, al intentar con-vencer al inspector que si lo muestra es por-que no tiene nada que declarar, lo que ge-neralmente funciona: "Vale, puede cerrar".)

Pero el otro... "^De verdad quiere que laabra? No sé dónde tengo la Ilave..."; el ins-pector está cada véz más atento a sus movi-mientos. Abre la maleta, la mano del funcio-nario se desliza por entre la ropa, saca la bo-

tella de perfume, las medias...; el otro estápálido, la avaricia le aconsejó ahorrarse diezy ahora va a tener que pagar cien. Como ca-si siempre, la avaricia no es neqocio.

OS avaros por antonomasia entre los`chistes del mundo son los escoceses y

los judfos. De acuerdo con esta famaera la anécdota que me contaron, asegurán-dome que era totalmente cierta. La escena,en una estación de ferrocarril. Hay dos ju-díos con su gorrito caracteristico en la coro-nilla y dos árabes que les observan entre cu-riosos y enemigos; ninguno de los cuatro,evidentemente, tiene demasiado dinero; sonjóvenes estudiantes, con más ganas de vermundo que medios para proporcionárselo,dispuestos a pasar el dfa en una villa turísti-ca. Los árabes observan que los judíos Ile-gan a la taquilla y toman un solo billete.^Viajará uno solo y el otro se irá tras acom-pañarle? Les siguen y comprueban que am-bos suben al tren. ^CÓmo es posible? Deci-den seguir espiándoles y suben tras ellos,sentándose cerca. De pronto se oye al revi-sor en el principio del pasillo; los dos judíosse levantan de golpe y salen por el otro la-do; los árabes les observan de lejos y venque entran en el lavabo los dos juntos y cie-rran la puerta. EI revisor, como es su cos-tumbre para cazar a los pícaros, al Ilegar asu altura golpea la puerta del lavabo dicien-do: "^Billete, por favor?", y los árabes venasombrados cómo aparece por debajo de lapuerta el único billete que tenfan los dos. EIrevisor lo coge, lo examina, lo taladra y vuel-ve a deslizarlo por debajo de la puerta. Losotros se quedan fascinados; por un momen-to están a punto de denunciar a los judiosescondidos, pero luego recapacitan. "Delenemigo, el consejo", se dicen. Es una bue-na idea y no hay que alertar al funcionariode su posibilidad. Ellos harán lo mismo al re-greso.

AI anochecer, después de la visita turisti-ca, los cuatro coinciden de nuevo en la esta-ción para dar la vuelta, pero esta vez los ju-díos, que habfan notado la vigilancia, sonlos que a su vez observan a los árabes cuan-do éstos se dirigen a la taquilla y sacan sóloun billete. Los judíos se miran. "Han apren-dido la lección", comenta uno. "Si -dice elotro-, pues ahora aprenderán otra". Los ju-díos toman de nuevo un solo billete, entranen el tren y se sientan cerca de los árabes.De pronto, uno se asoma al pasillo y dice envoz alta: "Mira, ahora viene el revisor. ^Tie-nes los billetes a mano?". AI ofrlo, los ára-bes salen corriendo y se meten en el lavabo.Entonces, uno de los judfos se acerca a lapuerta, Ilama y dice: "EI billete, por favor".EI "ticket" aparece por debajo de la puerta;el judio lo toma y se sienta tranquilamentecon su amigo, cada uno con su billete legal,a espera a que Ilegue el verdadero inspec-tor, que, cuando un poco más tarde Ilega, seencontrará a dos pasajeros tirándose de lospelos sin un solo billete que presentar... ^ F.D. P. Ilustraciones de MENDOZA.

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