5 stavans - cvc. centro virtual cervantes€¦ · del pícaro don pablos de segovia. aunque los...

9
Jorge Luis Borges. Los Cuadernos de Liter@ura 78 QUEVEDO EN BORGES Ilán Stavans 5 9 veces refiere Borges a Quevedo en su obra ensayística, poética y cuentística. El número puede o no ser exacto, pero en la medida de lo posible es exhausti- vo. Autores o entidades que aparecen con igual o mayor ecuencia son Dios, el propio Borges, Platón, Lugones, Jesucristo, Chesterton, Ste- venson, Shakespeare y Cervantes; con menor, Kipling, Goethe, José Hemández, Groussac, Swedenborg y Poe (1). Desconozco si el 59 es- conde alguna cábala. Es una cia amplia que en Borges denota amor intelectual, curiosidad y constancia. Sólo miré su corpus personal; y en él, únicamente aquellos textos que aluden a Quevedo explícitamente, como autor o como li- teratura. Descontadas quedaron, pues, sus cola- boraciones con Adol Bioy Casares, Margarita Guerreo, Betina Edelberg, María Kodama, Ali- cia Jurado, María Esther Vázquez y tampoco bosquejé entrevista, diálogo, conrencia o pro- nunciamiento alguno. Hablo en suma del movi- miento de su pluma, tal como e apareciendo con el transcurrir del tiempo en revistas o en li- bros. Al analizar este manojo de citas en rma panorámica, mi lector y yo descubriremos una enciclopedia de aficiones, tedios, repeticiones, dos o tres jugueteos y alguna obsesión intri- gante. lCuándo descubrió Borges a Quevedo? Du- rante su estadía en Europa al paso de la Primera Guerra Mundial, cuando la milia Borges se asentó en Madrid hacia 1919, el joven escritor logró integrarse al creciente movimiento ultraís- ta y asistió a tertulias con Rael Cansinos Assens y paseos con Ramón Gómez de la Serna. Pero más que nada Borges halló, en la penum- bra de las bibliotecas públicas y entre los escapa- rates de librerías del centro, a los tutores vetera- nos de las letras españolas que habrían de in- fluirle radicalmente: Cervantes, Baroja, Unamu- no, Jiménez, Valle Inclán, los hermanos Macha- do, Lope de Vega, Góngora y Quevedo. Despre- ció a través de los años a unos y persiguió las ca- conías, técnica, poética y metáras de otros. Sobre todo, hizo suyas las parábolas del Quijote y un par de rimas de El Paaso español. La emérides de Quevedo se enmarca entre 1580 y 1645, la de Borges entre 1899 y 1986. Del nacimiento de uno al llecimiento del otro me- dian más de cuatrocientos años con sus plagas, guerras de independencia y sumisión, sus irrup- ciones tecnológicas y científicas, sus artes y sue- ños. Cuatrocientos son muchos años, con mu- chos millones de existencias. lPor qué el puente

Upload: others

Post on 05-Apr-2020

3 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Jorge Luis Borges.

Los Cuadernos de Literatura

78

QUEVEDO EN BORGES

Ilán Stavans

5 9 veces refiere Borges a Quevedo en su obra ensayística, poética y cuentística. El número puede o no ser exacto, pero en la medida de lo posible es exhausti-

vo. Autores o entidades que aparecen con igual o mayor frecuencia son Dios, el propio Borges,Platón, Lugones, Jesucristo, Chesterton, Ste­venson, Shakespeare y Cervantes; con menor,Kipling, Goethe, José Hemández, Groussac,Swedenborg y Poe (1). Desconozco si el 59 es­conde alguna cábala. Es una cifra amplia que enBorges denota amor intelectual, curiosidad yconstancia. Sólo miré su corpus personal; y enél, únicamente aquellos textos que aluden aQuevedo explícitamente, como autor o como li­teratura. Descontadas quedaron, pues, sus cola­boraciones con Adolfo Bioy Casares, MargaritaGuerreo, Betina Edelberg, María Kodama, Ali­cia Jurado, María Esther Vázquez y tampocobosquejé entrevista, diálogo, conferencia o pro­nunciamiento alguno. Hablo en suma del movi­miento de su pluma, tal como fue apareciendocon el transcurrir del tiempo en revistas o en li­bros. Al analizar este manojo de citas en formapanorámica, mi lector y yo descubriremos unaenciclopedia de aficiones, tedios, repeticiones,dos o tres jugueteos y alguna obsesión intri­gante.

lCuándo descubrió Borges a Quevedo? Du­rante su estadía en Europa al paso de la Primera Guerra Mundial, cuando la familia Borges se asentó en Madrid hacia 1919, el joven escritor logró integrarse al creciente movimiento ultraís­ta y asistió a tertulias con Rafael Cansinos Assens y paseos con Ramón Gómez de la Serna. Pero más que nada Borges halló, en la penum­bra de las bibliotecas públicas y entre los escapa­rates de librerías del centro, a los tutores vetera­nos de las letras españolas que habrían de in­fluirle radicalmente: Cervantes, Baroja, Unamu­no, Jiménez, Valle Inclán, los hermanos Macha­do, Lope de Vega, Góngora y Quevedo. Despre­ció a través de los años a unos y persiguió las ca­cofonías, técnica, poética y metáforas de otros. Sobre todo, hizo suyas las parábolas del Quijote y un par de rimas de El Parnaso español.

La efemérides de Quevedo se enmarca entre 1580 y 1645, la de Borges entre 1899 y 1986. Del nacimiento de uno al fallecimiento del otro me­dian más de cuatrocientos años con sus plagas, guerras de independencia y sumisión, sus irrup­ciones tecnológicas y científicas, sus artes y sue­ños. Cuatrocientos son muchos años, con mu­chos millones de existencias. lPor qué el puente

Page 2: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Los Cuadernos de Literatura

entre estas dos vidas? lQué había en Quevedo que fascinara a Borges?

Esta pasión continuada, este puente, contras­ta con la casi total ausencia de alusiones a simi­lares españoles, Góngora y Lope de Vega como ejemplos, para nombrar a los más renombrados. No debe verse esto como un enigma y menos todavía como carencia por parte del argentino. Lope escribió su arte desde la experiencia senti­mental del amor de Jesucristo y del amor huma­no a mujeres, amigos y parientes. Tuvo una reli­giosidad personal. El argentino, por el contrario, se mantuvo lejos de cualquier tipo de experien­cia sentimental. Mientras Lope cultivó varias tradiciones populares y usó en sus comedias emociones fuertes y dulces, Borges no sintió atracción alguna al teatro y menos al melodrama (2). Lope era transparente y directo, no compli­cado de espíritu ni mucho menos libresco. Que­vedo, por el otro lado, era misógino y prefería el concepto e.g., lo abstracto y condensado en las ideas. Era barroco de alma. Entre profesar el es­tilo culterano o el conceptista, Borges fue en sus sonetos (como probaré más adelante) un discí­pulo de Quevedo. Góngora le resultaba dema­siado rebuscado y oscuro y sin vivo interés en la metafísica. Me aventuro a señalar, así, que Bor­ges vio en Quevedo un espejo, el reflejo de su rostro en el siglo XVII.

Hay varias semejanzas en las biografías. Am­bos nacieron en capitales, Madrid y Buenos Aires, y su acento urbano queda presente en lo atractivo del arrabal o en la aventura trotadora del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por la iniqui­dad social. Muy a temprana edad los dos fueron conocidos como poetas, Quevedo en 1605, a los veinticinco años, al ser incluido en la antología Flores de poetas ilustres de Pedro de Espinosa, y Borges a los veinticuatro, publicando Fervor de Buenos Aires en 1923, libro que Ramón Gómez de la Serna reseñó con gran entusiasmo en la Revista de occidente. Los dos se casaron tarde y por conveniencia, no por amor: Quevedo en 1634, a los cincuenta y cuatro años con la viuda doña Esperanza de Mendoza y el matrimonio duró tres meses; Borges por vez primera a los sesenta y ocho, en 1967 con Elsa Astete Millán, vieja amiga de juventud, y el matrimonio duró hasta 1970, menos de tres años. Luego el argen­tino se desposó en 1986 con su alumna María Kodama, meses antes de su muerte, con el solo fin de hacerla albacea y legarle sus derechos. En ambas literaturas la presencia femenina es de importancia menor o es aborrecida.

Pese a que los dos intentaron textos largos, es en la prosa corta -<�uguetes» los de uno, «pseu­doensayos» los del otro- y en la poesía donde mejor se desempeñaron. Sus temas fueron cons­tantes: dios, el tiempo, la muerte, el hombre, las metáforas y las palabras, pero Borges les supo inyectar cierto tono misterioso, laberíntico.

79

Los dos, Borges y Quevedo, se aficionaron a la filosofía y a la teología y sufrieron en su vida por puntos de vista políticos obtusos en el mo­mento, el español por estar asociado con el Du­que de Osuna y Borges por su desafío a los mili­tares durante el régimen de Juan Domingo Perón. Ambos, sin embargo, eran reaccionarios en materia ideológica y nada progresistas. Ado­lecían, además, de una ingenua visión política: si bien Quevedo escribió Política de Dios y go­bierno de Cristo, este libro no propone ninguna interpretación nueva de la jerarquía de valores en la España del siglo XVII. En realidad lo que hace es equiparar el modelo del monarca con los actos y palabras de Cristo y en prosa hermosa, elabora un alegato contra los malos ministros. Borges, fuera de una que otra declaración públi­ca contra las estrategias económicas o militares de la Argentina en los 70, nunca exentas de una amplia dosis de ironía, jamás escribió nada polí­tico. Aunque sí, ambos escritores mezclaron en su poesía pasajes, fechas y efigies de la historia nacional.

Los dos amaron la lectura. Sus libros están plagados de alusiones a otros libros y más de una vez inventaron autoridades apócrifas. Com­partían un giro por lo estoico: ni Quevedo ni Borges pregonaron la vida aventurera, sino reco­mendaron las ausencias, la resistencia al sufri­miento a través de la labor intelectual. Compar­tían también un par de anhelos: la perfección del soneto y el control del liviano vuelo de las palabras. El argentino no escribió jácaras o ver­sos burlescos, ni profesó la parodia idiomática o produjo neologismos, y no se adentró en tales tareas quizás porque su tiempo no las cultivaba, quizás por ser dueño de una personalidad me­nos alebrastada y ponzoñosa que la de su admi­rado maestro.

Ofrezco a continuación una lista crítica de las alusiones de Borges a la técnica y obra de Que­vedo. La he dividido en tres sectores: cuentos, poesía y un tercer apartado de ensayos, prólogo y artículos (3).

Cuentos

Por su carácter narrativo, esta sección está ca­si del todo libre de referencias directas. Si bien se mantienen escondidas las que no he podido vislumbrar, reconozco las siguientes:

Ficciones, 1944:* en el famoso relato «Pierre Menard, autor del Quijote» (p. 445) el narrador enlista entre trabajos de traducción de Menard el de la Aguja de navegar cultos de 1631, que ha titulado en idioma francés La boussole des pré­cieux.

El libro de arena, 1975: el relato «Utopía de un hombre que está cansado» (p. 121) tiene como epígrafe una aseveración de Quevedo: «Llamóla Utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar». «Noticia, juicio y recomendación de la

Page 3: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Francisco de Quevedo y Vi/legas.

Los Cuadernos de Literatura

80

Utopía y de Tomás Moro» (inserta en la traduc­ción española de Jerónimo de Medinilla, Córdo­ba, 1637) (en: Obras completas, tomo 1: Obras en prosa, ed. de Felicidad Buendía. Madrid: Agui­lar, 1961, 5.ª edición, p. 476).

Poesía (4)

El idioma de los argentinos, 1928: se incluye «Un soneto a don Francisco de Quevedo» (p. 102), único homenaje poético que nombra al es­pañol. Más adelante Borges usaría imágenes o motivos de su tutor y repetirá el tributo perso­nalizado, como hizo con Spinoza, Cervantes o James Joyce, en El otro, el mismo. Este soneto, sin embargo, lo mismo que la colección a que pertenece, fueron excluidos de las Obras com­pletas de 1974.

El hacedor, 1960:* en el poema en endecasíla-bos «La luna» (p. 818) se lee

Más que las lunas de las noches puedo Recordar las del verso: la hechizada Dragan moon que da horror a la balada Y la luna sangrienta de Quevedo

La imagen poética de «la sangrienta luna», que fue incluida por Quevedo en su soneto «Faltar pudo su patria al grande Osuna», en El Parnaso español de 1648, Musa I, persiguió a Borges por su fuerza y belleza. La comenta o in­voca un total de seis veces y aparece por vez pri­mera discutida en un ensayo de la revista Cos­mópolis, «Apuntaciones críticas: la metáfora» (p. 72), en noviembre de 1921. En el libro Histo­ria de la eternidad, en una nota al pie de la pági­na (p. 369) que forma parte de «Las Kenningar», se discute el soneto «Faltar pudo su patria ... »:

Doy con el insigne soneto de Quevedo al duque de Osuna, horrendo en galeras y na­ves e infantería armada. Es fácil compro­bar que en tal soneto la espléndida efica­cia del dístico.

Su tumba son de Flandes las campañas Y su epitafio la sangrienta luna

es anterior a toda interpretación y no de­pende de ella. Digo lo mismo de la subsi­guiente expresión: el llanto militar, cuyo «sentido» no es discutible, pero sí baladí: el llanto de los militares. En cuanto a la sangrienta luna, mejor es ignorar que se trata del símbolo de los turcos, eclipsado por no sé qué piraterías de don Pedro Tellez Girón.

Cabe notar que exactamente las mismas pala­bras serán repetidas por el autor en su ensayo posterior de 1952 titulado «Quevedo» e incluido en Otras inquisiciones, mismo que se reproduci­rá integralmente más tarde en Prólogos del año 1982.

Otra referencia en El hacedor aparece en el so­neto «A un viejo poeta» (p. 823):

Page 4: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Los Cuadernos de Literatura

Caminas por el campo de Castilla Y casi no lo ves. Un intrincado Versículo de Juan es tu cuidado Y apenas reparaste en la amarilla

Puesta del sol. La vaga luz delira Y en el confín del Este se dilata Esa luna de escarnio y de escarlata Que es acaso el espejo de la Ira.

Alzas los ojos y la miras. Una Memoria de algo que fue tuyo empieza Y se apaga. La pálida cabeza

Bajas y sigues caminando triste, Sin recordar el verso que escribiste: Y su epitafio la sangrienta luna (5).

La obsesión reduccionista de Borges no es gratuita: a Spinoza lo vio siempre como un geó­metra de la divinidad que pulía vidrios y al pue­blo de Israel como un viajero atemporal. Su me­tabolismo simbólico tipificaba, o mejor debe de­cirse conceptualizaba, sin mayor preocupación: Quevedo era el símbolo de «la sangrienta luna» y Melville era el imaginador moderno de Leviat­hán. De vez en cuando se ampliaría la obsesión y vería a Quevedo como el creador, no de una sino de dos imágenes: «la sangrienta luna» y la del «polvo enamorado».

El oro de los tigres, 1972:* el poema «Al idio-ma alemán» (p. 1.116) dice

Mi destino es la lengua castellana, El bronce de Francisco de Quevedo, Pero en la lenta noche caminada Me exaltan otras músicas más íntimas

Años más tarde, en el «Epílogo» a las Obras completas (p. 1.143), Borges escribió para una enciclopedia ficticia del año 2074 su propia bio­grafía y dijo de sí mismo que

Sus preferencias fueron la literatura, la fi­losofía y la ética. Prueba de lo primero es lo que nos ha llegado de su labor, que sin embargo deja entrever ciertas incurables limitaciones. Por ejemplo, no acabó nunca de gustar de las letras hispánicas, pese al hábito de Quevedo.

Ambos textos comprueban que, en el apara­dor de la literatura hispánica, Borges sólo en­contró amor por Quevedo, por su «bronce» en el Marco Bruto, editado en 1643, del cual sacó epi­tafios como el del Duque de Osuna.

La Cifra, 1981: en el poema «Epílogo» (p. 35), que discute los años y la muerte del propio autor, otra vez hay referencia al bronce. Borges se autonombra «Hermano en los metales de Quevedo».

Ensayos, Artículos y Prólogos

Abundan las referencias en este apartado y en

81

la mayoría de los casos son iguales a la sección ensayística, aunque ampliadas y pulidas. La pri­merísima aparece en «Maison Elena (Hacia una estética de los prostíbulos en España)», un artículo impreso en la revista Ultra en octubre 1921 (pp. 23-28) donde el argentino asegura que las «fáciles curvas de una niña» que vende su carne están «esculpidas como una frase de Que­vedo». La imagen es esquiva y abstracta. Borges tiene veintiún años apenas y está despertando a sus ritmos poéticos.

Inquisiciones, 1925: en el ensayo «Torres Vi­llarroel (1693-1770)», seis veces Quevedo es re­ferido al discutirse la vida y obra de su seguidor y pupilo Villarroel, que además de poeta fue aprendiz de astrólogo, catedrático y escritor de textos fantásticos (p. 7, 9, 11, 12, 13, 14). El texto es erudito y árido, aunque abunda en los giros prosísticos luego reconocibles en Borges. Viene luego una apología a «Sir Thomas Browne» donde, buscándole la latinidad al poeta inglés, el autor dice que los latinistas del siglo XVII bus­caban lo absoluto y etimológico en las palabras (p. 37).

«Su actividad fue inversa a la que ejercen hoy los académicos, a quienes atarea lo primitivo del lenguaje: los refranes, los modismos, los idiotismos. Contra sus di­charachos castizos trazó la pluma de Que­vedo, tres siglos ha, el doctoral Cuento de Cuentos y la carta que lo precede».

Le sigue todo un capítulo dedicado al espa­ñol: «Menoscabo y grandeza de Quevedo» (pp. 39-45). Es el primer ensayo extenso, redondosobre el tema. Su estilo es perspicaz y un tantoefusivo. Borges lo publicó por vez primera enRevista de Occidente en 1924 y no quiso nuncaque se republicara. Algunos párrafos iluminado­res:

Quiero indicar que casi todos sus libros son cotidianos en el plan, pero sobresa­lientes en los verbalismos de hechura.

O bien,

todo lo anterior es señal del intelectualis­mo ahincado que hubo en la mente de Quevedo. Fue perfecto en las metáforas, en las antítesis, la adjetivización; es decir, en aquellas disciplinas de la literatura cuya felicidad o malandanza es discernible por la inteligencia.

También

Quevedo es, ante todo, intensidad. No descubrió una sola forma estrófica (proeza lograda de hombres cuya valía fue incom­parablemente menor: verbigracia, Espi­nel); no agregó al universo una sola alma; no enriqueció de voces duraderas la len­gua. Transverberó su obra de tan intensa rectitud de vivir que su magnífico ademán

Page 5: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Jorge Luis Borges.

Los Cuadernos de Literatura

82

se eterniza en una firme encarnación de leyenda. Fue un sentidor del mundo. Fue una realidad más. Y o quiero equipararlo a España, que no ha desparramado por la tierra caminos nuevos, pero cuyo latido de vivir es tan fuerte que sobresale del rumor numeroso de otras naciones.

Borges, bordeando los veinticinco años, ya entiende bien a Quevedo y lo aprecia como maestro. La idea de no haber agregado al uni­verso una sola alma será el leit-motif de su en­sayo «Quevedo» en Otras Inquisiciones: según el argentino Quevedo fue fecundo en metáforas ilustres, aunque no en símbolos que atraparan a sus lectores. Borges ya enaltece el artificio verbal.

.. .le atareó mucho lo problemático del len­guaje propio del verso y es lícito recordar que fingió en uno de sus libros un alterca­do entre el poeta de los pícaros y un se­guidor de Góngora ...

Quevedo era fundamentalmente grandeza en el uso de palabras. Son admiradas, también, sus dudas metafísicas:

... conoció el doble encontronazo de la vi­da segura y la insegura muerte ...

En «Menoscabo y grandeza de Quevedo» se habla por primera vez del verso «Polvo serán, más polvo enamorado». Se comentan también, aunque no a fondo, El Parnaso español, la Epís­tola censoria, el Marco Bruto, algunas composi­ciones burlescas y jácaras, lo que demuestra avi­dez por atrapar integralmente el perfil de Que­vedo.

Siguen en Inquisiciones dos referencias en «Examen de metáforas». Borges era de la _idea de que el número de metáforas posible es finito. Elabora en éste y otros textos, una lista de metá­foras y al hacerlo, mencionó en dos ocasiones las fantasías satírico-morales de Quevedo (p. 73, 75). En «La nadería de la personalidad», otro en­sayo, habla una vez más de Torres Villarroel, «gran sistematizador de Quevedo» (p. 89). Y en las «Acotaciones» finales de la colección hay tres alusiones más al arte metafórico «que es in­mejorable» de Quevedo (p. 121, 142, 158).

El tamaño de mi esperanza, 1926: en «la adjeti­vización» (p. 53), al hablar de la utilización de adjetivos en castellano, Borges dice que

Quevedo es argumento suficiente de per­fección y nadie como él ha sabido ubicar epítetos tan clavados, tan importantes, tan inmortales de antemano, tan pensativos.

En «Invectiva contra el arrabalero» (pp. 139-140) se habla sobre la germanía, tema que novolverá a aparecer en su obra.

El ejemplo de la germanía ... fue el lunfar­do hispánico del Renacimiento y la ejer­cieron escritores ilustres: Quevedo, Cer-

Page 6: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Los Cuadernos de Literatura

vantes, Mateo Alemán. El primero, con su sensualidad verbal ardentísima, con ese su famoso apasionamiento por las palabras, la prodigó con sus bailes Y- jácaras, y hasta en su grandiosa fantasmagoría «La hora de todos» ...

El idioma de los argentinos, 1928: se incluyen referencias a la metáfora y también la controver­tida discusión «El culteranismo» (pp. 75-82), donde el argentino prueba que la dicotomía de estilos conceptista y culterano no es reproduci­ble en la fácil ecuación Quevedo/Góngora. Se­gún el autor, ambos escritores eran a la vez con­ceptistas y culteranos. Borges elaboró esta idea en la Antología de Quevedo que preparó para Alianza Editorial en 1982. Dice en el prólogo (pp. 7-15) que

Acaso nadie, fuera de su ostensible rival y secreto cómplice, Góngora, ha paladeado el castellano, el peculiar sabor de cada pa­labra y de cada sílaba, como don Francisco de Quevedo y Villegas, caballero de la Or­den de Santiago y señor de la Villa de la Torre de Juan Abad.

Habla de la grandeza verbal (« ... para Queve­do, como para Mallarmé o para Joyce, la palabra es lo intrínseco ... ») y nos avisa que su selección usa la edición de José M. Blecua de 1963, 1968 y 1980, referencia bibliográfica nunca antes hecha. Cita otra vez «Faltar pudo su patria al grande Osuna» e incluye íntegro también «De la Asia fue terror, de Europa espanto», soneto que se­gún Borges ha quedado «hoy razonablemente olvidado». Vuelve a referirse a «Retirado en la paz ... » y para variar, habla de «la sangrienta lu­na» usando la cita de Propercio en relación al verso «Polvo serán, más polvo enamorado» que ya antes había usado en Otras inquisiciones, y equipara a Quevedo con Góngora, diciendo:

El tiempo borra y atenúa las diferencias. Los adversarios acaban por confundirse; los une el común estilo de la época. He aquí una pieza que por razones obvias no figura en esta antología:

Menos solicitó veloz saeta Destinada señal que mordió aguda; agonal carro por la arena muda no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta, a su fin nuestra edad. A quien lo duda, fiera que sea de razón desnuda, cada Sol repetido es un cometa.

lConfiésalo Cartago, y tú lo ignoras? Peligro corres, Licio, si porfías en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a tí las horas, las horas que limando están los días, los días que royendo están los años.

83

Es un soneto típico de Quevedo y lo escri­bió Góngora.

En El idioma de los argentinos hay más traba­jos que hablan de Quevedo, citándolo tangen­cialmente bajo la seña de grandeza verbal y fe­cundidad metafórica: «Indagaciones de la pala­bra» (p. 13); «La felicidad escrita» (pp. 61-62); «Otra vez la metáfora» (p. 68, 73); «La simula­ción de la imagen» (p. 108), «La fuición litera­ria» (p. 131), «Fechas» (p. 156), «La conducta novelística de Cervantes» (p. 174) y el homóni­mo ensayo «El idioma de los argentinos» (p. 182).

En Evaristo Carriego, 1930:* la primera alu­sión en la biografía novelada del poeta argentino que cantó a los arrabales de Buenos Aires es una nota/confesión del narrador añadida veinti­cuatro años más tarde, en 1954 (p. 122):

En aquel tiempo creía que los poemas de Lugones eran superiores a los de Daría. Es verdad que también creía que los de Quevedo eran superiores a los de Góngorn.

Daría la impresión que Borges se ha desilusio­nado de Quevedo pero no hay indicio que lo confirme. Supongo que fue ésta una corazonada pasajera, un deseo de abandonar una obsesión que podía intimidarlo.

Hay dos alusiones más en Evaristo Carriego: uno (p. 135), cuando al comentar a los hombres que sobreviven la fatalidad, a pesar de sufrir in­jurias o de causarlas, Borges dice que ésta

es la reacción estoica de Hernández, de Almafuerte, de Shaw por segunda vez, de Quevedo.

Luego se dice que Atila y Quevedo adolecían del pecado original de lo literario pues «son es­tructuras de palabras, formas hechas de símbo­los» (p. 161).

Discusión, 1932:* en «La supersticiosa ética del lector» (p. 202), Borges habla de Baltasar Gracián, Cervantes, y de Quevedo dice «que versifica en broma su muerte». En «Una vindi­cación del falso Basílides» (p. 213), el argentino dice que hacia 1916 leyó

esta oscura enumeración de Quevedo: Es­taba el maldito Basílides heresiarca. Estaba Nicolás antioqueno, Carpócrates y Carintho y el infame Ebión. Vino luego Valentino, el que dio por principio de todo, el mar y el si­lencio.

Se trata de una porción del «Sueño del infier­no», datado en 1608. En «la duración del infier­no», al comentar los infiernos literarios, Borges dice que el de Quevedo era una «mera oportuni­dad chistosa de anacronismos» (p. 235).

Historia de la eternidad, 1936:* el libro se abre con un epígrafe latino proveniente de La perino­la de 1632: « ... Supplementum Livii; Historia infi­nita temporis atque aeternitatis ... » (p. 349). Apa-

Page 7: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Francisco de Quevedo y Villegas.

Los Cuadernos de Literatura

84

rece también la ya antes discutida nota de «Las Kenningar» (p. 369).

En el ensayo «Los traductores de las 1001 no­ches (p. 407), al hablar de la noche mil uno, se la refiere como

esa maquette de la irrisión de Quevedo -y luego de Voltaire- contra Pico de la Mi­randola: Libro de todas las cosas y otras cosas más (sic) ...

El título correcto es Libro de todas las cosas y otras muchas más, que formaba parte de Jugue­tes de la niñez y travesuras del ingenio de 1631, donde Quevedo incluyó embutes juveniles y obras festivas. En «Arte de injuriar» (p. 420), Borges habla de una tradición satírica que usa como fórmula una inversión siempre incondi­cional de términos

un médico, por ejemplo, puede ser acusa­do de profesar la contaminación y la muerte ...

y dice que esta no era despreciada por Macedo­nio Fernández, Quevedo o Shaw. Es curioso, cuando el argentino nombra a Quevedo, lo hace siempre acompañándolo de dos o tres nombres propios, como son Shaw, Voltaire o Fernández. Parecería como si al albur, las listas mentales que poseía Borges fueran estáticas e inmóviles.

Otras Inquisiciones, 1952:* aparece aquí el ya mencionado trabajo «Quevedo» (pp. 660-666), el segundo gran tributo ensayístico después de «Menoscabo y grandeza ... » Borges habla de La política de Dios y el gobierno de Cristo nuestro se­ñor y La hora de todos de 1644. Se analizan va­rios poemas y el argentino repite su especial pa­sión por «Polvo serán, más polvo enamorado», que

es una recreación, o exaltación, de una de Propercio (Elegias I, 19): Ut meus oblito pu/vis amare vacet.

Hay alusiones al metal: dice Borges que el lenguaje de Quevedo era un instrumento lógico y asegura que sus creaciones estaban más allá del mundo porque eran objetos puros « ... como una espada o como un anillo de plata».

En la misma colección, en el ensayo «Natha­niel Hawthorne» (p. 670), Borges se refiere a Góngora en su soneto Varia imaginación y a Quevedo en su Sueño de la muerte de 1622 y a la metáfora «que asimila los sueños a una función del teatro». Igual idea es presentada en sus Nue­ve ensayos dantescos de 1982, donde otra vez aparece ese motivo de «la sangrienta luna» (p. 111, nota) y en el ensayo «El verdugo piado­so» se pregunta (p. 120) lPor qué puso Dante a Francesca en el infierno y oyó la historia de sus culpas? Una respuesta que da Borges es la expli­cación técnica y la otra mezcla al sueño con el teatro:

Page 8: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Los Cuadernos de Literatura

De algún modo la prefigura la clásica me­táfora del sueño como función teatral. Así Góngora, en el soneto Varia ima[!inación(«El sueño, autor de representaciones. / en su teatro sobre el viento armado / sombras suele vestir de bulto bello»); así Quevedo en su Sueño de la muerte («Lue­go que d�sembarazada el alma se vio ocio­sa sin la tarea de los sentidos exteriores, m� embistió de esta manera la comedia si­guiente; y así la recitaron_ mis pot�ncias .ªoscuras, siendo yo para mis fantasias audi­torio y teatro»).

Más adelante en Otras inquisiciones, en «El primer Wells» (p. 698), Borges dice que

Como Quevedo, como Voltaire, como Goethe como algún otro más, W ells era menos 'un literato que una literatura.

En «El Biathanatos» (p. 701), al hablar de la tesis y la antítesis de Jesucristo y Judas, se con­firma que «para Quevedo, 'prodigioso diseño fue Job de Cristo'». Hay ciertos cuentos y en­sayos de Borges que obviamente se inspiran en Judas y en Job, tal como los miraba Quevedo. En «Tres versiones de Judas» (Artificios, 1944) no hay una sola alusión a Quevedo y sin embar­go, el motivo del cuento -]'Hls Runeberg, un teólogo, desarrolla una teona que ase_gura que Judas fue tan importante como Jesucnsto en el acto redentor pues se vendió para salvar a la hu­manidad- viene directamente del Sueño el Jui­cio final. Cuando Mahoma, Judas y Lutero van ante Dios, el primero dice:

-Señor, yo soy Judas;y bien conocéis _ vosque soy mejor que estos: porque si osvendí remedié al mundo; y éstos, ven­diénd�se a sí y a vos, lo han destruido to­do (6).

En «Sobre The Purple Land» (p. 733), al hablar de la novela de Hudson, se dice que El Buscónde 1626 es un libro al que «lo entorpecen los sa­crificios inútiles».

El hacedor, 1960:* en «La trama» (p. 793) se hace repetir a Quevedo y Shakespeare la misma sentencia escénica, «iTú también, hijo mío!», con el fin de perpetuar la historia de una metá­fora.

El informe de Brodie, 1970:* en el prólogo (p. 1.023) se cita a Quevedo al hablar de «el pelaJe overo rosado de cierto caballo famoso». Hay en Quevedo el siguiente «overo» completame�te imaginario: «En mi vida subí en tan mala bestia. Está ahí mi caballo overo de San Felipe, y es es­bocado en la carrera ... » Es un caballo que don Pablos finge tener, para disimular ante don Die­go, su antiguo amo.

El Buscón, Libro III, cap. VII, ed. D. Yndu­ráin. Madrid: Cátedra, 1980, p. 246.

Prólogos, 1975: el volumen, como su nombre lo indica suma varias introducciones escritas a

'

85

lo largo de los años. Hay un prólogo a Miguel deCervantes: Novelas ejemplares (Emecé, 1946) donde se habla del Marco Bruto como usando un estilo demasiado retórico (p. 45), y se le com­para a Chesterton y Virgilio (p. 49) para asegurar que su prosa es digna del más agudo análisis. En Macedonio Fernández (Ediciones Culturales Ar­gentinas 1961, p. 79) se habla del «estilo barro­co» de Quevedo. Hay un prólogo a Francisco deQuevedo: Prosa y verso (Emecé, 1948, pp. 119-126), que es el mismo ensayo que aparece en Otras inquisiciones, al que sólo se le ha sumado una posdata de cuatro líneas fechada en 1974. En el prólogo a Domingo F. Sarmiento: recuerdosde Provincia (Emecé, 1944, p. 129), Borges vuel­ve a anunciar que los escritores que son dignos de un agudo análisis son Chesterton, Quevedo y Virgilio, pero ahora suma a Mallarmé. Y final­mente en la obra Macbeth de Shakespeare (Su­damericana, 1970, p. 146), se compara la pasión técnica de Quevedo con la de Mallarmé y Lugo­nes.

Borges, se deduce, tenía un conoc_imiento ca­bal de Francisco de Quevedo. Prefena un par de obras y ninguneaba otras tantas. Fundaba su inspiración en la biografía del poeta y al hacerlo, la investigaba. En «Quevedo» se nombra a Juve­nal Séneca, las Santas Escrituras, Alfonso Reyes, José de Salas, Joachím de Bel�ay, Proper­cio Aurelio Fernández Guerra y Luciano. El ba­rro�o como época, tema que se desarrolla en su prólogo a la Antología de Quevedo de 1982, intri­gaba a Borges y no sólo veía claramente la rivali­dad del conceptismo y el culteranismo sino que tomaba partido, como poeta y como crítico. Fijo para siempre su visión del Quevedo poeta en dos versos, «la sangrienta luna» y «Polvo serán, más polvo enamorado».

Hay abundantes alusiones a los Sueños del in­fierno y Sueño de la muerte y el argentino robó uno que otro título, como sucede con el «Prólo­go de prólogos», inspirado en el Cuento de cuen­tos. Se desinteresó por los temas satírico-burles­cos, los morales, o por alabanzas a España o a la política monetaria de su amigo el conde-duque. Ello obligó el total silencio de España defendida(1609), El chitón de las tarabillas (1630), Provi­dencia de dios (no publicada hasta 1700) y Vidade San Pablo (1644), entre otras. Nada arriesga­do sería creer que esos textos no fueron leídos siquiera pero no podría culparse a Borges por­que, después de todo, cada escritor se impone el orden anárquico de sus propias lecturas.

Pero la principal atracción de Quevedo en Borges radica en la enseñanza poética. A través de la lectura en edades sucesivas, de 1919 a 1982, Borges admiró el tono conceptual y conci­so el desdén por los adjetivos superfluos y el eq�ilibrio entre prima y filosofía del español. Abunda este giro conceptista en el arte borgea­no: la condensación, el pensamiento compacto. Véase el soneto titulado «Soy» en La rosa pro­funda de 1975.

Page 9: 5 Stavans - CVC. Centro Virtual Cervantes€¦ · del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por

Los Cuadernos de Literatura

Soy el que sabe que no es menos vano Que el vano observador que en el espejoDe silencio y cristal sigue el reflejo O el cuerpo (da lo mismo) del hermano.Soy, tácitos amigos, el que sabe Que no hay otra venganza que el olvidoNi otro perdón. Un dios ha concebido al odio humano esta curiosa llave. Soy el que pese a tan ilustres modos De errar, no ha descifrado el laberintoSingular y plural, arduo y distinto, Del tiempo, que es de uno y es de todos. Soy el que es nadie, el que no fue una espadaEn la guerra. Soy eco, olvido, nada. La noción del individuo inserto en el devenir

ingobernable y misterioso del cosmos es típica­mente quevedesca. El yo poético tiene una fuer­za que es contundente y la confiesa el poeta ensus elucubraciones ante los otros, los tácitosamigos. Obvio que es un poema moderno: el su­jeto está arrinconado, ya no tiene la seguridadde dios o la ciencia y está sumido en el más te­merario escepticismo. Inspira escalofríos el tonodel devenir histórico pues el individuo aprendede la Historia lo fatal del olvido. Como los deQuevedo, el de Borges es un soneto intelectualen el que el poeta contrapone a la unidad lamultiplicidad, la certeza contra la duda. Apareceel concepto por doquier: el tiempo como propie­dad de uno y todos, la vida cual laberinto, espe­jos como símbolos de identidad, el hombre co­mo negación («eco, olvido, nada»). Incluso la ri­ma es quevedesca. Compárese el último tercetocon el terceto de Quevedo que proviene de «Co­nocer las fuerzas el tiempo, y el ser ejecutivo co­brado de la muerte», en El Parnaso español de1648:

Cualquier instante de la vida humana es nueva ejecución con que me adviertecuán frágil es, cuán mísera, cuán vana ... La desgarradura del ritmo interior se deja sen­

tir. El lamento se yuxtapone a la certeza intelec­tual y el sujeto se ve imposibilitado a librarse deerrores naturales sometedores y de lo inescruta­ble del tiempo. La clave está en la puntuación:las comas rompen la armonía y dan la idea delincontrolable paso del tiempo. Quedan las últi­mas palabras como afirmaciones categóricas, co­mo testimonios sin escapatoria.

Las enseñanzas de Borges terminan en supoesía, pero fueron dejando huella a lo

...largo de su obra. 59 huellas, 59 claves. ...,

* (Paginación proveniente de las Obras completas (Bue�nos Aires: Emecé, 1974).

86

NOTAS

(1) Véase Daniel Balderston, The Literary Universe ofJorge Luis Borges. An lndex to References and Allusions to Persons, Titles, and Places in his Writings. Connecticut: Greenwood Press, 1986: 125-126 pp.

(2) Ver mi artículo «Borges, Averroes y la imposibilidaddel teatro», en Latin American Theater Review. The Univer­sity of Kansas, 22/1 (Fall 1988).

(3) Baso mi paginación en las siguientes ediciones: In­quisiciones (Buenos Aires: Editorial Proa, 1925), El tamaño de mi esperanza (Buenos Aires: Editorial Proa, 1926), El idioma de los argentinos (Buenos Aires: M. Gleizer, 1928), El libro de arena (Buenos Aires: Emecé, 1975), Prólogos (Buenos Aires: Torres Aguero, 1975), La cifra (Buenos Ai­res: Emecé, 1981), Nueve ensayos dantescos (Madrid: Espa­sa-Calpe, 1982), Obra poética, 1923-1977 (Madrid: Alianza, 1981). No he encontrado cita alguna en las únicas reseñas consultadas, las de El Hogar (Textos cautivos, 1936-1939, editados por Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Mone­gal. Tusquets Editores, 1986).

(4) Ver sobre el tema Guiseppi Bellini, Quevedo ne/lapoesía ispano-americana del 900. Milán: Editrice Viscontea, 1967.

(5) Véase un estudio detallado de la poesía de ambosautores y de este soneto en particular en Christopher Mau­rer «The Poet's Poet: Borges and Quevedo», aparecido en Borges the Poet, editado por Carlos Cortinez, Fayetteville: Univ. of Arkansas Press, 1986: 185-196 pp. Maurer equivo­cadamente ficha el soneto como parte de El otro, el mismo (Buenos Aires: Emece, 1969), p. 79.

(6) Sobre el tópico, véase Jean Vilar, «Judas según Que­vedo» (Un tema para una biografía), en Quevedo, editado por Gonzalo Sobejano. Colección El Escritor y La Crítica 108. Taurus, 1978: 106-119 pp. Aparecido originalmente enMelanges offerts a Charles Vincent Aubrun. París: EditionesHispaniques, 1975, II: 385-397 pp.