45. la locura de la madre

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45. LA LOCURA DE LA MADRE QUE APARECE EN EL MATERIAL CLINICO COMO FACTOR AJENO AL YO Escrito para un libro sobre psicoterapia psicoanalítica, 1969 1 En un caso que atendí recientemente, fue necesario advertir, comprender e interpretar la súbita intromisión de un material “extraño”. El paciente era un niño de 6 años que me fue derivado a raíz de su incapacidad de utilizar su buen nivel de inteligencia; se dedicaba, en cambio, a hacer agujeros en sus guantes, saco, corbata y pulóver, y sólo defecaba en un bacín cerca de sus padres. Además, tenía exigencias estrictas en muchos detalles para ciertas actividades de rutina, y los alimentos que comía eran limitados. No es menester que entre aquí en una descripción minuciosa del caso, ya que mi única finalidad es describir la entrevista psicoterapéutica que tuvo conmigo en la única oportunidad en que lo vi. Dicha entrevista surtió buen efecto gracias a que pude discriminar el embrollo que el niño tenía en su mente del embrollo que le provocaban ciertas características de la madre. El lector puede dar por sentado que este hijo único era amado por sus padres y que su familia no corría riesgo alguno de 1 Publicado en Peter L. Giovacchini, comp., Tactics and Techniques in Psychoanalytic Therapy, Londres, Hogarth Press; Nueva York, Jason Aron- son, 1972. 104

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La madre estrago

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45. LA LOCURA DE LA MADRE QUE APARECE EN EL MATERIAL CLINICO

COMO FACTOR AJENO AL YO

Escrito para un libro sobre psicoterapia psicoanalítica, 1969 1

En un caso que atendí recientemente, fue necesario advertir, comprender e interpretar la súbita intromisión de un material “extraño”. El paciente era un niño de 6 años que me fue derivado a raíz de su incapacidad de utilizar su buen nivel de inteligencia; se dedicaba, en cambio, a hacer agujeros en sus guantes, saco, corbata y pulóver, y sólo defecaba en un bacín cerca de sus padres. Además, tenía exigencias estrictas en muchos detalles para ciertas actividades de rutina, y los alimentos que comía eran limitados.

No es menester que entre aquí en una descripción minuciosa del caso, ya que mi única finalidad es describir la entrevista psicoterapéutica que tuvo conmigo en la única oportunidad en que lo vi. Dicha entrevista surtió buen efecto gracias a que pude discriminar el embrollo que el niño tenía en su mente del embrollo que le provocaban ciertas características de la madre. El lector puede dar por sentado que este hijo único era amado por sus padres y que su familia no corría riesgo alguno de

1 Publicado en Peter L. Giovacchini, comp., Tactics and Techniques in Psychoanalytic Therapy, Londres, Hogarth Press; Nueva York, Jason Aron- son, 1972.

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ruptura. El padre era un profesional y la madre había recibido formación de maestra.

Para que el cuadro que quiero brindar de esa sesión resulte útil, debo pedir al lector que atienda a muchos detalles sobre los cuales es preciso informar simplemente porque dan continui- dad al material.

Jugamos entre ambos al juego del garabato, y no me fue difícil entrar en contacto con la capacidad del niño para disfrutar del juego, y seguir jugando con él. Lo que sigue es lo sucedido, además de los dibujos; tras un diálogo no planificado sobre su hogar y su situación familiar, preparamos el papel y dos lápices y yo empecé el primer garabato.

1. Al mío lo convirtió en un asno, y también mencionó como alternativas: cerdo, vaca, caballo, perro. “Tiene un ojo gracioso”, dijo. Ya aquí, en ese “ojo gracioso”, teníamos una referencia a lo impredecible.

2. Del suyo dijo que era una cabeza, y yo la convertí en una muchacha agregándole el cuerpo.

3. Al mío lo convirtió en una cabeza “graciosa”. La recurren- cia del tema de lo “gracioso” indicaba su significación. Hizo una referencia a mi persona, derivada de la opinión que la madre tenía de mí. Aparentemente ella tenía un libro del que soy autor y el chico lo había visto, porque dijo: “Usted escribe buenas cosas sobre la cabeza”. Pienso que el detalle de la frente en este garabato alude a mis sesos, como si fuera un retrato de mi persona vista a través de los ojos de la madre. “El hombre tiene una nariz graciosa, con tres orificios. Tiene las orejas tan atrás que no se las ve”.

Me dijo que podía dibujar otras cosas, entre ellas un ómnibus, y se mostró muy interesado en conseguir lápices de colores. Ya me había usado para referirme su idea de algo gracioso vinculado con la mente. Por supuesto, no hice ninguna interpretación. Los tres orificios podían considerarse algo loco, aunque estaban dentro del ámbito de las actividades lúdicas del niño.

4. El papel se rompió debido a la fuerza con que garabateó en él. Al principio no se le ocurrió dibujar nada.

5. Este garabato suyo es bastante misterioso. En el ángulo superior hizo una marca, que también era una parte de la letra M, en una referencia a su nombre.* Dijo: “Es una nada”. Había

*El niño se llamaba “Mark”, que significa “marca”. [T.]

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llegado hasta una defensa extrema, pues si él era una nada, ni siquiera el peor de los traumas imaginables podría matarlo o dañarlo.

* M que representa “Mark” ** Dijo: “Es una nada”

Proseguí con el tema diciéndole que el dibujo es un modo de sacarse algo de la cabeza para ponerlo en el papel. Me refirió entonces que a veces un tren tiene que detenerse para dejar que pase un expreso, y comentó: “Nuestro tren queda bloqueado, porque tienen que cambiar las agidas, y entonces sí podemos volver”.

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En este punto apenas pudo impedir que el lápiz se le cayera al piso, y éste y otros pequeños detalles parecían significativos, al indicar que en su experiencia inmediata había caos en lugar de orden. Finalmente el lápiz se le deslizó al suelo. No obstante, no se lo veía asustado, y podría decirse que había llegado a una posición desde la cual era capaz de ver cómo se le venía encima el tren expreso.

Hicimos en ese momento un intervalo que yo aproveché para preguntarle sobre sus sueños. “No sé”, fue su respuesta, y volvió a hacer el dibujo N° 4. “Es una locomotora. Esta es una buena ventanilla. Es como la ventanilla de una locomotora real, de un tren a vapor”.

Estaba aproximándose al traumático tren expreso, que sin duda le recordaba a su madre. “En Battersea Park hay un tren que parece a vapor pero en realidad es un diésel. ¡Mami cree que es un tren a vapor!”. Y siguió hablando de los trenes a vapor subterráneos que él veía. En diversos viajes a la estación Victoria había visto muchas veces verdaderos cambios de vías con las agujas, para atrás y para adelante. “Vi en el diario algo sobre que se estaba incendiando el otro lado del mundo. La gente no murió; bueno, por lo menos no mientras el fuego era poco”. Indicó las inmensas potencialidades peligrosas con un comentario sobre el fuego en la locomotora a vapor. Oh, nos olvidamos de la carbonera”, y trató de agregarla atrás de la locomotora. Muchos otros pequeños detalles se perdieron en este punto, y de pronto manifestó algo completamente nuevo, que se apartaba de la tendencia general del material.

Llega el agente traumático En este momento el niño empezó a comportarse de una

manera inusitada. Apenas si parecía seguir siendo el mismo chico. Algo nuevo había venido y se había apoderado de él, y esto nuevo tenía que ver con oír un ruido “gracioso”, un sonido" retumbante. Podía provenir del mechero de gas, el tipo de ruido que hace cuando tiene una pérdida. Se levantó y fue a mirar el mechero, pero no había olor, no tenía ninguna pérdida.

Era imposible saber con certeza si estaba alucinando o recordando auditivamente. Salí a la pesca con una interpretación sobre el escuchar a los padres en el otro cuarto, a la cual respondió con un rotundo “No”, añadiendo: “Era muy arriba, en

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la montaña, o tal vez directamente en el lugar donde nace el Támesis”.

Yo retomé mi tema diciéndole: “Podría ser como el comienzo de Mark, algo que pasó entre papá y mamá”. En un esfuerzo por seguir con mi tema para hacerme caso, dijo: “Yo empecé dentro de mami y terminé fuera de mami en el hospital. No había ruido, los bebés lloraban”.

Le dije: “Me pregunto si había algún ruido dentro de mami”, y contestó que como él tenía los ojos cerrados, no podía oír. Yo estaba realmente desconcertado, y si perseveraba con esa interpretación referente a la escena primaria es porque me sentía perdido.

Fue difícil tomar nota por la forma caótica en que aparecía el material. Hizo diversos ruidos para ilustrar el que oía o recor-daba, todos los cuales parecían incluir la palabra “no”, algo que se repetía muchas veces, todo ello en medio de un frenesí o turbulencia. Se interrumpió para preguntarme: “¿Qué está haciendo usted ahora, está escribiendo nuevos libros?”, por alusión a las notas que yo estaba tomando. Entonces escribí su nombre, “Mark”, con grandes letras y en diversas formas. El acotó: “Eso no es escribir bien, eso es garabatear”.

Creo que fue en ese momento cuando Mark rompió la hoja del dibujo N° 4 al dejar su marca cada vez más vigorosamente, y de pronto advirtió que había perdido de vista totalmente el lápiz. Esto pareció significativo, pero durante un momento pasó a ocuparse con interés de un viejo cortaplumas que tengo en la caja de lápices. Exploramos esto juntos, y él dijo: “Me permiten usar cuchillo”. Con el cuchillo tajeó el papel y en ciertos momentos la mesa, y fue aquí cuando produjo el mayor daño al dibujo N° 4, en reiteradas oportunidades. Creo que estaba mostrándome que él tenía que ser nada si iba a permitir que llegase la "cosa" traumática. Estaba también el tema de la penetración que ya habíamos obtenido, del origen de Mark.

Se puso a examinar luego la lata con lápices y crayones. ¿Tenía yo una “goma”? (No tengo goma.) “¡Dios mío!”, etc. El juego había llegado a su fin y empezó a caminar por el cuarto mientras iniciaba un nuevo tema. Sacó algo de sus bolsillos derecho e izquierdo y se lo puso en las orejas; parecía legítimo suponer que estaba ocupándose de los sonidos alucinados y había venido preparado, trayendo trozos de papel para usar a la derecha y a la izquierda con este fin.

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Manifestaba hallarse en un estado de confusión, pero pronto cambió de tema e hizo referencia al jardín de mi azotea, que veía desde la ventana. Aludió a un cuento que había visto en una historieta, y se preguntó si podía ser. Pensó que probablemente lo tuviera su madre, que lo aguardaba en la sala de espera. De este modo, la madre real volvió a su mente y yo pude comprobar que el tren expreso había sido una madre loca. No obstante, no me sentía seguro de pisar suelo firme, y postergué la interpretación principal.

La angustia del niño se evidenció aún más cuando expresó: “Convendría que me fuera a casa pronto, o ahora mismo”. Se refirió a su temor a los ruidos, e hizo un chiste sóbrela silla, que iba a salir caminando y a pegarle un golpe a mamá, o bien el golpe se lo iban a pegar a ella.

Hice una referencia a la locura que esto representaba. Uno de los dos dijo: “Todo se ha vuelto loco”, y nos reímos un poco. Yo le manifesté, respecto del dibujo de la cabeza (N9 3): “Tiene ojos, pero no orejas”, y él respondió: “Sí, tiene, pero se cayó y ahora está puesto al revés”.

Por un momento el mundo se volvió loco y hubo un sonido de tipo “vuf, vuf” dentro de la silla enloquecida, pero después este sonido salió del otro lado de la silla. Le hice un comentario sobre que dentro de su cabeza, o quizás dentro de su mamá, había un lugar loco, y comencé a persuadirme de que este niño me estaba pintando el cuadro de su madre como persona enferma.

Prosiguiendo con el tema de la escena primaria, le dije: “Y entonces mami hizo un fuerte ruido y lo llamaron Mark”, hasta que finalmente le enuncié: “Mami se pone loca a veces cuando tú estás ahí. Esto es lo que me estás mostrando ”.

El estaba distraído, hablando sobre el cuidado que hay que tener con los artefactos eléctricos. Dijo: “Nací siendo varón”. “¡Naciste siendo un gran ruido!”, repliqué yo, y él dijo: “¡No!”

Manifestó que quería irse, pero a la vez dijo que no estaba asustado, simplemente quería ver a su mamá; así que fuimos juntos a buscarla.

Comentario Al volver a ver a la madre me di cuenta de que tenía un grave

problema personal, y cuando le hice mención de esto admitió de buen grado que a menudo era una persona enferma.

Más adelante me confesó que estaba muy contenta de que yo

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hubiera podido ver, por la forma en que se conducía su hijo, que ella se enloquecía frente a él; y estaba segura de que era eso lo que perturbaba al niño. Esta mujer se hallaba en tratamiento por su estado psíquico.

En este ejemplo de consulta terapéutica es posible apreciar cómo un chico de seis años comunica una pauta de personalidad compleja y dinámica, y no sólo su perfil sino su representación en profundidad, integrada en un continuo espacio temporal.

Rápidamente capta las condiciones esenciales de la situación profesional y desarrolla la indispensable confianza en mí. Basado en esta premisa, juega con su locura personal poniendo a prueba si yo soy capaz de soportar los ojos “graciosos” y el triple orificio de la nariz. Luego me muestra que ha aprendido a adoptar como defensas extremas la de convertirse en una nada o la invulnerabilidad. No es más que una marca, una marca que fácilmente puede pasar inadvertida. Da la casualidad que se llama Mark, y usa esto lúdicamente.

Ya está montado el escenario. Está allí, jugando conmigo, y todo va bien. Me advierte sobre los trenes que deben hacerse a un lado para dejar pasar al expreso. Con respecto a los detalles vinculados al tren de vapor, me habla de una inmensa potencia-lidad de destrucción: el incendio en el otro lado del mundo.

Luego, de repente, se pone loco, aunque sería más correcto decir que es poseído por la locura. Deja de ser él, lo que yo tengo ante mis ojos es una persona loca, alguien totalmente imprede-cible. El tren expreso atraviesa zumbando la estación mientras el tren local se queda quieto a un lado. Ese “algo” loco no destruye a “nada”.

Después la locura de la madre pasa y el niño comienza a querer usarla como madre que lo cuida, y a la que necesita para volver a casa. Se va de mi casa feliz, confiando en su madre luego de haberme mostrado cómo se pone loca, y de haber objetivado y circunscripto dentro de sus propios límites el enloquecimiento de ella. Mark ha pasado a ser algo en lugar de nada, y puede volver a jugar, incluso a cosas absurdas, que siendo parte de su propia locura no son traumáticas sino cómicas y risibles.

Creo que el rol especial en que yo Je fui necesario fue el de alguien capaz de mirarlo, de pensar en él (sesos inteligentes en la cabeza), de experienciar el contacto con él (comunicación a través del juego), de reconocer y respetar sus organizaciones defensivas (y la defensa extrema de ser “nada”), y luego de ser

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testigo de los estados en que es poseído por la locura de la madre, cuando ésta se enloquece delante de él. También necesitaba el otro tipo de contacto que yo establecí con la madre, mediante el cual pude enterarme de que cuando no está demente es una madre buena y responsable, y una buena esposa del padre.

¿Dónde está él cuando es nada? Creo que en la consulta confió en que yo tenía una imagen mental de él en mi cabeza que él podía rememorar después de que el tren expreso hubiera pa-sado y el tren local pudiera dejar su desvío.

Nota agregada Aunque no afecta el propósito de este artículo, quiero añadir

que después de esta única consulta terapéutica hubo una mejoría clínica considerable, la que se manifestó en la desaparición del bloqueo del niño en sus tareas escolares, señalado por sus maestros; también se manifestó en la actitud general del chico en su casa, sus avances en dirección a la independencia y su capacidad para funcionar normalmente con respecto a sus deposiciones.