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1 PROLOGO “Mis recuerdos” es un documento escrito con el fin específico de informar a mis familiares y amigos más allegados, de los eventos que considero más importantes ocurridos en el transcurso de mi vida, relacionados con mis vivencias personales, tanto en mi vida pública como en la privada. No pretendo que sea este un escrito formal, para su posterior publicación, pues la intención es dejar a mis descendientes una información de primera mano, de quienes fueron sus ancestros y sus múltiples experiencias. Por eso esta narración está hecha en forma, si se quiere, coloquial, de fácil entendimiento para personas de todas las edades, pues aspiro que mis nietos dejen en el futuro próximo sus IPad, celulares, tv etc. para dedicarle un tiempo a la lectura a estos escritos. Si bien en 1

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PROLOGO

“Mis recuerdos” es un documento escrito con el fin específico de informar a mis familiares y amigos más allegados, de los eventos que considero más importantes ocurridos en el transcurso de mi vida, relacionados con mis vivencias personales, tanto en mi vida pública como en la privada. No pretendo que sea este un escrito formal, para su posterior publicación, pues la intención es dejar a mis descendientes una información de primera mano, de quienes fueron sus ancestros y sus múltiples experiencias. Por eso esta narración está hecha en forma, si se quiere, coloquial, de fácil entendimiento para personas de todas las edades, pues aspiro que mis nietos dejen en el futuro próximo sus IPad, celulares, tv etc. para dedicarle un tiempo a la lectura a estos escritos. Si bien en algunos episodios me extiendo a pasajes importantes de la vida nacional y universal, transcurridos durante mi vida, lo hago, además del interés de llevar información importante para las futuras generaciones, el fin primordial es encuadrar mis años de vida, dentro de los acontecimientos más importantes que ocurrieron en Venezuela en todas estas últimas décadas y de sucesos trascendentes que conmocionaron al mundo durante estos últimos 86 años.

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HUMBERTO ALCALDE ALVAREZ, 10/29/19,
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MIS RECUERDOS, van dedicados especialmente a la mujer que durante 53 años de mi vida me ha acompañado en mi largo viaje en este mundo terrenal. Ella, con su inteligencia, su madurez intelectual, su trabajo incansable y los valores morales y cristianos que la caracterizan, ha hecho posible muchos de los logros obtenidos, tanto en nuestra vida familiar, como en nuestro tránsito por el mundo militar, académico, político, diplomático y social, al cual nos ha conducido el destino, en el transcurso de nuestra feliz vida matrimonial. Dedicados también a nuestros hijos y esposas: Rubén y Andreina, a Gabriel y Antonella y a Miguel Angel, proyección de nuestras vidas y en quienes depositamos todo nuestro cariño y nuestras esperanzas. Para nuestros nietos: Paulina y Santiago Alcalde Luciani y Margarita Alcalde Melchiori, esperando que algún día lean estas páginas y comprendan porque ellos y sus padres han sido la razón de nuestra existencia. Nada en la vida gratifica más, que el ver crecer a los hijos de nuestros hijos y disfrutar en los años de vejez, de sus travesuras, sus juegos infantiles, su progreso en el crecimiento intelectual y físico y tantas cosas que llenan nuestros corazones de alegría, fe y esperanza. Con nuestros anhelos de que ellos crecerán y vivirán y triunfaran, en un mundo donde las nuevas tecnologías representan un reto para las nuevas generaciones. Indudablemente hay y habrá

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muchos cambios en la forma de vivir, pero el ser humano seguirá siendo el mismo: cuerpo y alma. El cuerpo, por supuesto, cambia con el transcurrir de los año; al alma la podemos modelar. Por eso es tan importante inculcar, en esos niños, desde los primeros años de vida, valores morales indelebles, los cuales marcarán su futuro comportamiento en una sociedad plagada de peligros y tentaciones, la cual exige una recia formación espiritual e intelectual, que les permita afrontar con éxito los retos y desafíos que presentan la sociedad cambiante del siglo XXI. Dedico estos escritos, también, a todos mis sobrinos y a sus descendientes, los Alcaldes y los Pérez, hoy regados por el mundo entero, buscando la estabilidad económica y social que su propio país, hoy, no les ofrece. Vendrán tiempos mejores. Nuestro recuerdo para Luis Javier, quien, a temprana edad, se nos alejó de este mundo, dejando un hálito de bonhomía y rectitud, como hijo y como padre, que hace honor al gentilicio de los Del Castillo Alcalde. Una dedicación muy especial a quienes han dado inicio y vida a este grupo familiar: los abuelos Alcalde Álvarez y Pérez Prieto, ellos fueron un modelo a seguir. Su rectitud moral, sus vidas intachables, su amor por el trabajo, su honestidad y otros tantos valores morales que adornaron su existencia, deben ser norte y guía para todos sus descendientes. Para ellos todo nuestro amor y

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agradecimiento. Dedicación extensiva a mis hermanos, lamentablemente ya fallecidos: Reinaldo y Teresa, Dora y Oscar, Altamira, José Luis y para mi cuñado Miguel Angel. Dedicado también estos escritos a los morochitos Omar y Nelly y a quienes, a propósito, he dejado de últimos: José Alberto y Carmen Teresa. José Alberto, graduado en la Universidad Central de Venezuela, con una Licenciatura en Periodismo y otra en Educación, con un Master obtenido en la universidad de Syracuse y un doctorado en la universidad de La Sorbona en Paris, ha contribuido con su experiencia como profesor de la Universidad de Los Andes, Universidad de Oriente y Universidad del Táchira, también como autor de varios libros de carácter académico y de algunas novelas, en la revisión y acotación de eventos importantes para enriquecer este documento. Carmen Teresa, graduada de Licenciada en Letras, en la Universidad Católica del Táchira y con un master en la Universidad Nacional de México, profesora e integrante, por varios años de la directiva de la Universidad del Táchira, escritora y poetiza, autora de varios libros y escritos sobre la historia cultural y académica de la región andina. Ella, al igual que José Alberto, ha realizado aportes importantes en la revisión de sucesos narrados en “Mis Recuerdos”. Para ambos mi fraternal y eterno agradecimiento. Quiero agradecerle también a mi hijo Gabriel

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por su asesoramiento cibernético, en la solución de problemas técnicos surgidos durante la redacción del presente documento.

Buenos Aires, 17 de octubre de 2019

_____________ MIS RECUERDOS Ira. PARTE__________ En los albores del año 1933 José Antonio Alcalde Perera, un Caroreño, agente viajero, con su esposa Dilia Álvarez Álvarez, también de esas tierras Larenses, arribaba a la hermosa ciudad de San Cristóbal. Los acompañaban sus hijos Reinaldo y Dora, nacidos en la ciudad de Valera, Edo. Trujillo y en sus entrañas llevaba Dilia, mi madre, un nuevo ser a quien pondrían por nombre Humberto Enrique. Así llegué a esa tierra de gracia de los Andes Venezolanos. Más tarde vendrían mis hermanos José Alberto, Omar Antonio I (lamentablemente fallecido cuando tan solo tenía 1 año), luego nacieron los morochos Omar Antonio II y Nelly. Papá dijo entonces: “Dios me bendijo con unos morochos, para reponerme al que se había llevado de mi lado a tan corta edad”. Mi Padre desde los 20 años había trabajado, en la ciudad de Maracaibo, con una compañía alemana en el área comercial, especializada en ferretería. Su trabajo le exigía viajar en mula por las arcaicas carreteras andinas, llevando las

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muestras de las mercancías a todos los clientes de los pueblos donde arribaba. Su proverbial simpatía hizo que ganara innumerables amigos en los sitios a donde llegaba. Tovar, Mérida, Valera, San Cristóbal y gran cantidad de pueblos y ciudades de los andes y del llano venezolano le abrieron sus puertas y facilitaron su misión de venta en estos territorios. A muchas de estas ciudades llegaba con su muestrario, transportado en un arreo de mulas, unas doce, que conducía y cuidaba su ayudante Juan José. También en un fondo falso, llevaba a sus amigos: libros, revistas y periódicos, cuya circulación estaba prohibida en la época del tirano Juan Vicente Gómez. En Maracaibo mi padre conoció a Don Ramón Muchacho, quién, ganado por la honestidad, las condiciones de buen vendedor y la simpatía de aquel jovencito de apenas unos 27 años, le ofreció la gerencia de una sucursal de Muchacho Hermanos, empresa que se dedicaba a la venta de automóviles y otros productos como el café. La nueva agencia se inauguraría en San Cristóbal. Aceptado el cargo, muda su campamento y echa raíces en mi ciudad natal, junto con mamaía, cómo cariñosamente la bautizaron sus nietos, y con mis hermanos, dónde vivió hasta el final de sus días, junto a su novia eterna y siete vástagos que serían la semilla de una prolífica familia, los Alcalde Álvarez. Antes habían vivido dos años en la ciudad de Valera, dónde, cómo se ha dicho,

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nacieron los hermanos mayores, Reinaldo y Dora. Además de su trabajo de la Gerencia de Muchacho Hermanos, mi padre se desempeñó como concejal por el partido político del General Isaías Medina Angarita, para entonces, Presidente de la República, de Arturo Uslar Pietri, y de grandes amigos suyos de la infancia, con quienes compartió aulas en el Colegio “La Esperanza”, del Dr. Ramón Pompilio Oropeza Álvarez, en Carora, como lo fueron los doctores Pastor Oropeza y Francisco Manuel Mármol: el Partido Democrático Venezolano [P.D.V.], el cual llevaba como candidato a la Presidencia de la República al Dr. Ángel Biaggini , igualmente gran amigo de mi padre. Se produjo entonces la insurgencia cívico militar de 1945, la cual trajo como consecuencia el quiebre con la institucionalidad democrática, cuyas bases habían sido trazadas por el paisano General en Jefe Eleazar López Contreras. Al cabo de unos años, mi padre renuncia a Muchacho Hermanos y fue contratado por la Cigarrera Bigott, como gerente de esa compañía y responsable de sus operaciones comerciales en los Estados andinos y parte del Edo. Apure. Esto lo lleva a viajar diariamente por todo el territorio ofreciendo los productos de esa empresa: cigarrillos de las marcas Royal, Alas, Casino, Bandera Roja, Jonrón y otras más, tratando de superar las ventas de la Cigarrera Nacional, la cual ofrecía al público, entre otros, el cigarrillo

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marca Capitolio el cual había ganado gran popularidad entre los fumadores de la región. Mi padre logra en pocos años superar al difícil competidor, su amigo y compadre el Sr. Jesús Baralt Añez. Papá decía jocosamente, que él había formado una familia a base de humo. A los 60 años se retira de la Cigarrera Bigott y se dedica al comercio particular, en especial a la venta de artículos eléctricos, hasta el fin de sus días. De la honestidad de su trabajo, habla el hecho de que desempeña, por más de cuarenta años, el cargo de tesorero ad-honorem de la Cámara de Comercio de San Cristóbal, lo que le hizo merecedor de figurar en la galería de presidentes de dicha Cámara, haciendo compañía a innumerables personalidades que habían tenido esa responsabilidad. Transcurrieron los primeros años de mi vida, en un hogar donde la disciplina firme de mi padre se conjugaba con la bondad proverbial de mi madre. Puedo decir que vivimos una infancia muy feliz. Sin embargo, un hecho vino a enturbiar nuestras vidas. Mamá sufría de problemas graves, relacionados con los riñones, lo cual le causaba frecuentes alzas de la tensión arterial a valores verdaderamente preocupantes. Mi padre la lleva a la ciudad capital Caracas, pero allí no le dieron muchas esperanzas; mamaía estaba condenada a fallecer en pocos años. Pasa un tiempo y una noticia inesperada llega a nuestro hogar. Al comenzar la

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guerra civil española, el Dr. Manuel Corachán, natural de ese país, huyendo de los peligros inminentes que esa conflagración bélica representaba, llega a Caracas en 1936, siendo nombrado Catedrático de Técnica Quirúrgica Anatómica de la Universidad Central de Venezuela. El Dr. Blanco, quien había diagnosticado la enfermedad de mi madre, se comunica con papá para darle la buena noticia de que había consultado este caso con el recién llegado galeno, y él estaba dispuesto a realizar, en el Hospital Vargas de caracas, la operación de riñón que mamá requería. De inmediato empezaron los preparativos de viaje. Nosotros éramos seis hermanos: Reinaldo, Dora, Humberto y José Alberto, de 6, 5,3 y 1 años respectivamente y los morochos Omar y Nelly, recién nacidos. Papá debe entonces, en forma perentoria, reubicarnos mientras él viajaba con mi madre para realizar tan delicada operación, la primera de ese tipo que se haría en el país. En vista de que no contaba con quien dejarnos en San Cristóbal, nos repartió de la siguiente forma. Reinaldo y Dora en Carora en casa de las tías Carmen y Emma. Estas a su vez compartían la casa con sus tías maternas, conocidas con el apodo de Ita y Cha y con su padre, nuestro abuelo Felipe Alcalde Riquel. José Alberto y yo fuimos ubicados en Barquisimeto, José en casa de la tía Ana y yo casa de la prima Carmen Montes De Oca. A los morochos, el Dr.

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Agustín Zubillaga, un familiar, pediatra, residenciado también en Barquisimeto, y quién había atendido a estos hermanos, se comprometió generosamente a cuidarlos, durante la ausencia de mis padres, en su propia casa. Resuelto este problema partieron mis padres para Caracas, llevando para los gastos unas morocotas de oro, que mamaía había recibido de la abuela el día de su matrimonio. La operación fue un éxito y un acontecimiento en la historia de la medicina en Venezuela. Por primera vez se realizaba una operación de este tipo en nuestro país. A ella asistieron, como observadores, médicos y estudiantes de medicina, para presenciar este inédito acontecimiento. Esto ocurría en el año de 1936. Restablecida mi madre Dilia, regresamos todos felices a la ciudad de las colinas verdes, San Cristóbal, dando gracias a Dios por haber salvado ella su vida milagrosamente. Mis padres, de firmes creencias católicas, me enviaron al Colegio “La Salle”, para entonces una institución en la cual, a la par de la formación religiosa, recibíamos una sólida educación académica de alto nivel. Mi mente se abrió a nuevos conocimientos intelectuales, valores morales, espíritu de competitividad y disfrutar del privilegio de tener muchos compañeros y amigos que hasta hoy ocupan un lugar muy especial en mi corazón y en el baúl de mis recuerdos. Nos habíamos mudado para entonces a una Urbanización que

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inicialmente se llamó “Barrio Obrero”, ya que en tiempos del presidente Isaías Medina Angarita, este desarrollo había sido llevado a cabo con intenciones de favorecer a esa clase trabajadora; sin embargo, las viviendas resultaron muy costosas y pocos, o ninguno de ellos, estuvieron en capacidad de adquirirlas, por lo cual gente, como mi padre, de clase media, tuvieron la oportunidad de comprarlas. En este mi nuevo hogar transcurrieron los primeros años de mi vida. Allí se integra, el tres de octubre de 1945, un nuevo miembro de la familia, mi hermana menor Carmen Teresa. Para entonces un acontecimiento de alta repercusión estremeció las estructuras políticas de Venezuela, país que empezaba a destacarse en el escenario mundial por el descubrimiento de ingentes riquezas petrolíferas. Para el l8 de octubre de ese año de 1945, el país despertó con la alarmante noticia de que una revolución cívico militar, liderada por un grupo de jóvenes oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, en connivencia con el Partido Acción Democrática, habrían derrocado al presidente Isaías Medina Angarita, quién para la posteridad ha sido considerado el más auténtico demócrata que haya pasado por el Palacio de Miraflores, sede del Poder Ejecutivo. Ese movimiento tuvo como dirigentes, por la parte militar, al Mayor Carlos Delgado Chalbaud, Mayor Marcos Pérez Jiménez y Mayor Luis Felipe LLovera Páez y,

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por la parte civil, a Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa, los únicos dirigentes que estaban al tanto de la asonada, dándose el insólito caso de que, en los primeros momentos, militantes del partido Acción Democrática, salieran a las calles para defender al gobierno de turno. Otros dirigentes, que ya destacaban ese partido, eran Leonardo Ruiz Pineda y Carlos Andrés Pérez. Estos dos últimos, al igual que Pérez Jiménez, eran oriundos de mi Táchira natal. Entre juegos de Béisbol, juegos de metra y paseos en bicicleta, oíamos la muchachada del Barrio lo que comentaban los mayores…que si el General López Henríquez, jefe de la Zona Militar en San Cristóbal, estaba listo con sus tropas para ir en auxilio del gobierno defenestrado…que el Mayor Ochoa jefe de la Policía de Caracas continuaba resistiendo en defensa de su paisano Medina Angarita…que los generales López Contreras y Medina estaban presos; el Dr. Abdelkader Márquez, hablando a través de la emisora ”La Voz del Táchira”, insultaba a Rómulo Betancourt, el líder civil más prominente de la revolución. Con mis 12 años no entendía mucho lo que estaba pasando, pero si me sentía feliz porque al suspender las clases, podía dedicarme a mi gran pasión deportiva el béisbol. Poco después recibimos la noticia de que se había constituido una Junta Revolucionaria de Gobierno, integrada por Carlos Delgado Chalbaud, Rómulo Betancourt,

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Gonzalo Barrios, Raúl Leoni, Mario Vargas, Edmundo Fernández y Valmore Rodríguez. En el año 1948 se convocó a elecciones y es elegido de manera directa, secreta y universal, con el 80% de los votos posibles, el intelectual y novelista de proyección mundial Don Rómulo Gallegos, autor de la novela “Doña Bárbara”, la cual, hasta hoy sigue ocupando espacios en importantes cadenas de Radio y Televisión del mundo entero. En su gabinete destacaban: el ministro de la defensa Delgado Chalbaud, el ministro de relaciones exteriores el insigne poeta Andrés Eloy Blanco, Pérez Guerrero, Pérez Alfonzo, Pardo Stolk, Prieto Figueroa, Raúl Leoni, Leonardo Ruiz Pineda, Ricardo Montilla, Edmundo Fernández y Gonzalo Barrios. Esta alianza cívico militar se rompió, a los 9 meses de ejercicio de este efímero Gobierno, cuando la cúpula militar, liderada por Delgado Chalbaud, irrumpió contra el hilo Constitucional. Delgado asume la Presidencia hasta el 13 de noviembre de 1950, cuando es secuestrado y asesinado por una pandilla dirigida por un “general” de montonera y caudillo falconiano, Rafael Simón Urbina. Asume la Presidencia de la Junta Germán Suarez Flamerich, un civil. Suarez es sustituido por Pérez Jiménez el 2 de diciembre de 1952, tras un desconocimiento, por parte de éste, de los resultados de las elecciones que daban como ganador al doctor Jóvito Villalba, líder del partido Unión Republicana

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Democrática [URD]. Pérez Jiménez es proclamado Presidente Constitucional por una Asamblea Nacional Constituyente, ilegítima, para el periodo 1953-1958. En cuanto a mi vida personal, tengo que recordar las inolvidables vacaciones disfrutadas, en varias oportunidades, en Carora, ciudad natal de mis padres y donde vivían la mayoría de los tíos y primos de mi familia. Llegábamos José Alberto, Omar y yo a la casa de nuestras queridas tías Emma y Tana, hermanas de mi padre. Allí recibíamos su cariño, sus atenciones y su amor, los cuales contribuían al gozo de esos felices e inolvidables días. Compartíamos nuestra estancia casa de las tías, con visitas frecuentes al Hotel “El Comercio”, propiedad del tío Felipe Alcalde [Ipe], donde recibíamos siempre su cariño paternal y el de Mima su esposa y el fraternal de sus hijos Cheché, Chefa, Julietica, Chus, Jacobito y Pastor. El mayor de ellos, Cheché ya un hombre de unos 25 años y Pastorcito de apenas unos 2 o 3 años. Allí, en nuestras dos estancias en Carora en los años 48 y 49, a pesar de nuestra corta edad: 14, 12 y 11 años y luego 15, 13 y 12, compartíamos responsabilidades, con Chefa y Julietica, en la atención de huéspedes y la administración del hotel. A mis 15 años, fue en este cálido y centenario terruño, donde libé mis primeras cervezas, acompañado de primos y amigos, quienes animaban las reuniones con los cuentos y anécdotas,

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relacionadas con sus vivencias en ésa cálida ciudad y en sus vecindades, entre las cuales se destacaban haciendas y fincas, dónde la mayoría de ellos, por provenir de familias dedicadas al negocio de la siembra y el ganado, habían disfrutado su niñez y adolescencia. Estos relatos enriquecieron mis conocimientos sobre Carora y su gente, y conocí, además, personalmente, o por referencias, la enorme cantidad de mis familiares que residían o habían residido en la región. Cheché, más que un primo, se convirtió en mi hermano mayor. Al llegar los viernes de sus faenas como administrador de una de las grandes haciendas agropecuarias de la Región y luego de cambiar sus ropas de faena, llenas de barro producto de su trabajo en el campo bajo el inclemente clima de la zona, salía de su habitación, luciendo siempre una impecable liquiliqui blanco y el tradicional sombrero, popularmente etiquetado como “pelo e` guama”. Me decía: vámonos Humbertico. Nos montábamos en su flamante carro y me llevaba a “La Toñona”, fuente de soda situada en el perímetro de la ciudad, al Club de Ganaderos o al tradicional Club Torres, lugares donde compartía, él Cheché, con amigos, familiares de su edad y algunos de la mía. A quienes yo no conocía me presentaba como el primo de San Cristóbal. La generosidad de Cheché era proverbial, nunca permitía que pagara cualquier cuenta, por mínima que esta fuese, cosa que yo por

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supuesto agradecía mucho, pues mis recursos económicos eran muy escasos, como era natural en un jovencito de tan sólo 14 o 15 años. Otro primo, amigo y más tarde compadre, padrino de confirmación de mi hijo Rubén, fue Oswaldo Álvarez Herrera, conocido por todos como Baloncho. Con él y su familia compartí muchos gratos momentos en la Carora señorial, de donde innumerables familias de apellido Álvarez eran originarias. Era tradicional el matrimonio entre primos, basta decir que mi viejita Dilia era 9 veces Álvarez. Mi padre, en broma, le decía que a ella le tenían reservado un primo, precisamente a Epaminondas, el padre de Baloncho, pero que él había cortado esa racha secular de matrimonios entre primos. Mis viejos se habían enamorado desde los 15 años y se casaron ya de 26. Ambos tenían la misma edad. Los Alcalde eran de origen Falconiano. Mis ancestros, por parte de mi padre, eran de esa región. Mi abuelo Felipe Alcalde Riquel, sastre de profesión, vino desde la Sierra Falconiana a Carora, a cumplir con unos pedidos que los señores de la ciudad le habían encargado, y puso sus ojos en la joven Alsacia Perera Montes De Oca [Mamá Chacha], con quien contraería nupcias tiempo más tarde. La nueva pareja se residencia en la casona colonial de las Perera, mientras el abuelo funda una sastrería a unas dos cuadras de la Plaza Bolívar. Mamá Chacha murió cuando mi padre apenas contaba unos diez años. Allí se

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criaron los cinco hermanos Alcalde Perera, bajo el cuidado de sus tías maternas Ita y Cha. Con ellos también vivieron el tío Andrés Montes De Oca, viudo, con su hijo Salvador, siete años mayor que papá, quien fue un hermano más de los Alcalde. Salvador ingresó al seminario, años mas tarde sería consagrado Obispo de la ciudad de Valencia. En ejercicio de este cargo es expulsado del país por la dictadura gomecista, por condenar la vida irregular del dictador, quien mantenía simultáneamente dos grupos familiares, sin haber contraído matrimonio, ni civil ni eclesiástico, en ninguno de ellos. Monseñor Montes De Oca murió en un convento de monjes cartujos, creo que, en Montecasino, Italia, asesinado por tropas nazis como represalia por haber dado, esta congregación religiosa, asilo a miembros de la resistencia, que luchaban en contra del gobierno fascista de Benito Mussolini, aliado de Adolfo Hitler durante la segunda guerra mundial. Un hecho que marca mi vida para siempre, estando de vacaciones en Carora, fue el fallecimiento del tío Ipe, quien murió en casa de sus hermanas Emma y Tana. Mis hermanos y yo estuvimos, junto a su esposa Mima y demás familiares, en su lecho de muerte, por demás prematura, ya que tan solo contaba cuarenta y nueve años. Durante nuestro periodo vacacional visitamos en Barquisimeto a la tía Ana,

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hermana de mi padre, a su esposo José Villanueva y a nuestros primos Germán, Estela, Julio, Oscar, Hilda, Ligia y Chacha. Allí pasamos José Alberto, Omar y yo días inolvidables, disfrutando del cariño y las atenciones que la tía Ana y los primos Villanueva Alcalde, les brindaban a sus familiares ´”gochitos”. Regresamos a Carora y luego a San Cristóbal; un largo viaje de 3 días, en autobús, por la carretera de tierra conocida como “La Trasandina”, haciendo escalas en las ciudades de Valera y Mérida. “La Trasandina”, construida a pico y pala, durante el mandato de Juan Vicente Gómez, bordeando inmensas montañas y colinas, bajaba y subía en continuo zigzag, la geografía de esas hermosas regiones. Al fin llegamos a nuestra ciudad y a nuestro hogar para recibir abrazos y bendiciones de los viejos, de la tía Isabel Álvarez, una hermana de Mamaía, quien vivió con nosotros hasta el fin de sus días, y de nuestros demás hermanos. Atrás quedaron los recuerdos de dos meses de estupendas y gratificante vacaciones y nos preparamos para seguir nuestra rutina de estudios y vida social y familiar en la villa de Don Juan Maldonado, fundador de la ciudad y bendecida por Dios con un clima, paisajes y riquezas naturales y espirituales, que contribuyeron a la formación moral y ciudadana, que identificaba a la sociedad tachirense y andina, sencilla y austera, de mediados del siglo XX.

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A todas éstas, al principio de los años 49, con mis 15 años, se despertó en mí el deseo de ingresar a la Escuela Militar. Influyeron en ello los hechos recientes ocurridos en mi país y por la información que fluía en libros y revistas sobre los acontecimientos que dieron origen y posterior desarrollo a la Segunda Guerra Mundial. Era yo para entonces un asiduo lector de una pequeña biblioteca de mi padre, donde destacaba una colección de la revista “Selecciones”, la cual ocupaba, en la mayoría de sus artículos, narraciones sobre episodios ocurridos durante esta segunda guerra mundial. Por el sector de los Aliados destacaban los nombres del General Dewigt Eisenhower, Comandante Supremo Aliado en el frente de la Europa Occidental; Winston Churchill, primer ministro de Gran Bretaña; el General Bernard Law Montgomery, principal estratega militar británico; el General George Patton, quien más tarde conduciría, con su valor y regia personalidad, la invasión terrestre a Francia como participante de la Operación “Overlord”; otro integrante del sector aliado era el General galo Charles De Gaulle. En el sector nazi destacó, su líder, el cruel dictador alemán Adolfo Hitler y su par en Italia, Benito Mussolini. En el sector militar germano sobresalió el General Erwin Rommel, uno de los personajes más importantes en el desarrollo de esta conflagración mundial. En 1944 se involucra, Rommel, en un

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atentado contra Hitler; es hecho prisionero y forzado al suicidio, para luego aparentar un mortal accidente. La razón de que Hitler no ordenara su ejecución pública, como correspondía a un “traidor a la patria”, como fue calificado por el régimen nazi, fue simplemente el temor a la repercusión negativa que en esta medida traería en las filas del ejército alemán, dónde Rommel gozaba de inmensa popularidad. En la Unión Soviética aparecía la figura, siniestra e impredecible, del dictador Yosef Stalin, quién inicialmente había acordado con Hitler un pacto de no agresión, el cual se interrumpió cuando Alemania invadió el territorio soviético con la Operación Militar denominada “Barbarroja”, en 1941, creándose el Frente Oriental que a la larga, debido a la férrea resistencia del pueblo ruso y la ayuda fortuita del “General Invierno”, el cual ya había derrotado en su oportunidad a Napoleón Bonaparte, daría al traste con las ambiciones mesiánicas de Hitler y su partido Nacional Socialista Obrero Alemán o Partido Nazi. Indudablemente que todos estos acontecimientos y personajes influyeron en mi vocación militar. Cuando se lo manifesté a mi padre el no estuvo de acuerdo, pues le parecía que levantar anclas a los 15 años era muy prematuro. Sin embargo, un año después, insistí en mis aspiraciones y papá, influenciado por su amigo Don Pablo Suarez, quien había visto graduar a dos de sus hijos en la

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Escuela Militar en fechas recientes, se me apareció un día con un libro editado por el Ministerio de la Defensa donde se conmemoraba la inauguración de la nueva sede de dicha Institución Militar, con referencia a las bondades que ofrecía a los jóvenes aspirantes a formarse como futuros oficiales de nuestro Ejército. Finalmente papá me autorizó para inscribirme como candidato a ingresar a dicha Academia. Me presenté en el Comando de la Zona, cuyo jefe era el General Rafael Arráez Morles, donde fui recibido por el Teniente Jorge Osorio García, perteneciente a una familia de San Cristóbal, muy amiga de la nuestra. Al revisar mis calificaciones del Liceo “Simón Bolívar”, donde yo cursaba secundaria, y observando las altas notas por mí conseguidas en las TRES MARIAS [matemáticas, física y química], el terror de los estudiantes de bachillerato, me profetizó que habría de obtener muy buenos logros académicos en la Academia, en la cual se daba la mayor importancia a estas materias, visto que este Instituto tenía nexos profundos con la Universidad Central de Venezuela. En efecto, en el mes de octubre de 1830, año en que muere El Libertador, se funda en Venezuela “La Escuela Militar y de Matemáticas”, la cual funcionaría como una Facultad de la Universidad Central de Venezuela. Entre sus directores destacan el militar y científico Juan Manuel Cajigal, formado en la Universidad Alcalá de Henares,

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en el Cuerpo de Húsares Montados de dicha Universidad y el también científico y Coronel Agustín Codazzi, graduado en 1810, en la Escuela de Ingeniería y Artillería de Módena y en la Academia de Guerra de Pavía, donde recibe el grado de suboficial de artillería y más tarde, en 1813, el grado de subteniente. Lucha en el ejército napoleónico, siendo ascendido en la Batalla de Dresde a Mariscal de Campo. Luego de servir en los ejércitos ítalo-británico y el holandés, con diferentes grados y en diferentes lugares, viene a parar en Venezuela, destacándose como geógrafo y como director de la Academia Matemática de Caracas. También, entre los insignes directores de este instituto militar debemos mencionar al Coronel Juan Jones Parra, doctor en Ciencias Políticas, profesor, escritor y catedrático. Fue además, fundador del Colegio San Ignacio de Loyola, con sede en la ciudad de Caracas. Con este origen y el devenir de los tiempos, la Escuela Militar de Venezuela estuvo, en la parte académica, orientada hacia los estudios matemáticos, hasta la llegada del General Jorge Osorio García, a la dirección de dicha Escuela, en el año mil novecientos setenta y uno, cuando se hace una revisión de los programas y se orienta la formación del oficial del ejército, dándole la posibilidad de graduarse en una de las especialidades de: Ciencias, Economía o Estudios Sociales, recibiendo los alumnos,

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conjuntamente con el grado de Subteniente, el título de “Licenciado en Ciencias y Artes Militares”. En el pasado, miles de aspirantes a oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, vieron frustradas sus aspiraciones de formarse como tales, por no poseer las habilidades matemáticas que el currículo académico exigía, desestimando su potencialidad en el amplio abanico de la ciencia y el conocimiento universal. Con el visto bueno de mis padres, emprendí esta nueva etapa de mi vida. Caracas, la Sultana del Valle, me esperaba. Allí llego después de mi primer viaje en avión, en un DC-3 de la Línea Aeropostal Venezolana, viaje que estuvo muy agitado. La turbulencia, al pasar sobre los Andes venezolanos, fue realmente preocupante, incluso cayeron bolsos y equipajes que se guardaban en los compartimientos superiores, los cuales para entonces no tenían la seguridad que existe hoy en día en estos aparatos. Sin embargo, yo no le di mucha importancia, pues siempre había pensado que un vuelo en avión, era tal como yo lo había vivido en ese momento. En esos primeros días del mes de junio de 1950 me dirigí en un taxi a la Escuela Militar. Atravesando el pueblo de El Valle, de pronto, apareció imponente el edificio recién construido como sede de dicha Escuela. Allí me reuní con jóvenes procedentes de los cuatro puntos cardinales del país. Caraqueños, maracuchos, margariteños, llaneros, andinos,

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orientales, sureños, todos con la misma ambición y la gran incertidumbre por el paso que estábamos dando, decisivo para nuestro futuro, como profesionales de las armas. Iniciamos las pruebas de admisión quizá unos 40 aspirantes. Pruebas académicas, físicas, psicotécnicas y entrevistas personales a las cuales asistían oficiales de planta, profesores, médicos, capellán y todo el Estado Mayor de la Academia. Era intimidante. Se nos preguntaba sobre diversos aspectos de la vida privada, familiar, cultural y tópicos generales sobre el acontecer nacional. Aunque el país estaba siendo dirigido desde Miraflores por una Junta de Gobierno presidida por el ya mencionado Dr. Suarez Flamerich, quién en el 52 sería sustituido por el presidente de facto Gral. Marcos Pérez Jiménez, el tema político, que yo recuerde, no figuraba en la agenda. Pasadas las pruebas de aptitud ingresamos aproximadamente unos treinta alumnos. Fuimos recibidos con la ceremonia tradicional: cortes de pelo, traslado al casino donde los cadetes más antiguos, brigadieres y alféreces, nos hicieron cientos de jugarretas, como hacernos pasar por debajo de de un conjunto de sillas y luego recogerlas y amontonarlas en un bloque o volverlas a poner en posición para que otros compañeros hicieran la misma prueba. Ponernos a cantar cualquier cosa que divirtiera a los hilarantes espectadores de los cursos superiores. Un alférez

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me dijo que cantara algo. Con voz nerviosa y apagada interpreté un tango de los de Carlos Gardel, de quien yo era y aún sigo siendo ferviente apasionado. Creo no lo hice tan mal, pero esto no podía ser aceptado por mi “torturador”, quien me sometió a nuevas y diversas pruebas físicas [flexiones de brazos, rampar sobre codos y rodillas, saltos estacionarios, causando, todo esto, mi total agotamiento físico]. Fue un bautizo agotador y algo humillante para unos chamos civiles, acostumbrados a que si alguien hería nuestros sentimientos o nos agredía física o verbalmente, pues los resolvíamos a trompadas. En esta nuestra nueva casa, la que una vez fue, y lo seguirá siendo en un futuro cercano, cuando culmine la era del chavismo, cuna de libertadores y forjadores de hombres útiles a la patria, las diferencias o problemas entre superior y subalterno no se resolvían por la vía de la fuerza, sino con el ejercicio del mando, el convencimiento y la subordinación. Aprendimos que el mando debe ejercerse dando el ejemplo y siendo justos y consecuentes con los reglamentos y leyes militares. También aprendimos que la carrera jerárquica militar conlleva la posibilidad de ser víctimas de injusticias, de quienes abusan del poder que les da un galón, una estrella o un sol para impartir órdenes arbitrarias que contradicen los valores éticos, cívicos y morales dentro de los cuales debe formarse un oficial, a

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quien la sociedad le da el privilegio de portar armas para que le sirva y la defienda de posibles opresores, no para agredirla o someterla. En el pasado, y tal como ocurre en estos momentos aciagos para la Republica, la institución castrense ha sido utilizada como trampolín para implantar regímenes de fuerza que han sostenido y aún sostienen gobiernos dictatoriales, vulnerando los derechos fundamentales establecidos en nuestra Carta Magna. Después de unos meses agotadores de entrenamiento, donde se aprende desde pararse firme hasta el manejo de un fusil, período en el cual debo confesar estuve tentado, al igual que otros compañeros, de pedir la baja y regresar a mi terruño querido, San Cristóbal, donde ya mi padre, en vista de mis cartas llenas de angustia donde le planteaba la posibilidad de renunciar a mis sueños de ser oficial de las Fuerzas Armadas, me había inscrito en el Liceo “Simón Bolívar”. Me contarían luego, mis antiguos compañeros del Liceo, que cuando pasaban lista y me nombraban alguno de ellos contestaba socarronamente: “en la Escuela Militar”. Mi voluntad y los sabios consejos de oficiales como el para entonces Tte. Tulio Misael Pernía, comandante encargado de la Compañía “A” a la cual yo pertenecía, me llevaron a escribirle a mi viejo querido: ¡me quedo, esto es lo mío! No me arrepiento de esta decisión. Para mi propia sorpresa, al finalizar el semestre y publicadas

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las notas académicas correspondientes a ese lapso, aparecí como primero en el orden de mérito de mi promoción, algo que indudablemente me llenó de orgullo y me motivó a ejercer ese espíritu de competitividad que me acompañó durante toda mi carrera. Logré conservar ese puesto de mérito, el cual me concedía el privilegio de ser superior jerárquico de mis propios compañeros, en los años posteriores, primero como distinguido del curso y luego como brigadier mayor y alférez mayor. En el acto de graduación, recibí de manos del presidente Marcos Pérez Jiménez el “sable de honor”. También me fue impuesta, por el Embajador de la república del Ecuador, la condecoración de ese país “Abdón Calderón”, en su tercera clase. Premios estos que, tradicionalmente, se otorgaban a quien ocupase el primer puesto en el orden de mérito de su promoción, como fue mi caso. El premio de Buena Conducta fue otorgado al Alférez Simón Paredes Álamo y el de Espíritu Militar al Alférez Luis Silva Tirado. Cuando ya terminaba la premiación, un General chileno, presente en el acto, donó su sable personal, copia del que perteneció al héroe de la Independencia de su país, General Bernardo O’Higgins, a quien había ocupado el primer lugar en el orden de mérito de la promoción, en este caso yo. Fui llamado nuevamente al estrado y recibí, de manos de dicho General, tan honrosa presea. Estos premios

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los logré a pesar de tener un competidor muy difícil de superar, mi compañero y entrañable amigo Carlos Isava Enmanuelli, hombre dotado de una inteligencia fuera de lo común y de un corazón siempre dispuesto para ayudar a quien lo necesitase; de esto son testigos muchos de mis compañeros de promoción y de aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo íntimamente como yo la tuve. Carlos posteriormente fue padrino de bautizo, junto a Anabela, su esposa, de mi segundo hijo Miguel Ángel. Él y sus seres queridos siempre tuvieron las puertas de su hogar, abiertas para recibirme, como uno más de su familia. De mi pasantía en estos cuatro años, en la Escuela Militar, guardo especial recuerdo de su comandante del Cuerpo de Cadetes, más tarde su director, Coronel José Luis Betancourt, oficial que gozó de alta estima entre todos los que tuvimos el privilegio de estar bajo sus órdenes. El Coronel José Luis Betancourt, con su ejemplo, con un ejercicio del mando justo y firme, fue un ejemplo para las nuevas generaciones que se formaron bajo su mando. También debo mencionar a los oficiales de planta Tenientes Ernesto Brandt Torrellas y Carlos Valero Monasterios, quienes fueron oficiales comandantes de nuestro curso contribuyendo, con sus conocimientos, don de mando y con su ejemplo, a nuestra formación como futuros Oficiales de nuestro Ejército.

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También conservo un agradecimiento muy especial para los, Oficiales y Profesores Valentín Montaña Madriz, Jorge Osorio García, Tulio Misael Pernía, Francisco Sánchez Olivares, Carlos Monsalve Duran, Jacotte Arévalo, Hilario Pisani Ricci, Camilo Vetencourt, Rodolfo Castro Becerra, Carlos Julio Mora García, Manuel Antonio Blanco Castillo, para el Coronel del ejército republicano español Domínguez y muchos otros que hoy escapan a mi memoria. En Julio de 1954 recibí mi primer nombramiento, como comandante del pelotón de ametralladoras de la Compañía de Armas Pesadas del Batallón “Carabobo 12”, con sede en Valencia, Estado Carabobo. Allí fui recibido por el comandante de la compañía Capitán Pablo Arturo García Morales quien, más que un jefe, fue un paternal amigo y consejero. Indudablemente él contribuyó notablemente a mi formación como profesional de las Fuerzas Armadas Nacionales. De él aprendí que el trato que se le debe dar a nuestros soldados, raíces y esencia de nuestro pueblo, debe ser justo y firme, pero a la vez enseñarles con el ejemplo que el servir a la patria es un honor y un deber, no un castigo. El Jefe Militar que no es capaz de llegar a los corazones de sus soldados nunca será un líder. Le obedecerán por el temor al castigo y no por convicción. Eso aprendí, en mis inicios como oficial del Ejército Venezolano, y lo practiqué hasta el final de

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mi carrera. Al menos así lo creo. Corresponde juzgarme a aquellos a quienes tuve el privilegio de comandar. Valencia era, para entonces, una ciudad que ya se destacaba, en la geografía nacional, por su cultura, sus emprendimientos empresariales y económicos y por sus hermosas mujeres. Tuve allí, en Valencia, la fortuna de recibir la acogida, en sus respectivos hogares, de las familias Arnesen y Herrera. Había cultivado, durante mi paso por la Academia, la amistad de Gerardo y Augusto Arnesen Ribas y José Antonio Herrera Betancourt. De los padres de estos amigos, el Sr Arnesen y don Lucio Herrera y de sus señoras esposas, guardo el mejor de los recuerdos en mi estadía de 34 meses por esos lares. Como anécdota curiosa, habiendo sido nombrado yo como Oficial Auxiliar de Personal y Logística del Agrupamiento, como se denominaba para entonces lo que sería hoy un Comando de Brigada, llegó el Mayor José Isabel Gutiérrez, a quien yo había conocido en mi paso por la Escuela Militar donde él era oficial de planta y quien ahora se desempeñaba como funcionario del SIFA, órgano de Inteligencia dependiente del Ministerio de la Defensa. Le decía el mayor al Coronel Ferrer, comandante del Agrupamiento, que venía con el encargo de interrogar al Sr. Lucio Herrera quién había publicado, en una revista de circulación nacional, un artículo en contra del gobierno de Pérez Jiménez pero que sabía, don

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Lucio, tenía fama de ser hombre de fuerte carácter y no sabía cómo lo recibiría. Yo imprudentemente interrumpí la reunión y le dije al coronel: yo conozco a don Lucio y visito su casa con frecuencia. Ambos me miraron con cierta sorpresa por atreverme yo a intervenir en una conversación en la cual no tenía “ni arte ni parte”. El mayor con una enigmática sonrisa me dijo: teniente vaya donde don Lucio y dígale que yo deseo hablar con él. Salí en mi carro y fui a casa de los Herrera. Don Lucio me abrió la puerta y saludándome me invito a pasar. Para mi sorpresa, en la sala estaban sentados tres funcionarios de la temible Seguridad Nacional, cuerpo represivo del régimen. Don Lucio, al conocer la misión que me llevaba a su casa, sin más preámbulos se dirigió a ellos y les dijo: ¡señores me voy con el teniente! Los de la Seguridad, quienes habían ido en busca de don Lucio, posiblemente para detenerlo, me miraron con cierto enojo y sin hacer comentario alguno, abandonaron el hogar de los Herrera. Fuimos al Comando y ahí estuvo él, don Lucio, conversando largamente con el Mayor Gutiérrez. De esta conversación no tuve conocimiento alguno. Al terminar la entrevista llevé a don Lucio, nuevamente, a su casa. Durante el trayecto no se trató nada sobre lo conversado con el Mayor Gutiérrez y por supuesto yo tampoco hice ningún comentario sobre el particular. Me agradeció don Lucio mi iniciativa de servirle en

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un momento para el tan desagradable. No recuerdo el resultado de esa investigación.

Otra anécdota de mi pasantía por Valencia fue que un día, en casa de los Arnesen, me enteré de que el hijo mayor de la familia, Celso Arnesen, médico, y Wenceslao Mantilla casado con Carmen Arnesen, se encontraban detenidos, por razones políticas, en la tristemente célebre cárcel de Guasina, ubicada en una Isla del Delta del Orinoco. Este no fue motivo para suspender mis asiduas visitas a ese hogar, donde recibí tantas demostraciones de cariño. Otro episodio anecdótico ocurrió durante la visita oficial del presidente de la República del Paraguay, General Alfredo Stroessner, a la República de Venezuela. Entre los actos programados se estableció una visita del presidente Stroessner, acompañado del General Pérez Jiménez, al Campo de Carabobo, escenario donde se había celebrado, el 24 de junio de 1821, la batalla del mismo nombre, donde los ejércitos patriotas al mando del Libertador Simón Bolívar, sellaron con su victoria, la independencia de la República de Venezuela del Imperio Español, derrotando al ejército realista a cargo del Mariscal de Campo Miguel de la Torre. Para dicho evento fui destacado, al mando de un pelotón, para prestar seguridad física al sitio donde se haría la exposición, al General Stroessner, sobre los hechos transcurridos en aquel memorable 24 de junio. Llegué al lugar, con

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aproximadamente treintas individuos de tropa, y establecí las medidas de seguridad correspondientes. Pasadas unas dos horas observé como una limusina de las usadas por la presidencia se acercaba a bastante velocidad, y sin la presencia de las escoltas que normalmente acompañan estos vehículos, cuando transportan alguna personalidad que demanda este tipo de servicio. Para mi sorpresa, al llegar la limusina al sitio donde me encontraba, se bajó del carro el General Pérez, acompañado del General Stroessner. Este último, en forma apresurada se retiró hacia un pequeño árbol que existía en el lugar, donde sin mayor protocolo procedió a orinar. Yo me le presenté al presidente Pérez y le di las novedades de rigor y le notifiqué la misión de seguridad que me había sido encomendada. Después de recibir mi información y contestar mi saludo militar, él se acercó unos pasos, y casi a mi oído me dijo: “teniente, el General Stroessner, tiene problemas de próstata”. Yo le contesté: “entendido mi general” y me retiré a continuar con la misión de seguridad encomendada. Este pequeño incidente lo reseño como un hecho curioso, vivido en mis primeros años como oficial del Ejército venezolano.Transcurridos los tres años de servicio fui ascendido a teniente y designado como Oficial de Planta de la Academia Militar y Escuela Básica. Fue quizá una de las etapas más importantes en toda mi carrera militar... Allí se formaban los cadetes, futuros oficiales del Ejército, Marina, Aviación y 33

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Guardia Nacional. En casi tres años en esa Academia estuve desempeñando varios cargos: comandante de pelotón, oficial ayudante del comando del Batallón de Cadetes y sucesivamente jefe de la Sección de Materias Generales, de la Sección de Ayudas de Instrucción y de la Oficina Central de Registro, donde se llevaban todos los archivos académicos de los Alumnos. Como jefe de la Sección de Materias Generales, elaboré los programas y los manuales correspondientes para las materias “Moral Militar” y “Urbanidad Militar”, las cuales por primera vez se dictaban en ese Instituto. Estos manuales sirvieron, por muchos años, como libros de texto en las referidas materias. El 1ro. De enero de 1958, estando de vacaciones en mi casa y durmiendo, después de la celebración de la venida del Nuevo Año, mi madre interrumpió mi sueño para decirme que estaban anunciando el estallido de un golpe de estado contra el Gobierno de Pérez Jiménez. De inmediato, como exigen los reglamentos militares, fui al Comando de la Guarnición, donde se me ordenó presentarme en el Cuartel Bolívar, sede del Batallón de Infantería “Ricaurte”. Allí me presenté a su comandante quien, sorpresivamente, me ordenó permanecer confinado en una habitación, sin que se me dieran mayores explicaciones. Supuse esta medida había sido tomada en consideración a rumores de que, en la Escuela Básica, se estaba gestando una sublevación militar, lo cual era cierto; yo estaba informado de ello por varios oficiales de las diferentes 34

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fuerzas militares. El 4 de enero, después de permanecer “retenido” varios días en dicha unidad militar, se me ordenó reintegrarme a mi trabajo en Caracas. Durante mi estadía en el cuartel me fui enterando, a través de oficiales de ese batallón, de los pormenores del golpe de estado liderado por el Teniente Coronel Hugo Trejo y el Mayor Evelio Gilmon Báez quienes, al mando de esa unidad blindada, se habían dirigido a Maracay donde contaban con el apoyo de diversas unidades de la Fuerza Aérea. Sin embargo, esta operación subversiva fracasa e innumerables oficiales fueron tomados prisioneros y enviados a las cárceles del régimen. En mi viaje de regreso a Caracas hice un alto en la sede de mi antiguo Batallón Carabobo, en Valencia, el cual había sido movilizado para tomar las bases aéreas de Maracay. Después de breves combates, el batallón logra su objetivo e impide el posible apoyo de la aviación a la unidad blindada. Al acercarme a las puertas de las instalaciones del batallón me recibió un subteniente que estaba de guardia, antiguo alumno mío en la academia y me dijo: mi teniente es mejor que se vaya porque tengo órdenes de detener a cualquier oficial que intente ingresar a nuestra unidad. Agradecí su gesto al oficial y continué mi viaje. Al llegar a la academia aquello estaba convertido en un hervidero. Una buena parte de la oficialidad subalterna estaba comprometida con la subversión. De inmediato me comunico con varios compañeros oficiales de planta, como el Teniente Av. José Luis Fernández, Teniente de 35

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Fragata Brito Martínez y Subteniente GN Octavio Acosta Bello, quienes eran depositarios de toda mi confianza. Me informaron que la conspiración quedaba en pie, que los Capitanes Párraga Núñez, Valerio Monasterios, Leal Morales todos del Ejército, el Teniente de Navío Márquez Plana de la Marina y otros cuyos nombres escapan a mi memoria se habían incorporado al movimiento. Más tarde se incorporarían el Tcnel. Carlos Elías Arenas Vegas y el May. Moncada Vidal. La situación política se seguía complicando, la confusión de la población era absoluta. Los medios de comunicación solo pasaban noticias del gobierno, pues existía una fuerte censura mediática. En una oportunidad el Teniente Av. José Luis Fernández me invita, para que lo acompañe, a una reunión en “Los Chaguaramos”, en una farmacia, con el Dr. Centeno Lusinchi, su propietario, quien fungía como enlace de la Junta Patriótica ante el sector militar, al menos del que operaba desde la Escuela Militar. Converso brevemente con Centeno y luego me quedo en las afueras de la farmacia, en mi carro, para alertar sobre la presencia de cualquier miembro de la seguridad del Estado. Mientras tanto, José Luis y Centeno coordinaban actividades que se realizarían en el sector civil, con el llamado a una huelga general y, por nuestra parte, la acción militar que se realizaría contra el gobierno. En esos mismos días tuvimos una reunión, los oficiales comprometidos, en el edificio que sería la sede de la Escuela Básica, la cual seguía funcionando 36

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conjuntamente con la Escuela Militar, en las instalaciones de esta última. La inauguración de la nueva sede de la Escuela Básica estaba prevista para el 9 de enero, con asistencia del presidente General Marco Pérez Jiménez y el alto gobierno. En esa de reunión se planteó la posibilidad de dar un golpe de mano durante la realización del desfile con que culminaría dicha inauguración. Sin embargo, se consideró que la presencia en ese acto de altos representantes de la diplomacia (del cuerpo diplomático), comprometería nuestra actuación, en la cual se preveía habría bajas personales que lamentar. Se desecha esta idea y se continúa con el plan inicial que consistía en que, a un llamado del comando subversivo, los oficiales comprometidos haríamos presos a los nos comprometidos o a aquellos que apoyaban incondicionalmente la dictadura. A mí me correspondería hacer prisionero al Mayor Bartolomé Torres, a quien le guardábamos, dentro de la oficialidad, la mayor consideración y respeto por su bonhomía y camaradería en el ejercicio del mando como 2do. Comandante del Cuerpo de Cadetes. Me resultaba difícil y penosa la misión encomendada. Afortunadamente esta operación militar no fue llevada a cabo, pues los acontecimientos posteriores tomaron otro giro. Otro hecho importante, ocurrido días antes de la Inauguración de la Escuela Básica, fue que en un momento dado se convocó al Palacio de Miraflores a todos los oficiales 37

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de planta de la Academia Militar y Escuela Básica de las Fuerzas Armadas. Yo no pude asistir pues, con otros tres o cuatro oficiales, permanecimos de guardia en las instalaciones. Al regreso de la reunión, uno de los compañeros comprometidos me informó que Pérez Jiménez había recriminado duramente a los oficiales presentes pues se tenía certeza, en los órganos de inteligencia del Estado, de la sublevación que se estaba gestando en estas unidades. Asimismo, les notificó que el Batallón Bolívar, el cual se encontraba fuertemente armado y al mando del Tte.Cnel. Simón Medina Sánchez, fiel al gobierno de turno, actuaría sin contemplaciones ante cualquier manifestación de subversión por parte nuestra. Al día siguiente, asistí a una reunión con los Capitanes Párraga Núñez y Valero Monasterios, por quienes sentía especial respeto, pues como oficiales de planta de la Escuela Militar habían sido factor importante en nuestra formación como oficiales del Ejército. Ambos me ordenaron que me acercara, en mi auto, a las cercanías del Batallón Bolívar para otear cuales eran los preparativos militares de esa unidad para un posible ataque armado a nuestras instalaciones. Aunque la distancia entre la Academia Militar y el Comando del Batallón Bolívar era sólo de unos 500 metros, tuve que sortear dos alcabalas antes de llegar a destino. En una de ellas estaba de guardia el Teniente Ramírez Piñerúa, mi compañero de promoción y excelente amigo. Consciente de que Ramirez sería incapaz de 38

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venderme, le conté brevemente lo que estaba ocurriendo. Seguí mi curso y fui observando como al frente de los cuarteles del Batallón Bolívar se habían instalado morteros de 81 y 60 mm y ametralladoras de alto calibre, todas orientadas hacia las instalaciones de la Escuela Militar. También pude ver oficiales y tropa fuertemente armados. Le pedí a un oficial de guardia autorización para hablar con el Teniente Calderón Godoy, también mi compañero de promoción y gran amigo, con el pretexto de que me facilitara una dragona [cordón dorado que se usa en el uniforme de gala para adornar el sable] para el desfile de inauguración de la Escuela Básica. Pasados unos diez minutos vi venir por los pasillos a un oficial superior acompañado de varios oficiales subalternos, entre ellos el Capitán Abdón Rojas Vargas, quien había sido mi superior en el Batallón Carabobo y de quién guardaba el mayor respeto por su inteligencia, su buen humor y su don de mando y quién además era amigo de mi padre. Rojas Vargas era oriundo también de San Cristóbal. El oficial superior, al que me refiero, con voz fuerte me increpa: Tte. Alcalá (no Alcalde) ¿qué viene a hacer Ud. en nuestra unidad? Le contesto que quería hablar con Calderón Godoy, por las razones ya tratadas. Me mira con desconfianza y señalándome el camino de regreso, me conmina a abandonar inmediatamente las instalaciones. Después supe que se trataba del Teniente Coronel Medina, segundo comandante de la unidad, quien de inmediato ordenó la reclusión de 39

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Cátalo, como cariñosamente llamaba a este compañero, quien de paso ignoraba completamente de mi solicitud para entrevistarme con él. Me dirigí hacia mi carro y el Capitán Rojas Vargas se me acercó y me preguntó qué estaba pasando. Escuetamente le respondí “estamos alzados contra el gobierno”. En ese momento oí un grito del comandante para que obedeciera su orden. Regresé a mi Escuela y narré a los capitanes Párraga y Valero lo ocurrido y de los preparativos militares que había observado en el Batallón Bolívar.Días después recibí la orden, conjuntamente con el Teniente de Fragata Brito Martínez, de bajar hasta el Puerto de La Guaira y confirmar si era cierto que el general LLovera Páez había procedido, con el apoyo de tanques de guerra, a desarmar los navíos de la Armada Venezolana anclados en el Puerto. Salimos Brito y yo uniformados, pero consideramos más prudente bajar a La Guaira vestidos de civil. En Los Chaguaramos vivía mi hermano José Alberto, con otros estudiantes de la Universidad Central de Venezuela. Pasamos por su apartamento y allí, con ropa de José Alberto y sus amigos, nos vestimos de civil. También consideramos prudente dejar nuestras armas de reglamento en ese lugar. Bajamos sin contratiempo a La Guaira. Nos acercamos a los barcos, los cuales se encontraban custodiados, creo que por la Policía Militar. Con mucha dificultad, por la lejanía de los navíos, Brito creyó reconocer a un maestre mayor, que se 40

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encontraba a bordo, y después de múltiples intentos para llamar su atención, él lo reconoció y vino hacia nosotros. Allí nos relató que, en efecto, las unidades navales habían sido completamente desarmadas por fuerzas gubernamentales. Con dicha información regresamos a nuestra sede y la hicimos del conocimiento de nuestro comando subversivo.Posteriormente, tuvo lugar la inauguración de las instalaciones de la Escuela Básica. Antes del Acto, pasando revista, me encontré en el Patio de Honor, donde se realizaría el desfile, con mi compañero de promoción Teniente Javier Escalona Herrera. Escalona comandaba un destacamento de la Policía Militar que prestaba protección a la Comitiva Presidencial. Me dijo Escalona: “Alcalde no se atrevan a intentar algo”, y me señaló hacia las azoteas tanto de la Escuela Básica como de la Escuela Militar. Al levantar mi vista pude ver decenas de Policías Militares, apostados en el sitio, fuertemente armados. Le contesté a Escalona que no se preocupara que todo transcurriría con absoluta normalidad. No sé hasta qué punto Escalona estaba enterado de lo que venía ocurriendo en La Escuela. El Acto se realizó sin contratiempo, aunque, estando al mando de unos de los pelotones de cadetes que desfilaba, percibí cierto nerviosismo por parte de éstos, posiblemente por la presencia ostentosa del personal de seguridad que acompañaba al presidente y demás integrantes del gobierno y del Alto Mando Militar. Continuaron las coordinaciones de 41

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la sublevación con oficiales de otros cuerpos militares y con la Junta Patriótica. Debido a la grave crisis política y militar que estaba viviendo el país, el Ministerio de la Defensa ordenó, a todas las unidades, el acuartelamiento de todo su personal militar. Llegado el 22 de enero en la noche, fuimos convocados los oficiales a una reunión en la dirección de la Escuela. Al llegar noto que estaban todos los Oficiales de planta presentes, los comprometidos con el movimiento, así como los que no lo estaban. Alguien me informa que ha habido un cambio de planes, y que se tomó la decisión de plantearle la situación de nuestra inconformidad con el régimen, al director Coronel Pedro José Quevedo. Tomó la palabra el Capitán Párraga Núñez quien explicó todo lo que se había venido planificando en esos días, para desconocer el gobierno de Pérez Jiménez, así como de los diferentes contactos que se habían establecido con otras unidades militares, igualmente inconformes con el rumbo que, en los últimos años, había tomado la política nacional. Quevedo hizo algunas llamadas telefónicas y pudo constatar que el gobierno sólo contaba con el apoyo incondicional del Batallón Bolívar, la Policía Militar y quizás con una que otra unidad del interior del País. Pérez Jiménez, al enterarse de la actitud subversiva de la oficialidad de la Escuela Militar y Básica y ante un comentario de su compañero de lucha y de gobierno, el General Llovera Páez, quien jocosamente le habría dicho: “compadre vámonos, porque esto no retoña”, 42

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señalando con su mano la parte superior de su cuello y presionado además por la Huelga General, convocada por la oposición, la cual mantenía paralizado al país, Pérez Jiménez decidió abandonar Venezuela y su poder omnímodo. Se dice que éste, antes de salir hacia el aeropuerto de La Carlota, habría comentado: ¡yo no voy a matar cadetes! La madrugada del 23 de enero, el silencio de la noche fue interrumpido por el rugir de los motores del avión presidencial, el cual el pueblo había bautizado “la vaca sagrada”. De inmediato empezaron a llegar personalidades militares y civiles a la Escuela Militar, donde, desde horas antes, había salido al aire Radio Caracas con un transmisor instalado en una de sus salas. Desde de allí se anunció al país, de la inminente salida de Pérez Jiménez, acompañado de algunos de sus más allegados colaboradores y de su familia, hacia la Republica Dominicana, donde fue acogido con beneplácito por el dictador Rafael Leonidas Trujillo. Se efectuó, de seguidas, en el Salón de Honor de la Escuela una reunión presidida por el Contralmirante Wolfang Larrazábal, el oficial de mayor antigüedad entre los presentes. En dicha reunión se constituyó una Junta de Gobierno integrada por el mencionado Contralmirante Larrazábal, el Coronel Ej. Pedro José Quevedo y el Coronel GN Carlos Luis Araque, quienes, acompañados de una caravana integrada por oficiales de las Fuerzas Armadas, entre los cuales me encontraba yo, y con periodistas de diversos 43

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medios de comunicación y otras personalidades, tomamos rumbo hacia el Palacio de Miraflores, sede del Poder Ejecutivo Nacional. Allí ocurrió algo imprevisto: la instalación había sido tomada por un grupo de oficiales, afines a Pérez Jiménez, comandados por el Coronel Ej. Roberto Casanova y el Coronel Av. Abel Romero Villate. Al inicio se presentó una situación bastante confusa, pero todo volvió a la calma cuando los dos grupos se pusieron de acuerdo y la Junta de Gobierno convino en que Casanova y Romero pasaran a formar parte de dicha Junta. Cuando se dió a conocer esta noticia, la oficialidad que había desconocido al gobierno perezjimenista no aceptó la presencia de Casanova y Romero. El pueblo asumió la misma actitud. Las protestas, cada vez más intensas de la multitud que rodeaba Miraflores, se hicieron sentir en los corredores del Palacio. En vista de lo cual, los coroneles Casanova y Romero, renunciaron a sus respectivos nombramientos. Se tomó entonces la sabia decisión de nombrar una nueva junta cívico-militar, integrada por el Contralmirante Wolfang Larrazábal {presidente}, el Coronel [Ej.] Pedro José Quevedo, el Coronel [GN] Carlos Luis Araque, Señor Eugenio Mendoza y el Dr. Blas Lamberti. Como secretario de la Junta fue designado el Dr. Edgar Sanabria, abogado de gran prestigio, profesor de derecho en las Universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Santa María y de Historia del Derecho en la Escuela de las Fuerzas Armadas de Cooperación, hoy Guardia Nacional. Con 44

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la presencia de civiles en la Junta de Gobierno se le dió más representación al pueblo y se enfatizó el carácter democrático de la oficialidad de las Fuerzas Armadas que insurgía en contra de la dictadura militar de Pérez Jiménez. El 7 de diciembre del 58 se celebraron elecciones libres en el país, resultando electo el Sr. Rómulo Betancourt, líder del partido político Acción Democrática, con el 49.18 % de los votos. En la Academia Militar fue nombrado director de ésta el Coronel Juan Merchán López. Como comandante del cuerpo de cadetes el Mayor Francisco Sánchez Olivares. Yo fui designado ayudante de dicho comando. En el período 1958-1959, además de la ayudantía del Cuerpo de Cadetes, desempeñé, en forma sucesiva, los cargos de Jefe de La Sección de Materias Generales, jefe de la Sección de Ayudas de Instrucción y jefe de la Oficina Central de Registro. Yo había ganado fama de buen organizador. De allí mis nombramientos sucesivos en una Institución que se estaba preparando para adaptarse a su nuevo rol de Academia Militar y Escuela Básica, pasando de aproximadamente 300 alumnos a 1000, pues allí ingresaban todos los aspirantes de las tres Fuerzas Armadas clásicas: Ejército, Marina y Aviación, así como de las Fuerzas Armadas de Cooperación. Un hecho, tal vez producto de la efervescencia política y la conmoción social que vivió el país a la caída de Pérez Jiménez, fue la publicación, en el diario matutino “El Universal”, en la sección “Correo del Pueblo”, de un escrito firmado por un tal Juan 45

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Pérez, donde se denigraba e insultaba groseramente al cuerpo de cadetes de la Escuela Básica de las Fuerzas Armadas, de la cual yo era oficial de planta. Indignado por dicha afrenta le contesto, por el mismo medio periodístico, al ofensor de nuestro Instituto, desafiándolo en forma subliminal, a un enfrentamiento personal. Mis palabras fueron: “el honor se defiende con el honor, deme usted esa oportunidad”. Cuando salió la publicación de mi pequeño pero contundente artículo, éste recibió la aprobación de muchos compañeros de la oficialidad de planta, pero sobre todo de los alumnos del cuerpo de cadetes. Un grupo de ellos se me presentó para manifestarme su regocijo y solidaridad por la actitud, por mí, asumida en defensa de la dignidad, tradición y de los valores morales y ciudadanos que caracterizaban a ese instituto en la formación de los futuros oficiales de nuestras Fuerzas Armadas. Más tarde se celebró una reunión de los ofíciales de planta, convocada por nuestro director para entonces, General José Eliseo Medina Arellano. Entre los puntos tratados, el director comentó el incidente reflejado en los artículos del mencionado medio periodístico. Me recordó públicamente, que para que un oficial publicara un documento de esta índole, se requería de la autorización del órgano superior, en este caso la dirección del instituto que él ejercía; luego de esta suave amonestación agregó: “lo felicito por su actuación…muy valiente”. Este gesto del General Medina Arellano lo agradecí eternamente. Por este 46

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Superior siempre sentí el mayor respeto y admiración por su excelente desempeño como comandante del Batallón “Carabobo”, donde yo había sido su subalterno. Durante mi ejercicio profesional, en la Academia Militar, fui profesor de las materias de Infantería, Mapas y Aerofotos, Pedagogía Militar, Equipos de Comunicaciones y de varios tipos de armas usados, para ese entonces, en las Fuerzas Armadas. También ejercí los profesorados de Geometría Analítica, Cálculo infinitesimal y Dibujo Técnico, para los cuales me había preparado en mis estudios en la Escuela Militar y en la Universidad Católica Andrés Bello. En esta Universidad había ingresado como alumno de la Facultad de Economía, en los cursos nocturnos sin el conocimiento de quienes, para entonces, eran mis superiores. En esa época, la del gobierno de Pérez Jiménez, se requería de un permiso especial para realizar estudios universitarios, el cual era casi imposible de obtener. Todas las tardes, de lunes a viernes, a las 5 pm yo salía uniformado de mi trabajo, me dirigía a un estacionamiento cercano a la Universidad Católica y allí, previo convenio con el vigilante, me vestía con traje civil. Al terminar las clases, aproximadamente a las 11 pm, iba al estacionamiento, me colocaba nuevamente el uniforme, y volvía a mi Academia, donde residía, pues aún permanecía soltero. Logré aprobar los primeros cuatro semestres de la carrera de Ciencias Económicas. Con la caída del gobierno del General Pérez Jiménez solicité el permiso, a mi jefe el mayor 47

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Sánchez Olivares, para continuar mis estudios en el tercer año de la Carrera. Simultáneamente apareció un aviso del Ejército, llamando a oficiales, con el grado de tenientes, a un concurso para optar a cuatro becas para seguir estudios en el prestigioso “Instituto Militar de Ingeniería” de la Republica del Brasil. Nos presentamos aproximadamente veinte aspirantes a dichas becas y logré obtener una de ellas. En febrero de 1960 partía rumbo al Brasil. Al llegar a dicho país, por cierto, en pleno carnaval, nos presentamos los Tenientes Carlos Isava Enmanuelli, Oscar Cabrera Hernández, José Antonio Linares Contreras y yo en la Agregaduría Militar de Venezuela a cargo del Coronel Simón Adolfo Medina Sánchez, de quién recibimos una excelente receptividad y sus sabios consejos para nuestro comportamiento y desempeño como alumnos de este Politécnico Militar situado en “Praia Vermelha”, Rio de Janeiro. Allí cursé mi carrera de ingeniería en la especialidad de comunicaciones, la cual fue reconocida más tarde, por decreto del Ministerio de Educación del Brasil, como de “Comunicaciones y Electrónica”. Fueron épocas de intenso estudio pues eran, y son, muy altas las exigencias académicas de este Instituto; por ejemplo, si se reprobaba una materia se perdía el período académico y el derecho a continuar la carrera en esa Casa de Estudios. Sin embargo, si eso ocurría, se podían continuar los estudios en otra Universidad del Brasil, pero en nuestro caso como oficiales de la Fuerzas Armadas Venezolanas, eso significaba tener que 48

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regresar al país, y por ende, perder la beca. El monto de la misma correspondía al sueldo de teniente, reconocido en dólares a 3.35 Bs, lo cual llegaba aproximadamente a 800$. Esta suma me permitía vivir holgadamente en ese país, en Rio de Janeiro, la “ciudade maravilhosa”, particularmente por el hecho de que Brasil atravesaba, para entonces, por una crisis económica inflacionaria que nos favorecía notablemente en el cambio de moneda. Esto me permitió pagar totalmente, por el sistema de cuotas, una parcela que había adquirido en la naciente Urbanización “Macaracuay,” en el Este de Caracas. Antes de mi salida para El Brasil, con mis ahorros, había pagado la cuota inicial de 20.000 Bs. En esos cuatro años, además de mis estudios, pude disfrutar de la belleza arquitectónica y ambiental de esa ciudad con sus hermosas y concurridas playas, sus bellas mujeres, más la receptividad del pueblo brasilero. Los principales atractivos eran el paseo al Cristo Redentor, al Teleférico de Pan de Azúcar, Ipanema, Barra de Tijuca, la Petrópolis Imperial y Copacabana, lugar éste donde residíamos gran cantidad de venezolanos: oficiales de las Fuerzas Armadas y civiles estudiantes de los diferentes Institutos Militares y Universidades de Rio. Allí tuve la oportunidad de encontrarme con oficiales que habían sido mis profesores en la Academia Militar como el Mayor Jorge Osorio García excelente profesor de Infantería. Osorio, más tarde, ya con el grado de general, fue director de la Academia Militar, graduando varias promociones. Como tal 49

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introdujo cambios importantes en la formación militar y académica del futuro oficial del Ejército Venezolano. En San Cristóbal, mi familia y los Osorio García guardaban una estrecha amistad. También encontré en Río al Mayor Edgar González Pérez quien había recibido a nuestra promoción, al ingresar a la Academia Militar el año 1950. Desde entonces, con su recia personalidad y su ejemplo, nos había inculcado los conocimientos básicos del soldado y los valores morales que he tratado de conservar durante toda mi vida. Igualmente tuve la oportunidad de tratar al Mayor Juan Manuel Sucre Figuerella, oficial de innegables virtudes militares y cristianas. Más tarde, con el grado de General, sería Jefe de la Casa Militar del presidente Rafael Caldera y Comandante del Ejército. También se encontraba, en esa ciudad brasileña, el Mayor José Diómedes Quintero Silva. Años más tarde, como Coronel y después como General, Quintero, sería mi jefe en el Servicio de Comunicaciones y Electrónica del Ejército y del Servicio de Comunicaciones y Electrónica del Ministerio de la Defensa, respectivamente. A él debo gran parte del éxito que haya podido tener en mi carrera, como militar y como ingeniero. El dinamismo, interés, entrega y constancia de este oficial en el cumplimiento de sus responsabilidades, para la superación tecnológica de nuestro Servicio de Comunicaciones y por tanto de nuestras Fuerzas Armadas, fue notable. Su actitud me sirvió de inspiración y ejemplo en el cumplimiento de mis 50

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funciones y responsabilidades como jefe del departamento de ingeniería en dichos servicios, y luego en mi desempeño como subdirector y director de la Escuela de Comunicaciones y Electrónica. Todos estos Mayores, anteriormente nombrados, eran alumnos del Curso de Estado Mayor, en la Escuela Superior de Guerra del Brasil, la cual funcionaba en un edificio cercano al Politécnico Militar, donde yo estudiaba. En la Embajada de Venezuela, en la ciudad carioca, recibimos el apoyo y la amistad de su Embajador Dr. José Luis Salcedo Bastardo. Similar respaldo encontramos en la Agregaduría Militar, a cargo del Cnel. Simón Medina Sánchez, ya mencionado, así como de los oficiales Mayor [Av.] Enio Ortiz y Mayor [Ej] Pedro Alcántara Leal Morales, quienes me brindaron su amistad y me facilitaron toda su ayuda, para la solución de los diversos problemas, de carácter oficial y personal, que deben enfrentarse cuando se vive en un país extraño. Las casas del Teniente Coronel [Av.] Luis Hernán Paredes, y de su esposa Elba, así como la del Mayor [G.N.] José Antonio Martínez Umpierrez, y de su esposa Mercedes, se convirtieron en mis segundos hogares. Sus puertas siempre estuvieron abiertas para mí. Allí pasamos gratos momentos animados por el buen humor, tanto de Paredes como de Martínez, quienes siempre tenían un chiste o una anécdota a flor de labios. Todo esto condimentado con la exquisita cocina de Elba y Mercedes, sus esposas, lo que completaba el ambiente perfecto para las reuniones 51

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frecuentes que manteníamos con estas dos queridas y recordadas familias. Hernán Paredes era cursante de Estado Mayor, en su rama, la aviación militar. Martínez Umpierre cursaba en ingeniería civil, en el mismo instituto donde yo estudiaba. Posible y lamentablemente, algunos nombres escapan a mi memoria. Estos recuerdos los escribo, después de transcurridos más de 60 años, desde la ciudad de Buenos Aires, en Argentina, lejos de todos mis archivos los cuales quedaron en Caracas. Hace varios meses pensábamos en regresar allí, pero la situación lamentable en que vive nuestro país, problemas de servicio público en nuestro edificio y los oportunos consejos de familiares y amigos, quienes consideraban no era oportuno este regreso, han prolongado nuestro viaje. Volviendo al Brasil, terminados mis estudios, en acto solemne celebrado en el anfiteatro del Politécnico recibí, de manos de su director, el título de Ingeniero de Comunicaciones. De inmediato regresé a Venezuela. Después de disfrutar de mis vacaciones navideñas en San Cristóbal, regresé a Caracas. Allí fui nombrado jefe de la Sección de Ingeniería del Servicio de Comunicaciones del Ejército. El Capitán Carlos Isava Emmanueli, mi compañero de promoción, tanto en la Academia Militar como del Instituto Militar de Ingeniería de Brasil, también fue designado para trabajar en este Servicio de Comunicaciones, pero lamentablemente, seis meses después, solicitó su baja del 52

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Ejército. Ésta le fue concedida. En poco tiempo, Carlos, se destacaría como un exitoso empresario en el área de comunicaciones. Días después, visité la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la UCV, para entrevistarme con su director, el Ing. Roberto Chang Mota. Chang me recibió en su despacho con suma amabilidad. Le comenté mi intención de revalidar mi título de Ingeniero de comunicaciones y le entregué el documento donde aparecían las materias cursadas. Él me informó que como ese título de Ingeniero de Comunicaciones no se otorgaba, todavía, en ninguna universidad venezolana, yo podía optar a la convalidación de dicho título, lo cual se podía hacer en la dirección a su cargo y, que, una vez aprobada esa convalidación, podría inscribirme en el Colegio de Ingenieros de Venezuela, como en efecto lo hice algunas semanas más tarde. Luego recibí la grata sorpresa de, que viendo mi plan de estudios, donde constaba que había cursado las materias Electrónica I, II, III y IV con la nueva técnica del transistor, que reemplazaba el tubo con que tradicionalmente se estudiaba y se construían los equipos eléctricos y electrónicos de la época y en vista de que la Universidad estaba necesitando de profesores en dicha materia, me ofreció contratarme, por cuatro horas semanales, para desempeñarme como tal. Con el permiso correspondiente del Ministerio de la Defensa, acepté orgulloso el cargo en el cual permanecí cerca de doce años. Durante ese tiempo dicté las materias “Electrónicas I, II, 53

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III y IV”, en la Escuela de Ingeniería Eléctrica y de “Circuitos Eléctricos”, en la Escuelas de Química y Mecánica de dicha Universidad. Este permiso me fue concedido por el coronel Arellano Moreno, a pesar de que se sabía que la Universidad Central era un foco guerrillero, donde los miembros de la subversión ultraizquierdista buscaban refugio, cuando se veían acorraladas por los organismos de seguridad del Estado. Yo lo pude palpar personalmente en varias oportunidades. En una de ellas, cuando me acerqué a una cartelera, donde se informaba del cerco que, unidades militares, habían tendido a grupos guerrilleros comandados por Douglas Bravo, legendario jefe de una de una de esas bandas armadas, que operaba en la sierra falconiana, sentí se había colocado a mi lado, un joven guerrillero, uniformado, el cual portaba en la parte superior de su brazo derecho las iniciales F.A.L.N [Fuerzas Armadas de Liberación Nacional]. Prudentemente me retiré de dicha cartelera, pensando que ese guerrillero no se imaginaba cuan cercano había estado de un oficial del Ejército al cual él combatía. Este grupo subversivo era comandado, para entonces, por el Mayor Ej. [R] Juan de Dios Moncada Vidal. Moncada había sido uno de los jefes militares, participantes en el fallido golpe de Estado, dirigido por el entonces ministro de la defensa General Jesús María Castro León, contra la Junta de Gobierno presidida por el Contralmirante Wolfgang Larrazábal. Posteriormente, Castro León lideró un nuevo golpe, desde Colombia, donde estaba 54

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exilado. Con algunos contactos que había hecho logró tomar parcialmente la guarnición del Estado Táchira. Fracasado su intento, trató de huir a Colombia disfrazado de campesino. Precisamente unos lugareños lo reconocieron y detuvieron cuando, a pie, en Capacho, intentaba alcanzar la frontera. Esas mismas personas lo entregaron a las fuerzas militares leales al gobierno. Castro es trasladado a Caracas y confinado en el Cuartel San Carlos, cárcel militar, donde muere más tarde, víctima de un infarto al miocardio. Además de la Universidad Central, más tarde dicté las materias de electrónica en las Universidades Metropolitana y Simón Bolívar. En esta última, inauguré la carrera de comunicaciones, dando la primera clase con que se iniciaba dicha especialidad. Por dos semestres fui también profesor en el Politécnico Sucre. En tanto, en la Academia Militar ya dictaba las materias de Física I [mecánica] y Física II [Circuitos Eléctricos] y en la Escuela de Comunicaciones y Electrónica del Ministerio de la Defensa, dicté la materia “Sistemas de Comunicaciones”, al “Curso Integral” de ese Instituto.El 5 de Julio del 65, ascendí al grado de Mayor. Dicho ascenso lo festejamos los compañeros de promoción y familiares en la Casa “Guárico”. Esta sede estaba presidida entonces por el Capitán Pedro Amaral Rodríguez, quien gentilmente nos abrió las puertas de esa casa regional. Fue un acto muy sencillo. Dirigí unas cortas palabras a la audiencia presente,

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recordando nuestros tiempos de cadetes y la nueva responsabilidad que adquiríamos al asumir un grado de nivel superior. En las Fuerzas Armadas Venezolanas, se consideraban entonces como oficiales subalternos a los Subtenientes, Tenientes y Capitanes. Los Mayores, Tenientes Coroneles y Coroneles tenían el rango de oficiales superiores. En la cúspide del escalón estaban los oficiales con el grado de General. Agregué en mis palabras, que, de ahora en adelante nuestra responsabilidad, con la Institución castrense y con nuestra sociedad, era aún mayor, pues se suponía que, con nuestro ascenso, ocuparíamos cargos más relevantes. Yo continué en el cargo de Jefe de la Sección de Ingeniería del Servicio de Comunicaciones del Ejército. Allí recibí la misión, entre otras, de diseñar un Sistema de Comunicaciones de Microondas para esa Fuerza, extensivo a ciertos organismos militares y de seguridad del Estado. Esto era “mucho camisón pa’ Petra” como se dice en el argot popular, pues yo no tenía la experiencia ni el asesoramiento necesario, dentro de la organización militar, para realizar un proyecto de esa magnitud. Mi jefe para entonces el Teniente Coronel Arellano Moreno, oficial de muchos méritos, graduado en la Escuela de Clases de La Grita del Ministerio de la Defensa, había realizado exitosamente los cursos operacionales y técnicos relacionados con la especialidad y se había convertido en una

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autoridad en los sistemas de comunicaciones eléctricas militares, que existían para la época. La introducción en el mercado en Venezuela, de la novedosa comunicación a través de Circuitos de Microondas, la había hecho pocos años antes, una Oficina de Comunicaciones cuyo nombre no recuerdo, la cual estaba a cargo del Ing. Alberto Maman. Con un grupo de jóvenes ingenieros, al igual que él, fueron construyendo una Empresa Estatal que luego tomaría el nombre de COMPANIA ANONIMA TELEFONOS DE VENEZUELA (CANTV). El Teniente Coronel Arellano tenía relaciones de trabajo con dicha oficina y me puso en contacto con ella. Allí me asignaron como asesor al Ingeniero Clemente Gooding, una autoridad en la materia y una persona dotada de increíbles virtudes humanas: humildad, compañerismo, paciencia y habilidad para explicar y analizar problemas complejos. Gooding era profesor titular en la U.C.V. y más que mi asesor, fue para mí un profesor y un amigo. Pasamos muchas horas trabajando juntos en el diseño del Sistema de Microondas. Clemente, en forma muy gentil, se ofrecía a supervisar, ocasionalmente, el trabajo por mí realizado con la colaboración de todo el equipo directivo del Servicio de Comunicaciones del Ejército y de oficiales, suboficiales y técnicos del mismo Servicio. Este proyecto se continuó con las directrices emanadas de los sucesivos directores que pasaron por ese cargo, durante el

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lapso 1965 al 69. Al Teniente Coronel Arellano lo sustituye el Coronel Arnaldo Cáceres Puerta. Cáceres era un trabajador incansable y uno de los oficiales más honestos que conocí en mi carrera militar. Luego asumió el cargo el Cnel. José Diómedes Quintero Silva oficial proveniente, también, de la excelente Escuela de Oficiales de la ciudad de La Grita, Edo. Táchira. El Coronel Quintero era un gran relacionista, tanto con el personal militar y civil que trabajaba en el servicio, como con representantes de organismos públicos y privados de la nación. El motoriza y da gran empuje al proyecto del Sistema de Comunicaciones del cual hablamos anteriormente. También hizo cambios sustanciales en la organización del Servicio, para hacerlo más efectivo en su desempeño operacional. Esto fue decisivo en la planificación y apoyo técnico que, durante el ejercicio directivo del Teniente Coronel Arellano, Coronel Cáceres y ahora con el del Coronel Quintero, se venía prestando a las unidades operacionales que combatían los focos guerrilleros extendidos por todo el país para esa época. Los oficiales, suboficiales y tropa combatientes, en su experiencia en la lucha armada, aprendieron así la importancia de las comunicaciones alámbricas e inalámbricas en dichas circunstancias. Muchos de ellos venían a nuestras oficinas, no sólo para solicitar asesoramiento en el manejo y operación de

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equipos, sino que en algunos casos traían sugerencias para el mejoramiento del alcance operacional de un determinado componente, por ejemplo: el uso de antenas improvisadas en sitios carentes de todo apoyo técnico, uso de partes de equipos inutilizados para reparar los que aún permanecían operativos, empleo de equipos de comunicaciones, en la coordinación de operaciones combinadas, realizadas con otras fuerzas militares y organismos de seguridad del Estado, etc. Estas experiencias nos servían para mejorar nuestro servicio de apoyo, adaptando nuevas técnicas operacionales, para el uso de los equipos adecuados para enfrentar una guerra tan compleja y diversa como lo es la guerra de guerrillas. Es justo mencionar aquí el trabajo incansable, muy profesional, de oficiales, suboficiales y técnicos civiles del Servicio. Ellos con su experiencia y conocimientos contribuyeron en la ejecución de estos planes, así como a la construcción y mantenimiento de equipos de comunicaciones. Estos equipos reforzaron la capacidad combativa de nuestras tropas, en la cruenta y prolongada lucha contra la subversión armada que pretendía tomar el poder, político y militar de la nación, por la vía de la violencia. En esa lucha salieron victoriosas las Fuerzas Armadas, así como los organismos de seguridad, oficiales y privados que, conjuntamente con el pueblo mayoritario, querían vivir en

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democracia. Así fueron derrotados los grupos paramilitares que, apoyados por Cuba y otros países y sectores representativos del comunismo internacional, pretendían socavar nuestras raíces existenciales e institucionales, las cuales habían permitido a nuestra patria, presentarse ante el mundo como un ejemplo de democracia. Ejemplo, concretado en el funcionamiento y respeto de la autonomía de los poderes públicos [Ejecutivo, Legislativo y Judicial], como entes reguladores de la actuación de los gobernantes, elegidos en votaciones universales, directas y secretas, con una aceptable transparencia. Lamentablemente, hoy Venezuela vive el derrumbe de todos esos valores políticos, sociales, económicos, morales y militares que en el pasado fueron garantía, tal vez con deficiencias, para el progreso de la nación y para la seguridad personal y respeto a los derechos humanos de los ciudadanos, así como de sus instituciones eclesiásticas, empresariales, comerciales, educativas, gremiales y todas aquellas que contribuyen a construir el andamiaje necesario para construir un gran país. Ese andamiaje colapsa en las manos ignorantes, inexpertas y corruptas que han dirigido a su antojo los destinos de la nación, a partir del año 2000. Tornando a mi vida profesional, el año 1965 fui convocado para realizar el “Curso Integral Asociado” en la Escuela de

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Ingeniería del Ejército. Este Curso había sido organizado para oficiales que, por haber estado en el exterior o por otras razones, no habíamos estado presentes cuando se realizaron los Cursos Avanzados regulares, de las diferentes Armas y Servicios. A dicho curso concurrimos diez oficiales que habíamos estudiado Ingeniería en diferentes especialidades y en diferentes países del Continente Americano. Igualmente lo cursó un oficial, graduado de Economista en la Universidad Central de Venezuela quién, por razones de salud, no había realizado el Curso Avanzado de Blindados que, por ser su Arma, le correspondía. Los compañeros de curso eran los Mayores Tomás Abreu Rescaniere, Gabriel Rico, Francisco González La Greca, Juan Ramón Guilarte Espinoza, Mike Betancourt, Antonio Martínez Serrano, Ramón Arnaldo Montilla Terán, Fernando Rodríguez Guardia y los Capitanes Guillermo Antonini Pacheco y José Antonio Linares Contreras. Fue un curso muy intenso y complicado ya que abarcaba doctrinas, organización y operatividad de todas las especialidades del Ejército: Infantería, Artillería, Blindado, Ingeniería, Comunicaciones, Armamento y otras. La duración fue de 6 meses. Al final tuve la satisfacción y orgullo profesional de figurar como primero en el Orden de Mérito, compitiendo con oficiales que se destacaban por su inteligencia, su preparación universitaria y su trayectoria en la

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Academia Militar y en su desempeño en los diferentes cargos ocupados en las Fuerzas Armadas. Este fue uno de los más importantes logros obtenidos en mi carrera como profesional de las armas. En el Acto de Graduación recibí una Placa de reconocimiento por tal hecho.

Después de mi regreso del Brasil, en mi vida personal, no hubo nada que resaltar hasta diciembre de 1965. Entonces, acompañado de mi hermano José Alberto, asistí a una reunión social invitado por un amigo común, el arquitecto Juan Gamboa. En medio de la fiesta, estando yo conversando con unos amigos, se me acerca Juan y me dice: “en aquel grupo de muchachas, me señaló el grupo, estaban comentando que les gustaría bailar con un alegre y bien parecido joven que se encuentra aquí en la reunión, pero la más bonita de la fiesta, agregó Juan, opinó que le gustaría bailar con uno como aquel que está allá y te señaló a ti”. Yo le pregunté cuál era y me dijo “aquella la de amarillo”, y lo que vi fue a una jovencita no muy agraciada, conversando con sus amigas, por tanto, no le di mucha importancia al comentario del anfitrión y seguí con la conversación que mantenía con mi grupo. Al poco rato se acercó Juan nuevamente y me dijo: “¿Qué pasó Humberto?, “¿Por qué no sacaste a bailar a la muchacha que te señalé?; pero ¿cuál es?, le respondí y me volvió a señalar hacia donde estaban las jovencitas y pude ver

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una hermosa joven que con su sonrisa parecía iluminar todo el salón. Me le acerqué cauteloso, temiendo un rechazo, pues yo ya estaba en los 32, y ella aparentaba unos 20. Aceptó mi invitación y salimos a bailar con la música que ofrecían los anfitriones, a través de un pickup que utilizaba los famosos discos de 33 revoluciones, los famosos “Long play”, que contenían de 4 a 5 piezas musicales. En pocos minutos intercambiamos información de carácter personal. ”Mi nombre es Angelina”, me dijo con voz melodiosa, “y curso el décimo semestre de la carrera de abogacía en la Universidad Santa María”. Yo la escuchaba embelesado…veía aquella cara angelical adornada por una cabellera negra ondulada, tipo Suzanne Pleshette, una de mis artistas de cine favoritas. Yo no bailaba…. flotaba al compás del pasodoble “ni se compra, ni se vende” interpretado por la orquesta de Billo Frometa. La sonrisa de aquella mujer me cautivaba. En pocos minutos, sin poder ocultar el “shock” que me había causado el tenerla en mis brazos, haciendo que mi corazón latiera a más de 100 pulsaciones por minuto, le confesé cuanto me gustaba. “Soy oficial del Ejército, un Mayor, y también Ingeniero de Comunicaciones”. A los pocos minutos de haberla conocido ya le decía, medio en broma medio en serio, que me gustaría casarme pronto…que tenía una parcela de terreno en la Urbanización “Macaracuay”. Ella me miraba

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con picardía, con aquellos negros y hermosos ojos que despertaban con su mirada los sentimientos más puros y nobles de mi corazón. Yo nunca había experimentado algo igual en mi vida. Sencillamente: en minutos me había enamorado de aquella chica, hija de padres españoles, quienes habían venido a radicarse en la prometedora Venezuela, huyendo del caos en que se encontraba España, después de sufrir una guerra civil cruenta y despiadada. Al terminar el set, como se llamaba al grupo de varias canciones que contenía el disco mencionado, esperando que repusieran la música, se nos acercaron mi hermano José Alberto y su esposa Altamira quienes salían en esos días para Syracuse, USA, en cuya Universidad él iba a hacer un postgrado. Sin más preámbulos les presenté a Angelina diciéndoles: “Ella es Angelina, mi futura…Cuando regresen del Norte los iremos a esperar con nuestros dos muchachos.” [Cumplí mi palabra a medias. Pasados más de dos años los fuimos a recibir con tan sólo nuestro primogénito Rubén, aun cuando ya Miguel Ángel venía en camino). José Alberto y Altamira celebraron con sendas carcajadas mis ocurrencias. Luego de los saludos de rigor, conversamos durante los minutos que nos permitía el intermedio musical. Al reiniciarse la música, Angelina y yo seguimos bailando, intercambiando sonrisas salpicadas de comentarios de lo que acontecía en la sociedad de entonces y

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de nuestras experiencias personales, lo que nos permitió conocernos mejor. Todavía no estaba muy seguro de si mis repentinos e intensos sentimientos amorosos eran compartidos por mi bella “Dulcinea”. Después de mucha insistencia de mi parte accedió a darme su número telefónico. Bailamos algunos “sets” más. Me presentó a sus amigas y a la “chaperona” que las acompañaba (como se acostumbraba con las “chicas bien” de la época), madre de una de ellas. No sé cuánto tiempo pasamos juntos en esa reunión. A mí me parecieron sólo minutos. Llegado el momento de la despedida le ofrecí llamarla al día siguiente, lo cual cumplí y quedamos en que la visitaría el domingo sin fijar una hora específica. Me dio su dirección en la Urbanización “Caurimare”. Como había sido acordado, el domingo me dirigí a su casa. Toqué el timbre. Por el balcón se asomó un señor a quien, tímidamente le pregunté por Angelina. Él, con su marcado acento español, me contestó: “pues ella ha salido con un chico y su madre hace poco”. Me despedí y apesadumbrado me metí en mi carro y partí sin rumbo fijo, con el “corazón partío” como dice la canción del famoso artista Alejandro Sanz y popularizadas, por los no menos famosos, David Bisbal y Julio Iglesias. Al día siguiente partí para San Cristóbal, a pasar navidades con mi familia y asistir al matrimonio civil de mi hermana menor Carmen Teresa con

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el médico Rafael María Rosales. Fueron unas fiestas navideñas agridulces, pues en medio de los festejos y los fuegos artificiales, por la celebración de la Noche Buena y el Año Nuevo 1966 y la celebración de la boda, mis sentimientos estaban a 600 kilómetros de distancia. El recuerdo de aquel encuentro inolvidable con Angelina y las dudas de que aquel episodio no tuviese un final feliz, atormentaron mis pensamientos durante aquellas vacaciones en mi querida ciudad natal. En los primeros días de enero regresé a la Capital. En mi mente estaba latente la duda de si llamar o no, a la culpable de mi agonía sentimental No pasaron muchos días, cuando almorzando en el comedor de oficiales de la Academia Militar, institución donde yo residía, se me acercó un mesonero y me dijo que tenía una llamada telefónica. Tomé el auricular y oí la voz que tanto anhelaba escuchar. ¡Era por supuesto la chica de Caurimare! Debo confesar que me volvió el alma al cuerpo. Nos saludamos y nos deseamos un feliz año, lo cual el destino lo convertiría en una hermosa realidad. Mientras mi almuerzo se enfriaba, durante nuestra conversación, Angelina me contó que su padre le había informado de mi visita. Que ella había tratado de comunicarse conmigo, pero no le había sido posible. Yo vivía en una habitación de la Academia y la comunicación sólo era posible a través de una central, de ese modo, si al momento

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de la llamada yo no estaba cerca de un aparato telefónico, era difícil ubicarme en aquel enorme edificio (para esta época no se habían inventado los celulares). Comprendí entonces la dificultad de Angelina para comunicarse conmigo. También me dijo que al llamar una vez más, le habían informado que yo estaba de viaje. Feliz de recibir su llamada le pedí visitarla a la brevedad posible. Ella aceptó y el domingo siguiente me presenté en su casa. Nos saludamos y, con aquella sonrisa mágica que tanto había anhelado volver a ver, en los largos días transcurridos desde nuestro primer encuentro, me invitó a pasar. Nos sentamos en el recibo. Muy pronto salió su madre, una distinguida señora que aparentaba andar por los cincuenta y que aún conservaba la belleza de su juventud, belleza que indudablemente había heredado Angelina. La madre me miraba con interés y, suponía yo, con curiosidad por saber quién era aquel joven oficial que se interesaba por su hija y de quién, suponía yo, ella le había hablado al regreso de la fiesta donde nos habíamos conocido, en casa de los Gamboa, en el mes de diciembre anterior. No recuerdo exactamente el tema alrededor del cual giró la conversación en aquella reunión, posiblemente les comenté sobre mi familia, de mis estudios, en fin, de quien era yo. De lo que sí estoy seguro, es de qué hice el mayor esfuerzo para causarles una buena impresión. Y creo que lo logré. Más tarde salió de

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su estudio su padre el profesor Cosme Pérez Cuadrado, un señor muy amable, con pinta de intelectual quien, por supuesto, también estaba interesado por saber quién era este amigo de su hija. Pasado un rato, creí prudente finalizar la visita. Angelina me acompañó hasta la puerta de su casa. Allí le pedí la oportunidad de volver a visitarla. Quedamos en que podría ser el domingo siguiente. Mis visitas se fueron haciendo frecuentes, casi siempre en día domingo, pues Angelina estudiaba y yo tenía mi trabajo, lo cual nos tenía a ambos muy ocupados el resto de la semana. Yo le manifestaba mis sentimientos amorosos y ella cautelosamente me correspondía con su inefable sonrisa, lo que alimentaba mis esperanzas, aun cuando no la seguridad de ser correspondido. Posteriormente me enteré de que, ella y sus padres, tenían sus dudas de si yo no sería un hombre casado o si no tendría algún “enredo” amoroso. Al fin y al cabo se trataba de un hombre de treinta y dos años y ella tan sólo tenía veintiuno. Para mi fortuna una de las amigas de infancia de Angelina, de nombre Saida, se había casado con un oficial del Ejército quien me conocía desde nuestros tiempos de cadete y con quien yo mantenía una buena amistad. Por Saida, se informó Angelina de mi trayectoria como oficial y de mi vida privada. Por lo visto aprobé el “examen de admisión”, y transcurridas unas semanas

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nuestros sentimientos fueron compartidos. ¡Al fin había logrado disipar mis dudas! A pesar de que ella tenía varios pretendientes, yo fui correspondido en aquel gran amor que la jovencita de Caurimare había despertado en mi corazón. Sus padres me aceptaron con mucho cariño. Los domingos compartía con ellos los sabrosos almuerzos, los de comida española, preparados por mi suegra Ángeles, excelente cocinera, cualidad que, afortunadamente, heredó Angelina. Posteriormente, ya casados, Angelina mejoraría esa aptitud, con la experiencia adquirida durante los años que, en diferentes oportunidades de nuestra feliz vida matrimonial, pasamos en los Estados Unidos de América: un año en Leavenworth, Kansas, y otro en Washington D.C. Luego cinco años en Alemania, donde yo, como oficial retirado, había sido designado Embajador de Venezuela. Yo siempre he dicho que, si Angelina me conquistó con su belleza, su inteligencia, su madurez y su gran calidad humana; mi suegra Ángeles lo hizo con su amabilidad, su inmejorable paella, sus camarones al ajillo, sus papitas fritas y todos esos ricos platos de los cuales disfruté durante el noviazgo, en mis consecuentes visitas dominicales. Antes del almuerzo, asistíamos, Angelina, mi suegra y yo, a la misa de las doce, en la Iglesia vecina de Chuao. Al fin fijamos fecha de matrimonio para septiembre, a pesar de la resistencia de mis suegros, quienes consideraban

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que la misma era muy pronta. Ellos querían, muy razonablemente, que Angelina terminara sus estudios de Derecho. Yo les prometí, promesa que cumplí, que el matrimonio no sería obstáculo para que ella se graduase. Los meses siguientes fueron de una actividad social muy intensa. Yo estaba ansioso de presentar a Angelina a todas mis amistades. Asistimos a muchos eventos de carácter social en sitios como el Circulo Militar, el Casino de Oficiales de la Academia Militar, y cuanto “sarao” se presentaba. Una de las primeras parejas a la cual presenté a Angelina, fue a mis compadres el abogado Ulises Merchán y su bella esposa Deyanira. Ulises era un amigo de la infancia, en mi ciudad natal. Él era un ser especial dotado de un humor sin límites. Todo lo convertía en un chiste alegrando, de esta forma, nuestras frecuentes reuniones. En varias oportunidades asistimos a las discotecas y restaurantes que estaban de moda para la época junto a otra pareja, muy amiga de los Merchán, y por supuesto con mi futura suegra Ángeles, quién haciendo honor a su nombre, nos acompañaba en todas estas actividades. Ulises se ganó de inmediato la simpatía de mi suegra. Él le contaba de nuestras vivencias de adolescentes, salpicadas con su inefable humor, lo cual nos hacía reír mucho y nos alegraba el rato. Las discotecas de entonces eran una suerte de salas de baile, finamente decoradas, en

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nada parecidas a las ruidosas discotecas modernas, donde se brinca y se grita al compás de juegos de luces intensas e intermitentes que cambian continuamente la fisonomía de la gente y del ambiente que les rodea. En las discotecas de los años 60, se respiraba un aire romántico, con música suave, salpicada de algún pasodoble español, de una guaracha o del mambo de moda. La música romántica tejía a nuestro alrededor una nube multicolor que nos transportaba hacia latitudes infinitas. Allí sentíamos, Angelina y yo, que estábamos solos en el Universo, rodeados de estrellas colgadas de un hermoso cielo azul, y de cúmulos de nubes multiformes que se abrían, armoniosamente, para dar paso a aquella feliz pareja que no cesaba de manifestarse mutuamente su amor eterno y el compromiso de permanecer juntos, en las buenas y en las malas, durante toda nuestra vida. Hoy cumplidos nuestros 52 años de feliz unión matrimonial, estamos seguros, más que nunca, de haber realizado nuestros sueños.

Así fueron transcurriendo los meses prematrimoniales: misa y almuerzo los domingos, disfrutando del cariño de esta familia que, en algún modo, compensaba la tristeza y la nostalgia que sentía por el hogar paterno. Hogar el cual yo había abandonado para hacer realidad los sueños de superación personal e intelectual, que desde muy joven ansiaba. Dios me

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concedió más de lo que le pedía y de lo que creía merecer. Una carrera exitosa, coronada con la compañía de alguien que me ayudaría mucho a alcanzar las metas que, en mi inquieta imaginación, me había trazado. Sin el amor, de la inteligencia y de la sólida formación cristiana, y en general sin el apoyo de mi futura compañera, esos logros no hubiesen sido posibles.

El matrimonio civil lo fijamos para el mes de agosto de 1.966, en casa de mis padres en San Cristóbal. Mamá había sufrido una caída, la cual le había ocasionado una fractura de la cadera. Estaba en silla de ruedas y por tanto no podría asistir a la ceremonia eclesiástica, la cual tendría lugar en Caracas. El acto como tal fue muy sencillo. Lo presidió el presidente del Consejo Municipal, el médico. Dr. Idelfonso Moreno Mayo, vecino y amigo de nuestra familia. Los invitados fueron tan solo los familiares, mis suegros, mis padres y hermanos, mi padrino de confirmación don Luis Jugo Amador y don Pedro Villasmil y su esposa doña María Elisa Soules, padrinos de bautizo de mi hermana menor Carmen Teresa, quien en ese mismo día se graduaba de Licenciada en Letras. Después del tradicional brindis, por ambos eventos, fuimos a la Universidad Católica del Táchira donde se realizaría el acto de graduación. Al final de la ceremonia nos trasladamos al Círculo Militar donde celebramos, nuevamente, los dos importantes acontecimientos. En esos días, en la hermosa ciudad andina, Angelina y sus padres 72

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tuvieron la oportunidad de conocer y alternar con mis padres y demás familiares. Creo que ambos grupos se identificaron de inmediato, y surgieron, para nuestra tranquilidad, lazos de amistad y cariño que se han conservado durante toda nuestra vida matrimonial. Al día siguiente nos despedimos de San Cristóbal, la bucólica Ciudad de las Colinas y emprendimos por carretera, nuestro largo viaje de regreso a la capital. Mis suegros disfrutaron mucho dicho viaje. Los bosques, las verdes colinas, el ganado pastando y el agradable clima, les recordaba paisajes de su Madre Patria, especialmente de la región de Galicia, de donde era oriunda mi suegra.

Ya en Caracas aceleramos los preparativos para el matrimonio eclesiástico, el cual se realizaría el 2 de septiembre. Ese día, en la Iglesia San Cayetano, de la Parroquia de Chuao, se realizó la ceremonia. La misma fue oficiada por mi amigo, el presbítero Monseñor Manzanares, por muchos años capellán de nuestra Academia Militar. Manzanares, natural de Duaca, Edo Lara, había ejercido el sacerdocio en la ciudad de Carora, donde había conocido a mis tías Carmen [Tana] y Enma Alcalde Perera. El guardaba muy gratos recuerdos de ellas, pues mujeres muy piadosas, visitaban con frecuencia su Iglesia. El Padrino de nuestra Boda fue el Coronel José Diomedes Quintero Silva, para entonces, mi jefe en el Servicio de Comunicaciones de las Fuerzas Armadas. La Madrina de Angelina, fue su amiga y vecina Ingrid Hoffman. A las 8 de la noche hizo su entrada el 73

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profesor Cosme Pérez Cuadrado con su hermosa hija. Yo me encontraba al pie del altar, uniformado de gala, acompañado por mi padre, mi suegra, hermanos y demás familiares y amigos. Mi madre, como acoté anteriormente, no pudo asistir por encontrarse convaleciente de una fractura sufrida en la cadera. El profesor Pérez me hizo entrega de la mano de su hija, quien, desde entonces, ha sido mi fiel compañera por más de medio siglo. El Coronel Quintero y demás colegas de armas formaron dos filas de honor a lo largo del pasillo de la Iglesia. Monseñor dió inicio al acto. Fueron momentos de indescriptible emoción. Ante Dios y bajo el testimonio de familiares, compañeros y amigos, nos prometimos amor y fidelidad “en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad”, promesas que hemos cumplido durante estos cincuenta y dos años de feliz y fructífera unión. Terminada la ceremonia, nos dirigimos hacia la puerta de la Iglesia, pasando por el arco, que, con sus relucientes sables, formaban los oficiales del Ejército, que en este transcendental acto nos acompañaban. En el atrio del templo recibimos las felicitaciones de todos los presentes. Fueron momentos de gran alegría y emoción. Había culminado uno de mis sueños: Angelina estaría a mi lado, por siempre y para siempre, deparándonos mutuamente una vida conyugal que marcaría felizmente mi existencia. La misma, Dios mediante, permanecerá indestructible, hasta que él quiera separarnos en este mundo terrenal. 74

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La reunión social se realizó en las imponentes instalaciones del “Club Táchira”, en la Urbanización “Bello Monte”, del cual yo era socio. Construido sobre una verde colina, desde su salón de fiesta, una amplia terraza ofrecía una vista espectacular de la Caracas nocturna. En ese ambiente departimos con familiares, amigos y demás invitados. Así fue la feliz culminación de un noviazgo inolvidable, para comenzar desde entonces una nueva vida, integrados a la sociedad como pareja bendecida por Dios, comprometida a formar un hogar digno, inspirado y regido por los valores éticos, morales y religiosos que habíamos recibido de nuestros padres. En horas de la madrugada, después de compartir aquellos dichosos momentos con los invitados presentes, nos dirigimos, mí ahora esposa y yo, hacia el litoral central. Nuestro padrino de boda, el Coronel Quintero, nos había facilitado su auto y su chofer particular, para estos eventos. Durante la reunión yo había comentado, ante familiares y amigos, en son de broma: ¡al fin mi querida suegra Ángeles me permitió estar a solas con su hija! Nuestra primera noche de luna de miel la pasamos en el Hotel Macuto Sheraton, donde su Gerente Omar Rodríguez, amigo de infancia, había mandado a colocar en nuestra habitación una cesta con frutas, una botella de champaña y otras exquisiteces. Al día siguiente emprendimos un viaje hacia Colombia, el vecino país. Allí visitamos las ciudades de Bogotá, Cartagena y Santa Marta. Ese viaje de luna de miel, 75

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fue la culminación de un sueño más. Quince días inolvidables. En Bogotá disfrutamos de su agradable clima, la amabilidad de su gente y restaurantes y sitios nocturnos en la turística Zona Rosa. Visitamos el Museo del Oro y otros tantos atractivos que ofrecía esa capital. De Bogotá nos trasladamos a Cartagena, la ciudad amurallada, baluarte defensivo de españoles y criollos contra los frecuentes ataques de piratas y corsarios de los mares. Posteriormente, en forma alternativa, sus fortines dieron cobijo a tropas realistas, o a las patriotas, según el momento, durante la guerra de la independencia liderada por el Libertador Simón Bolívar. Disfrutamos de los indescriptibles paisajes marinos cartagineses. Las calles y construcciones centenarias de la ciudad nos transportaron a épocas de la colonia. Cartagena es hoy, por resolución de la Organización de las Naciones Unidas [O.N.U.], “Patrimonio de la Humanidad”. De la Ciudad Fuerte nos dirigimos a Santa Marta, a través de una antigua y solitaria carretera. Al montar en el carro, pude observar que el chofer estaba armado con un revólver, le pregunté el motivo de ello y me contestó que esa vía era muy peligrosa, que en la misma se habían producido algunos asaltos. Esta afirmación logró amargar un tanto nuestra luna de miel: a lo largo del viaje no pudimos dejar de estar tensos y nerviosos. A fin el viaje transcurrió sin novedad. La razón de haberlo realizado por carretera, y no por vía aérea, como estaba previsto, fue que en el vuelo Bogotá-Cartagena, el avión había enfrentado fuertes 76

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turbulencias. Angelina prefirió, entonces, que nos fuésemos por tierra, afectada por la inusual experiencia vivida en el vuelo mencionado. Desde entonces ella, que ni siquiera probaba bebidas alcohólicas, adquirió la costumbre de, antes de montar en un avión, tomarse su traguito, acción en la que yo, sin mayor esfuerzo, sistemáticamente la acompaño. En los años 60 la mayoría de los aviones eran a hélices, muy ruidosos e inestables, y, por ende, infundían mucho temor en los pasajeros. No existían los cómodos, rápidos y seguros aeroplanos, como se les llamaba entonces, de los cuales disfrutamos hoy. Llegamos ¡por fin! a la hermosa ciudad de Santa Marta. Nos alojamos en una cabaña situada frente al mar, la cual se constituyó, por unos días, en nuestro nido de amor. Vinculando la fecha de nuestra permanencia en aquella ciudad, con el posterior nacimiento de nuestro primogénito Rubén Adolfo, creo que Dios bendijo y consagró nuestra unión en aquel momento, regalándonos la dicha de concebir el primer hijo. Angelina, cuando le faltaban pocos días para dar a luz, se preocupaba porque el parto no fuese a ocurrir antes de los nueve meses. Así era la sociedad conservadora de esa época. Cuando unos recién casados tenían un hijo antes del tiempo reglamentario, no se escapaban al comentario de las “malas lenguas”: “ese como que cobró por adelantado”. Ese no fue nuestro caso, pues, para tranquilidad de todos, Rubén nació dentro del lapso estipulado. Además, mi suegra Ángeles, con su permanente presencia 77

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fiscalizadora, se había encargado de que aquel “mayor” del ejército, ya no tan jovencito, no se sobrepasara con su hija, a quien cuidaba como su más preciado tesoro. Tesoro que yo tuve la fortuna de descubrir, y hacerlo mío por el resto de mi larga vida. Transcurridos esos felices días, pasados en la querida República de Colombia, regresamos a Caracas.

Al reintegrarme a mi trabajo, el Coronel Quintero, me confirmó que pronto se me concedería una beca para hacer el Curso Avanzado de Comunicaciones en los Estados Unidos. Por esta razón, nos instalamos provisionalmente en una de las confortables habitaciones del Círculo Militar, en Los Próceres. Trascurridas alrededor de tres semanas se me participó que, en vista de que yo ya había estado cuatro años becado para realizar los estudios de Ingeniería en Brasil, no se había autorizado la solicitud que había hecho mi jefe el Coronel Quintero. Esto lo consideré justo, aunque lamentable, porque en mi formación como Ingeniero de Comunicaciones, al servicio del Ejército, existía una laguna: yo dominaba la parte técnica, pero no la operativa de las comunicaciones castrenses. No conocía las doctrinas, sistemas, ni equipos militares, ni su aplicación en las Fuerzas Armadas. La mejor formación como oficial de comunicaciones, se recibía en los Estados Unidos, ya que todo el equipamiento, relacionado con la técnica comunicacional, provenía de ese país. De allí mi interés en realizar dicho curso. Le comuniqué la novedad a Angelina 78

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quien de inmediato se dedicó, acompañada por su madre, a buscar un apartamento, acorde con nuestras necesidades y nuestra capacidad económica. Después de una intensa búsqueda por toda Caracas, mi esposa, consiguió un apartamento en La Urbanización “Las Palmas”, a donde nos mudamos de inmediato. El apartamento tenía sala-comedor, dos habitaciones medianas y una pequeña de servicio, un baño y una pequeña cocina. Todo ello suficiente para nuestras necesidades. Angelina continúo sus estudios, aunque su barriguita se hacía cada vez más prominente. Contábamos, para entonces, con un solo carro, así que algunas veces yo la llevaba a la Universidad Santa María, ubicada en la Urbanización “El Paraíso” y otras veces, Angelina se trasladaba a dicho Instituto Universitario, en el carro de su padre Cosme. Los primeros meses, conduciendo ella misma, y luego, cuando su estado de gravidez estuvo más avanzado, conducía mi suegro. El 15 de junio de 1967 nació nuestro primogénito Rubén Adolfo, en la Clínica Méndez Gimón. El parto fue atendido por la Dra. Carmen Rondón de Visconti, gran amiga de mi suegra y su vecina en Caurimare. La sensación de tener un hijo era algo increíble. Sentí una gran ternura, una emoción incomparable y un agradecimiento a Dios, y a aquella mujer que continuó y culminó sus estudios de derecho, en forma ininterrumpida, a pesar de las incomodidades propias del embarazo. Con gran coraje cumplió ambas misiones. Ella, 79

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Angelina, nos trajo al mundo a ese ser tan especial que es Rubén, que tantas alegrías nos ha deparado en nuestra vida matrimonial. ¡Ahora si podíamos decir que éramos una familia! A los pocos días se reintegró, Angelina, a sus estudios, y a los exámenes académicos, los cuales culminó exitosamente. El mes de Julio se efectuó la graduación. En acto solemne recibió su título de Abogado de la Republica, para regocijo de sus padres, su hermano, y de todos los que tanto la queremos. Celebramos el acontecimiento en un salón del Circulo Militar con asistencia de familiares, amigos y algunos de sus compañeros de estudio. Nuestra vida siguió su rutina. Yo en mi trabajo en el Servicio de Comunicaciones del Ejército, dando mis clases en la Academia Militar, en la Escuela de Comunicaciones y Electrónica de las FFAA y en la Universidad Central de Venezuela. Angelina dedicaba todo su tiempo a nuestro bebé, quien día a día, con sus gracias y adelantos, nos deparaba inmensas alegrías. Angelina quería ejercer su profesión. “Para mí,” le decía yo, “lo más importante es la crianza de nuestro hijo”. En el fondo, debo confesarlo, era el temor que sentía de que una muchacha tan bella, despertara los deseos, no muy santos, de sus posibles compañeros de trabajo o de sus potenciales clientes. Yo confiaba totalmente en ella, pero mis celos eran más poderosos, así que la convencí de que continuara con su papel de madre y ama de casa. Mi suegra decía, con mucha razón, que yo era más celoso que un Moro. Rubén fue 80

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bautizado en la Iglesia de Chuao, la misma dónde Angelina y yo habíamos contraído matrimonio. Los padrinos fueron mi amigo Thelmo Naranjo, y la Dra. Rondón quién, como mencionara anteriormente, era la ginecóloga de Angelina. Continuamos nuestra vida de trabajo diario y nuestra vida social que cada día se hacía más intensa. Con frecuencia asistíamos a actos oficiales a los que, por mi profesión militar, nos invitaban. Después de de dichos actos venían las celebraciones en sitios como el Circulo Militar o en salones de fiesta de instalaciones también militares. A ello se agregaban nuestras “escapadas” a discotecas, restaurantes y tantos sitios agradables que la pujante y moderna Caracas ofrecía en los años 60 y 70. Tales escapadas no eran tan frecuentes como hubiésemos deseado, por razones económicas, pero si suficientes para alegrar nuestras vidas y alternar con amigos, familiares y demás seres queridos. Fue una etapa muy feliz de nuestro matrimonio, consolidado ahora con la presencia de Rubén quien ocupaba gran parte de nuestra existencia. A comienzos de 1968 fui designado, por el Ministerio de la Defensa, para trabajar a medio tiempo, en la Compañía Anónima de Teléfonos de Venezuela [CANTV], y participar en el proyecto de Instalación de la primera Antena Parabólica para comunicaciones, vía satélite, que funcionaría en Venezuela. Al efecto se requería de la conexión, mediante un sistema de microondas que enlazara a Camatagua, con la red nacional que comunicaba las diferentes regiones del país, .Yo 81

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había tenido en eso días la oportunidad de asistir a un seminario organizado por el Departamento de Estado, de los Estados Unidos de América, en Washington. A dicho seminario habían asistido técnicos, empresarios y funcionarios gubernamentales del mundo entero. Con la participación de la NASA, allí, por primera vez, se analizaron y explicaron los nuevos adelantos tecnológicos sobre la instalación y futuro uso de las comunicaciones internacionales, a través de satélites artificiales. Satélites, que, mientras giraban alrededor del globo terráqueo, recibían y enviaban información a las más apartadas regiones del planeta muchas de las cuales, hasta entonces, habían permanecidos totalmente incomunicadas. Permanecí durante un año trabajando con CANTV. El hecho de repartir mi tiempo, compartiendo responsabilidades de trabajo en forma simultánea, entre el Ministerio de la Defensa y la Compañía Nacional Teléfonos de Venezuela, aunado a los compromisos docentes contraídos en diversos institutos, me recargó notablemente mis horas de trabajo. De mi casa salía, diariamente, a las seis de la mañana y normalmente regresaba a las siete u ocho de la noche. Un trabajo agotador sin duda, aunque compensado, por un sueldo extra que recibía tanto en CANTV, como de los institutos donde impartía mis clases. Al cabo de unos ocho meses de trabajar en CANTV, fui llamado a la oficina del Gerente General de la misma, quien me ofreció la gerencia de la estación de 82

HUMBERTO ALCALDE ALVAREZ, 10/04/19,
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Camatagua, próxima a inaugurarse. Agradecí esta distinción y me comprometí a darle una respuesta a la brevedad posible. La aceptación de este cargo significaba, en primer término, la autorización de la Comandancia General del Ejército; de ser aprobada, tendría que dedicarme a tiempo completo a esta compleja y difícil misión, la de organizar y poner en funcionamiento el centro comunicacional desde donde se recibirían y enviarían mensajes radioeléctricos a todas partes del globo terrestre, a través de la antena parabólica, utilizando la red de satélites artificiales ya existentes. Mi separación, aunque temporal, de nuestro Ejército y por ende de las Fuerzas Armadas Nacionales, podría implicar el no ser considerado para futuros ascensos y la pérdida de oportunidades para ocupar cargos de mayor responsabilidad dentro de esta institución castrense. En fin, esto significaba elegir entre un futuro incierto dentro de la organización de la empresa telefónica o mi futuro en la institución militar, a la cual había dedicado gran parte de mi vida. La situación económica, desde luego, mejoraría al aceptar un cargo tan importante, lleno de retos y desafíos tecnológicos, como el que se me ofrecía en CANTV. Por otra parte mi separación de las Fuerzas Armadas conllevaba el riesgo cierto del fin de mi carrera, en una institución tan dinámica y competitiva, como lo eran las Fuerzas Armadas de entonces, en la cual los ascensos y los cargos se asignaban por la capacidad y los méritos de quienes aspiraban a ocupar los cargos de mayor 83

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responsabilidad dentro de esa institución. Consultado con la patrona Angelina, mi decisión definitiva, fue declinar el honroso cargo que me ofrecían en la compañía telefónica, ante la cual solicité mi renuncia, en vista de que la designación de la gerencia de Camatagua, era de la mayor prioridad, y los directivos de la empresa requerían de mi pronta decisión sobre la aceptación o no del cargo. Ya mi trabajo en dicha empresa había concluido. Aceptada la renuncia, regresé a mis actividades, a tiempo completo, en la jefatura del departamento de ingeniería del Servicio de Comunicaciones del Ejército. Días después, solicite ante mi comando, el permiso para realizar el curso de Estado Mayor en la Escuela Superior de dicha Fuerza Armada. Aunque, por tradición, a los oficiales que habían ocupado puestos de primero y segundo en el orden de mérito en los cursos avanzados, se les otorgaba el privilegio de realizar este curso en el exterior. Así se lo manifesté al General de División Roberto Moreán Soto, Comandante de la Fuerza, quien me había concedido una cita, en la cual le planteé mis aspiraciones de realizar estos estudios en el exterior. Le hice el comentario sobre la costumbre, no la obligación, de otorgar becas en el extranjero a quienes se habían distinguido en la realización de los cursos avanzados, y agregué que varios de mis compañeros de ese curso, habían salido a realizar estudios similares en las escuelas superiores de países amigos, y que para esta designación yo no había sido tomado 84

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en cuenta. El General Moreán, comprendió y aceptó mi planteamiento y me ofreció gestionar una beca para realizar el curso en los Estados Unidos de América. Regresando a mi vida privada, el 26 de abril de 1969, Dios nos bendijo con la llegada al mundo de un nuevo hijo, a quien pusimos el nombre de Miguel Ángel. Miguel, un hermoso bebé, reforzó con su presencia nuestra familia. Teníamos así un motivo más para luchar en la vida y para depararles un hogar digno a nuestros hijos, donde la formación en los valores cristianos y cívicos tendría la máxima prioridad. En esos días recibí la información, de parte del Comandante del Ejército General de División Roberto Moreán Soto, que había sido seleccionado, junto a los Tenientes Coroneles Eduardo Piñango Ochoa, John Kavanagh Illarramendi y Fernán Reyes Zumeta, para asistir al Curso de Estado Mayor en Leavenworth, Kansas, Estados Unidos de América. También, en forma inesperada, recibí la noticia de que había sido designado por el Ministerio de la Defensa para acompañar a un grupo de ingenieros y técnicos del Ministerio de Comunicaciones en un viaje a Europa, invitados por el gobierno alemán. El objeto de la visita era para recibir información acerca del sistema de televisión a colores, invento de la ciencia germana, conocido como Sistema PAL. Venezuela debía tomar una decisión, en cuanto al sistema a adoptar, para implantar la televisión a colores en nuestro país. Para el momento existían en el mundo tres de esos 85

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sistemas: el alemán, el Frances y el NTSC norteamericano. A este último, en forma chistosa, los técnicos alemanes que nos atendieron, incluyendo al inventor del PAL, lo llamaban “never the same color”. Cuando fui informado de este viaje, tres días antes de la partida, tuve que organizarlo apresuradamente, pues no tenía ni pasaporte, ni visas, ni certificado de solvencia al impuesto sobre la renta, certificado, que en ese entonces, era imprescindible para salir del país. El Ministerio de Relaciones Exteriores me asignó un funcionario para ayudarme en tales menesteres. Solo así, en un solo un día, pude obtener todos los documentos necesarios para viajar. Llegamos a Alemania y en pocos días hicimos un recorrido visitando varias ciudades, conociendo las instalaciones y los equipos que permitían, en ese país, la transmisión de la señal de televisión a color a través del sistema PAL, como hemos dicho, de su propia invención. Visitamos Frankfurt, Hamburgo, Colonia, Stuttgart y Múnich. Luego viajamos a otros países, entre ellos Suiza y Austria, en los que sus estaciones de televisión utilizaban el mismo Sistema PAL. Fuimos recibidos por el inventor de este sistema, quien nos acogió en su modesta casa. ¡En el garaje de la misma tenía el laboratorio donde había concebido y confeccionado tan importante descubrimiento tecnológico! Después de varios días de estudio y análisis de los conocimientos recibidos, elaboramos un extenso informe. En el mismo destacábamos 86

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las bondades del sistema alemán, el cual, para entonces, sin duda, era superior al sistema NTSC norteamericano. Regresamos a Venezuela y entregamos el informe al Ministerio de Comunicaciones. Yo, personalmente, entregué copia al Ministerio de la de la Defensa. A pesar de que nuestra recomendación, estrictamente técnica, favorecía al sistema alemán, más tarde, por razones económicas, se decidió adoptar para Venezuela el sistema NTSC. Con el tiempo, éste mejoró su calidad y se puso al mismo nivel técnico del sistema alemán. Regresé a mi hogar donde me esperaban mi esposa e hijos, con quienes compartí algunos recuerdos de tan breve pero interesante e intenso viaje. Los días siguientes los dedicamos a preparar la estadía, esta vez de toda la familia, en Leavenworth, Estados Unidos de América, donde, como comenté anteriormente, realizaría el curso de Estado Mayor. Partimos a mediados del mes de junio, Angelina, Rubén, Miguel Ángel y yo, acompañados de una niñera que nos pagaba el Ministerio de la Defensa. Fuimos recibidos en el Aeropuerto de Kansas por un oficial estadounidense quién amablemente nos acompañó hasta el hotel. Como no había una cuna disponible, tuvimos que acomodar a Miguel, de tan solo 3 meses de nacido, en la gaveta de un mueble de la habitación. En los días siguientes nos instalamos en nuestra nueva vivienda. Ésta estaba ubicada en una casa que constaba de dos apartamentos. 87

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Nosotros ocupamos el de la planta baja, que daba a un patio de cemento de unos 30x30 metros. La casa estaba situada muy cerca del Fuerte Militar “Leavenworth” donde funcionaba la Escuela de Estado Mayor General del Ejército Americano [Army General Staff College]. Allí me presente al día siguiente, donde comencé un curso de mejoramiento del idioma inglés, en especial sobre la terminología militar. Fue una tarea intensa, de cerca de un mes, donde compartí con oficiales de países del mundo entero. El mes de julio se iniciaron las clases del curso de Estado Mayor, con la participación de cerca de mil oficiales norteamericanos y aproximadamente cien extranjeros. Cada aula tenía capacidad para sesenta alumnos, de los cuales cuatro éramos extranjeros. Ninguno de los otros tres hablaba español. De esa forma se evitaba que empleáramos nuestra lengua de origen y perdiéramos así la oportunidad de practicar el idioma local. El curso me pareció excelente. Magnifica su organización e inmejorable la calidad de sus profesores. La mayoría de éstos tenían la experiencia de haber participado en la guerra que, para esa época, libraba Estados Unidos de América en el Medio Oriente. La información a través de textos y medios audiovisuales era de primera línea. Fueron unos meses de fuertes estudios, a los cuales debía dedicar prácticamente todo mi tiempo, pues además de la dificultad del idioma, debía sumergirme en un teatro de acontecimientos bélicos el cual acaparaba, para entonces, 88

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todo el interés de los Estados Unidos de América. Esto debido a la magnitud de las operaciones militares que se desarrollaban en Vietnam, Laos, Cambodia y otros países de la región del continente asiático, en los cuales, los norteamericanos habían desplegado toda su potencialidad política y militar. Para los oficiales extranjeros, y en especial para los suramericanos, tan ajenos a estas lides, resultaba difícil compenetrarnos con los problemas que en ese curso se analizaban y en los cuales, al contrario de los norteamericanos, no teníamos mayor experiencia. Sin embargo, el dinamismo de los acontecimientos, plagiados en escenarios hipotéticos semejantes en los que, en un posible y cercano futuro, estarían comprometidos muchos de los oficiales norteamericanos y de países asiáticos, que realizaban dicho curso, acapararon todo mi interés, atención y entusiasmo, sintiéndome como un participante más, en el desarrollo de estos complejos e interesantes problemas, de carácter operacional y logístico, analizados en nuestras aulas. Mediante estos ejercicios se medía la capacidad y competencia de los participantes, en la toma de decisiones y acciones de comando que los calificarían, en el futuro, para la asignación de responsabilidades en los escenarios bélicos allí planteados. En el aspecto social, debo destacar la simpatía, compañerismo y cordialidad de los oficiales norteamericanos. Profesores y compañeros, de esta nacionalidad, estuvieron 89

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siempre dispuestos a ayudarnos a superar las barreras que el idioma, la organización, las costumbres y las tradiciones de aquel país, tan diferente al nuestro, nos presentaban. En el aspecto familiar y social, disfrutamos de las bondades que el fuerte militar nos ofrecía: un club de oficiales, sitios para hacer compras a precios más económicos, hospital, retén para niños y oficinas para resolver problemas de toda índole; en fin, todo estaba dispuesto para que nos sintiéramos seguros y confortables. Angelina, además de atender a los niños, encontró otras ocupaciones: aprender inglés y asistir a los innumerables eventos, culturales y sociales, planificados especialmente para las señoras de los oficiales, de los profesores y de los alumnos del curso. Fue un período de nuestras vidas inolvidable, tanto desde el punto de vista social como académico. El 5 de Julio de 1969, fui ascendido a Teniente- Coronel en la oficina del comandante del Fuerte Militar y director de la Escuela de Estado Mayor, General Hay. En esos días, el 20 de julio, ocurrió un acontecimiento que acaparó la atención del mundo entero: la llegada, por vez primera, de un hombre a la Luna. Neil Armstrong había dejado su huella para la eternidad en el suelo de nuestro satélite. Al pisar suelo lunar, Armstrong, pronunció sus ya célebres palabras ´´este es un pequeño paso para el hombre, pero un salto gigante para la humanidad´´. Neil Armstrong, Michel Collins y Edwin Aldrin, fueron recibidos por el presidente Nixon a bordo del buque “Hornet”, de la Armada 90

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norteamericana, después de su feliz regreso de su asombrosa misión espacial. Ésta les había permitido recolectar 50 libras de roca lunar que contenían algunos minerales, hasta ese momento desconocidos, lo que permitió calcular la edad de nuestro satélite natural en 4 billones de años. En diciembre de ese mismo año viajamos, Angelina y yo con nuestros hijos, a Ciudad de México, la bella y pujante ciudad azteca. Allí nos esperaba nuestra suegra Ángeles quien, procedente de Caracas, vino a acompañarnos los últimos meses de nuestra estadía en Leavenworth. Nos sentimos felices de tenerla junto a nosotros, pues, además de ayudar en el cuidado de los niños, nos deleitaba de vez en cuando, con su arte culinario. Para fines de junio regresamos a Venezuela. Trajimos con nosotros dos carros nuevos, los cuales había ido pagando con los ahorros que hacía de mi sueldo. El pago del mismo en dólares y la vida austera y económica que llevamos en Leavenworth, así nos lo permitía. Por alquiler de la vivienda solo pagábamos cerca de 150 $ y los muebles en su totalidad, nos los había facilitado, en calidad de préstamo y en forma gratuita, la administración del Fuerte. La venta de uno de estos carros nos permitió, iniciar la construcción de nuestra primera casa en la Urbanización “Macaracuay”, en Caracas, donde como ya lo dijera anteriormente, yo había comprado una parcela desde mi época de soltero. El viaje Leavenworth – Nueva York lo hicimos por tierra: un carro lo manejaba Angelina y el otro lo conducía yo. La experiencia de 91

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manejar en Nueva York, una ciudad tan inmensa como congestionada, no dejaba de ser desafiante. Arribamos al Puerto de dicha ciudad, donde embarcamos en un buque de la Compañía Venezolana de Navegación, la cual para entonces prestaba un buen servicio y precios muy accesibles. Tras varios días de navegación, arribamos a costas venezolanas donde nos esperaban mis padres y los de Angelina. Era un feliz reencuentro después de doce meses de ausencia, más la alegría de pisar nuevamente la tierra que nos había visto nacer. En los días siguientes estuvimos ocupados en la búsqueda de una nueva vivienda. Conseguimos un apartamento en la Urbanización “Cumbres de Curumo”, muy cerca de Fuerte Tiuna, donde se encontraban las instalaciones militares donde yo prestaría servicio. Al integrarme al servicio de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas, me asignaron el cargo de jefe del Departamento de Operaciones, cargo que desempeñaría por breve tiempo, para luego ser nombrado titular de la Subdirección de la Escuela de Comunicaciones y Electrónica, recibiendo la misión principal de parte de su director Coronel Mazzei Ramírez, de replanificar el Curso Avanzado para Suboficiales Técnicos, para llevarlo a un nivel universitario y poder graduarlos como Técnicos Superiores, en la especialidad de comunicaciones. Igualmente asumí la responsabilidad de preparar la organización y planificación de la carrera universitaria de 92

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Ingeniería de Comunicaciones, para oficiales de este servicio y estudiantes civiles, todos ellos previamente calificados mediante exámenes de admisión, para lo cual conté con la colaboración de profesores de la Universidad Metropolitana, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolívar. Mi experiencia como profesor en estas Universidades, me permitió seleccionar los mejores de sus profesores para dictar nuestro curso. Posteriormente firmaríamos un contrato con la Universidad Metropolitana, para que convalidara estos estudios y otorgara el título universitario que nosotros, por no tener autorización del Ministerio de Educación, no podíamos otorgar. Me dediqué de lleno a la preparación de estos dos cursos de Técnicos Superiores e Ingenieros de Comunicaciones, con el asesoramiento y colaboración de los profesores de los institutos mencionados. Fue una labor ardua y difícil, sumada a las responsabilidades como subdirector y mi ejercicio docente en la Academia Militar y en las Universidades ya mencionadas. También ejercí por unos tres meses, el Comando del Cuerpo de Alumnos de esa Escuela. Igualmente dicté para el “Curso Avanzado de Comunicaciones”, de dicho Instituto, la materia de “Comunicaciones Eléctricas, Alámbricas e Inalámbricas”. Para una mejor comprensión de esta materia, por parte de los alumnos, preparé un manual, basado en los manuales existentes en el Ejército norteamericano. En la traducción y adaptación de estos 93

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manuales, obtuve la ayuda del Teniente-Coronel Carlos Pérez García, quien había realizado el “Curso Avanzado de Comunicaciones” en los Estados Unidos de América. La planificación de los cursos de Técnicos Superiores e Ingenieros de Comunicaciones, obedecía y estaba orientada hacia un fin superior: el proyecto de construcción de un Sistema de Comunicaciones, usando la última tecnología disponible en el mundo de la Electrónica. Las comunicaciones de audio y mensajería se harían a través de enlaces por microondas, una red similar a la ya existente en la Compañía Anónima Teléfonos de Venezuela. De hecho, previos acuerdos con esta compañía, algunas de sus obras civiles [desarrolladas en los sitios más altos y dominantes del territorio nacional], las utilizamos para la instalación de torres y antenas que permitían la mayor cobertura radioeléctrica de la zona. Para la realización de este ambicioso proyecto ya se estaban haciendo los estudios iniciales en el Departamento de Ingeniería de nuestro Servicio. En esos días me enteré de que el Teniente Coronel José de Jesús Santana Quevedo, regresaba del exterior donde había obtenido el título de Ingeniero Nuclear. De inmediato hablé con el director del Servicio para que lo pidiera como oficial de planta de la Escuela de Comunicaciones. En efecto pocos meses después este brillante oficial de nuestro Ejército, fue designado como jefe del Departamento Académico de dicho Instituto. A Santana lo conocía, desde cadete, en la Academia Militar. Fue 94

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primero de su promoción y siempre se distinguió por su inteligencia y su don de gente. Con el conservé una gran amistad, la cual se fortaleció con el trabajo conjunto en la Escuela de Comunicaciones. Consciente de su capacidad intelectual y profesional, le asigné totalmente la responsabilidad de conducción y planificación del curso de Técnicos Superiores, y así yo pude dedicarme de lleno a lo correspondiente al Curso de Ingenieros. Tanto del director de la Escuela Coronel Mazzei Ramírez, como del director del Servicio, recibimos las directivas y el apoyo técnico, logístico y académico, necesario para que nuestro Instituto formara un personal, suficientemente capacitado, que respondiera a las necesidades de operación y mantenimiento del futuro Sistema de Comunicaciones de Microondas de nuestras Fuerzas Armadas [SICODENA]. Para la conducción del Curso de Técnicos Superiores, el Departamento Académico, obtuvo la colaboración de profesores militares y civiles de reconocida capacidad. Entre ellos estaba el Maestro Mayor Perrone, considerado entonces uno de los técnicos más brillantes de nuestras Fuerzas Armadas. Perrone había realizado cantidad de cursos en Venezuela y en el exterior con éxito académico notable. A su brillante talento, unía una gran personalidad y una sencillez que le ganaron el respeto de superiores, compañeros y subalternos. Después de su retiro del Ejército, continuó por muchos años como asesor del Instituto. También, para las materias de matemáticas contratamos los 95

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servicios del Licenciado Miguel Angel Pérez Prieto, profesor de las Universidades Metropolitana, Santa María y La Católica Andrés Bello. Miguel Angel, hermano de Angelina, con su experiencia docente, contribuyó notablemente en la formación matemática de nuestros técnicos. Retomando el hilo, en cuanto mi vida familiar, a fines de 1970 iniciamos la construcción de nuestra primera vivienda. Al efecto, obtuve el Instituto de Previsión Social de las Fuerzas Armadas un crédito por 160.000 Bs. Otro ingreso lo obtuvimos con la venta del carro Buick Toronado que habíamos traído de los Estados Unidos de América. La nueva vivienda era una bella casa. Yo me empeñé en que la misma contara con cinco habitaciones, más la dedicada a cuarto de servicio, y una biblioteca. Yo le decía a Angelina que, al igual que en mi familia paterna, de siete hermanos, yo quería también tener siete hijos. La construcción de la nueva vivienda sobrepasó con mucho nuestro presupuesto y adquirimos fuertes deudas, que se vinieron a sumar a la hipoteca que avalaba el crédito otorgado por el Instituto de Previsión de las Fuerzas Armadas. Estas deudas las contrajimos con el constructor de la vivienda y con la compañía “Tocateca”. Esta última empresa nos instaló una bella cocina, utilizando los equipos que habíamos traído de Leavenworth, obtenidos igualmente con un crédito que nos había otorgado la Empresa Sears, de los Estados Unidos. Esta deuda, nos costó muchos sacrificios económicos en los siguientes cuatro años. Al final, la nueva 96

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casa resultaría una excelente inversión: a mediados de los años 70 los precios de las viviendas se dispararon a más del doble de su costo inicial. A fines del año 1971 logramos inaugurar la casa que, a partir de ese momento, sería nuestro hogar. Desde el punto de vista emocional recibí un duro golpe que aun afecta mi vida espiritual: la muerte repentina del entrañable amigo y compañero de nuestro Ejército, el Teniente-Coronel Oscar Cabrera Hernández. Con él había compartido tres años de estudio en la Academia Militar y cuatro en el Politécnico de Rio de Janeiro. Además, fui padrino de bautizo de su hijo mayor. Oscar sufrió un infarto masivo cuando entrenaba físicamente en las instalaciones del Servicio de Armamento en Maracay. Tan solo contaba con 35 años y recién había terminado sus estudios de equivalencia en la Universidad Central, como Ingeniero Mecánico. Además casado con una muchacha de San Cristóbal, Zoraida Contreras, a quien yo conocía desde niña. La pérdida de este amigo nos afectó mucho a Angelina y a mí. Días antes los habíamos visitado, a él y a su esposa, en su recién inaugurada casa de la Urbanización “Bello Campo”, donde residían con sus cuatro hijos. Con Zoraida, su viuda, hemos mantenido una sólida amistad. Su hijo, nuestro ahijado Oscar Manuel, mantiene un contacto permanente con nosotros. La comadre Zoraida sufrió otra sensible pérdida: la reciente muerte de su segundo hijo varón Oscar Rafael, Teniente Coronel del Ejército e instructor de vuelo de helicópteros de 97

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dicha fuerza. Unos dos años antes de su fallecimiento, lo había encontrado en el Hospital Militar de Fuerte Tiuna, donde me manifestó que había solicitado su baja del ejército, por no estar de acuerdo con la orientación política e ideológica en la cual se había sumergido a las Fuerzas Armadas. El murió por problemas de salud, agravados por el deterioro que ha tenido el sistema hospitalario y la escasez de medicinas que ha sufrido nuestro país. Todo esto, bajo el gobierno y la responsabilidad de la élite ´´revolucionaria” que ha dirigido los destinos de la nación, en estos últimos veinte años. El caso de Oscar Rafael, es una evidente demostración de la violación de todos los derechos ciudadanos que contempla nuestra Constitución. La defensa de los mismos fueron norte y guía en la vida impecable y honesta, que como profesional de las armas viviera, su padre, nuestro querido amigo Oscar. Por fin, ya terminado el año 71, logramos inaugurar la casa que, a partir de ese momento sería nuestro hogar. Poco tiempo después, se mudó a una casa frente a la nuestra, el Médico y Mayor (a) del Ejercito Daniel Gueni Bejar y su familia, Beatriz su esposa y sus hijos Danielito, Carolina, Mariela y David. Con ellos iniciamos una gran amistad que ha perdurado a través del tiempo. Sus hijos nos llaman tíos. E igualmente nuestros hijos los reconocen a ellos como el tío Daniel y la tía Beatriz. Con los Gueni disfrutamos mucho nuestra estancia en esa bella Urbanización, “Macaracuay”, uno de los modernos desarrollos urbanísticos de la pujante 98

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Caracas de la década de los setenta. En julio del setenta y tres fui ascendido a coronel del Ejército, junto a varios compañeros de mi promoción ´´Gral. Manuel Cedeño”. El acto estuvo presidido por el presidente de la Republica Dr. Rafael Caldera, quien al imponerme las presillas me preguntó por la salud de la tía María [mima], esposa de mi tío Felipe [Ipe] Alcalde Perera, hermano de mi padre, fallecido en el año 1949 y a quien el presidente había conocido en sus viajes a Carora, donde Ipe era figura destacada del partido político COPEI, cuyo fundador había sido el propio presidente. En la noche de ese feliz día de mi ascenso, celebramos, en nuestra casa de Macaracuay con un ´´open house”, como tradicionalmente se acostumbraba a festejar dichos eventos, en el entorno militar. Fue una fiesta muy concurrida a la cual asistieron familiares, compañeros de armas y nuestros amigos más allegados. Allí Angelina hizo, una vez más, gala de sus habilidades como anfitriona, cuidando hasta en los más mínimos detalles de la perfecta realización del evento programado. Con su natural simpatía y su elegancia recorría las mesas para saludar y atender personalmente a nuestros visitantes. Volviendo al tema de mi vida profesional, para entonces fui nombrado jefe del Departamento de Ingeniería del Servicio de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas, recientemente reorganizado y fortalecido, con la designación de un grupo de oficiales ingenieros provenientes de las cuatro 99

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fuerzas militares: Ejército, Marina, Aviación y Guardia Nacional y de un ingeniero civil perteneciente al Servicio de Ingeniería de las Fuerzas Armadas. Los citados eran el capitán de fragata Delgado Fournier, los mayores del Ejército Peñalosa Zambrano, Heinz Azpurua, Ludovico Simancas y Cariño Zavarce, el mayor de la Guardia Nacional Loreto Mejías. Para atender el proyecto de obras civiles fue asignado, a mi departamento el ingeniero Ernesto Lilue, proveniente del Servicio de Ingeniería de las Fuerzas Armadas. Igualmente fueron designados un grupo de suboficiales altamente calificados, los maestros técnicos Gamalier, Álvarez, Colmenares, Ortiz y otros cuyos nombres no recuerdo en este momento. Todos ellos graduados en la Escuela de Comunicaciones y Electrónica del Ministerio de la Defensa. Juntos conformamos un excelente equipo para la planificación y realización del proyecto del Sistema de Comunicaciones de Microondas, el cual ya se estaba convirtiendo en una firme realidad. Fui nombrado Gerente General del mismo. Como tal debía presentar cuenta mensual informativa al jefe del Servicio de Comunicaciones, General José Diomedes Quintero Silva. Luego debería acompañar al jefe de los Servicios Generales, General Guillermo Ferrero Tamayo, en su cuenta mensual al ministro de la defensa. Durante dicha cuenta, yo tenía la responsabilidad de informar personalmente al ministro, Gral. Gustavo Pardi Dávila, sobre todas las actividades relacionadas con la ejecución de dicho 100

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proyecto. Se procedió con los trabajos de ingeniería civil, por ejemplo: construcción de carreteras y casetas de transmisión, en los cerros más prominentes de la geografía nacional, instalación de torres metálicas de gran altura, para soportar antenas y otros equipos adicionales, etc. En algunos de ellos utilizamos algunas de las facilidades, ya existentes, pertenecientes a la Compañía Anónima Teléfonos de Venezuela, como lo dijimos anteriormente. Se comenzó la instalación de equipos y pruebas de enlaces de radio que llevarían las comunicaciones a nuestras unidades militares y a algunas entidades civiles, involucradas en el complejo panorama de la defensa nacional. En el contrato con la Compañía “General Telephone and Electronic”, responsable de la construcción de esta red nacional de comunicaciones, figuraba el entrenamiento de ingenieros y técnicos en la ciudad de Milán, Italia. En el primer grupo figurábamos los ingenieros Capitán de Fragata Delgado Fournier, el Mayor Peñaloza Zambrano y yo. Iniciamos, en dicha ciudad, un curso de cuatro meses relacionado con la Gerencia de Sistemas de Comunicaciones Radioeléctricas. A sus inicios el curso fue dictado en idioma inglés, pero al poco tiempo le pedimos, al Ingeniero responsable de nuestra formación, que lo hicieran en italiano, idioma que ya ´´machucábamos ´´ lo suficiente para entender a nuestros profesores. Fue un curso extraordinario en el cual completamos nuestros conocimientos sobre las técnicas comunicacionales más 101

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recientes y sobre la operación y mantenimiento del sistema y equipos adquiridos. Además, tuvimos la oportunidad de convivir con directivos, ingenieros y técnicos de la fábrica donde realizábamos el entrenamiento. La amabilidad y simpatía de los italianos nos acompañó durante toda nuestra pasantía en esa bella ciudad milenaria. Los fines de semana con nuestro instructor guía, y ya nuestro amigo, el Ing. Ulive, recorríamos las bellezas de Italia y países vecinos. Al final de curso, aprovechando los ahorros provenientes de los viáticos en dólares que se nos habían asignado, pudimos traer a nuestras esposas, con quienes disfrutamos los últimos días de permanencia en el viejo continente. Angelina y yo estuvimos en Roma, Florencia, la Isla de Capri, Londres y Madrid. Angelina llevaba ya cierto tiempo dedicada a la pintura. En ese sentido, había realizado varias exposiciones exitosas en Caracas, lo que había agregado unos dólares extras al presupuesto familiar. Esto nos permitió enriquecer nuestro recorrido turístico y hacer algunas compras. Llegamos a Caracas, con la emoción de ver de nuevo a nuestros hijos. Yo tenía ya cuatro meses fuera del hogar y Angelina uno. Reencontrarnos con ellos, después de esa larga ausencia, nos trajo la natural alegría que produce el convivir nuevamente en familia y poder contarles las experiencias de nuestros viajes, compartir recuerdos y entregarles tantas cosas que les habíamos comprado en Europa. Rubén ya andaba por los siete años y Miguel Angel por los cinco. Ellos 102

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habían quedado bajo el cuidado de los abuelos Ángeles y Cosme, quienes con su dedicación y cariño cubrieron nuestra larga ausencia. Nos reintegramos a nuestras actividades diarias, los niños asistiendo a sus clases en el colegio “La Salle”, de Caracas. Angelina se entregó nuevamente a su nueva pasión, la pintura. Pasaba horas interminables, muchas veces hasta altas horas de la madrugada, representando en el lienzo su talento pictórico, ahora enriquecido con las experiencias vividas en el viejo continente. Los fines de semana nos reuníamos con familiares y amigos, disfrutando de las bondades que ofrecía nuestra casa en Macaracuay. Su amplio patio trasero ofrecía un lugar propicio para que Rubén y Miguel Ángel, con primos y amigos, inventaran toda clase de juegos y travesuras bajo la mirada complaciente nuestra, de sus abuelos, del tío Miguel Ángel y sus hijas Patricia, Carolina y María Nieves y demás familiares y amigos con quienes compartíamos tan gratos momentos, rociados éstos, por supuesto, con unos whiskicitos o cervecitas, más deliciosos pasapalos que preparaba Angelina. Las navidades y nuevo año lo compartíamos entre Caracas y San Cristóbal. En esta última ya se habían hecho célebres los reencuentros de la Alcaldía. Para esta fecha, los descendientes de Toño y Mamaía, como cariñosamente los llamaban los jóvenes de la familia, veníamos de todos los puntos cardinales de Venezuela y hasta del exterior, para compartir momentos 103

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inolvidables que llegaron a congregar hasta cerca de cien familiares. Las reuniones de fin de año en casa de Reinaldo y Teresa se hicieron famosas. Al son de la música, que Reinaldo se empeñaba en poner a todo volumen, de las intervenciones con cantos, chistes, imitaciones y toda clase de diversiones que sacaban a relucir el talento artístico de la familia y condimentado todo esto con el consumo moderado de bebidas espirituosas y el disfrute de las tradicionales y multisápidas hallacas andinas, disfrutamos momentos inolvidables con aquel concurrido grupo familiar y amistades cercanas. Al acercarse las doce de la noche del 31, formábamos grupos familiares: los Alcalde Avendaño, Hernández Alcalde [Oscar y Dora], Alcalde Pérez, Alcalde Suarez, Del Castillo Alcalde, Alcalde Reyes, Rosales Alcalde y Hernández Alcalde [Ramón y Morella]. Luego vendrían, a medida que crecía la familia, los hijos de nuestros hijos y ya se están agregando los hijos de los nietos, con quien celebraremos en el futuro reuniones cibernéticas, ya que el árbol familiar ha ido extendiendo sus ramas por los cinco continentes, haciendo casi imposible una, al menos inmediata, reunión de los sobrevivientes de la tribu, descendientes de Toño y Mamaía. Regresando a las reuniones navideñas donde Reinaldo y Teresa, esperábamos el resonar de las doce campanadas, que anunciaban el nuevo año, para confundirnos en abrazos interminables, con los que reafirmábamos nuestro amor y unión familiar, recuerdos 104

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que aún hacen vibrar nuestros corazones. Esas hermosa reuniones han pasado a ser parte de nuestros sueños, difíciles de revivir, al encontrarnos separados físicamente, viviendo muchos de nosotros en las más apartadas regiones del planeta, como consecuencia de la diáspora que ha caracterizado el comportamiento de la sociedad venezolana en los comienzos del siglo XXl, provocada por las nefastas dictaduras de Hugo Chávez y Nicolas Maduro, quienes han logrado, por incapacidad o conscientemente, o ambas cosas, destruir el país más rico de América Latina y convertirlo, en tan sólo veinte años, en uno de los más pobres del Continente, compartiendo esta dudosa reputación con otros países latinoamericanos como Honduras y la Republica de Haití. Pero volvamos al alegre San Cristóbal de fines del siglo XX, y trasladémonos a los inolvidables meses de enero, en los cuales se celebraban las famosas Ferias Internacionales de San Sebastián, patrono de la ciudad. Durante las mismas, la principal atracción eran las corridas de toros, con la actuación de los mejores profesionales de ese arte a nivel mundial, para esa época: Cesar Girón y sus hermanos; Luis Sánchez Olivares apodado “ El Diamante Negro”, Luis Miguel Dominguín, El niño de la Capea, El Cordobés, Paco Alcalde, Antonio Ordoñez, etc. Las gradas de su magnífica plaza de toros se veían engalanadas por hermosas mujeres de todo el país, quienes lucían trajes alegóricos a la feria taurina, recordando las tradiciones de la madre patria España. Personalidades del 105

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mundo político, artistas, periodistas y representantes de toda la sociedad venezolana, nos visitaban para disfrutar de este tradicional y monumental evento el cual ganó merecida fama en el mundo entero. La proverbial cordialidad de los anfitriones tachirenses acogía en su seno a los visitantes que nos honraban con su presencia en tan magnas celebraciones. Entre esos anfitriones se distinguían mi hermano Reinaldo y su esposa Teresa, quienes abrían las puertas de su casa para recibir a familiares y amigos, con quienes compartíamos tan gratos momentos. Para sacar “el ratón´´ nos íbamos, al día siguiente, amigos y familiares, a la acogedora casa de campo de mi hermana Carmen Teresa y Rafael María, su esposo. En ese ambiente rural continuábamos las celebraciones, disfrutando de los hermosos paisajes, las verdes y onduladas colinas, salpicadas de casitas multicolores, donde habitaban los lugareños del hermoso pueblo de Borotá. También disfrutábamos de la cordialidad de José Alberto y Altamira, quienes, cualquier tarde, en su casa y en su acogedor bar, reunían nuevamente al grupo familiar para continuar la parranda. Para redondear la faena, nos íbamos a la Urbanización “Torbes”, casa de Omar y Nelly, su esposa, a continuar la tertulia familiar, en un ambiente muy alegre y taurino, donde poníamos punto final a estas celebraciones. En una oportunidad, casa de Omar, estábamos todos reunidos en la sala principal de la casa. De pronto notamos un inexplicable silencio en el jardín donde jugaban los nietos 106

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de Toño y Dilia. Nos acercamos al lugar. La escena era enternecedora e inolvidable: el abuelo “papá Toño”, rodeado de todos sus nietos, sentados en la grama del jardín, les relataba sus fantásticas historias, las mismas con que nos había deleitado, en múltiples oportunidades, durante nuestra infancia. Terminada la feria, cada año, regresábamos a Caracas, con la nostalgia de tener que despedirnos de nuestros seres más queridos, pero impregnados de tan gratos recuerdos y de los felices momentos vividos. Reintegrado a mí trabajo, continuamos con el desarrollo del Sistema de Comunicaciones de Microondas de las Fuerzas Armadas (SICODENA).Dicho sistema ya estaba bastante adelantado y su inauguración estaba programada para el año 1977. En esa forma se establecería comunicación entre todas las unidades pertenecientes a nuestras Fuerzas Armadas, incluyendo a algunas de sus compañías aisladas y a oficinas ligadas al Sistema de Defensa de la Nación, tales como la Presidencia de la República, ministerios públicos, organismos policiales etc. En julio de 1975 fui trasferido a la dirección de la Escuela de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas. Recibí la Dirección de la misma de manos de mi apreciado amigo Coronel Guillermo Antonini Pacheco Antonini era un oficial de clara inteligencia, primero de su promoción, ingeniero eléctrico egresado del Instituto Tecnológico de Massachusetts [MIT] y graduado de Estado Mayor en la Academia de Defensa del Reino Unido de la Gran 107

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Bretaña. Continué con el trabajo que había iniciado como subdirector de la Escuela, años antes. Con la ayuda de Santana Quevedo, ahora subdirector, continuamos con el proyecto de formación de Técnicos Superiores e Ingenieros de Comunicaciones. En el área operativa, se continuó dictando los cursos básico y avanzado de esa especialidad. En dichos cursos se preparaba a los oficiales de este Servicio, para el mejor ejercicio de sus funciones, en las diversas etapas de su desempeño como Oficiales de Comunicaciones en las unidades tácticas y estratégicas de nuestras Fuerzas Armadas. Poco tiempo después fui nombrado integrante de la comisión encargada de recibir y atender al científico germano-americano, Werner Von Braun. Von Braun, inventor de la bomba V-2, bombas cohetes que, desde el continente europeo, los Nazis lanzaban contra la ciudad de Londres. Afortunadamente, para los ingleses, dicha tecnología estaba aún en ciernes, y Londres se salvó de ser completamente arrasada. Von Braun fue traído a Venezuela, de la mano del también famoso científico, venezolano, Humberto Fernández Moran, inventor del bisturí de diamantes y otros varios inventos. Instrumentos con los cuales revolucionaría el mundo de la cirugía y la ciencia médica. Estos dos ilustres científicos venían con la intención de observar y estudiar la posibilidad de fundar en la ciudad de Maracaibo un Politécnico Cívico Militar, donde se prepararían técnicos de diversas especialidades, para atender la demanda 108

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de toda América Latina. Este proyecto no tuvo mayor receptividad en el gobierno de turno en nuestro país. Von Braun tuvo que regresar a Estados Unidos, debido a que padecía de una grave enfermedad que más tarde lo llevaría a la tumba. Por su parte Fernández Moran continuó sus labores en Venezuela. Fue recibido por el ministro de la Defensa General de División Fernando Paredes Bello, a quien presentó su proyecto. Tuve la oportunidad de dialogar largamente con el Dr. Fernández Morán sobre el proyecto del politécnico que el soñaba construir en nuestro País. Luego lo invité a dictar una charla en el teatro de la Academia Militar, con la presencia de los cadetes, que para entonces cursaban estudios en dicho Instituto. Sostuve una última reunión con el Dr. Fernández, en el hotel donde se hospedaba, oportunidad en la cual me explicó, nuevamente, el alcance de su proyecto y su interés en la labor que veníamos realizando en la Escuela de Comunicaciones y Electrónica de la Fuerzas Armadas, en la formación de Ingenieros de Comunicaciones, civiles y militares, y de suboficiales Técnicos Superiores en la misma rama de comunicaciones. Días después regresó, Fernández Morán, a los Estados Unidos, desilusionado por la poca acogida que su proyecto había tenido en el sector gubernamental, y por la grave enfermedad de su amigo y colega Von Braun. En cuanto a nuestra vida particular, tengo que decir que, veníamos afrontando problemas con el presupuesto familiar. 109

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Las deudas contraídas en la construcción de la casa de Macaracuay sumaban una respetable suma. Ella incluía: el amortizamiento del crédito recibido del Instituto de Previsión Social de las Fuerzas Armadas, la deuda con la Compañía Tecoteca, por la construcción de la cocina, y pagos pendientes con el constructor. Todo por un total de 280.000 Bs. En vista de lo forzado que nos resultaba el cumplimiento de estos compromisos pecuniarios, resolvimos, con gran pesar, poner a la venta dicha casa. Pusimos un aviso en el diario “El Universal” y el mismo día surgió un comprador quien nos ofreció 730.000 Bs. Aceptamos de inmediato. La razón para esta diferencia de precio de las viviendas en la ciudad de Caracas, en tan sólo 5 años, se debió a fenómenos económicos, surgidos en el mundo entero, en la década de los 70. También influyó, en esta inflación de los bienes inmuebles, las medidas de carácter económico tomadas por el gobierno de turno en Venezuela. Con este superávit de 450.000 Bs. pudimos cancelar nuestras deudas, quedándonos aún dinero suficiente para comprar una nueva vivienda, la cual adquirimos en la Urbanización “Miranda”, situada en las afueras de la ciudad de Caracas, en una zona montañosa, en la que se realizaban, para entonces, importantes desarrollos habitacionales. Esta pequeña casa nos costó cerca de los 280.000 Bs. Con el resto pudimos equiparla y decorarla de acuerdo a nuestras necesidades y al gusto excelente y delicado de doña Angelina. Hago esta acotación de detalles, 110

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en el manejo de nuestros bienes, pensando que nunca faltan mentes malignas y ociosas, que murmuran y comentan en forma malintencionada: “y de dónde sacó este tipo tanta plata para comprarse una casa de contado”. Lo importante es que ahora ¡al fin! teníamos nuestra casa libre de deudas y con una reserva monetaria para enfrentar cualquier contingencia de tipo económica. El mes de mayo del 76, fui notificado por la comandancia general del Ejército, de que había sido designado para realizar el curso sobre Defensa e Integración Continental que imparte el Colegio Interamericano de Defensa, ubicado en Washington D.C., Estados Unidos de América, para oficiales de todo el continente americano.Ese mismo año de 1976, nuestra familia sufrió un fuerte impacto emocional ante la noticia de que Dorita, nuestra hermana mayor, en un examen radiológico realizado en el Hospital Militar de Caracas, éste había resultado positivo, confirmando la presencia de células cancerígenas, en varias partes de su cuerpo. Esto, como es natural, nos causó a todos un gran dolor y preocupación, especialmente a mi cuñado Oscar Hernández Raga y a su hijos Egle, José Antonio, Oscar Eduardo y Marisol. A finales de junio, junto con Angelina y nuestros hijos Rubén y Miguel Angel, viajé a Washington, para integrarme al curso a realizarse en esa Capital norteamericana. Allí nos instalamos en una casa ubicada en Virginia, no muy lejos del Colegio ya mencionado. Con el 111

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transcurso del tiempo, la salud de Dora seguía desmejorando. En un momento dado, mis familiares de San Cristóbal, me alertaron de la gravedad de su salud y me recomendaron ir a Maracaibo, su lugar de residencia, si es que deseaba despedirla en vida. Llegué a dicha ciudad un miércoles de Semana Santa. Nuestro encuentro, el de Dora y el mío, fue muy doloroso. Nos abrazamos y nuestras lágrimas se unieron, en nuestra última y fraternal despedida. El jueves santo, Dorita, después de recibida la unción de enfermos y la santa comunión, entregó su alma al Señor. Monseñor Domingo Roa Pérez, Arzobispo de Maracaibo, ofició una misa de cuerpo presente, durante la cual exaltó la vida piadosa y ejemplar de nuestra hermana, a quien, él, Monseñor, había conocido desde niña, en San Cristóbal. Concluido el sepelio retorné a Caracas y un día después a Washington, a continuar mis estudios. Es importante acotar que a este Colegio Interamericano de Defensa, en Washington D.C., asisten oficiales de todo el continente. Dicho Instituto funciona bajo la dependencia de la Organización de Estados Americanos [O.E.A.] y la Junta Interamericana de Defensa [JID]. Allí representé a nuestro país en la grata compañía de los amigos: Coronel {Av.} Luis Altuve, Coronel {Av.} Oswaldo Plazola, Capitán de Navío Lanz Castellanos y la Consejera Dalia Pandávila, designada por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Dalia fue la primera mujer en asistir a este curso, en toda la historia de dicho 112

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Colegio. Ese fue un período de gran aprendizaje. Recibimos excelentes conferencias de personajes del mundo intelectual, político, económico y militar de gran valía, tanto de Estados Unidos y Canadá, como de los países latinoamericanos. Esas personalidades, con su experiencia y preparación académica, despertaron en nosotros inquietudes sobre todos los problemas que, en forma bastante similar, afectaban y siguen afectando al continente americano. Eran horas de intensos debates, seminarios, trabajos de investigación y charlas, donde cada quien expresaba, en forma totalmente libre, su parecer sobre los temas planteados, relacionados con la seguridad continental y los problemas políticos, económicos, militares y culturales de los pueblos, especialmente de nuestros pueblos americanos. También analizábamos, en forma exhaustiva, el impacto que fenómenos del mismo tipo, surgidos en otros continentes, afectaban las soberanía de nuestro continente. Se debatió intensamente sobre la cooperación y posición de los gobiernos, ante amenazas externas, tanto de carácter militar como de ideologías ajenas y perversas, que intentaban y siguen intentando resquebrajar las estructuras y fundamentos sobre los cuales se rigen los países de nuestro hemisferio occidental. Se hizo énfasis sobre la necesidad de toma de decisiones oportunas y consensuales, el dialogo multilateral y la posible integración económica de los países del continente americano. Si bien nuestra posición, como representantes de un país 113

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democrático, no coincidía con la de otros representantes, cuyos gobiernos eran eminentemente dictatoriales, las discusiones y análisis de los problemas comunes, se mantuvieron en un perfil de respeto, compañerismo y amistad. Esa experiencia y el intercambio de ideas tuvieron, posteriormente, excelentes resultados en la solución de problemas comunes, de carácter militar y diplomático, que por igual afectaban y siguen afectando, a los pueblos y naciones de nuestro continente. En esta oportunidad quiero expresar mi reconocimiento a la dirección y a los asesores del Instituto, quienes nos prestaron toda clase de facilidades para nuestro desempeño como cursantes del mismo. Al respecto, debo destacar la actuación de nuestro compatriota, Coronel Ramón Aguilar Sánchez, oficial de nuestras Fuerzas Armadas, asesor del Instituto, y egresado de la prestigiosa Escuela Militar de West Point, de los Estados Unidos de América. El Coronel Aguilar, en todo momento estuvo presto para ayudarnos en los problemas, tanto de carácter académico como de índole personal, los cuales siempre surgen cuando se está en un país extraño. Del punto de vista social, tuvimos la oportunidad, junto a nuestras esposas e hijos, de cultivar amistades inolvidables con personas procedentes de todos los puntos cardinales de nuestro hemisferio. Las reuniones sociales, eran salpicadas con el humor de Luis Altuve, correspondiéndole la parte musical a Dalia, con su guitarra y sus bellas interpretaciones musicales. Las reuniones eran 114

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frecuentes. En ellas compartíamos momentos muy gratos con personal de la embajada venezolana, y con familiares y amigos residentes en esa bella ciudad que es Washington D.C. Igualmente, en algunas oportunidades, asistían compañeros de curso procedentes de los países hermanos del continente, con sus respectivas familias. Un episodio que quiero destacar, ocurrió durante el matrimonio del General Fernando Paredes Bello con la doctora Esther Meneses. Angelina y yo habíamos sido invitados a dicho acto, el cual debía realizarse en Nueva York. En compañía de Luis y Mery Altuve nos dirigimos a la llamada “ciudad de los rascacielos”. La ceremonia se celebró en la casa del Embajador de Venezuela ante la Organización de las Naciones Unidas [ONU], Doctor Simón Alberto Consalvi. Allí tuve el honor de conocer personalmente a don Rómulo Betancourt, expresidente de la Republica y uno de los políticos más importantes e influyentes de la América Latina del siglo XX. Conversé brevemente con don Rómulo, a quien le comenté que estaba realizando el Curso Interamericano de Defensa en Washington. Él, con sencillez y sabiduría, consecuente con lo que había practicado durante su larga vida pública, me habló de los peligros que azotaban al continente americano. Él había sido un baluarte en la defensa de la democracia latinoamericana y en su lucha contra el comunismo internacional, representado, entonces, por la cruel dictadura de Fidel Castro. Se refirió a los 115

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problemas de Latinoamérica y al peligro que significaba, para estos países, la importación de ideologías extrañas, las cuales solo podrían traer consigo grandes problemas políticos, sociales, económicos y militares, como en efecto está ocurriendo en la Venezuela contemporánea de principios del siglo XXI. Terminada la conversación, el presidente quiso tomar la escalera para dirigirse a la planta baja. Tomado él de mi brazo, bajamos lentamente hacia dicha planta, pues ya sus condiciones físicas estaban un tanto deterioradas. Aun así conservaba su claridad mental, tan necesaria, para dar sabios consejos a las nuevas generaciones. El mes de junio de 1977, recibí la grata noticia, de parte del diputado Nerio Nery, de que había sido seleccionado por el Ministerio de la Defensa, para ser ascendido al honroso grado de General de Brigada. Nerio Nery, hermano del connotado médico personal de Rómulo Betancourt, Rafael José Nery, era amigo de mi padre y esposo de la bella llanera-tachirense Tahio Plazola, hermana de Oswaldo Plazola Gilly. Oswaldo, oficial de la Fuerza Aérea, mi paisano y amigo de infancia, había sido informado por su cuñado diputado, que ambos habíamos sido seleccionados para el mencionado ascenso. En virtud ello, deberíamos presentarnos ante la Comisión de Defensa del Congreso Nacional para ser interpelados y recibir la correspondiente aprobación, de esta comisión parlamentaria, para portar los soles, símbolo jerárquico, que conlleva dicho grado. Este requisito aprobatorio estaba consagrado en la constitución 116

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nacional, vigente para entonces. En este momento y habiendo cumplido los ochenta y seis años, el pasado 27 de julio, termino esta primera parte de “Mis Recuerdos”, dando gracias a Dios por haberme permitido llegar a esta edad en muy buen estado físico y con plena lucidez mental. Me espera la narración del período más importante de mi vida, a partir de este ascenso trascendente, el cual me llevó a ocupar altos cargos en las Fuerzas Armadas y en el Gobierno Nacional. Posteriormente, ya en la situación de retiro de esa Institución Armada, ocuparía el cargo de Embajador de Venezuela ante la República de Alemania Occidental. Finalizada mi misión diplomática en ese país, fui designado Presidente, de la Compañía Anónima “Electricidad de los Andes” [CADELA], empresa que había sido creada para atender al proyecto de descentralización del suministro de energía, que para ese entonces, prestaba la Compañía de Administración de Fomento Eléctrico [CADAFE]. Mis experiencias, en el desempeño de estos cargos, los narraré en “MIS RECUERDOS” parte II. MIS RECUERDOS

II PARTE

En la primera parte de este documento hice un relato acerca de mis experiencias, durante los primeros años de mi carrera en el ejército venezolano. Como ya lo dijera, ingresé a

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la Academia Militar de Venezuela en el mes de julio de 1950 y me gradué como subteniente el 5 de julio de 1954. Pasé por los diferentes grados, teniente, capitán, mayor y teniente coronel. Estos son conferidos por la república a los oficiales que cumplen con las normas y requisitos establecidos en nuestra constitución y en los reglamentos de dicha institución castrense. Estos grados militares mencionados no requerían de la aprobación del congreso nacional de la república. En julio de mil novecientos setenta y siete fui ascendido al grado de coronel. En este caso el ascenso es sometido por el presidente de la república a la aprobación del Congreso Nacional. El mes de junio del año mil novecientos setenta y siete fui designado para realizar el curso de Seguridad y Defensa a dictarse en el Colegio Interamericano de Defensa, cuya sede está en la ciudad de Washington D.C., capital de los Estados Unidos de América, ubicado en el Fuerte Lesley J. McNair. Realizando este curso, recibí la noticia de que había sido propuesto por el Ministerio de la Defensa de mi país, y ante la comisión de defensa del Senado de la República, para ser ascendido al grado inmediato superior de General de Brigada del Ejército. De conformidad con lo establecido en la constitución venezolana, vigente para la época, debería presentarme ante dicha comisión para ser interpelado por integrantes de la misma, quienes por ley autorizaban, para

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entonces, la promoción de Coroneles y Generales, Capitanes de Navío y Almirantes de las Fuerzas Armadas, a los grados militares superiores. Viajé a Caracas y me presenté ante mi comando de Fuerza, el Ejército. Luego asistí a la reunión, en la fecha estipulada por la presidencia de la Comisión de Defensa de dicho parlamento. Allí fui interpelado, por los integrantes de dicha comisión, sobre mi opinión acerca a asuntos relacionados con la seguridad y la defensa del país. También ahondaron sobre mi parecer y experiencias sobre el sistema de gobierno democrático, vigente para entonces, y el cual había sustituido, en enero del año 1958, al gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez. Entendí y comprendí: este tipo de preguntas, estaban inspiradas en el hecho de que yo había sido formado en la Academia Militar, en el periodo académico correspondiente a los años 1950-1954, bajo la tutela de ese gobierno dictatorial. Con prudencia, pero con absoluta firmeza, expresé ante los parlamentarios, mi convicción plena en los valores democráticos que, para entonces, regían el sistema de gobierno de nuestro país. En esa reunión estaban presentes, aunque no eran integrantes de la referida comisión, algunos parlamentarios que representaban, en el Congreso Nacional, al partido comunista y a otros partidos de izquierda radical. Partidos éstos que, en el pasado, habían intentado tomar el poder por la vía de la

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violencia, contraviniendo valores democráticos en los cuales creía y sigo creyendo, con plena convicción, como oficial retirado de las fuerzas armadas. Estos congresistas se habían reintegrado al sistema democrático a fines de los años setenta. El presidente doctor Rafael Caldera, durante su primer gobierno y con su política de pacificación de las guerrillas conformadas éstas, en su mayoría, por jóvenes políticos, estudiantes y algunos oficiales desertores de las fuerzas armadas permitió a estos legisladores, mediante un decreto presidencial, recuperar sus derechos políticos y ciudadanos. Cumplida mi misión en Caracas, regresé a la ciudad de Washington, a continuar mis estudios. Los compañeros de curso nos agasajaron, al Coronel [FAV] Oswaldo Plazola Gilly y a mí, por ser los primeros miembros de la promoción mil novecientos setenta y siete-setenta y ocho, del Colegio Interamericano de Defensa, en alcanzar el grado superior de general de brigada. Nos entregaron sendas placas, en recuerdo de este acontecimiento tan importante en nuestras carreras como oficiales de las Fuerzas Armadas Venezolanas. Oswaldo, como lo referí en la primera parte de este documento, había sido mi compañero de infancia y de colegio en mí siempre recordada ciudad natal San Cristóbal. Días después celebramos este ascenso, en nuestra casa, en Washington, con amigos de la embajada venezolana, con

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compañeros de promoción del Colegio Interamericano y con otros amigos residentes en la capital norteamericana. Angelina, como de costumbre, se lució en la organización y posterior realización de este evento, atendiendo con su esmerada cordialidad y simpatía a los diferentes invitados. Mis hijos Rubén Adolfo y Miguel Ángel, de diez y ocho años de edad, para entonces, nos alegraron con su presencia en esta agradable reunión. A mediados del mes de junio de ese referido año mil novecientos setenta y siete presenté, en presencia de la dirección y de asesores, civiles y militares del Instituto, mi tesis de grado la cual trataba sobre los problemas relacionados con la integración política y económica de los países latinoamericanos. En ella destaqué, entre otras cosas, la urgencia de la integración de la región, para poder enfrentar con éxito, el poderío político y económico que representaban, y aún representan, otras Comunidades como lo son actualmente los Estados Unidos de América, la Comunidad Europea, y algunas Comunidades Asiáticas, las cuales, con su avanzada tecnología y sus impresionantes logros económicos, habían logrado acaparar los mercados mundiales, en desmedro de los países menos desarrollados, como lo son los de América Latina. Para mi satisfacción personal, y profesional, un prolongado aplauso, por parte de los presentes, se hizo oír en el lugar donde se

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efectuaba la mencionada reunión académica. En el transcurso del año realizamos en nuestro curso diversos eventos, colectivos o grupales, para identificar puntos de encuentro y también de posibles diferencias entre los países del continente americano. Planteamos problemas y controversias, de carácter político, social, económico y militar, que afectaban las diferentes regiones del globo terrestre y sus posibles repercusiones en el futuro de nuestra América Latina. Para que este intercambio de ideas rindiera su máximo fruto, recibimos experiencias y conocimientos, de innumerables expositores del mundo intelectual, político, económico y militar de diversas nacionalidades. Conferencias, visitas programadas y otros actos de carácter académico, realizados durante este año de estudio, nos permitieron el contacto personal e intercambio de ideas con gobernantes y líderes empresariales, culturales, políticos y militares de gran parte de nuestro continente americano. Cabe destacar, entre estos eventos, el viaje de estudio realizado por México, Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador, donde pudimos palpar, in situ, los graves problemas políticos, sociales y económicos que, para entonces, atravesaba la región. El caso de Nicaragua fue patético: había sufrido, en meses anteriores, los embates de un fuerte terremoto, que vinieron a agregar nuevos y graves problemas a las

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dificultades de carácter político, social, económico y militar, ya existentes en el país. Problemas que venían a sumarse a los originados por la ausencia de libertades políticas y por la represión policial, característica del régimen autoritario, impuesto por el dictador Anastasio Somoza Debayle. Éste, el presidente Somoza, nos invitó a un agasajo en su casa de habitación a la cual asistimos todos los integrantes del Curso y algunos de los directivos y asesores del Instituto. En el transcurso de la reunión algunos participantes de la misma cercaron al dictador Somoza, con quien sostuvieron una amena charla. Yo, que no comulgaba con las ideas y actuaciones de este gobernante, me mantuve al margen de ese coloquio presidencial. Me senté en una pequeña mesa alejada de la sala principal donde se realizaba la reunión. En esa mesa departí gratamente con el Coronel nicaragüense Miguel Blessing Urroz, quien había realizado en Caracas, con el grado de teniente, en el año mil novecientos cincuenta y cinco, el curso avanzado, en la Escuela de Infantería del ejército venezolano. Terminado el curso el teniente Blessing fue designado, por nuestro ministerio de la defensa, para hacer una pasantía de un año en la batallón ‘’Carabobo 12”donde yo estaba sirviendo, en mi primer año, con el grado de subteniente. Allí hice una íntima amistad con Blessing. En esa oportunidad, este amigo, se enamoró de Leonor, una

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hermana de mi compañero Subteniente Carlos Isava Enmanuelli, quien también servía en el mismo batallón, contrayendo matrimonio unos dos años después de conocerse. Yo tuve el privilegio de ser el padrino de su boda, la cual se realizó en estricta intimidad. A finales del mes de junio, de este año de 1977, se realizó la clausura de nuestro curso. Este evento me deparó sentimientos encontrados. Por una parte, la alegría por haber culminado tan interesante curso, y el pronto regreso a la patria y a nuestro hogar. Por la otra, la tristeza que significaba el tener que despedirse de amigos de todas las latitudes del Universo, a quienes posiblemente más nunca volvería a ver, como en efecto ha ocurrido. En ese lapso, transcurridos más de cincuenta años de nuestra graduación al único compañero, no venezolano, que tuve oportunidad de ver, fue al Teniente Coronel Martínez, oficial chileno, quien fue designado como agregado militar de la embajada de su país, en Venezuela. Angelina, mi esposa, nuestros dos hijos Rubén y Miguel Ángel y yo, días después emprendimos el viaje de regreso a Caracas. El 5 de julio de ese mismo año 1977, se realizó el acto de ascenso en las tribunas localizadas en la avenida “Los Próceres” de Caracas, con la presencia del presidente de la Republica Señor Carlos Andrés Pérez y miembros del alto mando militar. Terminado el acto protocolar no dirigimos mi

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familia y yo, acompañados de amigos y familiares, hacia la Escuela de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas, donde yo había ejercido como su director, sub-director y profesor. En el salón de fiestas de dicho instituto celebramos con familiares, amigos y compañeros de armas, tan importante acontecimiento. Entre los presentes al acto estuvo el General Ernesto Brand Torrellas, para entonces, Comandante General del Ejército. También estaba, entre mis invitados, mi pariente doctor Pastor Oropeza Zubillaga, condiscípulo de mi padre José Antonio Alcalde Perera en el Colegio Federal de Carora. Pastor Oropeza es considerado por muchas instituciones científicas, nacionales e internacionales, como el padre de la Pediatría en Venezuela. Un mes más tarde, fui designado como director de la Escuela Superior del Ejército en la cual permanecí tan solo tres meses. Sin embargo, tuve la oportunidad de graduar a la promoción que había terminado sus estudios ese año. Dicho acto de graduación estuvo presidido por el presidente Carlos Andrés Pérez, con la presencia, además, del Comandante General del Ejército General Ernesto Brand Torrellas y miembros del gabinete ejecutivo y del alto mando militar. Para clausurar el evento pronuncié algunas palabras, entre las cuales destaqué los rumores que corrían sobre actos de corrupción de funcionarios del gobierno nacional, sin embargo agregué,

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que gracias a la acción de la presidencia de la República, se estaba investigando y tomando medidas correctivas sobre el particular. Esa intervención mía fue considerada, por algunos de los presentes, como muy imprudente debido a la presencia del principal responsable de la administración pública, como lo era el presidente Carlos Andrés Pérez. Ante esas críticas, argumenté que yo simplemente había servido de eco de publicaciones de personas autorizadas quienes habían opinado, en los principales medios de comunicación social, denunciando hechos específicos de corrupción. Actos que afectaban la economía y la moral de la población y que por tanto, la cátedra de la Escuela Superior del Ejército, era un lugar apropiado para tratar estos asuntos del mayor interés para la estabilidad y seguridad de la nación. Terminado al acto pasamos con los invitados al salón de fiestas del Instituto, donde conversé con el Señor Presidente, quien en ningún momento dio signos de haberse molestado por las palabras, por mí, pronunciadas. En el mes de octubre de ese mismo año fui llamado por el General Ernesto Brand Torrellas a su comando, donde me notificó que había sido designado como comandante de la Primera Brigada de Infantería, cuya sede estaba en la ciudad de San Cristóbal. El área geográfica de la responsabilidad de esta unidad, comprendía los estados Táchira, Mérida, Barinas y el Distrito

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Páez del Estado Apure. Este nombramiento me dejó totalmente sorprendido. Lo mismo sucedió con muchos de los integrantes de nuestras Fuerzas Armadas. Hubo ciertas críticas por mi designación para este cargo y yo lo comprendí. En mi carrera militar de los veintitrés años de servicio, para el momento, cinco de ellos había yo estado asignado al Servicio de Comunicaciones y Electrónica del Ejército y luego siete más en el Servicio del mismo nombre, Comunicaciones y Electrónica, en el Ministerio de la Defensa. Por lo tanto era considerado un oficial técnico, no de comando. Sin embargo el Comandante del Ejército General Ernesto Brand Torrellas, quien había sido oficial Comandante de nuestro Curso, en el segundo año de nuestra formación en la Escuela Militar y nuestro excelente profesor en varias materias militares, en dicho Instituto, consideró que yo era el oficial apropiado para ejercer dicho cargo. Me asignó esa gran responsabilidad de comando dándome una muestra de confianza, la cual creo no haber defraudado. Este nombramiento fue decisivo para el futuro de mi carrera militar. El mismo hizo posible que llegase a ocupar los más altos cargos que se pueden lograr en nuestro Ejército y en nuestras Fuerzas Armadas. El acto de transmisión de mando se realizó en el comando de dicha brigada, presidido por el Comandante General del Ejército General Brand Torrellas. Recibí este comando de manos del

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HUMBERTO ALCALDE ALVAREZ, 12/01/19,
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General Aníbal Terán Briceño, quien me orientó sobre las diferentes funciones y responsabilidades que asumía como comandante de esta unidad de infantería. La misma, era y sigue siendo, de gran importancia estratégica, por ser zona fronteriza con la vecina República de Colombia. Finalizado el acto nos dirigimos, los participantes e invitados especiales, a los salones del Círculo Militar de San Cristóbal, para celebrar el importante evento. Para mi satisfacción personal, además de contar con la presencia del Comandante General del Ejército, tuvimos el honor de contar igualmente con la del General Fernando Paredes Bello, para entonces, Ministro de la Defensa, quien se encontraba en gira de inspección por la zona y amablemente aceptó nuestra invitación para participar en esta reunión social. Allí departimos con oficiales y suboficiales de las diferentes Unidades Tácticas, componentes de la Brigada, y personalidades del mundo político, social, económico y militar de la región. En medio de la celebración el General Paredes se me acercó, muy sonriente, y me dijo: “Alcalde al primero que va que tener poner en cintura es a su papá y me señaló a mi viejo bailando una rumba con una joven, amiga y vecina de nuestro barrio. Mi padre “Toño” era un hombre muy singular. Con setenta y cinco años a cuestas, su espíritu seguía siendo el de un joven alegre que se convertía en el centro y alma de todo festejo a

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donde asistía. Su grito de guerra era: “que viva el amor”. Nos acompañaron también, a Angelina y a mí y a nuestros hijos, en el acto de celebración amigos muy cercanos con quienes, yo, había compartido mi infancia y juventud en la querida Capital tachirense. Finalizados los actos protocolares y sociales, asumí mis responsabilidades como Comandante de la Primera Brigada de Infantería del Ejército y como primera autoridad militar en la zona. Mi Estado Mayor estaba conformado por el Coronel Alfredo de Jesús Quintana Romero, jefe del mismo. Con Quintana, ya había compartido responsabilidades, en el pasado, como oficiales de planta de la Escuela Militar y Básica. Integrado también, este Estado Mayor, por los Tenientes Coroneles Ciro Ostos Bohórquez, Reyes Porras Contreras, Federico García Bello y Prudencio Méndez. Estos últimos eran responsables, respectivamente, de las áreas de Personal, Logística, Inteligencia y Operaciones en dicha Unidad. En los Comandos de la Unidades Tácticas estaban al frente de los mismos los siguientes oficiales: en el Batallón de Infantería “Ricaurte”, cuya sede era la ciudad de San Cristóbal, el Teniente-Coronel Iván Castellanos Monagas; en el Batallón de Infantería “Carabobo”, acantonado en Vega de Aza, Estado Táchira, el Teniente-Coronel Tito Negrón Graciel y más tarde sustituido por el Teniente-Coronel Oswaldo Moreno; en el batallón “Ribas Dávila”, con sede en

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Mérida, estaba el Teniente-Coronel José María Troconis Peraza y en el Batallón de Infantería “Santiago Mariño”, ubicado en Fuerte “Tavacare” en la ciudad de Barinas, tenía como comandante al Teniente-Coronel Luis Adolfo Fadul Aragón. Para el apoyo de artillería contábamos, en la Brigada, con un Grupo ubicado en la ciudad de San Cristóbal, comandado por el Teniente-Coronel Adolfo Tovar Salas. Además existían compañías aisladas: una en la ciudad de Guadualito, comandada por el Capitán Cristóbal Reyes González y luego por el Capitán Luis Alfonzo Dávila y otra de ingeniería situada en Vega de Aza comandada por el Capitán Marcial También contaba la Brigada con una batería de artillería, con sede en La Grita, comandada por el Capitán Juan Antonio Pérez Castillo y un Escuadrón de Caballería Motorizada, comandada por el Capitán Isabel Ramos Tortolero Guedez, situada en la ciudad de La Fría. A continuación programé y realicé visitas a las diferentes Unidades Militares que operaban en la zona, bajo mi responsabilidad, a fin de conocer, in situ, su capacidad operativa y sus necesidades más apremiantes. Simultáneamente hice visitas de cortesía a los gobernadores de estado y principales autoridades civiles de la región. Hice una visita muy especial a Monseñor Alejandro Fernández Feo,

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quien fuera obispo de la diócesis de San Cristóbal por muchos años.

Alquilamos una casa, en San Cristóbal, en la Urbanización “Los Naranjos”, a donde nos mudamos de inmediato. A nuestros hijos, Rubén y Miguel Ángel, los inscribimos en el colegio “Juan XXIII”. Rápidamente nos integramos en los diversos sectores de la sociedad tachirense. Me hice socio del club Tennis, en cuya piscina yo aprendí a nadar en mis años de infancia. Angelina asumió la presidencia del Comité de Damas de nuestra Brigada. Realizó, Angelina, diversas obras sociales, y organizó algunos festejos para integrar, aún más, a las familias de oficiales y suboficiales de nuestra Unidad Militar. El Comandante General del Ejército General Ernesto Brand Torrellas, nos visitó en diversas oportunidades, para pasar revista personalmente al funcionamiento y operatividad de los diversos componentes de nuestra brigada. Dichas revistas tenían como propósito tomar decisiones importantes para solucionar problemas existentes en la Institución, tanto en el área logística como de personal. Igualmente recibimos la visita del General Fernando Paredes Bello, ministro de la defensa, quien pasó revista a algunas de las unidades de ese ministerio localizadas en la región militar por mí comandada. El Presidente de la República, Sr. Carlos Andrés Pérez, en diversas ocasiones realizó, dentro del área

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HUMBERTO ALCALDE ALVAREZ, 10/24/19,
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de responsabilidad de la brigada, giras de inspección de obras en ejecución como las que se realizaban, para ese entonces, en la represa “La Vueltosa”. Obra contemplada en el desarrollo Uribante-Caparo. Cuando Hugo Chávez recibió la presidencia, solo faltaba construir el cuarto de máquinas de esta represa, hasta la fecha ésta no ha sido terminada. Para su culminación, en los últimos 15 años se han firmado millonarios contratos [en dólares] y aún la represa no funciona, como debería hacerlo, para contribuir con la energía eléctrica que la región suroccidental del país demanda. También visitó, el presidente, la región para cumplir con compromisos sociales inherentes al cargo. Él era gran aficionado a las corridas de toros, especialmente las realizadas en San Cristóbal en la plaza monumental, durante la feria internacional de “San Sebastián” programada, anualmente, para finales del mes de enero. Yo lo acompañé en diferentes oportunidades a estos festejos. Al terminar las corridas, generalmente, el presidente visitaba las casetas populares donde bailaba y cordializaba como un ciudadano más. Después de disfrutar de estos festejos, muchas veces, hasta altas horas de la madrugada nos comunicaba, a quienes lo acampanábamos, a través de sus ayudantes, que por la mañana de ese mismo día saldríamos, muy temprano, en sus acostumbradas giras presidenciales, las cuales normalmente

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se realizaban en helicópteros. Así que yo dormía tres o cuatro horas y luego me dirigía a la casa de la gobernación, sitio de reunión para el emprendimiento de estas giras. Allí encontraba al presidente Pérez, fresco como una lechuga, listo para emprender una de sus agotadoras jornadas de trabajo. Por razones protocolares, yo debía recibirlo e informarle de las novedades de carácter militar ocurridas en la región y acompañarlo en las actividades para las cuales fuese previamente invitado.

Un hecho importante ocurrió cuando fui de designado por el Comando del Ejército para dirigir una Brigada Blindada, que participaría en las maniobras militares Libertador I, a realizarse en la Península de Paraguaná, Estado Falcón. La Fuerza expedicionaria [si se puede llamar así] obedecía a la siguiente organización. Comandante de la Maniobra: General de División Luis Enrique Rangel Bourgoin; Comandante de la División: General de División Giselo Payares y jefe del Estado Mayor de la División el General de Brigada Luis Felipe Lanz Castellanos. La Brigada Blindada, por mi comandada, llevaba el nombre de “Junín” y estaba conformada de la siguiente forma: jefe del Estado Mayor Teniente-Coronel Iván Castellanos Monagas; jefe de la sección de personal Teniente-Coronel Ciro Ostos Bohórquez; jefe de la sección de inteligencia Teniente Coronel Federico García Bello; jefe de la

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sección de operaciones Teniente-Coronel Prudencio Méndez y jefe la sección de administración y logística el Teniente-Coronel Reyes Porras Contreras. Es de hacer notar que todos estos oficiales, los que componían el Estado Mayor de mi Brigada, pertenecían al arma de infantería y tenían que desempeñarse, en esta Brigada Blindada, como oficiales de estado mayor de la misma. Igualmente yo, como jefe de la Brigada Blindada, procedía del Servicio de Comunicaciones y Electrónica, cuya jefatura dependía, directamente, de la Dirección de los Servicios Generales del Ministerio de la Defensa. Un verdadero reto, el cual exigía un riguroso estudio y planificación previa. Para la conformación de esta brigada me asignaron las siguientes unidades: el Batallón Blindado “Bravos de Apure” [comandado por el Tcnel. Luis Arcángel Pulido Hernández]; Batallón Blindado “Pedro León Torres” [comandado por el Tcnel. Miguel Ochoa Mora]; Batallón Blindado “Bermúdez” [comandado por el Tcnel. Otto Ramón Pierre Tapia]; Batallón de Infantería Mecanizada “Anzoátegui” [comandado por el Tcnel. José Bastardo Velázquez], y el Grupo de Artillería Autopropulsada “Jacinto Lara” [comandado por el Tcnel. Juan Antonio Herrera Betancourt]. La composición de las dos brigadas de infantería pertenecientes a esta División Blindada era la siguiente. La I Brigada de Infantería Comandante: General de Brigada Darío

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Morillo Andrade; Batallón de Infantería “Justo Briceño” [comandado por el Teniente Coronel José María Troconis Peraza]; Batallón de Infantería “Venezuela” [comandado por el Teniente Coronel Dámaso Santaella Salas]; Batallón de Infantería “Atanasio Girardot’’ [comandado por el Teniente Coronel Alfonzo Romero Romero]; y el Grupo de Artillería “Ayacucho” [comandado por el Teniente Coronel Cesar Gustavo Salas Paredes]. La II Brigada de Infantería estaba organizada de la siguiente manera. Comandante: General de Brigada Vicente Narváez Chourión; Jefe de Estado Mayor: Coronel Oliva Campos. Transcurridas varias semanas de estudio y planificación, en la sede de la Primera Brigada, preparamos, con nuestro Estado Mayor, un Plan de Operaciones para la movilización y preparación de las unidades participantes. Dicho plan debería ser expuesto y analizado, conjuntamente con los comandantes de los batallones y grupo de artillería integrantes de nuestra Brigada Blindada. A tal efecto fijamos una reunión en la Ciudad de Carora, sede del Batallón Blindado “Pedro León Torres”. Allí hice un análisis de las responsabilidades asignadas, a nuestra brigada, por el Comandante de la División, Gral. de División Giselo Payares. Luego los integrantes del Estado Mayor hicieron las exposiciones, correspondientes a su área de responsabilidad. Oídas las opiniones y observaciones, de cada

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Comandante, di por aprobado este Plan de Movilización, para llevarlo a consideración del Comando Superior. En la fecha fijada nos encontramos con todas nuestras unidades en el Área de Reunión, en la Península de Paraguaná, para dar inicio a las maniobras Libertador I, según se había programado. En momentos en que estábamos organizando nuestro campamento sufrimos un primer ataque por parte de una pequeña unidad de hostigamiento del enemigo. Para esas eventualidades teníamos previsto acciones de contraataque de una unidad de respuesta. La misma estaba conformada por varios vehículos blindados, apoyados por artillería e infantería, de acuerdo con la magnitud de los ataques recibidos. Al ser informado de este primer ataque, ordené la actuación inmediata de dicha unidad de respuesta, la cual en un breve encuentro con el enemigo, logró su pronta retirada. Continuamos con los preparativos de nuestro campamento adoptando las medidas de seguridad y vigilancia periférica recomendada en estos casos. Al día siguiente fuimos convocados, por el comandante de la maniobra el General de División Enrique Rangel Bourgoin, a una reunión en una colina. Esta posición permitía una excelente observación panorámica del área desértica de la Península de Paraguaná. Aquí el enemigo invasor había tomado accidentes geográficos dominantes, para defender el terreno

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por él ganado y continuar, de esa forma, con su acción ofensiva contra nuestro territorio. El General Rangel Bourgoin, hizo entonces lo que se conoce en el argot militar como “una vista al horizonte”. Esta consiste en un análisis, in situ, de las principales características del terreno y de la posible ubicación de las unidades enemigas invasoras, detectadas por los organismos de inteligencia que apoyaban nuestras operaciones. Esta información se recibía a través de patrullas de observación de nuestra propia Unidad Divisionaria y por unidades de la Armada y Fuerza Aérea, las cuales apoyaban la operación terrestre. Luego el comandante de la maniobra militar, hizo algunas consideraciones sobre la capacidad y conformación de las unidades enemigas, según el informe de inteligencia disponible e hizo de nuestro conocimiento las posibles operaciones futuras que se esperaban de esta fuerza invasora. También se hicieron acotaciones del posible apoyo con que contaba dicha fuerza, por parte de las unidades aéreas y de la marina enemiga. Igualmente el comandante hizo referencia al apoyo con que contábamos para contrarrestar dicha amenaza. En este caso se refería a unidades de la Fuerza Aérea y de la Armada venezolanas. Volviendo al pasado, cuando yo tenía el grado de Mayor del ejército, fui designado, conjuntamente con el mayor Luis Felipe Lanz Castellanos, experto en blindados, y

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con otros oficiales y suboficiales, para estudiar el sistema de comunicación radioeléctrica de los tanques blindados AMX-30. Dichos tanques presentaban dificultad para la comunicación de ellos entre sí. Además había una falta de alcance de los radios para la comunicación tierra-aire y tierra-mar y se analizaron las posibilidades de subsanar estos problemas técnicos, recomendando el reemplazo con nuevos equipos. Yo había llevado unos equipos utilizados por la infantería de nuestro ejército, los cuales habían desempeñado un papel protagónico para comunicaciones tierra-tierra, tierra-aire y tierra-mar, en el apoyo comunicacional. Esto había sucedido oportunidad en que, unidades de ese ejército combatieron y triunfaron sobre las guerrillas castro-comunistas que amenazaron la soberanía de nuestra Patria, en la década de los años sesenta. Hicimos unas pruebas con estos radios con muy buenos resultados. El problema para las unidades blindadas es el espacio. Los tamaños de los equipos, empleados para esta prueba, resultaban excesivamente grandes para el espacio de que disponían estos carros de combate. Al ser designado para comandar la Brigada Blindada, en vista de que ese problema comunicacional aún no había sido resuelto, recordando la experiencia que yo había vivido, decidí utilizar algunos de esos equipos, en versiones mejoradas, en comparación con

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los usados en las pruebas llevadas a cabo quince años atrás. Hicimos un ejercicio con el empleo de este material radioeléctrico de la infantería con muy buenos resultados. Instalamos, provisionalmente, sendos equipos en los tanques blindados de: los comandos de los batallones, del comando del grupo de artillería y en el tanque-comando de la Brigada donde yo me trasladaba con integrantes de mi Estado Mayor. Esta innovación nos fue de gran ayuda en la dirección y coordinación de las actividades, durante el combate que realizaríamos más tarde. Al día siguiente fuimos convocados, los Comandantes de Brigada y unidades de apoyo, al Comando de la División Blindada. En dicha reunión, el General Giselo Payares nos presentó la Orden de Operaciones en la cual se establecían las misiones de cada brigada y la de las unidades de apoyo, así como los objetivos identificados para nuestro ataque a las posiciones enemigas. Se hicieron y fueron aclaradas preguntas para que no hubiese dudas sobre las operaciones a realizar. Los objetivos principales eran las posiciones dominantes, ocupadas por el enemigo, en los pueblos de “Jadacaquiva”, “Pueblo Nuevo”, “Los Taques” y zonas circundantes a esas poblaciones. Más tarde reuní, en mi Comando, a los comandantes de los batallones de blindados, de infantería mecanizada, al comandante del Grupo de Artillería Autopropulsada y comandantes de otras

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unidades de apoyo, a fin de emitir la Orden de Operaciones de nuestra brigada. En dicha reunión estuve acompañado con la participación activa de mi Estado Mayor. En la misma, se indicaba la misión a cumplir, el empleo táctico de cada unidad de combate y los objetivos a ser capturados o destruidos en nuestra acción ofensiva, como parte de la estrategia trazado por el Comando Divisionario. El día “D”, fijado para el inicio de las operaciones de combate, en las primeras horas de la madrugada, iniciamos el avance en dirección a la zona de “Jadacakiva” en el centro de la península. El suelo desértico de la misma y la escaza población de ella contribuyeron, en gran parte, a lograr un escenario de guerra semejante a aquel en que actuaríamos en una real conflagración bélica, para rechazar cualquier posible intento de agresión de un posible enemigo. En nuestra actuación como unidad blindada, en este simulacro de guerra, nos inspiró la estrategia del “Blitzkrieg” [guerra relámpago], popularizada durante la Segunda Guerra Mundial por los Generales alemanes Heinz Gudeirian y Erwin Rommel, así como por el General estadounidense George Patton. Durante la segunda guerra mundial, estos generales, realizaron en África y Europa, en el transcurso de esa guerra, operaciones históricas con sus respectivos ejércitos. En los inicios de esa guerra el General Ewin Rommel, apodado “El

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Zorro del Desierto”, obtuvo certeros triunfos en África con sus famosos tanques “Panzers”. Posteriormente Rommel sufrió fuertes derrotas. En la batalla de “Alamein”, las fuerzas blindadas británicas, bajo el liderazgo del General Inglés Bernard Law Montgomery, comandante de las fuerzas blindadas del Reino Unido de la Gran Bretaña, lograron derrotar a las fuerzas blindadas de Rommel. El General Norteamericano George Patton, comandante de las unidades blindadas norteamericanas, derrotó también a Rommel en la invasión a Sicilia. El fracaso final del “Zorro del Desierto” tuvo que ver también con la falta de combustible para sus tanques. La táctica norteamericana, en dicha ocasión, consistió en un continuo bombardeo de los oleoductos que abastecían al ejército alemán en el Norte de África. Estos tres líderes, Rommel, Montgomery y Patton, serían más tarde, en el año mil novecientos cuarenta y cuatro, los protagonistas en la etapa final de la guerra. Los ejércitos aliados, de los de Estados Unidos y Gran Bretaña, principalmente, lanzaron su ataque contra las fuerzas alemanas. La fuerza expedicionaria de los países occidentales estaban unidos en una causa común: la destrucción del régimen nazi, el cual había ocupado militarmente casi toda Europa. Ellos, los aliados, liderados por el General estadounidense Dwight Eisenhower, pusieron en práctica la operación “Overlop”, desembarcando

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su poderoso ejército en las costa norte de Francia, concretamente en Normandía. Por su parte, Rommel lideró sus fuerzas blindadas en la defensa de los territorios conquistados por Alemania. Volviendo a nuestro modesto escenario de guerra simulada, en Paraguaná, Venezuela, iniciamos el ataque a la máxima velocidad que nos permitía el terreno bastante accidentado de la esa zona, así como el fuego y los demás obstáculos que nos presentaba el enemigo. Antes del inicio del combate, nuestro grupo de artillería había realizado un ataque de ablandamiento, logrando destruir varias fortificaciones enemigas, instaladas en las zonas ocupadas por el invasor. Después de varias horas del simulado combate, bajo el sol abrazador de la región falconiana y del polvo inclemente que nos impedían, casi totalmente, la visibilidad complicando así la coordinación de nuestra acción ofensiva. Después de varias horas de batalla, logramos destruir fortificaciones y obstáculos donde el enemigo invasor había conformado su primera línea defensiva. Afortunadamente las previsiones tomadas, para mejorar la comunicación radioeléctrica, nos permitieron mantener el contacto con los comandos de batallón, con el grupo de artillería y con el comando de la división. Mientras tanto las unidades de Infantería, en una acción envolvente, consolidaban el ataque tomando objetivos claves que

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impedían que el enemigo se reorganizase. Finalizado este ataque inicial, y después de conformar nuestras nuevas posiciones, fuimos nuevamente convocados al comando de la división blindada, donde, conjuntamente con su comandante General Payares y su Estado Mayor, analizamos la operación ofensiva realizada el día anterior. Para la culminación de nuestro ataque ofensivo se consideraron dos posibilidades: una opción era que la responsabilidad del ataque principal recayera en las dos unidades de infantería y luego la brigada blindada consolidaría el ataque y terminaría de destruir las instalaciones y tropas enemigas, o lograr su retirada hacia las costas orientales de la Península. En este sitio, posteriormente, dichas tropas recibirían el hostigamiento de las unidades aéreas y de la armada venezolanas que habían venido en apoyo de nuestra operación ofensiva. La otra opción era similar a la anterior, pero se le daba la responsabilidad del ataque principal a la brigada blindada, mientras las dos brigadas de infantería cumplirían las operaciones de consolidación y explotación del éxito que se hubiese obtenido en el ataque principal realizado, como dijéramos, por nuestra brigada blindada. Después de múltiples consideraciones, por parte de los comandantes de las grandes unidades presentes, del Estado Mayor de la división y de su comandante General Payares, este último

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tomó la decisión final. La responsabilidad le fue asignada a la brigada blindada, para darle máxima utilidad a su velocidad de desplazamiento y poder de fuego. Las unidades de artillería continuarían dando su apoyo, realizando labores de ablandamiento y destrucción de las posiciones enemigas, para impedir o desorganizar su retirada hacia los puertos donde pretenderían reembarcar las tropas y los equipos utilizados en la invasión a nuestro territorio nacional. Iniciamos el ataque al día siguiente, en horas de la madrugada. Después de varias horas, y nuevamente enfrentándonos al inclemente clima del desértico territorio falconiano, a los innumerables obstáculos que presentaba el supuesto enemigo y a lo accidentado del terreno, llegamos a las inmediaciones del objetivo asignado. Con el apoyo de nuestro grupo de artillería autopropulsada, aprovechando la potencia de fuego de los tanques blindados, iniciamos el ataque hacia ese objetivo final “Los Taques”. Las fuerzas enemigas huyeron. Nosotros entramos al pueblo, llegando hasta su plaza principal. Bajé del tanque de comando acompañado del Teniente Coronel Federico García Bello y del Teniente Coronel Prudencio Méndez, oficiales de Inteligencia y de Operaciones del Estado Mayor de mi brigada, quienes me habían acompañado, en mi puesto de comando, en la dirección del simulado ataque. Estos dos oficiales, cumplieron

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una labor encomiable en el asesoramiento en la toma de decisiones, planificada. Nos dirigimos al puesto de comando de la División Blindada. Allí, en la puerta principal de dicho comando, me encontré con el General Enrique Rangel Bourgoin, comandante de la maniobra “Libertador I”, a quien di parte de la misión cumplida. Al inicio no me reconocía debido a la cantidad de polvo que cubría mi uniforme. Nos felicitó a mí y a los oficiales que me acompañaban. Seguí mi camino hacia el comando de la división, a cargo del General Giselo Payares, a quien me presenté y la dije: “mi general misión cumplida”. Me felicitó, y con su característica bonhomía, me dio un fuerte abrazo y agregó: “haga este felicitación extensiva a todos los comandantes de los batallones y del grupo de artillería de su unidad”. Le contesté que su mensaje sería transmitido. De inmediato regresé a mi puesto de comando para dar las órdenes pertinentes para la reorganización de la unidad y ocupar las posiciones defensivas del objetivo recapturado. En los días siguientes se dio por concluida la maniobra y se celebró una reunión en el comando de la división. Tanto el Gral. Rangel como el Gral. Payares, con la presencia de los comandantes de brigada, sus respectivos estados mayores y demás participantes en la maniobra, hicieron sendas exposiciones haciendo un análisis y crítica de la operación realizada. Para finalizar la reunión se

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oyeron los comentarios de los oficiales presentes, quienes tuvieron la oportunidad de hacer, también, sus observaciones y críticas sobre los episodios más resaltantes en este ejercicio bélico. Todos estos comentarios y opiniones autorizadas, sirvieron para elaborar más tarde, el informe final que sería llevado a la consideración del Comando General del Ejército. Concluidas las maniobras militares “Libertador I” reuní a los comandantes de los batallones blindados y al comandante del grupo autopropulsado de artillería, con sus oficiales y tropa, e hice un recuento de lo tratado en la reunión en el Comando de la División y les hice llegar las felicitaciones del comandante de la misma. Así mismo, les transmití mi satisfacción profesional y personal por su actuación en esta operación, en la cual, todos los participantes, habían tenido un loable desempeño. Agregué que para mí había sido un honor el haberlos comandado. Acto seguido, en una sentida demostración de reconocimiento a mi actuación como comandante de esta excelente Brigada Blindada, el Teniente Coronel Juan Antonio Herrera Betancourt, comandante del grupo de artillería, acompañado de los comandantes de los batallones blindados , me hizo entrega del pendón que había identificado nuestra unidad durante ésta maniobra. Tropas y oficiales participantes en este, exitoso y extraordinario,

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ejercicio bélico, después de reorganizarse y de un corto descanso en sus actividades, regresaron a sus respectivas sedes. Regresé, con mis oficiales del Estado Mayor a San Cristóbal, sede del Comando de la Brigada el cual había estado a cargo, durante mi ausencia, del Coronel Alfredo de Jesús Quintana Romero, excelente profesional y amigo desde nuestros tiempos de cadetes en la Escuela Militar. Una de mis preocupaciones, en el ejercicio del mando de la brigada, fue la de continuar y mejorar la relaciones con el comandante de la Brigada de Colombia, General Zamudio. Esa unidad tiene como sede de su Comando a la ciudad de Bucaramanga, Departamento de Santander, limítrofe con el Estado Táchira y cumple en la frontera, misiones similares a las nuestras, en la vigilancia y defensa del territorio bajo nuestra respectiva responsabilidad. Al asumir el cargo, me había comunicado telefónicamente con el General Zamudio a quien presenté mi cordial saludo y mis deseos de mantener una buena relación, profesional y personal, que nos permitiera dialogar sobre posibles problemas fronterizos que suelen ocurrir en esta, tan activa y poblada, región fronteriza. Pasados algunos meses, recibí de este General, una invitación extensiva a mi esposa Angelina, para visitar su comando y algunas unidades militares acantonadas en Bucaramanga. Habiendo obtenido del Comandante del Ejército, General

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Ernesto Brandt Torrellas, la autorización correspondiente para realizar esta visita a la República de Colombia, me trasladé a Bucaramanga, acompañado de varios oficiales de mi Estado Mayor y de mi esposa Angelina. Fuimos recibidos, con la tradicional hospitalidad colombiana, por el General Zamudio, su señora esposa y algunos oficiales de su Estado Mayor y Comandantes de Unidad. Después de los saludos protocolares, y la debida presentación de las personas presentes, nuestras esposas se dirigieron a cumplir con una agenda, preparada especialmente para Angelina, la cual contemplaba la visita a los lugares más significativos de la bella Bucaramanga. El General Zamudio y yo tuvimos, durante unos tres días, conversaciones formales en las cuales tratamos diversos tópicos relacionados con la Seguridad y Defensa de la frontera. Durante este lapso, tuve oportunidad también de visitar varias unidades e instalaciones militares de Bucaramanga. El día último de nuestra visita, en horas de la noche, fuimos agasajados en un Club Militar de esa ciudad donde nuestra comitiva compartió con oficiales, familiares y amigos colombianos. Fue una muy agradable reunión social, en la cual tuvimos oportunidad de reafirmar nuestra tradicional amistad con la Republica de Colombia. Al día siguiente, después de la despedida protocolar que se acostumbra en esto casos, partimos hacia San Cristóbal, sede

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de nuestro comando. Unos meses después, con motivo de la celebración de los actos conmemorativos del aniversario de la “Batalla de Carabobo”, la cual selló la independencia de Venezuela del Reino Español, invitamos al General Zamudio, como ya dijimos, comandante de la Brigada de Infantería de la República de Colombia, con sede en la ciudad de Bucaramanga. Durante su visita mantuvimos reuniones formales, al igual que lo habíamos hecho anteriormente, en dicha ciudad, para tratar asuntos relacionados con la seguridad y defensa de nuestras respectivas zonas limítrofes. Como colofón de esta visita y celebrando el triunfo de nuestro Libertador “Simón Bolívar”, en la “Batalla de Carabobo”, ciento cincuenta y siete años antes, programamos una reunión social en el Círculo Militar de San Cristóbal, siendo el General Zamudio, su señora esposa y el resto de su comitiva nuestros invitados especiales. Al día siguiente se realizaron los actos protocolares pertinentes, para despedir a nuestros amigos colombianos, en el regreso a su país. Mi última participación, importante, como comandante de la primera brigada de infantería, fue a raíz de mi designación como jefe del Plan República en el Estado Táchira. Este Plan Republica tenía como objetivo garantizar, con la participación de oficiales y tropas, la seguridad y el orden durante el proceso electoral, para escoger al nuevo

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presidente de la república, el cual se realizaría el mes de diciembre de mil novecientos setenta y ocho. En dicho proceso participaban, como principales candidatos, el doctor Luis Herrera Campíns, miembro del partido político COPEI, y el Señor Luis Piñerúa Ordaz, del partido gobernante Acción Democrática. Las elecciones se realizaron en un clima de absoluta paz y tranquilidad, resultando electo el doctor Luis Herrera como nuevo presidente de la república. Al culminar el proceso eleccionario cuando aún no se había confirmado, oficialmente, el triunfo del doctor Herrera, se presentaron a mi casa los representantes del partido COPEI, doctor Abdón Vivas Terán, General [r] Ernesto Osorio García y el doctor Edgar Flórez, quienes preocupados por lo cerrado de los resultados, querían palpar cual sería la reacción, de las Fuerzas Armadas, y en mi caso particular, como comandante del Plan República, ante esta derrota del partido gobernante. Yo comprendí sus temores pues todavía quedaba en los partidos políticos venezolanos su desconfianza por la posibilidad del desconocimiento de los resultados electorales, como había ocurrido en el pasado. En la época de los años cuarenta con la defenestración del presidente Rómulo Gallegos y más tarde, durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, con el desconocimiento del triunfo del partido Unión Democrática [URD], en la convocatoria para

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elegir los deputados a una Asamblea Nacional. El partido mayoritario, Acción Democrática, había sido ilegalizado por el régimen, por lo que los electores de esta organización política optaron votar por U.R.D. El gobierno desconoció eso resultado y expulso del país a los dirigentes de este último partido U.R.D., encabezados por su principal líder, el doctor Jóvito Villalba Yo les manifesté a mis visitantes la absoluta disposición de las Fuerzas Armadas a respetar el resultado de las elecciones en las que había resultado ganador el doctor Herrera Campíns, cuando dicho resultado fuera oficialmente anunciado por el Consejo Supremo Electoral. A continuación, en forma muy cordial, analizamos diferentes tópicos relacionados con la preservación de la democracia en Venezuela y el fortalecimiento de las Instituciones Militares para la garantizar nuestra soberanía territorial y marítima de nuestro país. Tratamos también, sobre el respeto debido a los derechos inalienables de los ciudadanos para elegir libremente a sus representantes en los poderes Ejecutivo y Legislativo, según lo establecía la Constitución vigente para entonces. Con estos representantes del partido político Copei, yo ya había mantenido relaciones personales en el pasado. El General Osorio García, había sido oficial de planta y profesor en la Escuela Militar en mis tiempos de cadete, además de existir una estrecha amistad entre su familia y la

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nuestra. En mi juventud había mantenido cierta amistad con los hermanos mayores de Vivas Terán y participé en algunas reuniones sociales, celebradas en su casa, en aquel entonces. Con respecto al doctor Flórez, siendo aún un estudiante de abogacía, había participado como secretario del presidente del Consejo Municipal de San Cristóbal, en el acto de mi matrimonio civil con Angelina, acto realizado en septiembre de mil novecientos sesenta y seis, en la residencia de mis padres en San Cristóbal. Esta ceremonia fue presidida por el presidente del Consejo Municipal, de la ciudad, doctor Idelfonso Moreno Mayo, persona muy allegada a nuestro entorno familiar. A los pocos días de proclamado el candidato ganador, doctor Luis Herrera Campíns, éste anunció una visita a la guarnición de San Cristóbal. A su llegada a la capital tachirense me dirigí al sitio donde se encontraba alojado. Le presenté mis respetos como nuevo gobernante electo, en un transparente proceso electoral, para ocupar la más alta magistratura de la nación. Lo invité para que visitara la Base Aérea de Santo Domingo, ubicada en el aeropuerto del mismo nombre, en el Estado Táchira. Para recibir el saludo del presidente electo, doctor Herrera, yo había convocado a representaciones de todas las unidades militares bajo mi jurisdicción. Durante el trayecto, le fui informando de los principales problemas de seguridad de esa región fronteriza y

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los problemas logísticos que subsistían en nuestras unidades militares. El daba la impresión de no estar dándole mucha atención a mis planteamientos. Durante mi exposición, me interrumpía para hacer comentarios y hasta chistes con su chofer de confianza el cual lo había acompañado, durante muchos años, en su carrera política. Pensé que él no estaba muy interesado en lo que yo le informaba. Llegamos al mencionado aeropuerto de Santo Domingo donde estaban, en formación, las representaciones de las unidades militares de toda la región tachirense. A continuación, después de las ceremonias protocolares correspondientes a un presidente electo, él se dirigió a los oficiales y tropas presentes. Entre los puntos tratados incluyó, para mi grata sorpresa, todos y cada uno de los problemas que yo le había planteado en nuestro trayecto de San Cristóbal a Santo Domingo. En ese momento comencé a conocer el carácter y personalidad de este carismático líder político con quien trabajaría, más tarde, durante su gestión como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. En julio de mil novecientos setenta y nueve el General Fernando Paredes Bello fue reemplazado, en el ministerio de la defensa, por el General Enrique Rangel Bourgoin. En la Comandancia del Ejército asumió el mando el General Tomás Abreu Rescaniere en reemplazo del General Berrio Brito quien, un mes antes, había sustituido al General

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Arnaldo Castro. Éste había renunciado al cargo, por motivos personales. Días después se anunció mi transferencia del Comando de la Brigada a la dirección de la Academia Militar en Caracas. Me sustituyó en el cargo el General de Brigada Silvio Mibelli Acuña, con quien había compartido responsabilidades en el Batallón “Carabobo”, cuya sede se encontraba en la ciudad de Valencia. También fuimos compañeros en la Academia Militar como oficiales de planta de dicha institución. De ahí se derivó una gran amistad con él, y con su esposa Teresita, a quien por cierto él había conocido, durante su permanencia en Valencia, en una fiesta casa del Maestro Mayor Pionono Rodríguez, excelente suboficial del arma de comunicaciones y gran amigo nuestro. Silvio y yo habíamos sido invitados para esta reunión familiar. En cuanto a la entrega del comando de esta gran unidad, llenadas todas las formalidades del caso, se hizo la transmisión del mando de esta unidad fronteriza, en acto solemne realizado en la sede de dicho comando de brigada, con la asistencia de autoridades civiles, militares, eclesiásticas, familiares, amigos y representantes de la sociedad civil tachirense, con quienes manteníamos estrechas relaciones de trabajo y personales. Después de recibir innumerables demostraciones, de cariño y solidaridad, de los amigos que dejábamos en esa acogedora ciudad de San

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Cristóbal regresamos, Angelina, mis hijos Rubén y Miguel Ángel y yo a Caracas, la ciudad de los techos rojos. Así se le denominaba, para entonces, a esa bella ciudad en honor a los techos que cubrían sus casas coloniales y que predominaban en todo el escenario capitalino hasta la década de los cincuenta. Durante los años cincuenta al sesenta innumerables edificios habitacionales y comerciales, avenidas, autopistas y otras construcciones modernas, invadieron el valle donde se asentaba la ciudad, para transformarla en una moderna metrópoli. A partir de la época del año mil novecientos cuarenta y ocho al asumir el poder, mediante un golpe de estado contra el gobierno del demócrata e insigne intelectual don Rómulo Gallegos, el General Marcos Pérez Jiménez la transformó, a Caracas, en la ciudad más moderna de la América Latina. Los gobiernos democráticos, que le sucedieron, continuaron la obra transformadora de ésta, para entonces, pujante Capital. De esa Caracas, del pasado, hoy solo quedan vestigios gracias a la gestión gubernamental e infame que nos trajo la revolución liderada por el tristemente célebre Hugo Chávez. Éste fue el innovador de la forma de gobierno populista, pregonado en su teoría ideológica del llamado “Siglo XXI”, la cual exportó a toda la región latinoamericana, con notable éxito, trayendo a los países que se acogieron a sus ideas: pobreza, hambre

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corrupción y cercenamiento de los derechos humanos fundamentales de sus ciudadanos. Su sucesor, no menos nefasto, Nicolás Maduro, tiene seis años en el poder, redondeando la faena iniciada por su antecesor, terminando de hundir a Venezuela en la peor crisis económica, social, política y militar de toda su historia republicana. Llegamos a nuestra casa en la Urbanización “Miranda”, mi familia y yo, e iniciamos nuestra nueva vida en la ciudad capital. Angelina muy ocupada en la reorganización de nuestra vivienda y haciendo las diligencias pertinentes para que nuestros hijos Rubén y Miguel Ángel continuaran sus estudios en el Colegio “La Salle” de las Colinas, donde ya habían cursado sus primeros años de estudio. El acto de ceremonia de transmisión de mando, de la dirección de la Academia Militar de Venezuela, se realizó en el patio de honor de ese Instituto, según el protocolo tradicional practicado en nuestra institución militar, para ceremonias de tal naturaleza. Estaban presentes en ese escenario los oficiales y suboficiales de planta, en correcta formación. Recibí la dirección de manos del General Luis Felipe París Sánchez, excelente oficial del ejército, primero en el orden de mérito de su promoción, graduado de Ingeniero en la República Argentina y de oficial de Estado Mayor en nuestra Escuela Superior. Tanto el General París como yo dirigimos

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breves palabras. El de despedida, y yo dando un saludo a quienes serían, de ahora en adelante, mis comandados. Después de ese acto protocolar nos dirigimos, con nuestros invitados, al Casino del Cuerpo de Cadetes donde departimos con los oficiales de planta del instituto, con el cuerpo docente del mismo y con los demás convidados al acto. Allí tuve la alegría de reencontrarme con muchos de mis antiguos profesores, civiles y militares, de quienes había recibido sabias enseñanzas en mi pasantía de cuatro años como cadete de esa Academia Militar. En los primeros meses de trabajo me dediqué, conjuntamente con el Subdirector Héctor Canache Rodríguez y con los Jefes de Departamento y Auxiliares, Coronel Miguel Ángel Belfort Yibirín, Coronel Ítalo del Valle Aliegro, Coronel Alberto Cabré Córdova, Coronel Heliodoro Guerrero Gómez, Teniente Coronel Fernando Ochoa Antich y Teniente Coronel Nery Guevara, a hacer una revisión exhaustiva de la organización, funcionamiento y régimen académico del Instituto. Este análisis nos presentó el escenario apropiado para orientar nuestras actividades en ese año escolar, de julio de mil novecientos setenta y nueve a julio de mil novecientos ochenta, y programar las misiones a cumplir por la organización durante ese período. Al frente del Batallón de Cadetes se encontraba el Teniente Coronel José María Troconis Peraza con quien revisé también las

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actividades, régimen disciplinario y facilidades físicas prestadas al personal de alumnos, como dormitorios, aulas, comedor, lugares de esparcimiento etc. a fin de detectar algunas fallas posibles y tomar las decisiones correctas para solventarlas. De esta forma, con los análisis hechos en las diferentes áreas operativa y académica, hicimos las correcciones pertinentes para el buen funcionamiento de la organización en el año escolar que comenzaba. Para la solución de los diferentes problemas detectados conté con el apoyo del Comandante General del Ejército General de División Tomás Abreu Rescaniere y luego de su sucesor el General de División Rafael Marín Granadillo, ambos habían sido oficiales de planta y más tarde directores de la Academia, y lógicamente sentían un afecto especial por el Instituto. Así logré, con el General Abreu, los recursos necesarios para la impermeabilización total de los techos del inmenso edificio, el cual presentaba daños importantes por las innumerables goteras que caían en pisos y paredes del mismo. También conseguí, con el General Abreu, la dotación necesaria para el reemplazo del mobiliario del comedor de cadetes. Este era, para entonces, el mismo que yo había utilizado cuando cursaba estudios en “la casa de los sueños azules”, cincuenta años atrás. Cuando este mobiliario llegó hice un almuerzo especial, en ese comedor, para el cual invité

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al General Abreu, a su Estado Mayor y a un grupo de oficiales que habían sido, en el pasado, directores del Instituto.

Un hecho, si se quiere curioso, ocurrió siendo yo director de la Academia. En una oportunidad se presentaron, a mi despacho, unos ingenieros de la Compañía Nacional de Teléfonos de Venezuela, CANTV, a quienes yo había conocido cuando, con el grado de mayor, fui designado, por el ministerio de la defensa, para participar en la elaboración del proyecto del Sistema para las Comunicaciones Radioeléctricas, vía satélite, una novedad para la época. Me manifestaron, los ingenieros visitantes, que en vista de que en esa compañía telefónica estaban atravesando por una crisis de mando, querían proponerme para que me encargara de la presidencia de la empresa. Bastante sorprendido por esta oferta, les agradecí la confianza en mí depositada y el honor que para mí sería ejercer tan importante cargo. Les manifesté que lamentablemente yo no podía acoger esa iniciativa pues eso afectaría mi carrera militar, en la cual yo tenía muchas esperanzas de mayores ascensos, tanto en los cargos como en obtener el grado superior de General de División. Ellos, por supuesto, entendieron mis argumentos y se despidieron un poco decepcionados. Después me enteré, ellos, querían en la presidencia de CANTV, una persona

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humberto, 02/08/20,
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apolítica y conocedora de la materia y no un político, el cual, según sus puntos de vista, manejaría a la empresa bajo criterios personales y partidistas, como en efecto ocurrió.

En enero de mil novecientos ochenta fui invitado por el Ministro de Relaciones Interiores del Gobierno Nacional, durante el mandato del Dr. Luis Herrera Campíns, señor Rafael Andrés Montes de Oca, a formar parte de una comisión que representaría a nuestro país en los actos de la celebración del ciento ochenta y cinco aniversario del nacimiento del Mariscal Antonio José de Sucre, a celebrarse en esos días en Quito, República de Ecuador. El ministro Montes de Oca, Pepi, como lo apodaban cariñosamente familiares y amigos, era familiar nuestro por parte de mi abuela paterna Alsacia Perera Montes de Oca. Los actos ceremoniales, de tal efemérides, se celebraron en la hermosa catedral quiteña, donde reposan los restos mortales de este prócer, el Mariscal Sucre, vencedor en la Batalla de ‘’Ayacucho’,’ y uno de los principales líderes en la gesta libertaria que logró la independencia de varios de los países del sur del Continente Americano, los actuales Ecuador, Perú y Bolivia. A este solemne acto asistió el presidente de la república del Ecuador, doctor Jaime Roldós Aguilera acompañado, de miembros de su gabinete, representantes de los poderes Legislativo y Judicial, miembros de Alto

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Mando Militar, Embajadores de los países Bolivarianos y representantes de la Iglesia Católica y de otras instituciones políticas, sociales y económicas de la región. Un nutrido grupo de ciudadanos concurrió al acto para manifestar su respeto y rendir homenaje al Mariscal Sucre. Durante esta visita a Quito me sorprendió la veneración que los ecuatorianos sienten por este ilustre militar venezolano. En los días subsiguientes recibimos, los representantes de los países invitados a la celebración del aniversario del nacimiento de ese egregio líder militar, innumerables agasajos, como agradecimiento por haberlos acompañado en estas magnas celebraciones. En estas reuniones sentimos, en carne propia, la verdadera y sincera simpatía que sienten por los venezolanos, los hermanos ecuatorianos. La visita culminó con un paseo por la antigua y bella ciudad quiteña, donde destacaban construcciones y obras de arte ancestrales, cargadas de historias de la vida centenaria de este querido y noble pueblo ecuatoriano. Regresamos a Caracas, agradeciendo al ministro Montes de Oca por esta invitación y por las atenciones recibidas de su parte, durante este agradable viaje en el cual él, Montes de Oca, hizo gala de la sencillez y simpatía que lo caracterizaban.

Para culminar el ciclo académico de año, académico, mil novecientos setenta y nueve al ochenta, el Comando del

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Cuerpo de Cadetes, en coordinación con los demás departamentos de la Academia, planificó las tradicionales maniobras de fin de año. En ellas se llevaban a cabo operaciones militares de ataque, defensa y otros tópicos, tácticos y estratégicos, relacionados con las mismas. Esto con el fin de llevar a la práctica lo aprendido, teóricamente en las aulas, durante el año escolar y entrenar a los cadetes, según su antigüedad en la Academia, en el comando de pelotón y escuadra en operaciones bélicas. Aprobado el plan de maniobra, por la dirección a mi cargo, éste se puso en ejecución y el personal de oficiales, suboficiales, profesores civiles contratados a tiempo completo, personal de apoyo y cadetes se trasladaron a la región de “El Tinaco”, donde tradicionalmente se realizaban estos ejercicios militares. Al finalizar la maniobra recibimos la visita del General Tomás Abreu Rescaniere, Comandante General del Ejército, quien se dirigió a todo el personal participante de esta maniobra haciendo un análisis de la importancia de estas ya tradicionales maniobras, para la formación de los futuros oficiales de nuestras Fuerzas Armadas y felicitándolos por el éxito obtenido en su ejecución. Yo, a nombre del personal de la Academia, respondí agradeciéndole, al General Abreu, por su apoyo incondicional logístico para la feliz realización de este operativo, y además, por su visita, la cual nos estimulaba

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para seguir trabajando, con ahínco, en el desarrollo de nuestras actividades académicas y operacionales. Terminadas estas actividades, en el campo, regresamos a nuestra sede para continuar con los eventos programados. Se realizó un acto, en el teatro de la Academia para hacer la entrega de los diferentes premios otorgados, todos los años, a los cadetes que se habían distinguido por su rendimiento académico, o por su buena conducta o por el espíritu militar demostrado en las diferentes actividades realizadas durante el año escolar que concluía. A principios del mes de julio se realizó el acto de graduación, de los alféreces al grado de subtenientes, presidido por el doctor Luis Herrera Campíns, presidente de la república, con la asistencia del alto mando militar. Este acto se realizó en forma conjunta con la participación de los cuatro Institutos Militares de nuestras Fuerzas Armadas: Academia Militar, Escuela Naval, Escuela de Aviación y Escuela de la Guardia Nacional. A fines del mes de junio, estando en mi oficina, recibí una llamada del presidente docto Luis Herrera para notificarme había sido seleccionado, conjuntamente con el General de Brigada Román Eduardo Calderón, compañero de nuestra promoción, de la Academia Militar de Venezuela, “General Manuel Cedeño” y con el General de Brigada Rafael Machado Santana, perteneciente a la promoción “Manuel Piar”, para

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ser ascendido al grado de General de División. Agradecí al presidente la confianza en mí depositada, al otorgarme este ascenso al grado inmediato superior. Éste fue sin duda uno de los momentos más importantes y trascendentes en mi vida profesional, como integrante de las Fuerzas Armadas venezolanas. Este ascenso me colocaba en el orden jerárquico del ejército en el noveno lugar, solo precedido por ocho generales de división, integrantes de las tres promociones que antecedían a la nuestra. En los primeros días del mes de julio, de ese año de mil novecientos ochenta, fui ascendido junto a los compañeros ya mencionados y con otros generales de brigada y contralmirantes de la Marina, Aviación y Guardia Nacional, al grado inmediato superior de General de División y Vicealmirantes, respectivamente. El acto se celebró en el patio de honor de la Academia Militar, el mismo lugar donde yo había dado mis primeros pasos, como aspirante, para ser un profesional de las armas. En ese sitio, el patio de honor, aprendí a pararme firme, a hacer correctamente el saludo militar y otras destrezas básicas y fundamentales en la preparación física y mental de los noveles cadetes. El acto fue presidido por el doctor Luis Herrera Campins, presidente constitucional de la república y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales acompañado por su Gabinete. Además, estuvieron presentes

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el presidente del Congreso Nacional, el Fiscal General de la República, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, el Contralor de la Republica, el presidente del Consejo Supremo Electoral y otras autoridades nacionales. Asistieron, también, los integrantes del Alto Mando Militar, representantes de delegaciones diplomáticas de países amigos, representantes de las Fuerzas Vivas de la Nación y gran cantidad de invitados. En el patio de honor, en correcta formación, estaban los batallones de alumnos de la Academia Militar, de la Escuela Naval, de la Escuela de Aviación y de la Guardia Nacional. También, estuvieron presentes representaciones de otros Institutos Militares y de Unidades operativas de nuestras Fuerzas Armadas Nacionales. El doctor Luis Herrera, acompañado del General de División Luis Enrique Rangel Bourgoin, me impuso las charreteras de General de División, las cuales portaban los dos soles representativos del grado militar recibido. Concluido el acto nos dirigimos los tres oficiales del ejército, recién ascendidos, al patio de ejercicios de la Academia, hermosamente decorado con carpas, mesas y sillas para la comodidad de los asistentes. La presencia de Angelina, Rubén y Miguel Ángel fue para mí la mayor satisfacción recibida aquella tarde, pues ellos representaban y representan, junto con nuestro otro hijo Gabriel, quien se integraría cinco años más tarde al grupo familiar, el tesoro

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más preciado de mi vida. Este ascenso lo recibí como un reconocimiento a mi constancia, a mi preparación académica, forjada en organismos docentes de nuestras Fuerzas Armadas de Venezuela, Academia Militar y Escuela de Ingeniería del Ejército. En la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, en la cual cursé cinco semestres en la Facultad de Economía. En la República Federativa del Brasil, donde recibí el título de Ingeniero, en la especialidad de Comunicaciones y Electrónica. En los Estados Unidos de América, en la ciudad de Leavenworth, Kansas, donde realicé el curso de Estado Mayor. En la fábrica de equipos electrónicos de la compañía General Telephone and Electronic de Milán, Italia, en cuya sede recibí la formación como Gerente General de Sistemas de Comunicaciones y finalmente en el Colegio Interamericano de Defensa, situado en la ciudad de Washington, D.C., donde completé mi formación sobre seguridad y defensa de nuestro continente americano.

También me abrió oportunidades para esta importante promoción al grado de General de División, mi labor docente en institutos militares y universidades, nacionales públicas y privadas, a mi disciplina militar y demás valores éticos y morales, que había practicado, así lo creo, en el ejercicio de

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mis cargos en mi vida castrense. En los días siguientes fui designado como director del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional [IADEN]. Para la dirección de la Academia Militar fue designado el General de Brigada José Antonio Olavarría, gran amigo y compañero, con quien había compartido responsabilidades en el Batallón de Infantería “Carabobo 12” como subtenientes, y en la propia Academia Militar como oficiales de planta, con el grado de tenientes. El acto de entrega de la dirección de la Academia se celebró, días después, en el Patio de Honor de la misma, con el cuerpo de oficiales y cadetes del Instituto en correcta formación. También contamos con la asistencia del profesorado civil y militar de la misma y de un representativo grupo de invitados. Concluido el acto protocolar se sirvió un brindis en el “Gran Hall” de la Academia. Unos días después, nuevamente, con la presencia del doctor Luis Herrera Campíns, presidente de la república, se realizó el acto de recepción del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional [IADEN]. Este Instituto funcionaba en una vieja casona colonial situada en “Los Chorros”, al este de la ciudad de Caracas. Un dato, curioso y gracioso, ocurrió al llegar a esta sede. En la Academia Militar yo tenía un despacho de aproximadamente ciento veinte metros cuadrados y amoblado con escritorio, bibliotecas, mesa de conferencias

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etc., muebles antiguos, finamente labrados, hechos con madera caoba. Al mudarse, la Escuela Militar, al edificio construido en el año 1949, en Fuerte Tiuna, el Castillo de la Colina del Calvario se convirtió en la sede del Ministerio de la Defensa, cargo ocupado para entonces por el General Marcos Pérez Jiménez y donde, dicen los chavistas, reposan ahora los restos del presidente y dictador Hugo Chávez. Al ver Miguel Ángel, que de ahora en adelante, tendría mi oficina de director en una pequeña habitación, de unos veinte metros cuadrados y con un modesto mobiliario, me dijo: “papá y tú vas a cambiar esto tan pequeño por lo que tenías en la Academia Militar?”. Al llegar el presidente Herrera, antes de iniciarse al Acto, le comenté lo dicho por Miguel Ángel. Él lo celebró con una sonora carcajada, característica de este carismático y sencillo presidente. Recibí la dirección del Instituto de manos del General de Brigada Nicolás Cárdenas, paisano y amigo, oriundo del pueblo de Capacho, Estado Táchira, cercano a mi ciudad natal San Cristóbal, capital de ese Estado. En el pasado yo había dependido de él, cuando se desempeñaba como Jefe de la Dirección de Educación del ejército, y yo como director de la Escuela Superior de la misma Fuerza. El Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional, donde el doctor Herrera había sido, por muchos años, consecuente conferencista, había sido creado con la

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intención de formar oficiales de las Fuerzas Armadas, con el grado de Coronel o Capitán de Navío y profesionales civiles, en el área de la Defensa Nacional. Esta última estrechamente relacionada con la problemática económica, política, social y militar del país. Para lograr este objetivo se vislumbró la necesidad de contar entre sus cursantes a empresarios, políticos de diversas toldas partidistas y representantes de otras instituciones públicas y privadas. Otro objetivo fundamental era el de ilustrar, a estos cursantes civiles y militares, respecto a las relaciones entre los numerosos gobiernos y pueblos del continente, en especial, en lo atinente a los problemas comunes a los países latinoamericanos. Igualmente se analizaban problemas, de carácter internacional, que de alguna manera afectaban y afectan la vida y desarrollo económico y social del país. El programa del Curso contemplaba, entre otras cosas, la invitación a personalidades destacadas y especialistas en las diferentes áreas académicas cubiertas en la programación: económica, política, social, militar, relaciones internacionales etc. Entre los conferencistas se encontraban expresidentes de la república, funcionarios de instituciones públicas y privadas, en ejercicio o que hubiesen tenido esa responsabilidad en el pasado. También, dirigentes políticos pertenecientes a las diferentes toldas partidistas del país. Designé como mi

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ayudante al Mayor Ramón Castillo Cegarra, perteneciente también al Servicio de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas. Estando yo de subdirector de la Escuela de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas. Castillo hacía un curso en la misma Escuela. Yo observé, entonces, a este oficial. Su locuacidad, su dinamismo y su inteligencia me llamaron la atención. Esto me decidió a nombrarlo en ese cargo. Lo acertado de mi selección se manifestó en el hecho de que lo mantuve a mi lado durante tres años, hasta cuando lo designé, siendo yo ministro de la defensa, para realizar el curso de Estado Mayor en Leavenworth, estado de Kansas, en los Estados Unidos de América. Días después de hacer este nombramiento, el General José Antonio Olavarría me dijo él lo tenía como firme candidato para ser su ayudante personal. Conociendo el acertado ojo clínico de José en el manejo y selección del personal que trabajaba en su entorno, supe entonces que había hecho una buena selección. A ello hay que agregar que la esposa de Castillo, Morelia, resultó ser una bellísima persona, convirtiéndose en una excelente acompañante de Angelina, en algunos de los viajes que me correspondió hacer, en cumplimiento de diversas actividades relacionadas con los cargos por mí desempeñados. Estas actividades se realizaron tanto en el interior de Venezuela como en ciudades importantes de algunos países amigos del

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mundo entero. Así viajamos Angelina y yo, acompañados, de mi ayudante Mayor Castillo Cegarra y su señora Morelia, que yo recuerde, a los países siguientes: España, Francia, Suiza, Israel y Colombia. Lamentablemente, cuando ya yo me encontraba en situación de retiro de nuestras Fuerzas Armadas, Morelia contrajo una penosa enfermedad. Angelina y yo la acompañamos a ella, a Castillo y a sus hijos, en su larga agonía, hasta que Dios quiso llevarla a su seno. Morelia demostró una gran fortaleza, entereza y fe cristiana, asistida espiritualmente por sacerdotes de la Prelatura Personal del Opus Dei, organización en la cual ella actuaba como colaboradora y en la que Angelina, por muchos años, había sido supernumeraria, esto último significa persona consagrada al servicio de la obra. En ésta se recibe formación cristiana y a la vez, con el tiempo, esa persona ayuda en la formación de mujeres recién llegadas a esta Prelatura. O simplemente, de aquellas que desean tener un mayor conocimiento para su formación religiosa y cristiana. Esto lo hacía, y lo sigue haciendo Angelina, dictando charlas y/o participando en retiros y convivencias y en otras actividades de formación personal, no solamente religiosa, sino también para la superación personal de las participantes. La mayoría de éstas se dedican a desempeñar actividades de cualquier tipo en su vida particular y cuotidiana. Como secretaria de

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la dirección estaba, al recibirla, la señora Nancy Martínez, persona muy leal, eficiente, responsable, dotada de un gran deseo de superación personal. Paralelamente con su trabajo, de secretaria de la dirección del Instituto estudiaba, en las noches, en una universidad la carrera de Relaciones Públicas. Unos años después de mi salida del Instituto, se graduó en esa especialidad. En dicha oportunidad fue designada, acertadamente, para el cargo de jefa del departamento de relaciones públicas del Instituto de Altos Estudios, ya anteriormente referido. En la inauguración del curso, me correspondió, como director del mismo, dar la clase magistral, en presencia del personal de asesores y cursantes civiles y militares. Para enfrentar este reto apelé a los conocimientos adquiridos, cuatro años antes, en el Colegio Interamericano de Defensa, en su sede situada en la ciudad de Washington D.C. Creo haber sorteado el temporal con cierto éxito. Entre los asesores del instituto se destacaban: el General Carlos Celis Noguera, decano del departamento académico del Instituto, y el General Marcos Antonio Morín. Ambos eran unos expertos en materia de Seguridad y Defensa de la Nación, a lo que agregaban un profundo conocimiento de los fenómenos económicos, sociales, políticos y militares, de carácter interno e internacional, que incidían e inciden en los intereses, de todo tipo, de nuestro

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país, como ente soberano, en el concierto de las naciones que de nuestro diverso y complicado globo terráqueo. El General Carlos Celis Noguera, era un distinguido oficial de nuestro ejército, historiador, analista, profesor y escritor, quien honraba con su presencia las salas de esta casa de estudio. Además el General Celis Noguera era un verdadero caballero de las armas. Su sabiduría, su sencillez, su inteligencia y su cultura, eran el faro que alumbraba nuestras actividades, en el cumplimiento de la misión encomendada por la nación, de formar hombres de uniforme y distinguidos representantes de los sectores políticos y económicas de la patria, en un área tan compleja como es esta de la seguridad económica, social, política y militar de un país. Por su parte el General Morín, académico de alto vuelo, era el más calificado oficial en la formación y asesoramiento de los noveles asesores que nos llegaban, año tras año, para renovar este selecto grupo de consultores integrantes del cuerpo de consultores del Instituto. El General Morín se destacaba por su cultura, su cordialidad, la sencillez en su trato y por el caudal de conocimientos que poseía en la materia de nuestro interés y que trasmitía generosa y pacientemente a quienes le rodeaban. Los Generales Celis y Morín fueron los dos pilares que sostuvieron con su asesoramiento, mi furtivo desempeño como director del IADEN. Mi actuación, como tal, se redujo a

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tan solo un año, comprendido entre el mes de julio de mil novecientos ochenta hasta julio de mil novecientos ochenta y uno, fecha en la cual fui designado Inspector de nuestro ejército en sustitución del General de División Vicente Narváez Chourión, quien pasaría a asumir el cargo de Comandante General del Ejército. A mí me sustituiría el General de División Alfredo Quintana Romero. Mientras tanto continuaban las actividades en el Instituto, con charlas dictadas por distinguidas personalidades del mundo político, económico, intelectual, diplomático, científico y militar de Venezuela y de países amigos, especialmente de la región continental americana. Entre ellos cabe mencionar al doctor Luis Herrera Campíns, para entonces presidente de la República, a los expresidentes señor Carlos Andrés Pérez y doctor Rafael Caldera. Otro conferencista fue el señor Rafael Andrés Montes de Oca, quien en ese momento se desempeñaba como canciller de la república. Otros charlistas participantes, que yo recuerde, fueron: el Ingeniero Humberto Calderón Berti, doctor Carlos Canache Mata, doctor José Vicente Rangel, doctor Pedro Pablo Aguilar, General Carlos Celis Noguera, el Embajador de los Estados Unidos de América y Embajadores de algunos países latinoamericanos. Al final de estas charlas, venía la sesión de preguntas y repuestas, las cuales los cursante las podían

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formular, y los conferencistas las podían responder, con absoluta libertad de expresión. En una oportunidad se hizo un ejercicio sobre la seguridad y defensa de nuestro país, el cual involucraba a países amigos. Este ejercicio se había catalogado como “absolutamente confidencial” y, por tanto, ninguno de los participantes podía hacer del conocimiento de su contenido, a ningún agente externo. Misteriosamente apareció, en un periódico de circulación nacional, un relato pormenorizado de los eventos analizados en dicho ejercicio académico. Esto causó un gran revuelo en el alto mando militar y en general en toda la nación, pues se trataba, hipotéticamente, de un conflicto armado con un vecino país. La comparación del poderío militar de ambos países determinaba que Venezuela saldría, en la materialización de esa hipótesis de guerra, francamente perdedor. Ante tan grave acontecimiento la Dirección de Inteligencia Militar, cuyo jefe era el General de División Rafael Machado Santana recibió, de parte de la presidencia de la república, la delicada misión de investigar, en forma realmente exhaustiva, al personal civil y militar con conocimiento del contenido de ese análisis. Esta investigación incluía, naturalmente, al personal directivo, funcionarios y empleados del Instituto. La pesquisa fue realizada en forma muy objetiva y eficiente por la mencionada Dirección de Inteligencia Militar. Sin embargo,

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HUMBERTO ALCALDE ALVAREZ, 12/25/19,
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aunque se sospechaba de dos de los cursantes civiles, no hubo suficientes pruebas para hacer una acusación formal. Uno de los eventos, más importantes, ocurrido durante el progreso del Curso de Seguridad y Defensa, fue el de la realización de un viaje de estudio por las islas de caribe. Dichas islas constituían lugares estratégicos de suma importancia, que presentaban problemas críticos de seguridad y defensa, relacionados con nuestra soberanía territorial y con la limitación de las fronteras marítimas con esos países. Muchos de esos problemas fueron detectados por los integrantes del curso, durante nuestro periplo por la región. Luego estos serían estudiados y analizados en las aulas del Instituto. El viaje se realizó en un avión de la Fuerza Aérea Venezolana, en un Hércules 130, cuya característica más importante, además de su capacidad de carga, era su habilidad para el despegue y aterrizaje en pistas aéreas cortas, cualidad ésta que caracterizaban a la mayoría de los aeropuertos de los países visitados. Esta aeronave, empleada por gran cantidad de ejércitos del mundo, ha demostrado ser una de la más versátiles y seguras en el universo de marcas y modelos de aviones militares, para carga y transporte, utilizados en operaciones militares. Debidamente armado, puede cumplir misiones netamente bélicas con gran eficacia, cubriendo distancias notables, sin recarga de combustible,

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transportando cargas importantes, con gran seguridad, a su lugar de destino. Los lugares a visitar fueron, en el siguiente orden, Kingston [Jamaica], Puerto Príncipe [Haití], Santo Domingo [Republica Dominicana], San Juan [Puerto Rico], Castries [Santa Lucía] , Saint George [Grenada] y Bridgetown [Barbados]. El programa y protocolo a seguir, en cada Capital, era similar: visita a la primera autoridad civil del país, a quien se le dirigía un saludo, en algunos casos, por mí, personalmente; podría hacerlo también un asesor previamente designado. Algún funcionario oficial, del país visitado, nos hacia una exposición sobre la importancia estratégica de su país en el concierto de las naciones caribeñas y latinoamericanas, amén de los problemas de tipo internacional que afrontaban en las diversas áreas políticas, económicas, sociales y militares. En esa exposición se hacía énfasis, generalmente, en el problema territorial marino, el cual ha traído serias controversias a través de los siglos, en lo referente a la delimitación de aguas entre las dichas islas y de éstas con los países ubicados en el Continente Americano. A continuación, se abría una sesión de preguntas, en la cual participaban fundamentalmente los cursantes; ocasionalmente lo hacía un miembro del personal directivo o de asesoramiento del Instituto. Finalizada esta reunión, un cursante era designado para dirigir unas palabras de

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agradecimiento al exponente. Finalmente yo, acompañado de un personal directivo, hacía entrega de un recuerdo de nuestra patria y de nuestro gobierno, el cual generalmente consistía en un presente que rememoraba la biografía y gloria del Libertador Simón Bolívar. En algunos de estos países, se contemplaba, en la programación visitas a lugares emblemáticos de la región, relacionados con la historia y tradiciones culturales del respectivo país. En ocasiones visitábamos sitios de diversión, como casinos, por ejemplo, que además servían de alojamiento a los miles de visitantes y turistas de los cuatro puntos cardinales del globo terráqueo, que visitan cada año estas islas caribeñas. Esta configuración, de facilidades, sirve de mágica atracción para los múltiples forasteros que, año tras año, son atraídos a estas islas por su clima, la hermosura de sus playas, la calidez de sus aguas y en general por la fascinante naturaleza tropical que caracteriza a la mayoría de ellas. Un hecho anecdótico ocurrió en Santo Domingo. En una de las reuniones oficiales que se dieron en ese país, estaba presente el Director de la Academia Militar de la República Dominicana el Coronel Julio R. Troncoso, quien había sido uno de los oficiales extranjeros graduados en la Escuela Militar de Venezuela. El Coronel pertenecía a la promoción “Jacinto Lara” de dicha Academia, cuya graduación se efectuó en el año mil novecientos

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cincuenta y seis, siendo un aventajado alumno que ocupó el cuarto lugar en el orden de mérito de dicha promoción. Troncoso, informalmente, me invitó a conocer su Academia Militar, sin ningún protocolo, acompañado yo, únicamente por mi ayudante personal Ramón Castillo Cegarra, pues esta visita no estaba contemplada en nuestra programación. El Coronel Troncoso, para mi cómoda movilidad en la isla, me había facilitado una “limousine”, de color militar verde oliva, la cual por su tamaño y por una antena que iba del parachoques delantero al trasero, llamaba mucho la atención. Troncoso, me invitó al famoso y bello lugar de veraneo titulado “La Romana”. Al llegar a dicho lugar, trajeado de civil, me llamó poderosamente la atención que la gente que encontrábamos durante nuestro trayecto, nos saludaba agitando los brazos y exclamando: Nixon!!!!!Nixon!!!!!Nixon!!!!! Troncoso, muy sonriente, me explicó que lo que ocurría era que el expresidente de los Estados Unidos de América, se encontraba de visita en el lugar, se alojaba en una de las cabañas de “La Romana’’ y que estaba utilizando un automóvil muy parecido al que él me había facilitado. Por supuesto yo también, muy sonriente, correspondía a los saludos imitando a cualquier eufórico político en campaña electoral. El Coronel Troncoso me comentaba también, que Carlos Andrés Pérez, expresidente de Venezuela, era una de

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las personalidades que con frecuencia visitaba el lugar. En la década de los años ochenta, la Republica Dominicana apenas comenzaba a desarrollar la impresionante infraestructura turística que hoy ofrece a visitantes del mundo entero. Otra anécdota sobre los episodios vividos durante este viaje del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional fue la siguiente: cuando visité al presidente de Haití, el dictador Jean Claude Duvalier, éste nos recibió en su despacho particular acompañado de unos tres generalotes, ya pasaditos de años. El joven y regordete moreno, sentado en una poltrona que parecía la de un emperador, al entrar a su oficina mis acompañantes y yo, nos siguió con su mirada sibilina. Cuando llegamos frente a su escritorio permaneció sentado, estiró su mano regordeta y nos saludó con un toque fugaz de nuestras manos, como temiendo contagiarse de alguna enfermedad traída desde el continente. En ningún momento nos invitó a sentarnos, a pesar de haber en el lugar unos sillones no menos lujosos que el suyo. Vista esa falta de respeto hacia unas autoridades militares venezolanas y a los representantes civiles del Departamento Académico del Instituto, dirigí un brevísimo mensaje sobre el motivo de nuestra presencia en ese su sufrido país. El permaneció en las nebulosas. Le hice entrega de un busto que representaba a nuestro Libertador Simón Bolívar. La miró con desdén y trató

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de honrarnos con una sonrisa, pero esta pareció quedarse en lo más profunda cavidad de su garganta, de donde habían salido las más crueles órdenes para eliminar oponentes a su nefasto gobierno y a posibles enemigos políticos. Este dictadorcillo caribeño era hijo del también dictador François Duvalier, apodado “papá doc.”, recordado por sus crueles actuaciones como Jefe de Estado. Duvalier, el viejo, fue destituido por los generales que le acompañaban en su aventura política, quienes lo reemplazaron por el débil de carácter y más manejable, Jean Claude. Ante la actitud arrogante asumida por éste, y su desprecio por la comisión del Instituto que había concurrido a su despacho a presentar un saludo formal y civilizado, yo, haciendo un gesto de desagrado, me retiré de sus oficinas, junto con mis acompañantes, apenas saludando a los funcionarios haitianos presentes, apenas, con una ligera inclinación de cabeza. No pude evitar mi enojo por el desaire del dictador presidente. El resto de la visita a este país, lo redujimos a lo estrictamente necesario y obligatorio en este tipo de eventos. Lo único agradable, durante la visita a este país, fue nuestra concurrencia a un mercado popular citadino donde tuvimos la oportunidad de adquirir, hermosas y coloridas, pinturas a precios verdaderamente irrisorios. La cordialidad de la gente, que llenaba las calles de Puerto Príncipe, contrastaba con el

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trato recibido en el Palacio Presidencial. Alguien se preguntará porque visitábamos un país donde regía un ilegítimo y cruel gobierno. Simplemente, contestaría: porque al enemigo hay que penetrarlo hasta sus entrañas. Para poder analizar y comprender la magnitud de la amenaza que ese gobierno, y ese país, podría representar para nuestra soberanía nacional, para toda la América Latina y para su hambriento y maltratado pueblo. A este potencial enemigo, como es lógico, había que estudiarlo, in situ, palpando personalmente sus problemas, carencias, necesidades materiales y espirituales, sus posibilidades económicas y su relación con países vecinos; en fin toda aquella problemática que nos permitiera emitir un juicio de valor acertado sobre ese país.

En Kingston fuimos recibidos por el gobernador de la isla, quien nos dio una información muy completa sobre los problemas de carácter económico, social, de seguridad y políticos que, para entonces, afrontaba Jamaica. En el periodo comprendido entre 1.970 y 1.980, la historia política de la isla había sido bastante convulsa, caracterizada por la lucha por el poder entre los líderes Michael Manley [PNP] y Edward Seaga [JLP]. Sin embargo pudimos observar que al frente de la nación se encontraba un gobierno responsable, demócrata y representativo, el cual garantizaba la paz y concordia con sus

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vecinos caribeños. Cumplidos los actos protocolares, y tras un día de descanso en la bella isla, seguimos nuestro peregrinaje. Jamaica fue el primer país visitado en nuestra travesía por el mar caribe. Al día siguiente partimos hacia el centenario y hermoso San Juan de Puerto Rico. Puerto Rico es un Estado Libre Asociado, con un sistema de gobierno republicano, sujeto a la jurisdicción y soberanía de los Estados Unidos de América. Esta situación, históricamente, ha causado controversias internas entre los partidarios y los opuestos a esa dependencia política del coloso del norte. Se han hecho innumerables plebiscitos para definir el destino de la isla, continuar o no, como Estado Asociado, resultando siempre ganadores los partidarios de permanecer en ese ‘’status quo’’. En San Juan fuimos recibidos por el gobernador de la isla quien siguiendo el protocolo previamente establecido, nos hizo una amplia exposición sobre los problemas que agobiaban a su país, la importancia estratégica del mismo para la región y especialmente para los Estados Unidos de América de quien dependían, y siguen dependiendo hoy en día, para la solución de sus ingentes problemas económicos. Se hicieron las preguntas y se recibieron las repuestas de rigor. Se hizo entrega de una efigie representativa de una máscara facial del Libertador Simón Bolívar a quien su médico, el doctor Próspero

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Reverend, le tomó a los pocos minutos de su fallecimiento. El Libertador falleció en la ciudad de Santa Marta, República de Colombia, el 17 de diciembre de 1830. Concluido el programa planificado para esta visita a Puerto Rico, seguimos nuestro recorrido con destino a las pequeñas islas de Santa Lucia, Barbados y Grenada. Éstas se caracterizan por tener un gobierno constitucional parlamentario y pertenecen todas a la Commonwealth. El poder ejecutivo lo ejerce un primer ministro, presidente del parlamento. En estas tres islas seguimos la programación preestablecida, al igual que hicimos, anteriormente, en visitas a los otros países caribeños. De esta forma dimos por terminado nuestro recorrido por estas paradisíacas islas del mar Caribe, y emprendimos el regreso llevándonos una visión panorámica de la región, la cual serviría a los cursantes, para el posterior estudio del potencial económico, político, social y militar que presentaban estos, nuestros vecinos caribeños. La información obtenida en nuestro viaje por estas islas, serviría también para hacer un análisis de las dificultades que atravesaban estos países para alcanzar, en el futuro, un esperanzador progreso y desarrollo que trajera mayor bienestar para sus pueblos. El estudio de esos problemas, realizado en conjunto por los cursantes, les permitiría a estos últimos sacar conclusiones y determinar, desde sus puntos

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de vista, cuáles serían las acciones a tomar recomendables para solucionar cada uno de los problemas detectados. Este estudio sobre la región visitada, descrito en un informe formal y pormenorizado, sería expuesto, más tarde, en una reunión a realizar en la sala de conferencias del instituto, con la asistencia de directivos y asesores del mismo. Concluidos todos los actos académicos programados, por este Instituto de Altos Estudios, para la promoción mil novecientos ochenta, se realizó un viaje a la Isla de “La Orchila”. Allí funcionaba un puesto de vigilancia de nuestra marina de guerra. Embarcamos en el Buque Escuela de la Armada de Venezuela nominado AB Simón Bolívar BE-11. Éste es un buque de navegación a vela, aunque posee motores que son encendidos cuando el capitán de la nave lo cree necesario. Debido a su condición de velero y estando navegando en el agitado mar caribe, algunos de los pasajeros sufrieron mareos que les obligaron a permanecer en sus camarotes o en sus dormitorios. Exceptuando este pequeño contratiempo, la travesía fue muy agradable. El buen humor de algunos de los cursantes, liderados por el abogado Hernán Frías, quien más tarde sería presidente de la empresa de publicidad ARS, contribuyó con sus jugarretas y bromas, hechas a otros cursantes, a alegrar nuestro recorrido. Yo viajaba con Angelina, mi esposa, y con mis hijos Rubén Adolfo y Miguel

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Ángel. Estos últimos disfrutaron, más que nadie, de la belleza del paisaje marino y de las travesuras de los cursantes, especialmente, cuando éstos tomaron una manguera de agua y comenzaron a mojar a todo el que les rodeaba. En un momento dado, amagaron con mojar al propio comandante del barco, un Capitán de Navío, pero éste les recriminó su comportamiento y por tanto desistieron de sus bromistas intenciones. Llegados al puerto de “La Orchila”, el Comandante del Puesto Naval, un Capitán de Navío, nos hizo una relación de las responsabilidades y actividades de ese destacamento como vigilantes adelantados, y permanentes, de las costas y mares venezolanos. Luego, todos disfrutamos de las playas de la isla, caracterizadas por la transparencia de sus aguas y el blanco impresionante de sus arenas. Después de este merecido descanso regresamos a tierra firme. De nuevo, el regio navío afrontó la rebeldía del mar caribe que con sus fuertes olas azotaba la nave en toda su estructura. La fortaleza del barco, y la pericia de su tripulación, logró domar a las rebeldes aguas caribeñas. Llegamos, después de veinticuatro horas de travesía, a las seguras aguas del puerto militar donde atracaban los buques de nuestra Armada Venezolana. Días después, se celebró el acto de graduación, con la asistencia del presidente de la república, doctor Luis Herrera Campins, del Alto Mando Militar y otras autoridades

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civiles y militares y familiares y amigos de los graduandos. Acto seguido se ofreció un brindis en honor de los cursantes quienes ostentaban orgullosos el título que acreditaba sus estudios como integrantes del Curso de Seguridad y Defensa, realizado en el año académico comprendido entre setiembre de mil novecientos ochenta y junio del año mil novecientos ochenta y uno. El diploma otorgado los reconocía como personas versadas en seguridad y defensa nacional. A principios del mes de julio fui nombrado, por el presidente de la república, Inspector General del Ejército Venezolano, colocándome nuevamente en la línea de mando de esa Fuerza, de la cual había salido para ocupar los cargos docentes ya mencionados. Me sustituyó en el cargo, como Director del Instituto de Altos Estudios para la Defensa Nacional, el General de División Alfredo Quintana Romero, excelente oficial y mejor amigo, quien, como ya lo hemos mencionado, había sido mi Jefe del Estado Mayor, en la primera brigada de infantería, con sede en San Cristóbal, estado Táchira. Al día siguiente, se celebraron los actos de rigor en la entrega de la dirección del IADEN. Dicho acto fue presidido por el presidente doctor Luis Herrera Campins, con asistencia de altas autoridades civiles y militares. Días después, el presidente designaría como Comandante General del Ejército al General de División Vicente Narváez Chourion,

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en reemplazo del General de Division Rafael Marín Granadillo, quien pasaba a la situación de retiro, por cumplir los treinta años de servicio en las Fuerzas Armadas. El cargo de Jefe de Estado Mayor del ejército ocupado, hasta entonces, por el General de División Bernardo Leal Puchi, pasó a ser ocupado por el General de División Octavio Romero. El General Leal fue nombrado, por el presidente doctor Luis Herrera, ministro de la defensa. Yo fui designado en reemplazo del General de división Vicente Narváez Chourión quien era el Inspector hasta ese momento y como dijimos, había pasado a ocupar el cargo de Comandante General de la mencionada Fuerza. Llegado a esta etapa de mi vida militar, doy por concluidos “Mis Recuerdos ll parte”. Una tercera aparte abarcará mi desempeño como Inspector General y como Jefe del Estado Mayor del Ejército y, luego, como Ministro de la Defensa, cargo que ejercí durante los últimos seis meses del período presidencial del doctor Luis Herrera Campins. Al asumir la presidencia el doctor Jaime Lusinchi fui ratificado, por éste, en dicho cargo. Al final de mi desempeño como ministro de la defensa, designación con que me honraron los presidentes Luis Herrera y Jaime Lusinchi, cumplí mis treinta años de servicio en la Fuerzas Armadas de Venezuela, y por tanto, mi pase a la situación de

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retiro del ejército y por consiguiente mi cese de funciones como Ministro de la Defensa.

Buenos Aires, 16 de febrero del 2020

P.D. Quiero, finalmente, manifestar mi agradecimiento a mis colegas y amigos General de Brigada Juan Antonio Herrera Betancourt y General de División José María Troconis Peraza, por su aporte a esta narración, investigando y suministrándome información, muy valiosa, sobre la organización y empleo de las unidades que “combatieron” en la realización de las maniobras “Libertador l”.

Igualmente agradecer, una vez más, a mi querido hermano doctor José Alberto Alcalde Álvarez, graduado en la ilustre Universidad Central de Venezuela y con postgrados en la “Universidad de Syracuse”, Estados Unidos de América, y la famosa “Universidad de La Sorbona”, en la ciudad de Paris, república francesa. José Alberto fue, también, profesor titular en la Universidad del Táchira, con sede en San Cristóbal, Estado Táchira, y en la Universidad de Los Andes, ubicada en la ciudad de Mérida, Estado Mérida. En esta última llegó a ocupar el cargo de Vicerrector Académico. José Alberto dedicó parte de su valioso tiempo para revisar este

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documento, aportando valiosas acotaciones para una mejor y más retórica presentación de “MIS RECUERDOS II PARTE”

23 de Abril, 2020 

Washington, D.C. -- Análisis desde la perspectiva ciudadana, del Marco de Transición hacia la Democracia para Venezuela, presentado por el Departamento de Estado de EE.UU. Venezolanos independientes, sin afiliación a ningún partido político, han contribuido en la elaboración de un análisis desde la perspectiva ciudadana, del Marco de Transición hacia la Democracia para Venezuela, presentado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, el pasado 31 de marzo de 2020. 

El análisis refleja nuestro compromiso ciudadano con el proceso de transición hacia la democracia, y nuestra determinación a ejercer nuestro derecho constitucional de participar en un proceso decisivo para el futuro de Venezuela. Las decisiones que se tomen en el país de ahora en adelante, deberán contar con el respaldo de los ciudadanos venezolanos ya que por mandato constitucional, la soberanía reside intransferiblemente en nosotros. 

El documento que presentamos a continuación ha sido entregado a autoridades del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América y de la Organización de los Estados Americanos. También se está enviando a los líderes de los países aliados a la lucha del pueblo de Venezuela, a los diputados del parlamento Europeo y del parlamento Latinoamericano. 

Confiamos en que el Presidente Interino Juan Guaidό y los diputados de la Asamblea Nacional procesen adecuadamente las opiniones de los ciudadanos venezolanos, y que éstas sean tomadas en cuenta para el proceso de transición e integración institucional de Venezuela. Ha llegado el momento de asegurarnos que el ciudadano asuma su rol protagónico en los destinos de la nación. 

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Invitamos a todos los venezolanos a que se involucren y participen activamente. No necesitas pertenecer a una organización, recuerda que todos los ciudadanos tenemos el derecho constitucional de participar libre y directamente en los asuntos públicos y decisiones políticas del país. Toma las riendas, no permitas que otros decidan por tí. 

Tu voz, tu acción, tu libertad! 

www.vanguardiaciudadana.org 丨@vciudadanav [email protected] 

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MIS RECUERDOS

II PARTE

En la primera parte de este documento hice un relato acerca de mis experiencias, durante los primeros años de mi carrera en el ejército venezolano. Como ya lo dijera, ingresé a la Academia Militar de Venezuela en el mes de julio de 1950 y me gradué como subteniente el 5 de julio de 1954. Pasé por los diferentes grados, teniente, capitán, mayor y teniente coronel. Estos son conferidos por la república a los oficiales que cumplen con las normas y requisitos establecidos en nuestra constitución y en los reglamentos de dicha institución castrense. Estos grados militares mencionados no requerían de la aprobación del congreso nacional de la república. En julio de mil novecientos setenta y siete fui ascendido al grado de coronel. En este caso el ascenso es sometido por el presidente de la república a la aprobación del Congreso Nacional. El mes de junio del año mil novecientos setenta y siete fui designado para realizar el curso de Seguridad y Defensa a dictarse en el Colegio Interamericano de Defensa, cuya sede está en la ciudad de Washington D.C., capital de los Estados Unidos de América, ubicado en el Fuerte Lesley J. McNair. Realizando este curso, recibí la noticia de que había

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sido propuesto por el Ministerio de la Defensa de mi país, y ante la comisión de defensa del Senado de la República, para ser ascendido al grado inmediato superior de General de Brigada del Ejército. De conformidad con lo establecido en la constitución venezolana, vigente para la época, debería presentarme ante dicha comisión para ser interpelado por integrantes de la misma, quienes por ley autorizaban, para entonces, la promoción de Coroneles y Generales, Capitanes de Navío y Almirantes de las Fuerzas Armadas, a los grados militares superiores. Viajé a Caracas y me presenté ante mi comando de Fuerza, el Ejército. Luego asistí a la reunión, en la fecha estipulada por la presidencia de la Comisión de Defensa de dicho parlamento. Allí fui interpelado, por los integrantes de dicha comisión, sobre mi opinión acerca a asuntos relacionados con la seguridad y la defensa del país. También ahondaron sobre mi parecer y experiencias sobre el sistema de gobierno democrático, vigente para entonces, y el cual había sustituido, en enero del año 1958, al gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez. Entendí y comprendí: este tipo de preguntas, estaban inspiradas en el hecho de que yo había sido formado en la Academia Militar, en el periodo académico correspondiente a los años 1950-1954, bajo la tutela de ese gobierno dictatorial. Con prudencia, pero con absoluta firmeza, expresé ante los parlamentarios, mi convicción plena en los valores democráticos que, para entonces, regían el sistema de gobierno de nuestro país. En 193

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esa reunión estaban presentes, aunque no eran integrantes de la referida comisión, algunos parlamentarios que representaban, en el Congreso Nacional, al partido comunista y a otros partidos de izquierda radical. Partidos éstos que, en el pasado, habían intentado tomar el poder por la vía de la violencia, contraviniendo valores democráticos en los cuales creía y sigo creyendo, con plena convicción, como oficial retirado de las fuerzas armadas. Estos congresistas se habían reintegrado al sistema democrático a fines de los años setenta. El presidente doctor Rafael Caldera, durante su primer gobierno y con su política de pacificación de las guerrillas conformadas éstas, en su mayoría, por jóvenes políticos, estudiantes y algunos oficiales desertores de las fuerzas armadas permitió a estos legisladores, mediante un decreto presidencial, recuperar sus derechos políticos y ciudadanos. Cumplida mi misión en Caracas, regresé a la ciudad de Washington, a continuar mis estudios. Los compañeros de curso nos agasajaron, al Coronel [FAV] Oswaldo Plazola Gilly y a mí, por ser los primeros miembros de la promoción mil novecientos setenta y siete-setenta y ocho, del Colegio Interamericano de Defensa, en alcanzar el grado superior de general de brigada. Nos entregaron sendas placas, en recuerdo de este acontecimiento tan importante en nuestras carreras como oficiales de las Fuerzas Armadas Venezolanas. Oswaldo, como lo referí en la primera parte de este documento, había sido mi compañero de infancia y de 194

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colegio en mí siempre recordada ciudad natal San Cristóbal. Días después celebramos este ascenso, en nuestra casa, en Washington, con amigos de la embajada venezolana, con compañeros de promoción del Colegio Interamericano y con otros amigos residentes en la capital norteamericana. Angelina, como de costumbre, se lució en la organización y posterior realización de este evento, atendiendo con su esmerada cordialidad y simpatía a los diferentes invitados. Mis hijos Rubén Adolfo y Miguel Ángel, de diez y ocho años de edad, para entonces, nos alegraron con su presencia en esta agradable reunión. A mediados del mes de junio de ese referido año mil novecientos setenta y siete presenté, en presencia de la dirección y de asesores, civiles y militares del Instituto, mi tesis de grado la cual trataba sobre los problemas relacionados con la integración política y económica de los países latinoamericanos. En ella destaqué, entre otras cosas, la urgencia de la integración de la región, para poder enfrentar con éxito, el poderío político y económico que representaban, y aún representan, otras Comunidades como lo son actualmente los Estados Unidos de América, la Comunidad Europea, y algunas Comunidades Asiáticas, las cuales, con su avanzada tecnología y sus impresionantes logros económicos, habían logrado acaparar los mercados mundiales, en desmedro de los países menos desarrollados, como lo son los de América Latina. Para mi satisfacción personal, y profesional, un prolongado aplauso, 195

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por parte de los presentes, se hizo oír en el lugar donde se efectuaba la mencionada reunión académica. En el transcurso del año realizamos en nuestro curso diversos eventos, colectivos o grupales, para identificar puntos de encuentro y también de posibles diferencias entre los países del continente americano. Planteamos problemas y controversias, de carácter político, social, económico y militar, que afectaban las diferentes regiones del globo terrestre y sus posibles repercusiones en el futuro de nuestra América Latina. Para que este intercambio de ideas rindiera su máximo fruto, recibimos experiencias y conocimientos, de innumerables expositores del mundo intelectual, político, económico y militar de diversas nacionalidades. Conferencias, visitas programadas y otros actos de carácter académico, realizados durante este año de estudio, nos permitieron el contacto personal e intercambio de ideas con gobernantes y líderes empresariales, culturales, políticos y militares del gran parte de nuestro continente americano. Cabe destacar, entre estos eventos, el viaje de estudio realizado por México, Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador, donde pudimos palpar, in situ, los graves problemas políticos, sociales y económicos que, para entonces, atravesaba la región. El caso de Nicaragua fue patético: había sufrido, en meses anteriores, los embates de un fuerte terremoto, que vinieron a agregar nuevos y graves problemas a las dificultades de carácter político, social, económico y militar, 196

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ya existentes en el país. Problemas que venían a sumarse a los originados por la ausencia de libertades políticas y por la represión policial, característica del régimen autoritario, impuesto por el dictador Anastasio Somoza Debayle. Éste, el presidente Somoza, nos invitó a un agasajo en su casa de habitación a la cual asistimos todos los integrantes del Curso y algunos de los directivos y asesores del Instituto. En el transcurso de la reunión algunos participantes de la misma cercaron al dictador Somoza, con quien sostuvieron una amena charla. Yo, que no comulgaba con las ideas y actuaciones de este gobernante, me mantuve al margen de ese coloquio presidencial. Me senté en una pequeña mesa alejada de la sala principal donde se realizaba la reunión. En esa mesa departí gratamente con el Coronel nicaragüense Miguel Blessing Urroz, quien había realizado en Caracas, con el grado de teniente, en el año mil novecientos cincuenta y cinco, el curso avanzado, en la Escuela de Infantería del ejército venezolano. Terminado el curso el teniente Blessing fue designado, por nuestro ministerio de la defensa, para hacer una pasantía de un año en la batallón ‘’Carabobo 12”donde yo estaba sirviendo, en mi primer año, con el grado de subteniente. Allí hice una íntima amistad con Blessing. En esa oportunidad, este amigo, se enamoró de Leonor, una hermana de mi compañero Subteniente Carlos Isava Enmanuelli, quien también servía en el mismo batallón, contrayendo matrimonio unos dos años después de 197

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conocerse. Yo tuve el privilegio de ser el padrino de su boda, la cual se realizó en estricta intimidad. A finales del mes de junio, de este año de 1977, se realizó la clausura de nuestro curso. Este evento me deparó sentimientos encontrados. Por una parte, la alegría por haber culminado tan interesante curso, y el pronto regreso a la patria y a nuestro hogar. Por la otra, la tristeza que significaba el tener que despedirse de amigos de todas las latitudes del Universo, a quienes posiblemente más nunca volvería a ver, como en efecto ha ocurrido. En ese lapso, transcurridos más de cincuenta años de nuestra graduación al único compañero, no venezolano, que tuve oportunidad de ver, fue al Teniente Coronel Martínez, oficial chileno, quien fue designado como agregado militar de la embajada de su país, en Venezuela. Angelina, mi esposa, nuestros dos hijos Rubén y Miguel Ángel y yo, días después emprendimos el viaje de regreso a Caracas. El 5 de julio de ese mismo año 1977, se realizó el acto de ascenso en las tribunas localizadas en la avenida “Los Próceres” de Caracas, con la presencia del presidente de la Republica Señor Carlos Andrés Pérez y miembros de alto mando militar. Terminado el acto protocolar no dirigimos mi familia y yo, acompañados de amigos y familiares, hacia la Escuela de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas, donde yo había ejercido como su director, sub-director y profesor. En el salón de fiestas de dicho instituto celebramos con familiares, amigos y compañeros de armas, 198

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tan importante acontecimiento. Entre los presentes al acto estuvo el General Ernesto Brand Torrellas, para entonces, Comandante General del Ejército. También estaba, entre mis invitados, mi pariente doctor Pastor Oropeza Zubillaga, condiscípulo de mi padre José Antonio Alcalde Perera en el Colegio Federal de Carora. Pastor Oropeza es considerado por muchas instituciones científicas, nacionales e internacionales, como el padre de la Pediatría en Venezuela. Un mes más tarde, fui designado como director de la Escuela Superior del Ejército en la cual permanecí tan solo tres meses. Sin embargo, tuve la oportunidad de graduar a la promoción que había terminado sus estudios ese año. Dicho acto de graduación estuvo presidido por el presidente Carlos Andrés Pérez, con la presencia, además, del Comandante General del Ejército General Ernesto Brand Torrellas y miembros del gabinete ejecutivo y del alto mando militar. Para clausurar el evento pronuncié algunas palabras, entre las cuales destaqué los rumores que corrían sobre actos de corrupción de funcionarios del gobierno nacional, sin embargo agregué, que gracias a la acción de la presidencia de la República, se estaba investigando y tomando medidas correctivas sobre el particular. Esa intervención mía fue considerada, por algunos de los presentes, como muy imprudente debido a la presencia del principal responsable de la administración pública, como lo era el presidente Carlos Andrés Pérez. Ante esas críticas, argumenté que yo simplemente había servido 199

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de eco de publicaciones de personas autorizadas quienes habían opinado, en los principales medios de comunicación social, denunciando hechos específicos de corrupción. Actos que afectaban la economía y la moral de la población y que por tanto, la cátedra de la Escuela Superior del Ejército, era un lugar apropiado para tratar estos asuntos del mayor interés para la estabilidad y seguridad de la nación. Terminado al acto pasamos con los invitados al salón de fiestas del Instituto, donde conversé con el Señor Presidente, quien en ningún momento dio signos de haberse molestado por las palabras, por mí, pronunciadas. En el mes de octubre de ese mismo año fui llamado por el General Ernesto Brand Torrellas a su comando, donde me notificó que había sido designado como comandante de la Primera Brigada de Infantería, cuya sede estaba en la ciudad de San Cristóbal. El área geográfica de la responsabilidad de esta unidad, comprendía los estados Táchira, Mérida, Barinas y el Distrito Páez del Estado Apure. Este nombramiento me dejó totalmente sorprendido. Lo mismo sucedió con muchos de los integrantes de nuestras Fuerzas Armadas. Hubo ciertas críticas por mi designación para este cargo y yo lo comprendí. En mi carrera militar de los veintitrés años de servicio, para el momento, cinco de ellos había yo estado asignado al Servicio de Comunicaciones y Electrónica del Ejército y luego siete más en el Servicio del mismo nombre, Comunicaciones y Electrónica, en el Ministerio de la Defensa. Por lo tanto era 200

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considerado un oficial técnico, no de comando. Sin embargo el Comandante del Ejército General Ernesto Brand Torrellas, quien había sido oficial Comandante de nuestro Curso, en el segundo año de nuestra formación en la Escuela Militar y nuestro excelente profesor en varias materias militares, en dicho Instituto, consideró que yo era el oficial apropiado para ejercer dicho cargo. Me asignó esa gran responsabilidad de comando dándome una muestra de confianza, la cual creo no haber defraudado. Este nombramiento fue decisivo para el futuro de mi carrera militar. El mismo hizo posible que llegase a ocupar los más altos cargos que se pueden lograr en nuestro Ejército y en nuestras Fuerzas Armadas. El acto de transmisión de mando se realizó en el comando de dicha brigada, presidido por el Comandante General del Ejército General Brand Torrellas. Recibí este comando de manos del General Aníbal Terán Briceño, quien me orientó sobre las diferentes funciones y responsabilidades que asumía como comandante de esta unidad de infantería. La misma, era y sigue siendo, de gran importancia estratégica, por ser zona fronteriza con la vecina República de Colombia. Finalizado el acto nos dirigimos, los participantes e invitados especiales, a los salones del Círculo Militar de San Cristóbal, para celebrar el importante evento. Para mi satisfacción personal, además de contar con la presencia del Comandante General del Ejército, tuvimos el honor de contar igualmente con la del General Fernando Paredes Bello, para entonces, Ministro de 201

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la Defensa, quien se encontraba en gira de inspección por la zona y amablemente aceptó nuestra invitación para participar en esta reunión social. Allí departimos con oficiales y suboficiales de las diferentes Unidades Tácticas, componentes de la Brigada, y personalidades del mundo político, social, económico y militar de la región. En medio de la celebración el General Paredes se me acercó, muy sonriente, y me dijo: “Alcalde al primero que va que tener poner en cintura es a su papá y me señaló a mi viejo bailando una rumba con una joven, amiga y vecina de nuestro barrio. Mi padre “Toño” era un hombre muy singular. Con setenta y cinco años a cuestas, su espíritu seguía siendo el de un joven alegre que se convertía en el centro y alma de todo festejo a donde asistía. Su grito de guerra era: “que viva el amor”. Nos acompañaron también, a Angelina y a mí y a nuestros hijos, en el acto de celebración amigos muy cercanos con quienes, yo, había compartido mi infancia y juventud en la querida Capital tachirense. Finalizados los actos protocolares y sociales, asumí mis responsabilidades como Comandante de la Primera Brigada de Infantería del Ejército y como primera autoridad militar en la zona. Mi Estado Mayor estaba conformado por el Coronel Alfredo de Jesús Quintana Romero, jefe del mismo. Con Quintana, ya había compartido responsabilidades, en el pasado, como oficiales de planta de la Escuela Militar y Básica. Integrado también, este Estado Mayor, por los Tenientes Coroneles Ciro Ostos Bohórquez, 202

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Reyes Porras Contreras, Federico García Bello y Prudencio Méndez. Estos últimos eran responsables, respectivamente, de las áreas de Personal, Logística, Inteligencia y Operaciones en dicha Unidad. En los Comandos de la Unidades Tácticas estaban al frente de los mismos los siguientes oficiales: en el Batallón de Infantería “Ricaurte”, cuya sede era la ciudad de San Cristóbal, el Teniente-Coronel Iván Castellanos Monagas; en el Batallón de Infantería “Carabobo”, acantonado en Vega de Aza, Estado Táchira, el Teniente-Coronel Tito Negrón Graciel y más tarde sustituido por el Teniente-Coronel Oswaldo Moreno; en el batallón “Ribas Dávila”, con sede en Mérida, estaba el Teniente-Coronel José María Troconis Peraza y en el Batallón de Infantería “Santiago Mariño”, ubicado en Fuerte “Tavacare” en la ciudad de Barinas, tenía como comandante al Teniente-Coronel Luis Adolfo Fadul Aragón. Para el apoyo de artillería contábamos, en la Brigada, con un Grupo ubicado en la ciudad de San Cristóbal, comandado por el Teniente-Coronel Adolfo Tovar Salas. Además existían compañías aisladas: una en la ciudad de Guadualito, comandada por el Capitán Cristóbal Reyes González y luego por el Capitán Luis Alfonzo Dávila y otra de ingeniería situada en Vega de Aza comandada por el Capitán Marcial También contaba la Brigada con una batería de artillería, con sede en La Grita, comandada por el Capitán Juan Antonio Pérez Castillo y un Escuadrón de Caballería Motorizada, comandada por el Capitán Isabel Ramos 203

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Tortolero Guedez, situada en la ciudad de La Fría. A continuación programé y realicé visitas a las diferentes Unidades Militares que operaban en la zona, bajo mi responsabilidad, a fin de conocer, in situ, su capacidad operativa y sus necesidades más apremiantes. Simultáneamente hice visitas de cortesía a los gobernadores de estado y principales autoridades civiles de la región. Hice una visita muy especial a Monseñor Alejandro Fernández Feo, quien fuera obispo de la diócesis de San Cristóbal por muchos años.

Alquilamos una casa, en San Cristóbal, en la Urbanización “Los Naranjos”, a donde nos mudamos de inmediato. A nuestros hijos, Rubén y Miguel Ángel, los inscribimos en el colegio “Juan XXIII”. Rápidamente nos integramos en los diversos sectores de la sociedad tachirense. Me hice socio del club Tennis, en cuya piscina yo aprendí a nadar en mis años de infancia. Angelina asumió la presidencia del Comité de Damas de nuestra Brigada. Realizó, Angelina, diversas obras sociales, y organizó algunos festejos para integrar, aún más, a las familias de oficiales y suboficiales de nuestra Unidad Militar. El Comandante General del Ejército General Ernesto Brand Torrellas, nos visitó en diversas oportunidades, para pasar revista personalmente al funcionamiento y operatividad de los diversos componentes de nuestra brigada. Dichas revistas tenían como propósito tomar

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decisiones importantes para solucionar problemas existentes en la Institución, tanto en el área logística como de personal. Igualmente recibimos la visita del General Fernando Paredes Bello, ministro de la defensa, quien pasó revista a algunas de las unidades de ese ministerio localizadas en la región militar por mí comandada. El Presidente de la República, Sr. Carlos Andrés Pérez, en diversas ocasiones realizó, dentro del área de responsabilidad de la brigada, giras de inspección de obras en ejecución como las que se realizaban, para ese entonces, en la represa “La Vueltosa”. Obra contemplada en el desarrollo Uribante-Caparo. Cuando Hugo Chávez recibió la presidencia, solo faltaba construir el cuarto de máquinas de esta represa, hasta la fecha ésta no ha sido terminada. Para su culminación, en los últimos 15 años se han firmado millonarios contratos [en dólares] y aún la represa no funciona, como debería hacerlo, para contribuir con la energía eléctrica que la región suroccidental del país demanda. También visitó, el presidente, la región para cumplir con compromisos sociales inherentes al cargo. Él era gran aficionado a las corridas de toros, especialmente las realizadas en San Cristóbal en la plaza monumental, durante la feria internacional de “San Sebastián” programada, anualmente, para finales del mes de enero. Yo lo acompañé en diferentes oportunidades a estos festejos. Al terminar las corridas, generalmente, el presidente visitaba las casetas populares donde bailaba y cordializaba como un ciudadano 205

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más. Después de disfrutar de estos festejos, muchas veces, hasta altas horas de la madrugada nos comunicaba, a quienes lo acampanábamos, a través de sus ayudantes, que por la mañana de ese mismo día saldríamos, muy temprano, en sus acostumbradas giras presidenciales, las cuales normalmente se realizaban en helicópteros. Así que yo dormía tres o cuatro horas y luego me dirigía a la casa de la gobernación, sitio de reunión para el emprendimiento de estas giras. Allí encontraba al presidente Pérez, fresco como una lechuga, listo para emprender una de sus agotadoras jornadas de trabajo. Por razones protocolares, yo debía recibirlo e informarle de las novedades de carácter militar ocurridas en la región y acompañarlo en las actividades para las cuales fuese previamente invitado.

Un hecho importante ocurrió cuando fui de designado por el Comando del Ejército para dirigir una Brigada Blindada, que participaría en las maniobras militares Libertador I, a realizarse en la Península de Paraguaná, Estado Falcón. La Fuerza expedicionaria [si se puede llamar así] obedecía a la siguiente organización. Comandante de la Maniobra: General de División Luis Enrique Rangel Bourgoin; Comandante de la División: General de División Giselo Payares y jefe del Estado Mayor de la División el General de Brigada Luis Felipe Lanz Castellanos. La Brigada Blindada, por mi comandada, llevaba el nombre de “Junín” y estaba conformada de la siguiente

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forma: jefe del Estado Mayor Teniente-Coronel Iván Castellanos Monagas; jefe de la sección de personal Teniente-Coronel Ciro Ostos Bohórquez; jefe de la sección de inteligencia Teniente Coronel Federico García Bello; jefe de la sección de operaciones Teniente-Coronel Prudencio Méndez y jefe la sección de administración y logística el Teniente-Coronel Reyes Porras Contreras. Es de hacer notar que todos estos oficiales, los que componían el Estado Mayor de mi Brigada, pertenecían al arma de infantería y tenían que desempeñarse, en esta Brigada Blindada, como oficiales de estado mayor de la misma. Igualmente yo, como jefe de la Brigada Blindada, procedía del Servicio de Comunicaciones y Electrónica, cuya jefatura dependía, directamente, de la Dirección de los Servicios Generales del Ministerio de la Defensa. Un verdadero reto, el cual exigía un riguroso estudio y planificación previa. Para la conformación de esta brigada me asignaron las siguientes unidades: el Batallón Blindado “Bravos de Apure” [comandado por el Tcnel. Luis Arcángel Pulido Hernández]; Batallón Blindado “Pedro León Torres” [comandado por el Tcnel. Miguel Ochoa Mora]; Batallón Blindado “Bermúdez” [comandado por el Tcnel. Otto Ramón Pierre Tapia]; Batallón de Infantería Mecanizada “Anzoátegui” [comandado por el Tcnel. José Bastardo Velázquez], y el Grupo de Artillería Autopropulsada “Jacinto Lara” [comandado por el Tcnel. Juan Antonio Herrera Betancourt]. La composición de las dos brigadas de infantería 207

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pertenecientes a esta División Blindada era la siguiente. La I Brigada de Infantería Comandante: General de Brigada Darío Morillo Andrade; Batallón de Infantería “Justo Briceño” [comandado por el Teniente Coronel José María Troconis Peraza]; Batallón de Infantería “Venezuela” [comandado por el Teniente Coronel Dámaso Santaella Salas]; Batallón de Infantería “Atanasio Girardot’’ [comandado por el Teniente Coronel Alfonzo Romero Romero]; y el Grupo de Artillería “Ayacucho” [comandado por el Teniente Coronel Cesar Gustavo Salas Paredes]. La II Brigada de Infantería estaba organizada de la siguiente manera. Comandante: General de Brigada Vicente Narváez Chourión; Jefe de Estado Mayor: Coronel Oliva Campos. Transcurridas varias semanas de estudio y planificación, en la sede de la Primera Brigada, preparamos, con nuestro Estado Mayor, un Plan de Operaciones para la movilización y preparación de las unidades participantes. Dicho plan debería ser expuesto y analizado, conjuntamente con los comandantes de los batallones y grupo de artillería integrantes de nuestra Brigada Blindada. A tal efecto fijamos una reunión en la Ciudad de Carora, sede del Batallón Blindado “Pedro León Torres”. Allí hice un análisis de las responsabilidades asignadas, a nuestra brigada, por el Comandante de la División, Gral. de División Giselo Payares. Luego los integrantes del Estado Mayor hicieron las exposiciones, correspondientes a su área de responsabilidad. Oídas las opiniones y observaciones, de cada 208

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Comandante, di por aprobado este Plan de Movilización, para llevarlo a consideración del Comando Superior. En la fecha fijada nos encontramos con todas nuestras unidades en el Área de Reunión, en la Península de Paraguaná, para dar inicio a las maniobras Libertador I, según se había programado. En momentos en que estábamos organizando nuestro campamento sufrimos un primer ataque por parte de una pequeña unidad de hostigamiento del enemigo. Para esas eventualidades teníamos previsto acciones de contraataque de una unidad de respuesta. La misma estaba conformada por varios vehículos blindados, apoyados por artillería e infantería, de acuerdo con la magnitud de los ataques recibidos. Al ser informado de este primer ataque, ordené la actuación inmediata de dicha unidad de respuesta, la cual en un breve encuentro con el enemigo, logró su pronta retirada. Continuamos con los preparativos de nuestro campamento adoptando las medidas de seguridad y vigilancia periférica recomendada en estos casos. Al día siguiente fuimos convocados, por el comandante de la maniobra el General de División Enrique Rangel Bourgoin, a una reunión en una colina. Esta posición permitía una excelente observación panorámica del área desértica de la Península de Paraguaná. Aquí el enemigo invasor había tomado accidentes geográficos dominantes, para defender el terreno por él ganado y continuar, de esa forma, con su acción ofensiva contra nuestro territorio. El General Rangel 209

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Bourgoin, hizo entonces lo que se conoce en el argot militar como “una vista al horizonte”. Esta consiste en un análisis, in situ, de las principales características del terreno y de la posible ubicación de las unidades enemigas invasoras, detectadas por los organismos de inteligencia que apoyaban nuestras operaciones. Esta información se recibía a través de patrullas de observación de nuestra propia Unidad Divisionaria y por unidades de la Armada y Fuerza Aérea, las cuales apoyaban la operación terrestre. Luego el comandante de la maniobra militar, hizo algunas consideraciones sobre la capacidad y conformación de las unidades enemigas, según el informe de inteligencia disponible e hizo de nuestro conocimiento las posibles operaciones futuras que se esperaban de esta fuerza invasora. También se hicieron acotaciones del posible apoyo con que contaba dicha fuerza, por parte de las unidades aéreas y de la marina enemiga. Igualmente el comandante hizo referencia al apoyo con que contábamos para contrarrestar dicha amenaza. En este caso se refería a unidades de la Fuerza Aérea y de la Armada venezolanas. Volviendo al pasado, cuando yo tenía el grado de Mayor del ejército, fui designado, conjuntamente con el mayor Luis Felipe Lanz Castellanos, experto en blindados, y con otros oficiales y suboficiales, para estudiar el sistema de comunicación radioeléctrica de los tanques blindados AMX-30. Dichos tanques presentaban dificultad para la comunicación de ellos entre sí. Además había una falta de 210

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alcance de los radios para la comunicación tierra-aire y tierra-mar y se analizaron las posibilidades de subsanar estos problemas técnicos, recomendando el reemplazo con nuevos equipos. Yo había llevado unos equipos utilizados por la infantería de nuestro ejército, los cuales habían desempeñado un papel protagónico para comunicaciones tierra-tierra, tierra-aire y tierra-mar, en el apoyo comunicacional. Esto había sucedido oportunidad en que, unidades de ese ejército combatieron y triunfaron sobre las guerrillas castro-comunistas que amenazaron la soberanía de nuestra Patria, en la década de los años sesenta. Hicimos unas pruebas con estos radios con muy buenos resultados. El problema para las unidades blindadas es el espacio. Los tamaños de los equipos, empleados para esta prueba, resultaban excesivamente grandes para el espacio de que disponían estos carros de combate. Al ser designado para comandar la Brigada Blindada, en vista de que ese problema comunicacional aún no había sido resuelto, recordando la experiencia que yo había vivido, decidí utilizar algunos de esos equipos, en versiones mejoradas, en comparación con los usados en las pruebas llevadas a cabo quince años atrás. Hicimos un ejercicio con el empleo de este material radioeléctrico de la infantería con muy buenos resultados. Instalamos, provisionalmente, sendos equipos en los tanques blindados de: los comandos de los batallones, del comando del grupo de artillería y en el tanque-comando de la Brigada 211

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donde yo me trasladaba con integrantes de mi Estado Mayor. Esta innovación nos fue de gran ayuda en la dirección y coordinación de las actividades, durante el combate que realizaríamos más tarde. Al día siguiente fuimos convocados, los Comandantes de Brigada y unidades de apoyo, al Comando de la División Blindada. En dicha reunión, el General Giselo Payares nos presentó la Orden de Operaciones en la cual se establecían las misiones de cada brigada y la de las unidades de apoyo, así como los objetivos identificados para nuestro ataque a las posiciones enemigas. Se hicieron y fueron aclaradas preguntas para que no hubiese dudas sobre las operaciones a realizar. Los objetivos principales eran las posiciones dominantes, ocupadas por el enemigo, en los pueblos de “Jadacaquiva”, “Pueblo Nuevo”, “Los Taques” y zonas circundantes a esas poblaciones. Más tarde reuní, en mi Comando, a los comandantes de los batallones de blindados, de infantería mecanizada, al comandante del Grupo de Artillería Autopropulsada y comandantes de otras unidades de apoyo, a fin de emitir la Orden de Operaciones de nuestra brigada. En dicha reunión estuve acompañado con la participación activa de mi Estado Mayor. En la misma, se indicaba la misión a cumplir, el empleo táctico de cada unidad de combate y los objetivos a ser capturados o destruidos en nuestra acción ofensiva, como parte de la estrategia trazado por el Comando Divisionario. El día “D”, fijado para el inicio de las operaciones de combate, en las 212

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primeras horas de la madrugada, iniciamos el avance en dirección a la zona de “Jadacakiva” en el centro de la península. El suelo desértico de la misma y la escaza población de ella contribuyeron, en gran parte, a lograr un escenario de guerra semejante a aquel en que actuaríamos en una real conflagración bélica, para rechazar cualquier posible intento de agresión de un posible enemigo. En nuestra actuación como unidad blindada, en este simulacro de guerra, nos inspiró la estrategia del “Blitzkrieg” [guerra relámpago], popularizada durante la Segunda Guerra Mundial por los Generales alemanes Heinz Gudeirian y Erwin Rommel, así como por el General estadounidense George Patton. Durante la segunda guerra mundial, estos generales, realizaron en África y Europa, en el transcurso de esa guerra, operaciones históricas con sus respectivos ejércitos. En los inicios de esa guerra el General Ewin Rommel, apodado “El Zorro del Desierto”, obtuvo certeros triunfos en África con sus famosos tanques “Panzers”. Posteriormente Rommel sufrió fuertes derrotas. En la batalla de “Alamein”, las fuerzas blindadas británicas, bajo el liderazgo del General Inglés Bernard Law Montgomery, comandante de las fuerzas blindadas del Reino Unido de la Gran Bretaña, lograron derrotar a las fuerzas blindadas de Rommel. El General Norteamericano George Patton, comandante de las unidades blindadas norteamericanas, derrotó también a Rommel en la invasión a Sicilia. El fracaso final del “Zorro del Desierto” tuvo 213

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que ver también con la falta de combustible para sus tanques. La táctica norteamericana, en dicha ocasión, consistió en un continuo bombardeo de los oleoductos que abastecían al ejército alemán en el Norte de África. Estos tres líderes, Rommel, Montgomery y Patton, serían más tarde, en el año mil novecientos cuarenta y cuatro, los protagonistas en la etapa final de la guerra. Los ejércitos aliados, de los de Estados Unidos y Gran Bretaña, principalmente, lanzaron su ataque contra las fuerzas alemanas. La fuerza expedicionaria de los países occidentales estaban unidos en una causa común: la destrucción del régimen nazi, el cual había ocupado militarmente casi toda Europa. Ellos, los aliados, liderados por el General estadounidense Dwight Eisenhower, pusieron en práctica la operación “Overlop”, desembarcando su poderoso ejército en las costa norte de Francia, concretamente en Normandía. Por su parte, Rommel lideró sus fuerzas blindadas en la defensa de los territorios conquistados por Alemania. Volviendo a nuestro modesto escenario de guerra simulada, en Paraguaná, Venezuela, iniciamos el ataque a la máxima velocidad que nos permitía el terreno bastante accidentado de la esa zona, así como el fuego y los demás obstáculos que nos presentaba el enemigo. Antes del inicio del combate, nuestro grupo de artillería había realizado un ataque de ablandamiento, logrando destruir varias fortificaciones enemigas, instaladas en las zonas ocupadas por el invasor. Después de varias horas 214

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del simulado combate, bajo el sol abrazador de la región falconiana y del polvo inclemente que nos impedían, casi totalmente, la visibilidad complicando así la coordinación de nuestra acción ofensiva. Después de varias horas de batalla, logramos destruir fortificaciones y obstáculos donde el enemigo invasor había conformado su primera línea defensiva. Afortunadamente las previsiones tomadas, para mejorar la comunicación radioeléctrica, nos permitieron mantener el contacto con los comandos de batallón, con el grupo de artillería y con el comando de la división. Mientras tanto las unidades de Infantería, en una acción envolvente, consolidaban el ataque tomando objetivos claves que impedían que el enemigo se reorganizase. Finalizado este ataque inicial, y después de conformar nuestras nuevas posiciones, fuimos nuevamente convocados al comando de la división blindada, donde, conjuntamente con su comandante General Payares y su Estado Mayor, analizamos la operación ofensiva realizada el día anterior. Para la culminación de nuestro ataque ofensivo se consideraron dos posibilidades: una opción era que la responsabilidad del ataque principal recayera en las dos unidades de infantería y luego la brigada blindada consolidaría el ataque y terminaría de destruir las instalaciones y tropas enemigas, o lograr su retirada hacia las costas orientales de la Península. En este sitio, posteriormente, dichas tropas recibirían el hostigamiento de las unidades aéreas y de la armada venezolanas que habían 215

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venido en apoyo de nuestra operación ofensiva. La otra opción era similar a la anterior, pero se le daba la responsabilidad del ataque principal a la brigada blindada, mientras las dos brigadas de infantería cumplirían las operaciones de consolidación y explotación del éxito que se hubiese obtenido en el ataque principal realizado, como dijéramos, por nuestra brigada blindada. Después de múltiples consideraciones, por parte de los comandantes de las grandes unidades presentes, del Estado Mayor de la división y de su comandante General Payares, este último tomó la decisión final. La responsabilidad le fue asignada a la brigada blindada, para darle máxima utilidad a su velocidad de desplazamiento y poder de fuego. Las unidades de artillería continuarían dando su apoyo, realizando labores de ablandamiento y destrucción de las posiciones enemigas, para impedir o desorganizar su retirada hacia los puertos donde pretenderían reembarcar las tropas y los equipos utilizados en la invasión a nuestro territorio nacional. Iniciamos el ataque al día siguiente, en horas de la madrugada. Después de varias horas, y nuevamente enfrentándonos al inclemente clima del desértico territorio falconiano, a los innumerables obstáculos que presentaba el supuesto enemigo y a lo accidentado del terreno, llegamos a las inmediaciones del objetivo asignado. Con el apoyo de nuestro grupo de artillería autopropulsada, aprovechando la potencia de fuego de los tanques blindados, iniciamos el 216

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ataque hacia ese objetivo final “Los Taques”. Las fuerzas enemigas huyeron. Nosotros entramos al pueblo, llegando hasta su plaza principal. Bajé del tanque de comando acompañado del Teniente Coronel Federico García Bello y del Teniente Coronel Prudencio Méndez, oficiales de Inteligencia y de Operaciones del Estado Mayor de mi brigada, quienes me habían acompañado, en mi puesto de comando, en la dirección del simulado ataque. Estos dos oficiales, cumplieron una labor encomiable en el asesoramiento en la toma de decisiones, planificada. Nos dirigimos al puesto de comando de la División Blindada. Allí, en la puerta principal de dicho comando, me encontré con el General Enrique Rangel Bourgoin, comandante de la maniobra “Libertador I”, a quien di parte de la misión cumplida. Al inicio no me reconocía debido a la cantidad de polvo que cubría mi uniforme. Nos felicitó a mí y a los oficiales que me acompañaban. Seguí mi camino hacia el comando de la división, a cargo del General Giselo Payares, a quien me presenté y la dije: “mi general misión cumplida”. Me felicitó, y con su característica bonhomía, me dio un fuerte abrazo y agregó: “haga este felicitación extensiva a todos los comandantes de los batallones y del grupo de artillería de su unidad”. Le contesté que su mensaje sería transmitido. De inmediato regresé a mi puesto de comando para dar las órdenes pertinentes para la reorganización de la unidad y ocupar las posiciones defensivas del objetivo recapturado. En los días siguientes se 217

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dio por concluida la maniobra y se celebró una reunión en el comando de la división. Tanto el Gral. Rangel como el Gral. Payares, con la presencia de los comandantes de brigada, sus respectivos estados mayores y demás participantes en la maniobra, hicieron sendas exposiciones haciendo un análisis y crítica de la operación realizada. Para finalizar la reunión se oyeron los comentarios de los oficiales presentes, quienes tuvieron la oportunidad de hacer, también, sus observaciones y críticas sobre los episodios más resaltantes en este ejercicio bélico. Todos estos comentarios y opiniones autorizadas, sirvieron para elaborar más tarde, el informe final que sería llevado a la consideración del Comando General del Ejército. Concluidas las maniobras militares “Libertador I” reuní a los comandantes de los batallones blindados y al comandante del grupo autopropulsado de artillería, con sus oficiales y tropa, e hice un recuento de lo tratado en la reunión en el Comando de la División y les hice llegar las felicitaciones del comandante de la misma. Así mismo, les transmití mi satisfacción profesional y personal por su actuación en esta operación, en la cual, todos los participantes, habían tenido un loable desempeño. Agregué que para mí había sido un honor el haberlos comandado. Acto seguido, en una sentida demostración de reconocimiento a mi actuación como comandante de esta excelente Brigada Blindada, el Teniente Coronel Juan Antonio Herrera Betancourt, comandante del grupo de artillería, 218

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acompañado de los comandantes de los batallones blindados , me hizo entrega del pendón que había identificado nuestra unidad durante ésta maniobra. Tropas y oficiales participantes en este, exitoso y extraordinario, ejercicio bélico, después de reorganizarse y de un corto descanso en sus actividades, regresaron a sus respectivas sedes. Regresé, con mis oficiales del Estado Mayor a San Cristóbal, sede del Comando de la Brigada el cual había estado a cargo, durante mi ausencia, del Coronel Alfredo de Jesús Quintana Romero, excelente profesional y amigo desde nuestros tiempos de cadetes en la Escuela Militar. Una de mis preocupaciones, en el ejercicio del mando de la brigada, fue la de continuar y mejorar la relaciones con el comandante de la Brigada de Colombia, General Zamudio. Esa unidad tiene como sede de su Comando a la ciudad de Bucaramanga, Departamento de Santander, limítrofe con el Estado Táchira y cumple en la frontera, misiones similares a las nuestras, en la vigilancia y defensa del territorio bajo nuestra respectiva responsabilidad. Al asumir el cargo, me había comunicado telefónicamente con el General Zamudio a quien presenté mi cordial saludo y mis deseos de mantener una buena relación, profesional y personal, que nos permitiera dialogar sobre posibles problemas fronterizos que suelen ocurrir en esta, tan activa y poblada, región fronteriza. Pasados algunos meses, recibí de este General, una invitación extensiva a mi esposa Angelina, para visitar su comando y 219

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algunas unidades militares acantonadas en Bucaramanga. Habiendo obtenido del Comandante del Ejército, General Ernesto Brandt Torrellas, la autorización correspondiente para realizar esta visita a la República de Colombia, me trasladé a Bucaramanga, acompañado de varios oficiales de mi Estado Mayor y de mi esposa Angelina. Fuimos recibidos, con la tradicional hospitalidad colombiana, por el General Zamudio, su señora esposa y algunos oficiales de su Estado Mayor y Comandantes de Unidad. Después de los saludos protocolares, y la debida presentación de las personas presentes, nuestras esposas se dirigieron a cumplir con una agenda, preparada especialmente para Angelina, la cual contemplaba la visita a los lugares más significativos de la bella Bucaramanga. El General Zamudio y yo tuvimos, durante unos tres días, conversaciones formales en las cuales tratamos diversos tópicos relacionados con la Seguridad y Defensa de la frontera. Durante este lapso, tuve oportunidad también de visitar varias unidades e instalaciones militares de Bucaramanga. El día último de nuestra visita, en horas de la noche, fuimos agasajados en un Club Militar de esa ciudad donde nuestra comitiva compartió con oficiales, familiares y amigos colombianos. Fue una muy agradable reunión social, en la cual tuvimos oportunidad de reafirmar nuestra tradicional amistad con la Republica de Colombia. Al día siguiente, después de la despedida protocolar que se acostumbra en esto casos, partimos hacia San Cristóbal, sede 220

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de nuestro comando. Unos meses después, con motivo de la celebración de los actos conmemorativos del aniversario de la “Batalla de Carabobo”, la cual selló la independencia de Venezuela del Reino Español, invitamos al General Zamudio, como ya dijimos, comandante de la Brigada de Infantería de la República de Colombia, con sede en la ciudad de Bucaramanga. Durante su visita mantuvimos reuniones formales, al igual que lo habíamos hecho anteriormente, en dicha ciudad, para tratar asuntos relacionados con la seguridad y defensa de nuestras respectivas zonas limítrofes. Como colofón de esta visita y celebrando el triunfo de nuestro Libertador “Simón Bolívar”, en la “Batalla de Carabobo”, ciento cincuenta y siete años antes, programamos una reunión social en el Círculo Militar de San Cristóbal, siendo el General Zamudio, su señora esposa y el resto de su comitiva nuestros invitados especiales. Al día siguiente se realizaron los actos protocolares pertinentes, para despedir a nuestros amigos colombianos, en el regreso a su país. Mi última participación, importante, como comandante de la primera brigada de infantería, fue a raíz de mi designación como jefe del Plan República en el Estado Táchira. Este Plan Republica tenía como objetivo garantizar, con la participación de oficiales y tropas, la seguridad y el orden durante el proceso electoral, para escoger al nuevo presidente de la república, el cual se realizaría el mes de diciembre de mil novecientos setenta y ocho. En dicho 221

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proceso participaban, como principales candidatos, el doctor Luis Herrera Campíns, miembro del partido político COPEI, y el Señor Luis Piñerúa Ordaz, del partido gobernante Acción Democrática. Las elecciones se realizaron en un clima de absoluta paz y tranquilidad, resultando electo el doctor Luis Herrera como nuevo presidente de la república. Al culminar el proceso eleccionario cuando aún no se había confirmado, oficialmente, el triunfo del doctor Herrera, se presentaron a mi casa los representantes del partido COPEI, doctor Abdón Vivas Terán, General [r] Ernesto Osorio García y el doctor Edgar Flórez, quienes preocupados por lo cerrado de los resultados, querían palpar cual sería la reacción, de las Fuerzas Armadas, y en mi caso particular, como comandante del Plan República, ante esta derrota del partido gobernante. Yo comprendí sus temores pues todavía quedaba en los partidos políticos venezolanos su desconfianza por la posibilidad del desconocimiento de los resultados electorales, como había ocurrido en el pasado. En la época de los años cuarenta con la defenestración del presidente Rómulo Gallegos y más tarde, durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, con el desconocimiento del triunfo del partido Unión Democrática [URD], en la convocatoria para elegir los deputados a una Asamblea Nacional. El partido mayoritario, Acción Democrática, había sido ilegalizado por el régimen, por lo que los electores de esta organización política optaron votar por U.R.D. El gobierno desconoció eso 222

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resultado y expulso del país a los dirigentes de este último partido U.R.D., encabezados por su principal líder, el doctor Jóvito Villalba Yo les manifesté a mis visitantes la absoluta disposición de las Fuerzas Armadas a respetar el resultado de las elecciones en las que había resultado ganador el doctor Herrera Campíns, cuando dicho resultado fuera oficialmente anunciado por el Consejo Supremo Electoral. A continuación, en forma muy cordial, analizamos diferentes tópicos relacionados con la preservación de la democracia en Venezuela y el fortalecimiento de las Instituciones Militares para la garantizar nuestra soberanía territorial y marítima de nuestro país. Tratamos también, sobre el respeto debido a los derechos inalienables de los ciudadanos para elegir libremente a sus representantes en los poderes Ejecutivo y Legislativo, según lo establecía la Constitución vigente para entonces. Con estos representantes del partido político Copei, yo ya había mantenido relaciones personales en el pasado. El General Osorio García, había sido oficial de planta y profesor en la Escuela Militar en mis tiempos de cadete, además de existir una estrecha amistad entre su familia y la nuestra. En mi juventud había mantenido cierta amistad con los hermanos mayores de Vivas Terán y participé en algunas reuniones sociales, celebradas en su casa, en aquel entonces. Con respecto al doctor Flórez, siendo aún un estudiante de abogacía, había participado como secretario del presidente del Consejo Municipal de San Cristóbal, en el acto de mi 223

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matrimonio civil con Angelina, acto realizado en septiembre de mil novecientos sesenta y seis, en la residencia de mis padres en San Cristóbal. Esta ceremonia fue presidida por el presidente del Consejo Municipal, de la ciudad, doctor Idelfonso Moreno Mayo, persona muy allegada a nuestro entorno familiar. A los pocos días de proclamado el candidato ganador, doctor Luis Herrera Campíns, éste anunció una visita a la guarnición de San Cristóbal. A su llegada a la capital tachirense me dirigí al sitio donde se encontraba alojado. Le presenté mis respetos como nuevo gobernante electo, en un transparente proceso electoral, para ocupar la más alta magistratura de la nación. Lo invité para que visitara la Base Aérea de Santo Domingo, ubicada en el aeropuerto del mismo nombre, en el Estado Táchira. Para recibir el saludo del presidente electo, doctor Herrera, yo había convocado a representaciones de todas las unidades militares bajo mi jurisdicción. Durante el trayecto, le fui informando de los principales problemas de seguridad de esa región fronteriza y los problemas logísticos que subsistían en nuestras unidades militares. El daba la impresión de no estar dándole mucha atención a mis planteamientos. Durante mi exposición, me interrumpía para hacer comentarios y hasta chistes con su chofer de confianza el cual lo había acompañado, durante muchos años, en su carrera política. Pensé que él no estaba muy interesado en lo que yo le informaba. Llegamos al mencionado aeropuerto de Santo Domingo donde estaban, 224

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en formación, las representaciones de las unidades militares de toda la región tachirense. A continuación, después de las ceremonias protocolares correspondientes a un presidente electo, él se dirigió a los oficiales y tropas presentes. Entre los puntos tratados incluyó, para mi grata sorpresa, todos y cada uno de los problemas que yo le había planteado en nuestro trayecto de San Cristóbal a Santo Domingo. En ese momento comencé a conocer el carácter y personalidad de este carismático líder político con quien trabajaría, más tarde, durante su gestión como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. En julio de mil novecientos setenta y nueve el General Fernando Paredes Bello fue reemplazado, en el ministerio de la defensa, por el General Enrique Rangel Bourgoin. En la Comandancia del Ejército asumió el mando el General Tomás Abreu Rescaniere en reemplazo del General Berrio Brito quien, un mes antes, había sustituido al General Arnaldo Castro. Éste había renunciado al cargo, por motivos personales. Días después se anunció mi transferencia del Comando de la Brigada a la dirección de la Academia Militar en Caracas. Me sustituyó en el cargo el General de Brigada Silvio Mibelli Acuña, con quien había compartido responsabilidades en el Batallón “Carabobo”, cuya sede se encontraba en la ciudad de Valencia. También fuimos compañeros en la Academia Militar como oficiales de planta de dicha institución. De ahí se derivó una gran amistad con él, y con su esposa Teresita, a quien por cierto él había 225

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conocido, durante su permanencia en Valencia, en una fiesta casa del Maestro Mayor Pionono Rodríguez, excelente suboficial del arma de comunicaciones y gran amigo nuestro. Silvio y yo habíamos sido invitados para esta reunión familiar. En cuanto a la entrega del comando de esta gran unidad, llenadas todas las formalidades del caso, se hizo la transmisión del mando de esta unidad fronteriza, en acto solemne realizado en la sede de dicho comando de brigada, con la asistencia de autoridades civiles, militares, eclesiásticas, familiares, amigos y representantes de la sociedad civil tachirense, con quienes manteníamos estrechas relaciones de trabajo y personales. Después de recibir innumerables demostraciones, de cariño y solidaridad, de los amigos que dejábamos en esa acogedora ciudad de San Cristóbal regresamos, Angelina, mis hijos Rubén y Miguel Ángel y yo a Caracas, la ciudad de los techos rojos. Así se le denominaba, para entonces, a esa bella ciudad en honor a los techos que cubrían sus casas coloniales y que predominaban en todo el escenario capitalino hasta la década de los cincuenta. Durante los años cincuenta al sesenta innumerables edificios habitacionales y comerciales, avenidas, autopistas y otras construcciones modernas, invadieron el valle donde se asentaba la ciudad, para transformarla en una moderna metrópoli. A partir de la época del año mil novecientos cuarenta y ocho al asumir el poder, mediante un golpe de estado contra el gobierno del 226

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demócrata e insigne intelectual don Rómulo Gallegos, el General Marcos Pérez Jiménez la transformó, a Caracas, en la ciudad más moderna de la América Latina. Los gobiernos democráticos, que le sucedieron, continuaron la obra transformadora de ésta, para entonces, pujante Capital. De esa Caracas, del pasado, hoy solo quedan vestigios gracias a la gestión gubernamental e infame que nos trajo la revolución liderada por el tristemente célebre Hugo Chávez. Éste fue el innovador de la forma de gobierno populista, pregonado en su teoría ideológica del llamado “Siglo XXI”, la cual exportó a toda la región latinoamericana, con notable éxito, trayendo a los países que se acogieron a sus ideas: pobreza, hambre corrupción y cercenamiento de los derechos humanos fundamentales de sus ciudadanos. Su sucesor, no menos nefasto, Nicolás Maduro, tiene seis años en el poder, redondeando la faena iniciada por su antecesor, terminando de hundir a Venezuela en la peor crisis económica, social, política y militar de toda su historia republicana. Llegamos a nuestra casa en la Urbanización “Miranda”, mi familia y yo, e iniciamos nuestra nueva vida en la ciudad capital. Angelina muy ocupada en la reorganización de nuestra vivienda y haciendo las diligencias pertinentes para que nuestros hijos Rubén y Miguel Ángel continuaran sus estudios en el Colegio “La Salle” de las Colinas, donde ya habían cursado sus primeros años de estudio. El acto de ceremonia de transmisión de mando, de la dirección de la 227

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Academia Militar de Venezuela, se realizó en el patio de honor de ese Instituto, según el protocolo tradicional practicado en nuestra institución militar, para ceremonias de tal naturaleza. Estaban presentes en ese escenario los oficiales y suboficiales de planta, en correcta formación. Recibí la dirección de manos del General Luis Felipe París Sánchez, excelente oficial del ejército, primero en el orden de mérito de su promoción, graduado de Ingeniero en la República Argentina y de oficial de Estado Mayor en nuestra Escuela Superior. Tanto el General París como yo dirigimos breves palabras. El de despedida, y yo dando un saludo a quienes serían, de ahora en adelante, mis comandados. Después de ese acto protocolar nos dirigimos, con nuestros invitados, al Casino del Cuerpo de Cadetes donde departimos con los oficiales de planta del instituto, con el cuerpo docente del mismo y con los demás convidados al acto. Allí tuve la alegría de reencontrarme con muchos de mis antiguos profesores, civiles y militares, de quienes había recibido sabias enseñanzas en mi pasantía de cuatro años como cadete de esa Academia Militar. En los primeros meses de trabajo me dediqué, conjuntamente con el Subdirector Héctor Canache Rodríguez y con los Jefes de Departamento y Auxiliares, Coronel Miguel Ángel Belfort Yibirín, Coronel Ítalo del Valle Aliegro, Coronel Alberto Cabré Córdova, Coronel Heliodoro Guerrero Gómez, Teniente Coronel Fernando Ochoa Antich y Teniente Coronel Nery Guevara, a hacer una 228

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revisión exhaustiva de la organización, funcionamiento y régimen académico del Instituto. Este análisis nos presentó el escenario apropiado para orientar nuestras actividades en ese año escolar, de julio de mil novecientos setenta y nueve a julio de mil novecientos ochenta, y programar las misiones a cumplir por la organización durante ese período. Al frente del Batallón de Cadetes se encontraba el Teniente Coronel José María Troconis Peraza con quien revisé también las actividades, régimen disciplinario y facilidades físicas prestadas al personal de alumnos, como dormitorios, aulas, comedor, lugares de esparcimiento etc. a fin de detectar algunas fallas posibles y tomar las decisiones correctas para solventarlas. De esta forma, con los análisis hechos en las diferentes áreas operativa y académica, hicimos las correcciones pertinentes para el buen funcionamiento de la organización en el año escolar que comenzaba. Para la solución de los diferentes problemas detectados conté con el apoyo del Comandante General del Ejército General de División Tomás Abreu Rescaniere y luego de su sucesor el General de División Rafael Marín Granadillo, ambos habían sido oficiales de planta y más tarde directores de la Academia, y lógicamente sentían un afecto especial por el Instituto. Así logré, con el General Abreu, los recursos necesarios para la impermeabilización total de los techos del inmenso edificio, el cual presentaba daños importantes por las innumerables goteras que caían en pisos y paredes del 229

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mismo. También conseguí, con el General Abreu, la dotación necesaria para el reemplazo del mobiliario del comedor de cadetes. Este era, para entonces, el mismo que yo había utilizado cuando cursaba estudios en “la casa de los sueños azules”, cincuenta años atrás. Cuando este mobiliario llegó hice un almuerzo especial, en ese comedor, para el cual invité al General Abreu, a su Estado Mayor y a un grupo de oficiales que habían sido, en el pasado, directores del Instituto.

Un hecho, si se quiere curioso, ocurrió siendo yo director de la Academia. En una oportunidad se presentaron, a mi despacho, unos ingenieros de la Compañía Nacional de Teléfonos de Venezuela, CANTV, a quienes yo había conocido cuando, con el grado de mayor, fui designado, por el ministerio de la defensa, para participar en la elaboración del proyecto del Sistema para las Comunicaciones Radioeléctricas, vía satélite, una novedad para la época. Me manifestaron, los ingenieros visitantes, que en vista de que en esa compañía telefónica estaban atravesando por una crisis de mando, querían proponerme para que me encargara de la presidencia de la empresa. Bastante sorprendido por esta oferta, les agradecí la confianza en mí depositada y el honor que para mí sería ejercer tan importante cargo. Les manifesté que lamentablemente yo no podía acoger esa iniciativa pues eso afectaría mi carrera militar, en la cual yo

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tenía muchas esperanzas de mayores ascensos, tanto en los cargos como en obtener el grado superior de General de División. Ellos, por supuesto, entendieron mis argumentos y se despidieron un poco decepcionados. Después me enteré, ellos, querían en la presidencia de CANTV, una persona apolítica y conocedora de la materia y no un político, el cual, según sus puntos de vista, manejaría a la empresa bajo criterios personales y partidistas, como en efecto ocurrió.

En enero de mil novecientos ochenta fui invitado por el Ministro de Relaciones Interiores del Gobierno Nacional, durante el mandato del Dr. Luis Herrera Campíns, señor Rafael Andrés Montes de Oca, a formar parte de una comisión que representaría a nuestro país en los actos de la celebración del ciento ochenta y cinco aniversario del nacimiento del Mariscal Antonio José de Sucre, a celebrarse en esos días en Quito, República de Ecuador. El ministro Montes de Oca, Pepi, como lo apodaban cariñosamente familiares y amigos, era familiar nuestro por parte de mi abuela paterna Alsacia Perera Montes de Oca. Los actos ceremoniales, de tal efemérides, se celebraron en la hermosa catedral quiteña, donde reposan los restos mortales de este prócer, el Mariscal Sucre, vencedor en la Batalla de ‘’Ayacucho’,’ y uno de los principales líderes en la gesta libertaria que logró la independencia de varios de los países

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del sur del Continente Americano, los actuales Ecuador, Perú y Bolivia. A este solemne acto asistió el presidente de la república del Ecuador, doctor Jaime Roldós Aguilera acompañado, de miembros de su gabinete, representantes de los poderes Legislativo y Judicial, miembros de Alto Mando Militar, Embajadores de los países Bolivarianos y representantes de la Iglesia Católica y de otras instituciones políticas, sociales y económicas de la región. Un nutrido grupo de ciudadanos concurrió al acto para manifestar su respeto y rendir homenaje al Mariscal Sucre. Durante esta visita a Quito me sorprendió la veneración que los ecuatorianos sienten por este ilustre militar venezolano. En los días subsiguientes recibimos, los representantes de los países invitados a la celebración del aniversario del nacimiento de ese egregio líder militar, innumerables agasajos, como agradecimiento por haberlos acompañado en estas magnas celebraciones. En estas reuniones sentimos, en carne propia, la verdadera y sincera simpatía que sienten por los venezolanos, los hermanos ecuatorianos. La visita culminó con un paseo por la antigua y bella ciudad quiteña, donde destacaban construcciones y obras de arte ancestrales, cargadas de historias de la vida centenaria de este querido y noble pueblo ecuatoriano. Regresamos a Caracas, agradeciendo al ministro Montes de Oca por esta invitación y por las atenciones recibidas de su parte, durante este

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agradable viaje en el cual él, Montes de Oca, hizo gala de la sencillez y simpatía que lo caracterizaban.

Para culminar el ciclo académico de año, académico, mil novecientos setenta y nueve al ochenta, el Comando del Cuerpo de Cadetes, en coordinación con los demás departamentos de la Academia, planificó las tradicionales maniobras de fin de año. En ellas se llevaban a cabo operaciones militares de ataque, defensa y otros tópicos, tácticos y estratégicos, relacionados con las mismas. Esto con el fin de llevar a la práctica lo aprendido, teóricamente en las aulas, durante el año escolar y entrenar a los cadetes, según su antigüedad en la Academia, en el comando de pelotón y escuadra en operaciones bélicas. Aprobado el plan de maniobra, por la dirección a mi cargo, éste se puso en ejecución y el personal de oficiales, suboficiales, profesores civiles contratados a tiempo completo, personal de apoyo y cadetes se trasladaron a la región de “El Tinaco”, donde tradicionalmente se realizaban estos ejercicios militares. Al finalizar la maniobra recibimos la visita del General Tomás Abreu Rescaniere, Comandante General del Ejército, quien se dirigió a todo el personal participante de esta maniobra haciendo un análisis de la importancia de estas ya tradicionales maniobras, para la formación de los futuros oficiales de nuestras Fuerzas Armadas y felicitándolos por el éxito obtenido en su ejecución. Yo, a nombre del personal de

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la Academia, respondí agradeciéndole, al General Abreu, por su apoyo incondicional logístico para la feliz realización de este operativo, y además, por su visita, la cual nos estimulaba para seguir trabajando, con ahínco, en el desarrollo de nuestras actividades académicas y operacionales. Terminadas estas actividades, en el campo, regresamos a nuestra sede para continuar con los eventos programados. Se realizó un acto, en el teatro de la Academia para hacer la entrega de los diferentes premios otorgados, todos los años, a los cadetes que se habían distinguido por su rendimiento académico, o por su buena conducta o por el espíritu militar demostrado en las diferentes actividades realizadas durante el año escolar que concluía. A principios del mes de julio se realizó el acto de graduación, de los alféreces al grado de subtenientes, presidido por el doctor Luis Herrera Campíns, presidente de la república, con la asistencia del alto mando militar. Este acto se realizó en forma conjunta con la participación de los cuatro Institutos Militares de nuestras Fuerzas Armadas: Academia Militar, Escuela Naval, Escuela de Aviación y Escuela de la Guardia Nacional. A fines del mes de junio, estando en mi oficina, recibí una llamada del presidente docto Luis Herrera para notificarme había sido seleccionado, conjuntamente con el General de Brigada Román Eduardo Calderón, compañero de nuestra promoción, de la Academia Militar de Venezuela, “General Manuel Cedeño” y con el General de Brigada Rafael Machado 234

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Santana, perteneciente a la promoción “Manuel Piar”, para ser ascendido al grado de General de División. Agradecí al presidente la confianza en mí depositada, al otorgarme este ascenso al grado inmediato superior. Éste fue sin duda uno de los momentos más importantes y trascendentes en mi vida profesional, como integrante de las Fuerzas Armadas venezolanas. Este ascenso me colocaba en el orden jerárquico del ejército en el noveno lugar, solo precedido por ocho generales de división, integrantes de las tres promociones que antecedían a la nuestra. En los primeros días del mes de julio, de ese año de mil novecientos ochenta, fui ascendido junto a los compañeros ya mencionados y con otros generales de brigada y contralmirantes de la Marina, Aviación y Guardia Nacional, al grado inmediato superior de General de División y Vicealmirantes, respectivamente. El acto se celebró en el patio de honor de la Academia Militar, el mismo lugar donde yo había dado mis primeros pasos, como aspirante, para ser un profesional de las armas. En ese sitio, el patio de honor, aprendí a pararme firme, a hacer correctamente el saludo militar y otras destrezas básicas y fundamentales en la preparación física y mental de los noveles cadetes. El acto fue presidido por el doctor Luis Herrera Campins, presidente constitucional de la república y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales acompañado por su Gabinete. Además, estuvieron presentes el presidente del Congreso Nacional, el Fiscal General de la 235

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República, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, el Contralor de la Republica, el presidente del Consejo Supremo Electoral y otras autoridades nacionales. Asistieron, también, los integrantes del Alto Mando Militar, representantes de delegaciones diplomáticas de países amigos, representantes de las Fuerzas Vivas de la Nación y gran cantidad de invitados. En el patio de honor, en correcta formación, estaban los batallones de alumnos de la Academia Militar, de la Escuela Naval, de la Escuela de Aviación y de la Guardia Nacional. También, estuvieron presentes representaciones de otros Institutos Militares y de Unidades operativas de nuestras Fuerzas Armadas Nacionales. El doctor Luis Herrera, acompañado del General de División Luis Enrique Rangel Bourgoin, me impuso las charreteras de General de División, las cuales portaban los dos soles representativos del grado militar recibido. Concluido el acto nos dirigimos los tres oficiales del ejército, recién ascendidos, al patio de ejercicios de la Academia, hermosamente decorado con carpas, mesas y sillas para la comodidad de los asistentes. La presencia de Angelina, Rubén y Miguel Ángel fue para mí la mayor satisfacción recibida aquella tarde, pues ellos representaban y representan, junto con nuestro otro hijo Gabriel, quien se integraría cinco años más tarde al grupo familiar, el tesoro más preciado de mi vida. Este ascenso lo recibí como un reconocimiento a mi constancia, a mi preparación académica, forjada en organismos docentes de nuestras 236

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Fuerzas Armadas de Venezuela, Academia Militar y Escuela de Ingeniería del Ejército. En la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, en la cual cursé cinco semestres en la Facultad de Economía. En la República Federativa del Brasil, donde recibí el título de Ingeniero, en la especialidad de Comunicaciones y Electrónica. En los Estados Unidos de América, en la ciudad de Leavenworth, Kansas, donde realicé el curso de Estado Mayor. En la fábrica de equipos electrónicos de la compañía General Telephone and Electronic de Milán, Italia, en cuya sede recibí la formación como Gerente General de Sistemas de Comunicaciones y finalmente en el Colegio Interamericano de Defensa, situado en la ciudad de Washington, D.C., donde completé mi formación sobre seguridad y defensa de nuestro continente americano.

También me abrió oportunidades para esta importante promoción al grado de General de División, mi labor docente en institutos militares y universidades, nacionales públicas y privadas, a mi disciplina militar y demás valores éticos y morales, que había practicado, así lo creo, en el ejercicio de mis cargos en mi vida castrense. En los días siguientes fui designado como director del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional [IADEN]. Para la dirección de la Academia Militar fue designado el General de Brigada José Antonio Olavarría, gran amigo y compañero, con quien había 237

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compartido responsabilidades en el Batallón de Infantería “Carabobo 12” como subtenientes, y en la propia Academia Militar como oficiales de planta, con el grado de tenientes. El acto de entrega de la dirección de la Academia se celebró, días después, en el Patio de Honor de la misma, con el cuerpo de oficiales y cadetes del Instituto en correcta formación. También contamos con la asistencia del profesorado civil y militar de la misma y de un representativo grupo de invitados. Concluido el acto protocolar se sirvió un brindis en el “Gran Hall” de la Academia. Unos días después, nuevamente, con la presencia del doctor Luis Herrera Campíns, presidente de la república, se realizó el acto de recepción del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional [IADEN]. Este Instituto funcionaba en una vieja casona colonial situada en “Los Chorros”, al este de la ciudad de Caracas. Un dato, curioso y gracioso, ocurrió al llegar a esta sede. En la Academia Militar yo tenía un despacho de aproximadamente ciento veinte metros cuadrados y amoblado con escritorio, bibliotecas, mesa de conferencias etc., muebles antiguos, finamente labrados, hechos con madera caoba. Al mudarse, la Escuela Militar, al edificio construido en el año 1949, en Fuerte Tiuna, el Castillo de la Colina del Calvario se convirtió en la sede del Ministerio de la Defensa, cargo ocupado para entonces por el General Marcos Pérez Jiménez y donde, dicen los chavistas, reposan ahora los restos del presidente y dictador Hugo Chávez. Al ver Miguel 238

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Ángel, que de ahora en adelante, tendría mi oficina de director en una pequeña habitación, de unos veinte metros cuadrados y con un modesto mobiliario, me dijo: “papá y tú vas a cambiar esto tan pequeño por lo que tenías en la Academia Militar?”. Al llegar el presidente Herrera, antes de iniciarse al Acto, le comenté lo dicho por Miguel Ángel. Él lo celebró con una sonora carcajada, característica de este carismático y sencillo presidente. Recibí la dirección del Instituto de manos del General de Brigada Nicolás Cárdenas, paisano y amigo, oriundo del pueblo de Capacho, Estado Táchira, cercano a mi ciudad natal San Cristóbal, capital de ese Estado. En el pasado yo había dependido de él, cuando se desempeñaba como Jefe de la Dirección de Educación del ejército, y yo como director de la Escuela Superior de la misma Fuerza. El Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional, donde el doctor Herrera había sido, por muchos años, consecuente conferencista, había sido creado con la intención de formar oficiales de las Fuerzas Armadas, con el grado de Coronel o Capitán de Navío y profesionales civiles, en el área de la Defensa Nacional. Esta última estrechamente relacionada con la problemática económica, política, social y militar del país. Para lograr este objetivo se vislumbró la necesidad de contar entre sus cursantes a empresarios, políticos de diversas toldas partidistas y representantes de otras instituciones públicas y privadas. Otro objetivo fundamental era el de ilustrar, a estos cursantes civiles y 239

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militares, respecto a las relaciones entre los numerosos gobiernos y pueblos del continente, en especial, en lo atinente a los problemas comunes a los países latinoamericanos. Igualmente se analizaban problemas, de carácter internacional, que de alguna manera afectaban y afectan la vida y desarrollo económico y social del país. El programa del Curso contemplaba, entre otras cosas, la invitación a personalidades destacadas y especialistas en las diferentes áreas académicas cubiertas en la programación: económica, política, social, militar, relaciones internacionales etc. Entre los conferencistas se encontraban expresidentes de la república, funcionarios de instituciones públicas y privadas, en ejercicio o que hubiesen tenido esa responsabilidad en el pasado. También, dirigentes políticos pertenecientes a las diferentes toldas partidistas del país. Designé como mi ayudante al Mayor Ramón Castillo Cegarra, perteneciente también al Servicio de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas. Estando yo de subdirector de la Escuela de Comunicaciones y Electrónica de las Fuerzas Armadas. Castillo hacía un curso en la misma Escuela. Yo observé, entonces, a este oficial. Su locuacidad, su dinamismo y su inteligencia me llamaron la atención. Esto me decidió a nombrarlo en ese cargo. Lo acertado de mi selección se manifestó en el hecho de que lo mantuve a mi lado durante tres años, hasta cuando lo designé, siendo yo ministro de la defensa, para realizar el curso de Estado Mayor en Leavenworth, estado de Kansas, en 240

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los Estados Unidos de América. Días después de hacer este nombramiento, el General José Antonio Olavarría me dijo él lo tenía como firme candidato para ser su ayudante personal. Conociendo el acertado ojo clínico de José en el manejo y selección del personal que trabajaba en su entorno, supe entonces que había hecho una buena selección. A ello hay que agregar que la esposa de Castillo, Morelia, resultó ser una bellísima persona, convirtiéndose en una excelente acompañante de Angelina, en algunos de los viajes que me correspondió hacer, en cumplimiento de diversas actividades relacionadas con los cargos por mí desempeñados. Estas actividades se realizaron tanto en el interior de Venezuela como en ciudades importantes de algunos países amigos del mundo entero. Así viajamos Angelina y yo, acompañados, de mi ayudante Mayor Castillo Cegarra y su señora Morelia, que yo recuerde, a los países siguientes: España, Francia, Suiza, Israel y Colombia. Lamentablemente, cuando ya yo me encontraba en situación de retiro de nuestras Fuerzas Armadas, Morelia contrajo una penosa enfermedad. Angelina y yo la acompañamos a ella, a Castillo y a sus hijos, en su larga agonía, hasta que Dios quiso llevarla a su seno. Morelia demostró una gran fortaleza, entereza y fe cristiana, asistida espiritualmente por sacerdotes de la Prelatura Personal del Opus Dei, organización en la cual ella actuaba como colaboradora y en la que Angelina, por muchos años, había sido supernumeraria, esto último significa persona 241

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consagrada al servicio de la obra. En ésta se recibe formación cristiana y a la vez, con el tiempo, esa persona ayuda en la formación de mujeres recién llegadas a esta Prelatura. O simplemente, de aquellas que desean tener un mayor conocimiento para su formación religiosa y cristiana. Esto lo hacía, y lo sigue haciendo Angelina, dictando charlas y/o participando en retiros y convivencias y en otras actividades de formación personal, no solamente religiosa, sino también para la superación personal de las participantes. La mayoría de éstas se dedican a desempeñar actividades de cualquier tipo en su vida particular y cuotidiana. Como secretaria de la dirección estaba, al recibirla, la señora Nancy Martínez, persona muy leal, eficiente, responsable, dotada de un gran deseo de superación personal. Paralelamente con su trabajo, de secretaria de la dirección del Instituto estudiaba, en las noches, en una universidad la carrera de Relaciones Públicas. Unos años después de mi salida del Instituto, se graduó en esa especialidad. En dicha oportunidad fue designada, acertadamente, para el cargo de jefa del departamento de relaciones públicas del Instituto de Altos Estudios, ya anteriormente referido. En la inauguración del curso, me correspondió, como director del mismo, dar la clase magistral, en presencia del personal de asesores y cursantes civiles y militares. Para enfrentar este reto apelé a los conocimientos adquiridos, cuatro años antes, en el Colegio Interamericano de Defensa, en su sede situada en la ciudad 242

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de Washington D.C. Creo haber sorteado el temporal con cierto éxito. Entre los asesores del instituto se destacaban: el General Carlos Celis Noguera, decano del departamento académico del Instituto, y el General Marcos Antonio Morín. Ambos eran unos expertos en materia de Seguridad y Defensa de la Nación, a lo que agregaban un profundo conocimiento de los fenómenos económicos, sociales, políticos y militares, de carácter interno e internacional, que incidían e inciden en los intereses, de todo tipo, de nuestro país, como ente soberano, en el concierto de las naciones que de nuestro diverso y complicado globo terráqueo. El General Carlos Celis Noguera, era un distinguido oficial de nuestro ejército, historiador, analista, profesor y escritor, quien honraba con su presencia las salas de esta casa de estudio. Además el General Celis Noguera era un verdadero caballero de las armas. Su sabiduría, su sencillez, su inteligencia y su cultura, eran el faro que alumbraba nuestras actividades, en el cumplimiento de la misión encomendada por la nación, de formar hombres de uniforme y distinguidos representantes de los sectores políticos y económicas de la patria, en un área tan compleja como es esta de la seguridad económica, social, política y militar de un país. Por su parte el General Morín, académico de alto vuelo, era el más calificado oficial en la formación y asesoramiento de los noveles asesores que nos llegaban, año tras año, para renovar este selecto grupo de consultores integrantes del cuerpo de consultores del 243

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Instituto. El General Morín se destacaba por su cultura, su cordialidad, la sencillez en su trato y por el caudal de conocimientos que poseía en la materia de nuestro interés y que trasmitía generosa y pacientemente a quienes le rodeaban. Los Generales Celis y Morín fueron los dos pilares que sostuvieron con su asesoramiento, mi furtivo desempeño como director del IADEN. Mi actuación, como tal, se redujo a tan solo un año, comprendido entre el mes de julio de mil novecientos ochenta hasta julio de mil novecientos ochenta y uno, fecha en la cual fui designado Inspector de nuestro ejército en sustitución del General de División Vicente Narváez Chourión, quien pasaría a asumir el cargo de Comandante General del Ejército. A mí me sustituiría el General de División Alfredo Quintana Romero. Mientras tanto continuaban las actividades en el Instituto, con charlas dictadas por distinguidas personalidades del mundo político, económico, intelectual, diplomático, científico y militar de Venezuela y de países amigos, especialmente de la región continental americana. Entre ellos cabe mencionar al doctor Luis Herrera Campíns, para entonces presidente de la República, a los expresidentes señor Carlos Andrés Pérez y doctor Rafael Caldera. Otro conferencista fue el señor Rafael Andrés Montes de Oca, quien en ese momento se desempeñaba como canciller de la república. Otros charlistas participantes, que yo recuerde, fueron: el Ingeniero Humberto Calderón Berti, doctor Carlos 244

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Canache Mata, doctor José Vicente Rangel, doctor Pedro Pablo Aguilar, General Carlos Celis Noguera, el Embajador de los Estados Unidos de América y Embajadores de algunos países latinoamericanos. Al final de estas charlas, venía la sesión de preguntas y repuestas, las cuales los cursante las podían formular, y los conferencistas las podían responder, con absoluta libertad de expresión. En una oportunidad se hizo un ejercicio sobre la seguridad y defensa de nuestro país, el cual involucraba a países amigos. Este ejercicio se había catalogado como “absolutamente confidencial” y, por tanto, ninguno de los participantes podía hacer del conocimiento de su contenido, a ningún agente externo. Misteriosamente apareció, en un periódico de circulación nacional, un relato pormenorizado de los eventos analizados en dicho ejercicio académico. Esto causó un gran revuelo en el alto mando militar y en general en toda la nación, pues se trataba, hipotéticamente, de un conflicto armado con un vecino país. La comparación del poderío militar de ambos países determinaba que Venezuela saldría, en la materialización de esa hipótesis de guerra, francamente perdedor. Ante tan grave acontecimiento la Dirección de Inteligencia Militar, cuyo jefe era el General de División Rafael Machado Santana recibió, de parte de la presidencia de la república, la delicada misión de investigar, en forma realmente exhaustiva, al personal civil y militar con conocimiento del contenido de ese análisis. Esta investigación incluía, naturalmente, al personal 245

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directivo, funcionarios y empleados del Instituto. La pesquisa fue realizada en forma muy objetiva y eficiente por la mencionada Dirección de Inteligencia Militar. Sin embargo, aunque se sospechaba de dos de los cursantes civiles, no hubo suficientes pruebas para hacer una acusación formal. Uno de los eventos, más importantes, ocurrido durante el progreso del Curso de Seguridad y Defensa, fue el de la realización de un viaje de estudio por las islas de caribe. Dichas islas constituían lugares estratégicos de suma importancia, que presentaban problemas críticos de seguridad y defensa, relacionados con nuestra soberanía territorial y con la limitación de las fronteras marítimas con esos países. Muchos de esos problemas fueron detectados por los integrantes del curso, durante nuestro periplo por la región. Luego estos serían estudiados y analizados en las aulas del Instituto. El viaje se realizó en un avión de la Fuerza Aérea Venezolana, en un Hércules 130, cuya característica más importante, además de su capacidad de carga, era su habilidad para el despegue y aterrizaje en pistas aéreas cortas, cualidad ésta que caracterizaban a la mayoría de los aeropuertos de los países visitados. Esta aeronave, empleada por gran cantidad de ejércitos del mundo, ha demostrado ser una de la más versátiles y seguras en el universo de marcas y modelos de aviones militares, para carga y transporte, utilizados en operaciones militares. Debidamente armado, puede cumplir misiones netamente bélicas con gran eficacia, 246

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cubriendo distancias notables, sin recarga de combustible, transportando cargas importantes, con gran seguridad, a su lugar de destino. Los lugares a visitar fueron, en el siguiente orden, Kingston [Jamaica], Puerto Príncipe [Haití], Santo Domingo [Republica Dominicana], San Juan [Puerto Rico], Castries [Santa Lucía] , Saint George [Grenada] y Bridgetown [Barbados]. El programa y protocolo a seguir, en cada Capital, era similar: visita a la primera autoridad civil del país, a quien se le dirigía un saludo, en algunos casos, por mí, personalmente; podría hacerlo también un asesor previamente designado. Algún funcionario oficial, del país visitado, nos hacia una exposición sobre la importancia estratégica de su país en el concierto de las naciones caribeñas y latinoamericanas, amén de los problemas de tipo internacional que afrontaban en las diversas áreas políticas, económicas, sociales y militares. En esa exposición se hacía énfasis, generalmente, en el problema territorial marino, el cual ha traído serias controversias a través de los siglos, en lo referente a la delimitación de aguas entre las dichas islas y de éstas con los países ubicados en el Continente Americano. A continuación, se abría una sesión de preguntas, en la cual participaban fundamentalmente los cursantes; ocasionalmente lo hacía un miembro del personal directivo o de asesoramiento del Instituto. Finalizada esta reunión, un cursante era designado para dirigir unas palabras de agradecimiento al exponente. Finalmente yo, acompañado de 247

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un personal directivo, hacía entrega de un recuerdo de nuestra patria y de nuestro gobierno, el cual generalmente consistía en un presente que rememoraba la biografía y gloria del Libertador Simón Bolívar. En algunos de estos países, se contemplaba, en la programación visitas a lugares emblemáticos de la región, relacionados con la historia y tradiciones culturales del respectivo país. En ocasiones visitábamos sitios de diversión, como casinos, por ejemplo, que además servían de alojamiento a los miles de visitantes y turistas de los cuatro puntos cardinales del globo terráqueo, que visitan cada año estas islas caribeñas. Esta configuración, de facilidades, sirve de mágica atracción para los múltiples forasteros que, año tras año, son atraídos a estas islas por su clima, la hermosura de sus playas, la calidez de sus aguas y en general por la fascinante naturaleza tropical que caracteriza a la mayoría de ellas. Un hecho anecdótico ocurrió en Santo Domingo. En una de las reuniones oficiales que se dieron en ese país, estaba presente el Director de la Academia Militar de la República Dominicana el Coronel Julio R. Troncoso, quien había sido uno de los oficiales extranjeros graduados en la Escuela Militar de Venezuela. El Coronel pertenecía a la promoción “Jacinto Lara” de dicha Academia, cuya graduación se efectuó en el año mil novecientos cincuenta y seis, siendo un aventajado alumno que ocupó el cuarto lugar en el orden de mérito de dicha promoción. Troncoso, informalmente, me invitó a conocer su Academia 248

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Militar, sin ningún protocolo, acompañado yo, únicamente por mi ayudante personal Ramón Castillo Cegarra, pues esta visita no estaba contemplada en nuestra programación. El Coronel Troncoso, para mi cómoda movilidad en la isla, me había facilitado una “limousine”, de color militar verde oliva, la cual por su tamaño y por una antena que iba del parachoques delantero al trasero, llamaba mucho la atención. Troncoso, me invitó al famoso y bello lugar de veraneo titulado “La Romana”. Al llegar a dicho lugar, trajeado de civil, me llamó poderosamente la atención que la gente que encontrábamos durante nuestro trayecto, nos saludaba agitando los brazos y exclamando: Nixon!!!!!Nixon!!!!!Nixon!!!!! Troncoso, muy sonriente, me explicó que lo que ocurría era que el expresidente de los Estados Unidos de América, se encontraba de visita en el lugar, se alojaba en una de las cabañas de “La Romana’’ y que estaba utilizando un automóvil muy parecido al que él me había facilitado. Por supuesto yo también, muy sonriente, correspondía a los saludos imitando a cualquier eufórico político en campaña electoral. El Coronel Troncoso me comentaba también, que Carlos Andrés Pérez, expresidente de Venezuela, era una de las personalidades que con frecuencia visitaba el lugar. En la década de los años ochenta, la Republica Dominicana apenas comenzaba a desarrollar la impresionante infraestructura turística que hoy ofrece a visitantes del mundo entero. Otra anécdota sobre los episodios vividos durante este viaje del 249

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Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional fue la siguiente: cuando visité al presidente de Haití, el dictador Jean Claude Duvalier, éste nos recibió en su despacho particular acompañado de unos tres generalotes, ya pasaditos de años. El joven y regordete moreno, sentado en una poltrona que parecía la de un emperador, al entrar a su oficina mis acompañantes y yo, nos siguió con su mirada sibilina. Cuando llegamos frente a su escritorio permaneció sentado, estiró su mano regordeta y nos saludó con un toque fugaz de nuestras manos, como temiendo contagiarse de alguna enfermedad traída desde el continente. En ningún momento nos invitó a sentarnos, a pesar de haber en el lugar unos sillones no menos lujosos que el suyo. Vista esa falta de respeto hacia unas autoridades militares venezolanas y a los representantes civiles del Departamento Académico del Instituto, dirigí un brevísimo mensaje sobre el motivo de nuestra presencia en ese su sufrido país. El permaneció en las nebulosas. Le hice entrega de un busto que representaba a nuestro Libertador Simón Bolívar. La miró con desdén y trató de honrarnos con una sonrisa, pero esta pareció quedarse en lo más profunda cavidad de su garganta, de donde habían salido las más crueles órdenes para eliminar oponentes a su nefasto gobierno y a posibles enemigos políticos. Este dictadorcillo caribeño era hijo del también dictador François Duvalier, apodado “papá doc.”, recordado por sus crueles actuaciones como Jefe de Estado. Duvalier, el viejo, fue 250

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destituido por los generales que le acompañaban en su aventura política, quienes lo reemplazaron por el débil de carácter y más manejable, Jean Claude. Ante la actitud arrogante asumida por éste, y su desprecio por la comisión del Instituto que había concurrido a su despacho a presentar un saludo formal y civilizado, yo, haciendo un gesto de desagrado, me retiré de sus oficinas, junto con mis acompañantes, apenas saludando a los funcionarios haitianos presentes, apenas, con una ligera inclinación de cabeza. No pude evitar mi enojo por el desaire del dictador presidente. El resto de la visita a este país, lo redujimos a lo estrictamente necesario y obligatorio en este tipo de eventos. Lo único agradable, durante la visita a este país, fue nuestra concurrencia a un mercado popular citadino donde tuvimos la oportunidad de adquirir, hermosas y coloridas, pinturas a precios verdaderamente irrisorios. La cordialidad de la gente, que llenaba las calles de Puerto Príncipe, contrastaba con el trato recibido en el Palacio Presidencial. Alguien se preguntará porque visitábamos un país donde regía un ilegítimo y cruel gobierno. Simplemente, contestaría: porque al enemigo hay que penetrarlo hasta sus entrañas. Para poder analizar y comprender la magnitud de la amenaza que ese gobierno, y ese país, podría representar para nuestra soberanía nacional, para toda la América Latina y para su hambriento y maltratado pueblo. A este potencial enemigo, como es lógico, había que estudiarlo, in situ, palpando 251

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personalmente sus problemas, carencias, necesidades materiales y espirituales, sus posibilidades económicas y su relación con países vecinos; en fin toda aquella problemática que nos permitiera emitir un juicio de valor acertado sobre ese país.

En Kingston fuimos recibidos por el gobernador de la isla, quien nos dio una información muy completa sobre los problemas de carácter económico, social, de seguridad y políticos que, para entonces, afrontaba Jamaica. En el periodo comprendido entre 1.970 y 1.980, la historia política de la isla había sido bastante convulsa, caracterizada por la lucha por el poder entre los líderes Michael Manley [PNP] y Edward Seaga [JLP]. Sin embargo pudimos observar que al frente de la nación se encontraba un gobierno responsable, demócrata y representativo, el cual garantizaba la paz y concordia con sus vecinos caribeños. Cumplidos los actos protocolares, y tras un día de descanso en la bella isla, seguimos nuestro peregrinaje. Jamaica fue el primer país visitado en nuestra travesía por el mar caribe. Al día siguiente partimos hacia el centenario y hermoso San Juan de Puerto Rico. Puerto Rico es un Estado Libre Asociado, con un sistema de gobierno republicano, sujeto a la jurisdicción y soberanía de los Estados Unidos de América. Esta situación, históricamente, ha causado controversias internas entre los partidarios y los opuestos a esa dependencia política del coloso del norte. Se

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han hecho innumerables plebiscitos para definir el destino de la isla, continuar o no, como Estado Asociado, resultando siempre ganadores los partidarios de permanecer en ese ‘’status quo’’. En San Juan fuimos recibidos por el gobernador de la isla quien siguiendo el protocolo previamente establecido, nos hizo una amplia exposición sobre los problemas que agobiaban a su país, la importancia estratégica del mismo para la región y especialmente para los Estados Unidos de América de quien dependían, y siguen dependiendo hoy en día, para la solución de sus ingentes problemas económicos. Se hicieron las preguntas y se recibieron las repuestas de rigor. Se hizo entrega de una efigie representativa de una máscara facial del Libertador Simón Bolívar a quien su médico, el doctor Próspero Reverend, le tomó a los pocos minutos de su fallecimiento. El Libertador falleció en la ciudad de Santa Marta, República de Colombia, el 17 de diciembre de 1830. Concluido el programa planificado para esta visita a Puerto Rico, seguimos nuestro recorrido con destino a las pequeñas islas de Santa Lucia, Barbados y Grenada. Éstas se caracterizan por tener un gobierno constitucional parlamentario y pertenecen todas a la Commonwealth. El poder ejecutivo lo ejerce un primer ministro, presidente del parlamento. En estas tres islas seguimos la programación preestablecida, al igual que hicimos, anteriormente, en visitas a los otros países caribeños. De esta forma dimos por terminado nuestro 253

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recorrido por estas paradisíacas islas del mar Caribe, y emprendimos el regreso llevándonos una visión panorámica de la región, la cual serviría a los cursantes, para el posterior estudio del potencial económico, político, social y militar que presentaban estos, nuestros vecinos caribeños. La información obtenida en nuestro viaje por estas islas, serviría también para hacer un análisis de las dificultades que atravesaban estos países para alcanzar, en el futuro, un esperanzador progreso y desarrollo que trajera mayor bienestar para sus pueblos. El estudio de esos problemas, realizado en conjunto por los cursantes, les permitiría a estos últimos sacar conclusiones y determinar, desde sus puntos de vista, cuáles serían las acciones a tomar recomendables para solucionar cada uno de los problemas detectados. Este estudio sobre la región visitada, descrito en un informe formal y pormenorizado, sería expuesto, más tarde, en una reunión a realizar en la sala de conferencias del instituto, con la asistencia de directivos y asesores del mismo. Concluidos todos los actos académicos programados, por este Instituto de Altos Estudios, para la promoción mil novecientos ochenta, se realizó un viaje a la Isla de “La Orchila”. Allí funcionaba un puesto de vigilancia de nuestra marina de guerra. Embarcamos en el Buque Escuela de la Armada de Venezuela nominado AB Simón Bolívar BE-11. Éste es un buque de navegación a vela, aunque posee motores que son encendidos cuando el capitán de la nave lo cree necesario. 254

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Debido a su condición de velero y estando navegando en el agitado mar caribe, algunos de los pasajeros sufrieron mareos que les obligaron a permanecer en sus camarotes o en sus dormitorios. Exceptuando este pequeño contratiempo, la travesía fue muy agradable. El buen humor de algunos de los cursantes, liderados por el abogado Hernán Frías, quien más tarde sería presidente de la empresa de publicidad ARS, contribuyó con sus jugarretas y bromas, hechas a otros cursantes, a alegrar nuestro recorrido. Yo viajaba con Angelina, mi esposa, y con mis hijos Rubén Adolfo y Miguel Ángel. Estos últimos disfrutaron, más que nadie, de la belleza del paisaje marino y de las travesuras de los cursantes, especialmente, cuando éstos tomaron una manguera de agua y comenzaron a mojar a todo el que les rodeaba. En un momento dado, amagaron con mojar al propio comandante del barco, un Capitán de Navío, pero éste les recriminó su comportamiento y por tanto desistieron de sus bromistas intenciones. Llegados al puerto de “La Orchila”, el Comandante del Puesto Naval, un Capitán de Navío, nos hizo una relación de las responsabilidades y actividades de ese destacamento como vigilantes adelantados, y permanentes, de las costas y mares venezolanos. Luego, todos disfrutamos de las playas de la isla, caracterizadas por la transparencia de sus aguas y el blanco impresionante de sus arenas. Después de este merecido descanso regresamos a tierra firme. De nuevo, el regio navío afrontó la rebeldía del mar caribe que 255

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con sus fuertes olas azotaba la nave en toda su estructura. La fortaleza del barco, y la pericia de su tripulación, logró domar a las rebeldes aguas caribeñas. Llegamos, después de veinticuatro horas de travesía, a las seguras aguas del puerto militar donde atracaban los buques de nuestra Armada Venezolana. Días después, se celebró el acto de graduación, con la asistencia del presidente de la república, doctor Luis Herrera Campins, del Alto Mando Militar y otras autoridades civiles y militares y familiares y amigos de los graduandos. Acto seguido se ofreció un brindis en honor de los cursantes quienes ostentaban orgullosos el título que acreditaba sus estudios como integrantes del Curso de Seguridad y Defensa, realizado en el año académico comprendido entre setiembre de mil novecientos ochenta y junio del año mil novecientos ochenta y uno. El diploma otorgado los reconocía como personas versadas en seguridad y defensa nacional. A principios del mes de julio fui nombrado, por el presidente de la república, Inspector General del Ejército Venezolano, colocándome nuevamente en la línea de mando de esa Fuerza, de la cual había salido para ocupar los cargos docentes ya mencionados. Me sustituyó en el cargo, como Director del Instituto de Altos Estudios para la Defensa Nacional, el General de División Alfredo Quintana Romero, excelente oficial y mejor amigo, quien, como ya lo hemos mencionado, había sido mi Jefe del Estado Mayor, en la primera brigada de infantería, con sede en San Cristóbal, 256

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estado Táchira. Al día siguiente, se celebraron los actos de rigor en la entrega de la dirección del IADEN. Dicho acto fue presidido por el presidente doctor Luis Herrera Campins, con asistencia de altas autoridades civiles y militares. Días después, el presidente designaría como Comandante General del Ejército al General de División Vicente Narváez Chourion, en reemplazo del General de Division Rafael Marín Granadillo, quien pasaba a la situación de retiro, por cumplir los treinta años de servicio en las Fuerzas Armadas. El cargo de Jefe de Estado Mayor del ejército ocupado, hasta entonces, por el General de División Bernardo Leal Puchi, pasó a ser ocupado por el General de División Octavio Romero. El General Leal fue nombrado, por el presidente doctor Luis Herrera, ministro de la defensa. Yo fui designado en reemplazo del General de división Vicente Narváez Chourión quien era el Inspector hasta ese momento y como dijimos, había pasado a ocupar el cargo de Comandante General de la mencionada Fuerza. Llegado a esta etapa de mi vida militar, doy por concluidos “Mis Recuerdos ll parte”. Una tercera aparte abarcará mi desempeño como Inspector General y como Jefe del Estado Mayor del Ejército y, luego, como Ministro de la Defensa, cargo que ejercí durante los últimos seis meses del período presidencial del doctor Luis Herrera Campins. Al asumir la presidencia el doctor Jaime Lusinchi fui ratificado, por éste, en dicho cargo. Al final de mi desempeño como ministro de la defensa, designación con 257

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que me honraron los presidentes Luis Herrera y Jaime Lusinchi, cumplí mis treinta años de servicio en la Fuerzas Armadas de Venezuela, y por tanto, mi pase a la situación de retiro del ejército y por consiguiente mi cese de funciones como Ministro de la Defensa.

Buenos Aires, 16 de febrero del 2020

P.D. Quiero, finalmente, manifestar mi agradecimiento a mis colegas y amigos General de Brigada Juan Antonio Herrera Betancourt y General de División José María Troconis Peraza, por su aporte a esta narración, investigando y suministrándome información, muy valiosa, sobre la organización y empleo de las unidades que “combatieron” en la realización de las maniobras “Libertador l”.

Igualmente agradecer, una vez más, a mi querido hermano doctor José Alberto Alcalde Álvarez, graduado en la ilustre Universidad Central de Venezuela y con postgrados en la “Universidad de Syracuse”, Estados Unidos de América, y la famosa “Universidad de La Sorbona”, en la ciudad de Paris, república francesa. José Alberto fue, también, profesor titular en la Universidad del Táchira, con sede en San Cristóbal, Estado Táchira, y en la Universidad de Los Andes, ubicada en la ciudad de Mérida, Estado Mérida. En esta última llegó a ocupar el cargo de Vicerrector Académico. José Alberto

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dedicó parte de su valioso tiempo para revisar este documento, aportando valiosas acotaciones para una mejor y más retórica presentación de “MIS RECUERDOS II PARTE”

MIS RECUERDOS PARTE III

En la parte II, de mi documento, terminaba escribiendo que después de mi ascenso a General de División había sido designado, por el doctor Luis Herrera Campins Presidente de la República, como director del Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional [IADEN], y que al finalizar mi gestión como director del mismo, había sido nombrado Inspector General del Ejército en sustitución del General de División Luis Vicente Narváez Chourión. En efecto, en los primeros días de julio del año mil novecientos ochenta y uno, fui juramentado, en dicho cargo, por el Comandante General del Ejército, General Narváez Chourión, conjuntamente con el General Luis Octavio Romero quien, a su vez, asumía el cargo de Jefe del Estado Mayor de dicha Fuerza. El acto de juramentación se celebró en la sala de la galería de los Comandantes del Ejército. Allí están todos los retratos, pintados al óleo, de los oficiales que han ejercido ese cargo, a través del tiempo. Al día siguiente, me presenté en la jefatura de la inspectoría general del ejército, para asumir el cargo para el cual había sido juramentado el día anterior. Ordené una

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reunión de los oficiales que trabajaban en dicha inspectoría. Les di una charla sobre cuál sería mi política de trabajo en la conducción de tan importante cargo. Todos los jefes de departamento eran Coroneles de las diferentes armas: infantería, artillería, blindados e ingeniería. También conformaban este grupo de trabajo Coroneles pertenecientes a los servicios de: armamento, comunicaciones e ingeniería. Abrí un compás para las preguntas que quisiesen hacer los oficiales asistentes. Contestadas las preguntas, di por terminada esta primera reunión de trabajo y orientación. Los animé a formar un equipo de trabajo en estrecha relación y coordinación con las actividades de sus respectivos departamentos, a fin de presentar un grupo monolítico, altamente eficiente, fundamentado en los valores de justicia en sus decisiones como inspectores. Los valores planteados por mí fueron de total honestidad e imparcialidad en la ejecución de las revistas realizadas a las diferentes unidades del ejército. Insistí, además, en que la cordialidad y el compañerismo los acompañaran siempre en los trabajos que, en forma conjunta, deberían ejecutar. A continuación di instrucciones a todos los jefes de departamento, para que me hicieran un resumen de los asuntos pendientes en el área de su respectiva responsabilidad. Ordené también al Coronel Ramón Arturo Martínez, que me hiciera un programa anual para 260

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mis futuras visitas a todas las unidades del ejército, desde compañías aisladas hasta los comandos de división, a fin de determinar en cuál de ellas se requería, con prioridad, una inspección sobre todas sus actividades. Al resto de las unidades se les haría la inspección anual obligatoria, en fechas programadas con antelación. También practicaríamos inspecciones “sorpresa”, en aquellas unidades en las cuales pudiera estar ocurriendo algún tipo de anormalidad. Además se programaron inspecciones de chequeo, a fin de confirmar si las unidades inspeccionadas con anterioridad, habían cumplido con la solución de problemas detectados por los inspectores y los cuales fueran de su entera responsabilidad. Aquellos problemas cuya solución escapara a las posibilidades logísticas de la Unidad y los motivados a escasez de personal profesional, serían llevados a conocimiento del Comandante General del Ejército, con las recomendaciones pertinentes, para su posible solución. Pasé algunos días revisando informes y expedientes de unidades y de integrantes del ejército, para detectar problemas vigentes sin solución aparente para ese momento. Pasadas algunas semanas, inicié una gira por todo el territorio nacional para visitar las unidades, según la programación previamente establecida. En cada una de esas unidades hacia una reunión con todos los 261

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oficiales y suboficiales de la misma, a fin de informarles sobre los planes y proyectos de nuestra Fuerza. Al final de dicha reunión notificaba, a los oficiales y suboficiales presentes que, quienes quisieran hablar en privado conmigo, con mucho gusto los atendería. Esta actitud, me resultó de gran valor para enterarme de problemas de comando, de administración de fondos, y de manejo de personal, los cuales, a simple vista, no eran detectados. Si lo consideraba necesario enviaba luego una comisión de inspectores, especializados en diferentes áreas, para hacer un estudio de los posibles problemas existentes en la unidad por mi visitada. Para esas visitas tenía a mi disposición un avión “Queen Air”. Dicha nave tenía gran capacidad de maniobra, buena velocidad y posibilidad de aterrizar en pistas cortas, inclusive en algunas no asfaltadas. Realizada la inspección, el equipo de oficiales y suboficiales designados para llevar a cabo la misma, debían presentarme un informe contentivo de los problemas detectados y su recomendación para darles debida solución. Si estos problemas podía, yo, solucionarlos directamente lo hacía; de lo contrario, llevaba estas novedades al Comandante General de la Fuerza, para que él tomara las medidas que considerara pertinentes. Además, de estas visitas a las unidades y de las entrevistas con el personal de las mismas, las cuales 262

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muchas veces incluía a personal civil, trabajadores al servicio de nuestras Fuerzas Armadas, también tenía en mi agenda semanal, horas reservadas para oír quejas, reclamos o necesidades de los miembros de la institución. En estas entrevistas, en algunas ocasiones, solía recibir algunas informaciones importantes sobre el funcionamiento de las unidades del ejército, esparcidas por todo el territorio nacional. En algunas oportunidades detecté que la información recibida tenía sesgos de mala intención hacia un superior, hacia un compañero o incluso hacia alguno de sus subalternos. En estos casos designaba a uno de mis subordinados para que hiciera una exhaustiva averiguación sobre esta posible falta de honestidad y ética de la persona informante. De encontrar fundamento, en la averiguación, se procedía a tomar medidas disciplinarias contra el imputado. Un caso que me molestó mucho fue el ocurrido con un grupo de tres Tenientes Coroneles, quienes me pidieron les concediera una entrevista. En nuestra conversación detecté de inmediato la intención de malponer a un compañero, fuerte competidor para el ascenso a Coronel, ascenso el cual le correspondía ese año a la promoción a la cual pertenecían tanto los tres Tenientes Coroneles mencionados como también el Teniente Coronel por ellos denunciado. Para recomendar un oficial para su ascenso, a un grado inmediato superior, 263

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predominaba su antigüedad en el mismo, la cual no podía ser menor a los cuatro años de servicio cumplido. Luego se consideraba el comportamiento y eficiencia evidenciados, por el oficial evaluado, en el desempeño de sus cargos. Para este análisis se tomaba como referencia las calificaciones que toda la oficialidad del Ejército recibía anualmente de los jefes que lo habían tenido bajo su mando. En mi condición de Inspector General del Ejército era miembro integrante de la Junta de Ascenso conformada por el Alto Mando de la Fuerza del cual yo formaba parte. Cuando se consideró el ascenso de los tres tenientes coroneles, arriba mencionados, informé a los compañeros de Junta sobre el episodio ocurrido en mi despacho. Como consecuencia, uno de estos oficiales no figuró en la lista de oficiales recomendados para el ascenso al grado superior. Los otros dos fueron bajados varios puestos en la lista de Orden de Mérito, elaborada según los criterios a que ya hemos hecho referencia. Por cierto estas recomendaciones no son, en ocasiones, respetadas por los organismos superiores y surgen así candidatos que no reúnen las credenciales para ascender a los respectivos grados superiores. También se presentaron posiciones, ambiguas e injustas, contra oficiales técnicos graduados en Universidades Nacionales o Extranjeras, al negarles el ascenso, en la primera oportunidad que a su promoción 264

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le correspondiese ser evaluada para el ascenso al grado inmediato superior, alegando que éstos no habían comandado tropa durante su carrera militar o en parte de ella. Contra esa conjetura me opuse radicalmente. De tal modo logré que muchos de estos oficiales fuesen evaluados para el ascenso al grado inmediato superior, siempre y cuando cumplieran con los requisitos de antigüedad, exigidos por los reglamentos militares.

En una oportunidad, ejerciendo este cargo de Inspector General del Ejército, fui invitado por el General de División Bernardo Leal Puchi, Ministro de la Defensa, para almorzar en su comedor privado anexo a las oficinas del despacho y reservado para uso del ministro y sus ocasionales invitados. Me recibió el ministro con la cordialidad con que él solía distinguir a sus subordinados, y en general a todas las personas con quien él trataba. Indudablemente, el General Leal Puchi se distinguió siempre por su comportamiento como todo un caballero. Nos sentamos a la mesa. El mesonero nos trajo un aperitivo y luego un sencillo, pero exquisito, almuerzo. Si algo distinguía a este respetado y recordado ministro era su sencillez. Desde los tiempos cuando yo cursaba el primer año como cadete, y siendo él integrante del curso de tercer año, fui testigo del respeto

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y consideración con que el entonces Brigadier Leal Puchi trataba a sus subalternos. Él enseñaba dando ejemplo con su actuación. El General LealPuchi fue un excelente cadete y mejor alumno. En la Escuela Militar ocupó uno de los primeros puestos en el orden de mérito de su promoción. Fue el segundo General de Brigada de su promoción en ascender al grado de General de División. Su compañero el General Amín Arria Díaz, también de mi muy grata recordación por su actitud ejemplar como cadete, y como brillante oficial de nuestro Ejército, había ascendido a ese grado, de General de División, seis meses antes. Retornando a mi almuerzo con el General Leal, durante el mismo él me planteó que había sido invitado por el General Wallace H. Nutting, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, a una reunión en ese comando. La sede del mismo se encontraba, para entonces en Fort Gulick, en la “Zona del Canal”, en la Ciudad de Panamá, en la República del mismo nombre. El propósito de la reunión era dialogar sobre asuntos de interés para los dos países, Estados Unidos de América y Venezuela. La agende de dicha reunión, incluía también un análisis sobre el escenario militar del Continente Americano. Un punto de especial interés era la amenaza que significaba la influencia política y militar de la Cuba de Fidel Castro, fiel aliada de la Rusia Soviética, ya que la injerencia política del 266

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castrismo se había convertido en un verdadero problema para el mantenimiento de la paz mundial y de la seguridad de nuestro Continente. Le pregunté al ministro Leal cual sería la posición de Venezuela, y la de su ministerio, en la conversación con el jefe del Comando Sur norteamericano, en la cual yo participaría como su representante. En forma lacónica, característica de su forma de ser, me dijo: “Alcalde: eso lo dejo en sus manos y a su buen criterio”. Le agradecí la confianza y la grave responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros. Intuyo que el General Leal me dió esa responsabilidad confiado en mi formación como antiguo cursante del “Colegio Interamericano de Defensa”, en Washington D.C., y mi posterior desempeño como director de “Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional”, de Venezuela. Comprendí, igualmente, que esta era una decisión tomada por el señor ministro y que no debería haber lugar para más preguntas de mi parte, sobre ese particular. En efecto, el resto de nuestra conversación se orientó a comentar problemas inherentes a nuestro Ejército y a nuestras Fuerzas Armadas en general, en virtud de los cargos que, para ese momento, ambos teníamos. Él como Ministro de la Defensa y yo como Inspector General del Ejército.

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Días después, acompañado de mi esposa Angelina, iniciamos el viaje hacia la citada ciudad de Panamá. Fuimos recibidos en el Aeropuerto Internacional de “Tocumén” por un Coronel del Estado Mayor del Comando Sur. Al día siguiente, este mismo Coronel me condujo a la sede del citado Comando Sur y a la presencia del mismo, el General Nutting. Angelina tendría una agenda especial en la cual sería acompañada por la esposa del General. Nutting me recibió con la sencillez característica de la oficialidad estadounidense. Le trasmití los saludos enviados por nuestro Ministro de Defensa, General Leal Puchi. Igualmente le informé las razones por las cuales él no había podido atender personalmente a su invitación. Estas se relacionaban con compromisos oficiales adquiridos, previamente, a su invitación para visitar la Zona del Canal. Luego charlamos un rato sobre banalidades. Me preguntó sobre mi vida militar. Le informé sobre los cursos que había realizado en su país, los Estados Unidos de América. Hablamos sobre las experiencias vividas por cada uno cuando, en diferentes épocas, habíamos sido alumnos del General Staff College en Leavenworth, estado de Kansas. También le relaté sobre mis estudios cuando asistí al Curso Interamericano de Defensa, en Washington, D.C. Se interesó mucho sobre las actividades que habíamos realizado, en esa oportunidad, 268

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oficiales de todo el Continente Americano. Para el General Nutting todo lo relacionado con los países de Suramérica, Centroamérica y los países del Caribe era de su mayor interés como Comandante del Ejército Sur que era. Este ejército forma parte del escenario estratégico en el cual se plantean y analizan situaciones, presentadas en la región, que podrían afectar la seguridad de los Estados Unidos y de todo el Continente Americano. Nos guste o no, Estados Unidos es, y será por mucho tiempo, el guardián de la democracia y la seguridad continental. Gracias a ello se ha podido contener, no siempre con éxito, las arremetidas del comunismo internacional, en territorio americano. La ideología castro-comunista, con el apoyo de la antigua Unión Soviética, y en nuestros tiempos con el apoyo de Rusia, China, Irán y otros países, ha alterado, en una u otra forma, la política regional latinoamericana. Este panorama sirvió de base para la conversación, que por cerca de dos horas mantuve con el General Nutting. Mentalmente fui tomando nota de sus opiniones, las cuales reflejaban indudablemente la posición de los Estados Unidos frente a los diversos problemas políticos, sociales, económicos y militares que se presentaban, se presentan y se seguirán presentando en el escenario latinoamericano y caribeño. Por razones obvias no relataré, en detalle, en este documento, lo tratado en 269

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esa importante reunión. Lo más resaltante de esta reunión fue lo tratado sobre las relaciones bilaterales de los países que en ese momento representábamos cada uno: los Estados Unidos de América y Venezuela. Más tarde, dimos por terminada nuestra conversación y el General Nutting me despidió con su particular y característica simpatía, cualidades estas que le ganaron mi afecto y confianza, aunado a ellas los sinceros planteamientos que, durante su conversación, me había comunicado. Al despedirme, en la entrada principal de su comando, me invitó amablemente para un almuerzo en su residencia, programada para el día siguiente y con la asistencia de nuestras respectivas esposas. Durante el resto del día, en compañía de Angelina, fuimos guiados por un oficial del ejército estadounidense en un “tour” por la ciudad, el cual culminó en esa maravillosa obra de ingeniería que es el Canal de Panamá. Allí pudimos observar el trasvase que se hace en dicho Canal para permitir el paso de enormes barcos de carga, desde el Océano Pacífico al Océano Atlántico. Como bien sabemos, el Océano Pacífico está a un nivel superior, de varios metros, en relación al Océano Atlántico. Por tanto es necesario que, cuando el barco entre al canal, se cierren las compuertas, de lado y lado, para lograr que el agua descienda, los metros requeridos, para nivelar el agua represada en el Canal con la del Océano Atlántico. 270

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En caso de que el barco en cuestión estuviese navegando en sentido contrario, del Océano Atlántico al Océano Pacífico, las aguas del canal ascenderían para nivelar estas con las del Pacífico.

Tal como estaba programado, al día siguiente nos reunimos, Angelina y yo, con el General Nutting y su esposa. La mesa donde almorzaríamos estaba situada en una terraza que nos permitía disfrutar de la vista de un hermoso jardín. Nos sentamos los cuatro y sostuvimos, con nuestros anfitriones, una amena charla. En ésta no se trató nada oficial. El tema central de nuestra conversación giró alrededor de nuestras mutuas experiencias personales, y familiares, durante el transcurso de nuestra vida militar. Según la señora Nutting ambos, su esposo y yo, habíamos sido unos “triunfadores” en nuestros desempeños como oficiales de las Fuerzas Armadas de nuestros respectivos países. Ella, dirigiéndose a Angelina, y señalándonos a nosotros, comentó “They are winners” [ellos son ganadores o triunfadores]. Así transcurrieron cerca de dos horas de amena conversación. Nuestras señoras simpatizaron desde el primer momento, cuando se conocieron. Ello contribuyó al disfrute de una hermosa velada durante la citada cena.

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Otro acontecimiento digno de ser narrado fue la invitación que me hicieron, de parte del comando del Ejército Sur, para participar en un “paseo” en un helicóptero de combate. Durante dicho paseo podría experimentar lo que puede vivir un soldado en el acercamiento hacia líneas enemigas, volando sobre el cauce de un río, aprovechando la cobertura que ofrecen los promontorios montañosos situados en las riberas de ese cause. Al día siguiente, en la mañana, fui llevado al aeropuerto donde me esperaban dos oficiales pilotos de la Fuerza Aérea estadounidense. Tomé asiento en la parte trasera de la nave y me coloqué los arneses de seguridad utilizados para estos vuelos. Las puertas laterales del helicóptero permanecieron abiertas. Supongo que tal práctica es para dar una mejor visión durante el trayecto a recorrer. Se inició el vuelo y en pocos minutos llegamos al río donde se iniciaría este corto pero emocionante viaje. El río corría caudaloso a través de colinas que ocultarían la presencia de la nave de los radares que, en el caso de tratarse de terreno enemigo, trataran de identificar el tipo y nacionalidad de la nave en cuestión y su posible posterior derribo. Pronto comenzaron las maniobras en zigzag que, a mí juicio se realizaban a excesiva velocidad. Ello lo hacía el piloto para evadir los obstáculos montañosos que, en forma sucesiva se presentaban a nuestra vista. Comprendí que 272

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la intención del comandante de la nave, era demostrarme los peligros que se corren cuando se efectúa una operación de esa naturaleza. Noté que el copiloto, en forma insistente, miraba por un espejo retrovisor para detectar mis reacciones a esta riesgosa prueba. Como es natural, estaba un poco nervioso pero aparenté absoluta tranquilidad. Lo que más me impresionaba era la cercanía con que el helicóptero, con sus puertas abiertas, pasaba entre las pequeñas montañas que le servían de guía, al piloto, para orientar su nave. El río corría entre verdes colinas con innumerables curvas, en su accidentado camino hacia su desembocadura en el mar Caribe. El vuelo, sobre este afluente, duró unos excitantes treinta minutos durante los cuales la adrenalina de mi cuerpo llegó a su máximo nivel. El temor y la aventura se mezclaron para generar una inenarrable emoción. Finalizada la operación, regresamos disfrutando de la belleza de los paisajes y la serenidad con que, ahora, la nave se desplazaba sobre las zonas planas del istmo panameño. El piloto orientó el rumbo del helicóptero hacia el aeropuerto de donde habíamos partido, una hora antes. La pesada máquina voladora se posó suavemente sobre un círculo marcado con una inmensa X, lugar reservado para el aterrizaje de este tipo de aeronaves. Agradecí a los oficiales pilotos por el “paseo” y los felicité por su pericia y eficiente 273

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desempeño en estas maniobras acrobáticas. A mi regreso al hotel le conté a Angelina sobre la experiencia vivida, la cual me recordó sensaciones similares vividas cuando de niño, en los parques de diversiones, montaba en la llamada “montaña rusa”. Durante la entrevista con el General Nutting, éste me había recomendado hiciera una visita al Coronel Manuel Antonio Noriega, jefe del Estado Mayor de la Guardia Nacional, considerado el hombre “fuerte” en la política panameña. En efecto al ocurrir la muerte, en un accidente aéreo, del General Omar Torrijos el treinta y uno de julio de mil novecientos ochenta y uno, se crea un vacío de poder en el seno de la Guardia Nacional. Torrijos era sucedido, en la cadena de mando de dicha Guardia, por el Coronel Florencio Flores Aguilar. Éste es obligado a dimitir por el General Darío Paredes, para entonces, jefe del Estado Mayor de dicha Guardia. Paredes orienta su gestión apartando a Panamá de la ideología y de los gobiernos izquierdistas de la región, forzando la salida del presidente Arístides Royo Sánchez, a quien él, Paredes, consideraba simpatizante de Fidel Castro y de todo lo que el líder cubano representaba como factor perturbador en la política latinoamericana y caribeña. Mientras tanto, el Coronel Noriega había ascendido al cargo de jefe del Estado Mayor de la Guardia Nacional y manejaba el organismo conocido con el nombre de G-2, 274

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el cual se había convertido en un medio de represión y de espionaje para todos aquellos considerados enemigos del gobierno. Noriega, con gran argucia política, apoya las ambiciones de Paredes de ser presidente de la República y lo anima a lanzar su candidatura a dicha presidencia. Le promete además, a Paredes, que el garantiza el apoyo incondicional de la Guardia Nacional a su gobierno. Más tarde, el año mil novecientos ochenta y tres, Noriega incumple este compromiso y obliga a Paredes a dimitir. De tal forma queda Noriega como Comandante de la Guardia Nacional. Se asciende a si mismo al grado de General quedando como líder único de la revolución iniciada por Torrijos, y como dueño absoluto del poder político y militar de su país.

Volviendo a las experiencias ocurridas durante mi visita a Panamá, atendiendo a la recomendación del General Nutting, solicité una audiencia con el Coronel Manuel Antonio Noriega. La audiencia me fue concedida para el día siguiente. A la hora pautada, en el carro que me había asignado el comando del Ejército Sur, acompañado de mi ayudante personal el Mayor Ramón Castillo Cegarra, me dirigí a la jefatura del Estado Mayor de la Guardia Nacional. Me identifiqué con el guardia que custodiaba la entrada a dicha jefatura, indicándole tenía una cita programada con el Coronel Noriega. Me hicieron

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esperar alrededor de unos diez minutos. Al final de estos, el guardia se me presentó y me dijo que el Coronel no podía recibirme por encontrarse en ese momento en una reunión muy importante. No me extrañó esta falta de respeto y seriedad del Coronel pues ya conocía de su fama como persona arbitraria, contradictoria y maleducada. Aún supongo, el Coronel Noriega, estaba molesto por mi visita al Comando del Ejército Sur y para evidenciarlo me hizo el desplante comentado. Regresé al hotel donde Angelina y yo estábamos alojados. Al día siguiente iniciamos el viaje de regreso a Venezuela. Un oficial del Comando Sur nos despidió y nos trasmitió un saludo de despedida del General Nutting y de su esposa. Con el Coronel que nos fue a despedir al aeropuerto, comenté lo ocurrido con el General Noriega. Él me contestó, simplemente, que esa era la forma en que Noriega normalmente se comportaba.

A nuestro regreso a Venezuela, donde ansiosamente nos esperaban nuestros hijos, disfrutamos en nuestra casa de la Urbanización Miranda, del clima de páramo que entonces caracterizaba ese lugar. Esa inolvidable morada estaba situada en un lugar rodeado de sauces llorones y de la neblina, que bajando del Cerro del Ávila, nos visitaba todas las tardes haciendo de aquel sitio el

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ambiente ideal para el descanso y la reflexión. Habíamos llegado a Caracas un fin de semana. Ello me daba suficiente tiempo y tranquilidad para elaborar mentalmente el informe que el lunes siguiente tendría que rendirle al señor Ministro de la Defensa, General Bernardo Leal Puchi, informe, que, a su vez el transmitiría al Presidente de la República y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, doctor Luis Herrera Campins.

El día y a la hora acordadas, previa la solicitud correspondiente de la entrevista, me dirigí al despacho del Ministro, en Fuerte Tiuna. Le informé de todos los pormenores de mi visita a la República de Panamá y a la sede del Comando del Ejército Sur de Estados Unidos. Le presenté un detallado resumen de lo tratado con el General Nutting y le di mi impresión, muy favorable por cierto, sobre la personalidad y la sinceridad y claridad con que dicho General había expresado sus criterios sobre las relaciones de su país y el nuestro y en general con toda Latinoamérica. En nuestra entrevista, el General Comandante del Ejército Sur y yo, le habíamos dado especial atención al tema de Cuba, tema sobre el cual habíamos discurrido largamente. Cuando, en mi entrevista con el General Leal Puchi, sobre lo ocurrido con Noriega, el Ministro, con su natural sencillez, hizo un

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gesto con boca y manos, como diciendo “no nos preocupemos de ese infeliz”.

Ese mismo día, en mi oficina, me reuní con los jefes de departamento de la Inspectoría General, quienes me rindieron sendos informes sobre lo ocurrido durante mi ausencia. Nada de particular había ocurrido. El programa de inspecciones a las unidades del ejército, acantonadas a lo largo y ancho del país, continuaba tal como se había previsto. En esa programación, como estaba previsto, me correspondía hacer una visita a las unidades establecidas a lo largo de la frontera con Guyana y la Republica del Brasil, en la Gran Sabana. Días después emprendimos el viaje, mi ayudante personal y yo, hacia esa región del país, utilizando el avión “Queen”90 que el ejército tenia disponible para esos menesteres. Llegamos a Ciudad Bolívar y nos presentamos al comando de la 5ta. División de Selva y Comando de la Guarnición, cuya sede estaba en el Fuerte “Cayaurima”. Su comandante, el General de División José Ángel Sánchez, nos atendió con su proverbial cordialidad. Le comuniqué el motivo y alcance de nuestra visita, tal cual como se venía haciendo en todas las unidades del ejército. Nos ofreció todo su apoyo, así como el de los comandos de las unidades de la división a su cargo. Surgió algo imprevisto: un problema con el avión que nos había trasladado a Ciudad

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Bolívar. El piloto detectó alguna falla técnica en la aeronave y me recomendó no continuar viaje hasta que el avión no fuese revisado por técnicos especialistas. En vista de eso, llamé por teléfono al General Narváez Chourion, Comandante General del Ejército, a fin de que nos enviase otra unidad aérea. De inmediato me informó, amablemente, que nos enviaría el avión King 200, asignado a su comando. Hecho el cambio de avión, y después de visitar las unidades acantonadas en Ciudad Bolívar, emprendimos viaje hacia la población de Caicara del Orinoco. Allí estaba ubicado el comando de la 52 Brigada de Infantería de Selva. En el mismo sitio hicimos una visita al 521 Batallón de Infantería de Selva “General en Jefe Rafael Urdaneta”. En éste fuimos recibidos por el comandante [e] Mayor Alberto Rosales Ramírez. De acuerdo con el protocolo que habíamos preestablecido, después de la reunión con el Comandante de la Unidad, procedí a dirigir algunas palabras al personal profesional y de tropa que se encontraba formado en el patio de ejercicios. Les transmití un saludo en mi nombre y en el del Comandante General de la Fuerza, General de división Luis Vicente Narváez Chourión. Después pasé a darles algunas informaciones pertinentes a las actividades y proyectos del Comando del Ejército. Terminada esta reunión realicé otra con el personal profesional del batallón. Luego, como usualmente lo 279

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hacía, di inicio a un ciclo de preguntas, y a inquietudes que quisiesen hacer los oficiales y suboficiales presentes. También les manifesté que cualquiera de ellos que quisiera una entrevista personal conmigo, podía solicitarla. Este procedimiento, regularmente aplicado en todas las unidades por mi visitadas, me permitía enterarme de problemas y novedades no ventiladas durante mis reuniones con el personal. Si se planteaba un problema que estaba a mi alcance resolver de forma inmediata, lo hacía; de lo contrario lo integraba al informe que pasaría posteriormente al Comandante del Ejército, una vez concluida la gira. Terminada nuestra misión en Caicara del Orinoco, regresamos a Ciudad Bolívar. Al día siguiente emprendimos vuelo hacia la ciudad de Upata, sede del Comando de la 51 Brigada de Infantería de Selva. Allí seguimos los mismos procedimientos aplicados en todas las unidades. Esa noche pernoctamos allí en Upata. Al día siguiente hacia “Guasipati” donde, en el Fuerte Militar “Yocoima”, estaba acantonado el 511 Batallón de Infantería de Selva “General de Brigada Domingo Sifontes”. El mismo día seguimos viaje hacia Tumeremo, específicamente al Fuerte “Tarabay”, sede del Batallón de Ingenieros “Teniente Coronel Juan Manuel Cajigal”. Concluidas las actividades del día, pernoctamos en dicho Fuerte. Al día siguiente emprendimos vuelo hacia San Martín de 280

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Turumbang, hacia la isla de “Anacoco”. En esta isla, se encontraba, en función permanente de defensa de nuestras fronteras patrias, una pequeña unidad de infantería de selva [menos de un pelotón]. La Isla en mención, se encuentra situada a escasos kilómetros de la zona en disputa entre Venezuela y Guyana, conocida como Guayana Esequiva. Durante todo el trayecto nos acompañó un temporal infernal. La visibilidad era prácticamente nula. El piloto, Mayor [Ej] Gustavo Ríos Castillo, un veterano conocedor de la zona, me indicó que era imposible aterrizar en “Anacoco”, pues no se divisaba la isla y menos aún su aeropuerto. Le indiqué siguiera hacia “Luepa”, población enclavada en plena selva, donde está ubicada otra unidad de la división. Pasados unos minutos, el Capitán de la nave me informó que el firmamento se había despejado algo hacia Anacoco. Me dijo: “mi general se abrió un huequito”, mientras que con una seña me indicó que se iba a lanzar en busca de esa entrada. Lo autoricé, y emprendimos el forzado descenso. Al llegar a unos cien metros sobre tierra nos encontramos con un cúmulo de nubes, aún más espesas que las que habíamos sobrepasado antes del descenso. El Capitán empezó a dar vueltas, a ciegas, pues la visibilidad era nula. Yo nunca había estado en la isla de “Anacoco” y me imaginaba esta era una zona bastante montañosa. Así, ni modo, cuando el piloto 281

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empezó a dar vueltas en círculo, me encomendé a todos los santos imaginando lo peor. Al fin, después de varios minutos de angustia, apareció completamente despejada nuestra isla. Para mí tranquilidad, desde la cabina pude apreciar que dicha isla estaba formada por una zona bastante plana con pequeñas colinas verdes embelleciendo el paisaje. El aterrizaje fue perfecto. Felicité al piloto Mayor Ríos por su pericia y por su “buena puntería”. En el aeropuerto me esperaba un oficial, el segundo comandante de la unidad militar. Me presentó excusas de parte del Primer Comandante, por no estar presente, ya que había tenido que ir al pueblo cercano a hacer una diligencia. Le contesté que le informara al comandante que no se preocupara, que entendía que él haya tenido que ir a resolver sus problemas personales suyos o de la unidad. El Capitán de la nave, Mayor Ríos, por órdenes mías, le avisó a su comandante que, debido al mal tiempo, desviaríamos nuestro vuelo hacia Luepa y, por tanto, él estaba libre de disponer de su tiempo como mejor le pareciese. Realizamos la inspección de acuerdo a los parámetros establecidos para estas visitas, como ya lo hemos mencionado antes. Luego realicé una reunión con los oficiales y suboficiales de carrera de la unidad, concediendo a continuación algunas entrevistas privadas con el personal que así lo hubiese solicitado a fin de oír 282

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sus necesidades o quejas, si estas tuviesen lugar. Luego vendría la reunión personal con el comandante, en este caso con el segundo al mando por las razones anteriormente expuestas. Lo felicité por la excelente presentación de las instalaciones de la unidad y la del personal de tropa a sus órdenes. Luego conversamos sobre algunas necesidades perentorias que tenía la unidad en referencia. Debo recordar que el acceso a la isla solo era posible por aire, o por lancha navegando sobre las aguas del río Cuyuní cuyos brazos la rodean. Terminadas las actividades emprendimos viaje para continuar nuestra gira por la imponente “Gran Sabana”. Una vez más debimos enfrentar el mal tiempo, el cual nos acompañó durante toda nuestra visita a esta apartada región de la geografía venezolana. Nos dirigimos en nuestra nave aérea hacia el Fuerte Militar “Manicuyá”, en Luepa, población enclavada prácticamente en el centro de la tupida selva amazónica venezolana, sobrevolando la maravillosa Sierra de Lema. Del aeropuerto nos dirigimos a la sede del 513 Batallón de Infantería de Selva, “General de División Mariano Montilla”. Allí nos reunimos con el Teniente Coronel Luis Manuel Soyano López Primer Comandante de la unidad, y con los demás oficiales de la misma. Como de costumbre concedí entrevistas, previamente solicitadas, al personal profesional de la unidad. Durante la noche 283

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fuimos agasajados con una cena en la cual participaron los oficiales y suboficiales profesionales en este fuerte acantonados, acompañados por sus respectivas esposas. Fue, y disfrutamos de una grata velada, dentro del marco de ese escenario selvático.

Al día siguiente, continuamos nuestro recorrido por esa hermosa e imponente “Gran Sabana”. Nos dirigimos a Santa Elena de Uairén. Le di instrucciones al piloto para que desviara su vuelo e hiciera un vuelo rasante sobre el “Salto Angel”, ubicado dentro del Parque Nacional Canaima, una de las maravillas con que Dios adornó nuestra geografía. Recibió ese nombre en honor al piloto estadounidense Jimmie Angel, quien lo dio a conocer al mundo en el ano mil novecientos treinta y siete. Afortunadamente, en esa zona, el tiempo se había despejado. A los pocos minutos apareció esa imponente e increíble obra de la naturaleza. La cascada de agua, la más alta del mundo, con novecientos setenta y nueve metros de caída libre y ciento siete metros de ancho. Ángel, con tres compañeros más, decidió aterrizar en el cénit de la meseta del “Auyantepui”, término que en la lengua indígena pemón significa “la montaña del diablo”, y es el tepui más grande de toda la región. En éste se origina el punto de inicio del “Salto Ángel”, el cual continúa, continúa describiendo, una trayectoria

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descendente en su caída, ofreciendo un precioso e impresionante espectáculo. Jimmie realizó la azaña de aterrizar en ese lugar, el cual resultó ser peligrosamente pantanoso. Así, el pequeño avión inclinó en su parte delantera, enterrándose la misma, en el lodo, quedando el avión atascado en el sitio. El piloto y los otros tres tripulantes que le acompañaban, a duras penas, consiguieron salir de la nave. Allí permaneció este avión durante treinta y tres años. La Fuerza Aérea Venezolana, en el año mil novecientos setenta, decidió rescatarlo y trasladarlo a la ciudad de Maracay, donde lo reconstruyeron. Además hicieron una réplica de la aeronave, la cual reposa en el “Museo Aeronáutico” de esa ciudad. El original fue devuelto al Estado Bolívar. Éste fue colocado en el aeropuerto “Thomas de Heres” de la capital de dicho Estado, donde ha permanecido hasta nuestros días.

Después de navegar alrededor de la meseta, circulando a escasos metros de este grandioso santuario de la impenetrable región selvática venezolana, tomamos rumbo hacia la población de Santa Elena de Uairén, población situada en la frontera con Brasil. La aeronave aterrizó, sin contratiempos, en el pequeño aeropuerto de la región. Allí estaba para recibirnos, acompañado de varios oficiales de su unidad, el comandante del 5102

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Escuadrón de Caballería Motorizado “Coronel Hermeregildo Mujica Ramos”. Ésta es una unidad fundamental, aislada, acantonado en esa zona. Después de los saludos de rigor y de recibir el parte del Comandante del Escuadrón, nos dirigimos a la sede de dicha unidad. Procedimos con la rutina acostumbrada en nuestras inspecciones. Verificar el estado de mantenimiento de las instalaciones constatando el estado de mantenimiento de las mismas, así como las comodidades que ofrecían a oficiales y tropas. Luego tendríamos una reunión con todos los oficiales y suboficiales, plazas de dicho Escuadrón, para informarles de novedades y proyectos que se analizaban, para entonces, en el Alto Mando del Ejército, del cual yo formaba parte. Por último concedía audiencias a cualquier integrante de la unidad, incluyendo personal de tropa, que quisiese hablar conmigo. Tomaba nota de las necesidades, o problemas, que tuviesen en la prestación de su servicio en esa apartada zona de la geografía venezolana. Por último acostumbraba mantener una entrevista privada, con el Comandante de la Unidad, a fin de intercambiar ideas sobre la inspección realizada. Los problemas que yo podía resolver, lo hacía de inmediato. Los que, cuya solución no estaba dentro de mis atribuciones como Inspector General, los llevaría, a mi regreso, al Comandante General del Ejército, quien si 286

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tenía potestad y medios económicos y de comando para corregir los problemas encontrados en nuestra gira, en esa región fronteriza y selvática de nuestro territorio nacional. Terminada esa inspección, como era costumbre, el Comandante de la Unidad ofreció un brindis en el casino de oficiales. Durante el mismo, mi acompañante, mi ayudante personal Mayor Ramón Castillo Cegarra, y yo, tuvimos la oportunidad de dialogar con los oficiales y suboficiales profesionales presentes. Esa noche, compartimos con ellos tomando algunas cervezas y jugando unas partidas de dominó. Al día siguiente seguimos con la rutina que habíamos practicado en nuestras visitas anteriores a otras unidades del ejército. Concluida la visita a “Santa Elena de Uairén”, volamos sobre el imponente escenario natural que ofrecen los “tepuyes”, vigilantes permanentes de nuestra soberanía territorial. Son estos “tepuyes” son amplias mesetas montañosas con bordes verticales que parece hubiesen sido tallados con el cincel de un ser superior. Su existencia se calcula en mil setecientos millones de años siendo estas formaciones montañosas las más antiguas que existen en nuestro planeta. El paisaje que presentan estos santuarios milenarios es impresionante. El piloto hizo un vuelo rasante que nos permitió apreciar más de cerca esta maravilla de la naturaleza venezolana. 287

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Al día siguiente emprendimos el regreso de esta exitosa e interesante gira. Aterrizamos sin novedad en el aeropuerto de “La Carlota”, situado en la Base Aérea “Francisco de Miranda”, emplazada en el corazón de la Capital venezolana. A finales del mes de junio de 1982 habíamos concluido todas las inspecciones programadas. En esos mismos días surgieron algunos cambios. El General de División Luis Vicente Narváez Chourión, Comandante General del Ejército fue nombrado, por el Presidente de la República doctor Luis Herrera Campíns, Ministro de la Defensa. Narváez sustituía al General de Division Bernardo Leal Puchi quien pasaba, a la situación de retiro, del Ejército, por tiempo de servicio cumplido. El General de Division Luis Octavio Romero, jefe del Estado Mayor, pasó a ocupar el cargo de Comandante General del Ejército. Yo mi designado para sustituir al General Romero en el cargo de jefe del Estado Mayor. Para el cargo de Inspector del Ejército fue nombrado, mi compañero de promoción y gran amigo, el General de Division Ramón Eduardo Calderón Godoy. El nombramiento, de este nuevo Alto Mando, se hizo efectivo a partir del primero de julio de ese mismo año, mil novecientos ochenta y dos. La transmisión de mando, tanto del nuevo Ministro de la Defensa, General de Division Luis Vicente Narváez Chourión, como la del nuevo Comandante del Ejército, 288

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General de Division Luis Octavio Romero, se realizaron en sendos actos protocolares en el Patio de Honor de la Academia Militar. Actos estos presididos por el Presidente de la Republica y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas doctor Luis Herrera Campíns. La juramentación del General Calderón Godoy y la mía, en los cargos de Inspector General y de jefe del Estado Mayor del Ejército, respectivamente se celebró en un sencillo acto, en el salón de conferencias del Comando del Ejército, presidido éste por el General Luis Octavio Romero, Comandante de la Fuerza. En los días siguientes procedimos a realizar la serie de actos que tradicionalmente se celebraban, para esa época, en todas las unidades de nuestra Fuerzas Armadas. Estos actos fueron: ascensos, a los diversos grados, de oficiales y suboficiales profesionales e imposición de condecoraciones a aquellos que se hubiesen hecho merecedores de tal distinción. También se acostumbraba para estas fechas, primeros días del mes de julio, hacer los nuevos nombramientos en los diversos cargos en las unidades y en los diversos institutos militares del Ejército diseminados a lo largo y ancho del país. Como corolario a estas celebraciones castrenses, el cinco de julio, fecha en que se conmemora la firma de nuestra independencia de España, se hizo un vistoso desfile en la avenida de “Los Próceres”. En dicho desfile participaron institutos 289

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militares y unidades operacionales de las cuatro fuerzas: El Ejército, La Marina de Guerra, La Aviación y la Guardia Nacional. Días después se celebraba el ascenso conjunto, a oficiales, de las promociones de cadetes de los cuatro institutos militares: Academia Militar, Escuela Naval, Escuela de Aviación Militar y Escuela de formación de oficiales de las Fuerzas Armadas de Cooperación. Estos institutos castrenses forman los oficiales generación de relevo para aquellos que, cumplidos los años de servicio establecidos en los Reglamentos Militares, pasan a la honrosa situación de retiro. Tanto el acto del desfile del cinco de julio, como la graduación de Alféreces y Guardiamarinas de los institutos militares, tradicionalmente, son presididos por el Presidente de la República. En esta oportunidad le correspondió al presidente en ejercicio doctor Luis Herrera Campíns, acompañado, según lo establece el protocolo, por su Gabinete, el Alto Mando Militar y todos los representantes de los Poderes Públicos Nacionales.

La transmisión de los cargos de Inspector General y Jefe de Estado Mayor, se realizó en un sencillo acto en el cual el nuevo Comandante General del Ejército, General Luis Octavio Romero, nos juramentó al General Calderón y a mí para los cargos mencionados.

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El lunes siguiente, al recibir el nuevo cargo, me reuní individualmente con los jefes de las direcciones del Estado Mayor: Personal, Inteligencia, Planificación y Operaciones, y Logística. También con los directores de los servicios los cuales prestaban apoyo específico, a las unidades operativas, en el área técnica de su competencia. Con cada uno de ellos tuve largas entrevistas para conocer de sus realizaciones, proyectos, necesidades y opiniones sobre cómo podríamos mejorar, conjuntamente, el funcionamiento de nuestro Estado Mayor. Ello me permitiría, en un futuro inmediato, asesorar al comandante del Ejército en sus múltiples actividades. Esa era mi principal obligación, la de asesoramiento y coordinación de todas las actividades de ese complejo engranaje que representa el Estado Mayor de toda Gran Unidad. Con el Comandante General de la Fuerza, General Luis Octavio Romero, había mantenido una sincera amistad desde nuestros tiempos de cadetes. Fue uno de los brigadieres, y luego alféreces, que por su don de mando y su conducta ejemplar, se ganaron el mayor respeto y cariño de sus subalternos. Las cualidades que distinguían a Romero eran: carácter, ecuanimidad, inteligencia, sencillez y responsabilidad y firmeza en la toma de decisiones. Su nombramiento, en el cargo de Comandante General, fue celebrado con gran satisfacción y alegría por parte de la mayoría de los que 291

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integrábamos aquel glorioso ejército, heredero de aquellos paladines que nos dieron una patria libre y un territorio soberano. En nuestra graduación como oficiales de las Fuerzas Armadas Venezolanas, habíamos jurado defender a costa de nuestra propia vida esa soberanía, si ello fuese necesario. Lamentablemente en los aciagos años de dictadura que vive, hoy en día, nuestro país, esos valores han sido olvidados y la patria de Bolívar ha sido entregada impunemente a países comunistas que, como Cuba, Rusia y China, han encontrado su filón de oro en nuestra inmensamente rica tierra venezolana.

Como jefe del Estado Mayor establecí reuniones semanales, obligatorias, con todos los integrantes del mismo. En algunas oportunidades se hacían, igualmente, reuniones con algún Comandante de Unidad previamente invitado. El propósito de las mismas era la de coordinar y planificar las diferentes actividades que se realizarían en nuestra fuerza en un futuro inmediato. Las reuniones se celebraban en la sala de conferencias del Comando del Ejército, anexo al despacho del Genera Romero. Éste con frecuencia se acercaba a nuestra reunión y dialogaba con los presentes, conociendo así, de viva voz, los planteamientos, necesidades y novedades que preocupaban a los integrantes de su Estado Mayor

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y a los Comandantes de Unidad, que hubiesen sido, invitados para esa reunión. Esto le permitía dar instrucciones y directrices pertinentes, actividad de comando que ejercía con gran acierto y objetividad. Su sobriedad y su carisma pronto ganaron el mayor afecto y simpatía de todos sus subordinados. En una oportunidad, el General Romero, me pidió lo acompañara en una visita a una unidad del llano venezolano, cuyo nombre no recuerdo en este momento. Terminada la visita se nos acercó un ganadero y agricultor de la zona quien le pidió, al General Romero, que le acompañáramos hasta su finca para enseñarnos su proyecto agropecuario. Nos invitó a abordar su “vetusta” avioneta la cual no ofrecía mucha confianza, por su apariencia descuidada y visible falta de mantenimiento. Dirigí mi mirada hacia el Comandante General Romero, esperando rechazara tan poco tentadora oferta. Pero él con una enigmática sonrisa nos invitó, a su ayudante y a mí, para que lo acompañáramos en esta aventura. Nos montamos en ese aparato volador. Después de dos o tres intentos, el piloto, logró prender el motor a hélice que daba energía a la aeronave. La avionetica empezó a correr por la pista del aeropuerto y una luz roja, que tenía en su parte superior un pequeño letrero que decía “power”, se encendió y produjo una sonora alarma. Nos agarramos duro de nuestros asientos criticando yo, mentalmente, a 293

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Romero por hacernos correr este innecesario riesgo. El dueño de la finca hacia donde nos dirigíamos, también piloto de la nave, empezó a golpear con su puño, en forma insistente, el tablero de la avioneta hasta que, cuando ya estábamos llegando al final de la pista, la luz se apagó y el motor rugió a su máxima potencia y, para nuestra tranquilidad, logró levantar vuelo. Demás está decir que éste fue uno de los más desagradables despegues, en naves aéreas, que he tenido en mi vida. El General Romero, imperturbable, no demostró la más mínima emoción ante este acontecimiento. Sin embargo, para el regreso llamó al piloto del avión a su servicio, un King 200, y le ordenó que nos recogiera en el aeropuerto más cercano. Definitivamente no regresaríamos en la “tarita” que nos había traído al lugar, como estaba inicialmente planificado.

Continué con el trabajo rutinario, hasta cierto punto aburrido, que representa la jefatura de Estado Mayor. Yo estaba acostumbrado a la actividad y a enfrentar nuevas experiencias y cambios que me permitieran desarrollar mi iniciativa. Pero esta responsabilidad no ofrece esas alternativas, como si me las habían ofrecido los diversos cargos, ya mencionados, que había ocupado durante el

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trascurso de mi carrera. Afortunadamente, un hecho no previsto, me permitió liberarme un poco de la rutina antes mencionada: recibí una invitación del gobierno israelí para visitar su país y algunas empresas radicadas en su territorio. Tanto Israel como esas empresas tenían relaciones comerciales muy activas con Venezuela y en general con Latinoamérica. Su creciente y pujante tecnología, en la fabricación de armamento y equipos militares en general, los había constituido en un abastecedor seguro y confiable, para satisfacer las demandas, de nuestro Ejército y de nuestras Fuerzas Armadas, en esos renglones. La invitación era extensiva a mi esposa Angelina y a mi ayudante personal Mayor Ramón Castillo Cegarra y a su esposa Morelia. El viaje contemplaba una visita a la hermosa ciudad de París, donde era necesaria una parada para continuar luego nuestro viaje, hacia Jerusalén, en una empresa aérea del país anfitrión. La pasantía en la Ciudad de las Luces, fue esencialmente de diversión y descanso. Tuvimos oportunidad de recorrer los hermosos lugares que ofrece esta bella Capital. El Paseo de los Elíseos, la Torre Eiffel, el Museo de Louvre, el Barrio Latino y otros impresionantes lugares, fueron objeto de nuestra corta visita. Tres días más tarde estábamos despegando hacia Israel, específicamente hacia el aeropuerto de “Ben Gourión”. A la llegada a este aeropuerto pudimos 295

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experimentar, personalmente, las estrictas medidas de seguridad aplicadas a toda nave aérea o pasajero que hace uso de sus pistas e instalaciones. Todos los pasajeros, incluyéndonos a nosotros mismos, fuimos sometidos a una fuerte y minuciosa requisa, tanto personal como la del equipaje que portábamos. Cumplidos estos requisitos de control, son compresibles desde todo punto de vista, por la situación de alerta en que vivía este conmocionado lugar del planeta. En esa época los actos de terrorismo, en contra del pueblo y gobierno de Israel, se repetían con frecuencia. En el grupo de recepción que nos esperaba a la salida de las oficinas de control y aduana, estaba un Capitán israelí quién por varios años había estado sirviendo en Venezuela, desempeñándose como Agregado Militar de su país. Este oficial sería mi acompañante permanente durante todo el tiempo de nuestra gira. Con este Capitán ya habíamos tenido relaciones profesionales en el pasado. Era una persona muy activa, atenta y servicial. Nos agilizó todos los problemas personales y oficiales que se nos fueron presentando en nuestra visita a esas tierras. Fuimos trasladados a la ciudad de Tel-Aviv hospedándonos en un hotel sencillo pero muy cómodo. Allí le fue presentada a Angelina una Capitana del Ejército Israelí, de ascendencia argentina. Ella sería su guía y acompañante durante todo nuestro trajinar por 296

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tierras de Israel. Al día siguiente, después de un breve descanso, comenzamos las actividades. Mi ayudante, Mayor Castillo y yo, fuimos trasladados a unas oficinas donde comenzaron una serie de largas exposiciones por parte de representantes de las diferentes empresas constructoras y distribuidoras de armamento y equipos militares. Mientras tanto Angelina, acompañada de Morelia, se ponía de acuerdo con la Capitana israelí que les había sido asignada, iniciaron su recorrido para visitar los Lugares Santos donde transcurrió la vida, pasión y muerte de Jesucristo. Para mí se había preparado un intenso programa a base de conferencias e intercambio de ideas sobre lo que las empresas israelíes ofrecían y que, hipotéticamente, podrían ser soluciones para las carencias tecnológicas y de equipamiento de nuestras diversas unidades militares. Se contemplaban también algunas visitas a fábricas, cuya producción estaba relacionada con el sector militar. Recibí valiosas informaciones, de carácter técnico y logístico, que me actualizaron sobre los últimos avances técnicos de sistemas y equipos militares de los cuales se requería, en nuestra Fuerza, para el entrenamiento de oficiales y tropas. Esta información también me serviría de apoyo para la preparación del informe, que a mi regreso, debería presentar al Comandante General del Ejército, General Luis Octavio Romero. En las visitas a algunas las 297

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de fábricas de armamento y equipos militares pudimos observar las construcciones milenarias de la vieja Jerusalén, salpicada ya por algunas edificaciones modernas que empezaban a modificar el paisaje urbano de la ciudad. Haciendo uso de datos aportados por la enciclopedia digital “Wikipedia” haré un resumen de la historia de esta “Ciudad Santa”. El origen de esta milenaria ciudad se remonta al siglo XI a.c., cuando el Rey David conquista la ciudad de Jebús, bastión del pueblo jebuseo. Dicha ciudad había sido fortificada con sólidos muros que la protegían de sus potenciales enemigos. Fue llamada, desde entonces, la “Ciudad de David””. Salomón, hijo de David, prolongó estos muros y construyó un templo que lleva su nombre. La ciudad tomó entonces el nombre de “Ciudad de Salomón”. En la Biblia se le conoce como “Ciudad de Jerusalén”. Muerto Salomón, el pueblo judío se divide y se forman los estados de Israel, capital Samaria, y de Judá, capital Jerusalén. En el año 587 a.c., la ciudad fue conquistada por el Rey Nabucodonosor y el Reino de Judá se transforma en una provincia más del Imperio Babilónico. En el 530 a.c., Ciro ll, Rey Persa, conquistó el Imperio Babilónico permitiendo el regreso de comunidades judías a Judá. Estas comunidades reconstruyen la ciudad y el “Templo de Salomón”. El año 332 a.c., Alejandro Magno conquista Persia, permaneciendo Jerusalén intacta. A la 298

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temprana muerte de Alejandro Magno, Judea y por tanto Jerusalén, son anexadas al Imperio Seléucida. Luego, el año 64 a.c., Cneo Pompeyo Magno, conocido como Pompeyo El Grande, derrota las tropas del Imperio Seléucida y Jerusalén es anexada al Imperio Romano. Durante la guerra judeo-romana, ocurrida el año 70 a.c., Jerusalén fue parcialmente destruida. Más tarde, Herodes el Grande, el año 21 a.c., reconquista la ciudad. El año 135 d.c., el Emperador Adriano reconstruye Jerusalén y expulsa a gran parte de los judíos, lo que se conoce como “La Diáspora”. Judea pasó a ser Palestina. Casi doscientos años después en el 326 d.c., siglo lV, el Emperador Constantino I, el Grande, convertido al cristianismo, ordenó construir la Iglesia del “Santo Sepulcro”. Con Constantino l, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, se convierte en la religión oficial del Imperio. Siglos después, en plena Edad Media, concretamente en el año 1095, se inician Las Cruzadas. Estas fueron una serie de guerras impulsadas por la Iglesia Católica para reconquistar la “Tierra Santa”, para entonces, bajo el dominio del Islam. En la Primera Cruzada Godofredo de Bouillón reconquista Jerusalén y crea el Reino del mismo nombre. En los años sucesivos, la ciudad pasó de manos de cristianos a musulmanes y viceversa. En el año 1244, siglo Xlll de nuestra era, el Emperador Saladino conquista definitivamente la ciudad. 299

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En el año de 1538, siglo XVl, Solimán El Magnífico levanta las murallas que han resistido el tiempo y que aún rodean a Jerusalén. Ésta continúa bajo dominio otomano hasta finales de la Primera Guerra Mundial. Tradicionalmente esta ciudad está dividida en cuatro Barrios: el musulmán, el judío, el cristiano y el armenio. Como consecuencia de la guerra árabe-israelí de 1948 la administración de Jerusalén Oeste pasó a ser gobernada por Israel. Jerusalén Este y la Ciudad Vieja, a su vez, pasaron a formar parte de Jordania. Luego en la guerra de los Seis Días, en el año 1967, Israel conquistó y anexó a su territorio la parte Jordana de Jerusalén. Las Naciones Unidas no reconocieron esta usurpación territorial y en diciembre, del año 2016, el Consejo de Seguridad de dicho organismo declaró a Jerusalén Este como “Zona Ocupada”. En esta Zona está incluida la Ciudad Vieja y los lugares religiosos: el Muro de los Lamentos y el Templo del Santo Sepulcro.

Volviendo a nuestra visita a la República de Israel, acompañado por mi ayudante el Mayor Castillo, continuamos en las reuniones con representantes de las empresas constructoras y vendedoras de armamento y equipos militares, ya citadas. Dichas empresas, conociendo de mis posibilidades para ocupar el cargo de Ministro de la Defensa en un futuro cercano, ponían

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especial énfasis en las conveniencias, para mi país, de adquirir cierto tipo de equipos militares de última tecnología. Yo estaba conteste de que Venezuela, que para esos momentos atravesaba una crisis económica bastante importante, no estaba en condiciones de adquirir equipos que no fuesen de urgente necesidad. Sin embargo, esta información pasaría a formar parte de mi bagaje de conocimientos sobre los nuevos adelantos en este tipo de mercado. Mientras yo estaba ocupado en estos menesteres, Angelina, mi señora y Morelia disfrutaban de su visita a los Lugares Santos. Esta visita se realizó de acuerdo a un programa, bastante flexible, acordado entre Angelina y su guía la Capitana María. Éste permitía que el itinerario, previamente modificado, era modificado según el interés y deseo que en Angelina y Morelia, despertara el sinnúmero de Lugares Santos que aparecían es su recorrido. Los lugares por ellas visitados, no en el orden que ellas lo realizaron sino, en el orden cronológico en que, según la tradición cristiana y según lo confirman los Sagrados Evangelios, se narran la vida, pasión y muerte de Jesucristo, fueron los siguientes:

Iglesia de la Anunciación: allí existe una gruta, lugar donde se dice el ángel Gabriel anunció a María el nacimiento de Jesús.

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Ciudad de Belén: Lugar de nacimiento de Jesús. Ciudad de Nazaret: lugar donde San José tenía su taller de carpintería. En este lugar se construiría posteriormente la Iglesia que lleva su nombre. Allí, en Nazaret, vivió y creció Jesús. Río Jordán: en este lugar situado al extremo sur del Mar de Galilea, donde desemboca el mismo, fue bautizado Jesús por Juan el Bautista. Monte de Zión: allí se efectuó la última cena y el posterior arresto de El Salvador por tropas del ejército romano. La Vía Dolorosa: contempla las XIV estaciones que conmemoran el camino que recorrió Jesús, cargando su pesada cruz, hasta llegar al sitio conocido como El Calvario o Gólgota, donde sería ejecutado. Poncio Pilatos, gobernador de Judea, lo había condenado ese mismo día a la pena de crucifixión. En este lugar sería construido, más tarde, el Templo del Santo Sepulcro. En este Templo existe una tumba vacía donde, según lo reseñan las Sagradas Escrituras, fue enterrado el cuerpo de Jesús. Monte de los Olivos: en su cima fue edificada la Iglesia de la Ascensión lugar donde, según testimonio de sus discípulos los Santos Apóstoles, Jesús ascendió a los cielos. Iglesia del Sepulcro de Santa María o Tumba de la Virgen María: se encuentra situada al pie del Monte de los 302

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Olivos. Estos, como ya señalamos, fueron los lugares visitados por Angelina y Morelia, durante cinco días de nuestra estadía en Israel, acompañadas siempre por la simpática y complaciente Capitana María.

Al final de mis entrevistas con los representantes de las empresas anfitrionas tendría la oportunidad de hacer, en solo tres días, ese mismo recorrido acompañado por Angelina, Morelia y el Mayor Castillo. Como corolario a nuestra gira recibimos, Angelina y yo una invitación del General Moses Leví del Ejército israelí, para reunirnos en su casa. Allí tuve la oportunidad de informarle sobre el objeto de nuestra visita y le presentamos un especial saludo a nombre del Comando del Ejército Venezolano. El General Leví, tenía su residencia en un “Kibutz”, cerca de Jerusalén. Estos Kibutz son lugares orientados para el desarrollo agrícola de la comunidad y existen desde principios del siglo XX. Como consecuencia de las guerras árabes-israelíes muchos niños de Israel quedaron huérfanos. Ellos encontraron un hogar en estos Kibutz donde compartían, junto a otros niños cuyos padres vivían en el propio Kibutz. El General Leví nos recibió en su casa donde disfrutamos de la compañía y las atenciones de él y de su esposa. Luego nos llevaron a dar un paseo por todas las dependencias del lugar. Nos llamó mucho la atención las “viviendas de los niños”.

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Desde la edad en que los niños podían valerse por sí solos, pasaban a vivir, separados de los adultos, en esas viviendas las cuales contaban con todas las facilidades. Además estaban adaptadas a su edad y tamaño. Los baños, dormitorios, comedores etc… estaban conformados por artefactos y mobiliarios, semejantes a los de los adultos, pero construidos en tamaños que les permitía utilizar los mismos sin necesidad de ayuda de los mayores. Era lo más parecido a una casa de muñecas. Hoy en día las costumbres han cambiado. Los niños que tienen a sus padres viviendo en los Kibutz conviven con ellos en sus residencias. Al cumplir la mayoría de edad, la mayoría de esos jóvenes, se van a las ciudades y hacen su vida independiente de la de sus progenitores. Para la época de los años ochenta existían, allí en Israel, cerca de doscientos Kibutz con una población de más de cien mil habitantes. Durante nuestra visita al comedor central del Kibutz, me llamó mucho la atención un señor quien, elegantemente vestido, manejaba un lavaplatos gigante donde todos los comensales iban depositando la vajilla utilizada en sus comidas. Le pregunté al General Leví quien era ese personaje. Me contestó que era el Presidente de la Corte Suprema de Israel, a quien ese día le tocaba “turno” para manejar el lavaplatos. Me explicó que para el desempeño de los diferentes oficios, dentro del kibutz, no existían excepciones y todos, por igual, 304

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estaban obligados a prestar estos servicios. También me informaría, el General Leví, que los miembros del Kibutz que desempeñaban trabajos fuera del mismo, estaban en la obligación de depositar sus sueldos en la administración de dicho organismo. Le pregunté que como hacia él para atender sus propias necesidades como transporte, conductor, personal de seguridad etc. y me respondió que existía un mecanismo administrativo que permitía que todas las necesidades de los miembros del Kibutz, relacionadas con el ejercicio de sus cargos, fueran cubiertas por la administración de la Organización. No importaba si estos gastos superaban el aporte del sueldo que el miembro hacía a la Comunidad. En esta “tournée”, por el Kibutz, visitamos también los campos agrícolas donde se cultivaba todo lo necesario para la alimentación de la Comunidad. En algunos casos los remanentes de estos productos eran vendidos, en la ciudad, contribuyendo así al sostenimiento de la Organización. Al concluir esta interesante visita nos despedimos y agradecimos, al General Leví y a su esposa, por todas las atenciones recibidas y por darnos oportunidad de conocer tan interesantes proyectos de convivencia comunitaria. Regresamos a nuestro hotel en Tel-Aviv y al día siguiente emprendimos el viaje de regreso a Caracas. Nos llevamos una grata impresión de la organización y el espíritu de superación observado en 305

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el Estado de Israel. En nuestra casa, en la Urbanización Miranda, nos reunimos con nuestros hijos Rubén Adolfo y Miguel Angel quienes ya andaban por los 15 y 13 años de edad, respectivamente. Con gran placer les relatamos nuestras experiencias durante el viaje realizado. Se interesaron, sobre todo, en las visitas que habíamos realizado a los Lugares Santos, y por la existencia y funcionamiento de los Kibutz. Pasamos horas deleitándonos con las narraciones sobre este viaje inolvidable. Revisamos las fotografías y demás recuerdos que habíamos traído de nuestro recorrido por Paris y por el Estado de Israel. Sus preguntas no se dejaron esperar. A esa edad la imaginación es muy fértil, lo que les hizo disfrutar de nuestra experiencia como si nos hubiesen acompañado en nuestra aventura. En cierto modo lo hicieron, porque durante nuestra andanza por esas tierras lejanas, ellos siempre estuvieron en nuestros pensamientos y en nuestros corazones, acompañándonos espiritualmente en nuestra travesía por el viejo continente. Para ese entonces, Angelina y yo, habíamos resuelto retirar la matrícula de nuestros hijos del Colegio de La Salle e inscribirlos en el Colegio “Los Arcos”, ubicado en la Urbanización “La Tahona”. El edificio donde funciona este instituto educativo había sido construido, años atrás, por padres de familia interesados en obtener para sus hijos un sistema 306

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educativo donde, además de la excelencia de la formación académica, se contemplara también la enseñanza y práctica de los valores ciudadanos, familiares y cristianos. En este colegio se practican los postulados establecidos por el fundador de la Prelatura del Opus Dei, San José María Escrivá de Balaguer. Allí profesores seleccionados, bajo estrictas premisas en cuanto a su formación académica y principios morales, asumen las funciones educativas que garantizan una educación integral de los alumnos, en un ambiente inspirado en las enseñanzas que dejó San José María. Reintegrado a mi trabajo, tuve una reunión con el General Romero para informarle de los pormenores de mi visita a Israel. En días siguientes, le pasé un informe escrito sobre la información obtenida en este viaje. Le hice énfasis en la calidad de los equipos y en las nuevas tecnologías que Israel había desarrollado en lo que se refiere a armamento, componentes electrónicos y demás productos exhibidos, en las reuniones con los representantes de las empresas anfitrionas. Aunque la economía del país no estaba muy boyante, y se hacía necesario un recorte en los gastos públicos, esta información nos serviría para determinar que adquisición era verdaderamente urgente y cuales podrían esperar para un futuro en que se observara un repunte de la economía del país. Hablando de este tema, la economía, 307

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un hecho trascendental ocurrió el 18 de febrero del año mil novecientos ochenta y tres cuando el presidente, doctor Luis Herrera Campíns, anunció al país una devaluación importante del bolívar, nuestra moneda nacional, frente al dólar estadounidense. El anuncio incluía, además, el establecimiento de un “Control de Cambio” para evitar la inminente fuga de capitales. Nuestra moneda tenía una historia de confiabilidad que había comenzado en la segunda década del siglo XX, bajo el gobierno del General Juan Vicente Gómez. Hasta el año mil novecientos cincuenta y nueve, el bolívar, se había cotizado en 3,35 bolívares por dólar. En ese año, durante el gobierno del señor Rómulo Betancourt, el bolívar sufrió una devaluación y se estableció en 4,50 bolívares por dólar estadounidense. En mil novecientos setenta hubo un repunte del bolívar y se ancló en 4,30. Así permaneció hasta esta fecha del anuncio del Presidente Herrera. Durante el período presidencial del señor Carlos Andrés Pérez el gasto oficial, destinado a grandes obras públicas, la situación económica del país se vio agravada por la caída del precio del barril de petróleo. En el año mil novecientos ochenta y uno los precios del barril de petróleo tienden hacia la baja. Después de rozar casi los cien dólares por barril, en los primeros años de la década de los ochenta, su precio comienza a bajar llegando en mil novecientos ochenta y 308

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seis a los treinta dólares por barril. Entre este año y mil novecientos noventa y nueve se mantiene entre los treinta a cuarenta dólares. A partir de mil novecientos noventa y nueve comienza una nueva alza del precio del barril petrolero. El año dos mil doce supera los ciento veinte dólares. En este último año juega nuevamente a la baja, alcanzando en el dos mil catorce un precio cercano a los sesenta dólares. Para tener una idea de cómo la baja de los precios del petróleo afecta el erario nacional, el año mil novecientos ochenta y uno, las exportaciones petroleras de Venezuela, generaban diecinueve mil trescientos millones de dólares. En mil novecientos ochenta y tres, esta erogación, bajó a trece mil quinientos millones de dólares. Esto representó una disminución del treinta por ciento de su valor, afectando sensiblemente la economía del país. A partir de este año de mil novecientos ochenta y tres el bolívar estaría sujeto a continuas devaluaciones. Al finalizar el período presidencial del presidente doctor Luis Herrera, el bolívar se estaba cotizando en 12,40 por dólar. Durante el gobierno del presidente doctor Jaime Lusinchi esta cifra llegó a 42,31 y en el gobierno del doctor Rafael Caldera ll llegó a los 649,30 bolívares por dólar. Con la llegada al poder del Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, en mil novecientos noventa y nueve, la tasa de cambio adquirió tremendas proporciones. Ya para el dos mil siete esa tasa 309

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se había situado en los 5.700 Bs/$ usa. En el año dos mil ocho Chávez decretó el “bolívar fuerte”, lo cual significaba una reconversión monetaria en la cual se dividía la moneda nacional, el bolívar, entre mil. O sea que el “bolívar fuerte” pasó a ser equivalente al 0,001 del bolívar original. En el dos mil doce la tasa de cambio se situó en 23.950 bolívares por dólar y en el dos mil trece llega a 64.100 Bs/$ usa. Toda esta fuerte devaluación del bolívar ocurrió a pesar de que, durante todos estos años, el precio del barril de petróleo tuvo una fuerte tendencia al alza llegando a alcanzar el precio del barril los 142 dólares. Al final del año dos mil ocho, hay una baja notable de este rubro descendiendo su precio a los 32.80 dólares. A partir del siguiente año los precios del petróleo recuperan terreno manteniéndose entre 60 y 80 dólares. En el 2020 los precios del barril vuelven a descender llegando a rozar los 20 dólares. El crecimiento de la deuda pública durante los trece años de gobierno de Chávez fue exponencial. Este incremento desproporcionado de la deuda, aunado a la pésima administración y corrupción en los manejos de los bienes del Estado Venezolano, hundieron la economía del país llevándola a sufrir la peor crisis de toda su historia. Al morir Chávez, el cinco de marzo del dos mi trece, asume la presidencia Nicolás Maduro. Su, también, pésima gestión administrativa y la corrupción galopante de sus 310

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propios familiares y de los funcionarios de su gobierno y de personas allegadas al mismo, han dado el “jaque mate” a la economía venezolana.

A medida que se acercaba el mes de julio, fecha en que tradicionalmente se efectúan los ascensos y consecuentes cambios en gran parte de los cargos existentes en las Fuerzas Armadas, aumentaban los rumores sobre la designación del próximo Ministro de la Defensa. Los candidatos más sonados, y con mayores posibilidades, éramos mi compañero de promoción General de División [Ej.] Ramón Eduardo Calderón Godoy, director de la Secretaría de Defensa de la Presidencia de la República, el General de Division [FAV] Oswaldo Plazola Gilly, Inspector General de las Fuerzas Armadas y yo que me desempeñaba como Jefe del Estado Mayor del Ejército. El 18 de junio se celebró una misa en la Catedral de Caracas para dar comienzo a la celebración del CLXll aniversario de la “Batalla de Carabobo”, hecho ocurrido el veinticuatro de junio del año mil ochocientos veintiuno, cuando el Ejército Patriota al mando del Libertador Simón Bolívar, derrotó a las tropas realistas al mando del General Miguel de la Torre. Este triunfo selló, en forma definitiva, la independencia de Venezuela del yugo del Imperio Español. A este acto religioso asistimos los oficiales del

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Alto Mando del Ejército, oficiales del Estado Mayor y diversos representantes de las unidades operativas de nuestra Fuerza. Concluida la misa se me acercó mi ayudante, el Mayor Ramón Castillo Cegarra, para participarme que se había recibido una llamada desde “La Casona”, residencia oficial del presidente de la República. Mediante esta llamada se me notificaba que debería presentarme, en dicha residencia, al Presidente Luis Herrera quien deseaba hablar conmigo. De inmediato abordé mi automóvil y le ordené al chofer que tomara rumbo hacia “La Casona”. Al llegar al lugar indicado, fui recibido por un oficial de la Casa Militar, quien me guio hasta una sala de recibo de la Residencia. Ahí esperé unos minutos hasta cuando apareció el Presidente. Lo saludé y le informé sobre los actos que se estaban efectuando con motivo de la celebración del aniversario de la “Batalla de Carabobo”. Durante varios angustiantes minutos, para mí, por la incerteza del motivo por el cual había sido llamado a la Residencia Presidencial, él abordó varios tópicos relacionados con nuestro Ejército y con nuestras Fuerzas Armadas. Al fin, pasado un cierto tiempo me dijo: “General supongo se imagina para que lo he llamado… quiero que usted sea mi próximo Ministro de la Defensa”. Emocionado, agradecí al Presidente la honrosa distinción y la confianza, en mi depositada, al designarme para este 312

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importante cargo. Acto seguido saqué de mi bolsillo una pequeña lista que había preparado, para el caso de que se confirmara mi nombramiento. Le propuse, entonces, que sometía a su consideración los nombres de los oficiales que, en mi opinión, debían constituir mi equipo de trabajo en el Ministerio de la Defensa. Ellos eran, General de Brigada José Humberto Vivas, Director General del ministerio; General de Brigada Silvio Mibelli Acuña, Director de Administración; General de Brigada José María Troconis Peraza, Director de la Secretaría General del Ministro y General de Brigada Efraín Vegas Echezuría como Jefe [encargado] de la Jefatura de la Guarnición de Caracas. En realidad a quien le correspondía ejercer esa jefatura era al propio Ministro de la Defensa, pero se había hecho costumbre designar a un oficial para que asumiera la misma, en nombre del Ministro. El Presidente aprobó estos nombramientos. Concluida nuestra entrevista, el Presidente me informó que, a continuación, saldría para asistir a la misa dominical de las doce, a celebrarse en la Iglesia de La Chiquinquirá, en la Urbanización “La Florida” y que a su salida de este acto religioso, anunciaría a la prensa sobre mi designación para el cargo de Ministro de la Defensa. Me despedí del Presidente y acompañado de mi ayudante, el Mayor Castillo, salí hacia la puerta principal de La Casona, donde me esperaba el carro protocolar 313

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asignado a la jefatura del Estado Mayor. Le di instrucciones al chofer para que me llevara a mi casa en la Urbanización Miranda. Durante el trayecto, de La Casona a mi casa, guardé absoluto silencio sobre la materia tratada con el Presidente. Estaba consciente de que mis acompañantes, el Ayudante, el conductor Mijares y el mismo Cabo escolta, estaban ansiosos por saber el resultado de la inesperada entrevista con el Presidente Herrera. Mijares era otro de los conductores que habían estado a mi servicio durante más de tres años. Yo había planificado que la primera en recibir la noticia de mi nombramiento sería Angelina, mi compañera de tantos años de lucha para labrar una carrera de la cual ambos nos sentíamos muy orgullosos. Ella había aportado mucho, para alcanzar esta meta, con las labores sociales desarrolladas en los diferentes Comités de Damas que había presidido con especial eficiencia, ganándose el respeto, el aprecio y la simpatía de quienes trataban con ella. A esto debo agregar que Angelina, con su inteligencia y su intuición natural, para dilucidar y analizar personas y hechos que se cruzaban en nuestro camino, siempre supo aconsejarme cuando recurría a ella en busca de apoyo para descifrar problemas que se me presentaban. Estaba consciente de que ella, como abogada y como abnegada esposa, podía tener ideas más claras que me ayudaran en la toma de 314

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algunas decisiones. Por estas, y otra razones, tenía que ser ella la primera en enterarse de mi reciente nombramiento. Llegamos a nuestra casa. Angelina, hermosa como siempre, esperaba ansiosa el resultado de mi entrevista con el Presidente Herrera. La abracé y le susurré en el oído: “soy el nuevo ministro”. Nos felicitamos mutuamente y celebramos, con sonrisas y abrazos, con quienes me acompañaban: Castillo, Mijares y el Escolta. Entramos a la casa para compartir la grata noticia con Rubén y Miguel Ángel. A continuación, en virtud de que ese mismo día se celebraba el “día del padre”, nos preparamos para ir al Hospital Militar donde se encontraba recluido, para hacerse algunos exámenes, mi suegro el Profesor Cosme Pérez Cuadrado. Queríamos visitarlo y darle, a él y a mi suegra Ángeles, la noticia de mi nombramiento. Al llegar al Hospital, y subir al piso donde se encontraba hospitalizado mi suegro, el personal médico y paramédico que encontraba en mi camino me saludaba con una sonrisa cómplice. Algunos inclusive se acercaron para felicitarme. La noticia ya había llegado al hospital. Los medios de comunicación habían publicado, minutos antes, las declaraciones del Presidente Herrera, en la cuales había anunciado mi nombramiento como su nuevo Ministro de la Defensa. Llegamos a la habitación donde se encontraba mi suegro y allí, junto con mi suegra Ángeles, nos dimos efusivos 315

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abrazos. Al regreso a nuestra casa, nos comunicamos con mis viejos, Toño y Dilia, con mis hermanos, sobrinos y demás familiares con quienes compartimos nuestro regocijo. Durante el día continuaron llegando cientos de llamadas de amigos para felicitarnos y desearnos éxito en el desempeño del cargo para el cual había sido designado. El resto del día estuvimos celebrando con algunos amigos, tanto el nombramiento como, el “día del padre”.

Al día siguiente, lunes, regresé a mi trabajo en la Comandancia del Ejército, donde recibí la felicitación del Comandante General Luis Octavio Romero y de algunos oficiales, suboficiales y personal civil que laboraba en esa Comandancia. Continuaron los actos alusivos a las efemérides con motivo del aniversario de la “Batalla de Carabobo”. Este año de mil novecientos ochenta y tres, estas celebraciones, al igual que las del cinco de julio, fecha del aniversario de nuestra independencia, las cuales tradicionalmente se realizaban en todas las guarniciones del país, se redujeron a actos muy sencillos. La razón principal, para esta alteración de la programación, era que el venidero próximo veinticuatro de julio se cumpliría el Bicentenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar. Por este motivo, para esos días venideros, se habían programado, solemnes actos

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conmemorativos de tan grandioso evento. Para dichas celebraciones habían sido invitados dignatarios del mundo entero, especialmente de Hispanoamérica, escenario donde había transcurrido, en gran parte, la epopeya heroica de nuestro Libertador. También estaba prevista la asistencia de Su Majestad Juan Carlos, Rey de España, y de los presidentes de las Repúblicas Bolivarianas. Así como también, de diplomáticos, políticos, intelectuales y militares de todo el orbe.

Los planes que marcarían mi actuación en el cargo ministerial, continuamente rondaban mi cabeza. Era necesario hacer algunos cambios en lo que, hasta el momento, había sido la política de mis antecesores, adaptando la misma a mi criterio personal, a fin de enfrentar las delicadas responsabilidades que el Presidente había puesto sobre mis hombros. Consideraba también, que sería necesario, entre otras cosas, hacer algunos nuevos nombramientos en el personal de mi entorno, oficiales que me ofrecieran absoluta confianza y eficiencia en el desempeño de sus respectivos cargos. Debía reflexionar sobre las designaciones para algunos cargos claves. Uno de ellos, por ejemplo, era el nombramiento del Comandante del Batallón “Caracas”. Esta Unidad tenía, para entonces, la responsabilidad de la seguridad personal del ministro y

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la de todos aquellos que trabajaban en el edificio ministerial. Otro nombramiento a realizar sería el de los ayudantes personales. Estaba estatuido que cuatro oficiales, preferiblemente con el grado de mayor, formaran el cuerpo de ayudantía del ministro. Lo acostumbrado, y lógico, era que se designara un ayudante por cada Fuerza. Esta materia sería tratada con los respectivos Comandantes del Ejército, la Marina, la Aviación y las Fuerzas Armadas de Cooperación, una vez me hubiese posesionado del cargo.

A fines de ese mes de junio salieron publicados, en Gaceta Oficial, los nombramientos hechos por la Presidencia de la República, para los cargos del Alto Mando Militar y de los cuatro Comandantes de Fuerza: Ejército, Marina, Aviación y Fuerzas Armadas de Cooperación. Estos se harían efectivos a partir del primero de julio, fecha en la cual seríamos juramentados para los mencionados cargos.

Buenos Aires, 9 de mayo del 2020

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