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LOS CISNES SALVAJES HANS CHRISTIAN ANDERSEN Ediciones elaleph.com

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  • L O S C I S N E SS A L V A J E S

    H A N S C H R I S T I A NA N D E R S E N

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    200 Copyright ww.el aleph.comTodos los Derechos Reservados

  • L O S C I S N E S S A L V A J E S

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    Hans Christian Andersen *

    Los cisnes salvajes

    Muy lejos de aqu, all donde vuelan las golon-drinas cuando entre nosotros es invierno, viva unrey que tena once hijos y una hija llamada Elisa. Losonce hermanos eran prncipes. Hasta cuando iban ala escuela llevaban una chapa de brillantes en el pe-cho y la espada en la cintura. En vez de usar piza-rras, escriban en tablitas de oro puro, con lpices depunta de diamante. Memorizaban muy bien sus lec-

    * Hans Christian Andersen nace en 1805 en Odense, capi-tal de la isladanesa de Fionia. Emigra a Copenhague en la adolescencia e inicia unpenoso peregrinaje en busca de trabajo, guiado siempre por su pasin porel teatro. Obtiene una beca real para cursar los estudios secundarios y en1828 ingresa en la Universidad de Copenhague. Comienza entonces sularga serie de publicaciones Fodreise, Digte, las Skyggebilleder, que publi-ca luego de sus viajes a Alemania, Suiza, Francia e Italia, y una novela degran xito, Improvisatoren. En 1835 comienza a publicar las primerasfbulas de la coleccin Eventyr og historier, y ms adelante dedica a losnios las Eventyre fortalte for boern y el Belledbog uden Billeder. Sufamosa autobiografa, Mis livs Eventyr, es de 1855. Muere en Rolighed en1875.

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    ciones y lean perfectamente en voz alta. Sin exage-rar, el maestro poda proclamarlos genios en ciernes.

    Elisa no iba a la escuela, se quedaba en el pala-cio, casi siempre sentada en un banquito de cristal deroca, observando las lminas que haban dibujadopara ella los artistas ms importantes del reino, y cu-yo valor equivala al de un magnfico palacio y todauna rica extensin de prados y bosques.

    Los nios vivan, pues, muy felices, pero desgra-ciadamente esa felicidad no dur. Su padre, el rey,contrajo segundas nupcias con una princesa muyhermosa pero de un carcter diablico, que, de in-mediato y sin ocultarlo, aborreci a los pobres nios.

    Mientras en el palacio se celebraban jubilosa-mente las bodas, los nios jugaban al juego de lasvisitas y a tomar el t. Otras veces les daban paraeste luego todos los pasteles, dulces y frutas que ha-ban quedado en la mesa; pero, esta vez, su madras-tra slo les ofreci un plato lleno de arena.

    -Puesto que se trata de un juego -dijo-, puedenimaginar que esta arena representa toda clase de go-losinas.

    A la semana siguiente la madrastra envi a laprincesa a vivir con unos pobres campesinos. Encuanto a los prncipes, tanta calumnia cont al rey

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    acerca de ellos que ste los consider perversos, nose ocup ms de ellos y ni siquiera quiso volver averlos.

    Entonces la malvola reina, que conoca los se-cretos de la magia, les hizo un sortilegio y, respetan-do las reglas de la hechicera, les dijo:

    -Vuelen lejos de aqu, procrense el sustento,convirtanse en grandes pjaros silenciosos.

    Sin embargo, no pudo hacerles tanto dao comohabra deseado; los prncipes se transformaron enmagnficos cisnes salvajes. Lanzando un grito singu-lar salieron por las ventanas del palacio, atravesaronel parque y llegaron al campo.

    Al alba pasaron por encima de la cabaa que ha-bitaba su hermana Elisa. En aquel momento stadorma profundamente, y no lograron despertarlapor ms que batieron ruidosamente las alas durantelargo rato. El hechizo los obligaba a alejarse. Ele-vndose hasta las cumbres volaron lejos, muy lejos,hasta una gran selva sombra que lindaba con elocano.

    Cuando Elisita se despert, sali de la choza pa-ra recoger flores y hojas, que eran ahora sus nicosjuguetes. Con una espina agujere una hoja verde yse entretuvo mirando el sol a travs del diminuto

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    agujero. Crey ver entonces los grandes ojos claros ybrillantes de sus hermanos y crey sentir sus besoscuando la brisa le acarici las mejillas. Ese recuerdollen la monotona de sus das.

    Elisita fue creciendo y lleg a ser una encantado-ra criatura

    Cuando el viento atravesaba el jardn cercano,les susurraba a las rosas:

    -Hay algo en el mundo ms hermoso que uste-des?

    -Elisa es ms hermosa -contestaban las rosas,menendose en sus tallos.

    El domingo, la buena campesina que cuidaba aElisa lea frente de su puerta el libro de horas; elviento volviendo las hojas. les deca:

    -Seguramente no hay nada ms piadoso que us-tedes.

    -Elisa es ms piadosa -responda el libroY lo dicho por las rosas y por el libro era la pura

    verdadCuando la princesa cumpli quince aos la vol-

    vieron a llevar al palacio y, al ver la madrastra cmoresplandeca la hermosura de la joven, su odio con-tra ella se acrecent. Habra querido transformarlade inmediato en cisne, como a sus hermanos, pero

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    no se atrevi: el rey haba dicho que tena muchasganas de volver a ver a su hija.

    Al amanecer, la malvada reina entr en la saladel bao construda en mrmol rosado y rodeada demullidos almohadones y riqusimas alfombras; ensus brazos llevaba tres horribles sapos. Besndolos,le dijo al primero:

    -Cuando Elisa venga a baarse, te pondrs en-cima de su cabeza, para que se vuelva tan estpidacomo tu.

    Al segundo le orden que saltase al rostro de laprincesa, para que sta se transformara en un serhorrible como l y que ni su propio padre pudiesereconocerla.

    -T -le dijo al tercero- colcate sobre su cora-zn, para que sus pensamientos se tornen perversosy la inciten a hacer dao: pero, como ser tonta, nolo lograr y esto redundar en perjuicio suyo.

    Luego arroj a los animales en el agua limpia,que al instante tom un tono verdoso. Entonces fuea buscar a Elisa y le orden que se baase. Obedecila princesa y tambin los sapos hicieron lo que se leshaba ordenado.

    Al zambullirse la joven, uno se le meti entre loscabellos, otro se le pos en la frente y el tercero, en-

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    cima del seno. Sin embargo, la princesa no parecinotar su contacto, y cuando emergi del agua se en-cendan en ella tres amapolas rojas.

    Si los animales no hubieran sido venenosos y nolos hubiera besado la reina maga, se habran conver-tido en magnficas rosas. Pero era forzoso que sevolviesen flores, ya que haban tocado a la princesa ysta era demasiado inocente, demasiado piadosa: lamagia no tena poder sobre ella

    Cuando la diablica reina vio esto, frot a Elisacon el jugo de la corteza de una nuez verde hastaennegrecerle el cutis, luego le barniz el rostro conuna pomada que contraa las facciones y desordensus hermosos cabellos. La bella princesa pareca asuna fregona.

    En este estado la llev junto al rey. Este quedhorrorizado y declar que aqulla no poda ser suhija. Nadie la reconoci en el palacio, salvo un perroguardin y tambin algunas golondrinas, cuyos ni-dos, suspendidos en las columnas del palacio, laprincesa haba salvado de la destruccin cuando erauna nia. Pero se trataba slo de pobres animales,que no tenan voz ni voto.

    Al ver que su padre renegaba de ella, la desgra-ciada Elisa comenz a sollozar. Slo le quedaba una

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    esperanza: sus hermanos, que, segn le haban di-cho, haban partido sin que nadie pudiese deciradnde. Llena de angustia la princesa huy del pala-cio y, caminando todo el da a travs de campos yprados, lleg por la tarde a una inmensa selva. Habamarchado al azar, dicindose que finalmente acaba-ra por dar con sus hermanos: sin duda alguna tam-bin ellos recorran el mundo.

    Pronto lleg la noche y Elisa anduvo un ratoms, pero, al perderse toda huella del camino, seacost sobre una alfombra de musgo y, despus derezar sus oraciones, apoy la cabeza sobre un troncoy se durmi.

    El silencio era total y la brisa suave: centenaresde lucirnagas brillaban con verde fulgor en las yer-bas y en los matorrales.

    Durante toda la noche Elisa so con sus her-manos; los vio como eran en un tiempo, pequeitos;luego de haber jugado con ella la acompaaban paraobservar las magnficas lminas que tanto habancostado. Tambin escriban en sus tablitas de oro,pero no palotes como antes, sino el relato de todo loque haban visto y de sus propias hazaas. Todas lasfiguras de las lminas se animaban; los hombres ylos animales pintados se salan del dibujo y cantaban

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    y bailaban para gran alegra de Elisa y de sus herma-nos, pero, a medida que ellos daban vuelta las hojas,se volvan a colocar en la lmina de un brinco, teme-rosos de perder su sitio.

    Cuando Elisa despert, el sol ya estaba muy alto,pero las tupidas ramas de los rboles le impedanverlo, pues formaban un dosel sobre su cabeza; losrayos que se filtraban pintaban las hojas de oro ma-te; los perfumes de la selva embalsamaban el airepuro. El canto de los pjaros resonaba por doquiery, cuando stos callaban, Elisa oa el suave susurrodel agua de algunos arroyos que se deslizaban haciael lago.

    Siguiendo el curso de uno de ellos, la princesalleg a orillas del lago; a su alrededor se alzaban sau-ces y juncos, excepto en un lugar, donde los ciervoshaban abierto un claro para poder beber. Elisa paspor l y vio a sus pies un agua clara y, en el fondo,una arena muy fina. La superficie del lago era tersacomo un espejo; camas y hojas se reflejaban en ella,configurando el paisaje mas encantador que sea po-sible imaginar.

    De pronto Elisa vio su propia imagen en lasaguas del lago; tan negra y espantosa que se asustmuchsimo. Tom entonces un poco de agua en sus

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    manos y se lav con ella el rostro, al instante apare-ci de nuevo todo el brillo de su blanqusimo cutis.Luego se ba y, cuando sali del agua, pein susdorados cabellos, volviendo a ser una maravilla dehermosura.

    Sin direccin fija sigui andando por la selva;pensaba que el Seor no la abandonara y que lepermitira reencontrarse con sus hermanos. Enefecto, Dios, que hace nacer las pias silvestres paralos que tienen hambre, hizo que Elisa viera un rbolcuyas ramas doblaba el peso de la fruta. Esta fue sucomida. Buena y compasiva como siempre, Elisabusc algunas ramas muertas, con ellas apuntal lasque amenazaban romperse y sigui caminando.

    As lleg al punto ms oscuro de la selva. El si-lencio era tal que oa claramente hasta el crujido quehaca la ms diminuta hoja seca que pisaba. No ha-ba ningn pjaro. La luz del sol no se filtraba a tra-vs de las hojas, enlazadas en inextricable confusin.Los grandes rboles estaban tan apiados que, desdelejos, semejaban una verja.

    Hasta este momento, el ardiente deseo de en-contrar a sus hermanos le haba dado valor; peroaquella oscuridad, aquella triste soledad la asustaronmucho. Al llegar la noche ya no haba ninguna lu-

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    cirnaga. Desconsolada, la nia se acost en el suelopara tratar de dormir. En su sueo crey ver que elomnipotente entreabra el follaje que le ocultaba elcielo, que la miraba con infinita bondad y que losngeles revoloteaban alrededor de ella y le sonreanamistosamente.

    Este sueo le dio tanto nimo que al despertarpens si no se habra tratado de una aparicin real.

    Continuo su camino y despus de un tiempo en-contr por fin a un ser humano, una anciana conuna canasta llena de murtones, que le ofreci a Elisa.Elisa acept y le pregunt a la viejita si no habavisto nunca en la selva a once prncipes, todos muyhermosos.

    -No -respondi la anciana-, pero ayer vi oncecisnes con coronas de oro en la cabeza que nadabanpor el ro que corre cerca de aqu.

    Y acompa a Elisa hasta una cuesta, a cuyo piese deslizaba un riachuelo; los sauces y los alisos quecubran las orillas unan sus ramas en lo alto.

    Elisa se despidi de la anciana y sigui el cursodel riacho hasta llegar a la playa que desaguaba en elmar. Ante sus ojos se extendi la inmensidad delocano pero no se divisaba ni una barca ni una vela.Como hara para ir ms all?

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    Sobre la arena de la playa haba gran cantidad deguijarros alisados y redondeados por el agua. Todolo que se vea, el hierro, el cristal, los materiales msduros, haban sido pulidos, modelados por el agua,que era mas suave que las delicadas manos de la jo-ven.

    -Comprendo esta leccin -se dijo-. El esfuerzoincesante acaba por vencerlo todo; no hay durezaque el tiempo no ablande. Voy a hacer como lasolas, y buscar sin pausa y acabar por encontrar amis hermanos, me lo dice el corazn.

    De pronto, entre las matas distingui plumas decisne; cont once, las reuni y form un ramillete.Brillaban en ellas gotas de roco o eran lgrimas?

    No haba ningn ser viviente en la playa, peroElisa no se senta sola, tan asombrosos son los cam-bios que ofrece el mar. En eso el cielo se cubri y elmar se torn oscuro, el viento sopl con violencia ylas olas se coronaron de espuma. A la cada del sollas nubes tomaron un tinte prpura y ces la tem-pestad, el inmenso manto de agua pareca una gi-gantesca mole de mrmol rosa, luego una esmeralda.Ya no corra ninguna brisa, pero la masa de aguasuba y bajaba como el pecho de un nio dormido.

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    Elisa haba quedado extasiada ante este espect-culo. En el preciso momento en que iba a ocultarseel sol vio volar por el aire en direccin a la tierra aonce cisnes con coronas de oro en la cabeza: iban enfila y semejaban una ondulante cinta blanca. Elisa seocult detrs de la maleza. Los cisnes bajaron muycerca de donde ella estaba y batieron ruidosamentelas alas en seal de contento.

    En cuanto desapareci el sol cayeron al suelotodas las plumas, y Elisa vio a los once prncipes, susqueridos hermanos. Lanz un grito: senta que eransus hermanos por mucho que hubiesen crecido ycambiado desde que ella los dejara de ver. Corrihacia ellos y los abraz, llamando a cada uno por sunombre. Los prncipes reconocieron a su adoradahermanita. Cunta alegra, cuntos besos! Rean ylloraban al mismo tiempo. Despus que ella les hubocontado cmo haba llegado hasta all, ellos le expli-caron en qu consista el sortilegio al que los habacondenado la prfida madrastra.

    -Mientras brilla el sol -dijo el mayor- todos no-sotros tenemos la forma de cisnes salvajes pero, encuanto el sol se pone, volvemos a ser hombres. Poreso debemos asegurarnos de estar en tierra cuando

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    cae el sol; si estuvisemos volando por las nubes nosprecipitaramos abajo.

    No es aqu donde habitamos sino en un magn-fico pas del otro lado del mar. La travesa es muylarga y exige dos das completos de vuelo veloz. Enel camino no hay ni una sola isla para detenerse apasar la noche, pero justo en la mitad se alza unarrecife solitario que emerge de las olas, lo bastantegrande como para albergarnos a todos, si nos apre-tamos unos contra otros. Si el mar est embravecidolas olas nos rocan de espuma. Sin embargo, estamosagradecidos a Dios por haber dejado subsistir estaroca, pues sin ella no podramos regresar a nuestrapatria. Aun as tenemos que elegir los das ms lar-gos del ao para hacer la travesa.

    De modo que no podemos venir sino una vez alao, y slo por once das. Volamos por encima de lagran selva que atravesaste y contemplamos desdelejos el palacio en el que nacimos y donde an vivenuestro padre, y la torre de la catedral, en la que re-posa nuestra madre.

    Los rboles y las flores son muy inferiores a losde la comarca en la que vivimos pero para nosotroses un placer volverlos a ver; nos encanta or a loscarboneros cantar en la selva las viejas canciones que

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    nos hacan bailar en nuestra infancia; seguimos conlos ojos los potros que corren por los prados comohacamos nosotros cuando ramos nios.

    En una palabra, es nuestra querida patria; pero,sobre todo, hermanita, slo aqu tenarnos probabi-lidades de encontrarte.

    Hace diez das que llegamos y slo nos resta unoantes de la partida. Cmo llevarte con nosotros?No tenemos barco ni lancha.

    -Y yo -dijo Elisa- cmo podra hacer para rom-per el hechizo que pesa sobre ustedes?

    Hablaron hasta muy entrada la noche; por fin,rendida de cansancio y muy a su pesar, Elisa se dur-mi. El batir de alas la despert; sus hermanos erannuevamente cisnes. Se elevaron describiendo un cr-culo y al cabo desaparecieron. Pero el ms joven sequed y pos su cabeza sobre el regazo de su her-mana, que le acarici las alas; aunque el cisne no po-da hablar, ambos se entendieron perfectamentedurante todo el da. Por la tarde regresaron los de-ms y al caer el crepsculo recuperaron la formahumana.

    -Maana nos marcharemos -dijo el hermanomayor- y no podremos regresar antes de un ao.Pero no queremos abandonarte. Seras capaz de

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    venir con nosotros? En este momento en que soyun nombre, yo solo podra llevarte en mis brazos atravs de la selva, tan frgil y delicada eres. Y cuandoseamos cisnes podremos alzarte entre todos con lasalas y llevarte a travs del mar.

    -Qu alegra! -dijo Elisa-. Ir con ustedes a to-das partes.

    Y se pasaron la noche tejiendo una hamacagrande y slida con mimbres y juncos. Elisa se ins-tal en ella y, al salir el sol, en cuanto los hermanosvolvieron a convertirse en cisnes, tomaron la hama-ca con sus picos y se elevaron hasta cerca de las nu-bes llevando a su hermanita todava dormida. Unode los cisnes se mantuvo volando sobre la cabeza deElisa para protegerle los ojos del sol y cubri consus alas el rostro de la hermana. Ya estaban muy le-jos de la tierra firme cuando se despert Elisa: en elprimer momento crey que segua soando, al sen-tirse mecida blandamente por los aires. A su ladotena una rama de rbol repleta de sabrosos frutos yun manojo de races nutritivas. Las haba recogido elhermano menor, pensando que Elisa tendra hambreen el camino, y era l el que ahora volaba sobre sucabeza para protegerla del sol con las alas. Por ms

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    que todos fuesen parecidos, la joven lo reconoci yle sonri con tierno agradecimiento.

    Tan alto volaban que los buques ms grandesparecan gaviotas bandose en las olas. En un mo-mento dado una nube qued detrs de ellos, comouna montaa; Elisa vio su sombra y la de sus her-manos reflejadas en ella con proporciones gigantes-cas y el espectculo la distrajo mucho. Pero un soplode aire disip la nube y con ella el espectculo.

    Los cisnes volaron durante todo el da; las alashacan el ruido de una nube de flechas cortando elaire. Sin embargo, como llevaban, a la hermana, noiban tan de prisa como de costumbre. Llegaba lanoche y Elisa vea con alarma que el sol se pona yque no se divisaba aun el arrecife solitario en el quedeban pernoctar.

    Le pareci que los cisnes redoblaban el batir delas alas.

    -Yo soy la culpable de su retraso -se dijo-. Si nollegamos a la roca antes de que el sol se oculte van acaer al mar y morirn irremisiblemente.

    Y desde el fondo del alma elev una fervorosaoracin al Dios misericordioso. Pero la pea savado-ra continuaba invisible, y la tempestad que haba es-tallado a sus espaldas se les aproximaba. Las nubes

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    formaban una enorme mole negra y gris sucio, comode plomo derretido, de la que partan luminosos re-lmpagos.

    El sol ya haba llegado al nivel de las aguas Elcorazn de Elisa se llen de angustia. Les cisnescomenzaron a descender tan velozmente hacia elmar que la joven se sinti caer. Luego quedaron unmomento suspendidos en el aire y por fin se divisel arrecife, que no pareca ms grande que la cabezade una foca saliendo del agua. El sol segua descen-diendo; slo se vea una partcula grande como unaestrella y fue entonces que Elisa sinti que tocabantierra Los ltimos fulgores del sol se apagaron comose apagan las pavesas de un papel consumido por elfuego.

    Volvi a ver a sus hermanos recuperar su formahumana mientras se apretaban a su alrededor sobrela estrecha roca donde slo haba lugar para ellos.Las olas, al estrellarse violentamente contra el arreci-fe, se levantaban en gotas que pasaban por encimade sus cabezas.

    Los haba atrapado la tempestad. Las nubes es-taban enrojecidas e inflamadas. El fragor del truenoera tal que dominaba el furioso oleaje. Elisa y sushermanos se daban las manos y cantaban salmos

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    invocando la ayuda de Dios contra la furia de loselementos

    Al amanecer !a tempestad haba calmado. El ai-re era fresco y puro. Apenas sali el sol, los prnci-pes, transformados en cisnes, se elevaron llevandocon ellos a Elisa, como haban hecho el da anterior.El finar segua agitado a pesar de la calma del vientoy, vista desde arriba, la espuma blanca produca elefecto de centenares de cisnes nadando sobre lasolas verdes.

    Cuando se levant el sol, Elisa divis un vastopas montaoso: brillantes masas de hielo cubran lasrocas, y se alzaba un palacio inmenso, cuya fachadamedia una legua y estaba formada por una serie dearcadas y columnas que se superponan en formamuy extraa. A su alrededor brotaban bosquecitosde palmeras y flores grandes como ruedas de moli-no.

    La princesa crey que aqul era el pas al que sedirigan y se mostr muy contenta. Pero los cisnesmovieron las cabezas dicindole que no. En efecto,aquello no era sino la magnfica y siempre cambiantemorada del hada Morgana, en la que jams habapenetrado ningn ser humano. De pronto monta-as, palacio y bosques se deshicieron en el aire y fue-

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    ron reemplazados por veinte catedrales gigantescas,todas parecidas. Sus torres se elevaban hasta las nu-bes ms altas. Elisa crey or un rgano, pero era elruido de las olas que haban recuperado su ritmoregular. Se habra dicho que alguien haba desvane-cido con un soplo los soberbios edificios. Nuevocambio de decorado: y pareci adelantarse una granflota, con las velas al viento, pero tambin ella desa-pareci

    As, distrada continuamente por estos asombro-sos espectculos, Elisa acab por divisar el pas alque se dirigan.

    Verdes colinas cubiertas de cedros y otros rbo-les perfumados circundaban los valles ms frtilesque pueda uno imaginar, cuajados de pueblos y dequintas, sobre un fondo de erguidas montaas quese recortaban contra el pursimo azul del cielo.

    Esta vez bajaron a tierra un coco antes de la ca-da del sol; los cisnes colocaron a Elisa sobre unaroca cubierta de musgo frente a una gran cavernaadornada con plantas trepadoras, cuyo interior esta-ba dispuesto para ser habitado. All entraron losprncipes en cuanto recuperaron la forma humana.

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    -Quin sabe que soars esta noche despus delas emociones del viaje! -le dijo a Elisa el hermanomenor

    -Ojal que el cielo me conceda -respondi ella--un sueo que me instruya sobre el modo de liber-tarlos del hechizo.

    Elisa suplico con fe a Dios que la amparase ytanto la absorbi esta idea que, aun dormida, seguarezando. Le pareci que los cisnes volvan a arreba-tarla por el aire y que llegaba al esplndido palaciodel hada Morgana. El hada le sala al encuentro,hermosa y resplandeciente de juventud eterna, perocon rasgos que recordaban mucho los de la viejitaque le haba regalado murtones en la selva y le habacontado acerca de los once cisnes con coronas deoro.

    En respuesta al pensamiento de Elisa el hada ledijo.

    -Es posible libertar a tus hermanos del hechizo,pero crees que tendrs el valor y la perseveranciaque hacen falta? Me dirs que el agua del mar, a pe-sar de ser ms suave que tus manos, moldea las pie-dras ms duras. Pero el agua no siente los doloresque sentirn tus pobres dedos; el agua no tiene un

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    corazn para sufrir las angustias y los pesares quetendrs que soportar t.

    Ves esta ortiga que tengo en la mano? Hay mu-chas como sta en los alrededores de la cavernadonde vives; slo esta especie y la que brota sobre!as tumbas en los cementerios pueden serte tiles.Recurdalo. Tendrs que recoger grandes cantidadesy tus manos se cubrirn de llagas y de heridas ar-dientes y dolorosas. Al triturar fuertemente con tuspies la planta obtendrs un buen camo. Con ltejers tnicas de mangas anchas y. cuando estnterminadas, las echars sobre los cisnes y el hechizose romper al instante.

    Pero prnsalo bien: desde el comienzo y hasta elfinal de tu tarea no podrs pronunciar ni una solapalabra, ni siquiera una slaba, aunque pasen aos.De lo contrario, el primer sonido que salga de tuboca herir como un pual el corazn de todos tushermanos. La vida de ellos depende de tu silencio.Medita en todo lo que te he dicho.

    Al decir estas palabras, el hada agit en su manola ortiga, que fulgur como una antorcha. El brillodeslumbr a Elisa, que se despert. Era un da desol. Junto a ella brotaba una planta de ortigas pareci-da a la que haba visto en sus sueos. Se arrodill y

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    dio gracias a Dios por haber escuchado sus plega-rias. Luego sali de la caverna decidida a dar co-mienzo a su trabajo.

    Encontr unas enormes matas de ortigas y lasfue arrancando con sus delicadas manos. Le parecique tocaba fuego manos y brazos se le cubrieron degrandes ampollas; le arda la piel. Pero sufra conalegra pensando que as podra romper el encantoque haca desdichados a sus hermanos. Luego dearrancar las hojas, tritur los tallos con los pies des-nudos, que tambin se le inflamaron. Con los fila-mentos empez a tejer la primera tnica.

    Al caer el sol volvieron los hermanos y le pre-guntaron si no se haba aburrido, qu haba hecho yqu haba visto. No hubo respuesta a sus preguntas.Los prncipes se asustaron creyendo que se tratabade un nuevo hechizo de la malvada madrastra, Perocuando vieron sus manos y la tnica comprendieronla tarea que haba emprendido la joven para liberar-los del encanto. El ms joven, llorando, bes esasmanos llagadas y en el lugar donde caan sus lgri-mas desaparecan las heridas.

    Elisa sigui trabajando hasta bien entrada la no-che; no deba dejar que su nimo decayese hasta noconcluir la tarea.

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    Por la maana los cisnes volvan a levantar vue-lo. Elisa quedaba sola, pero, lejos de aburrirse, el dale pareca corto. Ya tena una tnica terminada y ha-ba comenzado la segunda.

    De pronto son un cuerno en la montaa y Eli-sa se llen de miedo. El sonido era cada vez mscercano. Oy los ladridos de la jaura. Temblando deansiedad, se ocult en la caverna, at las ortigas quehaba arrancado y aplastado y se sent encima. Pocodespus lleg un perro enorme a la entrada de lagruta, seguido de otros. Ladraban con furia. Se fue-ron y regresaron luego con los cazadores. El mshermoso de ellos era el rey de ese pas.

    El joven se acerc a Elisa y pens que era la jo-ven ms encantadora y atractiva que hubiese cono-cido nunca.

    -Cmo llegaste a esta soledad, hermoso ngel? -le pregunt.

    Elisa mene la cabeza, ya que ni poda pronun-ciar ninguna palabra: estaba en juego la vida de sushermanos. Esconda las manos debajo del delantalpara que el rey no viese lo feas que estaban.

    -Ven con nosotros -dijo el rey-, ste no es lugarpara ti. Si eres tan buena como encantadora, te vesti-r con trajes de seda y terciopelo y colocar en tu

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    frente una corona de oro. Sers la reina de este mag-nfico pas y vivirs conmigo en el palacio.

    La tom con dulzura y la coloc en la grupa desu caballo. Elisa lloraba y se retorca las manos, co-mo suplicndole, pero el rey le dijo:

    -Slo quiero tu felicidad; algn da me dars lasgracias.

    Al caer la tarde divisaron la capital del reino consus cientos de torres, cpulas y templos. E rey entren el patio del gran palacio; baj a Elisa del caballo yla gui por salas de mrmol frescas por el agua delos surtidores, con paredes fulgurantes de soberbiosmosaicos. Elisa no miraba nada. La magnificencia delas habitaciones que le destinaron la dejaban insensi-ble. No poda dejar de llorar su desconsuelo. Dejque las damas de honor la vistieran con trajes realesy le adornaran los cabellos con perlas y diamantes ycubrieran con guantes sus manos, llagadas por lasortigas. Cuando apareci en la corte con ese vestidolujoso, refulga como una estrella y toda lo eclipsabacon su estupenda belleza. Los cortesanos hicieronuna reverencia a su dulce Majestad y el rey la nom-br su prometida. Sin embargo el gran sacerdotemova la cabeza y murmuraba al odo del rey que esahada del bosque era con toda seguridad una hechice-

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    ra, que el brillo de su belleza era slo ilusin y fanta-sa y que lo que ella deseaba era dominar el corazndel rey para ejecutar sus malos propsitos.

    El rey no dio crdito a estas sospechas y mandque tocasen cuernos y atabales. Se sentaron a la me-sa donde se sirvieron los manjares ms finos y deli-cados en vajilla de oro y plata. Encantadorasbailarinas danzaron con gracia. Pero Elisa no parti-cipaba en nada; no sonri ni un sola vez. Seguatriste como la estatua del dolor. La pasearon por jar-dines maravillosas que exhalaban exquisitas fragan-cias y conoci nuevos salones mejor adornados anque los otros. Per sus ojos no se alegraban con tantabelleza.

    La llevaron, entonces, al departamento en quehabra de vivir; era una habitacin deliciosa algosombra, que el rey haba hecho cubrir con tapicesverdes para que se asemejara a la caverna; en el sueloestaba el camo de ortigas y en la pared colgaba latnica terminada. Uno de los cazadores haba reco-gido todo eso por curiosidad y tambin para gran-jearse la simpata de la futura reina.

    -Aqu -dijo el rey- puedes imaginar que vives anen la gruta de donde vienes. Este es el trabajo al que

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    te dedicabas. El recuerdo de tu pasado ser grato enmedio de las riquezas que te rodean.

    Al ver lo nico que poda conmover su corazn,Elisa sonri y se le ilumin el rostro. La sangre seagolp en las mejillas, que haban estado hasta en-tonces plidas de tristeza.

    Agradecida, bes la mano del rey. El slo pensarque podra seguir trabajando por la libertad de sushermanos la transformaba. Creci entonces la admi-racin de los asistentes y el rey fij el solemne da enque debera realizarse la boda. Las campanas, lanza-das a todo vuelo, anunciaron que la hermosa jovenmuda, la hija de la selva, sera la reina del pas msesplndido del mundo.

    Siempre hostil, el gran sacerdote segua murmu-rando palabras de desconfianza en el odo del reypero no consegua que alcanzasen su corazn.

    Lleg por fin el da de la boda y se celebr unagran fiesta, El gran sacerdote ci la frente de lanueva soberana con la corona real y, como estabadisgustado, quiso lastimarla hudindosela en las sie-nes. Pero Elisa apenas si sinti dolor; slo su cora-zn sufra por no saber qu haba sido de sushermanos.

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    El rey haca todo lo posible por animarla y lebrindaba las ms delicadas atenciones para distraerlade su tristeza. Elisa se daba cuenta de esto y se loagradeca con miradas dulces. Cada da lo querams. Cmo habra deseado poder confiarle su dolory su martirio!

    Pero no deba pronunciar ni una sola palabra; delo contrario, sus hermanos estaran perdidos. Debamantenerse muda y concluir su tarea antes de profe-rir siquiera una exclamacin.

    Durante la noche se levantaba y se deslizabahasta la habitacin que se pareca a la caverna paracontinuar con su obra. Adelantaba mucho: ya habaterminado seis tnicas. Pero al comenzar la sptimanot que se le estaba por acabar el camo.

    No poda regresar a la caverna, pero el hada lehaba dicho que tambin podan servir las ortigasque crecan en las tumbas. Tena que arrancarlas ellamisma y no saba cmo hacer.

    -Qu significa -se dijo- el dolor y el ardor demis manos frente a la angustia que martiriza mi co-razn? Ya no resisto ms. Debo arriesgarlo todopara llevar a cabo mi tarea. Dios me va a ayudar.

    Inquieta y temerosa como si estuviese por reali-zar una mala accin, baj al jardn una noche de luna

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    y, siguiendo los senderos ms solitarios y extravia-dos, lleg a la puerta del cementerio.

    A la entrada pudo ver la danza infernal de unasbrujas que, luego de desembarazarse de sus ropas,abrieron una tumba con dedos largos y ahusados,sacaron un cadver y se echaron sobre l con saadiablica para devorarlo, Elisa estaba muerta demiedo pero el tiempo apremiaba y pas junto a lashorribles brujas, que la miraron con ojos cente-lleantes. Su valor no cedi, Rezando para sus aden-tros recogi cuantas ortigas hall y volvifurtivamente al palacio.

    Pero alguien la haba visto; nada menos que elgran sacerdote, su enemigo, que por las noches ob-servaba las estrellas.

    -Como yo deca -se dijo con aire triunfante-; esuna maga; con sus hechizos sedujo al rey, a la corte ya todo el pueblo.

    Entonces fue a contarle al rey lo que haba visto.Dos lgrimas rodaron por las mejillas del prncipe:por fin haba entrado la duda en su corazn. Esanoche fingi estar dormido y vio que la reina se le-vantaba con sigilo y en puntas de pie y entraba en lahabitacin verde. Al da siguiente lo mismo. El reyya no poda disimular sus sospechas y se volvi hu-

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    rao y sombro. Elisa lo not sin imaginar la causa, yesto constituy un nuevo motivo de temor y depreocupacin Cuando pasaba delante de las damasde la corte con sus esplndidos vestidos, stas la en-vidiaban en silencio pero, apenas quedaba sola, bro-taban las lgrimas de sus ojos.

    La esperanza de ver terminada su obra la soste-na. Slo le faltaba una tnica pero no tena ms c-amo ni ortigas. Era necesario pues regresar alcementerio y volver a enfrentarse con las asquerosasbrujas. Elisa no dud; tena plena confianza en elSeor.

    Por segunda vez sali de noche del palacio. Peroesta vez la siguieron el rey y el gran sacerdote, la vie-ron entrar en el cementerio y dirigirse hacia dondeestaban las temibles brujas devorando un cadver. Elrey no resisti ms; sintindose profundamente he-rido, crey que Elisa, la encantadora joven que ltanto amaba, era una de esas espantosas brujas.

    Lleno de furia, reuni a los jueces de la corte yles cont lo que haba visto. Los jueces condenarona la reina a morir en la hoguera.

    Elisa fue sacada de sus ricos aposentos y condu-cida a un calabozo hmedo y oscuro. El viento sefiltraba por entre los barrotes que cerraban la venta-

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    na. Por burlarse le haban dado por lecho el manojode ortigas que haba arrancado en el cementerio ycomo manta las tnicas que ya haba tejido. Elisa leagradeci infinitamente al Todopoderoso por haberinspirado esa idea a sus carceleros.

    Sin cesar de rezar continu con su trabajo. Losnios de la ciudad le cantaban estribillos ultrajantes.Nadie fue a consolarla.

    Sin embargo, al anochecer oy el ruido de alascontra la ventana de la celda; era el menor de sushermanos, que haba descubierto por fin donde sehallaba Elisa. La joven se sinti tan feliz que estuvoa punto de lanzar un grito, pero se contuvo antes deproferirlo.

    Qu poda importarle ahora morir al da si-guiente si su trabajo ya estaba casi terminado y sushermanos se vean libres del hechizo?

    El gran sacerdote fue a visitarla, como le habaprometido al rey, para tratar de que se arrepintiese.Ante las palabras del sacerdote la joven negaba conla cabeza indicndole con seas que deseaba estarsola. El le prometi que se le perdonara la vida siconfesaba su crimen. Elisa guard silencio e hizo ungesto de impaciencia. Quera que la dejasen en pazpara continuar con su trabajo; si no lo terminaba esa

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    misma noche, todo su sufrimiento habra sido envano y sus hermanos quedaran presos del maleficio.

    El gran sacerdote se march despus de dirigirledursimas palabras. Elisa, segura de su inocencia, nose sinti ofendida y continu con su tarea.

    Si bien los hombres la abandonaban, al menoslas ratas acudan en su ayuda trayndole los fila-mentos de ortiga que ella haba devanado, y un rui-seor se ubic en la ventana y cant toda la nochesus ms hermosas melodas para distraerla y darlenimo.

    Al alba, antes de la salida del sol, llamaron a lapuerta del palacio. Eran los once prncipes, que de-seaban conocer al rey de inmediato. El portero lesrespondi que era imposible, que no se poda des-pertar a Su Majestad. Los prncipes insistieron, roga-ron, amenazaron, dieron ms golpes y con el ruidolleg la guardia. El rey, que, angustiado por el dolor,no haba logrado conciliar el sueo desde la nochedel cementerio, acab por salir y pregunt qu pasa-ba. En ese instante sali el primer rayo del sol y, enlugar de los prncipes, se vieron once cisnes salvajesque se elevaron por encima del palacio.

    La gente del pueblo acuda al lugar de la ejecu-cin. Todos estaban ansiosos por ver arder a la he-

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    chicera, Elisa lleg en una pobre carreta, arrastradapor un caballo moribundo. La reina vesta una tnicade caamazo; la estupenda cabellera enmarcaba unrostro que conservaba toda su hermosura. Slo lasmejillas tenan una profunda palidez y no por miedoa la muerte sino por no saber si hara a tiempo laltima tnica. Continuaba trabajando en ella mien-tras rezaba en silencio con todo el fervor de su cora-zn. Le haban querido quitar las otras tnicas peroella se haba arrojado a los pies del carcelero y lo ha-ba mirado con tanta dulzura y tanta splica que elhombre haba sido incapaz de negarle esta ltimagracia.

    El populacho la llen de insultos.-Esa es la maldita bruja -gritaban-. Est murmu-

    rando palabras mgicas. Seguro que prepara algnhechizo. Por qu le dejaron las manos libres? Enuna de esas, gracias a sus maleficios, logra salvarseantes de llegar a la hoguera. Vamos, descuartic-mosla!

    Y pararon la carreta. Ya estaban por romper lastnicas cuando once hermosos cisnes llegaron por elaire, la rodearon y comenzaron a repartir picotazos yaletazos hacia todos lados. El gento retrocedi,atemorizado.

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    -Es una seal divina -murmuraban los que te-nan el corazn sensible-. Debe de ser inocente.

    Pero no se animaban a expresarse en voz alta.Elisa haba bajado de la carreta. El verdugo iba a

    tomarla de la mano para conducirla a la hoguera.Los cisnes volvieron a rodearla. Elisa les ech lastnicas encima y de inmediato aparecieron oncemagnficos prncipes, aunque el ms joven todavaconservaba algunas plumas en el brazo: a su tnica lefaltaban dos o tres mallas.

    -Ahora puedo hablar -exclam Elisa-. Soy ino-cente

    La muchedumbre, repuesta de su asombro, searrodill frente a ella como si fuera una santa. Perola pobre princesa se desvaneci en brazos de sushermanos: la ansiedad, el dolor y la alegra se habansucedido en su espritu con excesiva rapidez, y,cumplido su deber, no haba resistido la emocin.

    -S, es inocente -dijo el mayor de los hermanos, yexplic todo lo que haba sucedido.

    Mientras hablaba, se esparca una deliciosa fra-gancia por los aires: Oh, milagro! Los troncos de lahoguera levantada para quemar a la joven habanechado races y se los vea ahora cubiertos de hojas yde flores, de maravillosas rosas rojas y blancas y, en

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    lo alto, una extraa flor, que brillaba como una es-trella.

    El rey, que haba acudido lleno de alegra, tomla flor y la prendi en el pecho de Elisa. La princesase reanim de inmediato y sus miradas, que iban desus hermanos al prncipe, demostraban que se sentabien pagada por todo lo que haba padecido.

    Las campanas de los templos repicaron solas y elaire se llen de pjaros cantores que entonaron unadeliciosa sinfona. Todos regresaron en procesin alpalacio para celebrar de nuevo la boda real, esta vezcon ms lujo y ms jubilo que la primera.