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Rosa María Alfaro Moreno ÿCiudadanos y culturas mediáticas: ocultos en la formalidad democráticaŸ  351 Ciudadanos y culturas mediáticas: ocultos en la formalidad democrática 1  Citizens and Media Cultures. Hidden in Democratic Formality Rosa María Alfaro Moreno (*)  Asociación de Comunicadores Sociales Calandria - Perú Resumen Estamos ante un modo de comprender la relación entre comunicación, cultura y  política, ampliando los sentidos de la dimensión social de la vida. Se eviden- cian diferentes procesos de inclusión mediática que asumen los ciudadanos receptores de medios en diferentes cam-  pos. Se recupera así el concepto de medi a- ción aplicable al campo de interacciones entre miradas disciplinarias varias, como entre ofert as y lecturas qu e se hacen de ella. Los sentidos de pertenencia apelan niveles individuales y climas colectivos que se instalan y mueven constantemente,  generando cambios. Para ello, la asocia- ción cultura-sociedad es especialmente destacada, permitiendo entender posicio- namientos ante el poder. Mediaciones que Abstract We are facing a way of understanding the relationship between communication, culture and politics, broadening the meanings of the social dimension in life. Different processes of media inclusion are evidenced, and they are assumed by me- dia receptors in different fields. This way, a concept of mediation applicable to the field of interactions among varied disciplinary glances and among the offers and readings made of them, is recovered. The feelings of belonging appeal to indi- vidual levels and collective atmospheres that are installed and move constantly,  generating changes. In this process, the culture and society association is espe- cially outstanding, allowing the under- standing of positioning with regards to 1  Este texto fue publicado en inglé s con algunos cambios en la r evista Citiciens and Media Cultures: Hidden Democratic formality. Londres: Sage Publications. Mediaciones Sociales , NÀ 3, II semestre de 2008, pp. 351-391. ISSN electrónico: 1989-0494.  

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  • Rosa Mara Alfaro Moreno Ciudadanos y culturas mediticas: ocultos en la formalidad democrtica

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    Ciudadanos y culturas mediticas: ocultos en la formalidad democrtica1 Citizens and Media Cultures. Hidden in Democratic Formality

    Rosa Mara Alfaro Moreno(*) Asociacin de Comunicadores Sociales Calandria - Per

    Resumen Estamos ante un modo de comprender la relacin entre comunicacin, cultura y poltica, ampliando los sentidos de la dimensin social de la vida. Se eviden-cian diferentes procesos de inclusin meditica que asumen los ciudadanos receptores de medios en diferentes cam-pos. Se recupera as el concepto de media-cin aplicable al campo de interacciones entre miradas disciplinarias varias, como entre ofertas y lecturas que se hacen de ella. Los sentidos de pertenencia apelan niveles individuales y climas colectivos que se instalan y mueven constantemente, generando cambios. Para ello, la asocia-cin cultura-sociedad es especialmente destacada, permitiendo entender posicio-namientos ante el poder. Mediaciones que

    Abstract We are facing a way of understanding the relationship between communication, culture and politics, broadening the meanings of the social dimension in life. Different processes of media inclusion are evidenced, and they are assumed by me-dia receptors in different fields. This way, a concept of mediation applicable to the field of interactions among varied disciplinary glances and among the offers and readings made of them, is recovered. The feelings of belonging appeal to indi-vidual levels and collective atmospheres that are installed and move constantly, generating changes. In this process, the culture and society association is espe-cially outstanding, allowing the under-standing of positioning with regards to

    1 Este texto fue publicado en ingls con algunos cambios en la revista Citiciens and Media

    Cultures: Hidden Democratic formality. Londres: Sage Publications.

    Mediaciones Sociales, N 3, II semestre de 2008, pp. 351-391. ISSN electrnico: 1989-0494.

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    siendo culturales son tambin sociales y especialmente polticas. As el concepto de democracia aparece reinterpretado por las audiencias evidenciado diversidades ocultas por el ejercicio poltico formal. El texto levanta el teln para evidenciar mundos subjetivos de reinterpretacin De esa manera se identifican distintas ubicaciones y definiciones de ciudadana. Se evidencian desplazamientos entre informacin y placer, ms all de un simple anlisis de contenidos. Palabras clave: democracia, cultura meditica, mediacin, ciudadana, dilo-go social.

    power. These mediations are cultural, but they are also social and, especially, political. Thus, the concept of democracy emerges reinterpreted by the audiences, evidencing hidden diversities by the formal political exercise. The text raises the curtain to evidence subjective worlds of reinterpretation. This way different locations and definitions of citizenship are identified. Movements between in-formation and pleasure are evidenced beyond a simple content analysis. Keywords: democracy, media culture, mediation, citizenship, social dialogue.

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    1. INTRODUCCIN

    La relacin entre cultura y medios ha sido estudiada en Latinoa-mrica, especialmente en las dcadas de los ochenta y los noventa. Asisti-mos as a un proceso de produccin intelectual que tuvo como principal reto el trasladarse de posiciones que miraban la cultura y la comunicacin como extraas entre s y en una relacin exclusiva de dominacin, a una comprensin del papel cultural de los medios sin tener que cuestionarlos a priori, ms bien buscando entender de qu estaba hecha la interaccin y circulacin de significados. Lo que signific un detenimiento en los pbli-cos como sujetos y no como una caja simple de resonancia de los medios, des-ideologizando de esa manera el debate. Esta corriente llev a definir a los medios como mediaciones culturales (Martn-Barbero, 1987)2 y a los sujetos inmersos en ella en una interaccin que generaba relaciones con la modernidad y comprometa procesos ms complejos como las hibridacio-nes culturales (Garca Canclini, 1989), la experiencia de la modernidad en relacin a diferentes medios o instituciones, la incorporacin de la culturas populares en la masiva (Brunner) o la relacin entre cultura y globaliza-cin como un fenmeno de mundializacin (Ortiz, 1997). La audiencia cobr el rol de sujeto comunicativo y cultural (Orozco, 1996). Se estudia-ron diversos gneros como la telenovela (Martn-Barbero, dir., 1988) que evidenciaba un campo culturalmente rico en la construccin de imagina-rios y de reconocimientos comunicativos populares, incluyendo la cons-truccin de la poltica (Rey, 1998). Muchos autores ms forman parte de este torrente de producciones que buscaban entender la cultura ms all de los lmites establecidos. Ciertamente fue y sigue siendo toda una corriente irreverente de reflexin y pensamiento renovador. Esta asociacin entre cultura y comunicacin desde las mediaciones fue sostenida antes en Espa-a por Manuel Martn Serrano (1978), vinculada al campo de las narrati-vas socio polticas que ocurran en el mbito de lo cotidiano y en la cons-truccin de poderes en relacin con los medios. Se recoge esa denomina-cin en Latinoamrica ms bien para aplicarla en tanto clave de compren-siones sobre nuestros laberintos de identidad, aquella naturaleza de tan complejas contradicciones y el enganche con el mundo global, ocupando un lugar preferente la recepcin de medios desde el mbito privado y su conexin con lo pblico.

    2 MARTN-BARBERO, Jess (1987): De los medios a las mediaciones, publicado primero en

    Gustavo Gili en los 1987 y vuelto a publicar en 1997 por el convenio Andrs Bello, adems de traducciones del texto en otros idiomas.

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    Para el caso del presente artculo retomamos un concepto sencillo

    de cultura pertinente a su relacin con la poltica y la democracia, apre-cindola como el modo particular en que una sociedad experimenta su convivencia y la forma en la que se la imagina y representa. Y en ese sen-tido, se comprende al actor cultural como un sujeto que es aquel que se tiene a s mismo como origen y fuente de sentido de sus acciones sobre el mundo, y que dispone de las condiciones colectivas para imaginarlas y rechazarlas (usado por el Equipo de Desarrollo Humano de Chile, 2002). 2. ENTRE CONCEPTOS BSICOS Y REALIDADES: MEDIOS Y CULTURA POLTICA DEMOCRTICA EN DESCONEXIN Y DESCONCIERTO

    Entendemos la cultura poltica como el lugar de formacin de las subjetividades conformadas en relacin al poder poltico democrtico, sean afines entre s o diferenciadas. La componen sentidos comunes, emotivida-des constitutivas, sensibilidades frente al poder de otros y al propio, inter-pretaciones emblemticas y valricas de las relaciones entre gobernantes y gobernados, que son aspectos que estn incluidos en nuestra concepcin de anlisis. Se pone en juego el valor propio y de sus pares frente al poder al interior de formas de convivencia compartidas. Aunque es distinto el hacerlo cuando ests en el poder que cuando te ubicas fuera. Es decir, comprometemos las apropiaciones simblicas que los ciudadanos hacen de la poltica involucrndose o no en ella y las matrices de comprensin o guas de sus comportamientos y valoraciones que les permite conectarse con el ejercicio del poder y del suyo propio. Est relacionada con las adqui-siciones ticas implcitas, tanto en la relacin establecida entre ciudadanos como de stos con sus autoridades y la estructura-funcionamiento del or-den poltico existente. Es decir, en ella se expresa, por ejemplo, cunto la democracia es aceptada o no y en qu sentido el ciudadano encuentra su propia fuerza y valor en reconocerla y ejercerla o en rechazarla o ignorar-la. Lo que saben de la democracia es lo que la vida cotidiana les otorga y desde all es que son confrontados por los medios de comunicacin, por ser ste hoy el lugar de los encuentros entre autoridades, lderes y ciudadanos, lo que permite desentraar lo que uno vive, en el da a da. Cultura poltica significa informacin-conocimiento, valoraciones, sentidos del s mismo y voluntad de pertenencia, pulsiones subjetivas formadas para establecer relaciones y reaccionar frente a coyunturas, instituciones y actores polti-cos. No es posible aislar al ciudadano del contexto real sino ms bien se

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    trata de comprenderlo en relacin a l y el sistema democrtico que an tenemos. Si la democracia supone el reconocimiento del otro como sujeto, la cultura democrtica es la que seala a las instituciones polticas como lugar principal de este reconocimiento del otro (Touraine, 1998: 223). De ese dilogo entre sujetos, instituciones y acontecimientos extraemos las huellas de una cultura poltica viva que opera como antena desde un con-junto de sensibilidades frente al poder, el que se recicla en contacto con la noticia. Es la diferencia entre la democracia predicada y la vivida, estando la segunda en mejor relacin con los medios ms que con la primera. All podremos comprobar si existe o no un nosotros poltico.

    La cultura poltica latinoamericana se nutre de mltiples diferen-cias como se ha venido explicando. Sin embargo, curiosamente en el campo de lo poltico ciudadano, lo nacional y lo local cobran un lugar cntrico, que no lo tiene el entretenimiento, que por cierto se coloca mejor en la dispora de la mundializacin cultural. Esto lo notamos claramente en los discursos que se emiten por los medios y que son bsicamente aceptados, donde el poder nacional se redimensiona como el corazn de la vida polti-ca, el culpable de todas las desgracias de la gente. El consumo televisivo, por ejemplo, se activa en el cable para buscar otras ofertas cuando se tiene el servicio a la mano, menos en lo informativo. Las secciones mundiales de peridicos son pobres y escuetas en noticieros y diarios desde el punto de vista informativo, reducindose cada vez ms. Y al mismo tiempo nuestros medios le dan ms cabida al mundo local y hasta personal de las autorida-des, localizndose en exceso, hasta convertirse en los grandes difusores del escndalo y el chisme, salvo momentos en que las sensibilidades humanas generales son afectadas como por ejemplo con la guerra de Irak o una des-gracia internacional de grandes proporciones. A la ya concebida descon-fianza sobre la poltica se aaden ms elementos para que la furia colectiva crezca al lado de desengaes sobre la democracia. Tal nfasis ha ido gene-rando grandes y profundas desilusiones sobre las posibilidades de cambiar.

    El ciudadano es el sujeto de la democracia, aunque no lo parezca, por lo tanto requerimos recordar que cuando hablamos de ella es para aludir, a grandes rasgos, a una sociedad libre, no oprimida por un poder poltico discrecional e incontrolable, ni dominada por una oligarqua ce-rrada y restringida, en la cual los gobernantes respondan a los goberna-dos. Hay democracia cuando existe una sociedad abierta en la que la rela-cin entre gobernantes y gobernados es entendida en el sentido de que el Estado est al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio

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    del Estado en la cual el gobierno existe para el pueblo y no viceversa (Sartori, 1994: 23-24), como no suele suceder. Nuestra hiptesis es que esta utopa no llega de esa manera a la gente, no forma parte de sus deseos e imaginarios colectivos ni personales. En muchos sectores de la ciudada-na, lo que stos perciben es el desorden, la desigualdad, la corrupcin, como componentes asociados a esa democracia. Si bien son indispensables ciudadanos responsables de la misma, pero tomando en cuenta sus puntos de partida, sus dudas y desconfianzas, las valoraciones que estn situadas en la incredulidad. Es cierto que la teora poltica no niega la idea del con-flicto social sino que lo asume para resolverlo enriquecindose de su exis-tencia, pero el problema es an ms complejo pues es el propio sentido de pertenencia es el que est en cuestin. La divisa Libertad, Igualdad, Fra-ternidad da la mejor definicin de la democracia, porque rene unos ele-mentos propiamente polticos con otros que son sociales y morales. Pone en evidencia que si la democracia es verdadera, un tipo de sistema poltico y no un tipo general de sociedad, se define por las relaciones que establece entre los individuos, la organizacin social y el poder poltico y no sola-mente por unas instituciones y unos modos de funcionamiento (Touraine, 1998: 112). Esa relacin entre estado y ciudadana le da un sentido signifi-cativo y estructural a la definicin de democracia resaltando su valor co-municativo. Pero en la realidad no es as, como veremos ms adelante. Pues esos grandes principios no se presentan respaldados por las prcticas. Y la tendencia comunicativa no se suscribe a este sentido tico de la demo-cracia sino al ordenamiento formal que garantiza un buen funcionamiento del mercado. Por ello en este campo podemos decir que las identificaciones locales y mundiales estn en desorden an, no se enlazan caminando por separado. Cuando un grupo de instituciones participamos en la produccin de una ley de radio y televisin como iniciativa legislativa ciudadana, el recurrir a la legislacin comparada fue una novedad para polticos y ciuda-danos, se quedaron sorprendidos. Nuestros polticos no entienden la co-municacin poltica, ni los une al ciudadano un inters por estar cerca de ellos, siquiera como votantes, no tratan de dialogar con su cultura poltica ni buscan su formacin democrtica, sino ms bien potencian el desengao y su propia destruccin como actores pblicos.

    Muchos autores acadmicos sealaron que la ciudadana es un concepto histrico, pre-capitalista, sealado y practicado por los griegos al interior de un sector social. Se recuerda que fue principio poltico moderno slo con la democracia y su legitimacin liberal. Muchos cambios se han procesado en el camino, existiendo hoy diferentes enfoques sobre el senti-

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    do de la ciudadana en una sociedad desigual como la nuestra. Nuevos con-ceptos han tenido lugar, rescatando los hallazgos liberales pero otorgn-doles otros sentidos, desde la bsqueda de nuevas utopas que puedan arti-cular libertad y justicia, participacin e igualdad, tica y poltica, represen-tacin y participacin. En realidad se trata de unir en la identidad ciudada-na dos nociones, la de pertenencia a una comunidad que se forja y la de justicia donde prima el ideal de la igualdad. Y este enfoque debiera tradu-cirse en un proyecto poltico cultural que no existe en nuestros pases. En otros continentes se han dado avances, como por ejemplo la superacin de la dicotoma entre sujeto individual y colectivo hacindolos a ambos parte de su propia existencia, pues se requieren uno al otro para existir. No es posible la ciudadana sin la existencia de otras similares que se respetan y reconocen mutuamente como capaces de hacer cosas juntos. El estatuto de ciudadano es en consecuencia, el reconocimiento oficial de la integra-cin del individuo en la comunidad poltica, comunidad que desde los or-genes de la Modernidad cobra la forma del Estado nacional de derecho (Cortina, 1977: 39). El asunto central es cmo esta comunidad es asumida y valorada por los diferentes actores, cmo ingresan al campo de la subje-tividad. Y lamentablemente ingresan mal, constituyndose ms como prc-ticas de subsistencia que como aspiraciones de transformacin poltica.

    Tambin es cierto que la ciudadana colectiva no es resultado slo

    de la conciencia individual. Touraine nos recuerda que el ciudadano es el sujeto protagonista de la democracia que es a la vez razn, libertad y me-moria. Estas tres dimensiones corresponden a las de la democracia, pues la apelacin a una identidad colectiva debe traducirse en la organizacin pol-tica por la representacin de los intereses y los valores de los diferentes grupos sociales (Touraine, 1998: 185). Pocas veces comunicadores y pol-ticos comienzan desde donde estamos para seguir una ruta. Definicin que compromete a las personas individuales y a sus organizaciones, conside-rndolas como capaces de razonar, ejercer su libertad y tomar en cuenta lo vivido para hacer poltica de una manera u otra. Es decir, los colectivos no valen en s mismos sino por su integracin a la organizacin poltica colo-cando sus demandas a disposicin de una comunidad ms grande. Pero la relacin entre lo privado y lo pblico ser tambin una tensin permanente en la construccin de los intereses comunes, reformulndola segn cada evento o condicin vivida, dada la complejidad de articulaciones y desarti-culaciones ya existentes entre mundo privado y mundo pblico (ver Alfa-ro, 2001).

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    La idea de pertenencia le da otro sentido al principio ms bien ju-rdico que entiende al ciudadano como sujeto de derechos y obligaciones, es decir como actor responsable de s mismo y de las diferentes comunida-des a las que pertenece. Es decir, nos une un COMPROMISO, un CON-VENIO COMN, una corresponsabilidad, que se va construyendo poco a poco (Alfaro, 1997). Y al vivirlo as los ciudadanos son sujetos de dere-chos pero tambin de responsabilidad y participacin que se va exigiendo y proponiendo. El nfasis en los derechos subraya una participacin de de-fensa del sujeto individual y colectivo con respecto a los otros y el estado. En ese campo hay muchos avances en Latinoamrica, hoy hasta los nios hablan de sus derechos y tratan de hacerse respeto no siempre con xito. Pero es la responsabilidad la que no surge, pues al buscar la inclusin del ciudadano en las decisiones polticas de una sociedad lo coloca en otro lugar ms all de la demanda y nuestros ciudadanos an estn en dificultad de entenderla as. En ese sentido, ms integral, si la ciudadana se va haciendo en relacin con la democracia desde ambos sentidos, tomando en cuenta el desarrollo institucional y la historia cultural-poltica del pas, para lo cual la voluntad de ser una sociedad democrtica debe guiar el camino de aportes y comportamientos, habra que proponer otras perspec-tivas comunicativas y culturales ms incluyentes. Los derechos plenos y su respeto deben formar parte de los objetivos de la democracia, que le com-peten a la sociedad civil y el estado. Es este sentido de pertenencia el que est en cuestin o en formacin. En nuestros pases esta es an ambigua, emotiva y variable, da saltos. Por ejemplo hay grandes diferencias entre una jornada electoral y un partido de ftbol de carcter competitivo inter-nacional. Sale, se siente y acta bajo referencias especficas. An no pode-mos sostener que la pertenencia sea una conquista ciudadana ya formada.

    Los medios de comunicacin se constituyen hoy en un factor im-

    portante de formacin ciudadana y de legitimacin del poder democrtico. La clase poltica se justifica o se incorpora al cuestionamiento por relacin y accin directa con peridicos, revistas, radio y televisin. Las nociones de autoridad, de valores y de comprensin de la institucionalidad poltica de un pas se conforman o consolidan en el acontecer noticioso y en los programas o secciones de la actual oferta massmeditica. La propia agenda nacional e internacional slo es posible construirla desde la produccin y el consumo cotidiano de los medios. Los conceptos y sentimientos de na-cin y mundo son tambin interpelados desde all. En la misma lnea, la ciudadana va definiendo sus estilos y modos de comunicacin, lo que los une y diferencia, la tolerancia de la que es capaz o la intransigencia, la soli-

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    daridad que le resulta posible. Los climas colectivos de confianza o descon-fianza pasan por la observacin de aconteceres e imgenes massmediticas desde la noticia que da a da va definiendo nuestra comprensin de pas. Estos medios son hoy fundamentalmente audiovisuales; opinantes pero poco reflexivos, menos analticos y deliberativos; e inmersos en una gran confusin tica imperando la desesperanza. El ciudadano se entera de la poltica desde ellos y desde algunas huellas de la accin poltica en la vida cotidiana. En la primera va debe guiarse por la presentacin e interpreta-cin de los hechos que pude observar, dependiendo de los discursos a los que est expuesto. Y en la segunda slo aparece cuando comprueban lo que las autoridades hacen y no hacen, siempre y cuando los afecte directa-mente. En ambos casos las fuentes pueden ser bastante relativas.

    Los medios son una fuente de produccin de su propia modernidad

    cultural y de la moral que la sustenta. Si bien ste es un fenmeno global, en los pases de dbil institucionalidad estatal, poltica y social, los medios tienen un peso mayor en la medida que la educacin, la familia, las organi-zaciones sociales y los partidos no aportan a forjar ciudadanos indepen-dientes y democrticos sino mas bien suelen acentuar sentimientos de so-brevivencia y de sumisin al poder, generando conciencias individuales y colectivas dispuestas a legitimar el autoritarismo, el clientelaje, el desor-den y la corrupcin. Al no funcionar el contrapeso de los propios poderes y de la sociedad civil, los medios tienen un papel relevante en cuanto a la informacin y las corrientes de opinin que se visibilizan. Sin embargo, no todos admiten la responsabilidad de ese rol ya gestado a pesar de su volun-tad. Requieren adquirir un papel fiscalizador poltico y social, rol que no siempre saben administrar.

    Los medios constituyen la esfera pblica de la sociedad actual, en el sentido que por esos medios, especialmente la televisin, pasa y se define lo que es de todos: los temas e intereses comunes; los conflictos que nos atraviesan; las autoridades y personajes pblicos, los consensos y disensos desfilan para ser aceptados o negados. El propio sentido de la noticia es pautar lo que es pblico o no, hasta hechos privados pueden definirse como tales. Se configuran o afirman las creencias o la falta de credibilidad de estilos, personajes, hechos. Se forma la opinin pblica que tanta influencia tiene en la poltica pues sta terminar siendo clave en las votaciones elec-torales. Eso explica por qu la publicidad est all presente con grandes inversiones de dinero. Sin embargo esa esfera pblica no es homognea como normalmente se nos presenta, escondiendo las diversas tendencias y

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    los desacuerdos en el campo de la opinin pblica. En ese sentido es inte-resante el cuestionamiento que hace Nancy Fraser a dicha uniformidad (objetando a Habermas), al hacernos ver que hay pblicos y contrapbli-cos, pblicos dbiles o fuertes (Fraser, 1997: 113-132), subrayando as que hay intereses y puntos de vista diferenciados que es necesario explicitar para hacer pblico no slo lo que nos es comn sino las contrapartidas existentes. Sin la existencia de un espacio pblico que exprese la pluralidad no ser posible generar una cultura poltica democrtica. Tampoco lo ser sin la participacin pues podra correr el riesgo de ser ms privada que pblica. La opinin pblica deber ser tal, es urgente que lo sea. En esa lnea podemos afirmar que esa esfera pblica en nuestros pases est vaca pues se llena y descarga constantemente sin que queden las huellas de lo comn.

    En ese sentido recogemos el reto de ir hacia una nueva opinin

    pblica ms democrtica y no slo espejo de los climas colectivos momen-tneos definidos por las encuestas. Es decir, una opinin pblica basada en la participacin de diversos actores reconocidos incluyendo al ciudadano, que sea deliberativa, trabajada en relacin a la representacin otorgada por el voto, buscando lo comn y los disensos, dotada de informacin, que dialogue con el poder, usando los lenguajes mltiples que existen y acer-cndose a una nocin de actualidad ms amplia que el simple acontecer noticioso (como lo sostiene Miralles, 2000). Se trata, por lo tanto de mlti-ples pblicos que son incluidos en la discusin y debate pblico, preparan-do nuevas formas de expresarla sin unificarla, pero que sin embargo es capaz de construir acuerdos y presionar, hacindose cargo de la problem-tica social y poltica existente. La vigilancia ciudadana en ese sentido se ubica como innovacin en referencia a la esfera pblica.

    Por ello, los medios son importantes en la lucha contra el autorita-rismo y a favor de la democracia. O en la legitimacin de las dictaduras. Durante aos, por ejemplo en el Per, muchos medios se sometieron al poder ocultando la verdad y ensalzando el autoritarismo sin que la ciuda-dana protestara. Ms bien un 70% de la ciudadana apoyaba al autcrata. Este fue un factor que impidi la cada del rgimen aos antes y dio pase a la reeleccin anticonstitucional. Pero a la vez, es interesante comprobar cmo la visibilidad del poder desde algunos medios cuando se expuso los vladivideos y cuando el periodismo de investigacin se comprometi en la lucha por la democracia, lograron darle un fuerte golpe al rgimen anti-democrtico haciendo viable su cada. La libertad de expresin bien enten-

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    dida es sustancial a la democracia. Pero sta no puede erigirse violando otras libertades. Dado que las diferentes libertades bsicas estn abocadas a entrar en conflicto, las reglas institucionales que definen estas libertades deben ajustarse de forma que encajen en un esquema de libertades cohe-rente (...). No se infringe estas libertades cuando meramente se regulan, como han de regularse, a fin de combinarlas en un esquema, y se adaptan a ciertas condiciones necesarias para su ejercicio duradero. En tanto cuanto se proporciona lo que voy a llamar mrgenes centrales de aplicacin de las libertades bsicas, se satisfacen los principios de la justicia. Por ejem-plo, las reglas de orden son esenciales para regular la libre discusin. Sin una aceptacin general de procedimientos de indagacin y preceptos de debate razonado, la libertad de expresin no puede cumplir su finalidad (Rawls, 1997: 37-38). Latinoamrica es en ese sentido paradjica, pues en realidad lo que se defiende es la libertad de empresa, es decir la posibilidad de hacer todo lo que signifique vender.

    Sin embargo no es el nico espacio de su construccin. Estn las redes de conversacin que se van fundando, los foros y cabildos locales, las mesas de concertacin, los lugares de encuentro y que aunque no estn articulados van definiendo algunos sentidos comunes. Lo que difcilmente pueden crear los medios son comunidades y ello nos plantea un problema difcil de resolver especialmente si se trata de la comunidad nacional en plena era de la globalizacin. 3. SOCIEDADES Y CULTURAS EN MOVIMIENTO

    An solemos encontrarnos con una fuerte tendencia de compren-sin de la cultura, tanto en los estudios acadmicos como en el sentido comn de la ciudadana, que contina identificndola con lo tnico y lo folklrico, es decir con lo diferente. Se resalta como supuesta divergencia entre grupos humanos dismiles. Concepto que se ha construido sobre la base de diversas oposiciones como tradicin versus modernidad, occidente frente a su negacin, organizacin social contra costumbres, creencias versus pragmatismos, fidelidad ante la traicin cultural, comunidad en vez de masas. Tambin se han procesado reducciones, pues se ha establecido una comprensin de la cultura basada en s misma (lo cultural), es decir en costumbres, estticas y creencias. Poco se ha trabajado en la identificacin de sensibilidades, de lenguajes de diverso tipo (oral, audiovisual) y no slo idiomtico, menos en los imaginarios de la gente sobre s misma y sobre

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    los dems. Los aspectos comunicativos estn aparte o juegan siempre un rol perjudicial. Tampoco se la ve en todo su dinamismo pues no dialogara con las problemticas sociales, las interlocuciones econmicas, las relacio-nes polticas, las representaciones del s mismo y de los otros. La identidad es algo ms compleja que la dimensin colectiva pues dialoga con aventu-ras y experiencias individuales, transita por biografas especficas, las que a su vez conforman las comunidades culturales que hoy tambin tienen que ver con lo pblico y con lo que ocurre en el mundo.

    Esta visin que criticamos surgi como contraposicin a una legi-timacin de la llamada cultura culta como la nica universalmente acep-tada, discriminado severamente a los no cultos, afiliando esa compren-sin a los bajos niveles educativos de educacin formal y de situacin eco-nmica desfavorecida de ciertas agrupaciones culturales. Situacin que como postura ideolgica o social an prevalece en algunos sectores intelec-tuales conservadores. En ese sentido, la identificacin entre etnia y cultura fue revolucionaria y cuestion la primaca de una perspectiva cultural so-bre otras, especialmente en los pases latinoamericanos donde tradicin de grupos indgenas o de sectores populares urbanizados y modernidad como factor de integracin social, han ido creando convivencias culturales de una amplia y compleja diversidad.

    De esa manera se pretendi legitimar luego derechos y respetos culturales que fueron bienvenidos. Se le dio visibilidad a la diversidad cul-tural. Pero, los cambios que se han venido produciendo y que son eviden-tes se suman a la categora de no vistos o de condenados por el malestar cultural que stos conllevan. Lamentablemente tales defensores de la cul-tura tnica han corrido hacia visiones y actitudes proteccionistas, ocultan-do los sincretismos y la complejidad de una cultura en movimiento que estamos viviendo. Esta innovacin antropolgica en el pensamiento si-gue siendo til para escuchar y comprender a los diferentes, pero es insufi-ciente para entender la enrevesada interaccin cultural que ocurre en un mundo donde las oposiciones antes nombradas estn en permanente mo-vimiento y contacto. Si bien contina una bsqueda de lo propio, a la vez en este proceso muchos actores asumen cualquier tipo de novedad que les ayude a vivir en comn sin ser excluido de la sociedad. Los diferentes ma-tices con que se superpone la modernidad a la tradicin o la convivencia entre el amor a la tierra y al negocio, entre muchas otras interacciones ms, dan muestra de un gran intercambio donde priman apropiaciones pero tambin diferencias. La fiesta comunal es hoy un espectculo televisi-

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    vo o radial. Y la msica pura no existe ms, su riqueza est mas bien en las mezclas y nuevas creatividades que se experimentan. Aparecer en la tele-novela como un pobre que surge y triunfa genera identificaciones fuertes con el melodrama. La cultura no es un ms algo fijo y esencial, mas bien es errante y abierta a cambiar. Hoy, si bien se nutre del pasado est en el presente y mirando el futuro. No podemos olvidar, sin embargo, que sigue siendo evidente que determinadas inserciones culturales tienen que ver con los estatus sociales de conquista de ciudades y pases (Blondet, Degre-gori, Lynch, 1986; Alfaro, 1986). Todo lo cual nos dibuja un panorama cultural en permanente movimiento donde varan las concepciones de te-rritorio y de temporalidad, en la bsqueda de una nueva identidad que no se estanca sino que su propia naturaleza est siempre modificndose.

    Lo que demuestra una fuerte relacin entre las problemticas so-ciales y culturales, siendo las primeras un factor de recolocacin y cambio cultural altamente importante, debido a dos grandes fenmenos vivencia-les: las exigencias de supervivencia de grandes sectores de la poblacin latinoamericana que llevan a posturas de sumisin desde su propia victimi-zacin pero con una alta dosis de experimentacin con creatividad; y a la vivencia cotidiana de la exclusin social que lleva a muchos sectores a rea-lizar inversiones culturales de cualquier tipo con tal de obtener igualdad y reconocimiento, en el campo real y en el simblico, incluyendo a los me-dios. Ello ha llevado a formar dos grandes movimientos de intercambio de los actores culturales tradicionales. Estn los que reaccionan agrupndose entre pares surgiendo de manera ms colectivista al escenario pblico y hasta poltico (Ecuador o Bolivia) o a bsquedas diversas de integracin a la modernidad (Per, Guatemala, etc.). Aunque tales tendencias pueden convivir en un mismo pas como Mxico o en los otros ya nombrados. Hay mltiples casos de campesinos pobres que adoptan conductas productivas no tradicionales para poder supervivir y progresar. Muchos migrantes si bien conservan algunos aspectos sus culturas originarias que las trasladan a las grandes metrpolis del mundo, los mecanismos de adaptacin los lanzan a otras contingencias culturales an poco estudiadas. 4. EL NOSOTROS SE DESTERRITORIALIZA Y SE DIVERSIFICA EN CONTACTO CON LOS MEDIOS

    La lgica del mercado ha organizado la vida de la gente, incluyen-do a las etnias por ms aisladas y auto defensivas que stas sean. Su lgica

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    permea a todos, aunque de diversas maneras. Incluso define los capitales culturales individuales y colectivos de una sociedad. En ese sentido, la pobreza que sigue creciendo en el continente ha adquirido hoy otros signi-ficados no slo sociales sino tambin culturales. Porque si bien se busca ser parte de ese mercado para poder vivir, ocurre que no se logra resultados similares a los anunciados, sembrando de frustraciones las subjetividades de los afectados. Es posible ver permanentemente en la televisin y los peridicos la exhibicin de ese mercado, no slo desde la publicidad sino tambin desde las ofertas informativas y de entretenimiento cotidiano y en todos los momentos de la vida. Ello significa que las frustraciones vividas estn siempre confrontndose y reciclndose con los medios, en medio de un contexto real hostil que no les permite ganar dinero. Tanto la bsqueda del confort y sus smbolos como el acceso al intercambio econmico ha configurado a otros sujetos variando sus demandas al mercado segn la posicin en que se est. Aunque la ubicacin social y las herencias cultura-les determinen caractersticas subjetivas y formativas ms especficas, esta insercin en el vasto y ajeno campo mercantil con sus nuevas tecnologas adquieren distintos significados desde una perspectiva ms global que local, planteando nuevos referentes para organizar la vida, las esperanzas y las sensibilidades valricas de la gente.

    A la vez, los grandes poderes econmicos estn en el mundo habiendo perdido importancia la centralidad nacional en relacin a un te-rritorio de lmites precisos, con poderes organizadores de la vida en su conjunto. As el mundo se torna en una especie de gran sistema que englo-ba a los otros ms nacionales y locales, siendo estos ltimos capaces, inclu-so, de acoplarse a un sistema del mundo sin pasar por las hegemonas na-cionales. Igualmente, la cultura se desterritorializa en su produccin pero tambin en el consumo (en la perspectiva de los planteamientos de Ortiz, 1997) en este proceso de globalizacin econmica y de cambios culturales que redefinen al sujeto ya no slo como un ciudadano nacional sino del mundo, lo cual no significa necesariamente integracin y ciudadana plena. La desigualdad y la exclusin en ese sentido tienden a expandirse como un fenmeno global, la migracin internacional lo expresa. La cultura se mundializa, lo cual no significa que se ampla y diversifica en entelequias lejanas sino que nos llega a cada uno, emblematizada por ejemplo en el quehacer comunicativo de Internet frente a una computadora. El inter-cambio cultural que ha facilitado la televisin por cable o la inclusin de msica del mundo en cada pas y localidad ha recolocado en cuestin el tema de los lmites territoriales de las identidades culturales. Cambios que

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    han ocurrido de mano con la tcnica. As podemos afirmar que la mundia-lizacin de la cultura se revela a travs de lo cotidiano (Ortiz, 1997: 18) aunque se genere desde un nuevo lugar: el mundo y sus hegemonas cient-ficas, tecnolgicas y culturales.

    Lo nacional como referente de identidad poltica tambin ha sufri-do descolocaciones, tanto en el campo real como en el simblico. El estado nacin como proyecto cultural moderno en muchos de nuestros pases no ha podido afianzarse ni siquiera culminarse medianamente. Pero a la vez es interesante que hasta los nuevos movimientos sociales actan en el mundo para poder influir tambin en su pas, como por ejemplo, los de derechos humanos, los ecologistas y los movimientos feministas, apareciendo ade-ms una actuacin de la sociedad civil ms all de las fronteras nacionales. Si bien se crean nuevos espacios de conexin, no se anula que haya inde-pendencia en las diferentes partes que los componen y por lo tanto que se generen cambios en cada sociedad ms precisa. Lo que nos confirma algu-nas hiptesis de autores latinoamericanos quienes vienen prediciendo que la globalizacin de la economa y la mundializacin de la cultura localizan a la vez la organizacin de los sentidos de pertenencia y de produccin cultural. Es interesante comprobar el desinters que encontramos en mu-chos ciudadanos por vigilar a los congresistas de la supuesta nacin (ver Alfaro, 2003a), pero s demandaban hacerlo a sus autoridades locales y regionales, que les son ms cercanas. En una pequea investigacin que realizamos para ISIS internacional, encontramos que las mujeres de dife-rentes sectores sociales apreciaban y usaban Internet desde diversos luga-res: el trabajo, el entretenimiento y el intercambio coloquial con sus pares de otros pases. Este ltimo fue especialmente buscado por lderes popula-res que intercambiaban amistad y pertenencia con otras de diferentes pa-ses latinoamericanos.

    Comprobamos un constante ir y venir, incluso temticamente en-tre el nosotros ubicado en el mundo y el otro nosotros local. Hay una cierto movimiento en dispora que busca en el mundo una interpretacin propia inclusive, permitiendo las interconexiones culturales informativas y de representacin. En ese sentido es ejemplificador el modo en que desde nuestro pas se sigui los acontecimientos sociales y polticos del 11 de marzo sucedidos en Madrid y luego las elecciones nacionales, pues nos ayudaron a entender el cambio de la fisonoma del terrorismo que haba-mos vivido en Per, pues aqu ms se apost a la conquista del estado na-cional para avanzar en el mundo como una utopa lejana. Y al mismo tiem-

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    po nos sentimos ciudadanos del universo, lloramos lo ocurrido y nos entu-siasmamos con el giro electoral. Pero, es evidente que entre mundo global y mundo local quien ms se desdibuja es el nacional, en Latinoamrica, sumido en una tormenta de dificultades para conectar la democracia con el progreso vaticinado por la modernidad.

    Ello sucede por los cambios ocurridos en los sentidos de territorio y de tiempo, interdependientes el uno del otro, especialmente en reas como el turismo, el nivel meditico y la circulacin cultural que se da por Internet. Esta circulacin territorial es cada vez ms posible y viable, no slo de una localidad a otra sino entre pases. Incluso hasta es posible tomar menos horas entre pases y continente que dentro del propio. Ms an es casi una revolucin cultural el ver lo que ocurre al mismo tiempo a miles de kilmetros del lugar donde se ve. Durante el Antiguo Rgimen, espacio y tiempo estaban confinados a lugares seguros, confiriendo estabi-lidad al orden estamental. Los lmites separaban las clases sociales, la ciu-dad del campo, la cultura erudita de la cultura popular impidiendo un mo-vimiento de un lado para el otro. La modernidad rompe ese equilibrio de estabilidad. Su movilidad impulsa circulacin de las mercaderas, de obje-tos y de personas (Ortiz, 1997: 70).

    Todo lo cual no acontece de manera romntica pues las grandes explicaciones del mundo y de nuestros orgenes y futuro han quedado en cuestin dando paso a otros modos vida y proyeccin ms pragmticos, negociables y movibles, sin sentido utpico por lo menos en algunos de sus aspectos. Las ilusiones y los deseos de progreso como de inclusin reem-plazan los viejos relatos y las aspiraciones ms ideolgicas o tradicionales. Aunque estos deseos no estn ideologizados, funcionan como resortes de nuestros imaginarios, ms tolerantes y condescendientes con el futuro y el cambio. Ser de una cultura o de un pas no impide trasladarse a otro pues los territorios hoy son ms simblicos que reales. Tampoco significa la aniquilacin de la identidad sino una oportunidad para reciclarla.

    Los medios de comunicacin son parte de este proceso de muta-ciones, ligando de manera conciliada aunque inorgnica los saberes huma-nos y los intercambios. Mirar, leer y or constituyen formas activas de participacin, aunque de ellas no emerjan luego responsabilidades sociales y polticas evidentes. Si bien para los medios la audiencia es consumidora y no ciudadana, los mensajes y sus imgenes comprometen percepciones y valoraciones del valor cultural propio y ajeno, borrando los lmites que

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    antes existan entre lo propio y lo extrao. Son la cinta circulante de las transformaciones culturales que venimos describiendo. Pero, quiz uno de los mecanismos de cambio ms sorprendentes est en el proceso de seg-mentacin de pblicos, ms all de la mercadotecnia. En la selva de mi pas en etnias bastante arraigadas se consume a la vez la msica regional emiti-da por radios locales y msica urbana como la salsa gozando inclusive con la locucin alegre y picaresca que se presenta, especialmente cuando se es joven. O compartes la aficin a un programa televisivo que tus pares cultu-rales rechazan, pero que te sientes interpelado en razn a tu sexo o a la educacin escolar que se recibe. La familia ha perdido peso en las construc-ciones y definiciones culturales desde disfrutes diferenciados de los medios, adems de otros componentes. De tal manera que en algunos momentos puedes ser apelado por tu pertenencia a una comunidad local o nacional, pero en la mayora de ocasiones cada persona es tomada en cuenta segn su edad, nivel educativo, sector social, gnero, intereses laborales o profe-sionales, gustos musicales, etc. para ser incluido como pblico de los me-dios desde diversos frentes culturales. Desde el campo de los medios se producen nuevos reordenamientos culturales a partir de la interpretacin individual que luego se comparte, los que permiten ubicarse en diversos lugares o grupos perdiendo centralidad tu propia herencia cultural. Los estilos de vida son ahora importantes en la definicin de las nuevas agru-paciones culturales, no son preexistentes sino que se van formando. Una hibridacin y mezcla de gneros recoge e influye sobre tales cambios ten-diendo a difuminar las fronteras entre un espacio y otro como entre com-petencias y pertinencias de medios, gneros, disciplinas, formas de con-quistar el bien comn y la felicidad. Se da lugar a otras narrativas de la vida teniendo peso la dramatizacin, el humor y el testimonio, muy teidos de sentidos espectaculares. Pero a la vez, t como sujeto individual eres movible.

    Es que la relacin entre culturas colectivas e individuales tambin ha sufrido transformaciones pues se ha hecho sumamente compleja, sin eliminarse unas a otras. Lo cual nos interpela en el conocimiento de la identidad del sujeto cultural y cmo ste se reubica en la poltica. Cada persona es a la vez nica pero dentro de s guarda diferencias. Las interpe-laciones de la vida moderna le ofrece variedad de interacciones, compor-tamientos y valores que almacena y procesa de manera desigual. No habra, por lo tanto, unidad preestablecida, estara mas bien sujeta a los lugares y grupos donde se encuentra, con diferentes aplicaciones de sus propias fronteras de identificacin. Chantal Mouff en ese sentido cuestio-

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    na la visin homogenizadora del sujeto. Un individuo aislado puede ser el portador de esta multiplicidad: ser dominante en una relacin y estar su-bordinado en otra. Podremos entonces concebir al agente social como una entidad constituida por un conjunto de posiciones de sujeto que no pueden estar nunca totalmente fijadas en un sistema cerrado de diferencias; una entidad constituida por una diversidad de discursos entre los cuales no tiene que haber necesariamente relacin, sino un movimiento constante de sobredeterminacin y desplazamiento (Mouffe, 1999: 110).

    Verse en los medios significa buscar imgenes diversas de pares, los que suelen ser configurados no necesariamente con respecto a la iden-tidad cultural de carcter tnico sino conforme a otras posiciones que se toman en la participacin econmica, social y poltica. Pero a la vez es mirar la propia heterogeneidad identitaria y las responsabilidades polticas que de all emergen. Al parecer el deseo de vivir juntos desde individuali-dades no unitarias es hoy una nueva dinmica de agrupacin cultural y de accin poltica que son altamente movilizadoras tomando en cuenta algu-nos aspectos de las personas pero con otros ejes de circulacin personal y colectiva, ms all que las creencias, el idioma o las costumbres. 5. DIVERSIDAD DE CIUDADANOS Y TENDENCIAS EN LA CULTURA POLTICA MASSMEDITICA Partimos de identificar que para la mayora de ciudadanos latinoamerica-nos los medios son la nica escena poltica a la que tienen acceso. Ms an hoy con el deterioro de las instituciones partidarias. All conocen y apren-den sobre poltica y sobre s mismos. Las comprensiones del Estado, la autoridad y el valor propio se confrontan especialmente con la televisin o con el nuevo espacio grfico del kiosko que exhibe titulares de aquella prensa escrita en que predomina el tono informativo amarillo. Mediante su apoyo definen simpatas, afinidades y crticas, se enteran de lo que es la democracia y de lo que est bien o mal. En la interaccin con ellos aceptan o rechazan a lderes y se involucran o no en el inters pblico. O por lo menos crean en su imaginario lo que s es importante distinguindolo de lo que no lo es. Es decir, tanto la cotidianidad social y cultural marcada por el consumo de medios les posibilita interpretar lo vivido capturando los sentidos que por all circulan. No slo ponen en interaccin a los ciudada-nos en el quehacer hermenetico sino que les permite ir formando su pro-pia cultura poltica, que transita entre lo real y lo simblico, y entre el uso

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    de la razn pragmtica como la del deseo. Es en esas convergencias que las especificidades propias o comunitarias son activadas en el afn de consti-tuirse como sujetos con determinado poder. Cultura y poltica estn as en un acercamiento e interdependencia altamente significativa a la accin y participacin poltica. Sin embargo, no todos los ciudadanos son similares, las biografas de vida son totalmente dismiles, es decir la ubicacin o situacin social en relacin a las particularidades histricas configuran un capital cultural bsico que se pone en movimiento al leer, ver y escuchar textos de otros hacindolos suyos o no. Establecen desde esa singularidad conexiones diferenciadas entre su rol de consumidores y de ciudadanos, influyendo en su cultura y comportamientos polticos constantemente. Por ello hoy desde esta pers-pectiva las culturas son ms itinerantes y cambiantes, menos esenciales o ideolgicas que antes, ms centradas en esas convergencia que da una po-sicin social y cultural y una experiencia de vida marcada por la oferta para el consumo informativo y valorativo. Lo importante es que no pode-mos seguir tratando a los medios slo como tales, instrumentales a la pol-tica, sino como fuente bsica de definiciones ciudadanas, democrticas y de poder. No es posible, por lo tanto, entender a la ciudadana y a su cultura poltica por fuera del consumo massmeditico. En los estudios y sondeos que venimos realizando desde 1992, adems de los anlisis cualitativos, fuimos percibiendo una tipologa variable de consumidores-ciudadanos (cultura, sector social, formacin poltica) la que podramos esquematizar como hiptesis y no como verdades, de la siguiente manera: - Ciudadanos nmadas y audiovisuales que establecen distancia frente a la poltica porque ni les atrae ni les convence su utilidad. Menos an les fomenta pasin alguna. Ms bien estn en contra de ella. Los noticieros y la informacin en general se asume como un barrido de ofertas para saber qu pasa y continuar el recorrido. Pragmatismo y bsqueda de esparci-miento son sus lgicas culturales de vida, las que aplican al campo poltico. Por ello que escndalos y chismes polticos pueden ser apreciados casi al mismo nivel que los de la farndula, sin que generen aprendizajes demo-crticos significativos. Generalmente, suelen apreciar el orden y los reg-menes fuertes; igualmente la poltica de obras y no la de cambios ms ins-titucionales y estructurales, pues la supervivencia los obliga a esperar be-neficios tangibles y en el presente. No recibieron nunca informacin y formacin democrtica slida. Perciben algunos derechos en el deber ser pero no siempre se sienten sujetos de derechos en el campo poltico. El

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    estado es percibido bsicamente como un protector del pueblo y de ellos mismos, es el que suele otorgarles ddivas o respeto a sus prerrogativas. La relacin que se logra establecer con el poder es de intercambio en ayu-das o favores. Muchos de ellos rechazan la poltica porque es perversa y corrupta, en la medida que poseen nociones ticas contrapuestas de lo bue-no y lo malo. Se auto abstienen por lo tanto de participar en ella a no ser que medie algn beneficio especfico. El lder es el caudillo, ms an si es carismtico, esperando todo de l sin grandes creencias o entusiasmos, pero si ste no cumple se desengaan automticamente y cambian de sim-patas. Su autoestima en lo poltico suele ser muy dbil y se explica en los aprendizajes de sumisin vividos en diferentes campos de la vida cotidiana, ante las pocas oportunidades tenidas para desarrollarse educativamente y la subvaloracin que conlleva el voto electoral obligado. Estar como todos estn es una manera de mirar y valorar su propia opinin, es decir apuntan a percibir que forman parte de un conjunto grande de personas, que por lgica seran como un gran recipiente de intereses comunes aparentes. Situacin que muchos encuestadores e intrpretes polticos no saben inter-pretar. El desarraigo poltico de estos ciudadanos nmades dar respuestas de acuerdo o desacuerdo ms ligeros y cambiantes, dependientes del vox populi.

    Estn satisfechos con lo que le ofrecen los medios porque no tie-

    nen acceso a parmetros de comparacin en otros campos. Suelen aplaudir todo aquello que les satisfaga. La relacin oferta-demanda es directa y muy simple, poco exigente. No perciben el derecho a la informacin como suyo. El montaje del espectculo forma parte de su sentido de informacin y de diversin a partir de un clima cultural de comedia y exhibicin que se ha ido forjando como parte de su propia identidad cultural. Son los llamados fans de artistas o cantantes, cambiantes de aficin por su apertura a lo que est de moda y a la novedad. Los polticos se ajustan poco a ese esce-nario de diversin, sin innovaciones evidentes y significativas. Y que en ese sentido empatan con algunos ejercicios polticos electorales del me cae bien, habr que ver o me tinca que va ir mejor. Aprecian y requieren emociones fuertes para sentirse vinculados a algo. No son cotidianos se-guidores de la prensa menos an de la escrita, salvo en momentos de crisis, dada su alta cultura audiovisual. En esa lnea son muy sensibles al recono-cimiento pblico de su aparicin en la escena pblica como sujetos especfi-cos y como formas de comunicacin propias que se legitiman (el chisme, el melodrama, la risa, la msica, la violencia y el triunfo). Estn buscando siempre espacios de expresin de sus gustos, del sentido del cuerpo desde

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    la imagen y la msica en movimiento. Es decir esperan representaciones de su propia socialidad y capacidad comunicativa pero estn abiertos a la innovacin. Curiosamente, los medios que consumen no les ayudan a salir de esa situacin pre-democrtica en que se encuentran aunque tales ciuda-danos s estn abiertos a otras propuestas nuevas de informacin y forma-cin poltica audiovisuales, entretenidas, casusticas, inductivas, ms an si se proyectan nuevas imgenes de s mismos basadas en el reconocimiento pero apostando a un futuro de progreso. Valoran en extremo el aprender, incluso en el consumo de medios. Si bien sta no es una categora rgida, encontramos en esta modalidad a ms personas jvenes y a mujeres de diversa edad, de sectores medios y bajos, con niveles educativos de secun-daria no terminada hacia abajo. Sin embargo tambin hay jvenes de clases medias y altas con estas caractersticas. Estamos ante una definicin flexi-ble y fluctuante en lo social y la generacin. En el fondo se auto protegen de las carencias sociales que les ha tocado vivir, sin progreso posible. Re-claman la inclusin desde el mbito del entretenimiento. Y en situaciones laborales o humanas adversas suelen reclamar especialmente bajo el ala protectora de alguna agrupacin. - Ciudadanos orales, prodemocrticos y de opinin que son crticos frente a la poltica pero se interesan en ella. La noticia es su factor de en-ganche y desde ese punto de partida aprecian las discusiones y debates sobre aconteceres, personajes y decisiones polticas. Les atrae escuchar, comentar y cuestionar. Los problemas concretos los atraen para discutir sobre el pas y acerca del poder. Tampoco tienen una formacin democr-tica slida ni procesos de emancipacin individual suficientemente desarro-llados en diversos campos de la vida humana, pero s estn ms conectados con expectativas de modernidad y cambio. La poltica puede ser un tema de conversacin, pero no necesariamente de anlisis intelectual. Anhelan una nacin desarrollada, integrada y donde sea posible la convivencia y estn dispuestos a protestar o presionar. Son sensibles a sentimientos pa-triticos y aoran la idea moderna de estado-nacin. Les incomoda la glo-balizacin y los poderes extranjeros. Comprenden bien el sentido legal de la justicia y del funcionamiento de la sociedad. Son grandes demandantes de la resolucin de problemas sociales. Tienen juicios morales elaborados sobre los comportamientos polticos de lderes e instituciones. Invierten una potente capacidad de uso de su sentido comn estirndolo al mximo. Pueden fluctuar entre un apoyo pragmtico al autoritarismo cuando no ven otra salida y un aprecio a la democracia especialmente si no genera corrupcin y ayuda al desarrollo. Son intuitivamente inconformes y pro-

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    democrticos. Viven una tensin entre sus intereses individuales o secto-riales y los del pas, pero gustaran de una armona entre ambos aspectos. Pero no poseen canales de expresin de su descontento y de ese capital acumulado de discernimiento cotidiano. Estn indignados frente a la co-rrupcin vivida y la aplican con severidad a los medios. Demandan debaten interesantes, ms an si tratan sobre casos especficos.

    Aprecian la libertad de expresin pero algunos perciben los lmites

    de la propia como ciudadanos. Pero en otros gneros o tipo de programas son ms tolerantes, empatando con los gustos y particularidades del pri-mer grupo descrito. Les incomoda el espectculo noticioso y poltico exa-gerado, especialmente cuando no hay explicacin, opinin y verdad. Ms bien se orientan a darle credibilidad a unos medios y no a otros. Establecen diferencias y uniformidades con cierta precisin. Consumen noticieros y algunos programas polticos, cuando pueden compran peridicos y tratan de entender lo que sucede. Muchos de ellos llaman a las radios para expre-sar su opinin evidenciando una cultura participativa y una demanda de reconocimiento. Suelen combinar medios y gneros narrativos aunque critican muchas ofertas por grotescas, inmorales o perjudiciales, pero los siguen consumiendo ante una oferta massmeditica tan poco diferenciada, especialmente en la televisin. Son orales y audiovisuales, primando lo primero sobre lo segundo (radio y conversacin). Comparten la aprecia-cin del espectculo pero le colocan lmites. No pueden an encontrarle muchas explicaciones a las formas dominantes de montar informacin ni a la relacin que debe existir entre desarrollo y democracia. Pero tienen una alta disposicin al aprendizaje. Podemos ubicar aqu a adultos, preferente-mente varones, a algunos jvenes universitarios, de sectores sociales me-dios y bajos, con formacin secundaria o superior. - Ciudadanos de derecho, crticos y descontentos que cuestionan el autoritarismo desde una real apreciacin del sistema democrtico, aunque no necesariamente desde una perspectiva crtica frente a los problemas de exclusin y desigualdad que vivimos. Es un grupo de mltiples identidades sociales, de gnero y generacionales. Probablemente tienen en comn un nivel educativo ms alto que los anteriores. No suelen ser muy participati-vos pero lo vivido en el pas llev a algunos a organizarse y salir a las ca-lles, cuando los momentos polticos han llegado a su lmite. Si bien mane-jan y comprenden la democracia como estado de derecho, no tienen espa-cios para debatirla mejor y profundizarla. Son demcratas en general, sin desarrollar diferencias entre unos y otros. Muchos aprecian la democracia

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    formal y el valor de la libertad, pero no la solidaridad, los cambios cultura-les y la institucionalidad integral de la sociedad. Por ello, son ms enuncia-tivos que analticos, ms exigentes que ambiciosos en los cambios ticos de todo proyecto democrtico. Algunos de ellos se creen ya satisfechos con esta formacin bsica. Otros en cambio estn definiendo una actitud de apoyo a la democracia. Sin embargo, son altamente desconfiados del Esta-do y lo prefieren reducido y sin poder. Pocos piensan y menos discuten sobre el modelo de estado y de sociedad que necesitamos, confan en una tendencia general de la modernidad del mundo que habra que seguir. Mantienen cierto atraso con respecto a la comprensin de la importancia de tener una sociedad civil articulada, a la que temen y frente a la cual se mantienen a distancia. En general domina en ellos el inters privado o particular por sobre el pblico colectivo. Defienden sus derechos indivi-duales y muchos apuestan a sus propias influencias. Aunque muchos secto-res jvenes tienden a estar no slo descontentos con la poltica sino con el tipo de sociedad que les ha tocado vivir. Probablemente en este sector se busque mucho la migracin hacia el mundo.

    Les preocupa especialmente la televisin y muchos aunque la con-

    sumen la cuestionan hasta en exceso. Estuvieron en contra del uso de los medios por el gobierno anterior. Su cultura es escrita aunque tambin audiovisual. Los peridicos son ms ledos que en los casos anteriores aun-que sin cotidianidad y van a las temticas que ms les interesa. Suelen seleccionar bien lo que consumen y saben para qu lo hacen. Consumen televisin por cable y cine con cierta frecuencia, adquiriendo as nuevos referentes para definir sus gustos. En el campo del entretenimiento son afines a la cultura del espectculo pero de origen ms americano en unos casos, menos en el europeo. Suelen viajar por el pas y en el extranjero, pueden comparar. Valoran la libertad de expresin confundida con la de empresa. Son poco comprensivos de los ciudadanos anteriormente nom-brados y en algunos momentos los juzgan de manera intransigente, califi-cndolos de ignorantes u otras apreciaciones discriminatorias. Se autova-loran pero no necesariamente lo hacen frente a los dems. Tampoco tienen canales de expresin pblica de su descontento y de sus propuestas de cambio en los medios ni les interesa mucho participar. Les cuesta mucho discutir entre diferentes. Su descontento no es de furia como en los casos anteriores, sino de incomodidad o insatisfaccin. En este sector ubicamos a ciudadanos de mejor situacin econmica y de ms alto nivel educativo, de diversas edades y sexos. No es sin embargo, un sector de ciudadanos ideo-logizados sino abiertos a nuevas miradas y valores.

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    - Ciudadanos de tribus culturales, descontentos con todo, pero ansiosos y hasta desesperados por encontrar esperanzas vitales. Muchos jvenes crticos e irreverentes y algunos adultos tambin se ubican nadando en medio del escepticismo cultural frente a la sociedad que contagia de ese mismo sentido su propio enganche con la poltica, marcado por el despre-cio. Algo hay de contracultura pero tambin de produccin cultural pro-pia. Su forma de expresin est en la msica, los grafitis, el espectculo en la prctica del desenfreno y lo no aceptado, en la bsqueda del riesgo como forma de vida. Su propio cuerpo es una manifestacin cultural de rechazo y de cuestionamiento a lo socialmente aceptado. All est su poder, fuera de lo establecido. Son ciudadanos altamente comunitarios pues for-man siempre grupos entre pares, aunque a veces emigren de una a otra tribu, o participan ms fielmente slo de una. Pero definitivamente estn marcados por vivir y reeditar las diferencias frente a lo establecido. No le temen a la violencia porque entienden que la conservan dentro. La demo-cracia es para ellos una mentira. No quieren poder para s, pero s lo tienen dentro de s debido a su constante atrevimiento. Son estos algunos de los contrapblicos de los que hablaba Nancy Fraser (1997). Valoran la partici-pacin pero sin acumular poder pues cuestionan al caudillo de todo tipo, aunque a veces le dan liderazgo a algunos de los suyos por su capacidad de ser como ellos y de trascender o proteger al grupo simultneamente. Aqu podran ubicarse grupos alternativos, ciertos sectores feministas o agrupa-dos frente a las libertades sexuales, gente que prefiere salirse de la norma buscando siempre el goce y la expresin por encima de cualquier conven-cionalismo.

    Son altamente crticos frente a los medios. Su propia cultura cami-na entre los restos del hipismo viviendo el amor libre, la furia revoluciona-ria de los setenta contra el sistema y la expresin creativa y de siempre para hacerse notar. Presos de ese espritu desprecian a periodistas y las diferentes propuestas de programacin. Es evidente que hay una gama amplia de intensidades bastante heterognea en estas definiciones cultura-les. Viven con fuerza y libertad el baile y sus ritmos, empatan con el len-guaje audiovisual. Sin embargo, son altamente expresivos y comunicativos, quieren hacerse sentir. Sin embargo cuestionan el consumismo promocio-nado por los medios masivos de comunicacin.

    No les interesa necesariamente votar, pero s cuestionar mediante

    comportamientos diversos la formalidad poltica que aprieta a los ciuda-

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    danos del conjunto. Suean con un mundo diferente pero que no se orga-niza por configuraciones ideolgicas. La protesta no les es lejana si se ma-neja con sus cdigos culturales. Han aprendido curiosamente a entender y defender sus derechos a la vida y la libertad. Y estn siempre dispuestos, unos ms que otros, a ayudar en lo que s consideran una novedad y que empata con sus preocupaciones y su forma de actuar. El voluntariado, en ese sentido, es s una forma de convivencia con otros siempre y cuando haya aceptacin.

    - Habr muchos ciudadanos que comparten algunos aspectos de una ten-dencia u otra. Hay quienes no estn en ninguna de las sealadas, por ejem-plo quienes se ubican en una cultura culta ms intelectual y esteticista o quienes tienen una postura radicalmente crtica frente a la poltica y a los medios o a ambos desde perspectivas ideolgicas. Y comparten con todos los dems el descontento aunque sea de diferente estilo. Nos estamos refi-riendo por lo tanto a las tendencias ms comunes y a los que ya viven una interaccin intensa y profunda entre poltica, cultura y medios, desde dife-rentes apreciaciones culturales que encajan cmoda o incmodamente frente al poder poltico.

    Hay evidentemente caractersticas comunes, como la autoprotec-cin frente a una poltica que les genera rechazo o que cuestiona porque la quieren mejor. Conviven inclusive ambigedades ticas como aquellas comprensiones del estado al que le piden todo y no le exigen mucho como gobernantes. Ese estado que parece ser un botn cuando ests t dentro o algn familiar. Y la demanda de reconocimiento est bastante generaliza-da. Los dilogos culturales casi son negados entre unos y otros. 6. ENTRE EL DEBER SER MODERNO Y EL MUNDO PRAGMTICO DE ENCONTRAR UN LUGAR, MS OPININ QUE INFORMACIN

    Los sondeos y la investigacin cualitativa, realizados por diversas instituciones y empresas, revelan a un ciudadano que sabe perfectamente cmo debiera ser y cmo tendra que ser el mundo, aunque no est provis-to de mucha informacin o argumentacin al respecto. La modernidad lleg desde la posibilidad de insertarse en ella, no necesariamente desde su realizacin, conviviendo el acomodo con el cuestionamiento a la realidad y sus desajustes. Fue interesante, por ejemplo, indagar sobre la equidad de gnero en estudios de opinin pblica, ampliamente aceptada por la pobla-

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    cin. Cuando se les pregunta quines deben asumir tareas domsticas y pblicas es apotesico el ideal de compartir y ser iguales; pero cuando esa misma pregunta aterriza e interroga sobre su propia vida cotidiana, la lgica cambia (Calandria, 1997: 11): no hay equidad y se afirma que los datos estadsticos de violencia familiar son ciertos. Peor an, hay quienes no aceptan la no violencia contra la mujer, slo en principio, porque sos-tienen que en el caso de malos comportamientos de la mujer, como por ejemplo la infidelidad, ella si merece el golpe (Calandria, 1997: 11). En muchos casos tambin notamos la complicidad de muchos con la publici-dad y las imgenes de mujer que proyectan (Calandria, 1997b: 22-23). Igualmente sucede cuando la mayora estara a favor de las mujeres en la vida poltica incluyendo la presidencia, calificndolas como capacitadas y honestas, incluso estn a favor mayoritariamente de la ley de cuotas (Ca-landria, 2000a: 21-24). Sin embargo cuando se enfrentan a aspirantes pre-cisas la opinin toma otro rumbo y un gran sector ciudadano no vota por ellas cuando las candidaturas masculinas dominan (Calandria, 1998a). O s se las asume en algunos cargos pero no en los presidenciales (Calandria, 1998b:5). Ello acrecienta imaginarios pero no necesariamente ayudan a transformar la vida cotidiana propia, menos an la de todos. La idea de sociedad colectiva en ese panorama es casi un imposible. Sin embargo no slo se la admira sino que se producen apropiaciones particulares en una suerte de ensalada cultural, que algunos llamaran postmoderna.

    El estado sigue siendo predominante en la comprensin de la so-ciedad aunque hay evoluciones desde 1997 cuando no se reconoca a la sociedad civil menos an su importancia en el quehacer de las polticas (Calandria, 1997). Hoy existen mayores conocimientos al respecto. Pero las brechas de comprensin de la complejidad econmico social se vislum-bran poco en la poltica. Al preguntarles sobre las influencias polticas de los diferentes actores, la propia ciudadana est muy mal destacada. Hay quienes por ejemplo en ese momento se reconocan como parte del Estado, pero los temas de conversacin entre la gente no eran los polticos sino los sociales. En ese sentido si bien hay un descentramiento de la poltica hacia otros campos de la atencin, la tendencia noticiosa e informativa sigue dndole importancia al estado, aunque sea desde su desacralizacin desde el chisme privado y el escndalo. Hoy da se habla ms de las autoridades que del Estado, a los propios medios se les ven dependientes de ellas. Por-que el Estado est cada vez ms en los confines de la vida propia. El orden no es un resultado de la convivencia sino tarea impuesta desde fuera de la ciudadana. La culpabilidad est en el Estado y se espera todo de l, a pesar

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    que la furia colectiva contra ellos es evidente y altamente explosiva. Mu-chas protestas callejeras tiene ese tinte de bsqueda de la ddiva y del pa-ternalismo estatal. Unos se sienten ciudadanos, otros an pobladores y los deberes son entendidos como sanciones normativas, no como actos de responsabilidad con el pas. La marcha es la mxima expresin ciudadana muy por encima de la recoleccin de firmas, de las denuncias a travs de medios o reclamos a travs de organizaciones (Calandria, 1998c), lo que hablaran poca confianza en hacer respetar los derechos individuales desde cada ciudadano. En general notamos que la democracia est asociada al desarrollo social. Si no cambia la vida de la gente pierde sentido la demo-cracia. Es decir en las valoraciones de los sujetos de la democracia sta es an slo un sistema de gobierno, no es una identidad ni una comunidad tica que sabe y aprende a convivir. En ese sentido, en los pases andinos especialmente el llamado proyecto neoliberal no ha calado en los ciudada-nos, muchos de los cuales se oponen a las privatizaciones con el argumento nacionalista a cuestas. Quieren vigilar al Estado (Calandria, 2001a: 21), pero los medios lo hacen por ellos. La impotencia nos habita culturalmente y no sabemos cmo procesarla. No se sienten influyentes sino solo lo son las autoridades locales y dirigentes. Pero paradjicamente, los lderes pol-ticos poco les importaran (Calandria, 2001a: 45). Es decir la apuesta al Estado est hecha a la vez de todo y nada. Debemos tambin anotar que esta opinin pblica es sumamente variable en nuestros pases, transita por los vaivenes de la noticia o el acontecimiento poltico que llame ms la atencin. Hasta los temas ms continuos sealados como de prioridad tie-ne un giro. Por ejemplo, mientras que la principal demanda actual se cen-tra en el empleo y los salarios, hace tres aos era mejorar la capacidad productiva del pas (58.4%) (Calandria, 2001b: 16).

    El poltico expresa tal desavenencia pues cuando adquiere el poder se aleja an ms de una nueva modernidad y se instala en la barbarie, en lo nico que le queda por hacer, ganar frutos para s. No somos slo hijos de una modernidad tarda sino de otra altamente desigual, la que es juzgada desde una posicin tradicional, fruto de una contraposicin dicotmica entre lo bueno y lo malo. Quiz nuestro mundo sensible lo sea, pero frente a la realidad concreta se juzga sin admitir la incertidumbre. Todo ello nos habla de un ciudadano impotente pues mira la modernidad y la aora pero est al frente de la misma, no compromete el poder hacer-se de otra mane-ra, tal como figura en los discursos de los derechos humanos y del progre-so. Ciudadano que le es difcil ubicarse en la poltica. Pero sabe cmo com-portarse segn situaciones. Una poltica de informacin descriptiva en los

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    medios que no conecta sentimiento con argumentacin, informacin con opinin, no ayuda a ubicarse y comprender.

    Para muchos ciudadanos la corrupcin est en todas partes. 51% dice que todos somos corruptibles y 65% que los polticos tambin lo son (Calandria, 2001c). Es decir sta no se encuentra lejos sino cerca de cada uno. En muchos casos puede hasta ser una oportunidad del despegue eco-nmico privado o personal. En una ltima encuesta realizado por la insti-tucin Protica, mucha gente justifica la corrupcin y la perdona. Hay un 30% que estara dispuesto a votar por el poltico ms corrupto de la histo-ria, lo mismo que suceda en Argentina en las ltimas elecciones. Estamos ante ciudadanas culturales altamente flexibles y permisibles que son el resultado de tales incongruencias. Se est frente a un mundo futuro ms justo y equitativo, sin guerras ni corrupcin, pero que no es para nosotros los latinoamericanos y estamos an muy lejos de alcanzarlo. La alta mi-gracin hacia los lugares reales de la modernidad es evidente. La disyunti-va entre ser del pas o de una comunidad cultural y ser del mundo de algu-na manera significan conflictos.

    La desazn frente a la poltica y los polticos ha tendido a aumen-tar en casi todos los pases. Es como si se hubiese suspendido el proceso de integracin al modelo democrtico de la sociedad. En el Per ya en el 2002 percibimos desengaos y hasta furias colectivas, explicables en parte por-que era posible quejarse, porque hubo un crecimiento de la oposicin y los medios intensificaron los aspectos de denuncia ms altos de nuestra histo-ria, dejando de lado muchas informaciones que hablaban de una recons-truccin del pas. Las encuestas que se publican hoy en los peridicos dan la impresin que la desazn crece y con ella se agradan las distancias entre ciudadanos y polticos. Y efectivamente, si slo se presenta lo que est mal estamos ante una vorgine imparable. Aparentemente, en ese contexto la democracia se ve cuestionada, ms an cuando nunca tuvo un arraigo sig-nificativo en la cultura poltica de los peruanos y de muchos pases lati-noamericanos. Lo mismo sucede en Bolivia y en muchos pases sudameri-canos, centroamericanos y caribeos.

    Entonces, cabe preguntarse cul es el rol democratizador de los medios en el corazn de tales realidades subjetivas. Desde la gente, la ra-dio y la prensa local permite conocer la actualidad poltica local y regional mientras que la televisin nacional o lo que ocurre en las grandes urbes (Calandria, 1998c: 5-13). La prensa nacional en cambio se abre al mundo.

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    En pases como Colombia es la radio un referente poltico importante y ms integral. A pesar que tales medios tienen ms credibilidad en algunos pases que otros estn sufriendo un evidente deterioro. Pero lo que est mal no son los medios exclusivamente sino la propia relacin entre medios y poltica es ahora poco clara. A los medios se les pide objetividad y crtica (Calandria, 1998c: 32) pero tambin que hagan pensar. Todos estn por la participacin ciudadana en los medios, pero pocos ejercen ese derecho. Estn cerca y estn lejos a la vez (Calandria, 1998c: 33).

    La demanda informativa es alta y desde ella se constituye una cr-tica a los medios especialmente en la poca de Fujimori. La ciudadana se daba cuenta que en el 2000 la informacin no era transparente (64%), es-pecialmente aquellos que no haban decidido su voto por Fujimori (Calan-dria, 2000b: 3) acusndola de imparcial. Lo que indica que cuando se des-arrollan posiciones polticas por endebles que sean, la gente es ms sus-ceptible a la crtica. Se observa el favoritismo. Se valora el debate pero no se sabe cmo es. Es entendido como confrontacin y pelea, incluso como contiendas personales. Por ello se anhela un gobierno transparente que informe continuamente sobre su trabajo y sus problemas (50%) (Calandria, 2001b: 17). Por eso se piden soluciones rpidas porque no estn informa-dos sobre lo que cuesta un cambio tan significativo. Muy poca gen-te(13.4%) sabe de las mesas de concertacin y dilogo en los gobiernos locales (Calandria, 2001a: 15) pero al explicarse qu son muestran su satis-faccin. Muchos tampoco tienen una idea clara de la sociedad civil, pero s saben del Congreso y del Presidente del Ejecutivo. Cundo se pregunta sobre los ministros con nombre y apellido no saben sus nombres sin em-bargo cuando las encuestas les solicitan valoracin de ministros casi todos responden. Vacos que pueden estar repletos de emociones o de opiniones generales que le sirven para adecuarse a toda situacin. No les es fcil co-nectar informacin con opinin. El ser constantemente interpelado por las encuestas y por la publicacin casi semanal de sus resultados, ha ido gene-rando un referente cultural del quehacer poltico como objeto de consumo que sirve para orientar su propia opinin como bien lo afirma Noelle-Neumann (1995). Ello ha ido generando una ecuacin simple. La informa-cin no es relevante porque no permite comprender, no explica el funcio-namiento de la realidad, se ahoga en los detalles. En ese camino, opinar es quiz ms importante que votar y participar, es hacerse sujeto poltico desde una opinin que no se nutre de informacin y que va comprobando que no la necesita. La opinin se ha convertido en un valor social que legitima a la ciudadana y la expresa, a pesar de sus frvolas trampas esta-

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    dsticas y de interrogaciones, pues no se busca desde ellas el disenso sino el consenso y la homogeneidad. Nos estamos convirtiendo en sociedades de opinin.

    Curiosamente si bien se tiene una opinin crtica frente a los me-dios y a la vez se sienten cercanos a ellos, s hay una demanda de cambio en los medios que es altamente exigente, pidindose la regulacin de los mismos (ver Alfaro, 2003b). Es decir no slo hay descontento, se maneja bien la oferta especialmente audiovisual. Se valora lo objetivo y lo plural. Pero los vnculos no son slidos sino ms bien sigue la lgica del mercado y no precisamente la de la identificacin. En lo poltico se considera que la informacin que se ofrece es confusa. La propia gente no valora las franjas electorales (Calandria, 2001d: 14) porque no se acepta que la clase poltica tenga tales beneficios. 7. CIUDADANAS DESORIENTADAS EN UN ESCENARIO CULTURAL SIN DILOGO: AUSENCIA DE LIDERAZGOS EN SOCIEDAD CIVIL, MEDIOS Y ESTADO

    Se suele entender como el conjunto de instituciones y organiza-ciones sin fines de lucro, las llamadas organizaciones no gubernamentales. Esta acepcin tiene tres peligros. Uno primero que aparece indefinida, como una superposicin desarticulada y en desorden de institucionalida-des, cuya identidad es imprecisa, como si fuera todo lo que no cabe dentro de una formulacin poltica tradicional. El segundo que remarca ms bien su papel social, distancindolo del poltico, identificada como aquello opuesto al estado y como dotada de inocencia y sentido tico como contra-posicin a lo poltico y al mercado. Otro tercero que separa a los sectores organizados de la ciudadana comn y corriente quitndole su valor de representacin y comunicacin con los sectores ms amplios. Tambin existe una discusin acerca de las empresas, si forman parte de la sociedad civil o no.

    Preferimos pensar a la sociedad civil ms como una fuerza articu-

    ladora que genera otros protagonismos en la vida poltica del pas, a partir de sus quehaceres e inversiones sociales y de su relacin con la ciudadana. No es un ente o una entidad asible, sino ms bien un conjunto de movi-mientos e instituciones que se hace cargo de la vida social y su incidencia

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    en la poltica. Relacin que no se construye desde la representacin sino desde el conocimiento programtico del pas y de los diferentes actores, a partir de su experiencia de accin. En ella est y se debe producir constan-temente una voluntad de cambio y de resolucin de problemas que afectan a las mayoras y al conjunto. Es el espacio donde se unen fuerzas sociales y saberes profesionales diferenciados. Est ntimamente relacionada con actores colectivos e individuales, en los campos econmicos, culturales y de las solidaridades bsicas. Sera el capital motor del pas que no ignora al estado sino que puede dialogar con l, crtica y propositivamente. Viene promocionando el desarrollo en el pas y se deben a la generacin de inter-eses comunes, es decir est ntimamente comprometida con una funcin pblica. Desde ella ser posible establecer bancos de iniciativas, debida-mente sustentadas para proponerlas al estado y a la empresa privada o conducir proyectos para ser evaluados y apropiados por otros. Por lo tan-to, es factor real y simblico de acumulacin de fuerzas, educacin y cono-cimiento en pro de salidas concretas locales y nacionales, pensadas no des-de el poder poltico sino desde las demandas de la sociedad. Por ello, que su relacin directa con la ciudadana es clave. Y tiene un vital significado adicional, que es la posibilidad de convertirse en una esfera no estatal que incluya una serie de esferas pblicas, unidades productivas, domsticas, organizaciones de ayuda mutua y servicios basados en la comunidad, que estn legalmente garantizados y se autoorganizan (Keane, 1992: 33). Las que al articularse pueden constituirse una fuerza poltica que define pro-blemas, opina, propone y asume liderazgos, admitiendo su diversidad con-formativa.

    En la idea de democracia deliberativa y participativa, el Estado y la

    Sociedad Civil se encuentran, se superponen parcialmente, dando lugar a una interseccin que representa el espacio pblico de la participacin. (...) Esta coincidencia de intereses y disposiciones implica desde la sociedad civil, que los gobernados reivindican su derecho a participar en la bsque-da de soluciones a los problemas sociales mediante la deliberacin, y desde el Estado que refleja la expresin de una actitud realista y modesta, tanto para reconocer la insuficiencia de recursos para satisfacer las expectativas como el aceptar el concurso y la ayuda ciudadana en esta difcil tarea (Murillo y Pizano, 1999: 125-126). Esa interseccin nutre la idea de vigi-lancia ciudadana en el marco de la relacin entre sociedad civil y estado. Y subraya que es imposible entender a la sociedad civil por s misma, cumple su rol en la medida que se compromete con la ciudadana.

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    Sin embargo, en nuestros pases la sociedad civil est an muy fragmentada, cuyo aislamiento tiende a ser constitutivo en muchos casos, aunque hay avances de cambio en los ltimos tiempos sin dejar de lado competencias oscuras y hasta desleales que se requiere trascender. Se con-figuran as estados y gobiernos cuyo poder se ejercita sin el contrapeso de una organizacin ciudadana individualizada ni con instituciones plurales articuladas de relativa energa, solidez y compromiso democrtico ms all de sus linderos. En algunos polticos hay desconfianzas acumuladas contra ella, porque la imaginan suplantando sus propios roles. El nfasis en la vigilancia ciudadana de la gestin pblica desde la sociedad civil ha creado resquemores en quienes tienen el poder poltico. Partidos y autoridades no comprenden an la importancia de la sociedad civil en la democracia de nuestros pases, menos an la urgencia de reformar al Estado buscando una identidad y una funcin apropiada para pases en vas de desarrollo como los nuestros y con problemas de desigualdad tan relevantes. Incluso se opone la democracia participativa a la representativa sin buscar su com-plementariedad. La empresa privada si bien est construyendo articulacio-nes con la sociedad civil, sta es an incipiente. Muchos empresarios la desconocen o le guardan temor. Las organizaciones no gubernamentales han cometido el error de sealar sentidos representativos de su propia identidad, explicando y abarcando desde s mismas a toda la sociedad civil o han adquirido un liderazgo poco consensuado. Su presencia a nivel mun-dial es ms importante y dice mejor de su utilidad que desde el propio pas, que como ya hemos visto se sostiene en un panorama que es altamente conflictivo.

    En los ltimos tiempos la sociedad civil como formulacin aparece en la esfera pblica. El Congreso de la Repblica en su reglamento admite la participacin de la sociedad civil en las diferentes comisiones y se estn dando pasos significativos al respecto. Hay comisiones nombradas por el Ejecutivo que la incorporan de manera significativa, inclusive reconocen el trabajo realizado, como por ejemplo en el campo de los derechos humanos. Incontables eventos realizados sobre los principales problemas del pas han dado cuenta de una voluntad poltica de la sociedad civil por ser pro-tagonista, lo que significa un fenmeno nuevo en el pas. Sin embargo, tales avances no repercuten en su articulacin interna pues la relacin con la ciudadana sigue siendo un lastre.

    No podemos entenderla simplemente como un gran foro de las so-ciedades modernas donde los ciudadanos deliberan sus problemas, en in-

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