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Revista Bíblica – Año 62 – 2000/1-2 – Págs. 33-65 [33] LOS ORÍGENES DEL ISRAEL BÍBLICO Una cuestión abierta Gabriel M. Nápole, OP Buenos Aires - Argentina Tanto judíos como cristianos han considerado la historia de Palestina correspondiente al final del segundo milenio y el primero, a partir del texto bíblico. En efecto, ambos han tomado el texto bíblico como texto uniforme, 1 a pesar de sus diferencias y tensiones internas, comprobables a partir de una lectura crítica. Desde el período helenista, los libros bíblicos desde Génesis hasta Reyes, complementados con Crónicas, Esdras-Nehemías y Macabeos, han sido leídos como “libros históricos”. 2 Inclusive durante el período de los estudios críticos de la Biblia, ésta continuó ofreciendo el “relato paradigma” a partir del cual muchos historiadores y arqueólogos escribieron la historia de ese período. Como resultado, actualmente tenemos una considerable colección de obras que pretenden exponer la “Historia de Israel” 3 , trabajando fundamentalmente a partir de los “libros históricos”. Entre quienes se han mostrado muy críticos con este método, K. W. Whitelam representa la postura más extrema, sosteniendo que la “invención del antiguo Israel” por la historiografía bíblica antigua y también por la moderna, ha conducido a “silenciar la historia de Palestina”. 4 Probablemente en la actualidad nos encontremos en un proceso de cambio de paradigma en la investigación. Las últimas dos décadas han visto surgir lo que M. Z. Brettler ha llamado una “nueva 1 Entre los investigadores anglófonos, suele distinguirse entre , esto es, la narración bíblica y, particularmente los textos tomados de los llamados “libros históricos”, y , es decir, la representación o reconstrucción controlada de la realidad fáctica antigua, material y/o mental, tal como se las puede conocer a través de un análisis crítico de las fuentes y de la evidencia documentaria. 2 Mientras que en la Biblia hebrea Josué-Jueces-Samuel-Reyes constituyen “los profetas anteriores” y Crónicas-Esdras-Nehemías forman parte de “los escritos”; en la Biblia griega, en cambio, ambos grupos se encuentran en el primer volumen, llamado “legislación e historia” ( ). 3 La misma expresión “Historia de Israel” es confusa. Algunos trabajos recientes prefieren utilizar “Historia del antiguo Israel y Judá”, tratando de cubrir la historia de la antigua “Palestina” en cuanto expresión de una región. 4 K. W. WHITELAM, , London 1996; ID., “The Search for Early Israel: Historical Perspective”, (Sh. Ahituv - E. D. Oren, eds.), Beersheva & London 1998, pp. 41-64.

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Revista Bíblica – Año 62 – 2000/1-2 – Págs. 33-65

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LOS ORÍGENES DEL ISRAEL BÍBLICO

Una cuestión abierta Gabriel M. Nápole, OP Buenos Aires - Argentina Tanto judíos como cristianos han considerado la historia de Palestina correspondiente al final del segundo milenio y el primero, a partir del texto bíblico. En efecto, ambos han tomado el texto bíblico como texto uniforme,1 a pesar de sus diferencias y tensiones internas, comprobables a partir de una lectura crítica. Desde el período helenista, los libros bíblicos desde Génesis hasta Reyes, complementados con Crónicas, Esdras-Nehemías y Macabeos, han sido leídos como “libros históricos”.2 Inclusive durante el período de los estudios críticos de la Biblia, ésta continuó ofreciendo el “relato paradigma” a partir del cual muchos historiadores y arqueólogos escribieron la historia de ese período. Como resultado, actualmente tenemos una considerable colección de obras que pretenden exponer la “Historia de Israel”3, trabajando fundamentalmente a partir de los “libros históricos”. Entre quienes se han mostrado muy críticos con este método, K. W. Whitelam representa la postura más extrema, sosteniendo que la “invención del antiguo Israel” por la historiografía bíblica antigua y también por la moderna, ha conducido a “silenciar la historia de Palestina”.4 Probablemente en la actualidad nos encontremos en un proceso de cambio de paradigma en la investigación. Las últimas dos décadas han visto surgir lo que M. Z. Brettler ha llamado una “nueva

1 Entre los investigadores anglófonos, suele distinguirse entre , esto es, la narración bíblica

y, particularmente los textos tomados de los llamados “libros históricos”, y , es decir, la representación o reconstrucción controlada de la realidad fáctica antigua, material y/o mental, tal como se las puede conocer a través de un análisis crítico de las fuentes y de la evidencia documentaria.

2 Mientras que en la Biblia hebrea Josué-Jueces-Samuel-Reyes constituyen “los profetas anteriores” y Crónicas-Esdras-Nehemías forman parte de “los escritos”; en la Biblia griega, en cambio, ambos grupos se encuentran en el primer volumen, llamado “legislación e historia” ( ).

3 La misma expresión “Historia de Israel” es confusa. Algunos trabajos recientes prefieren utilizar “Historia del antiguo Israel y Judá”, tratando de cubrir la historia de la antigua “Palestina” en cuanto expresión de una región.

4 K. W. WHITELAM, , London 1996; ID., “The Search for Early Israel: Historical Perspective”, (Sh. Ahituv - E. D. Oren, eds.), Beersheva & London 1998, pp. 41-64.

[34] historiografía bíblica”.5 La misma consiste en el estudio de aquello que concerniente específicamente a la historiografía bíblica desplegada en los llamados “libros históricos” de la Biblia, es decir, al análisis de sus características literarias, perspectivas ideológicas y ubicaciones sociohistóricas. Al mismo tiempo, muchos investigadores se encuentran trabajando sobre la historia de Palestina del segundo y primer milenio a. C., sobre la base de los descubrimientos arqueológicos (material cultural, textos e iconografía). Ellos afirman que esta “fuente primera” ofrece una mejor evidencia del pasado que los textos bíblicos, que fueron escritos mucho tiempo después de los acontecimientos y presentan una pintura del pasado de “Israel” que está muy condicionada por una ideología religiosa y política particular.6 Pocos problemas de la historia de Israel han sido tan debatidos como el de sus orígenes, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Dada la intensidad con la que se fue dando dicho debate, se podría pensar legítimamente que la cuestión del “origen de Israel” es la más importante de todos los temas que plantea la historia de dicho pueblo.7 Al preguntarse sobre los motivos que llevaron a que esta discusión concentrara la atención de los investigadores durante la segunda mitad del siglo XX, Ch. Uehlinger responde con cuatro razones. En primer lugar, porque siempre los orígenes tienen un especial atractivo para los interesados. Segundo, porque generalmente esos orígenes son considerados normativos. En tercer lugar, porque el tema de los orígenes lo postula la propia Biblia desde el momento que hace comenzar la historia de Israel con Abraham, desde el punto de vista de la promesa, o con el éxodo de Egipto, desde la perspectiva de la historia del pueblo. Por último, porque en el siglo XX ha surgido una nueva realidad política y nacional llamada “Israel”. Esto último ha

5 M. Z. BRETTLER, , London 1995, pp. 2-7. 6 Cabe aclarar que si bien este nuevo rumbo de la historiografía está dando buenos resultados,

no puede ignorarse que la Arqueología no es un emprendimiento más objetivo que la escritura convencional de la historia, ya que su agenda, muchas veces, fue definida por ideologías nacionalistas o imperialistas. Cf. B. TRIGGER, “Alternative archaeologies: Nationalist, Colonialist, Imperialist”, 19 (1984) pp. 355-370; D. SMALL, ed. , Sheffield 1997.

7 Sin embargo, en la historia de Israel y Judá posterior a los “orígenes” existen otras muchas cuestiones -eventualmente más importantes-, que esperan todavía respuestas satisfactorias.

[35] generado un particular interés en los orígenes del Israel bíblico, como no había existido en siglos anteriores.8 Antes de presentar diversas hipótesis explicativas modernas sobre los orígenes de Israel, los testimonios epigráficos con los que contamos, y los resultados actuales obtenidos por la Arqueología, recordemos brevemente cómo se exponen los hechos en la Biblia. De acuerdo con el libro de Josué (1-12), las doce tribus procedentes de Transjordania, atraviesan el Jordán bajo el mando de Josué, se apoderan rápidamente de Jericó y Ay y someten las zonas vecinas mediante un pacto con los gabaonitas. Precisamente este pacto provocará el enfrentamiento con los reyes cananeos del sur, que terminará con la conquista de toda esta zona. Y, como consecuencia de ella, se formará una coalición de reyes cananeos del norte, que también serán derrotados. De este modo, en una rápida campaña, en una especie de “guerra relámpago”, las tribus se hacen con el dominio de todo el territorio de Canaán, salvo algunas excepciones, actuando cruelmente con los pueblos vencidos, a los que aplican la ley del anatema. Esta presentación choca aparentemente con la que ofrece el capítulo primero del libro de los Jueces (1,1-26), donde las operaciones militares están guiadas por cada una de las tribus, independientes entre sí, donde no representa papel alguno la figura de Josué y donde se subraya mucho más la imperfección de la conquista, indicando los territorios que no pudieron ser dominados o conquistados: las ciudades de la Filistea, la y de las montañas del Líbano (Jue. 13,2-7.13), así como las ciudades de Jerusalén, Bet-šan, Dor, Meguido, Guezer y Aco (Jue. 1,21.27.28.29.34-25). El Antiguo Testamento también refiere algunas infiltraciones pacíficas (Nm. 32,1-38) y ciertos pactos con los habitantes cananeos (Gn. 49,14; Jos. 9). 1. Diversas hipótesis explicativas. Las diferentes hipótesis explicativas sobre el origen de Israel se fueron sucediendo en la historia de la investigación durante el siglo

8 Cf. CH. UEHLINGER, “The ‘Canaanites’ and other ‘pre-Israelite’ peoples in Story and History”,

46 (1999) p. 555.

[36] XX, ajustándose o modificándose a partir de los sucesivos descubrimientos provenientes de la Arqueología, de los aportes de Epigrafía y de los avances en la Crítica literaria sobre el texto bíblico. Los resultados fueron variados, de acuerdo al modo de considerar y combinar los datos obtenidos aunque, como se observó más arriba, en varias de estas hipótesis, el texto bíblico continúa ocupando un lugar sobresaliente. Puede tomarse como punto de partida la tesis de A. Alt,9 quien consideró el asentamiento israelita en Canaán desde el punto de vista de una dicotomía sociológica entre la vida sedentaria y urbana de los cananeos, y la vida seminómada y de pastores de los clanes israelitas. La “conquista de Canaán” fue, al menos en sus primeras fases, el resultado de varios asentamientos pacíficos. El país de Canaán estaba dividido en gran número de ciudades-estado desde comienzos del segundo milenio a. C. Pero la situación no era la misma en la llanura que en la montaña: las ciudades-estado se agrupaban en los valles y llanuras, mientras que las regiones montañosas eran poco frecuentadas. Fue en esas zonas montañosas, peor organizadas políticamente y probablemente menos pobladas, donde inicialmente se asentaron los israelitas. Las antiguas ciudades-estado se vieron poco afectadas por su aparición y sólo un pequeño número de ellas fueron destruidas inmediatamente. El fenómeno de asentamiento pudo durar décadas, tal vez siglos, y parece que tuvo lugar en su mayor parte con el consentimiento de las poblaciones locales. Sólo en las fase final es posible que el mismo adquiriese un carácter más violento, aunque siempre con características locales. Se trataría de la época de Saúl y de David.10 Entonces, ¿Por qué conceden las tradiciones bíblicas tanta importancia a las campañas militares durante la etapa del asentamiento, si en realidad eso ocurrió más tarde? Habría diversos motivos que lo explican. En primer lugar, porque lo que ocurrió realmente en los prime-

9 Cf. A. ALT, , Leipzig 1925. Las ideas sobre el

asentamiento, apenas esbozadas en este artículo, las desarrollará años más tarde en otro importante artículo: “Erwägungen über die Landnahme der Israeliten in Palästina”, 35 (1939) pp. 8-63. Acerca de la labor llevada a cabo por A. Alt, véase R. SMEND, “Albrecht Alt (1883-1956)”, 81 (1989) pp. 286-321.

10 “Las fuentes bíblicas, si son examinadas críticamente dejando aparte la versión oficial, concuerdan en esta visión de fondo de los acontecimientos: el proceso debió de iniciarse poco después de la época de El Amarna, para dar fin en la de David con la incorporación de las ciudades-estado, y en la de Salomón con la de Guezer.” (A. SOGGIN, , Bilbao 1997, p. 211).

[37] ros momentos no se prestaba mucho a ser contado, ya que carecía del dramatismo necesario para que se grabase en la memoria; en cambio, las empresas militares de la etapa de consolidación se recordarían fácilmente. Pero, además, los relatos de estas luchas eran muy importantes, ya que justificaban las pretensiones territoriales de cada tribu. Quienes recopilaron estas tradiciones, aparte de que se vieron obligados a respetarlas, difícilmente podían imaginar lo sucedido de forma distinta.11

Otra cuestión importante que aborda A. Alt es la procedencia de las tribus que configurarán el futuro Israel. Según su opinión, dichas tribus provienen del desierto. El paso de tribus del desierto a la tierra cultivada es un hecho normal en Siria, Mesopotamia y Babilonia. Hay mucho material comparativo que puede utilizarse para hacerse una idea de lo ocurrido al antiguo Israel. Este material permite advertir que se trata de un proceso muy lento, que implica a una serie de generaciones. Por otra parte, este proceso se desencadena por las necesidades de la zona en que viven estas tribus y por su tipo de economía. Al ser pastores, deben buscar nuevos pastos cuando llega el verano, y sólo los encuentran en el borde y el interior de la tierra cultivada. Así, los pastores nómadas pasan más o menos regularmente del desierto a la tierra cultivada; y este paso es aún más frecuente entre los pastores seminómadas. Cuando empiezan las lluvias, se retiran al desierto y los campesinos siembran. Entre nómadas y sedentarios hay mucho intercambio comercial, pero son grupos netamente distintos. Lo mismo ocurrió con las tribus israelitas: este paso anual de la estepa a la tierra cultivada fue la etapa previa al asentamiento y no el asentamiento propiamente dicho.12 La ausencia de tradiciones sobre conflictos demuestra que al principio se trató de un fenómeno pacífico. Probablemente se instalaban en zonas retiradas de las ciudades cananeas, poco aptas para la agricultura, donde no encontrarían muchos habitantes y podían ponerse fácilmente de acuerdo con posibles pastores cananeos. Bastó un pequeño impulso para que se produzca el

11 Si bien no excluye enfrentamientos ocasionales entre los israelitas y los habitantes de las

ciudades cananeas, A. Alt afirma que el origen de la mayor parte de las tradiciones beligerantes de los libros de Josué y Jueces, corresponden a la época tardía de la monarquía o, inclusive, a la época exílica. Esta posición será desarrollada más tarde por su colega de la “escuela alemana” M. Noth, con la teoría general de la “historiografía deuteronomista” (cf. M. NOTH, , Halle 1943).

12 Recuérdese la tradición de Simeón y Leví en Siquem.

[38] paso definitivo a la tierra cultivada. El impulso pudo deberse en ocasiones a que los pastos de invierno se veían amenazados por otras tribus del desierto o de la estepa.13 Pero más decisivo fue el cambio en la economía de las tribus, que las hizo dedicarse a la agricultura. No hacía falta renunciar a cambiar anualmente de pastos, ya que el cultivo era poco intenso y bastaba que se quedasen unos grupos mientras otros emigraban con el ganado. Las cosas cambiaron cuando una tribu consiguió limpiar el monte para dedicarlo a la agricultura. Entonces hizo falta más gente que adopte una vida sedentaria. A este proceso contribuyó también la adopción de ganado mayor, con menos movilidad que ovejas y cabras. Tal estado es el de asentamiento; se llegó a él por pasos muy distintos y no de forma homogénea. A. Alt indica la dificultad de situar cronológicamente estos hechos. En contra de lo que se hacía antes, con su teoría resulta necesario analizar el caso de cada tribu y los diversos estadios por que pasó cada una de ellas. Lo que sí puede afirmarse es que las etapas de asentamiento y consolidación de las tribus se habían cerrado ya en el paso del segundo al primer milenio. Según A. Alt, el asentamiento del primer grupo -la casa de José- debió ocurrir en los siglos XII y XIII a. C., y las luchas por la consolidación en los siglos XII y XI.14 Para M. Noth,15 discípulo de A. Alt en este tema, las tribus de Israel penetraron en comarcas que en la edad del Bronce habían estado escasamente habitadas, o no lo habían estado en absoluto. En las zonas ocupadas por los israelitas sólo había escasos y dispersos poblados cananeos que, pronto o más tarde, las tribus debieron dominar por la fuerza. Pero eso no significa que se produjeran luchas con el grueso de los cananeos que no habitaba los territorios israelitas. En

13 Aquí podría enraizar la tradicional enemistad con los amalecitas. 14 En este contexto trata A. Alt, casi de pasada, un tema de gran interés: el valor de la

Arqueología: “No toda destrucción experimentada por una localidad cananea en tiempos del asentamiento israelita tiene que ser consecuencia de una conquista, y no toda conquista tiene que ser obra de los israelitas; las rivalidades entre los muchos monarcas cananeos, las oscilaciones del dominio egipcio sobre el país y de la actitud de los reyes locales ante Egipto, la irrupción de los filisteos y de otros grupos extranjeros, ofrecen una multitud de posibilidades para la destrucción temporal o duradera de las antiguas poblaciones, sobre todo teniendo en cuenta que eran centros de poder y, en cuanto tales, estaban más expuestos a las consecuencias de los cambios en las grandes y pequeñas potencias políticas” (A. ALT, , Leipzig 1925, pp. 156-157).

15 M. NOTH, , Gotinga 1950 (Edición en castellano: , Barcelona 1966).

[39] general, las tribus se instalaron en el país de forma tranquila y pacífica, sin que sus primitivos ocupantes se preocuparan por ello. Puede suponerse que esto se produjo de manera parecida a lo que hacen en nuestros días los seminómadas y su ganado menor. Los israelitas eran seminómadas ansiosos de tierras y al trashumar, cuando empezaron a penetrar en el país, acabaron por establecerse en las regiones de escasa densidad de población, desde las cuales fueron extendiéndose. Al comienzo, la expansión tuvo un carácter pacífico. Esto significa que la ocupación israelita fue un proceso que se prolongó mucho en el tiempo, no solamente debido a que cada tribu necesitó cierto tiempo para hacerse dueña de su territorio, sino también porque no todas las tribus se asentaron al mismo tiempo. Por eso, la prehistoria de las tribus y su instalación constituyen hechos más complejos de lo que presenta más tarde la tradición del Antiguo Testamento. Parece cierto que la sangre tuvo una fuerza básica en la formación de las tribus e incluso en la yuxtaposición de algunas de ellas. Pero, además, hubo circunstancias históricas particulares que provocaron la unión de los clanes más o menos emparentados hasta llegar a la formación de una tribu, y a la fusión de cierto número de tribus hasta formar un conjunto tribal. Algunas tribus israelitas llevan nombres de origen geográfico, derivados del país en que se instalaron; son los casos de Judá, Benjamín, Efraín y posiblemente también de Neftalí. Ocurrió en otros casos que ciertas tribus adoptaron el que les fue impuesto por las circunstancias en que tomaron posesión de su territorio, como Isacar, lo cual muestra que las tribus no adquirieron un nombre hasta después de su asentamiento definitivo en Palestina. De ello se deduce que, antes de su asentamiento, éstas no formaron asociaciones cerradas limitándose a la reunión de algunos clanes, sino que solamente se transformaron en tribus después de tener una vida común en Palestina. Tras analizar el asentamiento de las distintas tribus a partir de los datos dispersos que ofrece el Antiguo Testamento, M. Noth concluye que los comienzos de la ocupación israelita deben fecharse en la segunda mitad del siglo XIV a. C., y el final de la ocupación, por lo menos un siglo antes de la coronación de Saúl, es decir, hacia el 1100 a. C. No obstante, no debe llegarse a la conclusión de que la ocupación israelita necesitó dos siglos para completarse. Es probable que la toma de posesión se desarrollase en un intervalo más reducido, quizá en unas decenas de años. En los últimos tiempos se ha intentado fechar la ocupación israelita y algunos de sus aspectos gracias a la Arqueolo-

[40] gía. Pero hasta ahora no existe un solo caso seguro.16 Las tribus no obtuvieron sus territorios por la fuerza, ni destruyendo las ciudades cananeas; los israelitas se instalaron preferentemente en centros propios de nueva fundación; si gracias a la Arqueología se pudiesen datar exactamente los comienzos de estas nuevas fundaciones, se obtendrían indicios para fijar la fecha de la ocupación. Pero esto resulta prácticamente imposible. Por último, M. Noth afirma que la ocupación de Palestina se integra en un acontecimiento histórico de mayor repercusión. Hacia la misma época, en todas las regiones fronterizas de Siria y Palestina, y aún Mesopotamia, entre los cursos superiores del Éufrates y el Tigris, y en el Éufrates medio, aparecieron pueblos en busca de tierras. En la inmediata vecindad de las tribus israelitas, el mismo movimiento étnico había hecho que numerosos clanes se establecieran al sur de Transjordania, que estaba deshabitado desde siglos antes. En Siria y Mesopotamia, esos pueblos eran conocidos con el nombre genérico de “arameos”. Por esto se llama “invasión aramea” al gran movimiento de elementos múltiples y variados que, durante el período de transición de la edad del Bronce a la del Hierro, se lanzó desde el desierto siro-arábigo sobre las tierras de cultivo y sus alrededores. La ocupación israelita constituye una faceta especial que debe tenerse en cuenta si se quiere evitar el error de tratarla como un fenómeno aislado que se produjo de acuerdo con un plan previamente concertado.17 R. de Vaux18 utiliza el término “instalación” en lugar de “conquista” o “asentamiento pacífico”, por ser más neutral y porque refleja mejor el modo en que se desarrollaron las cosas. Distingue cuatro regiones diversas, cada una con sus propias modalidades de instalación. En primer lugar, la región del sur, que comprende las tribus de

16 Según M. Noth, las conclusiones derivadas del análisis de las tradiciones bíblicas, no deben

ser modificadas por el testimonio externo de la Arqueología, ya que sus datos se presentan a interpretaciones muy distintas. Por ejemplo, el que se encuentre una ciudad destruida no prueba automáticamente que la destruyeran los israelitas; pudieron hacerlo otros pueblos, o ser la consecuencia final de una serie de conflictos internos. Además, Jericó estaba en ruinas cuando llegó Josué, Ay lo estaba desde mediados del tercer milenio. El único dato positivo de la Arqueología lo constituyen las excavaciones de Hazor, que demuestran que fue destruida e incendiada a finales del siglo XIII a. C., lo cual está de acuerdo con Jos. 11,10-13. En definitiva, M. Noth piensa que la Arqueología no confirma el carácter histórico de los relatos de la conquista de Josué, sino los resultados de la crítica literaria.

17 Todo lo expuesto está tomado de M. NOTH, , pp. 76-89. 18 R. DE VAUX, II, Madrid 1977, pp. 29-197.

[41] Judá, Simeón y Leví, y los grupos de Caleb, Otniel, Yerajmeel y los quenitas, más tarde absorbidos todos por Judá. La instalación tuvo lugar por el sur, a partir de Cades y del norte de Arabia. Segundo, la Transjordania, que comprende Rubén, Gad, Galaad y Manasés-Makir. También este grupo salió de Cades, pero bajo la guía de Moisés. Tercero, la región del altiplano central, donde se encuentra Benjamín y José, Efraín y Manasés. La instalación de estas tribus fue esencialmente pacífica y conducida por Josué. En cuarto lugar, la región del norte, Galilea, cuyos grupos -Aser, Neftalí, Zabulón e Isacar- se encontraban en la región desde tiempo indeterminado y nunca estuvieron en Egipto. Si A. Alt, M. Noth y R. de Vaux se apoyaban casi exclusivamente en el análisis de las tradiciones bíblicas, aunque sin prescindir del todo de la Arqueología, la “escuela norteamericana”, conducida por W. F. Albright19 y sus discípulos,20 concede un papel preponderante a ésta última. Aunque no comparten la postura simplista de quienes interpretan a la letra los libros de Josué y Jueces, piensan que hubo realmente una conquista, cuya fase principal se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIII a. C. De acuerdo con sus conclusiones, esta escuela sostiene que los israelitas procedieron sin pérdida de tiempo a destruir y ocupar ciudades cananeas en todo el país. Betel pudo haber sido una de las primeras en caer, como podría esperarse de su posición al descubierto. Fue capturada durante el siglo XII a. C. y quemada hasta los cimientos, como lo muestran los indicios de un incendio devastador hallados en las excavaciones de 1934. Laquiš cayó hacia el 1220 a. C., o poco más tarde, como lo prueba una inscripción hierática de una taza encontrada en 1937 entre los escombros de la última ciudad cananea. Quiriát

19 Cf. W. F. ALBRIGHT, , New York 1923;

“Archaeology and the Date of the Hebrew Conquest of Palestine”, 58 (1935) pp. 10-18; “The Israelite Conquest of Palestine in the Light of Archaeology”, 74 (1939) pp. 11-22; , Baltimore 1941 (Edición en castellano: , Santander 1959); , Baltimore 1946; , New York 1963.

20 Cf. J. BRIGHT, , 1959 (Edición en castellano: , Bilbao 1966); G. W. WRIGHT, , Filadelfia-Londres 1957 (Edición en castellano: , Madrid 1975). Sobre el reconocimiento a esta escuela, véase G. VAN BEEK, ed. , Atlanta 1989; B. O. LONG, , University Park, PA 1997.

[42] Sefer21 fue destruida a fuego hacia el mismo tiempo. Excavaciones y exploraciones arqueológicas están indicando cada vez más la ocupación israelita más antigua hacia 1200 a. C.22 En todos estos casos, las ciudades cananeas son reemplazadas, con o sin intervalo, por una ocupación mucho más pobre; como esta ocupación coincide con el asentamiento de los israelitas, éstos deben ser considerados los responsables de las destrucciones. Ante la objeción de que Jericó fue destruida en el siglo XIV a. C., W. F. Albright responde que los últimos estratos del Bronce Reciente fueron corroídos por el viento y la lluvia durante los cuatro siglos que separaron su destrucción en tiempos de Josué de su nueva ocupación en la época de Ajab. En el caso de Ay, consta que fue destruida en el tercer milenio. Pero W. F. Albright responde que la tradición transfirió a esta “ruina” de Ay, el relato de la conquista de la cercana ciudad de Betel. En resumen, con palabras de G. E. Wright, “la geografía histórica del país, junto con los datos arqueológicos, hace que nos resulte imposible admitir los puntos de vista de los anteriores investigadores, para quienes la conquista no fue otra cosa que un proceso gradual de ósmosis.”23 Hay que afirmar, entonces, que los israelitas se establecieron por una conquista y que Josué desempeñó un papel importante en ella. En el ambiente israelí, el más famoso defensor de la conquista llevada a cabo por Israel como forma de ocupación de Canaán, fue el general y ministro de defensa Yigael Yadin,24 quien dirigió las excavaciones de Hazor entre finales de 1950 y comienzos de los años 60. Y. Yadin utiliza Hazor como “el” paradigma del modelo de conquista e interpreta la destrucción ocurrida a finales del Bronce Tardío (siglo XIII d. C.) y la construcción de un asentamiento mucho menor en el siglo XII a. C., en términos de un antagonismo cultural entre cananeos e israelitas.

21 Si se la identifica correctamente con Tel Beit Mirsîm. 22 Cf. W. F. ALBRIGHT,

, Santander 1959, p. 219. 23 G. W. WRIGHT, , Madrid 1975, p. 101. 24 Cf. N. A. SILBERMAN,

, New York 1993.

[43] Contra Y. Yadin y otros, el arqueólogo Yohanan Aharoni25 favoreció la perspectiva histórica de A. Alt. Dicha perspectiva la sostuvo, primero, mediante una exploración extensiva en la alta Galilea, donde localizó un número importante de restos de ciudades correspondientes al Hierro Antiguo (siglos XII-XI a. C.); y segundo, con las excavaciones en el valle de Beršeba, donde la concurrencia de varias construcciones simultáneas y otros materiales en el mismo lugar, hay que interpretarla como una coexistencia pacífica de varias poblaciones (egipcios, cananeos, israelitas y amalecitas) durante el mismo período.

El trabajo de V. Fritz26 es una actualización y una mejora de la hipótesis de A. Alt-M. Noth, pero incorporando muchos elementos obtenidos por la Arqueología. El punto de partida de su hipótesis fue la participación en las excavaciones llevadas a cabo en Tel Masós (Khirbet el-Mešáš) durante los años 1972 a 1975.27 Ya en 1981 concluía que los fundadores de este asentamiento llevaron consigo su propio estilo de arquitectura y continuaron desarrollándolo. Crearon la planta de tres y cuatro habitaciones y de esto puede deducirse que los habitantes eran un grupo étnico que no formaba parte de la población cananea, pero que podía haber estado relacionado con ella. 28 Además, la adopción y continuación de las tradiciones cerámicas y metalúrgicas del Bronce Tardío muestran que estos grupos habían tenido un largo contacto con la civilización de esta época antes de sedentarizarse en el Négueb. Lo más probable es que se tratase de una forma de coexistencia en la zona de las ciudades-estado cananeas durante el siglo XIII a. C. o antes. Además, la dimensión del asentamiento presupone que el grupo estaba consolidado antes de adoptar la vida sedentaria. Un clan amplio, o parte de una tribu formada de varios clanes, se convirtió en una comunidad aldeana.

25 Y. AHARONI, “Nothing Early and Nothing Late: Re-Writing Israel’s Conquest”, 39 (1976)

pp. 55-76. La hipótesis de Y. Aharoni fue recogida por A. KEMPINSKI, “How profoundly ‘Canaanized’ Were the Early Israelites?” 108 (19929 pp. 1-7.

26 V. FRITZ, “Conquest or Settlement? The Early Iron Age in Palestine”, 50 (1987) pp. 84-100.

27 Cf. V. FRITZ, “The Israelite ‘Conquest’ in the Light of Recent Excavations at Kchirbet el-Meshâsh”, 241 (1981) pp. 61-73.

28 La planta de patio central rodeado de habitaciones, se considera típicamente cananea, mientras que las casas de tres o cuatro habitaciones suelen reconocerse como típicas de Israel. De todos modos, véase la nota 60.

[44] Según V. Fritz, estos datos son incompatibles con cualquiera de las teorías existentes sobre la conquista o el asentamiento, sea la irrupción militar o la emigración pacífica, y sugieren más bien un largo proceso de simbiosis. Durante el siglo XIII a. C. y posiblemente incluso antes, los moradores de los futuros poblados vivieron como seminómadas en las áreas entre las ciudades-estado cananeas y fueron evidentemente tolerados por ellas. Por tanto, su “migración” a aquel país debió de ocurrir en el siglo XIV o en el XV a. C. Durante su coexistencia con los cananeos retuvieron probablemente la forma de vida nómada o seminómada.

Naturalmente, estos resultados sólo son válidos para el Négueb. Pero, unidos a otros de distintas regiones, sirven a V. Fritz para elaborar una visión global. En su artículo citado más arriba, comienza refiriéndose al final de las ciudades del Bronce Tardío: Hazor, Asdod, Meguido, Afec, Guezer, Laquiš, Bet-Šeán y Tel el-Fará, llegando a la conclusión de que el declive de las ciudades cananeas no fue un hecho repentino, sino un proceso que se extiende durante un largo período que abarcó al menos desde el 1200 hasta el 1150 a. C. Las destrucciones deben ser consideradas como resultado de diversas conquistas, sin que puede identificarse a los agresores, a excepción del caso de Guezer, donde los responsables fueron los egipcios. Con respecto a los nuevos asentamientos de la edad del Hierro: Hazor, Tel Qiri, Kirbet Raddaná, Silo y Bet Gala, Jericó, Izbat Saxta, Tel Qasile, Tel es-Seba, Tel Isdar, Kirbet el-Mešáš, concluye que la mayoría de estos asentamientos difieren de las ciudades cananeas y no pueden atribuirse a sus habitantes. La estructura de estos asentamientos parece indicar más bien un grupo humano que no estaba relacionado con los cananeos y que hay que identificarlo apoyándose en su cultura material.

Al estudiar la cerámica y los objetos de metal, la conclusión de V. Fritz es que la cultura material del Hierro Antiguo representa un desarrollo de la cultura del Bronce Tardío en todas las áreas, excepto en la arquitectura. Al no poder explicarse este hecho como producto de las anteriores ciudades cananeas, la mejor forma de comprenderlo es aceptando un contacto prolongado de los nuevos habitantes con la cultura cananea, contacto que debió de tener lugar durante el Bronce Tardío, antes de que esta gente comenzase a sedentarizarse. Ahora bien, el único pueblo conocido que puede haber fundado los asentamientos fuera de las anteriores ciudades-estado cananeas y que difieren de los cananeos y de los filisteos, son las tribus israelitas. No ocu-

[45] paron las ciudades, sino que se asentaron en territorio “vacío”. La dependencia cultural de las tribus israelitas con respecto a los cananeos sólo puede explicarse suponiendo que existían estrechas relaciones entre ellos antes del siglo XII a. C. Este tipo de simbiosis es característico de los llamados “nómadas de tierras cultivadas”,29 que habitaban las llanuras alrededor de la tierras ya cultivadas y que permanecían allí durante largos períodos mientras buscaban pastos. Al declinar gradualmente las ciudades-estado cananeas después del 1200 a. C., y con su colapso total después del 1150, desaparecieron las bases para esta simbiosis; como consecuencia de ello se produjo la ocupación de áreas de asentamiento y el abandono de la forma de vida nómada. La hipótesis que propone V. Fritz se parece mucho a la teoría de infiltración o asentamiento pacífico. La modificación que introduce la expresa con las siguientes palabras: “Los diversos grupos que se asentaron en el territorio a partir del siglo XII no pueden ser considerados simplemente como antiguos nómadas. En su existencia nómada hay que incluir períodos de vida parcialmente sedentaria; de otra forma no se explica la extensa adopción de cultura cananea durante la última fase del Bronce Tardío.”30 Por eso llama a la nueva teoría “hipótesis de la simbiosis”, que puede apoyarse en tres textos: la estela de Merneftá, el Canto de Débora (Jue. 1-31) y la lista de ciudades no conquistadas en Jue. 1.

Una nueva hipótesis sobre “la conquista” ha sido elaborada por G. E. Mendenhall.31 Según este investigador, las teorías sobre el “asentamiento pacífico” y la “conquista” asumen expresa o tácitamente que las doce tribus entraron en Palestina desde fuera, inmediatamente antes de la conquista o durante ella, que las tribus israelitas eran nómadas o seminómadas y que la solidaridad entre las doce tribus era étnica sobre la base del parentesco. Para G. E. Mendenhall, Israel surgió en el siglo XIII a. C. por un movimiento de migración interna en Palestina. Familias y clanes rura-

29 Lit.: . 30 V. FRITZ, “Conquest or Settlement? The Early Iron Age in Palestine”, 50 (1987) p.

98. 31 G. E. MENDENHALL, “The Hebrew Conquest of Palestine”, 25 (1962) pp. 66-87; ID.,

, Baltimore 1973, pp. 19-31.

[46] les que antes habían vivido en la llanura y los valles, se rebelan contra el poder político y económico de la ciudad-estado, y huyen buscando una vida nueva en campos que ahora se volvían cultivables por la introducción de herramientas mejores a causa de la utilización del hierro. Lo que se produjo, según testimonian los textos de El Amarna y los acontecimientos bíblicos, fue un proceso de alejamiento, no físico y geográfico, sino político y subjetivo, de amplios grupos de población con respecto a los regímenes políticos existentes. El tipo de existencia al margen de la ley que caracterizó a estos grupos se corresponde con el estatuto jurídico de los (“hebreos”).32 Estos movimientos se ilustran en la tradición bíblica de la migración de Dan desde las ciudades de Sorá y Estaol hacia el extremo nordeste de Galilea.33 Las migraciones tenían, además, un componente social. Los campesinos no solamente se sustraían de los conflictos políticos; también se sustraían de los tributos que antes pagaban a los señores que vivían en el núcleo urbano las ciudades y para los cuales producían. En sus nuevas áreas montañosas no construyeron ciudades, porque no era gente urbana sino más bien agricultores seminómadas. Las excavaciones arqueológicas han revelado algunos casos de ciudades que habiendo sido destruidas en esta época, fueron reconstruidas en una escala menor y con construcciones más pobres. Pues bien, la “conquista” israelita habría sido entonces la consecuencia de este tipo de revueltas y huidas. En definitiva, los israelitas no eran extranjeros en Canaán, sino cananeos; la aparición de Israel en Canaán, no resultaría inicialmente de la inmigración de un pueblo extranjero, sino de una migración interna. En un segundo momento, a estos grupos campesinos se incorporó alrededor del año 1200 a. C. un grupo que venía de Egipto, donde había vivido la experiencia de un éxodo hacia el desierto, bajo la dirección de Moisés. La situación de opresión en el sistema social de Egipto se describe en Gn. 47,13-26: los campesinos vivían en sus propias aldeas y con sus propias familias, pero las tierras eran todas

32 Cf. Éx. 1,16.19.22; 2,7; 3,18; 5,3; 7,16; 9,1.13. Véase G. E. MENDENHALL, “The Apiru

movements in the Late Bronze Age”, , pp. 122-141. Sobre los “hebreos”, Véase L. BOTTERO, , París 1954; M. L. CHANEY, “Ancient Palestinian Peasant Movements and the Formation of Premonarchic Israel”, , (D. N. Feedman y D. F. Graf, eds.), Sheffield 1983, pp. 39-90.

33 Cf. Jue. 17-18.

[47] del Faraón y el trabajo de ellos estaba sujeto a las demandas del rey. Era la misma organización que existía también en las ciudades-estado cananeas de Palestina, pero en menores dimensiones. Este grupo habría ofrecido la fe yahvista a los rebeldes como elemento ideológico unificador, dando lugar al surgimiento de “Israel”. La coincidencia de experiencias era notable y los grupos de Palestina poco a poco aceptaron a YHWH como su Dios. En consecuencia, el primitivo Israel no puede entenderse como el paso gradual de una sociedad primitiva que se vuelve urbana y luego civilizada. Implica desde sus comienzos un rechazo radical de la ideología política y religiosa cananea, que diviniza el poder y los intereses económicos del grupo. El concepto de Dios que tiene la primitiva religión de Israel sólo se entiende aceptando que estos grupos padecieron el mal funcionamiento de la monarquía cananea, durante un tiempo considerable. Por eso, la posesión de la tierra, la guía militar, la “gloria”, el derecho a mandar, el poder, todo ello se niega a los seres humanos y se atribuye sólo a Dios. Dicho de otra forma: como mejor se explica la oposición tan patente en la Biblia entre “israelitas” y “cananeos” es aceptando que los primeros israelitas estuvieron sometidos a las ciudades cananeas y consiguieron alejarse de ellas.

En cuanto al proceso de la conquista, G. E. Mendenhall afirma que el pequeño grupo que escapa de Egipto consigue destruir, ya en tiempos de Moisés, los dos reinos que dominaban las zonas más fértiles de Transjordania: los de Sijón y Og. Es curioso que hubiese batalla contra ellos, cuando no la hubo contra Moab y Edom. Pero Sijón se vio obligado a atacar porque sus vasallos se sentían atraídos por la comunidad religiosa que representaba Israel. Su derrota fue posible porque los israelitas contaron con el apoyo de gran parte de los aldeanos y pastores de la región. Este proceso hizo inevitable la expansión a Cisjordania, donde polarizaron la atención de todos los habitantes. Unos se unieron a la comunidad, otros -especialmente los reyes- lucharon contra ella. Siguieron batallas, victorias y destrucción de ciudades. Es posible que la campaña del faraón Merneftá pusiese fin al optimismo entusiasta de estos primeros momentos de Israel. Estas ideas expuestas por G. E. Mendenhall en un breve artículo, encontraron críticas muy duras. Entre ellas, citamos la de A. J. Hau-

[48] ser.34 Éste presenta diez objeciones a dicha hipótesis. En primer lugar, G. E. Mendenhall explica el contexto sociológico de este período a la luz de un esquema cíclico que resulta muy simplista y plantea serias objeciones historiográficas, como es el de la desintegración interna periódica. Segundo, su idea básica de que las condiciones materiales de vida constituyen el influjo decisivo en el curso de la historia humana, ignora la complejidad de la historia y de la vida religiosa del antiguo Israel. Tercero, su idea de que la ética es el corazón y núcleo de la experiencia religiosa, simplifica los complejos problemas a la hora de estudiar la religión del antiguo Israel. Cuarto, su metodología le lleva a tomar las tradiciones del Antiguo Testamento muy a la ligera, con la consecuencia de que su reconstrucción está muy influida, y de forma acrítica, por perspectivas modernas. Quinto, en las tradiciones bíblicas no hay evidencia, ni siquiera indirecta, de que Israel se constituyese principalmente a partir de campesinos cananeos que aceptaron a YHWH y destronaron a sus autoridades opresoras. Sexto, los israelitas ocuparon principalmente aquellas áreas de Palestina que estaban fuera de la esfera de influencia de las ciudades-estado cananeas. Séptimo, las tradiciones de Jueces -especialmente Jue. 1- sugieren un lento y gradual período de conquista por cada tribu y presentan a Israel evitando los centros de poderío cananeo, ya que no era capaz de vencerlos. Octavo, en Jue. no se encuentra esa unidad que habría surgido en relación con la conquista. Noveno, G. E. Mendenhall ha infravalorado el poderío de los jefes cananeos; a los campesinos debía resultarles muy difícil destruir su poder militar. Décimo, el paradigma que utiliza G. E. Mendenhall de un alejamiento masivo de la sociedad por parte de campesinos que se convierten en , y su idea de que los términos , “hebreo” e “israelita” son prácticamente sinónimos, hay que rechazarlas por falta de fundamentos. Las ideas de G. E. Mendenhall fueron retomadas y ampliadas por N. K. Gottwald,35 para quien el primitivo Israel era una formación ecléctica de cananeos marginados, aventureros , pastores

34 A .J .HAUSER, “Israel’s Conquest of Palestine: A Peasants’ Rebellion?”, 7 (1978) pp. 2-

19. Cf. también TH. L. THOMPSON, “Historical Notes on ‘Israel’s Conquest of Palestine: A Peasants’ Rebellion?’ ”, 7 (1978) pp. 20-27; B. HALPERN, “Sociological Comparativism and the Theological Imagination: The Case of the Conquest”, , Indiana 1992, pp. 53-67.

35 N. K. GOTTWALD, , London 1979; “The Israelite Settlement as a Social Revolutionary Movement”, . , Jerusalén 1985, pp. 34-46.

[49] trashumantes, campesinos y pastores nómadas organizados en forma tribal y, probablemente, artesanos itinerantes y sacerdotes descontentos. N. K. Gottwald, de acuerdo con G. E. Mendenhall, mantiene Israel surgió de una ruptura fundamental dentro de la sociedad cananea y no de una invasión o inmigración desde el exterior. Por eso, hay cierto grado de probabilidad en el relato bíblico que presenta a los israelitas emigrando a Canaán desde Egipto, pero sólo se trata de una parte de la sociedad israelita. No se sabe cómo hay que relacionar la entrada de este grupo en Canaán con las historias de los otros subgrupos. Hay motivos para creer que existía en Canaán una antigua y pequeña asociación israelita, quizá de pueblos que daban culto a El, antes de que entrase el grupo de Egipto y antes de que la confederación israelita se expandiese. La oposición de los israelitas a los cananeos, dice N. K. Gottwald, no se apoyaba primariamente en pretensiones territoriales, ni se fundaba en una identidad étnica israelita, que excluía la cooperación o fusión con todos los que no participaban de esa identidad por su nacimiento o por su historia común. Las presentaciones de disputas territoriales y de enemistades basadas en la nacionalidad, son el resultado de perspectivas redaccionales tardías, durante la monarquía y el exilio. En las fuentes más antiguas, las disputas entre los israelitas y los habitantes del lugar se deben a un rechazo radical del sistema tributario agrario, con el cual las ciudades-estado obligaban a sus súbditos a pagar impuestos, al trabajo obligatorio y al servicio militar. Aparte de estas diferencias de economía política y, consiguientemente, de ideología religiosa, los israelitas participaban en alto grado de la cultura cananea. Lo lógico es pensar que los israelitas eran también cananeos, en el sentido de que eran habitantes del país. En este contexto, Israel sólo se habría formado como pueblo cuando los israelitas consiguieron el poder en tierra de Canaán, y esto ocurrió en el período que va entre 1250-1150 a. C. La religión de YHWH fue un instrumento fundamental para cimentar y justificar todo el sistema social nuevo, marcado por un ideal igualitario frente al sistema feudal de los señores cananeos. La sociología de la religión de Israel explica y justifica los rasgos distintivos de la religión israelita, cosa que la Teología Bíblica sólo ha hecho de forma muy imprecisa y con resultados confusos.

Según N. K. Gottwald, el primitivo Israel muestra muchos signos de haber surgido a través de una serie de rebeliones campesinas uni-

[50] das por un programa de agricultura y pastoreo no tributarios, por la organización en una confederación tribal basada en la aldea y por el culto al Dios que los liberó, YHWH, Dios al mismo tiempo de la naturaleza y de la historia. A estos campesinos rebeldes se unieron mercenarios, bandidos, nómadas pastores, artesanos y sacerdotes. Algunos de estos miembros no campesinos sirvieron de lideres del movimiento y el efecto específico de estas rebeliones fue una revolución social. La nueva sociedad era de campesinos libres, carecía de una forma de gobierno estatal y de sistema de clases. Esta revolución se prolongó, avanzando y retrocediendo durante dos siglos, mientras los habitantes del país se unían, se oponían o permanecían al margen, según interviniesen distintos factores de clase, situación geográfica y fuerza del movimiento israelita. En cuanto modelo, la revolución social se distingue de la rebelión campesina, ya que no todas las rebeliones campesinas, incluso las que logran suprimir determinado régimen, consiguen de hecho un amplio cambio de propietario de los medios de producción. El esfuerzo de N. K. Gottwald por ofrecer una hipótesis sobre el origen de Israel que superare la tensión entre “conquista” y “asentamiento pacífico”, es notable. De todas maneras, los reparos que se le hacen no son pocos. Señalaremos tres. El primero se refiere a la teoría de la revuelta campesina. No acaba de convencer plenamente. Quizá su error consista en extender a todas las áreas geográficas y grupos algo que sólo parece claramente atestiguado para la zona norte. La segunda objeción se dirige al enorme optimismo del autor, reflejado en la insistencia con que habla del “ideal igualitario” del Israel premonárquico. Desde los comienzos puede advertirse diferencias entre familias, clanes y tribus que tiran por tierra el mito del “ideal igualitario”.36 Y, si éste cae, desaparece uno de los pilares básicos del sistema de N. K. Gottwald, provocando la ruina de todo el edificio. La tercera objeción se refiere a la elección del modelo sociológico llamado “materialismo histórico-cultural” para explicar la religión de Israel. Estos presupuestos no bastan para explicar una realidad tan compleja. Se trata de una polarización excesiva en un punto de vista, prescindiendo de otros aspectos del problema.

36 Cf. J. L. SICRE DÍAZ,

, Madrid 1985, pp. 52-62. Véase también E. A. KNAUF, , Stuttgart 1994, pp. 68-71.

[51] Finalmente, reseñamos la opinión de N. P. Lemche.37 Este investigador comienza descartando la el hecho que unos israelitas seminómadas entraran en el país. Esta teoría carece de fundamento en las fuentes bíblicas, porque estas tradiciones proceden de mediados del primer milenio y no sirven de fundamento para reconstruir la historia de Israel anterior al año 1000 a. C. y, además, los datos arqueológicos “nos obligan a concluir que no hay razón para creer que un pueblo nuevo y extranjero entró en el país en número significativo en el período alrededor del 1200, a excepción de los pueblos del mar”.38 Por consiguiente, es preferible descartar la hipótesis de A. Alt y su escuela.

Quedan entonces dos opciones: o Israel conquistó Palestina “desde dentro” o la conquistó “desde fuera”. La segunda, que es la de W. F. Albright, tiene en contra los datos de la Arqueología. La primera, carece de fundamento en el relato bíblico, pero tiene la ventaja de que su idea básica puede conciliarse con los datos arqueológicos. Es un rasgo positivo que permite reformular la “hipótesis de la revolución” para que contenga la idea de un desarrollo interno en Palestina desde finales del segundo milenio hasta la formación del estado bajo David. Sin embargo, para esto hay que liberar a la hipótesis de sus contenidos ideológicos. En concreto, no se puede considerar la hipotética experiencia religiosa original de Israel como punto de partida para esbozar la historia de Israel. Tras insistir en su desconfianza con respecto a las tradiciones bíblicas anteriores al año 1000 a. C., propone abandonarlas como material legendario y utilizar exclusivamente los datos sociales, económicos, culturales y políticos que poseemos sobre Palestina a finales del segundo milenio. Este método tiene la ventaja de partir de que los nuevos datos pueden ir mejorando la visión de conjunto sin tirarla por tierra, mientras que aferrarse a la tradición bíblica tiene el inconveniente de que hay que revisarla cada vez que surge un nuevo descubrimiento. Con este presupuesto pasa a exponer la situación en Palestina durante el Bronce Tardío y la primera Edad de Hierro.

37 N. P. LEMCHE,

, VTS 38 (1985). Posteriormente a la redacción del manuscrito de esta obra, publicó una historia de Israel: , Aarhus 1984, de la que existe traducción inglesa: Sheffield 1988.

38 N. P. LEMCHE, ,p. 412.

[52] De hecho, si se abandona la idea de una inmigración israelita, no hay razón para adoptar la fecha de 1200 a. C. como punto de partida del proceso que terminó en la formación de “Israel”. El desarrollo pudo abarcar todo el Bronce Tardío, o incluso un período más amplio. Esta época resulta conocida por las cartas de El Amarna, inscripciones egipcias y algunas cartas, como la que se encontró en Afec. Si se añaden otros datos, como los procedentes de Ugarit y Alalá, es posible hacerse una idea de la sociedad del Oriente Próximo en esa época. Con respecto a los campesinos de Palestina hay pocos datos, pero como hipótesis de trabajo N. P. Lemche propone un modelo de sociedad para el territorio cananeo del sur, en el que no tienen cabida los campesinos independientes. Existe mejor información sobre otros grupos dentro de las ciudades-estado (oficiales administrativos y guerreros profesionales, que no deberían ser en Palestina muy numerosos). Con la posible excepción de Hazor, todos las ciudades-estado palestinas eran muy pequeñas y bastante pobres. No se sabe hasta qué punto la administración central del palacio estaba equilibrada por la existencia de una clase independiente de ciudadanos, cuya autonomía se basaba en el comercio y en cierta forma de “industria”. Dos grupos de personas no estaban obligados a vivir en las ciudades: los nómadas y los . Estos últimos constituyen un fenómeno parasocial: el de los refugiados. En cuanto a los nómadas, se hallaban en las zonas marginales del sur y del este y no representaban un peligro para las ciudades; en cualquier caso, su existencia está ya atestiguada en el período de El Amarna. La Arqueología demuestra un declive cultural notable en Palestina a partir del siglo XIV a. C. Éste pudo generarse por la combinación de seis factores: las guerras en su triple modalidad de guerras de conquista, en las que Palestina es presa de potencias extranjeras, guerras intestinas entre las pequeñas ciudades-estado y guerras entre las grandes potencias, por las que Palestina sufre de manera indirecta; la crisis del comercio; las epidemias; los cambios climáticos; los problemas sociales y la presión ejercida por el imperio egipcio sobre los limitados recursos del país. De todos ellos, los únicos que parecen atestiguados para la época son los conflictos internos entre las pequeñas ciudades, que debieron aumentar al ir declinando el poderío egipcio y que se vieron exacerbados con la llegada de los pueblos del mar, y las rivalidades entre Egipto y los hititas, que provocó el paso de las tropas egipcias hacia los campos de batalla. Esto trajo consigo probable-

[53] mente un descenso del comercio internacional a partir del siglo XIV a. C. Todo junto debió provocar una inestabilidad social y una caída del nivel de vida, con grave descontento de la población. Reuniendo todos estos datos, N. P. Lemche propone como hipótesis de trabajo que, ya en la primera mitad del siglo XIV a. C., las zonas montañosas comenzaron a ser habitadas por un elemento parasocial, los , antiguos campesinos o empleados de las pequeñas ciudades situadas en los valles y llanuras de Palestina. Las ciudades-estado cananeas no fueron destruidas, sino que se debilitaron al irse despoblando. En el período de El Amarna no se ha producido aún esta resistencia política o social coordinada contra las ciudades-estado, a excepción de ejemplos aislados como Siquem. En cuanto a la integración política de estos grupos refugiados en las montañas, las explicaciones existentes no son más que hipótesis de trabajo. Pero en el caso de Palestina se conoce el resultado de este proceso, que fue la aparición de las tribus israelitas o, más bien, de un número de tribus israelitas cuyas poblaciones quedaron unificadas después de la formación del estado. De hecho, la estela de Merneftá habla de “Israel”, y parece que debe interpretarse este término como la coalición de algunas de las tribus localizadas en la parte norte de la cordillera central de Palestina. Los miembros de esta sociedad no pueden ser considerados ya como , aunque el Antiguo Testamento da testimonio de que hasta el año 1000 a. C. se los seguía llamando así en forma despectiva. Por último N. P. Lemche desarrolla las perspectivas futuras sobre la religión de Israel. Comienza rechazando la hipótesis de la inmigración -indemostrable arqueológicamente- y la necesidad de la religión como elemento que dé sentido a la sociedad israelita desde sus mismos comienzos. Dado que “es mucho más razonable considerar a Israel como una de tantas sociedades no estatales que surgieron hacia finales del Bronce Tardío y a comienzos de la Edad del Hierro, y que más tarde fueron conocidas como las tribus y estados arameos, moabita, amonita y edomita”,39 el error fundamental de los investigadores ha consistido en “teologizar” este proceso social, proyectando ideas posteriores en este momento inicial. Como alternativa subraya la necesidad de explicar los orígenes de Israel sin hacer referencia a un elemento creador de sentido, hasta que dicho elemento no pueda ser

39 ., p. 433.

[54] localizado en un contexto que pertenezca al pasado y que no sea un fenómeno social 500 años más joven. Esto abre perspectivas nuevas para entender el desarrollo histórico de Israel y también para describir la historia de la religión israelita. En primer lugar, es un suponer que la religión de Israel era única desde sus comienzos, aunque ella pretenda serlo. Hay que demostrar que esa religión no era cananea, entendiendo este término en sentido amplio, con todos sus aspectos positivos (preocupación por la justicia y el derecho), no sólo con los negativos (cultos de fertilidad, ritos de sangre, prostitución sagrada). Como hipótesis de trabajo podría asumirse que el fenómeno que se convirtió en la típica religión de Israel fue básicamente lo que podría llamarse el aislamiento de un aspecto particular de la cultura cananea, a saber, el ético. Es esencial intentar saber si esta religión ética de Israel era una religión urbana o una religión rural. “Aunque no puedo probarlo, me parece plausible que la religión ética derivó de los círculos urbanos, y concretamente de los estratos superiores, ya que eran estos círculos los que estaban en situación de permitirse el lujo de despreciar las fuerzas de la naturaleza, rechazando de este modo la asociación entre rito y fertilidad. Estos grupos estarían libres para perseguir otras normas.”40 Con esta hipótesis de trabajo no es preciso negar que existieron tradiciones de una revelación divina en el Sinaí, pero conviene evitar nociones preconcebidas sobre los contenidos de esa revelación. Tampoco hay razón para negar que su Dios, YHWH, procediese de fuera de Palestina; pero recordemos que cuando se dice de dónde viene un dios, nada se dice de su naturaleza. Por último, no hay motivo para relegar a Moisés como figura legendaria.“Estos puntos de vista encajan perfectamente en el modelo de trabajo que hemos sugerido para un futuro estudio de la religión israelita, que implica que sus especiales características fueron el resultado de un largo desarrollo histórico más bien que su punto de partida.”41 J. Luis Sicre42 observa que en la postura de N. P. Lemche hay algo que parece muy positivo: su deseo de partir de lo seguro para ir completando la imagen con el curso del tiempo, a partir de nuevos datos

40 ., p. 434. 41 ., p. 435. 42 Cf. J. L. SICRE, “Los orígenes de Israel. Cinco respuestas a un enigma histórico”, 46

(1988) pp. 450-451.

[55] también seguros. Sólo de esta forma se conseguirá no ir dando saltos hacia delante o hacia atrás. Sin embargo, puntualiza que cualquier juicio sobre la obra de N. P. Lemche debe tener en cuenta dos presupuestos claves de su posición. En primer lugar, la desconfianza radical con respecto a las tradiciones bíblicas. Segundo, la reducción de la formación de Israel a un mero proceso social en el que la religión no desempeña papel alguno. Si bien no se trata de ser ingenuos y atribuir a tiempos antiguos lo que surge siglos más tarde, tampoco la hipercrítica representa un valor en sí misma. Por otra parte -continúa J. L. Sicre-, resulta difícil admitir que la religión de Israel sea un simple desarrollo de un aspecto de la cultura cananea. Si los cananeos consiguieron aunar durante siglos el sentido ético con los cultos de fertilidad, ¿Por qué un determinado grupo cananeo había de considerarlos incompatibles en determinado momento e imponer sus ideas a sus conciudadanos? ¿Y por qué sólo “El” se salvó de la quema? ¿No es compatible el politeísmo con la ética? ¿Cómo fueron descubriendo esos cananeos que Baal, Astarté, Dagan, y tantos otros eran “dioses malos”, que debían eliminar? ¿Y qué necesidad tenían esos cananeos de aceptar un nuevo dios, YHWH, que termina convirtiéndose en el único? En definitiva, la religión israelita plantea problemas muy serios que no encuentran respuesta en posturas tan simplistas. 2. Los testimonios epigráficos. El nombre 43 aparece por primera vez en la Escritura en Gn. 32,29 en Transjordania sobre el torrente de Yabok, en el contexto de la separación de Jacob y Labán.44 Históricamente aparece mencionado por primera vez hacia finales del siglo XIII a. C. El texto más antiguo que refiere explícitamente el nombre “Israel” es la estela del faraón Merneftá -hijo de Ramsés II- hallada en Tebas con una copia en Karnak. Data del quinto año del monarca, alrededor del 1231-1219 a. C. El final dice:

43 No hay claridad sobre el significado del vocablo. Quizá deba entenderse como una

exclamación litúrgica propia de la situación de la guerra santa: “Que El salga al combate” o “Muéstrese El, el dios fuerte”, es decir, que se manifieste como un guerrero y combatiente victorioso.

44 Se trata de un relato proyectado al pasado sobre los límites entre Aram e Israel.

[56] Israel está devastado; su descendencia no existe ya 45 Los “nueve arcos” es una expresión para designar a los pueblos ligados a Egipto mediante un tratado de vasallaje. Evidentemente, aquí se han rebelado y han sido sometidos de nuevo. “Tehenu” es un nombre para designar a Libia. “Ascalón” se encuentra al sudoeste de Canaán, y se convertirá poco después en una ciudad filistea; “Guezer” se sitúa en la zona centro-occidental; “Yanoán” se halla situada a pocos kilómetros al sudoeste del lago de Tiberíades. La estela localiza a “Israel” en Canaán, pero con un determinativo que indica su condición de población no sedentaria (“su descendencia”). Parece pues, que “Israel”, según este texto, se encuentra en fase de transición a la sedentarización. Los problemas empiezan en cuanto se somete el texto a un examen más profundo. En primer lugar, la estela se refiere, en gran parte, a una campaña contra Libia (“Tehenu”), es decir, hacia occidente. Por tanto, cabe la pregunta de cómo es que de pronto el Faraón y sus tropas se encuentran en oriente. Además, los egiptólogos hacen notar la escasa precisión de los escribas egipcios de la época, un elemento puesto de manifiesto por algunas incongruencias dentro del mismo texto. Finalmente, existen fundadas dudas sobre la historicidad de una campaña del Faraón en Canaán por esta época.46 En todo caso, el texto sólo suministra la noticia de la existencia de Israel, de su presencia en la zona y de su condición de no-sedentarizado. ¿Se trata de un grupo étnico en formación o de una entidad política? ¿Qué leyes lo regían? ¿Cuál era su relación con Egipto? ¿Dónde se encontraba exactamente? Todas estas son preguntas a las

45 J. PRITCHARD, ed. (),

Princeton 19552, p. 378. La estela fue descubierta en Tebas por F. Petrie en 1897. 46 J. A. WILSON, que ha preparado la traducción para , considera el texto como “un canto

de alabanza al faraón universalmente victorioso”.

[57] cuales es imposible acceder a través del texto.47 Probablemente pueda decirse algo más sobre su localización. Si se acepta que los escribas egipcios procedían de sur a norte en la identificación de las poblaciones, como parece lógico para quien mira desde Egipto, hay que suponer la ubicación de “Israel” en la Galilea media o alta. Otro texto de gran importancia es la estela de Mešá, rey de Moab, de la segunda mitad del siglo IX a. C., alrededor del 849. En la misma se lee: Omrí, rey de Israel herem

47 Para H. Engel, en tiempos de Merneftá existía en Palestina central un “Israel”, pero queda por

aclarar su relación con “los hijos de Israel” de la Biblia, cf. H. ENGEL, “Die Siegesstele des Merneptah. Kritischer Überblick über die verschiedenen Versuche historischer Aus wertung des Schlussabschnitts”, 60 (1979) pp. 373-379. En cambio, para G. W. Ahlström y D. Edelman, “Israel” no es un cuarto elemento en la campaña, tras Ascalón, Guézer y Yanoán. No se lo puede localizar en Galilea. Cualquier intento para localizar a “Israel” tendría que apoyarse en su utilización como paralelo de “Canaán”, sea como un sinónimo o como una subdivisión contemporánea para designar la región de la antigua Palestina, cf. G. W. AHLSTRÖM - D. EDELMAN, “Merneptah’s Israel”, 44 (1985) pp. 59-61.

[58] 48 La inscripción presenta un resumen, en parte paralelo, pero en gran medida suplementario, de II Re. 1,1 y del capítulo 3, pero desde la perspectiva moabita. Por aquel tiempo, Moab consiguió liberarse de la ocupación israelita durante el reinado del “hijo de Omrí”; en cambio, según II Re. 3, se trata de Jorán, hijo de Ajab y, por tanto, nieto de Omrí. La ocasión de la rebelión habría sido la muerte de Ajab. De la estela se desprende también que “las gentes de Gad -una de las tradicionales tribus de Israel- habían habitado siempre en el país de Atarot”, a unos doce kilómetros al norte del río Arnón. Así pues, considerando estas dos fuentes epigráficas, al menos puede afirmarse, por un lado, la existencia a finales del siglo XIII a. C. de una realidad llamada “Israel”, grupo no sedentarizado en Canaán, del cual, para la fecha, no puede establecerse su dimensión, su composición y su territorio con exactitud. Por el otro, la realidad de una monarquía hereditaria establecida ya en la segunda mitad del siglo IX a. C., con políticas expansionistas y conflictos con los estados vecinos. Esto quiere decir que, efectivamente, para estas fechas, Israel existe como un estado monárquico constituido. Existe, además, una amplia correspondencia diplomática de la corte egipcia con los reyes de Canaán entre otros, que data de los siglos XIV y XIII a. C. En estas cartas de El Amarna49 se descubre que los centros poblacionales estaban en la llanura de la costa y en el valle de Yisreel, que atraviesa la sierra a la altura del monte Carmelo. Otro

48 , pp. 320-321. La inscripción fue descubierta intacta en 1868. Quebrada por los árabes

en 1873, fue llevada luego al Museo de Louvre. 49 Son 540 cartas en escritura cuneiforme, desenterradas a finales del siglo XIX (1887) en Tel

El Amarna, la capital abandonada por Amenofis IV (ca. 1367-1350 a. C.). La mayoría están escritas en acádico. Están coleccionadas en A. F. RAINEY, “The El-Amarna Tablets”, 8 (1970) pp. 359-379.

[59] dato importante es la incapacidad egipcia de mantener un control estable en Palestina, pues existieron constantes conflictos entre los reyes de las ciudades y dentro de las mismas. Israel no aparece mencionado en ninguna de estas cartas. “Siquem” aparece muy probablemente mencionada bajo la forma de en la estela conmemorativa de un general de Sesostris III, hacia los años 1800-1750 a. C. De esa época datan también los llamados “textos de execración”, en los que, en forma de figurillas, son “execrados” los príncipes de Canaán, que son vistos como una amenaza. Se presentan sus nombres semíticos y los de sus ciudades, entre ellas Jerusalén.50 Desde el siglo XVI a. C., los generales egipcios se encuentran en los valles de Yisreel y en otros sitios, con o y51 3. Los resultados actuales obtenidos por la arqueología. Durante un período considerable de tiempo, la Arqueología de Palestina fue considerada por algunas escuelas de estudios bíblicos, casi como una fuente paralela al Antiguo Testamento, capaz de “describir” el asentamiento de Israel en ese territorio. Un buen ejemplo de ello fue la “escuela americana” impulsada por W. F. Albright. Ella formó parte de un movimiento teológico más amplio reconocido como , el cual utilizaba la Arqueología como instrumento para probar la fiabilidad histórica de la Biblia.52 Sin embargo, entre los años 60 y 70, los resultados obtenidos por la Arqueología indicaron que muchas de las ciudades cananeas que la Biblia considera conquistadas por Josué y los israelita -o que se alega que fueron destruidas por los campesinos rebeldes- simplemente no existían a finales del Bronce Tardío. Entran aquí Jesbón, capital del amorreo Sijón, Arad, Jericó y Ay, ciudades cuya caída se describe con

50 Cf. K. SETHE,

, Berlin 1926; G. POSENER, , Bruselas 1940; ID., “Les textes d’envoûtement de Mirgissa”, (1966) pp. 277-287; ID., “Les Asiatiques en Égypte sous les XIIme et XIIIme dynasties”, (1957) pp. 145-153.

51 Cf. R. GIVEON, , Leiden 1971. 52 La hipótesis de W. F. Albright acerca de los orígenes de Israel se encuentra en la página 9.

[60] detalle. Otras ciudades, que se consideraba que habían sido destruidas como resultado de un levantamiento masivo o de una conquista total en una campaña de sólo pocos años de duración, fueron en realidad destruidas paulatinamente en un período de varias generaciones. Hazor desapareció hacia 1275 a. C., mientras que Laquiš fue destruida un siglo después, hacia 1160 a. C. Otras ciudades, como Dan, Lais, Gibeón y Yarmut, que se mencionan como destruidas por los israelitas, ofrecen unos restos del Bronce Tardío tan escasos que debe aceptarse que en esa época eran sólo pequeñas aldeas o simples zonas de enterramiento.53 A partir de la década del 80, cambiaron los criterios de valoración de los datos arqueológicos y la demanda que se le hace a esta ciencia que, de suyo, es autónoma. Actualmente ya no se le exige que “pruebe” la verdad del relato bíblico a modo de simple ciencia instrumental. La orientación de los trabajos arqueológicos de las últimas dos décadas ha pretendido sólo individualizar las características materiales, por ejemplo, de Moab o de Amón, de los filisteos o de los israelitas. Hoy se buscan sólo los elementos que permitan afirmar la presencia de un asentamiento israelita, amonita o moabita en una determinada región y las características del mismo.54 Dentro de esta nueva orientación, la Arqueología ha establecido la presencia de Israel en Canaán en el primer período de Hierro que va desde 1200 al 1000 a. C. El estudio más importante sobre los resultados arqueológicos en la Palestina de ese período, pertenece a I. Finkelstein55, quien concentra su estudio en las colinas de la Palestina Central -las colinas de Efraín y Manasés-, que fueron sin duda la cuna de Israel.56

53 Cf. M. KOCHAVI, “The Israelite Settlement in Canaan in the Light of Archaeological

Evidence”, ,Jerusalem 1985, pp. 54-69.

54 Cf. P. KASWALDER, “I nuovi dati archeologici e le origini di Israele”, 38 (1988) pp. 211-226.

55 I. FINKELSTEIN,, Jerusalem 1988. 56 Junto a el trabajo de sistematización global en lo que respecta a Israel llevado a cabo I.

Finkelstein, se encuentran también los trabajos de J. A. Sauer y P. E. McGovern referidos a la Transjordania. Cf. J. A. SAUER, “Transjordan in the Bronze and Iron Ages: A Critique of Glueck’s Synthesis”, 263 (1986) pp. 1-26; P. E. MCGOVERN, , Philadelphia 1986.

[61] Según I. Finkelstein, a la luz de los datos arqueológicos, podría esbozarse el siguiente cuadro del desarrollo de esa región. En el Bronce Medio, es decir, entre el 1900 y 1550 a. C., las colinas de la Palestina central estuvieron bastante pobladas. Hacia finales de ese periodo, la población empieza a disminuir y sigue disminuyendo durante el Bronce Tardío (entre el 1550 y 1200 a. C.). Las razones de esa disminución y abandono de ciertas ciudades son múltiples y mucho más complicadas que las imaginadas por las hipótesis de la conquista, el asentamiento pacífico o la revolución interna. Éstas forman parte de un proceso histórico que se extendió en todo el Mediterráneo oriental.57 Esta tendencia cambia a comienzos del Hierro Antiguo. Para este período se observan huellas de numerosas destrucciones58 seguidas, más tarde, del repoblamiento de muchos pueblos antiguos que estaban abandonados y la fundación de otros. Pero se trata de asentamientos pequeños -no más de una hectárea-, sin murallas, y donde no se encuentra ninguna “casa del jefe” u otra estructura pública asignada a la autoridad. Sí se observa la presencia constante de la “casa de cuatro habitaciones”59 o llamada también “casa con columnas”.60 La cerámica hallada es limitada en la variedad y de pobre elaboración. Otra característica arquitectónica es la presencia reiterada de silos, signo típico de una sociedad en vías de sedentarización. Los habitantes de estos lugares, por tanto, vivirían de la agricultura y también de la ganadería. Este tipo de asentamiento representa un cambio notable respecto del tipo de sociedad conocida durante el Bronce Medio, la cual se apoyaba en el sistema de la ciudad-estado.

57 Cf. SH. BUNIMOVITZ, “Socio-Political Transformations in the Central Hill Country in the

Late Bronze - Iron I Transition”, (I. Finkelstein - N. Na’aman, eds.), Jerusalem & Washington 1994, pp. 179-202; I. FINKELSTEIN, “The Emergence of Israel: A Phase in the Cyclic History of Canaan in the Third and Second Millenia BCE”, , pp. 150-178.

58 La estela del faraón Merneftá afirmaba que este había saqueado , presentando a continuación una lista de las localidades castigadas, probablemente -si la noticia es histórica- en el curso de intentos de volver a someter Palestina al control egipcio.

59 Cf. J. S. HOLLADAY, “House, Israelite”, III, pp. 308-318. 60 Es importante precisar que este tipo de construcción está presente también en otras regiones

no habitadas por israelitas (Filistea, Moab) y, por tanto, no es tan fácil retener este dato como típico de la cultura israelita del Hierro Antiguo.

[62] Según la opinión clásica, los que volvieron a poblar la zona eran los “hebreos” llegados del desierto. Esta opinión tropieza con algunas objeciones de las cuales, la más fuerte quizás sea el hecho de que los nuevos pobladores usan técnicas agrícolas bastante avanzadas, cuyo conocimiento es poco verosímil de parte de un pueblo recién sedentarizado. Son los casos de las terrazas o andenes, en las vertientes de las colinas, con las que se alargaban las tierras cultivables, así como de las numerosas cisternas; técnicas que suponen una larga tradición agrícola, que no podía tener un pueblo que comienza a sedentarizarse. No habiendo hallado ningún documento escrito, la Arqueología no posee medios para identificar a los nuevos pobladores de las colinas de la Palestina central durante el Hierro Antiguo. La hipótesis de I. Finkelstein es que éstos no eran extranjeros que provenían del desierto, sino que formaban parte de la sociedad cananea y, particularmente, de aquel sector que se encontraba marginado de la sociedad urbana y vivía del pastoreo.61 En cualquier caso, la opinión común es que ese proceso de repoblamiento, que duró desde finales del siglo XIII al siglo XI a. C., es el punto de partida de Israel; de hecho, fue en esa región donde apareció Israel en el transcurso del siglo XI a. C. 4. Conclusiones provisionales. Si después de este recorrido se interrogara acerca de la posibilidad de escribir una historia cierta y completa acerca de los orígenes del antiguo Israel, la respuesta sería negativa. En la situación actual de los estudios sobre el Pentateuco, ni siquiera pueden obtenerse datos muy seguros para escribir una prehistoria, tal como la elaboraron A. Alt, M. Noth o R. de Vaux.62 En el caso del período patriarcal, por ejem-

61 I. Finkelstein va más allá con su hipótesis y precisa que estos nómadas, en realidad, no eran

cananeos sino amorreos/arameos, que habían penetrado en Canaán al final del tercer milenio a. C. y que fueron obligados a retomar la vida nómade, a causa de la disolución de las ciudades del Bronce Medio. Después de haber llevado una vida nómada, al final del Bronce habrían reemprendido el proceso de sedentarización.

62 Tomando como base la llamada tradición yahvista y enmarcada por la historia de los demás pueblos de cercano Oriente, estos autores habían elaborado una reconstitución del período anterior a la instalación de Israel en Canaán. No se trataba de una verdadera historia, que describiera el desarrollo de los acontecimientos y su encadenamiento causal. Esta tarea ya era considerada como imposible. Se trataba, más bien, de un vasto fresco histórico, que servía de marco a los orígenes de Israel o prehistoria de Israel.

[63] plo, R. de Vaux proponía situar los patriarcas en el marco de las migraciones amoritas a comienzos del segundo milenio a. C., individualizando así un período histórico que desde un punto de vista de Israel, podría llamarse “patriarcal”. Pero hoy sabemos que cada uno de los grupos representados por las figuras de Abraham, Isaac, Jacob e Israel, han podido vivir y fusionarse con uno u otros de los demás, en circunstancias distintas y en momentos históricos muy alejados entre sí. Por eso no parece posible hablar de una época patriarcal, como si fuera un período histórico más o menos delimitado, con sus instituciones sociales y religiosas propias. Las prácticas religiosas que Gn. 12-45 atribuye a los patriarcas, parecen reflejar las prácticas religiosas de la época monárquica o aún exílica: el tema del “dios del padre”, generalmente considerado como un elemento característico de la religión de los patriarcas nómadas o seminómadas, quizás no pase de ser un artificio literario, para ligar entre ellas las figuras patriarcales y sus relatos respectivos. La misma tradición bíblica reconoce que Israel asimiló a otros pueblos. Por ejemplo, Éx. 12,38 habla de una muchedumbre abigarrada, que salió de Egipto con los hebreos; Jos. 9 cuenta cómo, por astucia, los gabaonitas se hicieron admitir en Israel; Jue. 1,16 y 4,11.17-22 informa que una parte de los quenitas se instaló en Judá y la otra en Israel. En Ez. 16,3 YHWH hecha en cara a Jerusalén: (cf. también Ez. 16,45). Este último texto indica que, a comienzos del siglo VI a. C., se conserva en Jerusalén bien vivo el recuerdo de que la ciudad no era de origen hebreo. Todos los historiadores admitían que, a causa de las conquistas de David, tanto Israel como Judá, integraban un gran número de cananeos. Los actuales datos de la Arqueología indican que en cuanto a su composición demográfica, Israel fue en su origen fundamentalmente cananeo. Es conocida la lista estereotipada de seis o siete pueblos (hititas, guirgaseos, amorreos, cananeos, pereceos, jiveos, jebuseos) empleada por la Biblia para designar a los habitantes de Palestina en el momento de entrar los israelitas.63 Todos estos nombres no repre-

63 Por ejemplo Gn. 15,20; Éx. 3,8.17; 13,5; Dt. 7,1; Jos. 3,10; 12,8; I Re. 9,20.

[64] sentan pueblos distintos desde el punto de vista étnico, social y político. La Palestina de finales del segundo milenio compartía con los demás países de la costa mediterránea una civilización fundamentalmente homogénea con unos denominadores comunes. El tronco étnico era semita y sumergía sus raíces en aquellos inmigrantes que llegaron aquí en torno al año 3000 a. C. al comienzo del Bronce Antiguo. La lengua era asimismo semita y esencialmente la misma, aunque diversificada en dialectos plurales. Comunes son igualmente la arquitectura, el arte, la artesanía, las industrias, y, sobre todo, la religión. Este acervo cultural común a todos los pueblos de la costa sirio-palestinense desde Ugarit hasta Gaza recibe el nombre de civilización cananea.64 Actualmente no hay ningún investigador serio que mantenga la idea de una conquista a través de una invasión panisraelita a Canaán, en el siglo XII a. C. Existe un creciente consenso entre los historiadores, que la entidad llamada “Israel” se originó en Canaán y representó un elemento indígena de la población del país de los siglos XIII-XI a. C.65 Los descubrimientos arqueológicos recientes han demostrado que el proceso de establecimiento en las áreas marginales y en las montañas, debe ser considerado como una realidad histórica multifacética con diversos desarrollos en cada región, de acuerdo con sus características ecológicas, económicas y demográficas. El agente principal de ese desarrollo -las poblaciones rurales-, no tienen que ser identificadas todas ellas como “israelitas”, en el sentido étnico, político y religioso que este término va a adquirir mucho más tarde y gradualmente.66 Sin embargo, no hay razones convincentes para excluir uno o varios grupos extranjeros a Canaán; concretamente, los grupos portadores de las tradiciones relativas a una estancia en Egipto, al éxodo, y a la marcha en el desierto. Éstas tradiciones deben ser muy antiguas,

64 Cf. A. GONZÁLEZ LAMADRID,

, Salamanca 1981, p. 97. 65 Cf. B. HALPERN, , Chico 1983; D. V. EDELMAN, ed.

, Aarhus 1991. 66 I. Finkelstein y N. Na’aman afirman que “combination of archaeological and historical

research demonstrates that the biblical account of the conquest and occupation of Canaan is entirely divorced from historical reality (...) The biblical descriptions of the origin and early history of the people of Israel are not dissimilar from narratives on the origins of other peoples, which likewise do not withstand the test of historical criticism” (I. FINKELSTEIN - N. NA’AMAN, eds. p. 13).

[65] pues Amós y Oseas, cerca de mediados del siglo VIII a. C., se refieren a ellas como a algo bien conocido.67 Desde un punto de vista demográfico, esos grupos quizás fuesen un número reducido, pero desempeñaron un papel decisivo, pues han dado a Israel su religión: el Yahvismo. Aunque el origen del Yahvismo queda muy oscuro, es opinión común que no proviene de Canaán, sino que Israel lo habría recibido de un pueblo que habitaba más al sur: los madianitas, los quenitas o los edomitas. Una inscripción hallada en 1976 en Kuntilet ‘Ajrud, en la península del Sinaí, podría apoyar la hipótesis edomita. En efecto, esa inscripción, que data de alrededor del 800 a. C., atribuye a YHWH el título de “YHWH de Teman”, siendo Teman una región de Edom, en el sur de la Transjordania o Jordania actual. El mismo nombre de Israel parece indicar que éste no tuvo siempre a YHWH como Dios. “Israel” es un nombre teofórico, es decir, un nombre compuesto, formado por un verbo () y un nombre divino (). Siguiendo la etimología propuesta por Gn. 32,29 y Os. 12,4-5, se relaciona generalmente con la raíz (“combatir”, “ser fuerte”) y se atribuye al nombre de Israel el sentido de , es decir, “el dios El ha combatido” o “el dios El ha sido el más fuerte”. Sin embargo, lo más interesante es el hecho de que el nombre divino que forma el nombre de Israel, no es el nombre de YHWH, como sería de esperar si se tratase de un pueblo que tenía a YHWH como Dios; sino el nombre de , que es el jefe del panteón divino cananeo. Israel habría tenido a por Dios, pero llegó un momento en el cual adoptó a YHWH; de hecho, Israel acabó revistiendo a YHWH de los atributos tanto de como de , las principales divinidades de Canaán. No se sabe cuándo se trocó a por YHWH, por qué, o en qué circunstancias se hizo; somos más afortunados en cuanto al proceso que llevó al despojamiento de en favor de YHWH, pues Oseas, a mediados del siglo VIII a. C., es de eso un testigo y un agente.

67 Cf. Am. 2,10; 3,1; 9,7; Os. 2,17; 11,1; 12,10; 12,14; 13,4.