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1 Otra observación es cuidar las referencias cuando dice descartes algo él y no para todos los hombres….corregir cuando digo hombres y e sun aspecto formal de descartes personalmente Una observación: cuando digo algún sector de la sociedad, colocar todo el sector particular de una sociedad Algunos problemas, máximas y algo más, de la tercera parte del Discurso del Método En el presente escrito se tratará de abordar uno de los tantos problemas encontrados a menudo en la lectura de aquella moral que Descartes expone en la tercera parte del Discurso del método. El problema a tratar es si Descartes al plantear en el inicio del capítulo una disyunción entre si son tres o cuatro las máximas que conformarán el pretendido contenido moral concluye al final del tratamiento de las mismas cuantas son suficientes. Para comenzar es preciso mirar las preliminares aclaraciones y salvedades que hará Descartes antes de pasar a delimitar sus máximas con el fin de no omitir ningún elemento que más adelante pueda contribuir en algo a la comprensión del problema. Sin más preámbulos, Descartes en el primer párrafo del tercera parte del Discurso menciona lo siguiente: Por último, como para empezar a reconstruir el alojamiento en donde uno habita, no basta haberlo derribado y haber hecho acopio de materiales y de arquitectos, o haberse ejercitado uno mismo en la arquitectura y haber trazado además cuidadosamente el diseño del nuevo edificio, sino que también hay que proveerse de alguna otra habitación en donde pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo; así, pues, con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir, desde

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descartes

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Otra observación es cuidar las referencias cuando dice descartes algo él y no para todos los hombres….corregir cuando digo hombres y e sun aspecto formal de descartes personalmente

Una observación: cuando digo algún sector de la sociedad, colocar todo el sector particular de una sociedad

Algunos problemas, máximas y algo más, de la tercera parte del Discurso del Método

En el presente escrito se tratará de abordar uno de los tantos problemas encontrados a menudo en la lectura de aquella moral que Descartes expone en la tercera parte del Discurso del método. El problema a tratar es si Descartes al plantear en el inicio del capítulo una disyunción entre si son tres o cuatro las máximas que conformarán el pretendido contenido moral concluye al final del tratamiento de las mismas cuantas son suficientes.

Para comenzar es preciso mirar las preliminares aclaraciones y salvedades que hará Descartes antes de pasar a delimitar sus máximas con el fin de no omitir ningún elemento que más adelante pueda contribuir en algo a la comprensión del problema. Sin más preámbulos, Descartes en el primer párrafo del tercera parte del Discurso menciona lo siguiente:

Por último, como para empezar a reconstruir el alojamiento en donde uno habita, no basta haberlo derribado y haber hecho acopio de materiales y de arquitectos, o haberse ejercitado uno mismo en la arquitectura y haber trazado además cuidadosamente el diseño del nuevo edificio, sino que también hay que proveerse de alguna otra habitación en donde pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo; así, pues, con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir, desde luego, con la mejor ventura que pudiese, hube de arreglarme una moral provisional, que no consistía sino en tres o cuatro máximas, que con mucho gusto voy a comunicaros.

Las dificultades interpretativas no demoran en venir, los primeros renglones de esta cita a los ojos de un lector inadvertido puede generarle una impresión inmediata o intuitiva de mirar a Descartes como un constructor o arquitecto interesado en mostrar todo el plan de contingencia necesario para el proceso de construcción de una residencia o de un alojamiento específico. Esta primera impresión es muy acertada solo que estos términos referentes a la construcción en la arquitectura deben aplicarse al contexto de la ocupación de todo filósofo en su deseo de investigar el conocimiento de la verdad para acertar en la interpretación, pues Descartes, a través de un relato autobiográfico, le ha confesado amenamente al público en la primera parte del Discurso, que entre todas las ocupaciones a las cuales se emplean los hombres no ha considerado ninguna tan

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esencial que se compare con aquellas que se aplican al estudio de la verdad, no encuentra otra ocupación que merite de manera más acuciante y primaria una importante dedicación, mientras se lo permita la brevedad de la vida, que volcarse a la búsqueda de la verdad.

(ARREGLAR, CONECTAR) al hombre le sería suficiente entender la esencialidad incomparable que tiene en sí mismo el conocimiento de la verdad para ocuparse o interesarse por su búsqueda. Previamente a cualquier cosa, es primordial conseguir un verdadero saber de toda la naturaleza, porque solo así el hombre podrá guiar todos sus pasos con claridad y certidumbre, como todos desearían, en su recorrer del mundo. Antes que se apresure o se entusiasme por aprovechar las múltiples posibilidades que se le abren en el momento de existir en el mundo emprendiendo la ejecución de diversas actividades, oficios, ocupaciones o proyectos, antes que direccione su voluntad hacia una cantidad de objetos, el hombre debe darse a la tarea de conocer todo cuanto pueda saberse con verdad y seguridad en el basto universo que lo rodea para prevenir conducirse y orientarse en todas sus acciones y disposiciones con lucidez, como diría Descartes, para alumbrar correctamente su camino y no estar abocado a cosas falsas, aparentes, efímeras o banales en su existencia, ya que dependiendo del fidedigno o erróneo conocimiento que cada quien tenga; esto es, de la perspectiva, la mirada, las ideas, el entendimiento o la compresión que los hombres alcancen con su facultad racional, cuando juzgan bien, o irracional, cuando se apresuran o se equivocan en los juicios, guiarán su voluntad en el mundo. Es así como conocer la verdad de las cosas se hace esencial en procura de encaminarse o dirigirse con claridad y certeza en todos los demás asuntos que restan para evitar estropear el rumbo a causa de ignorar este saber previo que libraría al hombre de errar en su camino, y este conocimiento se hace más esencial cuando alguien se da cuenta, tal como le ocurrió a Descartes, que las verdades establecidas acerca del mundo, aunque dudosas e inciertas, rigen la existencia de los hombres por caminos errantes. Esta necesidad imperiosa de tener un conocimiento verdadero de la naturaleza antes que cualquier otra cosa para guiarse correctamente en todos los caminos, lo expresa Descartes durante toda la primera parte de su Discurso a través de una dura crítica a las ciencias, costumbres, oficios y ocupaciones que centran la atención del hombre ya sea hacia verdades problemáticas para quien las examine con cuidado o ya sea hacia objetos o materias inútiles que dirigen al hombre hacia diversos caminos en la vida sin guiarlo bajo la luz de la verdad.

Por otra parte, Descartes, en la segunda parte, ya ha explicado que la razón por la cual recurre a cierta terminología del arte de la construcción para expresar algunas de sus ideas se debe a que en toda la indumentaria y el proceso necesario para construir se reflejan muchas de las cosas que también se deben tener cuenta y hacer en la ocupación filosófica de la verdad. El verdadero filósofo, para iniciar su investigación e indagación de la verdad, debe derrumbar todas las opiniones consideradas como verdaderas que

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examinadas con la luz natural de la razón; es decir, por aquella facultad capacitada en los seres humanos para distinguir en todos los asuntos posibles lo verdadero de lo falso, encuentra endebles o falsas en su grado de verdad, así como en la construcción los edificios y las casas son derribados previamente cuando sus cimientos son débiles y desgastados para evitar que colapsen y provoquen una calamidad al tomar desprevenidos a sus residentes. En efecto, quien se ocupa en la indagación del conocimiento de la verdad debe deshacerse de todas las opiniones que hayan sido infundadas o inculcadas como verdaderas cuando sometidas al juicio de la razón, que puede impartir con su razón cada hombre sobre cualquier idea, no arrojan nada fidedigno como antes si parecían hacerlo. Es preciso derrumbar si no se quiere arrastrar consigo opiniones que no se sabe si pueden extraviar o llevar a buen paradero la investigación de la verdad al permanecer su contenido sin un necesario y cuidadoso examen para asegurarse de su certidumbre. No obstante, así como nadie ve que el hombre en la sociedad derruya su lugar de morada o su lugar vital de asentamiento básico, donde se refugia y se resguarda de las amenazas posibles del entorno para su sobrevivencia, cuando ve la oportunidad de fortalecerlo, sin tener, a su vez, la necesidad de reconstruirla para tener de nuevo un hospedaje seguro en la vida, de igual modo, el filósofo que tiene como objeto el conocimiento de la verdad, debe arrasar con todas las opiniones que no soporten un examen de su razón o capacidad verídica de juicio, no para quedarse desprovisto de un asentamiento seguro o para alcanzar un estado peor a comparación de donde estaba, sino, antes bien, para esmerarse, empeñarse y dedicarse por sí mismo en la reconstrucción de un nuevo saber y conocimiento al contar ahora si con todas las garantías posibles de tener un terreno firme y roca viva renovada, después de haber socavado el viejo y desgastado suelo que sostenía su antigua vivienda de conocimiento, para efectuar la reconstrucción de la nueva casa en donde se espera morar tranquilamente toda la vida, al no haber ningún motivo que pueda reemplazarla o modificarla, ya que sus materiales y su suelo de base serán el conocimiento inquebrantable e inconmovible de la verdad.

Se pudo observar que mediante la metáfora o el recurso ilustrativo de la destrucción y reconstrucción del alojamiento, Descartes tiene la intención de hacerle conocer al lector no solo la decisión que él ha tomado de embarcarse en la ocupación filosófica de buscar la verdad, sino que, como se mirará, le indicará que la moral a trabajar en la tercera parte está íntimamente relacionada con esa decisión que ha tomado, porque Descartes dice que no basta reconstruir o emplearse a la indagación de la verdad si no se tiene prevista una casa donde poder pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo de la reconstrucción. Dicha casa de resguardo temporal, en tanto que dura o se tiene prevista mantener mientras dura la reconstrucción, tiene el fin de no dejar irresolutas las acciones de la vida, a pesar que el conocimiento de la verdad si pueda suspenderse sin ningún problema mientras se aseguren poco a poco todos los juicios verdaderos que la edifican, pues, en lo tocante a las acciones de la vida, no se puede pecar de irresoluto cuando alguien de buen razonar sabe y reconoce que muchas circunstancias en el flujo

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de la vida exigen afrontarlas satisfactoriamente sin demora si se quiere vivir lo más dichoso posible a medida del devenir paulatino de los acontecimientos en el día a día.

Descartes tanto en la cita que se tiene de referencia como en la recapitulación anterior de la misma, deja entrever una relación muy fuerte entre la indagación de la verdad y las cuestiones de la vida, pues si no basta en relación a la casa que está en reconstrucción tenerla inacabada y, por ello, hay que alojarse en otra mientras dura el trabajo, los conocimientos verdaderos que pretenden alcanzarse con la restauración del edifico de la verdad son los causantes de que surja la idea de establecer otra casa; es decir, si Descartes solo contemplará unos saberes en los cuales no estaría ninguno vinculado con la vida al momento de pensar en reconstruir la casa de alojamiento, no estarían suspendidos los juicios que versan sobre la materia de la vida y, por ende, tampoco las acciones, entonces no bastaría nada, no habría necesidad de plantear la cuestión de una mudanza, de proveerse o de irse a otra casa de resguardo porque los juicios sobre la moral no estarían suspendidos o detenidos, ya se tendría ese lugar de posada mucho tiempos antes. Pero eso no sucede así, más bien la necesidad de alistarse otra casa aparece porque la casa que construye está a penas en construcción, en formación y no se puede sacar todavía algún provecho; es decir, como los juicios están en construcción no se puede extraer ninguno aún. Si los conocimientos verdaderos están en fundación los de la ética también lo deben estar, porque cómo explicar que se debe ir a otra casa en donde sí se puede disponer de unos juicios. Esto quiere decir, que entre los saberes que se estén construyendo deben estar incluidos también los relacionados a las cuestiones prácticas de la vida. Como la idea de arreglarse un albergue temporal para los asuntos de la vida es simultánea a la idea de que no basta esperar la reconstrucción de los juicios verdaderos se supone que debe haber juicios verdaderos acerca de la vida a espera de formarse. Quizás alguien no conforme con esta idea pretenda objetar este argumento adjudicando que descartes ya tenía una casa que le contribuía a resolver todo lo atinente a la vida, pues mucho antes de ponerse en el trabajo de forjarse otra, no había muerto sino que también estaba inmerso en las circunstancias de la vida; es decir, tenía ya desde ese entonces una residencia permanente y exclusiva para atender los sucesos que le ocurrían, carente de un condicional de tiempo o de duración. Pero aun así esta objeción no logra nada, porque cuando Descartes piensa en el proyecto de reconstruir la casa de la verdad, la casa provista de antemano para la vida cambiaría su naturaleza de ser un establecimiento fijo a ser un albergue temporal que ahora tendría incierto su destino y paradero, puesto que dentro de las ideas del levantamiento de la casa anhelada de la verdad, la casa de los sueños, hay pensado un contenido acerca de la vida que torna para Descartes cualquier casa que esté pensada para ese mismo objeto un lugar transitorio o de paso. Claro, alguien podría decir que la anterior inferencia está errónea, porque la casa donde alguien pasa cómodamente el tiempo que demore acabar la morada de la verdad, ya sea que alguien se la provea en ese instante, ya sea que la tenga provista desde hace tiempo, es temporal, no por motivos de que haya un contenido moral referente a la vida en la otra vivienda a remodelar, sino simplemente por el hecho de que, como brinda una ayuda o una utilidad para solventar mientras Descartes se dedica

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con gran esmero a la indagación de la verdad las cuestiones que le demande al mismo tiempo la vida, hay una necesidad de instalarla en los planos de contingencia que Descartes piensa complementar con la ejecución de los planos de la verdad, con el fin de evitar cualquier dificultad proveniente de la vida que pueda afectar en algo la puesta en marcha de su proyecto filosófico. Esta razón parece muy plausible, pero deja de serlo, porque si en la obra de la verdad no está trazada una idea moral que lleve a suspender los juicios y, con ello, las acciones de la vida por estar precisamente en gestión esos conocimientos que guiarán con justeza el proceder del hombre, no hay nada que solicite recurrir a otros recursos temporales, ni hay sentido para activar un plan de contingencia moral en relación a la obra, puesto que no lo exigiría, no lo pediría, proveerse de una casa o no daría igual, si se tiene no se necesita trasladarla al lugar de la obra para que funcione como albergue temporal, pues no se tendría en la mira ningún contenido moral que urja mientras se edifica una tienda de apoyo idónea a la necesidad y si no se tiene y nunca se ha tenido sería irrelevante para Descartes saber eso, pues él está es preocupado por lo que necesite la obra para llevarla plenamente a cabo. De ahí que la única razón para entender la presencia y la necesidad de una casa moral de resguardo mientras dura el periodo de forjamiento de la verdad se debe a que hay un proyecto de verdad relacionado con la vida a esperas de constituir que suspende todo juicio y acción moral, pero, como las cuestiones de la vida no se detienen y no se puede estar irresoluto en sus demandas para no dejar de vivir cómodamente, mientras que la obra de la verdad moral llega a su consumación, es menester provisionarse de una tienda o lugar de resguardo temporal donde se puedan disponer de unas ideas de contingencia, pues si se tiene la oportunidad de no dejar de vivir plácidamente siendo resuelto cuando lo exijan las circunstancias de la vida por qué no hacerlo es la pregunta de Descartes.

Con lo dicho hasta el momento se pueden entender todos los elementos contenidos en la cita de referencia. Al entender la relación reciproca e íntima que teje Descartes entre su indagación filosófica de la verdad y la moral, se vio que, aunque Descartes no expone explícitamente esos conocimientos verdaderos que espera conseguir, ni expresa literalmente que entre ellos esté particularmente la moral, Descartes necesita la presencia de una casa de resguardo temporal que le permita resguardarse mientras se adelante la construcción de su auténtico alojamiento, porque en los planos verdaderos de esa vivienda se halla la formación de un conocimiento moral que haría suspender mientras se factura todos los juicios y las acciones de la vida. Pero como las cuestiones de la vida no admiten espera y hay que vivir cómodamente si está en el poder de cada quien hacerlo para no provocar consecuencias negativas innecesarias, es preciso acoplarse otra casa mientras dure el periodo de reconstrucción de la casa que contiene todos los saberes que pueden conocerse con verdad, incluido el saber pertinente a las cosas verdaderas de la vida, para darle la debida atención a los sucesos y a las circunstancias que envuelven al ser humano en su relación constante con el mundo. De todas maneras, la relación estrecha entre la suspensión de los juicios morales en la reconstrucción del alojamiento de la verdad y la resolución pronta de las acciones de la

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vida que busca garantizar una casa de resguardo temporal podrá constatarse nuevamente más adelante cuando se entre a examinar la primera máxima. Por lo pronto, de todo lo dicho también se ha llegado a entender que, como el fin de la casa de resguardo temporal radica en no dejar que el hombre tome una postura de irresolución, de quietismo o de reposo, por llegar a creer que no puede afrontar lo que se le abalance en la vida al carecer del respaldo de un conocimiento claro, evidente e indudable que lo guie a la dicha de actuar como es debido en todo momento, las máximas que contendrá la moral de esa casa temporal le serán de utilidad y de ayuda a Descartes para adaptarse bien o de la mejor manera a los requerimientos y pedidos que la vida inste a suplir en su marcha, con tal de no sacrificar o de renunciar a vivir con la mayor dicha posible y de evitar padecer penurias por pecar de irresoluto cuando esté a su alcance obtener bienes y virtudes adecuándose simplemente al vaivén de las circunstancias, sin necesidad de recurrir todavía a un sistema de saberes verdaderos que no le están a su alcance todavía. Con estas máximas Descartes se propone a darse las pautas necesarias para compenetrarse y acondicionarse de forma óptima al curso o rumbo que lleve la vida y, con ello, a las demandas y solicitudes que apremian seguir el devenir que imponga la vida. Lo dicho además es suficiente para entender que las máximas cartesianas hacen parte de una moral provisional en el sentido de que se maneja la idea de mantenerlas sólo hasta que Descartes reanude sus juicios una vez los haya confirmado en la verdad, juicios en los cuales, tal como se ha tratado extensamente en párrafos anteriores, se espera a tener contenidos verdaderos y perfectos que constituyan la moral más alta y perfecta. A la moral le es adecuado el apelativo de provisional, puesto que Descartes la piensa como parte integral de la casa de albergue temporal, estructura que tiene una cláusula de permanencia acordada hasta la reconstrucción del alojo donde Descartes tiene previsto habitar. En el momento de cumplirse esa cláusula ha de esperarse algún cambio en algún aspecto de la moral, de estar por lo menos en otro grado de conocimiento. Esto no implica inferir curiosamente que la casa de resguardo después de cumplido su tiempo para el que fue provista se destruya, se extinga o se desbarate; esto es, que las máximas o la moral de dicha casa se anule, se modifique o se le agreguen más contenidos, pues no se sabe en relación a esas figuras ilustrativas que pueda pasar y, por lo tanto, tampoco de la moral, no hay elementos para poder interpretar el paradero de la casa temporal cuando Descartes termine de reconstruir el saber de la verdad, a Descartes tampoco le interesa narrarlo. Lo que si indica el término de moral provisional y, en efecto, lo seguro a suceder según los delineamientos trazados por Descartes, es el hecho de poder notar algo diferente, distinto, un grado considerable de cambio en las máximas morales con la obtención del conocimiento de la verdad, del cual se carecía en el momento que se instituyeron. La irrupción triunfante de la verdad y, con ello, de las verdades morales, debe traer consigo alguna nueva perspectiva de las máximas, debe cambiar en algo, sino es en todo, tales preceptos.

Enseguida de la alusión a la moral provisional, Descartes les propone de nuevo a sus intérpretes un nuevo análisis cuando dice que esta moral no constaba sino de tres o cuatro máximas que con mucho gusto va a compartir a continuación. Antes de exponer

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la primera máxima ha de aclararse que según la forma cómo la presenta Descartes, dicha máxima debe ser divida en dos partes: en la primera parte estas las prescripciones para la vida, los delineamientos propios del fin de la máxima que es contribuir a vivir plácidamente y en la segunda parte se encuentran las excepciones y las soluciones para solucionar los problemas que generarán las pautas de la primera parte de la máxima. Así que es momento propicio para mirar cuál es, en qué consiste y si efectivamente se puede dividir en dos partes la primera máxima. Descartes dice que la primera máxima decía prescribía lo siguiente:

La primera fue seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando con firme constancia la religión en que la gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir. Porque habiendo comenzado ya a no contar para nada con las mías propias, puesto que pensaba someterlas todas a un nuevo examen, estaba seguro de que no podía hacer nada mejor que seguir las de los más sensatos. Y aun cuando entre los persas y los chinos hay quizás hombres tan sensatos como entre nosotros, parecíame que lo más útil era acomodarme a aquellos con quienes tendría que vivir; y que para saber cuáles eran sus verdaderas opiniones, debía fijarme más bien en lo que hacían que en lo que decían, no sólo porque, dada la corrupción de nuestras costumbres, hay pocas personas que consientan en decir lo que creen, sino también porque muchas lo ignoran, pues el acto del pensamiento por el cual uno cree una cosa es diferente de aquel otro por el cual uno conoce que la cree, y por lo tanto muchas veces se encuentra aquél sin éste.

A nivel general, esta primera máxima arroja una aclaración y una explicación crucial para entender el sentido de una palabra que sólo se ha repetido cantidad de veces en este escrito sin darle, por ello aún, ningún desarrollo, una palabra clave alrededor de la cual gira el eje temático de este escrito y que todavía no se la ha dado un abordaje importante, una palabra que será fundamental para entender lo que resta de este trabajo y que haría entender mucho mejor el porqué de una casa de resguardo temporal, una palabra que ha estado presente pero ausente a la vez, al no haberla mostrado en su plenitud hasta ahora, sin más rodeos esa palabra es la vida. En las citas vistas anteriormente, Descartes nombra la vida, dice que la vida no admite espera, dice que permanecer irresoluto en las acciones de la vida no es adecuado, sin decir por qué la vida es así, de la manera cómo la describe. Pero en esta primera máxima Descartes destapa ese as debajo de la manga, sabe que es menester explicar en lo subsiguiente qué piensa y qué se le ocurre cuando se refiere acerca de la vida para que se entienda mejor el propósito, el fin y todo el contenido de las máximas. A primera vista, la vida se entiende a partir de las implicaciones que conllevaría existir en medio de una gran sociedad y comunidad de hombres, agrupada o expresada por Descartes en el basto y extensivo término de país. En este sentido, existir se entendería como un estar vivo; es decir, como el poder reconocer, percibir, presenciar y darse cuenta que se está en medio de una diversidad de hombres que viven y existen igualmente al derredor de sí. Explicado de otra manera, esa poderosa intuición que cada hombre no sólo tiene de sentirse existente, sino de apropiarse de esa presencia de estar en el mundo una vez la

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capta y la reconoce para conducirla en lo sucesivo hacia algún camino o curso; es decir, de darse cuenta primero que se posee una vida para pasar a vivir, esa misma intuición de la vida debe ser ampliada y ensanchada para comprender la vida que se tiene junto con los demás hombres, la intuición de la vida debe incluir a los otros, pues en ese camino y curso hacia donde cada quien dirige la vida tendrá la experiencia de toparse en algún punto del recorrido con los demás hombres que también viven y están a los costados de dicho camino, tendrá que percatarse y darse cuenta de la vida de los demás, así como cada hombre lo hace muy bien de la suya. Esta es la misma experiencia de Descartes, él, como se había dicho en los primeros párrafos de este escrito, relata en la primera y en la segunda parte de su Discurso que al lograr guiarse o asirse de sí mismo, se dio cuenta de que tenía a cargo su propia vida a esperas de guiar, la cual decidió en un momento emplearla y ocuparla a la búsqueda de la verdad, en ese camino él se guiaba sólo, procuraba andar con mucha cautela en medio de tinieblas mientras no tenía la luz de la verdad para dirigirse certeramente. Pero una vez que llega a la tercera parte, Descartes se muestra interesando en dedicarle atención también a otros aspectos de la vida que no admiten espera ni demora, así como tampoco lo admite su ocupación de investigar, de dedicarse constantemente y de no cesar cuanto pueda en la reconstrucción de la casa de la verdad. Uno de esos aspectos que siente necesario prestarle atención es precisamente a la vida en sociedad y en comunidad, con los hombres a frecuentar en el lugar donde reside y hace sus investigaciones de la verdad. Es como si Descartes en su vida se hubiera aplicado a recorrer el camino de la verdad y, así como se había mencionado antes, al ver alrededor del camino un conglomerado de hombres, se da cuenta que al alzar la mirada su camino resulta estar inmerso en medio de una vasta extensión de terreno que representa, en este caso, la sociedad de hombres que moran y desarrollan sus vidas en el mismo lugar donde Descartes forja la suya.

En esta primera máxima, Descartes al plantear de manera general una perspectiva que reconoce la inmersión de su vida en la sociedad, describe, al mismo tiempo, con cada elemento particular las implicaciones que se derivan de estarlo y constituyen, a su vez, las pautas importantes de la máxima. Descartes en primer lugar afirma que se deben seguir las leyes y las costumbres de su país. Esta declaración es muy enfática, pues Descartes no deja campo de excepción, simplemente hay que seguir todas las leyes y costumbres que pueda haber en la comunidad humana a la cual se pertenezca. Se hablan de leyes cuando, en una conformación o sociedad humana, se legitiman unas normas, mandatos o reglas que se establecen ya sea con en el uso de la fuerza, con la tradición o basadas en unas razones o fundamentos para todos sus miembros, mientras las respalde un estado u organismo soberano, o para algún sector o entidad independiente de la misma. Estas leyes validadas tienen el fin de regir o de presidir aspectos relacionados con la convivencia, el bienestar y de la regencia efectiva de la vida en sociedad. Hablar de la ley costumbres implica consigo nombrar su contraparte: el castigo, la sanción, la penalidad y el escarnio o censura social, consecuencias que advienen con el desacatamiento de tales normas y que aumentarán su grado de negatividad e impacto al depender de qué ley se transgreda y de cómo resulte disgustoso a los ojos de los

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hombres. Estas vicisitudes son inevitables al transgredirse o fisurarse las categorías de orden, común a todos a un sector de la comunidad, y de organización instauradas por los hombres en sus estables formaciones colectivas. Al fragmentarse esa armonía, esa tranquilidad y ese estado de apaciguamiento es inminente que se torne dispendiosa la relación con los hombres y advenga la reprobación y la amonestación. De estas afecciones se desprenden muchos más inconvenientes, dificultades y hechos inoportunos que le exigirían a Descartes o a un hombre que busca la verdad dividir la atención de su espíritu a la solución de todos esos coléricos problemas de orden social si tienen remedio o si puede arreglarlos en algo, Además, estas penurias infligirían, en el ánimo y disposición recia de cualquier espíritu que busca la verdad con pleno empeño, sentimientos y sensaciones de preocupación y turbación que no le permitían andar con la misma marcha traída, con la misma libertad. A alguien le puede parecer que estas estas razones no son llenan para proceder a seguir las leyes, pues quien sea un hombre indiferente a la sociedad, solo le interesa busca la verdad en la vida para regirse sí mismo, y si vive en la sociedad le será indiferente seguir los dictámenes que se legislan allí, como no le importará transgredir en cualquier momento tampoco le repercutirá negativamente a tal espíritu las perturbaciones de los oprobios ni las dificultades que le generen los demás al infringir sus órdenes. Pero es claro que un hombre así no vivirá en sociedad ya que como no tendrá escrúpulos para transgredir cuantas veces le sean necesarias y convenientes las leyes, será excluido absolutamente de toda la comunidad o sociedad donde resida o si permanece será recluido en una cárcel o lugar de reclusión donde además de privarle el contacto con los hombres, se aseguren de que no vuelva a infringir el orden. Si es excluido o rechazado parcialmente por algún sector particular de todas maneras tiene que seguir y cumplir las demás leyes de otros sectores si quiere estar realmente en la sociedad.

Mientras tanto, se hablan de costumbres cuando, en todo o en un sector de las conformaciones o sociedades humanas, se aprueban o se ratifican aspectos relacionados con la vida del hombre, al tomar como referencia la tradición, la autoridad y los patrones constantes de la práctica y el ejemplo que los convierten en hábitos para mantenerlos. La naturaleza de las costumbres comportan dos naturalezas: En un sentido, las costumbres comparten las anteriores propiedades vistas de la ley en tanto que los hábitos y las tradiciones, mantenidas por los hombres de un sector o de toda una sociedad y comunidad, se pueden convertir en deberes y mandatos que deben seguirse para regir la vida de los hombres, y si no se acatan, por ser órdenes y prescripciones fijadas y legitimadas para conducir a los hombres, derivan en los aspectos negativos de la ley expuestos recientemente. En otro sentido, hay costumbres adquiridas por el contexto cultural y social, por la educación o dadas incluso por la fisiología y anatomía de cada hombre etc., que rigen la vida de las personas sin representar, por ello, deberes imperiosos que se legitimen formalmente como leyes para toda una sociedad o un sector de la misma. Lejos de eso, son formas de vida que son aceptadas como elementos

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conformantes del desarrollo independiente y personal de cada quien, no constituyen leyes, y en una misma sociedad pueden haber tantas costumbres hayan como individuos la habiten; es decir, los hábitos y las tradiciones que practican los hombres se pueden convertir en leyes a seguir estrictamente cuando se consideren que tales conductas de vida sean idóneas para erigirlas así por su antigüedad, ancestralidad, respeto o solemnidad a la tradición o porque el contenido de tales costumbres, lo que dictan, puede ser legitimado como ley, pero no son leyes cuando son relegadas a ser costumbres relativas a aspectos circunstanciales, como el contexto cultural y geográfico, la educación, la crianza o la naturaleza fisiológica, que determinan las regencias de vida cada quien.

La afirmación de Descartes de que se deben seguir las leyes y las costumbres de su país aunque es muy corta, breve y sintética, se podría decir axiomática porque explícitamente no detalla motivo alguno que diga por qué se las debe seguir, no da razones claras y evidentes que puedan determinar a la razón a practicar tal precepto, tiene en sus formulaciones implícitas, si se examina con cuidado y detenimiento, esas razones que al parecer carecen. Una de esas razones se entiende si ya se ha examinado la cita generalmente en una lectura prolija, pues Descartes allí menciona todas las cosas que se deben hacer para vivir cómodamente en una sociedad, cuando se está inmerso en un lugar donde los hombres ya han impuesto leyes, costumbres, están arraigados a una religión y en donde al mirar alrededor se ve rodeado, valga la redundancia, de hombres que se rigen con diferente sensatez en su vida; es decir, antes de regirse Descartes a sí mismo, contempla que ya se encuentra un orden y una organización pre-establecida por los otros hombres a su derredor, se da cuenta, en conclusión, que ya hay una comunidad de hombres conformada. Esta concepción de la sociedad ya se amplió generosamente párrafos atrás, cuando se dijo que Descartes entendió que así como había decidido a encaminar su vida o su existencia hacía la búsqueda de la verdad, así como en algún un momento se percató de la realidad de su vida, sintió indudable el hecho de que existe y existe como un Yo en el mundo; esto es, comprende que existe él, que sólo existe desde la percepción y reconocimiento que tiene de sí mismo, y como al tomar y al asumir las riendas de esa existencia, al ponerse a cargo de ella uno de los primeros interrogantes acuciantes y apremiantes que le asomaron fue: qué hará, hacia donde irá, que va a hacer una vez se dio cuenta de que existe, que está vivo; es decir, preguntas que en un lenguaje más sencillo y común equivalen a preguntarse por la ocupación, a qué se aplicara cada quien en la vida, Descartes decide responderse que se ocupará a la búsqueda de la verdad porque si alguien no la conoce o no está seguro de conocerla realmente lo primero que deberá hacer es ocuparse en su investigación para antes de hacer cualquier otra cosa con certidumbre y claridad, pero asimismo como se dio cuenta de estaba a cargo de su vida y fue diligente y solicito en asumir esa responsabilidad que en ese entonces tenía de vivir decidiéndolo hacer aplicado al estudio de la verdad, ahora tiene que asumir con más diligencia y solicitud asuntos referentes al vivir en sociedad, porque precisamente se da cuenta en la primera cita expuesta que su vida también está presente en otros ámbitos o campos donde no se le va a esperar a que él tenga los frutos

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de su ocupación, la verdad, para saber guiarse con certidumbre en todos los aspectos de la vida como pretende y desea, sino que al parecer como la vida en uno de esos lugares parece ya estar ordenada, fijada y resuelta, parece tener otro ritmo de curso, le exigen y le piden resolución inmediata si quiere adaptarse y permanecer allí. En la tercera parte, Descartes dice que ese otro aspecto en el cual su vida está inmersa y presente es una gran sociedad y comunidad de hombres a su alrededor que integra y agrupa en el término de país; es decir, sobre la base de esa percepción de que vive, de presenciarse vivo y, por ende, puede apropiarse de esa vida para conducirla, se encuentra también la base para el reconocimiento de que esa vida la desarrolla, la conduce y la encamina en medio de una sociedad y comunidad humana. Descartes reconoce que conduce su existencia en medio de otras vidas también y, por ende, sabe que ya no debe replegar la mirada hacia sí mismo exclusivamente y pensar sólo en la marcha de su camino personal, sino que debe ampliarla para abarcar la percepción de su vida con la percepción que tiene desde-sí de los otros hombres que viven junto con él. La percepción univoca que reposaba sobre él mismo, en una sola dirección, se bifurca y se divide a medida que se va distendiendo y estirando hasta reconocer la vida del-otro; esto es, de los demás hombres. Al reconocerse a los demás, al haberse percatado del otro, de haber salido de la inocencia de ser un Yo solitario en el mundo, surge enseguida la implicación de pensar y de prestar la debida atención a cómo se van a dar esas relaciones con los demás, hasta donde llega la vida personal y hasta donde la de los otros, de medir hasta donde terminan los límites de alcance de cada quien cuando presencian otras vidas que no son ellos, de sopesar como va a resultar la mediación de la vida personal con la aceptación o asimilación de la vida con otros. Pero esas implicaciones al parecer los hombres ya las han resulto y, por eso, Descartes no tiene la necesidad de dedicarse a pensar en las anteriores inquietudes, sino que ahora se le plantea el desafío de seguir las leyes y las costumbres que los hombres han legitimado de alguna manera para regir en sociedad sus vidas después de haberse conformado una comunidad entre ellos al haber solucionado o superado los problemas que tenían primero de armonizar las relaciones de cada uno para vivir apaciblemente entre todos. La implicación que se deriva de estar ante una sociedad estructurada es acatar todas las cosas en común que comparten y, a la vez, que mantienen unidos a esos hombres, entre esas cosas están las leyes y las costumbres porque, como elementos legitimados ya sea en todo un sector o en la totalidad de la comunidad al presuponerse que todos los hombres están de acuerdo de alguna entre sí para legitimarlos, son los propósitos comunes de pilares importantes de un sector o de toda la comunidad o sociedad. Descartes consciente de tal implicación, afirma en su primera máxima la decisión y resolución de segur las leyes y las costumbres de su país, ya que, si quiere estar inmerso y vivir lo más dichosamente posible en el ámbito social de su vida en cualquier sociedad a donde vaya o se encuentre y si quiere vivir lo más dichosamente posible en el ámbito social de su vida, debe seguir y cumplir las leyes y las costumbres comunes de dicha comunidad para compenetrarse satisfactoriamente con esos órdenes y organizaciones ya estructuradas de antemano, y si no lo hace, los hombres de dichas comunidades no le permitirán transgredir sus estructuras y se las ingeniaran para sacar y excluir de alguna manera al Descartes infractor fuera de sus límites con las herramientas del castigo, la

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reprobación social, las sanciones o los conflictos y las tensiones en las relaciones que los vinculan a ambas partes para mantenerlo al margen; en un sentido Maquiaveliano, si Descartes es uno de los hombres que rompe y desestabiliza el orden de los conformaciones socio-políticas es un peligro o una amenaza a erradicar de raíz desde la perspectiva de los que conservan el orden y quieren conservarlo. En últimas, una vez Descartes advierte la presencia de su vida en medio de unas conformaciones sociales, comprende que si desea mantenerse o preservarse en dichas comunidades debe acatar las leyes y las costumbres para no ser excluido y para vivir con la mayor dicha posible si está en su poder hacerlo en esos campos donde también está inmersa su vida. Esta conclusión deja al final un Descartes obligado a tener que cumplir la ley y las costumbres a expensas de estar en una sociedad y de que para vivir bien en esos entornos también le es imperioso obedecer tales mandatos, no hay motivos propios ni razones para obrar por el deber como pensaría Kant; es decir, para acatar algo porque se sabe que es bueno y verdadero en sí mismo, Descartes sólo actuaria conforme al deber, ya que no importa saber si los contenidos de las leyes y las costumbres son verdaderos, lo que interesa es acatarlos para permanecer en la sociedad y vivir cómodamente. Estas ideas conllevan a admitir que Descartes no sigue la ley porque este de acuerdo con el contenido de la misma o porque este a favor de lo dictaminado por las leyes y las costumbres de una sociedad, sino porque estas prescripciones están respaldadas de la contraparte negativa que las sustenta en su núcleo central, la fuerza definitiva y esencial de la ley radica en las consecuencias de no poder no seguirlas para no ser excluido y no sufrir los escarmientos constantes que advienen al transgredirla. Esa es la razón principal que fundamenta su decisión de acatarlas. Descartes al no mencionar razones, argumentos o explicaciones que puedan mostrarle a la voluntad de actuar la evidencia, la claridad o, por lo menos, la validez de obrar según las instrucciones de la sociedad, significa que a Descartes no le interesa examinar si son o no válidas o ciertas, no quiere llegar a cuestionamientos o dudas que estropeen la decisión de la voluntad para acoplarse fácilmente al orden que le exige la vida en sociedad, si eso es necesario hacer para vivir plácidamente y no ser excluido de sus límites. Por eso, aconseja seguir a toda costa las leyes y las costumbres para nunca hacer méritos de ser excluido o sancionado, aunque los contenidos que dictamine sean razonables o no al juicio; es decir, al sobreponerle a la capacidad de juzgar el acatamiento ineludible de las leyes y las costumbres, Descartes quiere decir que, en últimas, a la ley no la sustenta ni la hace ser lo que-es sus contenidos o sus dictámenes porque estas razones se podrían superar, traspasar y quedar sin trabas para no seguirlas, esos aspectos serían como accidentes cambiantes, reemplazables y no esenciales al ser o a la substancia, al contrario, la esencia de la ley, eso que nunca la hace dejar de ser ley en sí misma es su fuerza intrínseca de traer consecuencias negativas, de traer consigo siempre una contraparte que dispone al espíritu de cualquier hombre para refrenarse ante tales molestias, una fuerza que si no ha podido persuadir al transgresor con sus razones alista sus armas principales para derribarlo: el castigo, la sanción y la recriminación social; esto es, una fuerza devastadora que recurre a imponerse al causar estragos en diferentes magnitudes cuando el orden de sus motivos y sus prescripciones la dejan endeble. La forma esencial que hace a la ley ser lo que-es; es decir, no ser inviolable, ser imperiosamente necesario

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que se acate como deber no evadible, que llevaría a seguirla sin necesitar de otro recurso, tal como lo aconseja Descartes, es esa fuerza devastadora que se hace del recurso atractivo para habitar entre hombres preponderantemente racionales que escuchan y se guían por motivos, pero cuando ellos no son suficientes, cuando los recursos se agotan, se muestra a sí misma, en su esencia, se destapa, muestra aquello que debe hacerla infrangible en su forma, aquello que la hace un deber imperioso que se debe seguir a toda costa por el hecho mismo de ser algo que no se puede trastocar es su carácter de fuerza devastadora que busca propiciar consecuencia negativas de diferentes tonalidades y magnitudes que buscan ser efectivas para detener al hombre cuando parece que nada puede conducirlo a cumplirla y acatarla. Con lo dicho se trató a las costumbres como equivalentes a una ley que deben seguirse imperiosamente. El problema radica en la aclaración hecha cuando se explicó generalmente la naturaleza de las costumbres, porque allí se vio que el termino tiene dos acepciones: la primera se puede aplicar como ley, en el momento de que sus tradiciones o hábitos se vuelven modos de vida que pueden regir a una sociedad, y la segunda era que fallaban en ese intento de erigirse como leyes cuando quedaban relegadas a ser aspectos relativos de la formación del carácter de cada persona según muchos factores influyentes en el transcurso de su vida. Adoptar la segunda acepción de la costumbre sería más que problemática, pues implicaría que Descartes diría seguir que se debe seguir algo que no se debe, porque que no es una ley imperiosa a obedecer ni tampoco una regla común que deban acatar los hombres por representar un condicional para la vida en sociedad, sería seguir algo que no necesariamente se debe seguir, algo que es posible o no seguir por ser relativo a cada hombre, y con esto se difuminaría el término de seguir que Descartes emplea una sola vez para adjudicarlos a las leyes y a las costumbres. Se vio que Descartes utiliza el término de seguir aplicado a algo que no se puede no seguir como la ley, porque es imperiosa e ineludible obedecerla para vivir en sociedad y vivir lo más posible cómodamente. Ese sentido que le ha dado a la palabra “seguir” referida a la ley, Descartes se lo predica también a las costumbres al agregarlas con la conjunción “y” a otra de las cosas que se deben seguir junto con la ley; es decir, cuando Descartes delimita que se deben seguir las leyes a todo costo piensa también en las costumbres como tradiciones que también deben seguirse del mismo modo, pues Descartes no solo utiliza una misma y única palabra para apuntar a dos aspectos con un sentido ya dilucidado con el examen de la ley, no sólo une a este último con las costumbres en una conjunción copulativa que implica una relación de igualdad al no incluir otro término jerárquico que distinga la naturaleza de la ley como más allá de la naturaleza de la costumbre o viceversa; esto es, que las costumbres llegan a tener un status que las haga comparable con las leyes, sino que al no explicar tampoco las razones o los motivos por los cuales se han de seguirlas es inminente darles la misma interpretación que se le dio a la leyes por el mismo detalle de no tener un por qué para hacerlo, el hecho de que ambas no tengan motivos para seguirlas y según las implicaciones revisadas de esta peculiaridad, todo puede llevar a pensar con grandes argumentos que Descartes toma la costumbre al igual que la ley como algo a cumplir y a acatar porque es menesteroso e imperioso hacerlo al considerar muy seguramente Descartes que representan un orden común a los hombres y no relativo a cada quien. Sin perder de vista que eso no implica

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que todas las costumbres sean leyes, solo aquellas que sean consideradas de dicha manera se les puede aplicar la ejecución de seguirlas por ser requisitos básicos para la vida en sociedad. Además, otra razón de peso para sostener que las costumbres que Descartes menciona se deben seguir debido a su carácter de ley es porque en unos de los últimos párrafos de la primera parte del Discurso del Método dice que una de las cosas a tener claro en su búsqueda de la verdad Descartes es un hombre alejado y distante de las costumbres por considerar que el ejemplo, la tradición y la práctica recurrente de los hombres en cualquier aspecto o campo no son fiables de ninguna certeza, puesto que los hábitos adquiridos por algún factor circunstancial, que se mantienen y se arraigan durante mucho tiempo indeterminado sin nunca llegarlas a examinar puede conducir a errores extravagantes que quedarían advertidos y ese sería el gran problema, estar enfermo y no saberlo porque nunca se detectó el origen de la enfermedad al haber asimilado la costumbre por el sólo hábito o fuerte persuasión que tenia de admitirse como verdadero a seguir y no por pasado por un el filtro depurativo de la luz natural de la razón que pudiera determinar la naturaleza del objeto aceptado: “Es cierto que, mientras me limitaba a considerar las costumbres de los otros hombres aprendía a no creer con demasiada firmeza aquello de lo que sólo el ejemplo y la costumbre me habían persuadido” (p. 106). Entonces, se entendería el gran problema de afirmar que Descartes se decide a seguir costumbres no necesariamente imperiosas y demandables que no se pueden fracturar a fuerza mayor de querer estar en la sociedad y vivir lo más dichoso posible sin comprometerse por ello en su juicio personal acerca de la costumbre cuando se recuerda que si dependiera del propio Descartes no aceptaría ninguna otra costumbre que no fuera la de acostumbrarse a guiar su razón adecuadamente para buscar la verdad; es decir, sería incongruente afirmar que Descartes decide voluntariamente seguir las costumbres relativas a cada persona que no constituyen ningún requisito estricto indispensable para la vida en sociedad, que sigue sin necesidad de seguir lo cual llevaría a pensar en razones o motivos que muevan a Descartes a tal decisión a pesar de no ser una obligatoriedad, razones y motivos que Descartes no expone en la tercera parte y que en la primera parte se notan más bien argumentos para no seguirlas a menos que sea a fuerza mayor de cogerlas no en sí mismas sino en el fin; esto es, permanecer y vivir cómodamente mientras dependa de él en la sociedad.

Después de haber analizado las implicaciones de Descartes al afirmar sucintamente que se resolverá a seguir las leyes y las costumbres de su país a profundidad, es curioso y llamativo mirar cuan extenso abordaje se pudo extraer de pequeña oración, como si Descartes fuera tan conciso que dijera todo en tan breves palabras, ahora es momento de examinar la siguiente afirmación precedente donde Descartes dice que conservará firmemente la religión en la cual lo hayan instruido o educado desde la infancia. En esta formulación Descartes se da a la tarea de continuar siguiendo constantemente las instrucciones, las pautas, las ideas o el contenido de esa religión inculcada. Valga precisar que esa religión enseñada a Descartes en su niñez era el credo católico, única religión aceptada y autorizada en su Francia natal, predominante en los estados de la Europa de su época y presente en la biografía de Descartes, donde sus padres como

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como profesantes de esa religión le guiaron por esas sendas y su formación educacional en el colegio La Fleche estuvo a cargo por parte de religiosos católicos de la rama jesuita que le impartieron sus dogmas. Para darse al propósito de conservar esta religión, Descartes tiene que mantenerse y cuidarse de no contravenir o contrariar esos preceptos enseñados. Debe procurar y esforzarse de no tener ninguna disposición que pueda comprometer su preservación o su permanencia en los estatutos de esa religión, no debe resquebrajarlos ni quebrantarlos. Descartes se promete a no hacer nada que perjudique la afinidad con esas prescripciones religiosas, será prudente de medir y sopesar sus pensamientos y actos para no hacer nada discrepante que no le permita persistir en la recibida educación religiosa. En últimas, conservar la religión equivale a continuar siguiendo o procediendo, como se supone que lo había hecho mientras lo instruían desde niño, según la religión aprendida. Esta formulación básica y clara de conservar las enseñanzas de la religión impartida si tiene a diferencia de la anterior unos motivos y unas razones por la cuales seguirla. La razón de conservar la religión es porque la gracia de Dios le ha permitido instruirlo desde niño así, es sencillamente guardar ese contenido religioso que Dios le ha dado. Quizás a alguien no religioso en vez de parecerle esto una razón le parecería más bien una falacia a la autoridad en la cual no hay razones sino una imposición de motivos que se sustentan y se buscan validar porque alguien con cualidades superiores al común de los hombres las dice sin importar que lo sean o no; en otras palabras, decir que se ha de conservar la religión porque Dios se la dio es no dar ninguna razón sino apelar a la autoridad de Dios. Pero en el ámbito religioso del catolicismo esto es más que una razón suficiente, pues allí Dios se entiende como una providencia divina que dirige y controla el curso de todas las cosas creadas por él en todo el universo mediante los designios supremos y perfectos de su voluntad o querer, toda mínima que pasa y ocurre en la vida de los hombres tiene una razón y una justificación a partir de esa voluntad divina que las rige y hace que sucedan tal como pasan aunque el hombre no las conozca por sobrepasar su entendimiento. Por eso, Descartes cuando dice que conserva la religión en la cual Dios le ha concedido instruirse asevera implícitamente hacerlo debido a que Dios, como ser supremo y divino, rector y dador de todas las cosas, se lo ha permitido en el curso de su vida; es decir, basta con saber las implicaciones que tiene el termino de Dios para conservar esa religión que él le ha permitido conocer en el devenir de las cosas, como Dios es razón en sí mismo, por lo que representa, basta para convencerse de guardar la religión que él le otorga; de una manera más clara, Descartes afirma que conserva la religión de su niñez en la medida que fue Dios quien le concedió esa oportunidad como rector y director del curso de las todas cosas, incluso obviamente de las que pasan en su vida. Esto no quiere decir que Descartes sea un hombre religioso que comparta la fe y la creencia de ese Dios de la religión católica, pues quien desconozca o no la filosofía de Descartes debe saber que en la mayoría de sus obras ha criticado de manera cautelosa y prudente mucho de los principios de esa religión, tanto así que en la sexta parte del Discurso él dudo mucho de publicar una obra por el temor de que fuera censurada por las leyes de la religión que tenía en ese entonces respaldadas, por parte de la mayoría de los estados soberanos de cada país, una serie de penitencias y castigos, como la santa inquisición, para juzgar a los herejes contradictores de sus dogmas, lo cual indica que

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Descartes en esa dicha obra tenía ideas no acordes a la religión católica. Retomando las ideas que se venían exponiendo antes de la anterior aclaración, al igual que en el tema de la ley y de las costumbres, Descartes en cuanto al conservar la religión, aunque da una razón al apelar a Dios como motivo suficiente para hacerlo, no da en realidad sus razones de por qué él debe guardarla, no compromete sus propios juicios, ni su pensamiento ni sus ideas en la consideración que haga respecto de la religión, antes bien, aleja, distancia de sí la afirmación y dice conservar la religión porque lo habían instruido, porque esa había sido la instrucción que le habían dado en la sociedad sus preceptores, familiares, allegados y educadores, hace cargo y responsabiliza de alguna manera a otros de haberlo educado, cuando todavía no podía guiarse o decidir por sí mismo, en la religión católica, donde conocía todos los dogmas divinos y a un Dios poseedor de una sublime autoridad que le exigía conservar todo lo que le concede y le da en su vida por su suprema y perfectísima voluntad. Descartes parece que lo tiene muy bien pensado, no dice sin más, como en la ley y las costumbres, que debe conservar la religión sin añadir el trasfondo o la razón que lo lleva a hacerlo. Esa razón de fondo lo desliga a él de asumir el peso de su afirmación, lo libera y lo dispensa de ser él quien piense que lo dicho hasta ahora en la primera máxima debe ser como lo dice, pues así como era la fuerza obligatoria e imperiosa de la ley y de las costumbres, impuestas de antemano por los hombres, aquello que dejaba a Descartes sin alternativa más que pensar seguirlas a toda costa para vivir cómodamente y permanecer en la sociedad; es decir, pensaba en seguir dichas normas no porque deberían ser así sino porque ya son así y punto, no puede ponerse a pensar cómo debería ser el mundo donde ya le exigen acoplarse inmediatamente a un orden implantado, ahora Descartes en cuanto a la religión aclara y puntualiza que, como no ha escogido ni elegido la religión en la cual desde niño lo han instruido, la idea de conservar no nace tampoco de su decisión sino a raíz de ese factor externo de las circunstancias que lo ha llevado a conocer, a través de esa religión, a un Dios con una autoridad tan incomparable, tan absoluta y suprema en su vida, que le demanda conservar y no despreciar todo aquello que le concede en el curso de su vida. Más aún ha de conservarla cuando esa educación e instrucción que Dios le permitió tener con su perfectísima voluntad lo ha hecho curiosamente conocerlo. Mientras Descartes en su vida personal se encuentra ocupado en distinguir, él mismo, lo verdadero de lo falso con la luz natural de su razón porque ha considera que así debería ser una vez examina la magnánima importancia y esencialidad del conocimiento de la verdad para guiarse acertadamente en sus pensamientos y en sus actos, aquí en la sociedad Descartes se limita a decir, sin ningún tipo de examen, que como allí ya los hombres lo han instruido desde pequeño en una religión ahora por ciertas circunstancias extrínsecas que lo han influenciado y afectado debe conservarla. Sin embargo, la pregunta fundamental que un lector atento tendría de todo lo dicho acerca de la cuestión religiosa es: ¿Por qué Descartes se propone a seguir conservando en la sociedad esa religión católica que le fue inculcada por los hombres si no es una ley o un deber imperioso y común para los hombres del cual dependa permanecer y vivir cómodamente en la sociedad sin temor a penas, castigos o escarnio público? ¿Por qué Descartes quiere continuar siguiendo esa religión si quizás no necesita hacerlo y no debería proponérselo en tanto que eso no sería una ley indispensable y común para los

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hombres de la cual dependa el permanecer y el vivir cordialmente en la sociedad? Evidentemente si no lo es, todos en la sociedad reconocerían, como en la sociedad colombiana de hoy, que la religión sería un aspecto relativo de cada quien, si alguien quiere tener o no daría igual, si quiere cambiar de religión o conservar la misma no supondría un problema, pues eso no sería parte de los compromisos que la sociedad en común se habría dispuesto a cumplir para asegurar su convivencia y su orden. Esos interrogantes se solucionan inmediatamente cuando se sabe por el contexto cultural y social del siglo XVI Y XVII en el cual vivió Descartes que en ese entonces profesar y conservar la religión católica era una ley imperante establecida por organismos de autoridades eclesiásticas respaldadas, a su vez, por los estados soberanos u organismos de control supremos legitimados para la regencia de una sociedad humana. En aquella época se podía hablar de la religión de un estado y de un país, incluso hasta de un continente, ya que el catolicismo era la única religión oficial que todos los hombres participes a la sociedad francesa, lugar natal de Descartes, debían tener y conservar sin ninguna concesión o excepción, y en caso de no hacerlo, las medidas de seguridad para no perder el orden, como la santa inquisición, las penitencias, las indulgencias o la hoguera eran algunas de las fuerzas destructivas de la ley. Por esa razón, Descartes ve imperioso y necesario continuar conservando para su vida la religión católica que le fue enseñada debido a las implicaciones ya revisadas cuando la cuestión es de acatar leyes en una sociedad.

Luego de haber abordado exhaustivamente las implicaciones que acarrean consigo seguir las leyes, las costumbres y la religión de nacimiento a partir de cómo se hacen estas formulaciones, Descartes finalizará las pautas de la primera máxima al acotar un último elemento que será suficiente para no agregar ningún otro. En este otro elemento Descartes afirma que se regirá en todos los demás aspectos por las opiniones de los hombres más sensatos con quienes viva. Esto significa que tomar las opiniones de los más sensatos le bastará para regirse en cualquier otra cosa de su vida mientras está inmerso en la sociedad. Si ha de hacer algo más, si faltara algo por delimitar, recurrirá, en ese caso, a la guía de los más sensatos. De esta manera, se cierra la posibilidad de otra pauta que no sea proceder según la recta opinión de los más sensatos. Aparte de ese matiz finalizador, esta afirmación contiene un detalle muy importante en relación a las anteriores, algo que la hace especial y diferente, pues Descartes una vez acaba con su exposición de leyes y de normas imperiosas que debe acatar sí o sí, de pautas incuestionables que no puede poner en tela de juicio, de reglas que le privan de disponer enteramente las facultades de su vida personal por exigirle alinearse a los requisitos de la vida en sociedad, y se propone pasar a otros aspectos o a otros asuntos en donde lejos de los requisitos que se imponen para regir la vida de los hombres sin contemplar la posibilidad de que se puedan seguir reflexionando y examinando la suficiencia de esas razones, lejos de eso, ahora Descartes divisa la oportunidad de poder escuchar en la sociedad opiniones que se juzgan por su grado de sensatez, opiniones donde la libertad continua se garantiza para hacer un examen que juzgue su veracidad y certeza sin perturbar o concluir el examen por alguna autoridad forzosa, como las leyes, las

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costumbres o la religión de los hombres, que las pueda respaldar violentamente. Descartes cuando dice que se regirá por las opiniones de los hombres más sensatos es como si dijera que ya ha encontrado un resquicio para zafarse de cumplir la norma por la norma, la claridad y los motivos por la fuerza, para guiar su vida, después de cumplir los requisitos de sociedad, sin traba alguna mientras permanece en la sociedad, puede asirse ahora sí de ese sujeto individual que es, de esa percepción de vivir y conducir su vida nada más que él en tanto la posee y la carga consigo y, en esa medida, Descartes ya puede conducirla como quizás todo hombre también lo desearía hacer; es decir, guiando sus acciones y pensamientos siempre mediante la guía segura y firme de razones incomparablemente verdaderas y acertadas. El problema delicado de lo anterior es por qué Descartes una vez puede disponer de sí mismo para guiar su vida sin la incidencia forzosa de las leyes de la sociedad decide regirse por la opiniones de los hombres más sensatos y no por la suyas propias, cuando se supone que Descartes se ha determinado a guiarse a sí mismo desde que inició su investigación por la verdad para conducirse acertadamente en todas las cosas. Pero este problema todavía no puede ser tratado, ya que Descartes explicitara las razones de esta decisión unas líneas más adelante. No obstante, antes de llegar a ese punto, falta abordar completamente la afirmación que se estaba abordando, porque Descartes no dice solamente que se regirá en todo lo demás por las opiniones de los hombres más sensatos, además de eso menciona ciertas características que deben tener esas opiniones para guiarse por medio de ellas. La primera característica es la moderación de dichas opiniones que las asegure de caer en cualquier extremo o exceso. La moderación en las opiniones es importante porque si estas afirmaciones no tienen por lo menos una coherencia, un sentido, sino hay una relación efectiva entre sus componentes de significación, si no hay, como dirían los griegos, Logos, un discurso concatenado ordenadamente entre sus partes que pueda expresarle una idea clara al entendimiento, no habría nada en las opiniones digno de considerar y pensar ni que puedan llegar a tomarse como razones de guía. Cuando Descartes se propone regirse por las opiniones más moderadas afirma que mirará las apreciaciones de los demás como simples ideas razonables que pueden considerarse en un determinado momento, serán ideas con un mínimo de ingenio que pueden contribuir o aportar en algo, ideas que señalan por lo menos una viabilidad en su contenido; claro está, él escogerá esa ideas más razonables, más válidas y coherentes, pues como diría Platón, todos los hombres desean lo Bueno y el Bien, por ende, Descartes no escogerá las peores cuando puede divisar opiniones que llevan a buen puerto. Esto muestra, a su vez, la diferencia del ámbito donde ya se mueve Descartes, puesto que ya siente la disposición adecuada de elegir y deliberar sin ninguna obligación o necesidad que lo lleve forzosamente a inclinarse por algo sin más alternativas, no hay ley, no hay religión, sólo se pueden contemplar el grado de moderación de las diferentes ideas que forjan los hombres más sensatos con quienes vive, optar por una, por otra o por ninguna es siempre una posibilidad abierta, nadie le exige o lo amedranta de tomar una y si escoge regirse por unas ideas, tal como lo lleva a cabo, lo hace porque le parecen las más moderadas y, por consiguiente, que tienen motivos por lo cual seguirlas. En este ámbito Descartes se invo

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Ahora bien, como generalmente serán tres las razones que Descartes dará para hacerle entender al hombre deseoso de verdad las razones suficientes que deben llevarlo a resolver y a suplir satisfactoriamente las peticiones y las exigencias del curso de la vida, pasaremos en adelante a explicar esos tres motivos esenciales sistemáticamente para quizás no repetir siempre lo mismo en diferentes ocasiones. Así que estas razones se explicarán por el momento aplicadas al ámbito de la primera máxima. Un hombre que haya decidido encaminar su vivir a la búsqueda de la verdad, que más allá de las preocupaciones cotidianas de como solventar y resolver día a día las cuestiones de la vida, haya elegido sacarle el mayor provecho a su vivir al ocuparse en la indagación de un conocimiento tan esencial para la guía adecuada en todos los demás caminos, debe recordar en qué otros ámbitos de la vida se mantiene presente o desarrolla su vivir para no dispersar su atención en un solo sentido cuando puede tener varios horizontes hacia dónde mirar. En efecto, Descartes se da a esta tarea que puede ser trivial, pero que será muy importante para sus expectativas. Él identifica y reconoce que es un ser presente a la vez en dos campos: el primero es la verdad y el otro es la vida en sociedad. A la misma vez que Descartes piensa y examina en algún lugar de su espíritu todas las experiencias y saberes que ha obtenido en su investigación filosófica, tiene que albergar en otro lugar del mismo una atención para disponerse a ser prudente en todas sus acciones de la vida para no transgredir cualquier ley o costumbre que comparte con quienes vive. para que su vida entender que esa Seguir la ley y las costumbres del país donde se vive garantiza exactamente el fin con el cual Descartes se había provisto la moral de la casa de resguardo temporal, ya que seguirlas, sin decir por qué, sin mencionar razones, argumentos o explicaciones que puedan mostrarle a la voluntad de actuar la evidencia, la claridad o, por lo menos, la validez de obrar según tales instrucciones, significa que a Descartes no le interesa examinar si son o no válidas o ciertas, no quiere llegar a cuestionamientos o dudas que estropeen la decisión de la voluntad para acoplarse fácilmente al orden que le exige la vida en sociedad, si eso es necesario hacer para vivir plácidamente. Hay que seguir las leyes y las costumbres porque Descartes ya advirtió acerca de la ingenuidad que se cometería si se peca por irresoluto en las acciones de la vida. Todo buscador al igual que Descartes de la verdad, todo aquel que esté acometido a esa empresa y ocupación, debe entender que el hecho de no tener los conocimientos verdaderos respecto de cómo se deberían guiar todos los hombres en la vida quiere simplemente asimilar, aceptar y adaptarse sin complicaciones a esas exigencias y peticiones de la vida, si eso exige el curso de la vida que se vive con los demás para vivir con la mayor dicha posible, mientras no se tengan los dictámenes de la verdad respecto a las cuestiones de la vida. Hay que asumir y acatar las configuraciones que la vida en su curso haya contraído respecto a cómo vivir, reflejadas en las leyes o en las costumbres que imperan en una comunidad humana, pues, aunque no se sepa aún con claridad absoluta como se debe vivir verdaderamente, Descartes entiende que cuando sea desafiado y comprimido por curso de la vida que no se detiene, debe tratar de vivir siempre lo mejor posible, hacer lo mejor cuando no se

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tienen los materiales indicados y se necesita, a pesar de ello, emprender de todas maneras la obra, y si el devenir de la vida le impone un orden o unas reglas ya fijadas precisamente en el lugar donde reside y habita, como las leyes y las costumbres del país que rigen de antemano el vivir de los hombres, no cumplirlas o seguirlas, independientemente de cómo se puedan juzgar, sería crearse inconvenientes o dificultades para vivir realmente lo mejor posible como se quiere, en la medida que eso causaría conflictos, tensiones y malestares en las relaciones con los otros hombres que siguen esas leyes y costumbres al transgredirlas; esto es, al fragmentar e irrumpir el orden de vida que los hombres hayan establecido, lo cual traería problemas de diferentes magnitudes según qué se haya transgredido y cuál haya sido el grado de desagrado por transgredir el orden para el resto de hombres, problemas que interrumpirían de alguna forma la dicha y la tranquilidad de cualquier hombre.

Esto es importante saberlo si alguien ha podido imaginar hasta aquí que Descartes al presentarse como un buscador de la verdad por sí mismo, como un hombre con criterio autónomo para juzgar lo verdadero de lo falso, como un interesado en conocer primero las cosas para luego aceptarlas o tomarlas, con la concepción que tiene de la vida en sociedad demuestra ser todo lo contrario, resulta ser acrítico por seguir las leyes y las costumbres solo por obedecerlas y vivir bien, sin darse a la tarea de saber si están arraigadas en conocimientos verdaderos o no, y, lo peor, a pesar de no saber contribuir quizás a aumentar el mal y la mediocridad de la sociedad que se conforma a perpetuar sus leyes y sus costumbres basadas muchas veces en la creencia de pensar que es lo mejor para regular la vida de los hombres, sin tener necesariamente la certeza de que están fundadas en cimientos verdaderos y sólidos, porque si lo fueran quizás todos seguirían sin ningún problema las leyes y las costumbres, no haría falta ese carácter forzoso de la ley para hacerlas valer y se estaría libre de trasgresiones al examinar o meditar cada hombre antes de tener que enfrentarse a las leyes y a las costumbres que sus dictámenes son tan claros, evidentes e indudables que no existe forma de no regir a la voluntad a seguir dichas prescripciones sin ninguna clase de ambigüedad o indecisión.

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