214 revista icftopea. 11 de abril de 1:87.8.n.° 59 · la sociedad primitiva. ... mitiva y salvaje...

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214 REVISTA ICftOPEA. 1 1 DE ABRIL DE 1:87.8. N.° 59 Virgen y la del Perro de caza, presentan un nú- cleo central del que parten, á modo de cabellera, fibras divergentes en forma de espiral que pare- cen indicar una torsión producida por un movi- miento rotatorio en un medio resistente. La con textura de estas fibras es la misma que la de todas las demás nebulosas, esto es, constan ó están compuestas cada una de muchísimos milla- res de estrellas. La Via láctea, de forma lenticular, es la nebu- losa de que nuestro sol forma una unidad, y todas las estrellas que se perciben á la simple vista, que son hasta las de sexta magnitud, con más muchos millones de telescópicas, forman parte de esta misma nebulosa. Herschell, no pu- diendo contarlas de otro modo, las aforó con su enorme telescopio, por cuyo campo pasaron, en el corto tiempo de 15 minutos y en un espacio igual á la cuarta parte del disco aparente del sol, hasta 116.000; resultando para la Via láctea 18 millones por lo menos, quizás dos ó tres más. Medida la separación angular de dos estrellas, desde nuestro planeta, y teniendo en cuenta la distancia á que se hallan de nosotros, resulta que la de ambas entre sí presenta una enormidad nu- mérica que guarda analogía con la que expresa nuestra propia distancia á cualquiera de ellas. Sin embargo, toda nuestra nebulosa no aparece- ría sino como de dimensiones ordinarias, y com- prendida en el ángulo de 10', si pudiéramos verla desde una distancia igual á 334 veces su diáme- tro; y la luz tardaría en recorrer esta distancia unos 15.000 años; á otras 334 veces, esta misma distancia se vería bajo un ángulo de 10" y la luz tardaría en llegar 5.010.000 años. Según los cálculos del sabio Arago, estos deben ser los nú- meros que pueden darnos idea de la magnitud y distancia de las diversas nebulosas. Todos estos números no son hoy más que gro- seras aproximaciones q ue nos dan una idea vaga y casi podríamos decir confusa de la realidad; pero algo es conocer el procedimiento para recti- ficarlos y la esperanza de conseguirlo. En efecto; por los trabajos de Bessel resulta probado con evidencia, que todo nuestro sistema camina pro- gresivamente hacia la constelación de Hércules con una velocidad que ha de ser, por lo menos, de 17 leguas por segundo; multiplicado este número por el de segundos del año (de 365 dias, 5 horas, 48 minutos y 46" ó sea 33.746,926") resulta para la distancia recorrida en un año por la tierra 673.697,742 leguas por lo minos; ó bien digamos en números redondos, 674 millones de leguas. Ahora bien; tomando por base de las futuras paralajes de las estrellas y nebulosas 10 ó 100 ó mil veces, si es necesario, esta distancia, luego que se haya estudiado bien este movimiento de traslación y se hayan perfeccionado y agrandado los instrumentos astronómicos, podrán determi- narse las distancias con mucha mayor exactitud que tomando la insuficiente base de 70 millones de leguas que hasta hoy ha sido la máxima utili- zable, por falta de otra, exactamente determinada. Finalmente, lejos da creerse hoy, como creían los antiguos en lo que llamaban la incorrupübi- lidad de los cielos, esto es, en su perpetuo reposo, sin género alguno de transformación, se ha ob- servado un movimiento propio en muchas estre- llas, y se tiene la idea de que podrían clasificarse, mejor que por constelaciones, por la naturaleza de estos movimientos y por sus distancias res- pectivas; pero antes es necesario determinarlos mucho mejor que lo están hoy, y esto ha de ser obra de mucho tiempo. Hase visto, como antes hemos dicho, que las estrellas pueden aparecer y desaparecer. Se han observado, además, muchas de las llamadas do- bles, esto es, constituyendo un sistema en que la toa gira alrededor de la otra á distancia relati- vamente pequeña. Por último, confirmando la teoría de Kant, se han descubierto masas trans- lúcidas y opacas que girando como planetas de enorme volumen con relación á la estrella, ofus- can su brillo periódicamente, de un modo más ó menos completo, á semejanza de lo que se ve en las luces de los faros marítimos.! JOAQUÍN RIQUELME Y LAIN-CALVO, Profesor de la Universidad de Barcelona. LA SOCIEDAD PRIMITIVA. » ! » Cuando estudio las pruebas del desarrollo moral y político de la humanidad, recuerdo, á pesar mió, una leyenda infantil que hace muchos siglos contaba un sabio budhista. Tres príncipes niños discuten acerca del origen del arroz. El niño Anurudha resuelve in- mediatamente la cuestión, diciendo: «claro está; el arroz procede de la fuente de oro.» Como en la co- mida de este príncipe figuraba todos los dias una fuente de oro llena de arroz, había deducido, como la cosa más natural del mundo, que el arroz procedía de la fuente de oro. Pero el príncipe Bhaddi estaba mejor enterado. «El arroz, dijo, procede de la marmita.» Ei tercero, el príncipe Kunbila, había estudiado más la historia del arroz, á causa de ver á los criados de su padre abalearlo, por lo que supuso que el arroz pro- cedía de la criba. En este momento llega el preceptor (1) Véase otro articulo que con igual titulo y del mismo autor pu- blicamos en la RBVISTA EUROPIA, tomo II, página 43.

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214 REVISTA ICftOPEA. 1 1 DE ABRIL DE 1:87.8. N.° 59

Virgen y la del Perro de caza, presentan un nú-cleo central del que parten, á modo de cabellera,fibras divergentes en forma de espiral que pare-cen indicar una torsión producida por un movi-miento rotatorio en un medio resistente. La contextura de estas fibras es la misma que la detodas las demás nebulosas, esto es, constan óestán compuestas cada una de muchísimos milla-res de estrellas.

La Via láctea, de forma lenticular, es la nebu-losa de que nuestro sol forma una unidad, ytodas las estrellas que se perciben á la simplevista, que son hasta las de sexta magnitud, conmás muchos millones de telescópicas, formanparte de esta misma nebulosa. Herschell, no pu-diendo contarlas de otro modo, las aforó con suenorme telescopio, por cuyo campo pasaron, en elcorto tiempo de 15 minutos y en un espacio igualá la cuarta parte del disco aparente del sol,hasta 116.000; resultando para la Via láctea 18millones por lo menos, quizás dos ó tres más.

Medida la separación angular de dos estrellas,desde nuestro planeta, y teniendo en cuenta ladistancia á que se hallan de nosotros, resulta quela de ambas entre sí presenta una enormidad nu-mérica que guarda analogía con la que expresanuestra propia distancia á cualquiera de ellas.Sin embargo, toda nuestra nebulosa no aparece-ría sino como de dimensiones ordinarias, y com-prendida en el ángulo de 10', si pudiéramos verladesde una distancia igual á 334 veces su diáme-tro; y la luz tardaría en recorrer esta distanciaunos 15.000 años; á otras 334 veces, esta mismadistancia se vería bajo un ángulo de 10" y la luztardaría en llegar 5.010.000 años. Según loscálculos del sabio Arago, estos deben ser los nú-meros que pueden darnos idea de la magnitud ydistancia de las diversas nebulosas.

Todos estos números no son hoy más que gro-seras aproximaciones q ue nos dan una idea vagay casi podríamos decir confusa de la realidad;pero algo es conocer el procedimiento para recti-ficarlos y la esperanza de conseguirlo. En efecto;por los trabajos de Bessel resulta probado conevidencia, que todo nuestro sistema camina pro-gresivamente hacia la constelación de Hérculescon una velocidad que ha de ser, por lo menos, de17 leguas por segundo; multiplicado este númeropor el de segundos del año (de 365 dias, 5 horas,48 minutos y 46" ó sea 33.746,926") resulta parala distancia recorrida en un año por la tierra673.697,742 leguas por lo minos; ó bien digamosen números redondos, 674 millones de leguas.Ahora bien; tomando por base de las futurasparalajes de las estrellas y nebulosas 10 ó 100ó mil veces, si es necesario, esta distancia, luego

que se haya estudiado bien este movimiento detraslación y se hayan perfeccionado y agrandadolos instrumentos astronómicos, podrán determi-narse las distancias con mucha mayor exactitudque tomando la insuficiente base de 70 millonesde leguas que hasta hoy ha sido la máxima utili-zable, por falta de otra, exactamente determinada.

Finalmente, lejos da creerse hoy, como creíanlos antiguos en lo que llamaban la incorrupübi-lidad de los cielos, esto es, en su perpetuo reposo,sin género alguno de transformación, se ha ob-servado un movimiento propio en muchas estre-llas, y se tiene la idea de que podrían clasificarse,mejor que por constelaciones, por la naturalezade estos movimientos y por sus distancias res-pectivas; pero antes es necesario determinarlosmucho mejor que lo están hoy, y esto ha de serobra de mucho tiempo.

Hase visto, como antes hemos dicho, que lasestrellas pueden aparecer y desaparecer. Se hanobservado, además, muchas de las llamadas do-bles, esto es, constituyendo un sistema en que latoa gira alrededor de la otra á distancia relati-vamente pequeña. Por último, confirmando lateoría de Kant, se han descubierto masas trans-lúcidas y opacas que girando como planetas deenorme volumen con relación á la estrella, ofus-can su brillo periódicamente, de un modo más ómenos completo, á semejanza de lo que se ve enlas luces de los faros marítimos.!

JOAQUÍN RIQUELME Y LAIN-CALVO,Profesor de la Universidad de Barcelona.

LA SOCIEDAD PRIMITIVA. »!»

Cuando estudio las pruebas del desarrollo moral ypolítico de la humanidad, recuerdo, á pesar mió, unaleyenda infantil que hace muchos siglos contaba unsabio budhista. Tres príncipes niños discuten acercadel origen del arroz. El niño Anurudha resuelve in-mediatamente la cuestión, diciendo: «claro está; elarroz procede de la fuente de oro.» Como en la co-mida de este príncipe figuraba todos los dias unafuente de oro llena de arroz, había deducido, como lacosa más natural del mundo, que el arroz procedía dela fuente de oro. Pero el príncipe Bhaddi estaba mejorenterado. «El arroz, dijo, procede de la marmita.» Eitercero, el príncipe Kunbila, había estudiado más lahistoria del arroz, á causa de ver á los criados de supadre abalearlo, por lo que supuso que el arroz pro-cedía de la criba. En este momento llega el preceptor

(1) Véase otro articulo que con igual titulo y del mismo autor pu-blicamos en la RBVISTA EUROPIA, tomo II, página 43.

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N.° 59 E. BÜRNET TVLOR. LA SOCIEDAD PRIMITIVA.

de los jóvenes príncipes, que les explica los diferentesestados de las operaciones por que pasa realmente elarroz, advirtiéndoles que es preciso sembrarlo, cuidarde su crecimiento, cosecharlo antes de abalearlo, decocerlo y de servirlo en la comida. Esta parábola seaplica perfectamente al origen de las leyes sociales.Imaginan los filósofos que las leyes fundamentalesdel bien y del mal han sido dadas completamente he-chas, al hombre primitivo, como el principito creíaque el arroz procedía de la fuente de oro; pero losque estudian las cosas de cerca, aprovechando los co-nocimientos de la etnología pueden, como los otrosdos príncipes y su preceptor, descubrir los procedi-mientos por los cuales la moral y la política de la hu-manidad han sido en su origen producidas, limpiadasy puestas en disposición de ser presentables.

I.LA VENGANZA Y EL DERECHO DE CASTIGAR.

Uno de los mejores ejemplos que podemos escogerpara que se comprenda la relación de la sociedad pri-mitiva y salvaje con la sociedad moderna y civilizada,es el estudio de todas las fases porque ha pasadouna costumbre que al principio era un bien, y ahora63 un mal; que ha comenzado por ser una virtud enque descansaba la existencia misma de la sociedad, yque ha concluido por ser un crimen. La venganza esuna pasión muy marcada en los animales inferiores,y conviene que los naturalistas estudien su desarrolloon estos animales y durante la fase rudimentaria delas sociedades humanas. Pero entre las más groserastribus salvajes ya era conocida y organizada la vengan-za como una gran fuerza social. Sigamos á través de lahistoria la marcha del vengador de la sangre ó de lafamilia desde los tiempos salvajes en que su lanza en-sangrentada era la salvaguardia de la sociedad hastalos siglos de civilización en que, no sólo el derecho devenganza no pertenece á los parientes de la víctima,sino que son castigados cuando se atreven á em-plearlo.

Sir J. Grey ha trazado magistralmente un cuadro dela ley de la venganza de sangre entre los naturales deAustralia; este cuadro tiene además el mérito de nar-rar costumbres en las que, hasta ahora, casi ningunainfluencia han ejercido los europeos. El deber más sa-grado de un miembro de estas tribus salvajes es ven-gar la muerte de su pariente más próximo, y quien nocumple este deber, llega á ser objeto de las censurasde las mujeres ancianas; si es soltero, ninguna jovenle dirige la palabra; y si casado, le abandonan sus es-posas; su madre llora y se desconsuela por tener un hijotan degenerado; su padre le trata con desprecio, yllegaá ser la irrisión de todo el mundo. Advirtamos de pasoel enorme poder que la opinión pública ejerce en losmiembros de la sociedad salvaje para imponerles un

deber. La sanción social da á una costumbre la fuerzade una ley imperiosa. Vemos también aquí el hechoimportante que se encuentra en todos los pueblos sal-vajes de que las mujeres, aunque oprimidas y maltra-tadas bajo nuestro punto de vista, ejercen, sin em-bargo, influencia. Su censura ó su aprobación desera-peña un papel importante cuando se trata de que loshombres de la tribu respeten las convenciones so-ciales.

Pero volvamos á la ley de venganza. Entre los australianos, si logra escaparse el culpable, toda su fa-milia es responsable del asesinato cometido, y el ven-gador mata á uno de los parientes del fugitivo; cuantomás próximo es el pariente, mejor es la venganza.De aquí resulta que cuando se sabe que se ha come-tido un asesinato, y sobre todo, cuando el culpable hahuido, toda su familia queda en la mayor consterna-ción, porque nadie sabe sobre quién recaerá la ven-ganza. Hasta los niños de siete á ocho años, cuandooyen decir que un hombre ha muerto á otro, sabeninmediatamente si son ó no jee-dyte, es decir, pa-rientes del asesino; y en caso afirmativo, procurantrasladarse inmediatamente á sitio seguro. Aquí seve claramente el origen de la antiquísima doctrina dela responsabilidad de los miembros de la familia, de lacual hablaremos después. Como á todo el mundo in-teresa que el culpable sea castigado, porque de no serasí todos los parientes corren peligro, ordinariamentese hace un arreglo amistoso, conforme ai cual ambasfamilias se reúnen para perseguir al asesino y vengarla sangre con la sangre. Indudablemente esta groseraley impide hasta cierto punto el asesinato entre losmiembros de ia misma aldea, y mantiene así el lazosocial. Pero resulta también una tendencia inevitableá ejercer represalias de una tribu á otra, y á castigarla venganza como el asesinato; tendencia de la cualnacej;ntre las tribus esas guerras incesantes que con-vierten en precaria y miserable la vida del australia-no constantemente perseguido, colocándole en el úl-timo grado de la escala social. Los efectos desastroso»de la ley de la venganza aumentan á causa de que á losindígenas australianos, como á otros muchos salvajes,cuesta gran trabajo admitir lo que llamamos muertenatural: á sus ojos esta muerte es siempre resultadode los trabajos de algún malévolo brujo. De aqui quecuando un hombre cao enfermo y muere, sus parien-tes se empeñan en averiguar dónde se encuentra elbrujo que ha causado su muerte, para lo cual obser-van la dirección de las llamas de la hoguera fúnebre,ó los rastros de algún insecto, ó las huellas de un de-monio que creen que sale de la tumba. Hecho esto,el vengador se pone en camino á través de bosques ydesiertos, con tan implacable ardimiento, que ni cedeá la fatiga, ni al hambre y á la sed, buscando al des-graciado que le designó-el adivino, hasta que le aco-mete de improviso y le inmola á su ciega venganza.

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Si pasamos ahora á las tribus esparcidas en los bos-ques de la América del Sur, de las que von Martiusnos ha dado una excelente descripción, encontramosentre ellas la ley de la venganza. Cuando se cometeun asesinato entre individuos de la misma tribu, lavenganza atañe á las dos familias interesadas; pero siel asesino no pertenece á la tribu que la víctima, lavenganza incumbe á toda la tribu; celebra consejo, y,s¡ se atreve, casi siempre declara la guerra á la tribudel asesino. Los parientes más inmediatos de la vícti -nía, los vengadores de la sangre, se reúnen, excitansu furor por medio de la bebida y de cantos improvi-sados, en los cuales celebran las virtudes del muerto,y cuando empieza el combate pelean en primera fila,reconociéndoseles por las manchas negras con quecubren sus cnerpos en seflal de su terrible ministe-rio. Kste sistema produce necesariamente desastro-sos efectos: el indio pasa años enteros meditando suvenganza; espera á su víctima y la hiere por sorpresa;si puede cogerla valiéndose de la astucia, la ata á unárbol y la hace morir lentamente, saboreando sus su-frimientos causados por los cuchillos y las flechas detoda la tribu reunida como para una fiesta. De talsuerte, los odios trasmitidos de una familia á otra aca-ban por generalizarse, y se convierten en guerras he-reditarias.

Tal es en su naturaleza y en sus consecuencias laprimitiva ley de la venganza por la sangre, de las quepresentaríamos, de permitirlo este trabajo, mil ejem-plos tomados de los indios de la América del Norte,de los salvajes de ia Oceanía y de las groseras tribusde África y de Asia. Fácil nos sería seguir esta ley enla historia de las naciones bárbaras, y verla desapare-cer lentamente bajo la influencia de una civilizaciónsuperior. Nuestras ideas poco exactas sobre este asuntoproceden ordinariamente de la ley judía sobre el ase-sinato, ley en la cual encontramos una tentativa dedistinción entre el asesinato voluntario y el asesinatoinvoluntario, con la creación de las ciudades de refu-gio. La antigua ley de los germanos admitía la ven-ganza del asesinato en la forma más libre y salvaje;las modificaciones que posteriormente sufre, demues-tran las fases intermedias porque pasa la ley antiguapara llegar á la moderna. En los tiempos históricos,cuando todavía estaba permitido á todo hombre librevengar sus injurias por medio de la guerra privada,cuando un hombre mataba á otro, los parientes dela víctima podían declarar la guerra y la declaraban,en efecto, al asesino, perpetuándose así las guerrasentre familias; pero la ley había establecido ya elwene-güd ó precio del hombre, es decir, la indemni-zación: tanto por un hombre libre; tanto por un no-ble; de modo que la familia podía, si lo juzgaba á pro-pósito, renunciar á su venganza y aceptar el precio dela sangre. De este modo, hace mil ó mil doscientosaños, los antepasados de los ingleses modificaron la

ley de la venganza implacable que hasta nuestros diasse ha prolongado en las tribus salvajes de Circasia, yllegaron á la de elegir entre la compensación por lasangre ó por el dinero, que actualmente está en vigorentre los beduinos.

Pero volvamos á la ley primitiva de muerte pormuerte, y hagamos constar el hecho notable de la ge-neralidad etnológica de esta ley. Las consideracionesde conformación física y de color, y las relacionesentre las lenguas, no influyen directamente en esteasunto: esta ley se encuentra en todas las razas,cualquiera que sea su color, su lengua y su época, conuna sola restricción, importantísima en verdad, la dopertenecer sólo á las sociedades inferiores. Esta anti-quísima costumbre no desaparece á consecuencia decambios teóricos en las ideas de los hombres sobre elbien y el mal, sino por la influencia délas necesidadesde la sociedad, llegada á cierto límite de su desarrollo.Cuando los hombres están agrupados en pueblos yciudades, las leyes de venganza, soportables y á veceshasta útiles á falta de otras, en un país salvaje y me-dianamente poblado, se convierten en un peligro parala existencia misma de la sociedad. Es interesante elestudio de una tribu que pasa del estado de dispersiónprimitiva á un estado de condensación mayor, y quereconoce la necesidad de modificar sus leyes penales.En los Estados-Unidos, los Creeks, una de las tribusindias que se han mostrado más accesibles al progreso,han aceptado mejor que todas las demás las condicio-nes de la civilización: así lo atestiguaba hace pocosaños un conocido viajero. «Antiguamente, todo asesi-nato era vengado por el hermano de la víctima, y áfalta de hermano, por el pariente más inmediato; peroen la actualidad, los Creeks han variado de conducta;el asesino es sometido al juicio do algunos de los prin-cipales jefes de la nación, cuya sentencia es siemprerespetada.» En el África meridional los Basutos, desdeque habitan en pueblos, han renunciado al antiguo sis-tema de venganza por el pariente más próximo, y dejanal jefe de la tribu proteger al asesino hasta que seajuzgado, «porque, según dicen, si estuviera permitidala venganza personal, los habitantes de un pueblo notardarían en dispersarse.» Entre los beduinos, lashordas más salvajes conservan en toda su ferocidadprimitiva la ley de los asesinatos sucesivos entre lasfamilias, y al mismo tiempo se observa que ordinaria-mente las tribus de los centros populosos aceptan elprecio de la sangre y renuncian á la venganza. En laEuropa moderna, este antiguo uso ha desaparecido ósólo existe como excepción. La vendetta corsa existíaaún con su carácter feroz á principios de este siglo;para hacerla desaparecer, fue preciso una batalla entoda regla entre la antigua costumbre salvaje y lanueva ley de la civilización, y sólo haciendo observarrigurosamente la prohibición de usar armas, se haconseguido este cambio, y ya no se ve al vengador

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emboscado en el sendero de una montaña para matará su enemigo, y, hecho esto, correr á parapetarse enuna casa aislada para defenderse en ella, como en unafortaleza, contra los ataques de la familia de su víc-tima. Donde este elemento de primitiva cultura so-brevive con más persistencia, es quizá en las provin-cias semi-bárbaras de la Turquía europea. La ley dela venganza es todavía fuente de dificultades y depeligrasen la India inglesa, como recientemente so havisto. Los ingleses no permiten al vengador de lasangre herir á su víctima en el territorio que ocupan,que debe ser terreno neutral para todos los enemigos,sean quienes sean. Cuando el Affghan Shir Alí seatrevió á aplicar la ley de su país en territorio britá-nico matando á su enemigo hereditario en el bosquede Peshawur, fue condenado á presidio y enviado álas islas Andaman, donde su mano homicida hizo per-der á la India un hombre de Estado sabio y útil (1).

Entre las naciones bárbaras que todavía conservanla ley primitiva del talion, debe citarse Abisinia, dondese aplica con todo rigor.

Los viajeros refieren que, entre los salvajes de losbosques del Brasil, el vengador de la sangre haceescrupulosamente al asesino á quien castiga las mis-mas heridas que éste había hecho á su víctima.

Como la ley romana del talion, 'a ley judía que pre-ceptuaba «ojo por ojo, diente por diente, quemadurapor quemadura, golpe por golpe», está en vigor enAbisinia, y hé squí un curioso ejemplo citado porMr. Man3field Parkyns. Dos niños, uno de ocho añosy otro de cinco, jugaban vn un bosque próximo á unaaldea, y llegaron al pió de un árbol lleno de fruto. Elmayor trepó al árbol y empezó á echar el fruto al máspequeño; pero se rompió la rama, y cayendo el niñosobre la cabeza de su compañero, le mató del golpe.Esperando los padres del muerto conseguir algún di-nero de la familia del matador involuntario, lo citaronante el juez. La causa se siguió con todas las formali-dades debidas, cual pudiera haberse hecho ante eltribunal de Barataría. El juez declaró que el niño eraculpable, y le condenó á muerte á condición de que,aplicando estrictamente el principio del talion, el her-mano de la víctima trepara al árbol y se dejara caersobre la cabeza del niño matador. Dícese que, alsaber esta sentencia equitativa, la madre de la víctimaprefirió renunciar á su venganza que arriesgar la vidade otro de sus hijos.

Con esta ley de venganza se relaciona una cuestiónde moral muy interesante. Lord Kames, juez escocesy autor de una obra notable sobre la historia del hom-bre, publicada en el pasado siglo, cita hechos que prue-ban, á su parecer, de un modo irrefutable, el predomi-

(1) El autor se refiere al asesinato del gobernador general de laIndia inglesa por el presidiario Shir Ali, en el momento en que aquélinspeccionaba el establecimiento penitenciario de las islas de Andaman.

N. del T.

TOMO IV.

nio de las malas pasiones en la antigüedad. CuandoHannon, dice, quiso envenenar á todo el Senado deCartago en un festín, los cartagineses hicieron perecern el tormento, no sólo á él, sino á toda su familia. Elastigo de la traición se extendía en Macedonia i

todos los parientes del culpable. Cicerón confiesa quaes cruel castigar al hijo por el crimen de su padre,pero al mismo tiempo considera excelente dicha ley,bajo el punto de vista de la utilidad, porque el amordel padre por sus hijos asegura su fidelidad al Es-tado.

El derecho ds guerra á muerte, castigando el asesi-nato en toda la familia del asesino, estaba aún envigor en Inglaterra en los tiempos históricos, y el reyEdmundo hizo una ley para "restringirlo. Creemos queLord Kames hubiera podido encontrar en la ley israe-lita un principio superior al del castigo de la familia,puesto que ella dice: «los padres no serán castigadoscon la muerte poc el crimen de sus hijos, ni los hijospor el de sus padres; cada hombro será castigado porsus propias faltas.» Verdad es que esta máxima no seeucuentra en el Éxodo sino en el Deuteronomio, esdecir, en el código ebreo revisado en una época muyposterior á la de la ley primitiva, hecho mucho me-nos conocido en tiempo de Lord Kames que lo eshoy dia.

La mejor prueba de que los judíos habían aceptadosin protesta la doctrina del castigo de toda la familia,terminantemente derogado por la nueva máxima, con-siste en la ejecución de los hijos de Achan, de Saül yds Aman, por los crímenes de sus padres.

Estudiando A los árabes beduinos, como los querepresentaban mejor entre los pueblos modernos á losdescendientes de los antiguos israelitas, por la raza, lalengua y la civilización, les vemos mantener todavíael derecho de venganza hasta la tercera y cuarta gene-rackm contra la familia del asesino, y aun sacrificarmuchos ¡nocentes por un solo culpado. Hay segura-mente diferencia entre matar á los parientes del cul-pado en vez del culpado mismo, y matar á la vez alculpado y su familia; pero en el fondo ambos hechosrepresentan el mismo principio, el del castigo de loshijos por el crimen dál padre, y en la práctica hay ca-sos intermedios, donde, como entre los beduinos, mu-chos parientes pueden ser castigados con la muertepor el crimen de uno solo. Todos los legistas debenreconocer que la ley judía merece el elevado puestoque ocupa en la jurisprudencia universal. Esta ley fuela que proclamó muchos siglos antes que la ley roma-na, el principio de la imposición del castigo á un solocriminal.

Lo que prueba de un modo curioso el cambio com-pleto que se verificó en las ideas del bien y del malen Inglaterra desde los tiempos del rey Edmundo, esque un juez tan inteligente como Lord Kames, nopueda figurarse el principio de la responsabilidad in-

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dividual, sino como un principio fundamental de mo-ral. Es admirable que la semejanza de hechos tomadosdo la historia de Grecia y da la de Cartago, de la his-toria de Inglaterra y la del Japón, no le hayan hechover que todas estas naciones seguían un principio dejurisprudencia distinto del suyo, el de la responsabi-lidad do la familia. Parece que su experiencia judicialsólo sirvió para confirmarle en la idea de que, al apren-der el derecho inglés, aprendía cuanto se necesitabasaber para juzgar á todo el género humano, y le ense-ñaba los principios abstractos y absolutos del bien ydel mal. Para explicar los castigos impuestos en cier-tas naciones á las familias de los criminales, se con-tenta con decir que la venganza pisoteaba la concienciay el derecho.

Comparemos esta "manera de ver con la de un ju-rista de nuestra época, que ha estudiado el derechobnjo el punto de vista del desarrollo de los principios.Sir Enrique Maine indica simplemente la diferenciafundamental que existe entre la idea antigua de la so-ciedad y la idea moderna. Para nosotros la sociedades una agregación de individuos, mientras que á losojos de los antiguos la unidad no era el individuo,sino la familia. Mientras el crimen es consideradocomo un acto común y los hijos y parientes del cul-pado sufren las consecuencias con él, no perturban elespíritu de los pueblos primitivos cuestiones que lleganá ser embarazosas cuando se considera al individuodistinto del grupo. Sir Enrique Maine no llega enbusca de sus pruebas hasta los tiempos más remotosdel período salvaje, pero asciende bastante en la anti-güedad para encontrar el principio de la responsabili-dad de la familia. Alejándose todavía más en la his-teria de la civilización, se reconoce este principio entoda su fuerza. Hemos visto que entre los australianos,cuando se comete un asesinato, toda la familia delculpado, como dice Sir Jorge Grey «se considera tanculpable como él» y huye. Entre los salvajes de laOccnfa se usa que la venganza pueda recaer, no sobre elasesino, sino sobre cualquiera de sus parientes, aunquesna un niño, porque toda su familia ó su tribu, es res-ponsable, y se ha visto en algunos casos trasmitirse lavenganza como herencia de generación en generación,murmurando el padre, al tiempo de morir, al oido desu hijo el nombre del desgraciado que debe expiar elcrimen de su abuelo. En la ley de los Kaflrs, que cas-tiga casi todos los delitos con multas, el principio de laresponsabilidad de la familia está bien determinado: elpailre paga por él crimen de su hijo, y la familia es res-ponsable por aquellos de sus miembros que no puedenpagar. Cuando un hombre se niega obstinadamenteá obedecer las órdenes del jefe, el Kraal ó Clanentero es responsable de su desobediencia, y el jefeordena contra él una razzia: al efecto, una partidade tropa ataca el kraal de improviso, roba los ga-nados y mata á los que se resisten. En su resumen

de las leyes y costumbres de los Kaflrs, cita sobre estepunto el coronel Maclean, el testimonio de Mr. Wag-ner, residente oficial entre los Zulus: «el principio fun-damental de la ley de km Kaflrs, dice, es la responsabi-lidad colectiva, y en este principio descansa casi porcompleto la paz y la seguridad de su sociedad. Mien-tras los Kaflrs sean bárbaros y estén divididos enClanes, no se puede suprimir este principio sin hacerlosingobernables».

Todos los testimonios demuestran suficientemente,que no es la falta de moral, sino una moral grose-ra, lo que explica las antiguas leyes, según las cualesla familia inocente, en vez del culpado ó al mismotiempo que él, sufre el castigo. Considerábase la fa-milia como un cuerpo organizado, á quien puedecastigarse en cualquiera de sus miembros. Bajo elpunto de vista de la eficacia práctica, todo hombre deEstado que tenga la misión de gobernar un pueblosemi-civilizado, admitirá fácilmente la fuerza inmensaque da la teoría de la responsabilidad de la familia,como elemento de orden para suplir la falta de lateoría civilizada de la responsabilidad del individuo.Una de las mayores fuerzas sociales consiste en la in-fluencia que unos miembros de la familia ejercen sobrootros; al hacer á la familia responsable de cualquierade sus miembros, se pone esta fuerza á disposicióndel que la gobierna, y en vez de ser perjudicial se con-vierte en uno de sus medios de acción.

El gobernador, á quien se encarga reprimir el ban-dolerismo italiano ó los asesinatos de los propietariosen Irlanda, sentirá á veces no poder retroceder algu-nos siglos para oponer á estas costumbres bárbarasuna represión que esté en analogía con ellas. En rigorla sociedad en que vivimos aplica todavía, hasta ciertopunto, la antigua regla y castiga á los hijos por lasfaltas de sus padres. No ahorcamos, en verdad, á unhombre porque su padre haya cometido un asesinato;no le prendemos porque tenga un hermano ladrón,pero las penas que la sociedad impone no son por ellomenos rigurosas y eficaces. En resumen, si admitimosque la teoría moderna de la responsabilidad indivi-dual, como verdadera base del castigo, es un gran pro-greso sobre el antiguo sistema, preciso es tambiénreconocer que esta reforma no carece de inconve-nientes.

Vemos, pues, que las leyes se modifican gradual-mente y que el derecho de castigar, dejado en un prin-cipio á los particulares, se les ha ido quitando poco ápoco. La etnología nos presenta primero al hombre enel estado salvaje; en los primitivos tiempos no es lasociedad quien se encarga de aplicar la ley penal,limitándose «alentar al individuo para que vengue lasinjurias recibidas, y cuando hay homicidio, la opiniónpública obliga al más próximo pariente de la víctimaá matar al homicida. Posteriormente la sociedad em-pieza á castigar ciertos delitos que la tribu juzga pe-

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ligrosos para su existencia. Así se ve que algunastribus, mientras dejan á los individuos lesionados elcuidado de castigar el robo y el asesinato, considerancomo enemigo público al hechicero que hace morir álos hombres por medio de sus sortilegios; como estehechicero amenaza la existencia de la tribu, toda latribu se reúne para cazarle y matarle. Observemos alpaso que este es un ejemplo instructivo del principiode Mr. Vagehot, de que toda acción común contri-buye á afirmarla sociedad, por mala que sea esta ac-ción en sí misma.

Trascurriendo los tiempos, la sociedad encuentraque es ventajoso para ella, y por tanto un deber, re-primir el delito; ejerce, pues, esta represión, asimilán-dola más ó menos á la antigua idea de la venganza. Lavenganza de la ley. Finalmente aparece la teoría máselevada de que el castigo se aplique, no por sí mismo,sino por el provecho que á la sociedad reporta la re-presión ó el ejemplo, ó para reformar al culpado. Eneste estado nos encontramos en Inglaterra, y en estemomento hay autoridad en seguir y utilidad en secun-dar á la opinión pública, que se ha impuesto la tareade reformar las leyes, en las cuales vive todavía elprincipio bárbaro de la venganza. Si leemos en la obra<ie Grimm, sobre las antiguas leyes, la descripción deun tribunal de justicia entre los germanos, veremosal rey sobre su trono, cogiendo su barba sagrada, te-niendo á su espalda al verdugo y la desnuda espadaen la mano, mientras que una querellante y su familiaaguarda que se cumpla la justicia contra el culpado,que está también allí atado de pies y manos. Este esun cuadro fiel de la acción privada para obtener ven-ganza. Si abrimos el libro de las leyes sálicas, veremosun hombre con la cabeza envuelta en ensangrentadoslienzos, presentándose ante los jueces para reclamarquince sueldos de aquel que le ha maltratado, hasta elpunto de hacer correr su sangre; pero el defensor con-testa que el demandante le ha llamado liebre, y re-clama conforme á la ley seis sueldos por este ultraje;he aquí la acción privada para obtener compensación;pero en nuestros dias, aun cuando esto admitido enprincipio que es el Estado quien castiga, la parte ofen-dida, aun cuando no desee vengarse ni deber recibirindemnización, puede verse obligada á perseguir alculpado cual si ejerciera represalias contra un ene-migo. Comparece ante el tribunal para prestar home-naje al fantasma de una ley que no existe ya, y parademostrar, á despecho de la lógica, cómo puede re-vestirse una idea nueva de antigua forma. Este ejemploinstructivo de la persistencia de las ideas antiguas enmedio del progreso, se perpetuará hasta que la insti-tución de un acusador público en Inglaterra hagaconstar que es la sociedad quien pretende aplicar uncastigo y no el individuo quien demanda venganza.

II.LA PROPIEDAD Y LA. AGRICULTURA PRIMITIVAS.

Pasemos ahora á otro asunto, en el que es indispen-sable la etnología para explicar las condiciones de lavida civilizada. Basta echar una ojeada á las épocassalvajes y primitivas de la ley sobre la propiedad ter-ritorial y compararlas á las épocas civilizadas, paraver cuánto se han engañado los sabios jurisconsultosy los mejores historiadores por no seguir el métodohistórico, como lo ha hecho notar perfectamente SirJohn Lubbock, á propósito del error que cometió Go-güet afirmando que la propiedad territorial sólo em-pezó con la agricultura. La historia nos demuestra,por el contrario, que aun en las épocas más salvajes,cuando los hombres sólo vivían de la caza, de los fru-tos naturales y de las raíces que crecían sin cultivo,había una ley de propiedad territorial destinada á velarpor el derecho de eaza. Cada tribu tenía límites reco-nocidos, indicados por medio de rocas, de corrientes deagua, de árboles, y hasta por señales artificiales. Ve-mos que entre los salvajes del Brasil, los sacerdotesmagos intervienen en las solemnes ceremonias parafijar los límites: conforme á los ritos sagrados hacenresonar la carraca y el tambor, y fuman majestuosa-mente enormes cigarros, uniendo así á la limitaciónterritorial la idea de santidad que se conserva porlargo tiempo en el curso de la civilización. Según laley salvaje, todo hombre de una tribu que caza enterritorio de otra tribu vecina, es culpable de un ver-dadero delito, y en determinados casos puede sermuerto inmediatamente. Todo hombre puede cazar enel territorio de su propia tribu. El derecho de propie-dad de la caza se funda en la idea de que todo animalmuerto pertenece á quien le mata. Entre las tribus mássalvajes encontramos ciertas modificacionesdeesta ley;por ejemplo, el primero que mata la caza ó los que lamatan, ó toda la partida de cazadores pueden tenerderechos de propiedad más ó menos extensos. En cier-tos distritos el animal cazado pertenece al propietariodel arma con que ha sido muerto, y se ha visto á ve-ces á un indio hambriento que había muerto un corzocon la escopeta do un blanco, entregarle lealmente lacaza como si le perteneciera de derecho.

Cuando estudiamos las razas inferiores que hoyexisten, vemos en las tribus salvajes que viven de lacaza lo que puede considerarse ley primitiva de lacaza; todos los hombres de la tribu tienen derechoá cazar en el territorio que á la misma tribu pertenece,y el animal no es objeto de propiedad particular sinodespués de muerto. Aunque posteriormente la agri-cultura haya introducido cambios en los derechos depropiedad, la historia de la antigüedad bárbara de-muestra claramente que la ley de la caza primitiva hapersistido de siglo en siglo hasta nuestros dias. Lahistoria de Inglaterra llega hasta la época de la funda-

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cion de aldeas, cuando sólo una pequeña parte delpaís estaba cultivada; el resto del país eran bosques ylandas salvajes, y todo habitante tenía derecho á ca-zar en los vastos límites del territorio común, quecomprendían una extensión de muchas millas. Desdeestos tiempos la ley se ha ido modificando conformelas circunstancias, porque la caza, que encontrabaantes su alimento en el bosque, lo busca ahora conmás frecuencia en los campos cultivados. Sin embar-go, las ideas referentes al antiguo estado de eosas nose han borrado por completo, al parecer, de la me-moria de los campesinos, siendo insuficiente el tras-curso de los siglos para desarraigar entre ellos la ideade que la caza furtiva, aunque ilegal, no e3 un actoreprensible. Esta idea no ha nacido ni ha podido na-cer de las condiciones de la agricultura moderna, sinoque conserva, al parecer, la tradición popular, no in-terrumpida (tradición que asciende á siglos anterioresal feudalismo) de una ley primitiva ijue puede seguirseal través de la civizacion, desde el período represen-tado por los cazadores salvajes de los bosques austra-lianos hasta el de los bretones bárbaros anteriores á laheptarquia sajona.

A propósito de la ley moderna sobre la propiedadterritorial, considerada como consecuencia de la intro-ducción de la agricultura, interesa citar dos testimo-nios proporcionados por la etnología acerca del origende la agricultura, y que hacen remontar este arte mu-cho más de lo que asegura Darwin en su Origen delhombre. Encuéntranse en los países savajes ciertosinstrumentos groseros destinados á trabajar la tierra,y cuya forma basta para indicar la época en que loshombres han empezado á cultivar el suelo. Desgra-ciadamente, la mayoría de los viajeros no han reco-nocido el interés histórico de estos instrumentos, yhan desdeñado recoger para los museos dichos objetos,que son unos palos puntiagudos. Pero aún es tiempo,y acaso lea estas líneas algún explorador que encuen-tre este instrumento primitivo de cultivo en manos delos salvajes y nos lo envié para admiración de nues-tros agricultores. Hó aquí en dos palabras su natura-leza y su papel histórico. Hace pocos años encontraronalgunos viajeros ciertas tribus que parecían colocadasen los últimos peldaños de la escala de la humanidad,y que uo tienen ni conocimiento de la agricultura, nirecuerdo de la existencia de este arte entre sus ante-pasados; pero dichas tribus saben encontrar raícessalvajes, y para desenterrarlas usan un instrumentocuyo tipo rudimentario es el palo recto con una puntaendurecida al fuego, como lo tienen los australianos, óel palo con dos puntas, que sirve para desenterrarraices, para hacer eaer los frutos ó para otros usos, ysin el cual jamás se pone en camino la mujer abipona.Ahora bien: la misma herramienta que sirve para des-arraigar una planta puede servir también para plan-tarla, cuando el hombre adquiere la idea de plantar;

prueba de ello es que Colon vio, al desembarcar en lasAntillas, que los habitantes cultivaban la tierra con unsencillo palo puntiagudo.

El palo para agujerear la tierra, que se usa en elÁfrica meridional, y que está unido á una gruesa pie-dra que aumenta el efecto, ha llamado la atención delos viajeros por lo que tiene de ingenioso, y poseemosnumerosos ejemplares. Los hotentotes lo empleabansólo antiguamente para buscar raíces ó para destruirmadrigueras de ciertos animales; pero posteriormentehan hecho algunas tentativas para cultivar el suelo, ycon la misma herramienta labran la tierra, preparán-dola á la siembra. La estaca armada de una punta porel lado, es una perfección de este instrumento. Estaazada primitiva la tienen los Digger-Indians (indiosagujereadores) de la América del Norte, y la empleanpara desenterrar raíces; se la encuentra también enotras tribus que se sirven de ella para cultivar latierra.

Es digno de llamar la atención la circunstancia dehallar en un país como Suecia huellas relativamenterecientes de un cultivo primitivo parecido al de losindios de la América del Norte. Entre los bosques óapartados matorrales de la Suecia meridional, encuen-tra á veces el viajero un reducido terreno rodeado deuna grosera valla de piedras amontonadas. Estos ter-renos están ahora incultos, pero los campesinos con-servan la tradición de que datan de la época de losHackers (agujereadores), pueblo agrícola casi salvajeque cultivaba el suelo con una azada de madera, queno era otra cosa que una estaca de pino con una ramacorta saliente, cuya punta se afilaba. Estas azadas, queá veces se encuentran en algunasaldeas de Suecia muyapartadas de los grandes centros de población, sonherramientas de distinta forma que poseen las tribussalvajes cuando no han pasado aún de la época de lasraíces incultas á la del cultivo.

La Suecia meridional ha conservado muchas cos-tumbres antiguas y encontramos en ella el recuerdo deotro procedimiento de la agricultura primitiva. Cuan-do desembarcó Colon en las Antillas, vio á los indí-genas desbrozar y abonar á la vez el terreno cortandolos matorrales y quemándolos en el mismo sitio enque crecían. En los tiempos modernos se encuentraaún este sencillísimo procedimiento de desbrozar enalgunos países muy apartados; entre los Basul.os delÁfrica meridional y entre los Bodos y los Dhimal delnoreste de la India, existe la costumbre de limpiar elterreno por medio del fuego y cultivarlo durante dos ótres años, pasando después á otro que tratan de igualmanera. Estas quemas sucesivas nos representan laagricultura primitiva de Suecia, cuyo recuerdo ha sidoconservado por la tradición, de la que pueden encon-trarse algunos ejemplos aislados sin ascender á pasa-dos tiempos y que llevan el nombre de svedje-lands-bruh.

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Examinemos la ley primitiva de la propiedad de latierra. Sabido es que en las sociedades humanas me-nos avanzadas, las tierras de cada tribu (tierras en quelos miembros de la tribu cazan ó cosechan raíces yfrutos) pertenecen, no á los individuos ó á las familias,sino á toda la tribu. Si de aquí pasamos á las tribusagrícolas más groseras, por ejemplo, á los naturalesdel Brasil, vemos nacer, al mismo tiempo que la agri-cultura, una ley de propiedad territorial. Desde el mo-mento que una familia rotura un terreno y lo cultiva,este terreno se convierte en propiedad reconocida de lafamilia que lo cultiva, y nadie le disputa las cosechas.Además, puede ocurrir, y ocurre en efecto, al principiode cada período agrícola, un hecho social de grandeimportancia. Cuando al cabo de dos ó tres generacio-nes una familia se divide, ó cuando muchas familiasaliadas se reúnen, sucede que estas familias formanuna de esas grandes cabanas alargadas, en la cualcada una tiene su parte y hogar especial; en este caso,dicha federación primitiva posee en común las tier-ras que cultiva. En la América del Norte, entre lastribus que se encuentran en la fase primitiva de la vidaagrícola, nótase también la existencia de disposicionescasi semejantes. La tribu tiene sus terrenos de cazapro indiviso, y cada familia puede roturar y cultivarla parte de terreno que le conviene, siendo de su pro-piedad mientras lo cultiva.

Para los que han leido la obra de Sir E. S. Maine,sobre la Organización de las aldeas, estos actos delmundo salvaje tienen particular interés. Cuantas vecesal estudiarlas leyes primitivas de Europa ascendemosmás allá de las leyes de la Edad Media, encontramoslos rastros de la teoría bárbara de la propiedad terri-torial, según la cual el erial y el bosque son terrenosde caza de toda la tribu, las praderas una propiedadcomún dedicada al pasto, y los terrenos cultivados losposeen, no individuos, sino familias, repartiéndoselaslas que viven próximas al gran campo de la aldea.Durante el curso de los siglos trascurridos desde laprimera organización de las aldeas, que hicieron nues-tros antepasados los teutones sobre esta base comu-nista, la antigua propiedad de la familia se ha trasfor-mado en casi toda Europa en propiedad individual,pero continúan entre nosotros los rastros del antiguosistema. La teoría de los bienes comunales ha llegadohasta nosotros, después de haber sufrido una trasfor-macion feudal: el Señor del castillo ha adquirido de-recho sobre las tierras incultas que en el origen per-tenecían á sus vasallos. Sabemos además que grannúmero de costumbres locales, explicadas en vano pornuestros legistas apelando á ingeniosas pero infunda-das teorías, son sencillamente restos de la época delcomunismo que precedió á la del feudalismo. No es ex-traño encontrar en muchos condados de Inglaterra al-guna pradera común en la cual, varias familias ó todasas familias de una parroquia, tienen el derecho de pasto

ó de un pasto de otoño y de invierno, pradera llamadageneralmente de l.° de Agosto, en la que los habitan'tes pueden, en épocas determinadas, hacer pastar susganados después de la cosecha. En algunas localidadesse ve el gran «campo común,» dividido aún en parce-las por caballones de césped y repartida de época enépoca entre los habitantes de la aldea. No há muchotiempo la mitad de las tierras arables de algunoscondados eran campos comunes. Ahora bien, si conestos datos remontamos en compañía de Sir EnriqueMaine hasta la época en que la Europa septentrionalfue ocupada por los primeros aldeanos scandinavos ygermanos, podemos deducir, partiendo de las obser-vaciones que nos suministran los salvajes de América,lo necesario para completar la historia de la propiedadterritorial desde la época del palo puntiagudo con quese cultivó el primer campo hasta la del arado al vapor.

Para demostrar que la organización de las aldeasentre nuestros antepasados era el desarrollo del siste-ma agrícola primitivo délos salvajes, invocaré el testi-monio de un etnólogo eminente, el doctor von Mar-tius, que es, sin embargo, el partidario más instruidode la teoría de la degeneración, según la cual los sal-vajes son descendientes degenerados de razas civiliza-das. Para ser consecuente, esta teoría debe negar enabsoluto la del desarrollo que acabo de exponer; perocuando el doctor von Martius describe la ley de pro-piedad territorial en uso entre los salvajes brasileños,que tan íntimamente conoce, obligado por la eviden-cia de los hechos, olvida ser consecuente, y sin pensaren su teoría de la degeneración, nos dice con la ma-yor naturalidad que la ley india, que atribuye la pro-piedad de la tierra á la familia, no está desarrollada, yque presenta la transición entre la ley de propiedad dala tribu que posee en común un territorio de caza y laley de propiedad individual, en vigor en los puebloscivilizados. Claro es, en efecto, que si nuestra ley depropiedad territorial es una modificación de la de nues-tros antepasados bárbaros, la suya procedería de lasformas de propiedad más sencillas que se encuentranaún entre los salvajes que acaban de entrar en el pe-ríodo agrícola.

El hecho de que la propiedad del terreno cultivadopertenecía en la sociedad primitiva, no al individuo,sino á la familia, está enteramente conforme con elprincipio que antes hemos establecido, de que en lasociedad primitiva la unidad está en la familia, y noen el individuo. En la organización de las aldeas derazas aún poco avanzadas, este principio tiene otroresultado importante, bajo el punto de vista práctico.Cuando muchas familias habitan reunidas, aproximán-dose más ó menos á la unión íntima de una familia,cultivando su campo en común y viviendo de las co-sechas que éste produce, su manera de vivir no essólo el comunismo de que acabamos de hablar, sinoque llega hasta á realizar la intimidad de un verda-

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dero socialismo. La familia salvaje es el germen de laorganización socialista, é interesa hacer constar queentre las razas poco adelantadas, como las de ambasAméricas, se encuentran organizaciones socialistas,formadas por la reunión de muchas familias, que, confrecuencia, tienen sólo un domicilio, especie de falans-terio salvaje. En este nivel el socialismo tiene grandeimportancia en las sociedades bárbaras, y encontra-mos un ejemplo sorprendente en los Yaccsai (acasoVascos), descritos por Diodoro de Sicilia, quien nosdice que renovaban anualmente el reparto de las tier-ras, recogiendo las cosechas en co:nun, dando á cadacual su parte y castigando con pena de muerte al quese apropiaba una parte que no le correspondía. En la«dualidad, y en algunas aldeas de Servia y de Croa-cia, se conserva todavía un sistema parecido; las tier-ras están pro indiviso, y se cultivan en común, bajola dirección de los ancianos, repartiéndose por iguallas cosechas entre los miembros de la comunidad. Detal modo el socialismo puro, en su forma más abso-luta , lia nacido entre las tribus salvajes y ha conti-nuado hasta nuestros dias en los pueblos de una civi -lizacioo intermedia.

Me admira que los teóricos que predican la intro-ducción del comunismo y del socialismo en la civili-zación moderna hayan cerrado así los ojos á la historiaetnológica de estas instituciones. El comunismo en lastierras y el socialismo en la vida no son otra cosa queresultado de la extensión del sistema de la familiaprimitiva á toda la aldea ó á la tribu. El lugar quecorresponde en la historia á estos dos sistemas no escuestión teórica, sino un hecho de experiencia. Hax-thausen dijo hace veinticinco años que la utopia revo-lucionaria europea existe todavía en Rusia. El Mirruso, con su reparto igual de las tierras, sus derechosiguales de todos los hombres y su carencia de prole-tarios, muestra las ventajas ó inconvenientes del co-munismo, tan claramente como la aldea-familia de laServia ó de la Croacia los del socialismo. No sin motivose han mantenido estos sistemas durante tantos años.Sus resultados en ciertos límites de civilización hansido admirables. El cambio de buenos servicios y elespíritu de honradez que el comunismo alienta en lasaldeas, son cualidades notables en los campesinos ru-sos. El comunismo produce un patriotismo de tribu,que, aunque estrecho, es verdadero, y un sentimientoprofundo del interés común, cuya expresión se ve enlos siguientes proverbios relativos al Mir: «Arrojadlotodo al Mir; todo puede llevarlo.» — «Nadie en elmundo puede separarse del Mir.» Para colonizar unpaís salvaje en los siglos bárbaros, crear el pastoreo yla agricultura, establecer el orden y la ley, era casiimposible imaginar un sistema mejor que el de la emi-gración por aldeas en común. Durante los últimosmil años, el sistema de las aldeas rusas se ha exten-dido á la octava parte del mundo, y hoy existe en

las tierras que ocupan las groseras hordas de Asia.Por una organización de aldeas parecida á la de es-

tas comunidades slavas, se realizó muchos siglosantes una de las obras más grandes del mundo, y lamayor parte de Europa se elevó del estado salvaje alnivel de la civilización imperfecta de la raza ariana, esdecir, al estado de nuestros antepasados los teutones.

Es igualmente cierto que la antigua organizacióndélas aldeas sólo podía ser buena hasta cierto gradode civilización. Daba á los bárbaros el orden y la pros-peridad; pero de aquí no podía pasar. Mientras tuvie-ron pocas necesidades y muchas tierras, y encontra-ban en sus aldeas cuanto era preciso para la satisfacciónde sus necesidades, todo iba bien; pero cuando la po-blación creció y se hizo sentir la necesidad de pro-gresos industriales y sociales, los inconvenientes delsistema aparecieron á la luz del dia. El individuo estabaciertamente garantizado contra la miseria, pero no po-día crecer en civilización. El empleo de dinero en otrascircunstancias habituaba á los hombres á la equidad enlos pagos, y el sistema comunista de participaciónigual entre todos los trabajadores, buenos y malos,era evidentemente contrario á la equidad. Finalmente,en todas las cuestiones de métodos y de instrumentoslos miembros de la comunidad más obstinados y másatrasados podían impedir toda mejora de los antiguosusos. Natural es, pues, que el comunismo antiguo nopudiera luchar para el comercio con el iadividualismo,en que cada uno es dueño de sus acciones y de sufortuna, y que, después de larga prueba, lo rechazaseel mundo civilizado. Acaso se inventen en los tiemposmodernos sistemas de cooperación que eviten en lapráctica las dificultades contra las cuales se han estre-llado los antiguos sistemas, conservando las notablescualidades de las antiguas asociaciones; pero los argu-mentos de los doctrinarios modernos en favor del co-munismo y del socialismo, bajo el punto de vista abs-tracto, sólo se encaminan á restablecer institucionessociales ya ensayadas, y cuya ineficacia se ha compro-bado hace largo tiempo.

III.

LA. GUERRA. Y SU PAPEL EN LA FORMACIÓN

DE LAS SOCIEDADES.

Como último ejemplo de la luz que la etnología delas instituciones arroja sobre su valor práctico, citarérápidamente dos de los principales efectos producidospor la guerra sobre la constitución de la sociedad.

No es necesario recordar que gobierno paternal ygobierno patriarcal son instituciones primitivas. Deigual modo que la familia es la unidad de la primitivasociedad, el gobierno del padre es el germen de laley y de la autoridad. Así, pues, en las tribus mássalvajes de América, el padre es el jefu déla familia ytiene poder de vida y muerte sobre sus mujeres, sus

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hijos y sus esclavos; dispone de la patria potestasabsoluta que duró entre los romanos hasta que termi-naron la conquista del mundo civilizado, y que se ha¡do borrando poco á poco hasta Hogar al individua-lismo moderno. El gobierno de la familia por mediodel padre, da nacimiento en el estado salvaje al go-bierno patriarcal de la tribu. Lo que pasa entre losBushmen de África y entre los australianos, muestrala trasformacion política, por medio de la cual el jefede la familia es reemplazado por el de la tribu: confrecuencia el jefe de la familia vive bastante tiempopara tener un clan á sus órdenes, pero durante los úl-timos años de decrepitud, las funciones de jefe lasejerce cada dia más su hijo mayor, de modo que éste,á la muerte de su padre, le reemplaza en calidad dejofe reconocido de la comunidad, y entonces sus her-manos más jóvenes continúan sometidos á él en vez dosepararse para formar nuevos clanes.

Pero al lado de este jefe patriarcal ó en su lugar,aparece ya entre las razas inferiores un jefe de otraespecie que tiene sus derechos, no por nacimiento, sinopor elección popular. Mientras la tribu sigue su ru-tina diaria de caza y de pesca y, si es tribu sedentaria,de recolección de semillas, las necesidades de la comunidad están satisfechas por el sistema patriarcal, enel cual el consejo de jefes do familia sirve para guiar yformar la opinión en todos los asuntos de interés pú-blico, y el patriarca tiene sobre todos gran influencia,si no un poder absoluto. ¿Por qué, pues, esta tenden-cia tan marcada hacia el sistema electivo? ¿Cuáles sonlas circunstancias que ponen un tirano por encima delos jefes de una democracia patriarcal? ¿Cuál es el jefeque ocupa en la vida salvaje y bárbara los diferentesgrados que separan al presidente de los listados Uni-dos, tal y como existe hoy dia, del czar de Rusia comoexistía hace un siglo1!

Para responder á estas preguntas, describiré la or-ganización de una tribu de la América del Norte. Unantiguo viajero llamado Hearne, apremiado por la ne-cesidad vióse obligado á unirse á una tribu de indiosCopperminos, y debió, á pesar suyo, seguirles en unaexpedición contra una desgraciada tribu de esquimalessin defensa, que los indios apenas consideraban comohombres y que se divertían en asesinar. Sin embar-go, esta parodia de una verdadera expedición guer-rera, bastó para cambiarlo todo en la sociedad india.Clanes que, hasta entonces, se mataban y robaban en-tre sí, se unieron; la propiedad dejó de ser individual,sometiéndose sin murmurar á la masa general y, de-talle más importante, los guerreros que, en ocasionesordinarias eran tan sólo una multitud indisciplinada óindócil, no tuvieron otra voluntad que la de obedecer áMatonabbee, el jefe que habían escogido, y seguirledonde quisiera conducirles. Resulta, pues, que, enestos casos, la guerra tiene por objeto estrechar loslazos algo relajados de la vida salvaje, y tranformar

una horda patriarcal apenas constituida, en ejércitoorganizado bajo las órdenes de un dictador.

Lo mismo sucede con las groseras tribus de la Amé •rica del Sur. Los jefes de la familia tienen escasa auto-ridad sobre la tribu, pero desde que estalla la guerra,todo cambia de aspecto, y se ve aparecer un hombrerevestido de insignias de mando, escogido por acla-mación ó como resultado de ciertas pruebas, jefe delos guerreros coaligados con un poder absoluto hastade vida ó muerte, sobre todos los que dirige.

Viajando el doctor Martius con un jefe de Miran-has, tribu salvaje entre las más groseras tribus delos bosques del Brasil, pasaron junto á una higuera acuyo tronco había un esqueleto atado; el jefe le ex-plicó que aquel hombre, en tiempo de guerra, habíadesobedecido sus órdenes y él mismo le había hechoatar á aquel árbol y morir á flechazos; este San Sebas-tian salvaje había sido mártir de la voluntad indivi-dual, luchando contraía autoridad política. Por todaspartes encontramos en la historia el principio de quela guerra tiende casi irresistiblemente á producir lamonarquía absoluta, porque da al guerrero atrevido yal hábil administrador una supremacía que puede cesarnominalmente con la campaña, pero que también puededesarrollarse y convertirse en despotismo permanente.

Nuestro mundo civilizado que pasó, por fin, del pe-ríodo en que es necesario un gobierno fuerte, talcomo el do los déspotas de otras ocasiones, debe, sinembargo, reconocer los servicios que ese gobiernopuede prestar como medio de consolidación nacional.Es evidente que, en los tiempos salvajes, la guerrahabla comenzado una de sus acciones civilizadoras,dando al tirano guerrero el poder de realizar una obrademasiado dura y muy difícil para las débiles manosdel patriarca.

Otra^obra casi tan importante como la guerra quedebía realizarse para la organización de la sociedad,se encuentra en curso de ejecución entre las razas in-feriores. Los salvajes más groseros son inducidos ámatar á sus prisioneros de guerra. La civilización hadado un paso adelante al perdonarse la vida al prisio-nero de guerra, y convertirse en esclavo del vence-dor. Fácil es estudiar este estado de cosas en sus di-versas fases entre los indios de la América del Sur.Algunas tribus feroces, como los Guaycurus y losMauhés, aunque matan sin piedad á los guerrerosvencidos, llevan consigo á sus jóvenes hijos y losdan á sus mujeres para criarlos y convertirlos en es-clavos. Otras tribus, tales como los Timbiras y losMiranhas perdonan á los prisioneros adultos y los re-ducen á esclavitud. De esta suerte se ve formarse enla sociedad salvaje de la América del Sur una castade esclavos hereditarios, casta que se encuentra aúnentre otras razas inferiores en la América del Nortey en África, y que persiste largo tiempo en el cursode la civilización.

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Según la ley de los griegos, todo prisionero deguerra se convierte en esclavo; y bajo el imperio de laley romana, después de cada batalla, el qüestor ven-día los cautivos á subasta, y los comerciantes de es-clavos seguían siempre á los ejércitos para comprarprisioneros.

Ahora bien: á partir de los tiempos salvajes, ¿cuálha sido siempre la condición de los esclavos? Desdelos tiempos salvajes, el hombre libre ha sido el guer-rero y el cazador, y los esclavos, privados del derechode llevar armas, han estado encargados con las muje-res, del desdeñado trabajo del cultivo de la tierra.

Tomando un ejemplo de la historia clásica, mien-tras que los romanos libres estaban constantementesujetos á ser llamados al servicio militar, el cultivode los campos se había dejado casi por completoen manos de los esclavos. Entre todas las causasque han conducido al cambio de la vida nómada delos salvajes cazadores á la vida sedentaria de los pue-blos agricultores, no sé si hay alguna que obre conmás poder que la ley social, según la cual, el pri-sionero de guerra se convertía en esclavo de su ven-cedor. Hé aquí una de las grandes cadenas causalesde la historia de la raza humana: la guerra conduceá la esclavitud; la esclavitud favorece la agricultura,y ésta á su vez conduce y determina la vida seden-taria y la paz.

Esto es lo que nos enseña la etnología acerca de losefectos bienhechores de la guerra y de la esclavitud.Sin embargo, después de cierto número de años, elmundo civilizado trabaja con razón y con éxito paraque desaparezca la esclavitud. Nació en época de sal-vajismo, y realizó su obra durante este período y elde la barbarie; pero, aunque hubiese persistido y aun-que se hubiera renovado en grande escala, como noestaba de acuerdo con la civilización, la hemos re-chazado. Hé aquí lo que la etnología nos enseña acercade la esclavitud: veamos ahora lo que nos demuestrarespecto á la guerra. Entre las tribus inferiores quevivían de la caza, la guerra era sencillamente una ne-cesidad social; si los Australianos y los Pieles-Rojashubieran vivido en paz durante un siglo, habrían he-cho desaparecer la raza de los bisontes y de los kan-guros. La guerra ha sido siempre admirable escuelade virtudes viriles., de firmeza y de valor. Acabamosde ver cómo ha trasformado débiles y desunidos cla-nes en naciones fuertes y unidas, y contribuido á laorganización de gobiernos regulares: ahora bien; estaeflicacia la ha conservado. En la práctica, los derechosde defensa y de conquista son todavía en nuestrosdias, como lo era antiguamente, la base de toda exis.tencia nacional. Y sin embargo, se siente cada vezmás en el mundo civilizado lo que la guerra tiene desalvaje y de bárbaro, dando á estas dos palabras eldoble sentido que expresa tan bien lo que la etnologíanos enseña sobre la repugnancia de la civilización su-

perior hacia la ferocidad propia de la civilización in-ferior.

Basta leer la historia de la guerra para reconocer elcambio que se ha verificado en las costumbres y lamoral desde los tiempos, poco lejanos, en que todohombre libre que creía tener motivos de queja deotros, podía reunir á sus amigos y hacer la guerra ásu enemigo.

La guerra privada no ha desaparecido sino durantelos diez últimos siglos, y las mismas causas que la hanhecho desaparecer, parece que obran poco á pococontra la guerra pública y conducen el mundo á mos-trarse cada vez más favorable á las combinaciones po-líticas, propias para ejercer en el conjunto de las na-ciones una influencia que hace cada vez más raros losllamamientos á las armas.

Verdad es que en nuestros dias, todos los recursosde la civilización moderna están puestos al servicio delarte militar, de modo que un ejército es un instru-mento de destrucción más poderoso que nunca; peroesto no es importante. No es cosa nueva ver adaptarselas artes modernas á las instituciones del mundo bár-baro. Durante muchos siglos la esclavitud en las colo-nias europeas ha sido sostenida y propagada por lacivilización moderna: ha podido verse un esclavo diri-giendo una máquina de vapor, y la prensa ha servidomás de una vez para imprimir las señas de algún escla-vo fugitivo. Pero esta alianza no era sólida y no podíadurar, y aunque sea posible que durante muchos siglosla guerra deba gozar del apoyo de los hombres inteli-gentes y del respeto de los buenos, ha decaído delrango que anteriormente ocupaba. Las naciones sal-vajes y bárbaras conservan todavía la idea antigua,según la cual la más noble ocupación del hombre esel asesinato y el pillaje; pero los pueblos civilizadoshemos llegado á hablar de la guerra como de unanecesidad deplorable, y á decir que el fin justifica losmedios.

Así cambian de siglo en siglo las instituciones civilesy políticas. Este no es un simple movimiento de osci-lación. A veces la civilización sucumbe, á veces re-trocede; pero el movimiento hacia atrás jamás es tanduradero como el movimiento hacia adelante. El doc-tor Adolfo Bastían describe de un modo bastante gra-cioso una creencia popular del Brandeburgo, respectoal lago Mohrin y á un monstruoso cangrejo que habitaen sus profundidades. Cuando este monstruo salga delagua la ciudad se arruinará y todo andará hacia atrásá la manera de los cangrejos: el toro se convertiráen novillo; el pan en harina, y ésta en trigo: la camisavolverá á ser hilo, y el hilo lino: el profesor volverá áser estudiante y tendrá de nuevo la estatura y la debi-lidad de la infancia. Pasan, sin embargo, los años,esperamos en vano en la orilla, y el monstruo del mo-vimiento de retroceso apenas enseña una de sus patas;tanto tarda en llegar que acaso no llegue.

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Mientras tanto, Mr. Herbert Spencer puede regoci-jarse de ver la sociedad seguir tan regularmente comosiempre su línea de evolución y organizarse cada diapnra fines especiales. En su marcha hacia adelante,tal y como la etnología nos la presenta, á partir delestado salvaje, antiguas instituciones que en su tiemporealizaron su objeto, y que fueron dignas de elogio,deberán ser abandonadas. No nos corresponde ánosotros convertirnos en tribunal y juzgar á nuestrosantepasados conforme á nuestras ideas modernasacerca de la moral y de la política. Cada grado decivilización ha tenido, según sus luces, su regla delbien y del mal, y para juzgar á los hombres de cadaépoca, preciso es examinar si han seguido ó no estaregla. Muchas cosas que para ellos eran buenas liansido cambiadas ó reemplazadas en nuestros dias. Pormi parte, cuando considero lo que la ley de venganzay la de la esclavitud han hecho, en épocas de salvagis-mo y de barbarie, para conducir á la civilización quedebía abolirías, pienso en Mr. Emerson, que ha defi-nido el mal «un bien en preparación.» Pero en lapráctica hay alguna cosa más importante todavía quenuestra opinión acerca de las instituciones del pasado,y es la aprobación ó censura de las instituciones bajolas cuales vivimos; sentimientos que afirman el espí-ritu conservador y que dirigen el espíritu de reforma.Quizá las pruebas que he reunido en este trabajo mues-tren los auxilios que la etnología pueda proporcionar áestos juicios prácticos. Aunque quisiéramos, no es po-sible borrar la historia y rehacer el mundo conforme ánuevos principios. Queramos ó no, la moral y la polí-tica de las generaciones por venir, deben, como lasnuestras, llevar el sello de su primitivo origen; peronuestra ciencia social ha tomado un carácter y unpoder nuevos, porque estamos en un momento deci-sivo de la historia de la humanidad. La evolución in-consciente de la sociedad deja espacio á su desarrolloconsciente, y el camino que seguirán los reformadoresdel porvenir debe trazarse con reflexión, teniendo encuenta los senderos del pasado.

E. BURNET TYLOR.

(Revue Scientifique.)

LOS PIGMEOS.En aquellos tiempos, cuando el mundo estaba

lleno de portentos y maravillas, había un gigantellamado Anteo, y un pueblo, ó mejor dicho Es-tado, de hasta un millón de ciudadanos chiquirri-tines, tamañitos de un palmo y que se llamabanPigmeos. Este gigante, pues, y estos pigmeos,hijos todos de la misma madre, nuestra abuelaTierra, vivían juntos y en santa paz como buenoshermanos, muy lejos, lejísimos de nosotros, allá

TOMO IV.

en el centro tórrido del África. Y como los pig-meos eran tan diminutos, y había tan dilatadosdesiertos de arena, y tan escarpadas y ásperasmontañas entre ellos y el resto de la especie hu-mana, y entonces no ae conocían carreteras nitelégrafos, apenas se sabía de ellos por la re'a-cion de algun que otro viajero que se aventurabacada siglo hasta la comarca que habitaban. Porlo que haee al gigante, su estatura colosal podíadivisarse á cinco leguas; distancia respetable queaconsejaban la perspectiva y la prudencia al pro-pio tiempo.

En cambio, si la nación pigmea producía, pongopor caso, un ciudadano de seis ú ocho pulgadas,desde luego se le clasificaba entre los hombresmás grandes que se hubieran conocido, y así, eracosa digna de ver y por extremo interesante suspueblos, y las calles que los cruzaban, anchas dedos á tres palmos, y formadas de edificios casitan altos como sombrereras. Eso si, el palacioreal tendría las proporciones de mi mesa de escri-bir, y se alzaba orgulloso en una plaza que difí-cilmente habría podido entoldarse un dia de pro-cesión con la colgadura de mi cama. En cuanto ála catedral, obra maestra de un atrevido y fa-moso arquitecto, era casi de tanta elevación comoun armario ropero y capaz como mi alcoba, ha-biendo acumulado en este espacio el arte, la pie-dad y la magnificencia de los pigmeos cuanto esposible imaginar para ornato de un templo. Losmateriales empleados en todas las construccionesreferidas no consistían, sin embargo, en piedra ymadera, sino en una especie de argamasa .muyparecida á la que fabrican ciertos pájaros, confragmentos de paja, de pluma, de cascara dehuevo y otras cosas reunidas por medio de tierraarcillosa á guisa de mortero; y es lo cierto que,después de bien secas con el sol y el aire se an-tojaban y eran, en efecto, tan elegantes, cómodasy sólidas cual pudiera desearlas un pigmeo.

La campiña estaba dividida en granjas, corti-jos y prados, y allí sembraban aquellos peque-ñuelos el trigo y otras semillas de que se susten-taban, y que llegados á su crecimiento y madurezbastaban á proteger de los rayos del sol con sumagnífica vegetación á los pobladores de la co-marca, del propio modo que las acacias, encinas ycastaños nos resguardan en verano cuando ses-teamos en los bosques. En la época de recolecciónusaban de hachas en vez de hoces; que de estasuerte, cual si fueran árboles, derribaban las es-pigas; y cuando por desgracia caía una cargadade granos cuajados y fuertes sobre un pigmeo, óallí mismo quedaba sin vida, ó por lo menos tanmolido que ya tenía quebranto para toda la siega.

He hablado de la pequenez de los padres; ¡ima-18