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MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 1 Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Lectura 1 Tortosa, G. F. (1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid. McGraw- Hill. Cap. 4 Con la lectura de este material de Tortosa revisarás las primeras unidades mínimas de aprendizaje de la Unidad III La Psicofísica EL PLANTEAMIENTO DE «LO PSICOLÓGICO» A MEDIADOS DEL SIGLO XIX. U U N N I I D D A A D D I I I I I I . . L A P SICOFÍSICA PROPUESTAS EN COMPETENCIA 1 1. INTRODUCCIÓN La década de 1850 define un importante punto de inflexión en Europa en lo relativo al desarrollo de las ciencias de la vida, que afectará incluso a la configuración del mapa académico y profesional a través de la emergencia de nuevas especialidades. Enmarcados en un contexto positivista, el estado en que se encontraban los saberes y las artes que se ocupaban del cuerpo y d' la mente iba a propiciar las primeras concreciones de una nueva disciplina, que ya se venía llamando psicología y que ahora iba a ser diseñada, con más decisión que nunca, a imagen de las, entonces dominantes, ciencias naturales. La propuesta herbartiana de la psicología como ciencia natural estaba siendo anclada como desideratum de muchos filósofos, naturalistas, educadores y médicos, y la misma conceptualización de las enfermedades mentales (y de su tratamiento) caminaba en esta misma dirección. Las décadas de 1850 y de 1860, objetivo principal de la reflexión historiográfica del capítulo presente, a la vez que muestran un abigarrado conglomerado científico-técnico-filosófico, rico en realizaciones psicológicas concretas, dejan ver un momento un tanto confuso. A pesar de las muchas ideas germinales relativas a la transformación de la filosofía (metafísica) del alma en una psicología científica de la con-ciencia (normal 1 Este capítulo ha sido realizado por J. Quintana (Universidad Autónoma de Madrid) y F. Tortosa (Universitat de Valéncia). Tortosa, G. F. (1998) Una Historia de la Psicología Moderna. Madrid: McGraw-Hill. UNIDAD III LA PSICOFÍSICA

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MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 1

Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra:

L e c t u r a 1

Tortosa, G. F. (1998) Una Historia de la

Psicología Moderna. Madrid. McGraw-Hill. Cap. 4

Con la lectura de este material de Tortosa revisarás las primeras unidades mínimas de aprendizaje de la Unidad III La Psicofísica

EL PLANTEAMIENTO DE «LO PSICOLÓGICO» A MEDIADOS DEL SIGLO XIX.

UU NN II DD AA DD II II II ..

L A P S I C O F Í S I C A

PROPUESTAS EN COMPETENCIA1

1. INTRODUCCIÓN

La década de 1850 define un importante punto de inflexión en Europa en lo relativo al desarrollo de las ciencias de la vida, que afectará incluso a la configuración del mapa académico y profesional a través de la emergencia de nuevas especialidades. Enmarcados en un contexto positivista, el estado en que se encontraban los saberes y las artes que se ocupaban del cuerpo y d' la mente iba a propiciar las primeras concreciones de una nueva disciplina, que ya se venía llamando psicología y que ahora iba a ser diseñada, con más decisión que nunca, a imagen de las, entonces dominantes, ciencias naturales. La propuesta herbartiana de la psicología como ciencia natural estaba siendo anclada como desideratum de muchos filósofos, naturalistas, educadores y médicos, y la misma conceptualización de las enfermedades mentales (y de su tratamiento) caminaba en esta misma dirección.

Las décadas de 1850 y de 1860, objetivo principal de la reflexión historiográfica del capítulo presente, a la vez que muestran un abigarrado conglomerado científico-técnico-filosófico, rico en realizaciones psicológicas concretas, dejan ver un momento un tanto confuso. A pesar de las muchas ideas germinales relativas a la transformación de la filosofía (metafísica) del alma en una psicología científica de la con-ciencia (normal

1 Este capítulo ha sido realizado por J. Quintana (Universidad Autónoma de Madrid) y F. Tortosa (Universitat de Valéncia).

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y patológica), al estilo de las ciencias naturales, no se vislumbraba todavía ningún proyecto global capaz de coronar el objetivo de definir con precisión la nueva ciencia psicológica. El ámbito de «lo psicológico» parecía ser por entonces un campo de todos2, en el que la disparidad de criterios y modelos metodológicos y de explicación teórica de «lo psíquico» parecía ser la norma, y no la excepción. Quedaba, además, por decidir si la presunta psicología científica debía incorporar el método experimental, que, si bien había sido rechazado por Herbart, debía ser incorporado por cualquier saber que pretendiera el carácter de «ciencia natural». La década de 1850 no supo apreciar todavía las virtualidades experimentalistas que la estrategia diseñada por Helmholtz para medir la velocidad del impulso nervioso tenía para la experimentación psicológica, si bien lo haría en la década siguiente a través de los experimentos de cronometría mental. Sin embargo, fue ya aquella década la que vio aparecer la primera forma de experimentación sistemática sobre «lo psicológico», aunque ello debió ocurrir, de manera un tanto sorprendente. por las exigencias doctrinales de la filosofía de Fechner, que un día se encontró realizando experimentos de psicofísica con el objetivo de probar una tesis de metafísica espiritualista.

En su progresivo alejamiento de las abstracciones del idealismo y en su paralelo compromiso con el modelo la ciencia natural, los que trabajaban prioritariamente sobre cuestiones psicológicas fueron acomodando poco a poco la mente (primero humana, y luego también la animal) a situaciones accesibles a la utilización de los métodos propios de las ciencias naturales. Hacia 1860 el panorama germinal de nuevas ideas era ciertamente amplio; de hecho, funcionaban ya diversas líneas de reflexión científico-psicológica (la psicofisiología —la más amplia—, la psicofísica, la reflexología cerebral y la psicoterapia) que competían por

2 En la Lista de autores importantes para la psicología confeccionada por Annin Boring y Watson (1968). a partir de la categorización de jueces expertos en historia de la psicología, se aprecia la presencia de filósofos, médicos (por ejemplo, doctores en medicina, anatomistas, neurólogos, hipnotistas, oftalmólogos), fisiólogos, biólogos y geneticistas, investigadores psíquicos, científicos sociales (por ejemplo, antropólogos, sociólogos, educadores, teólogos, abogados), psiquiatras y psicoanalistas, científicos naturales (por ejemplo, físicos, químicos, astrónomos, estadísticos, matemáticos).

conseguir a su modo el objetivo naturalista. La misma «psicología de la mente» clásica hubo de adherirse a mediados del siglo al movimiento cientificista de transformación de la psicología. Finalmente, a este conjunto de nuevas ideas se unió pronto la original perspectiva de la evolución orgánica, que los diversos tipos de transformismo terminaron por generalizar, a mediados del siglo, como principio explicativo para todo el mundo orgánico, animal y humano, individual y social. 2. DE LA «PSICOLOGÍA DE LA MENTE»

A LA «PSICOLOGÍA DE LA CONCIENCIA» ADAPTATIVA

El primer gran intento de modernización del asociacionismo clásico como referente la fisiología. Amigo y protegido de Stuart Mill formado en los escritos de la tradición liberal británica, lector de Newton y de Hume y profesor de Lógica en la Universidad de Aberdeen, A. Bain (1818-1903) introdujo modificaciones de importante calado en el cuerpo doctrinal de la psicología asociacionista. Elaboró un sistema psicológico completo, el cual apareció en sus tratados Los sentidos y el entendimiento (1855) y Las emociones y la voluntad (1859), los cuales fueron resumidos, por razones pedagógicas, en Ciencia mental y moral (1868). Mantuvo al día su obra mediante constantes revisiones, convirtiéndola en el texto de psicología más importante en Gran Bretaña durante casi cincuenta años. Completó su sistema con Mente o cuerpo (1873), en el que expuso sus puntos de vista sobre paralelismo psicofísico. Bain se destacó igualmente por ser el fundador de Mind (1876), primera revista mundial de carácter psicológico.

Las ideas de Bain iban en una dirección claramente cientificista. Su psicología es empírica y fenoménica. Por un lado, al margen de toda especulación metafísica, aplicó a la psicología la metodología descriptiva y clasificatoria de las ciencias naturales, << con el espíritu y los recursos de un botánico>>, por otro, recobrando el nivel neurológico del análisis mental (olvidado por los británicos a partir de Hartley), elaboró una psicología fisiológica en la que quedaban integrados los aspectos psicofisiológicos que la neurología experimental del siglo XIX había descubierto. Bain, en efecto, asumió la tesis de que el sistema nervioso constituye la condición de la vida mental, e introdujo en sus textos descripciones detalladas de sus

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partes fundamentales. A este respecto, concluyó que el sensorium se asienta en todas las partes del organismo donde hay corrientes nerviosas, y no sólo en el cerebro, y que la asociación mental se halla enraizada en la dimensión sensomotora de la función cerebral. La asunción del paralelismo psicofísico, al tiempo que liberaba a su psicología fisiológica de las posiciones reduccionistas fisicistas de la psicofisiología experimental de la década de 1860 (la de Helmholtz), le impedía profundizar en la unidad real del compuesto humano.

Del resto de sus innovaciones destaca el intento, algo heterodoxo, de superar la concepción sensista, pasivista y mecanicista, inherente al núcleo duro del asociacionismo clásico. Bain propuso la idea de que existen una serie de fenómenos vitales anteriores a —y más generales que— la sensación, que son coincidentes con los del «sentido muscular», a los que denominó actividad espontánea, que consideró nacida probablemente en el cerebro. Su originalidad residía en haber hecho de dicha actividad —y no de la sensación— el germen primordial del desarrollo de la vida mental: «sin corrientes —solía repetir— no hay mente». Tomando esa actividad espontánea como la primera forma de corriente mental, de su desarrollo nacerán las formas cada vez más complejas de la misma. De la unidad orgánica nervios-cerebro se derivan, por asociación de corrientes simples, los movimientos más ele-mentales de la mente: a saber, los «movimientos instintivos» [tal fue una concesión empirista al innatismo] y los «procesos sensoriales especiales», los cuales constituyen juntos la materia bruta de la que se origina (por nuevas asociaciones) la vida de los seres que alcanzan el nivel de la consciencia. Esta emerge por complicación de aquellas formas elementales, al tiempo que representa una unidad en la que se diferencian, como formas típicas de la misma, la «emoción» o sentimiento, el «pensamiento» y la «voluntad». La inteligencia no es, pues, otra cosa que un conjunto de maneras concretas de combinar ideas. La asociación de ideas constituye, por tanto, «la cuestión más funda-mental en lo relativo a nuestra constitución intelectual". En fin, además de tener la idea de la química mental y la tesis de las leyes secundarias de la asociación, Bain manifestó una concepción globalizante de los procesos asociativos; junto a los clásicos elementos intelectuales (sensaciones e ideas), hizo intervenir en

ellos las dimensiones afectivas (estados de sentimiento) y motoras (acciones), algo que hace recordar el sistema psicológico de Hartley, y eso le llevó a fundamentar los procesos de asociación mental en procesos paralelos de asociación sensomotora.

Otra de las más sugestivas contribuciones de Bain a la psicología científica fue su doctrina sobre el aprendizaje y el hábito, importante novedad en el contexto del asociacionismo clásico. Para él el aprendizaje es función de los siguientes principios: 1) de movimientos casuales; 2) de la retención de actos cuyos resultados son agradables y de la eliminación de los que producen resultados desagradables; y 3) de su fijación por la repetición. Parece que, colocándose más allá de la física y de la fisiología, Bain teorizaba ya con el espíritu de la biología; de hecho, el clásico principio del contigüismo mecanicista comenzaba a ceder su puesto excluyente a nuevas categorías y nuevos principios teóricos (por ejemplo, alivio, placer, recompensa); el desarrollo pleno de éstos correspondería a la etapa inmediatamente posterior a la publicación de los textos de Bain3.

A diferencia del fisiologismo de Bain, el segundo y último gran intento del asociacionismo clásico de mediados del siglo por convertirse en ciencia natural se basó en la biología de la evolución. Tomando como punto de partida las nociones de desarrollo y progreso, señas de identidad del siglo XIX, un ingeniero de ferrocarriles —H. Spencer (1820-1903)-, filósofo social, simpatizante de la doctrina de Lamarck, decidió aplicar la hipótesis de la evolución a la explicación científica de la mente humana4. Spencer afirma que, dado que la mente ha evolucionado con el sistema nervioso, en particular con el cerebro, su estudio depende directamente del conocimiento de la evolución de éste, esto es, del conocimiento de cómo han ido apareciendo en el curso del tiempo las estructuras nerviosas

3 W. James (1842-1910) citó y elaboró en 1890 el esquema de Bain, y C. Ll. Morgan

(1852-1936) siguió sus directrices en su teoría del hábito en 1894. 4 Ya en 1848 había entrado en contacto con Th. Huxley y G. Lewes, en cuyo periódico —Leader— publicó anónimamente el artículo «La hipótesis del desenvolvimiento» (1852), en el que analizaba las posibilidades teóricas de las doctrinas de la creación y de la evolución, decantándose por esta última. que expuso en términos lamarckianos. En otro artículo de 1857 («El progreso: su ley y su causa») convirtió la ley del progreso orgánico en la ley de todo progreso, incluido el cósmico.

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necesarias —y capaces— para la elaboración de asociaciones mentales tan complejas como las que realizan los seres humanos. Al hilo de tales supuestos, Spencer escribió una novedosa psicología, en la que, además de integrar la fisiología sensomotriz de la función cerebral, hizo que el asociacionismo entrara a formar parte, como una dimensión más, de la teoría de la evolución orgánica. De esta forma, trasladó la cuestión tradicional lockeana de la psicogénesis (u ontogénesis de la mente individual) al campo de la filogénesis (o génesis histórica de la conciencia en la especie), e inauguró en la tradición británica el estudio de las formas de «actividad» mental y de sus utilidades biológicas. Al igual que Bain, puso el fenómeno asociativo en relación con factores vitales utilitarios, lo cual presagiaba ya la posterior «ley del efecto».

En 1855 Spencer publicó la primera psicología evolucionista de la historia (reelaborada en 1870-1872, en dos volúmenes), que aplicaba al espíritu y a sus capacidades los principios evolucionistas. Tres años después iniciaba la publicación de su Sistema de filosofía sintética —de alcance cósmico—, que debía ser desarrollado en sucesivos volúmenes, cada uno de los cuales iría aplicando la concepción evolucionista a los grandes temas filosóficos. El, por su parte, circunscribió sus reflexiones filosóficas al problema de la evolución de la materia orgánica, y publicó los tomos referentes a la biología, la psicología, la sociología y la ética.

Spencer concibió la vida como un proceso adaptativo —como «una continua adaptación de las condiciones interiores a las exteriores» (Spen-cer, 1855)— y entendió que es en el seno de dicho proceso donde se produce el fenómeno de la aparición de nuevas especies. Apoyó su con-cepción teórica5 del proceso transformista en la analogía de las produc-ciones domésticas, en los cambios que experimentan los embriones de muchas especies, en la dificultad de discernir entre las especies y sus variaciones y en el principio de la gradación general de los seres vivientes. Para la explicación científica de los mecanismos naturales de la evolución orgánica utilizó un doble fundamento. Por un lado, el principio de la «selección natural» (darwiniano), que cuenta con la aparición inicial de variaciones espontáneas, explicaría la evolución de las formas orgánicas

5 Conocida como «teoría de la supervivencia del más apto en la lucha por la existencia».

más elementales y simples (aquellas en las que la vida tiene un carácter puramente reflejo) hacia formas superiores. Por otro, allí donde la vida ha llegado a ser tan compleja que se hace necesaria la presencia de muchas funciones que cooperan en su conservación, los fenómenos de evolución deberán ser explicados por el principio lamarckiano de que la función biológica modifica la correspondiente estructura orgánica, a través de una repetición de adaptaciones directas de variaciones funcionales, originadas en el esfuerzo de los organismos para mejorar su adaptación. En ambos casos, añade Spencer, los principios de la «herencia» y de la «acumulación progresiva de los caracteres adquiridos» completan la explicación del lento progreso de la evolución biológica hacia formas orgánicas cada vez más diferenciadas, más elevadas y más siempre perfectas (nueva versión teleológica del proceso).

La psicología spenceriana está presidida por el siguiente principio teórico: «si la doctrina de la evolución es verdadera resulta de ella necesa-riamente que no puede comprenderse el espíritu, más que por su evolu-ción» (Spencer, 1870). El hecho de que la mente depende del sistema nervioso, tal como había puesto de relieve la fisiología experimental de la primera mitad de siglo, le puso en la vía de formular un segundo principio que da concreción al anterior: «si los animales más elevados no han adquirido más que por modificaciones acumuladas durante un pasado sin límites su organización bien integrada, muy definida y muy heterogénea; si el sistema nervioso desarrollado de estos animales no alcanza más que poco a poco su estructura y sus funciones complejas, se sigue de lo dicho que necesariamente han debido nacer gradualmente las formas complicadas de conciencia correlativas de estas estructuras y funciones complejas. Y como realmente es imposible comprender la organización del cuerpo en general o del sistema nervioso en particular sin seguir sus períodos sucesivos de complicación, es también imposible comprender la organización mental sin seguir esos períodos» (ibid.). Su explicación del psiquismo se centró en las cuestiones de psicología objetiva, que, en lugar de considerar los fenómenos psíquicos en sí mismos y en abstracto (como lo hacía la psicología subjetiva), dirige su atención a los comportamientos reales de los hombres y anima-les, a los que considera como un aspecto parcial del conjunto de sus actividades orgánicas de adaptación al medio.

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Por ello, Spencer inaugura una psicología de la adaptación, que básicamente no es sino una rama de la biología de la adaptación 6.

En fin, navegando a medio camino entre las ciencias naturales, la filosofa y la psicología, hay que subrayar la labor de un grupo de intelectuales que dedicó importantes esfuerzos a desarrollar algunas de las implicaciones psicológicas de la teoría de la evolución. En Alemania destacó la figura de H. Haeckel (1834-1919)7, que fue amigo de Darwin y autor de una Psicología celular (1876). Pero sería sobre todo en Inglaterra donde dichos esfuerzos rendirían sus mayores frutos: F. Galton (1822-1911), gran propulsor del estudio y medida de la variabilidad individual y de la herencia; G. J. Romanes (1848-1894), uno de los primeros en trabajar en psicología comparativa según normas darwinianas (1883 y 1887), que trató de la evolución del pensamiento y del lenguaje; C. Ll. Morgan (1852-1936), otro destacado psicólogo comparativo, que durante su etapa científica (1885-l900)8 investigó sobre la inteligencia animal, el

6 Su doctrina evolucionista ofrecía abundantes flancos a la crítica. Era muy filosófica y no aportaba nuevos datos empíricos. Darwin criticaría no sólo el finalismo lamarckiano que todavía conservaba, sino también el que hubiera puesto en tan estrecha relación las nociones de evolución y progreso, en particular por lo que respecta al hombre, relación que empíricamente era imposible de justificar. Con todo, la obra de Spencer ayudó significativamente a madurar el ambiente en el que aparecería. y triunfaría, una biología psicologizada. 7 Frente a la postura anglófona, en Alemania hubo una general interpretación del transformismo darwiniano en una dirección monista materialista. El zoólogo H. Haeckel ofreció una interpretación físico-química del psiquismo, y entendió que la evolución mecánica abarcaba desde el átomo hasta el hombre, y que los clásicos conceptos «materia» y «espíritu», al igual que los de «fuerza» y «materia prima», se hallan combinados inseparablemente en el átomo. En lo relativo a la materia orgánica. Haeckel afirmaba que todas las formas elementales de la vida brotan espontáneamente. desde los protozoos hasta la del hombre, que tiene a los primates como antecesores inmediatos. El también zoólogo, y médico, A. Weismann (1834-1914), muy interesado por los mecanismos de la herencia, admitió el paso de los individuos de una generación a la siguiente a través de una perfecta continuidad del plasma germinativo, pero terminó negando la transmisión de los caracteres adquiridos (cfr. Discurso sobre la teoría de la herencia, 1902). 8 En su posterior etapa filosófica desarrollaría la hipótesis de la «evolución emergente» (La evolución emergente, 1923), con la pretensión de elaborar una doctrina filosófica basada rigurosamente en pruebas biológicas y al margen del misterioso «élan vital» de la Evolución

hábito y el instinto; y, cerrando esta apretada relación, L. T. Hobhouse (1864-1929), el cual discutió el problema de la mente animal, en 1901, desde el punto de vista de la evolución.

3. LÍNEAS DE INFLUENCIA DE LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN

SOBRE LA PSICOLOGÍA CIENTÍFICA

Por encima de las contribuciones personales de aquellas figuras, el valor real de la teoría de la evolución para la configuración de una psicología científica radica en haber orientado la incipiente psicología naturalista en una dirección nueva positivista, que afectaba a todos sus fundamentos básicos (metodológicos, teóricos y temáticos)9. Las aportaciones de Lamarck, Spencer y Darwin habían dejado abiertos a la conjetura muchos temas relacionados con la evolución biológica: por ejemplo, orientación de los métodos científicos para el estudio de los factores de adaptación al medio, determinación de los mecanismos (orgánicos) de la herencia, esclarecimiento de los mecanismos específicos implicados en el desarrollo de la capacidad de adaptarse —y de sobrevivir— de los organismos, etc. El estudio científico de las cuestiones relativas a los mecanismos orgánicos de la herencia se quedaría en el campo de la biología; por contra, los psicólogos centrarían su estudio de las cuestiones relativas a los mecanismos (tanto psíquicos como psicofísicos) de adaptación de los organismos al ambiente.

creadora de Bergson; Morgan se valió de la noción «emergencia» para explicar la aparición de la «consciencia» como algo nuevo dentro del pro-ceso evolutivo. Dicha idea sería igualmente decisiva para las psicologías totalistas del siglo XX. 9 La biología de la evolución no era propiamente psicología, como tampoco lo había sido la física de Newton. Pero, al igual que ésta, y con mucha más razón que ella debido a su temática, iba a jugar un decisivo papel en el desarrollo ulterior de la Psicología científica. Con los textos psicológicos de Bain (años 1850), la creatividad del modelo psicológico fisicista newtoniano y químico daltoniano (psicología de la mente) parecía agotada. No obstante, esa misma década seria testigo de cómo Spencer y Darwin ponían en marcha los presupuestos básicos de un nuevo modelo para la explicación de la mente —el biológico— que sería capaz de cambiar en profundidad la faz de la psicología contemporánea.

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Desde el punto de vista del método, la doctrina de la evolución enseñó a los psicólogos que, siendo aquélla un fenómeno natural y objetivo, la introspección —sea espontánea, sea bajo control experimental— no constituye ya (como sucedía en la psicología anterior) el método básico de la investigación del psiquismo. Los factores observables del comportamiento y del medio pasaban a ser ahora los datos primordiales de la reflexión teórica. Podría afirmarse que la actitud del zoólogo (estudio de las relaciones de una especie con su ambiente) se extendió a la investigación psicológica (humana y animal), lo que implicaba una clara invitación a construir psicologías decididamente objetivas.

La doctrina de la evolución impulsó asimismo la adopción de una concepción biológica de la conciencia. Vigente todavía a mediados del siglo XIX, el asociacionismo clásico analizaba la mente empírica únicamente de puertas adentro: se preguntaba «qué hay» en ella, qué prototipos de «contenidos» o estructuras psíquicas, simples o complejas, podían ser allí encontradas, descritas y clasificadas, y cuáles eran las leyes generales por la que se regían sus relaciones regulares; era, pues, una psicología de signo estructuralista. Dado su carácter fenomenista, todo esto se hacía con una evidente despreocupación de la posible relación entre la mente y el organismo y entre la mente y su entorno externo, como si dichas relaciones fueran absolutamente neutras para el ser y la estructura misma del conjunto del entramado mental, lo que implicaba una auténtica abstracción del objeto psicológico real.

La psicología nacida del evolucionismo, por su parte, adoptó la actitud teórica opuesta. Por un lado, bajo el supuesto de la unidad integral del organismo, se impone ahora una concepción relacional del psiquismo. La conciencia va a ser concebida en su medio natural, como algo «en» el mundo, como '<parte integral de» el organismo concreto (animal u hombre), concretamente como su componente más decisivo —por ser el más evolucionado— de la corriente de fuerzas biológicas naturales que lo constituyen. Así las cosas, la conciencia será tomada como una dimensión más de los procesos de economía vital del individuo, y concretamente un factor biológico que colabora con el cuerpo en la «solución de los problemas» que planteaba la relación poco amistosa organismo-medio. Por ello, el clásico ¿«qué hay» en la mente? debió ser

sustituido por la pregunta científica ¿«qué hace» ella en dichos procesos? o, más concretamente, ¿qué «capacidades», «actividades» o «funciones» específicas pone ella en juego en los procesos adaptativos del organismo al medio? Con esto, la dimensión estructural de la conciencia cedía el protagonismo a su dimensión instrumental adaptativa (de mediación entre el organismo y el medio), de manera que la nueva psicología de la adaptación debió tomar la forma de una psicología funcionalista. No podía ser de otra manera: para un evolucionista convencido resultaba seguro que, considerada en su estado actual, la conciencia debía tener algún valor biológico, pues, de lo contrario, tendría que admitir que la culminación de la evolución natural, la conciencia, era en sí misma un elemento superfluo, conclusión nada coherente con sus principios, dado que, de ser así, la selección natural ya la habría eliminado10.

En fin, hay que subrayar que el nuevo modelo biológico de la con-ciencia abrió para la psicología científica posibilidades temáticas ilimitadas, que en modo alguno estaban previstas en los modelos filosófico-psicológicos (racionalista y asociacionista) precedentes. En realidad, hubo una auténtica eclosión de ideas y propuestas psicológicas, sólo comparable a la ocurrida en los viejos tiempos de la Grecia Clásica. He aquí un breve apunte de estos nuevos perfiles.

1. El papel decisivo otorgado por la biología de la evolución a las «variaciones» (orgánicas y psíquicas) llevó a muchos psicólogos a tomar conciencia de que el hecho (y aun la posibilidad) de que los individuos (animal o humano) varíen en sus dimensiones físicas y psíquicas específicas no es algo que pueda ser simplemente ignorado, sino que es algo realmente sustantivo y constitutivo de la verdadera realidad biopsíquica de los seres vivos. Esto, junto con otros estímulos procedentes de la etnografía de los años cincuenta

10 Es por ello que, interpretando el sentido general de la nueva psicología, J. R. Angel] definía en 1907 la investigación psicológica —que ahora recibía la denominación general de psicología funcionalista— como un estudio de las «utilidades [capacidades, funciones. actividades] biológicas» de la conciencia, concepción que dominaría la nueva psicología científica norteamericana, desde su nacimiento en la década de 1880, como asimismo parte de la europea.

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y sesenta, instigó el nacimiento de una psicología diferencial (estudio de las capacidades de la con-ciencia individual), a la que la biometría y antropometría primero, y la psicometría después, aportarían importantes instrumentos de medida11.

2. La interpretación, por parte de la biología, de todos sus datos y observaciones desde un punto de vista genético y evolutivo dejó un marcado influjo en el resto de las ciencias que se ocupaban de los seres vivos. El propio Darwin señaló el camino con sus estudios psicológicos sobre el lenguaje, las emociones y el ins-tinto. La nueva psicología incorporará esta perspectiva genética y evolutiva al tratamiento de los procesos psicológicos. De hecho, la indagación del «origen» y «desarrollo» de las funciones psicológicas específicas, y aun de la misma personalidad de los individuos, asumiendo el punto de vista filogenético, tendrá un peso substancial en las primeras propuestas, y prácticas epistémicas, definitorias de la nueva psicología 12.

3. La idea de la continuidad de la vida orgánica situaba en primer plano la relación animal-hombre, pronto incluida parcialmente bajo la rúbrica psicología animal o comparativa. Esto debió resultar muy excitante en aquellos momentos: si bien con los datos disponibles podía ser afirmada la continuidad física animal-hombre, faltaba aún por demostrar fehacientemente la continuidad psíquica entre

11 En la propia Inglaterra se desarrollaría una práctica bio-psico-estadística, centrada inicialmente en la Escuela de Londres iniciada por Galton, con su propia gramática científica (Pearson, 1892), que pronto definiría una auténtica práctica científica (Danziger, 1985. 1990) 12 Todas las etapas del desarrollo psicobiológico del hombre, y no sólo la mente general en abstracto, comenzaron a tener interés científico para los psicólogos. Tras el Apunte biográfico de un niño (1878, escrito en 1840) de Darwin, en Alemania la psicología infantil seria desarrollada por D. Tiedemann y W. Preyer; en EE.UU.. por G. S. Hall y por J. M. Baldwin; en Inglaterra, por J. Sully; en Francia, por A. Binet y Compayre: y, en Italia, por G. Lombroso. En EE.UU. e Inglaterra se formaron incluso «Sociedades nacionales para el estudio del niño». La psicología de/ joven y la psicología del anciano tardaron algo más en llegar, pero los libros de Hall de 1904 y de 1922. respectivamente, serían dignos ejemplos de los nuevos intereses psicológicos. En todo caso, no se debe olvidar que, ya desde mediados del siglo XIX, Spencer venía realizan-do una interpretación genética y evolutiva de las sociedad humana en sus diversas dimensiones.

ambos. La labor adquiría caracteres de urgencia, por cuanto que de su confirmación dependía la verosimilitud de la tesis general de la evolución. La temática tenía, además, un aliciente añadido, pues, caso de ser asumida esa continuidad, los resultados de la investigación psicológica sobre el animal podrían ser extrapolados a los seres humanos13.

4. El principio biológico de la adaptación puso pronto de relieve la necesidad de una psicología del aprendizaje, de la que la propia psicología comparativa sería pionera. Dado que, para sobrevivir, el organismo debe adaptarse a las condiciones del entorno, el problema del aprendizaje de conductas adaptativas debió pasar a primera línea del interés de los psicólogos. Desde el punto de vista de la economía vital, el organismo debe tender a formar «pautas de conducta» sencillas, rápidas y eficaces; mas, en eso precisamente consiste el fenómeno del aprendizaje. El tema se inició en el seno de la psicología animal (década de 1890) y luego pasaría a la psicología humana.

5. El subrayado que hacía la biología del papel de la «herencia» en el proceso evolutivo suscitó un inmediato interés por lo que podría llamarse una psicología de la herencia. Nadie dudaba que los caracteres físicos son heredados por la progenie, pero faltaba aún por demostrar que lo fueran igualmente los caracteres psíquicos. Atractivo en sí mismo, el tratamiento del tema era también urgente, dado que una respuesta negativa daría al traste con la extensión de la tesis evolucionista al hombre14

6. En fin, concebida la vida como adaptación, la optimización del proceso adaptativo real adquiriría dimensiones de interés general

13 De este estudio se encargarían en Europa los Romanes, Morgan, Hobhouse, Pie-ron... Y, nada más cambiar el siglo, seria tema de interés dominante al otro lado del Atlántico, con los Small. Thomdike, Loeb, Yerkes, Watson, etc. 14 Sólo diez años más tarde de la publicación de Darwin sobre El origen de las especies. Galton inauguraría dichas investigaciones con El genio hereditario (1869). Estas iban a tener un rápido desarrollo a través de sus escritos y de muchos otros sus-citados por su obra en torno al binomio herencia-educación a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX.

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para los psicólogos. La necesidad de favorecer la mejor, más rápida y eficaz adaptación de los organismos a sus circunstancias empujaría a los psicólogos a atender las posibles aplicaciones de los conocimientos (y técnicas) psicológicos a la me-jora individual y social15 , de la que la eugenesia de Galton no sería sino sólo un primer reto.

4. DE LA FISIOLOGÍA SOMÁTICA A LA PSICOFISIOLOGÍA

Desde un punto de vista general, los primeros balbuceos de la nueva psicología, a mediados del siglo XIX, fueron realizados bajo el signo del laboratorio, debido a que el proceso de transformación de la psicología en una disciplina naturalista fue promovido, de modo inmediato, por los científicos del sistema nervioso. Habiéndose topado, mientras trabajaban en cuestiones de su ciencia propia, con un plus de problematicidad específicamente psicológica (percepción, asociación, memoria, etc.), ellos enfocaron los problemas psicológicos con la mentalidad naturalista de su primera disciplina, tratando de someterlos a las categorías y métodos científicos desde los que operaban en ella. En todo caso, no sólo fueron capaces de aportar, o al menos de inducir, soluciones científicas a dichos problemas, sino que además dejaron patente, quizás sin proponérselo de manera consciente, la necesidad de afrontar las cuestiones psicológicas desde una perspectiva fisiológica y experimental. De hecho, aquella etapa vio aparecer algunas aventuras teórico-sistemáticas que estaban dirigidas a elaborar una psicología fisiológica, que debía ser capaz de integrar en una concepción única el material neurológico obtenido en los laboratorios y la problemática clásica de la psicología empírica asociacionista.

El primero de aquellos esbozos sistemáticos se había debido a J. Müller, cuyo Tratado de fisiología del hombre (1834-1840) exploraba ya la

posibilidad de utilizar la fisiología científica del sistema nervioso para estudiar psicológicamente la conciencia humana. Los tres últimos libros de dicho tratado contienen lo que para Müller y para su época era la psicología experimental; el sexto, titulado «Acerca de la mente», versa sobre los procesos psíquicos de asociación, memoria, imaginación, pensamiento, sentimientos, pasiones, problema mente-cuerpo, fantasmas, acción, temperamento, sueño, etc. Sin embargo, aquel ensayo de Müller había sido un intento prematuro. El segundo esbozo correspondió a R. H. Lotze (1817-1881), médico y filósofo, sucesor de Herbart en la Cátedra de Göttingen, cuya Psicología médica o fisiología del alma (1852) se caracteriza por ser una psicología mecanicista, opuesta a la idea dieciochesca de «fuerza vital», que proporcionó a la naciente psicología científica su concepción básica como psicología fisiológica y una definición de su espacio específico: su Libro I se titula «Conceptos generales fundamentales de psicología fisiológica»; el II, «Elementos y mecanismos fisiológicos de la vida mental»; y, el III, «Desarrollo de la vida mental en la salud y la enfermedad». La obra de Lotze no aportó ideas originales, pero fue un excelente libro de texto de psicología fisiológica para su época, que marcó la línea correcta de la transición de la psicología filosófica a la psicología científica. En fin, la tercera aventura sistemática de una psicología fisiológica tardará casi un cuarto de siglo en llegar: fueron los Elementos de psicología fisiológica (1873-1874) de Wundt, de los que se tratará en otro capítulo.

15 Tras sus primeros desarrollos en las últimas décadas del siglo yen las prime-ras del , iba a adquirir una formulación canónica, como psicotecnia, con los textos que H. Münsterberg publicó en 1914: Tratado de psicotecnia y psicología: general y aplicada. Además, la Ciencia de la eugenesia, con Galton a la cabeza, sería una derivación de los nuevos intereses de la psicología aplicada, como también la optimización de recursos humanos.

Mas, entre la aparición de los citados textos de Lotze y Wundt, la investigación experimental en psicología fisiológica protagonizó uno de los episodios más brillantes en este proceso de transformación de la vieja psicología filosófica (empírica o racional) en una nueva ciencia natural. Como no podía ser de otra manera, dicha investigación redujo su ámbito a las cuestiones que eran comunes a los fisiólogos y a los psicólogos de la mente, a saber, la sensación y la percepción y, en menor medida, la memoria y la asociación mental; en efecto, desde el punto de vista cien-tífico, las décadas de 1850 y 1860 puede ser denominadas décadas de psicofisiología de la percepción. La iniciativa estaba en los Laboratorios y en las Cátedras de Fisiología, y no en las Cátedras de Filosofía, y las discusiones teóricas se polarizaron en tomo a un tema heredado de la

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filosofía —innatismo vs. empirismo—, que ahora, pasando a través de la ley de las energías específicas de los nervios de Müller, comenzó a ser igualmente patrimonio de los fisiólogos, con la nueva denominación de nativismo vs. genetismo. Con su original teoría de los «signos locales», destinada a explicar la percepción espacial, Lotze se colocó del lado del empirismo y se enfrentó a las posiciones innatistas del filósofo Kant y del fisiólogo Müller. Una vez reabierta la cuestión, la entrada en escena de los fisiólogos Helmholtz (1821-1894) y Hering (1834-1918) hizo que la antinomia nativismo-genetismo pasara a ocupar el primer plano de las dis-cusiones psicofisiológicas teóricas del momento.

Formado en fisiología con Müller y en física con Magnus, y físico él mismo por temperamento, Helmholtz, profesor universitario, trabajó sucesivamente como médico, como físico, como fisiólogo (y psicólogo) y, finalmente, otra vez como físico. A pesar de estos cambios profesionales, había un común denominador de tan dispar actividad, a saber, una concepción unitaria fisicista de la naturaleza. Su descubrimiento de la Ley de la conservación de la energía (1847) y su decisión de aplicarla a los organismos vivos fue su aportación específica al «pacto antivitalista», que él mismo había instigado en 1845, junto con los fisiólogos Du Bois-Reymond, Brüke y Ludwig (1816-1895). Luego se dispuso a aplicar aquella ley a los problemas fisiológicos y psicológicos llevando la psicofisiología de la percepción visual (1856-1866) y auditiva (1863) a la senda de la ciencia natural. Al igual que la de Lotze, la teoría de la percepción de Helmholtz es de signo empirista. Sus pilares son la experiencia y la inferencia inconsciente. La teoría afirma que, junto con los datos empíricos actuales, la percepción de la distancia, tamaño, color, etc., de los objetos contiene una abundante cantidad de datos de la experiencia que no están presentes de forma inmediata en el estímulo actual que la desencadena, y que tales aspectos de la percepción tienen lugar en función de las experiencias pasadas. Helmholtz llamó a esta clase de fenómenos perceptivos «conclusiones» o «inferencias inconscientes», y colocándose en la línea del empirismo asociacionista, declaró que estas inferencias tienen su origen en la re-petición y el hábito, que ocurren «mediante los procesos inconscientes de la asociación de ideas producidos en la oscura base de nuestro re-cuerdo», y, en fin, que son

irresistibles y mecánicas. En la polémica subsiguiente (década de 1860) participaron filósofos,

psicólogos, fisiólogos y psicofisiólogos. Entre los que optaron por el nativismo perceptivo estaba el fisiólogo E. Hering (1834-1918), un admirador de J. Müller, y profesor de Fisiología en Praga, que dedicó la década de 1860 a la investigación de la percepción visual del espacio, y la de 1870 a la investigación sobre la visión del color. Fue en ésta donde la oposición doctrinal entre el nativista Hering y el empirista Helmholtz se hizo más patente; en efecto, para Hering la retina está dotada originariamente de tres sustancias distintas, cada una de las cuales, al ser excitada por los procesos contrapuestos de desasimilación y asimilación, da lugar a tres colores, rojo-verde, amarillo-azul y blanco-negro, respectivamente. Entretanto, el joven W. Wundt, ayudante en el Laboratorio de Fisiología de Heidelberg (1857) dirigido por Helmholtz, e interesado ya en cuestiones psicológicas, escribió sus Aportaciones a la teoría de la percepción sensible (1858-1862), en las que sostuvo, desde su posición genetista, que la percepción es algo más psicológico que fisiológico, al tiempo que discutió la teoría empírica de la «inferencia inconsciente» como mecanismo general de la misma (Fig. 4.1).

No obstante, aunque sobresalientes, históricamente estas aportaciones de la fisiología psicológica de la percepción fueron limitadas. Lotze perdió la oportunidad de ser el fundador de la psicología científica, toda vez que a partir de la publicación de su Psicología médica (1852) —por lo demás, prendida aún en las redes de la metafísica del alma—, abandonó los intereses psicológicos por los de la filosofía. Los objetivos psicofisiológicos de Helmholtz y de Hering tampoco se dirigieron hacia la fundación de un nuevo campo disciplinar autónomo, pues la reducción de sus intereses científicos al campo específico de la sensación se lo impedía. Además, la posición teórica de Helmholtz era demasiado radical; habiendo tomado la psicología esencialmente como fisiología, y la fisiología esencialmente como física, de haber oficiado como «psicólogo», se habría opuesto al «mentalismo», al igual que lo había hecho con el «vitalismo», y hubiera propuesto una psicología netamente fisicalista para la que los tiempos no estaban todavía suficientemente maduros. En fin, tampoco la línea de la cronometría mental, desarrollada ya en la década de 1860, podía actuar

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como un buen aglutinante, puesto que se desentendió del componente fisiológico de los procesos mentales.

A pesar de tales limitaciones, las aportaciones de Müller, Helmholtz, Hering, del primer Wundt, de Donders, etc., habían dejado claro que, aplicados los métodos científicos a los problemas psicológicos, la idea de una psicología como «ciencia natural» no sólo era posible, sino que además contaba ya con un importante cuerpo doctrinal en la psicofi-siología del momento. Se verá en otro momento que la amplitud de intereses de Wundt —fisiológicos, psicológicos y filosóficos— y su capacidad de síntesis jugarán un papel importante en aquel momento histórico. En tal sentido, sus Aportaciones a la teoría de la percepción sensible adquieren ya en aquel instante una especial significación, no sólo por su contenido experimental y doctrinal sobre la percepción, sino también (y sobre todo) porque incluían el preanuncio de una nueva ciencia (con objeto, método y doctrinas propias), que, además de ser una «psicofisiología de la percepción», debía ser una «psicología fisiológica» en general. De hecho, fue Wundt el que, después de la de Lotze. se embarcaría en una nueva aventura sistemática en torno a dicha psi-cología, que culminó, en la década siguiente, en la publicación de sus Elementos de psicología fisiológica16. En todo caso, resulta dificil pensar que, sin el concurso de las tradiciones filosófica (racionalismo) y psicológica (asociacionismo clásico), la investigación fisiológica hubiese podido engendrar, desde sí misma, algo más que una mera fisiología experimental de la sensación. Fue precisamente asumiendo la pro-blemática psicológica de Bain y la metodología de los laboratorios de fisiología como aquel proceso histórico llegaría a culminar en la creación de una disciplina autónoma e independiente.

«Es indispensable que la ciencia que trata de la naturaleza y manifestaciones de los actos psíquicos estudie las relaciones de esos

16 Simplificando la complejidad de aquel proceso histórico, podría decirse que, empujada en primera instancia por los progresos de la fisiología (nervios, cerebro) y de la psicofisiología (percepción), la psicología como «ciencia natural» se gestó en la Universidad de Heidelberg (con Helmholtz, Wundt, década de 1860) y se constituyó formalmente en la Universidad de Leipzig (Wundt, década de 1870).

actos con los factores de-terminantes de los mismos y con sus manifestaciones externas (...). Con ello, la psicología perderá sus brillantes teorías generales; aparecerán grandes lagunas en su arsenal de datos científicos (...) siempre, y sin ninguna excepción, será un enigma indescifrable la esencia de los fenómenos psíquicos patentes a la conciencia (y de hecho, la esencia de los demás fenómenos de la naturaleza). Pero la psicología ganará mucho, ya que se basará en hechos científicos verificables y no en las sugestiones engañosas de la voz de la conciencia. Sus generalizaciones y conclusiones se limitarán a analogías reales, no estarán sometidas a la influencia de las preferencias personales del investigador. que tantas veces llevaron a la psicología a un absurdo trascendentalismo, y así se convertirán en hipótesis científicas objetivas (...). En una palabra, la psicología se transformará en una ciencia positiva.»

Sechenov, 1973. 350-351

5. PRIMERA EXPRESIÓN DE LA REFLEXOLOGÍA CEREBRAL En el contexto positivista cientificista de mediados del siglo , la fisiología iba a protagonizar otro nuevo capítulo en el proceso de constitución de la psicología como ciencia natural, esta vez a través de la figura del fisiólogo ruso 1. M. Sechenov (1829-1903), científico influido en lo ideológico por el movimiento de los reformistas y materialistas demócratas revolucionarios, y en lo científico por la fisiología experimental. Su actitud antiidealista le llevó a completar su formación científica en Alemania con varios integrantes del movimiento antivitalista que tanto estaba contribuyendo al clima intelectual en el que emergería la psicología objetiva (Ludwig, en Jena y Viena; Du Bois-Reymond, en Berlín, y Helmholtz, en Heidelberg). Allí defendió su tesis doctoral (1860), poco antes de regresar a Rusia. Dos años después (1862) fue en París donde, trabajando con C. Bernard (1813-1878), fisiólogo e iniciador de la medicina experimental, logró demostrar experimental-mente (utilizando técnicas electrofisiológicas en ratas) la acción inhibidora del cerebro sobre la actividad refleja de la médula espinal, punto central de su posterior propuesta psicofisiológica. Sechenov procuraría luego conjugar el determinismo y el mecanicismo de

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los fisiólogos alemanes con la visión más dinámica y totalista del Bernard. A ello se uniría la fuerte influencia, ejercida desde la distancia, por los evolucionistas Darwin y Spencer y por los fisiólogos británicos T. Laycock (1812-1876) y W. Carpenter (1813-1885), que le llevaría a formular una teoría de la evolución de las funciones psíquicas sustentada en la idea de que las leyes de la acción refleja se debían aplicar también al cerebro (Frolov, 1942, 24-29; Hearnshaw, 1989,118). Fue igualmente relevante la influencia ejercida por el filósofo alemán F. Beneke, quien, como activo opositor del idealismo trascendentalista, desempeñó un relevante papel en la incorporación a la psicología alemana, y desde allí a la rusa, de las ideas de la tradición sensualista francesa.

Tras superar el Comité de Censores de San Petesburgo, Sechenov logró publicar--como libro —Los reflejos del cerebro (1863), que contenía la revolucionaria afirmación de que incluso el cerebro —y no sólo la médula— trabaja en forma refleja, lo que implicaba una visión del psiquis-mo plenamente objetiva. Su programa naturalista se centraba en investigar científicamente la «actividad psíquica del cerebro» de los animales y del hombre, bajo el supuesto de que sólo la fisiología tiene la llave para descubrir las leyes científicas que rigen los fenómenos psíquicos.

La propuesta concreta de Sechenov se resumía en los siguientes principios básicos: 1) Naturalismo: la vida psíquica es en su totalidad una parte integral de la actividad del cerebro; toda ella, pues, debe ser categorizada como «naturaleza», y por tanto como dominio de las ciencias naturales. 2) Objetivismo: las manifestaciones externas de la actividad cerebral, reducidas a movimiento muscular como prototipo de comportamiento, traducen y abarcan por completo toda la vida psíquica de los organismos; la psicología será, por tanto, una investigación científica de las leyes fisiológicas que gobiernan dichas manifestaciones externas (Sechenov, 1863). 3) Evolucionismo: la vida orgánica y psíquica del animal (incluido el humano) es fruto de la evolución orgánica. 4) Reflexología: el movimiento muscular, que traduce en último término toda la actividad psíquica cerebral, tiene el carácter de un «reflejo», sea cual sea el nivel (medular o cerebral) en que se fundamente. En tanto que parte integral de la actividad cerebral, la actividad psíquica (consciente o inconsciente, voluntaria o involuntaria, sensación o emoción, razonamiento o arrebato

de éxtasis) cumple estrictamente los requisitos de un movimiento reflejo; es mecanicista. 5) Fisiologismo: todo reflejo tiene un estricto carácter fisiológico; ello elimina el estudio directo de la subjetividad, opción que supone una posición reduccionista. Por otra parte, Sechenov afirma que, además del «centro de reflexión», existen en el cerebro mecanismos secundarios (los de «inhibición» y de «intensificación» del reflejo) capaces de modificar el curso de los movimientos que dependen del arco central. Su acción se intercala entre el mundo estimular y las respuestas individuales, lo que permite explicar, científicamente, las peculiaridades de los actos psíquicos complejos, como los de emoción y pensamiento.

Radicalizando algunas de las posturas explicativas de lo psíquico desde lo fisiológico, Sechenov trascendió la teoría del «cuerpo-máquina» de Descartes, para recuperar la del «hombre-máquina» de La Mettrie, a la que dotó de un apoyo científico del que carecía la especulación del filósofo ilustrado francés. Su aportación llegó en un momento en el que la actividad cerebral seguía siendo todavía un territorio altamente inexplorado, permaneciendo en general al margen de la experimentación científica sistemática. La investigación sobre los hemisferios cerebrales basada en procedimientos de ablación cerebral (Flourens) no había ex-cedido la cuestión de la localización de sus funciones, como tampoco lo harían luego las basadas en los de estimulación eléctrica (Fritz e Hitzig) de la década de 1870, las cuales además permanecerían al margen de la reflexología sechenoviana. No obstante, en la década siguiente, los psicofisiólogos pudieron contar con la teoría de la neurona, propuesta por S. Ramón y Cajal (1852-1934) en 1888, cuyas nociones «núcleo», «prolongaciones» y «conexiones sinápticas» permitirían transformar las clásicas asociaciones de ideas de la psicología subjetivista en conexiones de centros nerviosos, teoría que en la divisoria de los siglos iba a colaborar en la formulación de las primeras versiones de una psicología auténtica-mente objetiva por parte de los herederos intelectuales de la idea del «reflejo cerebral» de Sechenov (cfr. «reflejos condicionados» de Pavlov; «reflejos neuropsíquicos» de Bechterev), decididamente al margen de los conceptos alma, mente, conciencia, etc., siempre mezclados con la metafísica y el subjetivismo (cfr. Nó, 1949). En todo caso, aunque hubo otras propuestas contemporáneas [por ejemplo, la de Hughlings Jackson (1835-1911)], la de

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Sechenov supuso la primera concepción fisiológica científica integral de la psicología contemporánea. Aparte de su valor en sí mismas, sus hipótesis teóricas fueron muy productivas por su carácter de sugerencia, de estimulo y de polémica.

Entonces, ¿procede afirmar que la psicología naturalista surgió de la aplicación de métodos experimentales, surgidos en la fisiología, a problemas derivados en gran medida de la filosofía? (O'Neil, 1975) Parece que sí; de hecho, cuando a mediados del siglo fisiólogos, médicos y físicos (como Lotze, Helmholtz, Hering, Sechenov, el joven Wundt, en incluso Fechner) sintieron la necesidad de transformar la psicología al uso en una disciplina científica, en la dirección de prestigiosas ciencias naturales, su referente era la «psicología de la mente» (de Stuart Mili y Bain), a la que debían aplicar los métodos experimentales y los conocimientos adquiridos ya por la fisiología de la sensibilidad y del movimiento y por la fisiología del cerebro. Pero tal respuesta resultaría históricamente incompleta si no se añadiera que la nueva psicología cien-tífica, al menos en la versión de Wundt y con más motivo en las psicolo-gías funcionalistas europeas y norteamericanas, incluye además como uno de sus componentes determinadas tesis —activismo, función, totali-dad, etc.— que tenían su origen en la filosofía racionalista moderna.

6. LA PSICOFÍSICA, INTRODUCTORA DEL EXPERIMENTO EN LA PSICOLOGÍA

El proyecto más definido de hacer del estudio de «lo psicológico» un saber científico, por la vía de la experimentación, correspondió al físico y filósofo Fechner. La biografía intelectual de G. Th. Fechner (1801-1887) —que pasa por períodos diferentes— muestra en él una personalidad singular. Tras obtener el grado de Medicina (Leipzig, 1822), decepcionado por esta disciplina, se orientó hacia la física y las matemáticas (período físico, 1823-1839), llegando a ser profesor de Física en Leipzig (1834)17. En 1839

17 Tradujo diversas obras de física y realizó estudios propios en esta materia. Dejó apuntado ya entonces un cierto interés por las cuestiones psicológicas: en 1830 escribió dos artículos

se vio aquejado de una grave dolencia de la vista18, que llegó a producirle un cierto desarreglo mental (período de crisis, 1839-1850). Obligado a dejar la Universidad, vivió recluido casi como un ermitaño, hasta que, en 1843, recobró la visión repentinamente, iniciando unos años de profunda transformación espiritual y religiosa. En ellos, a la vez que se iba apartando de la actividad científica, se comprometía cada vez más con la metafísica, especialmente con el espiritualismo 19, adoptando una actitud panpsiquista20 , que en cierta medida recuerda la de los filósofos Leibniz y Schelling. En realidad, Fechner pensaba que incluso los cuerpos celestes tienen vida interior o alma, de manera que el conjunto del Universo es un ser vivo, animado del orden más sublime; ello le produjo cierta impopularidad entre los científicos. Para superar el materialismo, Fechner intentó demostrar la identidad de lo psíquico y lo físico (de la mente y la materia): tal estrategia le permitiría argumentar que la conciencia, lo único de lo que tenemos idea directa e inmediata, constituye la verdadera y única realidad, no siendo el resto de los objetos y procesos físicos o fisiológicos otra cosa que puras ficciones de la misma. Prescindiendo de los elementos filosóficos que contiene, y de su falta de lógica inferencial, toda la fuerza del argumento de Fechner dependía, pues, de la posibilidad de demostrar dicha identidad científicamente.

La decisión de afrontar esta demostración dio paso a su período psicofísico (1850-1860). Una inspiración repentina (1850) llevo a Fechner a esbozar la solución general al problema, consistente «en convertir el incremento relativo de la energía corporal en una medida para establecer un aumento correspondiente en la intensidad mental». Tal argumento descansaba en el presupuesto de que, dado que los sucesos conscientes están correlacionados con hechos que suceden en el cerebro y en el

sobre colores, y en 1840 otro sobre las postimágenes subjetivas. 18 Por haber estado observando el sol durante mucho tiempo, a través de cristales deficientemente coloreados, en el curso de sus investigaciones sobre el fenómeno de las postimágenes. 19 Llegó a obsesionarse con la idea de que todo materialismo (explicación fisicoquímica de todos los fenómenos del Universo) era maligno, y de que sólo el alma y su vida más allá del mundo material constituían la única realidad. 20 Véase Nanna o de la vida psíquica de las plantas (1848).

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sistema nervioso, debe ser posible establecer una relación entre ambos extremos en la forma de una ecuación matemática exacta. La tesis central de este supuesto no era del todo nueva; de hecho, cabe suponer que la generalización empírica de Weber hubiera podido inspirar a Fechner la idea de que una serie aritmética de intensidades mentales podría corresponderse con una serie de incrementos de energías físicas. Sea como fuere, el objetivo específico de Weber (medición de m.d.p. –mínima diferencia perceptible-) y de Fechner (establecimiento de una relación exacta mente/cuerpo) eran muy diferentes21. La investigación experimental, requerida para apoyar aquella fórmula matemática, chocaba con la dificultad inicial de tener que medir estados mentales sin disponer

21 Aunque la psicofísica no tuviera antecedentes en sentido estricto, existían algunos

detalles aislados que podían ser interpretados en la dirección de la nueva ciencia, diseminados en numerosas memorias y trabajos de matemáticos, físicos, astrónomos, fisiólogos, etc. Parece que en estos campos, la ley general de la relación entre determinados procesos psíquicos y sus excitantes había sido ya aplicada al «sentimiento», incluso antes que a la «sensación». El precedente más significativo corresponde al astrónomo D. Bemouilli (1700-1782), de la Universidad de Basilea, que mientras trabajaba en la aplicación de la teoría de las probabilidades a los juegos de azar, en 1737, discutió lo que se conoce como mensura sortis, y llegó a concluir que todo añadido a un bien moral (mental) debe ser proporcional a las posesiones materiales que ya se disfrutan. Para expresar el principio de Bernouilli, el astrónomo, matemático y físico P. La-place (1749-1827) acuñó los términos «fortuna física» y «fortuna moral» (mental) y observó, en 1812, que existe entre ambas una dependencia similar a la señalada en dicho principio, de manera que todo añadido a la primera debe ser proporcional a las posesiones materiales que se tienen. Un siglo antes de que Fechner publicara su Psicofísica, el matemático L. Euler (1707-1783) presentó ya la función matemática que relaciona la intensidad del estímulo y la magnitud de la sensación en el sentido de la «Ley de Weber». Y, en el campo del sonido, Herbart y Frobisch hablan relacionado esta función con la dependencia de la percepción de intervalos tonales respecto de las frecuencias de vibración. En todo caso, si hay que marcar alguna deuda intelectual explícita, ésta sería con la psicología de Herbart y con la incipiente psicofísica de Weber. La Psicología como ciencia (1824) de Herbart proporción a Fechner varias iniciativas importantes: por un lado, que la psicología debe ser una «ciencia», que la medición mental es posible y que lo es asimismo un enfoque matemático de su estudio; por otro, varias nociones básicas, como las de «umbral» y de análisis de la mente a través de fenómenos relativos a los umbrales. La investigación experimental de Weber, además de aplicar la doctrina herbariana de los «umbrales», dio a Fechner la noción «m.d.p.», un avance de los métodos psicofísicos y la célebre generalización empírica que el propio Fechner categorizó como «Ley de Weber».

previamente de una unidad de medida de los mismos. Fechner creyó que podría salvar esta dificultad llevando el problema al ámbito de la sensación, y suponiendo que un aumento relativo de energía nerviosa [mejor, de los estímulos físicos que la desencadenan] se vería correspondido por un aumento de la actividad psiquica sensorial, constituyendo aquélla un índice fiable de ésta. Basándose en tales presupuestos, elaboró un vasto programa experimental, cuya realización duraría toda la década de 1850. Fechner pasaría todavía por un período estético (1860-1876); definió la estética experimental, realizó algún experimento en su campo, y estableció los problemas, métodos y principios de la psicología estética con la misma meticulosidad con la que había establecido los de la psicofísica. En esta etapa se interesó incluso por la teoría darwiniana de la evolución, que adaptó a su posición pansiquista22. Finalmente Fechner regresó a la psicofísica (1876-1887), retorno propiciando, en buena medida, por la importancia que ésta había alcanzado entre los nuevos psicólogos y por la generalizada controversia en torno a sus trabajos23; en esta etapa hay que destacar sobre todo su revisión de la psicofísica, de 1882.

Fechner definió la psicofísica como «una teoría exacta de las rela-ciones entre el alma y el cuerpo, y, de manera general, entre el mundo físico y el mundo psíquico»; una ciencia tan exacta como la física. No es, pues, un estudio del alma, ni del cuerpo, sino de las «relaciones funcionales y de dependencia recíprocas» entre ambos. Es por su objeto y procedimientos «ciencia», no metafísica: «todas las discusiones e investigaciones de la psicofísica se refieren especialmente al aspecto fenoménico del mundo corpóreo y espiritual [...]. Trata de lo físico en el sentido en que lo hacen la física y química, y de lo psíquico en el sentido de la teoría de la experiencia anímica, sin aludir a la esencia del cuerpo o del alma, que trasciende a lo fenoménico, tal como lo hace la metafísica» (Fechner, 1882). Su objetivo final es encontrar un fundamento científico 22 Véase Algunas ideas sobre la creación y evolución de los organismos (1873). 23 En 1874 escribió una pequeña crítica a la obra de Delboeuf (Estudios de psicofísica. 1873), luego publicó In Sachen der Psychophrsik (1877), y, poco después, apareció su Revisión de la psicofísica (1882), donde añadió nuevos datos y respondió a sus críticos, buscando satisfacer las exigencias que le estaba planteando la psicología experimental

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(experimental) de aquella relación y un lenguaje exacto que la exprese. Fechner dio por sentado que las citadas relaciones existen, que se

manifiestan en formas regulares y constantes y que ello permite deducir los cambios de un extremo de la relación, teniendo en cuenta los cambios observados en el otro. La psicofísica, añade Fechner, debe enfocar dicha relación desde la perspectiva de la dependencia de la mente respecto del cuerpo, y no al revés, pues sólo «lo físico» puede ser objeto de medida directa. Y, como «lo físico» puede ser tomado, bien como lo material externo, bien como lo orgánico-fisiológico, existirán dos tipos de psicofísica: «psicofísica externa» (estudio de las relaciones mensurables entre sensación y estimulación) y «psicofísica interna» (estudio de las relaciones directas entre sensibilidad y sistema nervioso). Esta segunda, fundamento de la primera, se correspondía con lo que en aquella época comenzaba a configurarse como una psicología fisiológica, ciencia que para Fechner estaba todavía en estado incompleto, ya que la inmadurez de la neurofisiología contemporánea aportaba a la psicología más promesas que verdaderas realidades. Esto le llevó a concluir que «las experiencias fundamentales para la totalidad de la psicofísica sólo pueden ser buscadas en el campo de la psicofísica externa, por cuanto que sólo ella es accesible a la experiencia directa e inmediata» (Fechner, 1882). En todo caso, la realización efectiva del programa de psicofísica fechneriano no llegó a cumplir la definición inicialmente propuesta. Su investigación experimental recayó únicamente sobre un punto, el de las relaciones sensación-excitación, quedando fuera todo lo relativo a las relaciones entre el resto de los fenómenos psíquicos (percepción, atención, memoria, conocimiento intelectual, lenguaje, sueño, etc.) y sus correspondientes estímulos.

La tarea más inmediata de la psicofísica consistió en definir sus instrumentos básicos de cuantificación: unidad de medida y métodos psicofísicos. La cuestión de la unidad de medida de lo mental era prio-ritaria. De los caracteres de las sensaciones (cualidad e intensidad), Fechner aisló la intensidad como dato mental primario y lo convirtió en el fenómeno prototipo de la psicofísica. Respecto del mismo, la experiencia cotidiana pone de relieve que es posible apreciar alguno de los cambios cuantitativos de las sensaciones (por ejemplo, tras comparar dos

sensaciones, decir cuál es más intensa o más débil; o comprobar que la intensidad de una sensación aumenta y disminuye con la intensidad de la excitación que la provoca). Mas, dicha experiencia no permite determinar «cuántas» veces una sensación es más fuerte o más débil que otra, ni cuál es exactamente el valor de la relación estímulo-sensación, esto es, si ésta crece como la excitación o si lo hace más intensa o más débil-mente. El problema original en ambos casos es que no se dispone de una «unidad de medida» de la sensación tomada como fenómeno psíquico. Pues bien, dado que, de acuerdo con su razonamiento, lo que se mide no es la sensación en términos absolutos, sino las «diferencias» de sensación, la intensidad de una determinada sensación vendrá dada por la suma de sus incrementos diferenciales, para los cuales la denominada por Weber «mínima diferencia perceptible» podría ser una medida adecuada. Así es como la «m.d.p.» vino a convertirse, para Fechner, en la unidad de medida de la sensación, y la magnitud total de una sensación fue estimada como la suma de sus «m.d.ps». Fechner asumió por principio que cada uno de estos incrementos constituye una «m.d.p.», por lo que dichas diferencias son siempre iguales. Fechner distinguía entre sensibilidad absoluta (el hecho de que una sensación sea percibida en términos absolutos) y diferencial (el hecho de que una sensación sea percibida como intensivamente diferente a otra), distinción que llevó también al ámbito del estímulo, de manera que el umbral relativo de éste consistía en la intensidad necesaria del mismo para producir un cambio de sensación mental. Tomando como referencia ambas sensibilidades, a través de la experimentación se podrán ir dando valores cuantitativos al estímulo que las provoca y establecer una escala de valores intensivos del mismo. Y, dada la correlación existente entre los cambios de sensibilidad y de excitación, el experimentador podría establecer asimismo series correlativas de intensidades de una y otra. En función de su variabilidad y de la dificultad de apreciación inherente a la apreciación de las «m.d.ps.» por parte del sujeto, Fechner decidió trabajar con promedios, y, rechazando los valores extremos, persiguió leyes de los promedios. La psicofísica, pues, debía usar procedimientos estadísticos. En concreto, para medir la sensibilidad diferencial propuso los métodos psicofísicos siguientes.

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1. Método de las mínimas diferencias perceptibles (más tarde llamado

método de los límites, o del cambio mínimo): para aplicarlo, «haremos que una persona levante dos platillos, A y B, cargados con pesos distintos, y compare uno de los pesos con otro un poco distinto. Si esta diferencia es lo suficientemente grande, entonces el sujeto la percibirá; en caso contrario, pasará desapercibida. El método de las «m.d.ps.» consiste en determinar cuál es la mínima magnitud de la diferencia [de estímulo] que puede ser reconocida como tal [...]. En general, conviene comenzar con diferencias grandes, e irlas disminuyendo hasta llegar a la mínimamente perceptible, y con la misma frecuencia seguir el procedimiento inverso, es decir, comenzar por diferencias muy pequeñas e imperceptibles e irlas aumentando progresivamente hasta llegar al punto en que serán perceptibles. Por último, se toma el promedio como diferencia misma» (Fechner, 1882). Realizados los oportunos experimentos, el recuento del número de «m.d.ps.» permite construir una escala sensorial cuyos ítems serán paralelos a los de la escala de estímulos, lo que posibilita el establecer la relación exacta entre cada cambio de intensidad sensorial y su correspondiente en la intensidad del estímulo.

2. Método de los casos verdaderos y falsos (llamado luego método constante, o método de los estímulos constantes): «si tomamos una diferencia pequeñísima de pesos y repetimos muchas veces el experimento, el sujeto sufrirá muchas equivocaciones en lo que respecta a la dirección de la diferencia, y considerará como más pesado el platillo más ligero, y a la inversa. Pero, cuanto mayores sean el peso añadido o la sensibilidad del sujeto, tanto más elevado será el número de aciertos en comparación con los errores o con el total de los casos. El método de los casos acertados y fallados —o de los casos verdaderos y falsos— consiste en determinar la magnitud del sobrepeso necesaria para que, en las distintas condiciones en las que suele estudiarse la sensibilidad, el sujeto dé la misma proporción de aciertos y errores [...]. Los casos en los que el sujeto duda no han de ser dejados de lado, sino que

la mitad de ellos ha de ser considerada como aciertos y la obra mitad como errores» (Fechner, 1882). Al comparar los estímulos, en la práctica de este método (que era original del fisiólogo K. von Vierordt), el umbral diferencial tenía las funciones mayor, igual e inferior.

3. Método de los errores medios (denominado luego método de ajuste y método de la reproducción): «considerando como peso patrón al peso de uno de los platillos de la balanza, es posible igualar el otro peso, el peso deficiente, con el peso patrón gracias al mero juicio de los sentidos. En general, el sujeto cometerá un determinado error, una equivocación que podrá comprobarse mediante el oportuno pesaje del platillo que el sujeto había considerado como idéntico al peso patrón. Si este experimento se repite muchas veces, los errores cometidos serán numerosos, y entonces se podrá calcular el promedio de los mismos [...]. Dado que los errores positivos y negativos dependen en idéntica medida de la ausencia de una percepción concreta, ambos son igualmente útiles para la medida [...]. Hay que sumarlos» (Fechner, 1882). Fechner adaptó este método, a partir de su uso en astronomía, para medir sensaciones táctiles y visuales.

Fechner subrayó tanto la aplicabilidad de estos métodos a cualquier área sensorial, como su complementariedad en relación a los objetivos de la psicofisica 24. Su uso sistemático en innumerables casos le puso en disposición de formular una ley general exacta capaz de expresar la relación de cualquier excitación o estímulo con cualquier sensación. En la misma línea de los trabajos de Weber, sus experimentos demos-traban 24 No obstante, juzgó que el método más práctico, más simple y más fácil de aplicar, y el que menos cálculos exigía, era el de las mínimas diferencias perceptibles. Era. además, el más conveniente para una primera determinación de los datos físicos, y también para los casos en los que no se dispone de mucho tiempo para las observaciones. No obstante, aun siendo «la herramienta más útil de la psicofísica», tiene sus inconvenientes: «no parece tan adecuado para las investigaciones más detalladas», «no obtiene la precisión definitiva de los otros dos métodos», y el grado de la llamada mínima perceptibilidad deja mucho más espacio a la «medida subjetiva» que los otros dos; Delboeuf diría que su falta de precisión es su mayor defecto.

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que siempre que la intensidad de una sensación aumentaba de manera continua por adición de unidades de «m.d.ps.», tenía lugar en la intensidad de la excitación correspondiente un aumento, que era una cantidad alícuota, siempre la misma, de la excitación total. Los experimentos concretos dieron como resultado que, para que la sensación aumentase en una «m.d.p.», la excitación debía crecer en la proporción de 1/3 para el sentido del tacto. de 1/7 para el de esfuerzo muscular, de un 1/3 para el de temperatura y el del sonido, y de 1/100 para el de la vista. Fue partiendo de este conjunto de datos como Fechner formularía la Ley general de la psicofísica: en efecto, determinada una serie de «m.d.ps.», y establecida la correlación entre dicha serie y la de las diferencias de excitación correspondientes, la comparación entre ambas le permitió concluir que, mientras que la serie de la excitación aumenta progresivamente, la de la sensación aumenta uniformemente, relación que contiene el principio general que expresa la sensación en función de la excitación.

Para plasmar en una fórmula matemática estos resultados, Fechner se apoyó en dos factores: la «Ley de Weber» (db/b = K, donde b representa la intensidad de la excitación y d un incremento de la misma); y un principio matemático previo, que sostiene que los aumentos pequeños de sensación son proporcionales a los aumentos pequeños de ex-citación. Su argumento fue el siguiente: «de acuerdo con la Ley empírica de Weber, el dg [donde g representa la intensidad de la sensación] permanece constante cuando db/b permanece constante, sin importar qué valores absolutos tomen db y b; y de acuerdo con el principio auxiliar matemático a priori, los cambios dg y db permanecen proporcionales entre sí en tanto permanezcan muy pequeños. Las dos relaciones pueden expresarse juntas en la siguiente ecuación: dg = K ' db/b, donde K es una constante (dependiente de las unidades seleccionadas para g y para b [...]. A esto se llamará la ley fundamental en la que se basarán las deducciones de todas las fórmulas consecuentes» (Fechner, 1860). Por integración, de dg = K dh/b resulta g=K log b, expresión matemática concisa que recibe el nombre de «Ley de Fechner» (y. también. «Ley de Weber-Fechner»), y que da el valor exacto de la sensación. Traducida al lenguaje vulgar, la expresión «la sensación aumenta como el valor del logaritmo de la excitación» significa

que, mientras que la intensidad de la sensación aumenta en proporción aritmética (1, 2, 3, 4.5...), la intensidad de la excitación aumenta en proporción geométrica (1. 2, 4, 8, 16, 32...). El empleo de una tabla de logaritmos permitiría saber en cuánto aumenta una sensación cuando la excitación aumenta en una cantidad conocida y, a la vez, realizar la operación inversa (véase Fig. 1).

Figura 1. Representación gráfica de la Ley de Weber-Fechner. Con el enunciado de la ley psicofísica, Fechner tenía en sus manos lo

que tanto había buscado —una ecuación matemática exacta sobre las

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relaciones entre lo mental y lo físico—, de manera que sus razonamientos filosóficos antimaterialistas podían seguir adelante. Más, dejando a un lado estas supuestas implicaciones filosóficas, históricamente la recepción y la crítica de la ley psicofísica fue desigual. Cierto que, en su opinión, el descubrimiento era «tan importante, general y fundamental. para las relaciones entre la mente y el cuerpo, como la Ley de gravedad para el campo del movimiento planetario», y que incluso había en el mismo «la simplicidad típica de las leyes de la naturaleza»; pero no es menos cierto que la crítica de sus contemporáneos fue mucho menos optimista25. Sea

25 Algunos psicólogos pensaron que la ley tenía únicamente valor fisiológico: en 1876, J. Ward basó su interpretación de la misma en las investigaciones fisiológicas que J. Bernstein (1871) había realizado sobre la teoría de la irradiación nerviosa. Fechner rechazó esta interpretación reiterando que su fórmula se refería únicamente a fenómenos de la psicofísica externa. Hubo incluso psicólogos que no llegaron a tener claro si la ley y los métodos tenían algo que ver con ellos. La opinión de W. James (1890) resulta clarificadora: «(...) se trata de un libro —dice de los Elementos de Fechner cuyas cualidades de integridad y agudeza sean tal vez imposibles de igualar; pero cuyo resultado psicológico específico (...) es absolutamente nada»; concede a «esta literatura aburrida» un valor disciplinario, pero le niega incluso el derecho a aparecer en una nota a pie de página. Desde perspectivas más específicas, las críticas afectaron a dimensiones diversas de la citada ley. Se afirmó que la expresión matemática de la misma era errónea, por cuanto que su autor asume como parte de la misma la existencia de sensaciones negativas. Fechner. en efecto, correlacionó un estimulo imperceptivo (que tiene objetivamente un determinado valor intensivo, si bien es un valor subliminar) con las llamadas sensaciones negativas (cuyo valor subjetivo es cero respecto del umbral absoluto), en cuyo caso las series del estímulo y de la sensación no partirían de una posición idéntica. Los herbartianos, al igual que Ward y Lotze, objetaron que se prestaba escasa atención a los fenómenos psíquicos implicados en el problema y que realmente se ignoraba la índole peculiar de los procesos mentales al asimilarlos a lo matemático más que a lo vital. Se trata de una objeción de profundo calado psicológico: no se niega la existencia de la relación cuantitativa, pero se subraya que en la realidad los resultados del proceso sensorial están condicionados no sólo por la intensidad de los estímulos, sino también por la actividad mental interna (por ejemplo, la atención) —y aun por la actividad fisiológica nerviosa—, con lo que las fórmulas psicofísicas ex-pondrían únicamente una pequeña dimensión de aquella relación, lo que implica que no revelan la naturaleza completa de la sensación. La objeción de que «los procesos vitales no pueden reducirse a la forma abstracta que exige el tratamiento matemático» fue seguida de varias otras mucho más concretas. Se discutió sobre si la sensación era o no susceptible de ser aislada (Delboeuf, Ward), llegándose a la conclusión de que los resultados de las mediciones no eran puros, ya que no cabe aislar la sensación intensiva. Se objetó incluso (James. Külpe) que las sensaciones carecían propiamente de intensidad [por ejemplo. una sensación

como fuere, la propuesta de la psicofísica no podía sino traer consigo una verdadera revolución en la metodología del estudio científico de los fenómenos mentales, al incorporar técnicas experimentales y estadísticas rigurosas que posibilitaban la aproximación científica a los mismos.

La década de 1860 contempló un importante número de episodios puntuales en torno a cuestiones de psicofísica, que fueron protagoniza-dos, muy particularmente, por profesores universitarios de fisiología (por

producida por la luz de una potente lámpara eléctrica y otra producida por la débil luz de una vela son ya en sí mismas sensaciones cualitativamente distintas, lo mismo que lo son dos sensaciones de gris de distinta intensidad]; por lo que, inválido el supuesto fechneriano del carácter intensivo de las sensaciones, quedaba invalidada la psicofísica misma. La objeción fue todavía más lejos: aun suponiendo que los estados psíquicos fueran intensivos, la experimentación psicofísica no puede ser un método de medición fiable para dichas magnitudes, dado que la «unidad psíquica» (la «m.d.p.»), además de ser un fenómeno psíquico subjetivo y particular, conlleva el supuesto (nunca probado) de la igualdad de todas esas unidades; en consecuencia. el propósito fechneriano de medir las sensaciones «subjetivas» median-te métodos «objetivos» exactos encuentra aquí limitaciones insalvables. En fin, se discutió asimismo (Hering, en 1872 y 1875) sobre si los hechos experimentales confirman o no las leyes de la psicofísica, y se convino que la fórmula final de Fechner no puede convertirse en una ley general para todo tipo de sensibilidad, sino que vale únicamente para algunos sentidos y dentro de ciertos límites.

26 El belga J. Delboeuf, que había iniciado sus experimentos psicofísicos en 1865, escribió Estudios de psicofísica, en 1873, y luego Examen crítico de la ley psicofísica (1883). En Alemania, G. E. Müller, que se convirtió en el representante más cualificado de la psicofísica tras la muerte de Fechner, comenzó su carrera de investigador con una revisión de la psicofísica, que incluía importantes innovaciones en su metodología (Sobre los fundamentos de la psicofísica, 1878); su célebre Laboratorio de Gotinga se convertiría en una escuela de formación de jóvenes psicofísicos, entre los que sobre-salieron L. J. Martin y V. Henri; sus ulteriores trabajos sobre esta materia de 1899 y 1903 se consideran como clásicos de la misma. K. Stumpf realizó una importante revisión de los conceptos de la psicofísica —cfr. particularmente el Vol. 1 de su Tonpsvchologie (1883)— y W. Stern (1871-1938) fue conocido entre los experimentalistas por su trabajo sobre psicofísica (1898). Y, ya en nuestro siglo, un alumno de Wundt. W. Wirth, escribiría Psicofísica (1912) y Spezielle Psychophysisch Massmethoden (1920). En EE.UU. destacaron algunos doctores de Wundt. J. Mc. Cattell (1896), en colaboración con Fullerton, criticó los métodos psicofísicos, contribuyó con la cons-trucción de aparatosp psicofísicos, ofreció una alternativa a la Ley de Weber [no «S = K log R». sino «S = VR»]. J. Jastrow trabajó también en el área, en colaboración con C. S. Peirce. desde mediados de la década de 1880. destacando por la crítica de sus métodos.

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ejemplo, Vierord, Helmholtz, Bernstein, Wolkman, Wundt). En la siguiente, y sucesivas, el interés iba a estar protagonizado ya, tanto en Europa como en EE.UU., por los nuevos profesores universitarios de psicología, que, al asumirla como propia, acabaron por hacer de la psicofísica y de sus métodos una parte regular del acervo común de la incipiente disciplina científica26. Desde esta perspectiva, parece que la historia inmediata dio la razón a Fechner. Tradicionalmente considerada «inefable» y sólo accesible a la introspección, y por tanto resguardada de la observación objetiva y del control experimental. la conciencia había venido escapando a todos los intentos de naturalizar su investigación. Mas, el espíritu riguroso y experimentalista de la psicofísica fechneriana —junto con la técnica de cronometría mental contribuyó eficazmente a que una fisiología cada vez más psicológica (orientada por las potentes investigaciones de los Lotze, Helmholtz, Wundt, Hering, G. E. Müller, Delboeuf, etc.), acabara por dar nacimiento, al menos en Alemania, a una nueva ciencia —una psicología fisiologizada— que hizo de la sensación el núcleo duro de sus iniciales programas experimentales. La psicofísica ayudó, pues, a poner las condiciones adecuadas para que, por la vía de la experiencia sensorial, la conciencia entrara en el laboratorio. A partir de entonces, sólo faltaba lograr el ámbito académico institucional que aquel giro experimentalista estaba reclamando a voces. Conseguido éste, los laboratorios universi-tarios irían incorporando en las décadas posteriores el resto de los pro-cesos de conciencia (la memoria, la percepción, el sentimiento, la atención y, finalmente, el pensamiento). De hecho, en los primeros laboratorios de psicología, los experimentos de cronometría mental y de psicofísica llenarían la mayor parte de las horas dedicadas a la experimentación psicológica. 7. EL PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA PSICOLÓGICO

HACIA 1870 Cuando, a partir de la década de 1850, el ideal de reforma naturalista de

la psicología comenzó a contar con resultados concretos, particularmente a partir de la fisiología experimental, del idealismo trascendental alemán

apenas si quedaba ya rastro perceptible. El viejo lema herbartiano —«la psicología como ciencia»— se fue implementando efectivamente con textos de psicología científica que se harían clásicos: Psicología médica (Lotze, 1852), Principios de psicología (Spencer, 1855), Los sentidos y el entendimiento y Las emociones y la voluntad (Bain, 1855 y 1859), Aportaciones a la teoría de la percepción sensible y El alma del hombre y los animales (Wundt, 1858-1862, 1863), Elementos de psicofísica (Fechner, 1860), Reflejos del cerebro (Sechenov, 1863), Óptica (vol. III. 1866), de Helmholtz, etc. Aunque Lotze y Fechner, al igual que numerosos filósofos y científicos que trabajaban en problemas psicológicos, pensaban todavía bajo una cierta influencia de la filosofía de la naturaleza del idealismo (lo que les mantenía aún prisioneros de la metafísica), en aquel amplio movimiento de psicofisiología científico-experimental parecía subyacer la máxima de J. Müller nemo psvchologus nisi physiologus y, con ella, la conciencia de cuál debía ser el camino adecuado para la transformación de la psicología, idealista o empírica, en ciencia natural. A pesar de su excelente formación en fisiología, Bain no podía recorrer dicho camino, porque no fue un experimentalista; por otra parte, ni el objetivo personal de Darwin ni el de Sechenov fueron hacer una psicología autónoma independiente de la biología y de la fisiología, respectivamente. Wundt, por el contrario, pensaba de otra manera: a partir de sus conferencias sobre «la psicología como ciencia natural» (Heidelberg, 1862), estaba más dispuesto a ello; de hecho, ya en esa misma década, dejó dos escritos, uno sobre «fisiología del hombre» (1864) y otro sobre «física médica» (1867), que en conjunto desembocarían en su futuro Tratado de psicología fisiológica (1873-1874), eje de la autonomía de la nueva psicología.

Hubo, ciertamente, muchas debilidades y limitaciones que lastra-ron la pretensión de cientificidad de aquellas primeras formas de psicología científica de mediados del siglo (por ejemplo, subjetivismo metodológico, fenomenalismo y conciencialismo, pretensión de exclusividad de la «vía de las ideas» —estructuralismo—, sensismo y mecanicismo radical, pasivismo mental, incapacidad de integrar fehaciente la multiplicidad de los fenómenos psíquicos a través de un sujeto, ausencia real de un verdadero sujeto mental —distinto del mero montón de aquellos fenómenos—, etc.).

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Y esto, sin duda, tornó francamente difícil el maridaje eficaz entre la vieja posición conciencialista dura y las nuevas visiones fisiológica y biológica de la mente. De ahí que parte de los psicólogos del momento (Bain, Fechner, Wundt) se refugiaran nuevamente en el paralelismo psicofísico, que algunos fisiólogos, menos audaces, proclamaran un eterno ignorabumus científico en lo relativo al conocimiento científico de la conciencia (Dubois-Reymond o Virchow). y que no faltaran quienes, desde las filas del evolucionismo darwiniano, decidieran llevar a sus últimas consecuencias el espíritu del pacto antivitalista de Helmholtz, a través de una biología monista consecuente, de la que la «psicología celular» de Haeckel, avanzada ya en 1866 y propuesta formalmente 1876, sería su manifestación más elaborada. No obstante, en este proceso histórico de naturalización de la psicología. la corriente general posterior a 1870 se olvidaría de aquellos extremos —el ignorabumus y el monismo—, para desarrollar ensayos psicofisiológicos de centro (paralelismos psicofísicos), mejor acogidos social y académicamente, y así lo mostrará a partir de la década de los setenta el triunfo de las psicofisiologías, por ejemplo, de Wundt, de G. E. Müller, de James o de Ebbinghaus. grandes protagonistas de la psicología científica en las últimas décadas del siglo XIX .

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