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LOS CAPITANES GENERALES DE ESPAÑA EN CUBA: 1868-1898. Coronel ® René González Barrios Presidente del Instituto de Historia de Cuba. En la larga data de dominación colonial española en Cuba, el siglo XIX fue, por muchas razones, el más intensamente vivido por quienes tuvieron sobre sus hombros la responsabilidad de velar, como capitanes generales, por los intereses de la corona en la isla. Para tan importante puesto, España designó a reputados y distinguidos militares, de gran influencia y protagonismo en la vida política y económica de la península. Entre los años 1800 y el 10 de octubre de 1868, fecha en que comienza la guerra de independencia de Cuba, veintiséis generales fungieron como gobernadores de la isla. A partir de entonces, y hasta el 31 de diciembre de 1898 en que se produjo la evacuación de las tropas españolas, lo desempeñaron 39. Tal cifra, nos brinda una clara idea de la dinámica política vivida en la Cuba en los últimos treinta años del siglo XIX, a raíz de la decisión de los cubanos de independizarse de España. Aquellos años fueron para la isla, el vivo reflejo de la tensa situación de una España sumergida en revoluciones, monarquías "democráticas" en sustitución de monarquías absolutistas, repúblicas efímeras, golpes de estado, pronunciamientos militares, guerras civiles, cantonales y coloniales, lucha contra el anarquismo, y profunda crisis económica, política y social. Tan triste y compleja era la situación de entonces, que el insigne novelista canario Benito Pérez Galdós, la caracterizó como una España de "...orates..." 1 1 Pérez Galdós, Benito. Amadeo I. Editorial TOR, Buenos Aires, 1944. Pág. 183.

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LOS CAPITANES GENERALES DE ESPAÑA EN CUBA: 1868-1898.

Coronel ® René González Barrios Presidente del Instituto de Historia de Cuba.

En la larga data de dominación colonial española en Cuba, el siglo XIX

fue, por muchas razones, el más intensamente vivido por quienes

tuvieron sobre sus hombros la responsabilidad de velar, como

capitanes generales, por los intereses de la corona en la isla.

Para tan importante puesto, España designó a reputados y distinguidos

militares, de gran influencia y protagonismo en la vida política y

económica de la península. Entre los años 1800 y el 10 de octubre de

1868, fecha en que comienza la guerra de independencia de Cuba,

veintiséis generales fungieron como gobernadores de la isla. A partir de

entonces, y hasta el 31 de diciembre de 1898 en que se produjo la

evacuación de las tropas españolas, lo desempeñaron 39. Tal cifra, nos

brinda una clara idea de la dinámica política vivida en la Cuba en los

últimos treinta años del siglo XIX, a raíz de la decisión de los cubanos

de independizarse de España.

Aquellos años fueron para la isla, el vivo reflejo de la tensa situación de

una España sumergida en revoluciones, monarquías "democráticas" en

sustitución de monarquías absolutistas, repúblicas efímeras, golpes de

estado, pronunciamientos militares, guerras civiles, cantonales y

coloniales, lucha contra el anarquismo, y profunda crisis económica,

política y social. Tan triste y compleja era la situación de entonces, que

el insigne novelista canario Benito Pérez Galdós, la caracterizó como

una España de "...orates..."1

1 Pérez Galdós, Benito. Amadeo I. Editorial TOR, Buenos Aires, 1944. Pág. 183.

Tal estado de cosas persistió hasta lograda la paz interna en la

península con la restauración borbónica en Sagunto, en 1875, y la

llegada de Alfonso XII al trono español. La prematura muerte del Rey

en 1885, dio inicio al gobierno de María Cristina de Habsburgo, de

relativa estabilidad nacional, hasta el sobresalto que constituyó el

reinicio de las guerras de Cuba, el 24 de febrero de 1895.

Durante el tiempo transcurrido en la guerra de los Diez Años -1868 a

1878-, España tuvo dos gobiernos militares, uno monárquico, cuatro

republicanos, y una regencia. Semejante inestabilidad político-militar

necesariamente tenía que reflejarse en el desempeño de la capitanía

general de Cuba y en la carrera militar de los jefes de su ejército,

quienes respondían a una u otra corriente política o grupo de poder.

Cada cambio de gobierno en la metrópoli implicaba, casi de inmediato,

cambios de gobernadores en la isla. Estos traían consigo sus hombres

de confianza y una vez en Cuba, comenzaban los nuevos

nombramientos y la sustitución y relevo de los jefes anteriormente

establecidos. Hubo jefes militares que en varias oportunidades durante

los diez años de la Guerra Grande, fueron y vinieron a la península por

esta causa. La falta de continuidad en el mando militar, fue uno de los

mayores escoyos que tuvo que enfrentar el ejército español durante

dicha guerra.

Consultando fuentes propiamente españolas, y en la prensa periódica

de la época, hemos determinado, en cifras no absolutas, que España

envió a Cuba durante la guerra de los Diez Años, al menos 151

generales, de ellos: tres capitanes generales de ejército; siete tenientes

generales; treinta y seis mariscales de campo; noventa y un

brigadieres; y catorce generales de marina.

La capitanía general de la isla cambió catorce veces de propietario; el

gobierno de la capital (Segundo Cabo), en 22 oportunidades; y la

jefatura del Estado Mayor de la Capitanía General, no menos de 21.

Este mal se trasladaba a todos los niveles jerárquicos de la cadena de

mando. En los partes del Boletín Oficial de la Capitanía General de la

Isla de Cuba se observa el constante ir y venir de jefes y oficiales por

diferentes departamentos militares, tropas, comisiones, etc. Diversos

factores contribuyeron a agravar esta situación.

Si bien el mantenimiento del control y dominio de la situación político

militar de la isla constituía un objetivo importante para el mando

español, mientras duró la última de las guerras carlistas, todos los

intereses del ejército se subordinaban a garantizar el logro de la paz en

la península. Ello explica en gran medida el traslado de jefes, oficiales,

y fuerzas -estas en menor cuantía- hacia España, con el fin de

fortalecer el mando militar y las tropas, en la guerra contra el carlismo.

Los jefes más destacados, los más capaces y mejor fogueados en el

laboratorio-escuela que constituyó la guerra de Cuba, eran sacados del

ejército de la isla y enviados a servir en la península ibérica.

Otro elemento que influyó negativamente en la continuidad y estabilidad

del mando español, fue la situación sanitaria de la isla y los constantes

brotes de enfermedades endémicas, que muchas veces obligaban al

relevo o sustitución definitiva o temporal, de los jefes y oficiales.

Por otro lado, cada Capitán General trazaba a su llegada a la isla, su

propio plan estratégico, con el que pensaba pacificar el país y alzarse

con el título de pacificador. En su casi totalidad, los nuevos

gobernadores desechaban las ideas, los métodos y las medidas

aplicadas por sus predecesores, por lo que cada nombramiento de

Gobernador de la isla implicaba la aplicación consecuente de un nuevo

plan estratégico, que casi siempre significaba también, el cambio de la

estructura y organización militar del país.

Desde el comienzo mismo de la guerra, los capitanes generales

tuvieron que enfrentar un enemigo interno que los obligaba a distraer

parte de su atención de los problemas de la contienda. El cuerpo de

voluntarios, el enemigo más recalcitrante de la revolución Cubana, fue a

la vez el catalizador por excelencia de la estabilidad del poder en la isla.

La mayoría de los capitanes generales se vieron obligados a renunciar

a sus mandatos, llevados, entre otros factores, por la presión de los

voluntarios.

Institución con gran fortaleza política y económica, estimulada e

identificada con el capitán general Francisco Lersundi y Ormaechea, a

quien sorprendió la guerra, expulsaron de la isla al capitán general

Domingo Dulce, manipularon a su antojo al interino Felipe Ginovés

Espinar y de la Parra, desestabilizaron el gobierno de Caballero de

Rodas con el fin de abrirle el camino al poder al general Blas Villate de

la Hera, Conde de Valmaseda, su ídolo mientras les fue incondicional, y

a quien después criticaron y sabotearon como gobernador. Igual suerte

corrieron Cándido Pieltain, quien renunció a los apenas cuatro meses

de gobierno, y José Gutiérrez de la Concha, muy hostigado durante su

mandato por su voluntad de lograr el fin del desorden administrativo.

El general Francisco Cevallos Vargas, capitán general interino,

comprendiendo la fuerza adversa que constituía el cuerpo de

voluntarios y el Casino español de La Habana, impuso con entereza su

autoridad y logró, durante su mandato, mantener el control de los

voluntarios, no sin antes enfrentarse a numerosas adversidades. Para

ello, Cevallos decidió no moverse de la capital, y nombrar un jefe de

operaciones militares que se encargara de la guerra, responsabilidad

que recayó en el general José Luis Riquelme.

José Gutiérrez de la Concha, capitán general de ejército y gobernador

de la isla, trató de sanear la administración y las finanzas y dio algunos

pasos dirigidos a cambiar el carácter cruento de la guerra, como fue,

perdonar la vida al General Calixto García, hecho prisionero herido.

Terminó enemigo de los voluntarios, viéndose obligado a renunciar.

Con una medida similar, a la implementada por Cevallos y Riquelme

–división de las funciones políticas y militares-, lograron los generales

Joaquín Jovellar Soler y Arsenio Martínez de Campos, echar las

simientes que les permitiera llevar a cabo el plan que los guió a la

pacificación.

Al analizar la conducción de las acciones militares por el mando militar

español durante la guerra de los Diez Años, vale destacar que éste se

caracterizó, en sentido general, por la participación directa de los

propios capitanes generales en las operaciones militares.

Buena parte del generalato español obtuvo sus ascensos por méritos

de guerra alcanzados en los combates y operaciones efectuadas contra

el Ejército Libertador cubano. Los jefes españoles, por regla general,

salían a operar con sus fuerzas y con ellas enfrentaban al adversario,

teniendo siempre en cuenta la necesidad de la preservación de la

vitalidad del mando. Los más osados se lanzaban personalmente al

combate al riesgo de sus propias vidas y del probable éxito de las

misiones encomendadas.

La llegada del general Arsenio Martínez de Campos y Antón a Cuba,

marcó el viraje de la guerra y el comienzo de la humanización del

conflicto armado. Esto, unido al desarrollo de nuevas concepciones

estratégicas y tácticas por parte del mando militar español, el arribo de

grandes refuerzos de tropas y armamentos, y, fundamentalmente, la

desunión de las filas revolucionarias, propició al ejército español la

victoria final sobre las armas Cubanas.

Desde finales de 1876, comenzaba a generalizarse entre los jefes

españoles de la isla, y los veteranos que ya habían regresado a la

península, la opinión de que la guerra de Cuba estaba perdida para

España. En una intervención del general José Luis Riquelme ante las

Cortes -había sido Jefe de Operaciones y Jefe de Estado Mayor del

ejército español en Cuba-, reflexionando sobre el estado de las tropas

españolas en la isla para noviembre de 1876, dejaba muy claro su

escepticismo y falta de fe en la victoria, cuando expresaba:

"De los 70. 000 hombres de que se disponen para entrar en

operaciones hay que descontar 12. 000 por enfermos, 8. 000 que

están ocupados en varias trochas, 6. 000 asistentes; 4. 000 en las

representaciones y las oficinas centrales, total 30. 000. Además,

hay que rebajar el ejército de ocupación, hospitales en campaña,

fuertes, pudiendo asegurar que de los 70. 000, solamente 18 o 20.

000 podrán entrar en campaña, con los cuales hay que ocupar

tres departamentos. El primero que es el Oriental, tiene 1. 400

leguas cuadradas, está lleno de bosques, de poblaciones

importantes y de insurrectos que han abandonado las armas, a

los cuales hay necesidad de vigilar? y bastan 4 o 5. 000 hombres

para el Departamento Oriental?2

José Gutiérrez de la Concha, tres veces Capitán General de la isla,

confesaba en el mismo foro que sentía ver como venía engañada la

juventud a morir irremisible y brevemente a los campos de Cuba bajo el

poder de los insurrectos y las enfermedades; como se destruía la

riqueza pública y privada, y que contemplaba la esterilidad de los

sacrificios de la nación sin otro resultado que su visible decadencia.3

El General Manuel Salamanca Negrete arremetía contra los excesivos

gastos de la hacienda en Cuba, las bajas del ejército y el estado de la

guerra, y llamaba al gobierno a la reflexión.

Mucho más lejos fue el general Arsenio Martínez de Campos cuando a

fines del año 1876, expresó al Presidente del Consejo de Ministros

Antonio Cánovas del Castillo:

"Déjese Ud. de mandar más gente a Cuba, que es lo mismo que

mandar reses al matadero; yo conozco aquello, como que allí he

tenido mando y hecho la guerra; Cuba está perdida para nosotros

hace cuatro años, todo lo que se haga para volverla a someter a

nuestra dominación es trabajo perdido. Cuba es inconquistable.

Trate Ud. de hacer un arreglo con los independientes cuanto

antes y lo mejor que se pueda, y retirémonos de allí para siempre.

2 La Voz de la Patria, Nueva York, año 1. No. 41; 15 de diciembre de 1876, página 2. 3 Ibidem, año II, no 44, 5 de enero de 1877, página 2.

Todo cuanto se haga fuera de ese criterio es una temeridad que

nos costará algunos meses más de lucha a sangre y fuego.

Créame Ud., revístase de toda la grandeza de alma que requiere

el caso y mande a nuestras tropas que se retiren de aquel

cementerio de españoles, donde no hemos sabido sostenernos en

ningún terreno y de ningún modo. Por desgracia, allí no

dejaremos más recuerdo de nuestra dominación que el odio al

hombre español que sus hijos atesoran en el alma con largueza y

pirámides de huesos calcinados de las víctimas de la codicia de

una gavilla impúdica de explotadores, sin fe ni ley que han hecho

granjería con los más caros intereses de la patria."4

En los momentos en que ya figuras de tanta importancia en la vida

política y militar de España ven la guerra como una catástrofe y la dan

prácticamente por perdida, el movimiento revolucionario cubano se

encontraba sumergido en una profunda crisis que se extendía a toda su

estructura, dentro y fuera de la isla.

El mando militar cubano, inmerso como estaba en una densa

amalgama de pugnas internas, no aprovechó, ni se percató con la

celeridad necesaria, de la situación real de las tropas y gobierno

español en la isla. La desunión no les dejaba ver las debilidades del

adversario.

España hizo entonces un último esfuerzo, esfuerzo supremo, y envió a

la isla al propio general Martínez de Campos, para que aplicara la

misma política hábil y astuta con la que había logrado derrotar al

carlismo. Se habría de ser enérgico, pero a la vez humano; tenaz y

persistente, pero a la vez flexible y reflexivo. Martínez de Campos dejó 4 La Independencia, Nueva York; año IV, No. 214; 16 de septiembre de 1876, página 1.

de fusilar, trató con caballerosidad a los prisioneros, y conversó siempre

con gran respeto con los jefes cubanos. Antes de él, en muy raras

ocasiones pudieron conversar cubanos y españoles. Por otro lado, se

hizo rodear de un cuerpo de estado mayor conformado por jóvenes

generales de amplia cultura y fino trato, con los que llevó a vías de

hecho su política pacificadora.

No obstante la paz alcanzada para mayo de 1878, el mando militar

español estaba consciente de que más que una derrota militar, el

ejército cubano se había auto aniquilado, y que el germen de la rebeldía

estaba latente. El capitán general Joaquín Jovellar Soler, confesaba al

concluir la guerra: "El país es totalmente insurrecto; y de las raíces de

esta guerra saldrá otra."5

A dicha opinión se une la de Martínez de Campos, quien refirió que si

un insurrecto gritaba nuevamente !Viva Cuba Libre!, España tendría

nuevamente guerra para diez años.6

Concluida la guerra, el gobierno español decidió nombrar al frente de la

isla al capitán general de ejército Arsenio Martínez de Campos, pero

solo por poco tiempo, pues por el prestigio alcanzado, pacificador en

España y Cuba, era llamado a la península para ocupar el puesto de

Presidente del Consejo de Ministros.

Tras dos meses de interinato del general Cayetano Figueroa, asumió la

capitanía general Ramón Blanco y Erenas, quien hubo que enfrentar

una nueva contienda: la llamada Guerra Chiquita, entre 1879 y 1880.

Los más resueltos jefes orientales, en su mayoría negros, decidieron 5 Guerra, Ramiro. Guerra de los Diez Años, tomo II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972. Página 378. 6 Ibidem, página 388.

emprender nuevamente la guerra en espera de la llegada desde el

exterior de los principales líderes: Máximo Gómez, Calixto García,

Vicente García y Antonio Maceo.

El general Blanco, desplegó una intensa campaña de espionaje y de

propaganda, haciendo ver que en esta ocasión se trataba de un

movimiento de razas. Ello causó mella en la opinión pública y en la

unidad de los revolucionarios. Con notable inteligencia, el mando

español penetró las fuerzas insurrectas y, en conocimiento de sus

contradicciones y asperezas, las exacerbó, obteniendo como resultado

su división y la paz.

Desde el mandato de Blanco, y en el período que medió entre 1880 –fin

de la Guerra Chiquita- y 1895, inicio de la Guerra Necesaria como la

llamara José Martí, los capitanes generales prestaron atención a los

pasos que los líderes revolucionarios daban por Centro América, el

Caribe, y Estados Unidos. La labor de los consulados españoles y sus

espías, fue eficiente.

La isla vivió en esos años un largo período de aparente calma, que los

historiadores designarían como tregua fecunda o reposo turbulento,

pues en los campos de Cuba permanecieron levantados en armas

solitarios ex combatientes, satanizados por la propaganda como

“bandidos”. En ese período, desembarcaron en la isla las expediciones

de Ramón Leocadio Bonachea, el 2 de diciembre de 1884; Carlos

Agüero Fundora, el 4 de abril de 1884; Limbano Sánchez, el 18 de

mayo de 1885; y Manuel García, el 6 de septiembre de 1887, las que

infructuosamente trataron de prender la llama independentista, al precio

de la vida de la casi totalidad de los expedicionarios.

Blanco, que gobernó durante dos años, renunció y fue sustituido el 28

de noviembre de 1881 por Luis Prendergast y Gordon, Marqués de

Victoria de las Tunas, primo hermano del político Segismundo Moret.

Las consecuencias de la guerra afloraban por doquier y su mandato se

hizo difícil por la polarización de la sociedad y la presión política de los

círculos de poder económico de la isla.

España había concebido el envío a Cuba de capitanes generales

ilustrados, capaces de impactar a la sociedad con sus brillantes hojas

de servicios e imponer el orden con sus vidas ejemplares. A

Prendergast lo sustituyó interinamente el mariscal de campo Tomás

Reyna y Reyna, poeta, escritor, historiador, y respetable militar, quien

con su conducta vertical, impuso durante algo más de un mes un

mandato recto, contrario a la corrupción y al compadrazgo político. Ello

provocó una avalancha de críticas por la prensa conservadora. Sin

embargo, en la población, dejó grato recuerdo.

El nuevo titular, teniente general Ignacio Maria del Castillo y Gil de la

Torre, había nacido en Jalapa, Veracruz, México. Hombre culto y

profesor de academias militares, continuó la línea de rectitud política y

administrativa de su antecesor, el interino Reyna. Su breve mandato de

un año fue caracterizado por un órgano de prensa como “de

resistencia”, por no dejarse influenciar por la presión de los grupos de

poder en la isla.

Se suceden entre noviembre de 1884 y febrero de 1890, seis capitanes

generales. Fue este período, de proliferación del bandidismo en los

campos de Cuba, con asaltos a haciendas y propiedades. En 1887, el

capitán general Sabas Marín González, veterano de la guerra de los

Diez Años, dictó Bandos para combatirlos, y desplegó una ofensiva

para su exterminio. Lo mismo había hecho su antecesor el teniente

general Ramón Fajardo, y sus sucesores los generales Emilio Callejas y

Manuel Sánchez Mira.

El 13 de marzo de 1889, el teniente general Manuel Salamanca y

Negrete, reputado en España por sus posiciones verticales ante la

corrupción, ocupó la capitanía general. Encontró en la isla una ruinosa

situación de podredumbre moral, contrabando, y permeada por el

bandolerismo. Con medidas enérgicas paralizó los fraudes y puso

orden en la administración con una bien organizada campaña de

moralidad. Dictó bandos y persiguió a los bandidos. El 6 de febrero de

1890, de manera inesperada, falleció en La Habana. La opinión pública

circuló la versión de muerte por envenenamiento.

Salamanca había autorizado la visita a La Habana y Santiago de Cuba,

del general Antonio Maceo. El jefe cubano arribó a la isla el mismo día

en que se realizaban las honras fúnebres del general Salamanca. Su

sola presencia, en las oscuras circunstancias de la muerte del

gobernador, marcó un impasse en la relativa tranquilidad de la isla. El

segundo cabo y capitán general interino Felipe Fernández Cavada y

Espadero, hubo de entrevistarse con él para aclarar y legalizar su

estancia. Cavada optó, caballerosamente, por respetar la autorización

del general Salamanca y permitió al héroe cubano, moverse libremente

por toda la isla. Ordenó además, retirar la guardia policiaca que sobre

Maceo permanecía permanentemente en el hotel Inglaterra en La

Habana.

El teniente general José Chinchilla y Diez de Oñate arribó a la isla el 4

de abril de 1890. Veterano de la Guerra de los Diez Años, donde una

herida de bala lo colocó al borde de la muerte, fue durante su breve

mandato tolerante y, según algunos periódicos de la isla, bondadoso.

Cumpliendo la palabra de su antecesor Salamanca, luego de

entrevistarse con el general Antonio Maceo con quien tuvo un trato

caballeroso, permitió su estancia en la isla. Al producirse un cambio de

gobierno en España, Chinchilla presentó su renuncia, que fue aceptada.

La suspicacia de algunos mandos militares interpretaba la estancia del

jefe cubano como las bases de la preparación de un movimiento

conspirativo, por lo que Maceo fue conminado por el nuevo capitán

general, Camilo García Polavieja y del Castillo, a abandonar la isla.

La visita a Cuba de Antonio Maceo en 1890, fue oportunidad

excepcional para que el líder cubano departiera con sus adversarios de

ayer en la guerra de los Diez Años, como el general José Lachambre

Domínguez y el coronel Fidel Alonso de Santocildes, con quienes

estableció estrecha y sincera amistad.

Polavieja desplegó a lo largo del Caribe una extensa red de agentes

que lo mantuviesen informado de los pasos dados por los generales

Antonio Maceo y Máximo Gómez. Fue, sin dudas, quien mayor empleo

hizo del espionaje, en esta época, en función de evitar una nueva

guerra en la isla. Gobernó con mano dura, sobre todo en el combate

permanente al bandidismo.

Nuevamente la tranquilidad se interrumpió, esta vez para el capitán

general Alejandro Rodríguez Arias y Rodulfo, cuando el 24 abril de

1893 los hermanos Manuel y Ricardo Sartorio, se levantaron en armas,

por once días, en el poblado de Purnio, jurisdicción de Holguín,

provincia oriental. Tres meses después, a los cincuenta y cinco años de

edad, falleció de una fulminante enfermedad. Había gobernado con

inteligencia y cautela. Algunos contemporáneos compararon su

mandato, por las similitudes, con el del general Salamanca.

A la muerte de Arias, el segundo cabo José Arderius García, cubano de

nacimiento, y ex ayudante del general Martínez Campos, asumió por

dos meses el mando.

A pesar de los indicios que la actividad de José Martí y el Partido

Revolucionario Cubano había desplegado en Estados Unidos, el

levantamiento armado del 24 de febrero de 1895, sorprendió al capitán

general Emilio Callejas Isasi, quien por segunda vez ocupaba la

titularidad del mando en Cuba. Sobre él pesaron acusaciones de liberal

poco resoluto, y débil con quienes profesaban ideas independentistas.

Para sofocar la naciente insurrección, pensó España en el vencedor de

la pasada contienda, el capitán general de ejército Arsenio Martínez de

Campos y Antón. El restaurador, recién había unido a sus lauros

militares, la pacificación en 1893 del enclave de Melilla. Ocupaba el

puesto de capitán general en Madrid, cuando Cánovas le propuso el

gobierno de Cuba.

El 4 de abril, partió a su nuevo destino, siendo despedido por su

entrañable amigo el ya anciano marqués de La Habana José Gutiérrez

de la Concha y el teniente general Camilo García Polavieja, ambos ex-

gobernadores de la isla. Declaraba al partir, que no iba "...a Cuba a

conquistar bélicos laureles, sino a completar una obra de pacificación y

de concordia."7

7 Colección facticia Vidal Morales. 082. Morales. Tomo XXIII, Sala Cubana, Biblioteca Nacional José Martí.

Previa escala en Puerto Rico a donde arribó el 13 de abril a bordo del

vapor María Cristina, llegó a Caimanera, Guantánamo, tres días

después, haciéndose cargo de inmediato del mando superior de la isla.

De Guantánamo pasó a Santiago de Cuba, donde ultimó detalles en la

organización de las fuerzas que de inmediato debía lanzar a combatir la

insurrección. Contra la voluntad del gobierno y los partidos políticos

españoles que pedían la represión drástica del movimiento

revolucionario, decidió conducir la guerra bajo sus conocidos conceptos

morales. Decía Martínez de Campos que "...ni cumplimiento del deber,

ni temor a la responsabilidad, ni sentimiento de Patria me obligan a

cometer crueldades, a faltar a mi conciencia."8

El 13 de julio en unión del brigadier Fidel Alonso de Santocildes,

presentó combate en la sabana de Peralejo a las tropas comandadas

por el general Antonio Maceo. La acción, costó la vida al bizarro

Santocildes, y Martínez de Campos, derrotado, se vio obligado a asumir

directamente el mando de las tropas y dirigir una rápida y organizada

retirada en dirección a Bayamo.

En tan temprana fecha como el 25 de julio, desde Manzanillo, escribió

a Cánovas explicándole su incapacidad para continuar en el mando de

la isla. En la importante misiva decía:

"Señor D. Antonio Cánovas del Castillo,

Mi muy querido y distinguido Presidente: tengo un trabajo ímprobo

y ésta es la razón por qué no le escribo a usted, sabiendo que

por los Ministros se le da cuenta de mis cartas: hoy pensaba

8 Martín, Juan Luis. Las guerras irregulares y la insurrección del mambí. Boletín del ejército, La Habana, 1954. Página 66.

escribir a usted y me acaba de entregar Aldecoa la carta tan

cariñosa que usted le dio.

Con este doble motivo entro con toda brevedad en materia, pues

lo que tengo que decir es muy grave, y sólo a usted compete el

apreciar quién, más que usted, debe tener conocimiento de ello.

Cuando llegué aquí había gran desaliento en los partidos

verdaderamente españoles, desaliento causado por la división y

encarnizamiento con que se tratan; creí que podría traerlos a

buen camino; me equivoqué; no son las ideas las que los dividen,

son las rencillas particulares. Los constitucionales, que son los

más y mejores, han padecido bajo el poder de los reformistas,

y éstos están enfurecidos conmigo porque creen, sin razón, que

yo me inclino a los primeros; puedo asegurar a usted que no es

exacto, me he limitado a tratar de deshacer cábalas, y eso a

medias. Los autonomistas están de buena fe, no tenían más

camino que marchar francamente a la insurrección, o tomar la

actitud que han tomado: al principio sirvieron, hoy no son más

que un estado mayor; las masas, como sucede siempre, se han

ido con los que más exageran.

Poco se puede contar con los tres aunque van reviviendo los

constitucionales, no le queda más recurso a España que sus

propias fuerzas.

Aunque al mes de estar aquí comprendí la gravedad de la

situación, no quería creer en ella: mis visitas a Cuba, Príncipe y

Holguín me empezaron a espantar; pero por temor a ser

pesimista, no dije todo lo que creía, y yo decidí no visitar sólo las

poblaciones de las costas sino entrar por el interior y confirmar por

mí lo que sospechaba y me decían mis subordinados: decidí,

pues, recorrer algunos puntos de las Villas, Spíritus, Príncipe y

Bayamo, y he sacado esta triste impresión. Los pocos españoles

que hay en la isla sólo se atreven a proclamarse tales en las

ciudades: el resto de los habitantes odia a España; la masa,

efecto de las predicaciones en la prensa y en los casinos, de la

conjuración constante y del abandono en que ha estado la isla

desde que se fue Polavieja, han tomado la contemplación y

licencia, no por lo que era, error y debilidad, sino por miedo, y se

han ensoberbecido; hasta los tímidos están prontos a seguir las

órdenes de los caciques insurrectos. Cuando se pasa por los

bohíos del campo no se ven hombres, y las mujeres, al

preguntarlas por sus maridos o hijos, contestan con una

naturalidad aterradora: "En el monte con Fulano." (Ni ofreciendo

quinientos o mil pesos por llevar un parte, se consigue); es

verdad que si los cogen los ahorcan; en cambio ven pasar una

columna, la cuentan y pasan los avisos voluntariamente, con una

espontaneidad y una velocidad pasmosas.

Además de las partidas grandes hay las pequeñas; éstas son

las que nos favorecen, porque cometen mil fechorías y los

desacreditan; es verdad que si el daño lo hacen a algún insurrecto

son ahorcados.

Los cabecillas principales dan muerte a todos los correos; pero

tienen una generosidad fatal con los prisioneros y heridos

nuestros.

No puedo yo, representante de una nación culta, ser el primero

que dé el ejemplo de crueldad e intransigencia; debo esperar a

que ellos empiecen.

Podría reconcentrar las familias de los campos en las

poblaciones; pero necesitaría mucha fuerza para defenderlos: ya

son pocos en el interior los que quieren ser voluntarios; segundo,

la miseria y el hambre serían horribles y me vería precisado a dar

ración, y en la última guerra llegué a dar cuarenta mil diarias:

aislaría los poblados del campo, pero no impediría el espionaje:

me lo harían las mujeres y chicos: tal vez llegue a ello, pero en un

caso supremo, y creo que no tengo condiciones para el caso.

Sólo Weyler las tiene en España, porque además reúne las de

inteligencia, valor y conocimiento de la guerra: reflexione usted,

mi querido amigo, y si hablando con él, el sistema lo prefiere

usted, no vacile en que me reemplace; estamos jugando la suerte

de España, pero yo tengo creencias que son superiores a todo, y

que me impiden los fusilamientos y otros actos análogos. La

insurrección hoy día es más grave, más potente, que a principios

del 76, los cabecillas saben más y el sistema es distinto de

aquella época.

Con las fuerzas que vienen en Octubre, ¿concluirá pronto? No

lo sé: a veces lo creo fácil, otras muy difícil; si pudiéramos impedir

los desembarcos ganaríamos mucho. Los marinos trabajan bien,

pero ni en esta guerra ni en la pasada se ha hecho lo que yo creo

conveniente: la zona de peligro para los contrabandistas es de

tres millas, que por la noche, con la bórea del mar, la salvan en

media hora; y es muy casual, lo pueden evitar; son vistos por el

humo y por los palos a siete millas, y ellos no divisan los botes

sino a una o dos; pueden éstos colocarse, antes que lo alcancen,

fuera de la zona, o acogerse al estero, y pasar el barco sin ver

nada; faluchos como los guardacostas en las ensenadas, quietos

por el día y vigilando por la noche, darían más resultado, y entre

todos no costarían lo que un torpedero y se guarnecían con 320 y

640 soldados: este proyecto no gusta, y sin embargo, me aferro a

que es el único partido.

Vencidos en el campo o sometidos los insurrectos, como el país

no puede pagar ni nos quiere ver, con reformas o sin reformas,

con perdón o con exterminio, mi opinión leal y sincera es que

antes de doce años tenemos otra guerra; y si todavía nosotros no

diéramos más que nuestra sangre, podrían venir una y otra; pero

¿puede España gastar lo que gasta? Problema es éste que no se

ha de resolver ahora: en este momento no hay más que pensar

en someterlos, cueste lo que cueste; pero que a los estadistas

como usted, a los que tienen que mirar al porvenir, debe

preocuparles, y ver si se halla el medio de evitarlo.

No puedo concluir sin decirle a usted que nuestro soldado es un

mártir por sus sufrimientos, el más disciplinado del mundo, el más

manejable y, con buena dirección y buenos jefes, el más valiente:

que tanto él como la oficialidad tienen un espíritu levantado. !Ah!

si yo pudiera alimentarlos bien! Pero los convoyes son nuestra

muerte, el racionamiento es poco menos que imposible.

No puedo hablar mal de los insurrectos en el mismo sentido;

están fanatizados y esto casi les iguala a los nuestros.

Esta es la impresión que he sacado de mi visita, que si

censurabilísima en un General en Jefe, me ha servido para

concluir de fijar mi concepto.

...Usted sabe cuánto le quiere y respeta su afectísimo amigo

q.b.s.m.

Arsenio Martínez de Campos"9

Las posiciones asumidas por Martínez de Campos hacia los cubanos

llevaron a rumorar sobre supuestas simpatías de éste hacia los

revolucionarios. A ello contribuyó la respuesta que diera al

corresponsal norteamericano del periódico Herald, Eugenio Bryson,

cuando le propuso asesinar al general Antonio Maceo, y Campos le

contestó que "...si de esa manera tenía que deshacerse de Maceo éste

9 Méndez Capote, Domingo. Trabajos. La Habana, 1930. Página 254.

viviría toda su vida."10 A tal punto llegaron las opiniones contrarias a

Martínez Campos, que durante la invasión, un bodeguero catalán a

quien el general insurrecto José Miró Argenter pidió informaciones

sobre el gobernador de la isla le respondió que "...Martínez Campos

simpatiza con los de Cuba Libre; como que es hijo de una parda de

Cienfuegos y de un militar español."11

No obstante a su manifiesto deseo de abandonar la isla, Cánovas no

aceptó su renuncia y lo mantuvo en el poder, deteriorando cada vez

más su imagen política y pública.

La guerra siguió su curso ascendente, y el ejército libertador, con sus

dos mejores capitanes al frente, los generales Máximo Gómez y

Antonio Maceo, impusieron ritmo y sello propio al accionar militar

cubano que lo hizo indetenible en su campaña invasora. Las

concentraciones de tropas ordenadas por Martínez de Campos para

detener el curso de la invasión, se estrellaron primero en Mal Tiempo, y

después en Coliseo, contra la poderosa columna invasora que

indetenible entró en la provincia de La Habana para llevar después la

revolución hasta lo más occidental de la isla.

Conocedores los jefes cubanos de las características personales de

Martínez de Campos, Máximo Gómez le escribió con fecha 16 de

enero de 1896 una carta convidándolo a reflexionar sobre el fin de la

guerra, donde le planteaba:

"No más sangre General, no más tea, pues España es y será

siempre la responsable de tanta ruina y de tantos desastres. 10 Griñán Peralta, Leonardo. Maceo. Análisis caracterológico. S/f. página 105. 11 Franco, José Luciano. Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida. Tomo III. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1989. Página 44.

Puede usted hacer mucho bien a ambos pueblos, así lo creo yo,

pues es el único (que yo entiendo) que comprende la situación

insostenible para usted mismo, tan honrado como patriota, y por

lo tanto, de lo inútil que serán sus esfuerzos y sacrificios

combatiendo a las huestes libertadoras, dispuestas a no cejar ni

un punto hasta realizar su propósito de libertad."12

Martínez de Campos al día siguiente acusó recibo de la carta de

Gómez, informándole que cualquier tema que quisiese tratar respecto a

Cuba, lo hiciese con el teniente general Sabas Marín, pues hacía unas

horas que había cesado en el gobierno de la isla. El 17 de enero

entregaba oficialmente el mando al general Marín, y el lunes 20

zarpaba de regreso a la península en el vapor correo Alfonso XII,

acompañado de sus tres hijos varones que lo habían seguido en la

campaña Cubana. En su proclama de despedida afirmaba no haber

"...sido afortunado como general en jefe y no he acertado a seguir la

política de guerra a que me querían obligar los partidos constitucional y

reformista por impedírmelo mi conciencia y mis sentimientos

religiosos..."13

No hubo grandes deferencias en su despedida, y a su arribo a España

el 6 de febrero, se enfrentó a críticas y ofensas por el fracaso de su

mando en Cuba. La prensa intransigente lo atacó insistentemente para

regocijo de sus enemigos. Entre los más acérrimos críticos del mando

de Martínez de Campos en Cuba estuvo el general Borrero, quien llegó

incluso a retarlo a duelo. El lance fue evitado por el gobernador de

Madrid capitán general Primo de Rivera, que personado en el lugar del

12 Colección facticia Vidal Morales. Sala Cubana, Ob. Cit. 13 Martínez Fortún y Foyo. J. A. Anales y efemérides de San Juan de los Remedios y su jurisdicción. Tomo IV, La Habana, 1931. Página 221.

desafío, y ante la negativa de ambos generales a dar su palabra de

desistir del duelo, los arrestó.

El capitán general de ejército Arsenio Martínez de Campos y Antón, a

quien los cubanos llamaban popularmente desde la guerra de los Diez

Años como Martinete, demostró ser un jefe militar hábil y sagaz, con un

alto concepto del honor militar. De sus adversarios en los campos de

Cuba mereció siempre manifestaciones y frases de elogio. Máximo

Gómez lo conceptualizó como "...el general español más bravo y astuto

que nos combatió."14 Antonio Maceo reconocía en él a "...un enemigo

vencedor, que aprecio por su hidalguía y honradez."15

Años después, al conocerse en Cuba su muerte el 23 de septiembre de

1900, un periódico de la isla reflejaba, en justa nota necrológica, el

concepto que de él tenía el pueblo cubano:

"El cable nos comunica la noticia de la muerte del general

Martínez Campos. Nada debe impedirnos decir que la recibimos

con la pena con que se reciben las noticias tristes. El general

Martínez Campos fue un adversario de los cubanos; fue un

enemigo activo de los que defendíamos en esta tierra la bandera

de la independencia. En nuestras dos grandes guerras combatió

con la espada nuestros ideales, poniendo en juego sus múltiples

facultades como soldado y hombre político, con gran éxito en la

Revolución de Yara, con denuedo, aunque sin éxito, en la de

Ibarra y Baire.

14 Gómez, Bernardo. General Máximo Gómez. Revoluciones … Cuba y Hogar. La Habana, 1927. Página 44. 15 De Granda, Manuel de Jesús. La paz del manganeso. Academia de la historia de Cuba, La Habana, 1939. Página 23.

Pero adversario o enemigo, el general Martínez Campos lo fue

con nobleza y elevación de miras. Él amaba a su patria, y la

defendía con su espada y con su inteligencia, con su brazo y con

su corazón, sin ensañarse con los vencidos, sin hacer víctimas

por experimentar el placer salvaje de la bárbara venganza, sin

cerrar las puertas a la reconciliación que buscaba y al olvido que

preconizaba.

Cuantos en Cuba le sucedieron, a la paz del Zanjón o después

de los desastres de Peralejo, de Mal Tiempo y de Coliseo, sólo

sirvieron para engrandecer su personalidad, que no admite

comparación con la de ninguno de sus émulos o rivales.

España ha perdido a uno de sus buenos hijos. Hombre

impulsivo, de más aliento que ciencia, de más resolución que

capacidad, no tuvo las condiciones de un estadista. Pero su

corazón, la rectitud de sus intenciones, le hacían ver con cierta

claridad dónde se encontraban las conveniencias de su país.

Claro está que nosotros creemos que en España lo mismo que

en Cuba, se equivocó con frecuencia; pero sería injusto

desconocer que todos sus actos los inspiró el deseo de acertar y

el propósito de servir los intereses de su patria.

Como quiera que se mire, fue, sin duda alguna, un patriota; es

decir, un hombre que procuró trabajar por el engrandecimiento de

la tierra en que naciera, no ahorrando esfuerzos personales, y

arriesgando la vida en defensa de lo que creía que podía

contribuir a ese engrandecimiento.

A pesar de las faltas graves que cometiera, su vida le da

derecho a ser considerado como una de las más salientes figuras

de la España contemporánea. Incompleto y todo, no fue un

hombre vulgar, sino un carácter que tenía su sello propio, y un

alma que se movía a impulso de ideas elevadas y rectas.

Patria se asocia al duelo de España por la muerte de uno de sus

hijos ilustres, cuya memoria no evoca sino sentimientos de

simpatía y piedad en el corazón de los cubanos que fuimos sus

contrarios, al luchar por la independencia cubana."16

Era el modesto y honorable homenaje de los cubanos, al adversario

bravo e hidalgo a que se refirieron Gómez y Maceo.

Tras la partida de Martínez Campos, el general Sabas Marín, por

tercera vez ocuparía la capitanía general. Era uno de los jefes militares

españoles que mayores conocimientos tenía de la dinámica de la isla,

pues había servido en ella durante muchos años, ocupado la capitanía

general como interino en 1886 y como titular entre 1887 y 1889.

Hombre culto, alejado de las intrigas políticas, condujo el mando hasta

la llegada de Valeriano Weyler.

Reputado en el ejército español, como uno de los más recios y

batalladores de sus generales, Valeriano Weyler y Nicolau, veterano de

la campaña de Santo Domingo y protagonista activo en las operaciones

de la guerra de Cuba durante los primeros cuatro años de la Guerra

Grande, arribó a La Habana en febrero de 1896. El solo anuncio de su

presencia y sus palabras preconizando que haría la guerra con la

guerra, unido a los antecedentes de su actuar en Cuba, estimulo la

emigración de muchos cubanos.

Dotado de un sustancioso refuerzo en hombres y recursos, emprendió

una intensa campaña militar basada en el establecimiento de trochas

militares, la dislocación en el terreno de poderosas columnas de 16 Colección facticia Vidal Morales. Ob. Cit.

operaciones, y la aplicación de una nefasta y cuestionada política de

reconcentración de la población civil en los poblados y ciudades. Miles

fueron las bajas cubanas, en especial civiles, a causa del hambre, la

desnutrición y las enfermedades, y miles también las de soldados

españoles víctimas de las epidemias.

Weyler llevó la guerra a los extremos. Como militar, su temeridad y

acometividad no fue cuestionada por los principales jefes cubanos que

reconocían en él a un hombre de guerra. Si lo fue, sin embargo, la

política de guerra aplicada, muy similar a la llevada a cabo por el Conde

de Valmaseda entre 1868 y 1869.

La prensa norteamericana se aprovechó de los excesos de la política

weyleriana para satanizar al general y desarrollar una campaña de

prensa dirigida a preparar a la opinión pública para la justificación de la

entrada de Estados Unidos a la guerra. Desde el punto de vista militar,

si bien en los momentos iníciales la campaña desplegada por Weyler

tuvo algunos frutos, la misma no logró pacificar el país. Los insurrectos

cambiaron su táctica de combate y encontraron, en el accionar

guerrillero, una nueva forma para el enfrentamiento a las poderosas

columnas de operaciones.

Lo cierto es que, la muerte del general Antonio Maceo, a quien Weyler

consideró siempre el más capaz y valiente de los jefes cubanos, no

significó la pacificación de la provincia de Pinar del Río ni del occidente

del país. De hecho, los partes de guerra españoles demuestran que en

1897 hubo más acciones militares en ese territorio, que en el año

precedente.

El historiador militar cubano René E. Reyna, en su extraordinaria obra

“La Invasión, reflexionaba:

“La política militar del general Martínez Campos dañaba más a la

revolución Cubana que la que adoptó más tarde el general

Weyler. Las medidas violentas, exterminadoras, de este último,

resultaron contraproducentes, porque es ley histórica que

mientras más se hostiga a un pueblo que ama su libertad, más

grande surge de su propio infortunio. Weyler no contó con la

opinión pública, y precisamente es la fuerza más poderosa para

resolver un conflicto armado; he ahí su fracaso. Por eso Maceo,

con la clara visión de futuro que tiene todo hombre excepcional,

proclamó a Weyler el mejor aliado de la revolución.”17

Fracasado el plan de Weyler, España nombró por segunda ocasión

como gobernador de las isla, al capitán general Ramón Blanco y

Erenas, el hombre que había logrado poner fin a la guerra chiquita entre

1879 y 1880. Blanco apostó por estimular el autonomismo y fomentar

estrategias de paz y atracción de los jefes cubanos. Logró captarse

algunos y la decepción de los menos resueltos. Las fuerzas cubanas

ocupaban cada día más territorios en los campos y montañas, y las

españolas se concentraban en la defensa de plazas y el movimiento en

sus conocidas poderosas columnas de las tres armas.

En el oriente cubano, el general Calixto García ocupaba poblados y

ciudades. Ello era un indicio fuerte del principio del fin o dicho de otro

modo, de la cercanía de la paz. Vino entonces la voladura del

acorazado norteamericano Maine y la intervención de Estados Unidos

en la guerra. Blanco recordó que cubanos y españoles teníamos las 17 Revista Carteles. Vol. XXIII. No. I. La Habana, 6 de enero de 1935. Página 22.

mismas raíces y propuso al jefe del ejército libertador unir las fuerzas

para derrotar al naciente imperio del norte. En carta a Máximo Gómez le

expresó:

“…Los cubanos recibirán las armas del ejército español y al grito

de ¡Viva España! y ¡Viva Cuba! Rechazaremos al invasor y

libraremos de un yugo extranjero a los descendientes de un

mismo pueblo…”18

El hecho mismo de la propuesta, era un reconocimiento al valor del

Ejército Libertador y sus jefes. Máximo Gómez le respondió: “…es muy

tarde para una inteligencia entre su ejército y el mío…”19

Con un valor quijotesco, los soldados y jefes españoles defendieron a

ultranza los restos de lo que fuese su antigua joya de la corona, la

siempre fiel isla de Cuba. España perdió la guerra. En noviembre de

1898, Blanco regresó a España y ocupó la capitanía general en

condición de interino, el general Adolfo Jiménez Castellanos, veterano

de la Guerra de los Diez Años. Ese mismo mes fue nombrado

Presidente de la Comisión de evacuación de la isla. Tuvo el triste

privilegio, el 1ro de enero de 1899, de arriar la bandera que durante

casi cuatro siglos gobernó la isla. Fue el último capitán general español

en Cuba.

Los días previos a la evacuación fueron de confraternización entre los

soldados cubanos y españoles, encarnizados adversarios de ayer. El

general en jefe del Ejército Libertador, el dominicano Máximo Gómez

Báez, al presenciar la partida de las tropas españolas y su sustitución 18 Boza, Bernabé. Mi diario de la guerra. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1974. Tomo II, Página 309. 19 Ibidem. Página 310.

por los ocupantes norteamericanos, el 8 de enero de 1899 escribía en

su Diario de Campaña:

“Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque

un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz con

España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes

soldados españoles, con los cuales nos hemos encontrado

siempre frente a frente en los campos de batalla; pero la palabra,

Paz y Libertad, no debía inspirar más que amor y fraternidad, en

la mañana de la concordia entre los encarnizados combatientes

de la víspera. Pero los Americanos han amargado con su tutela

impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores; y no

supieron endulzar la pena de los vencidos.”20

La huella imborrable de Cuba, acompañaría por siempre a quienes por

azares de la política y el destino, correspondiera el desempeño del

complejo mandato de su gobierno. La historia demostraría, la solidez de

la vocación independentista de los hijos de la isla. Los jefes y oficiales

españoles, quedarían marcados por el síndrome del 98. Sobre ellos

caería, injustamente, la responsabilidad pública de la derrota.

20 Gómez, Máximo. Diario de Campaña. Ediciones Huracán. La Habana, 1968. Página 481.

LOS CAPITANES GENERALES DE ESPAÑA EN CUBA: 1868-1898.

– Teniente general Francisco Lersundi y Ormaechea. (21/12/67 -

4/1/69)

– Teniente general Domingo Dulce y Garay (4/1/69 - 2/6/69)

– Mariscal de campo Felipe Ginovés Espinar y de la Parra (2 al

28/6/69) Interino.

– Teniente general Antonio Caballero y Fernández de Rodas

(28/6/69 - 13/12/70)

– Teniente general Blas Villate de la Hera. Conde de Valmaseda.

(13/12/70 - 11/7/72).

– Mariscal de Campo Francisco Ceballos Vargas (11/7/72 - 18/4/73)

Interino.

– Teniente general Cándido Pieltain Hove Huergo (18/4/73 -

30/10/73)

– Mariscal de campo Cayetano Figueroa Garaondo (30/10/73 -

4/11/73) Interino.

– Teniente general Joaquín Jovellar y Soler (4/11/73 - 6/4/74)

– Capitán general José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen Masón y

Quintana (4/4/74 - 1/3/75)

– Mariscal de campo Cayetano Figueroa Garaondo (1/3/75 - 8/3/75)

Interino.

– Teniente general Blas Villate de la Hera (8/3/75 - 25/12/75)

– Mariscal de campo Buenaventura Carbo y Aloy (25/12/75 -

18/1/76) Interino.

– Teniente general Joaquín Jovellar y Soler (18/1/76 - 18/6/78)

– Capitán general Arsenio Martínez de Campos y Antón (18/6/78 -

4/2/79)

– Teniente general Cayetano Figueroa Garaondo (4/2/79 - 19/4/79)

Interino.

– Teniente general Ramón Blanco y Erenas (19/4/79 - 28/11/81)

– Teniente general Luis Prendergast y Gordon (28/11/81 - 5/8/83)

– Mariscmal de campo Tomás Reyna y Reyna (5/8/83 - 28/9/83)

Interino.

– Teniente general Ignacio Maria del Castillo y Gil de la Torre

(28/9/83 - 8/11/84)

– Teniente general Ramón Fajardo e Izquierdo (8/11/84 - 5/3/86)

– Teniente general Sabas Marín y González (5/3/86 - 30/3/86)

Interino.

– Teniente general Emilio Callejas e Isasi (30/3/86 - 5/7/87)

– Teniente general Sabas Marín y González (5/7/87 - 5/3/89)

– General de división Manuel Sánchez Mira (5/3/89 - 13/3/89)

Interino.

– Teniente general Manuel Salamanca y Negrete (13/3/89 - 6/2/90)

(+)

– General de división Felipe Fernández Cavada y Espadero (6/2/90

- 15/2/90) Interino.

– General de división José Sánchez Gómez (15/2/90 - 4/4/90)

Interino.

– Teniente general José Chinchilla y Diez de Oñate (4/4/90 -

20/8/90)

– General de división José Sánchez Gómez (20/8/90 - 24/8/90)

Interino.

– Teniente general Camilo García Polavieja y del Castillo (24/8/90 -

20/6/92)

– General de división José Sánchez Gómez (20/6/92 - 4/7/92)

Interino.

– Teniente general Alejandro Rodríguez Arias y Rodulfo (4/7/92-

15/7/93) (+)

– General de división José Arderius y García (15/7/93 - 4/9/93)

Interino.

– Teniente general Emilio Calleja e Isasi (4/9/93 - 16/4/95)

– Capitán general Arsenio Martínez de Campos y Antón (16/4/95 -

17/1/96)

– Teniente general Sabas Marín y González (17/1/96 - 10/2/96)

Interino.

– Teniente general Valeriano Weyler Nicolau (10/2/96 - 31/10/97)

– Capitán general Ramón Blanco y Erenas (31/10/97 - 30/11/98)

– Adolfo Jiménez Castellanos (30/11/98 - 1/1/99) Interino.