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LOS CAPITANES GENERALES DE ESPAÑA EN CUBA: 1868-1898.
Coronel ® René González Barrios Presidente del Instituto de Historia de Cuba.
En la larga data de dominación colonial española en Cuba, el siglo XIX
fue, por muchas razones, el más intensamente vivido por quienes
tuvieron sobre sus hombros la responsabilidad de velar, como
capitanes generales, por los intereses de la corona en la isla.
Para tan importante puesto, España designó a reputados y distinguidos
militares, de gran influencia y protagonismo en la vida política y
económica de la península. Entre los años 1800 y el 10 de octubre de
1868, fecha en que comienza la guerra de independencia de Cuba,
veintiséis generales fungieron como gobernadores de la isla. A partir de
entonces, y hasta el 31 de diciembre de 1898 en que se produjo la
evacuación de las tropas españolas, lo desempeñaron 39. Tal cifra, nos
brinda una clara idea de la dinámica política vivida en la Cuba en los
últimos treinta años del siglo XIX, a raíz de la decisión de los cubanos
de independizarse de España.
Aquellos años fueron para la isla, el vivo reflejo de la tensa situación de
una España sumergida en revoluciones, monarquías "democráticas" en
sustitución de monarquías absolutistas, repúblicas efímeras, golpes de
estado, pronunciamientos militares, guerras civiles, cantonales y
coloniales, lucha contra el anarquismo, y profunda crisis económica,
política y social. Tan triste y compleja era la situación de entonces, que
el insigne novelista canario Benito Pérez Galdós, la caracterizó como
una España de "...orates..."1
1 Pérez Galdós, Benito. Amadeo I. Editorial TOR, Buenos Aires, 1944. Pág. 183.
Tal estado de cosas persistió hasta lograda la paz interna en la
península con la restauración borbónica en Sagunto, en 1875, y la
llegada de Alfonso XII al trono español. La prematura muerte del Rey
en 1885, dio inicio al gobierno de María Cristina de Habsburgo, de
relativa estabilidad nacional, hasta el sobresalto que constituyó el
reinicio de las guerras de Cuba, el 24 de febrero de 1895.
Durante el tiempo transcurrido en la guerra de los Diez Años -1868 a
1878-, España tuvo dos gobiernos militares, uno monárquico, cuatro
republicanos, y una regencia. Semejante inestabilidad político-militar
necesariamente tenía que reflejarse en el desempeño de la capitanía
general de Cuba y en la carrera militar de los jefes de su ejército,
quienes respondían a una u otra corriente política o grupo de poder.
Cada cambio de gobierno en la metrópoli implicaba, casi de inmediato,
cambios de gobernadores en la isla. Estos traían consigo sus hombres
de confianza y una vez en Cuba, comenzaban los nuevos
nombramientos y la sustitución y relevo de los jefes anteriormente
establecidos. Hubo jefes militares que en varias oportunidades durante
los diez años de la Guerra Grande, fueron y vinieron a la península por
esta causa. La falta de continuidad en el mando militar, fue uno de los
mayores escoyos que tuvo que enfrentar el ejército español durante
dicha guerra.
Consultando fuentes propiamente españolas, y en la prensa periódica
de la época, hemos determinado, en cifras no absolutas, que España
envió a Cuba durante la guerra de los Diez Años, al menos 151
generales, de ellos: tres capitanes generales de ejército; siete tenientes
generales; treinta y seis mariscales de campo; noventa y un
brigadieres; y catorce generales de marina.
La capitanía general de la isla cambió catorce veces de propietario; el
gobierno de la capital (Segundo Cabo), en 22 oportunidades; y la
jefatura del Estado Mayor de la Capitanía General, no menos de 21.
Este mal se trasladaba a todos los niveles jerárquicos de la cadena de
mando. En los partes del Boletín Oficial de la Capitanía General de la
Isla de Cuba se observa el constante ir y venir de jefes y oficiales por
diferentes departamentos militares, tropas, comisiones, etc. Diversos
factores contribuyeron a agravar esta situación.
Si bien el mantenimiento del control y dominio de la situación político
militar de la isla constituía un objetivo importante para el mando
español, mientras duró la última de las guerras carlistas, todos los
intereses del ejército se subordinaban a garantizar el logro de la paz en
la península. Ello explica en gran medida el traslado de jefes, oficiales,
y fuerzas -estas en menor cuantía- hacia España, con el fin de
fortalecer el mando militar y las tropas, en la guerra contra el carlismo.
Los jefes más destacados, los más capaces y mejor fogueados en el
laboratorio-escuela que constituyó la guerra de Cuba, eran sacados del
ejército de la isla y enviados a servir en la península ibérica.
Otro elemento que influyó negativamente en la continuidad y estabilidad
del mando español, fue la situación sanitaria de la isla y los constantes
brotes de enfermedades endémicas, que muchas veces obligaban al
relevo o sustitución definitiva o temporal, de los jefes y oficiales.
Por otro lado, cada Capitán General trazaba a su llegada a la isla, su
propio plan estratégico, con el que pensaba pacificar el país y alzarse
con el título de pacificador. En su casi totalidad, los nuevos
gobernadores desechaban las ideas, los métodos y las medidas
aplicadas por sus predecesores, por lo que cada nombramiento de
Gobernador de la isla implicaba la aplicación consecuente de un nuevo
plan estratégico, que casi siempre significaba también, el cambio de la
estructura y organización militar del país.
Desde el comienzo mismo de la guerra, los capitanes generales
tuvieron que enfrentar un enemigo interno que los obligaba a distraer
parte de su atención de los problemas de la contienda. El cuerpo de
voluntarios, el enemigo más recalcitrante de la revolución Cubana, fue a
la vez el catalizador por excelencia de la estabilidad del poder en la isla.
La mayoría de los capitanes generales se vieron obligados a renunciar
a sus mandatos, llevados, entre otros factores, por la presión de los
voluntarios.
Institución con gran fortaleza política y económica, estimulada e
identificada con el capitán general Francisco Lersundi y Ormaechea, a
quien sorprendió la guerra, expulsaron de la isla al capitán general
Domingo Dulce, manipularon a su antojo al interino Felipe Ginovés
Espinar y de la Parra, desestabilizaron el gobierno de Caballero de
Rodas con el fin de abrirle el camino al poder al general Blas Villate de
la Hera, Conde de Valmaseda, su ídolo mientras les fue incondicional, y
a quien después criticaron y sabotearon como gobernador. Igual suerte
corrieron Cándido Pieltain, quien renunció a los apenas cuatro meses
de gobierno, y José Gutiérrez de la Concha, muy hostigado durante su
mandato por su voluntad de lograr el fin del desorden administrativo.
El general Francisco Cevallos Vargas, capitán general interino,
comprendiendo la fuerza adversa que constituía el cuerpo de
voluntarios y el Casino español de La Habana, impuso con entereza su
autoridad y logró, durante su mandato, mantener el control de los
voluntarios, no sin antes enfrentarse a numerosas adversidades. Para
ello, Cevallos decidió no moverse de la capital, y nombrar un jefe de
operaciones militares que se encargara de la guerra, responsabilidad
que recayó en el general José Luis Riquelme.
José Gutiérrez de la Concha, capitán general de ejército y gobernador
de la isla, trató de sanear la administración y las finanzas y dio algunos
pasos dirigidos a cambiar el carácter cruento de la guerra, como fue,
perdonar la vida al General Calixto García, hecho prisionero herido.
Terminó enemigo de los voluntarios, viéndose obligado a renunciar.
Con una medida similar, a la implementada por Cevallos y Riquelme
–división de las funciones políticas y militares-, lograron los generales
Joaquín Jovellar Soler y Arsenio Martínez de Campos, echar las
simientes que les permitiera llevar a cabo el plan que los guió a la
pacificación.
Al analizar la conducción de las acciones militares por el mando militar
español durante la guerra de los Diez Años, vale destacar que éste se
caracterizó, en sentido general, por la participación directa de los
propios capitanes generales en las operaciones militares.
Buena parte del generalato español obtuvo sus ascensos por méritos
de guerra alcanzados en los combates y operaciones efectuadas contra
el Ejército Libertador cubano. Los jefes españoles, por regla general,
salían a operar con sus fuerzas y con ellas enfrentaban al adversario,
teniendo siempre en cuenta la necesidad de la preservación de la
vitalidad del mando. Los más osados se lanzaban personalmente al
combate al riesgo de sus propias vidas y del probable éxito de las
misiones encomendadas.
La llegada del general Arsenio Martínez de Campos y Antón a Cuba,
marcó el viraje de la guerra y el comienzo de la humanización del
conflicto armado. Esto, unido al desarrollo de nuevas concepciones
estratégicas y tácticas por parte del mando militar español, el arribo de
grandes refuerzos de tropas y armamentos, y, fundamentalmente, la
desunión de las filas revolucionarias, propició al ejército español la
victoria final sobre las armas Cubanas.
Desde finales de 1876, comenzaba a generalizarse entre los jefes
españoles de la isla, y los veteranos que ya habían regresado a la
península, la opinión de que la guerra de Cuba estaba perdida para
España. En una intervención del general José Luis Riquelme ante las
Cortes -había sido Jefe de Operaciones y Jefe de Estado Mayor del
ejército español en Cuba-, reflexionando sobre el estado de las tropas
españolas en la isla para noviembre de 1876, dejaba muy claro su
escepticismo y falta de fe en la victoria, cuando expresaba:
"De los 70. 000 hombres de que se disponen para entrar en
operaciones hay que descontar 12. 000 por enfermos, 8. 000 que
están ocupados en varias trochas, 6. 000 asistentes; 4. 000 en las
representaciones y las oficinas centrales, total 30. 000. Además,
hay que rebajar el ejército de ocupación, hospitales en campaña,
fuertes, pudiendo asegurar que de los 70. 000, solamente 18 o 20.
000 podrán entrar en campaña, con los cuales hay que ocupar
tres departamentos. El primero que es el Oriental, tiene 1. 400
leguas cuadradas, está lleno de bosques, de poblaciones
importantes y de insurrectos que han abandonado las armas, a
los cuales hay necesidad de vigilar? y bastan 4 o 5. 000 hombres
para el Departamento Oriental?2
José Gutiérrez de la Concha, tres veces Capitán General de la isla,
confesaba en el mismo foro que sentía ver como venía engañada la
juventud a morir irremisible y brevemente a los campos de Cuba bajo el
poder de los insurrectos y las enfermedades; como se destruía la
riqueza pública y privada, y que contemplaba la esterilidad de los
sacrificios de la nación sin otro resultado que su visible decadencia.3
El General Manuel Salamanca Negrete arremetía contra los excesivos
gastos de la hacienda en Cuba, las bajas del ejército y el estado de la
guerra, y llamaba al gobierno a la reflexión.
Mucho más lejos fue el general Arsenio Martínez de Campos cuando a
fines del año 1876, expresó al Presidente del Consejo de Ministros
Antonio Cánovas del Castillo:
"Déjese Ud. de mandar más gente a Cuba, que es lo mismo que
mandar reses al matadero; yo conozco aquello, como que allí he
tenido mando y hecho la guerra; Cuba está perdida para nosotros
hace cuatro años, todo lo que se haga para volverla a someter a
nuestra dominación es trabajo perdido. Cuba es inconquistable.
Trate Ud. de hacer un arreglo con los independientes cuanto
antes y lo mejor que se pueda, y retirémonos de allí para siempre.
2 La Voz de la Patria, Nueva York, año 1. No. 41; 15 de diciembre de 1876, página 2. 3 Ibidem, año II, no 44, 5 de enero de 1877, página 2.
Todo cuanto se haga fuera de ese criterio es una temeridad que
nos costará algunos meses más de lucha a sangre y fuego.
Créame Ud., revístase de toda la grandeza de alma que requiere
el caso y mande a nuestras tropas que se retiren de aquel
cementerio de españoles, donde no hemos sabido sostenernos en
ningún terreno y de ningún modo. Por desgracia, allí no
dejaremos más recuerdo de nuestra dominación que el odio al
hombre español que sus hijos atesoran en el alma con largueza y
pirámides de huesos calcinados de las víctimas de la codicia de
una gavilla impúdica de explotadores, sin fe ni ley que han hecho
granjería con los más caros intereses de la patria."4
En los momentos en que ya figuras de tanta importancia en la vida
política y militar de España ven la guerra como una catástrofe y la dan
prácticamente por perdida, el movimiento revolucionario cubano se
encontraba sumergido en una profunda crisis que se extendía a toda su
estructura, dentro y fuera de la isla.
El mando militar cubano, inmerso como estaba en una densa
amalgama de pugnas internas, no aprovechó, ni se percató con la
celeridad necesaria, de la situación real de las tropas y gobierno
español en la isla. La desunión no les dejaba ver las debilidades del
adversario.
España hizo entonces un último esfuerzo, esfuerzo supremo, y envió a
la isla al propio general Martínez de Campos, para que aplicara la
misma política hábil y astuta con la que había logrado derrotar al
carlismo. Se habría de ser enérgico, pero a la vez humano; tenaz y
persistente, pero a la vez flexible y reflexivo. Martínez de Campos dejó 4 La Independencia, Nueva York; año IV, No. 214; 16 de septiembre de 1876, página 1.
de fusilar, trató con caballerosidad a los prisioneros, y conversó siempre
con gran respeto con los jefes cubanos. Antes de él, en muy raras
ocasiones pudieron conversar cubanos y españoles. Por otro lado, se
hizo rodear de un cuerpo de estado mayor conformado por jóvenes
generales de amplia cultura y fino trato, con los que llevó a vías de
hecho su política pacificadora.
No obstante la paz alcanzada para mayo de 1878, el mando militar
español estaba consciente de que más que una derrota militar, el
ejército cubano se había auto aniquilado, y que el germen de la rebeldía
estaba latente. El capitán general Joaquín Jovellar Soler, confesaba al
concluir la guerra: "El país es totalmente insurrecto; y de las raíces de
esta guerra saldrá otra."5
A dicha opinión se une la de Martínez de Campos, quien refirió que si
un insurrecto gritaba nuevamente !Viva Cuba Libre!, España tendría
nuevamente guerra para diez años.6
Concluida la guerra, el gobierno español decidió nombrar al frente de la
isla al capitán general de ejército Arsenio Martínez de Campos, pero
solo por poco tiempo, pues por el prestigio alcanzado, pacificador en
España y Cuba, era llamado a la península para ocupar el puesto de
Presidente del Consejo de Ministros.
Tras dos meses de interinato del general Cayetano Figueroa, asumió la
capitanía general Ramón Blanco y Erenas, quien hubo que enfrentar
una nueva contienda: la llamada Guerra Chiquita, entre 1879 y 1880.
Los más resueltos jefes orientales, en su mayoría negros, decidieron 5 Guerra, Ramiro. Guerra de los Diez Años, tomo II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972. Página 378. 6 Ibidem, página 388.
emprender nuevamente la guerra en espera de la llegada desde el
exterior de los principales líderes: Máximo Gómez, Calixto García,
Vicente García y Antonio Maceo.
El general Blanco, desplegó una intensa campaña de espionaje y de
propaganda, haciendo ver que en esta ocasión se trataba de un
movimiento de razas. Ello causó mella en la opinión pública y en la
unidad de los revolucionarios. Con notable inteligencia, el mando
español penetró las fuerzas insurrectas y, en conocimiento de sus
contradicciones y asperezas, las exacerbó, obteniendo como resultado
su división y la paz.
Desde el mandato de Blanco, y en el período que medió entre 1880 –fin
de la Guerra Chiquita- y 1895, inicio de la Guerra Necesaria como la
llamara José Martí, los capitanes generales prestaron atención a los
pasos que los líderes revolucionarios daban por Centro América, el
Caribe, y Estados Unidos. La labor de los consulados españoles y sus
espías, fue eficiente.
La isla vivió en esos años un largo período de aparente calma, que los
historiadores designarían como tregua fecunda o reposo turbulento,
pues en los campos de Cuba permanecieron levantados en armas
solitarios ex combatientes, satanizados por la propaganda como
“bandidos”. En ese período, desembarcaron en la isla las expediciones
de Ramón Leocadio Bonachea, el 2 de diciembre de 1884; Carlos
Agüero Fundora, el 4 de abril de 1884; Limbano Sánchez, el 18 de
mayo de 1885; y Manuel García, el 6 de septiembre de 1887, las que
infructuosamente trataron de prender la llama independentista, al precio
de la vida de la casi totalidad de los expedicionarios.
Blanco, que gobernó durante dos años, renunció y fue sustituido el 28
de noviembre de 1881 por Luis Prendergast y Gordon, Marqués de
Victoria de las Tunas, primo hermano del político Segismundo Moret.
Las consecuencias de la guerra afloraban por doquier y su mandato se
hizo difícil por la polarización de la sociedad y la presión política de los
círculos de poder económico de la isla.
España había concebido el envío a Cuba de capitanes generales
ilustrados, capaces de impactar a la sociedad con sus brillantes hojas
de servicios e imponer el orden con sus vidas ejemplares. A
Prendergast lo sustituyó interinamente el mariscal de campo Tomás
Reyna y Reyna, poeta, escritor, historiador, y respetable militar, quien
con su conducta vertical, impuso durante algo más de un mes un
mandato recto, contrario a la corrupción y al compadrazgo político. Ello
provocó una avalancha de críticas por la prensa conservadora. Sin
embargo, en la población, dejó grato recuerdo.
El nuevo titular, teniente general Ignacio Maria del Castillo y Gil de la
Torre, había nacido en Jalapa, Veracruz, México. Hombre culto y
profesor de academias militares, continuó la línea de rectitud política y
administrativa de su antecesor, el interino Reyna. Su breve mandato de
un año fue caracterizado por un órgano de prensa como “de
resistencia”, por no dejarse influenciar por la presión de los grupos de
poder en la isla.
Se suceden entre noviembre de 1884 y febrero de 1890, seis capitanes
generales. Fue este período, de proliferación del bandidismo en los
campos de Cuba, con asaltos a haciendas y propiedades. En 1887, el
capitán general Sabas Marín González, veterano de la guerra de los
Diez Años, dictó Bandos para combatirlos, y desplegó una ofensiva
para su exterminio. Lo mismo había hecho su antecesor el teniente
general Ramón Fajardo, y sus sucesores los generales Emilio Callejas y
Manuel Sánchez Mira.
El 13 de marzo de 1889, el teniente general Manuel Salamanca y
Negrete, reputado en España por sus posiciones verticales ante la
corrupción, ocupó la capitanía general. Encontró en la isla una ruinosa
situación de podredumbre moral, contrabando, y permeada por el
bandolerismo. Con medidas enérgicas paralizó los fraudes y puso
orden en la administración con una bien organizada campaña de
moralidad. Dictó bandos y persiguió a los bandidos. El 6 de febrero de
1890, de manera inesperada, falleció en La Habana. La opinión pública
circuló la versión de muerte por envenenamiento.
Salamanca había autorizado la visita a La Habana y Santiago de Cuba,
del general Antonio Maceo. El jefe cubano arribó a la isla el mismo día
en que se realizaban las honras fúnebres del general Salamanca. Su
sola presencia, en las oscuras circunstancias de la muerte del
gobernador, marcó un impasse en la relativa tranquilidad de la isla. El
segundo cabo y capitán general interino Felipe Fernández Cavada y
Espadero, hubo de entrevistarse con él para aclarar y legalizar su
estancia. Cavada optó, caballerosamente, por respetar la autorización
del general Salamanca y permitió al héroe cubano, moverse libremente
por toda la isla. Ordenó además, retirar la guardia policiaca que sobre
Maceo permanecía permanentemente en el hotel Inglaterra en La
Habana.
El teniente general José Chinchilla y Diez de Oñate arribó a la isla el 4
de abril de 1890. Veterano de la Guerra de los Diez Años, donde una
herida de bala lo colocó al borde de la muerte, fue durante su breve
mandato tolerante y, según algunos periódicos de la isla, bondadoso.
Cumpliendo la palabra de su antecesor Salamanca, luego de
entrevistarse con el general Antonio Maceo con quien tuvo un trato
caballeroso, permitió su estancia en la isla. Al producirse un cambio de
gobierno en España, Chinchilla presentó su renuncia, que fue aceptada.
La suspicacia de algunos mandos militares interpretaba la estancia del
jefe cubano como las bases de la preparación de un movimiento
conspirativo, por lo que Maceo fue conminado por el nuevo capitán
general, Camilo García Polavieja y del Castillo, a abandonar la isla.
La visita a Cuba de Antonio Maceo en 1890, fue oportunidad
excepcional para que el líder cubano departiera con sus adversarios de
ayer en la guerra de los Diez Años, como el general José Lachambre
Domínguez y el coronel Fidel Alonso de Santocildes, con quienes
estableció estrecha y sincera amistad.
Polavieja desplegó a lo largo del Caribe una extensa red de agentes
que lo mantuviesen informado de los pasos dados por los generales
Antonio Maceo y Máximo Gómez. Fue, sin dudas, quien mayor empleo
hizo del espionaje, en esta época, en función de evitar una nueva
guerra en la isla. Gobernó con mano dura, sobre todo en el combate
permanente al bandidismo.
Nuevamente la tranquilidad se interrumpió, esta vez para el capitán
general Alejandro Rodríguez Arias y Rodulfo, cuando el 24 abril de
1893 los hermanos Manuel y Ricardo Sartorio, se levantaron en armas,
por once días, en el poblado de Purnio, jurisdicción de Holguín,
provincia oriental. Tres meses después, a los cincuenta y cinco años de
edad, falleció de una fulminante enfermedad. Había gobernado con
inteligencia y cautela. Algunos contemporáneos compararon su
mandato, por las similitudes, con el del general Salamanca.
A la muerte de Arias, el segundo cabo José Arderius García, cubano de
nacimiento, y ex ayudante del general Martínez Campos, asumió por
dos meses el mando.
A pesar de los indicios que la actividad de José Martí y el Partido
Revolucionario Cubano había desplegado en Estados Unidos, el
levantamiento armado del 24 de febrero de 1895, sorprendió al capitán
general Emilio Callejas Isasi, quien por segunda vez ocupaba la
titularidad del mando en Cuba. Sobre él pesaron acusaciones de liberal
poco resoluto, y débil con quienes profesaban ideas independentistas.
Para sofocar la naciente insurrección, pensó España en el vencedor de
la pasada contienda, el capitán general de ejército Arsenio Martínez de
Campos y Antón. El restaurador, recién había unido a sus lauros
militares, la pacificación en 1893 del enclave de Melilla. Ocupaba el
puesto de capitán general en Madrid, cuando Cánovas le propuso el
gobierno de Cuba.
El 4 de abril, partió a su nuevo destino, siendo despedido por su
entrañable amigo el ya anciano marqués de La Habana José Gutiérrez
de la Concha y el teniente general Camilo García Polavieja, ambos ex-
gobernadores de la isla. Declaraba al partir, que no iba "...a Cuba a
conquistar bélicos laureles, sino a completar una obra de pacificación y
de concordia."7
7 Colección facticia Vidal Morales. 082. Morales. Tomo XXIII, Sala Cubana, Biblioteca Nacional José Martí.
Previa escala en Puerto Rico a donde arribó el 13 de abril a bordo del
vapor María Cristina, llegó a Caimanera, Guantánamo, tres días
después, haciéndose cargo de inmediato del mando superior de la isla.
De Guantánamo pasó a Santiago de Cuba, donde ultimó detalles en la
organización de las fuerzas que de inmediato debía lanzar a combatir la
insurrección. Contra la voluntad del gobierno y los partidos políticos
españoles que pedían la represión drástica del movimiento
revolucionario, decidió conducir la guerra bajo sus conocidos conceptos
morales. Decía Martínez de Campos que "...ni cumplimiento del deber,
ni temor a la responsabilidad, ni sentimiento de Patria me obligan a
cometer crueldades, a faltar a mi conciencia."8
El 13 de julio en unión del brigadier Fidel Alonso de Santocildes,
presentó combate en la sabana de Peralejo a las tropas comandadas
por el general Antonio Maceo. La acción, costó la vida al bizarro
Santocildes, y Martínez de Campos, derrotado, se vio obligado a asumir
directamente el mando de las tropas y dirigir una rápida y organizada
retirada en dirección a Bayamo.
En tan temprana fecha como el 25 de julio, desde Manzanillo, escribió
a Cánovas explicándole su incapacidad para continuar en el mando de
la isla. En la importante misiva decía:
"Señor D. Antonio Cánovas del Castillo,
Mi muy querido y distinguido Presidente: tengo un trabajo ímprobo
y ésta es la razón por qué no le escribo a usted, sabiendo que
por los Ministros se le da cuenta de mis cartas: hoy pensaba
8 Martín, Juan Luis. Las guerras irregulares y la insurrección del mambí. Boletín del ejército, La Habana, 1954. Página 66.
escribir a usted y me acaba de entregar Aldecoa la carta tan
cariñosa que usted le dio.
Con este doble motivo entro con toda brevedad en materia, pues
lo que tengo que decir es muy grave, y sólo a usted compete el
apreciar quién, más que usted, debe tener conocimiento de ello.
Cuando llegué aquí había gran desaliento en los partidos
verdaderamente españoles, desaliento causado por la división y
encarnizamiento con que se tratan; creí que podría traerlos a
buen camino; me equivoqué; no son las ideas las que los dividen,
son las rencillas particulares. Los constitucionales, que son los
más y mejores, han padecido bajo el poder de los reformistas,
y éstos están enfurecidos conmigo porque creen, sin razón, que
yo me inclino a los primeros; puedo asegurar a usted que no es
exacto, me he limitado a tratar de deshacer cábalas, y eso a
medias. Los autonomistas están de buena fe, no tenían más
camino que marchar francamente a la insurrección, o tomar la
actitud que han tomado: al principio sirvieron, hoy no son más
que un estado mayor; las masas, como sucede siempre, se han
ido con los que más exageran.
Poco se puede contar con los tres aunque van reviviendo los
constitucionales, no le queda más recurso a España que sus
propias fuerzas.
Aunque al mes de estar aquí comprendí la gravedad de la
situación, no quería creer en ella: mis visitas a Cuba, Príncipe y
Holguín me empezaron a espantar; pero por temor a ser
pesimista, no dije todo lo que creía, y yo decidí no visitar sólo las
poblaciones de las costas sino entrar por el interior y confirmar por
mí lo que sospechaba y me decían mis subordinados: decidí,
pues, recorrer algunos puntos de las Villas, Spíritus, Príncipe y
Bayamo, y he sacado esta triste impresión. Los pocos españoles
que hay en la isla sólo se atreven a proclamarse tales en las
ciudades: el resto de los habitantes odia a España; la masa,
efecto de las predicaciones en la prensa y en los casinos, de la
conjuración constante y del abandono en que ha estado la isla
desde que se fue Polavieja, han tomado la contemplación y
licencia, no por lo que era, error y debilidad, sino por miedo, y se
han ensoberbecido; hasta los tímidos están prontos a seguir las
órdenes de los caciques insurrectos. Cuando se pasa por los
bohíos del campo no se ven hombres, y las mujeres, al
preguntarlas por sus maridos o hijos, contestan con una
naturalidad aterradora: "En el monte con Fulano." (Ni ofreciendo
quinientos o mil pesos por llevar un parte, se consigue); es
verdad que si los cogen los ahorcan; en cambio ven pasar una
columna, la cuentan y pasan los avisos voluntariamente, con una
espontaneidad y una velocidad pasmosas.
Además de las partidas grandes hay las pequeñas; éstas son
las que nos favorecen, porque cometen mil fechorías y los
desacreditan; es verdad que si el daño lo hacen a algún insurrecto
son ahorcados.
Los cabecillas principales dan muerte a todos los correos; pero
tienen una generosidad fatal con los prisioneros y heridos
nuestros.
No puedo yo, representante de una nación culta, ser el primero
que dé el ejemplo de crueldad e intransigencia; debo esperar a
que ellos empiecen.
Podría reconcentrar las familias de los campos en las
poblaciones; pero necesitaría mucha fuerza para defenderlos: ya
son pocos en el interior los que quieren ser voluntarios; segundo,
la miseria y el hambre serían horribles y me vería precisado a dar
ración, y en la última guerra llegué a dar cuarenta mil diarias:
aislaría los poblados del campo, pero no impediría el espionaje:
me lo harían las mujeres y chicos: tal vez llegue a ello, pero en un
caso supremo, y creo que no tengo condiciones para el caso.
Sólo Weyler las tiene en España, porque además reúne las de
inteligencia, valor y conocimiento de la guerra: reflexione usted,
mi querido amigo, y si hablando con él, el sistema lo prefiere
usted, no vacile en que me reemplace; estamos jugando la suerte
de España, pero yo tengo creencias que son superiores a todo, y
que me impiden los fusilamientos y otros actos análogos. La
insurrección hoy día es más grave, más potente, que a principios
del 76, los cabecillas saben más y el sistema es distinto de
aquella época.
Con las fuerzas que vienen en Octubre, ¿concluirá pronto? No
lo sé: a veces lo creo fácil, otras muy difícil; si pudiéramos impedir
los desembarcos ganaríamos mucho. Los marinos trabajan bien,
pero ni en esta guerra ni en la pasada se ha hecho lo que yo creo
conveniente: la zona de peligro para los contrabandistas es de
tres millas, que por la noche, con la bórea del mar, la salvan en
media hora; y es muy casual, lo pueden evitar; son vistos por el
humo y por los palos a siete millas, y ellos no divisan los botes
sino a una o dos; pueden éstos colocarse, antes que lo alcancen,
fuera de la zona, o acogerse al estero, y pasar el barco sin ver
nada; faluchos como los guardacostas en las ensenadas, quietos
por el día y vigilando por la noche, darían más resultado, y entre
todos no costarían lo que un torpedero y se guarnecían con 320 y
640 soldados: este proyecto no gusta, y sin embargo, me aferro a
que es el único partido.
Vencidos en el campo o sometidos los insurrectos, como el país
no puede pagar ni nos quiere ver, con reformas o sin reformas,
con perdón o con exterminio, mi opinión leal y sincera es que
antes de doce años tenemos otra guerra; y si todavía nosotros no
diéramos más que nuestra sangre, podrían venir una y otra; pero
¿puede España gastar lo que gasta? Problema es éste que no se
ha de resolver ahora: en este momento no hay más que pensar
en someterlos, cueste lo que cueste; pero que a los estadistas
como usted, a los que tienen que mirar al porvenir, debe
preocuparles, y ver si se halla el medio de evitarlo.
No puedo concluir sin decirle a usted que nuestro soldado es un
mártir por sus sufrimientos, el más disciplinado del mundo, el más
manejable y, con buena dirección y buenos jefes, el más valiente:
que tanto él como la oficialidad tienen un espíritu levantado. !Ah!
si yo pudiera alimentarlos bien! Pero los convoyes son nuestra
muerte, el racionamiento es poco menos que imposible.
No puedo hablar mal de los insurrectos en el mismo sentido;
están fanatizados y esto casi les iguala a los nuestros.
Esta es la impresión que he sacado de mi visita, que si
censurabilísima en un General en Jefe, me ha servido para
concluir de fijar mi concepto.
...Usted sabe cuánto le quiere y respeta su afectísimo amigo
q.b.s.m.
Arsenio Martínez de Campos"9
Las posiciones asumidas por Martínez de Campos hacia los cubanos
llevaron a rumorar sobre supuestas simpatías de éste hacia los
revolucionarios. A ello contribuyó la respuesta que diera al
corresponsal norteamericano del periódico Herald, Eugenio Bryson,
cuando le propuso asesinar al general Antonio Maceo, y Campos le
contestó que "...si de esa manera tenía que deshacerse de Maceo éste
9 Méndez Capote, Domingo. Trabajos. La Habana, 1930. Página 254.
viviría toda su vida."10 A tal punto llegaron las opiniones contrarias a
Martínez Campos, que durante la invasión, un bodeguero catalán a
quien el general insurrecto José Miró Argenter pidió informaciones
sobre el gobernador de la isla le respondió que "...Martínez Campos
simpatiza con los de Cuba Libre; como que es hijo de una parda de
Cienfuegos y de un militar español."11
No obstante a su manifiesto deseo de abandonar la isla, Cánovas no
aceptó su renuncia y lo mantuvo en el poder, deteriorando cada vez
más su imagen política y pública.
La guerra siguió su curso ascendente, y el ejército libertador, con sus
dos mejores capitanes al frente, los generales Máximo Gómez y
Antonio Maceo, impusieron ritmo y sello propio al accionar militar
cubano que lo hizo indetenible en su campaña invasora. Las
concentraciones de tropas ordenadas por Martínez de Campos para
detener el curso de la invasión, se estrellaron primero en Mal Tiempo, y
después en Coliseo, contra la poderosa columna invasora que
indetenible entró en la provincia de La Habana para llevar después la
revolución hasta lo más occidental de la isla.
Conocedores los jefes cubanos de las características personales de
Martínez de Campos, Máximo Gómez le escribió con fecha 16 de
enero de 1896 una carta convidándolo a reflexionar sobre el fin de la
guerra, donde le planteaba:
"No más sangre General, no más tea, pues España es y será
siempre la responsable de tanta ruina y de tantos desastres. 10 Griñán Peralta, Leonardo. Maceo. Análisis caracterológico. S/f. página 105. 11 Franco, José Luciano. Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida. Tomo III. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1989. Página 44.
Puede usted hacer mucho bien a ambos pueblos, así lo creo yo,
pues es el único (que yo entiendo) que comprende la situación
insostenible para usted mismo, tan honrado como patriota, y por
lo tanto, de lo inútil que serán sus esfuerzos y sacrificios
combatiendo a las huestes libertadoras, dispuestas a no cejar ni
un punto hasta realizar su propósito de libertad."12
Martínez de Campos al día siguiente acusó recibo de la carta de
Gómez, informándole que cualquier tema que quisiese tratar respecto a
Cuba, lo hiciese con el teniente general Sabas Marín, pues hacía unas
horas que había cesado en el gobierno de la isla. El 17 de enero
entregaba oficialmente el mando al general Marín, y el lunes 20
zarpaba de regreso a la península en el vapor correo Alfonso XII,
acompañado de sus tres hijos varones que lo habían seguido en la
campaña Cubana. En su proclama de despedida afirmaba no haber
"...sido afortunado como general en jefe y no he acertado a seguir la
política de guerra a que me querían obligar los partidos constitucional y
reformista por impedírmelo mi conciencia y mis sentimientos
religiosos..."13
No hubo grandes deferencias en su despedida, y a su arribo a España
el 6 de febrero, se enfrentó a críticas y ofensas por el fracaso de su
mando en Cuba. La prensa intransigente lo atacó insistentemente para
regocijo de sus enemigos. Entre los más acérrimos críticos del mando
de Martínez de Campos en Cuba estuvo el general Borrero, quien llegó
incluso a retarlo a duelo. El lance fue evitado por el gobernador de
Madrid capitán general Primo de Rivera, que personado en el lugar del
12 Colección facticia Vidal Morales. Sala Cubana, Ob. Cit. 13 Martínez Fortún y Foyo. J. A. Anales y efemérides de San Juan de los Remedios y su jurisdicción. Tomo IV, La Habana, 1931. Página 221.
desafío, y ante la negativa de ambos generales a dar su palabra de
desistir del duelo, los arrestó.
El capitán general de ejército Arsenio Martínez de Campos y Antón, a
quien los cubanos llamaban popularmente desde la guerra de los Diez
Años como Martinete, demostró ser un jefe militar hábil y sagaz, con un
alto concepto del honor militar. De sus adversarios en los campos de
Cuba mereció siempre manifestaciones y frases de elogio. Máximo
Gómez lo conceptualizó como "...el general español más bravo y astuto
que nos combatió."14 Antonio Maceo reconocía en él a "...un enemigo
vencedor, que aprecio por su hidalguía y honradez."15
Años después, al conocerse en Cuba su muerte el 23 de septiembre de
1900, un periódico de la isla reflejaba, en justa nota necrológica, el
concepto que de él tenía el pueblo cubano:
"El cable nos comunica la noticia de la muerte del general
Martínez Campos. Nada debe impedirnos decir que la recibimos
con la pena con que se reciben las noticias tristes. El general
Martínez Campos fue un adversario de los cubanos; fue un
enemigo activo de los que defendíamos en esta tierra la bandera
de la independencia. En nuestras dos grandes guerras combatió
con la espada nuestros ideales, poniendo en juego sus múltiples
facultades como soldado y hombre político, con gran éxito en la
Revolución de Yara, con denuedo, aunque sin éxito, en la de
Ibarra y Baire.
14 Gómez, Bernardo. General Máximo Gómez. Revoluciones … Cuba y Hogar. La Habana, 1927. Página 44. 15 De Granda, Manuel de Jesús. La paz del manganeso. Academia de la historia de Cuba, La Habana, 1939. Página 23.
Pero adversario o enemigo, el general Martínez Campos lo fue
con nobleza y elevación de miras. Él amaba a su patria, y la
defendía con su espada y con su inteligencia, con su brazo y con
su corazón, sin ensañarse con los vencidos, sin hacer víctimas
por experimentar el placer salvaje de la bárbara venganza, sin
cerrar las puertas a la reconciliación que buscaba y al olvido que
preconizaba.
Cuantos en Cuba le sucedieron, a la paz del Zanjón o después
de los desastres de Peralejo, de Mal Tiempo y de Coliseo, sólo
sirvieron para engrandecer su personalidad, que no admite
comparación con la de ninguno de sus émulos o rivales.
España ha perdido a uno de sus buenos hijos. Hombre
impulsivo, de más aliento que ciencia, de más resolución que
capacidad, no tuvo las condiciones de un estadista. Pero su
corazón, la rectitud de sus intenciones, le hacían ver con cierta
claridad dónde se encontraban las conveniencias de su país.
Claro está que nosotros creemos que en España lo mismo que
en Cuba, se equivocó con frecuencia; pero sería injusto
desconocer que todos sus actos los inspiró el deseo de acertar y
el propósito de servir los intereses de su patria.
Como quiera que se mire, fue, sin duda alguna, un patriota; es
decir, un hombre que procuró trabajar por el engrandecimiento de
la tierra en que naciera, no ahorrando esfuerzos personales, y
arriesgando la vida en defensa de lo que creía que podía
contribuir a ese engrandecimiento.
A pesar de las faltas graves que cometiera, su vida le da
derecho a ser considerado como una de las más salientes figuras
de la España contemporánea. Incompleto y todo, no fue un
hombre vulgar, sino un carácter que tenía su sello propio, y un
alma que se movía a impulso de ideas elevadas y rectas.
Patria se asocia al duelo de España por la muerte de uno de sus
hijos ilustres, cuya memoria no evoca sino sentimientos de
simpatía y piedad en el corazón de los cubanos que fuimos sus
contrarios, al luchar por la independencia cubana."16
Era el modesto y honorable homenaje de los cubanos, al adversario
bravo e hidalgo a que se refirieron Gómez y Maceo.
Tras la partida de Martínez Campos, el general Sabas Marín, por
tercera vez ocuparía la capitanía general. Era uno de los jefes militares
españoles que mayores conocimientos tenía de la dinámica de la isla,
pues había servido en ella durante muchos años, ocupado la capitanía
general como interino en 1886 y como titular entre 1887 y 1889.
Hombre culto, alejado de las intrigas políticas, condujo el mando hasta
la llegada de Valeriano Weyler.
Reputado en el ejército español, como uno de los más recios y
batalladores de sus generales, Valeriano Weyler y Nicolau, veterano de
la campaña de Santo Domingo y protagonista activo en las operaciones
de la guerra de Cuba durante los primeros cuatro años de la Guerra
Grande, arribó a La Habana en febrero de 1896. El solo anuncio de su
presencia y sus palabras preconizando que haría la guerra con la
guerra, unido a los antecedentes de su actuar en Cuba, estimulo la
emigración de muchos cubanos.
Dotado de un sustancioso refuerzo en hombres y recursos, emprendió
una intensa campaña militar basada en el establecimiento de trochas
militares, la dislocación en el terreno de poderosas columnas de 16 Colección facticia Vidal Morales. Ob. Cit.
operaciones, y la aplicación de una nefasta y cuestionada política de
reconcentración de la población civil en los poblados y ciudades. Miles
fueron las bajas cubanas, en especial civiles, a causa del hambre, la
desnutrición y las enfermedades, y miles también las de soldados
españoles víctimas de las epidemias.
Weyler llevó la guerra a los extremos. Como militar, su temeridad y
acometividad no fue cuestionada por los principales jefes cubanos que
reconocían en él a un hombre de guerra. Si lo fue, sin embargo, la
política de guerra aplicada, muy similar a la llevada a cabo por el Conde
de Valmaseda entre 1868 y 1869.
La prensa norteamericana se aprovechó de los excesos de la política
weyleriana para satanizar al general y desarrollar una campaña de
prensa dirigida a preparar a la opinión pública para la justificación de la
entrada de Estados Unidos a la guerra. Desde el punto de vista militar,
si bien en los momentos iníciales la campaña desplegada por Weyler
tuvo algunos frutos, la misma no logró pacificar el país. Los insurrectos
cambiaron su táctica de combate y encontraron, en el accionar
guerrillero, una nueva forma para el enfrentamiento a las poderosas
columnas de operaciones.
Lo cierto es que, la muerte del general Antonio Maceo, a quien Weyler
consideró siempre el más capaz y valiente de los jefes cubanos, no
significó la pacificación de la provincia de Pinar del Río ni del occidente
del país. De hecho, los partes de guerra españoles demuestran que en
1897 hubo más acciones militares en ese territorio, que en el año
precedente.
El historiador militar cubano René E. Reyna, en su extraordinaria obra
“La Invasión, reflexionaba:
“La política militar del general Martínez Campos dañaba más a la
revolución Cubana que la que adoptó más tarde el general
Weyler. Las medidas violentas, exterminadoras, de este último,
resultaron contraproducentes, porque es ley histórica que
mientras más se hostiga a un pueblo que ama su libertad, más
grande surge de su propio infortunio. Weyler no contó con la
opinión pública, y precisamente es la fuerza más poderosa para
resolver un conflicto armado; he ahí su fracaso. Por eso Maceo,
con la clara visión de futuro que tiene todo hombre excepcional,
proclamó a Weyler el mejor aliado de la revolución.”17
Fracasado el plan de Weyler, España nombró por segunda ocasión
como gobernador de las isla, al capitán general Ramón Blanco y
Erenas, el hombre que había logrado poner fin a la guerra chiquita entre
1879 y 1880. Blanco apostó por estimular el autonomismo y fomentar
estrategias de paz y atracción de los jefes cubanos. Logró captarse
algunos y la decepción de los menos resueltos. Las fuerzas cubanas
ocupaban cada día más territorios en los campos y montañas, y las
españolas se concentraban en la defensa de plazas y el movimiento en
sus conocidas poderosas columnas de las tres armas.
En el oriente cubano, el general Calixto García ocupaba poblados y
ciudades. Ello era un indicio fuerte del principio del fin o dicho de otro
modo, de la cercanía de la paz. Vino entonces la voladura del
acorazado norteamericano Maine y la intervención de Estados Unidos
en la guerra. Blanco recordó que cubanos y españoles teníamos las 17 Revista Carteles. Vol. XXIII. No. I. La Habana, 6 de enero de 1935. Página 22.
mismas raíces y propuso al jefe del ejército libertador unir las fuerzas
para derrotar al naciente imperio del norte. En carta a Máximo Gómez le
expresó:
“…Los cubanos recibirán las armas del ejército español y al grito
de ¡Viva España! y ¡Viva Cuba! Rechazaremos al invasor y
libraremos de un yugo extranjero a los descendientes de un
mismo pueblo…”18
El hecho mismo de la propuesta, era un reconocimiento al valor del
Ejército Libertador y sus jefes. Máximo Gómez le respondió: “…es muy
tarde para una inteligencia entre su ejército y el mío…”19
Con un valor quijotesco, los soldados y jefes españoles defendieron a
ultranza los restos de lo que fuese su antigua joya de la corona, la
siempre fiel isla de Cuba. España perdió la guerra. En noviembre de
1898, Blanco regresó a España y ocupó la capitanía general en
condición de interino, el general Adolfo Jiménez Castellanos, veterano
de la Guerra de los Diez Años. Ese mismo mes fue nombrado
Presidente de la Comisión de evacuación de la isla. Tuvo el triste
privilegio, el 1ro de enero de 1899, de arriar la bandera que durante
casi cuatro siglos gobernó la isla. Fue el último capitán general español
en Cuba.
Los días previos a la evacuación fueron de confraternización entre los
soldados cubanos y españoles, encarnizados adversarios de ayer. El
general en jefe del Ejército Libertador, el dominicano Máximo Gómez
Báez, al presenciar la partida de las tropas españolas y su sustitución 18 Boza, Bernabé. Mi diario de la guerra. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1974. Tomo II, Página 309. 19 Ibidem. Página 310.
por los ocupantes norteamericanos, el 8 de enero de 1899 escribía en
su Diario de Campaña:
“Tristes se han ido ellos y tristes hemos quedado nosotros; porque
un poder extranjero los ha sustituido. Yo soñaba con la paz con
España, yo esperaba despedir con respeto a los valientes
soldados españoles, con los cuales nos hemos encontrado
siempre frente a frente en los campos de batalla; pero la palabra,
Paz y Libertad, no debía inspirar más que amor y fraternidad, en
la mañana de la concordia entre los encarnizados combatientes
de la víspera. Pero los Americanos han amargado con su tutela
impuesta por la fuerza, la alegría de los cubanos vencedores; y no
supieron endulzar la pena de los vencidos.”20
La huella imborrable de Cuba, acompañaría por siempre a quienes por
azares de la política y el destino, correspondiera el desempeño del
complejo mandato de su gobierno. La historia demostraría, la solidez de
la vocación independentista de los hijos de la isla. Los jefes y oficiales
españoles, quedarían marcados por el síndrome del 98. Sobre ellos
caería, injustamente, la responsabilidad pública de la derrota.
20 Gómez, Máximo. Diario de Campaña. Ediciones Huracán. La Habana, 1968. Página 481.
LOS CAPITANES GENERALES DE ESPAÑA EN CUBA: 1868-1898.
– Teniente general Francisco Lersundi y Ormaechea. (21/12/67 -
4/1/69)
– Teniente general Domingo Dulce y Garay (4/1/69 - 2/6/69)
– Mariscal de campo Felipe Ginovés Espinar y de la Parra (2 al
28/6/69) Interino.
– Teniente general Antonio Caballero y Fernández de Rodas
(28/6/69 - 13/12/70)
– Teniente general Blas Villate de la Hera. Conde de Valmaseda.
(13/12/70 - 11/7/72).
– Mariscal de Campo Francisco Ceballos Vargas (11/7/72 - 18/4/73)
Interino.
– Teniente general Cándido Pieltain Hove Huergo (18/4/73 -
30/10/73)
– Mariscal de campo Cayetano Figueroa Garaondo (30/10/73 -
4/11/73) Interino.
– Teniente general Joaquín Jovellar y Soler (4/11/73 - 6/4/74)
– Capitán general José Gutiérrez de la Concha e Irigoyen Masón y
Quintana (4/4/74 - 1/3/75)
– Mariscal de campo Cayetano Figueroa Garaondo (1/3/75 - 8/3/75)
Interino.
– Teniente general Blas Villate de la Hera (8/3/75 - 25/12/75)
– Mariscal de campo Buenaventura Carbo y Aloy (25/12/75 -
18/1/76) Interino.
– Teniente general Joaquín Jovellar y Soler (18/1/76 - 18/6/78)
– Capitán general Arsenio Martínez de Campos y Antón (18/6/78 -
4/2/79)
– Teniente general Cayetano Figueroa Garaondo (4/2/79 - 19/4/79)
Interino.
– Teniente general Ramón Blanco y Erenas (19/4/79 - 28/11/81)
– Teniente general Luis Prendergast y Gordon (28/11/81 - 5/8/83)
– Mariscmal de campo Tomás Reyna y Reyna (5/8/83 - 28/9/83)
Interino.
– Teniente general Ignacio Maria del Castillo y Gil de la Torre
(28/9/83 - 8/11/84)
– Teniente general Ramón Fajardo e Izquierdo (8/11/84 - 5/3/86)
– Teniente general Sabas Marín y González (5/3/86 - 30/3/86)
Interino.
– Teniente general Emilio Callejas e Isasi (30/3/86 - 5/7/87)
– Teniente general Sabas Marín y González (5/7/87 - 5/3/89)
– General de división Manuel Sánchez Mira (5/3/89 - 13/3/89)
Interino.
– Teniente general Manuel Salamanca y Negrete (13/3/89 - 6/2/90)
(+)
– General de división Felipe Fernández Cavada y Espadero (6/2/90
- 15/2/90) Interino.
– General de división José Sánchez Gómez (15/2/90 - 4/4/90)
Interino.
– Teniente general José Chinchilla y Diez de Oñate (4/4/90 -
20/8/90)
– General de división José Sánchez Gómez (20/8/90 - 24/8/90)
Interino.
– Teniente general Camilo García Polavieja y del Castillo (24/8/90 -
20/6/92)
– General de división José Sánchez Gómez (20/6/92 - 4/7/92)
Interino.
– Teniente general Alejandro Rodríguez Arias y Rodulfo (4/7/92-
15/7/93) (+)
– General de división José Arderius y García (15/7/93 - 4/9/93)
Interino.
– Teniente general Emilio Calleja e Isasi (4/9/93 - 16/4/95)
– Capitán general Arsenio Martínez de Campos y Antón (16/4/95 -
17/1/96)
– Teniente general Sabas Marín y González (17/1/96 - 10/2/96)
Interino.
– Teniente general Valeriano Weyler Nicolau (10/2/96 - 31/10/97)
– Capitán general Ramón Blanco y Erenas (31/10/97 - 30/11/98)
– Adolfo Jiménez Castellanos (30/11/98 - 1/1/99) Interino.