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200 años de la Batalla en los campos de Vitoria María Álvarez Rodríguez. Investigación histórica. La madrugada del 23 de julio el trueno de una pavorosa tormenta, despertó a media ciudad. Nos cayó como en el mismo trueno, constatar que por obra de los demonios informáticos, habíamos publicado un borrador del texto del artículo 200 años de la Batalla en los campos de Vitoria, nº 7 de Askegui, con los errores propios de una investigación. Y se nos violentó el corazón al comprobarlo, pero buscamos una solución en lugar de lamentarnos. Es una pena, pues es un tesoro el volumen encuadernado, con los maravillosos montajes de Jacinto Rueda y las fotos de Jesús Benítez y Jose Ramón Zamanillo. Queridos lectores, así podréis leer en versión digitalizada el artículo que debió haberse publicado, en el que, entre otras cosas, rescatábamos a un antihéroe olvidado, perdido entre el manuscrito de un testigo excepcional, el cura don Jose de Larrea: Prudencio de Urbina, el aldeano que conoció al rey Jose, que le acompañó hasta el Puente Viejo de Nanclares y que lanzó el gorro al aire como contraseña. Corregimos de paso una errata del texto: el lugar de nacimiento del guerrillero Dos Pelos, que no es otro que Ullibarri de Arana. Y ampliamos un documento extraordinario: la memoria testamentaria del General Miguel de Álava. Todos los documentos tienen un número de clave que los identifica y que la autora compartirá si el curioso tiene a bien visitar el Archivo Histórico de Álava, pilar fundamental de la Cultura en nuestra provincia. Feliz lectura enmendada. María Álvarez Rodríguez y Carlos Ortiz de Zárate Estimados lectores de Askegi: el relato que leeréis a continuación, es solo un pequeño extracto de la Historia de los habitantes de la Hermandad de Iruña, resultado de un largo trabajo descifrando decenas de protocolos notariales –unos mamotretos gordos y antiguos, casi imposibles de leer- custodiados en el Archivo Histórico Provincial de Álava (AHPA) y

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200 años de la Batalla en los campos de VitoriaMaría Álvarez Rodríguez. Investigación histórica.Revista Askegui nº 7 - Agosto de 2013Sociedad Cultural Askegi /Revista AskegiASKEGI. Es un topónimo, lugar de ancestral encuentro de los pastores de la Sierra BadayaEn Iruña de Oca, (Alava-Araba) un 9 de mayo de 2005, se crea la Sociedad Cultural Askegi (sin ánimo de lucro)Blog:http://askegi.blogspot.com.es/Facebook:http://www.facebook.com/pages/Askegi/279313012156578

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200 años de la Batalla en los campos de Vitoria María Álvarez Rodríguez. Investigación histórica.

La madrugada del 23 de julio el trueno de una pavorosa tormenta, despertó a media ciudad. Nos cayó como en el mismo trueno, constatar que por obra de los demonios informáticos, habíamos publicado un borrador del texto del artículo 200 años de la Batalla en los campos de Vitoria, nº 7 de Askegui, con los errores propios de una investigación. Y se nos violentó el corazón al comprobarlo, pero buscamos una solución en lugar de lamentarnos. Es una pena, pues es un tesoro el volumen encuadernado, con los maravillosos montajes de Jacinto Rueda y las fotos de Jesús Benítez y Jose Ramón Zamanillo. Queridos lectores, así podréis leer en versión digitalizada el artículo que debió haberse publicado, en el que, entre otras cosas, rescatábamos a un antihéroe olvidado, perdido entre el manuscrito de un testigo excepcional, el cura don Jose de Larrea: Prudencio de Urbina, el aldeano que conoció al rey Jose, que le acompañó hasta el Puente Viejo de Nanclares y que lanzó el gorro al aire como contraseña. Corregimos de paso una errata del texto: el lugar de nacimiento del guerrillero Dos Pelos, que no es otro que Ullibarri de Arana. Y ampliamos un documento extraordinario: la memoria testamentaria del General Miguel de Álava. Todos los documentos tienen un número de clave que los identifica y que la autora compartirá si el curioso tiene a bien visitar el Archivo Histórico de Álava, pilar fundamental de la Cultura en nuestra provincia. Feliz lectura enmendada. María Álvarez Rodríguez y Carlos Ortiz de Zárate

Estimados lectores de Askegi: el relato que leeréis a continuación, es solo un pequeño extracto de la Historia de los habitantes de la Hermandad de Iruña, resultado de un largo trabajo descifrando decenas de protocolos notariales –unos mamotretos gordos y antiguos, casi imposibles de leer- custodiados en el Archivo Histórico Provincial de Álava (AHPA) y consultando documentos digitalizados sobre la guerra de la Independencia del Archivo Histórico Nacional (AHN). Son el soporte histórico de hechos verídicos e inéditos de los que ya no hay testimonio oral y aunque parezcan un sueño borroso en el Tiempo, veremos que ciertas cosas no han cambiado. Los numerosísimos e intrincados detalles de la Batalla y de la misma guerra, pueden consultarse en incontables libros y en los entretenidos Episodios Nacionales (EN) de Benito Pérez Galdós, de los cuales he tomado prestada alguna frase. No obstante, es necesario mencionar los hitos determinantes de aquella época, para comprender la narración y el agobiante clima psicológico que soportaron nuestros ancestros.

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¿Hubo una Batalla de Vitoria, o sería más acertado decir, en los campos y pueblos cercanos a Vitoria? “La Batalla dada en estas inmediaciones.”AHPA. Así la describen los vecinos en los protocolos, al igual que los redactores de las gacetas oficiales, prensa de la época. Sucedió hace dos siglos, el día 21 de junio del año 1813, cuando combatieron en feroz batalla el ejército aliado de Lord Wellington y las tropas napoleónicas al mando del mariscal Jean Baptiste Jourdan, que escoltaban la retirada de José Bonaparte a Francia. Las crónicas califican la Batalla de “momento culminante” de la Guerra. Y, precisamente, los escenarios del acontecimiento histórico son los cercanos paisajes que se vislumbran desde vuestras ventanas, las calles de vuestros pueblos, incluso el interior de vuestras propias casas. Es el motivo por el cual, Askegi incluye la conmemoración del evento entre sus páginas. Asomaos, pues, y pintad las Seis Hermandades de las Tierras del Duque del Infantado como eran antaño, hacia el final de junio del año de 1813, restregando el pincel como lo haría mi padre, que es un gran artista, o el pintor Ángel Sáenz de Ugarte en el cuadro El Zadorra a su paso por Villodas: las villas, los pueblos con una veintena de casas hidalgas y de labranza con era, borde, rain y cabaña. Sus Iglesias, ermitas, molinos y ventas. Seguid la sinuosidad del río, que discurre bajo puentes de diez y trece ojos, grandes testigos de la Batalla; sus riachuelos y acequias, que abrazan huertas, campos y las heredades con las mieses pendientes. Un hermoso lugar de belleza sencilla.

Todo empezó cuando las tropas de Napoleón Bonaparte, el genio militar y emperador de la Francia, invaden España. El plan inicial era bloquear el comercio continental a Inglaterra, única nación que desafiaba el poder imperial. Con la excusa de invadir Portugal y con el beneplácito del abúlico rey Carlos IV que en aquellos años reinaba, cien mil soldados franceses al mando del mariscal Joaquín Murat, jefe preferido de Napoleón, fueron, cautelosamente, invadiendo España con el propósito de dominarla. Los embajadores de Napoleón hace tiempo que le habían informado en París:“En España, el pueblo llano tiene un gusto pésimo, se distrae con procesiones, corridas de toros y el amor es su acepción más brutal. La burguesía está descontenta y sufre pobreza general. El clero es ignorante y el noble se muere de hambre, en una tierra que se cultiva a medias. El rey es un imbécil, la reina una cualquiera, el heredero es un cobarde, y el favorito, es odiado por todo el mundo. Es un país arruinado. Es necesario establecer un nuevo orden.”Y así fue. En octubre del año 1807, miles de soldados franceses se acantonan en las Provincias Vascongadas. Llegaron sin obstáculos y fueron recibidos con honores en las fronteras. Se publicó un Bando por el que se mandaba a la población que “las tropas debían ser tratadas con la franqueza, amistad y buena fe que corresponde a la alianza entre nuestro Rey y el Emperador de los franceses.” AHN.

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Fue entonces cuando, clamando en idioma francés, cruzaron el puente y se aposentaron en la casa de María Santos Ortiz de Luna, en Villodas. - Allez-allez! Vite, vite, vite, vite! Mucho antes de su acuartelamiento, ya se había puesto en marcha la diplomacia para la “industria” de los suministros. En la villa de Nanclares de la Oca, el molinero ya tenía el encargo de moler las fanegas de trigo necesarias, “por disposición del Diputado General, y para el socorro de la tropa francesa que está para pasar por la Ciudad de Vitoria”. AHPA.

Los alborotos del 2 de mayo de 1808 en Madrid. En el mes de marzo, las conspiraciones de la Corte degeneraron en el derrocamiento del favorito Manuel Godoy en el motín de Aranjuez. La Familia Real, se exilió a Bayona astutamente manipulada por Bonaparte, que actuó de árbitro en el penoso culebrón. España quedó bajo la autoridad de Murat y de las guarniciones francesas. El Pueblo de Madrid, sintiéndose desatendido y abandonado a manos extranjeras, se sublevó contra los intrusos en las calles y disparando desde las casas. Dos batallones de fusileros y quinientos caballos de Murat, El Melenudo, aplacaron el motín con una sangrienta represalia. “Fusilaron a una cuadrilla de pobrecitos, sin perdonar a sacerdotes ancianos, inocentes doncellas y a infelices muchachos.” Bailén. EN.Horas después de los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, en compañía de su criado Trucha, Francisco de Goya, Pintor Real que años atrás había retratado implacable La Familia de Carlos IV, tomó apuntes de aquel violento claroscuro de la tragedia a la penumbrosa luz de la luna, para una obra que pintaría seis años más tarde.

Entretanto, en el exilio, el rey Carlos IV –distraído en su colección de relojes, cacerías y misas- cede a Napoleón la corona de las Españas y las Indias. Y Napoleón nombra rey a su hermano José, que ignoraba los planes del emperador. En su viaje a Madrid, José reposa en la ciudad de Vitoria, donde se le reconoce como rey. Si en los alrededores de Vitoria, su llegada fue de expectante frialdad, en la ciudad es recibido con repique de campanas y las casas engalanadas. Las autoridades y afrancesados, le acompañan hasta el Palacio de más rango de la Ciudad. Su dueño, Hortuño de Aguirre, el Marqués de Montehermoso, habla bien el francés y es de ideología progresista. En la cena de gala, se sitúa a su lado la anfitriona, la señora Marquesa María del Pilar de Acedo. Es elegante, culta y muy bella. También habla francés. Murmuraron los viperinos cortesanos, que el refinamiento de Madame, cautivó al Rey José y que fueron amantes. Cuando José llega a Madrid, ya se habían esparcido los rumores de las insurrecciones, que la nueva Corte se niega a creer. Pero no había duda. Las provincias se rebelan. Se declara la guerra. Surgen de este caos las Juntas Provinciales, que organizan la resistencia y envían emisarios a Inglaterra demandando ayuda militar. Los franceses son derrotados en Bailén. Y el Rey José, su Corte y sus ejércitos, corrieron a refugiarse hacia Vitoria. Instala su residencia en el conocido Palacio de Montehermoso, comprándole el edificio al señor Marqués y allí ubicó la Corte algunos meses. Vitoria se convirtió en un pequeño reducto afrancesado. “La guerra, que parecía próxima a concluir, se trabó de nuevo con más fuerza.”Bailén. EN.

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Era agosto cuando un cuerpo de expedicionarios ingleses al mando de Arthur Wellesley, el Lord Wellington, desembarcó en Portugal.Y, hacia el final del mismo mes, Miguel Ricardo de Álava, vástago de nobles de pura cepa alavesa, marino presente en el desastre de Trafalgar en 1805, Procurador de la Hermandad de Vitoria y testigo de la Junta de Bayona, se incorpora al ejército en Madrid. El día 5 de noviembre, Napoleón Bonaparte llegó a Vitoria para entrevistarse con su hermano José y los mariscales franceses. Era imperativo reforzar la autoridad de Francia. Se hospedó en Eche-Zarra, casa del Portal de Castilla salvada de una inminente demolición, que recuerda la estancia del emperador con una inscripción en latín en los dinteles de las ventanas que daban al viejo camino.

La Junta Central, integrada por representantes de las Juntas Provinciales, centraliza la dirección de la guerra. A final del fatídico año, hicieron circular esta Real Orden a los Jefes Superiores Provinciales: “Nuestro antiguo Gobierno, confiado en una alianza que creía sincera, tuvo la débil condescendencia de permitir se destruyesen nuestros Ejércitos. (…) Llegó el momento de oponerse a la perfidia de este vil aliado, y nos hallamos sin Exército, sin Jefes, y sin más recurso que el valor. Que todas las poblaciones resistan al enemigo, aunque sea valiéndose de piedras y palos. Y para que la defensa pueda hacerse con método y orden, ha servido S M aprobar las reglas siguientes que quiere se publiquen en todos los Pueblos.Prevendrán los vecinos que al primer aviso deben acudir a los parajes señalados con los útiles que tengan más propios. Se aspillarán las paredes para ofender al enemigo, con las armas de fuego de todas las que haya en el pueblo. Para los que no tengan, se construirán picas, chuzos y otras armas de esta clase; se tendrán prevenidas en los pisos altos, piedras, ladrillos y aún agua hirviendo, para causar estrago al enemigo arrojándolas desde las ventanas. Se tendrán en los parajes más seguros repuestos de comestibles, para que subsista el vecindario un par de meses.”AHN.

La posición de Vitoria, un estratégico punto señalado en el mapa de camino de Francia, justificó la estancia de los franceses en la ciudad y en nuestros pueblos. La ocupación duró casi seis años. Los templos de San Vicente –una capilla fue usada de horno- de San Miguel, el Convento de San Francisco y el propio de Santo Domingo, fueron usados como cuarteles de la soldadesca, hospitales, almacenes, polvorines, cárceles y caballerizas. Vivían en la ciudad ocho mil quinientos vitorianos.

En el año de 1809, el rey José, rodeado por unos ministros cansados de que frailes y monjes arengaran contra lo francés desde los púlpitos, decreta la supresión de las Órdenes Monacales y la incautación de sus bienes. “Los religiosos han de abandonar el Convento en quince días, vivir en los pueblos de su naturaleza y vestir el hábito secular.” AHN. Consiguieron un efecto indeseado, pues muchos frailes se fueron por esos caminos de Dios incitando aún más a la sublevación.

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Los padres agustinos de Santa Catalina de Badaya, también desalojaron el Convento. Y las escrituras hablan de expulsión violenta. “Declaramos que en 1809 cuando la extinción de los conventos, y expulsión violenta de sus religiosos en estos reinos por la invasión de las tropas francesas, salió nuestro hijo con los demás religiosos de su Convento…” AHPA. Uno de los terribles efectos de la guerra fue la destrucción de muchos Monasterios –un rico patrimonio humano y artístico- que fueron volados, saqueados e incendiados.Eugenio Murguía, erudito investigador del Valle de Zuya y compañero de pupitre en la Sala de Investigación, me susurra en secreto, haber oído rumorear que, cuando vieron llegar a los franceses, los religiosos de Badaya se apresuraron a enterrar en una heredad-capellanía del Prior, una bolsa de cuero con ducados de oro.

Los guerrilleros del Valle de Zuia La Independencia fue una guerra de guerrillas patrióticas, que no obedecía a ninguna estrategia militar conocida por los oficiales franceses. Emboscaban a las tropas y destacamentos causando gran estrago. Una guerra de paletos, estudiantes, contrabandistas, viudas, molineros, frailes, campesinos, pastores y mozos de mulas esgrimiendo picas y chuzos, contra el Imperio de Napoleón, dueño del Mundo. Un bando que publicó la intendencia francesa, prohibía tocar las campanas para avisar de la presencia del francés, pena de saquear e incendiar el pueblo. Estas órdenes y edictos se clavaban en las puertas de las Iglesias. En la villa de Nanclares, se fijaban en la puerta de la Casa Mesón. Algunas escrituras relatan la ausencia de vecinos de Hueto de Arriba y Mendoza, que abandonaban la Hermandad para unirse a las partidas de insurrectos que andaban por el Valle de Zuya. Mencionan hallarse en un paraje llamado Maracalda, al servicio del guerrillero Fermín de Salcedo. El evocador y bello nombre de Maracalda, me hace recurrir una vez más a la sapiencia de Eugenio Murguía. Dice que es un lugar de caseríos en el monte de Guillerna. Había antes un camino antiguo, abrupto y estaba lleno de fieras. Aquel bosque era un buen escondrijo para los guerrilleros. De allí, caían sobre los destacamentos franceses que deambulaban a Bilbao por el pueblo de Altube. También cuenta, que durante la ocupación napoleónica, no había ganado en el Valle de Zuya. Los guerrilleros reunieron los rebaños y los llevaron a esconder a la sierra de Badaya, para que no fueran robados por las tropas. El párroco José Iturrate documenta con los libros sacramentales de la parroquia de San Miguel de Murguía, el tremebundo destino de algunos de estos guerrilleros que se echaron a los montes de Cuartango. Cuatro de ellos murieron “violentamente a fusilazos y con bayoneta en la casa-mesón cuando fueron sorprendidos por la tropa francesa” sin recibir los auxilios espirituales. Fueron sepultados en la Iglesia. El investigador Ramón Cuesta Astobiza, en su libro Historia del Valle de Cuartango, recoge otro episodio truculento: unos guerrilleros del cabecilla Cuevillas, secuestraron a un francés que estaba trabajando de castrador en un pueblo; lo llevaron cerca del molino de Arbígano, matándolo de un

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arcabuzazo que le arrancó la mitad del cráneo. Después, arrojaron el cadáver a una torca. La Puebla de Arganzón fue también un lugar marcado por la Independencia. Escribe la historiadora Micaela Portilla, que los franceses tomaron como cuarteles el Hospital y la ermita de San Juan Bautista y que, en sus muros, los soldados inscribieron sus nombres GRANIE, DARTON, DEDON, 1812 y un petroglifo del aguilucho napoleónico. No extraña, viendo impotente los vandalismos y tropelías de los intrusos, que fuera La Puebla patria adoptiva de otro guerrillero: el herrero vizcaíno Francisco Tomás Anchía, apodado El Longa como el nombre de su caserío, desposado con una doncella del lugar. Su grupo llegó a contar con miles de hombres. Tan numeroso era y tan buen estratega resultó ser, que su partida de rebeldes pasó a formar parte del ejército regular. Los escritos de Longa revelan cuál pudo ser la causa para echarse al monte con la escopeta, junto a cuatro vecinos descontentos, en el año de 1808: los franceses apresaron a sus suegros y a otros familiares. Tenía veinticinco años. La guerrilla de Longa vigilaba el Camino Real de Postas desde el desfiladero de La Puebla hasta Nanclares de la Oca, atacando a los franceses, arrebatándoles los caballos y las mulas e interceptando los correos de Napoleón, que luego remitía a la oficialidad inglesa. Se escondían dispersos por los cercanos montes de Burgos. Para la subsistencia de su numeroso grupo, Longa se encargó de recaudar los frutos de los diezmos que correspondían a los circundantes Monasterios suprimidos. Y hay cartas de pago que demuestran que Lord Wellington financiaba a las guerrillas con armas, municiones y trajes de paño oscuro. Otro guerrillero de renombre en nuestra provincia fue Sebastián Fernández de Leceta, Dos Pelos. Para responder a la curiosidad acerca de su origen, las copias de los certificados de bautismo de sus hijas, insertas en los protocolos, nos dicen que es paisano de Ullibarri de Arana. Se unió a las partidas del guerrillero Francisco Espoz, agrediendo a los franceses en los caminos y puertos navarros. El día de la Batalla, Longa y el guerrillero Pinto, dirigieron a tres mil hombres. Y, con una astuta treta como leída en La Odisea, Sebastián Fernández, apostado en las colinas de Alegría, espantó al resto del ejército de franceses que venía en retirada desde Logroño.

Los suministros para las tropas francesas y la ruina de los Concejos En 1810, Napoleón disuelve las diputaciones y reunifica las tres Provincias Vascongadas en el Gobierno de Vizcaya, presidido por el General Pierre Thouvenot. Por su Real Decreto todos los pueblos estaban obligados a sustentar a las tropas y llevar los víveres a los almacenes señalados: leña, trigo para la harina del pan, carne y vino clarete. Avena, cebada y paja para las caballerías. Catres, sábanas y almohadas. Los franceses requisaban también cuantos carros circularan por los caminos: en Foronda, una tropa francesa asaltó a punta de bayoneta a una pareja de arrieros con una carga de cántaras de vino, aunque en este caso, obligaron al alcalde a cometer la fechoría. ¿Qué hacer si a un infeliz le aprisionan a su mujer y a sus hijos? Tuvo luego que entregar el vino a los soldados. La desobediencia significaba el arresto, ser juzgado ante un Consejo de Guerra o morir fusilado o ahorcado en un árbol. Supuestamente, estos suministros serían reembolsados por la Francia, pero décadas después de la Independencia, aún se hallan cientos de protestos de

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letras y recibos impagados por falta de fondos, que supusieron la bancarrota de los comerciantes. Ya sabrá el lector, que el paradero de los dineros recaudados en las Tesorerías para socorro de los asuntos públicos, es el gran enigma de la Historia antigua y contemporánea. La Provincia de Álava había decretado en sus Juntas Generales del 20 de noviembre del año de 1807 y 24 de febrero de 1808, “conceder licencia, permiso y facultad a los concejos y pueblos, para que pudiesen vender o enajenar terrenos propios con arreglo a lo manifestado por órdenes del Supremo Consejo a fin de suministrar con su importe los víveres necesarios al crecido nº de tropas francesas q han estado y están en tránsito en esta Nuestra Provincia.”AHPA. Y, los vecinos de los pueblos reunidos en asamblea, acuerdan vender en pública subasta propiedades comunes -montes, prados, molinos, casas- para poder pagar las exacciones continuamente demandadas. Fue la ruina y la miseria de los Concejos, pues solo podían ser postores de estos bienes, los especuladores y los usureros.

“Sépase como nosotros el Concejo Justicia Regim.to y vecinos de este lugar de Villodas que juntos estamos en nrâ casa concejil a son de campana tañida como lo tenemos costumbre para tratar de conferir, comunicar cosas tocantes al servicio de Dios, servicio, bien, utilidad y conservación de nuestro referido Concejo (…) decimos…”AHPA. La Casa Concejil del lugar de Villodas era entonces una sencilla casita a la que, unos cuantos lustros más tarde, se le añadió una torre con un Relox de Campana, y la Casa del Maestro de primeras letras. Y allí, en las casas del Concejo, ancestral institución de las decisiones de un pueblo, doblegados ante las amenazas, los vecinos y las vecinas, prestando voz a los ausentes, impedidos y venideros, rubricaron con sus firmas una lenta sucesión de calamidades.

“Ariñez, 25 de enero 1809.Hasta este día, han sido pocos o ninguno, el que haya dejado de pasar y estar de estancia acantonada la tropa francesa…”AHPA

“Trespuentes, 8 de marzo 1809.Nosotros, aunque hemos enajenado algunos concejiles, no ha llegado a cubrir los tales suministros ni han sido bastantes los bienes que teníamos y ahora, con el mayor apuro, se nos quiere exigir diariamente un considerable número de trigo, cebada, avena, paja y otras cosas para las tropas, tanto para el almacén de Vitoria, como donde ahora se hayan acantonadas las tropas, y a fin de no faltar al Real Servicio y vernos en las funestas consecuencias de un saqueo militar hemos puesto a subasta pedazos de bienes concejiles.”AHPA

“Margarita, 7 de mayo 1809. Desde 1807 hasta el presente y en algunas temporadas las tropas francesas han estado en este lugar, a las que a nuestra costa hemos tenido que mantener, prescindiendo de infinidad de repartos que se

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han hecho de granos, paja, carne, de forma que no podemos cubrir las deudas…” AHPA.

“Nanclares, 12 de enero 1810. Nos vemos en la más estrecha necesidad e imposibilitados para poderlos continuar a no ser enajenando y vendiendo como lo hemos hecho, algunos terrenos propios con lo cual nos hemos librado de los saqueos militares y multas con q somos amenazados.” AHPA.

“Villodas, 14 de enero de 1810 Que con motivo de las muchas tropas francesas que han pasado, pasan y están de tránsito por esta Provincia hemos tenido que hacer los infinitos oprobios que son bien notorios, para el apronto de víveres de manera que por lo tanto, y por haberlas tenido en este pueblo, también de estancia, se ve su vecindario imposibilitado para poder proseguir en los tales suministros, y ahora se nos manda a solicitud de las autoridades francesas aportemos cien ducados de vellón, para el veinte del corriente, y como este es el único camino que podemos tener abierto para poder apartarnos de los saqueos, multas y condenas con que nos amenazan, hemos convenido enajenar la rain titulada…” AHPA.

“Trespuentes, 3 de febrero de 1810Además de las continuas exacciones que se nos ha hecho en dinero, carnes, leña, paja, granos, y ya en otros utensilios, prescindiendo del gravoso servicio de bagajes, se nos pide aprontar ahora doscientos de vellón por cada vecino en el término de veinte días y viendo la imposibilidad de realizarlo, y por otra parte, el golpe con que se nos amenaza, determinamos enajenar algunos terrenos concejiles…” AHPA. Los suministros habían de ser transportados a los puntos y almacenes indicados: Armiñón, la Venta de Zaballa, La Puebla, Nanclares, Ariñez, Mendoza y los almacenes de Vitoria. El detestable encargo de conducir estos carros era el servicio de bagajes, y le tocaba a un vecino por sorteo, a riesgo de su vida y de sus propias yuntas de bueyes.

Este año de 1810, Miguel Ricardo de Álava, llega a Portugal para unirse al ejército aliado, una extraña suerte de soldados y mercenarios ingleses, portugueses, españoles y cuerpos de elite alemanes, creado para expulsar al francés. El General de los ejércitos era aquel que la Gaceta llamaba El Lord, el inglés Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington. La Divina Providencia determinó entonces otro gran encuentro de personajes de la Historia en medio de feroces circunstancias. Álava que contaba treinta y ocho años, y el Lord, cuarenta y uno, al fin, se conocieron. El Lord era un hombre circunspecto, distante, soberbio; en los retratos

pictóricos, Wellington salía mucho más favorecido. Sus hombres le llamaban El Narizotas. Miguel de Álava era diplomático, extrovertido, dicharachero y conocía los idiomas. Dos hombres opuestos en todo, salvo en su profundo sentido del honor, su educación y su linaje. Habían nacido para complementarse.

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En 1812, -mismo año que se proclama la Constitución de Cádiz y tan aciago que es conocido como el año del hambre- las tropas francesas, muy trasquiladas en los numerosos asedios y batallas, comienzan a replegarse hacia el Norte, reclamadas además desde Francia por Napoleón, para reforzar la desastrosa campaña de Rusia. Pero es diciembre, y aún situamos a una partida de soldados franceses acantonados en Nanclares con el único fin de “exigir contribuciones”.

En el año de 1813 todavía continúan las subastas y remates para evitar la ruina por gastos de alojamiento de las tropas. No había pueblo a salvo de las amenazas. Y no había ningún reparo en conceder licencias por parte del Intendente General que, pienso, las despachaba sin mirar. “Le comunico a VS que puede proceder a la enajenación”. En Vitoria, se barruntaba ya la huida del ejército imperial y los pagadores franceses habían comenzado a escabullirse a su país furtivamente…

El día veinte y uno de junio de 1813 y el manuscrito de José de Larrea, cura de Berrosteguieta. El Lord Wellington avanzaba con las tropas aliadas desde Castilla, persiguiendo al francés en su retirada por el flanco de Burgos, en medio de un temporal y por los caminos embarrados, y tan hambrientos, que se dice que los soldados se comían el cuero de las riendas de las recuas…. Era veinte de junio cuando llegó el ejército combinado a la villa de Subijana de Morillas, puerta del Valle de Cuartango. Acuartelados en una casa hidalga, el Lord organizó la estrategia de batalla. Con él está su amigo Miguel de Álava, que conocía bien su tierra. Entre la caballería y la infantería, la soldadesca aliada sumaba 83.486 individuos pertrechados con sables, bayonetas y 90 piezas de artillería. El rey Jose se había instalado en Vitoria, y las tropas francesas se desplegaron extramuros de la ciudad y los pueblos de una legua a la redonda. Muchas versiones se han escrito de lo sucedido este día. Y ningún testimonio es tan singular como el manuscrito de José de Larrea, cura entonces del lugar de Berrosteguieta, en las faldas del Picozorroz. Con ritmo frenético, narra los hechos de los días precedentes y nos cuenta en primera persona la tragedia con el lenguaje coloquial de antaño. Y nos interesa por su cercanía, por ser más próximo su relato al sentir de la gente en aquellos angustiosos días y nos dice qué hicieron nuestros antepasados cuando vieron llegar a la abigarrada soldadesca: echarse al monte. Siente la obligación de relatar lo ocurrido, para restituir la sacrílega profanación de la Iglesia de Santa Eulalia y el robo del Libro Segundo de los sacramentales. Verifica, además, los sucesos narrados en los protocolos: uno y otros se solapan en un relato veraz. Comienza recorriendo el pueblo preguntando a cada vecino por sus orígenes, para componer un nuevo Libro Tercero.Y escribe, también, para quien tenga curiosidad por las ocurrencias del 21 de junio de 1813. El documento se custodia en el archivo de la Fundación Sancho el Sabio. Esta es la trascripción de su contenido, que comienza con loas y aleluya a Dios.

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“Digo pues, que a día 18 de junio de 1813, en que gemíamos bajo la dominación francesa por cinco años, se llegó a esparcir una voz, de que los franceses venían de retirada, indicándolo así el incidente de acantonarse en Vitoria y sus inmediaciones, muchas tropas y mucha artillería. A consideración de inminentes males, tratamos de ocultar los efectos posibles, no solo en aquellos parajes construidos al intento, y que se habían usado con acierto, a pesar de las muchas tropas de tránsito y alojamientos, sino de nuevos subterráneos dentro y fuera de las casas, enfardando y embalando cuanto cada uno podía para extraerlo en el silencio de la noche, pero el temporal, no nos lo permitió y dilatábamos nuestras esperanzas al día siguiente; más, en vano, cuando el día 19 de madrugada acometen a nuestras casas, violentan las puertas y en un momento se apoderan de nuestros bienes; más no me faltó arbitrio de dar cuenta al Gobernador Francés Touvenot de tan atrevido exceso. Oye en suspenso mi relación llena de vituperios y se pasea caviloso, y después de largo silencio, me entrega un oficio (…) El comandante de la Gendarmería pase a Berrosteguieta a contener los excesos. Y añade:Esto no es mucho, quién podrá contener a los cincuenta mil hombres que hoy son de llegar aquí.Esta segunda parte me sorprendió sobremanera, vuelvo tremulento al pueblo, lo encontré reunido, relacioné lo que había platicado y oído y especulamos que un montón de males nos circundaba (…) Y así acordamos el retirarnos a los montes, como de observación, pero acudiendo todos al cuidado de la Iglesia, a sumir el sacramento y ocultar los vasos sagrados y ornamentos más preciosos. Llenos de pavor y miedo, nos dirigimos a la Iglesia, aunque huimos todos a la vista de un estrepitoso tumulto que entraba ya en el pueblo. Ya iba declinando la tarde cuando, poco a poco, nos reunimos luego que cada uno salió de su caverna. Llegamos a la Iglesia mas, sus puertas forzadas a golpe de hacha nos presentan la desolación: entramos dentro y hallamos el tabernáculo destruido, los sagrados vasos robados y los más preciosos ornamentos y las sagradas formas arrojadas por el suelo. (…) Pasamos a revolver y entresacar los fragmentos del tabernáculo y hallamos la espina de la corona. (…) Y deseando preservar de manos sacrílegas, la saqué de la Iglesia, pero aún no salí del recinto cuando veo repentinamente una multitud de soldados que se dirigían hacia nosotros.En tan apurado conflicto, no hallé otro recurso que introducirme disimuladamente en la puerta de la Torre, echar al suelo la santa reliquia y cubrirla con el escombro y polvo y salirme con disimulo. Pasado esto, cogí la reliquia y en el camino que va a Esquivel, la oculté bajo un matorral y destituidos de todo consuelo, por retirarnos al monte, entregados a las fluctuaciones y vaivenes de la fortuna, errantes y fugitivos. Si peligros dejamos en el poblado, peligros hay en la soledad: por todas partes había ladrones, que, despojándonos hasta de los vestidos y calzados, aún querían exigir lo que no teníamos, esto es, que les informáramos quién tenía, o dónde había dinero, bajo pena de muerte, con molestas y repetidas preguntas. Llegada que fue la noche, cada uno se acogió como pudo desfallecido de hambre y cansancio, temeroso de caer en sus manos, porque hubo quien, cogido al resplandor de la luna, fue bajado al pueblo con un cordel en la garganta tirando de él, dejándole impresa la marca por mucho tiempo.

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Comprobada la efeméride celeste de estos días, el cálculo astronómico certifica el dato de José de Larrea: eran noches de luna menguante. El día 21 cayó en lunes.

La mañana del veinte, prosiguió la misma escena con los que encontraron, sin embargo, cada uno procuraba aprovecharse de la ocasión de fuga. Yo hice lo mismo y al subir por el puerto por la parte de San Bartolomé, noté que se dirigía a mí una pequeña patrulla de franceses, la que me daba alcance, ya por mi desfallecimiento, como porque iba herido de los pies (…) y a poca distancia me subí a una grande haya que la fortuna me deparó, y reclinado sobre uno de sus fuertes brazos. Pasé el puerto y como advertí que estaban saqueando Arrieta, y Doroño, proseguí mi caminata hasta Aguillo, donde encontré algunos feligreses y muchos conocidos y permanecí allí hasta el día 21. Amaneció por fin el día veinte y uno, día terrible y espantoso, día de confusión y de llanto, día alegre, día risueño, placentero, que ya lo llamo día funesto. Cada uno esperaba por instantes su fin, en medio de la confusión, de la violencia, y el desorden, sin tener a donde volver los ojos, que no fuese objeto de su ruina. El mismo cielo se miraba provocador con los relámpagos y estruendos de los cañones, y obscurecido y turbado con el humo. Ya se ve al enemigo en precipitada fuga.Este remarcable día 21 lo pasamos con tranquilidad y descanso, aunque no de espíritu, ya por un tiroteo que sin interrupción se oía a la parte de Vitoria, ya por recordar a nuestros deudos y amigos y porque llegaban noticias de que los franceses que estaban en Logroño, pasaban a Vitoria, y nos cogían entre dos fuegos. (…) En medio de esta confusión, temor y sobresalto nos aseguran por la noche que Vitoria ha quedado libre de franceses, que nuestras tropas los van persiguiendo por el camino de Salvatierra, por haberles interceptado el de Francia. Y por fin amanece entre peñascos y montañas. Nos ponemos en camino y a poco, regresamos a nuestra patria, la encontramos desolada. (…) Encontramos algunos heridos, pedían los santos sacramentos, pero el de la Santa Unción no pudo por haber sido robado. Pedían agua con la mayor sumisión pero fue muy costoso encontrar un cauco de vasija que pudiese contener medio cuartillo de agua. Fueron socorridos del modo posible y conducidos al Hospital de Vitoria.Entré en la Iglesia y observo los sepulcros abiertos, las paredes quebrantadas, las mesas de los altares demolidas y todo fuera de orden. Bajé a Vitoria guiado siempre de mi fatal hado, por el camino de despojos de fusiles, cartuchos y algún herido. Estaba la ciudad de día de fiesta a pesar de que no se hablaba sino de tragedias, apresurándose a contar cada uno lo que veía.Traté con varios amigos que vieron la acción y particularmente con uno que acompañó a (al Rey) José por orden suya y elección de la ciudad y de unos y otros recogí las noticias siguientes:Los Franceses, en número de sesenta mil infantes y cinco mil caballos, con 150 cañones de varios calibres, formaron su línea de defensa desde las alturas de Subijana, por el lugar de Trespuentes hasta los Huetos. El fuego de las avanzadas empezó a las tres de la mañana, o tres y

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media1, retirándose con orden hasta incorporarse en la línea. El Rey salió de Vitoria a mandar la acción muy de madrugada y al pasar por Zuazo hizo una corta mansión delante de la casa de Prudencio de Urbina, ignorando este quién era. Y acercándose a él, le dijo:Eres español, y el paisano le respondió, sí señor, sea lo que Dios quiera. Mandó le diesen de beber del repuesto de botellas que consigo llevaba. Sacó un lapicero y mandó formar en una de las piedras del frontispicio de su casa unos caracteres y en idioma francés, que hoy se lee, dicen, Casa Real. Llevó consigo al paisano, hasta las últimas baterías. Se apeó el Rey con toda la plana mayor entre Nanclares de la Oca y Subijana a la derecha del Camino Real, que va de Vitoria a Miranda. Pero el paisano, temeroso de lo que podría resultar de aquel aparato, suplicó al Rey le permitiese volver a su casa en compañía de algún soldado, para evitar atropellamientos y detenciones, a lo que respondió el Rey: vete sin temor, y cuando te digan, qui vi, (quién va) sin hablar palabra, echarás el gorro al aire dejándolo caer en la tierra.El paisano llegó a su casa, y aún le resultó otra fortuna que su casa no fuera saqueada como todas las demás, a resulta de la inscripción dicha. Estaba rodeada de franceses, pero ninguno osó pisar el umbral de su entrada.Serían como las siete de la mañana cuando rompió el fuego por el ala izquierda del enemigo, estando el Rey comiendo en una mesa pequeña que apenas cabía el plato y la botella. El primer cañón se disparó cerca de Subijana y a poco rato desampararon los franceses el lugar de Nanclares y un oficial con sable en mano los hizo reunirse en el puente donde estuvieron poco tiempo, porque los ingleses cargaron allí sus fuerzas, y los obligaron a retirarse.El fuego se fue extendiendo y activando; permaneció la batalla indecisa mucho tiempo. Entre todo, el valeroso Morillo, subió a tomar las alturas de Subijana por la parte de la Puebla de Arganzón, sufriendo muchas descargas de las emboscadas de aquellos carros, correspondiendo al fuego hasta que se le acabaron las municiones, logrando echar al enemigo al bosque. (…)El cuerpo del ejército que vio batida su ala izquierda se retiró a Ariñez, y los ingleses se apoderaron de Subijana; hicieron los vencidos varias tentativas para reconquistar este punto, más no pudieron conseguirlo, porque los ingleses supieron aprovechar de este resquicio, pasaron los puentes de Nanclares y Trespuentes doblaron las fuerzas y por la otra parte del Zadorra tomaron Mendoza. Que este punto fuese interesante se deja conocer de una expresión que se le oyó decir a un oficial francés, a luego de la pérdida de Subijana. - Hemos perdido la Batalla por haber perdido Subijana.

Longa y Pinto, que se acamparon aquella noche en Murguía atacaron la derecha del enemigo por el camino de Bilbao a Vitoria, perdieron mucha gente pero lograron rechazar al enemigo, hasta las inmediaciones de Gamarra y Abechuco. Luego que los ingleses tomaron Subijana y rechazaron a los franceses que intentaron reconquistarla, estos retiraron sus tropas y la artillería por las alturas de Gomecha, Zuazo y por la otra parte al río Zadorra, por Arriaga, Gamarra, Abechuco; en esta posición el combate duró mucho tiempo, por

1 La hora actual corresponde a las cinco y media de la mañana. Pero, a la hora solar, la que regía antiguamente, el resplandor del alba iluminaba ya las colinas del alto de Jundiz a la hora en que comenzó el fuego. Tomé la foto del contraluz del Concejo de Villodas unos días antes al amanecer del día del Bicentenario la Batalla.

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todas partes hubo fuego muy vivo, pero en Gamarra Mayor, aquí perdieron los franceses mucha gente y en el puente murió también un general francés. Entretanto que se batían en esta llanada, perseguía Morillo a los franceses por la cumbre de las montañas hasta Zaldiaran, y aunque tuvo una pérdida considerable, y fue herido, no desamparó el campo; visto esto por los franceses, trataron de reforzar el punto de Zaldiaran. Intentaron subir cinco cañones pero quedaron frustradas sus esperanzas porque fueron guiados por un paisano falaz, y siniestramente por el camino de Esquivel, que aunque parece ancho, finaliza en una emboscada a la espalda de Zaldiaran dividido en varios ramales que solo sirven para disfrutar el monte.Huyó secretamente cuando los contempló en el atolladero y precipicio. Perdido este punto, tomaron la retirada hacia Gamarra Mayor, Durana y otros por el Camino Real, pero los ingleses acometieron con todo nervio por Araca, y tomaron Gamarra a cosa de las tres de la tarde.Longa y Pinto aguardaron a los franceses a la vista de Durana, pero estos volvieron a tomar el camino de Navarra, y como este solo es usado por los carros del país, y no admite ruedas de cubo, a cada paso hallaban tropiezos resultando de aquí una confusión y desorden que ni ellos mismos se entendían, no teniendo otro arbitrio para salvarse que cortar los tirantes (de las recuas) y huir cual más podía.

José había ordenado salir a su Corte hacia San Sebastián, pero los aliados habían cortado el paso. José Bonaparte deja la berlina real, y espoleando al caballo, escapa con su séquito camino de Pamplona. En la retirada, deja todos los pertrechos del ejército, y la caravana de muchos carros que contenían los tesoros expoliados. Y así, entretenidos los ingleses en el pillaje, no se persiguió al enemigo.

Los franceses perdieron toda su artillería que pasaba de 170 cañones con tres o cuatro que perdieron en Gamarra y Abechuco. Y perdieron innumerables carros de municiones, fusiles y muchos coches, llenos de preciosidades, carros de dinero, reloxes, piedras, sortijas, cadenas de oro, libros, mapas, muchas maletas de ropas finas, cubiertos y vajillas de plata, servicios de escribir, el espadín de Pepe, (el rey José era apodado Pepe Botella), el bastón de Jourdan, la caja militar, todos los almacenes, vestuarios, provisiones, todo robado a la España, y las alhajas que pocos días antes estaban en nuestro poder. De todo se apoderaron los ingleses, cargándose sacos de oro y plata, y al infeliz español no se le permitió tomar un cuarto, a excepción de algún paisano, que se arriesgó a salir del campamento, aunque unos pagaron el atrevimiento con su vida.Con los brazos abiertos aguardaban los vitorianos a sus tropas, y a los aliados; salían por la calles dándose recíprocas enhorabuenas por verse libres del yugo que les oprimía, sin haber sufrido el saqueo y las extorsiones que los demás pueblos; pero no encontraron hombres en los ingleses, sino bestias, sin más Dios que su barriga y antojos; saquearon y robaron todas las aldeas de la parte occidental de Vitoria que habían quedado libres de los franceses. Segaron las mieses para los caballos, y echaron los bueyes y caballerías de brigada a los sembrados, privándonos del único recurso de las abundantes cosechas, en que apoyábamos la subsistencia, en nuestra completa ruina. Pero debemos a los vitorianos este generoso y católico acto de humanidad, que abrieron las puertas a todo postulante derramando a manos llenas la caridad con que nos remediamos infinitos.

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No es extraño que los franceses cometieran excesos, al fin, eran unos enemigos consentidos en sus maldades: pero en los ingleses, que venían en calidad de amigos, no deja de ser muy extraño, tan tosco modo de proceder.Continuaron por fin nuestras tropas persiguiendo al enemigo, por el camino de Navarra, y es de creer que Claudel, nada supiese de esta Batalla, pues al tercer día destacó un cuerpo de caballería que habiendo llegado a las alturas del lugar de Castillo, y luego que se enteró de que las tiendas en las proximidades de Vitoria eran inglesas, volvió detrás y tomaron el camino de Zaragoza, y por los Pirineos, pasaron a Francia. Pero las tropas francesas bien sabían que Claudel estaba en Logroño, con once mil hombres porque la noche del 21 trataron de reunirse con él y como esta resolución no fue ignorada por Sebastián Fernández, que se hallaba sobre las alturas de Alegría, con 1500 hombres de guerrilla, y algunos paisanos, mandó encender en aquellas montañas una gran cantidad de luminarias haciendo pasar por entre estas a los soldados aparentando un grande ejército, lo cual, visto por el francés, mudó de parecer y se retiró hacia Pamplona, que era lo que apetecía Wellington. (…) Vale.Berrosteguieta y diciembre 15 de 1813. José de Larrea.”

Cuando el frente central de los franceses se derrumbó, Miguel Ricardo de Álava, acompañado de un regimiento de elite de la caballería, se apresuró a entrar en Vitoria. Entró al trote por la Puerta de Aldave, llegando hasta la Plaza Nueva, gritando la legendaria frase a sus paisanos: - ¡Guardad cuanto tengáis porque estos que vienen conmigo son peores que los que se han ido! Cerró la ciudad a su propio ejército, evitando el atroz saqueo que había visto cometer a las tropas británicas.Sabía que los ingleses celebraban la liberación con borracheras, crímenes, saqueos y violaciones. Sucedió en el asedio de Ciudad Rodrigo, Badajoz y en San Sebastián, casi dos meses después en la Batalla de San Marcial, donde culminó con un incendio. Entró, arrojó a los franceses y ordenó montar guardia en los graneros y almacenes, para evitar la rapiña. Por esta acción, la ciudad de Vitoria le regaló una espada toledana con empuñadura de oro y diamantes, con la inscripción: “En memoria de la acción de 21 de junio de 1813” y el lema de los Álava: A LA MÁS LINDA ÁLAVA.

Horas después, llegó Lord Wellington. Al final de tan intenso día, fueron a la casa de Javier de Arriola, a visitar a la prometida de don Miguel: su prima doña Loreto.

A Lord Wellington le costaba aceptar que sus hombres fueran una horda de bárbaros que combatían por ginebra y dinero. Tenemos el testimonio de los vecinos de Olano, Hermandad de Cigoitia, sobre lo sucedido los días del repliegue y del comportamiento de nuestros aliados ingleses, coincidente con lo dicho por José de Larrea: “El Concejo y vecinos, dijeron: que en los días veintiuno y veintidós de junio del año pasado de mil ochocientos trece, con motivo del tránsito de las tropas británicas desde este pueblo y sus términos labradíos para la expulsión de las tropas francesas, que existían en la Provincia

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y Reyno de España del usurpador intruso Napoleón, y en cuyos días gloriosos se consiguió exterminarlos y arrojarlos, las tropas británicas de caballería y sus brigadas, destruyeron y talaron los frutos de trigo, cebada, haba y avena, e igualmente tuvieron que suministrar a dhas tropas de agua, pan, harina y trigo que tenían…” AHPA

Durante la Guerra, los combates se abrían al grito de Viva Fernando pues el propósito de la expulsión del intruso rey José, era devolver el trono al heredero, aunque su régimen fuera feudal y tradicionalista. Pero nada podía ser ya lo mismo, porque, pese a la barbarie, a la hambruna y a las horripilantes escenas, la invasión de los franceses tuvo buenas consecuencias: trajeron la revolución de las ideas liberales y la proclamación de la libertad de los individuos. En 1814, Napoleón firma la paz y Fernando VII El Deseado, se apoltrona como Rey de España, derogando todas las leyes de José Bonaparte y restaurando el absolutismo. La alegría fue escasa bajo el dominio del indigno reyezuelo. Era bruto y malvado. Comenzó la despiadada persecución de los liberales, incluyendo al propio General Álava, que fue arrestado en Madrid. El famoso guerrillero Sebastián Fernández de Leceta Dos Pelos, ya graduado Coronel de los Ejércitos, fue fusilado en la villa navarra de Estella en 1822. Dejó dos niñitas huérfanas, Josefa, nacida en San Vicente de Arana al poco de finalizar la Independencia, y María, nacida en Alda. Quedan bajo la custodia de su abuela materna Mª Josefa de Gaviria, que vivía en Vitoria. Cuando muere la abuela, las niñas piden el amparo de su tío Ramón de Leceta, clérigo de Armentia. Fernando VII, también devuelve los bienes al clero. Cuentan los dominicos de Vitoria: “Que siendo probable por el nuevo aspecto que han tomado las cosas, el que se restablezcan los Conventos, como ha sucedido ya en varias comunidades religiosas…” AHPA. Los agustinos también regresan al Convento y las campanas de la Iglesia de Santa Catalina de Badaya repican hacia la Sierra y la Hermandad de Iruña. Se congregan en la Sala Capitular. La vida monástica parecía, solo parecía, recuperar el ora et labora…

Los misterios de la Batalla: ¿dónde están enterrados los muertos? Fue en esta guerra cuando se dieron las disposiciones para construir los cementerios extramuros de las poblaciones, pues muchas eran las víctimas y el temor a las pestilencias. Así se delimitó el nuevo cementerio junto a la ermitilla de Santa Isabel, según el mismo modelo diseñado para todo el país. En el campo de Batalla, tras el recuento de Lord Wellington, este fue el estado del ejército aliado: fallecieron 740 soldados, hubo 4174 heridos y unos tres mil extraviados, que fueron sumados luego a la lista de bajas. Murieron 92 caballos y 68 quedaron malheridos que serían rematados para carne. El ejército francés perdió ocho mil hombres. Una mortandad semejante, dispersa entre tantas leguas, sugiere una ingente tarea de inhumación. Sin embargo, ¿acaso dijo alguien que la

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Batalla se había ganado? ¿Quién osaría salir a campo abierto durante esos días, a dar sepultura a los fallecidos, si había más cadáveres que pares de brazos? ¿Hubo una rapiña nocturna en busca de anillos, monedas y relojes de los muertos? A riesgo de ser aventurada, expongo esta suposición, extraída de la batalla de Medina de Ríoseco tras el asalto francés del 14 de julio de 1808. “22 de agosto de 1808. Los cadáveres de los heroicos defensores permanecen insepultos después de 40 días en los campos donde fue la sangrienta batalla. El mayor nº se halla medio cubierto de una ligera capa de tierra y otros están enteramente desnudos, ofendiendo el pudor. Y para que tengan el honor de la sepultura pide que se den las disposiciones convenidas para que se abran profundas zanjas a costa de los pueblos inmediatos.”La autoridad ordenó, a pregón y son de clarín por los pueblos y so pena de multa de 50 ducados, que los vecinos enterrasen los cadáveres y los caballos muertos. AHN. ¿Sucedería algo parecido en nuestros escenarios? Gran parte del paisaje bélico desde Júndiz, Ariñez, Margarita, Lermanda y Zuazo, está urbanizado, asfaltado y configurado en polígonos industriales, cuán camposanto común de hormigón. Esta inhumación no había de ser del arbitrio de los vecinos: necesitaban licencia o bien eclesiástica, o bien del Gobernador. Quizá no haya misterio y solo se trate de indagar en los Archivos. En algún sitio han de estar las zanjas, necesariamente profundas, donde fueron enterrados juntos, aliados y enemigos. Los heridos, de todos los bandos, fueron llevados al templo de San Vicente, al Santo Hospital de Santiago donde se amputaba, se sangraba y se aplicaba sanguijuela y otros tópicos, y al Convento de San Francisco en Vitoria, a languidecer sobre los infectos catres, entre los tifus epidémicos lejos de sus patrias y familias, o a morir amontonados sobre el frío pavimento de los claustros. La salvaje demolición de este Convento en 1930, durante siglos epicentro de la Provincia de Álava, nos priva de contemplar, imaginar y recrear, otra secuencia fundamental de nuestra Historia. Eugenio Murguía, afirma haber tenido noticia de que, en unas obras en Vitoria, al abrir una zanja con la excavadora, los obreros descubrieron asombrados unos esqueletos vestidos con casaca azul francesa. Dieron parte a su jefe, que inmediatamente ordenó: - De esto, ni una palabra. Y las obras siguieron adelante. El otro enigma es averiguar el destino del botín del convoy imperial, que fue abandonado cerca del puente de Durana, cuando la división inglesa cayó contra las fuerzas de José Bonaparte. Eran cientos de carros, e iban cargados con las riquezas expoliadas de los saqueos de templos, palacios y otras atrocidades sacrílegas. Incluso llevaban plantas exóticas para los proyectos científicos de Napoleón en París. Portaban además, los enormes lienzos de los maestros Velázquez, Murillo, el Tiziano, Zurbarán y Rubens, librados del saqueo final porque habían partido con horas de antelación desde La Puebla. Como bien escribió el cura de Berrosteguieta, había llovido los días antes de la Batalla y las ruedas de los carros quedaron atoradas en los sempiternos embarrados caminos alaveses. Quedó también allí la artillería imperial. Según el comandante de artillería inglés, fueron cogidos al enemigo 151 cañones de bronce, 415 carros de

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municiones, casi dos millones de cartuchos de fusil, cuarenta mil libras de pólvora, proyectiles, carros de forraje y fraguas de campaña. Sabemos la suerte de muchas de las obras pictóricas, cuyas peripecias darían para escribir otros tantos libros: Apsley House, la mansión del Duque de Wellington, en Londres. Hoy es un Museo. El Lord quiso devolver a Fernando VII las ciento setenta y cinco pinturas expoliadas, pero el rey se las obsequió graciosamente. Hablando con Carlos Ortiz de Zárate sobre este artículo, me sugiere un trabajo de campo, indagando por los pueblos: - ¿Sabe alguien si ha heredado de sus tatarabuelos alguna alhaja, un cuadro, un tapiz, que desde siempre tiene entendido fue aprestado del asalto al convoy de los franceses en su huida o robados nocturnamente a la luz del candil tras la Batalla? Eugenio Murguía, sumándose a este enigma, añade: - Carlos siempre pide cosas imposibles… Yo sé, que algún aldeano de Zuya, al arar las tierras y limpiar los ribazos, encontró unas arquillas con onzas de oro. Eran de los franceses que, ante el ataque de los aliados, las escondieron a toda prisa, con la intención de volver a buscarlas quién sabe cuándo. El Director del Archivo Histórico, Pepe Sainz, también me interrogó sobre este asunto, pero nada he hallado y temo que será arduo encontrar la confesión de alguien. Estimados lectores: miren en sus desvanes, en sus baúles, en sus paredes. Busquen entre las pertenencias de sus antepasados.

El final de los héroesSuena Wellington Sieg o La Batalla de Vitoria, la marcha triunfal compuesta por Beethoven cuando supo que el ejército de Napoleón había sido derrotado. Parte del ritmo es el pegadizo ripio ¡Es un muchacho excelente, es un muchacho excelente…! Han pasado treinta años desde la Batalla. En su memoria testamentaria –feliz privilegio fue olisquear sus páginas- enfermo de sus achaques habituales, lamenta Miguel de Álava no haber tenido descendencia, pues las heridas de guerra le dejaron inútil para procrear. Miguel de Álava: si así firmaba, así gustaría llamarse. Instituye por universal heredera a su cara esposa, su prima doña Loreto de Arriola y Esquivel.

“Yo, don Miguel Ricardo de Álava, natural de esta ciudad de Vitoria, Caballero Comendador de Hornachos en la Orden de Santiago, de la Orden del Baño en Inglaterra y de otras órdenes nacionales y extranjeras, condecorado con diferentes cruces por acciones militares, Teniente General de los Ejércitos Nacionales & hijo legítimo de los Sres. D. Pedro Jacinto de Álava y Navarrete, Señor de la Villa de Estarrona, Plituerto y Tierra de Izquiz, Gobernador y Subdelegado de todas rentas de Cantabria, y de D ª María Alameda de Esquivel, difuntos vecinos que fueron de la misma, enfermo de mis achaques habituales pero por la divina misericordia en mi entero y cabal juicio, memoria y sano entendimiento (…) Declaro que me hallo casado legítimamente con la indicada Excma. Sra. Doña Loreto de Arriola y Esquivel, sin que haya tenido ni me quede esperanza de sucesión y que tengo por hermanos carnales existentes al Sr. Don Ignacio de Álava, y a las señoras Mª Ignacia y doña María Antonia de

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Álava y Esquivel a quienes he profesado y profeso el más tierno cariño y les ruego me encomienden a Dios = Declaro que soy poseedor del Mayorazgo fundado por don Pedro Martínez de Álava y doña María Díaz de Esquivel, así como las agregaciones que se hicieron por los sucesores y con particularidad por el Ilmo. Sr. Don Diego de Álava, Obispo de Córdoba, y siendo inmediato sucesor de ello el dicho Sr. Don José Ignacio de Álava, mi hermano, único varón, y deseando que el nombre de la Casa se mantenga, mayorazgos y agregaciones especialmente por Don Diego de Álava, obispo de Córdoba, y no queriendo que se desmiembre cosa alguna de las que se han salvado de las calamidades de los tiempos, es mi voluntad las suceda en ellos, el referido Don Josef Ignacio de Álava mi hermano, que ha de llevar el nombre de la Casa en la forma en que se encuentre al tiempo de mi fallecimiento (…) Yo he procurado su mejor administración posible; algunos edificios se han destruido; otros se han edificado, los bienes de los Mayorazgos se hallan en el mejor estado que han permitido los azarosos tiempos que hemos atravesado.Desde que contraje matrimonio con mi esposa, la Excma. Loreto de Arriola, he encontrado en ella una compañera, una amiga y una bienhechora que en la difícil y azarosa carrera que he seguido, ha sido mi constante consuelo, en medio de los muchos trabajos que han agitado mi vida y en las dolencias que me han afligido; me ha dispensado siempre los más solícitos y afectuosos cuidados: he sido y soy muy feliz en su compañía (…) No quiero que nadie con este pretexto se propase a investigar ni contradecir la menor cuestión de lo que mi esposa hiciere. Conozco bien su corazón y sus virtudes. (…)Poseo una vajilla de plata que es testimonio de gloria de mi carrera. Es un obsequio que me hizo la oficialidad inglesa con la que milité en la Guerra de la Yndependencia. Quiero que mi esposa la use si fuere su gusto durante sus días. Después de ellos, es mi voluntad que se conserve en la Casa que lleva mi nombre y será entregada a mi hermano José Ignacio. (…)Vitoria, 26 de junio de 1843, Miguel de Álava.” AHPA.

Presentía la muerte el viejo comandante. Apenas quince días después de dictar sus últimas voluntades, pasó de esta presente vida a la eterna, en los baños de Barèges, balneario de los Pirineos franceses, a donde se trasladó para aliviar sus males. Su esposa custodió su legado, pero un descendiente díscolo del hermano de la familia Álava vendió la simbólica vajilla de plata, la Casa-Palacio de la calle de la Herrería y se fundió el Mayorazgo en los casinos. La Casa Christies iba a subastar en abril de 2012 la espada que la ciudad de Vitoria regaló al General. Don Miguel se la había regalado a su amigo inglés Lord Fitz-Roi Somerset. Sus herederos detuvieron la subasta que fue paralizada por orden judicial.

Deambulando por el cuadrante más antiguo del cementerio de Santa Isabel, hallé los sepulcros donde yacen los esposos. Se cubren de un liviano tapiz de musgo verde en invierno. Un tejo da frescura y silencio en el verano. Son austeros y sin rimbombancias. Pasarían desapercibidos si el curioso no pusiera atención a las lápidas. Bajo una cruz de piedra, un blasón de hierro con las armas de los Álava y Esquivel preside las tumbas. Como era ancestral costumbre, puse una candela en sus sepulturas, que luego desapareció.

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En 1884 los restos del General – según noticia, una urna funeraria con sus cenizas- fueron trasladados desde Barèges y fueron sepultados con gran pompa junto a los de su esposa Loreto, fallecida en 1870. Esto queda del marino alavés que estuvo en Trafalgar, a las órdenes de su tío Ignacio de Álava, a bordo del navío Santa Ana, frente al almirante Nelson; protagonista de la Batalla de Vitoria y presente en Waterloo, junto a su amigo el Lord, frente a Napoleón, e increíblemente, el único representante de los intereses de España en el Congreso de Viena, pues era un exquisito diplomático, respetado en todas las cortes europeas. Muy cerca de ellos, está enterrada también la ilustre historiadora Micaela Portilla y florecen los rosales que bordean su sepultura.

En el piso de arriba del Museo de Armería de Álava están expuestas las maquetas de la Batalla y, tras las vitrinas, se guardan los pertrechos de la Historia misma. Medallas y uniformes auténticos, los que se revolcaron en el barro del invierno, en los caminos polvorientos del verano y fueron agujereados por balas de cañón. Sables de la caballería napoleónica, la mantilla y pistoleras del caballo del rey Jose. El bicornio de cuero del Mariscal Jourdan, el enorme estandarte rojo de Sebastián Fernández, VENCER O MORIR que precedía al Batallón de Álava. Grabados de la época. Y, desde un rincón malamente iluminado, nos vigilan los ojos de miel de Miguel de Álava. El Museo me facilita la foto de la maqueta a escala que ilustra la geografía del artículo. Su amable recepcionista, Miriam, me informa que la maqueta fue obra de M. Momenev y Julio Guillén y fue realizada para conmemorar el 150 aniversario de la Batalla. Fue restaurada por la Diputación en el año de 2011. Un enorme monumento de bronce y piedra fue colocado en 1917 en mitad de la Plaza de la Virgen Blanca, obra del escultor Gabriel Borrás. Una leyenda cita junto al bulto del dragón, el cañón cogido a los franceses: “Soy el terrible dragón”.

Y, en el maravilloso interior de la Iglesia del lugar de Villodas, bajo su pavimento encajonado de lápidas, aún reposan los habitantes de los siglos pasados. Suya fue la verdadera Batalla dada en las inmediaciones de Vitoria: los sudores fríos y la desesperación de unos héroes sin cruces en los ojales de la casaca, cuando llegaba el día del plazo marcado para pagar los impuestos y la soldadesca aporreaba la puerta de las casas, donde no había un real, ni más condumio que unas pucheras de sopas de mendrugos con manteca. Doscientos años después, una Luna cercana al plenilunio alumbrará de noche los escenarios de la Batalla.

La casa de María Santos Ortiz de Luna en Villodas. Cuando era una niña, era una casa misteriosa y deshabitada. Una escalera de piedra bajaba hasta un pozo al que tirábamos piedrecillas. Muchos años después, en este mismo pozo inexplicablemente cegado, y junto a su actual dueña, Inmaculada, compartí con ella la historia que había descubierto, siguiendo un complejo rastro de pistas. Mediante los documentos, pude reconstruir este relato inédito con fiabilidad. La casa, con su original aspecto, aparecía ya documentada en el libro “Arquitectura Doméstica en la Llanada”, una especie de inventario de las

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casas populares, hecho por la historiadora Ana de Begoña hace más de treinta años. Es una escueta descripción de su arquitectura, y de los materiales empleados. Figura inscrito en el dintel de la puerta principal el año del término de su construcción: AÑO DE 1767, y un Víctor, inscripción simbólica de los aprendices que dominan un oficio, como lo hacen los estudiantes recién licenciados en Salamanca, en la fachada de la Universidad. Es una pista crucial que no poseen otras casas antiguas. Situémonos de nuevo: es el año de 1807, año del acantonamiento de las tropas de Napoleón en las Provincias Vascongadas. Doña María Santos Ortiz de Luna, era una señora soltera, ya machucha, con muchas tierras y buenas rentas, que vivió en compañía de su hermano don Miguel, que ya había fallecido, y de don Pedro Matías Ibáñez de Acosta. Ambos eran los curas de Villodas. La señora María Santos y su hermano el cura don Miguel, eran naturales de Luna, en el Valle de Cuartango, al otro lado de la Sierra de Badaya. Cuando fallece su hermano, pasa a ser la propietaria de la casa.Para estar prevenida, hace testamento y lega todos sus bienes a su único sobrino, como era costumbre en las personas solteras y sin descendencia. Sin embargo, el sobrino de la señora María Santos, no la atiende como ella desea. Así, revoca su testamento en un codicilo, obligada, además, por una terrible circunstancia: una tropa de soldados franceses se alojó en su casa.

Ya hemos dicho que se publicó un Bando, en el mismo año de 1807, en el que se ordenaba a los vecinos de todos los pueblos y ciudades, a tratar bien a los franceses en su tránsito hacia Portugal. A su paso por los pueblos, los oficiales ocupaban las casas de cabecera, notorias, bien surtidas y estratégicas.La casa de María Santos era ideal. Desde sus ventanas, como comprobamos, se contemplan y vigilan los caminos de Durango y Castilla, el puente, el río, el alto de Jundiz, la rain de Iruña y la Encomienda de San Juan, entonces con su Iglesia y torrecilla, la ermita junto a los restos de una vía romana y “algo que parece haber sido muralla” (AHPA): hacia el Norte, la Iglesia de San Esteban y la torre-cubo de los Hurtado de Mendoza, siglos ha, propiedad de los Duques del Infantado. Después llegó la rebelión de los españoles en Madrid el día 2 de mayo de 1808, la brutal represión de los franceses, fusilando a los paisanos. Fue una declaración de guerra a Napoleón, el hombre más poderoso del mundo. - ¡Fuera, fuera! En la misma estancia que debió de ser la cuadra, los franceses meterían sus caballos, bayonetas y pertrechos de guerra. Hablarían en francés y entrarían por la hermosa puerta de roble herrado que los propietarios conservan. Vaciarían las despensas de la señora, beberían las cántaras del vino clarete; dormitarían en jergones de paja, echarían a sus recuas la cebada de sus graneros, se comerían crudos los huevos del gallinero y se calentarían con sus suertes de leña. Para completar el pillaje, robaron al cura don Pedro Matías de Acosta, que siempre receló de la presencia de los intrusos. Ella misma lo cuenta en su testamento, fechado en febrero de 1813.Este documento es de una importancia excepcional. No es fácil que alguien admita que alojó a los franceses: “Declaro que habiendo llegado a este pueblo de Villodas hará cuatro o cinco años, una tropa de soldados franceses y estando en esta mi

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casa alojados, a un tiempo también la habitaba Pedro Ibáñez de Acosta, presbítero beneficiado. Robaron y tuvo este ciertos temores de los que acaso pude hacerme algún cargo, a lo menos, tengo en mi conciencia remordimientos, porque cuidadora de mis propiedades no celé con los del presbítero. Por lo tanto, queriendo quedar absuelta ante la Justicia Divina, es mi voluntad, que en esta mi referida casa cuando yo fallezca se le descuenten dos fanegas de trigo de la venta que por ella saque.” AHPAQuedeme atónita cuando descubrí esto, aunque ignoraba qué casa podía ser. La tradición decía que antes hubo en Villodas una “Casa Cural”, y me aventuré a creer que era una gran casa que hay en la plaza, -que nunca fue plaza, sino un campo llamado El Calecho y que debería llamarse así- descartando además las casas cuya historia y personajes ya había descubierto. Y seguí el rastro. Al principio, Madame Ortiz de Luna, solo le deja el valor de dos fanegas de trigo. Un mes después, cae enferma. A punto de pasar de esta presente vida a la otra, siente horribles turbaciones del ánima por el recuerdo del robo y de su floja conducta:- Me advirtió el cura que los franceses iban a robar y ni caso hice. Tantos desasosiegos de la conciencia, plantean esta cuestión: ¿Los alojó por voluntad propia, obedeciendo el Bando, o se metieron impunemente en la casa? Como en un acto de contrición y largueza, finalmente, donará la casa al cura don Pedro. “Abril de 1813. M ª Santos Ortiz de Luna, dijo: que la divina Providencia se ha servido en regalarle con indisposiciones que habitualmente la tienen postrada en cama sin que interesado alguno la asista, sin duda porque cada uno tiene que atender sus obligaciones de sus respectivas casas y familias y por tanto, estando al auxilio y amparo de Pedro Ibáñez de Acosta declara estar sumamente agradecida y queriendo de algún modo remunerar estos favores, perteneciéndole una casa nueva en que al presente habita sita en Villodas, lindante a campo titulado de El Calecho, con todas sus pertenencias, otorga la casa de forma irrevocable al cura, con estas condiciones =Lo primero, el memorado don Pedro no ha de pedir ni exigir de la otorgante cosa la menor. Lo segundo, que de hoy en adelante ya sea en salud o en enfermedad de la otorgante, ha de comunicar por todos los días de su vida en igual asistencia el dicho Pedro, de satisfacción y cuidado limpiando la ropa de cama y dándole el alimento necesario. Lo tercero. Han de tener la obligación a decir y celebrar anual y perpetuamente cuatro misas rezadas con responso al fin de cada una en la Yg a Parroq de San Christóbal de este expresado lugar de Villodas las vísperas de las cuatro fiestas prâles de Nrâs.ra q.e son la Purifica.con dos de febrero, La Anunciación, veinte y cinco de marzo, la Asunción, quince de agosto, y la Natividad = ocho de septiembre.

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Que recibirá los títulos de pertenencia de la nominada casa, portegado y huerta y rain, cuando la otra se halle en disposición de entregárselos.”En la secuencia del lecho de muerte e impetrando de la Corte Celestial el perdón de sus culpas, debió de pensar: - ¡Dios me lo perdone! ¡Con todo me asiste don Pedro! Ignoraba la mujer que robos de plata y saqueos se rastrean en las mejores casas de Trespuentes, Montevite, Zumelzu… María Santos habla de casa nueva. Si restamos la fecha del epígrafe del dintel, obtenemos que cuando murió, la casa databa 46 años. En términos antiguos, una casa de semejante factura –esquinazos, mampostería, cal, maderamen, tejado- era muy reciente. Seguramente, la mandó construir antes de trasladarse del Valle de Cuartango, cuando su hermano Miguel consiguió el beneficio de la parroquia de Villodas. Pero la historia de la casa no termina con la donación.

Es la mañana del lunes 21 de junio de 1813. Entre la niebla, el ejército invasor pretende regresar a Francia. Hay un gran despliegue de fuerzas aliadas y enemigas en varias leguas. La señora María Santos Ortiz de Luna no llegó a contemplar la batalla desde sus ventanas, pues ya había muerto, que Dios la tenga en su Gloria. Sí pudo ver el cruel combate -si es que alguien se atrevió a quedarse en casa- el cura don Pedro Matías. Cuanto menos los cañonazos atronando; la confusión del humo de la pólvora, el griterío, los vapores sangrientos de los cadáveres, la división ligera de Lord Wellington apostada en el puente de Villodas y la Guardia Real de José Bonaparte en San Juan de Júndiz. Sin embargo, apenas dos años disfrutó de la donación. Muere en 1815, y en su testamento, manda el fin último que desea para la casa. “Hallándome indispuesto, mando ser enterrado en una de las sepulturas que en la Ygâ parroquial se halla destinada a los sacerdotes (…)Ytem. Declaro que por justos títulos me pertenece la casa en que al presente habito, lo cual quiero, que si fuese voluntad del Cabildo Eclesiástico habitarla, y disfrutar de sus pertenecidos, lo pueda hacer y haga, pagando la renta anual, bien entendido que haya de ser preferido para la tal habitación y disfrute, el q tenga el título de cura párroco. Que con la renta que se regule de la casa y pertenecidos se ha de acudir y entregar a mi actual sirvienta, soltera, para que con alguna comodidad pueda pasar su vida en atención a los leales servicios que me hace, y que una vez esta muera, aplico la renta de la casa para el piadoso fin de Escuela de Primeras Letras, que, aunque no hay en él fundación suplico al Concejo que admitiendo este legado, ayuden con algún otro emolumento, para que los niños y juventud tengan la debida enseñanza, tan necesaria en estos tiempos.” Y aquí entra en escena otro personaje: su tío, don Bernardino de Betolaza, el otro cura que había en Villodas. Se enfurece al saber por los albaceas del testamento esta disposición, que viene a decir lo siguiente: la casa que me legó la señora María Santos, será para los curas de Villodas, pagando una renta anual que cobrará mi criada; y cuando ella muera, las rentas servirán para crear una Escuela de niños.

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El irascible don Bernardino esperaba recibir un suculento estipendio, pues mantuvo a su sobrino desde la niñez y le pagó las oposiciones a “la cátedra de latinidad”. Sin embargo, su sobrino no repone en el testamento los reales invertidos en su educación. Debió de reconcomerle que los dineros fueran para la sirvienta. Parecía una venganza jocosa. Interpone pleito ante el Juzgado de las Hermandades del Duque del Infantado. Nada consigue. Pasan seis años más y don Bernardino, enfermo en cama, confiesa en su testamento de 1821, hurgando todavía en el asunto de la casa: “ Y digo que María Santos Ortiz de Luna, residente que fue de este pueblo y natural del lugar de Luna, hizo donación de la casa y pertenecidos en que vivió y murió ella y su hermano Miguel, cura de este citado Villodas, a favor de mi sobrino don Pedro Matías Ibáñez de Acosta, también difunto, cuya donación, no tengo duda, fue de ningún valor y efecto, porque me consta que en el mismo día que la hizo, le administró el Santo Sacramento de la Penitencia a la donante dho mi sobrino Pedro pues habiendo yo acudido por dos veces al efecto, hallé las puertas cerradas y Ceferino de Samaniego cuando me vio y oyó que preguntaba por la enferma, me informó que la habían subido del cuarto bajo al de arriba; y el propio día, por la tardecita, vino el sacristán Pedro de Estarrona y me dijo: Que a Mª Santos la había confesado dho Pedro, en lo cual (yo el Sacristán) no consentí, sino q por mí mismo le di el viático o comunión al día inmediato de madrugada pero en todo lo demás la asistió aquel, dándole por fin la Santa Unción: todo lo cual declaro para en descargo de mi conciencia y por si acaso los herederos de la Maria Santos o quien tenga derecho a la casa donada quisieran hacer uso de él, a cuyo fin se les franqueará copia de esta cláusula.”Es momento de las suposiciones, porque es obvio que nos faltan piezas. ¿Por qué arremete contra Pedro de Acosta, que en Gloria esté? Discutiendo con Eugenio Murguía, interpreta que antes había mucho abuso en las confesiones a moribundos.Seguimos sin aclararnos. Admitamos que nunca sabremos los motivos personales, que tal vez, se hallen perdidos entre la gramática inconexa y los borrones de tinta de miles de ilegibles protocolos notariales. En cualquier caso, sirva el testamento de Bernardino de Betolaza para la pista definitiva: nombra a Ceferino de Samaniego como testigo y su casa linda hacia el oriente, frente a la de Mª Santos. Y el dicho Ceferino de Samaniego, en el reparto de bienes tras su fallecimiento, ubica el campo de El Calecho tras su casa. Es de suponer que Francisco Ceferino de Samaniego, que era el alcalde de Villodas durante la Independencia, veía pasmado desde su casa el trajín de los curas, cuyas andanzas son un filón inagotable. Y aquí empezó otro enredo, porque el pueblo, estaba en deuda con don Bernardino desde la guerra con los franceses… Queridos lectores: ¿quisieran ustedes saber a qué casa pudiera pertenecer esta fascinante historia de afrancesados, traiciones y arrepentimiento?

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El lugar de Trespuentes: buscando seis mil reales. Como epílogo de la catástrofe, leeremos este documento que relata un viaje de cinco vecinos del Concejo de Trespuentes a Vitoria, buscando un prestamista para pagar las deudas de los males de la guerra. Es el folio 43, del 4 de abril de 1814, húmedo, escrito con tosca letra y tinta desvaída. “El pueblo, hallándose en conocida urgencia, y necesidad por las contribuciones y pagamentos que tiene que hacer en la tesorería de la Provincia, y otras obligaciones en que se ve el vecindario por las pérdidas y desgracias que ha sufrido con motivo de la invasión de las tropas francesas, y tránsito que hizo por el pueblo de varias columnas del Exército combinado al mando del Exmo. Señor Duque de Ciudad Rodrigo, que para salir de ellas, ha hecho diligencias para buscar dinero a interés o censo, y no hallando sujeto que haga un prestamista más equitativo, moderado ni cuantioso que Benito de la Presa, con quien han convenido en recibir 6000 reales en préstamo en monedas de oro y plata de cuya entrega doy fe. Cuya cantidad se obligan a devolver en los términos de ocho años de plazo, que el día de san Miguel de septiembre, le pagarán 10 fanegas de trigo bueno, seco y limpio, y 2 carros de leña puesto a expensas del pueblo en esta ciudad y su casa, dando a los conductores un refresco por la conducción. Que el concejo tendrá libertad de extinguir la deuda en pequeñas porciones, e hipoteca el pago con los bienes de los vecinos. Así lo firman, Martin López de Abechuco, Andrés Saenz de Argandoña, Eusebio Ramón Ruiz de Aguirre, Tomás Iñiguez de Ciriano, y Tomás Pérez de Trespuentes”. AHPA. El Ducado le fue concedido a Lord Wellington, tras la victoria de Waterloo en 1815. En España, el título que ostentaba era Duque de Ciudad Rodrigo y marqués de Wellington. Así aparece en protocolos notariales y en los oficios de la Gaceta de Madrid y de la misma forma le mentan los vecinos. El escalofrío de sentir tan de cerca la Historia -aquí hasta donde se puede- nos recorre el cuerpo. Este documento ratifica la estancia de las tropas francesas en Trespuentes, así como el paso de las columnas del ejército aliado antes de la Batalla, con el consiguiente pillaje. Según el mapa del capitán Juan de Velasco, las columnas apostadas eran la Brigada de Kempt. La Brigada de Kempt, según relato de un inglés de apellido Clinton, fue guiada hasta el alto de la Encomienda de Yruña, por un aldeano que esperaba agazapado en Trespuentes. El aldeano, dicen, de nombre Jose Ortiz de Zárate, era, según unos, oriundo de este lugar; más, otras versiones aseguran que era natural de Apodaca. La infantería francesa abrió fuego y mataron al aldeano de un cañonazo. - Onne of which killed the peasant! Es posible que el lienzo del británico Thomas Barker recree el momento en que el aldeano Zárate conversa con Lord Wellington.

Gracias a nuestro improvisado guía de Trespuentes, Carlos Diaz de Heredia, quien amablemente se ofreció a recorrer con nosotros el pueblo una tarde de septiembre de aire regañón, supimos que algunos

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descendientes de estos olvidados personajes, aún viven en las mismas casas de sus antepasados. - Mirad, la casa de los Ruiz de Aguirre, más allá, los Ibáñez, los Iñiguez, los Foronda… y aquella, a la entrada del pueblo, la casita del ayuntamiento. Quizá ignoren, que sus tatarabuelos fueron a buscar seis mil reales para el pueblo después de la guerra contra Napoleón.Estas historias sucedieron en el paisaje pintado desde vuestras ventanas: las seis hermandades del Infantado son el Museo donde ubicar las casacas azules francesas, los sables y los pertrechos de guerra custodiados en las vitrinas. No tengo duda la menor de que esta época de la Guerra de la Independencia es una de las más fascinantes de la Historia de Álava, eternamente unida a nuestros pueblos. Defendamos el rico Patrimonio que aún queda: el paisaje natural y el artístico, con sensibilidad y respeto, sin modernas y estrafalarias intervenciones agresivas que desfiguren para siempre los enclaves históricos. Así lo hubieran rubricado los Concejos, prestando voz y canción a los vecinos venideros.María Álvarez Rodríguez. 2013.