20° domingo t. o. ciclo 'a

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LECTIO DIVINA, DOM XX, CICLO ‘A’ (Mt 15, 21-28), Juan José Bartolomé, sdb

Durante el tiempo de su ministerio público, Jesús rara vez se aventuró fuera de los confines de Israel. El evangelio nos recuerda una de sus escasas salidas y da la razón: ‘Buscando el anonimato y la soledad, pasó un tiempo entre paganos’. Jesús quería reponerse de la fatiga de la predicación y librarse del acoso de la muchedumbre. Nos puede parecer lógica, y hasta simpática la reacción inusitada de Jesús: ‘sintió necesidad de reposo’. Esta actitud lo acerca más a nosotros, porque se portó como un hombre más de los de su tiempo. Nos maravilla la respuesta que da a la mujer que le pide ayude a su

hijo… Era una madre desesperada. ¿Por qué no quería atender su necesidad? Ella no era judía; pero se atrevió a pedirle interviniera a su favor. Como su intención era suscitar la fe en ella y en sus compañeros de viaje, pareció insensible ante su dolor. Jesús necesitaba ser creído y puso sus exigencias. La mujer cananea ‘consiguió’ la curación que pedía; la pedagogía de Dios tuvo éxito en ella y en la comundiad que presenció este hecho.

SEGUIMIENTO

21. Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.

22. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».

23. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle «Atiéndela, que viene detrás gritando».

24. Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel».

25. Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le pidió: «Señor, socórreme».

26. Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella repuso: 27. «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de

la mesa de los amos». 28. Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

En aquel momento quedó curada su hija.

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LEER: entender lo que dice el texto fijándonos cómo lo dice

Raramente Jesús se alejó de los confines de Israel, pues se sentía llamado “a las ovejas perdidas de Israel” (Mt 10,6). El recuerdo de este milagro ayudaría después a la comunidad de Mateo a fundamentar su apertura hacia los gentiles… Alcanzada la universalidad tras el éxito de la misión de Jesús, la comunidad cristiana se apoyará en los pocos episodios, como éste, en los que Jesús trató y curó a paganos (cf. Mt 8,5-13). Si la salvación depende de la fe, no es preciso estar gravemente enfermo o pertenecer al pueblo de Dios. El episodio relata el poder de la fe. ¡La fe de una mujer pagana! No es indiferente que se presente como la crónica de un diálogo, que abre la necesidad de una madre desesperada y se cierra afirmando la deseada curación. A través del peregrinar de la mujer que ‘camina’, creciendo en confianza, hasta desembocar a su osadía, pidiéndole al Maestro que le conceda la curación de su hija, aguantando la humillante y el rechazo.

Su fe pasó sabiendo que por no ser judía la considerarían no merecedora del don que pedía… En esa actitud, la pagana se hizo una verdadera creyente, dando su razón a Jesús… no obstante que Él pareció negarse a escucharla… La confianza que esta madre tuvo en Jesús nació del sufrimiento que ella vivía al ver enferma a su hija… Los discípulos – siempre más ‘listos’ – querían que la mujer se fuera; les incomodaban sus gritos; querían caminar con tranquilidad. Jesús parecía también no prestar atención a su súplica; porque no era judía. Su petición parecería inútil; pero ella creyó en Jesús y eso fue suficiente para alcanzar la gracia que pedía. Ella aceptó no ser reconocida como hija del pueblo elegido…, pero suplica alcanzar el beneficio de la salud para su hija, sabiendo que Jesús se la puede conceder. La resistencia de Jesús, que la mujer comprendió bien, no ahogó su confianza, más bien, la renovó y la reforzó. Terminó recibiendo ‘el pan de los hijos’, y su hija fue curada.

MEDITAR: Aplico lo que dice el texto a mi vida

Apartándose de lo que era su misión, al conceder a la mujer pagana lo que era don para los hijos de Israel, Jesús se alejó de sus destinatarios: La fe de esta extranjera logró lo que pedía. En este acontecimiento, Dios fue retado como Dios, por quien, acuciado por su necesidad, se atrevió a pedirle lo que sabía no merecía a los ojos de los que le acompañaban.

¿Creemos merecer lo que pedimos a Dios con tanta urgencia?

¿Encontrará Dios tanta fe entre los suyos como la que tienen algunos extraños? La mujer pagana insistió y venció la resistencia de Jesús. La fuerza de su obstinada confianza pudo más que la fuerte negativa del Señor, que terminó por acceder a su petición. El pedir una y otra vez hizo que Jesús la aceptara.

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Por desgracia, también hoy los ‘creyentes’ no tenemos una fe semejante a la de esa mujer. Decimos que hay alejados, pero cuántas veces ellos se acercan a Jesús con más confianza que los que nos sentimos cercanos porque hemos sido bautizados, porque tenemos una fe de tradición…

En el fondo, es hasta lógico que Jesús no pensara en hacer milagros en tierra de no creyentes. Había acudido allí precisamente para que nadie le siguiera importunando; deseando descanso y anonimato, no le convenía hacer milagros; más aún, lo que menos se esperaría Jesús era ser reconocido en tierra de paganos y que una gentil le pidiera algo… Pero la enfermedad de la hija, que parecía imposible de ser vencida, llenó de valor a esa madre. De no haber sido por la urgencia de un milagro, la mujer no hubiera acudido a Jesús, ni habría importunado a sus discípulos con sus gritos. Pero, ¿quién se atreverá a criticar a una madre que no pensó qué dirían de ella, con tal

de que su hija recuperara su salud?

Ésta es la primera lección que deberíamos aprender de la fe de la madre pagana. La mujer acudió a Jesús porque no soportaba perder a su hija. No se dejó amilanar ante la primera negativa de Jesús, porque lo necesitaba: no se sintió humillada y tampoco se retiró; confiaba en Él e insistió, porque sabía a quién recurría. No le importó que Jesús respondiera a su petición con el silencio; fue gritándole con una voz cada vez más insistente… que molestaba a sus acompañantes…

Los discípulos, ajenos al drama de la madre afligida, y seguros de ser los acompañantes del Maestro le pidieron que la atendiera, no por compasión, sino para librarse de las súplicas, que parecían incomodarlos… La nueva respuesta de Jesús es aún más dura que su silencio: pareciera que no quería atenderla, porque no es hija de Israel, el Pueblo al que había sido enviado. La madre no cesa ante su rechazo… y sigue apostando por los sentimientos de misericordia del Señor. Reconoce que la comida de los cachorros no se les da a los hijos, pero con una gran sensibilidad, arguye que las migajas que caen de la mesa si se las pueden comer los perros; que las sobras no se desperdician si llegan ellos a recogerlas… Aceptó el puesto, no muy honroso, que Jesús le dio. Pero insistió hasta ser ayudada: ‘Sabía que no merecía las atenciones que Jesús concedía a los que son de su pueblo, pero su sufrimiento la llenó de valor y pidió su compasión; no se dio por vencida ante la negación que parecía darle el Maestro al seguir adelante, sin voltear a verla… por el contrario, en vez de perder la paciencia, aumentó su confianza porque necesitaba que su hija sanara. Ante semejante fe, y tamaña insistencia, Jesús no pudo menos que ceder; la mujer pagana lo conmovió. Dios claudica también si encuentra en nosotros fe y confianza; no nos imaginamos lo

que podemos lograr si insistimos ante Él, presentándole nuestras necesidades. ¿Le presentamos lo que tenemos muy dentro, aquello que nos hace sufrir y que sólo Él puede darnos?

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¿Somos capaces de resistir al silencio de Dios una y otra vez? ¿Insistimos a pesar de que pereciera que Él no escucha la súplica que le presentamos? Solo así obtendremos lo que le pedimos, como la mujer pagana. Siempre que insistamos y no perdamos la confianza, Dios no se negara a ayudarnos. El actuará con nosotros en la medida que nos vea creyentes…

Dios escucha a quien no se deja vencer por una aparente ‘indiferencia’ de su parte… Dios no permanece sordo a la súplica de quien no se desanima por su silencio. ¿Por qué conseguimos tan poco? ¿Cómo es nuestra fe en el Señor? ¿Nos parecemos a la mujer pagana? ¿Pedimos la salvación que estamos necesitando?: ¿Cómo somos con los que catalogamos como menos creyentes que nosotros? Para ser creyentes como la mujer pagana, tenemos que aprender a resistir el aparente silencio de Dios. Él es un gran pedagogo… Espera que aprendamos de sus palabras y sobre todo de sus actitudes…

ORAMOS nuestra vida desde este texto

Señor, enséñanos a entender tu aparente silencio y a crecer en fe. Tú nos quieres mejores creyentes y nos pones a prueba. Que sepamos esperar el momento en el que Tú quieras actuar; que perseveremos en la oración, seguros de tu amor providente… Que tomemos conciencia de la necesidad que tenemos de dejarnos salvar por Ti. Gracias porque siempre actúas, concediéndonos lo que más conviene. Aquí nos tienes y Tú sabes cuánto necesitamos tu ayuda… Te pedimos también por todas las personas que tienen problemas muy serios y no saben que Tú quieres y puedes ayudarlas. ¡Aumenta nuestra fe!. ¡Así sea!