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2. LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 2.1. LA GUERRA EN LOS ESCRITORES DEL PERÍODO Los temas de la guerra y la paz reciben un tratamiento diferenciado en ocasiones según se aborden en fuentes griegas o latinas. Conceptos, tradición histórica, sentimientos nacionales, etc., llevan a divergencias, más o menos sutiles, que permirirían incluso enfocar el esrudio de la tta- dición literaria teniendo en cuenta el origen de sus aurores. En este capítulo se pretende tratar la cuestión desde una perspectiva puramente temática, por lo que las fuentes literarias se combinan sin considerar otro crirerio que no sea su inrerés para definir las posturas an- te la paz y la guerra del período. El estudio de las fuentes literarias proporciona, en lo que respecta al tema de la guerra, un contenido riquísimo para los reinados de Trajano y Adriano. Para ello contamos con las obras de escritores senatoriales, representantes de la línea más o menos cercana, según los casos, a postu- ras oficiales; por otra parte, autores que aportan diferentes matices de la tradición griega, en mayor o menor grado al servicio romano (Plurarco y Dión de Prusa), y por fin, fuenres pertenecientes a otros sectores sociales no privilegiados que, utilizando géneros lirerarios más populares, abor- dan también el tema de la guerra. Todos ellos tienen en común la pre- tensión de proporcionar, desde sus particulares premisas, una justifica- ción del papel histórico desempeñado por el Imperio. La finalidad de este estudio es el análisis de las fuentes senatoriales en sus posibles vertientes de postura oficial o de oposición al poder político, aunque para comprender la realidad del momenro hay que contrastar con el resto de los autores contemporáneos. 2.1.1. Bellum iustum: la justificación de la guerra Entre los autores occidentales, Plinio es el más cercano a los círculos oficiales. Senador y amigo personal de Trajano, su lealtad queda proba-

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2 . LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA

2.1. LA GUERRA EN LOS ESCRITORES DEL PERÍODO

Los temas de la guerra y la paz reciben un tratamiento diferenciado en ocasiones según se aborden en fuentes griegas o latinas. Conceptos, tradición histórica, sentimientos nacionales, etc., llevan a divergencias, más o menos sutiles, que permirirían incluso enfocar el esrudio de la tta-dición literaria teniendo en cuenta el origen de sus aurores.

En este capítulo se pretende tratar la cuestión desde una perspectiva puramente temática, por lo que las fuentes literarias se combinan sin considerar otro crirerio que no sea su inrerés para definir las posturas an­te la paz y la guerra del período.

El estudio de las fuentes literarias proporciona, en lo que respecta al tema de la guerra, un contenido riquísimo para los reinados de Trajano y Adriano. Para ello contamos con las obras de escritores senatoriales, representantes de la línea más o menos cercana, según los casos, a postu­ras oficiales; por otra parte, autores que aportan diferentes matices de la tradición griega, en mayor o menor grado al servicio romano (Plurarco y Dión de Prusa), y por fin, fuenres pertenecientes a otros sectores sociales no privilegiados que, utilizando géneros lirerarios más populares, abor­dan también el tema de la guerra. Todos ellos tienen en común la pre­tensión de proporcionar, desde sus particulares premisas, una justifica­ción del papel histórico desempeñado por el Imperio.

La finalidad de este estudio es el análisis de las fuentes senatoriales en sus posibles vertientes de postura oficial o de oposición al poder político, aunque para comprender la realidad del momenro hay que contrastar con el resto de los autores contemporáneos.

2.1.1. Bellum iustum: la justificación de la guerra

Entre los autores occidentales, Plinio es el más cercano a los círculos oficiales. Senador y amigo personal de Trajano, su lealtad queda proba-

72 M. > PILAR GONZÁLEZ-CONDE

1 Tal como ya ha sido planteado por algunos autores, Tácito no desarrolla una teoría de la guerra y la paz, sino que se limita a la praxis de los ejemplos. Enrre la abundante bibhografía so-

da en la redacción del Panegyricus y en la confianza que el Emperador le demuestra al entregarle el gobierno de Bitinia. Por su propio carácrer, el Panegyricus no puede considerarse una obra histórica como tal. Escrito para ser leído ante Trajano, representa una especie de encuentro entre el Senado y el Príncipe y recoge, bajo la forma de halago a éste, inquietu­des políticas de un sector senatorial. La obra contiene una definición de la imagen del Príncipe, así como el planteamiento de los temas que en esos momentos y circunstancias es conveniente recordar.

Más que una teoría de la guerra, en el Panegyricus se encuentra una descripción de la paz basada en la supremacía militar, en la fortaleza del Principado y en la libertas publica. Ésta requiere la utilización de la guerra y la victoria contra el enemigo exrerior; en ocasiones rambién contra la sublevación interior. Las victorias trajaneas se acogen siempre a los princi­pios éticos de la guerra justa, producidas por una necesidad de defender la soberanía del Imperio; se rrata de triunfos reales conseguidos personalmen­te por el Emperador. Trajano ha engrandecido el nombre de Roma en el Rin, en el Danubio y en Oriente antes de ser Emperador, como premoni­ción de futuras victorias; éstos son los principios que recoge el Panegyricus.

En la tradición histórica, la guerra es justa cuando eleva la condición del pueblo conquistado y cuando responde a un efectivo pehgro exte­rior; es moralmente justificable contra pueblos «inferiores». Este plantea­miento y el soporre ideológico del esroicismo permitieron la expansión romana en los últimos años de la República; la aceptación que tuvieron en Roma las escuelas de estoicos se relaciona con el apoyo que sus doctri­nas dieron a la política exterior romana durante un cierro período de tiempo. El sustrato estoico polibiano tiene sus ecos a comienzos del Prin­cipado, y se desarrolla ampliamente en las fuentes de época trajano-adrianea. Plinio justifica la guerra debida a un provocación exrerior, que menosprecia la soberanía romana, y a un peligro efectivo {Paneg. 16, 1). Las circunstancias determinan su carácter ofensivo o defensivo, pero es válida cuando se realiza por el bien de Roma, siempre que la moderatio del Príncipe no pueda evitarla {Paneg. 17, 4). El reinado de Domiciano se presenta en estos momentos como ejemplo de una política negligente y degradante para Roma en las relaciones inrernacionales y de esta forma se sanciona la nueva política exterior de Trajano.

En segundo término hay que referirse a la postura de Táciro. Sena­dor y amigo de Plinio, sus obras reflejan una evolución ideológica en la que la última etapa se ha querido ver tradicionalmente como fruto de reticencias hacia la política trajanea. En lo que atañe a la concepción de la guerra, Tácito es un claro exponente de su época y del grupo social al que pertenece ^. Por su posición social está muy próximo a los aconteci-

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bre Tácito, y concretamente para las cuestiones de guerra y paz, se pueden citar; R. SYME, 1962a, 241-263; id., 1970; S. BORZSAK, 1966, 47-61; J . H . PARKS, 1969, 17-20; R. G . TANNER, 1969, 95-

99; I. KAJANTO, 1970, 84; P . DELPUECH, 1974, 91-107; S. D . URUCCIA, 1975; id., 1980, 407-411;

E . OLSHAUSEN, 1987, 299-312, piensa que Tácito condena la guerra en general. También A . MICHEL, 1966; id., 1970, 105-115; J . L. RIESTRA, 1978, 213-227; N . METHYM, 1985, 23-30.

2 Tal como lo concibe Séneca: imperialismo no es igual a cosmópolis; uid. Séneca, Ad Luci-lium. Epistulae morales; sobre esto, J . - M . ANDRÉ, 1974, 19-31; K . BÜCHNER, 1974, 134-145.

5 R. SYME, 1979, 118-119; H . CÍOELZER, 1978, V .

R. SYME, 1979, 213-214, con el supuesto contenido de la obra completa, que abarcarla hasta el 96.

"> E. OLSHAUSEN, 1987, 302-303.

mientos políticos que desencadenan la rápida expansión imperial hasta unos límites antes nunca vistos; esto le hace reflexionar sobre la historia imperial pasada con perspectiva de parte interesada.

Su concepción de la guerra se debate entre, por una parte, la necesi­dad de permanecer fiel a los ideales estoicos de la búsqueda de la paz y concordia y, por otra, su particular visión del destino de la universalidad y grandeza del Imperio (desde luego, no en su senrido absoluro de iden­tificación con la o i x o u n é v T ) ^, que le lleva a justificar el dominio romano sobre otros pueblos cuando éstos interfieren su proyecto histórico.

De todo ello se derivan dos hechos: 1) el papel de la obra tacitea, es­pecialmente de las Historiae, como servicio al poder político; 2) la justi­ficación de un tipo de guerra que contribuya al engrandecimienro del Imperio.

Por lo que se refiere al primer aspecto, las Historiae se publican, según se acepta de forma general, a partir de los años 105/106 ' . El momento no puede ser más favorable para la acogida de cualquier ma­nifestación intelectual que se pueda interpretar como apoyo a la empresa dácica de Trajano y a posibles futuras acciones bélicas, pasando así a in­tegrarse en el plan de conjunto desplegado en Roma para aprovechar propagandísticamente los beneficios de la reciente victoria. La obra se ha concebido como narración de un corto período de tiempo marcado por el horror de la guerra civil y por el feliz colofón del advenimiento de Vespasiano, con el que vuelve la prosperidad y la paz perdidas"*. Así se crea una clara conrraposición entre esa terrible situación de conflicto en el seno de la sociedad romana y la euforia del momento presente ptovo-cada por la sensación de seguridad recuperada y de un supuesto desaho­go para los problemas económicos que preocupan a la población. La conclusión es fácil de deducir: las guerras civiles son un rerrible azore que sacude a todos y provoca la decadencia del Imperio; las guerras ex­teriores, si son justas, engrandecen y enriquecen a Roma. Ésta es la idea general', independientemente de que en cada acción particular Tácito tome parrido en un sentido u otro.

El concepto de guerra es para Táciro, por influencia del estoicismo, inseparable de la uirtus; la ausencia o presencia de ella es lo que deter-

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* J . - M . ENGEL, 1 9 7 4 , 3 2 : en la generación de Tácito se produce una sustitución del impe­rialismo de explotación por un imperium moderatum. Sobre el paradigma de príncipe, A. D . CASTRO, 1 9 7 2 .

' R. SYME, 1 9 7 9 , 2 0 4 , sobre el peligro exteiior como elemento que impulsa a los romanos a practicar la virtud, disciplina y concordia, tal como está presente en las Historiae.

8 S. MONTERO DÍAZ, 1 9 5 5 , 1 0 - 2 4 . Aunque con un sentido muy alejado de la defensa de Tra­jano, Pronto {Principia Historiae 8 ) se hace eco del peligro histórico de los Partos.

9 Tácito, Hist. 2 , 7 6 , aunque aquí sea una guerra civil. Tácito, Hist. 2 , 1 0 , sobre esta interpretación en algunos autoies pata Vitello.

mina el que una guerra sea justificable o no. Si la guerra es justa, la uir­tus dominará en la conducta de todos los romanos que participan en el conflicto; iniciada por el emperador para el bien de la República, los je­fes militares y los soldados acruarán por la gloria y el honor del pueblo romano. Buen ejemplo de esta actitud es la descripción que Tácito hace de la figura de su suegro en la obra postuma que le dedica (Agricola), presentándole como hombre honesto y virtuoso, justo y moderado' ' , que procura mantener la paz, pero que no evita la guerra si ésta se considera necesaria para el honor y grandeza de Roma.

En las Historiae estos supuestos suelen asimilarse a los actos de guerra extranjera, que debe cumplir, sin embargo, algunos requisitos. En primer lugar, esta guerra requiere que exista un peligro exterior real para la seguridad de los límites del Imperio ' , ral como Tácito ve la si­tuación de los Dacios y los Partos al comienzo de la obra {Hist. 1, 2); si ambos pueblos llevaban rantos años poniendo en peligro a Roma, resul­ta evidente que las posteriores acciones de Trajano se conciben como fruto de necesidades estratégicas ^. Así pues, el Emperador puede iniciar una guerra cuando ésta es necesaria, con una finalidad clara: salvaguar­dar los intereses de la República. En la guerra civil que narra Tácito, Vespasiano toma la decisión de entrar en la guerra por el interés del Es-rado9, si bien se acepta que éste es un argumento utilizado en ocasiones con intereses éticamente reprobables'o.

Con estos dos presupuestos (peligro exterior e interés de la Repúbli­ca), se entiende que se consigue una victoria honrosa para el pueblo ro­mano (otra cosa ocurrirá si hay un fracaso, en cuyo caso se pedirán res­ponsabilidades y crecerá la hostilidad entre los participantes), especial­mente si se lleva a término sin derramamiento de sangre romana. Tácito insiste en este punto como principal motivo de condena de las guerras civiles. Estas victorias son honrosas también porque sus responsables han sabido actuar conforme al derecho de guerra, que se respeta en las guerras extranjeras, pero no necesariamente en las civiles; el honor roma­no hace que se respete la vida de las delegaciones de paz {Hist. 3, 80) y que, pese a la inevitable crueldad del vencedor para con el venciclo, exista siempre una apariencia de clemencia en la versión oficial de la guerra.

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'1 I. KAJANTO, 1970, 84.

'2 Como ejemplo más significativo. Tácito, Hist. 3, 2 5 . " S. MAZZARINO, 1983, voi. 3, 73 ss.

La justificación de estas acciones es posible porque existe una con­cepción del mundo romano como ente separado física y espiritualmente del resto de los pueblos. Cuando el autor de la Vita Hadriani {II, 2) se refiere al muro adrianeo en Britania diciendo: «.,.qui barbaros Roma-nosque diuideret», está respondiendo a esra precisa idea. De ahí que la valoración erica de la guerra, y consecuenremenre de la victoria, sea di­ferente en los conflictos entre romanos y entre éstos y otro pueblo extranjero. Tácito cree en el derecho moral del pueblo romano para so­meter a sus vecinos'1, aunque esto se intente camuflar bajo el aspecro de una relación de protección; Cerialis explica a los Galos, entre quienes acaba de sofocar una sublevación {Hist. 1, 73-74), que Roma está en el Rin para protegerles de los Germanos; la opción se plantea enrre libertas o securitas.

Tácito reivindica una guerra justa en el sentido en que la practicaron los antiguos romanos de los tiempos de la República, cuyos valores mo­rales y sentido patriótico son, para el autor, un modelo a seguir: defensa de los inrereses de la República y la gloria romana; una actuación valien­te y disciplinada; la condena de acciones frarricidas aún en riempo de guerra 1 2 ; todo ello proporciona una alta valoración ética de las guerras tardorrepublicanas e incluso de los conflicros civiles i^.

Finalmente, también aflora un sentido de la guerra asociada a la prosperidad y abundancia, tan acorde con los momenros que Tácito está viviendo y tan útil a la causa trajanea, aunque la idea se pierde en oca­siones debido a la preocupación por las cargas económicas de las guerras y por algunos escasos resultados de la victoria.

En los Annales se reflejan principalmenre dos aspectos de la guerra justa en lo que se refiere a conflictos exteriores. Por una parte, el reco-nocimienro de lo inevirable del enfrentamiento que salve el honor roma­no y el bien público; así se entiende la confrontación con los Germanos a finales del reinado de Augusto, necesaria para vengar la afrenta infligi­da al ejército romano {Ann. 1, 3), un móvil que ya se había utilizado pocos años antes como versión oficial para jusrificar las campañas dácicas de Trajano (en este caso se argumenra la venganza por la derrota de Do­miciano). También en aras del bien público se desea la guerra contra los Galos, que Tiberio evita, provocando con ello una paz miserable {Ann. 3, 44). Igualmenre, Nerón tiene que elegir la guerra en Oriente para evitar una paz deshonrosa provocada por la situación romana en Arme­nia {Ann. 15, 25). Esta versión sobre los aconrecimienros orientales coin­cide con un momento político probablemente cercano a la conquista de la Gran Armenia por Trajano (pero con ello se entra en el oscuro proble-

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Aunque esto entra en contradicción con las tesis de las supuestas reservas de Tácito con res­pecto a la aventura oriental de Trajano; P. DELPUECH, 1974, 98 ss.

'5 A. PÉREZ JIMÉNEZ (ed.), 1985, con toda la bibliografía anterior. '<> A pesar de las críticas de la guerra, que destaca G. ZAMPAGUONE, 1967, 240-242. i'' Pot ejemplo. Plutarco, Alex. 4, 41-42. Alejandro aparece como el hombre más justo en

unas ocasiones y el más cruel en otras; a pesar de sus múltiples defectos, la virtud le acompaña des­de la infancia y durante todas sus expediciones; M. SoRDi (ed.), 1984; P. CEAUSESCU, 1974, 153-168; A. HEUSS, 1954, 99-100; en último término, con el relato apoyado en los acontecimientos, P. GOUKOWSKY, 1978.

ma de la datación de los Annales, y especialmente de sus últimos libros), con lo que se vuelve a la cuestión de la utilidad de las obras taci-teas para la polírica de Trajano l'i.

El otro aspecto presente en los Annales es la preocupación por el de­rramamiento de sangre romana en las batallas y su diferenre valoración ética frente a la pérdida de sangre extranjera. En un conflicto con pue­blos orientales Corbulo tiene el «acierto» de sacrificar sangre hibera y no romana {Ann. 14, 23); el propio Tácito explica la contrariedad que le producen las bajas romanas en guerras exteriores {Ann. 16, 16); precisa­mente alude a ello en unos momentos en que las pérdidas humanas de los últimos años en Orienre estarían latentes en la opinión pública.

Entrando en el mundo de los autores griegos y resperando las parri-cularidades de la visión oriental, alejadas en ocasiones de la mentalidad latina, hay que referirse en primer lugar a Plutarco. Nacido a mediados del siglo I en Queronea, en el seno de una familia perteneciente a la aristocracia local, su educación y sus continuos viajes le proporcionaron una formación que le permitiría acceder a cargos de responsabilidad pú­blica. Sus buenas relaciones en los círculos senatoriales romanos durante el período flavio, culminarían con la obtención del consulado bajo Trajano . En Plutarco aparece de nuevo la contraposición entre la gue­rra justa, noble, y la injusta. La primera sólo puede ser la exterior, siem­pre y cuando ésra vaya acompañada por la uirtus y siempre que respete los principios morales, propios de una siruación de guerra i< . La búsque­da de la virtud es un elemento constante en su obra, pues sólo a través de ella se legiriman los actos humanos .

Continuando en el ámbito helénico se encuentra la obra de Dión de Prusa. Nacido, como Plutarco, en el seno de una familia de la aristocra­cia local, corrió peor suerte que aquél, siendo desterrado por Domiciano y rehabilitado por Nerva. Consciente de lo irreversible del dominio ro­mano, y siempre desde la perspecriva del griego, rras una primera etapa cínica, evoluciona hasta aproximarse al esroicismo, alineándose así con las posturas oficiales del período. En sus obras no transmite una verdadera docrrina personal de la guerra, sino más bien del héroe de guerra, como tema cenrral. Sin embargo, se adivina el reconocimiento de una deter­minada conducta inherente a la guerra, de una ética de la guerra, expre­sada de forma simbólica a través de la caza, que es una actividad en la

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que el hombre probaría six valor en tiempos de paz ' 8 . El rey ideal debe practicar la caza para ejercitarse, pero no la caza enrendida al modo asiático, es decir, la de animales enclaustrados en un recinto a los que se da muerte, sino de animales en libertad; Dión compara esta cos­tumbre oriental con el hombre que, denominándose belicoso, no busca luchar con el enemigo, sino que da muerte a los prisioneros que tiene encerrados (Dión 3, 135-138). En la caza, la fiera es el enemigo, al que hay que apresar lealmente; esto supone el reconocimienro de una erica que dirige la conducta de la guerra y que el auror asume de forma ge­neral. En este mismo sentido de guerra vista como competición pueden citarse las palabras de MarciaU', aunque en este caso lo asocia a activi­dades lúdicas.

De nuevo en el ámbito latino y para los comienzos del gobierno de Adriano, hay que mencionar una obra que, por la fecha de su composi­ción ^o, debe considerarse de transición entre ambos reinados; se rrata de la biografía de los Césares de Suetonio. Desde el punto de vista que estricramente interesa aquí, conviene citar su carácrer de biografía impe­rial, al que responde la estructura de la obra; cada biografía narra, por este orden, el origen, nacimiento y formación del emperador, sus haza­ñas militares y relaciones con el ejército en la paz y en la guerra, su ges­tión como administrador civil, y su muerte, así como los presagios que acompañan toda su vida^i.

En Suetonio hay una diferenciación clara entre guerra civil y exterior, aunque con cierta ambigüedad en lo que se refiere a su respectiva identi­ficación con la guerra injusra y justa. Los conflictos civiles se presentan, en ocasiones, asociados a los más nobles propósitos: Augusto los inicia pa­ra vengar la muerte de su antecesor y llevar a una más aira consideración su obra {Aug. 10, 1); Galba, por un sentido patriótico cuya validez con­firman los presagios {Galba 10, 4). Sueronio no deja, sin embargo, de participar del horror que producen las muertes entre romanos 2 2 .

Durante el reinado de Adriano la producción literaria también cuen­ta con una representación de los diferentes sectores sociales, entre los que indiscutiblemente tiene que haber posturas cercanas a la oficial, muy útiles en determinados momentos para el poder imperial.

'8 M. P. CHARLESWORTH, 1943, 4, sobre la idea de la evolución del emperador guerrero a ca­zador e interesado en los juegos circenses, a través de lo que se canaliza la pietas, como vínculo con lo divino.

" Marcial, Lib. Spect., 32: Cedere maiori uirtutis fama secunda est. Illa grauis palma est, quam minor hostis habet.

2" Entre 119-122 para la publicación, según M. BASSOLS DE CLIMENT (ed.), 1964, vol. I, X X X I ; con más reservas, B . BALDWIN, 1983, simplemente lo sitúa entre finales del reinado de Trajano y principios del de Adriano.

2· Así se explica en Suetonio, Aug. 61, 1. 22 Suetonio, Otho 10, 1; éste entró en la guerra pensando que podría evitar el derramamienro

de sangre.

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23 Arriano, Anab. 5, 26, 1 ss. y 5, 27, 1 ss.; Polemocrates dice hablar en nombre de la mayo­ría del ejército; uid. nota 17 sobre Alejandro.

' Arriano, Anab. 5, 27, 4, en boca de Coenus. » Diodoro Síc. 17, 95. 26 Vita Hadr. 9, 1, sobre la versión de Adriano de que en política exterior seguía consejos se­

cretos del propio Trajano.

A grandes rasgos puede decirse que toda la propaganda oficial de época adrianea se basa, en lo que atañe a la concepción de la guerra, en dos puntos: 1) la megalomanía es la causa de muchas hazañas militares; 2) todo proyecro-imperialisra de conquista necesita establecer sus propios límites. Los escritores más compromeridos con el régimen contribuyen con sus obras a mantener este esquema, que converría en inútiles las empresas como la de Trajano y presentaba el nuevo reinado como la vuelta a la sensatez y a la concordia.

Entre éstos puede citarse a Arriano, senador originario de Bitinia y amigo de Adriano, bajo cuyo reinado desarrolló su carrera política. Escri­bió, enrre orras obras, una historia de Alejandro Magno en siete libros, diferenre en sus planreamienros a la anrerior de Plutarco, y que es en gran parte producro del momento político que se vive. La obra incluye una gran profusión de datos militares y ofrece una conclusión clara: Ale­jandro fue un gran militar y estratega, que realizó una hazaña brillante con la colaboración divina, pero todo este proyecto se vio ensombrecido D o r q u e los deseos de gloria cegaron al rey de Macedonia y le empujaron iacia un irrealizable e inconcluso proyecto de expansión y c o n q u i s t a .

Este planteamiento se encuentra reflejado en el discurso de Alejandro a sus hombres y la consiguiente réplica de Coenus, el hijo de Polemo-crates^^, así como en un posrerior discurso de Alejandro que igualmente responde al descontento de sus hombres {Anab. 7, 10, 5 ss.). Frente a la ilimitada aventura iniciada por Alejandro (5, 25, 2), el ejérciro y los pro­pios consejeros del monarca intentan poner fin a la guerra y volver a su patria: «hay que poner límite a las conquistas» . Esta versión se contra­pone a otras fuentes en las que se exponen los límites previamente impuesros por el propio Alejandro a su empresa orientales. Arriano rei­vindica la figura de Alejandro y sólo objera a su obra la ausencia de unos límires prefijados para la expansión. Redactada en época adrianea, esta evaluación puede considerarse una condena parcial de las actitudes traja­neas, aunque no una invalidación de su obra de gobierno, planteamiento del que se hacen eco otras voces .

Éste es el aspecto reprochable de la guerra exterior, que no se consi­dera negativa intrínsecamente, sino por los peligros que producen la va­nidad y la imprudencia; los aspectos positivos son el valor y la concordia deorum {Anab. 7, 30, 1-3) que acompaña al héroe.

En este mismo sentido hay que considerar la obra de un contempo­ráneo suyo, Floro, cuyo «Epítome de Livio» interesa también desde el punto de vista de su traramiento en la guerra. Evidentemente, Floro

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27 J . M . ALONSO-NÚÑEZ, 1 9 8 6 , 2 9 1 - 2 9 8 .

28 Floro, Epit. Liu., prefacio; pero es cierto que refleja un cambio en el imperialismo romano después de Trajano: P. JAL, en J . - P . BRISSON (ed.), 1 9 6 9 , 8 4 .

29 Ibidem, 7 6 . M Floro, Epit. Liu. 1 , 4 6 ( 3 , 1 1 ) y 1, 4 7 ( 3 , 1 2 ) respectivamente. 5' Juvenal, Sat. 1 1 , 1 9 5 - 2 0 0 ; ...maestam attonitamque uideres hanc urbem ueluti Cannarum

in puluere uictis consulibus. 52 Si bien es verdad que parece una afirmación poco sincera; Floro, Epit. Liu. I , 4 7 ( 3 , 1 2 ) . 55 Pronto, Princ. Hist. 1 0 , 1. 5'' Apiano, Hist., Prólogo, 15 (traducción de A. SANCHO, ed., 1 9 8 0 ) . 55 Apiano, Hist., Beli. ciu. 1 , 2 .

tampoco reniega del dominio romano del orbe^' , porque éste es el pueblo-rey, digno de admiración como señor del mundo y cuya historia es la hisroria de toda la humanidad . El elemento indispensable en la estructura de la historia de Floro es la guerra en cualquiera de sus moda­lidades; la guerra exrerior y la inrerna, ral como explica Jal ^ 9 , reciben en su obra diferente tratamiento: las primeras son justas en cuanto que res­ponden a la necesidad de defenderse de un peligro exterior, o bien por el evidente móvil económico de integrar regiones ricas y productivas en el Imperio, mientras el lado negativo de la guerra exterior sobresale cuando se produce por un deseo de gloriado.

Desde orro plano social, la visión de Juvenal es compleramenre dife­rente. Sus sátiras traslucen una idea de concordia superior a la de sus contemporáneos, porque es la concordia del género humano: «¿Cuándo a un león le arrancó la vida un león?» {Sat. 15, 160); es la idea de la so-üdaridad entre los hombres, que parece estar por encima de cualquier debare sobre la legirimidad del dominio romano.

La guerra, como fenómeno general, no es legítima para el auror, aunque distingue matices que dan a los actos de guerra diversas catego­rías morales. Hay un criterio de diferenciación histórica, por el que las antiguas guerras republicanas parecen más válidas' ' . En las fuenres aflo­ra con frecuencia la idea de que los antiguos romanos emprendieron guerras plenamente justas, en contraste con la decadencia moral del Im­perio; así también lo expresaba Floro, lo que le llevó a cuestionar la vali­dez de la expansión romana fuera de Italia'2.

La misma tradición literaria se observa en Pronto, cuya obra también recoge estos dos puntos mencionados para la hisroriografía adrianea, es­pecialmente en una parte de el la '3 . Su contemporáneo y amigo Apiano explica así el criterio seguido en su obra:

« . . .de este m o d o , cada una de las guerras extranjeras sostenidas con pueblos diferentes se hallan divididas en libros e n razón del p u e b l o con el q u e fueron sostenidas, y las guerras civiles, en razón d e sus caudillos» .

Las guerras civiles son, para él, fruto de la decadencia de los tiem­pos, en contraste con los antiguos romanos, que sabían conservar la con­cordia interior 5 5 .

80 M.> PILAR GONZÁLEZ-CONDE

A. MOMIGLIANO, 1 9 5 8 , 2 0 8 , dice que los autores latinos son más eficaces narrando una gue­rra civil que una exterior, y en esto incluye a Tácito. Una obra básica para el análisis de la guerra civil es P. JAL, 1 9 6 3 .

" G . E. F. CHILVER, 1 9 7 9 , 2 4 - 2 7 .

58 S. MAZZARINO, 1 9 8 3 , vo). 3 , 7 4 alude a esta visión idealizada y romántica. 59 Tácito, Agr. 1 1 , 4 : longapax emoliens que también perjudica a los romanos; S. BORZSÁK,

1 9 6 6 , 5 4 , sobre el tema de los valores negativos de una paz prolongada, con las citas correspon­dientes; vid. también G . CASTELLI, 1 9 7 1 , 1 0 - 1 7 .

Tácito, Agr. 3 0 , 1-4; 3 1 , 1 -4; 3 2 , 1-4: discurso del jefe britano Calgacus. Tácito, Germ. 1 4 , 1-4 y 3 1 , 1 5 . Tácito, Germ. 3 5 , 3 - 4 sobre los Caucos.

2.1.2. La condena moral de la guerra y el problema de la guerra civil

Tal como se plantea en las fuentes de los años finales del siglo I y co­mienzos del II d . C , la guerra injusta se asimila siempre a la guerra civil y en escasas ocasiones a los conflicros ex te r io res .

La guerra exterior se considera injusta cuando no tiene móviles moral-mente válidos, cuando no se hace por el bien de la República. ¿Cuáles son enronces esos móviles no jusros? Tácito intenta dar en sus primeras obras una visión de la guerra romana desde dos puntos de vista, el roma­no y el bárbaro, aunque evidentemente expresa la versión propia de su mentalidad senatorial". En Agricola y Germania se plantea el análisis de unos objetivos: la guerra romana visra por un romano, la guerra romana vista por los bárbaros y, finalmente, lo que él entiende como noción bár­bara de la guerra y su conducta ante ella; en realidad un senador no po­día llegar a esre análisis'^, enrre otros motivos, porque su forma de ver el mundo no romano y el sistema de relaciones con él no le permiren llegar a una comprensión más profunda de otras culturas.

En el Agricola, tanto los Galos como los habitantes de Britania apa­recen como guerreros valienres a los que una larga paz convierre en indolentes 39 ; su barbarie hace que se conduzcan en la batalla con una enorme crueldad que les es connarural (Agr. 16, 1); la imagen de ellos llega a Tácito a través de la experiencia de su suegro (Agr. 12, 1-2).

Por otra parte, el autor quiere presentar la visión bárbara sobre la mentalidad romana ante la guerra; ellos luchan por su patria y sus fami­lias, pero ven la codicia y el vicio como únicos móviles romanos (Agr. 15, 3-4); la paz romana es igual a desolación y sumisión y conrraria a la nbertad-ío.

En la Germania, de nuevo se debate la visión tacitea de los bárbaros ante la guerra; la afirmación de su naturaleza guerrera^' se matiza ahora con el reconocimiento de un mayor intetés por la paz y la justicia"^e.

Un aspecto negativo de la guerra exterior puede detectarse en algu­nos pasajes de Plutarco. El autor refiere la crueldad de Alejandro Magno en los momentos de ira, en contraste con el hombre justo y clemente de

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 81

«Para consolarse en su dolor se entretenía en la guerra» (Plutarco, Alex. 7 2 , 4 ) . Como precedentes sobre la guerra sangrante e impía, D. JOLY, 1974, 4 2 - 6 5 , cita a Virgilio,

Aen. 1 , 2 8 4 y 8 , 7 0 3 , con un paralelo en época neroniana en Calp. Saeculus 1 , 5 4 . E. OLSHAUSEN, 1 9 8 7 , 3 0 0 - 3 0 1 , sobre el horror taciteo a la guerra civil como consecuencia del terror por el régimen autocràtico de Domiciano. P. JAL, 1 9 6 9 , 7 5 - 8 4 , acerca de la diferenciación entre guerras exteriores e interiores en la historiografía latina; y 3 6 0 ss. sobre la valoración moral de la guerra civil.

Esto tiene en común con Suetonio: Aug. 1 0 , 1 y Galb. 1 0 , 4 ; G. E. F. CHILVER, 1 9 7 9 , 2 7 -2 8 relaciona su posible origen en la Galia Narbonense con el conocimiento de esta guetta, cuyo centro de gravedad estuvo en las regiones limítrofes entre Galia e Italia,

""í Tácito, Hist. 2 , 3 8 ; tal como luego apatece en Floto. ^'^ ...et unum militem, quotam ciuilium armorum partem?: Tácito, Hist. 3 , 2 5 .

Otras ocasiones; en algunos momentos es ese hombre injusto y cruel el que maneja la guerra. Así, tras la muerre de Hefestión, es capaz de cal­mar su dolor acosando y someriendo a los coseos y pasando a cuchillo a sus jóvenes'^3. De rodas formas, la imagen plutarquiana de Alejandro evolucionó con el tiempo, eliminando de ella ciertos rasgos negativos.

Refiriéndonos ya al pensamiento romano senatorial, hay que acudir al resto de las obras raciteas que, posteriores en el riempo, recogen toda una filosofía de la guerra. Las guerras civiles en el seno de la sociedad romana reúnen en la obra de Tácito todos los componentes negativos; no hay nada peor que una guerra civil , excepto una paz indigna como la de Vitello {Hist. 2, 56). En muy contadas ocasiones se puede aceptar la guerra entre romanos, y esto sólo porque sirve para sofocar los males traídos por la perfidia. Tácito acepta la iniciativa de Vespasiano {Hist. 2, 76), como más tarde aceptará en los Annales la actuación de Augusto por el bien de la paz . Pero esa ocasional jusrificación de algunos parti­cipantes en contiendas civiles no cambia el carácter sustancialmente malo de las mismas. Considera el propio crecimiento del Imperio como la cau­sa desencadenante ' , y la chispa que alienta todo ello es la existencia de intereses individuales y comunitarios que son el producto de todos los vicios de la época.

Considera terribles los efectos que la guerra civil produce sobre to­dos los implicados, y especialmente en el ejército, por su actuación di­recta en la campaña. Los jefes militares no se sienten obligados a man­tener una conducta intachable, ya que la empresa en la que parricipan no tiene justificación moral y sus móviles son la avaricia y la promoción personal; los soldados pierden su discipHna porque no les mueve la bús­queda de la gloria romana, sino una causa partidista que les convierte en enemigos de una parre del pueblo. Pero ante todo, el ejército se ve implicado en una lucha fratricida, que Tácito ilustra con dramáticos ejemplos; telara la anécdota de un individuo que en la batalla de Cre­mona mata a su propio padre, con el consiguiente efecto de la noticia sobre la moral de ambos bandos; Tácito se pregunta sobre el papel que el ejército tiene en las guerras c i v i l e s y concluye que, en cualquier ca-

82 M. » PILAR GONZÁLEZ-CONDE

La misma idea en Tácito, Hist. 2, 45; sobre el fratricidio en las guerras civiles, P. JAL, 1963, 401-416.

Tácito, Hist. 2, 86, para el caso de Primus Antonius, que, condenado bajo Nerón, llegó a senador por el apoyo de Vespasiano.

5" Tácito, Hist. 3, 80: el respeto a la vida de los embajadores de paz como notma inviolable en la guerra.

" Tácito, Hist. 4, 75, sobre intenciones de Cerialis. 52 R. HoSEK, 1968, 107 ss.

S O , se trata de un crimen. El episodio simboliza todas las muertes come­tidas entre romanos

En otros pasajes de las Historiae se repite la idea de la maldad de in­tenciones que mueve a los hombres a las guerras civiles, como ocurre con la avaricia de la legio XXI con Caecina al mando {Hist. 1, 67), los exce­sos y vicios de los jefes militares {Hist. 2, 7), la conducra licenciosa de la tropa (Hist. 2, 29), la búsqueda de una promoción personal que de otra forma no se conseguiría ^ 9 , la violación de las más elementales normas de la guerra 5 0 , o las ansias de poder de algunos individuos 5 i . Táciro enu­mera todos éstos como elementos negativos, reprobables desde un pun­to de vista ético, que invalidan los objetivos positivos que deben orien-rar la acción bélica; en una palabra, la moral rradicional romana impone sus cánones a la conducra de guerra, como condición indispensable para legitimar sus fines.

En definitiva, se considera que el mal uso de los poderes públicos, tanto civil como militar, lleva a los hombres hacia la guerra civil; el resto de la población aparece como espectador perjudicado por los aconteci­mientos. En la concepción senatorial de crisis, la decadencia de los tiem pos es causa de todos los males y también su inevitable consecuencia, porque la guerra civil sólo provoca la ruina económica y moral, y espe­cialmente el hundimiento de Italia.

En los Annales, Tácito alude al sentimiento general provocado por la guerra civil en época de Augus to" , describiéndola como fruro del can­sancio por los conflictos continuos que se han vivido durante los últimos años de la República (Ann. 1, 1); el mismo Augusto había tenido qu( recurrir a ella para solucionar definitivamente la situación del Estado (Ann. 1, 9) y es precisamenre una de las raras ocasiones en las que el se­nador justifica un enfrentamiento civil.

La más terrible y exrraña conrienda civil que Tácito rememora es la ocurrida durante el reinado de Tiberio a raíz del levantamiento de las le­giones de Germania {Ann. 1, 49), una guerra sin campo de baralla, y en la que los soldados se aracan mutuamente, con el consentimiento de sus jefes, y que hace horrorizarse al propio Germánico. Por su parte. Nerón al subir al trono esrablece una diferencia clara enrre él mismo, como hombre que en la paz sabe mantener el equilibrio de las relaciones emperador-senado, y orros príncipes que, como Caligula, se han forma-

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 83

5' Plutarco, Brutus 12: «La guerra civil es el peor de los males». También en Sobre la desapa­rición de los oráculos, 413 f. y 414 a, sobre los problemas demográficos que las guerras internas tta-jeron a Grecia.

54 A pesar de lo que opina P. JAL, 1969, 75-84. " Arriano, Anab. 2, 14, 6 y 3, 23, 8.

do «en la escuela de las guerras civiles y domésricas» {Ann. 13, 4); son ejemplos del tratamiento taciteo del problema.

La atención a la guerra civil es un fenómeno general en las fuentes: Plutarco la valora por boca de Brutus'>"> con un crirerio que responde a la corriente general y que se mantiene igual a lo largo de los siguientes de­cenios. En palabras de Floro (1, 34 [2, 19]):

Quae etsi iuncta inter se sunt omnia atque confusa, tamen quo melius appa-reant, simul et ne scelera uirtutihus obstrepant, separatim perferentur, prius-que, ut coepimus, iusta illa et pia cum exteris gentibus bella memorabimus, ut magnitudo crescentis in dies imperii appareat; tum ad ilia ciuium scelera turpesque et impías pugnas reuertemur.

Y de nuevo más abajo (1 , 47 [3, 12]): Hos igítur omnis domésticos motus sepáralos ab externís iustisque bellis ex or­dine persequemur.

Las guerras impías y vergonzosas, afirma, se equiparan a crímenes contra los ciudadanos, deben ser estudiadas a p a r t e y se deben al pro­pio crecimiento del Imperio, que genera la riqueza suficiente como para que afloren los peores vicios humanos.

El autor equipara la guerra entre romanos, en cuanro a su bajeza mo­ral, a lo que fue el enfrentamiento entre los griegos que luchan con Ale­jandro y los que se pasaron al bando persa '5. Esta situación provoca una mezcla de guerra civil y extranjera, parecida a la descrita por Tácito para el Imperio, pero que parece incluso más condenable que las propias guerras ci­viles entre griegos; se trata de ayudar al enemigo de la propia patria, con lo cual se infringe una norma moral propia de la conducta de guerra.

Junto a esre concepto de guerra interna, que poco o nada tiene de nuevo, surge con relativa fuerza una noción negariva de guerra exterior, impulsada por la propia necesidad de demostrar la sensatez de la nueva política exterior y de rechazar su supuesta debilidad. En este sentido, la figura de Arriano es imprescindible para entender el pensamiento de época adrianea. El autor reprueba parcialmente la guerra exterior impul­sada por la megalomanía y concebida como proyecto ilimitado e intermi­nable, pero la asocia a un personaje como Alejandro sin destrozar por ello su imagen a la manera de los antiguos héroes homéricos. El dibujo de Alejandro debe aplicarse también a las evaluaciones del gobierno de Trajano a partir del 117. Arriano paraleüza a Alejandro y Trajano; am­bos desarrollaron una sólida obra de gobierno y reciben una sanción fa-

8 4 M. » PILAR GONZÁLEZ-CONDE

Suetonio, Dom. 2, 1; sobre esto, M. L. PALADINI, 1985, 228. 57 Polibio, Historiae 3, 6, 6.

vorable a nivel global, pero también ambos debieron detener sus con-quisras en el límire de lo necesario; con este planteamiento se respalda la nueva polírica exterior adrianea.

También Suetonio, en algunos pasajes de su obra descalifica las guerras extranjeras, especialmente las campañas bélicas de Domiciano, que divide así:

Expeditiones partim sponte suscepit, partim necessario: sponte in Chatios, ne­cessario unam in Sarmatas legione cum legato simul caesa; in Dacos duas, pri-mam Oppio Sabino consulari oppresso, secundam Cornelio Fusco praefecto cohortium praetorianarum, cui belli summam commiserat. De Chattis Dacis-que post uaria proelia (Suet . Dom. 6, 1).

Antes también alude a la total inutilidad de la expedición contra Galia y Germania, que atribuye al deseo de Domiciano de emular a su hermano .

En Suetonio la relación guerra exterior = jusra / interior = injusra mantiene cierra ambigüedad, que está muy alejada de otras fuentes de su época, especialmente de la posición visceral de Tácito o de la morali-zadora de Plutarco.

2.1.3. Las causas de las guerras en la valoración de las fuentes

Polibio expresó en un pasaje de su o b r a " su preocupación por el análisis diferenciado de rodos los elemenros de las guerras. Desde su formación de historiador, ataca a quienes realizando lecturas superfi­ciales de los aconrecimienros, o bien por intereses partidistas, desvirrúan la verdadera naturaleza del fenómeno, confundiendo las verdaderas causas de los conflictos. En este sentido actúa como auténtico teórico del concepto de guerra.

En las Historiae de Tácito el asunto principal es la guerra civil que precede al ascenso de Vespasiano, por lo que el peligro exrerior queda relegado a segundo plano, al menos en la parre conservada de la obra. En la contienda civil está claro que el morivo fundamental es político, y su finalidad, la toma del poder, aunque la valoración moral que hace el autor aluda a los peores vicios humanos como desencadenante.

Por lo que respecta a lo que en las Historiae hay de conflicto exte­rior, se apela al sentido romano de la gloria y del honor, y se apunta como causa un pehgro fronterizo provocado por pueblos vecinos que prefieren la libertas a la securitas ofrecida por Roma. El propio auror re­conoce, desde los planreamienros romanos, lo excluyente de ambas op­ciones.

L A P A Z Y L A G U E R R A E N L A L I T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O - A D R I A N E A 85

58 Tácito, Hist. 1, 6 4 ; 2 , 4 y 77; 3, 6 0 y 8 1 ; 5 , 11 y 1 6 . Sobre esto, C . A . PERKINS, 1 9 8 4 . " L. WIERSCHOWSKI, 1 9 8 4 , 2 1 4 ss.

' 0 Tácito, Ann. 2 , 1 0 , 4 4 , 8 8 , y los anteriores, para el caso de Arminius. ''i Tácito, Ann. 2 , 2 1 , para el caso de Germánico.

Evidentemente, junto a esta amenaza externa, subyacen en la mayo­ría de los casos causas económicas que no se reconocen como tales de forma directa, aunque en ocasiones afloran con claridad, como en un pasaje de Floro (1, 47 [3, 12]):

Quippe sicut Galliam, Thraciam, Ciliciam, Capadociam, ubérrimas ualidissi-masque prouincias, Armenios eriam et Brittannos, ut non in usum, ita ad im­perii speciem magna nomina adquisisse pulchrum ac decorum....

Sí son, sin embargo, numerosas las menciones raciteas de los intere­ses económicos de determinados secrores sociales supuesramente benefi­ciados con la guerra, a los que se añadirán graves problemas financieros de las arcas esratales, que se intentarían paliar con los beneficios de las victorias; Tácito conoce el problema por experiencia directa de su gene­ración.

Sus frecuenres referencias al interés de los soldados por el botín de guerra 's recogen una preocupación por el pago y abastecimiento al ejér­cito. La guerra aseguraba los recursos económicos para hacer frente a esos gastos y reducía considerablemente el número de soldados que llegarían vivos al momento de cobrar la recompensa de vererano'?; el ejército se presenra como motor de guerra difícilmente manejable en la paz.

Los peligros exteriores del Imperio como causa, unas veces real y otras ficticia, de las guerras emprendidas por Roma rambién están pre­sentes en los Annales, con diferentes matices según criterios étnicos. Los diferentes pueblos germanos, morivo de conrinua atención para el autor, luchan con el claro objetivo de conseguir su libertad, desligándose de la dominación; intentando evitar la expansión romana más allá del Rin {Ann. 1, 59), se agrupan en torno a un jefe que define sus ideales {Ann. 1, 57) y que se presenta como libertador''O. Esta capacidad de for­mar coaliciones bajo un mando único, obliga a Tácito a plantearse como solución el total e x t e r m i n i o . En alguna ocasión, como en el caso de los Frisones, las reivindicaciones bárbaras no se explican en función de la opción libertas - securitas, sino por motivos económicos derivados de los abusos fiscales romanos {Ann. 4, 72).

En época de Tiberio el peligro tracio disminuye por un problema di-násrico que facilira la acción romana; la división interna les vuelve vulne­rables, evirando así lo que Tácito imaginaba como «una guerra sangranre», haciendo referencia sin duda a las bajas romanas {Ann. 3, 38).

En los últimos libros de los Annales, el tema central, en lo que res­pecta a peligros externos, es la relación con los Partos. Aunque el ya mencionado problema de datación de la obra no permite una mayor

86 M.» PILAR GONZÁLEZ-CONDE

''2 Aunque en tiempos pasados se logra neutralizar con la diplomacia: Tácito, Ann. 2, 4. " Tácito, Ann. 13, 39; 15, 3, 6 y 12. '''' La idea viene de la historiografía griega a través de la obra de Polibio; A. MOMIGLIANO,

1958, 306-308; E. CICCOTTI, 1901, 112. ^5 Tácito, Hist. 2, 76: la participación en una victoria extranjera como garantía de valor de

una unidad. ^ Tácito, Hist. 2, 56: sobre la esporádica victoria de Vitello en Roma.

precisión, es de suponer que en el momento en que el autor escribiera estos últimos libros, el conflicto parto estaría candente y radicalizado en Roma, teniendo en cuenta que el Imperio se había embarcado en una terrible y pesada guerra contra su reino. La idea de los Annales parece ser la preocupación por salvar el Imperio del peligro permanente desde hacía mucho tiempo . Con él se encontró Nerón nada más subir al po­der (Ann. 13, 6) y por ello se organizaron las campañas de Corbulo y Pethus en Armenia que en versión de Tácito resultaron inevitables tras el fracaso de la acción diplomática; la idea del carácter inevitable de la guerra permanece'''*.

2.1.4. Consecuencias de la guerra

2.1.4.1. Balance económico, social y político en la visión de la época

Los acontecimientos inmediatos a una guerra dependen, en versión racirea, del resultado de la misma. Si se ha conseguido la victoria, ésta no es necesariamente buena por sí misma; depende del carácter moral de la conrienda. Una honrosa vicroria exrerior proporciona gloria a Roma y grandeza moral y valenría al ejército que la consigue En cambio, las vicrorias en las guerras civiles no son rales, porque no puede haber ven­cedores cuando los vencidos son también romanos; el sometimiento de un bando por el otro sólo trae una paz viciada y con peores horrores que la propia guerra'''^.

Pero una guerra puede acabar en fracaso, y en este caso, como admi­te Tácito, la situación cambia y se exigen responsabilidades a sus parti­cipantes, ya sean éstas políticas o militares. En la victoria nadie busca culpables, pero ante una derrota se acusará de cobardía a quien no haya sabido conseguir mejores resulrados {Hist. 4, 70).

De las Historiae se deduce que la guerra genera conductas diferentes según las situaciones. Esa doble moral, de la que se ha hablado para la guerra y la paz, puede en cierro modo aplicarse también a los resultados de la guerra: solidaridad en la victoria y hostihdad en la derrota.

En Tácito es una constante la reflexión sobre los efectos morales de la guerra en los diferenres grupos sociales, pero más aún sobre el desastre económico que se produce. Se aprecia en su obra una doble diferen­ciación, social y geográfica, en los afectados por la contienda.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 87

'' Tácito, Hist. 1, 89, por ejemplo. Para la repercusión en el Imperio: Ch. M. BULST, 1959. G. G. BELLONI, 1985, 133-134, al contrario que en Grecia, donde ειρήνη = πλούτος; S.

BORZSAK, 1966, 58, sobre esta idea en Livio 7, 2 0 , 5. Tácito, Ann. 2 , 18 y 14, 2 3 . Tácito, Ann. 15, 29: Nerón.

Por lo que se refiere a la primera, es evidente que, frente a los inte­

reses de algunos sectores en los potenciales beneficios de la guerra, hay una inmensa mayoría de población que sufre los efecros devastadores de la misma: presión fiscal, desabastecimiento de las ciudades en favor del ejército, peso de las continuas levas. Tácito reconoce sufrimientos de la plebe y sus deseos de paz ''^, lo que contrasta claramente no sólo con la propaganda oficial del momento, intentando asimilar la guerra a abun­

dancia y prosperidad, sino también con el propio reconocimiento taciteo de la conveniencia ocasional del enfrentamiento armado para salvaguar­

dar la seguridad del Imperio. En segundo lugar, y atendiendo a criterios geográficos, el autor es­

tablece la diferenciación de los efectos de las guerras en Roma e Italia, por un lado, y las provincias por orro. Mientras las opeíaciones mihtares constituyen un fenómeno alejado de la capital del Imperio, la preocupa­

ción por las consecuencias económicas de las mismas se mantienen mo­

deradas, excepto si el aprovisionamiento del ejército deja desabastecida a la Urbe. Pero Tácito refleja la preocupación por la ruina económica de Italia, por la subida de los precios, y por la carencia de productos en Ro­

ma, enorme centro de consumo que se encuenrra desasisrido cuando las prioridades militares lo requieren (Hist. 1, 89). El mayor peso que de­

bían soportar los provinciales eran las requisas en metálico (Hist. 2, 84); precisamenre en estos años del reinado de Trajano, este peso debió hacerse insoportable para los provinciales, probablemente no compensa­

dos por un desahogo económico tras las victorias. También los Annales diferencian las buenas y malas victorias, según

los intereses que las hayan movido y la conducta de quienes las hicieron posibles. El paradigma de victoria honrosa y gloriosa para Roma es el de los antiguos triunfos, conseguidos para la grandeza de la República y mediante el respeto a unos valores éticos (Ann, I4, 37).

Las victorias exteriores traen al ejército bienes como el vigor, la salud y la abundancia (Ann. 1, 68); de nuevo aquí se vincula victoria exterior y abundancia''^, principio plenamente identificado por la ideología ofi­

cial de la época. El ejército fronrerizo utiliza el poder que tiene en sus manos para llevar a cabo sus reivindicaciones, y recuerda que es absolu­

tamente necesario al Imperio como artífice de guerras exteriores «que engrandecen al Estado» y proporcionan una titulación gloriosa al propio emperador (Ann. 1, 31), especialmente cuando la sangre romana no se derrama abundantemente ^9 ; igualmente reaparece el emperador '" como recepror de la gloria conseguida por sus generales y su ejército, en con­

» » M. > PILAR GONZÁLEZ-CONDE

7' Tácito, Ann. 3, 54: Extemis uictoriis aliena, ciuilibus etiam nostra consumere didicimus; Ann., 3, 18, acerca de las victorias exteriores.

72 Suetonio, Gaius, 43-47; Ner. 13, 2. 73 Tácito, Ann. 15, 18: sobte las medidas de Nerón para disimular el problema. 74 A. GARCÍA Y BELLIDO, 1959, 3-9.

traste con otras actitudes de personalización de las hazañas militares en la figura del príncipe.

Tácito conrrapone la prosperidad conseguida por las guerras externas y la ruina de las internas; sólo las primeras son dignas de celebrarse' ' .

Existe otro ripo de victoria que se considera ficticia, bien porque se ce­lebra antes de terminar la guerra, o bien porque no proporciona a Roma las ventajas esperadas. La interpreración depende en gran parte de las re­laciones entre el príncipe y el Senado, porque la historiografía senatorial sólo transmite como éxitos militares reales los conseguidos por aquellos emperadores que conservan el respero de la asamblea, desechando los de aquellos príncipes con los que se mantiene un abierto enfrentamiento. Plinio cririca en el Panegyricus (12, 2) las actuaciones de Domiciano en el Rin y Danubio; Tácito considera precipitada la celebración del rriunfo de Germánico contra los Germanos [Ann. 2, 4 l ) ; también las medidas de Tiberio como si hubiese acabado la guerra en África [Ann. 4, 23); o las de Nerón en el mismo sentido durante el enfrentamiento con los Partos [Ann. 15, 18). Esta misma preocupación aparece en la Germania de Táci­to, aplicado a las relaciones de Roma con los Cimbrios {Germ. 37, 6).

Siguiendo ese doble crirerio según los resulrados de la guerra. Tácito reconoce que, ante la derrota, se buscan responsabilidades, de forma que los jefes militares hacen pagar con severidad los fallos de sus hom­bres {Ann. 3, 21) o de sí mismos {Ann. 14, 37); Suetonio se refiere a es­to en los reinados de Caligula y Nerón .

Aunque en los Annales Tácito insiste menos que en las Historiae en las cargas económicas de las guerras, lo cierro es que también en aqué­llos el problema está presente, de nuevo con ese crirerio de diferencia­ción geográfica: por una parte, la mención del peso que supone para las provincias {Ann. 1, 2), y por otro, el terrible problema del desabasteci­miento de Roma, con el consiguiente malestar entre la población

Para Plinio las victorias trajaneas son positivas, porque no son ficti­cias como algunas del pasado {Paneg. 12), sino que producen ventajas reales; la «modestia» del P r í n c i p e c o n d u c e a la búsqueda, no de los honores del triunfo, sino de la definitiva derrota del adversario {Paneg. 17, 4); por su actuación ante la guerra tiene la admiración de sus hom­bres e, incluso, la de los enemigos {Paneg. 13, 1).

Sin embargo, el autor no ha evitado la alusión a las pesadas cargas de las guerras y, sobre todo, a las verdaderas víctimas de las mismas, que son las provincias y los ahados, especialmente las primeras {Paneg. 17, 1). El peso de las guerras debe caer sobre los enemigos vencidos, lo que requie-

LA P A Z Y L A G U E R R A E N LA U T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O - A D R I A N E A 89

75 A . MICHEL, 1969, 1 7 4 - 1 7 5 , a propósito del papel de la clemencia en Cicerón, como prece­dente del imperialismo justo y moderado que necesita de la clemencia vinculada al derecho de guerra; sobre la importancia política de la clemencia, R. PERA, 1 9 8 0 , 2 3 7 - 2 4 6 .

re, en primer lugar, una victoria sobre el adversario; en segundo lugar, que esta victoria conlleve unos resultados económicamente renrables; y fi­nalmente, la medida es impracricable hasra el momento de la consecu­ción del triunfo, por lo que, durante el curso de la guerra la población tiene que sufrir el cosre económico y humano. El pasaje no deja de ser un reconocimiento, desde un sector cercano al oficial, de la ruina económica que provoca la guerra, aunque esta realidad contradice las consignas polí­ticas trajaneas que justifican la victoria exterior con prosperidad interior.

En el fondo, la postura de Plutarco ante la victoria no difiere tanto de la de sus contemporáneos occidentales a causa de la concepción es­toica. Su visión de las victorias de Alejandro es aplicable rambién, en cierto modo, al mundo romano, por los valores que aplica al fenómeno general de la guerra. Por una parte, la vicroria debe conseguirse de for­ma honesta, porque sino pierde su valor; siguiendo ese criterio, Ale­jandro respondió a quienes le aconsejaban aracar al enemigo de noche y a traición: «yo no hurto la victoria» {Alex., 31, 11-12).

Pero junto a su honestidad, la victoria sobre el enemigo puede ser más o menos brillante dependiendo de los beneficios de la misma: bajas enemigas, botín, etc. {Alex. 20, 13). La victoria de Alejandro sobre Darío {Alex. 20, 10-13) se describe como brillante porque consiguió aca­bar con 110.000 enemigos; la cifra es sin duda exagerada, aunque no di­fiere demasiado de las proporcionadas por otros biógrafos de Alejandro; Plutarco depende de la tradición literaria en este punto concreto por más que ésta resulre inverosímil. La cuestión está en relación con el mencionado aspecto de un doble criterio moral del valor de la vida hu­mana en época de guerra, mediante el cual hay que evitar derramar sangre romana anres que la de orros pueblos aliados enemigos. Esta idea, tan reirerada en las fuenres, responde tanto a razones de protec­ción de la integridad del Imperio, como a la necesidad de justificar públicamenre el incesante desgaste humano que se exige a la población. Una gran victoria se consigue con muchas bajas enemigas y pocas o casi ninguna del bando propio, aunque en el caso de Plutarco no es tan evi­dente esa obsesión por ahorrar vidas como entre sus contemporáneos la-rinos, para los que una muerte romana parece valer mucho más.

Tras la victoria, y en lo que se refiere a las relaciones con el vencido, hay que rratar un triple aspecto: la clemencia, el respero por el vencido y su influencia en el vencedor.

Bajo la influencia del estoicismo. Plutarco participa de la tendencia a identificar la uirtus con la imagen del guerrero ideal, que cuenta con una cualidad tan presente en los estoicos como es la c l e m e n c i a L a fi-

90 M. » PILAR GONZÁLEZ-CONDE

'"' Plutarco, Alex. 21, 1-4; 30, 6: «¡Tan noble es Alejandro cuando ha vencido, como temible en el combate!», en boca de los persas.

'| Diodoro S ic , 17, 72, 4. 78 Arriano, Anab. 5, 25, 2 y 5, 27, 1 ss.; sobre el autor, A. B . BOSWORTH, 1980.

Juvenal, Sat. 12, 160-170.

gura de Alejandro, a pesar de sus toques de crueldad, rebosa clemencia en muchas ocasiones, pero especialmente cuando el vencido parece dig­no de ella. Darío representa la figura «merecedora» de clemencia y res­peto por parte de su vencedor. El profundo respeto por el conrrincante está permanentemente presente en las relaciones entre Darío y Alejan­dro; se reconoce la dificulrad de conquistar Persia, entre orras razones porque la defienden los más nobles persas, entre los que se encuentra Darío {Alex. 37, 1). Alejandro deviene protector del persa más que su carcelero; por ello los persas reconocen su g r a n d e z a E s r a versión refle­ja bajo aspectos humanitarios las relaciones de dominio y protección de los griegos frente a los persas. Roma desempeña esa misma función con otros pueblos, de manera que legitima su poder mediante un intercam­bio de beneficios, en el que ella aporta seguridad. La relación se funda en una constante: la clementia hacia el vencido y la indulgentia hacia el subdito.

Otra vertiente de la victoria consisre en la posible influencia del ven­cido sobre el vencedor; en la biografía de Plutarco se refleja en la adop­ción de la vestimenta y el boato persa por parte de Alejandro {Alex. 45, 1), aunque a sus hombres les lleva a adoptar hábitos menos dignos {Alex. 40, 1-5). Es significativa la comparación entre dos versiones de la vida de Alejandro; Plutarco justifica estas acciones como un modo de contacto con el conquistado, aunque con reconocimiento expreso del pe­ligro que entraña: «¿No sabéis que el fin auténtico del conquistador es no hacer lo mismo que los vencidos?» {Alex. 40, 3-4); Diodoro Siculo" considera moralmenre reprobables estas actitudes.

La visión de que las grandes gestas están condenadas al fracaso, ya sea por la muerte del protagonista o por la derrota final, responde a una versión de época adrianea acerca del problema de la guerra. En la sátira décima de Juvenal se manriene esre principio, que por venir de un autor de extracción popular, no deja de ser una contribución de gran utilidad para la intención política de Adriano, en especial en lo que se refiere a la visión pública de las hazañas de Trajano. Esra idea puede desprender­se rambién de la obra de Arriano, que presenta las grandes empresas militares con un futuro ensombrecido y avocadas a un mal final por la ambición desmedida

En Juvenal hay rambién una cuestión bastante peculiar: la Roma do­minadora que lleva la corrupción a los vencidos, porque rodos aquellos que vienen a la Urbe se abandonan a sus v i c i o s E s t o se opone a la teoría del papel civilizador de la conquisra, y responde al escepticismo

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 91

jo Juvenal, Sat. 15, 95 y 13, 160 ss., respectivamente. «' Juvenal, Sat. 6, 190 y 1 0 , 175: «la mentiiosa Giecia»; R. SYME, 1979, 504 ss., sobre Tácito

los griegos. 82 Juvenal, Sat. 14, 100: «acostumbrados a despreciar las leyes romanas». 8' Juan Lido, De mag. 2 , 2 8 . Vid. J. CARCOPINO, 1934. S"* Eutropio, 8 , 2 .

propio de una fuente tan alejada de las grandilocuentes consignas sena­toriales.

La visión del vencido y de los extranjeros en general recibe en esre auror tratamiento diferenciado según criterios étnicos. Patece mostrarse comprensivo con los pueblos más atrasados culturalmente, como Vasco-nes y Germanos^O; en cambio, frente a griegos y judíos es más corrosivo; contra los primeros por su influencia cultural sobre Roma y porque Juve­nal participa de cierto espíritu anti-griego común a otras fuentes lati­nas^'; sus opiniones contra los judíos son fruto de la hostilidad piopia del momento, a pocos años de comenzar la guerra judaica

2.1.4.2. La rentabilidad económica y política de las guerras del pe­ríodo

Algunos autores clásicos han transmirido la leyenda acerca del oro dacio, aunque rodos ellos son basrante posteriores a los acontecimientos y no harían sino recoger una tradición deliberadamente difundida bajo el reinado de Trajano para justificar la empresa. La referencia más cerca­na en el tiempo quizá sea la de Aulo Gelio a mediados del siglo II d.C. {Noct. At. 13, 24) sobre estatuas confeccionadas con el botín conseguido en la guerra, y de las que él recuerda haber visto una de bronce. Pero es Dión Cassio (68, 14, 4) quien transmite la leyenda del tesoto de Decé­balo, según la cual, este rey tenía una inmensa fortuna escondida bajo el cauce del río Sargetia junto a su palacio; Trajano habría hecho desviar el curso de las aguas para recuperarla.

Tanto si la leyenda se interprera de forma litetal como si se considera una alusión a las minas dacias, lo cierto es que su difusión tiene que remontarse necesariamente a las maniobras políricas de Trajano. Juan Lydo^' remite como fuente originaria al médico del Emperador, Statilius Crito, a quien se atribuye una crónica de la guerra (Getica); la versión de J. Lydo proporciona unas cifras astionómicas de las riquezas llevadas a Ro­ma: cinco millones de libras de oro, tres millones de plata, quinientos mil prisioneros, armas y valiosos objetos. Tanto si su fuente es realmente Crito como si no, lo importante es que hay que buscar en escritores contemporá­neos de la guerra esta versión sobre la abundancia del botín, que tanto beneficiaría a los intereses políticos de los responsables de las campañas. También Eutiopio^'' se atreve a dar cifras sobre el botín de Dacia.

Es evidente que, frenre a los sectores de oposición que pudiera encon­trar el expansionismo trajaneo, habría también grupos sociales que espe­

92 M. > PILAR GONZÁLEZ-CONDE

8' CIL III 1312, es el testimonio de un liberto imperial al que Trajano encarga el control de las minas de Dacia tras la conquista.

rarían beneficios de las victorias. Además de los beneficios que la victo­ria ocasionara a posteriori a los diferentes sectores poblacionales, que se traducirían en ayudas a la plebe más desfavorecida, en mejoras urbanís-ricas o condonaciones de deudas, hay que suponer que cada una de estas empresas tuviera, entte otros, unos objetivos económicos claros, que se­rían los causanres de que el Emperador se encontrara respaldado por fuerres apoyos.

La leyenda sobre el oro de los dacios quizá fuese anterior, pero es probable que se impulsara su difusión en época de Trajano, o quizá ya incluso desde Domiciano, que también emprendió la avenrura danubia­na (aunque seguramente sin intención de crear una nueva provincia); con su divulgación se justificaban los proyectos mihtares anres y después de su realización.

Es lógico pensar que Dacia tuviera recursos atractivos para Roma, porque a comienzos del siglo II d . C , no puede alegarse un desconoci­miento total de sus regiones, tal y como si se habría producido en algu­nas antiguas guerras de conquista, en las que el porcentaje de aventura e improvisación sería mayor. La leyenda puede tener su base en recursos mineros reales . Pero también es probable que las expectativas romanas no se vieran satisfechas por los resultados, con lo que las noticias de las fuentes serían una deformación del verdadero volumen de beneficios, o el Emperador se vería obligado a orquesrar, no sin esfuerzo, una campa­ña propagandística para justificar a posteriori los gastos de la guerra; a todo ello hay que añadir la necesidad de preparar a la población para la empresa oriental.

La creación de la nueva provincia de Dacia debió suscitar una impor­tante polémica en Roma. No en vano se había formado ya una tradición sobre la teoría augustea de fronteras estáticas, que había asegurado una relativa paz exterior (aunque empañada con conflictos internos) y sobre la que habían sobrevivido dos dinastías. Es fácil suponer que amphos sectores sociales, y esto incluye los círculos políticos, se aferraran a la tra­dición y no aceptaran fácilmente un cambio radical. Por otra parre, la idea de una nueva provincia en territorios que se imaginarían llenos de recursos, parecería atractiva a muchos de los que, descontentos con el panorama presente, fuesen partidarios de buscar en algún lugar nuevas fuentes de riqueza; y lo que es más importanre, muchos individuos comprenderían la oportunidad de ocupar posiciones privilegiadas en es­tos primeros momentos de creación de la provincia, de cara a obtener beneficios de la misma. Es probable que los círculos afines al Emperador y a sus más importantes generales en Dacia supieran sacar provecho de ello.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 93

86 Floro, Verg. 1, 5 . 8 ' A. DEGRASSI, Inscriptiones Italiae XIII.1, p. 1 5 9 {Fasti Ostienses XXI-XXII). El artífice de

la mayoría de esas obras fue Apollodoro. Sobre éste, entre otras obras, R. BIANCHI BANDINELLI, 1 9 7 3 .

88 Plinio, Paneg. 37 -41; Dig. 4 8 , 2 2 , 1. 89 Los Anaglypha Traiani: G . M . KOEPPEL, 1 9 8 6 , 1 ss. Sobre la política social de Trajano,

entre otros: E. BULLÓN, 1 9 3 5 ; D . VAN BERCHEM, 1939; S. DESIDERI, 1 9 5 8 ; R. P. DUNCAN-JONES, 1 9 6 4 , 1 2 3 - 1 4 6 ; P. VEYNE, 1 9 6 5 , 1 6 3 ss.; P. GARNSEY, 1 9 6 8 , 3 6 7 - 3 8 1 ; P. VEYNE, 1 9 7 6 .

Cuando Trajano volvió el año 107 a Roma, lo hizo para permane­cer en ella el mayor período de tiempo que estuvo en la Urbe a lo lar­go del reinado. Fue recibido con toda la ceremonia y boato que el triunfo llevaba consigo y que la ocasión requería, y el acontecimiento tuvo enorme eco. Marcial {Ep. 10, 7) se refiere a la llegada del Empe­rador, y algunos años después Floro recordaría el entusiasmo despetta-do por este t r i u n f o T a m b i é n Plinio, en una de sus cartas, califica el tema de las guerras dácicas como de muchísima actualidad y de gran interés {Ep. 8, 4).

Atrás quedaban dos períodos de guerra en el bajo Danubio que habrían supuesto un considerable sacrificio, a juzgar por las proporciones de la empresa. Es posible que el balance económico no fuese muy positi­vo; sin embargo, no guarda proporción directa con la rentabilidad política que se obtuvo. Desde el 107 hasta la salida de Trajano hacia Oriente el 113, se desarrolla lo que intenta aparecer como el gran programa de recu­peración de Iraha, que comprende varios frentes:

1. Febril actividad construcriva en Roma y sus alrededores, que incluye el gran proyecto del foro, en el que la expresión «ex manubüs» recuerda cuál es la fuente de financiación de la obra. Además se hace partícipe de la victoria a roda la población mediante la celebración de unos juegos que pasaron a la posteridad por su espectacularidad .

2. Medidas de reducción de impuestos y condonación de las con­fiscaciones de los exiliados ; en los grandes relieves se representa el perdón de las deudas públicas ^ 9 .

3. Medidas de asistencia social: los alimenta ya habían sido iniciados con Nerva, y el mismo Trajano los había extendido desde el principio de su reinado, pero ahora siguen siendo necesarios para hacer partícipe a to­dos los grupos sociales de esa euforia de una supuesta prosperidad.

4. Una enorme canridad y variedad de acuñaciones con los temas de la victoria en Dacia y de los beneficios que la pax Romana lleva a la provincia.

En Oriente hay que considerar con crirerios diferentes las acciones en Arabia y en el resto de la fronteta orienral. El año 106 d . C , el goberna­dor de Siria, A. Cornelius Palma Prontonianus, procedió a anexionar Arabia Petraea al Imperio, tal como sabemos por Dión Cassio (68, 14, 5).

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90 A. PiGANIOL, 19Ó3, 119-122; G. W. BOWERSOCK, 1970, 37 ss.; id, 1971, 219-242; E . CiZEK, 1983, 403 ss.

Dión Cassio 68, 14, 5; Amiano Marcelino, 14, 8, 13. 92 G. W. BOWERSOCK, 1970, 42.

9í Sobre la premeditación de la aventura oriental, F. A. LEPPER, 1979, 164 ss.

Las causas por las que esta región interesaba al Imperio resultan eviden­tes ya que, al parecer sin esfuerzo, se conseguiría asegurar el límite sur en oriente y controlar una ruta sur-norte en una zona de activo comer­cio. Se acepta generalmente que la anexión de Arabia Fetraea se llevó a cabo sin violencia

Los móviles económicos de la política oriental de Trajano son claros, porque los intereses romanos en Oriente iban encaminados, evidente­mente, hacia el comercio. Se acepta de forma general que la integración de Arabia fue un acto más administrativo que militar; así se desprende de las fuentes literarias ^ i , de las leyendas monetales (Arabia acquisita), de la epigrafía {redacta in formam prouinciae, en miliarios trajaneos), y tal como expone Bowersock^^, del hecho mismo de que Trajano no adoptara entre sus títulos el de Arabicus.

Las circunstancias de la anexión debieron favorecer la estabilidad po­lítica, el florecimiento económico y, especialmente, la no destrucción de las ciudades establecidas en las rutas caraveneras. La región era recorrida por vías de comunicación que comunicaban ciudades como Petra, Bostra, Aqaba, Gaza, y que enlazaban hacia el norte con la ruta de Da­masco y Palmira, donde se unen con las que llegan de Extremo Oriente por Mesopotamia.

Para explicar la guerra pártica de Trajano también se han aducido motivos económicos y estratégicos: control de las rutas de comercio con extremo Oriente y de las ciudades clave en esas rutas, y necesidad de lograr una frontera estable. Pero este tipo de argumentos no han sido aceptados de forma unánime como causa principal de la empresa oriental.

En la empresa pártica, dejando a un lado ahora los importantes ar­gumentos político-militares, lo cierto es que juegan un papel fundamen­tal esos intereses comerciales, que moverían a los sectores dedicados a ese gran comercio oriental a apoyar a Trajano. La conquista de Armenia Maior aprovechando un conflicto dinástico había sido cuidadosamente preparada desde hacía tiempo 9 3 , pero debía concebirse como primer pa­so para un posterior proceso expansionista hacia el sur. Es impensable que Trajano fuera improvisando sus metas a medida que avanzaba, de modo que la conquista del Imperio parto estaría desde el principio en el proyecto expansionista. En Roma existía una impresión de la frontera con Partia como peligro potencial y constante; la animadversión puede estar motivada en gran parte por rivalidad comercial en el control de las

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE EPOCA TRAJANO-ADRIANEA 9 5

'** Tácito, Ann., libro 1 3 en general, y sobre todo en lo que se refiere a la actuación de Cor-bulo y el peligro parto; sobre esto, también: P. DELPUECH, 1 9 7 4 , 9 1 - 1 0 7 .

95 Para la evolución de la frontera oriental del Impetio bajo Trajano, E. N . LUTTWAK, 1 9 7 9 , 107 ss.; por lo que respecta a los asuntos económicos de la ciudad de Palmira en época adrianea: J. F. MAITHEWS, 1 9 8 4 , 1 5 7 - 1 8 0 .

A . HERRMANN, 1 9 2 2 ; M . P. CHARLESWORTH, 1926; id., 1 9 5 1 , 1 3 1 - 1 5 3 . N . G . RASCHKE, 1 9 7 8 , 6 0 4 ss.

" E . N . LUTTWAK, 1979, 110.

98 A . FuKS, 1953, 131 ss.; id., 1 9 6 1 , 9 8 - 1 0 4 ; J. NEUSNER, 1 9 7 6 , 4 6 y 6 9 . 99 N . CÍOSTAR, 1 9 7 9 , 1-8, con los cálculos de otros autores; id., 1 9 7 9 , 3 7 3 s. También sobre

los efectivos militares, entre otros, L. R o s s i , 1 9 7 1 , 9 3 - 9 7 ; E . QZEK, 1 9 8 3 , 292 ss.

rutas caravaneras de esas regiones 9^ . De heclio, la frontera orienral del Imperio se articula en función de la vida económica, lo que explica, por ejemplo, que Palmira sea punro de referenda en los sucesivos cambios de fronteras que se producen en la primera mitad del siglo II d . C : des­de el 114 al 117, así como en el posterior repliegue bajo Adriano, la ciudad de Palmira queda cuidadosamente arropada de forma permanen­te bajo dominio romano '5 . El problema residía en que, más al Oriente, el control era parro, excepto durante el corto período de tiempo en que quedó bajo la órbita romana.

No sería raro que Trajano hubiera calculado, entre otras razones, el beneficio que la aventura oriental podía traer al Imperio, en un momenro en que la siruación era precaria; el proyecro sería alentado por aquellos grupos que se beneficiarían de él. Hay que buscar los apoyos al Empera­dor entre los sectores dedicados a un tipo de comercio a gran escala entre Oliente y Occidente; se trataría de individuos económicamente muy po­derosos, quizá en gran parte miembros del orden ecuesrre, con una si­tuación tan privilegiada como para ser oídos por el Emperador. En defini­tiva, los intereses por el control de las ciudades clave en las rutas orientales serían coincidentes para estos comerciantes y para el estado romano, por­que ello generaría la canahzación de riqueza en ambas direciones ^ 6 .

A no muy largo plazo, el proyecto resultó irrealizable, porque los levantamientos que se generalizan en los últimos tiempos de Trajano de­mostraron que el dominio de Roma era insostenible con esas nuevas frontetas.

Trajano no tuvo que hacer frente a las consecuencias económicas de la guerra oriental porque murió durante el regreso a Roma; esa tarea quedó para su sucesor. La fetirada romana en Oriente debía haber em­pezado ya con Trajano, y sabemos que respondía a un agravamienro de la debilidad estrarégica 9 ? , ya que a la precaria situación romana en la re­gión se uniría el conflicto generalizado del levanramiento judío 9**.

Sin embargo, la guerra de Oriente habría tenido negativas conse­cuencias económicas. En primer lugar, se trataba de una empresa ambi­ciosa en la que se había utilizado gran parte del e j é r c i t o S e traza una

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J. NEUSNER, 1976, 46-69. '01 E. B . BiRLEY, 1956, 25-33. '"^ Cicerón reconoce un derecho de guerra, vinculado a la dementia; A. MICHEL, 1969, 174-175.

red viaria, comenzada ya desde la anexión de Arabia en 106, que si bien podría influir positivamente en el desarrollo comercial, lo cierto es que suponía a muy corto plazo un elevado coste. Finalmente, las acciones de los ejércitos romanos circulando por las principales rutas de comercio orientales no beneficiaría precisamente esa actividad '"t".

Adriano completó la retirada de Oriente, probablemente más de lo que su predecesor lo hubiera hecho; respondía a una necesidad coyuntu-ral, pero también es la visión general de la política exterior del nuevo Emperador. Este llevó a cabo una elaborada política fronteriza, que tien­de a tratar cada zona según sus necesidades locales, siempre dentro del mantenimiento del limes estático a la manera augustea i " ' .

El 132 estalló la guerra en Judea. Ya Trajano había visto entorpeci­dos sus planes por unos levantamientos en los que tenían su papel los comerciantes judíos de las ciudades enclavadas en las principales rutas caravaneras.

La política de paz de Adriano les mantuvo al parecer controlados, hasta que el 132 no se pudo evitar la rebelión. La guerra cambió radical­mente la dinámica de «una economía de paz»; trajo consecuencias eco­nómicas importantísimas, porque la represión llevada a cabo por lulius Seuerus fue tan contundente que, si creemos a Dión Cassio (69, 13, 1-2), significó el arrasamiento de la mayoría de los núcleos de población; es fácil imaginar lo que costaría restablecer la vida económica y comercial de la provincia.

2.1.5. «Conducta de guerra» y «derecho de guerra»

En las fuentes, las situaciones de paz o de gueria provocan diferentes apreciaciones de los valores individuales. Tácito considera que hay hom­bres que saben estar a la altura de su nacimiento, tanto en la paz como en el campo de batalla {Hist. 4, 55); y también individuos cuyos vicios les hacen detestables en la paz, pero que son de gran utilidad en la guerra {Hist. 2, 86). Todo esto muestra la aceptación de criterios morales de con­ducta distintos para la paz y para la guerra. Ésta no permite cualquier ac­ción; la ausencia de uirtus siempre es detestable, pero frente a actitudes que en condiciones normales no tendrían justificación, en la guerra se an­tepone el valor militar al valor moral. De ahí la existencia del doble código moral en las fuentes y, por consiguiente, en la conciencia social.

Por ese mismo razonamiento, existe en el mundo clásico un «derecho de guerra» que, aunque no formulado jurídicamente, obliga a los hombres a respetarlo para justificar sus objetivos . Estas normas tienen

L A P A Z Y L A G U E R R A E N L A L I T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O ­ A D R I A N E A 97

i<» Marcial, Ep. 1 1 , 9 6 : «bárbaro germano» como cautivo que no es digno de beber un agua victoriosa; Ep. 9 , 1: el «Rin esclavizado»; Ep. 1 0 , 7: el «Tíber dominador» requiere la presencia de Trajano; Ep. 7, 5: los Germanos ante el «Señor del mundo», Domiciano; Ep. 7, 7: el Rin y el Ister retienen a Domiciano, que somete a una «pérfida nación».

Tácito, Ann. 2 , 7 3 , para Alejandro; R. SYME, 1 9 7 9 , 7 7 1 , sobre Germánico; C . RAMBAUX, 1 9 7 2 , 1 7 4 ­ 1 9 9 . Esta idea también en Suetonio, Gaius i.

el aval de la historia de Roma, y otorgan una más alta calificación moral a los individuos que las resperen (Hisí. 3, 51). En este sentido, es signi­

ficativo un pasaje de las Historiae de Tácito {Hist. 3, 51), donde se dis­

tingue entre derecho natural y político (el segundo justificaría cualquier acción en la guerra):

Celebérrimos auctores babeo tantam uictoribus aduersus fas nefasque inreue­

rentiam fuisse ut gregarius eques occisum a se próxima acie fratrem professus praemium a ducibus petierit. Nec illis aut honorare eam caedem ius hominum aut ulcisci ratio belli permittebat.

Sin embargo, aquí aparece el doble planreamiento moral dentro de una guerra civil, reprobable en sí misma, por lo que no se trara tanto de un acto justificado en la guerra, sino permirido por el «derecho de los hombres». La clave para disringuir estos elementos está en la concepción tacitea de las relaciones de los romanos con el resto de la humanidad; es un producto de su tiempo, pero no exclusivo de la elite senatorial. Mar­

cial habla de los «bárbaros» con esa misma mentalidad a la que aludimos; los bárbaros, es decir, los habirantes de las regiones del Rin y Danubio (para distinguirlos de los pueblos de Oriente, cuyo grado de civilización les hace diferentes a los ojos romanos) han de ser esclavizados por Roma, de forma que se asegure su hegemonía y dominio. La inregración de un pueblo en el Imperio le rrae el beneficio de la civilización romana; cual­

quier acción desestabilizadora será un acto de perfidia y traición '<». Tácito mantiene la misma concepción, aunque con matizaciones im­

portantes. Parte de las mismas premisas del imperio universal (no en tér­

minos absoluros de identificación con la οικουμένη); reconoce que la conquista anula la hbertad del conquistado, mientras que el único bene­

ficio claro que éste consigue es la seguridad que le proporciona Roma frente a posibles invasores; ni aún a esto parece que haya intentado Tá­

cito darle la suficiente credibilidad {Hist. 1, 73­74). El doble código ético aparece también en los Annales (15, 67), aun­

que con menos profundidad. Subrius Flauus se defiende de su implica­

ción en una conjuración contra Nerón alegando que él es «un hombre de guerra», diferenciándose así de los «débiles y afeminados». El para­

digma de personaje virtuoso en la paz y en la guerra es Alejandro, con quien Tácito forzadamente pretende identificar a Germánico, refiriéndo­

se a los dos como de nacimiento ilustre, muerte parecida, guerreros pero no temerarios, fieles a su familia, virtuosos y c l e m e n t e s .

98 M. » PILAR GONZÁLEZ-CONDE

Atriano, Anab. 3, 22, 1-5. Suetonio, Aug, 48; J.-M. ENGEL, 1974, 32: la generación de Tácito sustituye el imperialis­

mo de explotación por el imperium moderatum. '»7 Arriano, Anab. 3, 23, 8.

La antítesis puede ser el Darío visto por Arriano: el hombre noble pero incapaz en la batalla, que contrasta con la tradición anterior sobre la figura del rey persa i " ' . Similar retrato de Domiciano tenemos en Suetonio {Dom. 19), aunque a éste se le descalifica como civil y como militar.

Un verdadero rey tiene que luchar de acuerdo con el código moral generalmente aceptado de la guerra; se reconoce en la obra de Plutarco la existencia de unas leyes de guerra que el autor menciona expresamen­te como condición indispensable en la conducta de un rey, y que los hombres, incluido Alejandro, violan reiteradamente. Por ejemplo, en el pacto con las poblaciones de la India «no actuó como un verdadero rey» {Alex. 59, 6-7), ya que violó la tregua pactada con ellos; sin embargo, en otras ocasiones las respetó, por encima incluso de los consejos de sus amigos {Alex. 31, 11-12), que le recomendaban una victoria poco honrosa. Son estas mismas leyes de la guerra las que justifican la acción romana en la formación y mantenimiento de su Imperio; la obra augus­tea se considera justa y moderada i*"^.

Según el derecho de guerra hay que respetar la vida de los embaja­dores enviados para negociar {Hist. 3, 80), derecho que Tácito vincula a las guerras exteriores en exclusiva, porque la ruina moral de las civiles impide respetarlo. Esto no es atiibuible sólo al mundo latino; en época imperial pervive esta conciencia de códigos de conquista en Grecia, don­de la confrontación civil también se considera una acción contra natu-ra^^'^. Sin embargo, existe aquí una diferencia cuando unos griegos se asocian con el enemigo persa contra otros griegos; las antiguas guerras ci­viles entre ciudades griegas se condenan eminentemente por sus conse­cuencias prácticas, más que morales.

Como en las Historiae, en los Annales aparece de nuevo la preocupa­ción por el respeto a «las leyes de la guerra»; Germánico reprocha a las legiones rebeldes de Germania su violación por la muerte de los embaja­dores que se envían para negociar {Ann. 1, 42); lo mismo ocurre con un levantamiento en la Galia {Ann. 3, 42).

Hay una conducta en la paz, no siempre viable en la guerra, tal co­mo también se desprende de Juvenal. Situaciones extremas pueden, si no disculpar, al menos hacer más comprensibles actos que en condi­ciones normales se califican de monstruosos. Así los sacrificios humanos entre los egipcios {Sat. 15, 120): «¿qué gran hambre, cuáles armas ase­diando sus murallas les obligaron a cometer tan repugnante monstruosi­dad.'». Sólo las situaciones extremas que la guerra provoca explicarían un

L A P A Z Y L A G U E R R A E N LA L I T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O - A D R I A N E A 99

108 Juvenal, Sat. 1 5 , 9 3 - 9 6 ; se refiere a la situación de Calagurris el año 7 2 a . C , durante la guerra sertoriana; cfr. A. GONZÁLEZ BLANCO, 1 9 8 4 , 2 1 1 , sobre esta noticia de Juvenal; U . ESPINOSA, 1 9 8 4 , 5 5 .

109 H . LE BONNIEC, 1 9 6 9 , 1 0 3 .

11" Aunque en ocasiones se cierran las puertas con una paz ficticia, tal como transmiten las fuentes: Suetonio, 'Ñero 1 3 , 2 : cerró el templo de Jano como si se hubieran terminado las guerras.

acto éticamente reprobable. Lo mismo ocutre con la antropofagia de los Calagurritanos durante la guerra sertoriana: era consecuencia de la «ma­levolencia de la fortuna y de las situaciones extremas de guerra, casos desesperados, la necesidad cruel de un largo asedio»'"**.

2.1.6. La ciudad de Roma y la guerra; elementos de identificación y de separación

La guerra es una actividad exterior a la Urbe por su propio carácter impuro; por lo tanto, también es ajeno a ella el ritual que acompaña a la batalla. El Campo de Marte es el lugar de los ritos militares, donde se realizan las ceremonias de purificación antes de entrar en el pomerium. Las puertas del templo de Jano se abren o cierran según Roma está en guerra o en paz; esto se ha interpretado como un vínculo (el único) entre la Urbe y la guerra que se lleva a cabo desde los campamentos . Esta antigua tradición, restaurada por Augusto, debió parecer especial­mente importante cuando la conquista era una actividad permanente co­mo medio de proteger a la Urbe de la realidad del combate, de forma que la vida ciudadana no se viese continuamente alterada'^o. Con el cierre de fronteías que se produce desde Augusto, la definición de la guerra como algo externo a la ciudad consagra su carácter impuro, y con ello, el valor restaurador de la paz. Esto ampara una gran contradicción: la impureza de la guerra no impide los fines honestos por la gloria del Imperio.

Así pues, Roma es capital que domina el mundo, aunque físicamente ajena a las guerras de las que es responsable. El lugar de la victoria es el Campo de Marte, donde llega el emperador, como Marcial recuerda que llegó Domiciano con «el polvo de la guerra del norte» {Ep. 8, 65); en el interior del pomerium sólo se celebrará el triunfo cuando todo haya quedado limpio de impurezas y, sólo entonces, la población participará del acontecimiento (Ep. 8, 50). Suetonio recuerda la entrada de Vitello (11, 1) en Roma vestido con ropa militar de viaje, y los soldados con es­padas desenvainadas, como una anécdota sacrilega y difícil de aceptat.

Los mismos valores subyacen en la obra tacitea; los males de la guerra son menos graves cuando ésta no afecta a la ciudad, sino a las provincias, y la población de Roma queda a salvo de todos sus desastres (Hist. 1, 89). De hecho, los habitantes de la Urbe verían las guerras fronterizas como acontecimientos lejanos (Hist. 1, 89), aunque de algu-

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' " Tácito, Ann. 3, 44, sobte los rumores que exageraban la importancia del conflicto con los Galos.

na manera se sintiera el peso de las mismas; pese a que las provincias afrontan sus cargas, evidentemente el malestar por la guerra no era exclusivo de los provinciales.

Hay una conrradicción en Tácito: por una parte relata los horrores de la guerra, de los que la ciudad de Roma quedaba limpia, pero por otra la Urbe es centro de decadencia y licencia y se considera bueno abando­narla para ir al ejército (Ann. 2, 44). Evidentemente, los valores castren­ses no pueden ser eludidos por Táciro, teniendo en cuenra la necesaria provisión de reciuras.

El autor cuenra cómo el enfrentamiento entre Otón y Vitello afectó a la capital del Imperio porque se levanraron los prerorianos (Hùt. 1, 86). Como consecuencia, llegó a la Urbe el hambre y las demás calamidades, junto con diversos prodigios que atemorizaron a la población. Ahora el conflicto ha de resolverse dentro de los límites territoriales del estado, de manera que ningún lugar es seguro para la paz; mientras los conflictos exteriores se abordaban con el sacrificio de las provincias, ahora rambién Roma está implicada en forma de desabasrecimienro y de amenaza a su propia integridad física. Para Tácito (Hist. 3, 83), el mayor horror no es sólo que la ciudad se vea afectada por la violencia, sino que la población parezca aceptarlo, de forma que «la vida cotidiana y sus placeres» no se inrerrumpen.

También la guerra se considera una horrorosa plaga si afecta a Italia. Terracina, ocupada por Vitello, padeció los sufrimienros del asedio y del asalto. Su restitución al Senado y al pueblo romano, así como los tem­plos a los dioses, es un ritual de conservación del carácter sacro del perímetro urbano, diferente a los recintos también consagiados de los campamentos militares.

Tácito hace aparecer a los habitantes de Roma como desprotegidos ante los Galos (Ann. 3, 40), quienes se animan a la sublevación al ver la dependencia económica de Italia con respecto a las provincias; el autor destaca la carencia de ardor para el combate en la población de Roma. La lejanía psicológica de la guerra suele mostiarse en la mala informa­ción de la población romana respecto a la situación real en el teatro de operaciones'".

La guerra es, por lo tanto, una actividad totalmente ajena a la Urbe, pero a su vez es causa y consecuencia de una acción política que se gene­ra en la ciudad, y en la que obviamente las instituciones tienen el prota­gonismo. Las relaciones enrre príncipe y Senado se ven inmersas en un necesario protocolo inherente a la guerra, que se concreta en los actos políticos de información, declaración, terminación. Las relaciones entre el emperador y el Senado condicionan el traramiento dado al rema. Ti-

LA PAZ Y LA GUERRA ΕΝ LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO­ADRIANEA 101

Entre otras citas, Dión Cassio 6 9 , 1 4 , 3 , a propósito de la forma en que Adriano se dirigió al senado hacia el 1 3 2 d.C.

115 Tácito, Ann. 1, 6 1 y 1 3 , 6. 11" J . BAYET, 1 9 5 7 .

11' J . ­ P . BRISSON (ed.), 12: sirve para separar las funciones guerreras del resto del cuerpo social. 11^ A. MOMIGLIANO, 1 9 5 8 , 2 0 7 , sobre la evolución de la idea de guerra evitable o inevitable,

el papel de Polibio como transmisor al mundo romano, y en la histotiografía contemporánea, la obra de Ciccotti como pionero de la idea controlable.

117 J . ­ P . BRISSON (ed.), 1 9 6 9 , 8 ­ 9 . 11^ Sobre diferencias entre imperialismo cultural y militar, sólo a modo de ejemplo: J . HELLE.

GOUARC'H, 1 9 7 4 , 6 9 ­ 9 0 ; J . B . WARD­PERKINS, 1 9 6 6 , 3 9 5 ­ 4 0 8 .

berio comunica al Senado al mismo tiempo el principio y el final de la guerra {Ann. 3, 47). Algunos senadores se quejan porque al Senado se le ocupa en asuntos intrascendentes cuando debería entender en las im­

portantes cuestiones de la paz y la guerra {Ann. 13, 49). El papel del Senado en las iniciativas militares y los deberes del príncipe en este as­

pecto son asuntos reflejados en las fuentes con cierta frecuencia; por ejemplo Dión Cassio para los reinados de Trajano y Adriano'

Por otra parte. Tácito también se hace eco de la conmoción que pro­

vocan en Roma los presagios sobre la suerte del ejército en la batalla; es evidente, no obstante, la arbitrariedad del autor al elegir los presagios a narrar; por ejemplo, la estatua de Victoria que se derrumbó en Camulo­

dunum {Ann. 14, 32); el destino juega un importante papel entre los diferentes factores que condicionan el resultado de una guerra " 3 .

Instituciones y población civil se ven implicados en la actividad política definitoria de la paz y la guerra; pero la batalla como elemento material y cruento de la misma, no puede manchar el sagrado recinto donde se desarrolla la vida urbana.

2.1.7. Elementos sagrados de la guerra

Bayer "" definió un «ritmo sacrai de la guerra», expresión que sirve para definir el talante con que se afronta el fenómeno en Roma. La guerra tiene cierto carácter sagrado, que se plasma en una liturgia, en un complicado ceremonial sometido a ritmos fijos, y que se lleva a cabo casi en su totalidad en el Campo de Marte " 5 .

La mística guerrera parece tener una justificación muy importante: la guerra es inevitable para la propia existencia del Imperio"*', pero éste no se concibe sólo como una potencia militar, sino como algo más valioso, un proyecto civilizador frente al mundo «no romano» Así valoraron los autores clásicos la obra de Augusto, que Trajano amenazaba unos años después, rompiendo unas fronteras que ya poseían carácter sacro.

Las fuentes clásicas están llenas de referencias a la seguridad del Im­

perio como salvaguarda de los valores romanos"* y viceversa. En este

102 Μ.' PILAR G O N Z Á L E Z ­ C O N D E

" 9 A. CHASTAGNOL, 1982, 151­152, sobre acciones bélicas supuestamente ofensivas bajo Adriano, que en realidad son defensivas.

' o Suetonio, Nero 18; esto lo está diciendo el autor quizá cuando Adriano acaba de abando­

nar los territorios conquistados por Trajano. 121 H . LE BONNIEC, 1969, 101­115. '22 Ma[rti] Vltori imp. [Caejsar diui Nerua[e f.] Nerua [Trjaianus [Aug. Germ. Dac]i[c]us

p[ont.] ma[x. trib. potesp. Xlll [imp. VI eos.] Vp.p. [per exerc?]itu[m ]su....e ,­ CIL III 12467.

125 H . LE BoNNiEC, 1969, 314­315, sobre ésta y otras abstracciones divinizadas en relación con la guerra; J. M. ALONSO NiJÑEZ, 1986, 291­298: torrente fortuna; Floro recoge la tradición anterior en este sentido. También sobre esto, Suetonio, Tib. 2, 2.

mismo sentido, el cierre adrianeo de fronteras parece una reconciliación con la línea estratégica augustea" ' y, por añadidura, una vuelta a una forma particular de concebir el Imperio. Esta idea se refleja en Pronto (Princ. Hist. 10); también Suetonio la aborda en diversas biografías: Augusto {Aug. 48) devolvió casi todos los reinos que había conquistado; Nerón nunca quiso ampliar el Imperio, e incluso pensó abandonar Brita­

nia'^o. Sin embargo, de facto la vuelta a la ideología augustea no se produjo nunca, sino que la concepción universalista de Adriano y de su anrecesor dotan de un nuevo significado político al Imperio.

En cualquier caso, con el Imperio se mantuvo el carácter sacro de la guerra como insrrumento de la pax deorum, pero se perdieron muchas de sus ceremonias'21. El Campo de Marte permaneció como lugar de purificación previa a la entrada en el pomerium. A través de la pietas deorum los hombres canalizan su confianza en los dioses, esperando que éstos intercedan (prouidentia) y permiran la victoria sobre el enemigo. A ellos se invoca antes de la batalla y no se les puede olvidar cuando ha concluido bien; por eso en Moesia inferior se erigió un monumento con­

memorarivo del triunfo sobre los dacios dedicado a Mars Vltor^^^. Fortuna toma parte en el desenlace de los conflictos bélicos; es tan

variable'23, que ni siquiera parece estar siempre del lado romano; en las conriendas civiles, las inclinaciones de Fortuna pierden imporrancia, ya que Roma siempre pierde cuando se trata de una lucha fratricida.

La visión del héroe militar descendiente de los dioses y representante suyo en la tierra evoca orienralismo. Plutarco insiste en el origen divino de Alejandro, hijo de Ηρακλής, para dotar a su leyenda de autentici­

dad; el rey de Macedonia es un griego entre los griegos, pero un des­

cendiente divino entre los bárbaros {Alex. 28, 1­3). En este punto contrasta Plutarco con la etapa cínica de Dión de Prusa, cuyo paradig­

ma, Diógenes, es el sabio que se atreve a frivohzar sobre la figura de Alejandro y su origen divino; el desplazamienro posterior del autor ha­

cia posiciones estoicas le llevará a un reconocimiento del rey macedonio como modelo.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 103

i "* Floro, Verg. 1, 5: sobre la expectación del triunfo dácico de Trajano en Roma; Marcial, Ep. 8, 50: sobre la grandeza de los banquetes del triunfo de Domiciano, que celebran todos los grupos sociales. También uid. M. AMIT, 1965, 52-75; id., 1965, 207-222.

Táciro, Ann. 14, 32; también sobre el tema, Ann. 1, 61 y 13, 6. 12'' En contraste, el autor de la Vita Hadr. 9, 1, dice que el abandono de las conquistas fue

una medida impopular; sobre esto, G . KERLER, 1971, 282. 127 I. SCHATZMAN, 1974, 549-578.

2.1.8. La guerra: los factores sociales como preocupación de los es­critores clásicos

2.1.8.1. La opinión pública Como para otros períodos, en las fuentes de época trajano-adrianea

se trasluce la incidencia de la guerra en la opinión pública; parece haber un interés común en demostrar que la opinión pública acoge el triunfo con interés y mediante una activa participación en el mismo; esta lectura puede hacerse, por ejemplo, en fuentes tan diferentes como Floro y Marcial'24.

La celebración de un triunfo suponía la vuelta del Emperador a Ro­ma, si éste se había alejado para dirigir la guerra; con él también regresa la normalidad. Parece que ésta era una preocupación constante en la capital, por encima de los propios asuntos militares. Así se refleja con cierta frecuencia en Marcial a propósito del regreso de Domiciano {Ep. 7, 6 y 7) y de Trajano {Ep. 10, 7); también en Plinio, en una frase del Panegyricus que parece incluso poco en consonancia con el resto de la obra.

Marcial opone la alegría del triunfo a los problemas sociales de la plebe, que conviven sin resolver con la expectación por la batalla {Ep. 5, 19).

Las fuentes senatoriales inciden en los aspectos sagrados de la guerra y su acogida en la opinión pública. Se silencian en cambio los grandes problemas de levas, abastecimiento y numerario que convertirían la vida diaria de la plebe en una carga muy pesada en tiempos de guerra, no del todo compensada con una política impeiial de asistencia social. Estas fuentes recogen algunas anécdotas cuya arbitraria selección conviene al propósito de la obra o de la visión del propio autor, y no al impacto social real. A modo de ejemplo se pueden citar dos pasajes de Tácito: durante la guerra entre Otón y Vitelio, en Roma se suceden los prodigios que ate­morizan a la plebe {Hist. 1, 86); en los Annales, el autor se hace eco del derrumbamiento de una estatua de Victoria en Camulodunum^^^.

En cambio, el propio autor se lamenta de la lejanía física {Hist. 1, 89) y espiritual de l a plebe de la Urbe, que reacciona con indiferencia ante la violencia {Hist. 3, 83). La primera produce desidia, que se agrava en la medida en que el centro del Imperio se ve libre de las cargas de la guerra '26, y sobre todo una desinformación que da lugar a rumores'2^,

104 M . » PILAR GONZÁLEZ-CONDE

'28 Esta intetpretación de la guetra debida a la decadencia moral ya tenía su tradición en la historiografía romana; para el caso de Veleio Patérculo, J . HELI.EGOUARCH, 1974, 69-90; E. OLSHAUSEN, 1987, 312: esto es lo que de verdad conmueve a Tácito.

'29 Entre otros. D. B. SADDINGTON, 1961, 90-102; F. MILLAR et alü. 1967. " 9 Ambos aspectos en Tácito, Ann. 4, 24 y 6, 37; y Ann. 4, 24 y 3, 40, respectivamente. 15' Tácito, Ann. 3, 43; sobre esta predisposición de la elite militar romana a utihzat la guerra

como medio de promoción política, J . -P. BRISSON (ed.), 1969, 9; E. OLSHAUSEN, 1987, 302 s. sobre los intereses de deteiminados grupos sociales en la guerra, especialmente senadores y militares.

" 2 Dión de Prusa 3, 132: «la lisonja impele... al ejercicio de acciones bélicas a los guerre­ros...»; uid. también nota 133.

agravando la importancia de los conflicros. Para Táciro es un problema de decadencia moral producido por los tiempos que se viven ' 2 8

2.1.8.2. Intereses individuales y colectivos en la guerra

En las relaciones con sus vecinos, Roma se sirve en ocasiones de la guerra exterior para conseguir su dominio'^9; la sumisión debe propor­cionar a éstos clemencia y seguridad, renunciando para ello a su autono­mía; el Imperio les proporciona una única opción: libertas o securitas. La entfevista entre el jefe germano Arminius y su hermano, que milita en el bando romano, pretende recoger ambas visiones, romana y bárbara, del problema {Ann. 2, 10). El terror frente al poder militar romano está latente, pero también la conciencia de las debihdades del Imperio por parte de sus potenciales enemigos'^o.

Del lado romano. Tácito percibe inrereses, no siempre legítimos, por la guerra. Entre ellos se encuenrran los del elemento militar, cuyas exi­gencias de promoción, que provocan rivahdades enrre los generales, constituyen un elemento de debilidad en el ejército r o m a n o ' " . Para el autor, el personaje paradigmárico cercano a Alejandro es Germánico {Ann. 2, 4 y 64), mienrras Druso tiene que acudir al frente de batalla para demostrar su valía como soldado {Ann. 2, 44).

Junto a estos intereses individuales, hay otros colectivos. Siguiendo a Tácito, las ciudades del Imperio manrienen diferente conducta en tiem­pos de guerra que repercure en su siruación en la paz. El autor aporta ejemplos de un fenómeno que considera generalizado: la clemencia de Germánico hacia Segesta por su fidelidad a Roma, alegando que prefiere la paz a la guerra {Ann. 1, 58); la rivalidad de ciudades de Asia por la construcción de un remplo, alegando como mériro su parricipación del lado romano en antiguas guerras republicanas {Ann. 4, 55), siendo Es-mima la favorecida {Ann. 4, 56); la conducta en la guerra condiciona los beneficios en la paz.

Dión de Prusa insinúa estos intereses individuales por mantener un estado de guerra, precisamenre en un discurso de cuya atribución se du­da entre la época de Nerva o de Trajano, y que tan cercano parece a las preocupaciones del reinado del segundo " 2 .

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 105

' » Dión de Prusa 3 , 2 5 ; traducción de G. MOROCHO (ed.), 1 9 8 8 . Sobre los valores del príncipe; A. WAU.ACE-HADRILL, 1 9 8 1 , 2 9 8 - 3 2 3 .

Dión de Prusa 1 , 2 2 : sólo el rey ideal puede llamar a los soldados «compañeros de guerra»; contrasta con la actitud que Suetonio atribuye a Augusto, en el sentido de que desde el final de las guerras dejó de denominar así a los soldados; Suetonio, Aug. 2 5 , 1; A. BRAVO, 1 9 7 3 , 5 5 1 - 5 5 8 .

" 5 Dión de Prusa 2 , 2 ; 2 , 5; 2 , 29 y 2 , 3 1 . Vid. al respeto: D . KIENAST y H. CASTRISTIUS, 1 9 7 1 , 6 2 - 8 3 ; P. TZANETAS, Diss. 1 9 7 2 ; A. M . MILAZZO, 1 9 7 8 , 7 3 - 1 0 7 ; G. ZECCHINI, 1 9 8 4 , 191 -212 .

Dión de Prusa 2 , 3 4 , 5 2 y 5 4 - 7 8 . .

2.1.9. El héroe militar y la figura del emperador

«El Emperador... es más valiente, como general, que sus solda­dos» . Estas palabras de Dión de Prusa resumen su idea del héroe que dirige los destinos de Roma. Se inspira en la tradición helenística, que re­coge el estereotipo homérico; los héroes homéricos son, junto con Ale­jandro Magno, paradigmas del triunfador. El príncipe ideal debe tener esas cualidades g u e r r e r a s ^ perjuicio de su apego por la paz; en estos años la idealización se identifica con Trajano. Al Emperador se deben di­rigir palabras incitadoras de lucha, pero también portadoras de paz (1 ,4 -6); el rey ideal es quien «de tal manera es belicoso, que en su poder está el hacer la guerra, y de tal manera pacífico, que no deja nada digno de intento para lograr la paz»; los que están preparados para hacer la guerra tienen en su poder vivir en paz (1, 27); el Emperador debe ser el más va­liente de los generales y, más importante aún, necesita jefes fieles para mandar su ejército, sin los cuales éste no le sirve de nada (3, 94).

Sin embargo, Dión reconoce que los héroes homéricos son guerreros en cualquier momento de su vida (2, 31), lo cual parece estar en contra­dicción hasta cierto punto con el hombre de valía demostrada tanto en la guerra como en la paz; a pesar de ello, comparten las cualidades hu­manas que un estoico puede admirar. Aquiles sirve de ejemplo al hom­bre «que aspira a mandar en el Universo y a ser el señor de todos», el guerrero conquistador y vencedor por naturaleza, aunque para Dión el modelo llegará a ser también Alejandro Magno a partir del inicio de su período estoico ' ' 5 .

En la obra de Dión el propio Alejandro se hace eco de la concepción homérica del rey ideal, que le sirve de ejemplo, con los casos concretos de Aquiles y Héctor'^fi. Pero la grandeza de Alejandro se contrarresta con la sabiduría de Diógenes, cuya actitud vital choca con la megaloma­nía de aquél; junto a la grandeza y el valor debe existir una virtud per­sonal, porque si no, de nada sirve dominar el mundo (4, 53); la antítesis es aquel rey sirio que se encierra en su harén pero no vale nada ni en la guerra ni entre los oradores (1, 113).

Plutarco y Dión de Prusa representan dos visiones griegas y casi con­temporáneas (el segundo es una generación más joven), pero diferentes, de la figura del macedonio. Alejandro se presenta en las fuentes griegas de

106 Μ. ^ PILAR GONZÁLEZ­CONDE

'37 Por ejemplo, Plutarco, Alex. 32, 4. " 8 Ibidem, 26, 1, 3; 28, 2; 54, 1.

'39 Plinio, Paneg. 4, 5; ésta última patece una referencia a Nerva para defender a Trajano de aquellos que no hubieran visto con buenos ojos la adopción de un militar.

'''O Plinio, Paneg. 8, 2, aunque ésta es ajena a él. F. TRISOGLIO, 1972, 3­43. I'" Plinio, Paneg. 16, 1: non times bella, nec prouocas; B. RADICE, 1968, 166­172.

Plinio, Paneg. 20, 1; 15, 2.

'"is Plinio, Paneg. 20, 1; 20, 12­13 y 20, 19; Paneg. 6, 2 y 18 ss.; Paneg. 17 ss.; Tácito, Ann. 4, 32, sobre deseo popular de un emperador así, como propagator imperii; M. P. CHARLESWORTH, 1943, 1-10.

1'''' Suetonio, Aug. 20; Gaius 9; Claud. 1, 2-4: para el valor de Druso; Claud. 17, 1 y Nero: hombres de paz; Galb. 6, 3 y 11: «no volvió a ponerse la toga hasta que se hubo desembarazado de todos los que disputaban el podet»; Otho 12, 2: los soldados lloran ante su cadáver y le aclaman co­

mo «el más valiente de los hombres y el único digno de ser emperador»; Vit. 11, 1; Vesp. 4, 1 y 6.

época romana como paradigma de héroe: general valiente y victorioso, artífi­

ce personal de las victorias, honesto en la paz y en la guerra, cercano a sus hombres '" ; hijo de Ηρακλής, es digno represenrante suyo en la tierra.

Sus modelos están en los héroes homéricos, de quienes Plutarco le convierte en ferviente admirador. La litada es para él el resoro más va­

lioso, y sus palabras parecen esrar siempre presentes para Alejandro y sus consejeros '^^.

Para Plinio el paradigma de emperador es Trajano, y su anrítesis Do­

miciano; el arquetipo positivo demuestra su valía tanto en la guerra como en la paz (Paneg. 4, 4). En un rápido recorrido por la historia imperial, Plinio distingue a aquellos emperadores que desracaron en la batalla pero se ensombrecieron en la paz, así como a aquéllos que «se distinguen bajo la toga, pero no bajo las a r m a s . . . » ' 3 9 ; un príncipe no debe surgir de la guerra civil ni de la opresión de las armas, sino de la paz, de la adopción y de la elección divina (Paneg. 5, 1).

El auror presenta el feliz advenimienro de Trajano al trono acompa­

ñado de los símbolos de la victoria en Panonia'"^o y, como un aconteci­

miento inevitable al que el Emperador no ha podido negarse, su acla­

mación por el ejército de Germania, que ranta devoción le profesaría, y con el que ha ganado el título de Germanicus (Paneg. 9, 2).

Para Plinio, Trajano manriene esa simbiosis Emperador­administrador y Emperador­soldado (Paneg. 10, 3), porque siendo hombre educado en las glorias de la guerra, ama la paz; no huye de la guerra pero tampoco la provoca''". Su afición excesiva a los campamentos, fruto de su formación militar, le retiene fuera de Roma^'^^; en el ejérciro ha querido seguir una carrera milirar desde el tribunado hasta ser general para conocer aquello que debe enseñar (Paneg. 15, 2). Goza de todas las virtudes que deben adornar a un general, y en esto actúa al modo de los antiguos romanos; es vencedor en gandes guerras, todas ellas inevitables'•*'.

En cambio, Domiciano es para Suetonio despreciable en la paz y en la guerra en comparación con otros emperadores '''^. El interés por denigrar

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 107

2.2. LA PAZ Y SU TRATAMIENTO EN LAS FUENTES

Este apartado pretende recoger la visión del concepto de paz en su doble sentido, interior y exterior; la primera, en cuanto que concordia y estabilidad socio-política, identificada con la prosperidad; la segunda, en el marco de los particulares contactos de Roma con ottos pueblos y en relación con una forma de entender el Imperio que justifica dos concep­ciones diferentes de la política exterior, y con ello, dos modos de enten­der la paz exterior que tienen un componente ideológico y unos elemen­tos coyunturales; estas diferencias políticas responden, por una parte, a un esquema ético enmarcado en el debate ideológico propio de los co­mienzos del siglo II d.C. (en el que entran en juego dos proyectos impe-

'''5 B. W. JONES, 1979, con amplia bibliografía anterior. '•" Juvenal, Sat. 10, 145 ss. y 170 ss.; rambién sobre este auror, K . H . WATERS, 1970, 62-67. I"? Pronto, Princ. Hist. 10-11, 14-18.

la imagen de Domiciano es fruto de una corriente de opinión senatorial que traduce los graves problemas de la relación Príncipe-Senado en crítica sistemática a la actuación domicianea; Suetonio es buen exponen­te de esa corriente opositora .

El contraste lo proporciona Marcial, en cuanto que parece un panegi­rista de Domiciano. Exalta sus valores como emperador victorioso y domi­nador del mundo, valores que no duda en trasladar a Trajano cuando las condiciones políticas cambian. Ni la crítica suetoniana ni la adulación de Marcial pueden proporcionar una visión objetiva del último de los Flavios.

Visión radicalmente opuesta a ésta es la de Juvenal; el héioe militat personificado en Aníbal y Alejandro , se empeña en grandes empresas condenadas al fracaso por su megalomanía y ambición ilimitada («un mundo no le basta el joven de Pela»). Pasando al ámbito de sus perso­najes latinos, Juvenal acusa a Ponticus, y en él a todos aquellos romanos que alegan una estirpe guerrera, pero carecen de méritos personales y se dedican a una vida urbana fácil y cómoda {Sat. 8, 1 ss.).

Como hemos visto en el caso de Arriano {Anab. 5, 27), también Fton-to recoge la oposición a las conquistas ilimitadas, como debió ser habitual en la propaganda oficial desde la muerte de Trajano. El autor compara a Lucio Vero y a Trajano en su actuación en Oriente; Trajano es el militar ambicioso que antepone su megalomanía a la vida de sus hombres, que prefiere la violencia (aunque le reconoce valores como hombre de paz), y que dejó su ejército desmoralizado y deshecho . Adriano tuvo que solu­cionar sus desmesuras con la vuelta a las fronteras tradicionales en los grandes ríos {Princ. Hist. 10). Resulta obvio que Pronto es un panegirista de Lucio Vero, cuya virtud quiso resaltai por oposición a Trajano.

108 M . · P I L A R G O N Z Á L E Z - C O N D E

i""* E. OLSHAUSEN, 1 9 8 7 , 2 0 9 , no reconoce tanto para el caso de Tácito esa contribución de la tradición filosófica, sino sobre todo la expresión de la realidad social.

En general, para la paz, no se puede prescindir de la obra de E. ClCCOTTi, 1 9 0 1 . También A. ALFONSI, 1 9 4 5 , 6 1 - 6 8 ; S. CELATO, 1 9 7 0 , 4 1 0 - 4 1 9 ; M . A . LEVI, 1 9 8 5 , 2 0 3 - 2 1 0 .

Entre la extensa bibliografía que el problema de la paz tacitea ha generado, se pueden ci­tar algunos trabajos que se ciñen más estrictamenre al rema: S. BORZSÁK, 1 9 6 6 , 4 7 - 7 1 ; J . H . PARKS, 1 9 6 9 , 1 7 - 2 0 ; S. D . URUCCIA, 1 9 7 5 ; id., 1 9 8 0 , 4 0 7 - 4 1 1 ; E. OLSHAUSEN, 1 9 8 7 , 2 9 9 - 3 1 2 .

" 1 Sobre este nuevo imperialismo que se basa en un imperium moderatum, para la época de Tácito, uid. S . MAZZARINO, 1 9 8 3 , vol. 3 , 4 5 ss.

Esta consideración se aprecia en varias ocasiones en su obra, por ejemplo: Agr. 3 0 - 3 2 , con el discurso de Calgacus. Al respecto, K . H . SCHWARTE, 1979, 1 3 9 - 1 7 6 .

ríales excluyentes que pretenden perpetuarse) y, por otra, a una realidad socio-económica y política que reclama medidas concretas .

Una reflexión sobre la paz en las fuentes clásicas del período i -* ' , jus­tifica la estructura de este apartado. En primer lugar hay que hacer refe­rencia a la valoración moral (positiva o negativa) del problema, y que sin una estricta declaración de principios puede observarse en la obra de Tá­cito'^o, su máximo exponente. Además hay que referirse a las relaciones de los hombres con la divinidad, y a todos los elementos míticos del te­ma. Asimismo, un aspecto ampliamente comentado por las fuentes son las relaciones entre paz y príncipe, en su doble aspecto institucional y personal. Abordaremos esto a partir de autores tan dispares como Plinio, Dión de Prusa, Suetonio o Marcial. Si la visión trajanea pudo reflejarse con mayor o menor precisión en Plinio y Tácito, Pronto representaría una visión anclada en la tradición derivada de la línea oficial adrianea.

2.2.1. Tácíío y la ética de la paz

Tácito conoció a los pobladores de Britania a través de la experiencia directa de su suegro. Agricola, quien, como gobernador del territotio, había completado su conquista. En la obra que le dedicó de forma pos­tuma, describió el estereotipo romano del bárbaro; según esto, los pueblos de Britania tienen en común con otros bárbaros su afición a la guerra, cierta capacidad para agruparse bajo el mando de un jefe y una naturaleza a la que una larga paz perjudica {Agr. 11, 4). El discurso del jefe Calgacus a sus hombres {Agr. 30-32) que recogía en esencia aquel modelo, identificaba la Pax romana con esclavitud, desolación y gtaves cargas en levas e impuestos. Esta referencia tacitea a posibles injusticias romanas es fruto de una nueva manera de entender el dominio, preten­didamente más justa para los sometidos '" . La idea latente es que la oposición al dominio de Roma se produce casi exclusivamente cuando ésta abusa de su poder y olvida su misión civilizadora; no obstante, en ocasiones se alegan, por encima de todo, deseos patriótico's de indepen­dencia por parte de los bárbaros ' " .

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 109

'53 G. E. F. CHILVER, 1979, 27, sobre este tratamiento de los báibaros; J. M. ALONSO-NÚÑEZ, 1974, 473-478.

'5'' Tácito, Hist. 4, 1: «la paz reclama la honestidad». 155 Juvenal, Sat. 15, 155 ss.; sobre todos los matices de la concordia y sus antecedentes histo-

riográficos, uid. R. HOSEK, en J . BURIAN y L. VIDMAN (ed.), 1968, 107-113.

'56 Tácito, Hist. 4, 1 para Vitelio y 1, 50 para Galba; G. G. BELLONI, 1985, 134-135, describe la nueva figura de pax que se da bajo el reinado de Galba, consistente en una paz activa que opera contra'la guerra, en un contexto ideológico que es la lucha entre el bien y el mal.

En contraste con la imagen del bárbaro guerrero, la «paz jusra» de los Caucos {Germ. 33, 3-4) proporciona una versión de la paz poco civi­lizada pero más pura. Las primeras obras raciteas ensayan un resperuoso acercamiento al mundo bárbaro y a la comprensión de los valores que le son propios; dependen en este punto de una tradición histórica latina que es deudota del mundo griego " 5 .

La paz está ampliamente trarada en las Historiae, como necesaria vinculación con la virrud' '^. Un sentido más amplio transmite Juvenal refiriéndose a la «concordia universal» para la cual han sido creados los hombres, aunque ésros la rompen continuamente, contraviniendo el proyecro de la naturaleza '" .

En los Annales la paz es positiva y digna cuando no ha costado sangre, si no hace indolentes a aquellos que la disfruran y si no les arrastra a la servidumbre; evidentemente la noción de servidumbre no es igual en la relación entre romanos que entre éstos y los demás pueblos. Así se define la paz conseguida por Maroboduus: sin sangre y en pie de igualdad {Ann. 2, 86); la relación de equilibrio entre Roma y otros pueblos es, obviamente, un tópico taciteo que él mismo no mantiene en el resto de su obra.

Los horrores de la discordia civil del 68 hacen que los cortos interme­dios de tranquihdad no sean tales, sino más bien simple cese de hostiH-dades, como ocurre a la muerte de Vitelio; sobre esto también se refle­xiona al morir Galba, porque lo que califica como saeua pax es producto de los vicios de quienes habían provocado la guerra '56.

Siguiendo estos criterios, Tácito reconoce valores negativos de la paz debido a factores coyunturales. Tal como él mismo explica {Ann. 4, 32), su obra se ocupa de temas sin gloria, de la narración de una paz «in­mutable o moderadamente turbada», que considera desastrosa por el gobierno de un mal príncipe. Tiberio. El mismo sentido negativo vuelve a aparecer en la obra durante otros períodos. Por ejemplo, la actuación de Turpilianus en Britania bajo Nerón, que «da el nombre honorable de paz a una cobarde inacción» {Ann. 14, 39); asimismo, la decisión de Nerón de hacer la guerra a Armenia para evirar la deshonra romana {Ann. 13, 25); lo mismo se evidencia en la acrirud de Tiberio frenre al peligro galo, porque «cuando la paz es miserable, es un bien cambiarla por la guerra» {Ann. 3, 44), aunque Tiberio se decide por la primera.

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'57 s. BORZSAK, 1966, 54: sobre esta idea de longa pax en De Orat. 38, 2, aunque sin nom­brarla, en el sentido de conformidad con el Imperio tal como es; y también sobre tradición anterior de esta idea en la historiografía.

'5* La idea de que la conquista ha producido, por la consiguiente prosperidad, la decadencia moral del Imperio, es una idea presente en las fuentes, y a la que ha contribuido en gran medida la figura de Floro (1, 47 [3, 12] entre otros pasajes): Ac nescio an satius fueritpopulo Romano Sicilia et Africa contento fuisse, aut his etiam ipsis carere dominanti in Italia sua, quam eo magnitudinis cres­cere, ut uiribus suis conficeretur. Quae enim res alia duties furores peperit quam nimiae felicitatesi

En este estado de cosas, recuperar la verdadera paz puede costar sangre, porque en su nombre se producirán muertes {Ann. 1, 10); tanto si el conflicto es interno o externo {Hist. 1, 2).

Por tanto, en Tácito hay valores positivos y negativos de paz. Negati­va puede ser una larga duración, que no afecta por igual a todos los sec­tores sociales. Una prolongada estabilidad trae prosperidad a las ciuda­des, como el autor reconoce para el caso de los Helvecios atacados por Caecina {Hist. 1, 87); pero también hace indolentes a los civiles y a los soldados; la población de Roma teme acompañar a Otón al combate; por la larga paz «los senadores se habían hecho indolentes y habían olvi­dado sus conocimientos militares, y los caballeros nunca la habían apren­dido» {Hist. 1, 88). Todas estas actitudes son deplorables para el autor, aunque dice despreciar aún más a quienes desean la guerra; defiende el mismo principio pliniano según el cual el hombre ideal es aquel que no teme la guerra, pero no la provoca {Paneg. 16, 1).

Preocupa especialmente a Tácito la longa pax emoliens ' " . El gober­nador de la Citerior L. Piso se había vuelto indolente por la paz {Ann. 4, 45); cobardes devienen las tropas de Corbulón {Ann. 13, 35), a quie­nes ya «incomodaban los trabajos de la guerra»; el mismo problema afec­ta a los Germanos, que «habían convertido la paz en neghgencia y en relajamiento por la embriaguez» {Ann. 1, 50). El tema está presente en todas las obras de Tácito, como si reconocimiento de que la paz, aunque deseable, es un principio contrario a la seguridad del Imperio.

Otros autores tampoco se sustraen a esta concepción. Para Juvenal, las riquezas y la influencia de ciudades extranjeras (especialmente de las colonias griegas) han traído a Roma la lujuria y los crímenes, que no se conocían en la ciudad cuando se vivía en la pobreza {Sat. 6, 295). Pero aquí vemos un sentido restringido limitado a la paz victoriosa sobre la idea, presente en otras fuentes, de que el crecimiento del Imperio ha traído su propia decadencia moral'5*.

Para Tácito la larga paz empuja a los hombres a la servidumbre; así explica el apoyo de algunas poblaciones a Vitelio {Hist. 2, 17, pues «se entregan al primero que llega»).

Todavía existe otra vinculación entre servidumbre y paz en la versión tacitea de las relaciones con los bárbaros. La sublevación de Ciuilis utili­za la consigna de independencia o sumisión {Hist. 4, 67), porque Roma

L A P A Z Y L A G U E R R A E N L A L I T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O - A D R I A N E A 111

15'' E. OLSHAUSEN, 1987, 304: Tácito transmite la itiea de que la paz no siempre es deseable, como un sentimiento que se ptoduce en todos los giupos sociales: militares, senadores, la plebe.

les obliga a «una miserable servidumbre que falsamenre llamaban paz» [Hist. 4, 17). Bajo ideales de independencia se esconden descontentos por las cargas de la dependencia romana, aunque el autor cree que en ocasiones el incentivo es la recuperación de la liberrad, lo que explica su­blevaciones también entre los pueblos no sujetos al pago de impuestos {Hist. 4, 17). Por el contrario, cuando la sublevación de los galos parece abocada al fracaso, lulius Auspex y otros jefes proponen la rendición, ar­gumentando las ventajas de la integración y la fuerza de Roma {Hist. 4, 69 y 71); lo que en realidad no es más que una medida de prudencia política, es aprovechado por Tácito para presentar posturas filo-romanas.

La narración tacitea sobre la sublevación de los galos bajo Vespasiano es una manifestación del debate en torno a la concepción del fenómeno de la paz; los galos tienen que elegir entre paz e independencia, siendo ambas excluyenres; esta versión se debe a que el autor no contempla más que una lectura del tema asimilándolo a los presupuestos de la pax Romana.

2.2.2. El interés sobre la paz: implicaciones sociales

Un aspecto del tema paz-guerra en la obra de Tácito es el conflicto que genera en la población civil y militar. Los intereses de particulates o de comunidades están orientados en un sentido o en o t ro ' 59 , tal como lo ve Tácito, según intereses económicos más que morales de los diferentes grupos sociales; sólo en el caso de los intelectuales se reconoce el rechazo general de la guerra.

Los inrereses en torno a la guerra son claros para el autor en lo que se refiere al elemento mihtar; no obstante, a veces éste anhela tranquili­dad; como ejemplo, los deseos de paz del ejérciro de Germania {Hist. 5, 16) y el reconocimiento, en un pasaje de las Historiae, de que «nadie, en iguales condiciones, prefiere el peligro a la paz» {Hist. 4, 76).

Pisón se dirige a sus tropas en nombre de la paz {Hist. 1, 29), y de hecho se reconoce en el ejérciro un desconcierto por las guerras civi­les {Hist. 2, 37) y sus horrores {Hist. 2, 45), así como por el agota­miento de los hombres {Hist. 5, 16). Lo cierto es que Tácito no ve es­tos ejemplos como tendencia general entre la tropa, muchos de cuyos inregranres se barran de una paz prolongada y desean la guerra {Hist. 5, 16), porque «prefieren la victoria a la paz» {Hist. 3, 60). De este modo, las palabras de Musonius Rufus son mal acogidas por los solda­dos, que no tienen los mismos intereses que un hombre «del orden ecuestre pero que se interesaba por la filosofía y ponía en práctica el es­toicismo» {Hist. 3, 81).

112 M. » PILAR GONZÁLEZ-CONDE

K'" Tácito, Hht. I, 5 y 18, sobre las exigencias del donatiuum. Sobre el donatiuum y en ge­neral para las exigencias económicas del ejército, L. WlERSCHOWSKI, 1 9 8 4 , 2 1 7 - 2 1 8 .

Tácito, Hist. 3 , 4 6 : tropas de Vespasiano se ven implicadas en las acciones contta Dacia. "• Tácito, Hist. 2 , 67: como Hispania, donde Vitelio envía tropas proflavias. "' Tácito, Ann. 1, 4 6 : Tiberio no acude al escenario de la guerra, pero intenta calmar a los

soldados y transmitirles deseos de paz. "5'' Tácito, Ann. 1, 4 8 : «porque en la paz .se tienen en cuenra los motivos y los méritos, pero

en la guerra caen inocentes y culpables».

Evidentemente, los motivos económicos pesan en el interés de los soldados por evitar una paz prolongada, que no proporciona recompen­sas ni botín"'' '. En Tácito es preocupación constante la actitud del ejérci­to en la paz y en la guerra. De ahí que se tomen medidas para controlar al ejército en la paz; la dispersión de tropas peligrosas por las provincias y su utilización en las guerras exteriores son «medidas de paz»"'); en ocasiones el peligro se intenta paliar mediante el envío de efectivos a «lugares inofensivos»"'^ para que la inactividad los amanse, o bien me­diante la reclusión en los cuarteles de invierno, o su utilización en traba­jos de construcción.

En los Annales, Germánico es modelo de «pacificador», porque tran­quiliza al ejército; recompensa a Segesta con la clemencia por haber evi­tado la guerra {Ann. 1, 58) y condena a aquellos que violan la paz {Ann. 2, 13); en rara ocasión son los propios soldados quienes no desean romper la paz, como cuando eligen a Blaesus para elevar sus reivindica­ciones sin violencia {Ann. 1, 19); pero en otras ocasiones constituyen una fuente de conflicto difícilmente controlable'^5 ; en algunos casos, los propios soldados castigan a los provocadores " ^ 4 . Por fin, la mayor garan­tía para mantener la estabilidad provincial es la prudencia de un buen general, como ocurre en Germania, donde Paulinus Pompeius y L. Vê­tus «esperan una gloria mayor del mantenimiento de la paz» {Ann. 13, 53) y emplean a las tropas en labores de infraestructura.

El intetés de la población del Imperio por conseguir y conservar la paz es un asunto pobremente tratado en Tácito. Más que una verdadera y sistemática conciencia popular contra la guerra. Tácito patentiza el horror por sus devastadoras consecuencias. En escasas ocasiones se invo­can deseos populares de paz, como cuando las masacres del ejército vite-liano empujan a la población a poner a sus mujeres y niños en los cami­nos para invocar el cese de hostilidades {Hist. 1, 63). El rechazo de la guerra por la plebe se explica con argumentos que sirven de apoyo a la visión senatorial de los acontecimientos; la condena de la guerra es una desde cualquier perspectiva social, pero se llega a ella por diferentes ca­minos. En contraste con la comunidad de intereses senatoriales, el carác­ter fundamentalmente heterogéneo de la plebe diversifica su noción acerca de la guerra y la paz.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 113

"'5 Tácito hace continuas icferencias a esto como principio básico del Impetio. E. OLSHAUSEN, 1987, 305-306, ha dado con la clave de la cuestión en lo que tespecta a las telaciones de Tácito con el principado, matizando todo lo dicho anteriormente con el siguiente tazonamiento: Tácito no se enftenta al principado, sino a determinados príncipes; y no es exacta la dicotomía dibertas o pax-», sino que la idea es tlibertas en la paxt.

166 Xácito, Hist. 4, 52: envía a Tito a ocupaise de las armas, mientras él cuida la paz interior. Marcial, Ep. 9, 6, para el caso de Domiciano.

1''* Tácito, Hist. 1, 84: se ocupa de las cosas de la paz y de la guerra; también Ann. 13, 49. "5'' Tácito, Hist. 1, 84, en boca de Otón. ™ Tácito, Ann. 13, 49: debate senatorial a propósito de que esta asamblea no debe ocuparse

de cosas fútiles, sino de asuntos importantes como opinat sobte la guerra y la paz. '71 Sobre el gobierno de uno solo: Tácito, Ann. 1, 3: calma interior porque quedan pocos

que hayan vivido la República; Ann. 1, 4; 1, 9; 3, 28. Sobre la continuidad dinástica, puesta en peligro pot el mal gobierno de Tiberio: Tácito, Ann. 1, 16 y 2, 65.

2.2.3. El papel de la paz en el marco institucional

La búsqueda de la paz implica a todos los sectores de la sociedad, empezando por el príncipe, primer garante de la misma " ' S . Recuerda Tácito que después de Actium «el poder fue dado a una sola persona por el deseo de paz» {Hist. 1, 1), pero su obra conriene muchos orros ejemplos de esra vinculación entre el príncipe y la consecución de la paz; la continuidad dinástica garantiza la estabilidad interna, como hizo Gal­ba adoptando a Pisón {Hist. 1, 15), o Vespasiano compartiendo tareas con sus hijos 1' ' ; resulta imprescindible el Principado para la paz; por ello Viteho insta al ejérciro de Germania, que acaba de abandonar a Galba, a que nombre otro emperador {Hist. 1, 56); Otón intenta apla­zar las hosrilidades debido al descontento en el seno del ejército por el hecho de rener dos príncipes {Hist. 2, 37); y también Vitelio dice reti­rarse en bien de esta paz {Hist. 3, 68). Es la misma idea que refleja Marcial en el sentido de que la vuelta a Roma del emperador garantiza la estabilidad y prosperidad interior .

La paz bajo la figura benéfica del emperador se canaliza a través del Senado, que elige al soberano y, por tanto, responde de la estabilidad y concordia . Como senador, recuerda la necesidad de esta asamblea pa­ra la propia existencia de Imperio .

Como en las Historiae, la paz aparece en los Annales garantizada por el Principado, y legitimada por el Senado'™. Desde Augusto, los Prín­cipes la han manrenido mediante una doble actuación: el gobierno de uno solo y la continuidad dinástica' ' ' .

La definición de las instituciones como garantes de la paz está en re­lación con un sentido del término que alude a la concordia y la estabili­dad. Con este significado Tácito define a algunos hombres como «orna­mentos de la paz»; presenta como modelos a Asinius Saloninus y Ateius Capito, dos individuos de diferente extracción social; la idea es que en la paz rodos los hombres honestos son útiles al Imperio, independiente-

114 M . · PILAR GONZÁLEZ-CONDE

mente de su origen (Ann. 3, 75). En el caso de los militares la virtud completa, tal como el autor pone en boca de Corbulón consiste en pro­curar evitar tanto la paz como el combate {Ann. 13, 39), lo cual contra­dice la ambivalencia, defendida por todas las fuentes de la época, del hombre que busca la paz pero no teme la guerra, y que el propio Tácito suscribe en repetidas ocasiones.

En las Historiae está siempre presente la distinción entre hombres va­liosos en una de esas dos situaciones o en ambas. Puede citarse a Primus Antonius, colaborador de Vespasiano durante la contienda civil, de quien Tácito da una imagen deplorable {Hist. 2, 86): detestable en la paz, por­que trae la envidia y la discordia, es sin embargo muy útil en la guerra; la imagen opuesta es la de Musonius Rufus (Hist. 3, 81), participante en las negociaciones como hombre que aborrece los conflictos, porque «se inte­resaba en la filosofía y practicaba el estoicismo»; en cambio, se presenta a algunos vitelianos como hombres «sospechosos» en la paz e interesados en la guerra; el ideal, el hombre con un alto valor moral y utilidad en todas las circunstancias, evidentemente lo encuentra el autor en muchos anti­guos romanos, pero también se reconoce en hombres cuya causa no es la de Tácito, como es el caso de Classicus, un hombre que lucha en el bando de Ciuilis y cuyos valores le vienen «de su noble familia» {Hist. 4, 55).

Por último, la paz tacitea en las Historiae es diferente para vencedo­res y vencidos: «la paz y la concordia son una necesidad para los venci­dos; para los vencedores, éstas son gloriosas» (Hist. 3, 70).

2.2.4. La paz del Príncipe

El Panegyricus dedicado por Plinio a Trajano cumple un objetivo fundamental: demostrar que el Emperador tiene todas las virtudes de un buen gobernante militar y civil. Trajano sabe actuat siempre como debe, tanto en la paz como en la guerra. Más que las propias palabras del Panegyricus, es significativa su estructura interna, que dedica una primera parte a elogiar la imagen de Trajano como general: su forma­ción, valor y prudencia, y actuaciones personales en la guerra (que más parece una premonición de lo que ha de venir que una simple recapitu­lación del pasado); una segunda parte de la obra se ocupa de su ac­tuación como administrador civil, con especial consideración de lo que se refiere a la concesión y aceptación de títulos imperiales y a las relaciones del príncipe con el Senado; hasta cierto punto la obra parece estar dirigi­da más a la Asamblea que al monarca.

La explicación debe estar en el ascenso de Trajano al trono sucedien­do a un hombre como Nerva. Para una gran parte de los senadores im-

" 2 S. BORZSAK, 1 9 6 6 , 5 0 : Plinio defiende la quietis gloria, que sería la paz del Senado y del Príncipe (Paneg. 8 6 , 2 ) . Allí ya es Trajano el Optimus extraoficialmente; sobre esto: Th. FRANKFORT, 1 9 5 7 , 3 3 3 ss.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 115

'73 Entre la variada literatuia sobre la adopción de Trajano y sus relaciones con el Senado, puede mencionarse, para las intrigas de esos momentos: G. ALFOLDY y H . HALFMANN, 1973.

'7'' Plinio, Paneg. 20, 1 ss.: Jam te ciuium deúderia reuocabant, amoremque castrorum supe-rabat caritas patriae.

'75 Plinio, Paneg. 4 , 5 : Enituit aliquis in bello, sed obsoleuit in pace: alium toga, sed non et arma honestarunt, en contraposición a Ttajano que reúne ambas cualidades.

'76 M. SORDI, 1985a, 3-16; id., en ibid., 1985b, 146-154, en concreto p. 147, lemontándose a los orígenes de la expresión.

177 H . LE BONNlEC, 1969, 101-115. '78 j . R. FEARS, 1981a, 34-43. Plinio, Paneg. 63, 3 y 94, 1. '79 Dión de Prusa 1, 75: los propios dioses ven a la Paz entre las virtudes que debe respetar el

gobernante.

portaría más la titulación del Emperador como cónsul, por ejemplo, que sus campañas en el limes, y la adopción por Nerva del legado de Ger­mania Superior probablemente intranquilizó a sectores senatoriales más partidarios de una línea polírica con la mirada puesta en el interior del I m p e r i o P o c o después de la muerte de Nerva la posición de Trajano no debía peligrar en absoluto, de forma que las palabras del Panegyri­cus, si bien podían estar orientadas a ensalzar al Emperador, también se debían tomar como una maniobra de cara al fururo, que ya se planearía cargado de empresas militares. Es poco probable que la insistencia de Plinio en la imagen de paz de Trajano sirviera realmente para limar as­perezas con la oposición senatorial, a pesar de que el autor mantenga la apariencia de actuar exclusivamente como defensor de la causa del Sena­do, dirigiendo supuestos reproches al Emperador'^^. Sin embargo, resul­ta evidente que lo que en realidad defiende Plinio no es la causa del príncipe, ni la del Senado, sino la persona de Trajano" '

Desde esta premisa anahza la figura ideal del emperador en si­tuaciones de paz; fruro de ella, el príncipe debe responder a las necesi­dades propias de esta situación, así como mantener un profundo respeto en sus relaciones con el Senado y hacia la tradición política romana.

Esta paz del príncipe riene un aspecto religioso, en el marco de las rela­ciones de los hombres con los dioses. En su origen, el término arcaico par-cere del que se derivaría pax, riene un sentido sagrado, que se manifiesta en fórmulas antiguas como pax deum o pax diuom " 6 . La vinculación con lo sagrado no se pierde durante el Imperio, sino que se canaliza a rravés del príncipe, en el sentido de que éste es el representante que los dioses ponen al frente del Imperio y, como tal, la cuida a través de sus acruaciones concretas; así, por ejemplo, el cierre de las puerras del tempo de Jano o la presidencia de los tiros que terminan con la guerra, representados hasta la saciedad en la iconografía"?. La idea del representante divino que recibe su poder de Júpiter, se refuerza en época de Trajano y Adriano, en un pro­ceso que los posteriores emperadores intentaron mantener "^.

La paz con la divinidad, canalizada a través del príncipe, está presen­te en la noción de príncipe ideal elogiada por Dión de Prusa" ' en sus

116 M . » PILAR G O N Z Á L E Z - C O N D E

primeros discursos. Sólo una idea fija se mantiene en la obra de Dión con respecto a la paz; en realidad no teoriza sobre el concepto, sino que realiza una descripción continua del héroe ideal, identificado con el em­perador. La idea, ya vista en otros autores contemporáneos, es la del hombre valiente y prudente, que no provoca ni evita la v i o l e n c i a .

La paz a la que hace referencia Suetonio también se vincula a los emperadores, que consiguen salvaguardarla mejor o peor según las virtu­des que los adornan. Augusto es el ejemplo de buen gobernante en cualquier circunstancia (Aug. 61, 1); y a esta imagen también cortespon-de Germánico (Gaius 3). Lo más importante y significativo es la estruc­tura de las biografías que, como ya dijimos, esrán concebidas con un mismo esquema, que pasa primero por el hombre de acción para seguir luego con el administrador en la paz. La antítesis del príncipe ideal suetoniano es Domiciano'^'.

2.2.5. Redefinición adrianea de paz

Una interpretación cercana a la línea oficial del reinado adrianeo puede encontrarse en Pronto. Su obra proporciona una imagen de Traja-no que resulta, en cierto modo, peculiar. En lo militar Trajano es imprudente y amante de la gloria, antepone sus intereses a la vida de sus hombres y, en las relaciones exteriores, rechaza siempre la vía diplo­mática. La comparación de su actuación en Oriente con la de Lucio Vero (Princ. Hist. 14-18) termina por ofrecernos el más duro retrato del Opti­mus Princeps conservado en la literatura antigua.

Pronto reconoce, en cambio, la enorme valía del Emperador como ad­ministrador, aludiendo especialmente a su popularidad y a las medidas de asistencia social que llevó a cabo. Adriano es el artífice de la tranquili­dad fronteriza, conseguida mediante el abandono de las recientes con­quistas; la vuelta a la política exterior pre-trajanea se realiza con una fuer­te propaganda oficial acerca de la preparación del ejército como garante de la seguridad del Imperio. Para Pronto todo esto fue posible porque «su amor a la paz le hizo reprimirse en acciones justificadas, de modo que en su falta de ambición era sólo comparable a Numa» (Princ. Hist. 10-11).

Algunos aspectos de la tradición hteraria que la época estudiada ge­nera se pueden apreciar en Dión Cassio (68, 7, 1). «Trajano gastó gran­

ito Dión de Pnisa 1, 4 : «palabras incitadoras de lucha y también portadoras de paz»; 1, 2 7 : el rey

ideal, «de tal manera es belicoso que en su poder esrá el hacer la guerra, y de tal manera pacífico que

no deja nada digno de intento para lograr la paz. Porque sabe muy bien esto: que los que están fácil­

mente preparados para hacer la guerra, éstos también tienen en su poder vivir en paz»; y más abajo,

en boca de Alejandro, 2, 54 ss.: el rey ideal debe tener fortaleza y justicia, sólo admitirá cantos al dios

de la guerra y no la frivolidad, pero también debe ser prudente para evirar la violencia a su pueblo

cuando no es necesaria, y apoyándose en las armas cuando haga falta; trad, de G . MOROCHO, 1 9 8 8 . '81 Por lo que respecta a Trajano, uid. G . W . BOWERSOK, 1 9 6 9 , 1 1 8 ss.; B . W . J O N E S , 1 9 7 9 ,

con opiniones contrarias a la versión de Sueronio.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 117

2.3. LA PAZ EXTERIOR

li...quae cuneta sua man.u perscripserat Augustus addideratque consilium co-ercendi intra términos imperii, incertum metu an per inuidiam» ( T a c , Ann. 1, 11).

Estas palabras acerca de Augusto recogidas por Táciro, constituyen el punto de arranque de uno de los más importantes debates políticos, que discurren paralelamente al desarrollo histórico del Principado, y que en la época en que escribe su autor no sólo no se ha solucionado, sino que se transforma en una brecha más abierta que nunca.

Desde sus orígenes, la ciudad de Roma creció hasta convertirse en un Imperio, y su actitud expansionista está perfectamente justificada en las fuentes ante la sociedad del momento. Pero las conquistas de Augusto pusieron fin al proceso, y el testamento de éste se oponía a la expansión territorial. Los círculos oficiales se cuestionan el problema expansionismo - no expansionismo; la decisión de mantener los límites de sus conquis­tas hace surgir un nuevo concepto de limes a partir de Tiberio: un limes esrático y no dinámico.

La consideración de guerras defensivas dada a las conquistas y opera­ciones militares de los Julio-Claudios y Flavios está justificada, en cuanto que sirven para afrontar pehgros concretos en un momento determina-

182 S. MAZZARINO, 1983, voi. 3, 112 para comparación con biografías suetonianas. 18' Vita Hadr 10, 2; G. KERLER, 1971, 280 ss. 184 Aurelio Víctor 13, 1 y 14, 1.

des sumas en guerras y también en trabajos de paz»; es la versión que agradaría a los sectores oficiales del reinado de Trajano. Símbolo de esa línea política es el arco de Benevento, en el que se han representado las actividades de paz y de guerra de Trajano, eligiendo el lugar adecuado para cada escena, de forma que la vida civil y la vida milirar se separan una de otra 1^2.

En cuanto a Adriano, Dión Cassio pone en su boca palabras que in-tentan demostrar que él no es sólo un civil que haya abandonado las conquisras por ignorancia o desprecio de rodo lo militar, sino por cohe­rencia polírica. Mantiene su pteocupación por la disciplina militar y por las artes de la guerra; Dión (69, 9, 5) explica su política exterior como práctica e inteligente, y que proporciona al Imperio unas relaciones más cordiales con sus vecinos.

Los valores y conocimientos de Adriano como militar quedan paten­tes en la Vita Hadriani'^^^ \ Aurelio Vícror, en cambio, describe clara­mente a Trajano como hombre de paz y de guerra y a Adriano como hombre exclusivamente de paz

118 M . ' P I L A R G O N Z Á L E Z - C O N D E

Se refleja en las palabras de la Vita Hadr. 1 1 , 2 , sobre el muro adrianeo: qui barbaros Ro-manosque diuideret.

186 Tácito, Agr. 41, 2 : «Ya no estaban en peligro los limites del impetio ni las orillas de un río, sino los cuarteles de invierno de las legiones y la posesión del rerritorio conquistado». Trad. de

J . M . REQUEJO, 1981; S. L. DYSON, 1985.

18' L. R o s s i , 1 9 7 2 , 1 1 1 - 1 4 3 ; A . ALFOLDY, 1 9 4 8 - 4 9 , 5 - 2 1 .

do, de forma que no rompen con la política augustea, aunque sí se pro­duce un punto de inflexión en el reinado de Claudio.

Toda la historiografía del siglo I d.C. se ve inmersa en el conflicto entre imperialismo estático y dinámico. Séneca es el representante en la primera mitad del siglo de una concepción del Imperio universal, que no se identifica con el mundo habitado, sino con las fronteras ya es­tablecidas en su época en los tres grandes ríos; toda acción fuera de estos límites es expansionista.

2.3.1. £/ concepto de limes: los ríos frontera

«El divino Jul io , la máxima autoridad, nos transmite q u e los Galos fueron más fuertes en otra época, y por el lo se p u e d e creer q u e penetraron incluso en Ger­mania, pues cuan poco era u n río para impedir q u e cualquir nación, si se en­contraba con fuerzas, ocupase y cambiase de unos asentamientos hasta enton­ces comunes y sin separar por n i n g ú n poder soberano» ( T a c , Agr. 4 1 , 2).

Estas palabras de Tácito reflejan lo que en Roma llegó a suponer la idea de los grandes ríos como sus fronteras naturales. Por una parte, re­conoce la realidad de la frontera como límite más sicológico que estraté­gico y, por otra, plantea la diferencia que significaba para la mentalidad romana una frontera entre bárbaros o una división entre Roma y los otros pueblos.

El limes es la línea que separa al mundo romano del no romano i^s. Su inviolabilidad es incuestionable como límite del recinto que guarda la cultura y los valores romanos. No puede negarse, además, una cierta importancia disuasoria de sus fortificaciones frente al enemigo; la línea fronteriza es el punto de referencia para la disposición de las fuerzas mi­litares del imperio, cuya movilidad permitía redistribuirlas según la fra­gilidad o dificultades de cada sector .

Desde Augusto, las fronteras tienen un carácter prácticamente estable y se identifican con unos elementos orográficos concretos que adquieren con el tiempo cierto carácter mítico. Por ejemplo, la representación del Danubio como un personaje masculino que sobresale por encima de las aguas del río .

En Roma está presente la idea del río como frontera exterior, tanto por su carácter de límite natural, como porque, durante casi todo el Im­perio, los confines del mundo romano estuvieron delimitados por gran­des ríos: Rin, Danubio y Eufrates. Una línea de fortificaciones recorre

L A P A Z Y L A G U E R R A E N L A L I T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O - A D R I A N E A 119

'88 A . PlGANiOL, 1963, 119-122, sobre la base de la obra de Th. MOMMSEN, 1 8 9 4 ; t a m b i é n sobre este tema: A . ALFOLDY, 1952, 1-16; id., 1950, 37-50; R. E . M . WHEELER, 1954; J . B . W A R D -PERKINS, 1966, 395-408; M . LEMOSE, 1967.

'89 RICW 100-101. '90 Sobre el proceso evolutivo del concepto «paz»; M . SORDI, 1985a, 3-16; E . CICCOTTI, 1901.

SUS márgenes. Los sucesores de Augusto no osaron nunca, hasta Trajano, transgredir esos límites para anexionar territorios, si exceptuamos las conquistas de Claudio en Britania o Maurirania. El limes adquiere un doble matiz: línea desde la que organizar la defensa contra el enemigo invasor, y tope frente a tentaciones expansionistas. De ahí que el río sea símbolo protector de los valores romanos '^^.

Los ríos-fronrera del Imperio son concepros vivos, que se personifican en forma de alegoría. Cuando el centro de gravedad esrrarégico del Im­perio se traslada desde el Rin al Danubio, a finales del siglo I d . C , éste se tepresenta como un individuo barbado que aparece sobre las aguas del río en las monedas de época rrajanea'^?, cuando la inestabihdad en la zona hacía que fuese el centro de atención en Roma. A comienzos del reinado de Trajano, Marcial invoca al Rin (Ep. 10, 7) para que devuelva al Príncipe, que se encuenrra solucionando los problemas fronterizos de la región. La petición de vuelta del Emperador a Roma encierra un cier­to sentimiento de descontento por las prioridades atendidas por Trajano. Marcial puede estar recogiendo la expecrativa popular de que el Empera­dor responda a las necesidades de la población civil, centrándose en ob­jetivos apremiantes de política interna.

2.3.2. La paz de Augusto y sus sucesores

La expansión augusrea había ido encaminada a crear unas fronteras naturales que, ranto si respondían a un plan premeditado como si no, supusieron el avance de Roma hasta el Rin, Danubio y Éuftares, con notables diferencias cualitativas entre ellas: la guerra contra las pobla­ciones bárbaras del Rin y Danubio; y la acción diplomática con los esta­dos orientales.

Durante los últimos tiempos de la República se intentó justificar la expansión terrirorial sustituyendo el imperialismo de conquista y explota­ción por un elaborado sisrema de paz romana '9° . Durante las guerras re­publicanas, la anexión se había legirimado como un tipo de guerra de ca­rácter justo, cuya finalidad fundamental debía ser extender el beneficio de la civilización romana. Pero, con la paralización de aquéllas, empieza a tomarse en consideración otro objetivo, que consiste en defender lo que ya está integrado en los límites del Imperio; así surge el concepto de pax Romana en el sentido de mantenimiento del orden esrablecido, mediante el cual los diferenres pueblos disfrutarían del beneficio de una paz que se asimila a securitas, consistente en un intercambio de intereses.

120 M.» PILAR GONZÁLEZ-CONDE

' 9 ' A. MICHEL, 1969, 171-183.

W2 Cicerón, Pro Rab.; M . SORDI, 1985b, 146-154. 193 F. EGGERLING, 1952, 31 ss.

i'** El Ara Pacis se considera el símbolo de una naciente ideología de la pax Romana en su más amplio sentido de paz interior y exrerior. Entre la amplia bibliografía sobre el tema: G . MO­RETTI, 1948; St. WEINSTOCK, I960, 44-58; E. SIMON, 1967; E. LA ROCCA, 1983; G . M . KOEPPEL,

1987, 101-157, con toda la bibliografia anterior. Para el tema de la paz de Augusto: E. S. GRUEN, 1985; P. ZANKER, 1987.

La principal característica de esa ideología de la paz es la necesidad de buscar una justificación moral. En este sentido hay que destacat la contribución de Cicerón. A. Michel 1*^^ habla de esta aceptación cicero­niana del expansionismo romano, aunque siempre desde la fórmula ce-dant armae togatae y, desde luego, en permanente armonía con los dioses: pax deorum^'^^. La potencia territorial romana se entiende, en un plano ideal, como tarea civilizadora, consistente no sólo en el dominio, sino en una integración de los pueblos sometidos en el ámbito cultural romano, lo que no es más que una aplicación práctica de las doctrinas estoicas. Pero también Cicerón identifica pax y libertas; ambos conceptos han tratado de armonizarse siempre en la historiografía romana, no en todos los casos con el mismo sentido, ya que la idea aparecerá después en Tácito como conjunción ideal y exclusiva de la paz interior.

Una versión de la paz del período augusteo se encuentra en la Eneida de Virgilio:

Tu regere Imperio populas, Romanae memento, —haec tibi erunt artes— pa-cique imponere morem parcere subiectis et debellare superóos (Aen. 6 , 8 5 1 -853).

El pasaje transmite la idea de una Roma rectora del orbe, que utiliza la conquista como vehículo para la expansión de su civilización, de mo­do que extiende al sometido el beneficio de su tradición cultural (paci imponere morem) y de la propia paz (parcere subiectis) ' '^. El destino de Roma es regir el mundo, y por ello se justifica la guerra contra los rebel­des (debellare superbos); el Imperio se rige por la consecución de la paz, pero también por su propia seguridad e integridad.

Los autores latinos, desde comienzos del Principado, se encuentran en la necesidad de coordinar su condena moral del fenómeno general de la guerra con posturas de defensa del Imperio; el cese del expansionismo y el mantenimiento del statu quo desde Augusto facilita la armoniza­ción de unas tesis no belicistas con la realidad de la política territorial ro­mana

La tradición estoica no se sustrae a este debate político en torno a la paz; por una parte, el objetivo tiene que ser siempre la actuación dentro de los límites de la virtud, lo cual hace que la paz sea lo más deseable, y por otra, no se apartan conscientemente del proyecto imperial. El estoi-

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 121

G . ZAMPAGUONE, 1 9 6 7 , 2 3 3 ; A . STEFAN, 1966, 196; P . A . BRUNT, 1 9 7 5 , 7 - 3 5 .

1*' R. HOSEK, 1 9 6 8 , 1 0 9 . Vid. también apartado siguiente, telativo a la paz interior. •'-»7 D. JOLY, 1 9 7 4 , 4 2 - 6 5 .

cismo es el soporte ideológico de la nobilitas romana, pero a finales del siglo I d.C. ésta ya no se cuestiona la existencia del Imperio como uni­dad territorial y política; ahora se intenta más bien definir una forma de administración que fije definitivamente, dentro de los límites de un par­ticular ideal de justicia, el marco de relaciones internacionales en que se mueve Roma, como medio de legitimar sus acciones.

Por encima de rodo hay un sentimiento de concordia universal, ex­tendida a todo el género humano, que busca la paz y rechaza la guerra, tal como preconiza Epicteto' '^; discurre paralelo en el tiempo y en el pensamiento filosófico a la interpretación senequista de la paz y su rela­ción con el Principado. H o s e k h a b l a de la superación en época impe­rial del concepto de concordia omnium, debido a la desigual relación entre príncipe y subditos, y que aparece ya como tal en Séneca.

Pero ciñéndonos al aspecto estricto de la paz exterior, hay que men­cionar la pervivencia de la visión virgiliana en autores posteriores. Por ejemplo, el paralelismo establecido entre la obra de Virgiho y la de Cal-purnius Saeculus, un poeta de época neroniana, en lo que se refiere a la contribución de ambos al Imper io" ' ; se trata de la utilización de la Eneida para, mediante la trasposición a su época, justificar la figura de Nerón como bienhechor y pacificador.

2 . 3 . 3 . La paz flavia

Fuentes fundamentales para este tema son las Historiae taciteas y las biografías imperiales de Suetonio. Resulta innecesario decir que Tácito escribe como senador de época de Trajano y como tal interprera la hisro­ria de la dinastía precedente; la pérdida de una parte de su obra dificul­ta la tarea cririca, porque faltan precisamente fragmentos fundamenta­les. Es fácil imaginar que Tácito comparriría con Suetonio su visión sobre el último de los Flavios, y que está presente también en el Panegí­rico de Phnio. Teniendo en cuenta los problemas que la parcialidad de Suetonio ha ocasionado a los estudiosos del período domicianeo, es fácil suponer lo que su versión de la política de paz flavia, así como la taci­tea, podrían aportar. Sin negar la validez de ciertos datos, es evidente que la interpretación de los mismos debe ser en cierta medida subjetiva y anacrónica.

Para analizar la política de paz de la dinastía flavia, y sobre todo el concepto de paz que se tiene en el último tercio del siglo I d . C , podría empezarse por acudir a las fuentes literarias del momento, con la pru­dencia que requiere la observación de su mayor o menor acercamiento al

122 M . > PILAR GONZÁLEZ-CONDE

poder. Para ello, no se puede prescindir de la obra de Marcial, al menos en lo que se refiere a los epigramas dedicados a Domiciano, donde reproduce aspectos de la paz exterior e interior. Por lo que respecta a la primera, que es la que nos ocupa, se produce una sublimación de las victorias exteriores de Domiciano, y en general una concepción de la paz en el triunfo que se identifica con la prosperidad del Imperio i 9 8 .

Las aventuras militares de Domiciano no siempte fueron brillantes, pero lo que trasciende es la imagen del Emperador como defensor del Imperio a través de la guerra, aunque esta guerra es válida porque es li­mitada en el tiempo y porque el Príncipe trae la paz a Roma. A la obra flavia se suma Flavio Josefo, que desde su condición de judío se integra en el bando romano. Se debate por tanto entre la doble conciencia de la potencia romana, que convierte en inevitable la sumisión, y los deseos de paz suyos y de los judíos, «que fueron a la guerra obligados por la si­tuación» . El propio autor lo justifica, definiéndose como un especta­dor forzado a estar entre los romanos, limitando su historia de la guerra judía a una crónica fiel de la realidad oo.

Las posturas imperialistas del período flavio conviven con la realidad de las fronteras estáticas, la favorecen, y defienden un orden basado en la unidad política y territorial del Imperio como único medio de supervi­vencia.

2 . 3 . 4 . La elección de Nerva y la adopción de Trajano

El corto período de reinado de Nerva es muy importante porque refleja la lucha de los clanes políticos por alzar a un candidato al trono; en el fondo se confrontaban diferentes formas de entender el destino del Imperio. En el juego político no entran sólo las diversas facciones senato­riales, aunque son los verdaderos protagonistas, sino que también inter­vienen los ejércitos provinciales y las unidades urbanas, cuyo poder había resultado digno de tenerse en consideración.

Evidentemente, cuando en el año 96 se eligió a Nerva para ocupar el trono 201, no se estaba dando una solución definitiva a la cuestión suce­soria. Esta especie de prórroga tuvo que producirse por una de estas causas: porque en ese momento no se encontró al candidato adecuado, porque entte los posibles no llegó a imponerse uno con fuerza, o porque el que podía ser candidato no estaba preparado para ello. Lo primero hay que descartalo, ya que en el breve intervalo que media entre la as­censión de Nerva al trono y la adopción de Trajano no se improvisa un

" 8 Aunque en un fragmento muy significativo dedicado a j a n o , expresa sus deseos de paz: Marcial, Ep. 10, 28.

'99 Josefo, Autobiografía 6, 7. 2<") Josefo, Contra Apión 9, 47-52. 211 R. F. ROSSI, 1966-67, 43-68.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 1 2 3

™2 Sobre estos acontecimientos, entre otros: D. KIENAST, 1 9 6 8 , 5 1 - 7 1 . 2 ° ' R. ETIENNE, 1965, 7 8 . Para el resto de la bibliografía, uid. el capítulo sobre las elites

políticas. 2W Dión Cassio 6 8 , 3 , 3 - 4 .

E. N. LUTTWAK, 1979, se refiere a las causas y consecuencias estratégicas de estas conquis­tas; uid. R. P. LONGDEN, 1 9 3 6 , 2 2 3 ss. y K . H . WATERS, 1 9 7 5 , 3 8 1 - 4 3 1 , con la bibliografía ante­

rior comentada. V . CHAPOT, 1 9 6 7 , 3 8 2 , afirma que de la conquista del Eufrates no quedó más que una re­

lación muy fuerte entre Roma y Armenia.

candidato. De manera que, o bien Trajano tenía algunos rivales serios que los fueron hasra el último momento, o bien la elección estaba hecha y se dejó un corro período de transición para limpiar posibles implica­ciones con el régimen domicianeo .

Lo que estaba en juego era un proyecto político para los próximos años que solucionara la delicada situación estratégica y sobre todo econó­mica del Imperio. Probablemente los protagonistas directos de la historia tuvieron conciencia de que les tocaba iniciar una nueva etapa del Princi­pado; la situación creó una polémica ideológica acompañada de un con-flicro de inrereses personales. A esto hay que unir también los proble­mas internos del período post-domicianeo, con diferentes maneras de afrontar la represión. Ya Etienneexplicó que Nerva pensó en Trajano huyendo de las posturas extremistas sobre el castigo al colaboracionismo con Domiciano, adoptadas por un sector representado en el prefecto del prerorio Casperius Aelianus .

En este punto tiene mucho que decir el grupo senarorial integrado pot individuos de origen hispano y narbonense, que, con cierta cohesión interna, esperaban poder instalar en el trono a un candidato suyo. El papel de los ejércitos provinciales en esros momentos, y fundamental­mente el de Germania, es evidente si se tiene en cuenta quiénes son los mandos de la región; con una diferencia de pocos meses, L. Licinius Su­ra ocupa el gobierno de Germania Inferior, y M. Vlpius Traianus (fururo emperador) el de Germania Superior, con Vrsus Seruianus al mando de las tropas. La frontera del Rin está ocupada por un sector pro-rrajaneo, que conraba con el apoyo militar suficiente para reforzar su candidatura.

2 . 3 . 5 . El expansionismo trajaneo

La llegada de Trajano al poder marcó el inicio de un nuevo período, porque cambió completamente la estrategia romana. Es difícil mantener el supuesto carácter meramente defensivo que se ha querido ver en la conquista de Dacia, con el argumento de que dominar esa región transda­nubiana era la única manera de controlar a otros pueblos vecinos, como lazigas o Roxolanos 2 0 5 . Hay que añadir el hecho de que Trajano no paró aquí sus conquisras, y se atrevió, al final del reinado, a avanzar en Orien­te hasta puntos que sus predecesores no hubieran soñado nunca 2 0 6 .

124 M . " P I L A R G O N Z Á L E Z - C O N D E

2"^ Este argumento de las conquistas sin límites prefijados es el que se maneja en el reinado de Adriano para luchar contra el prestigio milirar de su predecesor; uid. apartado de la guerra.

Sobre los motivos de las guerras dácicas hay una amplia bibliografía, entre la que se puede citar: P. PETIT, 1 9 7 5 , 3 5 4 - 3 8 0 , defiende los motivos económicos, como ya había hecho J . CARCOPI. NO, 1 9 3 4 ; en contra, R. SYME, 1 9 3 0 , 5 5 - 6 7 , que no ve una situación económica tan grave como pa­ra que haya esos motivos; E. N . L U T T W A K 1 9 7 9 , 1 0 0 ss. defiende motivos estratégicos. Una postura de reconciliación, en cuanto que ve un conjunto de causas, en E. CIZEK, 1 9 8 5 , 3 6 0 ss. Entre los tra­bajos clásicos, vid. G . A. T . DAVIES, 1 9 1 7 , 7 4 - 7 9 . Planteamientos más recientes en H . J . WOLF, 1 9 7 8 , y H . WOLFRAM, 1 9 8 5 .

A finales del siglo I d.C. y comienzos del II, el limes identificado con los dos grandes ríos septentrionales sigue vigente, por lo que hay que suponer el impacto que tendría en la opinión pública la trasgresión de esa frontera: ruptura con el continuismo de la política augustea, pero también transformación de todo aquello que simboliza la conservación y seguridad de los valores tradicionales del Imperio.

Trajano pasó los límites del Danubio y, más aún, transformó en pro­vincia romana lo que había más allá de ese límite, con lo que transgre­día la norma habitual, con virtiendo en parte jurídicamente integrante del Imperio un territorio que había sido bárbaro hasta entonces. Esto destruía la identificación del limes con una barrera protectora del mun­do romano, y es muy probable que causara un cierto impacto en la población romana y en sus círculos de poder, a cuyos ojos había desapa­recido cualquier límite por los deseos expansionistas de un emperador. ¿Qué garantías podía haber de que Trajano terminara su expansión y, en qué punto se detendría? Una vez pasado el Danubio, podían en­contrarse argumentos para futuras conquistas. Más aún, si Trajano había traspasado el Danubio, ¿por qué no también otros ríos-frontera, como el Eufrates? 2 0 7

La terminación de las guerras dácicas debió suponer, también por es­to, un impacto en Roma, que desde sectores oficiales se intentaría cana­lizar hacia los aspectos positivos de la victoria.

Parece claro que Trajano debió haber contado con bastantes apoyos cuando quiso iniciar la guerra contra Decébalo, para la que se alegaron motivos de honor (vengar las derrotas de Domiciano) y de estrategia (inestabilidad en el Danubio), pero con un argumento definitivamente convincente que era la esperanza de una cierta recuperación económi­ca 2 0 8 ]s|o sabemos si esos apoyos se mantuvieron cuando, tras ganar la segunda guerra, convirtió Dacia en provincia romana; una cosa era apo­yar acciones bélicas destinadas a frenar las ambiciones de Decébalo y sus aliados, que podía solucionarse con unas duras condiciones de sumisión, y otra bien distinta provocar su integración administrativa en el Imperio. La creación de una provincia transdanubiana suponía una innovación que a muchos debió parecer peligrosa; no sólo por planteamientos polí­ticos conservadores, sino por el hecho real y concreto de que se establecía

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 12 5

Sobre la datación de los Annales, entre otros: J. BEAJEAU, I 9 6 0 . 2 0 0 - 2 3 5 ; P. WUILLEUMIER, 1 9 7 4 , XI-XIII; R. SYME, 1979, 4 6 5 - 4 8 0 .

210 p. DELPUECH, 1 9 7 4 , 91 -107 , trata, a tiavés del episodio de Pethus y Corbulo, la actitud taci­tea para Oriente, concluyendo que el autor preconiza la negociación con las armas en la mano, aunque en realidad siente nostalgia de una actitud ofensiva; W . SHUR, 1 9 2 5 . También sobre lo inevitable de la guerra con los Partos, Tácito, Ann. 1 2 , 1 4 ; R. E. M . WHEELER, 1 9 5 2 , 112-129; Th. FRANKFORT, 1 9 5 3 - 5 4 e id., 1 9 5 4 - 5 5 ; K . H . ZIEGLER, 1 9 6 4 ; V . CHAPOT, 1 9 6 7 ; M . A . BERTINELLI, 1979; J. WAGNER, 1 9 8 5 .

un saliente fronterizo que aumentaba la superficie del limes y quedaba desprotegido por ambos flancos.

Es difícil imaginar la diferencia de reacción que pudiera suponer el paso del Danubio y luego el del Eufrates en el resro del Imperio y espe­cialmenre en Roma; es de suponer que el paso del primero no garantíza­la la posterior aceptación por la opinión pública, ya que en la Urbe se ha producido en esos años un giro evidente en la dirección de la política exterior y, por otra parte, una cosa era dominar a una coalición de pueblos bárbaros y otta bien diferente inmiscuirse en los problemas di-násricos de los reinos clientes orienrales. El Éufrares no era el Danubio, y para muchos estaría claro que Roma no podía mantener su potencial mi­htar en ambos frentes.

La polémica en torno a supuestas reticencias taciteas frente al expan­sionismo de Trajano está en relación con esre cambio o no de la opinión pública en el período que media entre las guerras dácicas y la campaña oriental; rodo ello, a su vez, en estrecho contacto con el asunto de la da­tación de la parte más polémica de la obra de Tácito, el final de los Annales'^^. Sin entrar de lleno en el debate sobre si la obra se rermina después de la muerte de Trajano o no, ni en un supuesto anti-expansio-nismo taciteo de los últimos años, lo cierro es que se pueden destacar, por lo que al libro 15 se refiere, planteamientos que están muy en con­sonancia con toda su obra anterior. En las relaciones con Oriente, y en momentos en que están tan presentes o cercanas las campañas de Traja-no, Tácito presenta a los Partos contemporáneos de Nerón como poten­cia fuerte y belicosa; así lo explica el propio Vologesus a sus hombres: «...incluso los Samnitas, pueblos de Itaha, son menos fuertes que' los parros, rivales del Imperio romano» (Ann. 15, 13).

Tal como lo ve el autor, el imperio parto es un factor de inestabili­dad fronteriza; por eso Fetus ofrece a los Partos la paz en nombre roma­no 210, recordándoles que Vologesus tenía a todo su ejército luchando contra dos legiones, mientras que Roma tenía detrás todo el orbis terra­rum {Ann. 1 5 , 1 3 ) ; en nombre del honor romano, el autor acepra ram­bién la declaración de guerra de Nerón a Vologesus como un hecho ine­virable {Ann. 15, 25).

Es difícil aceptar la idea de que en los últimos tiempos Tácito hu­biese adoptado posiciones anti-trajaneas; al menos, resulta extraño que

126 M. " PILAR GONZÁLEZ-CONDE

211 E. CiZEK, 1983, 385 ss.; A. CARANDINI, 1966, 125-141. ' Eutropio 8, 6, 2; para la reorganización de Dacia, se pueden citar, entre otros trabajos: M.

MAGREA, 1967, 121-141; y sobre todo, por su claridad y puesta al día; C. C. PETOLESCU, 1985.1-2, 45-55.

el autor utilizara argumentos que fueran útiles a la aventura oriental de Trajano, como es la presentación de los Partos como peligro real y per­manente, y con los que el enfrentamiento parecía inevitable.

Pensar que la aventura oriental de Trajano fue motivada por un senil impulso de su megalomanía, tal como aparece en la tradición adrianea, significa simplificar el problema exageradamente; hay que entenderla en relación con el cambio político que se produce en torno al año 112 d.C^u.

2.3.6. La paz exterior y la sucesión de Trajano

Adeptus imperium ad priscum se statim morem instituit et tenendae per or-bem terrarum paci operam intendit. Nam deficientibus his nationibus, quas Traianus subegerat, Mauri lacessebant, Sarmat{die bellum inferebant, Brittanni teneri sub Romana dicione non poterant, Aegyptus seditionibus urgebatur, Li­bya denique ac Pal{d)estina rebelles ánimos efferebant. Quare omnia trans Eufratem ac Tigrim reliquit exemplo, ut diceba[n]t Catonis, qui Macedonas li­beras pronuntiauit, quia tueri non poterant. Part{h)amasirin, quem Traianus Parthis regem fecerat, quod eum non magni ponderis apud Parthos uideret, proximis gentibus dedit regem.

El autor de la Vita Liadriani (3, 1-4) pone todo su empeño en de­mostrar que Adriano se encontró, al subir al trono, con una situación de conflicto generalizado: peligros fronterizos, rebeliones internas, etc. An­te la imposibilidad de atender varios frentes (internos y externos), toma unas primeras medidas de abandono de territorios conquistados; la acep­tación o rechazo de las conquistas no es la misma en el Danubio que en Oriente.

La noticia de que Adriano quería abandonar Dacia y no lo hizo por los consejos de sus amigos 2 1 2 , parece indicar que la situación no se puede simplificar entre expansionistas y anti-expansionistas; evidente­mente, con estas dos posturas puede identificarse respectivamente a Tra­jano y Adriano, pero en los círculos que rodean a ambos (y esto sólo sería un reflejo del conflicto que el debate generaría en otros niveles so­ciales) es evidente que existiría una gama mucho más rica de opiniones acerca de potenciales medidas concretas de conquista.

Ya hemos dicho que las actuaciones del ejérciro romano en el Danu­bio y en el Eufrates debieron tener diferentes niveles de acogida en la opinión pública, de forma que la elite política y los altos mandos milita­res de comienzos de Adriano contarían necesariamente con individuos que hubieran visto con buenos ojos la campaña de Dacia; de entre ellos.

L A P A Z Y L A G U E R R A E N L A L I T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O - A D R I A N E A 127

213 Vita Hadr. 7, 1; Dión Cassio 69, 2, 5, y sobre la posterior medida conciliadora, el jura­mento de no dar muerte a más consulares, que, sin embargo, no cumplió. Sobre esto: A . vON PRE-MERSTEIN, 1908; A . R. BiRLEY, 1962, 197-199. Sobre su participación política, J . A . CROOK, 1955, 53 ss.

algunos apoyarían su conversión en provincia (quizá la mayoría, dadas las supuestas reticencias para su abandono); pero a su vez, no todos ellos apoyarían la guerra en Oriente. Más aún, incluso entre estos fíeles, tam­bién debieron producirse disidencias a medida que el ejército oriental avanzaba hacia el sur sin que aparenremenre se quisiera poner fín a la empresa.

La imprevista muerre de Trajano el 117 deja sin efecto las represalias contra estas posibles posturas disconformes, y el ascenso de Adriano pro­voca una operación de «limpieza» de alcance considerable, pero con un senrido completamente distinto. Entre los años 117 y 118 mueren o caen en desgracia varios senadores que habían tenido un papel fundamental en los círculos de Trajano. El autor de la Vita Hadriani (5, 1 ss.) se re­fiere a las sospechas de Adriano, en los primeros momentos de su reina­do, contra algunos porenciales conspiradores para quienes Attianus ha­bría sugerido que se les diera muerre si se consideraba necesario. El año 118 se ejecuró a cuatro senadores acusados de traición e implicados en el expansionismo del reinado anrerior 2 1 3 .

No se rrata sólo de un cambio en el poder, sino de un «relevo sangriento» llevado a cabo por Adriano por medio de la mano ejecutora de P. Acilius Attianus. El asunto recibe un tratamiento diferente en Dión Cassio y en la Vita Hadriani. Ésta recoge la versión adrianea y narra las sucesivas tentativas de traición contra Adriano, quien se vio obhgado a castigarlos con la muerte. Dión transmire la versión pro-senatorial y opina que algunos de esros hombres tenían demasiado po­der como para no levantar los recelos de un ambicioso Adriano.

El resultado fue una verdadera «decapitación» de los sectores más implicados en la pohtica de Trajano, incapacitándoles para reorganizarse y formar una verdadera oposición. El equihbrio de fuerzas se rompió a favor del repliegue fronterizo que, a su vez, responde a necesidades concretas: solucionar la siruación de creciente pehgro en Oriente.

La cuestión no debe plantearse exclusivamente en términos de prioridades coyunturales. La situación militar favoreció una revisión de la acruación romana y un cambio radical en su política fronreriza, que respondía a los deseos de un sector senatorial y ecuesrre, cuyos plantea­mientos habrían impulsado la candidatura de Adriano al trono.

2 . 3 . 7 . Una versión de época adrianea: Floro

Una visión de época adrianea sobre la historia de la conquista roma­na puede encontrarse en Floro, cuyo «Epítome de Livio» abarca un largo

128 M . * P I L A R G O N Z Á L E Z - C O N D E

214 P . JAL, 1967, id., 1965, 358-383. 2'5 Floro 1, 34 (2, 19) y la misma idea se repite en la recapitulación final del libro: 1, 46 (3,

11); uid. G . COSTA, 1906, 252-255; W . DEN BOERW, 1965, 366-387.

21" P . JAL, 1963, 390. Sobre la acción política adrianea, uid. también P . ALEXANDER, 1938, 141 ss.

período desde Rómulo hasta los primeros tiempos del Principado. La obra, dividida en dos hbros, se concibe como la narración de una suce­sión de guerras civiles y exteriores, con pocos capítulos sobre política in­terior.

P. J a l e s t a b l e c e una diferenciación clara entre ambos libros, de manera que el primero correspondería a una defensa del imperialismo de conquista y el segundo estaría en cambio identificado con posturas más cercanas a Adriano. A pesar de esta acertada definición, no se pueden ignorar algunas afirmaciones que el autor ha vertido en el libro primero:

Hactenus populus Romanus pulcher, egregius, pius, sanctus atque magnifi-cus: reliqua saeculi, ut grandia aeque, ita uel magis túrbida et foeda, crescen-tibus cum ipsa magnitudine imperii uitiis... Quae etsi iuncta inter se sunt omnm atque confusa, tamen quo melius appareant, simul et ne scelera uirtuti-hus obstrepant, separatim perferentur, priusque ut coepimus, iusta ilia et pia cum exteris gentibus bella memorabimus, ut magnitudo crescentis in dies im­perii appareat; turn ad ilia ciuium scelera turpesque et implas pugnas reuer-temur^^''.

A partir de esta «declaración de principios», el autor no ataca in­discriminadamente cualquier tipo de expansionismo, sino aquel que corresponde a una determinada época de la formación del Imperio. Los contemporáneos de Trajano y Adriano no cuestionan la unidad territo­rial del Imperio, que se concibe como una tarea justa y civihzadora; lo que se plantean son los límites que debe tener la expansión, a lo que Augusto había proporcionado una respuesta satisfactoria.

Las guerras republicanas de conquista son, grosso modo, dignas de admiración de las fuentes altoimperiales, a pesar del reconocimiento tá­cito y bastante generahzado de que la prosperidad de la victoria ha traído la decadencia moral 2 1 « . El hecho de que Floro establezca una di­ferenciación ética entre unas y otras guerras antiguas, no significa que cuestione la tarea conquistadora llevada a cabo por Roma y, lo que es más importante, resultaría muy peligroso extrapolar esta opinión a los acontecimientos más cercanos a su época; una cosa es la formación del Imperio, y otra muy diferente romper el equilibrio defensivo del mismo intentanto extenderlo, como había hecho Trajano. La justificación selec­tiva de las conquistas resultaba muy útil como respaldo a la política ex­terior adrianea.

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 129

2.4. LA PAZ INTERIOR

La paz interior en Roma es entendida como concordia social y políri­ca. Garantiza la estabilidad, la prosperidad económica y el florecimien­to de la vida local.

La uniformidad de criterios ante las ventajas de la paz en el plano interior implican la ausencia en las fuentes de un debate; pero la cues­tión presenta gran número de matices dignos de consideración. En pri­mer lugar, se trata de analizar los presupuestos que se asimilan a esta paz intetna, y el sentido de cada uno de ellos en la realidad política. Pe­ro rambién conviene aislar los vehículos de esta paz, y en este punto es precisamente donde se produce un proceso continuo de transformación del pensamiento, que discurre paralelo al devenir del Imperio.

2.4.1. El sentido de la paz interna

La paz civil se logra mediane la consecución de la concordia om­nium, concepto tomado del estoicismo que se va matizando con el tiem­po, y que sufre rransformaciones a medida que se adecúa a la realidad sociopolitica 2 1 7 .

Los estoicos han jugado un importante papel en la definición de la concordia en el seno de la sociedad romana. Séneca define el concep­to en el marco de sus relaciones con el Principado. En la obra de Tácito se acepta que la concordia omnium es el vehículo de la paz interioráis; así lo plantea al comienzo de las Historiae'^^^, donde reconoce la acepta­ción de Augusto como pacificador. Se trata de la concordia imperii, que además de un componente de paz exterior, tiene otro de paz interna, reflejado en la concordia Aug. de la numismática. El tema aparece con frecuencia en acuñaciones de Adriano221 : concordia Aug., concordia Se­natus, concordia exercituum, así como en las series relarivas a su adop­ción por Trajano y en las de la familia imperial, donde se asocia a Spes; es la idea de paz y entendimiento aplicada por la propaganda oficial a rodos los órdenes de la vida del Imperio.

El término quies, enrendido como ausencia de conflicto social y po­lítico, se identifica en general con la tranquillitas que aparece en las mo-

217 R. HOSEK, 1968, 107-113; H . U. INSTINSKY, 1983, 209-228.

218 R. HOSEK, 1968, l i o .

21'' H . W . BENARIO, 1964, 97-106; J . ' H . PARKS, 1969, 17-20; K . VON FRJTZ, 1969 ( = Class.

Phil. 52, 1957, 73-97), 421-463; W . J E N S , 1969, 391-420; S. D . LARUCCIA, 1975; id., en C. DE. Roux (ed.), 1980, 407-411; E. OLSHAUSEN, 1987, 299-312.

220 Tácito, Hist. 1, 1; F. ARNALDI, 1921; R. SYME, 1979; G. E. F. CHILVER, 1979; sobre

Augusto en la obra de Tácito, Fr. KLINGER, 1954. 221 E. SKARD, 1983; J . A . GARZON, 1988b, 165-174; id., 1988a. Agtadecemos al Dr. Garzón

las facilidades dadas para manejar su manuscrito.

130 M . » P I L A R G O N Z Á L E Z - C O N D E

Sobre quies, S. BORZSÁK, 1 9 6 6 , 5 0 ; F . G. MAIER, 1 9 8 7 . 223 Plinio, Ep. 3, 5; también Ep. 4, 23, donde elogia a Pomponius Bassus por llevar una vida

digna de un hombre que, como él, entra en la vejez, con orden y trabajo intelectual. 22·« Tácito, Agr. 1 8 , 6 ; 22, 4; 1 9 , 1.

n e d a s 2 2 2 ; en muy raras ocasiones tiene un sentido negativo asociado a la paz indigna o cruel que se deriva del gobierno de un tirano, tal como Tácito lo utiliza en el Diálogo sobre los Oradores (38, 2).

Una definición de concordia omnium se encuentra también en Juve­nal (Sat. 15, 160-165), donde el hombre aparece como el culpable de romper reiteradamente un orden de armonía natural.

2.4.2. La paz interna y la evocación del pasado

La paz interior respeta el pasado, las mores maiorum, ideal de vida y factor de estabilidad. En el pasado se encuentran los ejemplos de los va­lores romanos y a ellos se acude constantemente buscando modelos de comportamiento individuales y colectivos. Pero esta mirada al pasado se puede plantear desde diferentes puntos de vista.

2.4.2.1. Los antiguos como modelo de conducta individual La continua evocación de ejemplos individuales, como búsqueda de

modelos a seguir, se encarna en determinados individuos de la historia de Roma desde sus orígenes. Se busca en ellos una respuesta a los proble­mas del momento, una norma de conducta que, extrapolada en el tiem­po, pueda solucionar conflictos de orden interno o externo. Tanto la guerra como la paz externas se justifican con argumentos de la conducta de antiguos romanos; los grandes generales proporcionan una visión del héroe romano digno de ser imitado cuando las circunstancias lo requie­ren. Pero también en aspectos de paz interior se acude a estos modelos antiguos de la Roma monárquica o republicana, que se convierten en tó­picos; por ejemplo, Numa era el administrador prudente.

Algunos individuos de época imperial pasan a la historia a través de su identificación en las fuentes literarias con antiguos modelos de con­ducta; tal es el caso de Germánico en la obra tacitea. Ésta es también la visión pliniana de la figura de Trajano en lo que se refiere a su actitud personal, que sigue modelos de conducta próximos al estoicismo. Los es­toicos buscan en los tiempos pasados las cualidades que Roma debería conservar y que va perdiendo: la prudencia, la austeridad, el valot, la clemencia. Son valores que Plinio reconoce en algunos contemporáneos; así ocurre con su tío, Plinio el Viejo, a quien considera modélico en la aplicación de disciplina y virtud a su vida diaria ^ 2 3 .

Lo mismo puede decirse de la valoración tacitea de la figura de su suegro, Cn. lulius Agricola^^'^, cuyas cualidades hace púbhcas en una

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 131

p. JAL, 1963, 390, acerca del lujo como causa de la decadencia y de la guerra, ^ íi S. MAZZARINO, 1983, voi. 3, 8 0 ss. sobre esta economía de lujo.

Tácito, Ann. 14, 15 y 20, entre otros; en conttaposición, Ann. 16, 5; sobre los habitantes de otras ciudades, donde se conservaban la austeridad y los principios antiguos, J . M. ENGEL, 1972.

Aunque todas las cartas de Plinio están llenas de referencias a las ocupaciones obligadas en Roma, a los excesivos compromisos sociales y profesionales de la vida en la Urbe, tan alejado to­do de su ideal de vida, se pueden citar a modo de ejemplos: Plinio, Ep. 2, 14; 3, 7; 5, 8 ; 7, 15; 7, 29; 9, 6; también Marcial, Ep. 1, 55; sobre el boato de la vida urbana en contraposición a la senci­llez rural.

obra de homenaje postumo, donde reivindica su valor, prudencia, justi­cia, lealtad y patriotismo.

2.4.2.2. El pasado como modelo de conducta colectiva Pero la nostalgia de tiempos pasados no se limita a los comporta­

mientos individuales, sino que se refiere también a la conducta colecti­va. Las fuentes consideran para la época que nos ocupa que la sociedad romana vive una decadencia moral que afecta a todos los órdenes de la existencia. Se cree vivir la crisis de los valores de la civilización romana, lo cual pone en peligro todo lo que ha hecho posible su supervivencia. En algunos casos la culpa se achaca al propio crecimiento del Imperio, que produce la riqueza y el lujo necesarios para esa «relajación de las c o s t u m b r e s » . A finales del siglo I y principios del II d . C , los escrito­res del momento reivindican la vuelta a los ideales antiguos 2 2 6 .

La Urbe se convierte en símbolo del anunciado proceso degenerati­vo, porque es donde más incidencia tiene el aumento del lujo y la os­tentación. Tácito se lamenta de que Roma es un lugar de perdición, donde todo está corrompido 2 2 7 . La vida pública y social es tan absor­bente que hace quejarse a Plinio, porque tantos compromisos (sociales, profesionales, etc.) le parecen contrarios al ideal de vida útil y labo­riosa 2 2 « .

Sin embargo, junro al reconocimiento de esa decadencia, hay una conciencia de que todos estos males no son consustanciales a la civiliza­ción romana, sino que han entrado en ella por el contacto con otros pueblos. La idea se expresa claramente en Juvenal:

Nunc patimur longae pacis mala; saeuior armis luxuria incubuit uictumque ulciscitur orhem. Nullum crimen abest facinusque libidinis, ex quo paupertas Romana peril (Sat. 6, 295) .

Común a las fuentes del momento es la queja por la influencia ex­tranjera y la pérdida de la austeridad antigua; la población de Roma se ha vuelto indiferenre a todo lo que no sea «ocio y placer»; Tácito se ho­rroriza de la desidia ante el fenómeno cercano de la guerra. La cara opuesta parece encontrarse en las provincias, en el sentido de que no pueden mostrarse ajenas a la guerra, ya que la sufren directamente. So­bre ellas recaen los gastos de guerra y también el abastecimiento en la

132 M. ' PILAR GONZÁLEZ-CONDE

™ Sin embargo, Tácito, De Orai. 2 0 , 7 , como una esperanza en los valores actuales. De hecho. Tácito decía que, tras la muerte de Augusto, ya habían desaparecido casi todos

los supervivientes republicanos, lo que facilitaba la paz social: Ann. 1, 3 ; Ch. WIRSZUBSKI, 1 9 5 0 . 2 " Plinio, Paneg. 7 , sobre la consideración dada a los pretotes; sobre las apariencias republi­

canas, A. GARCÍA Y BELLIDO, 1 9 5 9 , 3 - 9 ; Th. FRANKFORT, 1 9 6 2 , 1 3 4 - 1 4 4 .

paz. La pérdida de los valores tradicionales se considera irreversible, por­que eran consustanciales a la pobreza de Roma, ahora ya olvidada 2 2 9 .

2 . 4 . 2 . 3 . Libertas, Principado y República La pretendida nostalgia republicana es una cuestión mucho más de­

batida y delicada. Se evocan constantemente los tiempos de la República en las fuentes literarias del Principado y también en las de estos mo­mentos de fines del siglo I y principios del II d.C. Se recuerda la felici­dad de los tiempos republicanos, cuando los cónsules garantizaban la paz social y la estabilidad política, paralelamenre a un proceso de expan­sión y conquisra. Van unidos evocación del pasado y exigencia de liber­tas, ésta como valor indispensable de la paz interior entendida según modelo senatorial.

Muchas evocaciones republicanas adquirieron con el tiempo nuevo cariz. Después de la dinastía flavia (si no antes), ya no quedaban ver­daderos repubhcanos ni en la sociedad romana ni en las esferas de po­der 2 3 0 . Sin embargo, persiste la obsesión por redefinir la libertas en to­do su contenido social y político y especialmente su relación con el Principado.

Los escrirores de la época justifican en general los reinados de Nerva y Trajano como una vuelta a la libertas tepublicana, en un intento de magnificar al Senado como continuidad del orden tradicional. Plinio presenta a Trajano como restaurador de la vieja libertas {Paneg. 66), y se empeña en demostrar la independencia de los cónsules para ejercer sus funciones {Paneg. 9 3 ) 2 ' ' ; se rrara de una supuesta resritución de las li-berrades políticas tras la tiranía de Domiciano {Ep. 8, 14).

Es difícil definir la «nostalgia republicana» en la ideología tacitea, so­bre todo si se tiene en cuenta la evolución del pensamiento de Tácito a través de su obra, que se inicia con aparentes posturas de oposición al Principado {De Orat. 38, 2). La referencia al «prolongado sosiego de los tiempos» tiene aquí un cariz negativo por la falta de libertas que ha pro­vocado la actitud del Príncipe. Sin embargo, obras posteriores de Tácito recogen suficientes referencias positivas hacia la institución del Principa­do como para suponer que aquéllas no fuesen sólo un producto obliga­do por las circunsrancias, sino más bien la defensa o aceptación de una situación en aspectos como el gobierno de uno solo y la estabilidad por la continuidad dinástica. El Príncipe, si es bueno, proporciona seguridad frente al exrerior, esrabilidad inrerior, prosperidad general y, en última instancia, garantiza la supervivencia del Imperio; todo ello con la ayuda

L A P A Z Y L A G U E R R A E N L A L I T E R A T U R A D E É P O C A T R A J A N O - A D R I A N E A 13 3

232 W . JENS 1 9 6 9 , 4 2 0 ; R. SYME, 1 9 7 9 , 5 4 7 ss.

233 H . W . BENARIO, 1 9 6 4 , 1 0 0 ; A . GARZETTI, 1 9 7 6 ; E. OLSHAUSEN, 1 9 8 7 , 3 0 5 : con Tácito, re­

conciliación ¿'¿erto-Principado. 234 Marcial, Ep. 5 , 1 9 ; 9 , 6 y 8 ; muy diferente del último libro, donde le repudia para poder

subsistir en una época en la que la figura de Domiciano ha quedado maldita.

activa del Senado, que precisamente intenta mantener su imagen intacta a ttavés de la propaganda literaria de los miembros del ordo senatorial.

Las fuentes senatoriales son extraordinariamente sensibles a la defen­sa de la institución senatorial y de sus competencias como garantía de que no se ha perdido la libertas republicana. Para Tácito, como para muchos otros autores de la época, la libertas es un ingrediente indis­pensable de la paz interior entendida como quies y otium''-^^. Pero esa reivindicación de la antigua libertas no tiene por qué significar necesa­riamente un deseo de retroceso del sistema político hacia fótmulas re­publicanas, sino que armoniza con el gobierno unipersonal de un Prínci­pe ideal, que Plinio se empeñaría en identificar con Trajano.

En cualquier caso, es evidente que también para Tácito existen bue­nos y malos príncipes. Tiberio es el caso extremo de gobernante innoble, que perturba con su negligencia y cobardía la tranquilidad interior, con­siguiendo una paz indigna y cruel. Pero frente a las acusaciones de opo­sitor al Principado, parece mucho más acertada la idea de una oposición a determinados Príncipes, tal como lo han visto algunos autores^33.

La tónica general del reinado de Trajano se podría resumir así: paz in­terior y victoria exterior; la primera acompañada de una continua apa-fiencia de respeto por el Senado, de libertades públicas y de prosperi­dad; la segunda, entendida en términos de expansión territorial y como vehículo ide esa prosperidad interior. Frente a esto, la concordia guarda­da por Adriano tanto en el seno de la sociedad romana como en las rela­ciones con otros pueblos, tiene su expresión oficial en multitud de acu­ñaciones con diferentes matices de la misma; concordia en la sucesión, en la dinastía imperial (asociada a spes), en el ejérciro, en el Senado y la propia corcordia Aug.

2.4.3. Felicitas temporum

La «Edad de Oro» representada en monedas del año 121 es el eje de la propaganda que se impulsa desde el poder durante la época de Traja-no y Adriano. Puede encontrarse un precedente cercano en Marcial a propósito de Domiciano, cuyo reinado es una época feliz para Roma por estar gobernada por un príncipe victorioso y grande 2 3 4 .

Para la aristocracia senatorial, la felicitas temporum empieza con Tra­jano. En realidad existe gran contradición entre dos supuestos: por una parte, la frecuencia con que las fuentes de la época hacen referencia al crecimiento del Imperio y la consiguiente llegada de riqueza y de cos-

134 M. » PILAR GONZÁLEZ-CONDE

Dión Cassio 68, 7, 1, a propósito de que Trajano gastó grandes sumas en trabajos de paz y también de guerra.

J. A. GARZÓN, 1988a e id., 1988b, 169, dice que parece responsable de la incorporación de abundantia al culto oficial, tal como aparece en el arco siguiendo los tipos monetales, en los que se asocia a leyendas de REST.ITALIA, ALIM.ITALIA, etc.

H . KXOFT, 1970, A. U. STYLOW, 1972.

238 E . PETERSEN, 1892, 239-264; S. SNIJDER, 1926, 94-128; P . VEYNE, I960; F. J . HASSEL,

1966; A. LEPPER, 1969, 250-261; K. FITTSCHEN, 1972, 742-788; T. LORENZ, 1973; M. RoTiu, 1973;

W. GAUER, 1974, 308-335.

239 J. A. GARZÓN, 1988a, afiíma que Adriano tiene prisa por dar a conocer sus actos en el limes.

tumbres extranjeras como causa de la decadencia de los tiempos; por otro lado, la línea oficial del reinado de Trajano, que inrerpreta las vicrorias exteriores y la expansión imperial como un vehículo que pro­porciona la prosperidad y el bienestar social, y con ello la llegada de tiempos felices.

La idea de la felicitas temporum tiene que ir necesariamente acom­pañada de una sensación de prosperidad y con ello, de un necesario cul­to a la abundantia, que se plasma en realizaciones concretas a través fundamentalmente de dos campos: la asistencia social por medio de los alimenta, y las construcciones públicas ^ 3 5 . Trajano cuidó los dos campos, especialmenre en determinados momentos de su reinado en que era necesario demostrar que los sacrificios de las guerras habían dado fruto. Las emisiones numismáricas recogen estas actividades del Emperador cu­ya importancia, de otro modo, no trascendería los límites de la propia Italia 236 . Por lo que se refiere a las liberalidades imperiales 2 3 7 , además de sus correspondientes testimonios epigráficos, se emiten monedas que recuerdan no sólo la generosidad del cesar, sino también, y lo que es más importante, la posibilidad de ejercer esa generosidad porque hay re­cursos para ello.

Los dispendios en construcciones públicas tienen un impacto directo en Roma, pero además el Emperador se ocupó de que se acuñara un gran número de emisiones con todas las construcciones del momento, incluso en ocasiones antes de su inauguración oficial, como medio de dar a cono­cer esta actividad también en las provincias; las monedas recuerdan repe­tidas veces el foro trajaneo, la columna, el arco de triunfo, el puerto de Ostia, el aqua Traiana, la uia Traiana, el puente sobre el Danubio, ere. La mayor parte de estas construcciones se reahzan en Roma duranre los años de permanencia del Emperador en la Urbe, enrre la victoria dácica y la aventura oriental. Debieron originar una actividad febril, porque enrre 111-113 d.C. se inauguran casi todas, de forma que la empresa quedaba completa cuando Trajano sale para Oriente. Precisamente en ese contexto se incluye el arco de Benevento 2 3 8 , uno de cuyos lados está dedicado a la pohtica interior, donde el Emperador aparece como evergeta.

En contrasre con esta línea, las monedas orienrales del 118 con Felici­tas y Victoria'^"'') apuntan un sentido de esta victoria diferente al reinado

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA UTERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 135

do Marcial, Ep. 11, 5; E. CIZEK,_1983, 221 ss., cuya interpretación de la base ideológica de la política interior de Trajano se puede resumir así; la política interior trajanea se basa en la ciuilitas; Trajano es un ciuis, y la ciuilitas será el centro de su programa. Es el prototipo de homo Romanus (Eutropio 8, 2, sobre correlación entre ciuilitas y fortitudo), con los deberes de un ciudadano nor­mal, y además un papel de padre (Plinio, Paneg. 2, 4-7), con las virtudes del ideal tornano: fides hacia las tradiciones, moderatio, humanitas, iustitia y dementia.

2 « B. LiCHOCKA, 1974. H . COTTON, 1984, 245-266; sobre Adriano, R. PERA, 1980, 237-246.

anterior. Se impone ahora una nueva forma de entender el Imperio; la paz externa se proyectará en una tranquilidad interna. La utilización del tema se intensifica en acuñaciones de los últimos años de Adriano, en muchas ocasiones con la expresión Felicitas Aug., a lo que se añade una innovación propia de la numismática adrianea, cual es la presencia de la Hilaritas. También en este sentido, hay que destacat Jas acuñaciones adrianeas con el tema de Roma portando armas (Roma Victrix), pero con el epíteto Felix; se trata en cierto modo de un reempleo en el que la Roma Victrix no desaparece, pero es en gran medida sustituida por Ro­ma Felix o Roma Aeterna. Junto a ello, la Liberalitas es especialmente abundante, como medio de demostrar que la prosperidad no tiene que ir unida necesariamente a la victoria exterior.

2.4.4. lustitia y paz interior

Éste es un elemento que, desde la virtud estoica, tiene que presidir siempre los actos de guerra y de paz del Emperador y de todos aquellos que, de una forma u otra, detentan el poder. La justicia es necesatia en las relaciones con los ciudadanos. El Príncipe ideal de Plinio y de Dión de Prusa, aunque diferente en ambos retratos, coincide en la condición de soberano justo, cualidad que también transmite Marcial evocando a Numa 2 4 0 .

En monedas de Ttajano la justicia aparece vinculada a la concordia (en cuanto paz interior) y en las de Adriano a pax^'^'^; constituye esto otro elemento de diferenciación del concepto de paz, porque la paz ex-teiior trajanea discurre especialmente unida a la clementia''-^^.

2.4.5. La paz provincial y las cartas de Plinio

Las cartas del senador Plinio son una fuente bastante completa sobre las relaciones entre gobierno central y gobernador provincial, relaciones que contemplan la justicia como elemento indispensable de unión. Si la justicia falla por alguna de las dos partes, se genera un conflicto de inte­reses al que conviene imponer una solución jurídica.

La paz y los conflictos provinciales están tratados en Plinio desde dos puntos de vista: como abogado implicado en juicios entre un goberna­

136 M. " P I L A R G O N Z Á L E Z - C O N D E

Plinio, Ep. 6 , 2 9 , donde dice actuar al modo de Thrasea, es decir, defendiendo a los ami­gos y a quienes no tienen defensoi.

j . F. RODRÍGUEZ NEILA, 1978, 2 3 1 - 2 3 8 .

2 « Plinio, Ep. 2 , 11 y 1 2 (África); Ep. 4 , 9 y 5 , 2 0 (Bitinia); Ep. 7 , 3 3 y 3 , 4 y 9 (Bética). 246 Marcial, Ep. 1 2 , 9 ; 1 2 , 9 8 ; 1 2 , 1 0 0 s. respectivamente. Para el primero, W . EcK, 1 9 8 2 ,

332-335 = 9 9 / 1 0 0 - 1 0 1 / 1 0 2 . 247 Plinio, Ep. libro 1 0 , aunque hay algunas cartas anteriores a la estancia en Bitinia. J.

GAUDEMET, 1 9 6 5 , 3 3 5 - 3 5 3 ; A . N . SHERWIN-WHITE, 1 9 6 6 .

248 B. LEVICK, 1 9 7 9 , 1 2 1 ss., sobre el conttol imperial directo en las provincias, a propósito de Plinio, y de Dión Cassio.

dor y su provincia, y corno gobernador provincial que fue en Bitinia du­rante algunos años.

Plinio habla de sus intervenciones en calidad de abogado de una de las partes, no siempre la misma, por motivos que él mismo justifica^^J; defiende a la Bética en dos ocasiones, y a los acusados en tres^"'''. Com­partió con Tácito la tarea de defender a la provincia de África contra Marius Priscus, a quien defendían C. Saluius Liberalis y Ti. Catius Pron­to. Asimismo, participó en dos juicios defendiendo a acusados por la provincia de Bitinia, respectivamente a C. lulius Bassus y Varenus Ru­fus; y también como defensor de la Bética en las acusaciones de la pro­vincia conrra Baebius Massa y contra Caecilius Classicus^'^''. Aunque si­gue esa línea de actuación que él mismo ha definido, y que le lleva a ayudar a los amigos, esto no le impide reconocer que en algunas oca­siones los gobernadores han violado la legalidad, aunque riende a ser condescendienre con los de su rango siempre que no se trate de eviden­tes abusos e injusticias. El ejemplo de un cargo desempeñado con honra­dez se encuentra, según Plinio, en Egnatius Marcellinus (Ep. 4, 12), quien siendo cuestor de una provincia, evirò quedarse con un sueldo que no le correspondía.

Para un hispano como Marcial, son ejemplos de buen gobierno pro­vincial A. Cornelius Palma Prontonianus en la Citerior y Q. Baebius (?) Macer en la Bética - ^ porque ambos consiguen que las provincias bajo su mando conozcan riempos de paz y felicidad.

Como gobernador de Bitinia, intercambió correspondencia con el Emperador en un período que corresponde aproximadamente a los años 111-113· Es de suponer que no todos los mandos provinciales tendrían un conracro tan directo con el Emperador en asuntos de no de­masiada trascendencia. Plinio consulta al Emperador acerca de los asun­tos más variados: temas municipales, obras públicas, aspectos económicos y sociales, recomendaciones, y en general problemas de interpretación de la ley. Esta estrecha relación se explica por la cercanía personal y política entre ambos ^^s.

La paz provincial tomará un nuevo senrido bajo Adriano; la cercanía física del Emperador a los provinciales, posible gracias a los continuos

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 137

2.5. RECAPITULACIÓN

El binomio guerra-paz es omnipresente en las obras de los escritores de finales del siglo I y comienzos del II d.C. No es una circunstancia propia de ese período, sino fruto de una tradición, a ttavés de la cual se han llegado a clasificar casi todos los hechos históricos en claves de guerra y paz. El estoicismo contribuye a ello, canalizando todo hacia la búsqueda de la uirtus en un sentido total, como medio de justificar el proceder histórico de Roma. Las fuentes literarias del momento están inmersas en esa corriente de influencia y a su vez reflejan la preocupa-

2*.» La versión más actualizada sobre estos viajes en R. SYME, 1 9 8 8 , 1 5 9 - 1 7 0 . H. V. INSTINSKY, 1952. Para la relación con el ejército, una obra fundamental es J. B.

CAMPBELL, 1984.

" 1 Pronto, Pñnc. Hist. 10-11; sobre esto, R. W. DAVIES, I968, 75-95. También a propósito del poder que tiene quien controla el ejérciro se pueden citar las palabras de Adriano recogidas en Vita Hadr. 1 5 , 3; non recte suadetis, familiares, cui non patimini me illum doctiorem omnibus credere, qui habet triginta legiones.

2 " Vita Hadr. 3, 6 y 9 ; 4, 7-8; 10, 6; 11, 1-2; 21, 8-9; 26, 2.

viajes de éste^^^, que dotan al gobietno imperial de un carácter más uni­versalista, y que no dejó de utilizarse en la ptopaganda oficial a ttavés de la numismática.

2.4.6. El ejército como vehículo de la paz adrianea

La política de paz de Adriano tiene una faceta nueva con respecto a su predecesor, que consiste en la utilización del ejército como vehículo pata la paz, no sólo de guerra. Se trata de la búsqueda de estabilidad intetioi mediante una imagen de fortaleza del Emperador como deten­tador del control militar y su consiguiente reforzamiento político ^'o.

La propaganda oficial transmite una imagen de Adriano como exper­to conocedor de las artes de guerra y del elemento militar 2 5 1 , así como de hombre capaz él mismo en esas cuestiones, de manera que su bús­queda de la paz se presenta como cohetencia política y no como debili­dad de un individuo ajeno al ámbito militar. La idea aparece en las fuentes y también en las acuñaciones monetales; asimismo, pasa a la tra­dición literaria posterior, de forma que Dión Cassio transmite declara­ciones de Adriano a propósito de que no hay nada de la guerra y la paz que él no conozca (69, 3 ,2 ) ; sobre todo, ayuda a reforzar la imagen de fortitudo del monarca frente a los bárbaros (69, 9, 5). En la Historia Augusta no faltan estos argumentos sobre los conocimientos militares de Adriano y su interés por mantener en pie la potencia militar romana 2 5 2 .

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ción social de la que son portavoces, agravada por una situación política poco tranquilizadora; se añade la tetrible experiencia de una guerra civil (la del 68) de la que aún quedan muchos supervivientes.

Existe cierta complicidad entre los escritores del momento pertene­cientes al rango senatorial, y por lo tanto más cercanos al poder, en el sentido de que forman parre del proyecto político que se está llevando a cabo, proporcionándole un apoyo ideológico. Resulta evidente la posi­ción de Plinio a favor de Trajano, aunque con algunas prevenciones. La postura de Tácito frente a la realidad pohtica que le toca vivir no está tan clara, y se agrava especialmente por las matizaciones que se han querido introducir en la evolución del auror desde sus primeras obras menores hasta los últimos libros de los Annales. En la visión tacitea sobre relaciones intetnacionales se aprecian muchos elemenros que no enrran en conrradicción con un posible apoyo a Trajano; algunas afirma­ciones son de una oportunidad política tal que hace difícil pensar en un alejamiento de las posruras del poder imperial. La obra tacitea propor­ciona una visión bastante completa del sentido que las relaciones inrer­nacionales tienen para un senador romano de su época, desde la Germa­nia hasta sus obras posteriores.

El tema de la guerra presenta un tratamiento detallado en los auto­res del momenro. Una valoración erica de la misma lleva a la diferen­ciación entre guerra justa e injusta; la primera sería la que se lleva a ca­bo por necesidades de defensa del territorio y por el interés público; la segunda, por indignas ambiciones personales o colectivas; una y otra se asocian, respectivamente, a la guerra exrerior y a la guerra civil.

Exisre una latente contradicción en las fuentes sobre el tema de la guetra; por una parte se ve como algo inevitable para la seguridad del Imperio, aunque los diferentes autores coinciden en señalar sus desgra­ciadas consecuencias; por otro lado, se produce un fenómeno de subh-mación de la victoria que, si bien no es nuevo en el mundo romano, sí adquiere caracreres originales en paralelo con lo que se ha denominado «teología de la victoria imperial», favorecida por Trajano. Junro a esto, la visión del héroe militar identificado con el Emperador encuenrra su doble expresión en el Panegírico de Plinio y en un oriental como Dión de Prusa, para sufrir una evolución en la propaganda oficial adrianea ha­cia «el hombre de paz, pero poseedor de valores militares», que respon­de a intereses coyunturales.

La paz se valora en las fuenres desde un punro de vista ético según el siguiente esquema: es siempre deseable y necesaria desde un punro de visra teórico; tiene un sentido particular en la visión romana del mundo asimilada a la paz de la civilización romana (pax Romana); en la prácti­ca, existe también un aspecto negativo de la paz, cuando no concuerda con libertas y uirtus, que ha sido especialmente tratado por Tácito (longa pax emoliens y saeua pax).

LA PAZ Y LA GUERRA EN LA LITERATURA DE ÉPOCA TRAJANO-ADRIANEA 139

La figura del emperador como garantía de paz está siempre presente, aunque sufre una transformación: desde «la paz en la victoria» de Traja-no, hasta la «prosperidad en la paz» de Adriano.

La paz exterior ocupa el centro de un debate político que se plasma en la elección de nuevo emperador tras la muerte de Domiciano y que culmina con el triunfo temporal del sector pro-expansionista que apoya a Trajano y la consiguiente ruptura traumática del equilibrio fronterizo. Desde este punto de vista hay dos momentos significativos, en los que una serie de sustituciones personales reflejan el conflicto interno: el año 112, con el giro de la política trajanea y la preparación de la empresa oriental; y el 117-118, con la «decapitación» del sector más radical favo­rable al expansionismo territorial. Floro expresa la nueva concepción: de­fensa del expansionismo republicano, pero sin aceptar su adecuación al momento presente.

La paz interior, entendida como concordia en todos los órdenes, se asimila a conceptos como quies y tranquillitas, proporciona estabihdad interna, y sólo se consigue en unión de libertas y iustitia. El pasado se evoca como modelo moral (individual y social) a imitar.

La propaganda oficial crea la ficción de una felicitas temporum, que contrasta con las referencias en algunas fuentes literarias (Marcial, Juve­nal) sobre las dificultades de supervivencia de una gran parre de la plebe de Roma y de las provincias.

La paz interior se regula a través de las instituciones, el Príncipe y el Senado. Con Adriano aparece un nuevo y original sentido del ejército como vehículo de paz: su preparación garantiza la seguiidad del Impe­rio, pero mediante una continuada inactividad bélica exterior; su sola presencia garantiza la paz.