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17 Estudio preliminar Por ADRIÁN O. RAVIER*I NTRODUCCIÓN Como lo indica su título, este libro se propone introducir al lector a la «economía austriaca contemporánea», y lo hace de una manera sistemática, breve, como no se ha desarrollado antes en otro ejemplar. Uno puede pensar que el destinatario de este volumen es el economista académico tradicional que desea conocer la tradición austriaca y en particular lo que la hace única y di- ferente. Sin embargo, el volumen atrapará también a los aus- triacos que ya hayan realizado un estudio formal de las ideas de la tradición, puesto que cada capítulo logra sintetizar y sistematizar teorías fundamentales que a la vez se extienden a variados campos de aplicación. Está coordinada por el profesor Peter J. Boettke, quien ya tiene escrita una vasta obra en distintos campos, pero cada uno de sus capítulos fueron escritos por una nueva generación de economistas de esta tradición que él mismo contribuyó a formar y que hoy ocupan lugares destacados en cátedras de economía de prestigiosas universidades. 1* El autor es doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Economía en la Escuela de Negocios de la Universi- dad Francisco Marroquín y en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa.

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Estudio preliminarPor ADRIÁN O. RAVIER*1

INTRODUCCIÓN

Como lo indica su título, este libro se propone introducir al lector a la «economía austriaca contemporánea», y lo hace de una manera sistemática, breve, como no se ha desarrollado antes en otro ejemplar.

Uno puede pensar que el destinatario de este volumen es el economista académico tradicional que desea conocer la tradición austriaca y en particular lo que la hace única y di-ferente. Sin embargo, el volumen atrapará también a los aus-triacos que ya hayan realizado un estudio formal de las ideas de la tradición, puesto que cada capítulo logra sintetizar y sistematizar teorías fundamentales que a la vez se extienden a variados campos de aplicación.

Está coordinada por el profesor Peter J. Boettke, quien ya tiene escrita una vasta obra en distintos campos, pero cada uno de sus capítulos fueron escritos por una nueva generación de economistas de esta tradición que él mismo contribuyó a formar y que hoy ocupan lugares destacados en cátedras de economía de prestigiosas universidades.

1* El autor es doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Economía en la Escuela de Negocios de la Universi-dad Francisco Marroquín y en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa.

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Como buen manual, el libro presenta sistemáticamente aspectos generales de la economía, de la microeconomía y de la macroeconomía, pero se concentra específi camente en aquello que hace único al paradigma. A saber, que la econo-mía es una ciencia donde sólo los individuos eligen; que el estudio del orden de mercado es fundamentalmente sobre el comportamiento del intercambio y las instituciones dentro de las cuales tienen lugar estos intercambios; y que los «hechos» de las ciencias sociales son lo que la gente cree y piensa. En el campo de la microeconomía enfatiza que la utilidad y los costes son subjetivos; que el sistema de precios economiza sobre la base de la información que la gente necesita para el proceso de toma de decisiones; que la propiedad privada de los medios de producción es una condición necesaria para el cálculo económico racional; y que el mercado competitivo es un proceso del descubrimiento empresarial. En el campo de la macroeconomía nos recuerda que el dinero es no–neu-tral; que la estructura del capital se compone de bienes he-terogéneos que tienen usos múltiples y específi cos que de-ben ser alineados; y que las instituciones sociales a menudo son el resultado de la acción humana, pero no del designio humano. Boettke agrega un delicioso capítulo fi nal donde suma aspectos de la relevante metodología austriaca, con su característico apriorismo y enfocada en el ser «humanamen-te» racional, aspectos que no encuadra solo como distintivos de la tradición, sino también como aspectos presentes en la economía de Adam Smith e incluso Frank Knight.

Mi objetivo en este estudio preliminar no es resumir el libro. Ya los autores de los distintos capítulos se han preocu-pado por sistematizar las distintas teorías y sus aplicaciones en un espacio breve. Mi objetivo es más bien complementar el estudio «de manual», sistemático, que ofrecen los autores, con un estudio evolutivo que comprenda los autores y las ideas centrales desarrolladas por esta tradición. Debo antici-

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par que Boettke lo hace sintéticamente en el capítulo fi nal, pero quisiera agregar aquí profundidad a ese aspecto, ade-más de rastrear las raíces proto–austriacas de esta tradición.

Algunos de estas afi rmaciones pueden discutirse y quizás el propio Boettke tenga aclaraciones para agregar a lo que a continuación afi rmaré —especialmente a las raíces griegas y escolásticas de la tradición austriaca—, pero como dice en su propio capítulo fi nal la Escuela Austriaca no es un pensa-miento homogéneo que hay que repetir o del cual debemos preocuparnos por no desviarnos, sino que es un programa progresivo sobre el que debemos refl exionar y abrir a nue-vas discusiones.

Aclarado esto, diré que la tradición Austriaca encuentra raíces en los pensadores pre–socráticos de la Antigua Grecia, en Juan de Mariana y la Escuela de Salamanca, en las con-tribuciones del irlandés Richard Cantillón, en la Fisiocracia y el laissez faire francés, en el pensamiento escocés de Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson y en la Escuela Clásica británica que reunió a los «primeros economistas teóricos» a partir del último cuarto del siglo XVIII. Además, podría desta-carse con cierto paralelismo cronológico a los autores clási-cos de las Ciencias Políticas, que desarrollaron una literatura específi ca sobre los límites al poder y el control al Leviatán, nutriendo e infl uenciando los escritos de fi losofía política de los autores austriacos.

La tradición austriaca, sin embargo, surge como «Escuela» en Viena recién a fi nes del siglo XIX, tomando en general a 1871 como el año de su fundación. Su máximo esplendor lo alcanza entre la segunda y tercera década del siglo XX especialmente con las contribuciones de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, aunque luego —entre 1940 y 1970— sus autores principales caen en el aislamiento. El resurgimiento de los años 1970 le devuelve a esta Escuela algo de protago-nismo, abriendo poco después una etapa de oportunidades

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para desarrollos modernos en distintos campos de estudio de la economía.

Nos proponemos en este escrito sistematizar las raíces y las ideas de los autores de la Escuela Austriaca y la defensa de varios de sus exponentes a favor de la libertad, aspecto que no debe entenderse como dogmatismo, sino como una posición consecuente del análisis desarrollado. Nutriremos este estudio preliminar con referencias a las obras clásicas de la tradición, pero también con el contenido de algunas de las sesenta entrevistas desarrolladas a autores austriacos o «compañeros de viaje», las que fueron compiladas en tres volúmenes (Ravier, 2011a, 2011b, 2013).

Es nuestro objetivo que el lector encuentre en este estu-dio preliminar un acercamiento a la Escuela Austriaca que complemente a la exposición del libro.

I. LAS RAÍCES DE LA ESCUELA AUSTRIACA

Sería un error tratar la fundación y desarrollo de la Escuela Austriaca, fuera del contexto de la fi losofía occidental que surge en la Antigua Grecia. Como afi rmó alguna vez el pro-fesor Ezequiel Gallo en relación a la tradición del orden es-pontáneo de Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson, «nada hubiera resultado más incómodo al espíritu de la obra de nuestros tres autores que suponer que su pensamiento no es heredero de tradiciones anteriores. Aceptar esto hubiera sido negar los fundamentos en que descansa todo pensa-miento de raigambre evolucionista.» (Gallo 1987, en Ravier 2012a, pág. 128)

Pero un intento por rastrear estas raíces será necesaria-mente incompleto. No contamos, ni contaremos jamás, con la cadena de información necesaria para reconstruir la red de infl uencias que recibieron los autores centrales de esta

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tradición. Consciente de estas limitaciones, trataremos igual-mente de formar una línea evolutiva que intente presentar consistentemente la línea de pensamiento económico y polí-tico de la cual nuestros autores son herederos.

1. Raíces en la Antigua Grecia

En tal sentido, parece correcto comenzar por la Antigua Gre-cia, y en particular con los autores pre–socráticos, pues allí «se inicia la epopeya intelectual que construyó los cimientos de la civilización occidental». Hesíodo, por ejemplo, explicó en el siglo VIII a.C. —a través de algunos poemas— que «la escasez es una constante en todas las acciones humanas y cómo la misma determina la necesidad de asignar de ma-nera efi ciente los recursos disponibles.» […] «Tras Hesíodo, destacan los fi lósofos sofi stas [como Demócrito, Protágoras, Tucídides, Demóstenes y Jenofonte] que, a pesar de la mala prensa que han tenido hasta hoy, fueron ciertamente mucho más liberales, al menos en términos relativos, que aquellos grandes fi lósofos que vinieron después. En efecto, los so-fi stas simpatizaban con el comercio, el ánimo de lucro y el espíritu empresarial, desconfi ando del poder centralizado y omnímodo de los gobiernos de las ciudades estado» (Huerta de Soto 2008, en Ravier 2012a, p. 25).

Sócrates y Platón, por el contrario, no fueron capaces de comprender la naturaleza del fl oreciente proceso mercantil y comercial que vivieron y disfrutaron en Atenas. Varios estu-diosos de la historia del pensamiento destacan en Platón sus ataques a la propiedad privada, su alabanza de la propiedad común, su desprecio por la institución de la familia tradicio-nal, su concepto corrupto de la justicia y su teoría estatista y nominalista del dinero. En suma, su ensalzamiento de los ideales del estado totalitario de Esparta.

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Frente a ello, nos enseña Murray Rothbard (1995, pp. 43–44), Aristóteles tuvo una mirada opuesta, ofreciendo prema-turos argumentos en favor de la propiedad privada.

1. La propiedad privada es mucho más productiva, y por tanto facilita el progreso. Los bienes que son poseídos en común por un elevado número de personas reciben poca atención, puesto que la gente tiende a guiarse por su propio interés y descuida cualquier obligación cuyo cumplimiento pueda dejarse a otros. Por contraste, uno presta el mayor interés y cuidado a lo que es de su exclu-siva propiedad.

2. Uno de los argumentos de Platón para favorecer la pro-piedad comunal es que ésta supuestamente conduce a la paz social, puesto que nadie envidiará o intentará hacerse con la propiedad del otro. Aristóteles replica que la pro-piedad comunal conducirá más bien a un confl icto conti-nuo y agudo, puesto que cada cual se quejará de que ha trabajado más duro que los demás y ha obtenido menos que otros que han trabajado poco y se han aprovechado más del fondo común.

3. La propiedad privada está fuertemente implantada en la naturaleza humana: en el hombre, el amor a sí mismo, al dinero y a la propiedad están íntimamente ligados en un afecto natural a la propiedad exclusiva.

4. El gran observador del pasado y el presente que es Aris-tóteles no deja de apuntar que la propiedad privada ha existido siempre y en todas partes. Intentar imponer la propiedad comunal en la sociedad supondría menospre-ciar lo que es resultado de la experiencia humana para aventurarse en algo nuevo e inexplorado. Abolir la pro-piedad privada probablemente acabaría creando más problemas de los que resolvería.

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5. Sólo la propiedad privada posibilita actuar moralmente, esto es, practicar las virtudes de la benevolencia y la fi -lantropía. Forzar a una propiedad comunal destruiría tal posibilidad.

Claro que Aristóteles no pudo apartarse por completo del pensamiento de Platón, y lo siguió en su lectura del inter-cambio como un juego de suma cero donde lo que uno gana, el otro lo pierde, además de condenar el lucro y los préstamos de dinero a interés como usura. Pero su defensa de la propiedad privada debiera ser considerada una de las piedras fundamentales en la tradición austriaca moderna.

2. Juan de Mariana y la Escuela de Salamanca

El pensamiento de Aristóteles fue re–descubierto por San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino (1224–1274). El pensamiento de Aristóteles, sobre todo en metafísica y an-tropología, era manejado por los árabes y mirado con recelo en ambientes cristianos. En economía Santo Tomás no se logra desprender de la crítica aristotélica al libre mercado, el intercambio, el lucro o el préstamo de dinero a interés. Esto se replicará también en casi toda la escolástica.

La excepción, quizás, la constituyeron los pensadores de la Escuela de Salamanca. A partir del trabajo de Marjorie Grice–Hutchinson (1952), surge una extensa literatura que busca revalorizar el pensamiento de Salamanca como raíz del pensamiento austriaco, incluyendo a Joseph Schumpeter (1954), Raymond de Roover (1958), Murray Rothbard (1976a, 1995), Alejandro Chafuén (1986), Leland Yeager (1996) y Je-sús Huerta de Soto (1999, en Ravier 2012a), entre otros.

Juan de Mariana (1536–1623), por ejemplo, fue quizás el principal exponente de la Escuela de Salamanca y su libro

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Sobre el rey y la institución real de 1598 ofrecía un análisis donde el derecho natural es siempre moralmente superior al poder de cada estado. Esta idea Mariana la tomaba del dominico Francisco de Vitoria (1498–1546) quien alcanzó su fama por ser el primer escolástico español en denunciar la esclavización de los indios en la recién descubierta América.

Juan de Mariana también escribió sobre la alteración del dinero, trabajo que se tradujo al español bajo el título Tra-tado y discurso sobre la moneda de vellón que al presente se labra en Castilla y de algunos desórdenes y abusos. En este libro Mariana distingue entre el rey justo y el tirano argu-mentando que los bienes de los vasallos no son propiedad del rey y que la aplicación de impuestos requiere de previa aceptación de los ciudadanos. Mariana explica además que el valor de las cosas se encuentra en la estimación subjetiva de los hombres y denuncia la práctica de reducir el conte-nido de metal noble en las monedas como una forma de infl ación.

A modo de síntesis de las ideas centrales que los mo-dernos austriacos encuentran en la Escuela de Salamanca y que deben ser motivo de nuevas investigaciones, podemos citar a Jesús Huerta de Soto (1999, en Ravier 2012a, p. 48): «primero, la teoría subjetiva del valor (Diego de Covarrubias y Leyva); segundo, el descubrimiento de la relación correcta que existe entre precios y costes (Luis Saravia de la Calle); tercero, la naturaleza dinámica del proceso de mercado y la imposibilidad del modelo de equilibrio (Juan de Lugo y Juan de Salas); cuarto, el concepto dinámico de competencia en-tendida como un proceso de rivalidad entre los vendedores (Castillo de Bobadilla y Luis de Molina); quinto, el redescu-brimiento del principio de la preferencia temporal (Azpilcue-ta); sexto, la infl uencia distorsionadora que el crecimiento infl acionario del dinero tiene sobre la estructura relativa de los precios (Juan de Mariana, Diego de Covarrubias y Martín

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de Azpilcueta); séptimo, los negativos efectos económicos que produce o genera la banca con reserva fraccionaria (Luis Saravia de la Calle y Martín de Azpilcueta); octavo, el hecho económico esencial de que los depósitos bancarios forman parte de la oferta monetaria (Luis de Molina y Juan de Lugo); noveno, la imposibilidad de organizar la sociedad mediante mandatos coactivos debido a la falta de la información que se necesita para dar un contenido coordinador a los mismos (Juan de Mariana); y décimo, el tradicional principio liberal según el cual el intervencionismo injustifi cado del estado so-bre la economía viola el derecho natural (Juan de Mariana).»

No está demás señalar que existen lecturas opuestas de estos mismos autores como la desarrollada por Juan Carlos Cachanosky (1994 y 1995) en su tesis titulada Historias de las teorías del valor y del precio, Parte I y II. Lo cierto es que las raíces escolásticas de la escuela Austriaca aun son difíciles de rastrear, pero la literatura mencionada abre la puerta a nuevas investigaciones que puedan conectar la obra clásica austriaca con estos y otros trabajos del siglo XVI.

3. Las contribuciones de Richard Cantillón

La Conquista de América y las Nuevas Monarquías son acom-pañadas en el siglo XVI y XVII por el nacimiento y desarrollo del pensamiento mercantilista, fundado en los panfl etos de ciertos comerciantes que abogaban por políticas proteccio-nistas. La literatura ha dedicado mucho espacio a los fi siócra-tas y el laissez faire, pero poca atención ha recibido el irlan-dés Richad Cantillón. Lo cierto es que no se ha encontrado aun material bibliográfi co previo a Cantillón (1755) que haya desmantelado la argumentación proteccionista mercantilista. Las referencias de William Stanley Jevons (1881), Friedrich Hayek (1931 y 1985) y Joseph Schumpeter (1954), constitu-

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yen más bien la excepción, aunque han ayudado a refl otar el interés por revalorizar sus contribuciones.

Cantillón para nosotros reviste especial atención por sus sucesivas contribuciones a cuestiones metodológicas y de epistemología de la economía; también a cuestiones de mi-croeconomía como la determinación de los precios, la in-certidumbre y la función empresarial, pero además por sus contribuciones al campo monetario y de ciclos económicos. (Ravier, 2011c)

Aun a día de hoy, la literatura austriaca nos habla del efecto Cantillón como un elemento complementario a la teoría austriaca del ciclo económico. (Hayek 1931, Garrison 2001, Ravier 2010)

La infl uencia de Cantillón se extendió más tarde a los fi siócratas, a Adam Smith y los autores escoceses y clásicos, a la Escuela de Chicago, la Escuela Austriaca y a otros mo-vimientos. Es difícil pensar en una tradición de pensamiento que no deba nada a la infl uencia de este autor.

4. La Fisiocracia y el Laissez faire

Revalorizar a Cantillón no debiera ir en detrimento de desta-car el laissez faire francés de François Quesnay (1694–1774) y Anne Robert Jacques Turgot (1727–1781). Poco después de la publicación del Essai de Richard Cantillón, a mediados del siglo XVIII, los fi siócratas formaron lo que posiblemente sea la primera escuela de pensamiento económico. Su contribu-ción estuvo más concentrada en la política económica, que en la teoría económica. Fueron quizás los más infl uyentes economistas interesados en desmantelar las políticas pro-teccionistas mercantilistas. Exigieron la libertad de empresa tanto dentro del país, como en el comercio exterior, recla-mando el fi n de los subsidios, los privilegios de monopolio

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y las restricciones. En tales circunstancias, el comercio y la agricultura fl orecerían.

No puede negarse la infl uencia que estos autores recibie-ron de Cantillón, pero contribuyeron con nuevos y podero-sos argumentos para mostrar las falacias mercantilistas. En particular, aquella que pretendiera que la nación alcance una balanza comercial favorable por medio de vender mucho a países extranjeros, mientras se limitan las compras de estos mismos mercados. Dejaron en claro que vender y comprar son dos caras de la misma moneda, anticipándose a lo dicho por Adam Smith en La Riqueza de las Naciones (1776). En el ámbito monetario, explicaron que la acumulación de dinero no es crucial para alcanzar la riqueza, ya que éste sólo es un medio de intercambio que permite cambiar bienes por otros bienes reales.

Los fi siócratas no sólo fueron teóricos que elaboraron panfl etos anti–mercantilistas. Además, se ocuparon en la práctica de desmantelar la política económica proteccionista. Turgot, por ejemplo, fue nombrado ministro de Finanzas en 1774, tomando rápidamente la decisión de liberar la impor-tación y exportación de granos, aprovechando el preámbulo de su edicto para redactar bajo una argumentación fi siocráti-ca el por qué de la medida.

La Escuela sólo duró dos décadas, hasta los años 1770, por dos factores desencadenantes: el primero, la muerte de Quesnay en 1774; el segundo, la publicación de La Riqueza de las Naciones en 1776.

5. El pensamiento escocés y la tradición del orden espontáneo

El tratamiento que Adam Smith recibe en la moderna tradi-ción austriaca es materia de polémica (Véase en particular Murray Rothbard 1995). Por un lado, hay que recordar que

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Adam Smith y los clásicos desarrollaron su pensamiento eco-nómico sobre la base de una teoría del valor trabajo que les impidió resolver la paradoja del agua y los diamantes. Por otro lado, hay que recordar también que la revolución mar-ginal de la cual forma parte Carl Menger como fundador de la Escuela Austriaca, es justamente una respuesta crítica a esa idea base–fundamental.

Si se toman en cuenta los desarrollos teóricos previos, entonces la novedad introducida por Adam Smith no parece tan amplia como en general se asume. Si se acepta además que las raíces en la Escuela de Salamanca fueron claras en la comprensión de los diez elementos básicos señalados más arriba por Jesús Huerta de Soto, entonces Adam Smith no sólo no introdujo la novedad que en general se le asigna, sino que incluso retrocedió en algunos temas centrales.

Es aquí entonces donde uno debe tomar consciencia de lo importante que fue Adam Smith en la tradición del orden espontáneo. Junto a David Hume y Adam Ferguson, Adam Smith nos dejó uno de los elementos que hacen único hoy al enfoque austriaco (Gallo 1987, en Ravier 2012a).

La idea de orden espontáneo puede expresarse mediante estos tres elementos centrales: 1) En el complejo orden de la sociedad los resultados de las acciones humanas pueden ser muy diferentes de lo que los hombres planearon indivi-dualmente; 2) los individuos, al perseguir sus propios fi nes, sean estos egoístas o altruistas, siguiendo reglas de conducta adecuadas, producen resultados útiles o benefi ciosos para otros; 3) fi nalmente, el orden de la sociedad es en gran parte el resultado de conductas individuales que no tienen tal fi n como propósito, pero que son canalizados hacia esos fi nes por instituciones, prácticas y reglas, muchas de los cuales tampoco han sido inventadas deliberadamente, sino que han sido aceptadas por haber sobrevivido a un proceso de evolu-ción durante el cual dichos sistemas de normas guiaron exi-

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tosamente a los grupos o comunidades que los adoptaron. (Ravier 2012b, p. 41)

Es imposible comprender el mundo moderno en ausencia de la comprensión básica de los órdenes espontáneos, pues-to que existen instituciones fundamentales como el lengua-je, el derecho, el dinero y la banca, el comercio, incluso el proceso de globalización que sólo pueden ser comprendidos en torno a estos procesos complejos que surgen de forma inintencionada. (Infantino, 2001)

6. La Escuela Clásica

De la sección anterior puede concluirse que si bien los ele-mentos aislados de la obra de Adam Smith pueden encon-trarse con carácter previo en otros autores, también se debe enfatizar que la sistematización presentada por Adam Smith y el impacto que generó con la riqueza fi losófi ca y multi-disciplinar de su trabajo en sus colegas contemporáneos, lo convierten en un autor único de su tiempo.

A su Riqueza de las Naciones (1776) siguieron luego —dentro de la Escuela Clásica— varios tratados de economía que presentaron de manera sistematizada la ciencia econó-mica, destacándose aquellos trabajos de Jean Baptiste Say (1841) y John Stuart Mill (1848).

Basta comparar la sistematización de estos tratados con los desarrollados por la corriente austriaca moderna para notar una infl uencia obvia. Los austriacos no se diferencian de sus colegas economistas de la corriente principal, en la idea de «pararse sobre los hombros de gigantes para llegar a ver más lejos», siendo los primeros gigantes los economistas clásicos.

De hecho, son los austriacos posiblemente los mejores continuadores de la tradición clásica, aspecto que se evidencia en el análisis fi losófi co y multidisciplinar que caracteriza sus

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escritos. El abuso de la economía matemática y el mal uso del concepto de equilibrio que hoy caracteriza al enfoque tradicional, es algo ajeno para la tradición clásica y austria-ca, lo mismo que la ignorancia de la función empresarial, la incertidumbre y el tiempo, como elementos centrales del análisis económico.

Se podrá decir que en materia monetaria la mayoría de los clásicos se desvió del pensamiento de Richard Cantillón, sin embargo, puede trazarse una línea continua desde el pensamiento de este autor hasta el último de los clásicos John Elliot Cairnes, y de allí a Menger y los austriacos, para observar un tratamiento desagregado del dinero, con énfasis en precios relativos.

Cabe notar que John Elliot Cairnes también debería ser identifi cado —junto a Cantillón y Turgot— como proto–aus-triaco, aspecto que constituye una deuda pendiente en los historiadores del pensamiento económico. Además de su vi-sión desagregada en el campo monetario, nadie compren-dió tan claramente como él la necesidad de descubrir leyes económicas de carácter universal, aplicables a todo tiempo y lugar, a priori de la evidencia empírica (Cairnes 1861), como de hecho sostendrá más tarde Carl Menger (1884) frente al historicismo alemán y que será base metodológica de los tratados de economía modernos de la tradición bajo estudio.

Sin duda los austriacos habrán desarrollado más tarde aportaciones originales, pero el corazón de su construcción teórica es eminentemente clásica en la comprensión del pro-ceso de mercado y los órdenes espontáneos, en la «mano invisible», en la determinación de los precios de mercado a través de «la oferta y la demanda», en la comprensión del proceso competitivo, en el tratamiento de la función empre-sarial y su relación con la incertidumbre, en las consecuen-cias del intervencionismo del gobierno sobre los precios y los salarios, en las causas del crecimiento económico y la

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generación de riqueza, entre tantos temas fundamentales que hacen hoy a una comprensión moderna del análisis eco-nómico.

7. Los Clásicos de las Ciencias Políticas

Si dejamos por un lado lo estrictamente económico, pode-mos notar también otra raíz en el pensamiento multidiscipli-nar austriaco. Nos referimos a la tradición de autores de las ciencias políticas que se han preocupado desde Locke en adelante en intentar colocar límites al poder, esto es, contro-lar al Leviatán (Mazzina, 2007).

Claro que puede haber antecedentes a Locke, como la ya mencionada Escuela de Salamanca, donde encontramos un antecedente a estos escritos, como el mencionado Juan de Mariana y sus ideas contra el poder absoluto del monarca, incluyendo el tiranicidio.

Pero si nos concentramos en la literatura clásica sobre fi losofía política, todo comienza con Thomas Hobbes quien en 1651 justifi caba la existencia del Estado explicando que en su ausencia prevalece el «estado de naturaleza» o de gue-rra de «todos contra todos», ahuyentando los incentivos para la creación de una industria, «ya que su futuro es incierto». En tal estado, la vida sería «solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve». (Este punto lo retomará críticamente Peter Leeson en el capítulo 10)

John Locke, en sus Ensayos sobre el gobierno civil de 1690 (en Mazzina 2007, pp. 15–26), compartía con Hobbes la ne-cesidad de abandonar tal estado de naturaleza; sin embar-go, entendió que éste justifi caba las monarquías absolutas, carentes de cualquier límite al poder. Locke entendía que «los hombres se unen en comunidades políticas y se ponen bajo el gobierno de ellas para preservar su propiedad», pero

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deben crear una ley conocida, fi ja, promulgada, recibida y autorizada por común consentimiento para resolver contro-versias. Locke, incluso, advertía la necesidad de que el go-bierno se rija por normas del legislativo y no por decreto, dictados repentinos y resoluciones arbitrarias.

Montesquieu continuó la tradición de «controlar al Le-viatán», mediante la división de poderes. En sus escritos sobre El espíritu de las leyes de 1748 (en Mazzina, 2007, pp. 45–51) explicaba que «todo hombre investido de autoridad abusa de ella», y agregaba que «cuando el poder legislati-vo y el poder ejecutivo se reúnen en la misma persona o el mismo cuerpo, no hay libertad». Montesquieu también comprendió la necesidad de la democracia e insistió en que «todos los ciudadanos de los distintos distritos deben tener derecho a la emisión de voto para elegir su diputado».

Hamilton, Madison y Jay agregaron en El Federalista de 1787 y 1788 (en Mazzina, 2007, pp. 61–76) la necesidad de una Constitución, respetando además cierto federalis-mo. La constitución federal no abolía a los gobiernos de los estados provinciales, sino que los convertía en parte constituyente de la soberanía nacional, manteniendo auto-nomía y permitiéndoles estar representados directamente en el Senado. «Los poderes delegados al gobierno federal por la constitución propuesta son pocos y defi nidos», lo que implicó un chaleco de fuerza para el abuso de poder.

La división de poderes, la democracia, el federalismo, planteados en una constitución permitió que las industrias de muchas naciones fl orecieran, mientras el poder se en-contró limitado. Esta herencia también fue recibida por la Escuela Austriaca, lo que se refl eja en la obra política de Mises y Hayek, y especialmente en el moderno Public Choice o Escuela de la Elección Pública que es a su vez he-redera de la tradición austriaca (Buchanan, en Ravier 2011b y 2012a).

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II. LA ESCUELA AUSTRIACA

Notará el lector familiarizado con la tradición austriaca que varios de los elementos que hacen único al enfoque, como su metodología de trabajo o su concepción dinámica del proceso de mercado son en realidad elementos descubiertos con carácter previo a la fundación de esta Escuela. Hay que destacar entonces que la Escuela Austriaca es heredera de tradiciones anteriores, pero que en la actualidad sólo ella mantiene la atención sobre algunos de estos temas en la forma en que fueron elaboradas por aquellos economistas. Véanse tres ejemplos concretos en: 1) el interés de Menger por construir una teoría económica abstracta, a priori de la evidencia empírica, 2) el origen espontáneo de las institucio-nes que hoy son fundamento de la sociedad moderna y 3) el carácter no neutral del dinero, tal como Richard Cantillón y John Elliot Cairnes lo desarrollaran en sus trabajos de 1755 y 1854 respectivamente. (J. Robert Subrick profundiza en la no neutralidad del dinero en el capítulo 8 de este volumen).

En lo que sigue intentaré estructurar el pensamiento aus-triaco en cinco etapas, destacando en cada una a aquellos autores que fueron centrales en la evolución de esta tra-dición de pensamiento, al tiempo que se mencionarán las contribuciones centrales con sus respectivas fuentes biblio-gráfi cas.

1. La Fundación: Carl Menger y Eugen von Böhm Bawerk

La obra fundacional de la Escuela Austriaca se titula Princi-pios de Economía Política y fue publicada por Carl Menger en Viena en 1871. El contexto en el que se publica este libro muestra un predominio de la Economía Clásica británica y

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de la Escuela Histórica alemana. Si el libro tuvo éxito (aunque no inmediato) y se constituyó en un clásico fue porque logró romper con las ideas prevalecientes. Por un lado, atacó la teoría del valor trabajo en la que se basaba todo el pensa-miento clásico, siendo parte de la revolución marginal. A partir de este libro, y junto con las obras de William Stanley Jevons (1871) y León Walras (1874) ya nadie en economía —con la excepción de un disminuido grupo de marxistas— explica la formación de precios a través de otra teoría que no sea la de la utilidad marginal. Por otro lado, enfrentó al historicismo alemán con la formulación de leyes económicas universales y atemporales que este enfoque negaba.

Juan Carlos Cachanosky destaca que:

En la década de 1870 en Alemania había solamente cuatro revistas profesionales dedicadas a la economía. Los Grund-sätze aparecieron comentados en tres de ellas. El comen-tario del Zeitschrift pierde la idea central del libro; el del Vierteljahrschrift es un poco mejor. En cambio, el Jahrbü-cher, fundado por el historicista Bruno Hildebrand, deplora que el libro sea breve y esté escrito por una persona joven. El Schmoller Jahrbuch no hizo ningún comentario. (Cachanosky 1984, en Ravier 2012a, p. 230).

Esta es la razón por la que Menger decide interrumpir su actividad docente para escribir un segundo libro titulado Investigación sobre el método de las ciencias sociales y de la economía política en especial (1883) enfatizando su crítica al método historicista y defendiendo la posibilidad de formular una teoría económica universal y atemporal. Este libro sí abrió un polémico intercambio entre Menger y Schmoller, reaccionando este último en un tono muy ofensivo en la revista Jahrbücher. Menger respondió más tarde con 16 car-tas que fueron compiladas en el libro Los errores del histori-

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cismo en la economía política alemana (1884), trabajo que Schmoller se negó a reseñar, cerrando con ello el debate. El intercambio sin embargo fue muy importante para la historia del pensamiento económico y lógicamente para la Escue-la Austriaca. Hoy se conoce como Methodenstreit a aquella clásica disputa, a la que se sumaron más tarde alumnos de ambos. A partir de allí se conoció como «Escuela Austriaca» a Menger y sus discípulos, teniendo «austriaco» una connota-ción peyorativa.

Entre 1884 y 1889 surgieron una serie de libros que pu-sieron a Menger en el centro de la escena:

Dos alumnos directos de Menger publicaron sendos libros acerca de las ganancias empresariales; Victor Mataja pu-blicó Der Unternehmergewinn (1884) (La ganancia empre-sarial) y G. Gross Lehre vom Unternehmergewinn (1884) (Principios de la ganancia empresarial). Otro alumno di-recto de Menger, Emil Sax, publicó en 1884 un libro sobre el método de la economía, Das Wesen und die Aufgaben der Nationalökonomie (Esencia y objeto de la economía política), y tres años más tarde otro que lleva el nombre de Grundlegung der theoritischen Staatswirtschaft (Funda-mentos de la economía teórica).

Otros nombres destacados en estos primeros años de la Escuela Austríaca fueron los de Johann von Komorzynski, Hans Mayer, Robert Meyer y Eugen Philippovich von Phi-lippsberg. Sin embargo, las fi guras que más fama alcanza-ron fueron las de Friedrich von Wieser y Eugen von Böhm–Bawerk, a pesar de que ninguno de los dos fue alumno directo de Menger. Recibieron su infl uencia a través de la lectura de los Grundsätze. (Cachanosky 1984, en Ravier 2012a, p. 232).

Menger dejó planteado el esquema, pero no pudo llenar los espacios. Por supuesto que sus contribuciones exceden el

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campo de la metodología destacando la literatura la distinción entre bienes de orden superior e inferior o su teoría del ori-gen espontáneo del dinero, pero Menger aun estaba lejos de completar su ambicioso proyecto.

El desafío estaba planteado, y serían sus discípulos, y los discípulos de sus discípulos quienes llevarían adelante la di-fícil tarea de «completar» el proyecto. En 1884 Böhm Bawerk publica Historia y crítica de las teorías del interés, que cons-tituye la primera parte de su libro en tres tomos Capital e Interés. El mismo año von Wieser publica Origen y principios del valor, que tuvo una infl uencia todavía mayor. Pero fue la serie de artículos que Böhm Bawerk publicó dos años más tarde bajo el título Fundamentos de la teoría del valor eco-nómico lo que más ayudó a difundir la teoría de la utilidad marginal, por su gran claridad y fuerza de argumentación. (Hayek 1981, citado por Cachanosky 1984).

De estos dos autores sólo Böhm Bawerk siguió la línea planteada por Menger. Es cierto que Wieser publicó en 1914 el único tratado de este primer grupo bajo el título Funda-mentos de la economía social, pero sus planteos ya habían tomado otra dirección, más familiarizada con la Escuela de Lausanne.

En 1889 Böhm Bawerk publica el segundo volumen de su libro Capital e Interés con el título Teoría positiva del ca-pital, en el cual realiza una nueva exposición de la teoría del valor y de los precios; vuelve sobre el tema en 1898, con la publicación de su famoso trabajo sobre las falacias y contra-dicciones del sistema marxista (Böhm Bawerk, 1983), lo que constituye un antecedente para el debate posterior entre los austriacos y los defensores del socialismo.

Böhm Bawerk ocupó un cargo en el Ministerio de Ha-cienda de Viena, y sólo cuando abandonó la función pública aceptó dirigir un seminario en la Universidad de esa misma ciudad, el que contaba con alrededor de 50 ó 60 asistentes,

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en general alumnos de Menger o de él mismo. Tres nombres destacaban en aquel grupo: el marxista Otto Bauer, Joseph Alois Schumpeter (quien, igual que Wieser, terminó acer-cándose más al pensamiento de la Escuela de Lausanne), y Ludwig von Mises, quien posteriormente se convertiría en el continuador más destacado de la línea mengeriana. En 1913, un año antes de la muerte de Böhm–Bawerk, el tema de dis-cusión en el seminario fue el libro La teoría del dinero y del crédito (Mises 1912).

2. La Consolidación: Ludwig von Mises y Friedrich Hayek

Es precisamente con este primer libro de Mises, y quizás también con «La teoría del desenvolvimiento económico» de Joseph Schumpeter (1912) que la Escuela Austriaca comien-za una fase de consolidación. Y es que si bien Schumpeter se aleja con el tiempo y en posteriores trabajos de la tradición austriaca, aquel libro de 1911 es eminentemente austriaco tanto en cuanto al método, como en sus contribuciones acer-ca de la función empresarial y la innovación, la soberanía del consumidor, su comprensión del mercado y su enfoque dinámico (Ravier, 2006).

Dicho esto, las dos fi guras más importantes de la tra-dición austriaca en esta etapa de consolidación son la de Ludwig von Mises y Friedrich Hayek.

Mises se doctoró en 1906 y muy rápido se convirtió en Privat–Dozent, es decir, un profesor ad honorem de la Uni-versidad de Viena. Al igual que su maestro Böhm Bawerk constituyó un seminario privado con reuniones cada quin-ce días. Destacan de aquel grupo Gottfried von Haberler, Paul Rosenstein–Rodan, Felix Kaufmann, Fritz Machlup, Oskar Morgenstern, Alfred Schutz, Richard von Strigl, Karl Menger (hijo matemático del fundador de la Escuela Aus-

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triaca), Albert Hart y Friedrich Hayek, siendo quizás este último quien más profundizó en las contribuciones del pro-pio Mises.

En los diez años siguientes al fallecimiento de Böhm Bawerk, Mises escribió dos de sus libros centrales, cada uno con aportaciones de enorme impacto en el pensamien-to económico.

En primer lugar, el ya mencionado tratado del dinero y del crédito de 1912, libro que al día de hoy continúa siendo fundamental en la tradición austriaca. Mises presenta allí la hoy famosa teoría austriaca del ciclo económico, combinan-do aportaciones de David Ricardo, Knut Wicksell y Eugen Böhn Bawerk. Al tratamiento tradicional que los economis-tas clásicos hacían del dinero y su efecto infl acionario, Mi-ses agregó la distinción entre la tasa de interés natural y de mercado que tomó de Wicksell. Señaló que los intentos de la autoridad monetaria por reducir el tipo de interés de mercado por debajo del nivel natural terminan generando una fase de mala–inversión que constituye el auge del ciclo económico. Cuando se desea evitar el impacto infl acionario de esa política y se suben los tipos de interés, aparece la fase de crisis y depresión, porque los proyectos de inversión que se hicieron rentables gracias a la política crediticia no se sostienen. Pero Mises no se detuvo sólo en ello, sino que agregó también el modo en que esta política crediticia afecta la estructura productiva, para lo que debió apoyarse sobre la teoría del capital de su maestro Böhm Bawerk.

Primero con un artículo corto en 1920, y luego con un libro más extenso en 1922, Mises retomó el debate con el socialismo, que ya había iniciado Böhm Bawerk, su padre intelectual. En Socialismo (1922) Mises presentó su teoría de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, donde argumentó que en ausencia de propiedad privada de los medios de producción, no habrá mercados para esos

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medios de producción. Sin mercado para esos medios de producción, no habrá precios. Sin precios, no habrá cál-culo económico. Sin cálculo económico, los empresarios no pueden guiar sus inversiones, lo que defi nitivamente conducirá a la economía a un caos total y su lógico derrum-be. El socialismo, en defi nitiva, es imposible por ignorar la importancia de la propiedad privada. (Stephen C. Miller profundiza en el signifi cado de los precios en el capítulo 5 y Scott A. Beaulier trabaja la tesis del cálculo económico en el capítulo 6)

Es gracias a esta última obra mencionada que Hayek apa-rece en escena. En su introducción a este libro, escrita en 1978 e incorporada en la versión en español, Hayek comenta que regresaba de la Primera Guerra Mundial junto a otros idealistas con la esperanza de abrazar el socialismo como un sistema alternativo, «más racional y más justo» que el capi-talismo, pero sus sueños chocaron con esta teoría de Mises. Fue ese el comienzo de la sociedad Mises–Hayek como cen-tro de esta tradición de pensamiento. Peter Boettke (1992) lo expresa con mayor claridad:

La mejor forma de comprender la vasta contribución de Hayek a la economía y al liberalismo clásico es verla a la luz del programa para el estudio de la cooperación social establecido por Mises. Mises, el gran constructor de sistemas, le proporcionó a Hayek el programa de investi-gación. Hayek se convirtió en el gran analista. El trabajo de su vida se comprende mejor como un esfuerzo por hacer explícito lo que Mises había dejado implícito, por reafi rmar lo que Mises había esbozado y por responder los interrogantes que Mises había dejado sin respuesta. De Mises, Hayek dijo: ‘No hay ningún otro hombre al que le deba más intelectualmente’. La conexión con Mises se hace más evidente en sus trabajos sobre los problemas

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del socialismo. Pero la originalidad de Hayek, derivada del análisis del socialismo, permean todo el cuerpo de su obra, desde de los ciclos de los negocios hasta el origen de la cooperación social.

Recordemos que el artículo original de 1920 había sido una respuesta a un libro del marxista Otto Neurath, abriendo un debate con el socialismo de los primeros años del siglo XX. Fueron muchos los socialistas que intentaron desarro-llar una respuesta crítica a la teoría de la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, pero todos fracasaron en el intento. Las fi guras centrales que aparecieron en ese tiempo incluyen a Karl Kautsky, Otto Leichter, Friedrich von Wieser, Enrico Barone, Gustav Cassel, Erik Lindhal, Fred M. Taylor, H. D. Dickinson, K. Tisch y H. Zassenhaus, Alan y Paul Sweezy y Wassily Leontief. (Huerta de Soto 1992; Ravier 2011d).

Más tarde, apareció la fi gura de Oskar Lange (inspirado por los alemanes Eduard Heimann y Karl Polanyi), con «la solución competitiva», seguidos por Durbin (1936), Dickin-son (1939) y Lerner (1944), pero chocaron con las respuestas de Hayek (1948), que lo condujeron –casi sin saberlo– a ela-borar nuevos argumentos en el debate. El énfasis de Hayek en el «conocimiento», elaborado en distintos ensayos aca-démicos publicados entre 1935 y 1947, y compilados en un solo libro Individualism and Economic Order (Hayek 1948), se sumaba a los problemas de incentivos y de cálculo eco-nómico enfatizados previamente en la literatura crítica del socialismo.

Destaca entre esos ensayos El uso del conocimiento en la sociedad (1945), donde Hayek plantea adecuadamente el «problema económico», de una manera alternativa a como se lo concibe aun en nuestros días. El lector familiarizado con el pensamiento económico recordará la defi nición de Lionel

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Robbins (1932), donde el problema se basa en la escasez de recursos y lo ilimitado de las necesidades humanas. Luego, el problema económico se basa en asignar esos recursos escasos a esos fi nes ilimitados. Es un problema de optimiza-ción. Pero Hayek dice que no, que el problema no es ma-temático, sino de conocimiento. Nadie tiene conocimiento formal acerca de cuáles son los fi nes que queremos alcanzar, y cuáles son los medios de los que disponemos para alcan-zarlos. Más bien, el conocimiento acerca de los bienes y servicios que la gente quiere consumir se encuentra disperso en el mercado, en forma de bits de información que genera cada individuo. Ningún líder político jamás tendrá acceso a ese conocimiento, argumento que Hayek luego politiza en su famosa obra Camino de servidumbre (1944).

Pero además, Hayek agrega que tampoco sabemos cuáles son los medios de los que disponemos. Es necesario que la función empresarial descubra estos recursos, o nuevas com-binaciones para esos recursos, para poder satisfacer las nece-sidades que surgen del mercado, es decir, de los individuos que interactúan en las operaciones de compra–venta.

Esto nos conduce a una teoría subjetiva, dinámica y hete-rogénea del capital donde los bienes de capital resultan ser algo «subjetivo». Un par de ejemplos sirven para observar el punto. ¿Es una computadora un bien de capital o un bien de consumo? El lector comprenderá que si la utiliza quien estas líneas escribe para el trabajo será un bien de capital, pero si las utilizan sus hijos para jugar será un bien de consumo.

Otro modo de verlo es con unas cuatro botellas de vidrio abandonas en una calle. Si alguien las ve y no las considera útiles para nada, entonces estas botellas no son un bien de capital, tampoco de consumo, ni siquiera son un bien econó-mico. Pero si otra persona las ve y entiende empresarialmen-te que pueden ser útiles en un proceso de producción, reci-cladas, para producir un jarrón, entonces y sólo entonces,

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tales botellas serán un insumo o un bien de capital. Fíjese el lector que los bienes serán económicos o no en función de la «utilidad» que cada individuo les brinde.

Si en la Antigua Grecia hubieran encontrado un pozo pe-trolero, ¿habría sido aquello un bien económico? Pues claro que no. Lo empezó a ser cuando alguien advirtió un uso económico para ese recurso.

Este es uno de los tantos elementos fundamentales que está presente en la teoría austriaca del capital y que es la base de su enfoque macroeconómico, aspecto que profun-dizará Benjamin Powell en el capítulo 9 de este volumen.

Aquí sólo tenemos espacio para agregar unos pocos ele-mentos de la teoría, como la conocida teoría de la imputa-ción elaborada por Wieser (1889, pp. 69–113). Esta teoría enfatizaba que los precios no vienen determinados por los costos, como sostenían los clásicos, sino que es al revés. Es la valoración que la gente tiene de los bienes fi nales de con-sumo lo que «imputa» valor a cada insumo. La valoración del cuero depende, por ejemplo, de la valoración que la gente tiene de los zapatos de cuero. El salario que percibe Lionel Messi como jugador de fútbol, depende del interés que mi-llones de personas de todo el mundo colocan en el fútbol y el interés particular que tienen en verlo jugar.

Otro aspecto central que han enfatizado los austriacos so-bre el capital es su lado dinámico. La estructura del capital es dinámica, porque incluye el tiempo. Los austriacos insisten en que los procesos de producción toman «tiempo», «etapas», y es por ello que su macroeconomía se apoya sobre una estructura «intertemporal» de la producción.

Al respecto hubo una controversia entre Frank Knight (1934, 1935a, 1935b) por un lado y Friedrich Hayek (1931, 1939) por el otro, a la que se sumaron también Nicholas Kaldor (1937) y Fritz Machlup (1935) y donde se cuestionaba la relación entre el capital y el interés. Israel Kirzner (1966),

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Peter Lewin (1994) y Mark Skousen (2001) fueron algunos de los tantos economistas que con el tiempo se sumaron a la disputa.

Esta etapa de consolidación no queda circunscripta úni-camente al debate sobre el socialismo y el capital, sino que también se extendió a los ciclos económicos. Sobre la base de la teoría austriaca del ciclo económico que Mises elaboró en 1912, Hayek enfatizó la importancia de la teoría del capi-tal en su famoso Precios y Producción (1931), lo que luego continuó con otros escritos del mismo autor (1933, 1937, 1939 y 1941).

La controversia Hayek versus Keynes (Butos 1994) que comienza con la reseña crítica de Hayek —en dos partes—del libro de Keynes (1930), y que recibe luego una réplica de Keynes al libro de Hayek (1931), además de una extensa correspondencia (compilada por Bruce Caldwell en el libro Contra Keynes y Cambridge de Hayek 1996), tuvo inicial-mente a Hayek como triunfador (Caldwell 1995), aunque el resultado de la batalla se revirtió con la publicación de la Teoría General (1936), obra que Hayek no reseñó sino hasta varias décadas después en su campaña contra la infl ación keynesiana, publicada en sus Nuevos Estudios (Hayek 1978). El debate con el socialismo y el capital lo tuvieron ocupado, lo cual fue un inoportuno episodio de la historia del pensa-miento económico. Sólo cuando la política keynesiana dio lugar a la estanfl ación de los años 1970, los economistas volvieron a prestar atención a Hayek y su teoría de los ciclos económicos, olvidada por unos 30 años.

3. Aislamiento

Resulta complejo intentar sistematizar las razones por las cuales la Escuela Austriaca, en pleno apogeo, termina extin-

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guiéndose en las dos o tres décadas siguientes a 1940. Claro que Mises y Hayek no detuvieron su producción científi ca, pero ya no había en Viena entre 1940 y 1970 —y tampoco lo habrá después— un grupo de economistas que siguiera a estos grandes maestros, ni tampoco había en las revistas especializadas debates en los cuales la economía austriaca tuviera una destacada participación.

Las causas de ello se pueden identifi car en una serie de factores. Recordemos, como primer factor, que la mayoría de los defensores de esta tradición eran judíos y que fueron atacados y perseguidos por los nazis. Mises, por ejemplo, abandonó Austria para instalarse en Ginebra durante algu-nos años, hasta que tuvo que partir a Estados Unidos para salvar su vida. Hayek, por su parte, también abandonó Viena y a partir de 1931 fue contratado por la London School of Economics, instalándose en Londres hasta 1960. El seminario de Mises lógicamente fue disuelto, y la Escuela Austriaca —entendiendo por Escuela a cada uno de sus miembros— se dispersó en todo el mundo abriendo desarrollos individua-les, más que una estrategia conjunta. Entre estos desarrollos individuales —además de aquellos de Mises y Hayek— se destaca especialmente el de Fritz Machlup, quien elaborará contribuciones fundamentales al campo de la metodología (Machlup 1955).

El segundo factor relevante fue el idioma. Los austriacos publicaron sus obras clásicas en alemán, y sólo décadas des-pués fueron traducidas al inglés y a otros idiomas. Esto fue una desventaja enorme en relación con sus colegas de Esta-dos Unidos e Inglaterra, puesto que no pudieron ser parte de los debates a los cuales los alumnos se enfrentaban como jóvenes profesionales. Si la fi gura de Hayek tuvo mayor pre-ponderancia en el mundo académico que la de Mises, quizás se debe a este hecho, ya que los prematuros viajes de Hayek a Estados Unidos en los años 1920 y a Londres en los años

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1930 le permitieron manejar el idioma mejor que a Mises, quien recién consigue un cargo en la Universidad de Nueva York en 1945. Recordemos que para Israel Kirzner, su alum-no predilecto en esta universidad y en el nuevo seminario privado que formará a partir de 1948, Mises «hablaba inglés a la perfección, pero creo que todavía pensaba en alemán» (Kirzner, en Ravier 2011a, p. 112).

Un tercer factor fue el avance de la microeconomía neo-clásica, con modelos en equilibrio general o parcial, y el avance del uso de la matemática en economía. Como sos-tuvimos más arriba, la economía austriaca era heredera de las formas de la economía clásica, donde los modelos de desequilibrio, el tiempo y la incertidumbre resultaban impo-sibles de ser abandonados.

Por último, como cuarto factor, la economía austriaca fue siempre asociada con el liberalismo clásico, aspecto que resultaba contradictorio con la fi losofía política que la ma-yoría de la opinión pública apoyó por aquellos tiempos, en particular a partir de la gran depresión de los años 1930. Mientras Keynes ofrecía un modelo novedoso y creativo que se ajustaba a las preferencias políticas del momento, los aus-triacos perdían relevancia por ir contracorriente junto a sus predecesores de la economía clásica.

Varios biógrafos de Mises recordaron recurrentemente las difi cultades que tuvo en su inserción a la docencia nortea-mericana justamente por ser un autor asociado al liberalismo y contrario al socialismo.

Lo cierto es que ante la revolución keynesiana, Mises y Hayek pasaron a ser dos autores aislados de la academia de primer nivel.

Mises, sin embargo, encuentra —a partir de 1940— un ambiente académico apropiado para desarrollar su trabajo, lo que le permitió completar aquel proyecto que Menger sólo había llegado a esbozar. Se trataba de un edifi cio de

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teoría económica que se construiría sobre los cimientos de la acción humana como axioma central y la deducción lógica de teoremas fundamentales, a partir de los cuales se derivarían otros teoremas conformando leyes económicas abstractas y de aplicación universal. Con este Tratado de Economía La Acción Humana (1949), Mises fundó el pen-samiento económico en el individualismo y el subjetivismo metodológico (tratados en los capítulos 1, 2 y 3 de este volu-men por Anthony Evans, Christopher J. Coyne y Virgil Henry Storr), pero además logró presentar de forma sistemática el pensamiento económico de la Escuela Austriaca, mostrando que esta escuela de pensamiento no consistía en una serie de aportes aislados acerca de teoría del capital, de los ciclos económicos y las críticas al socialismo, sino que se presenta-ba como una continuación de la economía clásica, ahora «co-rregida» o «actualizada» con un método axiomático–deducti-vo defi nido, con la «utilidad marginal» en la determinación de los precios, y con un entendimiento más acabado acerca de la teoría heterogénea del capital y de los ciclos económicos, y también acerca de las consecuencias de la política econó-mica intervencionista sobre los distintos mercados de bienes y servicios, sobre el mercado laboral, sobre el mercado cre-diticio y también sobre el mercado cambiario.

En materia de fi losofía política, Mises agregó a su de-fensa inicial del Liberalismo (1927), un par de trabajos cen-trales. Para Mises «el liberalismo es el primer movimiento político que quiso promover, no el bienestar de grupos específi cos, sino el bienestar general.» En sus escritos la función del Estado no es la de un ingeniero que lo pla-nifi ca todo, sino la de un jardinero que crea el ambiente adecuado para que fl orezcan los órdenes espontáneos. Ese marco institucional de respeto por la propiedad privada y la libertad individual es un rol que el Estado no puede delegar. Bajo este Estado de Derecho, dice Mises, surge la

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cooperación entre los individuos y los pueblos, siendo la iniciativa individual y la sociedad civil las protagonistas del desarrollo económico.

Mises, sin embargo, no era ingenuo. Sabía también que la existencia del mismo Estado crearía incentivos en los empresarios para buscar privilegios y rentas (rent-seeking), pero entendía que la única forma de luchar contra esa ame-naza era a través de las reglas constitucionales, la división de poderes, el federalismo y hasta el derecho de secesión, entre otras herramientas desarrolladas bajo la tradición de liberalismo clásico que incluye una larga lista de autores y literatura.

Al respecto, Mises publicó también durante esta etapa de aislamiento sus libros Burocracia (1944a) y Gobierno omni-potente (1944b), trabajos que quizás pueden entenderse hoy como base de fi losofía política de la obra posterior de Hayek, y al mismo tiempo, como la continuación de la menciona-da tradición política de establecer límites al poder y también como el origen del Public Choice o Escuela de la Elección Pú-blica, que precisamente profundiza hoy sobre distintos modos de controlar al Leviatán.

Por el lado de Hayek, una vez completado su debate frente al socialismo, pero preocupado por su avance, decide convo-car durante diez días del mes de abril de 1947 a los 38 prin-cipales intelectuales liberales de todo el mundo, incluyendo fi lósofos, economistas e historiadores, tanto de la Escuela de Chicago como de la Escuela Austriaca, y también de la Eco-nomía Social de Mercado y autores independientes, con el objeto de crear la Sociedad Mont Pelerin cuya fi nalidad sería la de preservar la sociedad libre y oponerse a todas las formas de totalitarismo. Muchos de estos intelectuales se convirtieron más tarde en presidentes de la sociedad, incluyendo a Hayek, Wilhelm Ropke, Bruno Leoni, Milton Friedman, George Sti-gler, James Buchanan, Gary Becker y Pascal Salin.

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Simultáneamente con este hecho, Hayek comienza a abandonar la economía técnica para ocuparse de otros temas que personalmente le eran más interesantes, lo que abarca la psicología y la antropología, la fi losofía de la ciencia y la fi losofía política, la fi losofía del derecho y la historia del pensamiento económico. Sus Estudios (1967) y Nuevos Es-tudios (1978) contienen una serie de escritos en «economía» que son enormemente relevantes, pero sus Fundamentos de la Libertad (1960) o su Derecho, Legislación y Libertad (1973, 1976 y 1979) abre una infl uencia fundamental en el renovado interés de los economistas por las instituciones, que derivará a partir de los años 1970 en la formación de nuevas escuelas de pensamiento, que a la vez resultarán en «compa-ñeros de viaje» de la tradición austriaca.

En su biografía, sin embargo, Hayek recordaba:

Son estos años en Londres, antes de la guerra, los que re-trospectivamente me parece los más activos intelectualmen-te y en cierto modo los más satisfactorios de mi vida. A decir verdad, nunca pude volver a despertar el mismo apa-sionado interés por los aspectos técnicos de la economía teórica o benefi ciarme en igual medida de conversaciones con mentes de primera clase con quienes compartía los mismos intereses. En particular, aprendí mucha más econo-mía en el seminario (realmente dirigido por Robbins, aun-que nominalmente compartiéramos responsabilidades) que en ningún otro sitio (Hayek, 1994, p. 121).

Lo cierto es que esta etapa de aislamiento le permitió a la Escuela Austriaca, retroceder unos pasos, pero para tomar carrera y emerger con mayor fuerza. Mises reabre en 1948 su seminario privado en el marco de las actividades de la Universi-dad de Nueva York, el que se extenderá con decenas de alum-nos que se forman bajo su tratado de economía hasta 1969.

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Por el lado de Hayek, no sólo basta recordar su infl uencia académica y su trabajo, sino también el rol que la Socie-dad Mont Pelerin jugará en defender la sociedad abierta, observando cómo varios de sus miembros alcanzan fama en la Academia internacional, además de infl uenciar la po-lítica económica de varios países. Entre los más destacados podemos mencionar quienes han obtenido el premio No-bel, como el propio Hayek (1974), Milton Friedman (1976), George Stigler (1982), James M. Buchanan (1986), Maurice Allais (1988), Ronald Coase (1991), Gary Becker (1992) y Vernon Smith (2002).

4. El Resurgimiento: Ludwig Lachmann, Israel Kirzner y Murray Rothbard

Hubo dos factores centrales en el contexto en el que resur-ge la Escuela Austriaca. Por un lado, los economistas pro-fesionales comprendieron que había que ir más allá de la economía matemática, ofreciéndole a la Escuela Austriaca y a otros enfoques heterodoxos la apertura que necesitaban para re–introducirse. Por otro lado, en los años 1970 el domi-nio keynesiano de las tres décadas anteriores llegó a su fi n, cuando se tornaron evidentes los efectos de las políticas que esta tradición de pensamiento había apoyado. Si en los años 1930 Keynes ofreció una respuesta al desempleo que otros economistas negaban, en los años 1970 Friedman y Hayek ofrecen respuesta al problema infl acionario que el keynesia-nismo nunca comprendió.

No es casual que la contrarrevolución monetarista ge-nerada por la Escuela de Chicago se generara a partir de los años 1970 sobre las ideas olvidadas de Irving Fisher a principios del siglo XX. Lo cierto es que hubo un giro en la opinión pública nuevamente hacia la ortodoxia y una política

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económica más conservadora que la que existió en las déca-das anteriores. (Friedman, 1980)

La Escuela Austriaca acompañó a la Escuela de Chicago en esta contrarrevolución. Para ese entonces Hayek ya había obtenido un lugar en la Universidad de Chicago, aunque se lo identifi caba más con la fi losofía política, que con la eco-nomía neoclásica monetarista.

El resurgimiento de la Escuela Austriaca tiene una fecha precisa: se trata de la semana del 15 al 22 de junio de 1974, hace exactamente 40 años. En esa semana el Institute for Humane Studies organizó una conferencia de «Economía Austriaca» para cuarenta participantes en South Royalton, Vermont. Mises había fallecido ocho meses antes y Hayek, si bien había sido invitado, no pudo asistir por problemas de salud que le impidieron viajar desde Europa hacia Estados Unidos. Nadie pudo anticipar entonces que Hayek recibiría el Premio Nobel sólo cuatro meses más tarde. (Ebeling 2006)

Los conferencistas principales en aquella ocasión fueron Ludwig M. Lachmann, quien estudió con Hayek en la Lon-don School of Economics en los años 1930; Israel M. Kirzner, quien estudió con Mises y recibió su dirección de tesis doc-toral en la New York Unversity en los años 1950; y Murray N. Rothbard, quien atendió al seminario de Mises en Nueva York por muchos años, comenzando a fi nes de los años 1940, y recibió su doctorado en economía de la Universidad de Columbia.

Las presentaciones fueron compiladas más tarde por Ed-win G. Dolan (1976), incluyendo trabajos de estos tres auto-res y de Gerald O´Driscoll sobre el método y la praxeología —aspecto lamentablemente olvidado en la Escuela Austriaca Contemporánea—, el proceso de mercado y la noción de equilibrio, la función empresarial y el proceso competitivo, la teoría del capital y una crítica a la macroeconomía y al keynesianismo —con énfasis en la estanfl ación de los años

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1970— y una teoría austriaca del dinero y del ciclo econó-mico, profundizando lógicamente en el impacto de la ex-pansión monetaria sobre la estructura productiva y en las expectativas.

La participación de Hayek en los años 1970 siguió sien-do fundamental para la Escuela Austriaca, lo mismo que el trabajo inagotable de Leonard Read y Henry Hazlitt difun-diendo los principios básicos, o el trabajo más académico de Hans Sennholz y George Reisman –quienes también se doctoraron bajo la dirección de Mises–, pero la revitalización del movimiento se asoció más bien al trabajo de estos tres «nuevos» exponentes.

En realidad, Ludwig Lachmann había recibido infl uencia de Hayek en la LSE en los años 1930 —en la etapa de con-solidación—, por lo que en 1970 ya era un autor maduro. Lachmann recibió también infl uencia de Shackle cuyo men-saje a los economistas se lo puede resumir en tres palabras: «¡las expectativas importan!» (Shackle 1949, ver también su entrevista en Ravier 2013). Fue así que desde 1942 Lachmann se preocupó por desarrollar un concepto de expectativas subjetivas que —desde el humilde punto de vista de quien escribe— todavía hoy los economistas no han abordado co-rrectamente. En pocas palabras, Lachmann: 1) integró estas expectativas subjetivas en el proceso de mercado; 2) distin-guió con realismo entre fuerzas equilibrantes y desequili-brantes en la tendencia al equilibrio y 3) también integró las expectativas subjetivas a la teoría del capital y de los ciclos económicos. (Lachmann, 1977 y 1978)

A diferencia de Lachmann, Israel M. Kirzner conoce a Mises en la Universidad de Nueva York en un momento en que prácticamente no había Escuela Austriaca. Kirzner nos recuerda incluso que Mises —con enorme humildad— le sugirió buscar otro director de tesis, pero éste prefi rió mantener su guía y con ello logró ofrecer al pensamiento

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económico numerosas contribuciones, publicar sus libros y enseñar economía en la prestigiosa Universidad de Nueva York (Kirzner, en Ravier 2011a). Será Kirzner el primer eco-nomista austriaco después de Hayek y Machlup en intentar publicar sus artículos en las revistas científi cas tradicionales, compitiendo con la economía mainstream y haciéndose un lugar en la élite de la profesión.

Kirzner se ubicó siempre en un «camino intermedio» (Ga-rrison 1986). Rechazó de entrada el «equilibrio siempre» de la economía neoclásica de Chicago —donde no habría lu-gar para la función empresarial—, pero también se negó al «equilibrio nunca» —que niega las tendencias que podrían guiarnos a la regularidad—. Kirzner rechazó ambos extre-mos, sosteniendo que el equilibrio es una herramienta útil en economía, aunque a veces se abuse de ella.

Kirzner (1973, 1979, 1985, 1989, 1991) complementó el estudio de Schumpeter sobre la función empresarial. Mien-tras Schumpeter nos habla de innovación e irrupción, Kirz-ner nos habla de perspicacia empresarial, creatividad, coor-dinación y descubrimiento. (Frederic Sautet profundizará en este proceso de mercado como descubrimiento empresarial en el capítulo 7).

Para verlo simplifi cadamente, si imaginamos un pueblo antiguo con carretas y de repente aparece la innovación del automóvil, Schumpeter enfatiza que se rompe un equilibrio, que irrumpe en las expectativas de muchas personas que perderán sus empleos relacionados a la fabricación y mante-nimiento de las carretas. Pero Kirzner agrega que cuando el empresario introduce el automóvil no irrumpe la calma sim-plemente, sino que descubre algo que esperaba ser encon-trado. Evita que los empresarios sigan operando de forma inefi ciente corrigiendo la descoordinación existente. Kirzner reconoció que en 1973 estaba muy preocupado por mar-car la diferencia, pero luego retrocedió y entendió que una

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lectura del ejemplo no rechaza la otra. (Kirzner, en Ravier 2011a)

Al igual que Kirzner, Murray Rothbard también toma con-tacto con Mises en la etapa de aislamiento, ya instalado en Nueva York. Asiste al seminario privado durante muchos años y se convierte en un autor enormemente prolífi co. Si nos concentramos en lo estrictamente económico, debere-mos destacar su tratado El Hombre, la Economía y el Estado (1963), donde ofrece una nueva sistematización del pensa-miento económico austriaco, de forma parecida a la de Mises en La Acción Humana. Un análisis comparado de estos dos volúmenes entiendo que todavía no se ha escrito.

Pero la literatura reconoce en Rothbard aportes con-cretos como su lectura de la gran depresión de los años 1930 (Rothbard 1962), aquel del debate sobre el socialismo (Boettke y Coyne 2004), y también sobre el tema de los mo-nopolios (Huerta de Soto 2005).

Su contribución a la historia del pensamiento económico es quizás la más polémica donde toma distancia de Adam Smith, la tradición del orden espontáneo y el pensamiento clásico, aunque es muy rica en redescubrir autores y contri-buciones previas a Adam Smith. (Rothbard 1995)

En el campo monetario mantiene la crítica a la banca central (Rothbard 1974), —y en particular a la Reserva Fe-deral norteamericana (Rothbard, 1976b y 1984)—, defi ende la banca libre, descentralizada y competitiva —en sintonía con la posición de Mises y Hayek—, pero al mismo tiempo sugiere la aplicación de un encaje del 100 por cien que gene-ró una ruptura entre los economistas austriacos. (Rothbard, 1988)

Su Ética de la libertad y su programa de investigación sobre el anarcocapitalismo ha corrido el eje del debate y nos obliga a repensar los fundamentos para cada función del estado e incluso para el estado mínimo del liberalismo

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clásico. (Rothbard, 1982) Contradice los fundamentos de la fi losofía política austriaca tradicional, pero lo hace sobre una comprensión dinámica del mercado que es propia de la tradición austriaca. (Rothbard, 1973). Peter Leeson extiende este programa de investigación en el capítulo 10 de este volumen.

5. Las Oportunidades

Decía Mario Rizzo en la nueva introducción de La economía del tiempo y de la ignorancia, un libro publicado en coauto-ría con Gerald O´Driscoll que:

La economía austríaca ha cambiado en los últimos diez años y ese cambio ha sido positivo. Los austríacos se cuen-tan ahora entre los economistas más creativos, innovadores y menos dogmáticos. …. Mientras que la corriente principal neoclásica continúa dando vueltas a sus ruedas, los ‘aus-tríacos’ (en el sentido amplio de escuela de pensamiento subjetivista y del proceso de mercado) se están pregun-tando y respondiendo cuestiones profundas en la frontera de conocimiento científi co–social ... Entienden que la apli-cación del modelo mecánico de la física del siglo XIX bien puede que haya alcanzado los límites de sus contribuciones útiles. No tienen miedo a desafi ar muchas creencias acepta-das amplia pero pasivamente entre los economistas. Saben que el siglo XX está casi acabado y que no todos sus desa-rrollos intelectuales han sido benefi ciosos. Entienden que un nuevo siglo demandará no solamente «nuevas» técnicas (quizás muchas de ellas sean viejas técnicas), sino también nuevas divisiones entre las disciplinas académicas (Rizzo, 2009 [1985]:17-18).

Concretamente, Rizzo se refi ere a una «explosión» de tra-bajos publicados en revistas reconocidas como la Review

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of Political Economy (Edward Arnold), Advances in Aus-trian Economics (JAI Press), Review of Austrian Economics (Kluwer Academia Press), las series del libro tituladas, «Foun-dations of the Market Economy», publicada por New York University Press (Rizzo, 1996:18), y quien escribe agregaría el Quarterly Journal of Austrian Economics (Ludwig von Mises Institute). También debe prestarse atención hacia la escue-la «praxeológica» refl ejada en la revista sociológica Cultural Dymanics (E. J. Brill). Además, las perspectivas austríacas en macroeconomía están recibiendo ahora reconocimiento al mismo nivel que los desarrollos de la corriente central. Ver, por ejemplo, Snowden, Vane y Wynarczyk (1994). Otras corrientes intelectuales derivan del trabajo sobre realismo en el pensamiento económico, principalmente por Lawson (1994a, 1994c) y Mäki (1990). También hay una doctrina, vivamente inspirada por los austríacos, sobre banca compe-titiva en los trabajos de White (1989), Selgin (1988), Selgin y White (1994) y Cowen y Kroszner (1994).

De forma similar, se han producido trabajos austríacos (es decir, basados en el de Böhm Bawerk) sobre teoría del capital por Faber (1986). En el campo de la comparativa de siste-mas económicos están Lavoie (1985), Boettke (1990c, 1993), Prychitko (1991) y Kornai (1992). La economía evolutiva ha mostrado intentos de combinar lo austríaco con otras líneas de pensamiento en el trabajo de Langlois (1992) y Witt (1992). No se puede dejar de mencionar, asimismo, la dedicación inter-nacional al análisis y crítica del trabajo de Friedrich A. Hayek. Las contribuciones a esta literatura son vastas, sin embargo hay que mencionar a Birner y van Zijp (1994) y Colonna y Hagemann (1994a, 1994b).

¿A qué se deben estas notables contribuciones en tan varia-dos campos? Rizzo y O’Driscoll apuntan a la superioridad del marco analítico subjetivista de la Escuela Austríaca frente al utilizado por la corriente principal (Ravier 2012c, pp. 133-134).

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Pero desde aquel libro, el movimiento se ha extendido aun más. En una conferencia de Peter Boettke en Nueva York a la que tuve la fortuna de asistir –auspiciada por FEE–, explicó que hay tres elementos que se necesitan para hacer la diferencia: 1) buenas ideas; 2) capital; 3) posiciones. En el primer caso, las ideas están, y las publicaciones continuas que se pueden observar en distintas revistas especializadas son muy claras respecto de la ebullición que el movimien-to está atravesando precisamente en estos últimos años. En el segundo caso, se puede afi rmar que hay inversores para acompañar o fi nanciar al movimiento, con donantes o do-nors que apoyan congresos internacionales, publicaciones e instituciones. Pero lo que siempre faltó, decía Boettke, fue-ron las posiciones. Boettke se refería a las posiciones en las universidades. Los austriacos habían sido excluidos de los cargos docentes por mantener una metodología contraria al análisis neoclásico. Esto ha cambiado en los últimos años, y el mismo programa de la George Mason University que lidera Boettke está formando e impulsando jóvenes profe-sionales que alcanzan su doctorado y consiguen posiciones de distintas cátedras en universidades de Estados Unidos, Inglaterra y el mundo. Estos mismos profesionales, apoyados sobre sus cuantiosas publicaciones ocupan cargos de cate-dráticos y forman también a sus propios alumnos, aseguran-do un efecto multiplicador.

Sin ánimo de ser exhaustivo, se pueden detectar campos de estudio y autores fundamentales en la tradición austriaca, que merecen ser estudiados por los jóvenes profesionales que se introducen a la investigación bajo esta tradición. Me refi ero por ejemplo a los aportes de Fritz Machlup en el campo de la metodología, recordando la última publicación de Gabriel Zanotti y Nicolás Cachanosky (2014), donde se replantea una lectura machlupiana de la praxeología de Mi-ses en oposición a la lectura radical de Rothbard. Esta lectura

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moderada de la praxeología promete abrir nuevos debates en un campo de estudio que permanece estancado hace mu-cho tiempo.

En historia del pensamiento económico, y tras la crisis subprime de 2008, emergió nuevamente el interés por co-nocer aquel debate entre Hayek y Keynes de los años 1930, destacándose los trabajos de Bruce Caldwell (1995). Se debe agregar a su vez, que la crisis del enfoque neoclásico que ha-bía considerado prácticamente inútil a la historia del pensa-miento económico, hoy queda en desuso, re–descubriendo los jóvenes académicos a autores clásicos que habían sido olvidados.

En microeconomía, el proceso de mercado y la función empresarial ya mencionamos la relevancia de Ludwig Lach-mann e Israel M. Kirzner. Encontrándose este último retira-do, ya hay varios autores que tomaron la posta como Peter Lewin, Peter Klein, Nicolai Foss y Richard Langlois, elabo-rando una teoría austriaca de la fi rma sobre la base de los estudios austriacos sobre el capital. En el mundo hispano la tesis doctoral de Leonardo Ravier, desarrollada bajo la super-visión de Jesús Huerta de Soto, promete nuevas extensiones en este campo de estudio.

En teoría e historia monetaria aparecen Lawrence H. Whi-te, George Selgin y Kevin Dowd, autores que corrigieron uno de los defectos del pensamiento austriaco en su caren-cia por desarrollar trabajo empírico. Ahora mismo decenas de alumnos formados por estos autores continúan amplian-do este programa de investigación a decenas de países en los que habría evidencia de banca libre.

En macroeconomía destaca Roger W. Garrison y Steven Horwitz, este último con un conocido análisis sobre micro–fundamentos para la macroeconomía. El primero por ela-borar el modelo la macroeconomía del capital, que compite con el IS–LM keynesiano. Las aplicaciones de este modelo

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están corriendo la frontera del conocimiento y permitiendo a los austriacos formar parte de debates que le eran ajenos (Salter y Cachanosky 2014), acerca de los ciclos económicos con dinero fi at y en economías abiertas (Cachanosky 2014a, Cachanosky 2014b). Me permito aquí mencionar mi propio estudio de Curva de Phillips (Ravier 2013).

En fi nanzas públicas aparece Randall Holcombe, campo que se complementa con la fi losofía política donde ya des-tacamos a los autores clásicos de las ciencias políticas, ade-más de Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, James Buchanan y Murray Rothbard. En la actualidad Peter Leeson es uno de los tantos jóvenes profesionales que continúa ampliando este programa de investigación.

Para cerrar, un campo que recibe cada vez mayor aten-ción es el del desarrollo económico, donde prepondera la fi -gura de William Easterly, quien enfrenta a los expertos de la planifi cación central en el desarrollo como Jeffrey Sachs con Hayek y los órdenes espontáneos, mostrando las numerosas aplicaciones que la teoría austriaca puede tener en variados campos (Easterly, 2009). Easterly defi ende la idea de que la pobreza requiere seekers o «buscadores», más que planifi ca-dores (Easterly, 2006).

III. REFLEXIÓN FINAL

Podrá parecer paradigmático, pero la sensación que queda es que la Escuela Austriaca aislada, tal como se la conoció desde 1940 en adelante, ha muerto. La evolución de la tradi-ción, y en esto seguramente han jugado un rol destacado Mi-ses y Hayek y la Sociedad Mont Pelerin, la ha conducido ha-cia una integración del movimiento junto con otros enfoques complementarios, «compañeros de viaje», que nos permiten hoy hablar de una tradición aun más amplia que aquella.

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En palabras de Peter J. Boettke (en Living Economics):

La Economía Austriaca es un programa de investigación científi ca —históricamente una rama de los principios de la economía neoclásica, y en el discurso contemporáneo una parte de la nueva rama de la economía institucional y economía política que se levantó en la segunda mitad del siglo XX para desafi ar la hegemonía de la síntesis neoclásica. Mises y Hayek fueron de manera muy signi-fi cativa los pioneros en este programa de investigación, y su idea de una teoría unifi cada de la ciencia social basada en el individualismo metodológico y en expli-caciones de tipo mano invisible dio como resultado a nuevos campos de estudio: Alchian y los derechos de propiedad; Buchanan y la elección pública; Coase y los costos de transacción; Leijonhufvud y la coordinación macro: North y la Nueva Historia Económica; Olson y la acción colectiva; Ostrom(s) y el policentrismo; Tullock y la búsqueda de rentas; Yeager y la teoría monetaria del desequilibrio y , por supuesto, Kirzner y la teoría empre-sarial del proceso de mercado; y Rothbard y la teoría del anarcocapitalismo.

Desde luego que seguirán habiendo rupturas y debates internos en esta tradición de pensamiento, lo que habla de un programa de investigación abierto. Pero enfatizar los con-sensos, por ejemplo en la defensa de la cataláctica, el indivi-dualismo y el subjetivismo metodológico, en la importancia del costo de oportunidad, en el proceso competitivo y la información (nótese que no escribo «conocimiento»), en la relevancia de la función empresarial y las instituciones o en la noción de desequilibrio, permite a estos científi cos socia-les dialogar y alcanzar un entendimiento que con el enfoque neoclásico era difícil.

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Insisto: el resurgimiento de la Escuela Austriaca no emer-ge en el vacío, sino en un momento de la historia del pensa-miento económico en el que el paradigma neoclásico, con su conocido abuso por la matemática y la noción de equilibrio siempre, les ha generado limitaciones que la profesión ya no puede ignorar. En esto los austriacos llevan ventaja y deben darse la mano con el marxismo y el keynesianismo ortodoxo o el post–keynesianismo, además de escuelas heterodoxas que vienen reclamando el fi n de la economía neoclásica.

La Escuela Austriaca ya ha cambiado. No necesita cam-biar nuevamente en los próximos años para alcanzar una nueva explosión en sus publicaciones, porque las puertas ya están abiertas. La base de ideas es muy sólida, lo que permite augurar un futuro promisorio para los jóvenes pro-fesionales que integren esta tradición de pensamiento y que se propongan ampliar sus aplicaciones.

Mientras el mundo siga siendo inestable —y lo serán en mayor magnitud mientras el dinero y la banca sigan estando en manos de los gobiernos—, el keynesianismo y el socialis-mo estarán latentes. Los austriacos deben permanecer aten-tos para preservar la propiedad privada, la libertad individual y la economía pura de mercado.

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