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Alejandro E. Gómez, « Las independencias de Caracas y Cartagena de Indias a la luz de Saint-Domingue, 1788-1815 », Rivista Storica Italiana, Vol.CXXII, No.2 (août 2010), pp.708-734.

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Alejandro E. Gómez, « Las independencias de Caracas y Cartagena de Indias a la luz de

Saint-Domingue, 1788-1815 », Rivista Storica Italiana, Vol.CXXII, No.2 (août 2010),

pp.708-734.

Las independencias de Caracas y Cartagena de Indias

a la luz de Saint-Domingue, 1788-1815.

El 4 de abril de 1792, el rey de Francia sancionaba un decreto aprobado previamente por

la Asamblea Nacional, según el cual todos los hombres de color libres quedaban igualados ante

la ley con los blancos en el marco de la ciudadanía. Dos décadas más tarde, al otro lado del

Atlántico, en Caracas y Cartagena de Indias se sancionaban constituciones que tomaban medidas

similares. Si bien es cierto que reformas todas estas medidas contaron con el apoyo decidido de

políticos blancos (criollos y metropolitanos) imbuidos del espíritu revolucionario, las mismas no

habrían podido ser llevadas adelante sin la presión que ejercieran algunos individuos

pertenecientes a las elites de mulatos de Saint-Domingue y de pardos (i.e. Libres de Color) de

dichos territorios coloniales hispanos. En los tres casos se trató de personas con un nivel más

elevado de lo normal de prosperidad material, y que, por línea general, eran también los que más

cerca tenían el ascendente europeo.

Pese a ello, las rígidas normativas coloniales que determinaban –en forma quizá más

formal en el caso hispano– el estatus legal que cada quien tenía dentro de las sociedades

coloniales, les impedían deslastrase por completo de la “vileza” de su origen, lo que les hacía

susceptibles a seguir siendo considerados meramente como Gente de Color. Al estallar las

revoluciones en Francia en 1789 y en la Tierra Firme hispana en 1810, dichas elites vieron en

estos procesos de cambio la oportunidad de lograr la igualdad legal con los blancos, en el marco

del nuevo concepto de ciudadanía que se introdujo en aquella época, basado en principios

materiales censitarios. En uno y otro caso, sus representantes o líderes obraron políticamente de

manera muy parecida, encaminando inicialmente sus esfuerzos para lograr sus aspiraciones

particulares de grupo etno-social.

La temática de la participación política de los sectores subalternos en las revoluciones

americanas es un tema que ha sido trabajado profusamente para el caso franco-antillano1, pero no

fue sino hasta las últimas dos décadas que ha sido estudiado en el marco de las independencias

hispanoamericanas, sobre todo para los casos de Nueva España y las provincias de Caracas y

Cartagena.2 Si bien en otros lugares dichos sectores participaron en los procesos revolucionarios

(sobre todo en el campo militar), según muestra el estado actual de la cuestión sólo en las

referidas provincias de la costa noroccidental de sur América tomaron parte en las discusiones y

pugnas políticas sobre sus derechos, afectando con ello no sólo el desarrollo de los

acontecimientos sino también las nociones y límites de la concepción de ciudadano que se

desarrollaron en las primeras décadas de la Era de las Revoluciones.

1 Sobre el caso concreto de los mulatos en el contexto de la Revolución Francesa, véase principalmente :

Yves BÉNOT, La Révolution française et la fin des colonies, París, Éditions La Découverte, 1988. 2 Alfonso MUNERA, El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano, 1717-1810.

Bogotá: El Ancora, 1998; Eric VAN YOUNG, The Other Rebellion: Popular Violence, Ideology, and the

Struggle for Mexican Independence, 1810-1821. Stanford: Stanford University Press, 2001 ; Aline HELG, Liberty &

equality in Caribbean Colombia, 1770-1835. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2004; Marixa

LASSO, Myths of Harmony: Race and Republicanism during the Age of Revolution. Colombia, 1795-1831.

Pittsburg: University of Pittsburg Press, 2007; Alejandro GOMEZ, “La revolución de Caracas desde abajo”, en

Nuevo Mundo-Mundos Nuevos, No.8 (2008), [http://nuevomundo.revues.org/index32982.html], [15/11/2009]

El presente trabajo abordará estos temas en forma comparada, para los casos de Saint-

Domingue, la provincia de Caracas y la de Cartagena. Esto se hará desde una perspectiva

atlántica, en un intento por explicar las particularidades de unos procesos enmarcados en macro-

temáticas normalmente disociadas historiográficamente, como lo son las revoluciones franco-

antillanas y las independencias hispanoamericanas.

1. Discriminación etno-estamental y noblezas de color

Para fines del siglo XVIII, en las sociedades esclavistas americanas, el ser descendiente

de un negro esclavo, era razón para ser discriminado por la legislación y segregado por la

sociedad blanca, así la persona fuese de condición libre. Sin embargo, en lugares donde los

niveles de asimilación eran más elevados (por lo general en las colonias hispanas, portuguesas y

francesas, mas no en las inglesas), un afro-descendiente podía llegar a ascender socialmente

dentro de su mismo grupo etno-social.

En Saint-Domingue, en las parroquias sureñas de Aquin y Torbec, algunas familias de

color libres habían llegado a amasar fortunas considerables; alcanzando a tener patrimonios que

en ocasiones equivalía al de algunos plantadores blancos medios, con plantaciones (habitations)

con más de 300 esclavos. El origen de esta fortaleza económica se remontaba a las herencias que

habían recibido de sus ancestros, los primeros colonos blancos. Con el pasar del tiempo sus

fortunas fueron en aumento, en buena medida debido a su voluntad para poner en producción

tierras ociosas o no productivas, y al contrabando que con frecuencia practicaban con las

colonias neutrales vecinas. Según indicara uno de ellos, para 1789 los individuos de su condición

ya poseían un tercio de las tierras y la cuarta parte de los esclavos de dicha colonia.3

Para preservar y mejorar el estatus alcanzado por sus linajes, practicaban estrategias

familiares basadas en contraer enlaces maritales con sus iguales, con mulatos ilegítimos

reconocidos por sus progenitores europeos, y con individuos blancos.4 Como resultado de estos

enlaces, para fines del siglo XVIII las familias mulatas del sudoeste haitiano conformaban un

grupo homogéneo, que, por sus bienes materiales y su consanguinidad con algunos blancos

(muchos eran Cuarterones: vástago producto tercera unión con blancos), se diferenciaban del

resto de la población de color libre. Esto hacía que se viesen a sí mismos como personas de

condición blanca, como franceses nacidos en América.

Esta apreciación chocaba con la legislación colonial, que desde los años 1760‟s había

incrementado la imposición de restricciones en contra de todas las personas de color de

condición libre. Esto se debía en gran medida al creciente número de inmigrantes blancos que en

aquélla época habían comenzado a llegar a las islas francesas para hacer fortuna (los llamados

Pequeños Blancos), quienes, al hacer las mismas actividades que desarrollaban la mayoría de los

libres de color (jornaleros, conuqueros, artesanos, pequeños hacendados, etc.), entraban en

competencia directa con estos. Las medidas discriminatorias introducidas entonces eran

prácticamente iguales a las que estaban en vigencia en las colonias hispanas, como la prohibición

de usar el título de Sieur („Don‟ en el caso español), ocupar cargos públicos, portar armas, usar

prendas lujosas, etc.

3 Dominique ROGERS, “De l‟origine du préjugé de couleur en Haïti”, en Outre-Mers Revue d’Histoire, II,

340-341 (2003), pp.90-91; Carminella BIONDI, “Le problème des gens de couleur aux colonies et en France dans la

seconde moitié du XVIIIe siècle”, Cromohs, 8 (2003), pp.1-12 4 John GARRIGUS, “Color, class and identity on the Eve of the Haitian Revolution”, en Slavery and

Abolition, XVII, 1 (Abril 1996)

Estas medidas llevaban a las elites mulatas al estatus inferior que tenía el resto de la

población de color libre, entre los que se encontraban los esclavos negros emancipados o

libertos. Esta era una situación degradante que los miembros de dichas elites no estaban

dispuestos a tolerar, por lo que desde mediados de los años 1780‟s comenzaron a movilizarse

políticamente para solicitar al rey que pusiera fin a esa situación. Para sostener su posición

alegaron distintos argumentos siempre buscando defender una singularidad que, según su

criterio, les hacía diferentes: eran originalmente el fruto del amor de un blanco con una negra;

eran personas ilustradas que, en ocasiones, habían sido educadas en Francia; habían llegado al

nivel más alto de mezcla con blancos; eran propietarios, dueños de esclavos; habían probado su

fidelidad en las milicias; y eran hijos legítimos de padre y madre libres.5

En el caso de la Tierra Firme hispana, donde los pardos conformaban la mayor parte de la

población, la situación se mostró muy parecida, pues allí también había una elite de Gente de

Color libre. Como en otras partes de la América Hispana, este grupo etno-social se había venido

formando desde tiempos de la conquista, pero no fue sino a principios del siglo XVIII cuando

comenzaron a consolidarse como un grupo definido y, en consecuencia, a exigir mayores

privilegios de la corona española. En la Provincia de Caracas para mediados del siglo XVIII, sus

descendientes ya tenían haciendas de proporciones medias, sobre todo en las planicies del sur o

Llanos en las que tenían bastantes esclavos; mientras que en las ciudades poseían casas que

alquilaban como tiendas.6

Como en el caso de los mulatos del sudoeste de Saint-Domingue, los pardos de la elite

también se pensaban distintos del resto de los Libres de Color. Para sostener esta posición,

hicieron uso de argumentos muy similares a los que utilizaran sus equivalentes franco-

dominicanos: alegaban que ellos eran los más “blanqueados”, que tenían alguna educación, y que

habían servido fielmente al rey en las milicias. En el Caribe hispano, son los miembros de esta

elite de color los únicos que tendrán los medios materiales y la estimación pública suficiente para

adquirir “dispensas de calidad” (i.e. mecanismo legal para deslastrarse de un estigma, bien fuere

por tener origen moro, judío, o negro), a las cuales tuvieron acceso luego de la introducción en

América de la Real Cédula de Gracias al Sacar en 1795. Todo lo anterior confería una serie de

ventajas inmateriales a los pardos de la elite de las que estaban conscientes. Esto se puede

apreciar en la forma como obraban en la vida cotidiana en forma muy similar a como lo hacía la

aristocracia blanca; es decir, como si se tratara de una nobleza de color, pero sólo dentro del

amplio sector de los Libres de Color.7

2. El „asunto de los mulatos‟ en las revoluciones franco-antillanas

Cuando en 1788, con el llamado a Estados Generales, da inicio el proceso de cambios

que habría que desencadenar la Revolución Francesa, a la Gente de Color de las colonias

caribeñas, se le negaron algunos privilegios de los que sí gozaron los Blancos: como la

designación de diputados y la redacción de Cuadernos de Dolencias (Cahiers de Doléances) para

ser enviados a aquella asamblea. Es por ello que se trasladaron a París los mulatos Vincent Ogé y

Julien Raymond, quienes formaban parte de una delegación de la elite del sur de Saint-

5 D. ROGERS, op.cit., p.94; Julien RAYMOND, Observations sur l’origine et les progrès du préjugé des

colons blancs contre les hommes de couleur. Paris: Belin, Desenne, Bailly, 1791, pp.1ss 6 Paul Michel MCKINLEY, Caracas antes de la Independencia. Caracas: Monte Ávila Editores

Latinoamericana, 1993 (1985), pp.33-34 7 Sobre las estrategias de las familias mantuanas, véase: Frédérique LANGUE, Aristócratas, Honor y

Subversión en la Venezuela del Siglo XVIII. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 2000, pp.64ss

Domingue, que se encontraba en Francia desde antes, buscando revertir la legislación le

discriminaba. Su intención era la de convencer a los revolucionarios metropolitanos de que ellos

tenían tantos méritos materiales e inmateriales como los Blancos, para ser considerado como

ciudadanos activos; es decir, con derecho a ser electores.8

Hasta ese momento, aparentemente no tenían ningún conflicto con los Plantadores, por lo

que, una vez en Francia, los delegados mulatos se dirigieron a la asociación política que aquellos

habían creado, el Club Massiac. En un discurso que pronunciara el referido Ogé ante los

miembros de este club, advirtió sobre los peligros que podría acarrear la introducción del

principio de libertad en las Antillas, pues éste podría motivar a los esclavos a rebelarse. Propuso

que mulatos y blancos uniesen fuerzas para conformar una sola clase de hombres libres en la

colonia de Saint-Domingue. Los plantadores ignoraron las propuestas de la delegación mulata,

ya que, además de sus propios prejuicios racialistas, pensaban que de abrirse la puerta de la

igualdad a los mulatos este sería el primer paso para que los Negros Libres aspirasen también a

ese derecho, y para que se aboliese la institución de la esclavitud.

Ante esta negativa, los delegados mulatos en París hicieron circular panfletos en los que

acusaban a los plantadores blancos de querer darles el mismo trato que a los esclavos negros, al

mismo tiempo que intentaban explicar lo absurdo de las medidas que les discriminaban.9 Se

produce entonces un acercamiento entre dichos delegados y la Sociedad de Amigos de los

Negros, una asociación abolicionista fundada en febrero de 1788, entre cuyos miembros estaban

algunos de los políticos más notables del período revolucionario como Brissot, Condorcet,

Gregoire, Lafayette, Mirabeau, Pétion, y Robespierre.10

A mediados de 1789, los esfuerzos de los

abolicionistas franceses se vieron recompensados con una importante victoria, cuando en los

Estados Generales se impidió que los representantes de los plantadores se abrogaran la

representación de las masas de esclavos para aumentar sus representantes ante ese cuerpo. En esa

ocasión, el Conde de Mirabeau refutó los alegatos de aquéllos, aludiendo que en Francia no se

contaban caballos y mulas para establecer la proporción de diputados.11

Sin embargo, la fortaleza e influencia que demostraban tener las burguesías portuarias

(como las de Brest, Burdeos, Le Havre, Marsella y Nantes) dejó claro que no sería fácil acabar

con la esclavitud, por lo que los amigos de los Negros, ya al tanto de las aspiraciones de los

Mulatos, dieron prioridad a su causa como un paso previo a su ambición abolicionista. En

octubre de 1789, los miembros de la delegación mulata, aprovechando la reciente declaración de

los Derechos del Hombre y del Ciudadano (proclamada el 26 de agosto anterior) y apoyados por

los amigos de los negros, solicitaron ser aceptados como diputados en la Asamblea Nacional. El

abogado del consejo, alegó que aquellos estaban en su derecho como ciudadanos propietarios y

contribuyentes; y que, además, era absurdo que el sector al que pertenecían fuese representado

por los Plantadores, cuyos intereses eran distintos a los de ellos. El presidente de la asamblea

estuvo de acuerdo con estas alegaciones, aun así a la delegación mulata sólo se le permite

8 D. ROGERS, op. cit., pp.59, 94 ; J. GARRIGUS, op.cit., p. 21; Julien RAYMOND, Observations sur

l’origine et les progrès du préjugé des colons blancs contre les hommes de couleur, Paris: Belin, Desenne, Bailly,

1791, pp. 1 y ss. 9 J. RAYMOND, op.cit., p.1

10 Acerca del movimiento abolicionista francés, véase : Marcel DORIGNY, Bernard GAINOT, La Société

des Amis des Noirs. (Contribution à l'histoire de l'abolition de l'esclavage). Paris, Éditions Unesco, 1998. 11

Honoré-Gabriel Riqueti de Mirabeau (Conde de), Discours et opinions. Paris: Lecointe et Pougin, 1834,

p. 133.

participar en una „sesión provisoria‟, lo que de ninguna manera implicaba una incorporación

formal a dicho cuerpo legislativo.12

En lo sucesivo, los diputados plantadores y de las ciudades portuarias hicieron la vida

difícil a los abolicionistas, quienes apenas si pudieron intervenir en las discusiones que

concernían a la gente de color en las Antillas francesas.13

Entre tanto, los Plantadores que habían

venido haciendo presión porque las colonias tuviesen mayor autonomía, dieron un importante

paso el 8 de marzo de 1790. Ese día, la Asamblea Nacional, prácticamente sin debatir y pese a

los reclamos de algunos abolicionistas (como Mirabeau, Pétion y Villeneuve), aprobó un decreto

que otorgaba valor legal a las asambleas coloniales, a las cuales se concedía mayor autonomía

política y económica. Seguidamente, el 28 del mismo mes, se aprobó una instrucción que

establecía que los electores para las asambleas coloniales eran sólo aquéllos que cumpliesen con

las condiciones para ser ciudadanos activos. En el debate previo a la aprobación de esta media, el

abate Grégoire se preocupó por la poca claridad que ofrecía el borrador en relación al alcance

que tendría la ciudadanía, por lo que propuso sin éxito que se indicara claramente que los

Mulatos eran también ciudadanos.14

La ambigüedad de ese decreto suscitó una serie de conflictos en todas las islas francesas,

iniciados por Pequeños Blancos quienes pretendían impedir por la fuerza que los Mulatos

ejerciesen el derecho a ser electores. El más grave de esos conflictos tuvo lugar el 3 de junio de

1790 en la ciudad de Saint-Pierre (al norte de Martinica), donde muchos individuos de esa

condición fueron masacrados durante las celebraciones de la tradicional Fiesta de Dios. Este

hecho marcó el inicio de una guerra etno-civil en dicha isla, en la que se vieron enfrentados el

partido de Mulatos y Plantadores (quienes, producto de las circunstancias, debieron unir fuerzas)

contra el de los Pequeños Blancos y representantes de las burguesías portuarias metropolitanas.

Este conflicto no pudo ser aplacado sino hasta finales de aquel año, tras la llegada de un

contingente armado enviado desde la metrópoli.15

Los Plantadores siguieron obteniendo prerrogativas a su favor de la Asamblea Nacional:

Luego de un debate que tuvo lugar el 12 de octubre de 1790, en el que nuevamente se negó el

derecho de palabra a los defensores de los Mulatos (Grégoire, Mirabeau y Pétion), se aprobó un

decreto mediante el cual la Asamblea Nacional se prohibía a sí misma discutir sobre el estatus

político de las personas en las colonias (incluyendo la gente de color), a menos que fuese

solicitado explícitamente por las asambleas coloniales dominadas por los Plantadores locales.

Para ese momento los delegados Mulatos no soportaban más el desinterés y el mal trato que

estaban recibiendo de la Asamblea Nacional. Por esta razón, Vincent Ogé partió de vuelta a

Saint-Domingue para intentar hacer cumplir por la fuerza lo que pensaba eran los derechos

legítimos de la gente de color.

Una vez en esa colonia, conformó un contingente armado de alrededor de 700 Mulatos.

Su cuartel general lo estableció al norte, en Grande Rivière, a pocas millas de Le Cap Français.

Desde allí envió una comunicación a la Asamblea Colonial, exigiéndole que honrara la

instrucción del 28 de marzo, aceptando en su cuerpo a representantes de la Gente de Color. Para

12

Sesión del 22 de octubre de 1789, Le Patriote Français, t. lxxvii (23/10/1789). París: Impr. du Patriote

Français, 1989, p. 3. 13

Sesión del 8 de marzo de 1790, Archives Parlementaires, t. xii. París: Librairie administrative P. Dupont,

1913, p. 74 14

Sesión del 28 de marzo de 1790, Archives Parlementaires, t. xii. París: Librairie administrative P.

Dupont, 1913, p. 383. 15

Alejandro Gómez, Fidelidad bajo el viento. México, Siglo XXI Editores, 2004, pp. 22 y ss.

evitar confusiones, en esta misiva dejó claro que su petición no tenía intenciones abolicionistas,

aunque secretamente planeaba insurreccionar a los esclavos si esto contribuía a lograr sus

objetivos. Luego de una corta resistencia, la tentativa de insurrección mulata fue aplacada por los

Blancos, y sus cabecillas se vieron forzados a huir a la parte española de la isla (Santo

Domingo). Estando en este territorio, fueron aprehendidos por las autoridades españolas, y luego

enviados de vuelta en Saint-Domingue donde se les siguió juicio, tras el cual fueron condenados

a muerte. Así, el 9 de marzo de 1791, Ogé fue ejecutado cruelmente en la rueda.

Cuando se conocieron los detalles de esta ejecución en París, esto provocó una ola de

indignación entre la población local. Esta situación fue explotada hábilmente por los amigos de

los negros, sobre todo por Jacques-Pierre Brissot, quien en un artículo publicado en enero de

1791, defendió la legitimidad de la causa de los Mulatos y las motivaciones que en este sentido

tuvo Vincent Ogé para rebelarse.16

Con el pasar de los días, el apoyo a los Mulatos fue

incrementándose, como se pudo apreciar en las numerosas declaraciones de apoyo (votos) que

hicieron llegar a la Asamblea Nacional muchas sociedades de Amigos de la Constitución desde

distintas partes de Francia.17

La presión política ejercida por sectores como los anteriores, hizo

que finalmente se escucharan en la Asamblea Nacional las alegaciones de los defensores de la

causa de los Mulatos. Ello propició la aprobación de un decreto el 15 de mayo siguiente, en el

que finalmente se permitió el acceso a la ciudadanía activa a una parte de la población de color:

la que tenía padre y madre libres. Esta condición favorecía los intereses de las élites mulatas, ya

que, a diferencia de los Negros Libres y otros mulatos de condición “inferior”, eran ellas las que

en mayor medida podían cumplir con esa condición.

Esta medida provocó la ira de los Blancos de Saint-Domingue, quienes impidieron su

aplicación arguyendo que no se debían eliminar las barreras del color, pues ello acarrearía el fin

de la institución de la esclavitud. Por lo tanto, siguieron impidiendo que la Gente de Color

tuviese representación en las Asambleas Coloniales. De inmediato los Mulatos se organizaron

para defender sus derechos, comenzando así una guerra civil entre Blancos y Mulatos. Este

conflicto se vio opacado por la gran revuelta de esclavos iniciada el 10 de agosto de 1791 en los

alrededores de Cap Français, la cual llegó a contar con la participación de más de cien mil

Negros. Este hecho fue tan grave que propició una alianza circunstancial entre Blancos y

Mulatos de la Provincia del Norte, los cuales unieron esfuerzos para suprimir la insurrección.

Seguidamente, en prácticamente la totalidad de las ciudades de la colonia se firmaron

acuerdos (concordatos), en los que se convenía satisfacer las peticiones de los Mulatos, las cuales

se reducían en esencia a que los Blancos cumpliesen con el decreto del 15 de mayo. El mismo

fue formalmente acatado por la Asamblea Colonial en octubre siguiente, ampliando incluso su

cobertura a todos los hombres de color sin limitaciones de parentesco, incluyendo así a los

Negros Libres. Pero este estado de fraternidad inter-étnica habría de durar poco: En Francia, los

miembros de la Asamblea Nacional se habían dejado convencer por los Plantadores, de que los

desórdenes que estaban teniendo lugar en Saint-Domingue se debían al decreto igualitario del 15

de mayo.

Por esta razón, el 24 de septiembre de 1791, se emitía uno nuevo que devolvía a las

Asambleas Coloniales controladas por los Plantadores, la potestad de legislar sobre la situación

16

“Sur la nouvelle insurrection des mulâtres à Saint-Domingue” [Paris, 5/1/1791], Le Patriote Français,

515 (5/1/1791). París: Impr. du Patriote Français, 1991, p. 18. 17

“Lettres de Diverses Sociétés des Amis de la Constitution…” [3/4/1791], La Révolution Française et

l’Abolition de l’Esclavage, t. iv, doc. 10. París: Éditions d'Histoire Sociale, 1968.

de los esclavos, y la condición política de la Gente de Color. Al mismo tiempo, se las arreglaban

para que poco antes de que se aprobara la constitución que se había venido elaborando en la

Asamblea Nacional (la cual tenía un carácter constituyente), se le agregara una cláusula que

indicara que la misma no era aplicable a las posesiones coloniales de Francia. Al conocerse el

nuevo decreto en Saint-Domingue, los Pequeños Blancos intentaron aplicarlo pero los

Plantadores locales, conscientes del peligro que corría la colonia ante la rebelión de esclavos,

decidieron ratificar los acuerdos alcanzados con los Mulatos.

A fines de noviembre, cuando la municipalidad de Port-au-Prince estaba a punto de

ratificar su concordato correspondiente, algunos Pequeños Blancos asesinaron a un militar

mulato, lo que significó el reinicio de las hostilidades. A partir de entonces (como ya había

pasado en Martinica), muchos Plantadores que comenzaban a manifestar una tendencia realista,

se unieron a los Mulatos y Negros Libres en contra de la facción de los Pequeños Blancos,

quienes mostraban una tendencia más jacobina. Como producto de estos conflictos, la colonia

quedó sumida en el caos y así lo reflejaron los reportes que llegaban a la Asamblea Legislativa

(entidad que sustituyó a la Asamblea Nacional). Algunos de esos reportes estaban tergiversados

por los Pequeños Blancos, quienes pretendían hacer ver a los Mulatos como unidos a los Negros

en una cruzada de exterminio contra todos los Blancos.

En respuesta a los informes de este tipo presentados en marzo de 1792 ante la Asamblea

Legislativa, el líder girondino Jacques-Pierre Brissot acusó a sus autores de haber censurado y

manipulado las informaciones, y propuso abrir el debate hasta tomar una resolución definitiva

sobre el estatus político de los Mulatos. El primero en participar fue el mismo Brissot, quien

pronunció un largo y emotivo discurso en el que defendió el apego a la ley que estos

manifestaban tener, y criticó las calumnias que se habían levantado en su contra.18

El debate se

extendió hasta el 28 de marzo. Al final, pese a las objeciones de la diputación de los Plantadores,

se votó a favor de una resolución que reinstauraba los derechos ciudadanos activos a todos

aquellos Mulatos y Negros Libres que reuniesen las condiciones establecidas.

Dos días más tarde, el 30 de ese mismo mes, tras dos años de intentos frustrados,

finalmente se permitió comparecer ante un legislativo metropolitano a una diputación de

ciudadanos de color. La misma hizo su entrada al recinto donde funcionaba la Asamblea

Legislativa en el Palacio de Tullerías, en medio de los aplausos de los presentes. Esta diputación

estaba compuesta por ocho mulatos, encabezada por Julien Raymond, quien se dirigió a los

presentes para celebrar el hecho que finalmente se hubiese puesto fin a la discriminación a que

eran sujetos los individuos de su condición, y que por fin se hubiera materializado uno de los

principios más importantes de la revolución, como lo era el de la igualdad.19

3. La cuestión de los pardos en las independencias de Caracas y Cartagena

Las primeras manifestaciones que evidencian un cambio en la noción de igualdad que

tenían los Libres de Color en la Tierra Firme hispana, las encontramos en 1793. Las mismas se

encontraban en estrecha relación con lo que pasaba en el Caribe francés, debido en gran medida

a las noticias que circulaban sobre los logros de su iguales en esa región, a la propaganda

revolucionaria distribuida sobre todo desde la Guadalupe, y a la gran cantidad de prisioneros

franceses que estaban siendo despachados desde Saint-Domingue, entre los cuales muchos eran

18

Sesión del 21 de marzo de /1792, Archives Parlementaires, t. xl. París: Librairie administrative P.

Dupont, 1913, pp. 205 y ss. 19

Sesión del 30 de marzo de 1792, Archives Parlementaires, t. xl. París: Librairie administrative P. Dupont,

1913, p. 708.

hombres de color. Desde aquel año se habían venido haciendo tertulias en la barbería de un

miliciano pardo de nombre Narciso del Valle, ubicada en la ciudad portuaria de La Guaira (a

pocas leguas al norte de Caracas), a la que asistían hombres de su misma condición, pero

también blancos y negros libres. En tales ocasiones se discutía sobre asuntos foráneos: la

revolución americana, la francesa, la libertad de culto en Irlanda, derecho de gentes, etc.20

En 1797, esos mismos individuos apoyaron una conspiración liderada por dos blancos

criollos y algunos reos de estado que habían sido despachados desde España, por haber llevado

adelante dos años antes una conspiración jacobina en Madrid. El proyecto contemplaba la

instauración de una república católica en la que, entre otras medidas radicales, la esclavitud sería

abolida y se otorgaría ciudadanía a todos los pobladores, independientemente del sector etno-

social al que perteneciesen. Poco antes de que la conspiración fuese develada, los principales

cabecillas blancos pudieron escapar a las Antillas, principalmente a la isla de Guadalupe,

mientras que Del Valle fue aprehendido y ejecutado. En total, se llegó a decir que el número de

los comprometidos, entre gente blanca y de color, alcanzaba entre 200 y 500 individuos, aunque

nunca se pudo comprobar la participación de poco más de una treintena de individuos.21

Una década más tarde, en noviembre de 1808, se produce en Caracas una tentativa

frustrada de conformar un gobierno autónomo desde el cabildo de esa ciudad, encabezado por

miembros de la elite de blancos criollos. Esta iniciativa buscaba conformar una junta de gobierno

análoga a las que se habían constituido en España a partir del mayo anterior, tras la ocupación de

la Península Ibérica por parte de las tropas de Napoleón. Ante aquel hecho, la gente de color de

la ciudad reaccionó contra los Blancos Criollos, siendo su acción más directa la postura que

asumieron los oficiales pertenecientes a distintos batallones de pardos, quienes enviaron una

comunicación al Capitán General, en la que le manifestaron su firme convicción de enfrentar

como una “parda fiera” los designios de los conspiradores blancos.22

A los desencantados pardos se sumaron los muchos inmigrantes canarios (quienes

también despreciaban a los blancos de la elite criolla), lo que produjo un gran desorden que sólo

pudo ser apaciguado cuando se arrestó a los implicados en la conjura juntista. Dos años más

tarde, en 1810 un grupo más heterogéneo de Blancos Criollos llevó a cabo una nueva tentativa de

conformar un gobierno autónomo. Esta vez los implicados se cuidaron de no cometer los mismos

errores de la anterior en relación a los pardos, por lo que se planeó el proyecto en acuerdo con los

oficiales de sus regimientos, lo cuales, en esta ocasión, hicieron causa común con los juntistas.

Una vez que el régimen colonial cayó, el nuevo gobierno que se instaló (la Junta Conservadora)

tomó medidas que favorecían a los pardos de la élite: se les permitió tener un representante en la

persona de un blanco que simpatizaba con su causa (el blanco criollo, José Félix Ribas), se

aumentaron los salarios de sus milicianos, se les ascendió de rango (lo que contrariaba las

disposiciones coloniales), y hasta se les condecoró como se hiciera con el capitán de milicias de

los Valles de Aragua, Pedro Arévalo.

20

Declaración de José Manuel Pino [14/11/1797] Archivo General de Indias [en lo sucesivo AGI], Caracas,

leg.431, pieza 64, f.23; Declaración de José del Rosario Cordero [16/08/1797] AGI, Caracas, leg.428, pieza 23, f.19;

Declaración de Narciso del Valle del 13/10/1797, AGI, Caracas, leg.430, pieza 50, fols. 96ss; Declaración de José

Manuel Pino [14/11/1797] AGI, Caracas, leg.431, pieza 64, fs.11ss 21

Alejandro E. Gómez, “Entre résistance, piraterie et républicanisme: mouvements insurrectionnels

d‟inspiration révolutionnaire franco-antillaise dans la Côte de Caracas, 1794-1800,” Travaux et Recherches de

l’UMLV, no. 11 (2006): 91-120 22

Cf. Inés QUINTERO, La Conjura de los Mantuanos. Caracas: UCAB, 2002, p.149

Había también otros sectores de gente de color quizá de estratos más humildes y/o de

condición inferior, que manifestaban abiertamente su entusiasmo por el proceso que se estaba

viviendo. Esta actitud era azuzada por el mismo Ribas, como quedó en evidencia en las

manifestaciones públicas que se hicieron en las inmediaciones del templo de Altagracia (la

iglesia de los pardos) en octubre de 1810, luego de conocerse la noticia de los atropellos de que

habían sido objeto los miembros de la junta de Quito, quienes habían sido reprimidos por las

autoridades reales de ese territorio. Esta manifestación alarmó a las autoridades juntistas, a las

cuales, en su condición de blancos, no vieron con buenos ojos que hombres de color se

estuviesen manifestando por las calles contra el régimen español. Para evitar que estas escenas se

repitieran, decidieron expulsar del territorio a Ribas, a su hermano, y a algunos colaboradores

pardos.

Casi al mismo tiempo, en diciembre de aquel año, llega a Caracas Francisco de Miranda,

un blanco criollo nativo de esa ciudad, veterano de la guerra de independencia norteamericana y

del proceso revolucionario francés. Miranda había venido conspirando contra el imperio español

desde al menos 1788. Desde entonces había hecho proyectos políticos de independencia para la

América Española, entre cuyos objetivos estaba otorgar ciudadanía a todos los Libres de Color.

A su llegada a territorio caraqueño, utilizó su enorme prestigio para utilizar a los republicanos

blancos más radicales (en su mayoría jóvenes ideólogos como los hermanos Bolívar, los

Montilla, y los Ribas ya llegados de su exilio), a quienes agremió en torno a la Sociedad

Patriótica. Este era un club de inspiración jacobina creado a imagen de los que surgieron en

Francia y las Antillas en tiempos de la Revolución Francesa.

Desde un principio, Miranda despertó el entusiasmo de las personas de color de la capital,

quienes lo vitorearon al entrar por primera vez por la Puerta de Caracas. En lo sucesivo puso

todo su empeño en ganarse a las personas pertenecientes a ese sector etno-social, a quienes abrió

las puertas de la Sociedad Patriótica. La presencia de estos individuos en el seno de este cuerpo,

nos habla de una postura plural por parte de los radicales mirandinos, que no buscaba beneficiar

exclusivamente a los pardos de la elite, sino que a toda la comunidad de Libres de Color. Esta

actitud les llevó a ganar adeptos en zonas rurales más allá de los límites de la ciudad, como

pareciera confirmarlo una requisa levantada por los realistas dos años más tarde. En ella se

indicaba que ese apoyo se había extendido a las poblaciones al sur de Caracas, región que se

habrían convertido en un “semillero de la revolución”.23

Esa cercanía que demostraban tener Miranda y sus seguidores con los Pardos no agradaba

a los sectores más conservadores blancos que controlaban el gobierno. A principios de 1811, la

junta convocó elecciones de diputados en todo el territorio de la Capitanía General para

conformar el primer Congreso Federal de todas las provincias aliadas, con facultades ejecutivas

pero aún sin aspiraciones independentistas. Para estas elecciones, a pesar de que fueron

convocados todos los habitantes de condición libre de Venezuela, las muy rígidas condiciones

censitarias que se establecieron impidieron que los sectores tuvieran el acceso al sufragio.24

El

mismo día en que se instaló, el 2 de marzo, se arrestaron algunos individuos de color por estar

23

Requisa levantada por el Marqués de Casa León [Caracas, 4/12/1812], AGI, Pacificación de Caracas,

leg.437A, fs.2vto-3 24

“Continuación del Reglamento de Diputados, Cap. I, Nombramiento de los electores parroquiales”, in

Gaceta de Caracas, tomo II, no. 107 (18/7/1810), p.3

hablando sobre materias políticas de gobierno y de la igualdad; uno de ellos habría tenido en su

poder un “escrito incendiario”, al que Miranda había agregado un “apóstrofe lisonjero.”25

Poco después, el oficial pardo Pedro Arévalo, ahora con el grado de coronel, publicó un

comunicado en la Gaceta de Caracas en el que intentaba calmar los ánimos de los Blancos. En el

mismo aseguraba que la posición del gremio al que pertenecía seguía siendo de apoyo a las

nuevas autoridades constituidas.26

Esta circunstancia parece indicar que los pardos beneméritos

no estaban con los radicales mirandinos, sino que con un sector más moderado de los Blancos

Criollos. La división que se comenzó a gestar entonces la pudo apreciar a fines de 1811 el

escocés, Gregor McGregor, quien indicó que para esa época en Caracas se estaba conformado un

partido al que llamó como “de los mulatos”, el cual estaría causando alarma entre los demás

blancos, moderados y abiertamente realistas, cuyas posturas se estarían acercando por el temor

que ese partido les causaba.27

Entre tanto, los miembros de la Sociedad Patriótica ejercían una fuerte presión sobre el

congreso para precipitar la declaración de independencia. Cuando lo lograron el 5 de julio de

1811, sus jóvenes miembros se lanzaron a las calles para festejar junto a la gente de color.28

Ellos

también presionaban para que esta declaración fuese acompañada por una otra favorable a la

ciudadanía de los pardos. En la misma sesión en que se votó a favor de la independencia, se

propuso dilucidar este asunto antes de tratar una posible ruptura con España. El criterio que

terminó imponiéndose fue el de posponer la discusión, a condición de que fuese los primero que

se discutiese luego de declarada la independencia.29

Esta discusión tuvo lugar el 31 de julio en una sesión especial a puerta cerrada. Para ese

momento, el Congreso Federal, en cuyo seno comenzaban a presionar los radicales mirandinos,

había proclamado una versión de los Derechos del Ciudadano el cual sirvió para defender la

causa de los pardos y promover su acceso a la ciudadanía. En el debate de ese día, la postura de

los radicales mirandinos fue principalmente la de resaltar las ventajas de otorgar la ciudadanía a

los pardos, y mostrar lo capacitados que ellos estaban para ejercerla. A lo largo del debate ningún

representante de los blancos conservadores se atrevió a contradecir los alegatos filantrópicos que

emplearon los radicales; limitándose a no apoyar un decreto que tuviese aplicación

constitucional, pues veían en ello un ataque sobre su postura federalista. Al final, si en la sesión

no se pudo llegar a nada concluyente, sabemos que se terminó imponiendo el criterio de los

radicales, ya que en el capítulo noveno de la Constitución Federal que fue sancionada en

diciembre de 1811, quedaron revocadas todas las leyes que discriminaban a los Libres de

Color.30

25

Roscio a Bello [Caracas, 9/6/1811], en Juan Germán ROSCIO, Obras, t.III. Caracas: Publicaciones de la

secretaria general de la décima conferencia interamericana, 1953, pp.26-27 26

Representación de Pedro Arévalo [Caracas, 11/3/1811], en Gaceta de Caracas, tomo II. Caracas:

Academia Nacional de la Historia, 1983, p.4 27

Tulio ARENDS, Sir Gregor McGregor (Un escocés tras la Aventura de América). Caracas: Monte Ávila

Editores, 1988, pp.42-43 28

José Domingo DÍAZ, Recuerdos sobre la Rebelión de Caracas. Caracas: Academia Nacional de la

Historia, 1961 (1829), pp.90-91 29

Sesión del 5 de julio de 1811, en Congreso Constituyente de 1811-1812 (Acta de los Congresos del Ciclo

Bolivariano, vol. I). Caracas: Congreso de la República, 1983, pp.125-126 30

“Sesión del 31 de julio de 1811”, in Congreso Constituyente de 1811-1812, tomo I. Caracas: Congreso

de la República, 1983, pp.200ss; “Derechos del Hombre en Sociedad", in Gaceta de Caracas, III, 42 (23/7/1811),

p.3

En Cartagena de Indias, al igual que en otras partes de Hispano América, cuando a

principios de 1810 se comienza a recibir informaciones sobre la conformación de juntas de

gobierno autónomas en España, los blancos criollos del cabildo local reaccionaron buscando

conformar un gobierno autónomo. Para ese momento la ciudad se encontraba sumida en una

profunda crisis económica, debido a la irregularidad con que llegaban los situados fiscales desde

el gobierno central del virreinato en Bogotá, y a la fuerte competencia comercial con las ciudades

de Mompox y Santa Marta. Esta situación se había agravado por la creciente vigilancia de los

guardacostas sobre el contrabando de la ciudad, y las políticas de austeridad que introdujera el

gobernador Francisco de Montes desde su llegada en octubre de 1809. Entre éstas se encontraban

recortar el gasto en obras públicas, y en enviar dos batallones del fijo para Bogotá. Estas

decisiones dejaron sin trabajo a muchos individuos de color, cuyo sustento dependía de tareas

asociadas con la defensa de la plaza.

Esta situación fue generando descontento entre la población de color, lo que facilitó la

labor de los Blancos Criollos para ganarles para su causa. De ello se encargó José María García

de Toledo, quien entró en contacto con algunos líderes de color de los barrios de La Catedral,

Santo Toribio y, especialmente, Getsemaní. Su objetivo era el de acordar una alianza para

derribar el gobierno de Montes, contando con los milicianos de color para sofocar cualquier

reacción por parte de las tropas restantes del regimiento fijo de Cartagena. A ese último barrio, el

más populoso de la ciudad, pertenecía quien fuera tal vez el más importante de esos líderes: el

pardo Pedro Romero, alías “el Matancero”.31

Este era un próspero herrero cubano nacido en Matanzas, isla de Cuba, alrededor de

1756. Trabajaba en su propia fundición ubicada en la entrada de dicho barrio, con su hermano y

sus dos hijos. El elevado nivel socio-económico que tenía dentro de la casta de los pardos, se

puede apreciar, además la fundidora, en que había casado a algunas de sus hijas con blancos, y

en que seis meses antes había hecho al Rey una solicitud de dispensa de calidad para su hijo, a

fin de que éste pudiese entrar en la universidad a estudiar filosofía. A pesar de que inicialmente a

Romero no le agradó mucho el plan de García de Toledo (probablemente temiendo perder el

elevado estatus socio-étnico que gozaba dentro de los Libres de Color), según indica un blanco

criollo en sus memorias, pronto cambió de parecer y pasó a poyar entusiásticamente dicho

proyecto político, junto con sus hijos.

El 14 de junio de 1810, cuando los miembros del cabildo de Cartagena de Indias

decidieron actuar contra el gobernador, contaron con el apoyo de una fracción importante del

pueblo conformado por Negros, Mulatos y Zambos de condición libre venidos de distintos

barrios de la ciudad. Estos no estaban conducidos por blancos, sino por sus propios líderes. En

conjunto forzaron al gobernador español (a quien se acusaba además de ser afrancesado y anti-

criollo) a abandonar su cargo, siendo sustituido por el coronel Don Blas de Soria. Cuando el

cabildo asume el poder de la provincia, crea dos batallones de voluntarios: uno de blancos y otro

de pardos. A este último se le denominó Lanceros Patriotas de Getsemaní, en honor a los

habitantes del barrio de ese mismo nombre, y estuvo conformado en su mayoría por hombres de

color dirigidos por el mismo Romero, quien fue ascendido al grado de coronel.32

31

A. MÚNERA, op.cit.,, pp.174ss. Para un trabajo más actualizado sobre el tema de la independencia de

Cartagena en idoma español, véase: Marixa LASSO, “El día de la independencia: una revisión necesaria”, en Nuevo

Mundo Mundos Nuevos, No.8 (2008), [en línea : http://nuevomundo.revues.org/index32872.html], [19/11/2009] 32

A. HELG, op.cit., p.122; M. LASSO, Myths of Harmony, pp.68 y ss.

Dos meses más tarde, el 14 de agosto, se conforma una junta de gobierno autónoma, a

imagen de las de España: la Junta Suprema de Gobierno de Cartagena. Con ello no sólo se

rompía con la junta metropolitana, sino también con la de Bogotá (capital del virreinato) que

había creado la suya el 20 de julio anterior. El Supremo Consejo de Regencia en España condenó

esta acción del cabildo de Cartagena, y nombró un nuevo gobernador: José Dávila. A su llegada

a las puertas de la ciudad, el cabildo le negó la entrada. Esta decisión dividió a los Blancos

locales pues temían enfrentarse con la regencia, mientras que fue apoyada abiertamente por los

lanceros de Getsemaní.

Durante los días que Dávila permaneció en los alrededores ese cuerpo militar custodió la

junta, mientras que muchas personas de color se congregaron alrededor del palacio de la

gobernación. Algunas de ellas comenzaron a insultar a los Blancos (tanto Criollos como

Peninsulares) de tendencia realista, lo que fue enseguida condenado por García de Toledo, quien

había sido nombrado presidente de la junta cartagenera. En una proclama del 9 de noviembre,

éste les exhortó a no continuar insultando a los españoles, so pena de ser castigados.33

Esta

situación hizo que muchos blancos emigraran principalmente hacia la ciudad de Santa Marta, que

comenzaba a convertirse en un bastión realista. Entre los blancos emigrados en esa época se

encontraba el mismo gobernador interino, Blas de Soria.

A pesar de la negativa a permitir la entrada al gobernador nombrado por la regencia, la

junta de Cartagena no había roto oficialmente con España; de hecho, el último día de diciembre

de 1810 se hizo un acto solemne para reconocer las cortes que se habían instalado en la isla de

León, para las cuales se convocaron delegados de todo el imperio, incluyendo América. Ese

mismo mes se aprobó un nuevo reglamento electoral para reformar la composición de la

asamblea, para lo cual se invitó a participar a todos los pueblos de la provincia. El mismo

constituyó una muestra de la voluntad de los políticos blancos criollos por abrir el sistema

político a las castas, ya que en la ciudad de Cartagena se autorizó a votar a todos aquellos

individuos cabeza de familia indistintamente de que fueren blancos, indios, negros, mestizos,

zambos o mulatos; excluyendo únicamente a vagos, criminales, asalariados y esclavos. No

obstante, no fue posible realizar elecciones por las secesiones de las ciudades de Simití y

Mompox.34

Esta última había seguido una dinámica política similar a la de Cartagena: el 6 de agosto

de 1810, blancos criollos radicales depusieron el gobierno colonial, con el apoyo de la población

libre de color. Seguidamente, el cabildo formó batallones de voluntarios blancos y pardos, e

incluso se concibieron fondos para manumitir esclavos. Entre esos radicales resaltaba la figura de

Vicente Caledonio Gutiérrez de Piñeres, un próspero comerciante quien más tarde sería

presidente de la junta autónoma local, quien, una vez depuesto el gobernador, en un acto singular

de altruismo, liberó todos sus esclavos, ejemplo que fue seguido por otros blancos criollos.

Es de resaltar que Mompox quedaba dentro de los confines de la Provincia de Cartagena,

y generaba buena parte de sus ingresos fiscales. Por lo tanto, cuando la Junta Suprema de aquella

ciudad opta por enviar delegados a la junta de Bogotá y no a la de la capital de la provincia, se

produce un enfrentamiento entre ambas ciudades. Éste habría de incrementase con la decisión del

cabildo de Mompox de retirarse de la jurisdicción de Cartagena en septiembre de 1810, para

pasar a formar una nueva provincia con su propia junta autónoma. Este conflicto habría de

33

Cf. A. MÚNERA, op.cit., p.181 34

Aline HELG, op.cit., p.126

terminar el 23 de enero del año siguiente con la ocupación de Mompox por fuerzas

cartageneras.35

La victoria lograda en la campaña contra Mompox, la cual fue comandada por el oficial

realista Antonio José de Ayos, animó a los blancos realistas de Cartagena a llevar adelante un

intento por derrocar el gobierno autónomo, e imponer la autoridad de la regencia. El mismo tuvo

lugar el 14 de febrero de 1811. Si bien la intentona fue rápidamente controlada debido a que el

alto mando militar que se mantuvo fiel a la junta, ello no impidió una airada reacción por parte

de la población de color. Los relatos hablan de cientos de negros, mulatos y zambos armados

recorriendo las calles, persiguiendo y arrestando a los peninsulares implicados en la

conspiración. Algunos de los arrestados fueron directamente encarcelados en el cuartel del

batallón de pardos que dirigía Romero. Esta situación, además de propiciar un nuevo éxodo

masivo de blancos (muchos de ellos coparticipes de la conspiración, amnistiados por la junta),

hizo que los Blancos Criollos pro-autonomistas comenzaran a sentirse amenazados por las

acciones de los Pardos, lo que fracturó la alianza existente entre ambos sectores.

Este hecho, sumado a las malas noticias que llegaban de España (según las cuales las

cortes reunidas en Cádiz habían negado igual representatividad a los españoles americanos,

tampoco habían otorgado igualdad de derechos a todos los afro-descendientes en la constitución

de 181236

), propiciaron que los Pardos se acercasen a los sectores blancos más radicales

favorables de una independencia absoluta de España. Estos estaban dirigidos por quien fuera

elegido diputado por Mompox para la junta de Cartagena en 1810, Gabriel Gutiérrez de Piñeres,

hermano de quien había sido presidente de la junta de esa ciudad hasta su derrocamiento por

fuerzas cartageneras. Entre ellos también se encontraba su otro hermano, Germán, y el abogado

de Corozal, Ignacio Muñoz, quien además era yerno de Pedro Romero. Ellos criticaban a los

miembros conservadores de la junta de mantener una postura aristocrática, de haber reprimido

ferozmente la iniciativa juntista en Mompox; también predicaban entre las personas de color la

igualdad de derechos, y abogaban por la independencia. Su actividades proselitistas las llevaban

a cabo en las calles, en medios impresos (principalmente a través de su periódico, El Argos

Americano), pero también a través de peticiones directas a la junta.

Cansados de esperar, el 11 de noviembre de ese mismo año, los milicianos de color

tomaron las murallas de la ciudad y apuntaron las baterías hacia las barracas de los batallones del

fijo (conformado con soldados españoles) y, por si acaso, también hacia las de los blancos,

mientras que Pedro Romero y Gabriel Gutiérrez Piñeres reunían al pueblo frente a la iglesia del

barrio de Getsemaní. Luego asaltaron el depósito de armamentos, y forzaron la apertura de las

puertas de la ciudad. Una vez frente al palacio de gobierno, enviaron una delegación a la sala

donde se reunía la junta exigiendo a sus miembros que declararán de inmediato la independencia

absoluta de España. También demandaron igualdad de derechos para todos los ciudadanos, que

35

Idem, pp.124-126 36

El artículo 22 de esa constitución, establecía unas muy restringidas condiciones para otorgar “cartas de

ciudadanía” a los afro-descendientes (tenían que ser hijos de un matrimonio legítimo, estar casado con una mujer

equivalente, y que ejerciesen un oficio con recursos propios), dejando fuera de esta forma a todos aquéllos que no

perteneciesen a la elite, a menos que tomasen las armas en nombre del rey. Esta medida, no obstante, en algún

momento pudo representar una señal de que el gobierno metropolitano abría las puertas “…de la virtud y el

merecimiento…” al menos a algunos pardos. Constitución política de la Monarquía Española : Promulgada en

Cádiz a 19 de Marzo de 1812 (Precedida de un Discurso preliminar leído en las Cortes al presentar la Comisión de

Constitución el proyecto de ella) Madrid: Imprenta Nacional, 1820, p.10

se permitiera a los batallones de pardos y artillería tener oficiales de color, además de otras

exigencias relacionadas con el gobierno.

Ante una presión semejante, los miembros de la junta no tuvieron más alternativa que

declarar ese mismo día la independencia de la provincia de Cartagena, y convocar elecciones

para instalar una asamblea constituyente a principios del siguiente año, aplicando el reglamento

electoral aprobado en diciembre de 1810. De esta forma sale elegido Pedro Romero, así como

otros dos pardos de nombre Cecilio Rojas y Remigio Márquez. Más tarde, todos tres, junto con

los demás miembros blancos de esta asamblea, aparecen firmando la constitución que daba

nacimiento al Estado de Cartagena, sancionada el 15 de junio de 1812. En ella se estableció la

igualdad de derechos de todos los hombres libres, independientemente del color de su piel;

también prohibió el comercio de esclavos, y constituyó un fondo para manumitir a los esclavos

existentes.

4. Los límites igualitarios de las revoluciones

La declaración de igualdad para los Libres de Color no fue un derecho definitivo en

ninguno de los procesos estudiados. De esto estaban conscientes los miembros de ese grupo

etno-social, los cuales siguieron apoyando la causa republicana aunque no en forma

incondicional. En el caso de Saint-Domingue, para mediados de 1793 (contrariamente a lo que

sucedía en Guadalupe y Martinica) la causa realista o contrarrevolucionaria seguía siendo aún

muy fuerte. Por esta razón, el agente Sonthonax comenzó a ejercer la dirección de un ejecutivo

fuerte a fin de acabar con las pretensiones de los contrarrevolucionarios y con el poder de los

Blancos en general.

Para esta empresa contó con el apoyo de los Mulatos, pero luego, dándose cuenta de la

importancia demográfica que tenían los Negros (Libres y Esclavos) en ese territorio, y

considerando la cantidad que de estos se habían pasado a las fuerzas británicas y españolas que

ese año habían ocupado buena parte del territorio de la colonia, decidió tomar una medida

radical: Así, el 21 de junio de aquel año emitió un decreto de conscripción de la esclavitud

aplicable únicamente en la Provincia del Norte, y condicionada –como era costumbre en el

Caribe- a que los esclavos tomasen las armas para defender su partido.

No obstante, dada la gran expectativa que había levantado entre los esclavos la

instauración de una república en Francia y los vientos abolicionistas que soplaban desde la

metrópoli, les llevó a interpretarla como una abolición universal. Dado lo delicado que se

presentaba el panorama militar para finales de 1793, Sonthonax no hizo nada para impedir esa

interpretación; más bien la afianzó con un nuevo decreto fechado el 29 de agosto, el cual cumplía

con los términos universales que esperaban las esclavitudes ; medida que fue ratificada por la

Convención Nacional en febrero del año siguiente. Esa iniciativa tuvo el éxito esperado, ya que

al poco tiempo muchos de los Negros que se habían pasado al bando hispano comenzaron a

volver a las filas francesas, incluyendo los referidos Dessalines y Louverture.

A quienes no agradó que se hubiese hecho tal declaratoria fue a los Mulatos, quienes

nunca se habían mostrado favorables a la abolición de la esclavitud, pues ellos mismos poseían

esclavos. Además, desde su perspectiva, esa medida significaba una igualación con los Negros,

lo que iba en contra de las aspiraciones que tradicionalmente habían tenido y que habían

defendido sus representantes en la metrópoli. En consecuencia, muchos combatientes Mulatos

comenzaron a abandonar sus posiciones militares a las fuerzas enemigas, e incluso algunos se

pasaron de nuevo al campo contrarrevolucionario de los Plantadores. Esta situación molestó

profundamente a Sonthonax, como se puede apreciar en una carta que enviara en julio de 1793 a

un oficial mulato al norte de Saint-Domingue, en la cual advierte a los “hijos del [decreto del] 4

de abril!” que no podían abandonar la república, pues sólo ella podía asegurarles la igualdad.37

Una vez perdido el apoyo de los Mulatos, Sonthonax pasó a basar todo su poder en la

población de Negros Libres y ex esclavos, sobre todo en los experimentados combatientes que

desertaban en masa de las filas españolas. Las diferencias entre Negros y Mulatos llevarían

incluso a una guerra civil en 1799 (la llamada Guerra del Sur o de los Cuchillos), cuando, luego

que las fuerzas británicas abandonaron la colonia, se produjó una pugna por el control de la

misma entre el líder mulato André Rigaud y el negro Toussaint Louverture. Tras la victoria de

este último, aparentemente se estrechan los vínculos con los Mulatos que permanecieron en el

territorio. El mismo Julian Raimond poco antes de morir por causas naturales, contribuyó en la

redacción de la constitución escrita para la gobernación de Saint-Domingue en 1801, la cual en

gran medida buscaba garantizar los derechos ciudadanos que habían adquirido Negros y

Mulatos.

El decreto del 4 de abril de 1792, si bien contribuyó, junto al de abolición de la esclavitud

de dos años más tarde, al esfuerzo de guerra francés en el Caribe, los mismos no tuvieron una

aplicación homogénea ni su aplicación perduró en el tiempo: En Martinica ni siquiera pudo ser

abolida la esclavitud, ya que desde 1794 se mantuvo en manos británicas; mientras que en

Guadalupe ambas medidas fueron derogadas, cuando en 1802 fue reinstaurado por la fuerza el

Antiguo Régimen colonial por tropas napoleónicas. Únicamente en Saint-Domingue pudo

mantenerse la igualdad general y la esclavitud abolida, pero sólo luego de que el contingente

correspondiente a dichas fuerzas que fue enviado a ese territorio fue derrotado, y de que esa

colonia declaró su independencia bajo el nombre de República de Haití en 1804.

En Caracas, al mismo tiempo que se discutía sobre los derechos de los Pardos en agosto

de 1811, se producía una rebelión realista en la ciudad de Nueva Valencia del Rey, en la cual los

Libres de Color tomaron parte apoyando al bando realista. A pesar de que este levantamiento fue

controlado, en lo sucesivo resultó claro que las castas más allá de los límites de Caracas, no

estaban con los republicanos caraqueños. Esto se debía a muchas razones: el desprecio que

sentían las clases más bajas hacia a las aristocracia blanco-criolla, a la competencia entre las

provincias, al rechazo a los muchos franceses que rodeaban a Miranda, y a que los realistas

habían sido los primeros en reclutar esclavos ofreciéndoles emancipación. Esta medida tuvo un

fuerte impacto en la guerra, sobre todo al Este de Caracas (en las riberas del río Tuy), región

cacaotera donde se encontraba la mayor parte de los esclavos del territorio. Allí el trabajo de

algunos pocos prelados y agentes realistas, hizo que los esclavos se pusieran en contra de los

patriotas.

A pesar de que esta información fue sobredimensionada, Miranda (quien había sido

investido con poderes dictatoriales) la asumió como cierta, y a su vez comenzó a ofrecer la

libertad a los esclavos; eso sí, en forma condicionada a que pasaran cuatro años en las filas

republicanas. Esto lo hizo en junio de 1812, a través del llamado Acto sobre la Conscripción de

los Esclavos. En los días póstumos de la república, un mensaje era publicado en la Gaceta de

Caracas, esta vez estaba dirigido a los pardos. El mismo buscaba mantener su apoyo a la causa

patriota, recordándoles –en forma similar a como hiciera Sonthonax en Saint-Domingue en

37

Cf. Pamphile de LACROIX, La Révolution d'Haïti. París: Éditions Karthala, 1995 (1819), p. 168.

1793– la forma despectiva como eran tratados previamente y los beneficios que habían obtenido

en los dos años de vida que tenía la república.38

Pero nada de esto pudo mejorar la situación de las fuerzas republicanas, por lo que el de

25 de julio de 1812, Miranda toma la decisión de capitular ante el general español, Domingo de

Monteverde. Al año siguiente, dos ejércitos patriotas parten desde territorio neogranadino, con el

fin de reconquistar Venezuela, ambos dirigidos por caraqueños: Antonio Nicolás Briceño y

Simón Bolívar. Ambos toman la resolución de dar una connotación internacional al conflicto (o

si se quiere, étnica), declarando la “guerra a muerte” a los españoles y canarios. Mientras el

primero fracasa, el segundo logra avanzar hasta tomar Caracas en agosto de 1813. Durante este

primer régimen bolivariano se produjo una fuerte represión contra los realistas, tanto blancos

como de color, por lo que una nueva ola de individuos de esta tendencia abandonó el territorio.

El año siguiente vio la incorporación al lado realista del conflicto a los Llaneros o

habitantes de las planicies del sur o Llanos. Este era un sector social conformado principalmente

por Zambos y Mulatos, aunque también por Negros Libres, Cimarrones, y Mestizos. Muchos

eran peones en haciendas de Blancos, otros ganaderos nómades que por cuenta propia operaban

fuera del control de las autoridades reales en las fronteras internas del territorio. El contingente

militar realista que se conformó entonces, llegó a alcanzar la cifra extraordinaria de entre siete y

ocho mil hombres. El liderazgo de dicho contingente recayó no en miembros del ejército formal,

sino principalmente en caudillos inmigrados españoles de extracción humilde, como lo fue el

contrabandista asturiano José Tomás Boves. Estos, en su calidad de Blancos de Orilla y al igual

que los Pardos, eran también discriminados étnica y estamentalmente, lo cual era amparado por

la legislación colonial.

De aquí el poco caso que hicieren a las órdenes que recibieran de las autoridades

legítimas, el encono que pusieran en derrotar a los republicanos, y las muchas masacres de

Blancos que cometieran. Caracas fue ocupada el 16 de julio de 1814. La segunda caída de

Venezuela, hizo que el centro de las actividades militares patriotas basculará nuevamente hacia

la Nueva Granada, principalmente hacia Cartagena de Indias; provincia que, al igual que la de

Caracas, había vivido un proceso revolucionario en el cual no solamente se había declarado la

independencia, sino también se había acordado la igualdad de los Libres de Color.

En Cartagena de Indias, el dominio de la facción dirigida por Gabriel Gutiérrez de

Piñeres se extendió hasta fines de 1814. Durante ese tiempo, tras la caída de la segunda república

de Venezuela y la oferta de patentes de corso hechas para financiar la guerra, Cartagena de

Indias se llenó de extranjeros en su mayoría venezolanos y franco-antillanos. Ese mismo año se

decide cambiar la constitución, para lo cual se convocan elecciones que tienen lugar el 17

diciembre. Tras las mismas salen ganadores los conservadores de García de Toledo, pero los

populares imponen la nulidad de los comicios, y se conforma un nuevo gobierno compartido.

Este tampoco se mantiene por lo que se nombra como gobernador al venezolano, Pedro Gual.

Temiendo una insurrección popular, así como la eventual conformación de un gobierno por la

gente de color (a la cabeza del cual estaría un mulato de nombre Pedro Medrano), Gual pacta con

las fuerzas conservadoras, con los otros venezolanos y los franco-antillanos; se desarma a los

combatientes de color en posiciones clave, y se deporta a los hermanos Gutiérrez de Piñeres a los

Estados Unidos –aunque en ruta a este destino deciden permanecer en Haití.

38

“Observaciones de un ciudadano de Caracas sobre este manifiesto” [S/f], en Gaceta de Caracas, t.III,

5/6/1812, p.3

En agosto de 1815, el ejército enviado desde España bajo el mando del General Morillo,

rodea por mar y tierra la ciudad de Cartagena de Indias. Tras dos meses de sitio, dada la

precariedad de la situación, los defensores patriotas intentan escapar por mar. Muchos son

detenidos y ejecutados (entre ellos el pardo caraqueño, Pedro Arévalo), otros logran escapar para

Haití. Entre estos últimos se encontraba Pedro Romero, pero fallece de inanición a los pocos días

de haber llegado a ese destino. En cuanto a los hermanos Gutiérrez de Piñeres, Germán murió en

Les Cayes, mientras que Gabriel y Vicente Caledonio acompañaron Bolívar en la expedición que

llevó adelante sobre la costa de Venezuela en 1816. Ambos sucumbieron junto a muchos otros

patriotas en abril del año siguiente en la masacre de la Casa Fuerte de Barcelona.

En lo sucesivo, si bien los afro-descendientes no perdieron los derechos adquiridos en el

papel, no gozaron del mismo apoyo entusiasta que les dieran blancos criollos comprometidos con

su causa, durante las revoluciones de principios de la década; tampoco contaron con nuevas

figuras emblemáticas surgidas entre la población de color, y aquellas que resaltaron (como el

general Manuel Piar y el almirante José Padilla) fueron ejecutados por los mismos patriotas

debido, en gran medida, a la desconfianza que despertaba en los líderes blancos la posibilidad de

que pudieran reiniciar una “guerra de razas”. Este temor se hizo patente sobre todo en las ideas

del máximo líder del movimiento independentista, Simón Bolívar, muchas de cuyas acciones van

a estar marcadas por su temor a lo que denominaba como “Pardocracia”; es decir, un régimen de

hombres de color como el que se había instaurado en Haití.39

Conclusión

El inicio de la Era de las Revoluciones ofreció a los Libres de Color nuevos mecanismos

para deshacerse de la tacha que le estigmatizaba, la ascendencia africana y esclava, causa de su

discriminación en las sociedades esclavistas coloniales. La iniciativa la llevaron inicialmente los

sectores más prósperos y blanqueados de entre ellos, quienes, aprovechando las pugnas de los

revolucionarios blancos más radicales, lucharon no para procurar una declaración universal

favorable a todos los individuos de su condición, sino para igualarse jurídica y políticamente a

los Blancos Criollos en marco de la nueva ciudadanía basada en principios censitarios. De esta

forma pretendían acabar con las distinciones basadas en la ascendencia africana, pero

manteniendo el sistema esclavista y la estructura social de las colonias, con ellos a la cabeza

junto a los blancos. Esto resulta claro para las elites mulatas de Saint-Domingue y pardas de la

provincia de Caracas, aunque quizá no tanto para el caso de Cartagena de Indias.

En el caso de los cuarterones del sudoeste de Saint-Domingue, la lucha que llevaron

adelante buscaba mantener el estatus político y social que habían mantenido hasta mediados del

siglo XVIII, el cual se veía amenazado por las nuevas medidas segregacionistas que les estaban

imponiendo. En el caso de los pardos de la elite en la Provincia de Caracas y de Cartagena de

Indias, se trataba más bien de lograr la vieja ambición que tenían por alcanzar en términos

legales una igualdad con los blancos que siempre les había sido negada, pero que en términos

económicos ya habían alcanzado. Ellos no habían gozado jamás de los privilegios que habían

disfrutado sus equivalentes franco-dominicanos, más bien reconocían la vileza de su origen,

como ha quedo reflejado en los distintos expedientes de solicitud de “dispensas de calidad” de

esa época.

39

Sobre este tema, véase: Aline HELG, "Simón Bolívar and the Spectre of Pardocracia: José Padilla in

Post-Independence Cartagena," Journal of Latin American Studies, Vol. 35, No. 3 (2003), pp.447–471

Esa pretensión por igualarse con los blancos en la cima de las sociedades coloniales en

cuestión, comenzó a perder sentido cuando los revolucionarios franceses y venezolanos se

esforzaron por lograr una declaración más universal a favor de toda la población de color libre:

en abril de 1792 para el caso franco-antillano, y en diciembre de 1811 para el venezolano. En la

Provincia de Cartagena (incluyendo los casos de Mompox y Cartagena de Indias), la unión de los

distintos sectores de libres de color pareció ser homogénea desde un principio de las pugnas

independentistas en 1810, incluso eventualmente se dieron pasos importantes para una abolición

de la esclavitud. Así, mientras que para este caso cuando llega finalmente la igualdad general

mediante la constitución sancionada en 1812, pareciera que fuese el logro natural de una lucha

consensuada entre todos sectores socio-económicos de color y revolucionarios blancos

implicados; mientras que para los casos de la Revolución de Caracas y las franco-antillanas luce

como producto de circunstancias menos lineares, marcadas por el egoísmo inicial de los

representantes de las elites de color, y el impacto de conflictos políticos y militares.

Más allá de esas medidas, a partir de los momentos en que las revoluciones se

transformaron en cruentas guerras civiles o de independencia, en las que las masas de color -

incluyendo a los esclavos- participaron a fin de adquirir de una vez por todas su igualdad por el

camino de las armas, pareciera no haber habido más espacio para el debate de ideas basado en

los valores pigmentocráticos. Las razones para esto las describió muy bien el gobernador de

Venezuela, Don José Cevallos, quien en 1815, en la etapa más sangrienta de la guerra en la

Tierra Firme hispana, manifestó al Rey su preocupación porque pudiese desaparecer la Sociedad

Colonial. Para este alto funcionario peninsular, dado lo que había presenciado durante esta faceta

conflicto, estaba claro que no podía “…durar mucho una sociedad, cuando los nueve décimos de

sus individuos, lejos de tener interés en conservarla, deben desear destruirla”.40

Alejandro E. Gómez

40

Cf. James F. KING, “A Royalist View of the Colored Castes in the Venezuelan War of Independence”,

en The Hispanic American Historical Review, Vol. 33, No. 4 (Nov.1953), p.535