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Roberto Massari

TEORÍAS DE LAAUTOGESTIÓN

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Libro 137

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Roberto Massari

Colección

SOCIALISMO y LIBERTAD

Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANAVíctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa LuxemburgoLibro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETOKarel KosikLibro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO Silvio FrondiziLibro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXISAntonio GramsciLibro 5 MAO Tse-tungJosé AricóLibro 6 VENCEREMOSErnesto GuevaraLibro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALÉCTICA DE LO IDEALEdwald IlienkovLibro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTEIñaki Gil de San VicenteLibro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANONéstor KohanLibro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADREJulio Antonio MellaLibro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del surMadeleine RiffaudLibro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista David RiazánovLibro 13 ANARQUISMO y COMUNISMOEvgueni PreobrazhenskiLibro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN - LA CRISIS DE LASOCIALDEMOCRACIARosa LuxemburgoLibro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓNHerbert MarcuseLibro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASESAníbal PonceLibro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDEOmar CabezasLibro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero enFrancia 1789-1848. Selección de textos de Alberto J. PláLibro 19 MARX y ENGELSKarl Marx y Fiedrich Engels. Selección de textosLibro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionarioIñaki Gil de San VicenteLibro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICARubén Zardoya

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Libro 22 DIALÉCTICA Y CONSCIENCIA DE CLASEGyörgy LukácsLibro 23 EL MATERIALISMO HISTÓRICO ALEMÁNFranz MehringLibro 24 DIALÉCTICA PARA LA INDEPENDENCIA Ruy Mauro MariniLibro 25 MUJERES EN REVOLUCIÓNClara ZetkinLibro 26 EL SOCIALISMO COMO EJERCICIO DE LA LIBERTADAgustín Cueva - Daniel Bensaïd. Selección de textosLibro 27 LA DIALÉCTICA COMO FORMA DE PENSAMIENTO - DE ÍDOLOS E IDEALES Edwald Ilienkov. Selección de textosLibro 28 FETICHISMO y ALIENACIÓN - ENSAYOS SOBRE LA TEORÍA MARXISTA EL VALOR

Isaak Illich RubinLibro 29 DEMOCRACIA Y REVOLUCIÓN. El hombre y la DemocraciaGyörgy LukácsLibro 30 PEDAGOGÍA DEL OPRIMIDOPaulo FreireLibro 31 HISTORIA, TRADICIÓN Y CONSCIENCIA DE CLASEEdward P. Thompson. Selección de textosLibro 32 LENIN, LA REVOLUCIÓN Y AMÉRICA LATINARodney ArismendiLibro 33 MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUEOsip PiatninskyLibro 34 VLADIMIR ILICH Y LA EDUCACIÓNNadeshda KrupskayaLibro 35 LA SOLIDARIDAD DE LOS OPRIMIDOSJulius Fucik - Bertolt Brecht - Walter Benjamin. Selección de textosLibro 36 UN GRANO DE MAÍZTomás Borge y Fidel CastroLibro 37 FILOSOFÍA DE LA PRAXISAdolfo Sánchez VázquezLibro 38 ECONOMÍA DE LA SOCIEDAD COLONIALSergio BagúLibro 39 CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO EN AMÉRICA LATINAAndré Gunder FrankLibro 40 MÉXICO INSURGENTEJohn Reed Libro 41 DIEZ DÍAS QUE CONMOVIERON AL MUNDOJohn ReedLibro 42 EL MATERIALISMO HISTÓRICOGeorgi PlekhanovLibro 43 MI GUERRA DE ESPAÑAMika EtchebéherèLibro 44 NACIONES Y NACIONALISMOSEric HobsbawmLibro 45 MARX DESCONOCIDONicolás Gonzáles Varela - Karl Korsch

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Roberto Massari

Libro 46 MARX Y LA MODERNIDADEnrique DusselLibro 47 LÓGICA DIALÉCTICA Edwald IlienkovLibro 48 LOS INTELECTUALES Y LA ORGANIZACIÓN DE LA CULTURAAntonio GramsciLibro 49 KARL MARX. LEÓN TROTSKY, Y EL GUEVARISMO ARGENTINOTrotsky - Mariátegui - Masetti - Santucho y otros. Selección de TextosLibro 50 LA REALIDAD ARGENTINA - El Sistema CapitalistaSilvio FrondiziLibro 51 LA REALIDAD ARGENTINA - La Revolución SocialistaSilvio FrondiziLibro 52 POPULISMO Y DEPENDENCIA - De Yrigoyen a PerónMilcíades PeñaLibro 53 MARXISMO Y POLÍTICACarlos Nélson CoutinhoLibro 54 VISIÓN DE LOS VENCIDOSMiguel León-PortillaLibro 55 LOS ORÍGENES DE LA RELIGIÓNLucien HenryLibro 56 MARX Y LA POLÍTICAJorge Veraza UrtuzuásteguiLibro 57 LA UNIÓN OBRERAFlora TristánLibro 58 CAPITALISMO, MONOPOLIOS Y DEPENDENCIAIsmael ViñasLibro 59 LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBREROJulio GodioLibro 60 HISTORIA SOCIAL DE NUESTRA AMÉRICA Luis VitaleLibro 61 LA INTERNACIONAL. Breve Historia de la Organización Obrera en Argentina.Selección de TextosLibro 62 IMPERIALISMO Y LUCHA ARMADAMarighella, Marulanda y la Escuela de las Américas Libro 63 LA VIDA DE MIGUEL ENRÍQUEZPedro Naranjo SandovalLibro 64 CLASISMO Y POPULISMO Michael Löwy - Agustín Tosco y otros. Selección de textosLibro 65 DIALÉCTICA DE LA LIBERTADHerbert MarcuseLibro 66 EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIAS SOCIALESTheodor W. AdornoLibro 67 EL AÑO 1 DE LA REVOLUCIÓN RUSAVíctor SergeLibro 68 SOCIALISMO PARA ARMARLöwy -Thompson - Anderson - Meiksins Wood y otros. Selección de TextosLibro 69 ¿QUÉ ES LA CONCIENCIA DE CLASE?Wilhelm Reich

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Libro 70 HISTORIA DEL SIGLO XX - Primera ParteEric HobsbawmLibro 71 HISTORIA DEL SIGLO XX - Segunda ParteEric HobsbawmLibro 72 HISTORIA DEL SIGLO XX - Tercera ParteEric HobsbawmLibro 73 SOCIOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANAÁgnes HellerLibro 74 LA SOCIEDAD FEUDAL - Tomo IMarc BlochLibro 75 LA SOCIEDAD FEUDAL - Tomo 2Marc BlochLibro 76 KARL MARX. ENSAYO DE BIOGRAFÍA INTELECTUALMaximilien RubelLibro 77 EL DERECHO A LA PEREZAPaul LafargueLibro 78 ¿PARA QUÉ SIRVE EL CAPITAL?Iñaki Gil de San VicenteLibro 79 DIALÉCTICA DE LA RESISTENCIAPablo González CasanovaLibro 80 HO CHI MINHSelección de textosLibro 81 RAZÓN Y REVOLUCIÓN Herbert MarcuseLibro 82 CULTURA Y POLÍTICA - Ensayos para una cultura de la resistenciaSantana - Pérez Lara - Acanda - Hard Dávalos - Alvarez Somoza y otrosLibro 83 LÓGICA Y DIALÉCTICAHenri LefebvreLibro 84 LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINAEduardo GaleanoLibro 85 HUGO CHÁVEZJosé Vicente RangélLibro 86 LAS GUERRAS CIVILES ARGENTINASJuan ÁlvarezLibro 87 PEDAGOGÍA DIALÉCTICABetty Ciro - César Julio Hernández - León Vallejo OsorioLibro 88 COLONIALISMO Y LIBERACIÓNTruong Chinh - Patrice LumumbaLibro 89 LOS CONDENADOS DE LA TIERRAFrantz FanonLibro 90 HOMENAJE A CATALUÑAGeorge OrwellLibro 91 DISCURSOS Y PROCLAMASSimón BolívarLibro 92 VIOLENCIA Y PODER - Selección de textosVargas Lozano - Echeverría - Burawoy - Monsiváis - Védrine - Kaplan y otros

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Roberto Massari

Libro 93 CRÍTICA DE LA RAZÓN DIALÉCTICAJean Paul SartreLibro 94 LA IDEA ANARQUISTABakunin - Kropotkin - Barret - Malatesta - Fabbri - Gilimón - GoldmanLibro 95 VERDAD Y LIBERTAD Martínez Heredia - Sánchez Vázquez - Luporini - Hobsbawn - Rozitchner - Del Barco

LIBRO 96 INTRODUCCIÓN GENERAL A LA CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICAKarl Marx y Friedrich EngelsLIBRO 97 EL AMIGO DEL PUEBLOLos amigos de DurrutiLIBRO 98 MARXISMO Y FILOSOFÍAKarl KorschLIBRO 99 LA RELIGIÓNLeszek KolakowskiLIBRO 100 AUTOGESTIÓN, ESTADO Y REVOLUCIÓNNoir et RougeLIBRO 101 COOPERATIVISMO, CONSEJISMO Y AUTOGESTIÓNIñaki Gil de San VicenteLIBRO 102 ROSA LUXEMBURGO Y EL ESPONTANEÍSMO REVOLUCIONARIOSelección de textosLIBRO 103 LA INSURRECCIÓN ARMADAA. NeubergLIBRO 104 ANTES DE MAYOMilcíades PeñaLIBRO 105 MARX LIBERTARIOMaximilien Rubel

LIBRO 106 DE LA POESÍA A LA REVOLUCIÓNManuel RojasLIBRO 107 ESTRUCTURA SOCIAL DE LA COLONIASergio BagúLIBRO 108 COMPENDIO DE HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESAAlbert SoboulLIBRO 109 DANTON, MARAT Y ROBESPIERRE. Historia de la Revolución Francesa

Albert SoboulLIBRO 110 LOS JACOBINOS NEGROS. Toussaint L’Ouverture y la revolución de HaitCyril Lionel Robert JamesLIBRO 111 MARCUSE Y EL 68Selección de textosLIBRO 112 DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA – Realidad y EnajenaciónJosé RevueltasLIBRO 113 ¿QUÉ ES LA LIBERTAD? – Selección de textosGajo Petrović – Milán KangrgaLIBRO 114 GUERRA DEL PUEBLO – EJÉRCITO DEL PUEBLOVo Nguyen GiapLIBRO 115 TIEMPO, REALIDAD SOCIAL Y CONOCIMIENTOSergio Bagú

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

LIBRO 116 MUJER, ECONOMÍA Y SOCIEDADAlexandra KollontayLIBRO 117 LOS JERARCAS SINDICALESJorge CorreaLIBRO 118 TOUSSAINT LOUVERTURE. La Revolución Francesa y el Problema ColonialAimé CésaireLIBRO 119 LA SITUACIÓN DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRAFederico Engels

LIBRO 120 POR LA SEGUNDA Y DEFINITIVA INDEPENDENCIAEstrella Roja – Ejército Revolucionario del PuebloLIBRO 121 LA LUCHA DE CLASES EN LA ANTIGUA ROMAEspartaquistasLIBRO 122 LA GUERRA EN ESPAÑAManuel AzañaLIBRO 123 LA IMAGINACIÓN SOCIOLÓGICACharles Wright MillsLIBRO 124 LA GRAN TRANSFORMACIÓN. Critica del Liberalismo Económico Karl PolanyiLIBRO 125 KAFKA. El Método Poético Ernst FischerLIBRO 126 PERIODISMO Y LUCHA DE CLASESCamilo TauficLIBRO 127 MUJERES, RAZA Y CLASE Angela DavisLIBRO 128 CONTRA LOS TECNÓCRATAS Henri LefebvreLIBRO 129 ROUSSEAU Y MARX Galvano della VolpeLIBRO 130 LAS GUERRAS CAMPESINAS - REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN EN ALEMANIA Federico EngelsLIBRO 131 EL COLONIALISMO EUROPEOCarlos Marx - Federico EngelsLIBRO 132 ESPAÑA. Las Revoluciones del Siglo XIXCarlos Marx - Federico EngelsLIBRO 133 LAS IDEAS REVOLUCIONARIOS DE KARL MARXAlex CallinicosLIBRO 134 KARL MARXKarl KorschLIBRO 135 LA CLASE OBRERA EN LA ERA DE LAS MULTINACIONALESPeters MertensLIBRO 136 EL ÚLTIMO COMBATE DE LENINMoshe LewinLIBRO 137 TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓNRoberto Massari

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Roberto Massari

“Hay por alguna parte en Mein Kampf veinte líneas de un perfecto cinismosobre la utilidad de la calumnia empleada con fuerza. Los nuevos métodostotalitarios de dominación del espíritu de las masas adoptan los procedimientosde la gran publicidad comercial añadiéndole, sobre un fondo irracional, unaviolencia frenética. El desafío a la inteligencia la humilla y prefigura su derrota.

La afirmación enorme e inesperada sorprende al hombre medio, que noconcibe que se pueda mentir de esa manera. La brutalidad lo intimida y rescataen cierto modo la impostura; el hombre medio, desfalleciendo bajo ese choque,siente la tentación de decirse que después de todo ese frenesí debe tener unajustificación interior que rebasa su entendimiento. El éxito de estas técnicas noes posible evidentemente sino en épocas perturbadas y a condición de que lasminorías valerosas que encarnan el sentido crítico estén bien amordazadas oreducidas a la impotencia por la razón de Estado y la falta de recursosmateriales.

En ningún caso se trata de convencer; se trata en definitiva de matar. Uno delos fines perseguidos por el desencadenamiento de disparates de los procesosde Moscú, fue hacer imposible la discusión entre comunistas oficiales ycomunistas de oposición. El totalitarismo no tiene enemigo más peligroso queel sentido crítico; se dedica encarnizadamente a exterminarlo. Los clamoresahogan la objeción razonable y, si persiste, un ataúd se lleva al objetor a lamorgue. He hecho frente a atacantes en reuniones públicas. Les ofrecíacontestar a todas sus preguntas. Ráfagas de injurias, lanzadas a voz en grito,se esforzaban por cubrir mi voz. Mis libros, completamente documentados,escritos con la única pasión de la verdad, han sido traducidos en Polonia, enInglaterra, en Estados Unidos, en Argentina, en Chile, en España: nunca, enninguna parte, han impugnado una sola línea, nunca me han opuesto unargumento. Nada más que la injuria, la denuncia y la amenaza.”

Víctor Serge "Memorias de un Revolucionario"

https://elsudamericano.wordpress.com

La red mundial de los hijos de la revolución social

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN ROBERTO MASSARI1

ÍNDICENota a la edición italiana

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1LA AUTOGESTIÓN COMO ESPERANZA: ROBERT OWEN

CAPÍTULO 2PROUDHON Y LA AUTOGESTIÓN

1. La fuerza colectiva2. Organización social y reciprocidad3. La estructura mutualista4. Autogobierno y federalismo

CAPÍTULO 3KARL MARX: DE LA AUTOEMANCIPACIÓNA LA AUTOGESTIÓN- Apéndice: Circular de la Comuna de París

CAPÍTULO 4LA CONCEPCIÓN ANARCOSINDICALISTA DE LA AUTOGESTIÓN- Apéndice: Decreto de colectivización de la economía catalana

CAPÍTULO 5LOS SOVIETS Y EL CONTROL OBRERO EN LA REVOLUCIÓN RUSA

1. Los primeros soviets (1905)2. Lenin, los soviets y el control obrero3. Los comités de fábrica en la Rusia revolucionaria

CONCLUSIÓNDESPUÉS DE OCTUBRE

1 Título Original: Le teorie dell'autogestione. Primera Edición: Mayo, 1975

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Roberto Massari

Nota a la edición italiana

El modo capitalista de producción no destruye a sus enemigos, sino que

los adapta a su propio juego.

El colonialismo, la expropiación de pueblos y países y la reducción de

poblaciones enteras a la condición de clase explotada han sido secuelas

del primer desarrollo capitalista, de las grandes concentraciones industriales

y es hoy todavía una necesidad vital para el propio capitalismo.

En relación con los países coloniales, el modo de producción capitalista

parece dejar intacta gran parte de la estructura social existente.

De hecho, la estructura social existente está vaciada de sus contenidos

materiales y culturales y se ha plegado al servicio del capitalismo. El modo

de producción y de vida tribal se transforma en “tribalismo”, es decir, en

sistemas que, pese a sus características unitarias dentro de la estructura

comunitaria, se convierten en instrumentos de control de la administración

pública colonial.

En la sociedad colonial, de capitalismo subdesarrollado, es decir, que

queda subdesarrollada en el desarrollo mismo de capitalismo, el modo de

producción capitalista mantiene la forma de estructuras sociales y

económicas precedentes, vaciándolas de la experiencia de unidad cultural

y económica que lo había creado.

No existe un movimiento de liberación real de los pueblos que, al conducir

una lucha de liberación, no viva una cultura de unidad que reemprenda y

renueve una historia de unidad, de la cual el mismo proyecto socialista no

puede desentenderse, so pena de dejarse alcanzar por la misma lógica

productivista y estatista del capitalismo al cual combate.

Esta destrucción de la unidad que penetra cuanto toca es el carácter

trágico de la sociedad capitalista.

En los países de capitalismo desarrollado la destrucción total del mismo

anhelo de unidad parece completa.

De hecho, subsiste una dialéctica real en esta sociedad, en la alienación

de la mercancía. Esta dialéctica ha sido impulsada en el movimiento

obrero y campesino en sus formas socialistas y libertarias.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El propio hecho cristiano, que en cuanto a sus formas institucionales ha

sido integrado e instrumentalizado en la sociedad capitalista, conserva una

posibilidad para formarse una cultura no capitalista o, si se quiere, para

reconstituirse una cultura revolucionaria frente a la no cultura del capitalismo.

Por ello es importante considerar la violencia de la sociedad capitalista, no

sólo en la represión organizada contra el movimiento obrero y campesino,

contra las experiencias del soviet, de las colectividades agrícolas, de los

controles obreros, sino también en la invasión, por el horizonte ideológico

capitalista, del interior del movimiento obrero y campesino.

La crisis del movimiento obrero y campesino en Europa tiene por esta

razón dos polos de acción: uno tiene relación con las sanguinarias

represiones públicas, el brazo de hierro de los regímenes fascistas

(habitualmente en las colonias y esporádicamente en Europa), la expulsión

de los campesinos de las tierras reocupadas, la destrucción de las

tentativas de autogestión; el otro polo tiene relación con la instituciona-

lización del movimiento, en su integración en el “estado” capitalista, para

prepararse a una eventual participación o sustitución en la gestión de ese

Estado, por consiguiente, con la elección, no de un nuevo modo de

producción, sino del propio modo de producción capitalista.

Si en las colonias, el capitalismo, impuesto con la violencia, tiende a vaciar

de significación las estructuras materiales y culturales de la resistencia

política, invadiéndolas con mixtificaciones ideológicas, en las metrópolis el

capitalismo, que ha reprimido siempre con violencia al movimiento obrero,

trata de invadirlo ideológicamente. La autogestión es uno de los grandes

patrimonios culturales y de experiencia política del movimiento obrero y

campesino que con mayor fuerza ha sido invadido por el horizonte

ideológico capitalista.

Cuanto más importantes resultan hoy las tesis y las tentativas

autogestionarias, tanto más precario y contradictorio lo hace hoy la

distorsión ideológica.

De aquí la necesidad de un texto que sirva para relanzar nuevamente la

teoría de la autogestión desde sus “fuentes” principales.

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Roberto Massari

INTRODUCCIÓN

La temática de la autogestión está nuevamente de moda. Se habla en

todas partes. En ocasiones no con acierto, pero siempre con interés. Hay

quien ve en ella una hipótesis escatológica de liberación humana y quien la

considera una buena técnica administrativa para la dirección de la

empresa, y quienes, aún, la consideran útil para conquistar en las luchas

electorales franjas todavía inciertas del electorado obrero. Esto no debe

extrañar. La confusión en que se halla envuelta la palabra “autogestión”

(imprecisa también desde el punto de vista semántico) no es comparable,

por ejemplo, a la que envuelve a otros más famosos caballos de batalla del

movimiento obrero. Sin llegar finalmente a Rusia, Cuba o China, piénsese

la cantidad de movimientos, en ocasiones diversos y hasta hostiles entre

sí, que en Italia se reclaman de marxismo, de leninismo o de una “correcta

interpretación” de ambos. Que detrás de semejante fórmula estén en

realidad movimientos populares, reformistas, anarcosindicalistas, etc., no

importa: algunos pretenderán poseer la “correcta interpretación” de la

teoría y del método marxiano y se definirán sin vacilaciones “marxistas”,

“leninistas”, etcétera.

Lo que Marx y Lenin han dicho y hecho verdaderamente resulta en este

punto secundario, e igual si hasta hoy algunos habían rechazado la

fórmula por la confusión que la rodea. Lo que puede valer también en

nuestro caso.

Mientras tanto, la autogestión sirve para definir bien el modelo yugoslavo

de construcción del socialismo, así como la estructura de las haciendas

agrícolas argelinas después de la guerra de liberación, las redes de

cooperativas en Italia, los experimentos de la Volvo en Suecia, la técnica

de psiquiatría en grupo, los experimentos de pedagogía libertaria (por citar

sólo algunas de las aplicaciones más notables del término).

Por “autogestión” se entenderá, en el curso de nuestro trabajo, un

modelo de construcción del socialismo, en el cual las palancas

principales del poder y los centros de decisión y control sobre los

mecanismos productivos, residirán en las manos de los productores

directos, de los trabajadores democráticamente organizados.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Tal denominación es indudablemente genérica, pero permite eliminar, en

una primera aproximación, aquellas situaciones o hipótesis de construcción

del socialismo en las cuales la clase trabajadora –por motivos estructurales,

políticos o de otra naturaleza– es apartada de las responsabilidades de

gestión (como en Rusia, en Cuba, China, etc.). Nos permite también

prescindir de aquellas hipótesis de “microgestión empresarial” a nivel de

unidad productiva, propuesta en formas diversas por los teóricos de la

integración neocapitalista. Al límite extremo, nos permite asimismo excluir

el modelo “mixto” yugoslavo, en el que las formas híbridas de autonomía

empresarial (semicorporativa) y la imposición burocrática desde arriba no

ofrecen espacio para una incidencia real de las organizaciones económicas

de base sobre los mecanismos de decisión de las planificaciones.

La cuestión se complica, por el contrario, en el momento en que se

comienza a establecer los contenidos concretos de tales formulaciones.

Dejando momentáneamente a un lado la discusión de términos

ciertamente no neutros desde un punto de vista operativo, como “modelo”,

“poderes”, “centros decisorios”, “control”, etc., queda, empero, la definición

de nuestra más importante incógnita: ¿Quiénes son los “trabajadores”?

No obstante, diremos en seguida que no nos referimos aquí a una

categoría específica de vendedores de su propia fuerza de trabajo, sino al

conjunto de aquellos que contribuyen directa o indirectamente al

funcionamiento combinado de los medios de producción, sin detentar ni la

propiedad ni el control formal de esta última. Pero queda emplazado el

problema de a quién debe hacerse portador de la instancia auto-

gestionaria. ¿Los sindicatos? ¿Los partidos obreros? ¿Las colectividades

de trabajadores? ¿Los consejos de fábrica? ¿Los soviets? Y en estas tres

últimas hipótesis, por ejemplo, ¿se tendrá que recurrir por fuerza a una

jerarquización de las instancias, introduciendo el principio de delegación?

¿O bien habrá que proceder por organismos paralelos, estableciendo una

serie de competencias primarias, otra de secundarias y en esta dirección?

Y desde el momento en que los trabajadores sólo parecen disponer del

sindicato, por ahora, como organismo representativo, ¿no será más justo

partir en la discusión de estos últimos, de acuerdo con la vieja hipótesis

anarco-sindicalista?

Como se puede ver, los interrogantes se multiplican y algunos de ellos, por

otra parte, remiten a otros interrogantes, de crucial importancia para la

elaboración de una línea estratégica que comprenda la transición al

socialismo. Sin embargo, este trabajo no intenta ofrecer respuesta a este

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Roberto Massari

tipo de preguntas. Trata, más modestamente, de reconstruir –sobre la base

de unas indagaciones que podríamos definir, grosso modo, histórico-

sociológicas– los orígenes del debate interno en el movimiento obrero

sobre las características del sistema autogestionario. No pronunciándose

respecto al mérito de las propuestas específicas que hoy día pueden hacer

realizable la transición a un sistema similar, la discusión propuesta por

nosotros intenta demostrar cómo la problemática de la construcción del

socialismo puede ser y ha sido enfocada desde diversos ángulos de visión,

de acuerdo con los objetivos propuestos. Si bien tenemos nuestra idea

específica sobre las características que el sistema autogestionario tendría

que asumir para poder ser realmente tal, no excluiremos de nuestro

análisis los puntos de otras corrientes históricas del movimiento obrero,

esperando que de la crítica de estos últimos se puedan obtener también

indicaciones enriquecedoras del criterio que aquí exponemos.

Sin embargo, aun antes de mostrar sintéticamente cuáles han sido las

posiciones “clásicas” respecto al problema de la gestión obrera de los

medios de producción, nos ha parecido necesario demostrar cómo ha sido

tratado semejante problema, tradicionalmente, desde sus orígenes, en el

centro de la elaboración del movimiento obrero. Diremos antes que tras el

final de la dramática experiencia de la Comuna de París tales principios ya

no fueron directamente sometidos a discusión en los principales

exponentes del socialismo internacional. La deformación estatista de

socialismo, de origen lassalliano y de corte “segundainternacionalista”,

conseguirá imponerse en la mayor parte del movimiento obrero mundial,

sólo después del triunfo de la burocracia estaliniana en la Unión Soviética.

Los motivos históricos (y sólo en parte sociológicos) que han permitido tal

desviación de la originaria inspiración marxiana están solamente aludidos

en este trabajo.

Nuestra intención ha sido sobre todo la de recoger y sistematizar los

materiales para una introducción al argumento, una especie de “búsqueda

de los fondos” para liberar el campo de los prejuicios dogmáticos más

groseros y de los estereotipos más ampliamente difundidos en la izquierda

“extrema” y “moderada”. Que esta limpieza del campo se transforme en

una nueva toma de posiciones no es un gran contratiempo si, como decía

Trotsky:

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“el lector serio y dotado de espíritu crítico no tiene necesidad de una

engañosa imparcialidad que le ofrece una copa de espíritu de

conciliación junto con una buena dosis de veneno depositado en el

fondo, pero recurre a la buena fe científica que, para expresar la

propia simpatía y antipatía, francamente y sin enmascararse, trata de

fundarse en un estudio honesto de los hechos, en la demostración de

las relaciones reales entre los hechos, en la individuación de cuanto

en el desarrollo de los hechos nos resulta racional. Esta es la única

objetividad histórica posible...”.

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Roberto Massari

CAPÍTULO 1LA AUTOGESTIÓN COMO ESPERANZA: ROBERT OWEN

“El obrero del Lancashire es indudablemente el mejor de los

trabajadores existentes en la faz de la tierra; es el mejor hilandero y el

mejor mecánico. Es él quien introduce en el campo de la industria los

perfeccionamientos que permiten economizar el trabajo, o la energía

activa no superada, ni siquiera igualada, por ningún otro pueblo. Sin

embargo, esta energía incansable, excesiva e ininterrumpida,

considerada dentro de ciertos límites, tiende a desfigurarse y a

debilitar su constitución. El supertrabajo es una enfermedad que el

Lancashire ha contagiado a Inglaterra y que ésta, a su vez, ha

contagiado a Europa. Manchester es la sede, el foco concentrado de

semejante enfermedad: una enfermedad que existe en cualquier parte

del reino y que al presente se introduce con los usos y la vida del

país”.2

Un observador de la época así descrita, en la primera mitad del siglo XIX,

cuna de la gran revolución industrial que se había ido configurando a

través de un período de desarrollo industrial sin precedentes y fue seguida

por tres graves crisis económicas. Casi un siglo antes (entre 1760 y 1768),

James Hargreaves y Thomas Highs habían inventado dos máquinas (la

Stock Card y la Jenny), a las que correspondería el destino de iniciar el

más grande y más rápido cambio tecnológico conocido por la humanidad:

la mecanización del trabajo. Sabemos cómo la Jenny sería sustituida por el

sistema de cilindros (Trostle) de Arkwirght y cómo de la combinación de

Jenny y de Trostle nacería, en 1775, la Mull-Jenny.

Es también de notar que la introducción del trabajo mecanizado, el

desarrollo del maquinismo y la transformación de la organización del

trabajo industrial había sido no sólo el origen de una gran convulsión

económica, sino que había producido asimismo profundas convulsiones de

carácter social: la más importante de todas ellas fue el nacimiento del

proletariado moderno y su afirmación como fuerza social fundamental.

2 León Faucher, Manchester in 1844: The Present Condition and Future Prospects,Londres, 1969, pág. 83.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Es ésta la situación en que emprende Robert Owen (1771-1858)3 su propia

labor “empresarial”. Nacido en una familia obrera, llega a ser rápidamente

un pionero de la “gerencia industrial”, primeramente en aquel Manchester

que habíamos visto constituirse en epicentro de la gran revolución

tecnológica de Inglaterra, y después, en 1800, en Escocia. Copropietario

de una empresa textil en New Lanark, Owen tiene muy pronto la

posibilidad de verificar que el desarrollo industrial no es un desarrollo

continuo e indiferenciado, “necesariamente” progresista, sino que, por el

contrario, puede llegar a estar en el origen de la miseria y del

embrutecimiento de aquellos que constituyen la base del citado desarrollo.

El caso de Owen no es único. La degradación física y psicológica que

viene impuesta en la naciente clase trabajadora en la industria inglesa es

un hecho comúnmente reconocido en los inicios del siglo XIX y provoca la

indignación de la mayoría de los “bien pensantes” de la época. El aflujo

masivo de trabajadores a los grandes centros industriales, la propagación

de las enfermedades, el estado de extenuación física en que llegan a

encontrarse centenares de miles de personas (la mayoría de las cuales

empezaban a trabajar antes de haber cumplido los diez años) son efectos

imprevistos de la revolución industrial que agitó y preocupó a la sociedad

inglesa de finales del siglo XVIII.

Tales preocupaciones se expresan a nivel institucional por la formación de

comisiones de encuestas, entre las que se hallan las de 1796 (Manchester

Board of Health), en la que tomó parte activamente el propio Owen, cuyas

denuncias sobre las condiciones en que se encontraban la mayor parte de

los trabajadores de la industria textil contribuyeron a abrir un período de

agitación en el sector manufacturero. Sin embargo, el debate que se

desarrolla en torno a esta primera “toma de conciencia”, por parte

burguesa, del peligro contenido en el desarrollo mismo del sistema

capitalista y en el antagonismo de las relaciones sociales que aquél se ve

obligado a establecer, no llega a superar el ámbito del humanitarismo y de

la pura caridad social.

3 Para datos biográficos de R. Owen pueden consultarse los dos volúmenes de suautobiografía (The Life of Robert Owen, Londres, 1857-1858; G. D. H. Colé: The Life ofRobert Owen, Londres, 1965) (es especialmente interesante la parte última, en que semanifiesta la influencia de Owen sobre el movimiento obrero inglés). Ingenuos einsuficientes son, en ocasiones, algunos pasajes de la biografía de E. Dolléans RobertOwen, 1771-1858, París, 1905, así como de la de A. Fabre Robert Owen, un socialistepractique, Nimes, 1896. Es utilísima la autobiografía de uno de los hijos de Owen, RobertDale Owen: Threading my Way, Londres, 1874, en la que se describen las experienciascompletas a que asistió acompañando a su padre, de fábrica en fábrica, desde la edadde catorce años, en busca de apoyo para sus proyectos de reforma social.

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Roberto Massari

La degradación de las condiciones de vida del proletariado se considera en

general como algo reprobable, debido al hambre de beneficios y al “sobre-

trabajo” impuesto por los propietarios de empresas, pero se acepta

asimismo como algo inevitable, respondiendo a la “objetividad” asumida

por las formas de organización del trabajo. El problema se reducirá en lo

sucesivo, desde las perspectivas de los primeros grandes reformadores, a

tratar de eliminar los aspectos más embrutecedores de tal organización y a

convencer a la clase naciente de los capitalistas industriales de que una

tensión excesiva en el seno del mundo del trabajo es no sólo un peligro

para la sociedad, sino también un daño para la producción misma.4

Owen vive totalmente las contradicciones de la época, uniendo el propio

savoir faire, de claro origen metodista, con la imagen confusa de una

sociedad justa y racional, como la propagada por el iluminismo francés.

Capitalista, pero de origen artesano, no conseguirá nunca integrarse en la

“clase” de los empresarios ingleses, como tampoco conseguirá, a la vez,

identificarse con los trabajadores, sin que tal aproximación se vea fuerte-

mente teñida de acentos autoritarios y paternalistas. Observador lúcido de

los acontecimientos de su propia época, no conseguirá nunca, sin embargo,

elaborar un sistema conceptual susceptible de ofrecer una forma histórica-

mente completa del sueño de la “nueva sociedad”. Rechazado en su

ambiente de adopción como extremista y subversivo, pasará a la Historia

simplemente como uno de los fundadores del movimiento cooperativo y

como uno de los inspiradores del sistema escolar, adoptado por la

burguesía inglesa solamente hacia finales del siglo.

El juicio aportado por Engels sobre la figura y la obra de Owen refleja en

cierto modo tales contradicciones. Por un lado aparece la denuncia del

acuerdo de Owen con aquella corriente reformadora de la época que

“reconoce que las condiciones existentes, aun siendo malas, están

justificadas”,5 y que, no logrando salir de una concepción abstracta y

“metafísica” de la liberación del hombre, en realidad no ofrece ninguna

perspectiva de emancipación a la clase obrera.

4 Harry Laider: Robert Owen, in History of Socialism, Londres, 1968, presenta unaimagen de R. Owen correspondiente a la de un reformador inspirado en los principioshumanísticos, completamente inscritos en las corrientes filantrópicas de la época.Veremos hasta qué punto semejante juicio, sobre todo referido a la obra completa deOwen, es superficial.5 F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra, trad. de R. Panzieri, Roma,1972, pág. 265

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por otro lado, la exaltación del owenismo como la doctrina que ha

conseguido en parte hacer suya “la doctrina de los materialistas del

iluminismo”, según la cual el carácter del hombre es:

“por una parte, producto de la organización en la cual nace, y por

otra, de las circunstancias que lo rodean durante su vida y

especialmente en el período de su desarrollo”.6

Engels comprende aquí la evolución operada en la vida de Owen,7 cuando

éste pasa de la crítica pedagógica de la organización social a las de

algunos elementos fundamentales para el funcionamiento de la sociedad

burguesa: el matrimonio, la propiedad privada, la religión. El juicio definitivo

de Engels (que llegará a considerar a Owen como uno de los fundadores

del movimiento comunista), tan diferente del emitido en su juventud, no

puede dejar de haberse visto influido por la simpatía que el amigo de Marx

debió experimentar por alguien que había terminado por hallarse en

situación similar a la suya: dueño de empresas y animado de propósitos de

renovación universal y rechazado como renegado en la clase de origen, es

decir, en la clase en que se encarnaba el principal obstáculo para la

posibilidad de tal renovación.

Podemos decir que 1813 representa para Owen la conclusión de una

primera fase de su vida. La maduración y reflexión obtenida respecto a su

positiva experiencia de New Lanark –convertida en cierto sentido en

industria modelo desde el punto organizativo y social– se expresa en las

publicaciones de la New View of Society o Essays on the Formation of

Character.8 Esta es la obra principal en que Owen insiste sobre el factor

“educativo” como estructura de gobierno y motor de iniciativa social. Toda

la concepción comunitaria, como aparece formulada en este período,

reposa sobre un elemento que, aun siendo de clara ascendencia iluminista

y roussoniana, anunciaba ya en Inglaterra dos grandes precursores en

Manchester y Bell.

6 F. Engels: Anti-Dühring, Roma, 1950. pág. 279. En la misma ocasión Engels expresasintéticamente el sentido de la propuesta de reforma social ofrecida por Owen: “De estemodo introduce, como medida de transición hacia la organización completamentecomunista de la sociedad, por una parte, la sociedad cooperativa (de consumo y deproducción), que por lo menos hasta ahora ha aportado la prueba práctica de que tantoel comerciante como el fabricante son personas de las que se puede prescindir; por otraparte, los almacenes de trabajo, instituciones para el intercambio de productos deltrabajo por medio de una carta-moneda-trabajo, cuya unidad está constituida por la horalaboral”, Ibíd , pág. 281.7 Elemento tomado también y desarrollado por G. D. H. Colé, op. cit., cap. VI.8 En R. Owen: A New View of Society and Other Writings, intr. de G. D. H. Colé, Londres,1963 (trad. it. Per una nuova concezione della societá, Bari. 1971). comprende algunosde los escritos fundamentales.

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Roberto Massari

De ellos se distancia Owen en la medida en que abandona la idea

genérica de las formaciones como puntos cardinales de la vida humana, e

intenta aportar un elemento específico y determinante de la organización

social fundado sobre el trabajo colectivo

De una buena educación depende –según Owen– el progreso de la

sociedad y la posibilidad de que ésta llegue a constituir una única gran

colectividad, fundada sobre la “cooperación”. Una sociedad en la cual la

formación del individuo será cuidado primordial del Estado y no será

dejado al azar o a la improvisación. Una sociedad en la que el uso racional

y consciente de los recursos permitirá producir los bienes y las riquezas

para todos. Owen dirige a Malthus una crítica inicial, que se hace más

profunda en sus formulaciones más completas y generales; él le reprocha,

de hecho, haber individualizado la relación efectiva existente entre

población y disponibilidad alimenticias y no haber sabido establecer las

diferencias existentes, a nivel de productividad, entre cultivos dirigidos por

gente inculta y mal concebidos y cultivos inspirados en los principios

racionales:9 en sustancia reprocha a Malthus el no haber tenido en cuenta

aquello que en términos más modernos definiremos como “el factor

tecnológico”.

Sin embargo, éstos no son aún los elementos fundamentales de la

concepción educativa de Owen: la necesidad de formar y de educar al

individuo en sus primeros años no corresponde tanto a una necesidad

impuesta por el propio desarrollo industrial como del sistema de relaciones

sociales que tal desarrollo llega a instaurar. Para Owen, Estado y

economía constituyen aún los antípodas de un problema que quedará en

él sin solución hasta su muerte. Por un lado, Owen piensa la existencia de

un Estado que dispone de todos los requisitos y poderes para ejercer un

rol positivo y socializante; por otro, vemos en ocasiones su negación,

representada en la ignorancia, la pobreza, el vicio. ¿A qué cosa es debida

la existencia de los pobres?, se pregunta Owen:

“Exclusivamente al hecho de que una gran parte de la población se

ha visto obligada a llegar a la edad madura presa de una gran

ignorancia”, –por lo que– “el mejor de los Estados será aquel dotado

del mejor sistema de educación nacional”.

9 R. Owen, op. cit., p. 85.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Una acción en sentido único puede, por tanto, ser ejercida por el Estado

sobre la población trabajadora, por medio del sistema escolar; sin

embargo, todavía no aparece –en la problemática del período de New

Lanark– el problema de la relación inversa y de sus eventuales

consecuencias. Partiendo de una concepción ciudadana de inspiración

contractualista, Owen no llegará nunca a formular una crítica completa del

principio de autoridad implicada en ella, que será, contrariamente, el centro

de la meditación proudhoniana. La ilusión de que el Estado sea la

sociedad de todos, y la pobreza y la ignorancia su negación, le condenará

así a recorrer en parte el camino de las desilusiones casi en la misma

época que Fourier, llamando a las puertas de los filántropos y capitalistas

para obtener una ayuda financiera destinada a sus propios proyectos

cooperativistas, y esto, después de haber comprobado los límites, si no la

imposibilidad, de una “reforma” institucional. Owen llegará a declarar, por

ejemplo, que las leyes de 1802 sobre reglamentación del aprendizaje10 son

aplicables sólo si hay la “voluntad” de aplicarlas.

Lo que falta por completo en el embrión de la concepción comunitaria y

pedagógica expresada por Owen en sus Essays (sobre todo en el cuarto

ensayo) es la individualización del sujeto que puede llevar a cabo la obra

educativa. Los términos son aún muy genéricos: buena voluntad, personas

cultas, honestas, y así por el estilo. Se opera, no obstante, una primera

selección en el interior de la clase industrial, reconociendo que la mayor

parte de la misma no está “espontáneamente” implicada en la primera fase

del proceso de renovación; pero no se excluye que en el interior de ella

puedan existir los “bien pensantes”, dispuestos a poner el interés de la

sociedad por encima del suyo propio. Los trabajadores, por el contrario, no

pueden ser sino el “objeto” de tal proceso formativo, y cuanto más

tempranamente se inicie la formación, tanto mejor; los Essays representan,

desde este punto de vista, la expresión más completa del utopismo

humanitarista de la época, y en este aspecto resultaría inútil en su entraña

el carácter socialista y menos aún autogestionario.11

“Para llevar a cabo un cambio benéfico cualquiera de carácter

permanente en la sociedad, he comprobado que es mucho más

necesario actuar que hablar.”

10 V. A. Fabre, op. cit., págs. 24-27.11 Para la concepción pedagógica de R Owen véase R. D Owen: Outline of the System ofEducation at New Lanark, Glasgow, 1824; M. Dommanget: Robert Owen. Les GrandsEducateurs Socialistes. París, 1955.

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En el Llamamiento a los habitantes de New Lanark (1816), con ocasión de

la apertura del Instituto para la Formación del Carácter, Owen empieza a

delinear los términos de lo que llamaríamos hoy “una política de

intervención” a nivel de la comunidad de trabajadores: ella pone así la

primera base para las experiencias de planificación del hábitat, de la

instrucción y de la vida recreativa, que llenará de estupor a los centenares

de observadores que –anualmente– a partir de la publicación de los

Essays acudieron a visitar el complejo industrial de New Lanark. El

horizonte de Owen empieza a ampliarse; él critica, en el discurso citado, la

concepción individualista de las formaciones y la resignación ante el hecho

de que la riqueza de unos deba depender de la pobreza de otros. Es la

estructura misma del sistema que empieza a ser enjuiciada, y no sólo ya

en el aspecto pedagógico. Este, por el contrario, se halla completamente

subordinado a la existencia, en el interior de la sociedad, de una armonía y

de una colaboración real entre todos aquellos que con el trabajo propio

producen la riqueza de las naciones.

“El Nuevo Sistema está fundado sobre dos principios que permitirán a

la humanidad eliminar, en la naciente generación, casi todos, si no

todos, los males y miserias que hemos experimentado, tanto nosotros

como nuestros patronos. Existirá un conocimiento correcto de la

naturaleza humana. La ignorancia será eliminada; las pasiones

violentas no podrán adquirir fuerza, el amor y la cortesía prevalecerán

en todas panes; la pobreza será desconocida; los intereses de todos

los individuos concordarán fielmente en todo el mundo”.

El milenio se realizará y la armonía reinará universalmente.

“Con el tiempo –afirma Owen– se formarán comunidades con

semejantes características, y éstas se abrirán para quienes vengan

detrás de nosotros y para los individuos de cualquier clase y

condición”.12

Owen se da plenamente cuenta de que tales concepciones han de originar

por fuerza contrastes y conflictos con el sistema establecido y que

probablemente será acusado de locura (como sucedió, en efecto, en los

años últimos de su vida). Lo que a Owen le urge demostrar, sin embargo,

en esta especie de comicio ético-político, es que los tiempos, los modos y

la posibilidad de llevar a cabo la realización de semejante ideal social

están estrechamente vinculados a la toma de conciencia por parte de los

12 R. Owen: Address to the Inhabitants of New Lanark, en op. cit., p. 114.

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oprimidos de la propia condición y de sus propias reacciones al enfrentar

un ambiente que los condiciona:

“¿Cuáles creéis, queridos amigos, que sean las razones para pensar

y actuar de este modo? Yo os diré. Es pura y simplemente porque

hemos nacido y hemos vivido en esta parte del mundo –en Europa–,

en la isla de la Gran Bretaña, y más especialmente en su parte

septentrional”.

La población debe tener conciencia de estos hechos y debe reaccionar a

tenor de ello:

“Sin la transformación de semejante conocimiento en una práctica

amplia, no se podrá llevar a cabo ningún mejoramiento de la

sociedad”.

Las palabras del Llamamiento y las desilusiones halladas, por contraste,

sucesivamente, en las tentativas encaminadas a ampliar el alcance del

experimento pueden ya ofrecer algunos elementos para comprender la

radicalización sucesiva de Owen.13

Es en New Lanark donde Owen lleva a cabo la primera experiencia de

empresa cooperativa. La necesidad de una institución de este tipo se

imponía por la constatación de que los comerciantes vendían géneros de

pésima calidad y de que, por medio del sistema de créditos, llegaban a

disponer de un enorme poder frente al consumidor. Owen adquiría al

contado las mercancías y los productos, obteniendo de este modo grandes

reducciones en los precios al por mayor; éstos podían ser vendidos

aproximadamente al precio de adquisición, lo que permitía al trabajador

una economía de cerca del 25 %. De modo empírico y casi casual, Owen

daba así comienzo al movimiento cooperativo inglés, hoy casi inexistente.

La publicación de la New View of Society había hecho ahora famoso al

autor y acrecido sus posibilidades de difundir sus propias ideas. Entre las

personalidades célebres conocidas en el periódico de New Lanark son de

recordar William Godwin, Francis Place, Malthus, Jeremy Bentham y otros

muchos notables economistas y filósofos de la época. En este período

Owen establece también relaciones de amistad y colaboración con una

serie de personajes del aparato estatal (comprendido el arzobispado de

Canterbury), cerca de los cuales buscará inútilmente ayuda, aunque por el

momento asistían con simpatía a sus experimentos: en éstos veían sobre

13 Para un conocimiento más profundo de este período de la vida de Owen Véase la obrade Margaret Colé: Robert Owen of New Lanark, Londres, 1953.

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todo una tentativa lograda de racionalización del trabajo y de aumento de

la productividad. No hay nada en las teorías pedagógicas de Owen que

pueda hacer presagiar el futuro “subversivo” y tampoco la jerarquía

eclesiástica se siente por el momento amenazada por esta enésima

predicación del Milenio que va implícito en la exigencia de la emancipación

universal de la humanidad. A nuestro juicio, por el contrario, ya en el

Address to the Inhabitants of New Lanark se podrían detectar los primeros

elementos de peligrosidad para el orden social inglés, no tanto por el

contenido –al que nos hemos referido sumariamente– cuanto por el tono

general del discurso, todo él tendente a suscitar en los trabajadores un

estímulo hacia las iniciativas, a la asunción de responsabilidades y a la

lucha en primer lugar contra las condiciones del entorno.

Que la evolución señalada por Engels no se dé hasta finales de 1820,

queda demostrado por la atención prestada por Owen a todo el trabajo

jurídico-parlamentario que contribuirá a hacer nacer las primeras leyes

para la reglamentación del trabajo industrial, la utilización de mano de obra

infantil, de los problemas higiénico- ambientales y otros. Durante todo este

período está viva en Owen la ilusión de que el Estado pueda aportar en el

plano legislativo las mejoras que las masas pobres y explotadas no

pueden, y los patronos no quieren, realizar. La práctica común de hacer

trabajadores a niños de seis y siete años levanta la indignación de Owen .14

De este modo llegan a quedar crónicamente disminuidos el cuerpo y la

mente, es decir, el inapreciable aparato psicológico de los individuos, al

que Owen, bajo la influencia de Bentham, asigna la función emancipadora

del hombre. Por otra parte, el problema es también percibido por la

autoridad estatal, la cual se da cuenta perfectamente que la destrucción

física de los trabajadores, desde los años de la infancia, puede convertirse

en problema grave y oneroso para el conjunto de la sociedad, sin calcular

los efectos negativos en la productividad del trabajo.

Las demandas de reforma, por las cuales Owen se batirá con escaso éxito,

son las siguientes:

a) Jornada laboral de doce horas, comprendida hora y media para

las comidas.

b) Prohibición de hacer trabajar a niños de menos de diez años y no

más de seis horas al día hasta los doce años.

14 R. Owen. Observations on the effects of the Manufacturing System, 1816; On theEmployment of Children in Manufaetones, 1818; To the British Master Manufactures, 1818

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c) Típicamente oweniano: los niños de ambos sexos no deben estar

juntos en tanto no hayan aprendido a leer, escribir, hacer cuentas,

y coser, en el caso de las niñas.

La argumentación de Owen en favor de tales medidas va precedida por

una profesión de fe liberal sobre no interferencia en la actividad económica

y sobre la intangibilidad de la misma, en tanto que ésta no interfiera los

intereses de la comunidad. Las prácticas inhumanas adoptadas en la

industria entran exactamente en este segundo tipo de actividad, en el

momento en que ellas, destruyendo psíquicamente a los trabajadores,

impiden su participación en la tarea de emancipación colectiva en que

debe finalizar el conjunto de la actividad social.

La discusión sobre la primera Factory Act levanta la protesta indignada de

los empresarios británicos, que ven en ella y en las “utopías” owenistas

una amenaza de interferencia en el proceso de acumulación y de

consecución de súperbeneficios, considerados indispensables para hacer

frente al período que sucedió a las guerras napoleónicas. El Acta es

aprobada por fin en 1819: carente de verdadera voluntad reformadora,

será, sin embargo, importante porque sanciona el derecho del Estado a

intervenir en las reglamentaciones de las controversias y de las

condiciones del trabajo. La batalla parlamentaria por una reducción

generalizada del horario de trabajo empezará solamente a tener éxito con

la Factory Act de 1836.15

El interés de Owen por la suerte de estas primeras leyes relacionadas con

el trabajo decrece rápidamente en el curso de 1816-1817, no sólo por la

resistencia y el boicot encarnizado que sus propuestas hallan en el seno

de la clase empresarial, sino también porque la situación económica que

sigue a la derrota de Napoleón abre otra posibilidad de debate y de lucha

social. A la paz de 1815 sigue un período de estancamiento, determinado

por la desaparición del mercado de los productos de guerra, por la inflación

de vida a causa de la emisión incontrolada de papel moneda en el período

bélico y por un predominio general a la demanda en el mercado interno. El

ulterior empobrecimiento de las masas populares origina la alarma entre

los componentes del Gobierno británico, que ya en ocasión del movimiento

huelguístico de 1811 habían podido comprobar el explosivo material de

lucha existente en el seno de la nueva clase obrera. El carácter dramático

de la situación que siguió a Waterloo ofrece a los grandes reformadores

15 K. Marx: El Capital. Roma, 1964, vol. I, cap. 8, págs. 313-33.

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ingleses la ocasión para reemprender la batalla contra la arbitrariedad

patronal y contra los daños que a nivel social y económico ha producido la

carrera individual hacia el enriquecimiento. En el seno del comité elegido

para discutir medios susceptibles de aliviar la situación no puede faltar

Owen, el cual desde comienzos de siglo había constantemente puesto en

guardia al patronato y a las autoridades estatales contra los peligros

inherentes al desarrollo incontrolado del maquinismo industrial y contra la

degradación física y psicológica de la clase obrera. El aprovecha la

ocasión más bien para precisar mejor algunas de sus ideas, que los

condicionamientos del ambiente parlamentario no le habían permitido

expresar con entera libertad.

El 12 de marzo de 1817, enfrentándose con el comité encargado de

elaborar las Leyes de los Pobres,16 Owen indica los orígenes de la crisis

económica en dos factores precisos:

a) El final de la guerra.

b) “La depreciación del trabajo humano” consiguiente a la

difusión del maquinismo a gran escala.

Owen no está contra la Revolución Industrial como tal –al contrario, en ella

reconoce una importancia histórica incalculable para el progreso y el

desarrollo de la humanidad–, pero está contra la ceguera y la incapacidad

de algunos que no habían sabido prever que la difusión del trabajo

mecanizado a un ritmo casi frenético tenía que ocasionar necesariamente

una crisis de superproducción. El cierre del mercado bélico no hizo sino

poner de relieve el hecho de que a una producción destinada a cien

millones de personas no correspondía a un potencial similar en el plano de

los consumidores. Desde el momento que no se puede renunciar al uso de

la máquina (lo que significa, según palabras de Owen, “un claro signo de

barbarie”) ni permitir la existencia del hambre para millones de personas,

es necesario resolver el problema de la ocupación de los pobres y de los

trabajadores sin empleo, “a cuyo trabajo debe subordinarse el maquinismo”,

y no al contrario, como se verifica en la práctica corriente de los grandes

industriales británicos. Por primera vez Owen enuncia los principios de una

planificación estatal y de una política de intervención, destinada a eliminar

los desequilibrios existentes entre la producción y el consumo:

16 Report to the Committe for the Relief of the Manufacturing Poor, en R. Owen, op. cit.,págs. 156-69.

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“Llevar a cabo una transformación tan importante es de necesidad

casi vital para nuestro bienestar, así como llegar a una visión

completa y a un conocimiento preciso de las condiciones reales de la

sociedad”.17

Elevar el nivel cualitativo del trabajo individual; procurar a los trabajadores

una formación general, planificar las estructuras de los emplazamientos

(los famosos paralelogramos de Owen) de manera a establecer un

equilibrio entre vida social y vida laboral; no sentir resquemor en invertir

sumas ingentes en estas iniciativas, porque se verán ampliamente

recompensadas con el tiempo, con un aumento cualitativo y cuantitativo de

la producción y de la eliminación de los desperdicios: Owen expone

también –en lo que ha pasado a la Historia como el primer proyecto de

“Plan” para la sociedad industrial– los detalles de las actividades sociales

que deben caracterizar este modelo alternativo de organización social.

Hay en el proyecto de Owen algunos errores de cálculo y de previsión

económica que no reducen, sin embargo, el interés del plan y permiten ver

en el joven empresario escocés uno de los precursores de la planificación

socialista y de la aplicación a la vida social de las técnicas de

programación. Lo que en ocasiones permite definir como utópica la

concepción owenista es la capacidad de individuar el sujeto histórico y

social de un proyecto tan original y “revolucionario”. Ahora Owen. ha

abandonado las viejas ilusiones sobre la bondad del hombre-empresario y

se empieza a plantear el problema de una gestión alternativa, desde un

punto de vista científico y político al mismo tiempo. Sin embargo, todavía

no corre el riesgo de sustraerse a un nuevo tipo de ilusión, es decir, que

las instituciones externas al mundillo cotidiano de la lucha social puedan

convertirse en el sujeto positivo y neutral del proceso de renovación.

El condado, los organismos distritales, el Gobierno o cualquier otra

institución nacional pueden asegurar, según Owen, la realización del plan,

garantizando un equilibrio general de las diversas clases de individuos. Y si

en determinadas circunstancias se comprueba que los partidos pueden

desarrollar tal labor, la dirección del plan también podría serles confiada.

La imagen ofrecida por la clase trabajadora en los comienzos del siglo XIX,

con sus características de embrutecimiento, miseria, ignorancia, etc., no es

como para permitir que Owen señale en ella al único sujeto capaz de

realizar su propia emancipación y, sobre todo, de comprender que las

17 Informe, p. 159

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condiciones por ella entrevistas no son las del desequilibrio existente entre

el desarrollo de la productividad y el empobrecimiento de las masas

trabajadoras, sino que aquélla está implícita en la organización social del

trabajo, como será analizada y “criticada” por Marx.18

La estructura de los Villages of Unity and Mutual Cooperation (pueblos

para la unidad y la cooperación recíproca)19 está modelada de acuerdo con

la base del experimento de New Lanark. En el provecto, sin embargo, se

señala a la agricultura como el sector principal de la actividad económica.

La distribución, de acuerdo con el sistema oweniano, puede ser

organizada sobre la base de los principios cooperativistas ya puestos en

práctica en New Lanark; la aplicación de las técnicas científicas de

“dirección” al sector primario debería garantizar una tasa de productividad

tal que eliminara cualquier forma de desigualdad en el plano de los

consumidores.20

Los pueblos deberían constituir la unidad de producción no menos que los

centros de formación y de vida comunitaria.21 El tema de la educación

continúa teniendo también en esta .obra un protagonismo central: afirma

Owen de hecho que el paso del embrutecimiento a la “Nueva Sociedad” de

los trabajadores es posible sólo como consecuencia de un trabajo continuo

e intenso de desarrollo de la persona individual, de habituación a la vida

comunitaria y de adaptación a un ambiente estructurado de manera tal que

pueda responder a tales requisitos.

18 Vale la pena de destacar, sin embargo, que el mismo modo que Marx, Owen intuirá elrol del factor ideológico en el mantenimiento de la clase obrera en un estado desubordinación, al invitar a los trabajadores a abandonar cualquier deseo de competir conlas clases superiores en el plano de los privilegios para adquirir una nueva concepciónde los intereses propios”. “Cuando estéis en condiciones de comprender vuestrosintereses realmente –afirma Owen–, ya no desearéis las ventajas supuestas que hoy sonel adorno de las clases privilegiadas.” Address to the Working classes (1819), en R.Owen, op. cit., págs. 152-58. Respecto a la condición de la clase trabajadora inglesa eneste periodo, y a un juicio positivo sobre el trabajo de Owen, véase P Mantoux: LaRivoluzione Industriale. Roma, 1971, en particular las páginas 535-39.19 Descrito en Futher Development of the Plan for the Relief of the Poor and theEmancipation of Mankind en R. Owen, op. cit., p. 227.20 Para la idea cooperativista de R. Owen, véase G. Mladenatz: “Les précureeurs: RobenOwen”, en Histoires des doctrines coopératives. París, 1973; H. Desroches: “RobenOwen, ou L’imagination inter-coopérative”, en Le coopérateur de France, 1972 (1971); J.Gans: “Roben Owen et la coopération”, en Coopération, núm. 41 (1971); M Aucuy:“Owen et le collectivisme”, en Les sistemes socialistes de l’échange, París, 1908. Lasdos últimas obras, sobre todo, insisten en el aspecto cooperativo de la teoría y de lapráctica owenistas, aislándolas de sus concepciones socialistas generales Véasetambién Andrés Hirschfeld: “Roben Owen et le mouvement cooperative français”,Renevue des études cooperatives. núm. 163 (1971), págs. 1-25.21 Para esta experiencia véase Roben Owen: Outline of the System of Education at NewLanark. Glasgow, 1824.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Como hemos afirmado ya, Owen puede ser considerado el principal

precursor de las modernas teorías sobre planificación urbana y territorial.

Las páginas que dedica a la relación hombre-ambiente no están en modo

alguno desprovistas en nuestros días de gran interés. Como hace notar

muy justamente G. D. H. Colé, la concepción planificadora expuesta por

Owen en el Informe a la Comisión para la Ley de los Pobres no

corresponde a su propio ideal de organización social, pero intenta

simplemente responder a un problema urgente y real, y trata de insertarlo

en una perspectiva de más amplio alcance. Esto refleja en cierto sentido la

“concepción” transitoria de Owen, válida para la fase de explosión del

maquinismo industrial y el paso a la de la sociedad racionalmente

planificada. Pasaje pacífico y gradual, para el cual Owen prevé la

necesidad de un período “preparatorio”:

“...el estado actual de la sociedad, gobernada por las circunstancias,

es de este modo diverso, tanto en sus partes simples como en su

conjunto, de la que surgirá cuando la sociedad haya aprendido a

gobernar las circunstancias, un estadio intermedio y temporal de la

existencia, en la que nosotros, que hemos rechazado los hábitos

perversos del viejo sistema, tenemos la posibilidad, sin inconvenientes,

de rechazarlo gradualmente y sustituirle con la perspectiva de una

nueva y mejor situación social... En el sistema actual existe una

división minuciosa de la energía mental y del trabajo manual entre

individuos de la clase trabajadora”.

Sin embargo, siempre según Owen, se deberá llegar a una práctica

opuesta; a la combinación de las energías mentales y manuales que

existen en notable medida entre individuos de las clases trabajadoras; a

una identificación plena del interés público con el privado y a una

habituación por parte de las naciones a comprender que su fuerza y su

felicidad no pueden reunir su pleno desarrollo natural si no es de acuerdo

con un aumento paralelo de la fuerza y de la felicidad de todos los demás

estratos. Estos son, por tanto, los puntos reales de diferenciación entre lo

que es y lo que “debería ser”.22

La fase “preparatoria”, por tanto, es el período en que la planificación

nacional, económica y social de las poblaciones pone las premisas para la

división social del trabajo, la parcelación de las funciones, la dicotomía

individuo-sociedad, etc. Temas utópicos éstos en la medida en que reflejan

22 Report to the Country of Lanark (1820), en R. Owen. op. cit., páginas 274-75 (220-22).

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Roberto Massari

todavía un ideal frustrado de la sociedad agrícola tradicional, pero de

aguda actualidad en el momento en que Owen los proyecta en las nuevas

condiciones determinadas por el nacimiento del capitalismo, es decir, en el

momento en que la división social del trabajo se apresta a entrar en su

fase de mayor intensidad y de mayor perfeccionamiento. Owen aclara en

diversas ocasiones que no está contra tal división, indispensable en una

“sociedad gobernada por las circunstancias”, pero le niega toda validez

universal, la considera como una exigencia provisional para llegar a ese

reino de la ciencia planificadora en el que no existirá ya el antagonismo

individuo-sociedad y el conflicto ya no tendrá razón de ser.

Owen luchará encarnizadamente en los últimos años de su vida para que

sean aceptadas las propuestas contenidas en el plan, utilizando en este

período una fortuna en la publicación y en la difusión de opúsculos sobre el

tema. Sus contemporáneos, sin embargo, prefirieron prestar oído a las

preocupaciones y a las propuestas de la escuela malthusiana, según la

cual la miseria es un efecto de la superpoblación y de su presión sobre los

medios de subsistencia, y no de los efectos “artificiales” de las leyes de la

demanda y de la oferta, como diría a su vez Owen en 1817. De acuerdo

con este último, para controlar tal juego “artificial” se debe resolver el

problema de la ocupación partiendo de la agricultura y elevando lo más

posible los niveles de calificación de la mano de obra. Pero todo esto no

puede ser comprendido –dirá Owen en un célebre discurso el 21 de agosto

de 1817–

“solamente como consecuencia de los errores –errores groseros– que

se han combinado con las nociones fundamentales de la religión

enseñada hasta hoy a los hombres, ¡y si esta cualidad se aplicase no

sólo a situaciones proyectadas, sino al propio paraíso, no existiría ya

ningún paraíso!”.23

La crítica de la religión y de la ideología acentuada por Owen en el

discurso de London Tavern permite a sus adversarios transferir el choque

peligroso del análisis social al de las costumbres, recurriendo a la calumnia

gazmoña y baja. El discurso citado representa de hecho la culminación de

la madurez oweniana, a pesar de su carácter exasperado (e imprevisto

incluso por los propios amigos de Owen). Y si, como dirá Marx, “la crítica

de las religiones es el fundamento de cualquier otra crítica”, debemos

admitir que Owen, a pesar de todos los límites que le fueron impuestos por

23 Address delivered at the City of London tavern, en R. Owen, op. cit., p. 216 (144).

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

todas las tradiciones materialistas y deterministas de siglo XVIII, llega a

poner las premisas para una superación de tales límites, y llega a una

crítica completa del sistema social. El ataque a la ideología religiosa (la

cual, sin embargo, seguirá presente, aunque diluida, en el pensamiento de

Owen hasta su muerte) deja entrever, en efecto, la posibilidad de un vuelco

de la concepción benthamiana, en la influencia ambiente-individuo, a favor

de una hipótesis societaria en la cual puede ser recuperado el rol subjetivo

de los individuos, en el proceso de construcción y transformación de la

sociedad misma.

Que el pensamiento de Owen se orientase tendencialmente en semejante

dirección está demostrado en las posiciones indudablemente confusas que

él expresa respecto al problema de la autorganización y de la democracia

directa en el último período de su vida.

Los años en que Owen expone su propia teoría sobre “planes” se

caracterizan por una intensificación de la lucha de clases y de un cambio

en la actitud por parte de la autoridad respecto a toda una serie de

proyectos de transformación social que en el pasado habían sido

considerados como simples expresiones de filantropismo. Un trienio de

terror y represión en la confrontación de las clases subalternas culmina, en

1819, con la masacre de Peterloo: Owen, muy a su pesar, se encuentra

(de modo irreversible) de parte de los que quieren subvertir el orden

existente. En 1825 Owen se ve obligado a interrumpir su propia actividad

en New Lanark, donde el control policíaco tiende a limitarle cualquier

margen de autonomía. Sigue un período de largos viajes que le llevarán en

dirección a América para fundar una colonia ideal en New Harmony, en

Indiana.24

24 No podemos detenernos en otros aspectos de la doctrina oweniana, por lo cualpreferimos remitir a otras obras. Para la teoría monetaria de Owen y su propuesta de unnatural standard of humane labour, véase el Report to the Country Lanark, en R. Owen,op. cit., págs. 261-63; m. Aucuy: Owen et le colectivismo; H. Denis, R. Owen: “Lesprincipes et l’expérimentation du Labour-échange”, en Annales de l’institut des sciencesSociales, Bruselas. 1895. Para la influencia de Owen sobre el movimiento cooperativo enFrancia, véase A. Hirschfeld, cit.; sobre la experiencia de Harmony véase G. B.Lockwood: The New Harmony movement, Londres, 1905; para el papel de Owen en lafundación de las Cooperative Societies y de la Grand national Consolidated TradesUnions, en los orígenes del sindicalismo inglés, se recomienda la óptima reconstrucciónde G. D. H. Colé: The life of R. Owen, cit., caps. 15 y 16.

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Roberto Massari

La concepción autogestionaria de los Villages of cooperation experimenta

una evolución en el curso de los años 20 y 30, a través de la experiencia

que lleva a cabo en los Estados Unidos, y después en el seno del

movimiento sindical inglés, íntimamente ligado a la Sociedad de Socorro

Mutuo y al movimiento cooperativo, empieza a adquirir notable importancia

en la escena política inglesa alrededor de 1830.

En Report to the Country of Lanark, Owen no se había pronunciado

efectivamente respecto al tipo de gestión que tenía que regular la actividad

de la comunidad cooperativa. El hace observar de hecho que:

“el modo particular de gobernar estas instituciones dependerá de los

sectores que lo compongan”.

Las fundadas por propietarios territoriales, capitalistas o individuos del

aparato estatal serán dirigidas por individuos designados por estos

sectores o por los organismos públicos.

“Aquellas fundadas por la clase media o trabajadora sobre la base de

una completa reciprocidad de intereses se gobernarán por sí solas,

en base a los principios que eliminan las divisiones, el conflicto de

intereses, los antagonismos y cualquier otro elemento derivado de las

pasiones comunes y vulgares que suele producir corrientemente la

lucha por el poder. Los asuntos de estos últimos serían regulados por

un comité compuesto por todos los miembros de la asociación dentro

de ciertos límites de edad”.

No existen dos criterios universales para establecer tales límites, pero se

intuye que la valoración de la experiencia adquirida sería determinante

para tal designación. Según Owen, sería inútil el recurso a las elecciones,

en el momento en que, una vez establecidos los límites de edad

necesarios, todos los individuos pertenecientes a esta clase habrían

formado automáticamente parte del comité de gestión. La concepción

oweniana, como está expresada en 1820, sin embargo, prevé que la red

nacional de tales comunidades quedaría subordinada al Estado, al cual en

última instancia corresponderían todas las funciones de control

centralizado, de la recogida de impuestos, de la administración de la

justicia, de la dirección de las guerras, etc. En el interior de una

organización social concebida de este modo, el elemento regulador y

dominante habría sido –de acuerdo con la tradición enciclopedista– la

discusión de la ciencia en interés de todos.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

En las formulaciones más maduras, en los principios de autogestión

cooperativa, Owen elimina la precedente concepción dicotómica de la

organización social –que Marx le tomará indirectamente en su tercera tesis

sobre Feuerbach–. El sistema de autogestión cooperativa que está

descrito en el evangelio del owenismo (The book of the New Moral World),

publicado en Londres entre 1836 y 1844, corresponde a un ideal de

sociedad directa de los trabajadores, respecto a la cual el “plan” debe

constituir solamente la fase “preparatoria”. En el sistema oweniano –que

asume ahora el mundo de la máxima racionalidad– ya no existe la

diferencia de clases y la colaboración económica, fundada sobre el respeto

recíproco de las diversas autonomías; será extendida al conjunto de la

organización productiva:

“Cada comunidad –declara Owen– será gobernada en el sector

interno por un consejo general compuesto por todos los miembros

que tengan una edad entre los treinta y los cuarenta años; cada

departamento será dirigido por un comité compuesto de los miembros

del consejo general designados de acuerdo con criterios a establecer,

y en el sector externo o extranjero por todos los miembros entre

cuarenta y sesenta años”.

El sector interno deberá comprender la producción, la distribución y la

educación; el externo, las comunidades, el intercambio de excedentes, la

distribución de los inventos, la fundación de otras comunidades: en lugar

del Estado deberá existir la asociación de la comunidad compuesta por

delegados del sector externo. Los miembros del consejo general pueden

ser sustituidos si en la asamblea de todos los miembros de la comunidad

convocados por los ancianos en retiro, es decir, de más de sesenta años,

fueran reconocidos culpables por la mayoría. En este caso serían

designados en su lugar los ancianos de más de sesenta años y los jóvenes

de veinte a treinta.

Se trata indudablemente de una hipótesis de organización social un tanto

absurda, en la cual bastaría que se llevasen a cabo alianzas entre

diferentes clases de edades para quitar la dirección a aquellos a quienes

debiera corresponder. Sin embargo, existen dos buenas razones para

creer que en el período en que Owen elaboraba semejante y compleja

formulación –es decir, en el período precedente a la crisis de la Consolidated

Union–, un papel de primera magnitud debía corresponder a las

organizaciones sindicales y a la Sociedad Cooperativa que, dirigiendo la

fase “preparatoria”, habría debido crear también las premisas para la

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eliminación de los conflictos de intereses y para la formación científica de

todas las individualidades. La grande y única “Sociedad Cooperativa”, que

Owen y sus discípulos habían creído factible en 1833, cuando la National

Regeneration Society proponía las ocho horas laborables y la huelga

general para obtenerlo, fracasó, por el contrario –como otros muchos

sueños de Owen–, en el curso de los acontecimientos sucesivos a la crisis

de la Grand National Consolidated Trades Union.

Otras experiencias se realizaron como consecuencia de la influencia

owenista, como la de los “Pioneros de Rochdal”, en 1844. Pero si de un

lado el pensamiento de Owen se verá siempre más comprimido en el

restringido alvéolo del movimiento cooperativista, por otra parte, el paso

del autor a temas prevalentemente místicos y éticos en los últimos años de

su propia vida permitirá toda una serie de interpretaciones arbitrarias

susceptibles de desfigurar los puntos esenciales de su teoría societaria; no

es casual que en tiempos más recientes se hayan reclamado directamente

de Owen algunos fundadores de la comunidad hippy norteamericana. No

tener presente el alcance y la influencia ejercida por Owen en el desarrollo

de las concepciones libertarias y autogestionarias en el interior del

movimiento socialista europeo significa no comprender la historia vivida en

la primera mitad del siglo XIX por la clase obrera inglesa y francesa;

significa también no comprender plenamente el proceso a través del cual

el proletariado de Inglaterra pasaba de la autoconmiseración y de la utopía

preindustrial a la formación de una conciencia de clase, inspirada en los

principios de la autoemancipación conflictiva y de la gestión alternativa, en

primera persona, del proceso de producción. En Owen se inspiraron casi

todos los grandes pensadores socialistas de la mitad del siglo XIX, y no los

últimos Marx y Proudhon. Sin embargo, el juicio más entusiasta ha sido el

expresado por Felipe Buonarroti en los siguientes términos:

“El escocés Roberto Owen, tras haber constituido a sus propias

expensas en su país algunas comunidades fundadas sobre el

principio de igual distribución de los disfrutes y de los esfuerzos, ha

fundado recientemente en los Estados Unidos varias instituciones del

mismo género, donde gran número de hombres viven pacíficamente

bajo el dulce régimen de la perfecta igualdad. Por consejo de este

amigo de la humanidad, la sociedad cooperativa, constituida en

Londres, trabaja desde hace algún tiempo en propagar los principios

del sistema comunitario y en demostrar, con ejemplos prácticos, la

posibilidad de su propia aplicación...

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

¡Pueda ello demostrar al mundo que la sabiduría puede ocasionar un

bien tan grande sin el socorro del Poder! Pueda, sobre todo, ahorrarle

el dolor de ver fracasar sus nobles esfuerzos y de procurar a los

adversarios de la igualdad, ante un experimento sin éxito, un

argumento contra la posibilidad de fundar de algún modo un orden

social al cual violentas pasiones ofrecen una formidable resistencia, y

que parece no poder ser el resultado, en las naciones civilizadas, sino

de una fuerte convulsión política.25

25 F. Buonarroti: Cospirazione per l'eguaglianza detta di Babeuf. Torino, 1971. ps. 212-3.

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CAPÍTULO 2PROUDHON Y LA AUTOGESTIÓN

Si se quisiera expresar sintéticamente el significado y el tema central de la

obra de Pierre-Joseph Proudhon se debería decir que el autor de ¿Qué es

la propiedad? ha creído poder sentar las premisas de una emancipación

general de la humanidad sobre las bases de una crítica exhaustiva de las

diversas formas de alienación y sobre la base de una práctica sectorial

inspirada en tales críticas. La obra teórica de Proudhon tiene dimensiones

enormes; en el curso de la misma se abren los grandes paréntesis que el

autor de modo fatigoso y contra su voluntad llega a cerrar; no puede

decirse, sin embargo, que falte un hilo conductor entre los varios tipos de

crítica desmitificadora –del Estado, de la propiedad, de la religión, de la

autoridad en general– y el fin último de construir una sociedad en la cual el

hombre pueda hallar el pleno control (individual y colectivo) de las propias

acciones y del propio ser. La teoría federativa de los centros de producción

–en los cuales los grupos autónomos pueden empezar a crear las bases

para la realización plena de la autonomía colectiva– puede ser

considerada con justicia una elaboración (y más tarde mucho más que una

simple intuición) en torno a la posibilidad de instaurar un sistema social

fundado sobre principios de autogestión.26

La crítica de la autoridad capitalista, política y religiosa llevará a Proudhon

a someter a discusión no sólo las bases del Estado y de las fuentes

complementarias de alienación y deshumanización, sino también las de

cualquier otro Estado en el cual el principio de “coordinación” y de

“asociación” se vea sustituido por el de “jerarquización” o subordinación de

un sujeto histórico a otro. No es casual que Proudhon esté considerado en

la tradición anárquica como uno de los “padres fundadores”27 del

pensamiento antiautoritario –el primero que ha formulado completamente

una crítica libertaria de la sociedad industrial–, y no es casual que los

epígonos del stalinismo francés, a más de un siglo de la muerte del autor,

sientan todavía la necesidad de calumniarlo, definiéndolo como el primero

“de todos los liquidadores del movimiento (obrero) y de la organización”.28

26 Véase, para una breve introducción al tema. Jean Bancal “Proudhon: Une sociologiede L’autogestion”, en Autogestión, n°. 5-6, 1968, págs 149-80.27 Véase la increíble introducción de Henri Mougin a la ed. francesa de Misére de laphilosophie, París, Ed. sociales, 1968, p. 18.28 Véanse también las introducciones a Del principio federativo, de Proudhon, en ediciónde la casa Aguilar, Madrid, 1972. y a Miseria de la filosofía, de la misma editorial, 1974.(N. del T.)

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

En realidad, ya en 1840 formulaba Proudhon la exigencia problemática que

constituirá, en fin, el eje de la investigación marxiana de los veinte años

siguientes:

“La soberanía de la voluntad cede ante la soberanía de la razón y

acabará por anularse en un socialismo científico”.29 “Existe una

ciencia de la sociedad..., ciencia que no necesita inventar, sino

descubrir”.30

La ciencia a la que Proudhon se refiere no es la de las leyes del

funcionamiento de la naturaleza, ni la que tiene como fundamento de sus

principios una voluntad oscura e irracional, externa al mundo, en que se

desenvuelve “la acción de los individuos”. Es, por el contrario, la ciencia

del “orden social”, que se realiza en el curso de las interacciones políticas

y económicas de los hombres, la cual se puede redescubrir en la medida

en que alcanza a liberar la propia acción de todo aquello arbitrario que

puede sobreponerse.

En Systéme des contradictions économiques ou Philosophie de la Misere,

Proudhon intenta demostrar que las leyes de semejante “orden social” no

son las de la inmanencia o las de la continuidad omnipresente (fieles a la

tradición metafísica a la que Proudhon había declarado la guerra desde los

primeros años de su propia actividad teórica), sino las del conflicto y de la

oposición de los principios, considerados en el interior de un sistema

global. La crítica del régimen de la propiedad, por ejemplo, debe asumir la

serie de dicotomías sobre las cuales se articula la estructura despótica del

capitalismo concurrencial si quiere llegar a comprender cuáles son las

contradicciones de fondo que ha permitido la instauración de semejante

régimen. Maquinismo y división del trabajo, monopolio y concurrencia,

riqueza y pobreza son sólo algunas de las antinomias que están en la base

de un sistema de producción caracterizado por la injusticia, el beneficio, el

“robo”, la alienación y, sobre todo, la separación entre razón y práctica

social.

29 ¿Qué es la propiedad?, primera memoria (1840), Obras, vol. IV, página 339. De ahoraen adelante citaremos sólo esta obra en la traducción italiana de U. Cerroni, Bari, 1967,píg. 282. Para la otra nos hemos servido de la nueva edición de las Oeuvres completes,iniciada por la Ed. Marcel Rividre en 1923. A finales de 1968 habían salido ya quincevolúmenes con las principales obras de Proudhon y tres volúmenes de sus Carnetspersonales (de estos últimos faltan todavía cinco volúmenes). La numeracióncorrientemente adoptada en las Oeuvres se refieren al orden de estas nuevas edicionesy no de la edición original.30 De la Célébration du Dimanche (1839). Oeuvres, IV, p 91

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Veremos, en fin, cómo la concepción autogestionaria de Proudhon tiende,

en efecto, a eliminar en el conjunto la última de tales dicotomías, desde el

momento en que ella se individualiza la fuente principal de la alienación.31

“El orden se establece en la humanidad por el conocimiento que el ser

colectivo adquiere sobre sus propias leyes”.32 Se aclarará de inmediato el

significado que Proudhon atribuye a este “ser colectivo”, al cual asigna una

misión muy importante: establecer las leyes de la organización societaria,

en el momento mismo en que fija los términos de su propia emancipación y

se vuelve a proponer la conquista de un control sobre la organización

socioeconómica. En la concepción proudhoniana tal proceso se realiza

esencialmente a través de una serie de adquisiciones teóricas, en las

cuales, sin embargo, no puede dejar de reflejarse el carácter dicotómico de

la estructura social. El sujeto ejercita una acción cognoscitiva sobre

cualquier cosa diferente de sí, pero no es de tal encuentro (posiblemente

gracias a la “práctica social”) que puede brotar la formulación de un orden

diverso: tal acto no es en lo sucesivo otra cosa que el proceso por medio

del cual se expresa la potencialidad histórica en la acción continua que los

sujetos colectivos desarrollan en funciones antagónicas con el régimen de

lo arbitrario. Quiere decir que en el curso de tal acción no emerge un

proyecto, definido y coherente, para la construcción de un orden social

alternativo, en el cual el sujeto histórico pueda ya realizarse completamente

a sí mismo. Si es verdad, por tanto, que al capitalismo concurrencial

sucederá el sistema social fundado sobre “cooperación” de los sujetos

conscientes (entre los coordinados y asociados), es también cierto, sin

embargo, que tal sistema se verá obligado a aceptar por un período

indefinido de tiempo algunos de los elementos arbitrarios del sistema

precedente, tales como el maquinismo industrial y la división del trabajo.

La obra crítico-teórica de Proudhon no se encamina en sustancia a la

formulación de un proyecto social en el cual sea posible la anulación

definitiva de cualquier contradicción o de cualquier antagonismo entre las

clases, sino más bien a una forma de existencia caracterizada por el

carácter positivo de las relaciones humanas, de la organización racional

que predominan sobre lo irracional, de las asociaciones prevalecientes

31 Nos vemos obligados, por motivos evidentes, a esbozar solamente a grandes rasgoslas teorías proudhonianas sobre el Estado, la propiedad y la alienación. Preferimosrecomendar, para una profundización sobre este tema, a P. Ansart: Marx et l’anarchisme.París. 1969 (trad. it.: Marx et l’anarchismo, Bolonia, 1972), y la bibliografía sobreProudhon contenida en esta obra.32 De la création de l’Orde dans l’Humanité ou principes de L'organization politique(1843), Oeuvres, vol. V, p. 86.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

sobre las divisiones. Una sociedad de lo futuro en la cual el principio del

conflicto-acción sigue inspirando cada hora las actividades sociales: según

Proudhon, el salto cualitativo será solamente posible gracias a una plena

generalización del conocimiento científico, el único capaz de colegir la

relación mencionada en un sentido humanizante y antialienante.

Un elemento fundamental para el desarrollo de la teoría proudhoniana es

la comprensión de la relación existente entre injusticia social y sistema

económico. La definición de la propiedad como “robo”, que escandalizó a

la burguesía y a los utopistas bien pensantes de la época, constituye, sin

embargo, la base científica de la crítica proudhoniana. Marx dedicará una

de sus principales obras a la contestación puntual de los análisis y de las

categorías económicas manifestadas por Proudhon “en oposición a los

economistas y socialistas” del período. En 1865 él repetirá el juicio

negativo sobre la obra teórica de Proudhon, recordando también, sin

embargo, los méritos del antiguo amigo:

“Su primera obra, Qu’est-ce que la propiéte?, es con mucho su mejor

obra. Esta hace época, si no por la novedad de lo que afirma, por la

manera nueva y valerosa como lo expresa. Los socialistas franceses,

cuyas obras conocí Proudhon, naturalmente, han criticado desde

diversos puntos de vista la propiedad y la han estudiado de forma

utópica. En su libro Proudhon ataca a Saint-Simón y a Fourier poco

más o menos como Feuerbach ataca a Hegel... Más adelante yo

demuestro lo defectuoso y rudimentario que es su conocimiento de la

economía política –de la cual, sin embargo, emprenderá la crítica– y

cómo, lo mismo que los utopistas, inicia la búsqueda de una

pretendida “ciencia” que le debe procurar una fórmula para la

“solución de la cuestión social”, en vez de aplicar la ciencia al

conocimiento crítico del movimiento histórico, movimiento que debe

por sí mismo producir las condiciones materiales de la emancipación

social”.33

Para Proudhon, la “exteriorización” es la forma económica de la alienación

que caracteriza el sistema de propiedad capitalista. La expropiación del

sujeto productor es el primer pecado del sistema y ofrece contemporánea-

mente la clave para comprender la irracionalidad total del propio sistema.

33 K Marx: “Letrera a Schweitzer” (24 de enero de 1865), en Appéndice a Miseria dellaphilosophie, 1969. págs. 186-87.

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Según el autor de la Filosofía de la Miseria, existe una coincidencia, ya

analizada por Hegel, entre las “leyes de la naturaleza y de la razón, del ser

social y del pensamiento”. El sistema económico del capitalismo

concurrencial o, lo que es igual, el régimen de la propiedad, es, por

consiguiente, analizable y comprensible solamente si se parte de las

contradicciones, para desembocar, a través de un conocimiento científico

de los antagonismos que agitan tales regímenes, a significados más

universales del devenir social. Es éste, grosso modo, el esquema seguido

por Proudhon cuando, analizando el origen de los intereses del capital, en

base a la cantidad de valor de cambio, contenido en el trabajo, llega a

formular el principio de la ecuación beneficio-robo en términos que Marx

rechazará decisivamente en cuanto no correspondientes a la realidad de

extracción de la plusvalía y de su transformación en capital. Sin embargo,

pese a ser errónea, semejante intuición, vuelta a tomar en cierta medida

por Brissot, estará destinada a hacer derivar de ella por lo menos tres

consecuencias importantes para el sucesivo futuro de desarrollo de la

teoría mutualista proudhoniana.

1) La caracterización en sentido social de la crítica al sistema

económico.

2) La necesidad, de carácter funcional, de postular una reapropiación

colectiva por parte de los productores de lo que ha sido

depredado.

3) La exigencia de un tipo de gestión socioeconómica que no repita

los defectos y las disfunciones originadas por la irracionalidad del

régimen capitalista.

La problemática igualitaria, en la forma en que dominará el curso sucesivo

de la obra proudhoniana, afinca sus propias raíces en aquel primer ensayo

sobre la propiedad, cuyo subtítulo (“Investigación sobre el principio del

derecho y del gobierno”) muestra ya las relaciones que el autor intenta

establecer entre la economía, la política y el derecho.34

34 Un esbozo biográfico sintético, pero preciso, de la vida de Proudhon se puedeexaminar en la voz correspondiente en el tomo tercero del Dictionnaire Biographique dumouvement Ouvrier Français, de J. Maitron, Ed. Ouvriére, París, págs. 256-61 (1966).Véase asimismo la bibliografía teórica escrita por uno de los mis fervientes admiradoresdel pensamiento proudhoniano en el campo de la sociología, G. Gurvitch: Proudhon, savie, son oeuvre. Avec une exposé de sa philosophie, 1965. Véase también G. Sainte-Beuve: Sa vie et sa correspondance, 1831-1948, París, 1947.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

1. La fuerza colectiva

El tema de la igualdad de las condiciones políticas y sociales está en la

base de la teoría societaria de Proudhon. Nada nuevo desde este punto de

vista, ya que Proudhon no hace otra cosa que desarrollar y sistematizar la

temática igualitaria que había caracterizado profundamente la crítica

social, desde el iluminismo hasta las corrientes utópicas que le son

coetáneas. Sin embargo, su decidida negativa a considerar la igualdad de

las condiciones como una necesidad abstracta o puramente jurídica le

llevará a distanciarse de una tradición en la que es difícil no admirar las

profundas intuiciones, denunciando en ella la falta de fundamentos reales.

Véase la crítica a Pierre Lerroux, en la que Proudhon demuestra la

insuficiencia del principio de solidaridad para actuar de tal modo que la

igualdad se convierta en la “ley final de la sociedad”; la crítica a Victor

Considerant por la falta de fundamento de sus procedimientos lógicos, y la

crítica permanente a los fourieristas en general, porque propugnan la

instauración de un sistema condenado a una eterna inviabilidad, desde el

momento que no llega a satisfacer del todo a ningún grupo social (se trate

de los propietarios, de los “comunistas”, de los autores de la asociación o

de los trabajadores en general).

La tarea que Proudhon se asigna en los primeros años de su actividad

teórica es la de verificar en qué medida el principio de la igualdad es

posible directamente en la organización del sistema social y en qué

medida las leyes de la economía pueden constituir una base adecuada

para la instauración de las relaciones societarias. En sustancia, el

problema se reduce, para que el joven Proudhon, a:

“hallar un estado de igualdad social que no sea ni la comunidad, ni el

despotismo, ni la disgregación, ni la anarquía, sino la libertad en el

orden y la independencia en la unidad. Y resuelto este primer punto,

nos quedará un segundo: indicar el mejor modo de efectuar la

transición”.35

En estas primeras formulaciones programáticas del joven Proudhon se

nota aún una fuerte influencia de Rousseau, quien en términos analógicos

había indicado las funciones “políticas” de la convivencia social:

35 Célébration du Dimanche, p. 61.

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Roberto Massari

“Hallar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la

fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual

cada uno, uniéndose a todos, no obedezca, por tanto, sino a sí mismo

y permanezca esencialmente libre”.36

Sin embargo, Proudhon se diferencia del pensador ginebrino no sólo por

su más amplia concepción de la autonomía, entendida como realización

del pluralismo social implícito en las relaciones entre los hombres, sino por

el carácter dinámico y pragmático que tal concepción adquiere en la

perspectiva irrenunciable de la transición. De una concepción marcada-

mente idealista del proceso de transición, reducido a mera toma de

conciencia por parte del individuo, Proudhon pasará gradualmente a la

afirmación de la posibilidad de una autoemancipación social, enunciando la

propia teoría de la fuerza colectiva. Esta será especialmente desarrollada

en el curso de la crítica desmitificadora de las relaciones jurídicas de

propiedad existentes en la sociedad capitalistas.

En general se elude la contradicción que, desde este punto de vista, se

puede rastrear ya en la más notable de las obras proudhonianas,37 existe

de hecho un contraste entre lo que se afirma al comienzo de la obra y la

definición más completa de los fines históricos del proletariado, como está

expuesto en el capítulo que sigue al de la crítica de la propiedad. Por un

lado (pág. 38), se afirma:

“Cuando, de acuerdo con las observaciones hechas, nuestras ideas

sobre un hecho físico, intelectual o social cambian completamente, yo

llamo a este movimiento del espíritu revolución.”

Por otro, en cambio, se denuncia (véase en página 256) la insuficiencia de

tal procedimiento si no llega a penetrar las raíces mismas del albedrío:

“Odio el trabajo hecho a medias; y se puede dar por cierto, sin

necesidad de que yo lo diga, que si he osado poner la mano sobre el

arca sagrada, no me contentaré con haber hecho caer la tapa...; no

daré término a este estudio sin haber resuelto el primer problema de

la ciencia política, el que preocupa a todos los intelectos: una vez

abolida la propiedad ¿cuál será la forma de la sociedad, cuál será la

fuerza de la comunidad?”

36 J.J. Rousseau, Il contrato sociale, Firenze, 1961, p. 15.37 ¿Qué es la propiedad?

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Proudhon define la sociedad como una fuerza colectiva en el interior de la

cual los trabajadores, o mejor, sus funciones productivas, representan la

unidad de base: solamente a través de éstas se puede llegar a una

realización efectiva de la autonomía general. El tema de la potencialidad

inserta en la estructura del trabajo asociado (el único posible, según

Proudhon, en el interior de la sociedad industrial) está desarrollado en el

curso de la crítica a la institución del trabajo asalariado. El capitalista paga

la jornada del obrero de acuerdo con una escala de medida temporal, pero

no paga la plusvalía –cualitativamente más significativa– constituida en la

unión asociativa que se lleva de hecho a cabo en el proceso de

producción. La suma de los trabajos individuales produce mucho más que

el conjunto de trabajos distintos realizados individualmente.

“En pocas horas, doscientos granaderos han erigido el obelisco de

Luxor desde su base; ¿puede suponerse que un solo hombre lo

habría llevado a cabo en doscientas jornadas? Y, sin embargo, según

las cuentas del capitalista, la suma de los salarios habrían sido las

mismas”.38

El albedrío ejercido por los propietarios en las confrontaciones con el

obrero es, a su vez, la consecuencia de la aberración sobre la que se

funda la organización capitalista del trabajo. Si el trabajo es una función

irrenunciable39 en el ámbito de las relaciones constitutivas del sistema

social, el trabajador no puede ser reducido a administrar la parte del

producto que hace posible su subsistencia, sino que debe poder ejercer un

control sobre el arco completo de las funciones cubierto por su propia

actividad. Y esto no tanto como individuo que se convierte en propietario

del conjunto de bienes producidos por su propio trabajo, sino como

asociación de control formada en la unidad de base, que constituye a su

vez aquella fuerza colectiva a la que la división social del trabajo ha

encargado la misión de producir la riqueza.40 Proudhon lleva a cabo, en el

momento mismo en que sienta las bases de su propia “socioeconomía”, la

notable distinción entre funciones (la capacidad efectiva de realizar el

trabajo asignado) y relaciones (la combinación de tal capacidad entre más

38 ¿Qué es la propiedad?, p. 123.39 “En la serie social que nosotros consideramos debe ser una serie organizada, launidad orgánica es el trabajador, en un lenguaje un poco más abstracto, la función.”Création de l’Ordre, p. 325.40 “La unión de la fuerza no debe confundirse con la asociación. Como ahorademostraremos, es igual que el trabajo y el cambio, productora de riqueza. Es unapotencia económica...” Idee Générale de la Revolution au XlXe siecle (1851), Oeuvres, II,p. 161.

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individuos);41 gracias a tal distinción y al análisis que la sostiene, pasará

completamente a un segundo plano el aspecto “humano” del trabajo, tan

caro a las letanías filantrópicas de la época, para concentrar, por el

contrario, el interés sobre el rol que las funciones productivas –en cuanto

tales– pueden desarrollar en la construcción de una sociedad “libertaria”

(es decir, fundada sobre las relaciones liberadas de cualquier autoridad).

Solamente forzando el pensamiento de Proudhon se podrá extraer aquí

una teoría de la emancipación del proletariado entendido como clase

social.

Científico y antipolítico, Proudhon trata en realidad de elaborar una teoría

de la integración social de las fuerzas (funciones) productivas, asignándoles

la misión de dirección en la construcción de la sociedad antiautoritaria. El

aspecto revolucionario de la concepción proudhoniana derivaría, por el

contrario –no obstante los errores y las contradicciones del autor–, de la

presunción de ofrecer bases objetivas y una validez científica a la

formulación de un proyecto (todavía formalmente utopista) de sociedad

racional, igualitaria, libre y coherente.42 Desde este punto de vista se

comprende mejor la presencia del proudhonismo en la Asociación

Internacional de los Trabajadores y durante la Comuna, su confluencia en

la corriente anárquica y el rol contradictorio desarrollado por aquél en las

citadas experiencias, a la luz sobre todo de las contradictorias intuiciones

ya presentes en la teoría formulada por el maestro.

“Muchos hablan de la participación de los obreros en los productos y

en las utilidades; pero esta participación es concebida como pura

beneficencia; nadie ha demostrado nunca, acaso ni siquiera

sospechado, que sea un derecho natural, necesario, inherente al

trabajo, inseparable de la cualidad de productor hasta el último de los

peones”.43

41 ¿Qué es la propiedad?, p. 137 y sígs.42 Para una definición más madura del ideal libertario proudhoniano, véase el siguientepasaje: “¡NO más autoridad! Lo que quiere ya significar el contrato libre en lugar de la leyabsolutista; la transacción voluntaria en lugar del arbitrio estatal; la justicia igual yrecíproca en lugar de la justicia soberana y distributiva; la moral racional en lugar de lamoral revelada; el equilibrio de la fuerza en lugar del equilibrio de los poderes; la unidadeconómica en lugar de la centralización política. Una vez más, ¿no es esto lo que osaréllamar una conversión completa, un giro sobre sí mismo, una revolución?” Idee Générale.p. 343.43 ¿Qué es la propiedad?, p. 119.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“El caso es que estas dos proposiciones –abolición de la explotación

del hombre por el hombre y abolición del gobierno del hombre por el

hombre– son una misma e idéntica proposición..., la cual constituye el

punto de transición entre el período capitalista y estatal que fenece y

el período de la igualdad y de la libertad que comienza”.44

Se podría continuar en el mismo plan y recordar muchos pasajes en los

que Proudhon parece oscilar contradictoriamente entre una concepción

societaria de carácter contractual (o integrador) y una formulación

revolucionaria del proceso de transición, en el que la potencialidad de la

fuerza colectiva, encarnada mayormente en el movimiento de los

trabajadores, se expresa en el antagonismo o en el conflicto de clase.

¿Conflicto o participación? ¿Comunidad o pluralismo social? ¿Propiedad o

“comunismo”? Estas son sólo algunas dicotomías que animan la reflexión

proudhoniana y que la dirigen hacia aquella sistematización definitiva del

ideal autogestionario, resumible en la fórmula del federalismo mutualista.

En las primeras obras, sin embargo, la investigación procede todavía por

antinomias, cuya síntesis es algo más arbitraria y no deriva de un correcto

procedimiento dialéctico-deductivo.

Proudhon individualiza45 en la comunidad el momento positivo y la “primera

determinación” de la sociedad: esta es la tesis. En su negación –la

propiedad– está la antítesis. En este punto, el problema que plantea

Proudhon es el de analizar el rol específico, presente (y lo históricamente

determinado) de la fuerza de producción de las riquezas, para poder llegar

a su terminación superior, es decir, a la forma correspondiente de

sociabilidad.

“Esta tercera forma de sociedad, síntesis de la comunidad y de la

propiedad, la llamaremos Libertad”.46

Por tanto, la libertad es la adecuación de la sociabilidad al nivel real de

desarrollo de la estructura socioeconómica. En este sentido, dirá Proudhon,

es igualdad, es anarquía, es variedad infinita, es proporcionalidad, pero es,

sobre todo, principio de organización.47

44 Polémique contre Louis Blanc et Pierre Leroux (1849-1850). Ouvres, II, p. 410.45 ¿Qué es la propiedad?, p. 265.46 Ibíd., p. 287. Y algunos años después: “...es la libertad, aquella que significa negaciónde cualquier autoridad, aquella libertad que para el hombre supone todo”. Le Droit auTravail le Droit de Proprieté (1848), Oeuvres, X, pág. 457.47 “La libertad es esencialmente organizadora”, Ibíd., p. 289.

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Roberto Massari

Se empieza de este modo a delinear en Primera Memoria (1840) una

concepción activa y positiva de la emancipación social, en la cual el sujeto

colectivo, en el momento en que obra por su propia autonomía completa,

se convierte en eje de una nueva forma de organización social, distinta de

las precedentes, una vez obtenida la reconquista del control sobre sí

misma por parte de toda la especie humana. La dialéctica seriada, según

la cual se desarrolla este proceso, coincide con el paso de la sociedad del

dominio-subordinación al sistema social racional de la gestión colectiva; de

la anarquía capitalista determinada en el libre juego de las fuerzas

productivas a la anarquía social, caracterizada por el libre juego de las

tendencias individuales, por la eliminación del principio de autoridad, pero

también por el uso racional de los recursos comunes.

La “creación del nuevo orden” concierne a aquellos cuya función está

comprendida en el arco de las relaciones de que está constituida la fuerza

colectiva. Que los sujetos de semejante transformación social sean los

trabajadores es en cierto modo secundario: la aludida falta de historización

en el análisis de las contradicciones sociales impide a Proudhon identificar

con seguridad el motor del proceso de emancipación universal en una

clase determinada. En este sentido no se puede evitar definir como

estática la hipótesis misma de construcción de una sociedad auto-

gestionada. ¿Por quién? ¿Para quien? ¿Para qué? Son las tres principales

interrogantes que la teoría proudhoniana de la autoemancipación no

acierta a responder. La falta de respuesta a tales preguntas explica

también, en nuestra opinión, por qué Proudhon ha hecho concesiones

teóricas (respecto al papel de la pequeña burguesía, por ejemplo) y

políticas (antes de la subida al poder de Luis Bonaparte). La incapacidad

para comprender lo central de las contradicciones entre relaciones sociales

de producción y el modo específico de producción desarrollado en el

sistema capitalista impide a Proudhon comprender la enorme potencialidad

social y política existente en el proceso de emancipación del proletariado y

el carácter más general que tal emancipación puede asumir en relación

con el resto de la sociedad. La teoría proudhoniana de la autogestión o de

la democracia obrera no va posteriormente más allá –lo repetimos

nuevamente– de una propuesta coyuntural de las profundas contradicciones

internas del sistema capitalista, si bien muchas de las intuiciones que

acompañan tales propuestas (algunas de las cuales serán tomadas

nuevamente por el propio Marx) podían ser, y de hecho lo fueron,

desarrolladas en un sentido más radical y revolucionario.

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2. Organización social y reciprocidad

Para Proudhon, el norte de la organización social está en la división y la

parcelación del trabajo. El trabajo está determinado subjetivamente en el

obrero y objetivamente en la materia que éste transforma.48 El trabajo

asume sucesivamente, en el desarrollo de la teoría proudhoniana, la forma

de producto, valor, capital y salario y, en el curso del proceso de

especialización, la de la ciencia, el arte, la profesión, el proyecto, la

ejecución, etc. Siendo estas determinaciones medibles solamente en

relación a su dimensión subjetiva49, de esto se deduce que una ciencia de

la organización social es posible solamente si se asume como unidad de

medida el trabajador, considerado en el interés de la propia función. Por

este camino Proudhon llegará a enunciar50 la teoría del tiempo de trabajo

como medida general del valor de la mercancía, suscitando una

observación crítica de Marx.51

Lo que nos interesa, sin embargo, es el hecho de que la organicidad

estructural que caracteriza el papel del trabajador dentro de la

organización empresarial permite a Proudhon, por un lado, sentar la

premisa de su propia teoría de la reciprocidad industrial, y, por otro,

formular una crítica del proceso de deshumanización a que la excesiva

parcelación del trabajo reduce al obrero:

“Creéis tener delante de vosotros a un obrero, pero lo que tenéis en

realidad es una bestia de carga”.52

La degradación física y espiritual del obrero, según Proudhon, es

disfuncional en lo que respecta a la organización del trabajo no tanto por la

merma de productividad que ello implica (es lo que por el mismo tiempo se

48 Création de l’Ordre, p. 322.49 Ibíd, p. 323.50 En Systéme des contradictions économiques ou philosophie de la Misere (1846),Oeuvres. vol. 2.51 “La aplicación del tiempo de trabajo “como medida del valor” es “fatalmente la fórmula dela esclavitud moderna del trabajador”, y no, como lo quiere Proudhon, la “teoríarevolucionaria” de la emancipación del proletariado”. K. Marx; Misere de la philosophie,París, 1968, p. 62. En realidad, según Marx, no existe equivalencia de las mercancíasproducidas en el mismo tiempo de trabajo, desde el momento en que el valor de lamercancía depende de: a) la ley de la demanda y de la oferta, y b) de la concurrencia. Lailusión de Proudhon, prosigue Marx, es que cambiando la mercancía se cambia la situacióndel trabajador que está detrás de la mercancía; existe efectivamente una tendencia a la“igualación del tiempo de trabajo contenido en la mercancía”, pero esto se debe aldesarrollo tecnológico y no a la justicia socia. Según Marx, Proudhon confunde la cantidadde trabajo con el valor del trabajo: de aquí su teoría igualitaria. Véase también la crítica aProudhon contenida en la carta a Annenkow (Bruselas. 28 de diciembre de 1846).52 Création de l’Ordre, cit., p. 331.

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Roberto Massari

denunciaba en Inglaterra), sino porque en este sistema el papel

organizador de la función obrera –reducida a un simple binomio “hombre-

máquina”– debe ceder su puesto al predominio y al privilegio de los

directores, de los ingenieros, en definitiva, al dominio de la burocracia

empresarial.

El modo de producción capitalista aparece así, a los ojos de Proudhon,

como la antítesis de aquella forma superior de organización social en la

cual la libre graduación por series de la capacidad de trabajo puede

permitir una valoración completa (y una medida) de la iniciativa obrera.

En efecto, la concepción mítica de lo que Taylor llamará “organización

científica del trabajo” impide a Proudhon ver la necesidad intrínseca de la

progresiva parcelación, no sólo como momento constitutivo de tal

organización, sino también como resultado último del proceso de división

social del trabajo. De aquí su crítica, sorprendente si se piensa en el

interés proudhoniano por el progreso tecnológico,53 pero comprensible si

se la considera como un reflejo de una organización empresarial no

planificada, no equilibrada y, sobre todo, no controlada por los

trabajadores. Es interesante notar, sin embargo, cómo en 1843 Proudhon

propone, como solución complementaria a la existencia de la parcelación,

la adopción de la rotación y de la ampliación de las instalaciones54: técnica

sobre la cual solamente en tiempo muy reciente se ha empezado

nuevamente a discutir en los ambientes sindicales.

A través del trabajo el obrero afirma la Responsabilidad propia en el interior

del proceso productivo. La definición jurídica que Proudhon da en diversas

ocasiones de tal forma de participación orgánica se funda sobre el

concepto de conocimiento del propio rol: al desarrollo de tal conocimiento

debe dirigirse también la formación cultural del obrero. Corolario del

principio de Responsabilidad y de Coordinación, es decir, de la

transformación de las funciones en relaciones en el interior de la empresa.

53 En De la capacité politique des classes ouvrieres (1865), Oeuvres, III, pág. 185,Proudhon considera a “lo que se llama división del trabajo o separación de la industria”como una fuerza económica, igual que posteriormente, por su importancia, al progresotecnológico, al cambio, a la fuerza colectiva, etc.54 “Es evidente me parece, que es un sistema semejante, sin necesidad de perder ningunade las ventajas del trabajo parcelado, cualquier obrero puede, o mejor aún, debe, eninterés propio y en el de la sociedad, pasar a intervalos más o menos prolongados, de unaoperado a otra y recorrer el ciclo entero de fabricación.” Argumenta de este modo: “Así, laobra común será para cualquier obrero una obra compuesta y seriada (es decir, inserta enla serie de producción, R.M.); pero hay algo más importante: esta combinación produciráuna vigilancia alérgica al inmovilismo, universal y recíproca, sin tiranía y sin abusos,fraternal y severa, y permitirá valorar con la precisión más rigurosa el trabajo de cualquiermiembro.” Création de l’Ordre, págs. 335-336.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Gracias a la coordinación (que significa también “igualación” de las

funciones) los obreros entran en relaciones de responsabilidad recíproca

unos con otros y se aprehenden como comunidad capaz de gestionar

colectivamente la unidad de producción: la reciprocidad sobre la cual se

funda el principio de asociación es, por tanto, una consecuencia de la

coordinación, es decir, de la forma asociada que el trabajo industrial asume

desde su aparición. Esta es la antítesis de la jerarquización, es la negación

del principio de autoridad transmitido desde el sistema central a la

industria.

“La coordinación de las funciones, sinónimo de igualdad de las

condiciones, es la esencia de la democracia, el fin al cual tiende

imperiosamente la sociedad moderna, el ideal que persigue la secta

comunista”.55

La forma asociativa que el trabajo asume dentro de la organización

empresarial es la demostración más concreta del principio pluralista, que,

según Proudhon, constituye el fundamento de la sociedad moderna. El

libre desarrollo o, si se prefiere, la plena afirmación de semejante principio

es obstaculizado por el continuo recurso a la autoridad. Heredada –como

ya hemos recordado– del régimen feudal, continúa ejerciendo un rol

negativo también en el interior de la sociedad burguesa, donde está, repito,

anexa como corolario al primer principio de toda injusticia: la propiedad. La

organización del trabajo, fiel expresión de las funciones generales sobre

las cuales se funda el sistema social, refleja en su propio interior también

la existencia de semejante contradicción (feudal-burguesa), fácilmente

visible en las relaciones de dominio existentes en el interior de la empresa.

El principio de autoridad en la fábrica resulta para Proudhon la antítesis de

la forma moderna asumida en el trabajo industrial asociado. Es esto lo que

obstaculiza la libre institución de la coordinación: es esto lo que impide a

las asociaciones obreras el asumir completamente las propias funciones

de dirección-organización. Y en fin de cuentas, si las asociaciones obreras

ya constituidas no consiguen prescindir del ámbito angosto del egoísmo y

del corporativismo, ello es debido, según el Proudhon de Idee Genérale, al

efecto que sobre ella ejerce la organización autoritaria de la sociedad

burguesa.

55 ibíd,

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Respecto a Fourier, Owen, Cabet, Leroux, Blanc, etc., Proudhon no discute

su voluntad de poder llegar a una transformación del sistema existente,

sino el haber fallado en los principios según los cuales debía fundarse tal

transformación. Su socialismo, afirma Proudhon:

“se ha convenido en una religión que habría podido parecer, cinco o

seis siglos antes, como un progreso respecto al catolicismo, pero en

el siglo XIX es lo menos revolucionario que se pueda hallar”.56

La gran culpa de los utopistas se reduce, según la crítica proudhoniana, a

dos elementos derivados de la incomprensión propietaria y la intención de

querer una nueva forma de autoridad, aunque sea pretendiendo favorecer

a los trabajadores.

En lo que respecta al primer elemento, Proudhon viene a subrayar que el

principio de reciprocidad, por revestir una importancia crucial en relación a

aquella concepción societaria general que alguien ha definido ya como

teoría del “pluralismo social”,57 en su aplicación a la organización del

trabajo no puede ser en modo alguno confundido con la defensa de los

intereses de grupo de determinados sectores obreros: si la coordinación

debiera limitarse a expresar la globalidad de los intereses de los

productores, aquélla se vería fatalmente constreñida a replegarse en el

principio de propiedad para hallar en el mismo una justificación al criterio

adoptado para la delimitación de sus intereses. Refiriéndose al segundo

aspecto criticable en la teoría utopista, Proudhon define como autoritario el

tipo de sistematización en las diversas propuestas icarianas, falansterianas,

owenistas, etc.: éstas se limitarían a transferir a un plano sólo formalmente

más racional el mismo tipo de estructura jerárquica característica de la

ciudad feudal primeramente y de la burguesía después.

Tales concepciones (como la fourierista, por ejemplo) fracasarían ante la

importantísima necesidad de armonizar la potencialidad de las fuerzas

productivas con las funciones reales de los productores. Consideraciones

de este tipo llevan a Proudhon a expresar un juicio drástico, pero no

definitivo ciertamente, sobre una primera experiencia de la necesidad

obrera:

56 Idee Genérale, pág. 152.57 Véase J. Bancal: Proudhon: Pluralisme et autogestión, París, 2 volúmenes, 1870.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“La asociación no es de hecho una fuerza económica. Es estéril por

naturaleza, directamente dañosa, ya que constituye un obstáculo para

la libertad del trabajador”.58

En este pasaje el concepto de libertad (en la acepción proudhoniana que

hemos tratado de aclarar al comienzo) asume una importancia

complementaria en relación con los conceptos de Responsabilidad colectiva

y Reciprocidad: aquél representa la articulación a nivel empresarial del

principio más general de organización societaria, según el cual la

instauración de una gestión colectiva por parte de los trabajadores no

puede ser comprendida como la llegada de una nueva serie de

arbitrariedades discriminatorias para reemplazar a las antiguas del

empresariado.

La batalla llevada a cabo por Proudhon contra el asociacionismo de tipo

tradicional –nos referimos al período comprendido entre 1840-1850– está

en perfecto acuerdo con los tiempos y con las exigencias ampliamente

sentidos en el seno del movimiento obrero francés, desorientado ante una

serie de fracasos sufridos en el decenio anterior. Ex tipógrafo, miembro y

animador de las primeras asociaciones obreras, Proudhon comprende que

la instancia solidaria del mundo artesanal o de las primeras confraternidades

de obreros manufactureros no puede responder a las exigencias que la

nueva clase obrera, producto del desarrollo industrial francés (reducido,

pero significativo) de la primera mitad del siglo, empieza a desarrollar en

su propio seno. El tipo de propuesta que Proudhon formulará en el curso

de los acontecimientos del 4859 correspondiente exactamente a la

necesidad –todavía embrionaria en la conciencia de grandes estratos de la

clase obrera– de dar una dimensión más amplia (casi política) a la propia

acción reivindicativa. Proudhon lleva a cabo una crítica destructiva del

‘solidarismo’ obrero a la manera de Leroux o del “comunismo artesano”

inspirado por Weitling, para abrir la puerta a un desarrollo natural del

asociacionismo industrial; en la concepción proudhoniana este desarrollo

es posible solamente si los trabajadores adquieren conciencia de la propia

importancia en cuanto fuerza colectiva unida al mundo de la producción.

Sin embargo, para que los nuevos candidatos a la dirección de la sociedad

y a la gestión de la economía puedan asumir el rol que les espera es

indispensable que estén a la altura de la misión histórica que les

corresponde: deben por esta razón saber poner término al caos y al

58 Idée Genérale, p. 162.59 Programme révolutionnaire, 1947, Oeuvres, X.

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desorden que ha caracterizado la gestión clérigo-burocrática del

capitalismo concurrencial, que se organicen a su vez de tal modo que, en

sus manos, la dirección de la economía asegura la máxima valoración de

la fuerza productiva y, unida a ésta, la plena expresión de la libertad

individual y colectiva.

“Sí, la asociación tiene un papel en le economía de los pueblos; sí, la

compañía obrera, comprendida como protesta contra el sistema

salarial y afirmación de la reciprocidad, por este doble título lleno de

esperanza, están llamadas a desarrollar un rol considerable en el

futuro próximo. Este rol consistirá sobre todo en la gestión de los

grandes instrumentos de producción (gestión de grands instruments

du travail) y en la ejecución de ciertos trabajos”, –que alcanzarán–

“tanto una gran división de las gestiones como una gran fuerza por

parte de la colectividad”.60

Llegados a este punto, nos sentimos tentados a afirmar que los aspectos

contradictorios, fácilmente localizables en la concepción teórica de

Proudhon, son en efecto atribuibles a la influencia ejercida sobre el autor

por la época en la cual ha vivido, sin que fuese capaz de reaccionar ante

tales influencias con el poder y la lucidez de la intuición teórica demostrada

por Marx. A caballo entre dos períodos diversos del desarrollo capitalista, e

influido por la experiencia “artesanal”, capaz de comprender las grandiosas

posibilidades del desarrollo social inherente al proceso de la revolución

industrial, Proudhon ha permanecido, sin embargo, incapaz de superar el

nivel de la intuición puramente sociológica y de desarrollar radicalmente un

método científico con el cual analizar la rica y dinámica realidad

circundante. Proudhon verifica los límites de la dialéctica seriada en el

momento en que Marx desarrolla los fundamentos de su propio método; el

primero cree todavía en la posibilidad de un régimen de “democracia

obrera”, comprendido como reconciliación con la burguesía61 en el

momento en que el segundo anuncia la necesidad de la transformación de

la revolución democrático-burguesa en revolución socialista, incluso para

un país atrasado como Alemania;62 el primero continúa defendiendo el

principio de la reciprocidad hasta su muerte, mientras que el segundo

establece el carácter dinámico del conflicto entre las clases ejercido por el

60 Idée Générale, p. 175.61 Véase, por ejemplo, el “escrito” referido a la “burguesía”, compuesto en la cárcel el 10de junio de 1851 y que aparece en Idée Générale, p. 95.62 Véase para esto el Llamamiento del Comité Central de la liga de los comunistas(marzo de 1850), en Marx-Engels: Obras escogidas, Roma, 1969. págs. 364 y sígs.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

desarrollo histórico.63 Ambos, sin embargo, se hallan unidos en la

confianza y en la convicción de que la emancipación de los trabajadores

debe ser obra de los trabajadores mismos, y que para tal fin es necesaria

una estructura organizativa y que revolución, en el siglo XIX, sólo puede

significar control de los trabajadores sobre las fuerzas productivas. Ahora

no queda sino examinar cuáles eran según Proudhon, las estructuras

económicas y políticas que habrían podido responder a tales exigencias de

control.

63 La siguiente definición del “socialismo” es redactada por Proudhon después de ladesilusión y del desastre del 48 y va, por tanto, situada en el contexto de la vidaparticular del autor; sin embargo, puede ser útil para demostrar las oscilaciones quesacuden la confianza revolucionaria de Proudhon: “Suscitar esta acción colectiva, sin lacual la condición del pueblo será eternamente desdichada y sus esfuerzos impotentes.En vez de prodigar el poder, debe procurarse solamente que no se inmiscuya más ennada, y enseñar al pueblo a obrar por sí solo, sin ayuda del poder, de la riqueza y delorden establecido. Esto, en conciencia, es lo que siempre he entendido por socialismo.”Les confessions d’un Révolutionnaire pour servir d l’Histoire de la Révolution de Février(1849), Oeubres, VII, p. 253.

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3. La estructura mutualista

La crítica de la propiedad, del Estado y de la autoridad confluye en la

teoría societaria de Proudhon y se concreta en una organización

mutualista para el conjunto de la actividad económica. Para que tal

propuesta pueda hacerse efectiva es indispensable, en la hipótesis

proudhoniana, que se verifique una socialización plena de la industria, es

decir, la abolición de la propiedad privada en el ámbito del sector industrial:

esto, en cierto sentido, es el primer gran paso a dar, el primer paso para

difundir la organización mutualista al resto de la sociedad.64

Semejante transformación debería realizarse, cuando menos, en el ámbito

de los “grandes medios de producción”, desde el momento en que en

éstos se advierte mayormente el rol de la fuerza colectiva. No se crea, sin

embargo, que la propuesta de socialización corresponde en Proudhon,

como para otros muchos “socialistas” de la época, a una exigencia de

justicia social o de tipo moralista: ella viene impuesta por el desarrollo

mismo de las fuerzas productivas –por ejemplo, por la autodisciplina

alcanzada por la creciente división del trabajo, por la eficiencia compleja de

la fuerza colectiva, por la necesidad de conocimientos especiales, por la

necesidad de participación y así sucesivamente.

El término “participación” no debe ser aquí mal interpretado. En el Manuel

du spéculateur à la bourse (1853), Proudhon aclara que “la participación

sustituye al sistema salarial”, que ella consiste en la integración de todos

los trabajadores en los organismos dirigentes de la empresa, donde cada

trabajador podrá disponer de un voto deliberativo. También, si bien una

propuesta de este género puede fácilmente abrir el acceso a un proceso

de corresponsabilización –en ausencia de una transformación radical de

las relaciones de fuerza entre las clases–, no puede, sin embargo, dejar de

comprender la gran diferencia respecto a la doctrina sansimoniana: ésta

prevé, de hecho, una forma clásica de participación, en la cual la gestión

empresarial debería confiarse a organismos paritarios, compuestos por

patronos y obreros. En la hipótesis proudhoniana, por el contrario, el

patrono desaparece progresivamente, en la medida en que avanza el

proceso de socialización. Tal proceso –gradual y casi automático– no

64 He aquí cómo Proudhon define brevemente las características del sistema económicopropuesto por él: “Quien dice mutualismo supone la división de la tierra, la división de lapropiedad, la independencia del trabajo, la separación de las industrias, la especializaciónde las funciones, la responsabilidad individual y colectiva, según que el trabajo seaindividual o en grupo, reducción al mínimo de los gastos generales, supresión delparasitismo y de la miseria.” De la capacidad política, p. 126.

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tendrá ningún carácter de violencia o de imposición: aquél será determinado

por la misma organización económica de la industria, y como tal se

impondrá de hecho.

“En el momento en que el trabajo llevado a cabo por los operarios en

la industria es un capital humano que pone en acción un capital

material que no es otro que “trabajo acumulado”, es necesario ya que

ese trabajo, fuente de capital, se identifique jurídicamente con tal

capital; en pocas palabras: que el trabajo obtenga de derecho lo que

es de hecho”.65

La transformación del trabajador de instrumento de producción en

“garante” de la valoración de la función propia pasa a través de esta forma

especial de corresponsabilización económica que Proudhon define como

“participación mutualista”.

“El obrero participará en la eventualidad de pérdidas y ganancias de

la empresa, tendrá un voto deliberativo en el consejo y se verá

asociado”.66

Para estas prácticas, en todas las empresas en que las dimensiones

mismas implican el empleo de gran número de trabajadores y de diversas

especializaciones, la gestión deberá pasar obligatoriamente y también

gradualmente a las manos de la “compañía obrera”. Lo que no sirve para

las pequeñas empresas, donde no es necesario recurrir al uso de una

fuerza colectiva real o a una parcialización del trabajo, y donde, por otra

parte, no existen las bases para una aplicación efectiva del principio de

asociación mutualista.

La compañía obrera se entrega, por tanto, a la sociedad a través de un

contrato de asistencia mutua y de recíproca participación en los intereses

generales. El empeño principal que deberá asumir la compañía obrera

será el de asegurar a la sociedad el suministro de los bienes y de los

servicios logrados, al coste de producción, y de contribuir sin cesar al

continuo mejoramiento de la infraestructura económica.

65 Citado porJ. Bancal, op. cit., vol. II. p. 76.66 Idée Générale, p. 276; véase también el siguiente pasaje: “Hacer al obrerocopropietario del mecanismo industrial y partícipe de los beneficios en vez deencadenarlo como un esclavo, ¿quién osaría decir que no sea ésta la tendencia delsiglo?” Manuel du spéculateur a la Bourse, Ed. Garnier, París, 1853, p. 493.

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“En este punto, la empresa obrera renuncia a cualquier forma de

coalición, se somete a las leyes de la concurrencia, tiene sus propios

libros de contabilidad y los archivos al servicio de la comunidad, que

se reserva, como expresión del propio derecho de control, la facultad

de exponerla”.67

El individuo es accionista a un nivel de igualdad con todos los demás;

conoce todas las dependencias del establecimiento; sigue un aprendizaje,

se especializa y al mismo tiempo se le da una formación cultural

polivalente y “enciclopédica”; las funciones son establecidas por elección

directa y son revocables; el salario es proporcional a la “capacidad”; la

participación en los gastos y en los beneficios es proporcional a los

servicios prestados; por fin, la adhesión es voluntaria. Proudhon advierte,

sin embargo, que:

“si la clase trabajadora, por su fuerza numérica y por la presión

irresistible que puede ejercer sobre decisiones de una asamblea,

tiene perfecto derecho, con ayuda de cualquier ciudadano ilustrado,

de llevar a cabo la primera parte del programa revolucionario, la

liquidación social y la nacionalización (constitución) de la propiedad

territorial, aquélla, por la insuficiencia del propio conocimiento y por su

inexperiencia en cuestiones económicas, es todavía incapaz de

administrar intereses tan importantes como los del comercio y de la

gran industria, y en consecuencia, está por debajo de su propio

destino”.68

Este pasaje, que comprende una de tantas descripciones del carácter de la

empresa mutualista, representa tal vez la mejor síntesis de los límites y de

las preocupaciones implícitas en la concepción proudhoniana de la

autogestión. Es indudablemente cierto, como desarrollará después el

propio Marx, que la clase obrera podrá asumir la gestión de la economía

solamente en la medida en que demuestre palmariamente saber resolver

el contraste con las relaciones sociales de producción en que viene a

situarse el modo capitalista de producción en su proceso de progresiva

centralización; tal capacidad, sin embargo, no es de carácter técnico o

cognoscitivo, sino que deriva directamente del papel que la clase obrera,

en cuanto productora del “plus-producto social”, desempeñe en el proceso

de desarrollo de las fuerzas productivas.

67 Idée Générale, p. 281. 68 Ibíd., págs. 282-83.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por otro lado, si es cierto que por su propia naturaleza ella es la clase que

mayor “experiencia” tiene en la organización del trabajo de empresa, es

también cierto que la división social del trabajo le impide perennemente la

adquisición de aquellas nociones que la burguesía prefiere adscribir a una

“casta” de especialistas: gerentes, teóricos de la programación, expertos

en marketing, etc. Y de hecho, según la concepción propiamente

marxiana, no es ciertamente a nivel de la gestión puramente técnico-

económica como la clase obrera puede demostrar la propia superioridad

sobre el organizadísimo sistema capitalista, sino, por el contrario, a nivel

de la gestión estatal del conjunto de las actividades sociales, lo que se

hace posible a través de la construcción de una infraestructura política en

la cual los trabajadores puedan ejercitar un rol activo y explotar aquella

fuerza colectiva que deriva del ejercicio constituido de “clase en sí” en

“clase por sí”.

A Proudhon se le escapan dos importantes elementos del proceso de

construcción de una sociedad socialista: la existencia de una fase de

transición y la necesidad de un aparato estatal proletario en sustitución del

estado liberal- burgués. De aquí deriva que en el momento en que esboza

una transformación gradual de la conciencia de clase (de subalterna a

gestionarla, a través de una experiencia de participación mutualista)

renuncia en realidad a desarrollar aquel superior nivel de conciencia obrera

que puede adquirirse en la destrucción-reconstrucción del aparato político

central. Aunque el testamento político-teórico de Proudhon tendrá por título

De la capacidad política de las clases obreras, de hecho, él desconocerá

siempre la importante función que los trabajadores pueden desarrollar en

conexión con la construcción de una nueva estructura estatal, y entenderá

por “política” propiamente la afirmación de la fuerza industrial y económica

de la clase trabajadora.69 Semejante concepción, por otra parte, es

complementaria del otro fundamento de la sociología económica

proudhoniana, según la cual la estructura jurídico-institucional, emanación

directa del poder económico burgués, tenderá a ser sustituida gradualmente

por el ejercicio del poder económico directo por parte de los trabajadores.

La organización estatal en cuanto tal no puede ser sino arbitraria y, por

tanto, inconciliable con el carácter libertario que, según Proudhon, asumirá

necesariamente la victoria de la economía (siempre entendida como

69 Véase el siguiente juicio: “La idea de una emancipación del proletariado reviste, enefecto, en el pensamiento de Proudhon el sentido de una organización económicadirectamente ejercida por parte de los productores, los cuales, crean por sí mismos lasnuevas relaciones de cambio y de producción, alcanzando a través de su acción alconjunto de la sociedad.” P. Ansart: Marx et l’Anarchisme, p. 322

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máxima expresión de la fuerza colectiva) sobre el resto de las funciones

sociales.

Las contradicciones existentes dentro de la teoría proudhoniana se hacen

tanto más evidentes cuando afronta la discusión sobre la posibilidad de

una autogestión agrícola, paralela a la organización mutualista de las

principales industrias. Incluso en el sector en que lo lógico debiera ser,

según las propias premisas del autor de las Contradicciones económicas,

una rápida liquidación de la propiedad privada y su sustitución con las

colonias colectivistas de tipo owenista, es propuesta, en cambio, una forma

de coordinación de la pequeña propiedad campesina –la cual se inspirará

en sus grandes líneas en el movimiento cooperativo de Francia y de otros

países europeos–. La “capacidad política” de los campesinos se sacrifica

de hecho a las exigencias económicas de la agricultura, a la que el disfrute

individual y parcelario, incluso coordinado, puede asegurar el máximo de

productividad y el mínimo de esfuerzo. Las “comunas agrícolas” de

Proudhon son en la práctica organizaciones rurales que, después de haber

procedido a la liquidación del gran latifundio, deberían proceder a la

redistribución en partes iguales de la tierra, al control de la calidad de los

cultivos, a la recaudación de un canon y a la unión entre las propiedades

individuales cooperativizadas y la federación nacional de las organizaciones

rurales.70

El principio federativo aplicado a la agricultura corresponde al mismo

principio aplicado a la industria: es a través de esta coincidencia

(solamente formal, a nuestro juicio) como Proudhon piensa poder llegar a

la integración equilibrada entre el sector primario y el secundario y superar

la falta de conexión que ha caracterizado tradicionalmente a tales

sectores.71

La socialización de la industria, el mutualismo rural y la constitución de la

federación agrícola-industrial comportan como consecuencia necesaria y al

mismo tiempo como premisa indispensable la asociación de los

productores y los consumidores. Sobre todo en los últimos escritos –

algunos de ellos publicados postumamente– se tiene la impresión de que

70 En este aspecto, compete a este organismo la misión de controlar el crédito, lostranspones, los almacenes, las compras al por mayor y el mercado de los productosagrícolas. Véase al respecto la propuesta de Proudhon en el Programe révolutionaire de1848.71 Los principios de organización de la federación agrícola-industrial son expuestos porProudhon en varias obras, especialmente en Del principio federativo (1863), Oeuvres,XIV, cap. 11.

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la unificación del sector productivo con el de los consumidores es

considerada por Proudhon de una importancia capital para el correcto

funcionamiento de la economía mutualista. Se puede así afirmar que toda

la concepción autogestionaria gira en torno a esos principios, si es verdad,

como dirá Proudhon en un escrito de 1847, “que el ejército de los

trabajadores-consumidores absorbe al ejército capitalista”.72

Los consumidores deben organizarse en un sindicato para la “regulación

de los precios, y en el ejercicio de tal función pueden influir sobre la

actividad de la Federación agrícola-industrial. El Sindicato y la Federación

pueden formar juntos el Sindicato general de producción; éste, por encima

de cualquier otro organismo de carácter político o institucional, dirigirá de

hecho la vida económica y social del país.

Aunque el sector de los servicios podrá ser sometido a reglamentación

solamente después de que se haya creado un espíritu de colaboración

entre productores y consumidores, la organización mutualista de los

servicios debe extenderse, según Proudhon, a los ferrocarriles, al

comercio, al crédito73 y al sistema de seguros.

72 Primero de octubre de 1847, Cuaderno n°. 6, en Carnets de P, J. Proudhon, ed. Riviére,vol. II, pág. 21773 Proudhon ha desarrollado la teoría del crédito mutualista en una serie de obras comoSystéme de contradictions économiques (1846), Resume de la question sociale, Banqued'échange (1848), Banque du Peuple (1849), Manuel d'un spéculateur a la bourse (1853),De la justice dans la révolution et dans l'Eglise (1858), Théorie de l'impot (1861), De lacapacité politique des classes ouvrieres (1865), Théorie de la proprieté (1865). Aunque elanálisis de su contribución en este campo sea fundamental para una reconstrucción de lahistoria de las instituciones crediticias, es evidente, sin embargo, que hoy ha perdido casitoda actualidad. Es necesario hacer notar, de cualquier modo, que la teoría proudhonianadel crédito recíproco no debe ser confundida con la práctica mutualista todavía difundida enFrancia en la iniciación del siglo XIX. Véase lo que afirma el propio Proudhon: “Yoconsidero la sociedad de socorros mutuos, que existe hoy día, del mismo modo que lasimple transición al régimen mutualista, como todavía formando parte en el género de lasinstituciones de caridad, de los gravámenes ulteriores que deben imponerse el trabajadorque no quiere exponerse a la ruina en caso de enfermedad o desocupación.” Capacitépolitique, p. 132. Recordemos, por otra parte, cómo, por ironía de la suerte, en el curso dela Comuna de París (1871), después de todos los procedimientos de clara marcaproudhoniana adoptadas en el breve período de gobierno revolucionrio, se veráinexplicablemente olvidada de nacionalización de la Banca de Francia, sin la cual cualquierforma de control sobre la economía nacional no podía ser sino ilusoria. Y esto, no obstantela masiva presencia de proudhonianos en las filas de los comuneros. Véase J. Bancal:“Proudhon et la Commune”, Autogestión, núm. 15, 1971, páginas 37-38; Henri Lefévre: Laproclamation de la Commune, París, 1965, en particular el cap. VI, dedicado a la difusiónde “la ideología proudhoniana”. Para un estudio de carácter más general, véase Jules-L.Puech: Le proudhonisme dans l'Asociation internationale des Travailleurs , París, Alean,1907.

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No se plantean problemas de definición de la propiedad que hoy

llamaríamos grosso modo “terciario”, sino solamente problemas de control

en la distribución. Un funcionamiento correcto de esta última depende

fundamentalmente de una rigurosa contabilidad económica y comercial,

cosa posible, según Proudhon, con el uso competente y generalizado de

los datos estadísticos.74 También en este caso, sin embargo, el objeto

esencial de la reglamentación y del control de los servicios es la

transformación en sentido autogestionario del sector y su integración en el

resto de la economía. Se ve a este respecto la posición asumida por

Proudhon en noviembre de 1848, en un manifiesto de apoyo a la

candidatura de Raspail a la presidencia de la República francesa:

“No queremos la explotación de las minas, de los canales, de los

ferrocarriles por parte del Estado: se trata siempre de monarquía, de

sistema asalariado. Nosotros queremos que las minas, los canales y

los ferrocarriles se confíen a las asociaciones obreras, organizadas

democráticamente, que trabajen bajo la vigilancia del Estado, en las

condiciones establecidas por éste y bajo su propia responsabilidad.

Nosotros queremos que estas asociaciones sean de los modelos

propuestos para la agricultura, la industria y el comercio, el primer

núcleo de esa vasta federación de compañías y de sociedades,

reunidas en el vínculo común de la República democrática y social”.75

Posiciones de este género han conquistado para Proudhon el título de

precursor del anarcosindicalismo, en la versión que se impondrá a partir de

comienzos del siglo XX. Desde este punto de vista resultará también

interesante aludir siquiera brevemente a la concepción política más

general de Proudhon, es decir, lo que éste entiende por “República

democrática y social”.

74 No nos extendemos más respecto al complejo funcionamiento de tales organismos,indudablemente la parte más caduca de la contribución proudhoniana. Aquéllos ya hansido descritos de modo prolijo en obras como philosophie du progrés (1853), Projétd’exposition perpétuelle (1855), Théorie de l'impót (1861), Du principe Fédératif (1863),De la capacité politique des classes ouvrieres (1865), Théorie de la propriété (1865) yotras.75 “Manifeste éléctoral du Peuple”, en Le Peuple de los días 8-15 de noviembre de 1848.Sobre la influencia ejercida por tales posiciones sobre el desarrollo del anarco-sindicalismo, véase G. Pirou: Proudhonisme et sindicálisme révolutionnaire, París, 1910.

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4. Autogobierno y federalismo

“¿Qué es el Estado?... El Estado es la constitución externa de la fuerza

(puissance) social”.76 El principio de tal exteriorización reposa en la

condición de que el pueblo es incapaz de gobernarse por sí mismo y de

administrar de modo adecuado los principales medios de producción.

Tal concepción, sin embargo –sostiene Proudhon–, contrasta completa-

mente con un tipo de análisis de la sociedad que sitúa en el interior de

ésta, como principio dinámico y “productor de energía”, la existencia de la

fuerza colectiva. Afirmar que tal fuerza es incapaz de gobernarse si no es

por medio de representantes, fundándose por esta razón una vez más

sobre el principio burgués de la autoridad, equivale a la negación de su

verdadera naturaleza.

“Nosotros negamos el gobierno y el Estado –afirma Proudhon–,

porque afirmamos, cosa en que los Estados fundadores nunca han

creído, la personalidad y la autonomía de las masas. Nosotros

demostramos, en segundo lugar, nuestra tesis explicando cómo por

medio de la reforma económica, de la solidaridad industrial y de la

organización del sufragio universal el pueblo pasa de la

espontaneidad a la reflexión y a la conciencia”.77

De este modo es posible llegar antes al pleno conocimiento de los propios

actos y de los propios fines, gracias al desarrollo de la gestión mutualista

en el sentido autogestionario: el pueblo se afirma por esta vía como

individuo pensante, capaz por sí mismo de dirigir las diversas determina-

ciones y manifestaciones de lo social.

A la teoría de la inercia psíquica y material de las masas, por la cual se rige

la filosofía “estatista”, Proudhon contrapone una concepción dinámica del

destino histórico de los pueblos, de su propia capacidad intelectual y

moral. La transformación de la espontaneidad en conciencia está

determinada a nivel estructural en la organización de la sociedad

capitalista: el desorden de las fuerzas morales y productivas que los

trabajadores descubren en la gestión autoritaria del sistema burgués

permite la toma de conciencia generalizada, por parte de la “mayoría” del

pueblo, del rol regresivo contenido en la organización de tipo burocrático

estatal.78

76 Polémique contre Luis Blanc et Pierre Lerroux, p. 367.77 Ibíd., p. 369.

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El paso de la espontaneidad a la conciencia significa, en la práctica, la

transformación de la anarquía irracional en anarquía “razonada”: entre las

dos formas de existencia social no existe, para Proudhon, un salto

cualitativo, sino un proceso de transformación evolutiva.

“Nosotros somos, por tanto, y lo hemos proclamado en más de una

ocasión, partidarios de la anarquía. Esta es la condición de existencia

de la sociedad adulta, como la jerarquía es la condición de la

sociedad primitiva. Existe un progreso continuo en la sociedad

humana desde la jerarquía a la anarquía”.79

El rol que los trabajadores pueden tener en el interior de semejante

proceso se entrevé a la luz de la distinción entre capacidad legal y

capacidad real por parte de las masas.80 La primera presupone la segunda

y es conferida por las leyes: queriendo discutir, por el contrario, respecto a

la capacidad política, según Proudhon, es a la segunda a la que hay que

referirse, ya que ella es la única que puede establecer efectivamente una

relación-transformación con el sistema económico y social. La capacidad

política real depende de tres condiciones:

1. Que el sujeto social tenga conciencia de la propia posibilidad, del

propio papel en el interior de la sociedad y de las funciones que

puede y debe desarrollar.

2. Que la conciencia se transforme en idea, es decir –si

interpretamos correctamente el pensamiento de Proudhon–, que

el instinto de transformación se convierta en proyecto coherente

de construcción social.

3. Que tales ideas puedan a continuación nacer de la consecuencia

práctica”.81

78 Véase este respecto, la relación de citas proudhonianas en “Proudhon, pire del’autogestion”, Projet, n°. 53, 1971, p. 9-14.79 En La voix du Peuple, del 3 de diciembre de 1849, apareció en Polémique, pág. 365, enel curso de la polémica con Blanc y Lerroux, uno de los más brillantes análisis de laburocracia estatal y de los procesos que llevan a su formación. La crítica de Proudhon serefiere sólo parcialmente a la herencia burocrática del régimen oligárquico y feudal: ellaafecta también al nuevo tipo de burocracia estatal y gerencial que se desarrolla a la sombradel sistema. Son interesantes a este respecto algunas intuiciones expresadas en una obrafamosa, pero, desde otros puntos de vista, con grandes contradicciones, como LaRévolution Socíale démontrée par le Coup d’Etat du Deux Décembre (1852), Oeuvres, 9.La obra está consagrada a los análisis de los acontecimientos que han permitido la subidaal trono de Luis Bonaparte.80 Sobre la relación entre Proudhon y el pensamiento anárquico en relación con laproblemática de la autogestión, véase G. Leval: “Conceptions constructives du socialismelibertaire”, en Autogestión, n°. 18, 19 (1972), págs. 14-23.81 Ibíd., págs. 90-92.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

A la luz de estas consideraciones, es posible llegar, en el ámbito de la

teoría societaria de Proudhon, a una definición más precisa respecto a lo

que debe entenderse por conciencia de clase de los trabajadores. Las

características de esta última se pueden establecer de hecho respondiendo

a cuestiones como la siguiente: si la clase trabajadora es conocedora de

su propia fuerza, si se distingue de la clase burguesa, si se bate por

intereses autónomos, si da una explicación de su propia formación, si

conoce la estructura de su propio modo de existir, si es capaz de

establecer sus propias relaciones respecto al Estado, a la nación y a la

humanidad. A estos elementos, que, en nuestra opinión, caracterizan más

bien a una vanguardia de clase que no a la clase en su conjunto, Proudhon

añade otro factor destinado a convertirse en uno de los puntos cardinales

de la teoría marxiana: la necesidad de que tales conocimientos permitan

extraer las conclusiones de orden práctico en lo que respecta a las

respectivas funciones en el seno del futuro sistema social.

“Si por esta idea la clase obrera se hace capaz de deducir, para la

organización de la sociedad, conclusiones prácticas en su propio

provecho, y en el caso de que el poder y la decadencia o la retirada

de la burguesía le sea confiado, de desarrollar un nuevo orden

político”.82

Además, si el tipo de clase obrera analizado por Proudhon responde a

alguno de los requisitos enumerados por nosotros, ella no está en

condiciones, sin embargo, de pasar a la acción directa; esto quiere decir

que no es todavía capaz de desarrollar una práctica general y de elaborar

una línea política que expresa completamente una transformación

estructural de clase en el seno de la sociedad burguesa. Para Proudhon,

en sustancia, la clase obrera no está todavía en condiciones de

movilizarse para un proyecto de transformación de la sociedad en sentido

autogestionario y mutualista.83

El proyecto proudhoniano, como aparece en los últimos años de una vida

comparable por su intensidad práctico-teórica solamente a la de Marx, no

deja duda alguna respecto a las intenciones del autor:

“Lo que ponemos en lugar del gobierno ya lo hemos dicho: es la

organización industrial. Lo que ponemos en lugar de las leyes son los

contratos...; lo que ponemos en lugar de los poderes políticos son las

82 Ibíd., p. 91.83 Véase Lettre aux Ouvriers en vue des élections, de 1864 (8 de marzo de 1864).Oeuvres, 13

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Roberto Massari

organizaciones económicas... Lo que ponemos en lugar de los

ejércitos permanentes son las compañías industriales. Lo que

ponemos en el puesto de la policía es la identidad de los intereses. Lo

que ponemos en lugar de la centralización política es la centralización

económica”.84

La sustitución de la política por la economía, de la violencia por la energía,

del conflicto por el acuerdo, de las instituciones represivas por la unidad

económica de base son sólo algunas de las características del proceso de

transición descrito por Proudhon. Pero no basta: lo que constituye el

derecho económico, lo que permite:

“la aplicación de la justicia a la economía política debe ahora quedar

claro: es el régimen mutualista”.85

La descentralización será para la “economía política” lo que el pluralismo

social era en el viejo sistema: la autonomía de los centros de producción,

respondiendo a exigencias precisas de orden económico, ofrecerán

también la respuesta al programa político de la emancipación de las clases

trabajadoras.

La autoridad, según Proudhon, desaparece por desintegración y no por

supresión: ella pierde las propias bases reales (objetivas) y cede el campo

a una práctica libre y antiautoritaria.86

El individuo se realiza plenamente en el momento en que asume el pleno

control de su propia actividad económica y ya no está obligado a conferir a

los demás el privilegio de la representación política: la reunifícación de las

dos actividades se cumple en la forma del autogobierno descentralizado y

coordinado, es decir, en la forma de las federaciones.

“Transferido a la esfera política, lo que nosotros hemos definido hace

poco como mutualismo o garantismo, toma el nombre de federalismo.

En una simple sinonimia se ofrece aquí la revolución en su totalidad,

política y económica”.87

84 Idee Genérale, p. 302. Véase también G. Leval, op. cit., pág. 22.85 Capacité politique, p. 197.86 “En principio, el Estado ya no debe ordenar el trabajo, como tampoco debe hacerseindustrial o comerciante: su rol es el de advertir, excitar y, después, abstenerse.” Projetd'exposition perpétuelle (1855), Oeuvres, p. 341.87 Capacité politique, pág. 198. Para el desarrollo de la idea federativa, sobre todo enrelación al debate que en los mismos años se actualizó en varios países europeos, entrelos cuales se halla Italia, deben verse de modo social las obras siguientes: La Fédérationet l'unité en Italia (1862), Du principe Féderative (1863), Nouvelles observations surl'unité italianne (1864), France et Rhin (fragmentos póstumos), recogidas en el volumen14 de las oeuvres y precedidas de dos óptimos ensayos de G. Scelle: Fédéralisme et

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La adopción del ideal federativo entra perfectamente en la concepción del

pluralismo social que Proudhon había elaborado sobre la base de una

crítica del Estado, de las instituciones burguesas y de la subordinación de

la sociedad económica a la política. Tal ideal representa de hecho la salida

lógica de una dilatada investigación acerca de la naturaleza del Estado

liberal, en torno a la posibilidad de reunificar a nivel social lo que aparece

irremediablemente dividido en el plano político y en torno a la relación

instituciones-desarrollo productivo. El federalismo, según Proudhon,

garantiza la autonomía de los centros de producción y sobre todo la

posibilidad de una gestión directa por parte de los trabajadores, al mismo

tiempo que crea el cuadro institucional de una posible recomposición

(indiferente y fundada sobre la ampliación de la desigualdad económica) y

en la cobertura que ésta ofrece a una descentralización autoritaria –

existente de hecho si no de derecho– Proudhon opone la libre expresión

de la unidad federativa; ésta, más bien, es la única respuesta eficaz a la

“tendencia fatal a la absorción burocrática y a la omnipotencia del centro”

que se verifica en todas partes donde “desaparezca el equilibrio de los

intereses”.88

La autonomía de los centros de producción se completa y se realiza en el

ámbito de una estructura descentralizada de las administraciones locales y

municipales.89 Las comunas –como Proudhon define la administración

comunal– desarrollan, en la práctica, todo el arco de funciones sociales,

políticas y económicas necesarias para el funcionamiento del sistema

federal. La comuna tiene plena autonomía, soberanía y control sobre la

actividad económica; de ella depende, obviamente, la actividad educativa,

cultural y recreativa; ella misma establece las normas y la distribución de

las funciones necesarias para su mantenimiento: por tales motivos no se

puede fijar de antemano la estructura de dirección que –como se deduce

de algunos elementos del discurso proudhoniano– deberá necesariamente

continuar existiendo. Sin embargo, la estructura de la comuna no podrá

abocar a un aparato estatal fuertemente centralizado, porque, en tal caso,

el principio de autoridad existente en el vértice tendería a repercutir en la

base.

Proudhonismo, y L. Puech-Th. Ruyssen: Le Fédéralisme dans l’oeuvre, de Proudhon.Sobre el mismo tema véase también Si les traités de 1815 ont cessé d'exister (1863),Capacité politique, Contradictions politiques: Théorie du mouvement constituionnel auxXlXe siécle (obra póstuma en la que aparece un análisis crítico de los diversos tipos deconstituciones adoptados en Europa).88 Du principe féderative, p. 153.89 Capacité politique, págs. 280-92. El capítulo trata de “la libertad municipal” y de lascomunas.

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Roberto Massari

Es importante poner de manifiesto, de cualquier modo, que contrariamente

a la moda utopista del comienzo de siglo, Proudhon no se diluye en la

descripción del funcionamiento de tales comunas, reteniendo que su

realización será posible sólo en una segunda fase, después de que el

federalismo mutualista se haya difundido en toda la sociedad.

El problema de la coordinación de la unidad económica de base implica

una cuestión de crucial importancia: que necesita de un cierto grado de

centralización. Si “la anarquía razonada” deberá ser el principio inspirador

de la sociedad autogestionaria, es evidente que no se podrá llevar a cabo

a menos de recurrir a las estructurales centrales de control, en funciones

de consejo, guía, encaminamiento de la actividad descentralizada de las

comunas hacia objetivos únicos y de interés general y de evitar al mismo

tiempo que el caos económico volviera de nuevo a afligir a la sociedad,

impidiendo su libre desarrollo.

¿Cómo impedir que estos organismos centrales se conviertan en nuevos

centros de arbitrio? ¿Cómo hacer que por parte de la base se ejerza sobre

ellos un control real? ¿Cómo evitar –en una perspectiva no ignorada por

Proudhon de una ulterior especialización de las funciones– que sean los

más “expertos” los que ocupen permanentemente estos organismos

centrales? ¿Y cómo evitar en adelante su transformación en grupos de

intereses por encima de las federaciones?

Estas cuestiones quedan sin resolver en la monumental obra

proudhoniana: la respuesta a tales cuestiones por parte de Proudhon

habría asumido una comprensión diferente de la posibilidad de desarrollo

presente en el sistema capitalista, y más tarde, en las nuevas formas

institucionales que el conflicto de clase habría debido asumir. El

autoritarismo político, rechazado en la puerta económica, reaparece

inesperadamente en la ventana dejada abierta por una insuficiente

comprensión de la naturaleza de clase del proceso revolucionario. Marx,

como veremos, invertirá completamente la lógica proudhoniana: no

comprenderá cómo los trabajadores podrán aplicar una determinada

estructura política, definida a priori (en sentido lógico, pero también

histórico) como la mejor de las estructuras posibles; él hará surgir, por el

contrario, la necesidad de llegar a cualquier estructura de democracia

obrera en el proceso mismo en que el trabajador toma conciencia del

propio rol en el ámbito de las relaciones de producciones existentes.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El descubrimiento del carácter histórico y objetivamente antagónico que

reviste el proceso de autoemancipación de los trabajadores en sus

confrontaciones con el sistema capitalista, llevará a Marx a formular

también la necesidad de la ruptura revolucionaria y posteriormente a la

reconstrucción a fundamentis del nuevo aparato estatal.

Nada de esto existe en la teoría proudhoniana, donde el advenimiento del

régimen federalista está concebido como un proceso sustancialmente

indoloro, gradual y lineal. Más ahora cabe interrogarse: ¿para qué sirve el

monopolio de la autoridad y de los instrumentos de represión en manos de

la burguesía? ¿Qué autoridad es ésa, si está dispuesta a abdicar de sus

privilegios en favor de una razón superior? ¿Qué libertad será la

federalista, si se deriva por simple evolución del despotismo burocrático y

económico del reino de la “propiedad”?

La verdad es que Proudhon, como ya hemos afirmado y como trasciende

del conjunto de su obra, no cree todavía posible la asunción de misiones

directivas por parte de la clase obrera. Para describir una sociedad en la

cual de hecho habrá que imponer una dictadura económica de los

trabajadores,90 no tiene en cuenta que los trabajadores franceses de la

mitad del siglo XIX poseían ya un grado de madurez y de experiencia para

poder poner orden en el caos sembrado por el gobierno y por la burguesía.

No observa, porque su mismo método económico-sociológico se lo impide,

la rapidez con que avanza el proceso de extensión del sistema salarial y la

proletarización de sectores cada vez más amplios de población, y no

acierta, por tanto, a interpretar los signos premonitorios de las grandes

tempestades que en el curso de algunos decenios cambiará la ordenación

política y social del sistema capitalista francés. El análisis estático y de

hecho diacrítico del desarrollo de las fuerzas productivas o de la

transformación de las relaciones de producción, si le permite analizar

realísticamente la situación en que se halla la clase trabajadora después

de 1848, no le ofrece todavía los instrumentos para prever los

acontecimientos futuros. El “realismo”, sin duda, habría llevado a Proudhon

a desaconsejar una experiencia como la de la Comuna de París, de haber

tenido la posibilidad de asistir a ella: sin duda se habría manifestado

contrario –como por otra parte lo será Marx91– a una profundización de la

90 No se puede interpretar de otra manera, por ejemplo, la indicación de “hacer llegar a sertrabajadores a los capitalistas”. Carnets, vol. III, p. 217.91 Véase la cana de Marx a F. Dómela Nieuwenhuis (Londres, 22 de febrero de 1881) enMarx-Engels: La Commune du 1871. Lettres et déclarations pour la plupart inédites, París,1971, págs. 255-56. “Usted tal vez me remitirá a la Comuna de París. Pero, haciendoabstracción del hecho de que se trataba de la simple insurrección de una ciudad en

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iniciativa de los comuneros, de acuerdo con una valoración realista

respecto a la falta de madurez de las condiciones objetivas. Sin embargo,

por los mismos motivos también, habría llegado a oponerse a todas las

futuras revoluciones victoriosas (Rusia, China), porque su método le habría

impedido comprender la enorme potencialidad implícita en las

contradicciones entre un determinado nivel de desarrollo (en cuanto base)

de las fuerzas productivas y la inadecuación del sistema político y social en

que tal desarrollo tiene lugar.92

Existe, sin embargo, un elemento en la teoría proudhoniana cuya

importancia no se debe infravalorar, sobre todo en relación con los debates

que siguieron en las filas del movimiento obrero, especialmente en las de

la socialdemocracia alemana. Nos referimos a la problemática referente a

la posibilidad de recomposición o reunificación de las clases obreras. Si la

autogestión mutualista adquiere un rol casi determinante dentro de la

concepción federalista de Proudhon, esto se debe a la importancia de la

misión histórica que por medio de ella se lleva a cabo: la reconstrucción, la

conservación y el ulterior desarrollo de la fuerza colectiva, que debe poder

hacer girar de manera racional la organización de la sociedad.

La reunificación del “proletariado”93 y la estructura autogestionaria para la

producción no son, por tanto, necesidades de carácter ético, jurídico o

puramente formal, sino que, por el contrario, representan una exigencia

implícita en las mismas bases objetivas del desarrollo económico. Si se

quiere dar a la sociedad la organización científica necesaria para la

extensión del sistema industrial, si se quiere que la colectividad pueda

participar en la gestión de un sistema de producción cuyo carácter masivo

tiende a acentuarse, si se quiere que la especialización de las funciones no

frene el proceso de homogeneización productiva ocurrido en la nueva fase

condiciones excepcionales, la mayoría de la Comuna no era socialista y no podía serlo.Con un mínimo de buen sentido, ella habría podido obtener con Versalles un compromisoútil a toda la masa del pueblo, lo único que se habría podido esperar en aquel momento.Poniendo simplemente las manos sobre el Banco de Francia, se habría podido atemorizara los versalleses y poner fin a sus baladronadas.”92 Señalemos, en materia de previsiones, que lo menos que podía imaginar Marx es que lasdos más importantes revoluciones de la historia moderna fuesen a darse precisamente enRusia y China. Es por esto que el propio Gramsci, uno de los creadores del partidocomunista italiano, afirmaría que la Revolución rusa iba contra El Capital, de Marx. Véaseen Ed. Zero, Leer a Gramsci, 1974, (N. del T).93 El término se usa explícitamente en el sentido de las últimas obras de Proudhon; porejemplo, Projet d’Exposition, pág. 341, pero se refiere en general a las condiciones de laclase obrera bajo el régimen del desorden capitalista. Otros elementos útiles para unadiscusión critica sobre el argumento se hallan en F. Ferrarotti: “Attualitá de Proudhon”, enTempo presente, 1960, págs. 498-502, y en E. Sciacca: “L'attualitá de Proudhon”, enAnarchici y anarchia nel mondo contemporáneo, Torino, 1971, págs. 345-62.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

del desarrollo tecnológico (consecuencia de la segunda revolución

industrial), es indispensable que los trabajadores se doten de niveles

adecuados de organización. La permanencia de tendencias individualistas

y de ciertas concepciones “artesanas” en el seno del movimiento obrero

son consideradas por Proudhon como obstáculos gravísimos en el camino

de la “revolución”.

Para que el proletariado asuma la misión histórica de organizar la sociedad

federalista, de eliminar cualquier forma de autoridad en las relaciones

económicas y sociales, de emplear su fuerza allá donde la técnica es

considerada todavía insuficiente es indispensable que pueda dirigir el

mecanismo productivo y distributivo.

Y si para toda una fase la mejor forma de organización social puede

parecer la de la descentralización económica, ello se debe al hecho de que

en tal modo se valoriza y se realiza mejor la capacidad “política” de la

clase obrera. La necesidad de cierto tipo de centralización (ya implícito, como

hemos visto, en la concepción federativa) desaparecerá completamente,

según Proudhon, el día en que la descentralización mutualista quede a su

vez superada por una nueva forma de integración social: eso será,

empero, posible cuando en los trabajadores “la capacidad política se eleve

a la altura de la ciencia económica”.94

94 Así concluye el testamento teórico de Proudhon. Capacidad política, p. 399.

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CAPÍTULO 3KARL MARX: DE LA AUTOEMANCIPACIÓN

A LA AUTOGESTIÓN

Ya hemos aludido al principio a la dificultad casi insuperable ante la cual

hemos llegado a tropezar en nuestra tentativa de profundizar el desarrollo

teórico-práctico del tema autogestionario en la experiencia histórica y en

los debates habidos en el seno del movimiento obrero europeo hasta

nuestros días. He aquí por qué, debiendo ser comprendida la autogestión

en la práctica como la forma histórica que caracteriza la sociedad

dominada por los productores, no se pueden prefijar a prion sus

características sin caer en los dos errores de la predeterminación o del

utopismo gratuito. Por ello, los que, como Proudhon, Marx, Bakunin, etc.,

han considerado necesario delimitar los contornos y los principios

inspiradores del sistema directo de las “libres asociaciones de los

productores”, han tenido siempre que detenerse ante el problema de

especificar concretamente la forma en que deberá articularse la gestión

obrera de la sociedad. Para éstos –y otros, como veremos–, era claro que

tales formas no pueden quedar completamente prefijadas y que la propia

autogestión no podrá ser el producto histórico “necesario” o “inevitable” de

la toma del poder por parte de los trabajadores; la sociedad gestada por

estos últimos podrá asumir diversas formas, algunas de las cuales son hoy

todavía imprevisibles, desde el momento en que su determinación

dependerá en grandísima medida del modo en que se lleve a cabo el paso

de la sociedad burguesa a la socialista. En el curso de nuestro análisis, por

tanto, intentaremos más sugerir y elucidar una posible “selección de

campo” en favor de la autogestión obrera –sea de carácter consejista,

sindical, “popular” y otras–, distinguiéndola netamente de algunas hipótesis

que quieren, por el contrario, vincular la dirección central del sistema

económico y social al Estado no consejista, a la burocracia política (es

decir, al “partido”), al ejército, etc. Ni que decir tiene, sin embargo, que no

he rehuido a ninguno de los citados autores, aunque fuera difícil “aislar” en

alguno la temática de la gestión obrera en el contexto histórico de la lucha

de clases, pero de todos modos en este punto se plantea una cuestión de

método.

No es casual, de hecho, que incluso en el examen de la concepción

autogestionaria (y autoemancipadora) de Marx la dificultad mencionada

adquiera un carácter muy especial.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

¿Es acaso posible aislar dentro de la obra marxiana –que podemos

considerar como la más completa construcción crítica de una teoría de la

revolución proletaria– los fines últimos (es decir, la organización positiva de

la sociedad de los trabajadores) en el sistema teórico completo en que

aquélla encuentra la propia justificación y la propia verificación? ¿Es acaso

posible leer la crítica del programa de Gotha sin referirse acto seguido a la

crítica de la ideología, del Estado y de la economía política burguesa

elaborada por Marx? La respuesta sólo puede ser negativa, so pena de no

comprender la unidad, la complejidad y globalidad del aparato crítico

marxiano. Comprender el desarrollo de la concepción autogestional de

Marx significa comprender el cuadro histórico real en el interior del cual se

sitúa –para el autor de El Capital– la acción-transformación del proletariado,

la absorción por parte de éste de una conciencia de clase en sí y su

afirmación, en la ruptura revolucionaria, de una conciencia de clase per se.

Significa analizar exhaustivamente, en todas sus articulaciones y sus

posibles determinaciones, el papel de la clase obrera como sujeto social,

bajo cuya dirección se crean las premisas para la eliminación de la

explotación, de las clases, del trabajo como producción de mercancías y

no finalmente para la transformación de este último en disfrutes.

Por tanto, si compartimos la crítica rebelde de Althusser contra el método

analítico-teleológico, es decir, a la tendencia a descomponer un sistema

completo en sus elementos constitutivos, cuando no directamente a uno

solo de tales elementos,95 no creemos, sin embargo, que en el plano

metodológico quede todavía claro qué cosa caracteriza efectivamente un

cuadro de referencia teórico respecto a otro, en qué sentido puede uno

definirse “burgués” y en qué otro “proletariado”, en qué sentido se puede

hablar de autonomía determinada de la teoría de Marx respecto al

ambiente “cultural” en que éste se halla para determinar y actuar, y así

sucesivamente.

En el fondo, si de Marx se han podido servir todas las corrientes del

movimiento obrero (stalinistas y socialdemócratas incluidos), e incluso

algunos sectores de la burguesía “frustrada”, sobreviene la sospecha de

que, aun admitiendo que exista una “totalidad” o una “globalidad” de

pensamiento marxiano, éste deba ser todavía reconstruido para liberar tal

pensamiento de las incrustaciones que las diversas interpretaciones han

95 Véase L. Althuser: Per Marx, Roma, 1969, págs. 39-43- El autor adopta el término“problemática” para referirse a la integridad de un sistema ideológico empleado en sus“relaciones” con el campo ideológico existente y con los problemas y con la estructurasocial que lo sostiene y que lo refleja (pág. 46).

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provocado en él. No es casual, en efecto, que mientras la literatura sobre

Marx tiende a ser más esmerada filológicamente, pero al mismo tiempo de

comprensión cada vez más difícil, tienda asimismo a diluirse hasta

desaparecer el aspecto político revolucionario del fundador de la Primera

Internacional; con todo, en el pasado esto ha parecido a determinadas

masas de obreros, a un número infinito de partidos comunistas y al primer

Estado obrero del continente europeo, el aspecto característico y más

calificado del fundador del socialismo científico.

El análisis “filológico” más moderno permite, por el contrario, pasar por

encima del proceso de la elaboración marxiana para intentar descubrir

“realmente” qué hay más allá de la teoría revolucionaria. Se marginan de

este modo la crítica del Estado, la teoría del frente proletario, la insistencia

sobre armamento y autonomía organizativa de las masas, etc., y se hace

pasar a Marx como campeón de las “contradicciones”, de las “sobre-

determinaciones”, de la crítica al “fetichismo”, a la alienación comprendida

ya no se sabe cómo, y así sucesivamente. Se buscan tan retrospectivamente

las influencias intelectuales ejercidas sobre el autor del Manifiesto del 48,

que estos mismos investigadores se olvidan de las relaciones intensas y

directas que Marx tuvo con Proudhon, Blanqui, la Liga de los Justos y todo

el mundo efervescente del socialismo francés y europeo anterior a los

años 40. En la práctica se canoniza a Marx, hasta el punto de impedir que

los aspectos salientes de su vida y de su obra teórica puedan todavía

ofrecer aplicaciones y estímulos en las situaciones presentes.

De aquí la dificultad de calificar ulteriormente la teoría marxiana de la

revolución y de la fase de transición, mostrando cómo en ella era

congénita –estamos casi por decir “estructuralmente orgánica”– la

hipótesis autogestionaria, en su versión obrera y consejista. Al respecto los

textos son claros, y lo demostraremos sin demasiada dificultad, intentando

sobre todo dilucidar cuánto Marx debe al ambiente político social en la

maduración de tales posiciones, y cuánto, por el contrario, estuviese ya

implícitamente contenido en las primeras experiencias intelectuales vividas

en Alemania.

A tal fin partiremos de la posición filosófica general expresa en Marx en los

primeros años de actividad que preceden a la contradictoria experiencia de

los anales franco-alemanes –es decir, del conjunto de los elementos

constitutivos de la teoría marxiana de la “autoemancipación” hasta la

“adhesión” al comunismo– para llegar a los escritos de empeño político

respecto a la autonomía y a la libre iniciativa de los obreros.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La discusión sobre el cooperativismo promoverá, por el contrario, un

cuadro históricamente más preciso y económicamente mejor fundado para

la teoría de la gestión directa de los medios de producción; y en fin, la

crítica al “socialismo de Estado” en los programas de la socialdemocracia

alemana nos ofrecerá la ocasión para recordar algunas consideraciones

generales hechas por Marx respecto a una posible extinción del Estado en

el curso de la fase de transición.

Queda todavía por demostrar que en el desarrollo de la teoría marxiana se

puede hablar de una sustancial unidad de pensamiento en relación a la

“problemática” de la autoemancipación, hasta poder establecer un nexo de

continuidad entre ésta y la posterior teoría de la autogestión. La dificultad

de tal demostración consiste esencialmente en el hecho de tener que

reconsiderar una serie de formulaciones marxistas de carácter general y

puramente filosófico, no tanto con relación a las determinaciones concretas

que aquéllas pueden asumir en la vida real de los individuos, sino más

bien con relación a los efectos constitutivos de la teoría sociológica,

expuesta por Marx en la época de su propia madurez. Las inevitables

dificultades que puedan derivar de una confrontación de este género se

pueden justificar solamente a la luz de los desarrollos sucesivos de la

teoría marxiana de la revolución. Solamente la pura formulación de esta

última proporciona, en efecto, la clave interpretativa para comprender lo

que el joven Marx expresaba en términos implícitos, a nivel de intuiciones,

o, digásmoslo claramente, temas en boga en aquel período. Se

sobreentiende precisamente por qué nos veremos obligados a desarrollar

en un sentido preciso lo que son aquellas simples intuiciones, que junto a

la lectura que proponemos de las posiciones marxianas sobre la

organización de la sociedad socialista, son posibles otras interpretaciones,

igualmente legítimas. La falta de sistematización de semejante temática

por parte de Marx obliga a adoptar una serie de precauciones

metodológicas, entre las cuales la primera es la de no reducir las diversas

formulaciones marxianas a una sola matriz ideológica, o cuando menos a

una sola y unívoca interpretación del proceso revolucionario.

La diversidad de tratamiento y confusiones que esto ha supuesto para

Marx en el curso de su vida representa más bien un estímulo ulterior para

aventurar una interpretación de la concepción marxiana de la dictadura del

proletariado, que, a pesar de su carácter completo, tenga en cuenta la

riqueza y la variedad de aspectos o matices en uno u otro sentido.

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Considerar el desarrollo de la teoría marxista como el paso de los círculos

neohegelianos al materialismo humanista de Feuerbach, a la reflexión

sobre los clásicos de la teoría política burguesa significa aplicar un método

idealista incluso a la teoría que ha supuesto la dialéctica y la superación

del idealista. Esta es en el fondo la crítica de Karl Mannheim (Ideología y

utopía), según la cual el marxismo ha fracasado incluso respecto a la

necesidad de aplicar a sí mismo la categorías usadas para la

desmixtificación de las demás ideologías. Marx es, por el contrario, un

hombre de su tiempo. Inscrito en un ambiente social particular, que no es

el de los trabajadores ni los artesanos, es, sin embargo, el medio que le

permite considerar los argumentos políticos y las condiciones sociales de

existencia de las masas proletarias críticamente –como dirá él mismo–, y

no de lejos, es decir, no tanto como para no ser influido y contagiado.

Por tanto, si es verdad que los orígenes de la teoría marxiana de la

revolución deben ser buscados en las reflexiones sobre las condiciones

económicas y sociales de la revolución industrial96, es aún más cierto que

en tal proceso de maduración un puesto de primer plano corresponde el

ambiente político de las sectas socialistas, al crecimiento de las primeras

organizaciones de solidaridad obrera, a las primeras manifestaciones

tumultuosas del conflicto de clase entre obreros y dispensadores de

trabajo.

Solamente en relación con los elementos constitutivos de semejante

cuadro histórico, entendido en su conjunto, adquiere un sentido, para un

marxista, la reconstrucción del ambiente teórico intelectual, en el que ha

aparecido determinado pensamiento. La misma experiencia esencial de

Marx –que estamos en condiciones de reconstruir con ayuda de las obras

biográficas, pero aún mejor gracias al precioso patrimonio acumulado en

su correspondencia con Engels– ofrece un ejemplo de esa síntesis entre

teoría y praxis puesta en el centro de las principales obras de madurez de

Marx. No praxis entendida como activismo, como necesidad imperiosa de

darse a la acción (necesidad que se refleja mejor en los embriones de la

organización anárquica o en los círculos influidos por Stirner primero y

Bakunin después).

Praxis, por el contrario, entendida como instauración de una correcta

relación intelectual con los acontecimientos históricos contemporáneos y

como actividad organizativa para la construcción de los instrumentos

96 Es lo que ha sido intentado, con éxito discreto, por A. de Palma: Le Macchine el’industria da Smith a Marx, Torino, 1971, especialmente los últimos tres capítulos.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

capaces de intervenir en esos acontecimientos: los libelos polémicos, las

glosas, los manifiestos, los estatutos, etc., son los momentos “prácticos” de

la actividad de Marx, es decir, los momentos en los cuales la teoría general

de la revolución se simplifica y se cristaliza en un lenguaje incisivo y en

una forma accesible para las masas. La compilación del Manifiesto

representa desde este punto de vista la máxima expresión de actividad

crítico-práctica, teniendo en cuenta los efectos que aquél ejerció, a su

aparición, en los ambientes obreros intelectuales de diversos países

europeos.

El Manifiesto, sin embargo, constituye un punto de llegada, la primera

importante etapa en el proceso de formación de pensamiento marxiano: es

decir, el momento en que la abstracta reflexión filosófica sobre “testigos”

(hegelianos, bauerianos, feurbachianos) se transforma en “intervenciones”.

Por mediación suya el trabajo interno de reflexión crítica se hace agente de

transformación externa, creando de este modo nuevas determinaciones de

lo real, con las cuales deberán contar no solamente las sucesivas

reflexiones teóricas de Marx, sino también el ambiente político cultural en

el cual Marx vive y actúa.

La teoría “comunista” de Marx adquiere un significado cada vez más

realista en la segunda mitad de los años cuarenta, gracias al hecho de que

en la base de aquélla se hallan las reflexiones completas sobre episodios

específicos de la lucha de clases, a cuyas resonancias no escaparán

muchos otros observadores contemporáneos. Si las contradicciones

internas al sistema capitalista son perceptibles a través de un proceso de

crítica teórica (que procede por abstracción) sobre formaciones

económico-sociales del capitalismo, el papel de emancipador universal que

Marx atribuye al proletariado es, por el contrario, un momento de

encuentro entre una serie de tales abstracciones y lo real –es decir, los

acontecimientos históricos concretamente vividos.

En tales acontecimientos Marx comprende los elementos fundamentales

en base a los cuales proceder a una formulación dialéctica histórica,

comprendiendo en las clases no sólo los sujetos reales y la mediación

históricamente determinada entre el interés general y lo particular, sino

individuando también, en una de aquéllas, el sujeto potencial de

emancipación universal.

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Roberto Massari

No es la miseria, no es la injusticia y no son tampoco las contradicciones

del sistema capitalista los que en cuanto tales confieren a los trabajadores

la misión de destruir la vieja sociedad, para construir sobre ella la nueva

sociedad socialista, sino que es la forma potencial contenida en la toma de

conciencia lo que hace realista tal hipótesis. El proletariado, según Marx,

tiende a plantearse el problema, y en lo sucesivo, la misión de organizar la

nueva sociedad, en la medida en que descubre en su propio seno la fuerza

suficiente para hacerlo. Lo que –parafraseando a Marx– podemos llamar

una tendencia histórica a la autoemancipación es en realidad la

emergencia de una autoconciencia en el seno de la clase trabajadora. Los

intelectuales comunistas no son las cigüeñas de tal parto, pero son los

catalizadores, tanto en un sentido positivo como negativo. No existe para

Marx una conciencia del comunismo a inventar y comunicar al proletariado

(es decir, una idea que permite hacer de él un sujeto material), sino, por el

contrario, existe un elemento real, una fuerza social (potencial) que debe

descubrirse por sí sola en cuanto tal, para poder tomar conciencia de las

propias posibilidades y de la propia alternativa.

La clase obrera no halla en su propio seno un modelo de soc>edad

comunista bello y asequible, sino los elementos para la construcción de la

formación general en el que tal modelo se inscribe. En el curso de toda su

obra Marx será inflexible en este punto: la conquista y el mantenimiento del

poder político por parte del proletariado no es el fin último de proceso

general de autoemancipación y para hacer posible la formulación de un

proyecto alternativo de organización social. En la medida en que avanza

tal proceso, los miembros de las “libres asociaciones de productores”

podrán afirmar –según Marx–, contra cualquier distinción de clase y contra

cualquier intromisión de carácter burocrático, la superioridad del principio

autogestionario sobre el de la “heterogestión”.97

Para Hegel, “el Estado es la realidad de la idea ética, el espíritu ético en

cuanto voluntad sustancial manifiesta, elucidada ante sí”; aquél vive una

existencia inmediata en el mundo del ethos y se determina en forma

mediata en la “autoconciencia de lo singular”. El individuo se realiza como

ser libre sólo en el interior de una eticidad “estatal”, donde halla los fines,

las formas y el significado real de la propia actividad. Por el contrario,

Marx, como es notorio, invierte el proceso de determinación de la Idea,

97 El término ha sido tomado de Y. Bourdet: La délivrance de Prométhée, París, 1970,con objeto de expresar contemporáneamente la relación de “alineaciones” que elindividuo vive en la sociedad de clases y la de «sujeción» al poder ajeno que permaneceen la sociedad dirigida por la burocracia. Véase, al respecto, el cap. IV de la citada obra.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

demostrando (en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel98 que el

Estado no es una forma universal determinada históricamente en las

propias articulaciones políticas concretas, sino que es, por el contrario, en

cuanto distinto de la sociedad civil, válido para cualquier país y en

cualquier tiempo:

“El Estado existe solamente como Estado político. La totalidad del

Estado político es el poder legislativo. Tomar parte en el poder

legislativo es, por ello, tomar parte en el Estado político; es manifestar

y realizar la propia existencia como miembro del Estado político,

como miembro totalmente singular en el poder legislativo no es otra

cosa que querer ser miembros reales (activos) del Estado, o darse

una existencia política, o manifestar y efectuar la propia existencia en

cuanto política... Que, por tanto, la sociedad civil penetre en masa,

toda entera si es posible, en el poder legislativo, que la real sociedad

civil quiera ser sustituida por la ficticia sociedad civil del poder

legislativo, lo que no significa la tendencia de la sociedad civil a darse

existencia política o a hacer de la existencia política la propia

existencia real”.99

Es la sociedad civil la que quiere reconquistar la identidad tras la acción

social y la acción política, a través de un proceso de generalizaciones y de

masiva extensión del derecho a la representación, haciendo así del poder

legislativo no ya el privilegio de pocos, sino el instrumento de todos. La

acción de la sociedad civil, entendida globalmente como sujeto activo, se

vuelve, por tanto, hacia la universalización del derecho estatal, hasta la

desaparición del Estado en cuanto cuerpo político distinto del social. Para

Hegel, por el contrario, “la inteligencia educada y la conciencia jurídica de

la masa de un pueblo” están representadas en los miembros del gobierno

y en los funcionarios del Estado. El peligro de que esto se convierta en un

medio de arbitrio y de dominación está conjurado por la acción

convergente de las “instituciones de la soberanía en lo alto” y por los

“derechos de las instituciones, abajo”. Esto, sin embargo, no es otra cosa

que la configuración del Estado prusiano, como justamente hace notar

Marx, en el momento en que formula una de las más precisas y profundas

“críticas” de la burocracia entendida como cuerpo separado, expresando,

por un lado, la distinción entre Estado y sociedad civil y, por otro, la

alienación política del ciudadano (como se dirá en La Cuestión Judía).

98 En Obras filosóficas juveniles, a cargo de G. della Volpe, Roma, 1963.99 Crítica, p. 132

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Roberto Massari

Lo que caracteriza la concepción hegeliana sobre la burocracia es su

carácter mixto. Afinca las propias raíces al mismo tiempo en el despotismo

del poder soberano y en el “autogobierno” de las corporaciones, es decir,

en el predominio de las corporaciones sobre la sociedad civil. El elemento

que deshumaniza y privatiza históricamente el Estado político –es decir, su

distinción de la sociedad civil y su dependencia de la existencia de las

corporaciones– está en Hegel simplemente supuesto como un requisito

indispensable para la gestión del poder por parte del soberano o de la

burocracia: por aquellos que, gracias a un cieno tipo de división del trabajo,

“pueden asegurar mejor la dirección de la sociedad”. Hegel no desarrolla

ningún contenido de la burocracia, sino sólo algunas determinaciones

generales de sus organizaciones “formales”, y verdaderamente la

burocracia es solamente el “formalismo” de un contenido que está “fuera

de ella”. El contenido a que Marx se refiere es la esfera real de la sociedad

civil.

El carácter heterogéneo de la burocracia (su composición es mixta en

cuanto que su elección depende al mismo tiempo de los ciudadanos y del

gobierno central) no puede ciertamente permitir la comprensión en ella de

aquella más alta expresión (aunque sea “formal”) de lo universal

encarnado en el Estado. Por el contrario, tal heterogeneidad no hace sino

confirmar el carácter privado de la organización estatal.

“La burocracia detenta la esencia del Estado, la esencia espiritual de

la sociedad, ésta es su propiedad privada. El espíritu general de la

burocracia es el secreto, el misterio, custodiado dentro de ella por la

jerarquía, y en el exterior, en cuanto ella es corporación cerrada... La

autoridad es por ello el principio de su ciencia y la idolatría de la

autoridad es su sentimiento. Pero en el interior de la burocracia el

esplritualismo se convierte en un craso materialismo, el materialismo

de la obediencia pasiva, de la fe en la autoridad, del mecanismo de

una actividad formal fija, de los principios, de las ideas, de las

tradiciones fijas. En cuanto al burócrata considerado individualmente,

el ámbito del Estado se convierte en su ámbito privado, una caza de

los puestos más elevados, un hacer carrera”.100

100 Ibíd., p. 60.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Jerarquía, misterio, privatización, espiritualismo, materialismo, fijeza,

subordinación y obediencia pasiva, son algunas de las connotaciones del

despotismo burocrático que el joven hegeliano de izquierda no puede

menos de caracterizar en sentido ético negativo. La crítica de la

expropiación política de la mayor parte de la humanidad no es todavía

crítica de las razones reales de tal expropiación, no es aún verdadera

crítica. El discípulo adopta todavía el método del maestro, aunque sea a

través de una personal interpretación, para contestar a las formulaciones

“empíricas” del propio maestro. Y todavía la búsqueda de la mediación

“real” del contraste universal-particular que empuja a Marx a refutar en la

Rehenische Zeitung la concepción estatal de Hegel, al cual reprochará

efectivamente una errónea atribución del carácter de la universalidad. No

son todavía categorías históricamente determinadas a las que Marx dirige

su atención en la tentativa de comprender cuáles son los orígenes reales

de una organización estatal profundamente irracional:

“En la burocracia la identidad de los intereses estatales y del ámbito

privado particular se sitúa de modo que los intereses estatales se

convierten en un particular ámbito privado frente a los otros ámbitos

privados. La superación de la burocracia es posible a condición de

que el interés general se convierta realmente, y no como en Hegel

sólo en el pensamiento, en la abstracción, en interés particular, lo cual

es posible solamente si los intereses particulares se convienen

realmente en intereses generales.”

Con la crítica de la burocracia y del Estado, Marx afirma no solamente un

momento de la ruptura y separación de Hegel, sino también una

superación de las posiciones definidas por su amigo Ruge y por él mismo;

es decir, va más allá de las concepciones que habían inspirado la dirección

de la Gaceta Renana. Mientras inicia la propia obra desmitificadora del

presunto carácter universalista del Estado, del cual demuestra el carácter

abstracto y alienado, Marx abandona también la ilusión que su amigo

seguía sosteniendo respecto a la existencia de una esfera ideal de la

“política”. Empieza a excavar en los tejidos de la sociedad real, a la

búsqueda de un sujeto social que permita la superación de la “ficticia”

democracia burguesa en favor de un nuevo tipo de organización de la

sociedad, en la cual pueda abolirse la separación entre lo social y lo

político, en la cual la libertad sea, de hecho, la participación de todos en la

cosa pública, en la que el Estado no sea privatización para algunos y

alienación para otros, sino, por el contrario, el estado privado de todos: el

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Estado corporativo existente deberá sustituirse (sobre el modelo del

socialismo francés) no con una formación política diferente, sino con una

formación social diferente, la cual, transformando la organización misma

de la sociedad civil, permita la instauración de una “verdadera democracia”.

La redacción del único número (doble) de los Anales Franco-Alemanes101

se lleva a cabo manteniendo la ambigüedad de fondo que ya hemos

señalado: por un lado, Ruge se interroga todavía acerca de la historia

francesa y alemana, en busca de síntomas de una posible transformación

“política” que lleve a cabo los ideales de la revolución democrático-

burguesa y los de la Gran Revolución francesa. Por otro, Marx empieza a

dotar de nuevo contenido el concepto de “verdadera democracia” (por otra

parte, ya claramente diferente en la Crítica a Hegel, de la democracia

formal clásica de tipo democrático-burgués). Por un lado, el pesimismo

respecto a que se pueda ya hallar en la burguesía europea el estímulo

para el cambio y la definitiva superación del carácter alienante del Estado;

por otro, el fresco “optimismo” respecto a descubrir en los “contenidos” de

la nueva democracia un nuevo sujeto histórico de transformación social.

En el período de organización y compilación del célebre número de los

Anales maduran estas diferencias: lejos de ser el resultado de dos

diversas interpretaciones de una experiencia intelectual común, aquéllas

representaban, por el contrario, la expresión del contraste –de muchos

mayores dimensiones– emergente entre nuevas fuerzas sociales y entre

funciones históricas contrapuestas. El fin de la colaboración entre Marx y

Ruge, independientemente de los motivos prácticos que pueden haberla

determinado, representa el momento culminante de una ruptura de más

amplias proporciones entre las corrientes europeas radicales de

inspiración democrático-burguesa y el nuevo “radicalismo social”; éste,

desarrollado en el seno de corrientes utópicas y en las sectas de obreros y

artesanos, empieza a asumir una forma concreta y más completa en la

Europa de los años cuarenta.

En la carta a Ruge de marzo de 1843102 Marx habla de una “revelación”,

acaso de un “vuelco”. Ahora el liberalismo ha perdido su máscara exterior,

el Estado prusiano emerge de nuevo en todo su despotismo, la revolución

se avecina. Pero ¿qué revolución?, pregunta Ruge a su amigo. “¿Tendremos

entonces una revolución política?”.103 No es casual que Ruge sienta la

101 Anales Franco-Alemanes, a cargo de Gin Mario Bravo, Milán, 1965.102 “Correspondencia de 1843”, en Anales Franco-Alemanes, págs. 55-56.103 Ruge a Marx, marzo de 1843, ibíd., p. 57.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

necesidad de añadir el atributo “político” a la vaga declaración de fe y de

optimismo contenida en la primera carta de Marx. A posteriori es fácil

comprender las razones por las cuales el término impreciso de “revolución”

podía suscitar en Marx un sentimiento de confianza completamente

opuesto al que la especificación de “política” suscitaba en Ruge. El

primero, pese a no haber precisado todavía su propio pensamiento, está

ya en realidad fuera de las puras ilusiones de reforma interna del Estado

prusiano y ve en el desarrollo de los acontecimientos, y todavía más en la

agudización de las contradicciones del sistema, vagas posibilidades de

transformación social. Para Ruge, el esquema democrático formal se llena

todavía de contenidos idealistas, no muy diferentes de la problemática de

las corrientes utópico-humanistas de la época (desde Dézamy, Cabet, etc.,

a Weitling):

“Llamó revolución a la convergencia de todos los corazones y al

levantamiento de todas las manos en honor del hombre libre, por el

Estado libre e independiente de cualquier patrono, el Ente público que

sólo se pertenece a sí mismo”.104

Reprochará asimismo a Marx el querer solamente la destrucción de la

“nave de paz por el poder del viento”, y no su “curación”.

En mayo del mismo año Marx responde a su amigo de Colonia. No se trata

de reivindicar una libertad abstracta cualquiera: “Los propietarios de

esclavos no tienen necesidad de esas libertades”.105 Es sólo el

conocimiento general del hombre y de la libertad lo que puede dirigir “la

comunidad de los hombres” hacia su “fin más elevado: un Estado

democrático”. Para hallar el objeto sobre el cual aplicar las palancas de la

renovación necesita, sin embargo, profundizar mucho más. A la hipocresía

de los fariseos liberales contrapone Marx una imagen de Alemania

totalmente insólita para quien, como Ruge, tenía un profundo conocimiento

de su pensamiento:

“El sistema de la industria y del comercio, de la propiedad y de la

explotación humana, más todavía que el aumento de la población,

conduce en el interior de esta sociedad a una fractura que el viejo

sistema no puede sanar”.106

104 Ibíd., p. 58.105 Marx a Ruge, mayo de 1843, p. 62.106 Ibíd., p. 68.

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Roberto Massari

Este pasaje decisivo de la carta a Ruge ha sido extrañamente ignorado en

las tentativas de fijar la ruptura de aquél con el “joven Marx”. Por el

contrario, es evidente que la carta, pese a lo genérico de los términos,

contiene ya implícitamente el nuevo modo de analizar las contradicciones

de la sociedad burguesa y la posibilidad de su sustitución. Es de las

características estructurales de la sociedad civil burguesa, de las

características de su modo de producción de donde Marx hace derivar, ya

en su correspondencia de 1843, la inevitabilidad del conflicto entre lo viejo

y lo nuevo. El empleo acrítico de un tema malthusiano nos dice solamente

que Marx no ha empezado todavía a arreglar cuentas con la economía

burguesa107 y que el uso del término “explotación” revela todavía

connotaciones ético-humanísticas, denota una aplicación de la moral a las

leyes de la economía, que él mismo reprochará a Proudhon en la famosa

crítica. El concepto de “insanabilidad” es evidentemente la respuesta al

filantrópico término de “curación” empleado por Ruge.

En la cana de septiembre dirigida a Kreuznach,108 Marx profundiza el

sentido de la misma oposición a las ilusiones democratistas de los liberales

alemanes, y marca al mismo tiempo las distancias respecto a las ilusiones

“comunistas” que, precisamente por ser de signo contrario, son igualmente

reducibles a la misma matriz idealista. Y de hecho, si por un lado se

considera todavía el Estado político como la máxima encarnación (aunque

defectuosa) de la racionalidad, por el otro es:

“sólo una manifestación particular del principio humanístico, contaminado

por su opuesto, el elemento privado”.

La empírica mezcla de lo universal y lo particular que en la primera Crítica

se le había reprochado a la corporación burocrática y a su presunción de

expresar el patrimonio intelectual y moral de una época, viene a ser

reencontrada por Marx en las posiciones expresadas por las corrientes

comunistas inspiradas en Cabet, Dézamy, Weitling, etc. Su “dogmatismo”

consistía en no querer elaborar un comunismo abstracto, como pura

“anticipación” del nuevo mundo, considerado a su vez como simple

realización del hombre en relación con la negación de la propiedad

privada.

107 En los Manuscriti economico-filosofici de 1844, Marx empezará ese arreglo de cuentas.Véase Opere filosofiche giovanili, pág. 239. Marx acusa de romántica a la escuela deMalthus y comprende una primera contradicción en la formulación de sus leyes.108 Marx a Ruge, septiembre de 1843, en Correspondencia.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Este tema –que veremos después desarrollado en los Manuscritos109 como

crítica del “comunismo vulgar” y del “comunismo pensado”– adquiere aquí

una particular importancia para la referencia implícita a una concepción

positiva de la revolución social y a una concepción activa del proceso de

autoemancipación –ya presente en Marx antes del viaje a París–. El

principio originario marxiano de la unidad teórico-práctica de la actividad

política del proletariado hace aquí su primera aparición, cuando Marx

critica por un lado la propaganda para “un sistema cualquiera” (por

ejemplo, el contenido en el Viaje a Icaria), en lugar de una “crítica radical

de cuanto existe”, y por el otro propone:

“unir nuestra crítica a la crítica política, a la participación política, por

su carácter de lucha real y de identificarla con ella”.110

El rechazo de “arrodillarse” delante de un nuevo sistema dogmático y

definitivo deberá, por tanto, acompañar a sí mismo (es decir, a la propia

esencia social) para poder comprender “la verdad social” que puede

derivar de tales conflictos: “Igual que la religión es el índice de las batallas

teóricas de los hombres, el Estado político lo es de su batalla práctica”.

En el otoño de 1843 Marx lleva a cabo la primera de sus dos

contribuciones al fascículo de los Anales: La Cuestión Judía.111 La

influencia del “comunismo filosófico” de Moses Hess en este escrito ha

sido ya revelado (entre otros por A. Cornu). Se trata claramente de una

obra de transición: la composición misma, como ha sido advertido en la

traducción francesa del Molitor, se llevó a cabo en parte en Kreuznach y en

parte en París. La parte central de la obra no es el problema del

antisemitismo o la cuestión judía “real”, sino el tema, de mucho mayor

alcance, de la emancipación general del hombre.

La “concepción unilateral de la cuestión judía”, como la expresa Bauer,

consiste, para Marx, en limitarse a plantear el problema de quién es el

sujeto y quién el objeto del proceso de emancipación: en realidad, sólo el

tercer elemento de la cuestión– “¿De qué especie de emancipación se

trata?”– puede permitir llegar a la solución real del problema. Por esta vía,

Marx desarrolla un tema ya apuntado en la crítica del comunismo

dogmático: libertad no es una libertad cualquiera, sino siempre un tipo

específico de libertad que anula un precedente estado específico de no-

libertad.

109 Manuscritti, págs. 223-227 y 242.110 Marx a Ruge, p. 82.111 Véase La Questione ebraica e altri scritti giovanili, trad. de R. Panzieri, Roma, 1969.

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En efecto, la discusión sobre el tipo de emancipación que puede resolver

la cuestión judía se vincula directamente al problema de la “relación entre

la emancipación política y la religión”, y más tarde, para Marx, de la

“relación entre la emancipación política y la-emancipación humana”. El

rechaza, como es notorio, la hipótesis de que se pueda hablar de una

emancipación política, es decir, de una libertad en el Estado, sin plantear el

problema de la emancipación de la sociedad civil moderna (es decir,

burguesa), de la que el Estado es la expresión separada.

He aquí por qué la distinción entre ‘Estado político’ y ‘sociedad civil’

burguesa es el fundamento de la verdadera alienación, no sólo del judío en

cuanto separado de la comunidad política, sino también del ciudadano en

cuanto vive al mismo tiempo “una doble vida, una celestial y otra terrena”,

una colectiva en la “comunidad política” y otra privada en la “sociedad civil”

o, lo que es lo mismo, en el reino del egoísmo y de la avaricia. Intereses

generales e interés privado, Estado político y sociedad civil, citoyen y

bourgeois, son el reflejo de oposiciones que Marx hace notar tanto en la

alienación del judío como en la del hombre. Sigue abierto el problema de

cómo establecer entre estas oposiciones una mediación positiva y “última”:

desde este punto de vista, según Marx:

“la emancipación política es ciertamente un gran paso adelante, pero

no es la forma última de emancipación humana en general, sino la

última forma de la emancipación humana dentro del orden mundial

actual. Se entiende que hablamos sólo de lo real, de la emancipación

práctica”.112

El trabajo de demolición crítica de la bürgerliche gesellschaft y de los

fundamentos económicos sobre los cuales puede Marx por un lado

interpretar la historia de las revoluciones burguesas como el acto de

separación violenta de la sociedad civil en el Estado político y de la

supresión del carácter político de la sociedad civil; por el otro permite

afirmar que:

“sólo cuando el hombre real, individual reasume en sí al ciudadano

abstracto, y como hombre individual en su vida empírica, en su

trabajo individual, en sus relaciones individuales, se convierte en

miembro de la especie humana, solamente cuando el hombre ha

reconocido y organizado sus “fuerzas propias” como fuerzas sociales,

y por ello no separa más por sí la fuerza social en la figura de la

112 La Cuestión Judía, p. 60

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fuerza política, solamente entonces la emancipación humana es

completa”.113

La verdadera emancipación es, por consiguiente, la de tipo social, la del

hombre en cuanto miembro de la comunidad humana: una emancipación

que en tanto que se sitúa en antítesis al proceso de “autoextrañación” de

los hombres debe poner al mismo tiempo las bases para una

autoemancipación (pág. 81) real de la forma privada y egoísta en que se

configura la organización de la sociedad burguesa.

La Cuestión judía es tal vez la obra más incompleta de Marx; va al corazón

del problema sin, empero, poder alcanzar la cabeza. Términos llenos de

significado, como “emancipación”, “autoemancipación”, “revolución política”,

“autoextrañación”, etcétera, siguen los unos a los otros sin conseguir

liberarse, todavía, de las inconfundibles connotaciones idealistas y del

ambiguo carácter democratista que deriva de su misma indeterminación.

Una significación más concreta se hallará en el futuro importantísimo

artículo de los Anales, en el que Marx expone, aunque sea embrionaria-

mente, el núcleo de la propia teoría de la autoemancipación del

proletariado.

La Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, “Introducción”,114 se termina

entre finales del 43 y comienzos del 44. En aquélla, Marx toma de nuevo el

tema de la emancipación humana –entendida como única emancipación

real– y lo inserta entre las primeras intuiciones de lo que será la futura

teoría de la revolución proletaria, como será formulada en su madurez. La

reflexión crítica de Marx se ciñe aún en torno a Alemania; éste es un país

todavía no liberado del retraso medieval, pero en el que, sin embargo, los

problemas del orden del día son los de la futura revolución “humana”. Es la

propia constatación del subdesarrollo político (pero no teórico) del pueblo

alemán lo que hace a Marx considerar imposible –de acuerdo con una

intuición que constituirá el fundamento de la revolución permanente de

Trotsky– la realización de la simple emancipación política en un proceso de

revolución democrático-burguesa; es necesario, por tanto, un paso sin

solución de continuidad:

“no sólo al nivel oficial de los pueblos modernos, sino a la altura

humana que representará el próximo futuro de estos pueblos”.115

113 La Cuestión judía, págs. 78-79.114 En Annales, págs. 125-142.115 Ibíd., p. 134.

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Al dilema formulado por Ruge en marzo de 1843 Marx responde con

decisión: no será la simple revolución parcial la que lleve a cabo la

emancipación política de Alemania, porque eso significaría simplemente la

conquista de la hegemonía por parte de una clase particular, sino sólo con

la “revolución radical” se podrá alcanzar el fin último de la “emancipación

humana universal”; es decir, el momento en que la clase en el poder

“fraterniza y se confunde con la sociedad en general, se identifica con ella

y es sentida y reconocida como la representante universal de tal sociedad,

un instante en que sus exigencias y sus derechos son exigencias y

derechos de la sociedad misma, un momento en que esta clase es

realmente cabeza y corazón de la sociedad”.116 Tal clase es el

proletariado.117

Este término aparece por primera vez en la obra de Marx inesperadamente

y en forma no fácilmente deducible del precedente desarrollo de la

argumentación. Este parto del vocablo no hay que considerarlo, sin

embargo, como fruto de la fantasía de Marx, sino más bien como producto

del encuentro de éste con el movimiento obrero francés y las sectas

socialistas parisinas, donde el término “proletario” había conocido desde

hacía tiempo notable fortuna y difusión. ¿Qué debe entenderse por

proletariado?

“El proletariado empieza a constituirse en Alemania solamente al

iniciarse la industrialización; lo que forma de hecho el proletariado no

es la pobreza surgida naturalmente, sino la producida artificialmente.

Cuando el proletariado anuncia la disolución del orden tradicional no

hace sino expresar el secreto de la propia existencia, porque él

constituye la disolución efectiva de este orden social. Cuando el

proletariado exige la abolición de la propiedad privada no hace sino

elevar a principio de la sociedad lo que la sociedad ha elevado a

principio del proletariado, lo que en ella ya está personificado sin su

aportación como resultado negativo de la sociedad”.118

Podemos verificar, sobre la base del citado pasaje, que Marx no sólo ha

personificado el sujeto social de la emancipación humana, sino que ya está

en condiciones de formular una teoría de la autoemancipación: es de

hecho en el interior del proletariado mismo donde él halla las razones

estructurales y los orígenes de la potencialidad transformadora en la que

116 Ibíd., p. 138.117 Ibíd., p. 141.118 Ibíd.. p. 141-142.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

está inherente la misión de cambiar radicalmente el orden de cosas

existente. Para Marx, el proletariado está producido históricamente por el

proceso de industrialización y está por ello “determinado” como negación

del sistema social que de tal proceso depende. La acción-transformación

del proletariado no tiene necesidad de asirse a principios abstractos,

éticos, o bien de perseguir sus intereses privados a fin de lograr su

emancipación, porque ya en el interior de sí mismo, en la propia estructura

completa puede hallar las bases y los principios inspiradores del proceso

revolucionario. Si de hecho por un lado su acción se universaliza –porque

la destrucción del privilegio de clase implica la “disolución” de cualquier

otro privilegio y después la reconquista por la comunidad humana de la

globalidad de la sociedad civil– por otro lado, los principios de la nueva

organización social no pueden ser otros que la generalización de los

principios ya impuestos en la ordenación civil-burguesa, sometidos empero

al control de los trabajadores. La emancipación del hombre adquiere así

para Marx una configuración histórica precisa:

1. La elevación a derecho universal de la real condición proletaria.

2. Conquista por parte de la clase emancipadora de un poder de

control sobre la esfera y sobre la extensión de la propia actividad.

3. Apropiación por parte de los trabajadores de las “armas

intelectuales” producidas por la filosofía, de la cual el proletariado

deberá llegar a representar la realización completa.

Recordando la sangrienta insurrección de los obreros parisinos, Marx no

deja de añadir la célebre admonición según la cual: “el arma de la crítica

no puede ser abatida por la fuerza material”.119

La concepción marxiana de la “autoemancipación”, por estar concretada

en una primera definición de las misiones históricas del proletariado, se

resiente todavía de limitaciones idealistas, correspondientes en cierto

modo al sentido deductivo, y no dialéctico, usado por Marx para poder

llegar a las posiciones expresadas en la “Introducción”. Es fácil ver cómo el

proletariado conserva aún un carácter indefinido, diremos casi abstracto y

colocado fuera de la historia concretamente vivida: es éste un claro reflejo

de la poca familiaridad que tiene Marx –todavía en febrero de 1844– con el

movimiento obrero parisino.120 Además de esto, obviamente, falta también

119 Ibíd, p. 134120 Véase al respecto la búsqueda infructuosa llevada a cabo por M. Löwy sobre el eventualcontacto de Marx con el movimiento obrero parisino en el período precedente a febrero de1844 en La Théorie de la révolution chez le jeune Marx, París, 1970. págs. 64-75.

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un análisis científico de la formación y de la función del proletariado, como

la que desarrollará sobre todo en El Capital y cuya importancia será

fundamental para entender los fundamentos históricos de una hipótesis

que asigna directamente a los trabajadores, en cuanto clase, la misión de

dirigir y organizar el nuevo sistema social y realizar al mismo tiempo la

emancipación de la colectividad humana en cuanto colectividad.

El texto de la “Introducción” contiene, por otra parte, una serie de

contradicciones en lo que respecta a la emancipación proletaria-

emancipación social; tales contradicciones son imputables en gran parte a

los límites de una concepción no liberada todavía de la ganga, no sólo del

idealismo hegeliano, sino también de los “críticos” alemanes, con los que

Marx todavía no ha roto los puentes. El rol de emancipador universal

atribuido por Marx al proletariado contrasta fuertemente con las

connotaciones de pasividad, de pura materialidad que luego le atribuye en

relación con la pura subjetividad de la “crítica”. Es la teoría quien penetra

entre las masas y se apodera directamente de las masas mismas.121 Si en

Alemania la revolución se inicia en la cabeza de un fraile –declara Marx–,

hoy se iniciará en la de un filósofo. Y de hecho la revolución tiene

necesidad de un elemento pasivo, de una base material; la teoría se

realiza en un pueblo solamente en la medida en que ella constituye la

realización de las necesidades de tal pueblo122; la emancipación humana

de los alemanes será posible sólo “cunado el relámpago del pensamiento

haya penetrado completamente este ingenuo terreno popular”123; casi a

modo de conclusión Marx llega a contradecir una frase expresada en el

mismo artículo124 y llega a afirmar que “la filosofía es la cabeza de tal

emancipación, siendo el proletariado el corazón”.125

Una concepción tan ingenuamente idealista de la relación teoría-

proletariado, según la cual la idea del comunismo es elaborada por los

intelectuales burgueses que “se apoderan” de las masas, aunque expuesta

por Marx en un momento del tránsito en su proceso de maduración, tuvo

en la continuación una notable importancia por el desarrollo llevado a cabo

por Kaustky y sobre todo por Lenin en el comienzo del siglo XX; este

último, en “Qué hacer”, tomará explícitamente esta temática y afirmará que

la conciencia socialdemocrática sólo puede ser aportada a los trabajadores

121 “Introducción”, p. 134.122 Ibíd., p. 136.123 Ibíd., p. 142.124 “...un momento en el cual esta clase es realmente la cabeza y el corazón de lasociedad”, pág. 142.125 Ibíd., p. 142.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“desde el exterior”;126 en realidad, como explicará poco después el mismo

Marx, no es la filosofía la que se realiza encarnándose en un sujeto

pasivo, sino que ella misma nace y se desarrolla en la confrontación activa

entre el proletariado y las condiciones sociales de existencia:

“El olvida que no habría podido anunciar “el día de la resurrección

alemana”, en términos comunistas, si no hubiese ya percibido el

“canto del gallo francés”, lo que quiere decir que ni él, ni Hess, ni

Engels, ni Bakunin habrían llegado a ser lo que eran en 1844 si el

socialismo o el movimiento obrero francés no hubieran existido. Es lo

que, por otra parte, reconocerá el propio Marx poco después en la

Ideología Alemana”.

Según Mehring127, las sectas y los círculos obreros existentes en París,

conocidos por Marx en 1844, se pueden circunscribir a tres corrientes

principales: el partido democrático-socialista, dirigido por Louis Blanc,

Ledru-Rollin y Ferdinand Flocon, de inspiración utopista, compuesto por

elementos proletarios y pequeños burgueses; los círculos inspirados por el

comunismo utópico de Cabet; y, por fin, más próximas a las posiciones de

Marx, aunque no a la situación real de los ambientes obreros, la corriente

directa de dos tipógrafos parisinos, Leroux y Proudhon. El entusiasmo de

Marx por el ambiente cultural parisino es fácilmente comprensible si se

piensa que en la convergencia en el tema socialista de estas corrientes él

halla no sólo una confirmación teórica del tipo de intuiciones desarrolladas

en el curso de 1843, sino sobre todo un estímulo para profundizar hasta

sus últimas consecuencias el análisis de la importancia crucial de la

“cuestión social”, en cuanto distinta y absolutamente irreductible a la

“cuestión política”.

El sujeto social individualizado por abstracción en el último artículo de los

Anales se presenta a los ojos de Marx ya no como la “materia inerte” de

una crítica fecundante, sino crítico él mismo, en la persona de sus

principales exponentes; y él mismo práctico, en sus movilizaciones de la

masa, como la de los tejedores de Silesia.

Que Marx había tenido contactos con los diversos círculos obreros, sin

ligarse específicamente a ninguno de ellos, nos lo confirmará él mismo en

1870.128 Tales contactos se llevan a cabo en un momento en que las

organizaciones obreras parisinas conocen un proceso de rápido desarrollo,

126 Lenin. Obras completas, t. 5, p. 346.127 F. Mehring: Vita di Marx, Roma, 1966, págs. 78-79.128 K. Marx: Herr Vogt, 1974, p. 51.

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que, iniciado hacia 1839-1840, proseguirá ininterrumpidamente hasta la

catástrofe de 1848. Y como siempre ocurre en la historia del movimiento

obrero, el período de crecimiento organizativo de los años 40 coincide

también con una fase de intenso debate teórico y de rápida maduración

política de una parte de la vanguardia que anima al joven socialismo

francés. Ya no son sólo algunos cenáculos de burgueses cultos los que se

reúnen a conspirar o a disertar sobre los destinos del mundo, sino

centenares y centenares de cuadros obreros que, junto a los más radicales

de los intelectuales provenientes de las filas de la burguesía, organizan

escuelas de formación ideológica, centros de debates y de estudio,

formulan programas de reivindicaciones para los trabajadores y, sobre

todo, construyen las estructuras organizativas que por un cierto tiempo

serán conocidas bajo el nombre de “asociaciones obreras”.129 Al mismo

tiempo se asiste también a un proceso de “proletarización”, es decir, de

exclusión de buena parte de los elementos oriundos de la burguesía,

presentes en estos círculos, por la adopción de normas estatuarias

particulares.130

Marx entra en contacto con la Liga de los Justos en la primavera de 1844,

cerca de dos meses después de la publicación del fascículo de los Anales.

En una carta a Feuerbach del 11 de agosto, Marx confirmará la existencia

de estos contactos y expresará juicios positivos junto a las reservas sobre

la actividad de los miembros de la Liga.131

Fuerte es también la atracción que en el momento ejerce sobre Marx la

teoría comunista-revolucionaria de Wilhelm Weitling,132 principal inspirador

de la Liga, que en Garantie dell’armonía e della liberta (1842) ya había

expresado en términos explícitos la necesidad de superar los límites

angustiosos de la reivindicación política para encaminarse a un proceso de

“revolución social”; sin embargo, Weitling no había comprendido todavía la

posibilidad de un desarrollo autónomo del movimiento de clase, cuya

dirección estaba abandonada a los intelectuales “iluminados” o directamente

129 Véase para este pasaje E. Dolléans: Historia del movimiento obrero, vol. I, Ed. ZYX,Madrid, 1969. (N. del T.)130 Véase el testimonio de un contemporáneo, De la Hodde: Histoire des sociétés secreteset du partí republicain de 1830 a 1848, París, 1850, p. 218.131 Para un análisis de los orígenes y del desarrollo de la Liga de los Justos, al final de sutransformación, en 1847, en la Liga de los Comunistas, y sobre todo por el papel tenido enMarx, se remite de nuevo al precioso artículo de Engels Per la storia.... págs. 1079-89.132 Véase la alusión a Weitling, Hess y Engels en los Manuscritos económico- filosóficos de1844, p. 148, y en el artículo de Vorwärts del 10 de agosto de 1844, traducido en LaCuestión judía y otros escritos juveniles, p. 131. Para un cuadro más amplio de la actividadteórico-política de Weitling, véase F. Mehrings Storia della socialdemocracia tedesca,Roma, 1968, vol. I, págs. 91-108 y 208-22.

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a la capacidad de una personalidad superior. Es poco después, en el

mismo período (mayo de 1843), cuando aparece en Francia L'Union

Ouvriére de Flora Tristán,133 donde, bajo la influencia del cartismo y del

movimiento owenista inglés, se formula la necesidad de superar el viejo

asociacionismo artesanal, muy amenazado por peligros corporativos, con

el propósito de abocar a la creación de una gran Unión Obrera, en la cual

la “clase” de los trabajadores pueda elevarse por encima de los propios

contrastes internos y unificarse (“constituirse”) como auténtica fuerza social

organizada.

No podemos detenernos ahora respecto a la importancia que el tema de la

unificación del proletariado, expresado por primera vez de manera

orgánica en la obra de la Tristán, ha revestido y aún reviste para el

movimiento obrero internacional.134 Lo que aquí nos interesa es notar cómo

el tema de la autorganización, ya implícito en la Unión Ouvriére, haya sido

nuevamente tomado y desarrollado por Marx, que seguramente debió

conocer la obra de la Tristán durante su primera estancia en París.135 Si la

muerte de la autora (14 de noviembre de 1844) ha impedido una toma real

de contacto entre ella y Marx, es cierto empero que éste ha desarrollado, a

partir del Manifiesto de 1848, el tema central expuesto por la autora: el de

la autorganización obrera entendida como momento positivo de la iniciativa

de los trabajadores en el interior de un proceso histórico que parecía, por

el contrario, limitado al momento del rechazo y de la pura negatividad en

las oposiciones al sistema burgués.136

133 Flora Tristán: Union Ouvriere, París, Lyon, 1844 (reedición en 1967 a cargo de LesEditions d’Histoire Sociale). La introducción a la primera edición lleva la fecha de 17 demayo de 1843. Para una biografía de esta grande y fascinante figura, pionera delmovimiento obrero organizado y de los movimientos feministas, véase J. L. Puech: Lavie et l’oeuvre de Flora Tristán. 1803-1844, París, 1925. Recientemente ha sido tambiénpublicada una biografía a cargo de Dominique Desanti.134 Aun aceptando la gran importancia de la obra de F. Tristán, no hay que olvidar losprecedentes anteriores en el seno del movimiento obrero inglés. Tras diversos intentos ypor la influencia de Owen se crea en Inglaterra la Gran Unión Consolidada (1833), quees ya una Trade-Union con todas las consecuencias. En 1836 nace la Asociación deTrabajadores, antecedente inmediato del cartismo (véase Dolléans: Historia delmovimiento obrero, vol. I, y las obras de este mismo autor de G. D. H. Colé sobre elcartismo). (N. del T.)135 Engels hace alusión a la Unión Obrera de F. Tristán en La Sagrada Familia, Roma,1967, págs. 21-23. En la introducción a esta obra, en 1902, F. Mehring aclara el aspectoesencialmente fourerista de la teoría de la Tristán. Véase el Apéndice a La SagradaFamilia, p. 336.136 M. Rubel: “Flora Tristan et Karl Marx”, en La Nef, enero de 1946, y del mismo autor:Karl Marx..., págs. 92-94.

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El tema de la unificación de los trabajadores es uno más en la contribución

marxiana a una teoría general de la autoemancipación obrera en las que

se pueden hallar algunas intuiciones originarias no sólo de Flora Tristán,

sino también del propio Owen.

Otro elemento importante para comprender la maduración “francesa” de

Marx y su definitivo tránsito ideal (es decir, aún no científico) al comunismo

y a la teoría de la autoemancipación está representado por la impresión y

el entusiasmo suscitado en él por los tejedores de Silesia. En el plano de

una reconstrucción epistemológica de la obra marxiana el acontecimiento

es importante, porque, por primera vez, la maduración por parte de Marx

de determinada concepción no es el resultado de un hallazgo o de una

crítica puramente ideológico-abstracta, ni es debida a la influencia cultural

o personal de quien quiera que sea, sino, por el contrario, el resultado de

una reflexión completa sobre un episodio preciso y actual de la lucha de

clases. Lo que quiere decir que la potencialidad revolucionaria del

proletariado no puede ya deducirse por abstracción de una “crítica radical”

de “todo lo que existe”, es decir, de la sociedad civil-burguesa comprendida

en su globalidad, sino que se confirma prácticamente en un evento

histórico, cuya importancia termina así con el paso de los límites del hecho

contingente, permitiendo algunas primeras generalizaciones sobre las

características del conflicto de clase y las previsiones de su progresiva

agudización, hasta la explosión que seguirá menos de cinco años

después.

No es muy importante, en este punto, explorar si el entusiasmo de Marx le

había llevado a sobrevalorar el acontecimiento (como han sostenido dos

notables biógrafos de Marx);137 a nosotros nos interesa sobre todo ver en

qué sentido la tentativa de insurrección (un episodio en modo alguno

excepcional en la época) se inserta en la reflexión marxiana y en qué

sentido acelera algunas de sus conclusiones sobre el rol potencialmente

revolucionario del proletariado.

137 B. Nikolaevskij-O. Maenchen-Helfen: Karl Marx. La vita e l’opera, Turín, 1969, págs.94-95: “Marx ha sobrevalorado la revuelta desesperada de los trabajadores de Silesia.Contrariamente a lo que él creía entonces, aquélla no fue en modo alguno superior a losmovimientos obreros inglés y francés: ni por la claridad de propósitos ni por la concienciade clase. No eran obreros de la industria que se rebelaran contra los capitalistas de laindustria, sino artesanos miserables que trabajaban a domicilio, que habían atacado alas máquinas, del mismo modo que había ocurrido en Inglaterra medio siglo antes.” Paraesta descripción de los acontecimientos, véase F. Mehring: Storia delia socialdemocraciatedesca, vol. I, págs 229-33.

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En los artículos del Vorwärts, escritos para rebatir los juicios negativos

dados por Ruge respecto a los acontecimientos de Silesia, se puede

encontrar una primera síntesis de esta compleja maduración. Marx afirma

su propia crítica respecto al divorcio entre Estado político y sociedad civil-

burguesa:

“El Estado es el ordenamiento de la sociedad desde el punto de vista

político; no son dos cosas diferentes: el Estado es el ordenamiento de

la sociedad... El se apoya sobre las contradicciones entre vida privada

y pública, sobre las contradicciones entre los intereses generales y

los intereses particulares”.138

Y prosigue la crítica de la “unilateralidad” del intelecto político que quiere

mantenerse político también ante los acontecimientos que afectan a los

fundamentos de la sociedad y, en fin, intenta (en el segundo de los dos

artículos) formular mejor el concepto de conciencia revolucionaria,

definiéndola empero aún en términos teñidos de fuerbachismo como “la

conciencia de lo que es la esencia del proletariado”.139

Queriendo dirigir una crítica a la sobrevaloración del nivel de conciencia

reflejado por los tejedores silesianos en el curso de su insurrección, la

atención no se debe concentrar tanto sobre el alcance real del hecho en sí,

sino más bien sobre el método imperfecto empleado por Marx para definir

semejante nivel: éste se funda por un lado sobre el contenido de la

canción de los tejedores,140 cantada por los obreros en el curso de la

revuelta, y por otro se entusiasma por la forma violenta y destructiva

asumida por la revolución. Entre estos dos elementos, indudablemente

significativos a fin de una caracterización del episodio, no aparece empero

el momento de la mediación organizativa, es decir, el único elemento de

síntesis que hubiera podido permitir caracterizar en sentido más avanzado

la revuelta silesiana, respecto a toda la tradición ludísta o insurreccional

precedente.

138 Los dos artículos en Vorwärts el 7 y el 10 de agosto de 1844 son conocidos bajo el títulode Glosas marginales de critica al artículo “El rey de Prusia y la reforma social, firmado: unprusiano”; trad. en la Questione ebraica e altri scritti giovanili. págs. 113-38.139 Ibíd, p. 132140 “En la Canción de los tejedores, la ardorosa consigna de lucha, no aparecen ni una solavez ni los hogares ni la fábrica, si bien el proletariado proclama su antagonismo con lasociedad de la propiedad privada de modo claro, tajante, juicioso y potente.” Ibíd., pág.130. Algunas estrofas de la Canción aparecen en el libro citado de Mehring, págs. 230-231.

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Para Marx, sin embargo, el problema fundamental es todavía el de verificar

la posibilidad realmente existente para la toma de iniciativa autónoma por

parte de sectores proletarios, y no el de la forma organizativa que tal

iniciativa debía asumir. La acción obrera se presenta a los ojos del joven

Marx en toda su explosiva negatividad, en su intenso antagonismo en las

confrontaciones con el sistema burgués, pero no aparece todavía como

portadora de nuevos contenidos, concretos y positivos, de organización

social alternativa.

Marx aprecia a través de la revuelta silesiana al proletariado como sujeto

activo dentro del proceso histórico, pero todavía no como sujeto

autoconsciente. No obstante, la ruptura con los “críticos” ya está

consumada.

Por tanto, si por un lado las Glosas desarrollan y profundizan el discurso

hecho en los Anales sobre el papel emancipador del proletariado, por el

otro constituyen un momento de ruptura con cuanto de Hess y de

Feuerbach había en la idealista concepción de la teoría que “se apodera

del proletariado”. Marx está ahora en condiciones de rechazar lo que antes

de su partida para París había constituido también su posición, invirtiendo

la relación filosofía-proletariado y dando entrada de este modo a la

formulación de la concepción materialista que se verá expresada, por

ejemplo, en las breves Tesis sobre Fuerbarch. En las Glosas Marx supera

los primeros resultados de su nueva manera de “hacer investigación”, y

tras tomar prestado del ambiente francés conceptos y términos, ahora

sólidos, formula algunas primeras anticipaciones originales de su propia

teoría revolucionaria:

“Solamente en el socialismo un pueblo filosófico puede hallar su

praxis correspondiente y, por tanto, en el proletariado, el elemento

activo de su liberación”.141 “La revuelta obrera industrial, por eso,

puede ser parcial, si se quiere, pero encierra en sí misma un alma

universal; la revuelta política puede ser universal, si se quiere, pero

ella encubre bajo las formas más colosales un espíritu estrecho”.142

Aquí no hay, como se puede notar, ninguna referencia a una fatal

pasividad del proletariado y se insiste, por el contrario, sobre el rol

profundamente innovador que su acción puede tener en el momento en

que empiece a abrirse camino:

141 Ibíd, p. 132142 Ibíd, p. 136

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“la tendencia de las clases políticamente privadas de influencia a

eliminar su propio aislamiento del Estado y del poder”.

Emerge así, de la superación del “comunismo filosófico” de Hess y del

“humanismo” de Feuerbach, una nueva teoría de la mutación social y una

visión del proceso revolucionario, el cual, mientras señala el paso de Marx

a la concepción materialista de la historia, constituye también las premisas

de su teoría del socialismo autogestional y antiburocrático, el cual se verá

claramente expresado en la Crítica al Programa de Gotha. Véase, para

confirmar esta afirmación, los juicios de Marx en su polémica con Ruge, en

la cual se vuelve una página en la antigua amistad con aquél y respecto a

un período de su vida todavía no... “marxista”:

“Cualquier revolución disuelve la vieja sociedad; en este sentido es

social. Cualquier revolución subvierte el viejo poder; en este sentido

es política (...). La revolución en general –la destrucción del poder

existente y la disolución de las viejas relaciones– es un acto político.

Sin revolución, empero, el socialismo no puede actuar. Este tiene

necesidad de este acto político, en la medida en que tiene necesidad

de la destrucción y de la disolución. Pero apenas iniciada su actividad

organizativa, apenas esbozados sus propios fines, su propio espíritu,

entonces el socialismo se sacude de encima el revestimiento

político”.143

El primer intento de formular completamente un análisis económico de la

condición proletaria está contenido en los Manuscritos económico-

filosóficos de 1844.144 El origen de la deshumanización obrera se hace

derivar en esta obra de la separación entre capital, renta y trabajo, y de las

determinaciones específicas que tal separación origina en la sociedad

capitalista: esta es la base sobre la cual formula Marx una primera teoría

de la alienación.145 Se esboza asimismo un primer cuadro histórico de la

división de la sociedad en clases y del papel que éstas desempeñan en el

sistema burgués, para llegar a la conclusión de que:

“de la relación del trabajo alienado con la propiedad privada se deriva

que la emancipación de la sociedad de la propiedad privada, de la

servidumbre, se expresa, en la forma política de la emancipación

obrera, no como si se tratase solamente de la emancipación del

143 Glosas, p. 137 (la cursiva es nuestra).144 Obras filosóficas juveniles.145 Para una discusión más amplia sobre el tema, véase G. Bedeschi: Alienazione efeticismo del pensiero di Marx, Bari, 1968, págs. 89-97.

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trabajador, sino más bien porque en la emancipación de éste va

implícita la emancipación humana general, lo mismo que toda la

servidumbre humana está implícita en la relación de lo obrero con la

producción y todas las relaciones de servidumbre son solamente

modificaciones y consecuencias de esta relación”.146

La crítica del “comunismo vulgar e irreflexivo” –entendida como un rechazo

del utopismo francés en su versión behauvista– ofrece a Marx la ocasión

para proceder a una definición general de la emancipación obrera,

entendida ahora como momento positivo del proceso histórico y no ya

como pura y simple relatividad:

“El comunismo en cuanto supresión efectiva de la propiedad privada

como autoalienación del hombre, y además en cuando aproximación

real de la esencia humana por parte del hombre y por el hombre... el

comunismo empieza súbitamente con el ateísmo”.147

La reapropiación de la esencia humana por parte de los hombres asume

las connotaciones de una acción-transformación social propia, porque tal

esencia se revela ahora como social. En tal contexto se esboza el principio

inspirador de la Segunda tesis sobre Feuerbach, respecto a la cual los

Manuscritos tienen el mérito de no formular ningún carácter antitético entre

la teoría y la praxis, sino de criticar la filosofía misma, porque el proceso de

transformación “lo concibe” como un cometido solamente “teórico”.148

El mismo ateísmo queda en la práctica superado como un presupuesto y

no como un momento constitutivo de la esencia real del socialismo; ése,

por el contrario, es ahora entendido como:

“la positiva conciencia de sí, ya no mediatizada por la supresión de la

religión que tiene el hombre”. (…) “El comunismo es la posición como

negación de la negación, y por ello el momento real –y necesario por

el próximo desarrollo histórico– de la emancipación y restauración

humana. El comunismo es la forma necesaria y el enérgico principio

del porvenir inmediato; pero ello no es como tal el término de la

evolución humana –la forma de la sociedad humana–”.149

146 Manuscritos, págs. 203-204.147 Owen, op. cit., págs. 225-226.148 Ibíd., p. 232.149 Ibíd., p. 235.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Este paso, ejemplo de lo que debe entenderse por dialéctica abierta de lo

real, muestra otro aspecto del proceso marxiano de separación de la

dialéctica hegeliana del Espíritu absoluto. La sociedad comunista no es

concebida por Marx como el fin de cualquier contradicción y más tarde la

cancelación definitiva de la historia del hombre: es simplemente una fase

de tránsito hacia nuevas formas de organización social y hacia nuevas y

más completas determinaciones de la acción humana.

La única alusión hecha por Marx en esta obra tan contradictoria –porque

contradictorio es el momento mismo en que Marx la esboza– a la situación

concreta de los trabajadores hace recordar que el Manuscrito había sido

terminado en París, antes incluso de establecer un contacto profundo con

las sectas obreras y socialistas que ya hemos indicado. La simplicidad y la

ingenuidad casi populista con que son descritas las reuniones de los

obreros parisinos son una ulterior confirmación de la urgencia con la que

Marx ha pensado introducir el tema de la asociación obrera en una obra en

sí ya concluida:

“Cuando obreros comunistas se reúnen, su objetivo es ante todo la

doctrina, la propaganda, etc. Pero al mismo tiempo adquieren con

esto una nueva necesidad, la necesidad de la sociedad, y lo que

parece un medio se convierte en un objetivo. Este movimiento

práctico se ve en sus resultados más espléndidos cuando se observa

a los obreros socialistas franceses reunidos. Fumar, beber, comer,

etc., ya no son los motivos de unión o asociativos; la sociedad, la

unión, la conversación que la asociación tiene como objeto les

bastan, la fraternidad humana no es una frase, sino la verdad próxima

a ellos,, y la nobleza de la humanidad fulge en aquellas figuras

endurecidas por el trabajo”.150

Existe, por el contrario, una relación directa entre la primera obra en

colaboración entre Marx y Engels, La Sagrada Familia,151 y los temas de la

“Introducción” a la Crítica de la Filosofía del derecho público de Hegel. Y

de hecho desde las primeras páginas se rebate el carácter universal que la

emancipación del proletariado asume en relación con las condiciones

concretas de la existencia humana. Sin embargo, ésta es sólo la base de

partida del nuevo discurso, fundado ahora, no ya sobre la elemental

afirmación del carácter necesario de tal emancipación, sino sobre la

distinción mucho más importante entre lo que el proletariado “es y lo que

150 Ibíd., p. 243.151 A cargo de A. Zanardo. Roma, 1967.

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se verá históricamente obligado a hacer en conformidad con su propio

ser”,152 y sobre todo entre lo que él “se representa temporalmente como

fin” y sus misiones históricas. Estas misiones son directamente deducibles

de los análisis de “toda la organización de la sociedad civil moderna”, es

decir, de los análisis del sistema capitalista.

La crítica de Marx a Bruno Bauer y asociados adquiere ahora un tono

seguro y petulante, porque se funda sobre dos principios concretamente

verificados en el curso de la experiencia parisina. Si la “crítica crítica”

desprecia la acción de la masa de trabajadores porque, acogida en el

empíreo de la pura reflexión sobre sí misma, no llega a captar las

transformaciones que se están realizando, no sólo en el nivel de

conciencia de los trabajadores (que esto será para siempre un elemento

abstracto), sino en su misma praxis, en su misma experiencia real:

“Ahora los trabajadores franceses e ingleses han constituido

asociaciones, en las cuales no sólo son inmediatas necesidades

como trabajadores, sino sus necesidades en cuanto hombres, forman

el objeto de su mutua instrucción; en las cuales, por otra parte, se

manifiesta una conciencia más profunda y amplia de la fuerza

“prodigiosa” e “inmensa” que surge de su cooperación”.153

Podríamos tener aquí una idea de lo que Marx entiende por “comunismo

de masa”, difereciándose tanto del babouvismo vulgar como de las

tautologías de la “crítica crítica”, que en su estéril contraposición al

pensamiento de la masa no deriva a otra cosa que a una concepción

elitista del desarrollo histórico: a una caricatura, en la práctica, de la

“revolución política” de Ruge. En la crítica de Marx se abre ahora paso la

idea de que la situación obrera, aparentemente insensible a la fuerza pura

del pensamiento, se puede transformar sólo en el momento en que sean

atacadas y transformadas las condiciones externas que determinan tal

situación. Y de hecho, dirá Marx, sólo en el momento en que las masas de

trabajadores comunistas de Manchester y de Lyon,154 por ejemplo, empiezan

a vivir dramáticamente la distinción entre lo que es y lo que debe ser,

152 Ibíd., p. 44153 Ibíd., p. 63154 En 1841 hay una revuelta de los obreros en Lyon y el gobierno prohíbe unos ensayoscooperativos. En 1831 se había producido una verdadera “comuna” lionesa. Durantemás de dos semanas los jefes de secciones de las fábricas rigieron la ciudad. Por elantecedente, acaso Marx se refiere a los “comunalistas” En cuanto a los obreros deManchester, dada la época en que Marx escribe, se trata de los militantes obreros delcartismo. (N. del T.)

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“entre conciencia y vida”,155 el enorme potencial existente en la condición

proletaria podrá hallar una expresión adecuada.

La Sagrada Familia es una obra autocrítica. En ella, Marx, polemizando

con el abstracto elitismo de Bauer, reniega de hecho una parte de su

idealismo pasado, en particular en los pasajes de la “Introducción” de

1843, en los cuales había asignado un carácter activo a la filosofía,

contraponiéndola a la pasividad obrera: la teoría que desde el exterior “se

apodera” de la masa y penetra dentro de sí. Marx comunista se dirige ya

hacia una concepción activa y positiva de la revolución social, tras haberse

liberado definitivamente de posiciones adoptadas en un momento en que

la pura reflexión teórica, separada de la presencia de un ambiente de

fermentos obreros reales, le había llevado a infravalorar la potencialidad

política y organizativa del movimiento obrero. Que tales posiciones están

ya (a comienzos de 1845) definitivamente abandonadas, se demuestra en

la Tercera tesis sobre Feuerbach, en la cual Marx contrapone la propia

concepción autoemancipadora al rígido determinismo de los materialistas

franceses e ingleses (Owen sobre todo):

“La doctrina materialista de la modificación de las circunstancias y de

la educación olvida que las circunstancias son modificadas por los

hombres y que el educador mismo debe ser educado... La

coincidencia del cambio de las circunstancias de la actividad humana,

o autotransformación, puede ser concebida o comprendida

racionalmente sólo como praxis revolucionaria”.156

Por “revolucionaria” se debe entender, en este estadio de la reflexión

marxiana, “orientada críticamente hacia la emancipación general”, y por

“circunstancias” el dato objetivo sobre el cual se ejercita la actividad

práctico-teórica del proletariado.157 Madura de este modo una ruptura

suplementaria con el Marx “materialista” de La Sagrada Familia: ésta se

dirige ya hacia la profundización del núcleo de descubrimientos

comprendidos en el bienio que va desde finales de 1843 a principios de

1845.

155 Ibíd., p. 63156 Tesis sobre Feuerbach, en Marx-Engels: Obras escogidas, p. 188.157 Curioso constatar aquí la coincidencia con el ideo-realismo proudhoniano, manifiestoya en sus primeras obras: ¿Qué es la propiedad? (1840-1841), De la creación del Ordenen la humanidad (1843), Sistema de las contradicciones económicas (1846). He aquí lafórmula final del ideo-realismo en Proudhon: “La idea, con sus categorías, nace de laacción y debe volver a la acción para no frustrarse.”. [De la Justicia, 1858.) (N. del T.)

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Roberto Massari

Que “las circunstancias hacen a los hombres no menos de cuanto los

hombres hacen a las circunstancias” constituye el leit-motiv de la segunda

obra colectiva de Marx y Engels, redactada entre septiembre de 1845 y

mayo de 1846.158

“Es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo

se puede dar en un movimiento práctico, en una revolución; que la

revolución es necesaria no solamente porque la clase dominante no

puede ser abatida de otra manera, sino también porque la clase que

la abate puede conseguir solamente en una revolución quitarse de

encima las viejas suciedades y llegar a capacitarse para fundar sobre

nuevas bases la sociedad”.159

Ya en esta primera formulación se puede entender el abismo que había

llegado a abrirse entre Marx y el “comunismo filosófico” de Hess o el

materialismo humanista de Feuerbach. Si por un lado se critica la

concepción ampliamente difundida en los ambientes de los jóvenes

hegelianos de que la conciencia sea el motor fundamental de la historia,

por otro lado se llevan a sus últimas consecuencias los principios

inspiradores de lo que Gramsci definirá como “una filosofía de la praxis”,

en el acto en que se asigna al proletariado la función de “fundar sobre

nuevas bases la sociedad”.

La concepción positiva de la revolución transcurrida en el ardor de la

polémica contra el “comunismo tosco y vulgar” aflora de nuevo en

Ideología alemana en toda su magnitud. La crítica de Stirner, por ejemplo,

se dirige también a la incomprensión demostrada por éste del carácter

innovador que el proletariado –en cuanto sujeto activo – puede tener en

relación a sí mismo y a toda la sociedad.160 Asimismo el concepto de

“liberación” asume ahora dos connotaciones específicas en relación con el

criterio expuesto por Marx sobre la organización de la sociedad comunista.

Esta se configura como mundo de la emancipación real, como superación

de la alienación deshumanizante y después como abolición de la división

social del trabajo:

158 K. Marx y F. Engels: La Ideología Alemana, trad. de F. Codino, Roma, 1967. El pasajecitado está en pág. 30.159 Op. Cit., p. 29160 “Stirner cree que los proletarios comunistas, que revolucionan la sociedad, ponensobre una base nueva, o sea sobre sí mismos en cuanto son los nuevos, sobre su propiomodo de vida, las relaciones de producción y la forma del cambio, siguen siendo los“antiguos”. Estos proletarios... saben demasiado bien que sólo en circunstanciasmodificadas cesarán de ser «los antiguos», y por eso están decididos a cambiarlas en laprimera ocasión. En la actividad revolucionaria la transformación de sí mismos coincidecon el cambio de las circunstancias.” Ibíd., p 196.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“En la sociedad comunista, en la que cada uno tiene una esfera de

actividad exclusiva, pero puede perfeccionarse en cualquier sector a

voluntad, la sociedad regula la producción general y, por consiguiente,

me ofrece la posibilidad de hacer hoy esta cosa, mañana la otra, por

la mañana ir de caza, a mediodía ir a pescar, por la tarde abrevar a

los animales, después ejercer la crítica, como me parezca, sin por ello

convertirme en cazador, ni pescador, ni pastor, ni crítico”.161

En la descripción de la sociedad que “regula”, que dirige, controla y ordena

la producción ya se contiene la primera afirmación moderna clara

(deducida a partir de una reflexión sobre las características principales del

sistema moderno) de la concepción autogestionaria de Marx. Este

entiende por “sociedad” (sin atributos) la futura reunificación entre

sociedad civil y Estado político, es decir, el momento en que llega la

emancipación general de las clases subalternas; rechaza, por otra parte, la

idea de que haya de ser la superestructura política quien “regule” lo que

aparece a nivel social como el producto de esta reunificación,

emancipación; postula, en fin, la destrucción de “la represión del interés

general ilusorio bajo forma de Estado”, sosteniendo que son los

“individuos, reales, concretos”, los que, gracias a un pleno desarrollo de las

capacidades físicas, intelectuales y psicológicas propias, adquieren de

este modo la capacidad de regular múltiples aspectos de la vida social y de

“perfeccionarse” en algunos de aquéllos, sin que esto llegue aún a ser una

especialización o una participación impuesta desde fuera. De hecho se

propone, en este bellísimo pasaje de la ideología alemana, la gestión de la

sociedad por parte de sí misma.162 El pasaje aludido preludia, además,

otras dos formulaciones de carácter general, fundamentales para entender

los desarrollos sucesivos de la teoría revolucionaria en Marx:

1. Por un lado se enuncia uno de los elementos principales de la

teoría del desarrollo desigual y combinan nado de la revolución

mundial.163

161 Op. Cit., p. 24162 A este pasaje se vincula aquel en que Marx, un tanto rousseunianamente, expresa unaconcepción formalmente no materialista de la recomposición humana (pero colectiva) delhombre: “Estos millones de proletarios o comunistas lo piensan de modo completamentediferente y lo demostrarán a su tiempo, cuando armonicen prácticamente, con unarevolución, su “ser” con su esencia”, p. 35.163 “Lo que por una parte produce el fenómeno de “masa privada de propiedad” al mismotiempo en todos los pueblos (concurrencia general) hace depender cada uno de ellos delas revoluciones de los demás”, p 25.

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2. Por otro, el carácter universal de aquella nueva forma de

organización social que definirá en seguida como “dictadura del

proletariado”.164

En La Ideología Alemana, como ya en la “Introducción” tantas veces

citada, la clase obrera está claramente individualizada como el centro del

“movimiento real que pone fin al estado de cosas presente”, confirmando,

sin embargo, el giro ya operado con relación a los Anales: en esta obra no

sólo no viene la clase obrera identificada con el objeto de la conciencia

“crítica”, sino, por el contrario, es de ésta de donde:

“parte la conciencia de la necesidad de una revolución que llegue al

fondo, la conciencia comunista”.165

Semejante revolución, por otra parte, se hace posible solamente si la

conciencia comunista se transforma en fuerza activa, en un poder de

control sobre diversas determinaciones concretas de la organización social

–en primer lugar el modo de producción–.166 De hecho son éstos los

aspectos cruciales de la propia vida:

164 “El comunismo es posible empíricamente sólo como acción de los pueblos dominantestodos “de una vez” y simultáneamente, lo que presupone el desarrollo universal de lafuerza productiva y las relaciones mundiales que ese comunismo implica. Para nosotros, elcomunismo no es un estado de cosas que deba ser instaurado, un ideal al que la realidaddeba conformarse. Llamamos comunismo al movimiento real que pone fin al estado decosas presentes”, p. 25.165 El período prosigue: “...la cual, naturalmente, se puede formar también en las otrasclases, en virtud de la consideración de la posición de tales clases”, p. 29.166 “La transformación de las fuerzas (relaciones) personales en fuerza objetiva, provocadapor la división del trabajo, no puede abolirse quitándose de la cabeza la idea general, sinosólo a condición de que los individuos pongan nuevamente bajo sí mismos aquella fuerzaobjetiva y aboliendo la decisión del trabajo. Esto no es posible sin la comunidad» (pág. 54;la cursiva es nuestra). El fundamento “objetivo” del comunismo viene a ser, según talformulación, el desarrollo pleno de la fuerza productiva (única posibilidad realista de abolirla división del trabajo) bajo el control de los que son sus artífices. En otra parte Marx haempleado el término de “regulaciones”. Son éstas, a nuestro juicio, expresiones diversasque se refieren, sin .embargo, al mismo principio autogestionario. Por lo que se refiere aluso del término comunidad, su indeterminación en este estadio es explicable solamente porla voluntad por parte de Marx de abandonar términos inadecuados como “individuos” o“sociedad civil” y de guardar distancias respecto a conceptos como los de “Estado” (Hegel)o de “humanidad” (Hess, Feuerbach), sin disponer todavía de soluciones de repuestoplenamente aceptables. Todavía más precisa, si se relaciona con la sucesiva teoríamarxiana del «partido», es la expresión “comunidad de los proletarios revolucionarios”(pág. 57), en la cual, evidentemente, el atributo tiene la función de especificar la función delos individuos conocedores de la propia función histórica en el interior de la masa quecompone la clase o aquellos que la conciencia de la «clase por sí» distingue de la “clase ensí” (Marx).

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“sobre los cuales los proletarios aislados no tienen ningún control y

sobre los cuales ninguna organización social puede darle el

control”.167

El término poco feliz de “organización social” (usado impropiamente en

este contexto) queda aclarado poco después cuando se afirma que los

proletarios:

“se hallan en adelante en antagonismo directo con la forma por la cual

los individuos de la sociedad se han dado hasta ahora una expresión

colectiva, el Estado, y deben trastrocar el Estado para afirmar su

personalidad”.

“De ahí también que la revolución comunista, que pone fin a la

división del trabajo, suprime definitivamente las instituciones políticas;

y así resulta también, en fin, que la revolución comunista no

dependerá de las “instituciones sociales de fértiles ingenios sociales”,

sino de las fuerzas productivas”.168

Se hace evidente el intento polémico contra los abstractos constructores

de utopías o icarias, tan complejas como irreales (piénsese en la

estructura serial fourieriana); no hay duda, sin embargo, que el antagonista

principal en la polémica está representado por una cierta concepción

“autoritaria” del socialismo, como se expresará concretamente en Francia

con la propuesta de construcción de los “talleres de estado”. La referencia,

fuertemente proudhoniana, a la hegemonía de la fuerza productiva sobre el

conjunto del proceso revolucionario acaso sea fácilmente comprensible

para quien quiera comprender el desarrollo integral de la teoría marxiana

de la autoemancipación obrera, puede todavía aparecer ambiguo y prestar

fácilmente el flanco a interpretaciones de carácter mecanicista. Las

corrientes revisionistas de la II° Internacional interpretarán éste y otros

pasajes similares de Marx en el sentido de que sólo un completo desarrollo

de la economía capitalista (y correspondientemente de su negación

intrínseca: el proletariado) podrá permitir el paso al sistema social “que

deroga la división del trabajo”. Desde este punto de vista la clase obrera

adquiere un rol activo y positivo solamente en la medida en que se integra

167 Ibíd. p. 56. Todavía: “El comunismo se distingue de todos los movimientos hasta ahoraexistidos en que revoluciona la base de todas las relaciones de producción y las formasde relación hasta ahora existentes y en que por primera vez trata conscientemente todoslos presupuestos naturales como creación de los hombres hasta ahora existentes, losdespoja de su carácter natural y los vincula al poder de los individuos unidos” (pág. 58; lacursiva es nuestra).168 Ibíd., pág. 368; la cursiva es nuestra.

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{se objetiva, ulteriormente) en el sistema económico de la burguesía,

contribuyendo por su parte al desarrollo de la “fuerza productiva”

(entendida neutralmente como el conjunto de factores humanos, técnicos,

naturales, que contribuyen al desarrollo económico). Diametralmente

opuesta en la concepción marxiana (en este estadio de su propio

desarrollo teórico); ésta, de acuerdo con la escuela francesa de Proudhon,

entiende por “fuerza productiva” a la clase obrera (en cuanto totalidad de

los trabajadores) y a su función orgánica (la producción de riqueza social a

partir de una valoración de las propias energías potenciales y de los

recursos objetivos existentes). La diferencia de la teoría proudhoniana de

la “fuerza colectiva” consiste, por el contrario, en la perspectiva con la que

Marx considera la transformación de la clase obrera: estática y puramente

económica para el primero, histórica y progresivamente creadora de

esferas de acción cada vez más amplias para el segundo. Para el Marx de

La ideología alemana, en la medida en que se emancipa y asegura un

control propio sobre el conjunto del proceso económico, la “fuerza

productiva” de la sociedad capitalista no solamente garantiza un desarrollo

cualitativamente diverso del proceso productivo, sino que se impone al

mismo tiempo como fuerza hegemónica y dominante a nivel social, hasta

el punto de poder sustituir a las mismas instituciones políticas de tipo

tradicional.

La definición rigurosa del nivel de madurez teórica expuesto por Marx-

Engels en la obra destinada a ser “abandonada a la crítica roedora de las

ratones” tiene una enorme importancia también para comprender el

esbozo definitivo (en esta primera fase del comunismo marxiano) de la

teoría de la extinción del Estado y de su sustitución por la “comunidad” de

trabajadores, en la cual –podemos decir, parafraseando un pasaje de los

Anales– “los proletarios revolucionarios” constituirán la cabeza y los

individuos el corazón. La obra concluye con una síntesis de la teoría

general de la revolución en la cual, no casualmente, el alejamiento

definitivo de la tradición democrático-burguesa alemana coincide con la

afirmación más plena de la hipótesis “comunista” autónoma, anti-

institucional y positiva de la autoemancipación obrera. Las obras

sucesivas, y sobre todo el empeño organizativo en la Asociación

Internacional de los Trabajadores, representan de hecho la tentativa de

especificar, profundizar científicamente y después realizar prácticamente

cuanto se encierra en los pasajes siguientes:

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“En el ámbito de la sociedad comunista, la única sociedad en la cual

el desarrollo original y libre de los individuos no es una frase, eso está

condicionado por las conexiones entre los individuos, conexiones que

consisten en parte en los presupuestos económicos, en parte en la

necesaria solidaridad del libre desarrollo de todos, y, en fin, del modo

universal en el que los individuos manifiestan su actividad sobre la

base de las fuerzas productivas existentes. Aquí se trata, por tanto, de

los individuos a un grado determinado de desarrollo histórico, y en

modo alguno de individuos cualesquiera y casuales, sin tener en

cuenta la necesaria revolución comunista que es ella misma una

condición común a su libre desarrollo. Aunque la conciencia que los

individuos tienen de su misma relación recíproca será, naturalmente,

del todo diferente...”169

La sustancia del primer capítulo del Manifiesto de 1848 ya está contenida

en sus líneas generales en un libro fuertemente polémico, aparecido

algunos meses antes: Miseria de la filosofía. Respuesta a la Filosofía de la

miseria del señor Proudhon. En esta obra Marx desarrolla, entre varios

temas, el de las coaliciones obreras, vistas como las primeras tentativas de

los trabajadores de asociarse entre ellos con objeto de superar la desunión

y los efectos negativos de la concurrencia (contra la cual se había batido,

por ejemplo, Flora Tristán). La forma asociativa de la condición obrera ha

adquirido ya para Marx la importancia estratégica (es decir, decisiva para

la actuación del proceso revolucionario) que hemos visto anunciar en La

Ideología Alemana, donde se asigna a la “comunidad de los proletarios

revolucionarios” la misión de transformar radicalmente la estructura de la

sociedad civil-burguesa. Para Marx, la coalición es la forma asumida

históricamente por la exigencia proletaria de asociarse, es decir, de

superar el fraccionamiento y el régimen de concurrencia impuestos

directamente por la estructura del mercado del trabajo en la sociedad

capitalista. Sin embargo, la coalición no debe entenderse solamente como

un instrumento de defensa de los niveles salariales y del valor de la fuerza-

trabajo, que debe esperar en fin de cuentas el despliegue de funciones

exclusivamente sindicales (“asociativas” en la terminología de los años

cuarenta), sino que debe, por el contrario, ser interpretada como un

momento de ataque y de defensa contra la otra gran coalición en que se

unen los capitalistas. Según Marx, la asociación de los obreros para la

defensa y salvaguardia de sus propios intereses de clase ya es en sí

169 Ibíd, p. 431

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misma una instancia antagonista en la confrontación de aquellos cuyos

intereses se oponen. En sustancia –declara Marx en la conclusión de la

célebre polémica contra Proudhon y contra la vieja concepción corporativa

de la asociación–, es el acto mismo de la autorganización el que empuja a

la clase conocedora de sus propios intereses materiales hacia un más

elevado nivel de conciencia, es decir, hacia la comprensión de cuál es su

propia fuerza no sólo en relación a la lucha contra el capital (conciencia de

clase en sí), sino también en cuanto sujeto histórico principal del proceso

humano de emancipación, en cuanto artífice, es decir, en cuanto guía en la

construcción de la sociedad comunista (“en la lucha esta masa se reúne,

se constituye en clase por sí misma”, pág. 145).

El paso de uno de estos dos niveles de conocimiento al otro, es decir, la

transformación de la acción espontánea de la clase obrera en

proposiciones de una gestión alternativa del mecanismo productivo y de la

organización social, se califica por parte de Marx como “político”.170

La acción del proletario se hace política en el momento en que ésta

empieza a delinearse en el interior de las propias reivindicaciones un

proyecto de organización social diverso no solamente del de la sociedad

burguesa, sino también de todos los modelos históricamente conocidos, en

los cuales siempre ha existido una clase directora de la sociedad, no

coincidente con la de los productores de la riqueza social. Sin embargo, si

es verdad que la abolición de las clases es para el proletariado el

presupuesto de su emancipación, también es verdad que a aquél

concierne la misión histórica de organizar y dirigir la última de las

sociedades clasistas hasta la definitiva extensión del comunismo a escala

mundial. Para Marx, solamente en la medida en que la clase obrera se

muestre capaz de formular y seguir un tal provecto, podrá también

afirmarse como clase dirigente a todos los niveles del nuevo sistema de

gestión.

¿Qué formas deberá asumir la fase del estado de subordinación al de la

gestión directa? La respuesta de Marx en Miseria de la filosofía es

sintética, pero rigurosamente precisa:

“la clase trabajadora sustituirá, en el curso de su desarrollo, a la

antigua sociedad civil por una asociación que excluirá las clases y su

antagonismo, y ya no será poder político propiamente dicho, porque

170 Véanse las definiciones de lucha “económica” y “política” formuladas por Marx tras supolémica con Bakunin. Marx a Boile, 29 de noviembre de 1871, en Marx-Engels: OpereScelte, pág. 943.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

el poder político es precisamente el resumen oficial del antagonismo

en la sociedad civil”.171

Vale la pena observar que la citada definición de la sociedad de transición

–entendida como gestión directa de la economía por parte de los

trabajadores (bajo forma de asociación) y como rechazo de la distinción

instituciones políticas-instituciones económicas (la estructura estatal se

identifica con la economía)– pone término a la primera obra en la que Marx

afronta con términos propios la crítica de la economía política clásica: esto

significa que las instituciones que hemos visto precisarse más cada vez en

el curso del desarrollo de la teoría marxiana de la revolución empiezan a

asumir el rango de categorías históricas (es decir, práctico-teóricas) en el

momento en que Marx, ocupado en la preparación de la Crítica de la

economía política, comienza a individualizar las bases reales del poder

burgués y la contradicción histórica e incurable que el modo capitalista de

producción esconde en su propio seno.

En este sentido, Marx supera definitivamente cuanto de utópico y moralista

le venía impuesto por la época y por el ambiente político, y en la crítica

radical de las bases del sistema burgués empieza a revalorizar el alcance

revulsivo y revolucionario de algunos aspectos contra los cuales, por el

contrario, se han dirigido los dardos de algunos utopistas y de algunas

sectas socialistas pequeño-burguesas. Sucede que, en una época en que

es muy fácil cargar las culpas de cualquier mal sobre el desarrollo del

maquinismo, Marx comprende cuanto de “revolucionario” hay en la

mecanización del trabajo, contraponiéndose en este plano a :odas las

lamentaciones de tipo ludísta, concordantes con los intereses del mundo

artesano en ruina, pero no con los del proletariado ascendente:

“Lo que caracteriza la división del trabajo en la fábrica mecanizada es

que aquí el trabajo ha perdido cualquier carácter de especialización.

Pero desde el momento en que cualquier desarrollo especial cesa, la

necesidad de universalidad, la tendencia hacia un desarrollo integral

del individuo empieza a dejarse sentir. La fábrica mecanizada cancela

las especializaciones y el idiotismo del oficio”.172

En consecuencia, aquélla aumenta la capacidad técnica y gestionaría del

trabajador.

171 Ibíd, p. 14172 Ibíd, p. 121-122

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Roberto Massari

En el Manifiesto173 se toman de nuevo, explicados y desarrollados, los

temas principales que emergen en la polémica con Proudhon, con el

complemento de una problemática que hasta entonces había permanecido

marginada, o bien presente sólo implícitamente en las obras que

caracterizan la transición de Marx al comunismo. Todavía hoy es objeto de

discusión174 el sentido que éste atribuye al concepto de “partido”: ciertamente

no es el que quieren atribuirle los epígonos de Stalin, con objeto de llevar a

cabo una mecánica y apologética transposición del término. Bastaría una

de las primeras frases del Manifiesto –“la organización de los proletarios

en clase y después en partido político”–175 para demostrar que la

concepción marxiana originaria de la organización política, en cuanto

discutible, intentaba preservar el carácter “de masa” de la asociación

obrera, considerada a su vez como una consecuencia lógica de la

unificación del proletariado en clase y no precisamente de su

fragmentación. En sustancia, para Marx, el partido no es la organización

de los representantes de los intereses del proletariado (fórmula que

debería hacer sonreír a cualquier materialista dotado de... buen sentido),

sino que es la organización de aquellos proletarios que por su propia

actividad práctico- teórica demuestran representar los intereses generales

de la clase y no los intereses propios, corporativos o de secta.

A nuestro juicio, éste es el sentido que hay que atribuir al famoso enigma

marxiano: “Los comunistas no constituyen un partido particular frente a los

demás partidos obreros” –sentido convalidado no sólo en una larga

relación de pasajes y citas, sino en el tipo mismo de actividad desarrollada

por Marx en la Asociación Internacional de Trabajadores. Es, por otra

parte, evidente cómo Marx atribuye un carácter transitorio a tal forma

organizativa, de hecho considerada por él como un instrumento (y no un fin

histórico) de cual se vale el proletariado solamente para los fines de su

propia constitución en clase:

173 Trad. italiana de P. Togliatti, Roma, 1964. 174 Véanse, entre muchos: Y. Bourdet: “Karl Marx et l’autogestione”, en Probleme delsocialismo, n°. 2-3, 1971, págs. 262-72; M. Rubel: Kar! Marx..., pág. 102; M. Löwy: LaThéorie de la révolution..., págs. 137-66; R. Rossanda: “Classe e Partido”, en II Manifiesto,n°. 4, septiembre de 1969, págs. 41-46; M. Tronti: “II partito como problema”, enContrapunto, n°. 2, 1968; la referencia explícita a Marx está en la pág. 310, pero el sentidogeneral del artículo debe ser entendido también como una polémica contra determinadasinterpretaciones de la teoría marxiana de la organización. Véase también Ernest MandelChe co'e la teoría leninista del partito, Roma, 1972.175 Ibíd., p. 76

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“El proletariado se servirá de su supremacía política para sustraer a la

burguesía poco a poco todo el capital, para concentrar todos los

instrumentos de producción en las manos del Estado, es decir, el

proletariado mismo organizado como clase dominante, y ello al

mismo tiempo en que “en el lugar de la vieja sociedad burguesa con

sus clases y sus antagonismos de clase aparece una asociación en la

cual el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre

desarrollo de todos”.176

Los acontecimientos de 1848 en Francia y de 1848-1849 en Alemania no

hacen sino confirmar las intuiciones y las principales posiciones

desarrolladas por Marx-Engels a finales de 1843. El Llamamiento del

Comité Central de la Liga de los Comunistas177 (marzo de 1850) se mueve

exactamente en el surco trazado por el Manifiesto de 1848. El propio Marx

recuerda la fuerza con que se había insistido sobre la cuestión de la

autonomía política y organizativa del proletariado, su objetivo de evitar que

la burguesía pueda frustrar sus luchas y su liberación en el momento justo

–como se verificó luego exactamente–. Se insiste, en el Llamamiento, en la

hegemonía del proletariado organizado en forma de asociación “no sólo en

un país, sino en todos los países dominantes del mundo” y se precisa la

articulación de carácter claramente consejista que tales asociaciones

deben asumir en el curso del proceso revolucionario.

“Junto a los nuevos gobiernos oficiales se deben al mismo tiempo

instituir los propios gobiernos revolucionarios obreros, bajo forma de

juntas o Consejos comunales, o mediante círculos y comités obreros,

de manera que los gobiernos democráticos burgueses no sólo

pierdan súbitamente el apoyo de los trabajadores, sino que sean

desde el principio hasta el fin vigilados y amenazados por organismos

dentro de los cuales se halla toda la gran masa de los trabajadores...

para poderse oponer eficazmente a los pequeños burgueses

democráticos es completamente necesario que los obreros estén

organizados y centralizados independientemente, en círculos”.178

176 Manifiesto, p. 87 y 90; la cursiva es nuestra.177 En Marx-Engels: Opere Scelte, págs. 361-372.178 Ibíd., p. 368. La cursiva es nuestra. Se lee en la misma página: “Los obreros debenintentar organizarse independientemente en guardia proletaria, con cabeza y estadomayor elegido por ellos, y de ponerse a las órdenes no del poder del Estado, sino de losConsejos comunales formados por los obreros”.

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Roberto Massari

Apañe de la intención política, es éste uno de los pasajes más lúcidos y

más actuales de Marx, y no es casual que sea uno de los más ignorados o

liquidados expeditivamente como desviación “jacobina”. Puede, en efecto,

parecer jacobina a quienes extrapolan el pasaje de la concepción general

de la revolución desarrollada por Marx, a pesar del clima de desconfianza

y de no fácil optimismo que rodeaba a la Liga de los Comunistas y lo

quieren leer en clave blanquista (facilitado el hecho aquí por la insistencia

puesta en el Llamamiento sobre la cuestión del armamento proletario) y

más tarde como una incitación para la minoría comunista a romper

cualquier alianza social y proceder rápidamente a la marcha propia hacia

el poder. Para quienes, por el contrario, quieren tomar el verdadero

significado del Llamamiento e inscribirlo en la problemática marxiana de la

autoemancipación obrera y de la gestión directa, como hemos intentado

poner de manifiesto en su desarrollo, no será difícil comprender la

continuidad que une la Introducción de 1843 y el Llamamiento de 1850. La

temática consejista de los círculos y comités obreros que coordinándose a

nivel “por lo menos provincial”, pero también nacional y mundial, constituye

la estructura sostenedora del nuevo Estado proletario, no es ciertamente

un descubrimiento para el Marx de la Miseria de la filosofía; representa una

articulación mejor y una reflexión más profunda sobre los caracteres de la

“asociación” el objeto de liberarla de todas las ambigüedades utopistas o

mutualistas, sean de marca francesa (proudhoniana) o inglesa (owenista).

Y cuando Marx advierte que: “la rápida organización de una unión por lo

menos provincial entre los círculos obreros es uno de los puntos más

importantes para reforzar y desarrollar el partido de los obreros”179 pone en

práctica las premisas para la solución del problema relativo a la relación

vanguardia-masa, resolviendo en sentido tanto práctico como teórico en

favor de la masa, considerada como soporte de la fuerza y del desarrollo

del partido obrero.

El tema de la gestión directa por parte de los productores en el campo más

propiamente económico se desarrolla por ahora sólo en el sector agrícola,

donde las tierras expropiadas deberán ser “transformadas en colonias de

obreros, cultivadas por los proletarios agrícolas asociados”. La atención

marxiana, como se ve, no se dirige al mundo de los pequeños y medianos

propietarios –para los cuales permanecen válidas las indicaciones

asociativas del movimiento cooperativo de inspiración proudhoniana–, sino

al de los braceros y jornaleros, excluidos de hecho de la participación en la

179 Ibíd., p. 369

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

gestión de la pequeña y mediana empresa campesina. El tema, como

veremos, será objeto en la Internacional de uno de los más disputados

debates.

Estos son algunos de los temas principales del Llamamiento sobre los

cuales no nos detenemos porque repiten –aunque en forma más precisa–

aspectos y elementos de la teoría de la autorganización y autogestión

obrera, ya estudiada con anterioridad. Además, el interés específico que

está en el centro de la lectura que proponemos de Marx nos impide

profundizar los temas que éste ha desarrollado a partir de 1850. Tales

temas se refieren sobre todo al análisis crítico del modo de producción

capitalista, sea en la forma de reflexión sobre las grandes tradiciones

teóricas de los economistas clásicos ingleses, sean como análisis

estructural del modo de producción mismo. Junto a los trabajos

preparatorios de El Capital Marx inicia también un trabajo de verificación

de las categorías fundamentales de la llamada “concepción materialista de

la historia”, aplicándola al análisis de algunos acontecimientos

contemporáneos a él y decisivos para el desarrollo sucesivo de las

relaciones entre las clases en el continente europeo. La continuación de la

polémica con las diversas corrientes del movimiento obrero posterior a los

años 40 –que no siempre se vincula a la problemática ampliamente

debatida en el período parisino y bruselense (véase el caso de Lasalle)–

ocupa la energía política de Marx en el decenio que va de 1850 a 1860,

culminando en 1864 con la fundación en Londres de la Asociación

Internacional de los Trabajadores.

Sin embargo, hay un tema que parece conservar una discreta importancia

y cierta continuidad en la reflexión marxiana: es el constituido por el

movimiento cooperativista, como aparece a la luz de la experiencia

completa y a la luz del vivo debate desarrollado en torno a los argumentos.

Marx no permanece extraño al debate, ni podía estarlo si es cierto –como

hemos tratado de demostrar– que el tema de la gestión de la economía por

parte de los trabajadores ha representado uno de sus principales móviles

de reflexión sobre el comunismo. Aunque en la solución de este problema

desciende Marx del conjunto de su aparato conceptual, tratando de

comprender y de poner en evidencia los aspectos económicos, históricos,

políticos, prácticos, etc., del problema, pero sin perder de vista el objetivo

final y la trascendencia real del asunto: él se pregunta, en la práctica, en

qué medida la organización de una red de cooperativas extendidas a los

diversos sectores productivos puede encarnar el ideal de una sociedad

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directa de los trabajadores –es decir, en qué sentido ello favorece el

proceso de disolución de las clases y del Estado y la instauración de un

sistema económico y social fundado sobre la autogestión de los medios de

producción–. Es la misma “globalidad” con que afronta el problema –con el

apoyo evidente de una correcta interpretación del sistema capitalista– lo

que permite a Marx el no caer en la trampa tanto del rechazo como de la

aceptación incondicional del cooperativismo en que cayeron, por el

contrario, tanto los epígonos de los ingenuos “pioneros de Rochdale como

los mutualistas de inspiración proudhoniana o los lassallianos autores de

las cooperativas del Estado”.180

Marx ya se había referido a las alusiones de Proudhon sobre la posibilidad

de instituir una “Banca del pueblo” inspirada en el principio del “crédito

gratuito”181 y con las John Gray sobre la adopción de los “bonos de trabajo”

como medio,de cambio.182 Por otra parte, por su crítica de las ideas sobre

“la organización del trabajo” propagadas por L. Blanc y que éste intentó

vanamente aplicar en el curso de los acontecimientos franceses del 48-49

(con la institución de la “comisión del Luxemburgo”),183 Marx ha captado el

peligro de que también estos primeros y rudimentarios embriones de una

diversa organización del sistema económico pudieran ser asumidos por la

burguesía.184 El desarrolla, por tanto, a partir de 1850 una crítica radical de

tales ilusiones “reformadoras”, destinadas de hecho a transformarse en

instancias puramente corporativas:

“En parte, él (el proletariado) se abandona a experimentos

doctrinales, bancos de cambio y asociaciones obreras, es decir, a un

movimiento en el que renuncia a transformar el viejo mundo con los

grandes medios colectivos que le son propios, y busca más bien

conseguir la propia emancipación a espaldas de la sociedad, de

manera particular dentro de los límites de sus mezquinas condiciones

de existencia, con lo que va necesariamente al fracaso”.185

180 La polémica con estos últimos será examinada en el curso del análisis de la Crítica alprograma de Gotha. En Rochdale, Inglaterra, se inicia, hacia 1844, una de las primerasexperiencias cooperativistas de inspiración owenista.181 K. Marx: Miseria de la Filosofía, en particular la polémica con el economista inglésBray, págs. 61-68, y carta a Schweitzer en Apéndice, págs. 88-89.182 John Gray: The social system. A treatise on the principal of exchange, Edimburgo,1831; citado y criticado por Marx en Para la crítica de la economía política, Roma, 1969,págs. 64-67183 K. Marx: La lucha de clases en Francia entre 1848 y 1850, Roma, 1962, págs. 110-11.184 Véase la campaña reaccionaria desencadenada contra los “talleres nacionales”, esdecir, contra los centros de trabajo instituidos en Francia para resolver el problema de losempleados, Ibíd., págs. 28-29 y 138-39.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El motivo principal de la oposición originaria de Marx al movimiento

cooperativista está motivada más tarde por su negación a admitir que se

pueda incidir sobre un sistema global de relaciones socialistas de

producción, alterando gradualmente algunos elementos parciales en la

práctica; si la gestión de los obreros no se extiende el conjunto del sistema

económico –valiéndose para ello de sus “grandes medios colectivos”–, ella

se reduce a una ilusoria medida parcial, a un “experimento doctrinario”

destinado a ser reabsorbido en la primera ocasión por el más poderoso

sistema capitalista.

En el libro I de El Capital186 está contenido uno de los primeros signos de la

polémica sobre el movimiento cooperativista. Marx se limita a notar el

estupor de un periódico de la burguesía inglesa ante el hecho de que en

los “experimentos cooperativos”, inspirados en el ejemplo de Rochdale,

“el primer resultado fuera una imprevista disminución en el derroche

de materiales, debido al hecho de que los obreros, sintiéndose

patronos de la fábrica, no tenían ya ningún motivo para derrochar los

materiales, como cuando trabajaban bajo un patrono. Tales juicios se

repiten en 1865, cuando Marx, tomando como base los informes

publicados por las fábricas cooperativas inglesas, afirma que “la

causa del beneficio más elevado eran en todos estos casos una

mayor economía en el empleo del capital constante”.187

Este aspecto, como es notorio, viene especialmente indicado en la

tradición marxista como uno de los elementos de superioridad del modo de

producción socialista sobre el capitalista. Es de notar, por otra parte, que

en la nota citada Marx comenta humorísticamente la sorpresa de la revista

burguesa ante el hecho de que las cooperativas, para obtener sus

sorprendentes resultados, hubieran tenido que prescindir de los capitalistas.

Esto es de hecho, para Marx, una de las principales enseñanzas que la

clase obrera debe obtener en los experimentos cooperativistas:

“Las fábricas cooperativas aportan la prueba de que el capitalista, en

cuanto funcionario de la producción, se ha hecho superfluo”.188

185 K. Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, Roma, 1964, pág. 60 (la cursiva esnuestra).186 K. Marx: El Capital, Ed. Riuniti, Roma, 1964, libro I, pág. 373.187 El Capital, libro III, pág. 459.188 Ibíd., p. 457.

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Roberto Massari

Es decir, ello hace explícito un aspecto del desarrollo monopolista que

Marx ya comprende, aunque embrionario, como una tendencia de fondo

del sistema capitalista:

“La producción capitalista misma ha hecho por sí que el trabajo de

dirección, completamente distinto de la sociedad del capital, vaya por

cuenta suya. Se ha hecho, por consiguiente, inútil que este trabajo de

dirección siga siendo ejercida por el capitalista”, el cual, “en cuanto

tal, sigue siendo únicamente funcionario, y el capitalista desaparece

del proceso de producción como personaje superfluo”.189

El análisis marxiano de la distinción entre propiedad y gestión efectiva de

la empresa, desarrollado a la luz del proceso de formación por acciones y

en los albores de la transformación del capitalismo industrial en

“financiero”, tiene una enorme importancia, sobre todo por el tipo de

debate que en torno a ello se ha desarrollado posteriormente, hasta las

relativamente más recientes posiciones de Burnham o de otros teóricos del

“capitalismo de organización”. A nosotros nos interesa, por el contrario,

saber por qué introduce Marx en el tema la cuestión del movimiento

cooperativista. De hecho, si la formación de la sociedad por acciones

representa un momento de la desintegración de la propiedad individual y

empresarial, de carácter negativo, la difusión del sistema de la gestión

directa –comprendida análogamente como forma de paso del modo de

producción capitalista “al de asociado”– no representa para el autor de El

Capital la solución positiva. La diversa valoración expresada por Marx en

este contexto está determinada por la óptica diversa con la que él

considera la experiencia cooperativista: ésta se considera como un primer

momento de afirmación de la autonomía obrera en relación con el sistema

económico de la burguesía y, como tal, susceptible de desarrollos positivos

en la dirección de una asunción de responsabilidad cada vez mayor por

parte de los trabajadores. Ello no representa, por tanto, un estadio

determinado y definitivo del proceso de emancipación del proletariado, sino

simplemente el momento del paso de la sociedad capitalista a la

comunista. Está implícito que tal desarrollo, o –como sería más preciso

decir, desarrollo de tránsito– sólo es posible con un cambio general de las

relaciones de fuerza en favor del proletariado. Lo cual no es óbice para

que las cooperativas puedan siempre representar un momento de

maduración política y de adquisición de capacidad gestionaría por parte de

los trabajadores.

189 Ibíd., págs. 457 y 459.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La valoración de la experiencia cooperativa como un primer paso hacia el

régimen de autogestión obrera se ve confirmada y definitivamente aclarada

en un fragmento escrito acaso en 1865, o en cualquier caso antes de que

surgiese la polémica sobre las diferencias con los lassalleanos. En el libro

III de El Capital, discutiendo de la función del crédito en la producción

capitalista, Marx afirma:

“Las fábricas cooperativas de los propios obreros son, dentro de la

vieja forma, el primer signo de ruptura de la vieja forma, si bien

reflejan y deben reflejar, en su organización efectiva, todos los

defectos del sistema vigente. Pero el antagonismo entre capital y

trabajo queda abolido en el interior de aquéllas, aunque se suprima

solamente en el sentido de que los obreros, como asociación, son

capitalistas de sí mismos, es decir, emplean los medios de

producción para la valoración del trabajo propio. Estas fábricas

cooperativas demuestran cómo, en cierto grado de desarrollo de las

fuerzas productivas materiales y de las formas de producción social

correspondientes, se forma y se desarrolla naturalmente de un modo

de producción un nuevo modo de producción”.190

El tema se profundiza también en el Llamamiento inaugural de 1864,191 en

el que Marx, ofreciendo una definición de carácter general de lo que debe

entenderse por movimiento cooperativista, expone cuáles son los

beneficios y los límites de la experiencia en relación con la misión histórica

del proletariado. Los beneficios consisten sobre todo en la propaganda y

en la afirmación concreta de un principio de fondo: es decir, que el modo

técnico de producción en gran escala, típico del sistema industrial, puede

hacer innecesario, gracias a la aplicación del método cooperativo, la

interferencia patronal. Los límites, por el contrario, los constituyen la

parcialidad y el empirismo que, según Marx, han caracterizado la

experiencia cooperativista, sobre todo debido al hecho de que, dado el

desarrollo monopolístico del sistema capitalista, cualquier empresa –y se

habla aquí de las cooperativas– que acepte la competencia con tales

190 Ibíd., p. 522. La cursiva es nuestra. El concepto de Auto explotación y de valoración dela fuerza de trabajo propia por parte de los obreros es también denso en cuanto asugerencias para comprender la teoría marxiana de la fase de transición, de la cualhablaremos más adelante, y el sentido que en ella atribuye a la apropiación, y después a lagestión directa de los medios de producción por parte de los trabajadores.191 “Manifiesto inaugural y estatutos provisionales de la Asociación Internacional e lostrabajadores”, en Marx-Engels: Opere Scelte, páginas 753-67. La manera en que Marxllega a redactar el manifiesto de fundación de la I Internacional en St. Martin’s Hall, deLondres, el 28 de septiembre de 1864 lo sabemos por una de sus cartas a Engels del 4 denoviembre de 1865, en Marx-Engels: Correspondencia, Roma, 1972, t. IV, págs. 245-49.

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Roberto Massari

sistemas en el plano más conveniente para éste, será derrotada desde el

comienzo. Sólo apoderándose de “los grandes medios colectivos” citados

en El 18 Brumario, o del “número”, como se indica en el Manifiesto

Inaugural, puede esperar la clase obrera llegar a la instauración de un

sistema de gestión propio. Una relectura del fragmento puede ser útil, en

este punto, para demostrar, sin la menor duda, que la temática de la

autogestión es orgánica dentro del pensamiento de Marx, llegado a un

determinado nivel del propio desarrollo; debe tenerse presente, por otra

parte, que la crítica contenida en la segunda parte del texto respecto a los

límites del cooperativismo tiende a poner de relieve los aspectos del

mismo que contrastan o dificultan directamente una extensión a escala

general de la gestión directa y no hay por ello contradicción con la primera

parte en la cual se afirma la necesidad, para el propietario, de una tal

forma transitoria de gestión:

“Hablamos del movimiento cooperativo, especialmente de las fábricas

cooperativas creadas con los esfuerzos de unos pocos trabajadores

intrépidos sin ayuda de nadie. El valor de estos grandes experimentos

sociales no puede ser sino muy elogiado. Con hechos, en lugar de

con argumentos, estas cooperativas han demostrado que la

producción a gran escala y de acuerdo con las exigencias de la

ciencia moderna, es posible sin la existencia de una clase de

patronos que emplean a una clase de trabajadores; que los medios

de trabajo no tienen necesidad, para dar su fruto, de ser

monopolizados como un instrumento de esclavitud y explotación del

trabajador; y que el trabajo asalariado, como el trabajo del esclavo,

como el trabajo del siervo de la gleba, es solamente trabajo

asociado... Al mismo tiempo, la experiencia del período que va desde

1848 a 1864 ha probado sin lugar a dudas que el trabajo cooperativo,

aunque excelente como principio y útil en la práctica, queda limitado a

las estrecheces de las tentativas ocasionales de obreros aislados, y

por ello no estará en condiciones de contrarrestar el aumento del

monopolio, que crece en progresión geométrica, de liberar a las

masas ni de aliviar de modo sensible el peso de su miseria... Para

salvar a las masas trabajadoras el trabajo cooperativo debe

desarrollarse en dimensiones nacionales y, en consecuencia, debe

ser alimentado con medios de la nación”.192

192 Manifiesto inaugural, op. cit., pág. 759-60. Vale la pena notar que a la luz de estepasaje la frase con la que se inician los estatutos de la Asociación —“La emancipaciónde los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”— adquiere un significado

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La discusión sobre el movimiento cooperativista no termina, sin embargo,

con el discurso de fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores.

Prosiguen a través de todos los congresos de la Primera Internacional,

implicando más específicamente los temas de las nacionalizaciones, de la

autogestión, etcétera, y culmina de hecho en la experiencia de la Comuna.

En el Congreso de Ginebra de 1866 corresponde a Marx la misión de

reformular en la relación introductoria el problema de la gestión colectiva

por parte de los obreros, añadiendo empero algunos avisos y algunas

diferencias, respecto a las formulaciones precedentes, de notable

importancia:

“Nosotros reconocemos el movimiento cooperativo como una de las

fuerzas transformadoras de la sociedad actual, fundada sobre el

antagonismo de clase. Su gran mérito es el de mostrar en la práctica

que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital,

despótico y pauperizante, se puede sustituir por el sistema

republicano de las asociaciones de productores libres e iguales. El

sistema cooperativo, reducido a su forma minúscula, nacido de las

fuerzas individuales de los esclavos asalariados, no puede, por sí

solo, transformar la sociedad capitalista. Son indispensables cambios

generales para convertir la producción social en un amplio y

armonioso sistema de trabajo cooperativo. Estos cambios no se

producirán nunca sin el empleo de la fuerza organizada de la

sociedad. Recomendamos a los obreros que estimulen la cooperativa

de producción antes que la de consumo, dado que esta última toca

solamente en la superficie al sistema económico actual, mientras que

la otra lo ataca en la base”.193

De esa experiencia se deduce el aspecto formativo que tiene para la

conciencia obrera, es decir, el modo en que puede abrir la puerta a la

formulación plena de la exigencia “asociativa”. En segundo lugar se

afianza la crítica a las tentativas de afrontar parcial y sectorialmente un

sistema y de las misiones que se configuran cada vez más como

“generales” y “en gran escala”. Se advierte, por otra parte, que la

socialización –es decir, “la conversión de la producción social en un amplio

mucho más preciso y concreto que en el caso de los slogans propagandísticos con quese suele utilizar. Véase una recopilación de textos marxianos sobre el tema de lacooperación en Thomas Lowit: “Etudes de marxologie”, en Cahiers de L’ISEA, n°. 129,1962, págs. 791-98. Véase también Jacques Gans: “Karl Marx et la Coopération”, enRevue d’Etudes Cooperatives, n°. 47, 1968, páginas 97-108.193 K. Marx: Obras, Pleiade, París, vol. I, pág. 1.469; trad. italiana en I. Bourdet, art. cit.,págs. 279, 281.

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y armonioso sistema de trabajo cooperativo”– es posible sólo después del

advenimiento de una transformación más general de la sociedad en su

conjunto, por medio de la acción decisiva de “sus fuerzas organizadas”. De

este modo se sitúa, en antítesis directa de las posiciones lassalleanas, el

problema de la conquista del Estado y de su dirección por parte de los

trabajadores, como el paso decisivo para llegar a la construcción del nuevo

sistema social. Y, en fin, lo que es aún más importante, se recomienda

encaminar tal transformación hacia el sector clave de la economía –el

productivo– y de no caer en la trampa utopista o típica del igualitarismo

pequeño-burgués, creyendo que una reestructuración “más justa” o una

dirección igualitaria de los mecanismos de distribución pueden llegar a

derivar a una transformación radical del sistema, de sus fuentes de

acumulación, de su finalidad, del flujo de las inversiones, etc. Los términos

de “libres e iguales” empleados en la relación están aclarados en el párrafo

e), cuando se pone en guardia contra los peligros de degeneración

burocrática, afirmando:

“Al objeto de impedir que las sociedades cooperativas degeneren en

sociedades burguesas corrientes (sociedades comanditarias), todo

obrero debe recibir el mismo salario, sea o no asociado”.194

El debate prosigue en los congresos sucesivos.195 Es evidente que en la

discusión sobre cooperativas un puesto de primera importancia corresponde

a los proudhonianos, presentes en la Asociación Internacional en número

considerable. De hecho son ellos los que en el congreso de Lausana

(1867) plantean el problema de la socialización de los medios de

transporte, suscitando empero entre sus propias filas la oposición de

algunos que, rechazando la parcialidad de las teorías mutualistas, se

declaran decisivamente a favor de una “colectivización y de una gestión

completa de los medios de producción”.196 Al respecto es interesante ver el

cambio de golpes entre el delegado francés, Longuet, y el líder de los

jóvenes proudhonianos heterodoxos, el belga Cesar de Paepe: el primero

afirma:

194 K. Marx: Obras, pág. 1.470.195 El primero y segundo congreso son de influencia proudhoniana. En Ginebra, Marx nocomparece (en realidad sólo aparecerá en el congreso de La Haya, 1872: “Yo no hepodido ir ni he querido tampoco, pero he sido el que ha redactado el programa de losdelegados de Londres.” (Carta a Kugelmann del 9 de octubre de 1864). (N. del T.)196 Véase B. Nikolaevski-O. Maenchen-Helfen: Karl Marx, págs. 309-310.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“que a propósito de la organización, por parte del Estado, de los

ferrocarriles, canales, minas y servicios públicos, está claro que estos

servicios no serán administrados por funcionarios del Estado, sino

construidos, desarrollados y administrados por compañías obreras

que se comprometerán a asegurar los servicios a los precios de

costo, sin pretender obtener beneficios; es decir, quedarán sometidos

al principio general del mutualismo”.197

El segundo, por el contrario, y a él corresponde en gran parte el triunfo del

colectivismo en el interior de la Internacional, se declara de hecho por la

posición de Marx en lo que respecta a la extensión del proceso de

socialización y rebate al delegado de Caen diciendo que:

“la sola diferencia entre la teoría de Loguet y la suya propia está en

que Longuet acepta la colectividad para el subsuelo, los ferrocarriles

y los canales, en tanto que él quiere extenderla a todo el suelo”.198

En el congreso de Bruselas del año siguiente corresponde también a De

Paepe situar la discusión en sus términos reales sobre la gestión de la

hacienda agrícola expropiada, recordando cuáles son los riesgos implícitos

en la restricción del sector colectivo al mundo real, es decir, en el rechazo

a extender el proceso de socialización y de gestión directa al resto de la

sociedad; propone, por tanto, la atribución de la propiedad territorial a las

“asociaciones agrícolas libres e independientes, reconociendo a tal

sistema las siguientes ventajas:

“1. Pone el trabajador agrícola, copropietario de una gran hacienda

rural, en las mismas condiciones en que, en la nueva sociedad, se

desenvolverán los trabajadores de la industria, copropietarios de la

fábrica o de la oficina.

”2. Sustrae a la asociación a cualquier influencia del Estado o del

poder comunal, influencia que podría ser fuente de privilegio o de

despotismo”.199

197 Las citas pertenecen a la compilación de documentos sobre la I Internacional a cargode Jacques Freymond, ed. Droz, Ginebra, 1962. Traducción castellana, Ed. Zero, Bilbao.198 Las citas pertenecen a la compilación de documentos sobre la I Internacional a cargode Jacques Freymond, ed. Droz, Ginebra, 1962. Traducción castellana, Ed. Zero, Bilbao.199 Véase Michel Raptis: “La Premidre Internationale sur l'autogestion”, en Autogestión,n°, 5, 6, 1968, p. 194.

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El congreso, sin embargo, se pronunciará a favor de una atribución de la

propiedad (agrícola, minera y de los transportes) al Estado como

representante de la nueva comunidad social y por una gestión directa de

tales haciendas por parte de las:

“compañías de mineros, ferroviarios, trabajadores agrícolas, etc.: el

problema suscitado por De Paepe respecto a la posible degeneración

burocrática de una forma sectorializada de autogestión se deja de

lado”.200

En el debate sobre el colectivismo y la socialización Marx participaba sólo

hacia el final. El consideraba a este respecto que “era prematuro tomar

decisiones de orden general”.201 Pero ante una disidencia que amenazaba

ya con desunir las filas de la Internacional no puede menos que intervenir.

El congreso de Basilea (5-12 de septiembre de 1869) se reúne teniendo en

el orden del día la “cuestión agraria”: las tesis fueron preparadas por Marx

y en ellas se afirma –con 54 votos a favor– el principio de la apropiación de

la tierra y de su gestión colectiva por parte de la sociedad. Este principio

permanecerá intangible durante más de treinta años en el movimiento

obrero europeo.

El congreso siguiente hubiera debido celebrarse en París en 1870. En

realidad los acontecimientos inherentes a la guerra francoprusiana –

especialmente la experiencia de la Comuna– no sólo impedirá el desarrollo

de tal congreso, sino que tendrá una influencia decisiva sobre el destino de

la Internacional, acelerándose de hecho la disolución.

Marx, que había recibido de la Internacional el encargo de redactar un

manifiesto de solidaridad con la Comuna –La primera república de los

trabajadores–, conseguirá solamente a pocas jornadas del sangriento

epílogo hacer llegar a las diversas secciones el famoso Llamamiento, más

200 Véase también la descripción de los debates en Mehring: “Por el contrario, losproudhonianos fueron completamente derrotados sobre la "cuestión de la propiedad";respecto a la propuesta de De Paepe, se aprobó una importante solución acompañadade una moción particularizada, que afirmaba que en una sociedad bien organizada, lascanteras de piedra, el carbón fósil y todas las demás minas y ferrocarriles debenpertenecer a la colectividad, es decir, al nuevo Estado sometido a la ley de la justicia, yque ahora debían ser confiadas a grupos de obreros, con las necesarias garantías parala colectividad. El terreno agrícola y los bosques deben ser igualmente transformados enpropiedad colectiva del Estado, y confiadas con las mismas garantías a la sociedadagrícola. En fin, los canales, las grandes rutas, los telégrafos y, en suma, todos losmedios de comunicación deben ser propiedad colectiva de la sociedad. No obstante suviolenta protesta contra este "comunismo grosero", los franceses conseguirán sóloobtener que la cuestión sea examinada de nuevo en el próximo congreso, para el cual sedesigna la ciudad de Basilea.” Vida de Marx, pág. 402.201 Véase Nikolaevskij-O. Maenchen-Helfens, op. cit., p. 310.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

conocido por La guerra civil en Francia.202 No es éste el lugar adecuado

para llevar a cabo un profundo estudio de la experiencia de la Comuna –

primer ejemplo de gobierno obrero y popular en la Historia–. Por otra parte,

cuanto de relevante hubo en tal experiencia ya fue puesto de relieve por

Marx; la interpretación marxiana tiene para nosotros un doble valor, por un

lado, como nexo fundamental para la comprensión de la teoría marxiana

de la autogestión, y por otro, como juicio histórico sobre el alcance y sus

límites de semejante primera experiencia autogestionaria.203

En el tercer capítulo del Llamamiento Marx afronta el problema del poder

obrero a la luz de la teoría crítica del Estado y de la representación política

que ya le hemos visto desarrollar en los primeros años de su actividad

intelectual, cuando el carácter despótico y alienante del poder estatal

burgués ya quedaba puesto en evidencia sobre la base de una simple

crítica “radical” a Hegel. El Estado se desarrolla, según el análisis de Marx,

en cuanto instrumento centralizado de represión: es más bien su propio

origen –que ha de buscarse en el régimen de la monarquía absoluta– lo

que le confiere el carácter dictatorial destinado a articularse en sus

órganos fundamentales, como el ejército permanente, la policía, la

burocracia, el clero y la magistratura.

La emancipación social del proletariado en el estado de dominación y de

explotación a que le somete el régimen burgués debe pasar, por tanto, a

través de la destrucción del poder político sobre el cual se funda tal

régimen:

“Pero la clase obrera –prosigue el Llamamiento– no puede poner

simplemente la mano sobre la máquina del Estado rápida y

fácilmente, y ponerla en movimiento para sus propios fines”.204

En este sentido, según Marx, la sustitución de la vieja máquina estatal con

la nueva forma organizativa –El autogobierno de los productores (pág.

64)– corresponde exactamente a los fines de clase hacia los cuales tal

autogobierno está encaminado. Por esta razón, “el dominio de los

productores no puede coexistir con la perpetuación de su sometimiento

social”, mientras “las simples medidas aprobadas por ella (la Comuna)

pueden solamente expresar la tendencia a un gobierno del pueblo por el

pueblo” (pág. 72).

202 K. Marx: La Guerre civile in Francia, Roma, 1970. El Manifiesto, redactado enLondres, lleva fecha de 30 de mayo de 1871.203 K. Marx: Scritti sulla Comune di Parigi, Roma, 1972.204 Ibíd, p. 59-60.

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Roberto Massari

El hecho de que Marx utilice indiferentemente la expresión de “autogobierno

de los productores” y “gobierno de la clase obrera” nos hace comprender

claramente cuál es la concepción de la forma político-organizativa que

debería haber asumido la dictadura del proletariado el día que, como en el

caso de la Comuna, los trabajadores empezaron a tener una experiencia

de autogestión centralizada a nivel económico y político. Lo que sigue

aclara el pensamiento de Marx:

“La Comuna estaba compuesta por consejeros municipales, elegidos

por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad, y eran

responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus

miembros era, naturalmente, obreros o representantes reconocidos

de la clase obrera... Desde los miembros de la Comuna para abajo,

todos los que desempeñaban cargos públicos debían desempeñarlos

con salarios de obreros... Los magistrados y los jueces debían ser

electivos, responsables y revocables como todos los demás

funcionarios públicos...; el viejo gobierno centralizado tendría que

ceder su puesto también en las provincias al autogobierno de los

productores...; en los distritos rurales el ejército permanente debía ser

sustituido por una milicia nacional, con un período de servicio

extremadamente corto”.205

La adhesión de Marx a la forma organizativa asumida por la Comuna, o

por lo menos a la estructura que habrían debido conferirle sus animadores

–como aparece en sus pocos pero fundamentales decretos–, es

indiscutible. La perplejidad que Marx expresará a Dómela Nieuwenhuis en

1881 tiene fundamentalmente relación con cuestiones de táctica y de

oportunidad, pero no ciertamente con lo sustancial de las iniciativas

tomadas por los comuneros en el campo social. El consenso de Marx se

extiende también a las simples medidas adoptadas por el gobierno

revolucionario, entre las cuales viene citada la famosa circular del 16 de

abril, con la cual se transmitía “a las asociaciones obreras, bajo reserva de

indemnización, todas las fábricas y los talleres cerrados, tanto si los

respectivos capitalistas eran fugitivos como si habían preferido suspender

el trabajo”.206

205 La Guerre civile..., págs. 63-64; la cursiva es nuestra 206 Ibíd., págs. 72-73- Véase también el juicio de Engels contenido en la «Introducción» de1891 a La guerra civil en Francia: “El 16 de abril la Comuna ordenó una relación estadísticade fábricas que los patronos habían cerrado y la elaboración de proyectos para la aperturade las mismas por los obreros que hasta entonces se ocupaban de ellas, reunidos ensociedad cooperativa, para la reunión de las cooperativas en una gran organización... Eldecreto de mayor alcance de la Comuna ordenaba una organización de la gran industria e

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por otra parte, ante las tentativas –pasadas y probablemente futuras –de

limitar el empuje radical de la “única clase capaz de iniciativas sociales”

(pág. 69), en los ensayos de cooperativismo subalterno o de la

participación controlada, Marx hace en el curso del Llamamiento una clara

distinción entre la concepción reformista pequeño-burguesa del

cooperativismo –la concepción de los apóstoles frenadores y bulliciosos

del cooperativismo– y la teoría de la autogestión obrera, entendida como el

proceso a través del cual el proletariado crea los propios organismos de

control, sea sobre la nueva forma asumida por el poder político, sea sobre

las bases económicas y sociales de tal poder:

“Si la producción cooperativa no debe quedarse en una ficción y en

un engaño; si ella debe sustituir al régimen capitalista; si las

asociaciones cooperativas unidas deben regular la producción

nacional de acuerdo con un plan común, tomándola bajo su control y

poniendo de este modo fin a la anarquía constante y a las

convulsiones periódicas que son la suerte inevitable de la producción

capitalista, ¿qué cosa es esto, señores, sino comunismo, comunismo

posible?”.207

Estructura asociativa, planificación, control y gestión directa se convierten

así, para Marx, en los ejes de apoyo del proceso que, definido como

“comunismo”, compendia en realidad la elaboración filosófica, económica,

histórica y política desarrollada por él durante treinta años en torno al

problema de la autoemancipación humana y de la gestión obrera de la

sociedad. Sobre la base de estas consideraciones creemos disponer ya en

lo sucesivo de elementos suficientes para poder examinar la última gran

contribución prevista por Marx a la problemática de la fase de transición y

de la autorganización obrera, contenida en Glosas marginales al programa

del partido obrero alemán. 2 0 8

incluso de las manufacturas, las cuales no debían fundarce solamente sobre la asociaciónde los obreros de cada fábrica, sino que debía también reunir en una gran sociedad todasesas fábricas; en resumen, una organización que, como justamente dice Marx en La guerracivil, debía llevar finalmente al comunismo.” (Ibíd., págs 14-18.) Véase también A. Decouflé:“La Commune de París et le probléme des biens vacants”, en Autogestión, n°. 5-6, 1968,págs. 196-208. En el apéndice ofrecemos una traducción de la circular del 16 de abril. Paraulteriores noticias respecto al debate y a la actividad de la Comuna se puede ver lareimpresión de la compilación publicada en 1871: Les 31 sé anees Officielles de laComune de París, París 1970. La noticia de la presentación del decreto por parte delciudadano Avrial y de la votación está en la p. 37.207 La Guerre civile, p. 68; la cursiva es nuestra.208 K. Marx: Crítica al programa de Gotha, introd. de A. Illuminati, Roma, 1968. Para unencuadramiento histórico del congreso de reunificación de las dos tendencias(lassalleana y eisenachiana) de la socialdemocracia alemana, véase –a pesar de laesencial incomprensión de la teoría marxiana– F. Mehring: Storia della socialdemocrazia

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Roberto Massari

La intervención de Marx en el debate abierto con ocasión del congreso de

Gotha –en el cual se gestaron las bases de la reunificación entre las dos

ramas de la socialdemocracia alemana, tras la promulgación de un

programa de compromiso– representa el vértice (en sentido teórico, pero

también cronológico) de la elaboración marxiana en torno a la problemática

de la construcción del socialismo y de la fase de transición. En Glosas

aparecen sintéticamente los puntos esenciales de la teoría marxiana del

valor-trabajo, la crítica del Estado y la inevitabilidad de la ruptura

revolucionaria para la instauración de la sociedad “colectivista”. Sin

embargo, aparte de los temas ya desarrollados en obras anteriores,

aparece también aprovechada la oportunidad para, por un lado, poner fin a

la vieja polémica que había atraído la atención de Marx por espacio de

años –la mantenida con el difunto Lasalle y sus seguidores–, y por otro,

para expresar, en términos generales, pero inequívocos, la más completa

definición de la fase de transición al socialismo y de la forma de gestión

que deberá asumir la sociedad dirigida por los trabajadores.

Marx rechaza sobre todo cualquier concepción utopista de tal tránsito,

recordando que la “iniciativa social” del proletariado no empieza a

ejercitarse en el ámbito de la estructura nacida bajo su impulso y que le es

congénita, sino sobre la base de un sistema no sólo desarrollado en

cuanto burgués, sino llegado también al máximo de las propias

contradicciones. Es evidente que más tarde, en la nueva sociedad de los

trabajadores, tal como se presenta al día siguiente de la ruptura

revolucionaria, no podrá ser abolida integralmente la ley del valor; ésta

continuará ejerciendo la misma influencia en el curso de la fase de

transición en un sector particular, pero siempre importante, del sistema

económico: el de la distribución. De hecho, en tal sector continuará vigente

el cambio de valores iguales, como criterio fundamental de la retribución.

Aunque la sustitución de la moneda con los bonos de trabajo no podrá

eliminar el carácter burgués de tal forma retributiva, desde el momento que

el “derecho igual” continúa siendo –según el principio– el derecho burgués,

aunque principio y praxis ya no están en contradicción, mientras el cambio

de los equivalentes en el cambio de las mercancías existe solamente en el

término medio, no para el caso del “individuo sólo”.209 El aspecto formal de

la igualdad conservado por esta especie de instituciones burguesas, desde

tedesca, vol. II, y también Vita di Marx, cit., págs. 505-12.209 Ibíd., págs. 37-38. Para una discusión sobre la validez limitada de la ley del valor enuna sociedad de transición y en general sobre la idea expresada por Marx en la Crítica alprograma de Gotha, véase Michel Pablo: Dictadure du Prolétariat, démocratie,socialisme, París, 1958, especialmente págs. 13 y sigs.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

el momento en que dicha igualdad continuará siendo aplicada –durante

toda una fase– a los individuos, a sujetos sociales, todavía marcados por

la desigualdad, sea ésta de carácter natural, sea, por el contrario, una

herencia del sistema capitalista. A Marx no se le escapa, además, la

posibilidad de que se desarrolle un tercer tipo de desigualdad en el interior

de la sociedad de transición, ni natural ni capitalista, sino original y

determinada por la cristalización de nuevas formas de privilegios. Casi

incidentalmente pone de hecho el acento en una posible solución para la

lucha contra lo que hoy definiríamos como poder burocrático, diciendo que

tales inconvenientes se podrían remediar con un derecho todavía más

desigual (entendiendo por esto una distribución de las ventajas y de las

oportunidades inversamente proporcionales al estado de miseria y de

retraso de los individuos). Tocará a la historia futura de los Estados en que

se verá eliminado el poder de la burguesía demostrar la importancia y

previsión de la preocupación marxiana por la supervivencia de las

desigualdades en la sociedad de transición y por los peligros de

degeneración contenidas en tal supervivencia. Por ahora, sin embargo, no

se puede hablar de otra cosa que de intuición accidental, por parte de

Marx, de la necesidad, de que el proceso de transformación de los

contenidos y de los fines de tal gestión: la progresiva afirmación de

principios igualitarios también no puede, más tarde, dejar de aparecerse a

Marx como el principal entre los elementos que caracterizan la

construcción del socialismo.

Puede asimismo parecer, tras una primera y superficial lectura de las

glosas que el juvenil optimismo, reprochado por Ruge a Marx en los

últimos meses de su amistad, se haya transformado con los años en un

negro pesimismo: la revolución como proceso de lenta construcción o

reconstrucción, la permanencia del derecho burgués (sea puramente en

forma limitada), la desaparición gradual (y no inmediata o automática) de

las instituciones autoritarias, la distinción entre una fase “inferior” y una

más avanzada del comunismo, son todos ellos temas que tomados

aisladamente pueden hacer creer en un replanteamiento por parte de

Marx, no sólo en lo que respecta a la “actualidad de la revolución” (para

citar a Lenin), sino francamente en lo que atañe a la capacidad real por

parte del proletariado para romper definitivamente con la forma económico-

social dominante y para reorganizar la sociedad según principios propios.

Lo que escapa a una lectura de este tipo es el hecho de que el carácter

autogestionario de la dictadura proletaria se demuestra, según Marx, no a

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partir de los aspectos aislados del proceso colectivo, para después llegar a

alcanzar el conjunto de las relaciones sociales de producción, sino

exactamente en sentido opuesto. La gestión directa por parte de los

trabajadores debe iniciarse en el conjunto de tales relaciones, en el cuadro

general en que se sitúa la organización del trabajo, para luego penetrar

todas sus articulaciones concretas. Es el control sobre las palancas

generales de la organización productiva que permite al proletariado darse

una organización estatal alternativa (es decir, fundada en los consejos),

regular la producción sirviéndose de las más modernas técnicas de la

planificación, dirigir el flujo de las inversiones en un sentido tal que permita

la generalización de la abundancia sin la cual cualquier discurso sobre la

igualdad retributiva es una pura enunciación teórica.

Por otra parte, son éstos algunos de los elementos que Marx ya había

formulado en el Manifiesto inaugural de 1864, cuando consideraba la

necesidad de una extinción del cooperativismo a escala nacional, antes de

que una medida semejante pudiera caracterizarse sucesivamente como

socialista.

Y es a la luz de esta definición más madura de las características de la

dictadura proletaria que adquiere sentido también el texto sobre la

autoexplotación de los proletarios, aludido en el libro III de El Capital. La

aceptación de una desigualdad temporal, la sumisión de las exigencias

productivas y racionalizadoras de la nueva organización económica tiene

el significado para los obreros de una “valorización del propio trabajo”210

solamente en la medida en que ellos pueden controlar la finalidad a que se

encamina tal valorización.

Marx enuncia alguna de estas finalidades: ellas representan los objetivos

comunistas verdaderos y propios, distintos en lo sucesivo de las

reivindicaciones “democráticas” y transitorias consideradas por él

indispensables –hasta el final de sus días– para mantener una dinámica

revolucionaria.

La “fase más avanzada de la sociedad comunista”211 está caracterizada en

Marx por la eliminación de la división social del trabajo (del contraste entre

el trabajo intelectual y manual, del carácter placentero que asume tal

210 El Capital, libro III, p. 522.211 Crítica al programa de Gotha, p. 38; conceptos análogos se expresan en una cana deEngels a Bebel, 18 de marzo de 1875, en la cual no sólo se afirma la necesidad dehablar como mínimo de “administración por parte del pueblo” en el curso de la fase detransición, sino que pone también de relieve la relación directa que debe existir entre talfase y la disolución de cualquier forma estatal. Opere Scelte, págs. 983-984.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

trabajo, del desarrollo polivalente de los individuos, del pleno desarrollo de

las fuerzas colectivas, de la generalización del régimen de la abundancia,

desaparición total de las normas jurídicas y las instituciones burguesas).

“A nosotros se nos plantea este problema: ¿qué transformación

sufrirá el Estado en una sociedad comunista? ¿Qué funciones

sociales subsistirán de las que son actualmente funciones del

Estado”.212

En la fase superior de la sociedad comunista, la respuesta es simple:

ninguna. En la fase inferior, sin embargo, la clase obrera tiene necesidad

de instrumentos, de instituciones que en un cierto sentido le permita

ejercitar el propio control de todos los aspectos de la vida social –además,

obviamente, la necesidad de mantener las milicias, los tribunales, la

policía, etc., para defenderse de los golpes de la contrarrevolución interna

o internacional–. Marx niega que el ejercicio de tales funciones depende de

la existencia de la organización política de la cual los obreros se hayan

servido en el comienzo de la propia actividad revolucionaria (pág. 43): en

realidad nosotros sabemos por el Manifiesto de 1850 que para Marx la

estructura específica por medio de la cual los obreros ejercitan las propias

funciones de control es la de los “comités” y la de los “círculos”

coordinados a escala nacional. Es, en sustancia, a la luz de este ejercicio

del poder de control sobre las actividades sociales por parte del

proletariado que se puede establecer el sentido revolucionario o regresivo

de las medidas adoptadas en el período de transición al comunismo: para

el Marx de las Glosas no hay duda de que la gestión no solamente de la

sociedad comunista, sino también de la estructura en la cual se configura

la sociedad de transición, debe ser obra del proletariado organizado en

“círculos” y “comités”, es decir, que es extraña al pensamiento marxiano

cualquier concesión de una delegación de poderes a representantes

(políticos o tecnocráticos) de la clase obrera misma.

Del mismo modo, es completamente extraño al pensamiento marxiano la

idea, de origen claramente lassalliano, de que la extensión del sistema

cooperativo o autogestionario al conjunto del proceso de producción puede

ser favorecido de un modo u otro por el Estado u otras instituciones

burguesas. Lasalle había sostenido en el pasado que el problema de la

supervivencia de las cooperativas en el ámbito del régimen de

concurrencia capitalista se puede resolver con la concesión de créditos por

212 Ibíd., p. 48

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Roberto Massari

parte del Estado. Esta hipótesis, tomada de nuevo del Programa de Gotha,

es violentamente atacada por Marx, que no duda en reconocer en ello

cualquier peligro de degeneración reformista del movimiento cooperativo

tantas veces denunciado.

“El hecho de que los obreros quieran crear las condiciones de la

producción colectiva a escala social, y antes que nada en sus países,

aunque a escala nacional, significa simplemente que trabajan en la

transformación de las actuales condiciones de producción y no tienen

ningún punto de contacto con la fundación de la sociedad colectiva

protegida por el Estado. Pero en lo que respecta a la actual sociedad

cooperativa, ésta tiene valor solamente en tanto que creaciones

obreras independientes, no protegidas ni por gobiernos ni por la

burguesía”.213

Creemos haber demostrado suficientemente la continuidad que ofrece la

reflexión del joven Marx sobre la problemática de la autoemancipación, la

formulación más concreta que tal problema asume en el curso de la

elaboración marxiana más madura: la autogestión de los productores

asociados, entendida como control y participación directa de los

trabajadores sobre el conjunto de la actividad económica y social, es la

forma que deberá distinguir a la sociedad comunista de todas las

precedentes sociedades de clase o de las caricaturas utopistas del siglo

XIX. No podemos ciertamente afirmar que tal temática haya sido esbozada

completamente por parte de Marx –un hombre remiso, por convicción

teórica, a las disertaciones sobre características de la futura sociedad

postcapitalista. Podemos empero afirmar, tras la conclusión de nuestra

lectura de los principales textos marxianos, que de cualquier modo el autor

de El Capital ha considerado necesario el deber de especificar la posible

relación existente entre la acción concreta del proletariado y los fines

históricos perseguidos por éste; él ha intentado siempre hacer resaltar el

carácter revolucionario de todas las instancias organizativas en las que los

trabajadores pueden expresarse y actuar autónomamente.

La autonomía obrera constituye, por tanto, la mediación dialéctica entre la

toma de conciencia individual de la necesidad de luchar por la propia

emancipación y el sistema social en el que tal emancipación, en cuanto a

exigencia colectiva de la mayoría de la población, se hace posible.

Autogestión en lo sucesivo equivale, para Marx, a acción consciente por

213 Ibíd., p.. 47. La cursiva es nuestra.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

parte de los sujetos asociados, sobre los datos objetivos de la propia

existencia social. Incluso antes que a la gestión y a la organización del

mecanismo empresarial, ella equivale a la construcción y posición de

aquella estructura (obreras y populares) que sustituyendo al Estado

político de origen liberal, burgués, podrá finalmente dirigir el proceso de

producción hacia fines sociales y no ya privados o corporativos. Que tal

forma de gestión se deba concretar en una descentralización de las

decisiones empresariales, o en una centralización de los instrumentos y de

los datos de los planes, o en una combinación de ambos, son problemas

insolubles abstractamente en el interior de la teoría elaborada por Marx.

Sólo un análisis de las condiciones específicas en el que adviene la

transición al socialismo podrá determinar la solución de éstos y otros

problemas que ciertamente –según la interpretación que nosotros damos

del pensamiento marxiano– aparecen sin duda menos insuperables

cuando al “Estado político” de la burguesía sustituya la estructura

consejista de la “libre asociación de los productores”. Esto, por lo menos,

es lo que declara el propio Marx en un célebre pasaje de las Glosas:

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista está el período

de la transformación revolucionaria de la una a la otra. A ello

corresponde también un período político de transición, cuyo estado no

puede ser otro que la “dictadura revolucionaria del proletariado”.214

214 Ibíd, pág. 49. Queremos añadir a modo de conclusión otras dos citaciones de la obra deMarx que parecen significativas, aunque sean indirectas, en relación a la problemática dela autoemancipación, que en cierto sentido completan el cuadro teórico que hemosintentado reconstruir. La primera se trata de una cana circular de Marx-Engels a Bebel y alos otros dirigentes de Lipsia (septiembre de 1879); en ella, los dos amigos, ponderando elmérito de algunos artículos publicados en el órgano del partido obrero alemán, afirman, conla vivencia que había caracterizado precedentemente la crítica al programa de Gotha, lanecesidad de defender la autonomía obrera contra cualquier forma de instrumentalización:“Nosotros hemos formulado, en el momento de la creación de la Internacional, el lema denuestra batalla: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.No podíamos, por tanto, proceder junto a gente que declara abiertamente que los obrerosson demasiados incultos para liberarse por sí mismos, que deben ser liberados desde loalto, es decir, por parte de alguna grande y pequeña filantrópica burguesía.” (Publicado porprimera vez en 1931 en la revista Die kommnunistische Internationale.) Algunos pasajeshan sido traducidos en francés por N. Rubel: Pages choisies pour une etique socialiste,1948, págs. 231-35; la mención de la carta está en Marx-Engels: Carteggio, t. VI, pág. 304(Engels a Marx, 9 de septiembre de 1879). La segunda tiene un valor más por el sentidoimplícito que por los términos específicos; nos referimos al “Cuestionario” compilado porMarx para una encuesta obrera, encaminada a fijar las condiciones reales de existencia delproletariado francés y su grado de autoconciencia. Aunque toda la encuesta seencaminaba al fin práctico de inducir a los obreros a plantearse los problemas “radicales”sobre la organización del trabajo en las fábricas, aquí, sin embargo, las preguntas precisasindican claramente el tipo de problemas que, entre otros, estaban en el centro de laatención de Marx: “Pág. 82. ¿Existen leyes de resistencia en su oficio y cómo estánorganizados? Pág. 95. ¿Existen en su fábrica y en su oficio sociedades de socorros mutuospara los casos de accidentes, enfermedad, muerte, incapacidad temporal en el trabajo,vejez, etc.? Pág. 198. ¿Existe sociedad cooperativa en su oficio? ¿Cómo está dirigida?

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Roberto Massari

Apéndice

Circular de la Comuna de París sobre la requisa de fábricas cerradaso temporalmente abandonadas:

La Comuna de París,

Considerando que una cantidad de fábricas han sido abandonadas por

algunos de sus directores, con objeto de rehuir obligaciones cívicas, y sin

tener en cuenta los intereses de los trabajadores; considerando que

después de este vil abandono se han visto interrumpidas esenciales

actividades para la vida comunal y comprometida la existencia misma de

los trabajadores, decreta:

Las Cámaras obreras sindicales son convocadas a fin de tomar una

comisión de encuesta que tendrá como objetivo:

1. Redactar una relación de las fábricas abandonadas, junto a un

inventario preciso del estado en que se encuentran y de

instrumentos de trabajo que contienen.

2. Presentar una relación que establezca las condiciones prácticas

para una rápida puesta en función de tales fábricas, no ya por

parte de los desertores que las han abandonado, sino por parte de

las asociaciones cooperativas de trabajadores que las han

ocupado.

3. Elaborar un proyecto de constitución de tales sociedades

cooperativas obreras.

4. Constituir un jurado arbitral que establezca, al regreso de los

citados patronos, las condiciones para la cesión definitiva de la

fábrica a la sociedad obrera y el importe de la indemnización que

la sociedad deberá pagar a los patronos.

Esta comisión de encuestas deberá dirigir la propia relación a la comisión

comunal del trabajo y del cambio, que a su vez deberá presentar a la

Comuna, en el tiempo más breve posible, el proyecto de decreto

correspondiente a los intereses de la Comuna y de los trabajadores.

París, 16 de abril de 1871

Pág. 99. ¿Existen en su oficio fábricas en las que las retribuciones de los obreros esténpagadas en parte en concepto de salario y en parte en concepto de copanicipación en losbeneficios?” El “Cuestionario” fue publicado anónimamente en la Revue Sacialiste del 20de abril de 1880. La trad italiana está en Quaderni rossi, n°. 5, 1965. págs. 24-30. Lapaternidad de Marx en este trabajo está comprobada por una cana suya a Sorge del 5 denoviembre de 1880.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

CAPÍTULO 4LA CONCEPCIÓN ANARCOSINDICALISTA

DE LA AUTOGESTIÓN

Tanto Proudhon como Marx habían intentado resolver el problema de una

gestión alternativa más racional de la organización económica y de la vida

social. Ambos se habían propuesto hallar una respuesta al problema de

fondo que el desarrollo de la industria y la transformación de las viejas

estructuras económicas y políticas anteriores a los años cuarenta

suscitaba en las filas del naciente movimiento obrero o en los más

restringidos círculos de vanguardia. Ya hemos visto cómo no fueron ellos

los únicos en afrontar semejante problemática, pero cómo se hicieron, por

el contrario, intérpretes de una preocupación ampliamente difundida en los

ambientes políticos y radicales de la época respecto al futuro de la

organización social capitalista. Con esto, obviamente, no queremos decir

que ellos hayan sido los primeros en interrogarse sobre las salidas de tal

sistema: queremos sólo afirmar que la reflexión sobre la posibilidad de una

gestión alternativa de la organización económica y social, dirigida desde el

punto de vista de la clase trabajadora, adquiere un valor científico (y en

particular un carácter efectivamente sistemático) sólo en el momento en

que, en la obra de los dos autores citados, la utopía “libertaria” heredada

del siglo de las luces empieza a encarnarse en una teoría de la revolución

y de la autogestión productiva. Tanto Proudhon como Marx intentarán dar

una forma concreta a tal utopía, liberándola y penetrando hasta el

fundamento real en la misma organización capitalista del trabajo.

La reflexión sobre las contradicciones estructurales y coyunturales que el

difícil ajuste de la primera revolución industrial dejaba planteado podía, por

estas mismas razones, ser enfocado por lo menos desde dos puntos de

vista. El de la realización empresarial y el de la racionalización social

(entendiendo por este último la búsqueda de una forma de existencia

societaria en la cual las relaciones sociales de producción no constituyen

ya un obstáculo para la explotación integral de los recursos y de la

potencialidad implícita en el desarrollo de la fuerza productiva). Hoy no es

difícil comprender, a la luz de la experiencia histórica sucesiva, cómo los

dos puntos de vista han podido a veces coincidir, llegando directamente a

postular, según un viejo principio santsimoniano, el acuerdo entre patronos

y obreros, en vista de la unificación de un interés común.

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Roberto Massari

El hecho mismo de que se considerase necesario atribuir al proletariado un

papel dominante en el proceso de la “revolución constructiva”, e incluso

antes de que aquél pudiese demostrar la mínima prueba de su capacidad,

puede ayudar a comprender la dificultad de la misión que asumieron

hombres como Proudhon, Marx, L. Blanc, Bakunin, etc.

Las contradicciones, los rodeos, los nuevos planteamientos que en

diferente medida se encuentran en cada uno de ellos, como en otros

teóricos de la “nueva organización social”, son en parte el reflejo de la

ambigüedad y de la ambivalencia que puede haber caracterizado el

resultado de su investigación, es decir, del uso que una clase o la otra

podía hacer, según los casos, de la necesidad y de las relaciones de

fuerza históricamente dadas. Si cuanto queda dicho es cierto para Marx,

que antes de sucumbir a una interpretación groseramente mecanicista y

dogmática ha tenido el honor de ser considerado como una de las más

altas expresiones del evolucionismo positivista de finales de siglo, lo es

todavía más para Proudhon.

Según los casos, ha sido considerado como el padre espiritual del

mutualismo, del federalismo, del cooperativismo, del colectivismo, del

anarquismo, del comunismo libertario, del anarco-sindicalismo, del

sindicalismo revolucionario, además de todas las corrientes de más

reciente formación, que al definirse “autogestionarias” contraponen una

teoría “autoritaria” de la autogestión (de origen sin duda marxiano) a una

“libertaria” de inspiración proudhoniana. Sin embargo, aunque la

arbitrariedad de una caracterización semejante aparece evidente ante una

simple lectura de los textos, no se puede negar que en Proudhon y en

Marx hemos captado dos diversas concepciones de la autogestión y, en

general, dos diversas maneras de entender la lucha de clases y el proceso

de emancipación del proletariado. Podremos más bien decir que la primera

gran división en las filas del movimiento obrero occidental se puede fijar en

los inicios de la polémica entre marxistas y proudhonianos215; es decir,

anterior a que estallase en el seno de la asociación el conflicto entre

marxistas y bakuninistas.

215 Para una discusión más general sobre los orígenes, la historia y la experiencia delmovimiento anarquista, sobre la base de análisis «actualizados» en cuanto al método y alos instrumentos crítico-históricos, véase el último volumen de la Fondazione EinaudiAnarchtci e anarchia nel mondo contemporáneo, Atti del Convegno promosso dellaFondazione Etnaudi, Torino, 1969, Dic. Historias del movimiento anarquista internacional enlengua italiana se encuentran en M. Nettlau: Breve storia dell'anarchismo, Seseta, 1964; G.Woodocock: L 'anarchia. Storia delle idee e dei movimentt libertan, Milán, 1966; J. Joll: Ilanarchici, 1970. Para una eficiente bibliografía general, subdividida por países y temas,remitimos a Gino Cerrito en Anarchici e Anarchia, págs 147-207

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

No nos compete reconstruir la vía por las cuales Marx llegó a liberarse de

la influencia que Proudhon había ejercido sobre él en ocasión de su primer

viaje a París, en el momento en que la publicación del libro de Flora Tristán

parecía haber abierto una nueva perspectiva política a los grupos obreros,

todavía organizados en forma de sectas y confraternidades; interesa más

bien ver, profundizando en los términos de la polémica entre Marx y

Proudhon, y sobre la base de nuevas experiencias históricas (la Comuna

sobre todo), cómo va tomando forma en las filas del movimiento obrero

occidental una concepción diversa del movimiento revolucionario y de la

autogestión de los productores. Y esta es la concepción que podemos,

para mayor comodidad, definir como anarcosindicalista, con la plena

conciencia de que semejante término está lejos de corresponder a una

experiencia histórica precisa o un cuerpo homogéneo de doctrina.216

Las ideas de Bakunin respecto a la cooperación y al rol que en ella se

espera en la edificación de la sociedad comunista son, sustancialmente,

las mismas que hemos ya visto prevalecer en el seno de la Primera

Internacional. El escribirá en L’egalité, de Ginebra, en 1869:

“También nosotros queremos la cooperación; también nosotros

estamos convencidos de que la cooperación en todas las ramas del

trabajo y de la ciencia será la forma predominante de la organización

social en el porvenir. Pero, al mismo tiempo, sabemos que solamente

podrá prosperar, desarrollarse plenamente, libremente y abrazar toda

la industria humana, cuando esté fundada sobre la equidad, cuando

todos los capitales, todos los instrumentos de trabajo, comprendido el

suelo, sean restituidos a los trabajadores a título de propiedad

colectiva. Nosotros consideramos esta reivindicación como el

presupuesto, y la organización de la potencia internacional de los

trabajadores de todos los países como la misión principal de nuestra

gran asociación. Una vez admitido esto, lejos de ser adversarios de

las iniciativas actuales de cooperación, las encontramos más bien

necesarias bajo muchos aspectos. Ante todo, y es esto a nuestros

ojos por el momento su principal ventaja, habitúan a los obreros a

organizar, a hacer, a dirigir por ellos mismos sus asuntos, sin ninguna

intervención ni del capital ni de la dirección burguesa”.217

216 Es interesante al respecto el último estudio de J. L. Puech Le proudhonisme dansl’association Internationale des travailleurs, París, 1907.217 Del artículo «Della Cooperazione», L’Egalité, Ginebra, 1869, citado en Guerin, op. cit.(la cursiva es nuestra).

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Roberto Massari

Un juicio relativamente diferente del formulado por el propio Bakunin en

1863, en el Catecismo revolucionario, cuando sobrevaloraba de manera

optimista el alcance del movimiento cooperativo, viendo en éste las formas

de la nueva sociedad y no más modestamente una “escuela del

comunismo”, como se verá después en las filas de la Asociación

Internacional de los Trabajadores.

Es fácil percibir cómo “en la multiplicidad de influencias” que están en los

orígenes de la concepción autogestionaria de Bakunin corresponde un

lugar, en diversos aspectos, a los epígonos del movimiento owenista (las

cooperativas pueden dar una “nueva constitución a la sociedad entera”,

dividida no ya en naciones, sino en grupos industriales diferentes y

organizados no con las necesidades de la política, sino de la “producción”),

y sobre todo el Proudhon posterior a la dolorosa experiencia de 1848. Al

principio de los años sesenta Bakunin piensa todavía poder realizar la

emancipación completa de la humanidad trabajadora gracias a la creación

de una gran y única federación económica, en la cual los obreros y los

técnicos se puedan asociar y crear organismos que dirijan la sociedad

“científicamente”, es decir, sobre la base de precisos datos estadísticos y

con especial atención al funcionamiento de las leyes de la demanda y de la

oferta, de la cual dependen, según Bakunin, las crisis, el estancamiento, el

despilfarro, etc..218

Fiel a la enseñanza proudhoniana, todavía en 1867 se batirá, en el

Congreso de la Liga por la paz y la libertad, por “la Federación Libre de los

libres individuos de la Comuna”, de la Comuna en la provincia, de la

provincia en la nación y, en fin, de ésta en los Estados Unidos de Europa

primero y más tarde en el mundo entero.219 Y todavía afirma en 1868, en el

programa de la Alianza de la Democracia Socialista:

“La tierra, los instrumentos de trabajo como cualquier otro capital se

convertirán en propiedad colectiva de toda la sociedad y no podrán

ser utilizados sino por los trabajadores, es decir, por las asociaciones

agrícolas e industriales.”

218 Bakunin no dejará, sin embargo, de conducir una dura batalla contra cualquier intentode recurrir a seducciones de carácter tecnocrático. Véase Stato e anarchia, 1968. págs.146-47. Véase también la profética enunciación de la amenaza representada por los«ingenieros» del Estado, que formarán una nueva casta privilegiada político-científica(pág. 193).219 Véase también el siguiente pasaje: “La igualdad debe establecerse en el mundo pormedio de la organización espontánea del trabajo y de la propiedad colectiva de lasasociaciones productoras, libremente organizadas y federadas en la comunidad y pormedio de la federación puramente espontánea de las Comunas, no bajo la acciónsuprema y tutelar del Estado.” La Comune e lo Stato, Roma, 1970, p. 45.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Colectivismo y cooperativismo se funden en la visión bakuninista –todavía

decisivamente preindustrial de una sociedad organizada sobre la base de

las uniones de oficio, en las cuales los trabajadores y el pueblo puedan

ejercitar libremente la propia capacidad productiva, pero también la

cultural, educativa, etc., suplantando definitivamente el poder del Estado,

de la Iglesia, de la policía y de cualquier otra institución represiva.

Si es verdad que en la obra de Bakunin el problema de una cultura obrera

autónoma está en el centro de la reflexión sobre la organización de la

sociedad futura, es verdad asimismo que en ella no existe un análisis

preciso de las formas y los tiempos necesarios para la instauración de la

libre comunidad de productores.220 A este respecto no puede ocultar un

cierto escepticismo en cuanto a la posibilidad de prever no sólo las formas

específicas que deberá asumir la sociedad colectivista, sino también los

instrumentos de que podrán servirse los trabajadores para expresar

libremente su propio espíritu de iniciativa y la propia independencia

creadora. Según Bakunin221, es posible sólo un procedimiento negativo, es

decir, la formulación de una hipótesis autogestionaria que elimine todas las

características principales de la sociedad burguesa (en primer lugar la

propiedad privada y el Estado), sin predeterminar los posibles desarrollos

de la acción autónoma de las masas. Tal acción, a su vez, se podrá

desenvolver sobre dos planos principales: el de la revolución directa y el

económico. El segundo, preparatorio del primero, asume históricamente la

forma del movimiento cooperativo (para el crédito, el consumo, la

producción); dentro de éste, según Bakunin, las masas pasan a realizar las

primeras tentativas de autorganización y de autogestión.

El debate sobre colectivismo y autogestión de los principales medios de

producción, como ya hemos visto, estuvo presente en el centro de los

primeros congresos de la Asociación Internacional de Trabajadores, en

neto contraste con la teoría “estatista” desarrollada por Lassalle en el seno

de la socialdemocracia alemana.

Hemos visto cómo la influencia dominante en la Internacional, hasta el final

de la Comuna, ha sido la del proudhonismo. Es necesario añadir que tal

influencia se ejercía sobre todo en la formulación de las tesis y

documentos relativos a la futura organización de la sociedad colectivista.

220 El tema bakuninista de la «cultura obrera» es indicado por Gastón Leval en«Conceptions constructives du socialisme libenaire», en Autogestión, número especialdedicado a «Los anarquistas y la autogestión», n°. 18-19, 1972, págs. 29-30. 221 Cf. Apéndice en Estado y anarquía.

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Roberto Massari

Coincidiendo formalmente con las posiciones de Marx, tal problemática no

presentó ningún contraste digno de notarse en el seno de la Internacional

o, por lo menos, aquél no se da de modo directo. Por el contrario, las

disensiones entre “marxistas” y “bakuninistas” estallan sobre otras

cuestiones, como el problema de la acción política, y sobre todo en torno a

la estructura organizativa necesaria a la Asociación Internacional.

Esto no quita para que ya en algunas intervenciones de los congresistas

en el congreso “unitario” de La Haya se puedan presentar algunas

diferencias, especialmente de simples matices sobre el rol y la significación

de la colectivización.222

En 1869, por ejemplo, en el congreso de Basilea, el carpintero parisino

Jean Louis Pindy, delegado de la Unión Sindical de los obreros parisinos,

al formular la propia concepción (proudhoniana) de la organización

federalista y descentralizada de la producción, enfatizaba la necesidad de

que tal organización sustituyese completamente a cualquier otra estructura

considerada “política”:

“Nosotros concebimos dos maneras de reagrupamiento entre los

trabajadores: primero, un reagrupamiento local que permite a los

trabajadores de una localidad mantener relaciones cotidianas;

después, un reagrupamiento entre diversas localidades, comarcas,

regiones, etc. Primer modo. Este reagrupamiento corresponde a las

relaciones políticas de la sociedad actual que han de ser sustituidas

ventajosamente por el modo empleado ahora por la Asociación

Internacional de los Trabajadores... Pero a medida que la industria

crece, otro tipo de reagrupamiento se hace necesario junto al

primero... El reagrupamiento de las diferentes corporaciones por

ciudades y países... constituye la comuna del porvenir, así como el

nuevo modo de la organización obrera de mañana... El gobierno es

reemplazado por los consejos de las corporaciones obreras reunidas,

y por un comité de sus respectivos delegados, para regular las

relaciones de trabajo que constituirán la política”.223

222 Aunque la crítica de Bakunin al autoritarismo patriarcal vigente en el interior de lascomunas agrícolas rusas (obchina) es de capital importancia para comprender hasta quépunto la crítica de la autoridad y de la propiedad privada van indisolublemente ligadas en lateoría bakuninista de la autogestión. Véase al respecto los óptimos capítulos (3 y 4) de F.Venturi: Il populismo russo, Turín, 1972. vol. I, dedicados, respectivamente a Bakunin y a lacuestión «campesina» en Rusia. 223 Cit. por D. Guerin, op. cit., págs. 298-99.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La intervención de Pindy representa una mediación en las dos tendencias

principales existentes en el seno de La Haya. Entre algunos que entienden

la acción obrera como búsqueda de una nueva forma política de dirección

de la sociedad y otros que anteponen a cualquier otra consideración la

autorganización económica de los trabajadores, el carpintero parisino se

sitúa en una posición intermedia, postulando la coexistencia paralela de las

dos formas de acción (y de las expresiones institucionales subsiguientes),

entendiendo que la estructura consejista, organizada por los centros de

producción, no podrá suplantar cualquier otra institución política.

El fracaso de la Comuna de París habría profundizado irremediablemente

la separación entre las dos tendencias, favoreciendo por una parte la

rigidez de las posiciones “estatistas” en la socialdemocracia alemana

(contra lo cual se batirá Marx en la Crítica al programa de Gotha), y por

otra en la división del movimiento bakuninista en una serie de grupos y

fracciones, sentimentalmente ligados a los principios de la “federación de

los productores libres”, pero estructuralmente hostiles a la elaboración de

cualquier teoría de la fase de transición, del Estado obrero y de la

dictadura del proletariado, principios todos ellos rechazados como agentes

potenciales de nuevas formas de autoridad y explotación.

Tras la Comuna,224 el movimiento obrero europeo, y francés en particular,

vive un período de disgregación (congreso de La Haya de 1872). La fase

de reafirmación, que podemos datar en la segunda mitad de los años

setenta, asiste por otra parte a la clara separación. La primera se aglutina

en Francia en torno al Partido obrero de Guesde y Lafargue. La segunda,

en palabras de F. Pelloutier, se compone fundamentalmente de hombres

en los cuales “la intuición sustituye la falta de una formación económica

científica”; tal tendencia:

“hablaba de mutualismo, de cooperación, de crédito, de asociación y

sostenía que el proletariado posee en sí mismo el instrumento de su

propia emancipación”.225

224 Notemos, a manera de inciso, que también en el movimiento anarquista ha habidoalgunos que, como Marx y Engels, han sabido comprender la importancia de las medidastomadas en el breve período de existencia de la Comuna Véase, por ejemplo, el juicio deAndrea Costa sobre el famoso decreto relativo a “la atribución a las asociaciones obrerasde los centros abandonados por los patronos”, en A. Costa: Il 18 marzo e la Comune diParigi, en Apéndice a La Comune e lo Stato, p. 141.225 F. Pelloutier: Historie des Bourses du travail. Origines, Institutions, avenir, introd. deGeorge Sorel, París, 1971, p. 99.

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Roberto Massari

De esta última tendencia se desarrollará, en la práctica, el sindicalismo

revolucionario, del que hablaremos de inmediato. Pero antes aún vale la

pena de recordar un debate y algunos nombres de la Internacional

considerada “antiautoritaria” y “autonomista”226, la cual ha legado una

interesante tentativa y profundización en la temática autogestionaria.

En el congreso de Bruselas de 1874, el delegado belga César de Paepe,

ya en el centro de los debates sobre colectivización en los congresos de la

Primera Internacional, presenta una relación sobre La organización de los

servicios públicos en la sociedad futura.227 El interés de la intervención de

De Paepe –personaje controvertido y al mismo tiempo difícil de clasificar

en base a sus ideas políticas–228 deriva sobre todo de la actualidad y de la

concreción con que el viejo proudhonismo desarrolla el tema de la gestión

colectiva. Tomando una línea de tendencia inserta en el desarrollo del

capitalismo industrial, después revelada como exacta, opera De Paepe

una distinción neta, en el campo del sector “terciario”, entre los servicios

públicos destinados a desaparecer por obsoletos y los que continuarían

existiendo en el flanco de los nuevos servicios, originados y enriquecidos

por el desarrollo de nuevas necesidades sociales. De acuerdo con este

tema, hace notar De Paepe que el crecimiento continuo de la gran

industria (con los procesos conexos de cartelización y de expulsión de los

sectores atrasados, no ignorados de un avisado lector de Marx como él

era) transformará algunos sectores industriales ya dominados por el capital

privado en servicios públicos: para estos últimos, por tanto, se plantean,

independientemente de la voluntad de los elementos económicos, los

problemas de gestión a los cuales la clase obrera debe estar en

condiciones de dar una respuesta antes incluso del advenimiento de la

sociedad comunista. Según De Paepe, dos corrientes –ambas extrañas al

movimiento obrero “antiautoritario”– se disputan el campo de la gestión: la

primera, “liberista”, considera que el problema de la organización

226 Entiéndase por esta denominación la tentativa de mantener en vida la viejaInternacional con grupos ex proudhonianos, bakuninistas, “antiestatistas”, etc.. despuésdel congreso de La Haya (1872).227 En el Congreso estaban presentes tres corrientes: los representantes alemanes yEccarius consideraban que la socialización de los medios de producción sólo era posibledespués de la conquista del poder político; los españoles, italianos y jurasianosrepresentaban el anarquismo «puro», plenamente seguro respecto a la acciónespontánea y directa de las masas; los belgas ocupaban una posición intermedia,sosteniendo que las «relaciones estables y justas no se podrían establecer entre losgrupos socialistas si éstos no constituían, de abajo arriba, una organización federativapermanente y no aceptaban seguir las directrices de un consejo administrativo central.»Véase M. de Preaudeau, op. cit., p. 399. Extractos del informe de De Paepe aparecen enGuerin, op. cit., vol. I, p. 307-18228 Véase el juicio de M. Molnár: Le déclin de ta Premiere Internationale, Ginebra, 1963.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

económica se puede resolver ateniéndose al libre juego del mercado, que

no dejará de indicar los individuos privados o las compañías susceptibles

de participar en la naciente dirección; mientras que la segunda, verdadera

portaestandarte del intervencionismo estatal, postula la necesidad de

poner los servicios públicos en manos del Estado, de sus organismos

territoriales y administrativos. En fin, prosigue el razonamiento de De

Paepe, estamos otros que pensamos que la concesión de tales sectores a

las compañías obreras puede poner en marcha una dinámica de extensión

del control obrero también a sectores no estrictamente conectados con la

organización de los servicios públicos y después con el resto de la

economía. Para que esto sea posible no será necesario que las compañías

obreras tengan la propiedad jurídica de los medios de producción: ésta

puede quedar en manos de la “colectividad social”, en beneficio de la cual,

en fin de cuentas, deberá llevarse a cabo la gestión obrera de los servicios.

La lógica que impulsará a los gestores del sector público –del cual no se

llega aún a comprender la verdadera naturaleza: ¿se fundará sobre el

capital del Estado o sobre la forma de financiamiento cooperativo?– a

extender el propio poder del control hacia sectores cada vez más amplios

de la economía es la misma que ha llevado a los primeros grupos obreros

a buscar las cajas de resistencia, las uniones de oficios y las cámaras

sindicales: es decir, será necesario oponerse al arbitrio patronal y al

despotismo del Estado en una forma que contenga ya en sí los principios

inspiradores de la nueva sociedad colectivista. Por esta vía, los

trabajadores empiezan a sustituir al Estado con la organización económica

propia, a la propiedad privada con la propiedad pública.

“Hasta aquí todo va bien –afirma De Paepe–, pero nosotros nos

preguntamos si la colectividad obrera, las corporaciones de oficios

reunidas en una misma localidad; si, en una palabra, esta Comuna de

los proletarios, el día en que habrá sustituido a la Comuna oficial o

burguesa, no se encontrará como esta última frente a ciertos servicios

públicos cuyo mantenimiento es indispensable para la vida social.

Nosotros preguntamos si en la nueva Comuna no será necesaria

seguridad pública, estado civil, policía en las calles y en las plazas,

iluminación en las vías, agua potable en las casas, alcantarillado y

toda la serie de servicios públicos que hemos citado al comienzo de

esta obra. Los grupos obreros, las corporaciones de oficios de la

Comuna deberán escoger, en su seno, delegados para cualquier

servicio público, delegados encargados de hacer funcionar estos

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diversos servicios, o bien estos grupos nombrarán en bloque una

delegación que se divida la dirección de los diversos servicios. Tanto

en un caso como en el otro, ¿no se trata acaso de una administración

local de los servicios públicos, una administración comunal?”.229

Según De Paepe, el hecho de que la mayor parte de tales servicios

puedan sólo ser cumplidos a escala nacional hará imposible una gestión

local completamente descentralizada; será necesario recurrir a una

federación (y después a una forma de poder delegado) para poder dirigir

tal actividad de manera adecuada. La gestión, de hecho, será llevada, por

la propia lógica, a proponer la necesidad de un organismo central de

planificación y de coordinación. Recompone así, en la argumentación

citada, la propuesta de una solución estatal, asociada a la comunal, para la

solución de los problemas objetivamente planteados por el desarrollo

mismo de la gran industria. Al objeto de evitar una contraposición entre las

funciones centrales y las locales, De Paepe sostiene la necesidad de que

los trabajadores constituyan un aparato administrativo estatal para la

gestión y el control de la actividad económica, que se extiende más allá de

la comunidad local:

“De este modo, por tanto, a la Comuna los servicios públicos

simplemente locales, bajo la dirección de la administración local,

nombrada por las corporaciones de oficios de la localidad y

funcionando bajo los ojos de todos los habitantes. Al Estado los

servicios públicos más extensos, regionales o nacionales, bajo la

dirección de la administración regional, nombrada por las

federaciones de comunas y funcionando bajo los ojos de la Cámara

regional del trabajo”.230

“Pero lo que no hemos visto, y que nuestros descendientes verán es

el Estado obrero, el Estado basado en la reagrupación de las libres

comunas obreras, que se encargarán de la gestión de todas las

grandes empresas sociales”. 2 3 1

Afrontando la problemática del “Estado obrero”, De Paepe llega a

encontrarse en la incómoda posición del que debe combatir al mismo

tiempo en dos frentes: por un lado, contra los “estatistas”, adversarios de

un control obrero sobre la administración, y en la práctica de la propia idea

de gestión obrera; por otro, contra los anarquistas “puros”, para los cuales

229 Op. cit., págs. 311-312230 Op. cit., p. 314231 De Paepe, op. cit., p. 316 (la cursiva es nuestra).

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

cualquier forma de centralización es en sí –es decir, independientemente

de su contenido de clase– fuente de autoridad y despotismo. No es

necesario subrayar en este punto la fuerte influencia de Marx sobre la

manera en que afrontaba De Paepe la problemática de la transición, y

cómo de hecho se puede establecer un nexo de continuidad entre las

posiciones expresadas por el primero y la teoría autogestionaria del

segundo.232

En agosto de 1875, el congreso de la Federación del Jura233, celebrado en

Vevey, hace suyas las directrices emanadas en el congreso de Bruselas –

que la cuestión de los servicios públicos sea debatida en las secciones y

en las federaciones– y vuelve a lanzar las discusiones sobre la

problemática del “Estado obrero”. Esta vez toca al suizo Adhemar

Schwitzguébel –ya anterior opositor de De Paepe en el congreso de

Bruselas– la misión de restablecer la “ortodoxia” sobre la cuestión de la

autogestión obrera.”234

El “Estado obrero”, según Schwitzguébel, no puede ser otra cosa que una

tentativa reformista de mejorar el Estado burgués, atribuyéndole contenidos

diversos en lo que respecta a sus funciones sociales, pero conservando

inalterable su fisonomía opresiva. El proletariado, obligado en algunas

cuestiones de cierta importancia a hacer una distinción entre lo que es de

competencia pública y de competencia privada, no podrá hacer del aparato

administrativo-estatal un uso diferente del que ha hecho tradicionalmente

la burguesía. Por un lado, no podrá mantener la homogeneidad decisoria y

la armónica combinación de los intereses; por otro, tendría que renunciar a

intervenir arrastrando a las masas de trabajadores; después se estaría

obligado a recurrir a un poder delegado, reproduciéndose fatalmente la

distinción entre el que produce y el que, por el contrario, controla los

232 Las intervenciones y discusiones sobre la relación de De Paepe son del máximo interéspara comprender la concepción dominante en el seno de la llamada Internacional“antiautoritaria” y, sobre todo, la naturaleza de los problemas teóricos que tuvo que afrontarel movimiento anarquista una vez constituido en fracción independiente y obligado por elloa dar una formulación sistemática a las posiciones propias. La incomprensión que hallaronlas tesis De Paepe preludia, en la práctica, la disgregación y el fraccionamiento delmovimiento bakuninista en Europa. Las intervenciones y los textos de la discusión puedenleerse en la obra de James Guillaume L’Internationale. Documents et Souvemrs (1864-1874), París, 1907- 1910, vol. III, págs 219-24 y 229-35.233 La Federación Jurasiana había sido la posición fuerte del bakuninismo en Europa, tantoen la conferencia de Sonvillier (1871), cuando se adoptó la famosa resolución contra la«centralización» de la AIT, como después de la transferencia del Consejo General(marxista) a Nueva York. En torno a esta federación se reagrupa la corriente«antiautoritaria» bakuninista; no faltaban, ciertamente, fuertes influencias de los belgas yde De Paepe.234 Ibídem.

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Roberto Massari

resultados del trabajo. A la autogestión “autoritaria” de De Paepe

contrapone Schwitzguébel:

“el principio de la propiedad colectiva como base económica de la

nueva organización social, y el principio de la autonomía y de la

federación como base para el reagrupamiento de los individuos y de

la colectividad humana”.

La federación de las comunas sustituirá al Estado. Lo que Schwitzguébel

no explica –más allá de las distinciones terminológicas– es el modo en que

se resolverán los problemas de naturaleza económico-organizativa que el

desarrollo de la gran industria (tendente necesariamente hacia una

creciente centralización) planteará en el seno de la sociedad. Y por otra

parte, ante los inevitables procesos de la profundización de la división del

trabajo, de una especialización cada vez más creciente, no solamente a

escala local, sino también regional y nacional, ¿cómo podrá la Comuna

procurarse los medios y dotarse de los instrumentos necesarios a la

producción si la federación será el lugar de un puro intercambio de ideas y

no la sede de decisiones centrales, expresión de la voluntad del conjunto

de las Comunas? Está claro que la solución comunalista propuesta por

Schwitzguébel correspondía aún a una situación de prevalente carácter

artesanal, como, sobre todo, se habría podido hallar en la región del Jura,

su tierra natal, pero no ciertamente en los grandes polos industriales del

Occidente europeo. ¿Cómo habría podido resolver los problemas de una

economía industrial en plena expansión como, por ejemplo, la francesa de

fin de siglo, sin proponer al proletariado la adopción de un instrumento

central de control y planificación económica, al objeto de evitar, por

ejemplo, los fenómenos de congestión o de despoblación que el caos del

desarrollo capitalista ya estaba produciendo a la sazón en algunas

regiones europeas?

La confusión entre autogestión obrera y autosuficiencia local está en el

origen del federalismo de Schwitzguébel y es a la vez la consecuencia de

un método erróneo de afrontar la temática interna de la Revolución social.

La negativa de partir de un análisis de la cuestión económica y de las

relaciones reales existentes entre clases no deja de ir acompañado del

empirismo más ingenuo, aunque esté embebido de ferviente optimismo.

No por casualidad llegará Schwitzguébel a la conclusión de que:

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“el problema, desde el punto de vista práctico, se decidirá de acuerdo

con el grado de desarrollo socialista de las masas trabajadoras en

cada país... Si la acción revolucionaria puede variar de un país a otro,

es igualmente susceptible de variaciones en las comunas de un

mismo país; aquí la comuna conservará un carácter autoritario y

gubernamental y también burgués; en otra parte la expurgación de

éstos será completa”.

En esta aceptación pasiva del proceso gradual de maduración de las

masas, Schwiztguébel aparece como un precursor directo de la tendencia

evolucionista de finales de siglo, que tampoco rechazará el movimiento

anarquista. El máximo representante de tal tendencia será Pedro

Kropotkin, el gran geógrafo ruso, que verá en el cooperativismo y en las

instituciones del socorro mutuo nada menos que la expresión de una

tendencia natural de los hombres a la colaboración. Tal tendencia, ya

existente en las formas inferiores de la vida animal, alcanza gracias a un

proceso gradual y a una lógica, diríamos casi irrebatible, las formas más

altas de la vida humana y de la organización social.235

En 1876, el debate sobre gestión de los servicios públicos y sobre el rol de

las comunas en la sociedad colectivista debía canalizarse hacia una

primera conclusión, gracias a la obra de James Guillaume y en particular a

uno de sus opúsculos, que tuvo en aquel período una enorme difusión. En

Idees sur l’Organisation sociale236 toma de nuevo los términos del debate,

utilizando por un lado algunos puntos del análisis económico ya esbozado

por De Paepe y buscando por otro resolver el problema de la coordinación

central de las diversas unidades económicas autogestionadas.237

Para el sector agrícola propone Guillaume dos formas diversas de gestión,

de acuerdo con las dimensiones de la hacienda. Para los pequeños

propietarios se tratará solamente de asociarse en cooperativas, en espera

de una gradual desaparición de la propiedad privada del suelo. En las

grandes haciendas, por el contrario, donde se ocupan gran número de

trabajadores, será indispensable la colectivización inmediata y una forma

de gestión por parte de los trabajadores similar a la de las industrias

colectivizadas.

235 P Kropotkin: El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, ed. Tierra y Libertad, 1948.págs. 236 y sigs. La primera ed. rusa es de 1907.236 J. Guillaume: ldées sur l’Organisation sociale. Chaux de Fonds, Courvoisier, 1876, p. 48.237 Véase al respecto D. Guerin: L’anarchisme. De la doctrine a la action, París, 1965, p. 68.

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Roberto Massari

Debe observarse que para Guillaume esta forma de organización agrícola

deberá ir acompañada de una mutación cualitativa de la estructura agrícola

general: el fraccionamiento del cultivo será sustituido por la especialización

y la monopolización regional, a fin de evitar los inconvenientes del

cooperativismo tradicional y de la dispersión debida a la supervivencia de

la pequeña propiedad campesina.

En el mundo de la industria, Gillaume distingue tres categorías de

trabajadores238, de acuerdo con el grado de división del trabajo, de la

organización técnica del trabajo y de la forma asociativa de más fácil

adopción.

La primera categoría, la de los artesanos, tenderos y almacenistas, etc., no

plantean problemas de colectivización por cuanto el bajo nivel de división

del trabajo no contrasta excesivamente con la permanencia de una

dirección individual.

La segunda categoría se caracteriza (según una expresión típicamente

proudhoniana) por el uso de la “fuerza colectiva” –es decir, por la inserción

de los trabajadores en un sistema productivo fundado en un nivel sencillo

de cooperación y el constituido en la práctica por tipógrafos, albañiles,

carpinteros, etc–.

La tercera categoría es la de las grandes empresas industriales, en las

cuales el uso de la máquina, el alto grado de especialización y el empleo

de ingentes capitales no podrían permitir otra forma de gestión más

racional que la colectiva, fundada sobre la iniciativa de los trabajadores

interesados. Lo mismo también, aunque en menor grado, en empresas de

segundo tipo.

“Todo taller y toda fábrica, por tanto, formarán asociación de los

trabajadores, libre para administrarse del modo que gusten (...).

Donde se haya de considerar a una industria que alcance una

estructura más bien compleja y el trabajo común, también la

propiedad de los instrumentos de trabajo debe ser común. Es

necesario aclarar un punto: ¿esta propiedad común pertenecerá

exclusivamente a la empresa en la cual funciona o será propiedad de

toda la corporación de los trabajadores de la industria en

cuestión?”.239

238 J. Guillaume: ldées, págs. 14-16.239 Ibíd., págs. 15-16 (la cursiva es nuestra).

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Declarándose partidario de la última solución, Guillaume abre el camino a

una de las ideas fundamentales del sindicalismo revolucionario, en el

momento mismo en que lleva a cabo una síntesis entre el viejo

sindicalismo de inspiración bakuninista y el modo nuevo de afrontar la

problemática de la autogestión, desarrollada en el seno de la Internacional

libertaria.240

Guillaume es de hecho contrario a la gestión localista aplicada

directamente a la colectividad obrera empresarial, porque esto entra

inevitablemente en contradicción con las características específicas del

desarrollo de la gran industria y al mismo tiempo pide un reforzamiento real

de la solidaridad obrera. El hecho, por el contrario, de que tal solidaridad

deba expresarse ante todo según la repartición de las ramas de industria y

sobre una escala lo más amplia posible es una consecuencia objetiva del

grado de especificación y división del trabajo alcanzado por el desarrollo

industrial. Contra el viejo sindicalismo de oficio, interesado exclusivamente

en la defensa de la cualificación individual y en la salvaguardia del interés

corporativo, empieza así a abrirse camino la idea del sindicalismo

“industrial” –es decir, organizado por ramas productivas y sectores

comerciales– y se conservarán (con las distinciones debidas) hasta

nuestros días.

Una distinción, sin embargo, aparece pronto en relación a la óptica con la

cual Guillaume advierte una mutación cualitativa de organización sindical:

más que corresponder a los nuevos niveles de contratación determinados

por la concentración capitalista, la corporación de los trabajadores expresa

y corresponde a la exigencia de reorganizar la industria de forma

colectivista, sobre la base y con las estructuras que sean adecuadas al

nivel de desarrollo y concentración alcanzado en el sistema capitalista.

Aquélla, por tanto, debe permitir superar la concepción localista y de hecho

semiartesanal de la autogestión obrera, que habíamos visto sobrevivir en

el movimiento anarquista en el decenio sucesivo a la Comuna de 1872.

Guillaume se da cuenta asimismo del hecho de que una estructura

gestionada y articulada por diversos ramos de industria puede dar origen a

fenómenos de burocratización sindical. Al respecto, sin embargo, no está

en condiciones de proponer soluciones realistas, y se limita a la simple

denuncia del peligro. Es probable que en su concepción la estructura

organizativa horizontal (la federación local de los grupos de productores)241

240 Un juicio análogo es expresado por D. Guerin en L’Anarchisme, p. 68.241 J. Guillaume, op. cit., p. 18

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Roberto Massari

debe servir de contrapeso a la estructura vertical de las corporaciones

industriales. A tal federación, de hecho, Guillaume asigna la función de

dirigir y organizar los servicios públicos, resolviendo provisoriamente el

problema que había dado origen a la polémica sobre “Estado obrero”.

Sin embargo, a pesar de que en Idea sobre la organización social se

adelantan proposiciones respecto a la edificación, al campo, a la

distribución en el sector alimentario, al uso de las estadísticas, a la

educación, etc., permanece oscuro el problema de cómo llevar a cabo un

control obrero general, es decir, un control obrero que abarque al conjunto

del sistema económico, las relaciones de interdependencia entre los varios

sectores productivos y no simplemente la organización del trabajo en el

interior de cada uno de ellos.242 Una vez más el mito de la ciencia, de la

propaganda, de la acción pedagógica, del uso de la estadística impide de

hecho, en el interior del movimiento ácrata, una discusión profunda sobre

el papel que los trabajadores, en cuanto clase, pueden desempeñar en la

apertura de una dinámica anticapitalista y para la reorganización del

mecanismo productivo en el interior de la sociedad colectivista.243

En 1880, en el congreso del Jura, se presentará un programa elaborado

por la Federación Obrera del distrito de Courtelary. En tal programa

algunas de las preocupaciones de Guillaume aparecen de nuevo, pero con

propuestas de solución que, lejos de avanzar en el sentido de una

extensión y de una ampliación de las estructuras propuestas para el

ejercicio del control obrero, tienden a profundizar ulteriormente la

tendencia a la fragmentación y a la dispersión de tal control. Véase al

respecto el pasaje siguiente, extraído del programa de Courtelary, cuyo

interés, por otra parte, es innegable:

242 Este juicio vale, en general, según Bertrand Russell, para todos los exponentes delsindicalismo revolucionario; «éstos» quieren llegar al autogobierno de cada industria, pero encuanto a los medios para organizar las relaciones entre varias industrias, no son demasiado“claros” B. Russell: Socialismo, Anarchismo, sindicalismo, Milán, 1970, p. 95-96.243 Vale la pena constatar, sin embargo, cómo muchos decenios antes de Lenin,Guillaume había intuido que una transformación radical de las estructuras económicas ysociales, así como la instauración de un régimen autogestionario en una sociedadcolectivista, no se habría podido llevar a cabo en el interior de los límites estrechos delEstado nacional: “La Revolución no puede dañe en un solo país: ella está obligada bajopena de sucumbir a trascender su movimiento, si no al universo entero, al menos a unaparte considerable de los países civilizados. En efecto, ningún país puede serautosuficiente hoy día; las relaciones internacionales son una necesidad de laproducción y del consumo y no se puede interrumpir. Si en torno a un país en revoluciónlos Estados vecinos establecieran un bloqueo hermético, la revolución, quedandoaislada, estaría condenada a malograrse. Así, cuando nosotros razonamos sobre lahipótesis del triunfo de la revolución en determinado país, debemos suponer que lamayor parte de los países de Europa habrán hecho la revolución.” Op. cit., p. 47.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

“Para no recaer en los errores de las administraciones centralizadas y

burocratizadas, nosotros mantenemos que los intereses generales de

la Comuna no deben ser dirigidos por una sola y única administración,

sino por más comisiones especializadas por sectores de actividad y

constituidas directamente por personas interesadas en la organización

que es en determinados servicios local.”

En febrero de 1872 es fundada en Saint-Etienne la Fédération des

Bourses du Travail de France.244 El movimiento de las “Bolsas de Trabajo”

–organismos sindicales en los cuales se combinaban las funciones de la

“Cámara del Trabajo” actual con las llamadas “Casas del pueblo”– estaba

destinado a suscitar grandes esperanzas en aquellos que, desengañados

por una serie continua de fracasos políticos, se veían conducidos a ver en

la acción “económica” del proletariado la única posibilidad de oponerse

eficazmente al poder de la burguesía. El modo de funcionamiento y una

serie de características “autonómicas” hacían aparecer a tales organismos

como los embriones de la clase obrera sobre la cual debería fundarse –en

un futuro no lejano– “la Comuna” de los trabajadores. Con las “Bolsas del

Trabajo” empieza a desarrollarse el movimiento y la teoría que en los años

sucesivos conoceremos bajo el nombre de “anarcosindicalismo” y

“sindicalismo revolucionario”.245

Las “Bolsas”, contrariamente a lo que serán en los desarrollos futuros,

deberían, por tanto, constituir la primera forma de organización de los

trabajadores en las perspectivas de una gradual instauración de

“Federaciones de productores libres”. En la intención de uno de los

fundadores y de los principales inspiradores del movimiento, las “Bolsas”

deberían preparar el advenimiento de la sociedad colectivista, estudiando

las regiones cubiertas por aquélla, llegando a conocer el conjunto de las

necesidades, los recursos industriales, las zonas agrícolas, la densidad de

la población; convirtiéndose en escuelas de propaganda, de administración

y de estudio; demostrándose capaces, para decirlo en una palabra, de

suprimir y sustituir la organización social existente.246

244 Para una breve historia de los orígenes de las Bolsas de Trabajo, véase el texto clásicode F. P. Pelloutier Historie des Bourses du Travail, París, 1971, caps. 3 y 4. Paraprofundizar en el argumento se remite al estudio y a la bibliografía anexa de JacquesJullieard Fernand Pelloutier et les origines du syndicalisme d’action, 1971, p. 569.245 La diferencia entre los dos consiste, grosso modo, en el hecho de que losanarcosindicalistas tienden a subordinar la acción sindical a la propaganda específica-mente anárquica, mientras los sindicatos revolucionarios consideran el sindicalismo comoun fin en sí, completamente independiente de cualquier ideología política, incluso a laanárquica. Véase D. Guerin: “Le marxisme libenaire”, en Anarchicie Anarchia, p. 449.

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Roberto Massari

Las funciones de las “Bolsas”, mientras se realizaban las esperanzas de

sus fundadores, debían ser de cuatro tipos principales: desarrollo de los

servicios de socorro mutuo, de propaganda y de resistencia.247 Estas

medidas, que en grado más o menos diverso se han convertido

posteriormente en característica permanente del movimiento sindical en

países europeos y de otros continentes, son concebidas, en realidad,

como los estadios preparatorios en la lucha sindical, por un lado, y de la

futura gestión obrera de los medios de producción, por el otro. Que la

realidad estaba bien lejos de responder a la esperanza de los precursores

de la Carta de Amiens de 1906 aparece hoy bastante evidente. Lo era

bastante menos para un movimiento obrero como el francés, el cual, rico

en medio siglo de preciosa e intensa experiencia, veía prácticamente

reconstituirse sus propias fuerzas a finales del siglo, en una medida y con

una tasa de crecimiento nunca conocida precedentemente.

El relanzamiento y desarrollo del movimiento obrero, obviamente

acompañado –como en los demás países europeos– de un relanzamiento

del debate sobre temas políticos de fondo y sobre todo sobre hipótesis de

su versión del poder burgués y sobre posibles fórmulas organizativas que

la sociedad colectivista debía asumir al día siguiente de la revolución. El

recuerdo todavía relativamente fresco de la Comuna de París no podía,

entre otros elementos, dejar de favorecer una orientación de tales hipótesis

hacia la producción autogestionaria, de la cual los comuneros aparecían

como los afortunados precursores.

Las “Bolsas” aparecían, por tanto, como la sede ideal no sólo para

profundizar este tipo de discusiones, sino para comenzar a poner en

práctica algunas primeras formas de autorganización obrera. Vale la pena

observar, sin embargo, que en este tipo de experiencia –práctica y teórica

al mismo tiempo– se pudo formar una nueva generación de militantes

obreros, extraña en parte al proceso involutivo de la Segunda

Internacional, y conectada, aunque sólo idealmente, a los orígenes, en los

años cuarenta, de la discusión sobre la problemática de la autogestión y de

la revolución social. No será casual que algunos de aquéllos se hallen en

los orígenes del movimiento comunista de Europa occidental248 y

participarán posteriormente en la fundación de los grupos de la Oposición

de Izquierda, cuando la degeneración estaliniana del Estado soviético

246 F. Pelloutier: Informe al y congreso de la Federación de Bolsas del Trabajo (Tours), 9-12 de septiembre de 1896.247 Véase F. Pelloutier: Historie, cap. VI.248 Véase H. Dubief: Le syndicalisme révolutionnaire, París, 1969, p. 182.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

haga imposible la estancia de los revolucionarios en las filas de la Tercera

Internacional. Esto vale sobre todo para Francia y para España. En este

último país la corriente anarcosindicalista tendrá un peso determinante en

el movimiento obrero y sindical, hasta la derrota final en la guerra civil.

La influencia del movimiento de las Bolsas:

“debía también ejercerse en otro sentido. La estructura descentralizada

asumida por tales organismos y el prestigio de militantes como

Pelloutier, Pouget, Monatte, etc. –unido al balance negativo terrorista

o de la “propaganda por el hecho”–249

Pero obró el efecto de convencer a la mayoría de lo que quedaba del

movimiento anarquista internacional de la necesidad de entrar en los

sindicatos para difundir sus propias ideas sobre la revolución social, el

antiautoritarismo y la instauración de la Comuna Libre de los productores.

Que tal influencia iba destinada a influir sobre el movimiento sindical se

puede colegir de las palabras de dos notables sindicalistas franceses; en

ellas no debe tenerse ninguna dificultad en reconocer la matriz claramente

anárquica de la concepción autogestionaria:

F. Pelloutier:

“Suponemos ya que el día en que ocurra la revolución, la casi

totalidad de los productores estarán agrupados en los sindicatos:

entonces, ¿no estará dispuesta a suceder a la actual organización,

una organización casi libertaria que suprimiendo de hecho cualquier

poder político y posteriormente cualquier concurrencia, dueña de los

instrumentos de producción, regule todos sus asuntos por sí,

soberanamente y con el libre consentimiento de sus miembros? ¿Y

no será ésta la “libre asociación de los productores”?”

E. Pouget:

“Además de la obra de difusión cotidiana, tienen el deber de preparar

el porvenir. El grupo productor deberá ser la célula de la nueva

sociedad. Es imposible concebir una transformación de la sociedad

sobre otras bases. Aunque es indispensable que los productores se

preparen para la toma de posición y la reorganización que les

incumbe y que sólo ellos son capaces de conducir a buen fin. Lo que

queremos hacer es una revolución social, no una revolución política.

249 Véase la breve pero eficaz reconstrucción de ese período hecha por J. Maitron:Ravachol et les anarchistes, París, 1964.

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Roberto Massari

Son dos fenómenos distintos y las tácticas que conducen a la una

difieren de las de la otra”.250

Si es cierto que una historia agitada y una especial tradición política del

movimiento obrero francés pueden ofrecer la explicación más plausible de

la transformación anarcosindicalista de la CGT y de la mayor parte de sus

cuadros sindicales, es verdad también que en tal proceso ha tenido un rol

notable la estructura particular de la industria francesa, tal como se

presentaba a finales del siglo XIX. El retraso en el desarrollo de la gran

industria (en relación, por ejemplo, con Gran Bretaña y Bélgica) había

conservado un peso preponderante a las empresas de pequeñas

dimensiones; lo que no podía dejar de tener un rol negativo en lo que

respecta a la formación de grandes aglomeraciones obreras y en la

reagrupación del conjunto de las diversas categorías en torno a los

núcleos de trabajadores de la gran industria, dotada por motivos obvios de

una mayor fuerza y de un mayor conocimiento de los intereses reales.

En 1900 se podía hablar prácticamente de una media nacional de cuatro

adheridos por empresa, con solamente un diez por ciento de las fábricas

dotadas con más de diez dependientes. Las cifras aparecen más evidentes

si se confrontan con los cerca de cuatrocientos mil asalariados de las

minas de carbón fósil y de la industria metalúrgica –es decir, de las dos

industrias modernas– con el millón de obreros ocupados en los sectores

de las confecciones y del textil o a la cifra aproximadamente igual de los

ocupados en la edificación.251 Se asiste en la práctica a una primacía del

proletariado de origen artesano sobre el industrial, con todas las

consecuencias que ello comporta para el desarrollo de la organización

sindical, de la acción reivindicativa y sobre todo en las confrontaciones de

la lucha política.

La excepción a esta norma general –que debía implicar un bajo nivel de

sindicalización y de politización– está, empero, representada en Francia

por el hecho de que este tipo de clase obrera podía exhibir una cierta

continuidad en un pasado glorioso de lucha y de elaboración teórica

(piénsese en la violencia y el alcance de insurrecciones como las de Lyon

en 1831-1834, de París en 1848 y de la Comuna en 1871). La adhesión en

masa a la doctrina del anarcosindicalismo se puede, por tanto, considerar,

grosso modo, como la resultante del encuentro de estos dos factores

principales –uno objetivo y el otro subjetivo–. Es evidente además que una

250 Citado por D. Guerin, op. cit , vol. II, págs. 98, 119, 120.251 H. Dubief, op. cit., p. 7.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

esquematización de este tipo es apenas suficiente para explicar una

realidad bastante más articulada y compleja de cuanto se pueda presentar,

y que en la adhesión de las masas a la teoría autogestionaria (pero

antipolítica) de los dirigentes anarcosindicalistas entran numerosos

factores de otro tipo, entre los cuales no es el menor el conocimiento

históricamente verificado de que el proletariado está en condiciones de

dirigir el mecanismo productivo por sí mismo cuando se dan determinadas

condiciones; el recuerdo de la Comuna, una vez más, ejercía su propia

influencia en el reforzamiento de tal posibilidad.

Para evitar confusiones es necesario tener también presente “que el

sindicalismo revolucionario no reinaba sólo en París, y el reformismo de los

independientes y de los broussistas era también bastante fuerte, y los

mineros, aun siendo el proletariado concentrado por excelencia,

completamente refractario, dividido como se hallaba entre una mayoría

reformista y una minoría anárquica.

Sin embargo, esquematizando nos encontramos ante un hecho real. El

resultado de esta lentísima evolución industrial es que ella no hacía

necesaria ninguna ruptura brusca con las tradiciones obreras, sobre todo

en París, donde el pasado revolucionario convertido en mito no era puesto

en discusión”.252

El debate desarrollado en Amsterdam253 en 1907 precisa los términos del

pensamiento anarcosindicalista y afirma que los sindicatos (en particular la

CGT francesa) son los únicos organismos en los cuales las ideas

principales del anarquismo han conseguido hallar una evidente

repercusión. Ante el informe de Pierre Monnate, demasiado entusiasta

respecto a la carta de Amiens del año anterior,254 Cornelissen contestará

declarándose de acuerdo con la idea de fondo del sindicalismo, pero

sosteniendo la necesidad de una canalización en sentido revolucionario: el

sindicato en sí, argumenta Cornelissen, puede también ser un instrumento

de la reacción si no está penetrado por los ideales de la revolución social

libertaria y antiautoritaria.

252 Ibíd., p. 8.253 Véanse las resoluciones y las intervenciones en “Congrés ananrhiste tenu áAmsterdam”. agosto de 1907, París, La publication sociale, 1908.254 Se declaraba en la cana de Amiens que el mejoramiento de las condicionesmateriales de los trabajadores “no es sino un aspecto del sindicalismo; ella prepara laemancipación entera que no se podrá realizar si no es por la expropiación de loscapitalistas; la cana recomienda como medio de acción la huelga general y subraya queel sindicato, organización de resistencia, será en el futuro la organización de produccióny distribución, de la reorganización social”.

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Roberto Massari

La intervención de Malatesta255, por el contrario, trazará una línea de

demarcación bastante neta entre la concepción anárquica de la revolución

y la que corresponde a la sindicalista: si es cierto que la segunda puede

estar comprendida en la primera, no es posible, sin embargo, reducir la

una a la otra. Malatesta afirma en sustancia que la estructura sindical

puede en tanto que tal dirigir y organizar la sociedad comunista sin

reproducir en el interior de ésta los motivos de conflicto y la persecución

del interés particular que han determinado el nacimiento de tales

estructuras. Por tanto: “los anarquistas deben entrar en los sindicatos

obreros, en primer lugar, para hacer propaganda ácrata, porque es el único

medio de tener dispuestos, cuando sea necesario, grupos capaces de

asumir la dirección de la producción”.256

El objeto de la controversia surgida en el congreso de Amsterdam no

afecta a la naturaleza y a la organización de la sociedad comunista, para la

cual se continúa previendo una gestión obrera de los medios de

producción, así como de los instrumentos necesarios. La moción final

presentada por Monatte y otros (entre ellos el italiano Fabbri) puntualiza

que:

“en el momento de la expropiación y la toma de posesión colectiva de

los instrumentos y de los productos del trabajo no puede realizarse si

no es por los propios trabajadores, y el sindicato está llamado a

transformarse en grupo productor, el cual se considera en la sociedad

actual el germen viviente de la sociedad de mañana”.257

Es de notar que las cuatro mociones, presentadas más o menos como

alternativa (Malatesta, Friedeberg, Monatte y Nacht-Monatte), sobre

cuestiones del sindicalismo y de la huelga general, fueron igualmente

aprobadas por el congreso. No hay duda, sin embargo, de que el texto

fundamental para valorar a fondo la concepción anarcosindicalista de la

autogestión obrera es el libro de Pierre Besnard Los sindicatos obreros y

la revolución social.258 Hay que tener en cuenta que éste ha ejercido

enorme influencia también en las filas del anarcosindicalismo español,

especialmente sobre la generación que tomará parte en la guerra civil

española y en la experiencia catalana.259

255 En Le congres anarchiste, cit., págs. 78-85.256 E. Malatesta, p. 81 (la cursiva es nuestra).257 Ibíd., p. 95.258 Pierre Besnard: Les syndicats ouvriers et la révolution sociale, París, Edition de laConfédération Genérale du Traval Syndicaliste Révolutionnaire, 1930.259 Véase Frank Mintz: L’autogestión dans l’Espagne révolutionnaire, París, 1970. p. 34.Véase más adelante sobre la experiencia catalana autogestionaria.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El libro de Besnard, junto con una obra posterior del mismo autor,260

representa el primer intento serio de sistematizar el conjunto de la teoría

anarcosindicalista. Ello concentra la atención propia sobre el aspecto más

característico de tal doctrina, no por la prédica de la acción directa (como

general y erróneamente se cree), sino sobre la voluntad de construir un

sistema social enteramente organizado sobre las bases de estructuras

económicas propias y dirigidas exclusivamente por organizaciones

sindicales de productores. El texto de Besnard es bastante complejo y

elaborado para poder dar una síntesis, siquiera esquemática. Lo que nos

interesa definir en este estudio, sin embargo, es ver cómo el autor,

partiendo de un análisis de la evolución y de las líneas tendenciales

insertas en las principales fuerzas sociales, llega a individuar en la clase

obrera el factor principal de progreso y de racionalización. Las tendencias

existentes en el seno de tal clase son recogidas sistemáticamente por

Besnard bajo dos prismas principales –lucha de clases y colaboración de

clases–, y a la luz de estas dos diversas concepciones del devenir histórico

y del desarrollo socioeconómico, proclama la necesidad de proyectar dos

formas diversas de organización productiva. Obviamente,el autor se

considera, situado dentro de la primera concepción, manifestada

históricamente, en su opinión, con el nacimiento del sindicalismo

revolucionario, y antes aún con el conflicto industrial y espontáneo de los

trabajadores.

En la estructura del régimen capitalista el proletariado se ve obligado a

expresarse con violencia (“esa vieja partera de la historia”, repite Besnard,

la conocida frase de Marx)261, pero sólo de manera provisoria, porque el

resultado de tal acción no dejará de hacer sentir sus propios efectos: éstos

consistirán, según el autor, en la eliminación integral del sistema capitalista

y en la sustitución de la vieja sociedad con la nueva organización social

dirigida por los sindicatos de productores.

Tres deben ser las reivindicaciones permanentes de la clase obrera, con el

fin de favorecer el cumplimiento del proceso descrito: la reducción de la

jornada laboral, el salario único y el control sindical de la producción.262

260 Pierre Besnard: Le mond nouveau. Son plan, sa constitution, son fonctionnement,Editions de la CGTSR, parís. 1934. La cubierta interior de la primera edición ofrece elsiguiente slogan: “Toda la economía para los sindicatos! ¡Toda la administración social paralas comunas!”261 K. Marx: II Capitale, trad. de D. Cantimori, vol. I. p. 814.262 P Besnard: Les syndicats ouvriers, p. 75-79, 193-206. “El control sindical de laproducción es más bien un fin a realizar que una reivindicación a imponer. Su realizacióndepende, en efecto, exclusivamente del proletariado, de su capacidad y de su voluntad deaplicarlo. Asume solamente el carácter de reivindicación como consecuencia de la lucha

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Roberto Massari

Contrariamente a una tradición ingenuamente evolucionista y de hecho

reformista, Besnard no atribuye un valor taumatúrgico a los objetivos

propuestos –es decir, creyendo que ellos por sí solos pueden permitir el

paso a la gestión obrera de la economía–, sino que insiste, por el contrario,

en la importancia de la ruptura revolucionaria y en su inevitabilidad en el

momento en que las reivindicaciones avanzadas del proletariado hayan

comenzado a amenazar efectivamente el poder burgués. Tal ruptura, sin

embargo, según el autor, no será otra cosa que:

“un incidente brutal que rubricará el fin de un período de evolución

precisamente en su término”.

En este punto se plantean con toda gravedad los problemas de

reorganización de la economía, determinando una vez por todas lo que

representa la verdadera fuerza social en la tarea de dirigir la producción;

las organizaciones políticas no podrán sino demostrar su propia

inconsistencia y la propia inutilidad y se verán por ello obligadas a

disolverse263; por el contrario, serán:

“los sindicatos y las comunas libres quienes, comprendiendo en su

seno todas las fuerzas –manuales, técnicas y científicas–, podrán

asegurar el medio, gracias a la consulta cotidiana entre todos, a todos

los niveles, del federalismo organizado, la administración y la gestión

de la cosa común, de los intereses generales y colectivos de los

individuos”.264

La acción sindical, según Besnard, no podrá ejercitarse plenamente si no

va acompañada por una serie de otros organismos de base, por medio de

los cuales, puedan hacerse ejecutivas y aplicables las propias medidas,

más eficaz la lucha contra el sistema capitalista y mejor la gestión de

sociedad futura.

“Los comités de fábrica y los consejos de talleres deben convertirse

en la base y en los agentes de acción, de organización y de

información de los sindicatos.”

que el patronato desarrollará para impedir a las organizaciones sindicales ejercitar sin suconsentimiento el control de la empresa. Esto es, por tal motivo, la reivindicación ofensivamás completa del proletariado” p. 77.263 “No existe ningún partido, aunque llegue al poder por la fuerza y la insurrección, queesté en condiciones de desempeñar la principal misión revolucionaria: la organización de laproducción, de la distribución y de los cambios. Todos los decretos, todas las leyes serianimpotentes ante tal misión. Esto no puede ser sino obra de los sindicatos obreros, de lascomunas libres y de sus instituciones.” Ibíd., p. 92.264 Ibíd, p. 105.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El monopolio del saber que la creciente especialización ha puesto en

manos de los dirigentes de empresas y de los consejos de administración

se verá sustituido por una red organizativa, cuyo conocimiento del proceso

productivo será objetivamente superior al del patronato. Y de hecho, según

Besnard, son los trabajadores mismos, células de esta nueva estructura,

quienes deben asegurar el funcionamiento, proveyendo todas las

informaciones técnicas necesarias para una forma superior y más eficiente

de gestión. Elegidos directamente por los trabajadores, los comités de

fábrica no deben ser, sin embargo, independientes de los sindicatos; a su

vez, éstos ejercerán la propia influencia sobre los consejos, no por vía

burocrática y opresiva, sino asociándolos al desarrollo de una función

concreta: la realización del “control obrero”. De hecho, en la aplicación de

tal medida se podrá expresar completamente la potencialidad de la clase

obrera, en el momento mismo en que se gestan las bases para un régimen

efectivo de democracia industrial:

“La institución de un poder de control permanente permitirá a los

trabajadores vigilar la ejecución de las decisiones tomadas y, en caso

negativo, de tomar a tiempo, antes de que se lleve a cabo cualquier

desviación, las medidas útiles para hacer respetar y aplicar las

decisiones tomadas en las asambleas sindicales, de talleres y de

fábrica, en todos los campos”.265

En lo relativo al control obrero, Besnard es favorable a su aplicación por

tipos de trabajo en el interior de cada empresa. Los organismos de control

deberían ser, teniendo en cuenta la diversidad de situaciones, más o

menos los siguientes:

a) La asamblea general de los trabajadores de empresa, encargada

de designar a los obreros de entre los cuales el sindicato elegirá

los miembros del Comité general de control.

b) La asamblea de oficina o de distribución encargada de elegir los

delegados que mantendrán los contactos entre la oficina y el

Comité general.

c) El Comité general, al cual corresponde la misión de organizar y

controlar la empresa, manteniendo los contactos con el sindicato

del ramo.

265 Ibíd., p. 149. Sobre el rol que la experiencia práctica ha tenido en las formulaciones dealgunas ideas de Besnard véase el texto de G Leval, ya citado, págs. 46-48.

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Roberto Massari

d) Los controladores que se preocuparán de recoger las

informaciones relativas a la organización del trabajo, a la

contabilidad, al cálculo de precios, a las materias primas, y que

serán organizados en comisiones de control. Las comisiones

constituirán la principal forma de articulación del Comité general.

Son previsibles además comisiones de estudio y otras comisiones

ad hoc.

e) Los delegados de oficina o de distribución, que ejercerán

funciones de relación entre los trabajadores y el Comité general

para todas las cuestiones relativas a la distribución.266

La estructura descrita no peca de irrealismo y se la puede considerar

bastante adecuada a los problemas que una eventual gestión obrera de la

empresa habría podido hallar en la gran industria europea de los años

treinta;

pero ésta, sin embargo, según Besnard, habría debido constituir solamente

la base de una estructura general más compleja, que a través de una red

piramidal de uniones sindicales locales y regionales, de federaciones

industriales nacionales e internacionales, terminarían en un Consejo

económico del trabajo, en el cual, en la práctica, descansaría la dirección

efectiva de la economía y de otras actividades sociales. Tal esquema, que

puede ser considerado una pequeña obra maestra de ciencia de la

administración, será posteriormente desarrollado y descrito hasta en sus

menores detalles en la obra siguiente, que ya hemos aludido.267 En la

actualidad es obviamente fácil comprender las debilidades y también una

cierta ingenuidad en la construcción “social” de Besnard. Sin embargo, la

complejidad de la estructura proyectada no puede desmentir ni un solo

momento que la primera tentativa de establecer criterios para una

planificación integral de la futura sociedad comunista, después de las bien

conocidas de Owen –llevadas a cabo en muy otras condiciones–, es obra

266 Sobre los consejos de fábrica y de oficina Besnard expresa también el juicio siguiente:“¿Cuál debe ser la célula de base de la producción? ¿El comité de fábrica, el consejo detaller o el sindicato de industria? Por lo que a mi respecta y con la máxima seguridad,respondo: el sindicato de industria. ¿Por qué? Por el motivo de que los comités defábrica y los consejos de taller especializados en un ramo de la industria o en un sectorde tal ramo no se hallan en condiciones de' organizar toda una industria ni de garantizarla conexión necesaria entre todas las fábricas de una localidad formando parte de unamisma industria: su actividad se limita por fuerza a la propia fábrica o al propio taller.”Ibíd., p. 279.267 En Le Monde Nouveau pueden verse las tablas y los diagramas (págs 32-33, plan dela producción industria] y plan de la producción agrícola; 48-49, plan sindical y plan local;81-82, plan regional y plan nacional; 96-97, plan internacional y plan de la organizaciónadministrativa y social; 128, plan económico, administrativo y social).

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

de un anarquista: es decir, de alguien que, de acuerdo con los estereotipos

tradicionales, debería ocuparse solamente de bombas, de sueños o,

cuando más, de pedagogía libertaria.268 No hay duda de que la

característica principal del proyecto es la de intentar sustituir la estructura

opresiva e irracional del capitalismo por el organismo que, dada su base

social, mejor habría podido expresar las exigencias y las capacidades

potenciales de los trabajadores. Por el contrario, el hecho de que el

Consejo económico del trabajo –centralizado y elusivo de hecho de

cualquier forma de control de base– pudiera estar en contradicción con la

institución paralela de la Confederación nacional de las Comunas no

puede desde luego evidenciarse a quien, como Besnard, creía en la

incorruptibilidad del sindicato y en la imposibilidad objetiva de que éste

pudiera burocratizarse. En realidad, el rechazo de la acción y la

organización política debía impedir a Besnard, como a sus demás

compañeros, comprender el profundo peligro representado también para el

movimiento sindical la involución social democrática y estaliniana del

movimiento obrero internacional. La sustitución de la estructura capitalista

por las sindicales tendría sin duda el efecto de arrojar a la burguesía del

poder, pero no habría ciertamente impedido la instauración de un poder

semejante en sus grandes líneas al que en los últimos años se ha

consolidado en la unión soviética. He aquí por qué los problemas de

gestión y reorganización de la economía se plantearán a los trabajadores

al día siguiente de la revolución con esencialmente reducibles a los

diversos problemas políticos de fondo, como la experiencia ha demostrado

en la propia Rusia.

Si los consejos de trabajadores no están en condiciones de intervenir en

cuestiones de política nacional e internacional, que en fin de cuentas

condicionan y determinan la adopción de ciertos criterios de desarrollo

económico en mayor medida que otros, es inevitable que en el interior de

la sociedad de transición se reproduzcan aquellas distinciones entre

Estado político y sociedad civil que el capitalismo ha elevado a norma de

existencia social desde sus orígenes. La incapacidad por parte de los

trabajadores de intervenir en la solución de las principales funciones

políticas y en la determinación de las decisiones de las más importantes

cuestiones económicas no podrá resolverse sino por una reconquista del

268 Es indudable que también han existido estos aspectos. Véase, por ejemplo, el relatode político-ficción de E. Pataud y E. Pouget: Comment nous ferons la Révolutions, París,Tallandier, 1909: de la huelga general a la autogestión, pasando a través de una serie deacontecimientos, entre los que figura también la guerra bacteriológica.

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Roberto Massari

monopolio del poder estatal por parte de los que de hecho estén ya

resolviendo las funciones políticas “por cuenta” de los trabajadores y de la

masa del pueblo. La distancia jerárquica que se crearía entre la unidad

empresarial de base y los organismos centrales de planificación de la

economía sería, desde este punto de vista, solamente un agravante y un

factor ulterior en favor de una cristalización burocrática. Las ideas de

Besnard, sin embargo, conservan actualidad, sobre todo a la luz del hecho

de que algunas de sus hipótesis (y de modo más general las

anarcosindicalistas relativas a los problemas de gestión) parecen

destinadas a reproducirse periódicamente –en formas y modos diversos–

en el interior del movimiento sindical de muchos países del mundo.269

Un discípulo directo de las teorías de Besnard es, sin duda, Diego Abad de

Santillán, conocido no sólo como teórico y dirigente español, sino también

como ministro de economía de la Generalidad la Cataluña en el período de

la guerra civil. La idea principal de Santillán270 es que la dirección de las

principales ramas de economía debe confiarse a los sindicatos. Estos,

conservando un organismo central de coordinación, se articularán en

consejos, elegidos y constituidos sobre la base de la competencia. La red

nacional de tales consejos –que deberán formarse sobre todo en la

agricultura, en la industria, en los principales servicios, etc.– constituirá la

estructura general de organización de la economía. Esta idea será

desarrollada por el autor para proponer la constitución de una organización

federativa, articulada según los ejes principales (por regiones y por ramas

de industria) y culminando en un consejo nacional de economía

socializada, al cual deberán corresponder las principales misiones de

planificación.271 Según Abad De Santillán, la tendencia principal de la

economía moderna se encamina hacia una creciente centralización y, por

ello, cualquier tentativa de dirigirla hacia formas organizativas comunales,

de inspiración campesina o artesana, sólo puede llevar al fracaso.272

269 Por motivos evidentes no podemos extendernos sobre estos aspectos del proyecto deBesnard, que serían del máximo interés por su actualidad y trascendencia. Nos referimos,por ejemplo, a la discusión sobre el rol de los técnicos en la gestión sindical (págs. 257-67),a la solución propuesta para la cuestión agraria y a la explícita aceptación de una fase detransición entre el viejo régimen y “el comunismo libertario realizado” (págs. 268-274).270 Expuesta de forma sistemática en un texto actualmente casi imposible de hallar, Elorganismo económico de la revolución. Cómo vivimos y cómo podríamos vivir en España,Barcelona. Tierra y Libertad, 1936, 257 págs. Existe una traducción inglesa ampliada con eltítulo After the revolution, the Reconstruction of Spain Today, Nueva York, 1937. El autorvive en Argentina.271 Véase Antonio Elorza: Une conception scientifique du comunisme libertaire. D. A. deSantillán, en Autogestión, n°. 18-19, 1972, p. 83. Véase también F. Mintz: L’autogestion,págs. 36-37.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El programa más serio consiste en impedir que la gestión por parte de los

trabajadores se transforme en el poder despótico de una “burocracia

estatal”. Con este objetivo, De Santillán propone para el desarrollo de la

función coordinadora y planificadora la formación de un organismo de

coordinación, sometido a un control de la base, ejercido ya desde consejos

de fábricas, unidos, como ya se ha dicho, en federaciones sindicales

organizadas por ramas de industria, ya por consejos elegidos localmente

por la población. “La coerción estatal, en tal sistema, no ofrece ninguna

ventaja; sería estéril y de hecho imposible”.273

El problema principal en Abad de Santillán, sin embargo, no consiste en la

necesidad de desarrollar una polémica contra las tendencias “estatistas”

débiles y prácticamente inexistentes en la CNT española, sino más bien el

de luchar contra los anarquistas “puros”, defensores de una gestión

económica descentralizada al máximo, privada de programas y de

instrumentos de planificación, organizada fundamentalmente sobre bases

locales y regionales.

Contra esta arbitraria, y en cualquier caso antihistórica interpretación del

pensamiento kropotkiniano, se vieron obligados a librar una dura batalla

De Santillán y otros dirigentes sindicales de la CNT, fuerte sobre todo en la

zona de Cataluña:

“Es necesario comprender que la fábrica no es un organismo aislado,

dotado de vida propia; es una fracción de un engranaje completo que

sobrepasa la fábrica, el cuadro local, la región, que sobrepasa incluso

las fronteras nacionales. La característica de la vida económica

moderna es una conexión que atraviesa todas las fronteras. Las

concepciones económicas basadas en un marco local (“localismo”)

han sido relegadas o deberían serlo al museo de antigüedades”.274

Según De Santillán, aquellos conceptos se oponen a una real y efectiva

gestión por parte de los trabajadores. De hecho, el localismo no sólo

contrasta con aquélla, que es la tendencia del desarrollo tecnológico, sino

que abandona de hecho el control de las palancas centrales de la

economía en manos de organismos sobre cuya base ni la más perfecta de

las federaciones territoriales podrá nunca ejercitar un control eficaz.

272 Véase al respecto la parte dedicada a las ideas de A. de Santillán en D. Guerin:L’anarchisme, p. 144.273 Ibíd., p. 145.274 D. A. de Santillán: “Sobre la anarquía y las condiciones económicas”, en TiemposNuevos, n°. 7, 1934, p. 225.

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Roberto Massari

La confusión que existe en tales posiciones, según De Santillán, es debido

al hecho de que no se lleva a cabo ninguna distinción entre conceptos

como “vida común”, “agrupación por afinidad” y “función económica”.

En la fábrica no se puede hablar de relaciones de afinidad o simpatía,

como si se tratase de una institución matrimonial u otra por el estilo. Lo

que regula la vida en común de la empresa no es la calidad de los

caracteres, sino la del trabajo, que a su vez se expresa y cualifica en la

competencia profesional. Si, por consiguiente, prosigue la argumentación

de De Santillán, en la comunidad social el máximo acento debe ponerse

sobre la anarquía y la independencia, en la fábrica, por el contrario, se

debe insistir en la organización y en la interdependencia, si no se quiere

provocar una regresión a la barbarie. Aunque en la comuna, en lo

sucesivo, se puede llegar a la libertad desde el punto de vista político,

cultural, etc., esto jamás podrá llegar a ser igual desde el punto de vista

económico.275

En El Organismo Económico, De Santillán precisa los detalles técnicos de

su propia concepción autogestionaria.276 La unidad de base debe estar

constituida por el consejo de fábrica y no por el sindicato respectivo, como

proponía, por el contrario, Besnard. El consejo, formado por empleados,

obreros y técnicos, será elegido en la asamblea de los trabajadores y

revocado en cualquier momento. Los miembros de los consejos de varias

fábricas constituirán las secciones sindicales de oficio o de categoría,

articuladas a su vez por consejos especializados por competencia y

funciones (De Santillán menciona dieciocho). Los consejos del sector

deberán elegir a los consejos locales, a los que compete la misión de

organizar la vida social a nivel municipal. Un rol importantísimo habrá de

desempeñar la instancia directamente superior, el consejo regional, a cuyo

cargo correrán no solamente las reglamentaciones de los mecanismos de

cambio y distribución, sino también funciones más complejas, como las

recogidas de los datos estadísticos, las decisiones relativas a los trabajos

públicos, la investigación y experimentación de nuevas técnicas. La

coordinación general de confía al consejo general de economía,

estrictamente controlado por las instancias inferiores, ante las cuales será

responsable.

275 Esta es en sustancia la conclusión del artículo de Abad de Santillán, ya citado. Norepetimos las críticas expresadas a posiciones similares de Besnard.276 Diego Abad de Santillán: El organismo económico, págs 180 y sígs. “ELANARQUISMO Y LA REVOLUCIÓN EN ESPAÑA” – Escritos 1930-1938 por Diego Abadde Santillán

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

En el congreso de la CNT –Zaragoza, 1 de mayo de 1936– las ideas de

Abad De Santillán fueron duramente combatidas y derrotadas por la idea

comunalista, inspirada sobre todo en la teoría que algunos años antes

expresara en un opúsculo el médico Isaac Puente.277 Abad De Santillán no

estaba presente en el congreso, pero sus posiciones eran expuestas en

los acuerdos del sindicato de Artes Gráficas de Barcelona; en éstos se

repetía sintéticamente el proyecto de organización económica ya expuesto

en El organismo económico. El texto aparece en Solidaridad Obrera, 24 de

abril de 1936; hay una traducción francesa en el número de Autogestión ya

citado278. Algunos meses después, sin embargo, las mutaciones habidas

en la gestión económica inmediata al comienzo de la revolución (julio de

1936) se produjeron en un sentido mucho más próximo al sugerido por De

Santillán y los otros “herejes” que al correspondiente a los anarquistas

“puros”: la mayor parte de los últimos, así, por ironía de la suerte, acabará

por aceptar no sólo la liquidación del sector autogestionario, sino que

entrará directamente a formar parte del gobierno burgués de Largo

Caballero.279

Como fin de estos pasajes, sin embargo, vale la pena esbozar brevemente

el rol de las colectividades españolas durante la guerra civil, aunque para

poder verificar prácticamente cómo se concretó la problemática

autogestionaria estudiada durante tanto tiempo por el movimiento anarco-

sindicalista internacional y después aplicada efectivamente en la realidad.

La experiencia de autogestión conocida en Cataluña –sobre la cual se ha

escrito mucho y mucho queda por escribir280– representa indudablemente

una etapa fundamental del movimiento obrero occidental, no sólo por la

demostración práctica ofrecida por ella, por segunda vez desde la

277 Isaac Puente: El comunismo libertario, Barcelona, 1932. 278 Op Cit. págs. 103-111279 Para el rol de la CNT y de los anarquistas en la guerra civil, véase la obra de César M.Lorenzo Les anarchistes espagnols et le pouvoir (1868-1969), París, 1969.280 Una óptima bibliografía sobre este tema hallamos en F. Mintz: L’autogestion dansl’Espagne révolutionnaire, París, 1970. En ella se indican no sólo los textos, losopúsculos que inspiraron la acción económica de los sindicatos catalanes en el curso dela guerra civil, sino también gran cantidad de materiales más directos, indispensablespara los historiadores que quieran fundamentar una reconstrucción de la experienciacatalana. Entre las tentativas ya completas podemos citar las siguientes: Gastón Leval:Né Franco né Stalin. Le collectivitá anarchiche espagnole nella lotta contro Franco e larazione staliniana, Milán, 1952; ampliado y revisado recientemente en Espagne libertaire,1936-1939; L'oeuvre constructive de la revolution espagnole, París, 1971; F. Berkeneau:El reñidero español, Ruedo Ibérico, 1961; CNT, collectivisation, l'oeuvre constructive dela revolution espagnole, 1936-1939 (Toulouse, 1965); D. R. Mintz, además del texto yacitado; «Enseignements de l’autogestion espagnole», en Autogestión, n°. 18-19, 1972;véase Marcos Álvarez: «Les collectivités espagnoles pendant la révolution», ibíd., págs.119-42; A. D. Prudhommeaux: Espagne libertaire, París, 1955.

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revolución de octubre de que la revolución obrera de los medios de

producción es posible, sino también por las conclusiones que pudieron

obtenerse a fin de adoptar una orientación más precisa en el debate sobre

problemática autogestionaria.

Al estallar la revolución había en España 1.900.000 personas ocupadas en

el sector industrial, sobre una población de 24 millones de habitantes

(cerca del 22 % de la población activa y la mitad de la empleada en la

agricultura). Las industrias más importantes por número de obreros eran

en líneas generales: la de vestir, la textil y la de la construcción. Seguía el

sector alimentario, la pesca y, en fin, la minería y metalúrgica (esta última

con 120.000 miembros).281 No hay que infravalorar, por otra parte, el

“sector terciario”, en el cual, no obstante la dificultad de establecer cifras

exactas, se puede calcular que cerca de 600.000 personas se empleaban

en los servicios públicos (transpones, electricidad, medios de comunicación).

Este será el sector más dinámico por lo que respecta a la construcción de

instrumentos de autorganización y a la función de responsabilidades en el

campo de la gestión.

Como se puede observar en base a las cifras citadas, el peso de la clase

trabajadora al comienzo de la guerra civil distaba bastante de ser el

mayoritario, no sólo por la debilidad del sector industrial en relación al

conjunto de la actividad productiva, sino también porque el limitado

desarrollo de otros señores (la industria química contaba con 46.000

miembros, empleados, empero, en casi 4.000 pequeñas fábricas)282 no

será casual si la colectivización y las sucesivas tentativas de “socialización”

hallan su máxima expansión en el factor agrícola, donde era más fuerte el

peso social de los braceros y de los campesinos pobres (845.000 sobre

1.023.000 propietarios de tierras no conseguían obtener una renta

cotidiana per capita que permitiese un nivel mínimo de subsistencia,

mientras el 67,15 % de la tierra cultivada estaba en manos del 2,04 % de

propietarios, en posesión de terrenos superiores a 100 Ha.). No hay que

olvidar, por otra parte, la fuerte tradición de luchas sociales conocidas en el

281 Véase G. Leval, op. cit. págs 241-42.282 Se observó, no obstante, que el peso cualitativo del proletariado español ha sido enmucho superior al soviético en el período de febrero-octubre de 1917 (para esto véase P.Broué-E. Témime: La révolution et la guerre d’Espagne, París, 1961, p. 131). De lamisma opinión fueron, entre otros, Andrés Nin y Trotsky. Este último afirmó que el«proletariado» (español) ha demostrado calidad combativa de primer orden. Por su pesoespecífico en la economía del país, por su nivel político y cultural se hallaba el primer díade la revolución no más atrás, sino más adelante que el proletariado ruso a comienzosde 1917”. “La lezione della Spagna”, en / problemi della revoluzione ciñese e altri scrittisu questioni intemazionali, Torino. 1970, p. 184.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

mundo rural español y el papel que a finales del siglo XIX ya había

desempeñado en ellas el movimiento anarquista y anarcosindicalista.283 En

lo que respecta a la industria, por otro lado, no debe olvidarse tampoco el

peso de la desocupación (muy alta y originadora de transferencias al

sector primario) ni el hecho de que el grueso de la misma se hallaba

situado en Cataluña, es decir, en la región donde la revolución ha tenido su

propio centro político, sino también la experiencia más avanzada de

colectivización y autogestión obrera. Estos últimos términos reclaman una

aclaración. Cataluña no conoció un régimen efectivo e integral de los

medios de producción por parte de la clase obrera. No se llevó a cabo ni

se hubiera podido llevar en pocos meses una red de control obrero y

popular sobre el conjunto de la economía (Bancos, comercio, industrias,

etc.) ni el pueblo español consiguió darse una nueva estructura política con

la cual afrontar no sólo los problemas de la gestión económica, sino

también la ofensiva de la contrarrevolución. Es de notar que las mismas

fuerzas políticas contrarias a la extensión de la colectividad eran asimismo

favorables a la permanencia de las estructuras del Estado burgués

tradicional y a que éste asumiese como fórmula gubernamental la de

“unidad nacional”.284 Por tales motivos, no creemos se pueda hablar de

autogestión obrera en el verdadero sentido de la palabra, ni obviamente se

puede ignorar el hecho de que tal experiencia se haya desenvuelto de

manera muy desigual.285 Se trató más bien, a nuestro juicio, de una toma

temporal de posición por parte de los trabajadores de sectores importantes

de la economía (sobre toda catalana) y de la adopción de formas diversas

de la autogestión y de simple participación en algunas empresas de tales

sectores. Ello fue posible, por otra parte, sea por la situación creada de

283 Véase G. Brenan: The spanish labyrint, Cambridge, 1960, y la reconstrucción hechapor E. J. Hobsbawm en I ribelli. Forme primitive di rivolta sociale, Turín, 1966, cap. V.284 La política oportunista del PCE y la actividad contrarrevolucionaria de los agentes dela GPU estaliniana son los aspectos más notables y más clamorosos de la colaboraciónde clases propuesta y realizada durante la guerra civil por el partido comunista español.Existe, sin embargo, un aspecto de tal política menos conocido, pero más significativo,representado por el boicot y la oposición sistemática contra cualquier tentativa llevada acabo por los trabajadores de asumir la gestión de las empresas, de organizarautónomamente la producción. Tal oposición asumió también una forma extremada,como, por ejemplo, la destrucción violenta de las colectividades agrícolas, realizada porlas tropas de Líster y la negativa de suministrar las materias primas a las fábricasautogestionarias. Véase al respecto los testimonios de G. Muñís: Jalones de derrota,promesa de victoria: España, 1930-1939, México, 1948, y F. Morrow: L’opposizione disinistra nella guerra spagnola, 1970.285 Según Franz Borkenau, op. cit., el 70 % de las empresas de Cataluña pasaron a unrégimen de gestión obrera y sindical, mientras en la zona de Madrid se había llegado aun 30 % de empresas con formas de participación. En Asturias la producción pasócompletamente a manos de los sindicatos obreros, mientras que en la región vasca nose llevó a cabo ninguna transformación sustancial.

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hecho con la desaparición de gran parte de los propietarios en la zona

republicana, sea por la necesidad de continuar haciendo funcionar las

fábricas en interés de la revolución. Parece, por tanto, que la experiencia

tiene un valor emblemático por las tendencias y la potencialidad que supo

expresar, pero que en la valoración completa se debe tener en cuenta

también el hecho de que fue interrumpida por la instauración del régimen

nacionalista antes de que pudiese asumir una forma completa.

Las industrias metalúrgicas de Alcoy, los servicios públicos (agua,

electricidad, gas), los medios de transporte de Barcelona son algunos de

los principales sectores en los cuales los trabajadores (sirviéndose de las

estructuras sindicales) consiguieron reanudar la producción después del

abandono por los propietarios y la huida de cierto número de técnicos. Las

formas de gestión y dirección aportadas por los obreros y los sindicatos a

las empresas requisadas se pueden reducir fundamentalmente a dos: la

incautación, cuando la empresa pasaba completamente a manos de los

trabajadores, e intervención, cuando se creaba un comité mixto de

participación. Es inútil añadir que la primera forma prevaleció en las zonas

donde dominaban la CNT y los anarcosindicalistas o donde era menor el

aparato burocrático, mientras la segunda correspondía mayormente a las

iniciativas de la UGT y a las aspiraciones de los partidos reformistas. No

obstante, para toda una primera fase, incluso en las empresas donde la

gestión era confiada a un comité interventor, el peso de la composición

obrera y sindical era excesivamente predominante: una clara consecuencia

del tipo de relaciones de fuerza instaurado en Cataluña y en otras regiones

tras la iniciación de la guerra y la formación de milicias populares. En

efecto, podemos afirmar que el régimen de dualismo de poderes existente

en el resto del país y que, con las debidas excepciones, la experiencia

autogestionaria española tenderá a remitir en la medida en que el aparato

estatal conseguirá tomar de nuevo el control de la situación. En este

sentido debe ser valorado también el decreto de colectivización catalana

de 24 de octubre de 1936 (véase apéndice); ello refundía la necesidad que

tenía el gobierno de no perder completamente el control de una

experiencia que ya tendía a evadirse de hecho de cualquier forma de

reglamentación y que parecía poder desarrollarse más allá de cualquier

previsión. El carácter “avanzado” del decreto se explica por el hecho de

que debía codificar en la práctica una situación autogestionaria ya creada,

permitiendo empero, al mismo tiempo, una injerencia por parte del Estado

en los organismos de poder construidos por los trabajadores. Vale la pena

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

recordar, sin embargo, que la CNT ejercía también una fuerte influencia

sobre la Generalidad de Cataluña y el decreto había sido en parte obra de

anarquistas. Es oportuno añadir que el decreto estaba animado de una

preocupación de integración económica y de un notable sentido de la

planificación “socialista”.286

En realidad, el decreto debía ofrecer una cobertura jurídica y un primer

embrión de reglamentación ante la existencia de una situación real y a la

tentativa ya consumada de organizar una economía socialista y dirigida por

los trabajadores. Aquél legalizaba y reconocía la existencia de los dos

sectores: el colectivizado y el de participación mixta, ofrecía una definición

de las principales funciones de los diversos sectores económicos y fijaba la

modalidad de elecciones para los “consejos de empresa”. Estos últimos

debían ser elegidos directamente por los trabajadores y debían ser

revocables en caso de fallos en la gestión; estaban constituidos, por otra

parte, por un representante de cada sector, servicio o grupo de los

trabajadores existentes en la empresa. Especialmente se daba el caso de

que las secciones sindicales CNT y UGT conseguían ponerse de acuerdo

sobre trabajos a desarrollar y posteriormente designaban directamente a

los miembros del “consejo”: la pertenecía a los sindicatos de los

trabajadores que formaban parte de los comités, de gestión era, sin

embargo, el resultado del hecho de que los cuadros más capaces y

formados estaban ya en general sindicalizados, y no era debido el

fenómeno a presiones o imposiciones provenientes del exterior. En

algunos casos las organizaciones sindicales consiguieron ponerse de

acuerdo para una representación al cincuenta por ciento (por ejemplo,

Ford Ibérica Motor en el puerto de Laredo), o bien por una representación

proporcional de acuerdo con el número de los afiliados (por ejemplo, en

Fomento de Obras y Construcciones). Fueron los comités mixtos CNT-

UGT quienes realizaron uno de los “milagros técnicos” de la revolución

española: la completa reorganización de la red tranviaria y ferroviaria de la

ciudad de Barcelona, que empezó a funcionar normalmente apenas

transcurridas dos jornadas de la insurrección de julio. La requisa de los

demás servicios de la ciudad (agua, gas, electricidad, abastecimientos) fue

de inmediato asegurada por comités sindicales del mismo tipo.287

286 Tal juicio ha sido expresado por D. Guerin: Né dio né padrone, vol. II, págs. 151-53.287 La descripción más detallada de tales transformaciones llevadas a cabo, sin embargo,desde un punto de vista excesivamente partisano, se halla en la colección dedocumentos reunida por la CNT en el exilio, ya citada, mientras la investigación másactual y más detallada sobre la experiencia de la colectivización es sin duda la de G.Leval. Una óptima descripción, sin embargo, de la atmósfera y el clima político existente

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“Por lo que respecta a la agricultura, la requisa de las grandes

propiedades fue automática... Si no se plantea jamás el problema de

la colectivización de la tierra, ello no quiere decir que se incitara a los

campesinos a permanecer o a convertirse en pequeños propietarios.

Fue también prohibido el empleo de asalariados, y como el

campesino propietario sólo podía cultivar por sí mismo una pequeña

superficie, la tierra no cultivada iba a parar a manos de la colectividad.

Es difícil calcular la superficie confiscada; no obstante, se puede

utilizar la valoración llevada a cabo por el Instituto de Reforma Agraria

de España, según el cual 5.692.202 Ha. de tierra fueron expropiadas

después de 1936”.288

En la colectividad organizada en torno a las tierras expropiadas el

movimiento anarquista español tuvo la posibilidad, por primera vez y a

vasta escala, de experimentar las formas de cooperación y de convivencia

inspiradas en los principios del comunismo libertario.

La supresión de la moneda, la pedagogía antiautoritaria, el apoyo mutuo,

la igualdad de los derechos, etc., son algunos de los aspectos propiamente

“sociales” con los que las comunidades anarquistas locales intentaron

finalizar las transformaciones llevadas a cabo en la gestión económica. Las

dificultades financieras, sin embargo, la falta de materias primas, la

oposición (también violenta) de los stalinistas y, en fin, la victoria de Franco

impidieron, sin embargo, en este sector una estabilización de las

conquistas obtenidas, una extensión del movimiento y, sobre todo, una

integración a las experiencias de autogestión industrial que contemporánea-

mente se habían llevado adelante en algunos centros del país.

“Seis meses después de la infección de la revolución –observa el

historiador P. Broué–, la economía española se debate entre terribles

dificultades. Ahora serán bastante corrientes las acusaciones sobre la

“anarquía” de las “colectivizaciones” o de las sindicalizaciones, la

“incompetencia” de los nuevos dirigentes improvisados. Estas críticas

no están del todo infundadas. Sin embargo, para ofrecer una

valoración justa de las realizaciones revolucionarias es necesario no

olvidar el peso terrible de la guerra. De hecho, las conquistas

revolucionarias de los obreros españoles han tenido en los primeros

meses consecuencias importantes y profundamente significativas.

en Cataluña es la famosísima de George Orwel, el escritor inglés que participó en laguerra al lado del POUM, Homenaje a Cataluña, en esta Colección (Penguin, 1971)288 Véase Marcos Álvarez, op. cit., pág. 122.

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Los nuevos principios de la gestión y la supresión de los dividendos

han permitido una reducción efectiva de los precios; esto, en fin de

cuentas, no resultó anulado sino como consecuencia de la subida

vertiginosa del precio de las materias primas. Ninguna economía

capitalista habría podido tampoco evitarlo en condiciones similares.

La mecanización y racionalización introducida en numerosas

empresas por iniciativa de los propios productores aumentaron en

notable proporción la productividad. Los obreros aceptaron con

entusiasmo enormes sacrificios porque tenían la convicción, en la

mayor parte de los casos, de que las fábricas eran de su propiedad y

que trabajaban, en fin de cuentas, para ellos mismos y para sus

hermanos de clase.”

“Fue sin duda un nuevo hálito el que pasó por la economía española

con la concentración de las empresas dispersas, la simplificación de

los circuitos comerciales, toda una serie considerable de realizaciones

sociales para los obreros ancianos, los niños, los inválidos, los

enfermos y el conjunto del personal. La gran debilidad de las

conquistas revolucionarias de los obreros españoles estuvo más que

en su improvisación, en su carácter incompleto. Pero es que, de

hecho, la revolución, apenas nacida, tiene que defenderse. Será la

guerra quien hará saltar las conquistas revolucionarias antes de que

tuvieran tiempo de madurar y aportar la prueba en una experiencia

cotidiana hecha de retrocesos y adelantos, de tentativas y de

descubrimientos”.289

Sobre la experiencia autogestionaria de Cataluña caía así el imperativo de

la guerra: factores determinantes de política internacional (y sólo

mediatamente nacionales) impidieron el logro y la difusión de la más

grande experiencia de dirección obrera de las fábricas conocida en el

período de entreguerras después del octubre soviético. Los anarco-

sindicalistas, los revolucionarios y los obreros, que han sido los

animadores y los inspiradores teóricos de semejante experiencia, tuvieron

que refugiarse en el exilio. Para aquéllos, entre los que aún permanecen

vivas, las colectivizaciones serán en lo sucesivo un lejano recuerdo.

Con la derrota de la revolución española el movimiento anarquista pierde

su más fuerte bastión. Pierde además la posibilidad de desarrollar y

extender una experiencia de autogestión y de autorganización en que

289 P. Brogué-E. Témime, op. cit., págs. 150-51.

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habían empezado a esbozarse concretamente algunos de los principios

del “comunismo libertario”. En las tentativas que se llevarán a cabo

después de la guerra para elaborar y también para actualizar un modelo

“de gestión obrera de los medios de producción”, el movimiento anarquista

en cuanto tal no conseguirá desempeñar ningún papel. No es éste el lugar

más adecuado para abrir de nuevo la discusión ociosa desde diversos

puntos de vista sobre la situación actual del movimiento anarquista

(¿muerte, supervivencia o resurrección?), y para un tratamiento serio del

problema preferimos remitir al lector al estudio reciente de Gino Cerrito,290

donde el dilema se supera en el ámbito de una discusión sobre funciones

del movimiento. La ausencia del movimiento anarquista en la reanudación

del debate sobre los consejos y la autogestión es formal (puesto que

desde este punto de vista se podrían citar decenas y acaso centenares de

artículos o tomas de posiciones)291, pero sustancial.

No se llega a percibir en los análisis de las organizaciones anarquistas

actuales, dedicadas al problema de la autogestión, una tentativa de

desarrollo de semejante problemática, uniéndola a un análisis concreto y

articulándola con el actual nivel de desarrollo de las fuerzas productivas,

como, por el contrario, se había llevado acabo en diferentes ocasiones,

aunque de modo limitado y discutible, en la Asociación Internacional de los

Trabajadores o en las filas de anarcosindicalismo (español y francés sobre

todo).

Se tiene la impresión especial de que los textos en favor de la solución

autogestionaria sean una consecuencia directa de la intuición, antigua y no

anárquica, de que la emancipación del hombre será completa solamente

cuando se haya liberado de la autoridad proveniente de otros hombres y

pueda disponer libremente de su vida. Sin embargo, parece que continuar

deduciendo de este principio, tan justo como genérico, los elementos

constitutivos de un modelo social comunista y libertario significa

condenarse por un lado a la esterilidad y a la utopía contemplativa en el

290 G. Cerrito: “II movimiento anarchico internazionale nella sua struttura attuale”, enAnarchici e anarchia, p. 127-207.291 Citamos a modo de ejemplo el de «Tribune Anarchiste Communiste, Les conditionsd’une révolution autogestionnaire» y de un militante dell'Alliance sundicaliste, RénéBerthier: «Conceptions anarcho-syndicalistes de L’autogestión», ambos en el número deAutogestión, muchas veces citado. Pueden verse también los artículos del número especialde Noir et Rouge, supl. al n°. 41, mayo de 1968, reeditado y desarrollado recientemente enAutogestión, Etat, Révolution, París, 1972. AUTOGESTIÓN, ESTADO Y REVOLUCIÓN.Noir et Rouge en esta Colección) En general, véase la obra de E. Guerin y de laorganización a la que pertenece (ORA, Organisation Révolutionnaire Anarchiste), enparticular uno de sus últimos libros: Pour un marxisme libertaire, París, 1969.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

interior de una sociedad que, en su conjunto, nunca había conocido

problemas de tanta gravedad y urgencia.292

Si resulta difícil trazar una síntesis de la discusión desarrollada en la

historia del movimiento anarquista y sindicalista en relación con la

problemática de la autogestión, tratando en la medida de lo posible de

tomar los elementos que nos parecen más característicos, es, sin

embargo, casi imposible ofrecer un cuadro de la situación actual. A la

inconsistencia teórica de la mayor parte de las posiciones que conocemos

se une de hecho la dispersión o el desmembramiento que, como demostró

el congreso de Carrara de 1968, parece afectar en lo sucesivo al

movimiento anarquista internacional.

Las organizaciones y las ideas, sin embargo, no corren siempre la misma

suerte. Si la esperanza de Víctor Serge respecto a una reunificación de las

que en su juventud eran las dos principales tendencias del movimiento

obrero no ha podido cumplirse en torno a la experiencia bolchevique,293 no

quiere decir que en la reanudación del debate en el seno del movimiento

obrero, coincidente con una crisis histórica del stalinismo a escala mundial,

el anarquismo no pueda desempeñar un papel. Lo tendrá, pero si llega la

contribución anarquista a tal debate de todo cuanto no es realista o es

ahistórico y comprendiendo de una vez por todas que la sociedad hacia la

cual caminamos, si no ha de ser “barbarie”, deberá ser lo contrario: lo que

implica el máximo desarrollo de la tecnología, la difusión masiva y

generalizada de los procesos automáticos, un crecimiento sin precedentes

de la productividad industrial y, por ende, de la centralización técnica y

administrativa. El ideal federativo, la comunidad local, la patria chica y los

demás mitos de origen rural o artesano, de los que tradicionalmente se ha

nutrido el movimiento anarquista, deben ser abandonados de una vez por

todas.

Un estudio aparte merece la supervivencia de algunas intuiciones

anarcosindicalistas dentro de algunas grandes centrales sindicales, pero

éste es otro tema.

292 Véase, en Murray Boockhim, El anarquismo en la sociedad del desarrollo, Ed. Kairós,1974. Se trata de un intento de actualización de este problema. (N. del T.)293 Véase al respecto el clásico de Volin: La rivoluzione sconosciuta. Roma, 1970, y G.Rose: «Anarchismo e bolscevismo di fronte al problema dell'autogestione», en Anarchicie anarchia, págs. 458-472.

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Parece que tentativas autocríticas han sido efectuadas en los años últimos

(especialmente en Francia y en Estados Unidos) y con una dosis de

realismo a menudo superior que el de otros grupos que en el momento en

que se definían “marxistas-leninistas” respaldaban en realidad viejas

ideologías autoritarias, infectadas realmente de miticismo y populismo,

contra las cuales el marxismo ha conducido y ganado su primera batalla.

Es por este motivo que parecen del máximo interés posiciones anarquistas

más recientes, como las que afirman que:

“la autogestión de las empresas y de los centros de producción por

parte de los trabajadores, ejercida directamente, no resuelve en lo

sucesivo los problemas complejos de la estructuración de la futura

sociedad anarquista”.294

Este puede ser, en nuestra opinión, un óptimo punto de partida para un

relanzamiento de la discusión.

294 G. Cerrito: «Sull’anarchismo contemporáneo», introducción a E. Malatesta: Scrittiscelti, Roma, 1970, pág. 43. En un sentido completamente opuesto circulan, por elcontrario, obras confusas como la de Jean Coulardeau: Autogestión et rívolutionanarchiste, París, Publico, 1970, en la cual la modernización de las viejas teoríasmutualistas se lleva a cabo en términos de economía marginalista.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Apéndice

Decreto de colectivización de la economía catalana (24 de octubre de 1936) 295

Art. 1. Conforme a las reglas establecidas en el presente decreto, las

empresas comerciales e industriales de Cataluña quedan clasificadas en:

1) Empresas colectivizadas, en las cuales la responsabilidad de la

dirección recae sobre los obreros que trabajan en la empresa,

representados en un consejo de fábrica;

2) Empresas privadas, en las cuales la dirección queda a cargo del

propietario o gerente, con la colaboración y el control del comité

obrero de control.

Consejos de empresa

Art. 10. La gestión de la empresa colectivizada será savalguardada por un

consejo de empresa nombrado por los trabajadores entre los asistentes a

la asamblea general. Esta asamblea determina el número de miembros de

consejo de empresa, número que no será nunca inferior a cinco ni superior

a quince. En su constitución estarán representados diversos servicios:

producción, administración, servicios técnicos y servicio comercial. Estarán

también representadas, si no lo están, las diversas tendencias sindicales a

las que pertenezcan los obreros, proporcionalmente a su número.

La duración del mandato se fija en dos años, siendo renovable cada año la

mitad del consejo. Los miembros del consejo serán reelegibles.

Art. 11. Los consejos de empresa tendrán la misma responsabilidad que

los antiguos consejos de administración en la sociedad anónima y en las

empresas puestas bajo el control de un consejo de gestión.

Ellos serán responsables de su gestión ante los obreros de su misma

empresa y ante el consejo general de la industria interesada.

Art. 12. Los consejos de empresa tendrán en cuenta, en el cumplimiento

de sus funciones, el hecho de que la producción se debe adaptar al plan

general establecido por el consejo de la industria y coordinarán sus

esfuerzos con los principios definidos para el desarrollo de los sectores a

los cuales pertenezcan.

295Los extractos que reproducimos están tomados de la antología tantas veces citada deD. Guerin.

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Para la definición de los márgenes de beneficios, para la fijación de las

condiciones generales de venta, para la adquisición de materias primas y

para cuanto concierne a las reglas de amortización del material, la parte de

capital en circulación, los fondos de reserva y la distribución de las

utilidades se ajustarán a las disposiciones tomadas por el consejo general

de la industria.

En el plano social los consejos de empresas velarán por el estricto

cumplimiento de las reglas establecidas a este respecto y sugerirán otras

que juzguen convenientes. Tomarán todas las medidas necesarias para la

salvaguardia de la higiene física y moral de los obreros; se consagrarán a

una intensa obra cultural y educativa, favoreciendo la creación de clubs,

centros de recreo, deporte, cultura, etc.

Art. 15. En todas las empresas colectivizadas habrá obligadamente un

delegado de la Generalidad, que formará parte del consejo de empresa y

será nombrado por el consejero de Economía, de acuerdo con los

trabajadores.

Art. 18. Los consejos tendrán la obligación de escuchar las reclamaciones

y las propuestas formuladas por los obreros. Las registrarán y llevarán, si

es necesario, a conocimiento del consejo general de industria.

Art. 19. Los consejos de empresa al final del ejercido tendrán que rendir

cuenta de su gestión a los obreros reunidos en asamblea general.

Darán asimismo conocimiento al consejo general de industria, conocimiento

del balance y de un resumen semestral y anual que establecerá

detalladamente la situación de los negocios, los planes y proyectos futuros.

Art. 20. Los consejos de empresa podrán ser revocados parcial o

enteramente por los operarios reunidos en asamblea general y por el

consejo general de la industria respectiva en caso de manifiesta

incompetencia o de resistencia a las normas fijadas.

Art. 21. En las industrias o en los comercios no colectivizados la creación

del comité obrero de control será obligatorio, y en este comité estarán

representados todos los servicios de producción, técnicos y administrativos,

que forman la empresa; el número de miembros que compongan los

comités será dejado a la libre elección de los obreros. La representación

de cada sindicato será proporcional al número respectivo de sus miembros

en la empresa.

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Art. 22. Las funciones del comité de control serán:

a) El control de las condiciones de trabajo y la estricta ejecución de las

medidas en vigor para salarios, horarios, seguridad social, higiene y

seguridad, etc., así como la disciplina estricta en el trabajo. Todas las

advertencias y notificaciones que el gerente crea su deber hacer al

personal serán transmitidas por medio del comité;

1. El control administrativo: cobros y pagos, tanto en dinero como en

trámites bancarios, y relación de estas operaciones con la

importancia de la empresa, control de las demás operaciones

comerciales;

2. El control de la producción, en estrecha colaboración con el

propietario de la empresa, a fin de perfeccionar el desarrollo de

esta producción. Los comités obreros de control mantendrán las

mejores relaciones con los técnicos, a fin de asegurar la buena

marcha del trabajo.

Art. 23. Los patronos tendrán que presentar a los comités obreros de

control los balances y rendición de cuentas anuales, que enviarán al

consejo general de la respectiva industria colectiva.

Consejos generales de industria

Art. 24. Los consejos generales de industria estarán constituidos por:

Cuatro representantes del consejo de empresa y de esta industria;

Otro representante de las diversas centrales sindicales designados de

acuerdo con un criterio proporcional;

Cuatro técnicos nombrados por el consejo de economía;

Cada uno de estos consejos estará presidido por el delegado de este

sector al Consejo de economía.

Art. 25. Los consejos generales de industria determinarán los planes de

trabajo de la industria, fijarán la producción de su sector y regularán todas

las cuestiones que le conciernan.

Barcelona, 24 de octubre de 1936

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CAPÍTULO 5LOS SOVIETS Y EL CONTROL OBRERO

EN LA REVOLUCIÓN RUSA

1. Los primeros soviets (1905)

Trotsky, uno de los principales intérpretes de los acontecimientos rusos de

1905, daba la siguiente ajustada definición del soviet de Petrogrado:

“El Consejo de diputados obreros se formó para dar respuesta a una

necesidad objetiva, creada por el conjunto de las circunstancias de

entonces: era necesario tener una organización que gozase de

indiscutible autoridad, libre de cualquier tradición, que reagrupase en

su primera acción las masas dispersas y sin relación; esta

organización debía ser un punto de confluencia para todas las

corrientes revolucionarias en el interior del proletariado; debía tener

iniciativa y al mismo tiempo la capacidad de controlarse por sí misma,

de manera automática; lo esencial era poder hacerla surgir en

veinticuatro horas”.296

¿Significa esto que la extensión del derecho de representación a las

masas populares, centrado en la estructura organizativa del proceso de

producción, debía sustituir a la acción tradicional de los partidos políticos?

¿Debía el soviet reducirse acaso a una simple ampliación del área “social”

cubierta a finales de 1905 por la socialdemocracia rusa y por las otras

corrientes de inspiración obrera y popular?

La respuesta de Trotsky era negativa. Y de hecho, en tanto que tales

organizaciones “no eran sino formaciones en el interior del proletariado”,

cuyo “objeto inmediato era luchar por adquirir influencia sobre las masas”,

el soviet se convertía, por el contrario, inmediatamente en la organización

misma “del proletariado”, cuya misión era “luchar por la conquista del

poder revolucionario”.297 Desde el punto de vista de valoraciones históricas

aparecen, por tanto, claramente distintas las características esenciales de

los dos principales instrumentos de que el proletariado ruso habría podido

servirse en el curso de su propia emancipación.

296 León Trotsky, 1905. Roma, 1969, p. 101.297 Ibíd., p. 223.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Por un lado, la organización política ligada a las masas, pero distinta de

ésta en cuanto a métodos, objetivos y forma de comportamiento; aquélla,

obligada a luchar por la conquista o el mantenimiento de cierta influencia

dentro de los sectores considerados fundamentales para el desarrollo del

proceso revolucionario, no habría podido absorber ninguna de las

funciones económicas y sociales para las que fuese necesario un alto

grado de homogeneidad y adhesión espontánea a determinados objetivos

autónomamente prefijados. Por otro lado, una “estructura” social de

movimiento, constituida por la síntesis cualitativamente superior –en

relación con sus partes componentes– de los diversos agregados

autónomos y homogéneos de base, en la cual la totalidad o la gran

mayoría de los trabajadores decidían reconocerse.

Ni anarcosindicalista ni kautskiano –es decir, ni “economicista” ni “idealista”–,

el proceso histórico de emancipación del proletariado aparece después de

1905, a los ojos de atentos observadores, como la posible síntesis

dialéctica de política y economía, de acción y reflexión teórica, pero sobre

todo como la progresiva compenetración entre los instrumentos de

agitación política (necesariamente elitistas) y los organismos de masas

(expresión, por el contrario, del movimiento en su conjunto).

“El soviet –dirá Trotsky– es el poder organizado por la masa, que

domina a todas sus fracciones”.298

Su acción atrae hacia sí a todas las mejores fuerzas del militarismo político

ruso, lo absorbe, pero no se puede nunca reducir a una de ellas en

particular, ya que ello equivale a renunciar contemporáneamente a dos

características fundamentales de la estructura sovietista:

– El carácter de masas (pluralismo y armonización de los distintos

intereses prevalecientes en el seno de la población trabajadora);

– La naturaleza de clase, como fundamento y justificación histórica de una

organización social alternativa respecto a la tradicionalmente funcional de la

sociedad civil burguesa.

El soviet, de hecho:

“aplicaba los métodos que proceden naturalmente del carácter del

proletariado considerado como clase: estos métodos se vinculan a la

función de la producción, a la importancia de sus efectivos, a su

homogeneidad social (...).

298 Ibíd.

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De cualquier modo, el soviet virtualmente o de hecho era el órgano de

la mayoría de la población”.299

El juicio de Trotsky se insertaba “orgánicamente” en la teoría de la

revolución desarrollada por él; pero tal juicio ¿puede acaso ser considerado

como la expresión de un nivel de madurez ya adquirido en el conjunto de

la inteligencia revolucionaria rusa a finales de 1908-1909? ¿Y qué

fundamento real tenía la aventurada valoración de Trotsky, según la cual el

soviet (aunque sea “virtualmente”) representaba el órgano “de la gran

mayoría de la población”? Y sobre todo, ¿hasta qué punto era verdad que

la breve experiencia sovietista de 1905 se relacionaba con la función del

proletariado en la producción o que en ella revertía la experiencia adquirida

por los trabajadores dentro del proceso productivo, es decir, la proyección

de esas instancias de poder que cualquier huelga, cualquier forma de

contestación obrera alcanza potencialmente en su propio seno?.300

Responder a estas interrogantes significa evidentemente ir más allá de las

intuiciones trotskyanas –afortunadas, a nuestro juicio, pero de cualquier

modo frutos de un proceso de reelaboración ideológica, funcionalizado al

filo de acontecimientos políticos– para intentar ofrecer una explicación o,

más modestamente, algunos elementos útiles para una valoración general,

pero integral, del proceso real de formación de los primeros consejos

obreros y campesinos de la historia moderna. A tal objeto nos veremos

obligados a trazar –aunque sea en sus grandes líneas generales– el arco

de los acontecimientos que van desde el nacimiento de los primeros

soviets en 1905 a su nueva manifestación y pleno desarrollo en el conjunto

de movimiento de los comités de fábrica en 1917, y luego, hasta su

liquidación efectiva en los años inmediatamente siguientes a la revolución

de octubre.301 En el arco formado por estos años, enorme por la extensión

y fundamental por la plenitud y densidad de los acontecimientos históricos,

299 Ibíd.. págs. 223-26 (la cursiva es nuestra).300 El célebre opúsculo Huelga de masas, partido y sindicatos de Rosa Luxemburgo, alque aludíamos aquí implícitamente, es de 1906. La fecha no es indiferente, ya quepermite valorar a fondo la influencia que la experiencia rusa de 1905 ha tenido tambiénpara la gran revolucionaria polaca. Véase La huelga política de masas por KarlLiebknecht (1904) Véase la opinión de P. J. Nettlen: Rosa Luxemburgo, Milán, 1970,págs. 391-94.301 Además de los estudios y de las investigaciones que citaremos en el curso de estetexto, nos hemos servido, para la reconstrucción completa de la experiencia socialista,sobre todo, del trabajo de Oskar Anweiler: Storia del soviet, 1903-1921. Bari, 1972. Si seexcluye el primer capítulo, confuso y un tanto arbitrario en la atribución de posicionesconsejistas, el libro de Anweiler puede ser considerado como una de las investigacionesmás rigurosas sobre la experiencia revolucionaria del proletariado ruso. A diferencia detantas otras “historias”, tiene el mérito de proponerse de nuevo el análisis y una discusiónde la experiencia rusa desde el punto de vista de sus intérpretes reales: los trabajadores.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

la extrapolación de algunos fenómenos, a veces solamente episódicos, se

justifica en base a un criterio metodológico preciso. Contrariamente que el

historiador, el estudioso de los procesos sociales se interesa más en su

devenir que en su ser, aunque sea considerado en la sucesión causal y

cronológica de las diversas fases del desarrollo, la extrapolación de una

serie de fenómenos reales en su contexto específico (comprendiendo en él

también las valoraciones expresas o el uso hecho por los observadores

contemporáneos) , mientras obliga al estudioso a pagar un precio muy alto

en el terreno de la precisión y del rigor filológico, permite, sin embargo, que

la mayor libertad de intuición y de valoración completa que un análisis

estrictamente cronológico hace, cuando menos, más difícil. La formulación

final de las características específicas y determinantes del fenómeno

observado podrá, por el contrario, constituir no sólo un momento de

verificación del grado de arbitrariedad de la extrapolación que se ha tenido

que recorrer obligatoriamente, sino también el punto de partida para

nuevas y más valiosas anticipaciones.

Está para lo sucesivo un tanto adquirido que el nacimiento del primer

soviet ruso en 1905 fue el resultado del encuentro de una serie de factores

precisos, históricos y sociológicos, cuya combinación pudo crear las

condiciones óptimas para el desarrollo de la iniciativa revolucionaria de las

masas. Por una parte, de hecho, se estaba realizando en el lado

puramente económico un adecuamiento cualitativo de Rusia a las

transformaciones de tipo capitalista ya verificadas hacía tiempo en la

agricultura y en la industria manufacturera en los principales países

occidentales. Por otra se profundizaba, hasta explotar finalmente, el

contraste político e ideológico entre la permanencia de un régimen

autocrático y oscurantista (el de Romanov) y las nuevas instancias de

“democracia liberal”, que al comienzo del siglo XIX habían empezado a

penetrar de la forma y del modo ya conocidos.302

La industrialización “superficial!”303 del sistema económico ruso obligaba de

hecho a los obreros a concentrarse en los pocos centros (como San

Petersburgo y Moscú) en los cuales el capital conseguía encontrar la

infraestructura y un mínimo de condiciones técnicas indispensables para la

erección de empresas manufactureras suficientemente avanzadas desde

el punto de vista tecnológico. Por otra parte, la relación de dependencia

estructural que vinculaba la economía rusa al Occidente capitalista estaba

302 Una contribución válida, en este sentido, es hoy todavía la investigación de F. Venturi:I’l populismo russo, 3 vols., Turín, 1972.303 Véase M. Dobb. Stona dell'economía soviética, Roma, 1957, p. 67.

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destinada a tener “consecuencias” positivas –y así se puede decir– por

cuanto afectaba a la posibilidad de una nueva profesionalización y de una

recalificación de las fuerzas de trabajo: esto valía evidentemente para

aquella minoría a la que correspondía el privilegio de hallar un empleo en

la industria y de no verse posteriormente obligada a emigrar o a pasar de

una ocupación a otra sin ninguna relación de continuidad en su propio

puesto de trabajo.

El carácter evidentemente agrícola (escasamente productivo) de una

economía dirigida fundamentalmente hacia la explotación, unido a una

elevada densidad de la población, estaba en el origen del bajo nivel de

vida de las masas rusas y al mismo tiempo del aislamiento en que el

proletariado de las ciudades llegaba a encontrarse respecto al resto de la

población. Sin embargo, la propia insuficiencia estructural de la economía

agrícola rusa y el proceso de consolidamiento de cieno estrato del

proletariado cualificado y definitivamente afincado en las grandes ciudades

debía impulsar al Lenin de El desarrollo del capitalismo en Rusia304 a

identificar en los trabajadores de la industria el sujeto histórico de la

revolución. Lenin, sin embargo, observaba también que si bien la difusión

del capitalismo en los ganglios vitales de la economía del país contribuía

poderosamente a la creación de una nueva conciencia obrera, tal proceso

corría, sin embargo, el peligro de quedar incompleto en el caso de que la

experiencia de los trabajadores en el lugar de trabajo o en el ámbito del

conflicto industrial de tipo tradicional permaneciese entregada a sí misma.

Era indispensable que estas experiencias se alimentasen también con

nuevos impulsos ideales, con un nuevo modo de concebir la agitación

política y sobre todo con un proyecto concreto y realista para derribar el

poder constituido. El Lenin de 1902 no está todavía en condiciones de

proyectar el propio análisis, profundo y preciso, de la realidad que le

circunda en una perspectiva histórica, que asigna a los trabajadores

misiones de alcance más trascendental, como las que el proletariado ruso

asumirá en 1907 y en la fase de reorganización de la economía. La

principal característica positiva del proletariado ruso precedente a 1905

parece todavía –al más agudo de sus observadores– la de estar

plenamente inscrito en el modo de producción capitalista y de no ser en el

futuro “estacionaria” o “reaccionaria”, sino potencialmente subversiva.305

304 Lenin: Obras, vol. 3.305 El uso del término “revolucionario” será usado en el curso de nuestra discusión rara ydifícilmente al referirnos a las posiciones de Lenin o de los bolcheviques de la «primerahora», a causa de la vasta gama de significados que éstos le atribuyeron en el veintenioque va desde el segundo congreso socialdemocrático ruso hasta la iniciación de la NEP.

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A finales del siglo XIX, sin embargo, en la tentativa de definir qué debe

entenderse por “conciencia de clase de los trabajadores”, Lenin había

indicado algunos elementos constitutivos de tal conciencia (anticapitalismo,

internacionalismo, voluntad de incidir en los asuntos del Estado), aludiendo

un tanto genéricamente a un posible fin último de la acción obrera:

“Transferir todas las fábricas, los talleres, todas las grandes

propiedades territoriales, en manos de toda la sociedad y organizar la

producción socialista directamente por los propios obreros”.306

En términos rigurosamente marxianos, pues, había intentado ya delinear el

desenvolvimiento de un tal proceso:

“¿De qué modo obtendrán los trabajadores el conocimiento de todo

esto? Los obreros, extrayendo incesantemente la actividad de la

propia lucha que empiezan a conducir contra los fabricantes y que se

extiende más cada vez”.

Tal juicio, como es sabido, se verá profundamente modificado en el curso

del debate que precede al congreso de separación entre la tendencia

menchevique y la bolchevique.

En realidad, la no realizada extensión de la lucha contra los fabricantes en

los primeros años del siglo y la insustancial consistencia organizativa de

los sindicatos eran dos datos objetivos de la condición proletaria rusa

contra las cuales debían naufragar no sólo las ideas del grupo de los

“economistas” –contra el que polemizaba Lenin–. sino también los

embriones de una posible teoría de la autorganización proletaria. El primer

soviet de la historia surgirá de hecho espontáneamente, y ninguna de las

organizaciones políticas que operan en San Petersburgo podrá nunca

reivindicar para sí, con fundamento, el honor de haber previsto su

nacimiento o de haber contribuido significativamente a su formación.

La debilidad del sindicalismo ruso no era sólo, obviamente, fruto de su

retraso económico, sino también una consecuencia de las represiones

zaristas, encaminadas a impedir cualquier forma de asociación o de libre

expresión por parte de la masa subalterna. Deutscher hace notar307 que

una situación objetiva del tipo descrito fue un elemento determinante, no

sólo en la canalización del impulso obrero hacia organizaciones de

vanguardia exclusivamente políticas, sino también en la selección de una

306 Proyectos y explicaciones del programa del partido social-democrático (1893-1896),en Lenin: Obras, vol. 2, p. 98.307 I. Deutscher: Los sindicatos soviéticos, Bari, 1969, págs. 33-34.

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leva de agitadores obreros altamente preparados en el plano teórico y

capaces de moverse con cierta facilidad entre las redes de la policía

zarista o en el cómodo mundo de la clandestinidad sindical. La elección

masiva de delegados de talleres al soviet de San Peterburgo ya en las

primeras horas de su existencia fue en su mayor parte obra de las

comisiones “internas” ante-literam y el resultado de años de paciente

trabajo “conspirativo”. Un dato sobre el cual difícilmente se pueden

detectar desacuerdos es indudablemente el hecho de que la huelga

general de 1905 tuvo el efecto de dilucidar la existencia de este trabajo

clandestino de base y afirmar con fuerza la necesidad, a los ojos de un

estrato consistente de trabajadores industriales, de hacer viable de este

modo la entrada del proletariado ruso en la escena política moderna.

Las condiciones de los obreros en las fábricas, los primeros años del siglo

XX, reflejaban simbólicamente las contradicciones de que se veía

aquejado el ámbito político- social dominado por el régimen zarista. De

origen rural reciente, inculto, especialmente analfabeto, marcado todavía

por el estigma infamante que hasta hacía poco tiempo había gravitado

sobre la espalda de la población campesina, el obrero ruso, cuando quería

encontrar un empleo en el sector industrial y manufacturero, se veía

obligado a sufrir un largo período de tiempo hasta conseguir ambientarse y

hallar una fisonomía propia (obrera) dentro de la empresa. El terror

represivo imperante en la sociedad entera no podía, por otra parte, dejar

de marcar también su propia fisonomía específica en el mundo restringido

y vigilado de los empleados de talleres, donde los adscritos a las misiones

de control obraban prácticamente como policía privada bajo la

dependencia directa del patronato. Una consecuencia de ese estado de

cosas fue, por ejemplo, la creación en 1901 de los sindicatos amarillos,

bajo la iniciativa del jefe de la policía política de Moscú, el coronel

Zumatov.

El retraso de la “condición obrera” y el carácter ultra represivo de las

instituciones destinadas a su control contrastaban con la exigencia de

racionalización y de perfeccionamiento empresarial, fuertemente sentida

en la industria rusa a causa de su (relativamente) elevado contenido

tecnológico y de su configuración estructural, directamente modelada

sobre el ejemplo occidental. Desde este punto de vista, el contraste entre

la composición y origen social de la fuerza de trabajo y estructura

tecnológica dominante en las grandes industrias de punta de las regiones

de Moscú y San Petersburgo aparecía como un potente elemento de

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conflicto destinado a profundizar el contraste entre la condición obrera

realmente adscrita a la fábrica y las inevitables exigencias de mutación

social resentidas entre la población trabajadora. El carácter directamente

antagónico asumido por la dinámica conflictiva y la necesidad de conducir

una serie de luchas intensas y extenuadoras para tratar de eliminar los

aspectos más aberrantes de la organización del trabajo (horarios de más

de once horas, falta de asistencia, de seguridades contra los

imponderables o de una legislación para los despidos) contribuyeron

potentemente a la maduración de una fuerte conciencia de clase entre los

estratos más avanzados del proletariado ruso.308

En la práctica, una generación entera de trabajadores se vio obligada a

recorrer en el curso de dos, máximo de tres decenios, la experiencia

histórica de radicalización y de sindicalización conocida por el proletariado

de algunos países occidentales en el curso de todo un siglo. El efecto

dinámico que tan brusca madurez pudo producir en situaciones

caracterizadas por profundas tensiones sociales está todavía hoy lejos de

ser plenamente comprendida, sobre todo en lo que respecta a los países

subdesarrollados y a las regiones de nueva industrialización. Hechas las

debidas salvedades, permanece el hecho de que cuando la adquisición de

una primera conciencia sindical (es decir, el conocimiento de la necesidad

de organizarse por ramas de producción al objeto de extender y aumentar

el precio del valor de venta de trabajo) se lleva a cabo en un lapso breve

de tiempo en forma concentrada y no difusa, en todo un sector de un

período histórico –como, por el contrario, se ha verificado en algunos

países de Europa occidental309–, el resultado final puede tener el efecto de

un boomerang y de poner nuevamente en discusión los contenidos

mismos que originariamente había tenido el proceso de radicalización.

Es lo que acaece en Rusia, antes de 1905, en una situación en la cual los

niveles de madurez del proletariado ruso no podían en absoluto

compararse con los de Francia, por ejemplo, Alemania o Inglaterra. Una

primera oleada de huelgas (después de la serie ininterrumpida de

conflictos menores conocidos de tejedores, metalúrgicos, tipógrafos, en el

veintenio de 1870-1890) se producen en 1896-1897, sobre todo en la zona

de San Petersburgo. Fue en esta ocasión cuando hicieron su aparición los

primeros casos de huelgas y las asociaciones de socorros mutuos, que

constituirían posteriormente, en los años sucesivos, los embriones de las

308 Para una definición de este período, véase S. P. Turin: From Peter the Great to Lenin. AHistory of the Russian Labour Movement, Londres, 1935309 Véase al respecto M Dobb: Problemi di storia del capitalismo, Roma, 1969, p. 259-293.

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principales estructuras sindicales. O. Anweiler cita algunos episodios

significativos, útiles para comprender la dinámica conocida de estos

primeros instrumentos de organización proletaria de representación,

precursores directos de los consejos de 1905. En la fábrica textil Morozovs

di Tver, por ejemplo, donde en febrero de 1885 había estallado una huelga

de notables dimensiones, la dirección empresarial y el jefe de la policía

local permitieron a los trabajadores elegir delegados para proceder a la

negociación y a una eventual solución de la controversia. Así se hace, pero

el hecho de que los obreros empezaran a desmantelar la fábrica mientras

se desarrollaban las transacciones no facilitó mucho el logro de un acuerdo

real y al final de la huelga la mayor parte de los delegados fueron

detenidos. En 1895, en Ivanovo-Voznessensk se verificó un episodio

similar, y en 1901 una comisión gubernativa pudo comunicar al zar que la

cuestión de los delegados obreros se había empezado a plantear con

cierta frecuencia. En el caso de una fundición siderúrgica había sido

directamente reclamada la creación de un comité permanente de

delegados obreros para facilitar la prosecución de las acciones

reivindicativas.310

No queriendo sobrevalorar el alcance y el significado real de estas

primeras aspiraciones obreras hacia formas de representación directa para

el mejor gobierno de los propios intereses, vale la pena de subrayar que la

imposibilidad de construir simples “comisiones internas” (de carácter legal)

mientras por un lado empujaba a los trabajadores a insistir con interés

sobre el problema de la representación, por otro contribuía a acelerar el

proceso de radicalización y de politización de un estrato consistente de la

población obrera. Y de hecho el problema que privará en la oleada de

huelgas de 1902-1903 será el de la prioridad de una forma cualquiera de

organización respecto, por otra parte, a las importantísimas e imprescin-

dibles reivindicaciones de carácter económico.

El fracaso de la experiencia de Zumatov, la imposibilidad de proteger a los

delegados de fábrica, la falta de un instrumento cualquiera apto para hacer

valer las voces de los obreros en la mesa de las transacciones, facilitaban

enormemente el trabajo de los agitadores (independientes en la mayor

parte de los casos), que planteaban la cuestión de la organización como

preliminar para la consecución de cualquier programa reivindicativo. La ley

de junio de 1903, por la que se introducía el sistema de los Starosti

(“ancianos de las fábricas”), precursores ancestrales de los modernos

310 O. Anweiler, op. cit., págs. 36-37.

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delegados de taller, fracasó porque en sus desgraciadas tentativas de

aplastar el impulso “político” surgido en la base obrera se veía obligada a

poner límites en el sector de los problemas reivindicativos que tales

delegados habrían podido afrontar. Los Starosti, en la práctica, no podían

responder a la exigencia de representación completa que hemos visto

dominaba en el naciente movimiento ruso obrero. La lucha por el derecho

de representación se veía así constreñida, una vez más, a no rebasar el

nivel mínimo de reivindicación presidencial para plantear –obligada por las

circunstancias– el problema más concreto y crucial de la fábrica.

La masacre ordenada por el zar en San Petersburgo el 9 de enero de 1905

fue la chispa que prendió fuego al polvorín de la revolución, abriendo un

período de intensos conflictos, cuya culminación será la huelga general

insurreccional.311

En tal huelga coincidieron prácticamente todas las instancias conflictivas

que en los años precedentes se habían incubado bajo las cenizas de la

oposición popular, muda, pero salpicada a intervalos irregulares por

explosiones de notable violencia e intensidad. En este punto, sin embargo,

no nos interesa tanto analizar la dinámica de los acontecimientos y las

relaciones establecidas entre las fuerzas en juego de 1905 como

comprender más bien los aspectos innovadores y revolucionarios

representados por la comparecencia en la escena del conflicto de una

serie de organismos conciliares, antecedentes históricos de los

organismos de poder popular que asumirían la dirección del país en 1917.

La nueva oleada de huelgas verificadas ya a comienzos de 1905 es el

primer elemento que puede contribuir a explicar el sentido de los

acontecimientos sucesivos. Ferroviarios, tejedores y metalúrgicos –

flanqueados por categorías menores como portuarios, empleados, obreros

de los servicios, comerciantes– plantearon una serie de reivindicaciones

económicas y normativas (es decir, respecto a horarios de trabajo,

ordenación empresarial, etc.) que acto seguido, con la generalización y la

extensión de la lucha, asumieron pronto un carácter más propiamente

político. La oposición al régimen zarista y la exigencia de una constitución

representaron, de hecho, el eje purificador en el que podían confluir las

diversas instancias corporativas o puramente económicas que habían

estado en los orígenes en la nueva oleada de huelgas.

311 La obra más profunda y más completa sobre tales acontecimientos sigue siendotodavía hoy el célebre escrito de Trotsky, 1905, ya citado.

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En muchas de estas agitaciones locales y sectoriales existían ya

organismos de lucha (comités de huelga, consejos de Starosti, grupos

informales de agitadores) que en la práctica de la acción reivindicativa

planteaban ya con fuerza los problemas relativos al derecho de

representación, que hemos visto constituir un leit-motiv, de las agitaciones

obreras al comienzo del siglo. La creación por parte gubernamental de una

comisión bajo la dirección del senador Sidlovskij (de la cual podían formar

parte también algunos delegados obreros, con la misión de analizar y

prevenir la causa del descontento popular), confirmó de hecho, aunque en

un plano puramente constitucional y antiobrero, la existencia de un fuerte

impulso de base en favor de organismos centrales de coordinación. La

comisión Sidlovskj es generalmente reconocida como uno de los factores

que más contribuyeron a la centralización y a la unificación de las diversas

instancias que provenían de la fábrica y de los respectivos comités de

huelga. En un artículo publicado el 17 de febrero en Iskra, Martov

confirmaba y hacía suya, en cierta medida, la esperanza manifiesta entre

la población en relación a los posibles desarrollos de lo ya operado en la

comisión “mixta” (obreros y representantes del gobierno).

La elección de delegados de fábrica para tratar con el patronato o para que

por lo menos intentasen garantizar una continuidad en la dirección y en la

organización de la lucha prosiguió ininterrumpidamente durante toda la

fase inicial de la huelga, sobreponiéndose en la mayor parte de los casos a

los organismos preexistentes, aprovechando en ciertas situaciones (como

en los talleres Putilov de San Petersburgo) la ley de 1903 para elegir los

Starosti un poco menos “ancianos” que los anteriores y sobre todo más

combativos y dispuestos a batirse por las reivindicaciones de los

trabajadores.

La historiografía soviética, a la muerte de Stalin, ha conseguido reconstruir

parcialmente el proceso de tales comités y de otros organismos de

representación permanente en una serie de fábricas. A pesar de la

fragmentación y el carácter incompleto de tales investigaciones, se ha

podido constatar que el paso de los comités de fábrica a la constitución de

los consejos de los delegados a los soviets centrales se produjo

prácticamente sin solución de continuidad, afectando en la mayor parte de

los casos a los mismos individuos para los dos niveles organizativos. Los

sindicatos rusos constituyen a su vez la continuación histórica de este

proceso. Ellos, así, recogieron los frutos de la huelga general de 1905 y

pudieron imponerse como los principales exponentes de las instancias

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reivindicativas y de la exigencia al derecho de representación, expresado

en forma masiva por el proletariado ruso de 1905. El cuarto congreso del

partido obrero socialdemocrático confirmará este dato, de hecho, en la

primavera de 1906, proclamando el carácter insustituible de la lucha

sindical como preparación e introducción de la masa obrera a la lucha

política.

La no participación de los sindicatos, ya positivamente experimentado en

el curso de la experiencia soviética del año precedente, había debido

poner de manifiesto el carácter lineal de semejante proceso.312 En 1905,

sin embargo, existían los sindicatos rusos sólo en estado embrionario,

confundidos, en la mayor parte de los casos, con los comités de fábrica, de

huelga, etcétera.

La ausencia de los sindicatos debía hacer pesar sensiblemente, en el

curso de la lucha, a otro elemento de crucial importancia para el paso a la

constitución de los soviets. Y de hecho, la necesidad –vivamente sentida

por la base– de unificar en un órgano único central los temas, entre sí

similares, de las diversas instancias reivindicativas, junto a la exigencia de

una coordinación entre los diversos comités de huelga, llevaron a la

constitución de comités ciudadanos, compuestos por delegados elegidos

directamente y sobre el lugar en las asambleas de fábrica o de taller. La

existencia de fuertes y consolidadas estructuras sindicales habrían

impedido, por el contrario, un proceso de este tipo: en tal caso los

resultados habrían sido indudablemente superiores en el plano de la

eficiencia y de la conducción técnica de la lucha, pero habrían carecido en

la instancia central de la presencia directa de una base implicada en un

proceso dinámico de maduración revolucionaria. La mediación sindical,

prácticamente, habría impedido y obstaculizado el impacto entre la

instancia semipolítica de una base obrera combativa y en trance de

adquirir pleno conocimiento de la plena potencialidad y el órgano

representativo central: éste habría sido incapaz, sobre la base de una

dinámica interna, de asumir el papel subjetivo del soviet, de un organismo

de contrapoder que se ofreciese como alternativa a las instituciones

municipales o estatales, directamente dependientes del zar. La falta de

dinámica interna en algunos organismos de coordinación dotados de una

existencia puramente formal no puede ser atribuida, a nuestro juicio,

solamente a la debilidad o a la casi inexistencia de las organizaciones

políticas en el seno e los comités de huelga (de empresa y ciudadanos),

312 Véase I. Deutscher. op. cit., págs. 42-44.

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pero debe explicarse sobre todo por la falta de presiones de base por parte

de los trabajadores, presiones que se expresaban esencialmente en la

facultad de elección directa y de revocabilidad inmediata en las

confrontaciones de los delegados que no expresaban completamente las

exigencias concretas y responsablemente formuladas por la base obrera.

El impulso de base, emergiendo de las diversas situaciones de la empresa,

tendía, por tanto, con el transcurrir de las semanas (invierno-primavera de

1905) a transformarse cada vez más en una necesidad de constituir

organismos centrales de coordinación y de dirección que estuvieran en

condiciones de eliminar los aspectos de fragmentación y dispersión que

toda lucha espontánea e improvisada lleva inevitablemente en sí. Al mismo

tiempo, el movimiento de unificación de los comités de huelga obraba

como catalizador en el proceso de radicalización y de descubrimiento de la

fuerza propia por parte de los trabajadores de los principales centros

industriales. En Ivanovo-Voznessensk, por ejemplo, el soviet se constituye

solamente después de que la prolongada y dura lucha de los empleados

de varias empresas textiles haya tenido el efecto de reunir en un cuerpo

único de reivindicaciones las exigencias de las masas en lucha.

La comitiva que el 13 de mayo presentó la lista unitaria de las

reivindicaciones comunes a todas las fábricas textiles del distrito constituye

exactamente la culminación de la movilización reivindicativa y el punto de

transición entre la fase puramente económica y heterogénea de la lucha y

el nuevo período de lucha política que debía abrirse dos jornadas después

con la constitución oficial del soviet de Ivanovo-Voznessensk (el primero de

la historia rusa). La búsqueda de una dirección unitaria y de un cuerpo

único de reivindicaciones había impulsado a los trabajadores a bajar a las

calles y a construir en los hechos la unidad que faltaba a nivel

organizativo-institucional.

En éste como en otros casos, el descubrimiento de la propia fuerza, del

número (de 28.000 a 40.000 huelguistas, según las valoraciones) y de la

coincidencia sustancial de las demandas formuladas creó en los

trabajadores (que durante años habían vivido en el aislamiento y en la

mayor de las ignorancias) el estado anímico la asunción de funciones extra

económicas, junto a la voluntad de luchar por la sustitución del poder

político central. Incapaz de sostener la voluntad de lucha expresada en

forma violenta y dispersa por las masas de trabajadores, el soviet de

Ivanovo-Voznessensk, de acuerdo con el criterio real y no formal de la

representación obrera directa, se vació de todo contenido y, en fin, se

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disolvió en el curso del verano, cuando ya los trabajadores se encaminaban

a la conclusión.

En la vecina ciudad de Kostroma el éxito de la lucha conducida por el

soviet elegido en el mes de julio fue algo más positivo, pero idéntica la

dinámica que conduce a la formación de un órgano central de los

delegados de los huelguistas. Entre estos dos ejemplos citados, la

transformación “política” de las funciones del consejo se verificaba en el

acto mismo de su creación, sobre la base de una fuerte corriente unitaria

de las masas y de la confluencia en un cuerpo único de los temas

reivindicativos esgrimidos por los comités de huelga de las empresas.

La huelga general del mes de octubre daría vida al soviet de San

Petersburgo y a otras experiencias menores sobre el plano de la

organización obrera, como una serie de agitaciones entre los tipógrafos

(en Moscú y San Petersburgo) y las grandes paralizaciones de las líneas

ferroviarias rusas decretadas por los empleados del sector, contra el

presunto arresto de sus propios delegados: las reivindicaciones

presentadas por éstos trascendieron bien pronto el cuadro puramente

económico que habría originado la agitación, para cristalizar en cuestiones

más propiamente políticas. A mediados de octubre de 1905 la huelga se

extendía como una mancha de aceite, afectando a la industria, a las

oficinas de correos, a las líneas de comunicaciones, a los empleados, a los

comerciantes, etc.

En el curso de tal agitación, masiva e intensa, el consejo de diputados de

los obreros de San Petersburgo pudo iniciar su propia actividad,

fundándose inicialmente sobre la contribución práctica, la experiencia y el

espíritu de iniciativa de los Starosti y de los delegados que, tras el fracaso

de la comisión Sidlovskij, había continuado organizando la base obrera y

haciendo de portavoz de sus reivindicaciones. Es necesario constatar, por

el contrario, hasta qué punto la propaganda de los mencheviques en favor

del “autogobierno revolucionario” había contribuido a caracterizar la

creación de un organismo que, de acuerdo con las esperanzas originarias

de la población, habría tenido que interesarse solamente por el

mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores e imponer

una serie de reformas en el campo de las libertades cívicas más

elementales.

189

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Roberto Massari

La aparición de los comités de huelga y la elección por parte de algunos de

los delegados que se reunieron centralmente para tomar las decisiones

más urgentes fue también, en el caso de San Petersburgo, el elemento

motor para la construcción del soviet ciudadano.313 Y también en esta

ocasión, como ya en Kostroma e Ivanovo-Voznessensk, la dinámica

interna del soviet (en el sentido de un desarrollo numérico y de un

acrecentamiento de influencia) fue determinada esencialmente por la

presión de los acontecimientos externos que, con su presencia, obligaron

al pequeño consejo de diputados obreros a asumir responsabilidades cada

vez más amplias. Con el desarrollo de la agitación el soviet adquiría ante

los ojos de la población el carácter de un instrumento político de masas, el

único capaz, no sólo de hacer sentir las voces de los trabajadores, sino

también de contraponerse concretamente al poder absoluto del régimen. El

soviet se iba transformando de este modo en un organismo de contrapoder

y en una fuente alternativa de autoridad y dirección, en el cual las masas

se reconocían libremente.

El funcionamiento y la metodología práctica del soviet renovaron de una

manera clara la experiencia de la Comuna de París, respecto a la cual, sin

embargo, le distinguían una serie de características negativas (como el

bajo nivel político-cultural de las masas, la formación relativamente

reciente de la clase obrera, su origen esencialmente campesino, la falta de

una serie de organismos o de personalidades dotadas de cierto prestigio y,

en fin, la ausencia de una parte de la población provista ya de armas y de

un mínimo de encuadramiento militar). Sin embargo, la sustancia y la

dinámica de los dos acontecimientos era la misma: el soviet se planteaba

desde su nacimiento como alternativa concreta de dirección política y

social, respecto a los viejos instrumentos del régimen zarista, y como

expresión completa de una nueva forma de democracia popular directa,

que ninguna Duma, por muy “liberal” que pretendiera, habría podido

garantizar. La asunción de misiones directivas en el campo de la economía

habría debido constituir –si las circunstancias hubieran permitido la

continuación del experimento– el primer paso concreto y fundamental, por

parte del soviet, hacia la construcción de un nuevo orden social. La

dinámica de los acontecimientos del 17, de hecho, aprovechándose de una

serie de circunstancias favorables, impulsará a los soviets a encaminarse

313 Detallada e interesante información de estos acontecimientos se encuentra en unaantigua antología rusa, Istorija sovieta rabocich deputatov Peterburga, San Petersburgo(1907), en la cual se informa, entre otras cosas, de los testimonios del que fue presidentedel soviet de San Petersburgo, Chrustalev-Nosar.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

en esa dirección, creando la red de organismos obreros (los “comités de

fábrica”), sin los cuales no se hubiera podido resolver ninguno de los

problemas económicos que se presentaban al joven Estado soviético. Un

proceso similar se esbozó también en el soviet de San Petersburgo de

1905 y:

“amplió bien pronto su competencia más allá de un simple comité de

huelga y se convirtió en un “parlamento obrero” que debía tomar

posiciones sobre todas las cuestiones, importantes o secundarias, en

una organización de masas de la clase obrera de San Petersburgo,

como nunca se conociera antes. Continuando con el desarrollo de sus

funciones también después del final de la huelga, el consejo obrero

de San Petersburgo se transformó definitivamente de comité de

huelga en órgano de la lucha revolucionaria de los trabajadores. Esta

transformación no fue ni intencional ni consciente: el movimiento

revolucionario que en su culminación había dado vida al soviet no

había concluido todavía, antes bien, continuaba impetuosamente y el

órgano que había creado debía seguirle en su camino”.314

La experiencia de San Petersburgo se extendió a Moscú, Odesa, entre los

mineros de los Urales, en el Don, en el valle del Donetz y asimismo en un

número incalculable de grandes y pequeñas ciudades, en las cuales la

estructura consejista podía variar de un simple comité de huelga a un

“parlamento obrero” bastante similar al modelo de San Petersburgo. Se

asistía en la práctica a ese fenómeno de contagio y de rápida difusión de la

temática de agitación y de las formas de lucha que siempre ha

caracterizado todas las tentativas de insurrección popular hasta nuestros

días en los países capitalistas industrializados o en vías de industrialización.

El efecto del contagio, obviamente, afectaba también a las diversas

categorías sociales que en 1905 podían hallarse en una situación de

antagonismo potencial respecto al régimen zarista.

En tal sentido se interpreta la formación de consejos de diputados y de

comités de huelga (formas de lucha típicamente obreras) también por parte

de aquellos sectores de la población que no podían ciertamente aportar un

peso social semejante sobre el plano cualitativo –es decir, desde el punto

de vista de su ubicación en el proceso productivo– el de los obreros

metalúrgicos, textiles y otros. Soviets de profesiones liberales, de

campesinos (sobre estos últimos no se posee aún documentación

314 Cit. por O. Anweiler, op. cit., p. 81.

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suficiente), de soldados, de marineros (como en Sebastopol), etc., se

aproximaron en toda Rusia al soviet obrero, aceptando más o menos

conscientemente su dirección o sus simples indicaciones programáticas,

en vistas de una mutación radical del sistema político y social vigente. La

consigna menchevique de “autogobierno revolucionario” iba destinada,

desde este punto de vista, a conquistar márgenes cada vez más amplios

de consenso entre los estratos de población que habrían podido rechazar y

contrarrestar una lucha puramente económica y corporativa de los

trabajadores de la industria (una clara minoría, en fin de cuentas, de la

población trabajadora rusa).315

Por otra parte, el soviet no podía negarse, en el proceso de profundización

de la crisis revolucionaria, a tomar aquellas medidas que aparecían

indispensables para la continuación de la movilización y para su propia

supervivencia. El control de los accesos ferroviarios, la edición de

periódicos no censurados, la iniciación de la publicación de Izvestia, la

introducción de la jornada de ocho horas, la colaboración de las oficinas de

correos, etc., se pudo llevar a cabo en San Petersburgo precisamente

porque los trabajadores comprometidos en aquellas misiones veían para lo

sucesivo en el soviet la verdadera fuente del poder social y de hecho un

instrumento embrionario de autogobierno. Observa Anweiler que:

“una gran parte de la actividad del comité ejecutivo consistía en hacer

frente a los problemas cotidianos de la vida revolucionaria, y este

mismo aspecto bastaba para conferirle prestigio y autoridad entre las

masas”.316

En Moscú el soviet se vio obligado a impartir directrices para regular la

distribución del agua, para la apertura de determinados negocios en el

curso de las huelgas, para la suspensión del pago de los alquileres.

También en este caso el organismo elegido por el proletariado se había

visto obligado por las circunstancias a sumir misiones embrionarias de

gestión social que indudablemente habrían acelerado la constitución de un

organismo definitivo de contrapoder, si la represión militar no hubiera

conseguido prevalecer de modo tan rápido.

Estas instancias gestionarías, que en algunas partes se han querido

explicar un poco aventuradamente por la experiencia comunitaria del

obrero ruso (ex campesino, es miembro de la obstina), se valoran no tanto

315 Véase M. Dobb: Storia dell’economía soviética, p. 64. 316 Op. cit., p. 101.

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por lo que fueron sus resultados efectivos cuanto por el tipo de exigencia a

que apuntaban. Añadiremos, por otra parte, que su desarrollo y su

concreción en acciones precisas de política económica probablemente el

soviet –después de sobrevivir a la fase insurreccional-represiva– habría

tardado en hallar su verdadera razón de ser. Para las masas rusas, en

realidad, la primera experiencia de democracia electiva-formal habría

coincidido con la lucha por la afirmación temporal de una democracia

sustancial: único ejemplo en la historia del movimiento obrero occidental.

Las tentativas de dar vida a los soviets en Moscú y San Petersburgo en

1906-1907 representan efectos póstumos de semejante experiencia; sus

frutos reales, sin embargo, solamente aparecen diez años después. Aun

no queriendo exagerar la posibilidad de que el desarrollo de los soviet de

1905 se encaminara en el sentido de la creación de una nueva forma de

gobierno obrero y popular, no deja de ser cierto que en el curso de su

breve existencia lograron expresar completamente las exigencias que una

y otra vez nacían en la clase trabajadora. Valga a tales efectos el juicio de

Trotsky:

“El soviet, desde el momento de su fundación hasta el de su

desaparición, estuvo bajo la poderosa presión del elemento

revolucionario que, sin preocuparse de vanos respetos, superó el

trabajo de la intelligenzia política. Cualquier movimiento de la

representación obrera estaba de antemano acordado; la “táctica” a

seguir se imponía de modo evidente”.317

317 Trotsky, op. cit., p. 102.

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2. Lenin, los soviets y el control obrero

Durante la huelga general de 1905 tanto los mencheviques como los

bolcheviques habían intentado ofrecer una perspectiva política a la lucha

espontánea de las masas proponiendo dos formas diversas de gobierno.

Para los primeros, la acción de los obreros, organizados en soviets y

dirigidos por sus propios delegados de fábrica, habría tenido que llegar a la

instauración de un “autogobierno” revolucionario de los trabajadores, es

decir, a la sustitución de la estructura política zarista por los instrumentos

de democracia directa lo más amplios posibles. El principal exponente de

esta posición (que después de la derrota de 1905 se verá abandonada por

los mencheviques) fue Martov.318 Por el contrario, los bolcheviques, a

quienes no escapaba la ambigüedad de tal consigna en boca de quien

consideraba el proceso revolucionario como una concatenación progresiva

de factores objetivos, estrictamente dependiente del desarrollo de las

fuerzas productivas y del capitalismo en Rusia, proponían en su

propaganda la perspectiva de un “gobierno revolucionario provisional”.

Para Lenin, tal fórmula política correspondía, sobre el plano institucional, a

la “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los

campesinos”, fase transitoria en la lucha entre clases, en el curso de la

cual la más amplia aplicación de la democracia burguesa-popular

permitiría el paso al socialismo. La negativa por parte de Lenin a ver en los

consejos de diputados (ya en los de 1905, ya en otros futuros) los órganos

de un posible autogobierno de las masas trabajadoras era, por tanto, en

los años precedentes a 1917 el resultado directo de su concepción relativa

a la naturaleza social y a los cometidos de la revolución rusa. La

infravaloración del rol hegemónico y movilizante que el proletario –es decir,

el conjunto de los trabajadores sometidos a una relación de trabajo de tipo

salarial– habrían podido tener (y en realidad tuvieron) en el derribo del

poder burgués llevaba a Lenin a reputar utópica y veleidosa la hipótesis de

que el proletariado pudiese constituir la nueva estructura política y

económica de gestión y dirección de la sociedad. El rechazo de la

autogestión obrera derivaba en él coherentemente de una valoración

pesimista de las relaciones de fuerza entre las clases en Rusia, del nivel

de maduración del proletariado en las fábricas, de los márgenes de

maniobra y de resistencia concedidos a la burguesía, dotada sobre todo de

318 La posición de Martov, favorable a la constitución de comités populares de agitación,es aludida también por Lenin en Obras, vol. IX, pág. 207, que cita directamente el textodel Arbeiter-Zeitung, de Viena (24 de agosto de 1905)

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una enorme base social en el campo. El problema fundamental que el

partido del proletariado habría tenido que resolver (diferenciándose en esto

de los niveles de comprensión de las masas trabajadoras urbanas) habría

sido exactamente el de arrancar a los campesinos a la influencia burguesa

para hacerlos confluir en una alianza con los obreros de la ciudad. Lo que

expresa, esquemáticamente, la teoría leninista de la revolución, en la cual,

como se sabe, el sujeto dirigente y animador dentro del proceso de

transición es el Partido, organización y destacamento de vanguardia del

proletariado, históricamente ligado a éste, pero autónomo de él

coyunturalmente, capaz –por competencia ideológica y madurez crítico-

teórica– de sobrevivir también a los períodos de repliegue y de reflujo que

inevitablemente se darán en las acciones de las masas: capaz, en la

práctica, de sustituir a éstas cuando la situación imponga misiones y

funciones difíciles, por su complejidad, a nivel de comprensión y al de la

posibilidad de realización por parte de la población obrera.

En este marco teórico de referencia, que permanece sustancialmente

invariable hasta la muerte del autor en 1924, hay, sin embargo, una larga

serie de replanteamientos, enriquecimientos, degradaciones, concesiones

y retrocesos que permiten una historización del pensamiento de Lenin

mucho más útil a instructiva que puedan serlo las monótonas repeticiones

aprendidas de memoria y arrojadas sobre el platillo de la ortodoxia, con lo

cual la voluntad de comprensión crítica llega a encontrarse con

interrogantes “peligrosos”. Es desde este punto de vista, por ejemplo,

desde el cual la complejidad y las transformaciones de la actitud de Lenin

en relación con los soviets, la autogestión y la directriz de “control obrero”

impiden absolutamente llegar a un juicio definitivo en cuanto al desarrollo

de su pensamiento en la primera veintena de este siglo.

Los replanteamientos y las revisiones a que hemos aludido, si bien

impiden caracterizar a Lenin como un campeón de la gestión o de un

control obrero real, tampoco autorizan para hacer de él un acérrimo

adversario de ellos.

Entre estos dos extremos cabe centrar la verdadera personalidad del

dirigente bolchevique, inserta e influida por las vicisitudes históricas en que

tuvo que vivir y actuar.

Un primer contraste serio entre las bien conocidas concepciones

organizativas que Lenin había expresado al comienzo el siglo, y una

valoración más madura del rol que la acción revolucionaria puede revestir

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a fines de un crecimiento político de los trabajadores, pueden encontrarse

en el opúsculo Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución

democrática (julio de 1905):

“No cabe duda que tenemos mucho trabajo que hacer para educar y

organizar a la clase obrera, pero todo consiste ahora en saber qué

cosa es la más importante desde el punto de vista político para esta

educación y para esta organización. ¿Los sindicatos y las

asociaciones legales o, por el contrario, la insurrección armada, la

creación de un ejército revolucionario y de un gobierno

revolucionario? La clase obrera se educa y se organiza en los unos y

durante las otras”.319

La situación particular que vino a imponerse en Rusia puede ofrecer,

evidentemente, la mejor explicación para semejante juicio, bastante

extraño para quien había postulado en 1902 la necesidad de que la teoría

“penetrara” en las masas. No hay que olvidar, sin embargo, que, en las

mismas circunstancias, polemizando con la posición menchevique de

“autogobierno”320, Lenin plantearía muy de otro modo los términos

contingentes de la discusión, negando que la idea del Estado-comuna

pudiese tener el menor fundamento y afirmando que la referencia a la

Comuna de París no se justificaba dadas las condiciones especiales en

que aquélla se había desenvuelto.321 Sin embargo, el núcleo real de la

controversia apuntaba no tanto a la forma que el gobierno popular habría

debido asumir, sino, más bien, sobre el papel irrenunciable que la

insurrección victoriosa habría tenido que asumir en la transición a un

régimen de democracia popular. En este sentido, para Lenin:

“la organización del autogobierno revolucionario y la elección por

parte del pueblo de sus representantes es no el prólogo, sino el

epílogo de la revolución”.322

La falta de participación de los bolcheviques en la constitución y sobre todo

en la dirección de los soviets de 1905 habría confirmado la desconfianza,

ya profunda en el seno del ala “mayoritaria” del POSDR, hacia organismos

319 Lenin: Obras, vol. IX, págs 12-13 (la cursiva es nuestra). Esta posición es casi idénticaa la expresada en 1895-1896 en el Proyecto y explicaciones del programa del Partidosocialdemocrático, vol. II, págs. 87, 98, 103.320 La misma polémica se encuentra, por ejemplo, en Obras, vol. IX, págs. 168, 202-5,287, 398-402.321 Die tattiche, págs. 71-72. Esta posición será, sin embargo, trastrocada en 1917,cuando la estructura de la Comuna de París se indica como modelo del nuevo Estadoproletario (El Estado y la Revolución).322 Ibíd., p. 168.

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de carácter “popular”, no mejor considerados sobre el plañe de clase. Tal

juicio, sin embargo, en relación con el soviet de San Petersburgo (donde

de 562 diputados 508 eran delegados de talles y fábricas, y entre ellos 351

metalúrgicos)323 es ampliamente ilustrativo respecto a la tendencia

bolchevique relativa a los soviets prevaleciente en la organización leninista

en el curso de 1905. El temor a que la participación orgánica en un

organismo de “masas” pudiera hacer peligrar, para los bolcheviques, la

hegemonía tan tenazmente perseguida, era obviamente el principal motivo

que mantenía a Lenin prudentemente a cierta distancia de un instrumento

consejista cuyos desarrollos no podía prever todavía claramente. Cuando

en 1917 el soviet de Petrogrado parecerá amenazar nuevamente (después

de los acontecimientos de julio), Lenin reaccionará de modo sustancialmente

parecido.

Una rectificación en la actitud sectaria dominante entre las filas

bolcheviques será publicada por Lenin en noviembre (?) de 1905 (la carta

está dirigida a la redacción de Novaia Zizn: “Nuestra misión y el soviet de

los diputados obreros”, no publicada hasta 1940). En el escrito citado,

Lenin demuestra cómo son complementarios la naturaleza del soviet y del

partido, rechaza el considerar el primero como emanación del segundo y

relaciona directamente su propia consigna, “gobierno revolucionario

provisional”, con el organismo soviético (éste sería “embrión” de semejante

gobierno).324

“Me parece –afirma Lenin– que el soviet de los diputados obreros en

cuanto organización sindical, debe tender a incluir en sus propias filas

a los diputados elegidos por todos los obreros, los empleados, los

sirvientes, los braceros, etc...”325

Estas palabras se verán sin embargo, refutadas cuando por aquellos

mismos días y en el mismo periódico, aprobando la exclusión de los

anarquistas del soviet y afirmando que ello habría sido un error solamente

en el caso que se hubiera considerado:

“el soviet de los diputados obreros como un parlamento de obreros o

como un órgano de autogobierno del proletariado”.326

323 Véase Istorija sovieta, p. 147.324 Lenin: Obras, vol. X, p. 13.325 Ibíd, p. 12.326 Lenin, vol. X, p. 61. El título del artículo es “Socialismo e anarchia”.

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Este, según Lenin, no podía ser considerado ni una cosa ni otra; los

soviets son solamente dos órganos de la lucha de masas inmediata del

proletariado. Estos organismos no se pueden crear en todos los

momentos, en tanto que los sindicatos y los partidos políticos son

necesarios siempre e incondicionalmente”.327

En marzo de 1906 Lenin hace por última vez una valoración de conjunto

positiva de la experiencia soviética del primer año (es decir, de lo que el

soviet había sido efectivamente y no del uso propagandístico que se podía

hacer de él); la polémica con las fuerzas políticas burguesas que emergían

en la fase de repliegue popular le llevan, sin embargo, a sobrevalorar el

alcance de la estructura soviética, considerándola directamente el eje

exclusivo de la organización de la dictadura proletaria; palabras como las

que a continuación citamos ya no volverán a aparecer jamás en los

escritos de Lenin después de la primavera de 1917, es decir, el momento

en que toma nuevamente vigor el movimiento de masas:

“Los órganos del poder descritos por nosotros han sido, en embrión,

una dictadura, porque este poder no podía reconocer ningún poder,

ninguna ley, ninguna norma emanada de cualquier fuente (...). ¿Sobre

qué se apoyaba, pues, esta fuerza? Sobre las masas populares (...).

El viejo poder no creía sistemáticamente en las masas, temía la

cultura, se regía por el engaño. El nuevo poder, en cuanto dictadura

de la gran mayoría, ha podido regirse y se ha sostenido sólo con el

auxilio de la confianza en las grandes masas, sólo porque ha hecho

participar, del modo más amplio, libre y vigoroso, a las masas en el

poder. Ningún misterio, ningún secreto, ni reglamentos ni formalidades.

¿Eres un obrero? ¿Quieres batirte para liberar a Rusia de un puñado

de esbirros y de agresores? Bien, sé un camarada. Elige tu diputado.

Elígelo en seguida, inmediatamente, con gozo, entre los miembros de

nuestro soviet de diputados obreros, del comité campesino, del soviet

de los soldados, etc. Este poder está abierto a todos, actúa siempre

en presencia de las masas, es accesible a las masas y proviene

directamente de ellas, es el órgano directo de las masas populares y

de su voluntad. De este tipo ha sido el nuevo poder o, mejor dicho, su

embrión, porque la victoria del viejo régimen ha pisoteado pronto los

brotes de la joven planta”.328

327 Vol. XI, p. 81.328 «La vittoria dei cadetti e i compiti del partito operaio», en Opere, vol. X. págs. 231-32.

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Llegados a este punto, vale la pena recurrir a tres elementos de la

concepción leninista de la transición al socialismo, útiles para llegar a una

reconstrucción de la actitud de Lenin en los temas del control obrero y de

la autogestión, en general infravalorados por cuantos se han dedicado a

este tipo de estudios.

Un primer elemento importante para un análisis del llamado “leninismo”,

considerado bajo el ángulo visual de la iniciativa y de la participación de los

trabajadores en el proceso de transición al socialismo, tiene relación con la

cuestión del ejército proletario. Valgan por todo las bellísimas páginas de

Las misiones de los destacamentos del ejército revolucionario (octubre de

1905)329, en el curso de las cuales se esboza una concepción avanzadísima

de la lucha callejera conducida por organismos obreros. Y esto en claro

contraste con cuanto tendía a disminuir este aspecto preparatorio y

esencial de la insurrección. Descentralización masiva, iniciativa de base,

elección y revocabilidad directa de los comandantes, acción pronta y

segura. Estas son las características principales del ejército popular

revolucionario descrito por Lenin y él corresponde de hecho a una

concepción autorganizativa de la milicia.

Considerando la importancia fundamental que Lenin atribuía a la

insurrección en el desarrollo del proceso revolucionario, conviene aclarar

hasta qué punto el principio autorganizativo no es un puro expediente

técnico y, en fin, hasta qué punto, por el contrario, condicionaría la

composición de los organismos proletarios en el curso de la fase de

transición. Sin embargo, al mantener con firme insistencia la necesidad de

un control político sobre la actividad de tales milicias, Lenin no cambiará de

opinión respecto a tal tema, incluso en el momento de mayor retroceso en

el movimiento de masas.

Un segundo elemento digno de profundizar es el papel desempeñado por

Lenin en el debate sobre cooperativas, que en los años iniciales del siglo

había agitado las filas de la Internacional. Lenin ya había rechazado en el

pasado330 las posiciones “estatistas” de ascendencia lassalleana, asumidas

por muchos, por el grupo “emancipación del trabajo”. El proponía, en

sustancia, rechazar cualquier demanda de ayuda al Estado por las

cooperativas de producción; tal ayuda hubiera representado de hecho un

peligroso vehículo para una penetración ulterior de la ideología burguesa

dentro del movimiento obrero y campesino.

329 En Opere, vol. IX, págs 398-402.330 En 1899, en Opere, vol. IV, pág. 243.

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En octubre de 1905, Lenin había repetido la que muchos años antes había

sido la posición de Marx respecto al movimiento cooperativo, considerado

útil sobre todo como escuela de formación teórico-práctica en vista de una

futura gestión socialista de la economía:

“Mientras el poder permanezca en manos de la burguesía, la

cooperativa de consumo será un mísero fragmento que no

garantizará ninguna transformación importante, no aportará ningún

cambio decisivo y, por el contrario, podrá distraer de la lucha seria por

la revolución. La experiencia adquirida por los obreros en la

cooperativa de consumo es muy útil; sobre esto no puede haber

discusiones. Pero el terreno adecuado para aplicar tales experiencias

puede solamente ser creado en el tránsito del poder a manos del

proletariado”.331

Una vez realizado el tránsito al socialismo, tal tipo de experiencia podrá ser

capitalizada al objeto de constituir una red autónoma de centros

productivos y de unidades de distribución, capaces de valorizar

plenamente la fuerza de trabajo y de sustituir por una nueva estructura de

organizaciones económicas las características de la burguesía.

“Ahora el sistema cooperativo de consumo podrá disponer también de

la plusvalía; (…) ahora se convertirá en una asociación de consumo

de los trabajadores realmente liberados.”

Las cooperativas de consumo son, por tanto, un fragmento de socialismo.

El proceso dialéctico de desarrollo crea ya efectivamente en la sociedad,

dentro de los límites del capitalismo, elementos de la nueva sociedad, y

sus elementos materiales y espirituales.

Pero los socialistas deben saber distinguir los fragmentos del todo, deben

plantearse como consigna el todo y no el fragmento, deben contraponer

las condiciones fundamentales para una efectiva revolución a los arreglos

parciales que hacen a veces abandonar a los combatientes la vía

verdaderamente “revolucionaria”.332 Se observa cómo el énfasis se pone

sobre la globalidad, conducente a la asunción de misiones dirigentes en la

economía, en contraposición de la teoría anarquista y populista de la

máxima descentralización o de la autoadministración local. La polémica

con las posiciones favorables a la autoadministración local y con el

331 l’ultima parola della tattica iskrita, vol. 9, p. 35.332 Ibíd, págs. 351-52. La cuestión de las nuevas formas de disponibilidad de la plusvalíaya había sido desarrollada por Marx en El Capital, I. III, Roma, 1965. p. 522.

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fabianismo aparecerá de nuevo en diciembre de 1907, cuando Lenin

atacará violentamente las concepciones municipalizadoras en el campo de

la agricultura.333

Una detallada crítica a las ilusiones y a los peligros del cooperativismo

aparecerá en el Proyecto de resolución sobre cooperativas, presentado por

la delegación del POSDR al congreso de la Internacional (Copenhague, 28

de agosto, 3 de septiembre de 1910); en esta ocasión, sin embargo,

declarará:

“que las cooperativas proletarias, al organizar las masas de la clase

obrera, enseñan a la misma clase obrera a dirigir de forma autónoma

los asuntos y a dirigir el consumo, preparándola en este campo para

las funciones de organizar la vida económica en la futura sociedad

socialista”.334

Un signo de este cambio de actitud hacia la experiencia presocialista para

la organización del trabajo y la distribución se puede también detectar en la

celebración del aniversario de la Comuna (abril de 1811) hecha por Lenin

en términos muy diversos de los empleados años antes en la polémica con

los mencheviques (véase anteriormente). Como ya había sido dicho por

Marx, Engels y muchos otros socialistas del siglo XIX, también Lenin

consideraba oportuno poner de relieve, entre otras iniciativas de los

‘comunards’:

“el famoso decreto en virtud del cual todos los talleres, fábricas y

centros de producción, abandonados o dejados inactivos por sus

propietarios, eran entregados a cooperativas obreras para la puesta

en marcha de la producción”.335

Teniendo en cuenta un aspecto característico de la metodología leninista,

consistente en adaptar a las propias posiciones de fondo las principales

exigencias tácticas de la polémica política, cabe preguntarse hasta qué

punto una referencia tan precisa y positiva al único embrión de esperanza

conocido por el movimiento obrero hasta entonces sería fruto de una

retórica coyuntural de celebración convertida en ritual, o, en fin, hasta qué

punto eso significaba un giro en el pensamiento de Lenin, un adelanto de

333 Lenin: Opere, vol. 13, págs. 339-46.334 Obras, vol. 16, pág. 247. De extrema importancia para comprender el pensamiento deLenin sobre el problema del cooperativismo es el resumen del debate de Copenhaguellevado a cabo por el “Sotsial demokrat” (en Opere, vol. 16, págs. 257-65). El artículo estambién un precioso documento histórico. Se inclinó en el debate por la tendenciaaustro-belga, contra la mayoría francesa dirigida por Jaurés.335 Obras, vol. 17, p. 126.

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la futura batalla en favor del “control obrero” sobre producción. Una

confirmación de tales hipótesis podría estar en la reacción provocada en

Lenin en el primer encuentro con las teorías sobre la organización

científica del trabajo,336 de F. Taylor. En 1912 Lenin atacaba violentamente

tal sistema, viendo en él un mecanismo ulterior, dedicado al capitalismo

americano (“el más avanzado de todos”) para incrementar los beneficios

propios y el propio poder de contratación en las confrontaciones con la

mano de obra asalariada. En la misma ocasión Lenin condenaba también

–sorprendentemente– no sólo el uso de la ciencia que se hace en la

sociedad burguesa, sino también “el progreso de la técnica y de la ciencia”

en cuanto tal, ya que significa en la sociedad burguesa “el progreso en el

arte de exprimir el sudor”. Un juicio, como se puede observar, bastante

restrictivo del proceso que conduce a la introducción de nuevas técnicas

en la organización del trabajo, en el cual se olvida, entre otras cosas, el

efecto positivo que el progreso científico –aunque sea considerado

exclusivamente como una profundización de la explotación capitalista–

puede tener a los fines de una transformación del modo de vida y

posteriormente de la conciencia de clase de los trabajadores. Más

equilibrado en general aparece el juicio sobre taylorismo expresado

exactamente un año después, cuando Lenin, distinguiendo entre

racionalidad positiva del progreso técnico (aumento de la productividad del

trabajo e irracionalidad distributiva de sus aplicaciones) –tanto dentro de la

empresa como fuera de ella–, haría derivar también este aspecto de las

contradicciones implícitas en el sistema capitalista a la teoría general de su

inevitable derrumbamiento, comúnmente aceptada y prácticamente

indiscutible entre los socialistas de su época.

Lenin pudo de este modo rectificar el juicio expresado el año anterior

colocando el taylorismo en la perspectiva política del derrumbamiento del

poder burgués, atribuyéndole un papel positivo y funcional en las

exigencias de una estructura económica fundada sobre el principio de la

autogestión obrera: el sistema de Taylor:

–sin que sus autores lo sepan y contra su propia voluntad– prepara el

tiempo en que el proletariado tomará en sus manos el conjunto de la

producción social y designará sus comisiones obreras para una

distribución racional y regulaciones de todo el trabajo social. La gran

producción, las máquinas, los ferrocarriles, el teléfono, todo esto

ofrece miles de posibilidades de reducir cuatro veces el tipo de trabajo

336 Sistema científico para suprimir el sudor, vol. 18, págs. 573-574.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

de los obreros organizados, asegurando cuatro veces más beneficios

que actualmente. Y las comisiones obreras, con ayuda de los

sindicatos obreros, sabrán aplicar estos principios de distribución

racional del trabajo social cuando haya sido emancipado de su

esclavización al capital”.337

En relación al último de los elementos citados, la posición leninista puede

representar una modesta contribución en un debate (más que actual)

sobre la relación autogestión-automatización338 en la perspectiva del

tránsito al socialismo en los países de capitalismo avanzado. El problema

del taylorismo (en relación con sus aplicaciones y sus consecuencias

prácticas) será tomado nuevamente por Lenin tras la conquista del poder,

pero en una situación mucho más dramática y catastrófica para la

economía rusa. En una situación en la cual, de hecho, las comisiones

obreras y los demás organismos de base de los trabajadores habían sido

ya despojados del poder efectivo y no podrían en lo sucesivo ejercer el

control que en 1914 parecía a Lenin como el factor discriminante para una

valoración de clase del modo taylorístico.

La reiniciación de la lucha de masas, el relanzamiento de la perspectiva

revolucionaria y la reconstitución de los soviets en 1917 no podían hacer

sino acelerar el proceso de lenta maduración que hemos tratado de

describir en el itinerario intelectual de Lenin en el período sucesivo a 1906-

1907. El abandono de las viejas fórmulas del “gobierno revolucionario

provisional” y posteriormente de la caracterización en un sentido más

general del proceso revolucionario como “dictadura democrática de los

obreros y los campesinos”, junto a la adhesión rápida pero decidida a las

posiciones de Trotsky sobre la naturaleza de la revolución rusa, marcan un

momento de transición importantísimo en la reflexión leninista sobre

democracia proletaria y sobre los organismos de base para su aplicación.

En semejante proceso, como es sabido, Lenin se vio obligado a superar

las resistencias políticas e intelectuales de los dirigentes bolcheviques

residentes en Rusia, como Stalin, Molotov, Kamenev, etc., que continuaban

moviéndose en una óptica partidista, a pesar de que el movimiento

creciese impetuosamente en todos los países.339

337 II taylorismo asserve l'uomo alla macchina, vol. 20, págs 142-43 (la cursiva esnuestra).338 Apuntes para este tipo de discusión se hallan en D. Chauvey: Autogestión, París,1970, págs. 199-204.339 Para la evolución de las posiciones bolcheviques en el problema de los soviets, véasela óptima reconstrucción de O. Anweiler, op. cit., págs 261-70.

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En la tercera de las Cartas desde lejos340, Lenin toma de nuevo ( ' tema ya

tocado en 1905 y lo inserta en una perspectiva de transición al socialismo,

que podríamos decir casi “utópica” en relación a la situación real existente

en marzo de 1917. La cita directa a Marx y a su teoría del Estado proletario

y a la Comuna de París expresa claramente el nuevo nivel de adquisición

teórica alcanzado por Lenin en vísperas de la revolución de octubre. La

elaboración de la teoría del Estado-comuna podría, en efecto, aparecer

como pura demagogia o como un simple reclamo a la ortodoxia de

izquierda si no fuese acompañada de una profunda revisión en torno a la

posibilidad de solución política implícita en la acción práctica de las masas.

El fracaso de la hipótesis de un bloque con los mencheviques y los social-

revolucionarios no bastaría por sí solo para explicar un giro tan brusco del

pensamiento de Lenin y una transformación tan rápida del cuadro

estratégico en que los miembros del partido se habían habituado a

desenvolverse por espacio de veinte años:

“El proletariado, por el contrario, si quiere salvaguardar la conquista

de la presente revolución y marchar adelante, conquistar el pan, la

paz y la libertad, debe empezar por usar los términos de Marx, “esa

máquina estatal ya dispuesta”, y sustituirla por una nueva, fundiendo

la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo en armas.

Siguiendo la orientación indicada por la Comuna de París de 1871 y

de la primera revolución rusa de 1905, el proletariado debe organizar

y armar todos los estratos más pobres y explotados de la población, a

fin de que ellos mismos tomen directamente en sus manos los

órganos del poder estatal y formen ellos mismos las instituciones de

este poder.”

Por lo que respecta a las misiones más propiamente económicas que el

proletariado deberá abordar en el curso del proceso revolucionario, Lenin,

después de haber esbozado una serie de medidas, declara:

“Estas medidas no son todavía el socialismo. Afectan a la distribución

de los bienes de consumo, pero no tocan a la reorganización de la

producción (...).

340 Sulla milaia proletaria, marzo de 1917, vol. 23. Para una discusión de carácter másgeneral sobre posiciones escritas en las Lettere, véase M. Quaini: Lenin e il problemadello Stato-Comune. Introducción a Lenin, Lettere da lontano, Roma, 1970. Véase elApéndice en nuestra edición de: Diez días que conmovieron al mundo de John Reed

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

¿Tendrá la masa de los obreros rusos tanto conocimiento, energía y

heroísmo para cumplir –milagros de la organización proletaria–

audacia, iniciativa y abnegación? No lo sabemos, y sería ocioso

perderse en conjeturas, que solamente la práctica podrá dar una

respuesta”.341

La organización a la cual Lenin se refiere es la productiva, distinta, como

ya se establece en la primera parte del pasaje citado, de la distributiva, que

“no es todavía el socialismo”. Se expresa claramente en esta carta una

posición favorable, o por lo menos posibilista, respecto a la capacidad de

la clase obrera de reorganizar y dirigir el proceso productivo, valiéndose no

sólo de los instrumentos de democracia proletaria mencionados, sino

también de la experiencia práctica que se adquiere en el curso de la

movilización revolucionaria.

En la Quinta carta dotada de un título más prometedor342 –pero

incompleta–, el giro estratégico madurado en el pensamiento de Lenin

después de los acontecimientos de febrero se concreta en dos puntos más

precisos: 1.°, sustitución de viejo aparato estatal con un gobierno

moderado sobre los soviets y fundado sobre organizaciones de “masas”

del pueblo armado; 2.°, institución del control obrero sobre la producción.

Si el primer elemento ofrece el cuadro general en el interior del cual debe

producirse el tránsito de la democracia liberal burguesa a la proletaria, el

segundo propone los contenidos que podrían hacer posible y más concreta

la hipótesis de tal tránsito. Afirmar que el control obrero constituye, en este

estadio de la reflexión leninista, un puro expediente táctico343, sustitutivo de

la falta de acuerdo del gobierno con las otras fuerzas políticas de

“izquierda”, aparece absolutamente infundado si se piensa en las

341 Un concepto similar será expuesto un mes después: “Es absolutamente necesariopropugnar y en los límites de lo posible realizar, por vía revolucionaria, medidas como lanacionalización de la tierra, de todos los bancos y de los sindicatos capitalistas o, cuandomenos, la institución de un control inmediato de los soviets de diputados obreros sobreesas instituciones, aunque tales medidas no signifiquen la introducción al socialismo.”Obras, vol. 24, p. 66. Las citas de la Terza lettera están en las páginas 325 y 329.342 I compiti dell’organizzazione proletaria rivoluzionana dello Stato, 6 de marzo de 1917,vol. 3, págs. 339-41.343 Este parece ser el sentido de la crítica a la duplicidad de la actitud de Lenin,manifestada por O. Anweiler, op. cit., cap. IV. En general la fase consejista suele serignorada por los exegetas clásicos de Lenin, más los que han llevado a cabo análisiscríticos de este período ponen de relieve una fase «libertaria» o «anarcosindicalista» deLenin, como ya acaeciera en los tiempos de la Comuna con Marx. Estos autores incidentambién en el carácter táctico de estas posiciones de Lenin. El comprendió claramenteque el acceso al poder y a la conquista del Estado no se podría hacer sin el impulsopopular y la realidad objetiva representada en los consejos de base obreros en 1917,como en 1905, han aparecido espontáneamente y a espaldas de los partidos.

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conexiones orgánicas que existen (y que Lenin subraya en diversas

ocasiones) entre la estructura soviética del Estado de transición y el poder

de los productores en el interior de las fábricas. Demostraremos más

adelante cómo estos dos factores habían conocido destinos paralelos y

complementarios ya en las fases de crecimiento del movimiento de masas,

ya en el repliegue del mismo: aunque la liquidación de los soviets, por otra

parte, se llevará al mismo tiempo que el de los comités de fábrica, proceso

éste que puede ser reconstruido también en base a una simple lectura de

los textos de Lenin.

Por esto, en lo sucesivo, aparece indispensable una de entre tantas

medidas a proponer: la que debe realizar el proletariado en alianza con la

parte más pobre de los campesinos a fin de controlar la producción al

“servicio obligatorio del trabajo”, etc.344 En el documento conocido como

Tesis de Abril, el giro de Lenin se expresará todavía más claramente:

“Nuestra misión inmediata no es la "instauración" del socialismo, sino,

por ahora, solamente el tránsito al control de la población social y de

las reparticiones de los productos por parte de los soviets de los

diputados obreros”.345

En apoyo de las nuevas disposiciones expresadas en las Tesis, Lenin

escribe en el mismo período un importante opúsculo, titulado Las misiones

del proletariado en nuestra revolución, en el cual se expresa de nuevo

claramente y de modo detallado la teoría del Estado-comuna ya esbozaba

en las Cartas desde lejos. Sabemos hoy que en el período precedente a su

entrada en Rusia, Lenin había empezado a recoger una serie de

materiales, citas de clásicos, etc., que constituirían el esqueleto de Estado

y Revolución: es éste un elemento ulterior que demuestra la profundidad

de la madurez de Lenin sobre la cuestión del Estado soviético y de la

gestión obrera de los medios de producción y cómo ello no dependía de

factores coyunturales ni de mero oportunismo político.

Vale la pena observar, por otra parte, que en este encuentro con la

tradición clásica del marxismo libertario346 existen también acentuaciones

en el sentido “espontaneista” en las posiciones de Lenin, de difícil

comprensión para quien ha querido ver en el gran dirigente bolchevique

siempre un campeón de la transacción.

344 Lenin, op. cit., vol. 23, p. 343.345 Obras, vol. 24, p. 30.346 Para una interesante definición de tal concepto, véase D. Guerin: Pour un marxismelibertaire, París, 1969.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Véase el pasaje siguiente respecto al texto de clausura del debate sobre

situación política en la conferencia ciudadana del POSDR, de Petrogrado:

“Llevar adelante la revolución significa realizar por propia iniciativa el

autogobierno (...). La Comuna representa el autogobierno local

completo, la ausencia de cualquier control desde arriba (...) para

cultivar la tierra se necesitará en adelante organizar la Comuna.

Nosotros debemos estar por la descentralización, pero hay momentos

en que esta misión debe ser asumida en el plano local, en el cual

debemos admitir el máximo de iniciativas”.347

Posteriormente, siempre en el mes de abril:

“Mientras en las capitales y en los grandes centros el esfuerzo

principal debe centrarse en la preparación de las fuerzas para llevar a

término la segunda fase de la revolución, en el plano local es

necesario iniciar inmediatamente la revolución, realizando el poder

único de los soviets de los diputados obreros, desarrollando la

energía revolucionaria de las masas obreras y campesinas,

introduciendo el control sobre la producción, la distribución de los

productos, etcétera”.348

Y todavía al interrogarse sobre qué debe entenderse por Comuna local,

Lenin responde:

“Completa autonomía local, iniciativa espontánea, sin policía, sin

burocracias, poder único de los obreros y de las masas campesinas

en armas”.349

La insistencia en el desarrollo de la iniciativa local y la valoración de la

experiencia de control realizado en los centros menores constituyen

probablemente un reconocimiento por parte de Lenin de la necesidad que

el control de la producción por parte de la clase obrera alcance el conjunto

de la economía y no se limite a las puntas más avanzadas del mundo de la

industria; es errónea, sin embargo, la óptica según la cual buscase una

347 Discurso de clausura sobre la situación actual en la conferencia ciudadana dePetrogrado del POSDR, vol. 24, págs. 144-45.348 Abbozzo di test per la risolzione sui soviet (abril de 1917), vol. XXIV, págs. 261-2.349 Ibíd., pág 262. Véase también el juicio de I. Deutscher: “En esta fase los bolcheviquessostenían la más extremada descentralización del poder económico, lo que permitió asus adversarios mencheviques acusarle de haber abandonado el marxismo en favor delanarquismo. En realidad. Lenin y sus seguidores permanecieron firmes en la concepciónmarxiana del Estado centralizado. Pero su objetivo inmediato no era ya la instauraciónde la dictadura proletaria centralizada, sino la descentralización más acentuada posibledel estado burgués y de la economía burguesa como condiciones necesarias para eléxito de la revolución”, op. cit., p. 52.

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generalización del control obrero que, como la experiencia demostrará, no

se realiza sumando horizontalmente un número cada vez más amplio de

empresas, sino organizando de manera convergente los resortes centrales

de la organización económica partiendo de la unidad productiva de base

en la cual el control es ya posible o realizado. La discusión sobre el

Decreto de institución del control –que aludiremos más adelante–

rectificará estas sugerencias descentralizadoras y localistas, oponiendo la

necesidad de una aplicación descentralizada, del control sobre la

producción. Este tipo de posiciones se puede explicar también por la

necesidad, vigorosamente presente en Lenin, de reconocer y valorizar

plenamente el papel desempeñado por los soviets en el trastrocamiento de

las relaciones de fuerza entre las clases a escala nacional:

“La función de los soviets se ha revelado especialmente importante

en una serie de provincias y, sobre todo, en los centros obreros. Aquí

se ha creado un poder único (…) ha sido introducido el control sobre

la producción y la distribución”.350

Un tercer motivo que puede explicar la insistencia sobre la necesidad de

estimular la iniciativa local es, exclusivamente, político.

Lenin se da cuenta de que la revolución y la sustitución por los soviets se

lleva a cabo más fácil y rápidamente en las provincias que en las capitales

o en las grandes ciudades:

“En toda una serie de provincias la revolución progresa mediante la

organización espontánea del proletariado y de los campesinos en los

soviets, mediante la eliminación por iniciativa de la base de la vieja

autoridad, la creación de una milicia obrera y campesina, el tránsito

de todas las tierras a manos de los campesinos, la introducción del

control obrero en las fábricas (...) la instauración del control de los

obreros en la distribución de los víveres”.351

En la primavera de 1917, las masas populares, es decir, en la práctica los

obreros, los soldados y campesinos, se conciertan para Lenin en su plano

principal de la acción política. Ello obliga de hecho a los partidos de la

“izquierda” a marchar detrás de ellas para intentar buscar salidas a sus

exigencias. Lenin es plenamente conocedor de esto al escribir el 3 de

mayo en Pravda:

350 En Obras, vol. XXIV, p. 261.351 Ibíd, vol. XXIV, pág. 303.

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“Es necesario que toda la administración del Estado sea organizada

desde abajo por las masas mismas, y que participen efectivamente en

cualquier progreso de la vida y desempeñen una función activa en la

administración. Sustituir los viejos órganos de opresión, la policía, la

burocracia, el ejército permanente, con el armamento general del

pueblo, con una milicia realmente general: ello es la única vía que

garantiza en gran medida al país contra la restauración de la

monarquía y que le da la posibilidad de avanzar de manera

sistemática, resuelta y decisiva hacia el socialismo, no introduciéndolo

desde arriba, sino iniciando a las grandes masas de proletarios y de

semiproletarios en el arte de gobernar el Estado, de ejercitar el poder

estatal en su globalidad”.352

Y dirigiéndose a Cernov y Tserteli:

“¿Queréis el control de la producción y, aunque sólo parcialmente, su

organización? Pues bien: no podréis hacer todo esto sin el

entusiasmo de las masas proletarias y semiproletarias, y este

entusiasmo solamente se puede suscitar con medidas revolucionarias

contra los privilegios y contra los beneficios del capital. De otro modo,

el control prometido por vosotros se hará letra muerta, una media

medida burocrática y capitalista”.353

A partir de la segunda mitad del mes de mayo la atención de Lenin se

centra esencialmente sobre los grandes problemas económicos que el

país ha de afrontar. Aquel “control obrero” que hemos visto aludido en

diferentes ocasiones, bajo el estímulo de los acontecimientos, es

considerado por Lenin como eje estratégico de todo el proceso

revolucionario: éste se conviene en la nueva consigna, sustitutiva del

“gobierno revolucionario provisional”, y se pone de hecho como mediación

y momento del tránsito respecto a la asunción de todo el poder por parte

de los soviets. Lenin, sin embargo, no se limita a poner de relieve la

importancia coyuntural que la agitación por el CO (control obrero) puede

tener en la situación política rusa: como ya había hecho en otros temas

relativos a la agitación, desarrolla una larga serie de argumentos,

encaminados a elevar la hipótesis estratégica del CO al nivel de principio

de fondo irrenunciable. En la elaboración leninista el CO adquiere el

carácter de elemento prefigurante de la organización económica que

deberá asumir el estado proletario; como tal, éste deberá asumir el

352 Sulla milizia proletaria, vol. XXIV, p. 180.353 Vol. XXIV, p. 369.

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sobrevivir no sólo en el momento del traspaso de los poderes, sino

prolongarse directamente durante toda la fase de transición. La hipótesis

autogestionaria (es decir, la hipótesis de un poder obrero que se ejerza

contemporáneamente y en forma combinada sobre unidades económicas

de base y sobre centros de decisión propuestos en la dirección del proceso

productivo y distributivo) aparece a Lenin –en el período anterior a la

insurrección– como un elemento irrenunciable (y también inevitable) de la

transición al socialismo. El cambio de opiniones que sobre tal idea se

verifica en seguida en la mayor parte de la dirección bolchevique será

determinada por una serie de consideraciones (sobre todo de carácter

económico) completamente diferentes de las que llevaron a Lenin a

proclamar en 1917 la superioridad del Estado-comuna sobre cualquier otra

forma institucional de gobierno.

Desde este punto de vista el recurso constante a las enseñanzas de los

clásicos y a la experiencia de los comuneros no aparece ciertamente como

mero expediente pedagógico, sino como la búsqueda de una apoyatura

teórica para la explicación de un proceso histórico, incomprensible no sólo

para el conjunto del Comité Central Bolchevique, sino también para las

otras fuerzas políticas de izquierda. Las raíces históricas de tal

incomprensión pueden tener su raíz en la degeneración política e

ideológica de la II° Internacional y a la imagen desfigurada del marxismo

que ésta había contribuido poderosamente a propagar. La idea de que la

revolución socialista, es decir, la transformación de las relaciones de

producción y la “socialización” de toda la estructura económica, pudiese

ser obra de la acción de masas de la clase obrera y que como tal indicase

el paso a un sistema social completamente dirigido por los trabajadores,

era extraña a la formación marxista de los “partidos adherentes a la II°

Internacional” y con mayor motivo al bagaje teórico de los bolcheviques;354

la simplificación que de tales ideas podían ofrecer –especialmente en clave

antimarxista– las débiles organizaciones anarquistas rusas no eran un

elemento susceptible de favorecer una madurez política en tal sentido. Por

este motivo, no sería erróneo, a nuestro juicio, hablar de un

redescubrimiento, por parte de Lenin, de los principios esenciales de la

teoría marxiana de la autogestión en el período precedente a la conquista

del poder. Los límites que caracterizan tal “redescubrimiento” están, por

ejemplo, en una acentuación del control sobre la producción y obligan al

autor del Estado y la Revolución a revisar las posiciones expresadas entre

354 Este juicio se expresa también en N. Suchanov: Crónica de la revolución rusa, Roma,1967, vol. I, págs. 515-17.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

febrero y julio de 1917, en el sentido de una renuncia a la aplicación de

tales medidas en el curso de la “primera fase de la sociedad de transición”.

En la definición más precisa de lo que Lenin entendía por control obrero

(reducible en la práctica a la descripción de una línea de tendencia

confirmada por los hechos) se contienen una serie de escritos compuestos

entre el mes de mayo y la mitad de septiembre de 1917; la semejanza de

los títulos en la mayor parte de tales escritos refleja también una

indiscutible continuidad de pensamiento sobre el tema.355

La idea central en la estrategia leniniana del CO está en que ésta

representa la única solución de carácter económico para las pérdidas

causadas en la guerra y para la paralizada gestión del aparato productivo.

Para que una solución de este tipo se pueda revelar realmente efectiva es,

sin embargo, indispensable que venga inscrita en un marco estratégico

más general de transición al socialismo.

“En el fondo –dirá Lenin–, toda la cuestión del control se reduce a

establecer quién es el que controla y quién es controlado, es decir,

qué clase ejercita el control y cuál otra lo asume”.356

Este será el motivo de fondo que le impulsará a denunciar las formas de

control instauradas en la Rusia de Kerensky, entre febrero y octubre de

1917, sobre los instrumentos a través de los cuales los grandes

propietarios territoriales, los capitalistas y los especuladores continuaban

ejerciendo su propio dominio de clase contra el pueblo y contra cualquier

tentativa de organizar la economía sobre nuevas bases.

Lenin afirma en diferentes ocasiones, en el curso de la misma obra, que la

consigna sobre el control obrero, como la abolición del secreto comercial y

bancario, no son dos principios abstractos, válidos en cualquier momento o

en cualquier situación de capitalismo industrial, sino que están íntimamente

ligados a dos elementos de análisis, que en el caso de Rusia zarista

adquiere un valor estructural el uno y político el otro: por un lado, son las

transformaciones ocurridas en la estructura económica del país; del otro,

los vínculos que se han establecido entre el mundo de la producción y la

guerra. En relación con el primer elemento, el paso de la producción

mercantil a escala reducida a las grandes empresas de tipo monopolístico

355 Nos referimos a: La ruina es inminente, Catástrofe inevitable y promesasdesmesuradas, Resolución sobre medidas contra la ruina económica, La ruinaeconómica y la lucha del proletariado contra la misma, La crisis se avecina, La ruinaaumenta, La catástrofe inminente y cómo luchar contra ella y otros más.356 La catástrofe inminente, vol. XXV, p. 325.

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había quitado cualquier razón de ser al secreto comercial, y no como

instrumento al servicio de la especulación y de la concentración del poder

económico en las manos de la sociedad anónima. Ello contrastaba, en la

concepción de Lenin, con la colectivización y la masificación del proceso

productivo realizada de hecho en la estructura económica del país; la

supresión no podía en lo sucesivo dejar de ir contra los intereses del gran

capital ni dejar de ser acogido más pobremente cada vez por las masas

explotadas. Una medida como:

“el derecho de comprobar todos los documentos de cualquier gran

empresa... daba libre curso a la iniciativa popular del control ejercido

por los sindicatos de empleados, de obreros y de todos los partidos

políticos; eso y sólo eso hará eficaz y democrático el control”.357

En segundo lugar, un procedimiento como éste habría adquirido un valor

educativo a nivel de las masas, porque habría demostrado de qué manera

se repartían los beneficios de guerra y de cincuenta millones de rublos que

cotidianamente el Estado ruso gastaba para financiar la “guerra”

imperialista. No obstante, aunque sí era verdad que con una medida como

la abolición del secreto comercial podía iniciarse con un procedimiento

legislativo, ello no podía realizarse completamente sino cuando llegasen a

coincidir la mayoría de los trabajadores a través de los soviets con las

demás instrumentos de democracia proletaria.

La idea, expresada en diversas ocasiones por Lenin, de que el CO pudiera

ser introducido por un simple decreto, origina cierta perplejidad, sobre todo

si se confronta con la otra idea formulada en diversas ocasiones del autor,

según la cual la aplicación de la medida de control debería ser obra

esencialmente de las milicias populares.358 De hecho, esta segunda noción

de la teoría leninista del CO (control obrero) se verá gradualmente

marginada en favor de una mayor insistencia sobre la posibilidad de

imponer una reglamentación de la producción a través de decretos

provenientes de arriba. Queda el hecho que también el mantenimiento de

la hipótesis de transformación de la economía “desde arriba y desde

abajo”359 habían olvidado en la práctica la importancia de un elemento

intermedio entre los dos niveles: la estructura nacional de los comités de

fábrica. Solamente éstos –como veremos– habrían podido garantizar el

357 Ibíd., p. 323.358 Por ejemplo, Obras, vol. XXIV, p. 440.359 Véase F. Ferri: “II problema del contrallo operaio”, en “Lenin teórico y dirigenterevolucionario”, Quaderni di critica marxista, n°. 4, 1970, págs. 177-205.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

equilibrio y la eficacia necesaria para una aplicación del CO,

simultáneamente desde arriba y desde abajo, en una situación, por otra

parte, retrasada y contradictoria como era la rusa. La opción favorable a

una reglamentación del control por vía jurídica y en lo sucesivo

exclusivamente desde lo alto implicará una reducción de los márgenes de

autonomía conquistados por los comités de fábrica y su progresiva

desaparición.

El 25 de mayo, Lenin formula una primera propuesta de institucionalización

del control que:

a) Prevé para los obreros una mayoría de tres cuartas partes de los

votos deliberativos.

b) Permite a los delegados de los soviets, de los comités de fábrica,

de los sindicatos, etc., participar en las instancias decisorias.

c) Extensión, en fin, de tales derechos a los representantes de los

partidos democráticos y socialistas.360

El tema será tomado nuevamente en junio en un discurso ante la primera

conferencia de los comités de fábrica de Petrogrado, acentuando, sin

embargo, los peligros inmensos en una institucionalización del control

obrero sin una participación directa de los trabajadores:

“Si se quiere que el control sobre la industria sea eficaz e

indispensablemente que se trate de control obrero, que los obreros

sean y estén en mayoría en todos los organismos responsables y que

la administración rinda cuentas de sus actos delante de las

organizaciones obreras más autorizadas, compañeros obreros, tratad

de obtener un control efectivo y no ficticio, y rechazar con la máxima

energía todas las resoluciones y propuestas relativas a un control

ficticio, ineficaz en la práctica”.361

Tras los acontecimientos del mes de julio y el fracaso de la tentativa

insurreccional, en el período en que Lenin se ve obligado a distanciarse

momentáneamente de los Soviets362, las hipótesis del control obrero

360 Véase vol. XXIV, págs. 522-523.361 Ibíd., p. 565.362 “Los soviets pueden y deben comparecer en esta nueva revolución, pero no los sovietsactuales, no los organismos de inteligencia con la burguesía, sino, por el contrario, losórganos de la lucha contra la burguesía. Es un hecho que entonces nosotros seremoscreadores de una estructura estatal de tipo soviético. No se trata de discutir de los sovietsen general, sino de combatir la contrarrevolución "actual" y la traición de los sovietsactuales” (sobre consignas, mitad de julio de 1917, vol. XW, p. 180).

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empiezan a asumir un carácter cada vez más formal y a perder el rol de

catalizador del proceso revolucionario que Lenin le había asignado

después de la publicación de las Tesis de abril. Las cinco medidas

propuestas en La catástrofe inminente363 corresponden más bien a un

programa mínimo de nacionalizaciones, insertables en una lógica

económica de capitalismo de Estado.364 El hecho mismo de que ya no se

vuelva a hablar de “control”, suprimiendo el atributo “obrero”, puede ser un

ser indicio de la transformación en la propaganda bolchevique a propósito

de tal argumento. El CO ya no es un conflicto a nivel empresarial entre el

patronato y los trabajadores, ya no es un momento inicial y estimulante de

la iniciativa revolucionaria de las masas, sino que es, sobre todo, una

propuesta de solución económica para el caos y el desorden reinantes en

el aparato productivo.

Las idea de que el control obrero deba reducirse de hecho a un inventario

de la producción (una especie de censo de la fuerza de trabajo y de los

equipos disponibles) y en la constitución de milicias de trabajo aparece por

primera vez en los escritos de Lenin a comienzos de octubre.365 En el

período inmediato a “octubre” la problemática del control obrero desaparece

de los escritos de Lenin. Sin embargo, el llamamiento es constante a las

masas obreras para que aprovechen su propia experiencia en las fábricas

para resolver una serie de funciones “técnico-censitarias”, indispensables

para una reordenación de la economía hundida en la guerra y en el caos.

Después del éxito victorioso de la insurrección, el Pravda publica un

proyecto de regulación del control obrero redactado por Lenin, en el cual

se intenta hallar una solución de compromiso entre la necesidad imperiosa

de luchar contra los peligros de sabotaje o de interrupción de la

producción, y la demanda de mayor poder y autonomía que a la sazón

reclamaban los delegados de los comités de fábrica.

La definición más explícita y detallada del control obrero como momento

de reorganización y censo de la producción la formula Lenin en abril de

1938. El texto tiene notable importancia porque, mientras manifiesta la

dificultad que la nueva versión del control halla entre las masas obreras,

intenta también sistematizar e insertar en una perspectiva más amplia el

significado de la medida que el joven gobierno soviético se ve obligado a

363 La nacionalización de la banca, la nacionalización de los sindicatos capitalistas, laabolición del secreto comercial, la asociación forzosa en e! sindicato para los empresarios,la reglamentación del consumo.364 De la misma opinión es F. Ferri, op. cit., p. 191.365 Vol. XXVI, p. 91.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

tomar muy a su pesar. Lenin confirma una vez más la necesidad para el

trabajador de realizar una estructura autogestionaria, pero aplaza semejante

perspectiva para un segundo momento del proceso de construcción del

socialismo para cuando existan, de hecho, las condiciones objetivas de

semejante trasformación:

“El control obrero ha sido constituido por nosotros con fuerza de ley,

pero empieza a penetrar con dificultad en la vida y hasta en la

conciencia de las grandes masas del proletariado. (…) El control

obrero no se convertirá en realidad hasta que los obreros avanzados

no hayan organizado y conducido a término una campaña victoriosa e

implacable contra los violadores del control, contra aquellos que

atentan contra él. No se podrá desde el primer paso (el control

obrero) pasar al segundo, es decir, al socialismo, a saber, el tránsito a

la reglamentación obrera de la producción... El estado socialista

puede surgir solamente como una red de comunas de producción y

de consumo que calculen a conciencia su producción y su consumo,

economicen el trabajo y eleven constantemente la productividad,

consiguiendo así reducir la jornada laboral a siete, seis e incluso

menos horas”.366

Vale la pena observar que estas formulaciones de Lenin tienen perfecta

coherencia con aquella parte de El Estado y Revolución en que habían

sido discutidas las soluciones del Estado proletario en la primera fase de la

sociedad comunista. Aunque en aquella ocasión Lenin había afirmado la

necesidad de llegar, en el proceso de construcción del socialismo, a una

situación de autogobierno por parte de las masas trabajadoras, aplazando,

empero, semejante perspectiva a una segunda fase, es decir, para cuando

existiesen las condiciones técnicas y objetivas para la extensión de la

gestión obrera a todos los niveles del Estado y de la administración, la

autogestión, en tal sentido, habría coincidido con la extinción de la

estructura estatal y con la abolición de cualquier otra forma de regulación

desde arriba:

“Desde el momento en que todos los miembros de la sociedad, o al

menos la inmensa mayoría de ellos, hayan aprendido a gestionar por

sí mismos el Estado, dedicándose por entero a esta obra y hayan

organizado su “control” sobre la ínfima minoría de los capitalistas,

etc., será entonces cuando la necesidad de cualquier administración

366 Las tareas inmediatas del poder soviético, abril de 1918, vol. XXVII, p. 217.

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empezará a desaparecer.” (…) “De hecho, cuando todos hayan

aprendido a administrar y administren realmente ellos mismos la

producción, cuando todos realicen por ellos mismos la denuncia y

control de los parásitos (“se abrirán entonces las puertas que

permitirán pasar de la primera fase a la fase superior de la sociedad

comunista y posteriormente a la completa extinción del Estado”)”.367

No obstante sucesivas reflexiones y replanteamientos, Lenin ya no

revisará hasta su muerte el criterio de desconfianza formulado después de

octubre con relación a los instrumentos de democracia obrera en las

fábricas. Asimismo el famoso “debate sindical” se desarrollará fuera de

esta óptica y la contribución de Lenin –indudablemente realista y

ponderada– se dirigirá mucho más a resolver los problemas del

funcionamiento general del sistema económico que a los de la democracia

proletaria. La justa incomprensión del carácter de los dos momentos se

transformará irreversiblemente en la aceptación de una escala de prioridad

que pondrá la economía en primer lugar y el aplazamiento de la solución

del problema de la democracia a un período ulterior, posiblemente más

favorable que el conocido por la Rusia soviética en los años 1918-1921. La

política real vencerá una vez más sobre “la utopía” y a las masas

proletarias rusas, intérpretes de las páginas más importantes de la

Historia, no les quedará más remedio que volver al trabajo privadas de

cualquier poder de control sobre su propia vida e incluso sobre el uso de

su propia fuerza (fuerza-trabajo).

A la autoridad de la burguesía desaparecida seguirá un nuevo tipo de

autoridad, cuyo poder se extenderá de forma capilar a todos los aspectos

de la vida política y económica, sofocando cualquier manifestación de

“autonomía obrera”. Con el paso de los años, de la experiencia

revolucionaria quedará a las masas sólo una mejora en el nivel de vida y

de las condiciones del trabajo: más de cuanto se habría podido esperar de

un desarrollo lineal del capitalismo ruso, mucho menos de cuanto aquéllas

habrían creído poder conquistar en 1917. Lenin no tendrá tiempo para

valorar plenamente el alcance de la instauración estaliniana368 ni de

eliminar, por consiguiente, los efectos negativos de aquella “táctica” que

sus camaradas –adoptando la nueva metodología burocrática– habían ya

irremediablemente elevado a “principios”.

367 Obras, vol. XXV, p. 445.368 Vivir lo suficiente, sin embargo, para intuir el peligro inminente. Véase M. Lewin: L'ultima battaglia di Lenin, Barí, 1969. Posiciones similares expresa M. Salvadori: «Lenin ei soviet», en l consigli operai, Roma, 1972, p. 53-71.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Desautorizados los soviets, eliminado el control obrero, encarcelados los

anarquistas, disueltos todos los partidos, prohibidas las fracciones en el

único partido legal, no quedaba otra vía que la consolidación de los dos

únicos instrumentos supervivientes: el Estado y la jerarquía del partido.

Exactamente lo contrario de lo que Lenin “había prometido” en 1917,

cuando declaraba que “el régimen socialista reviviría necesariamente

muchos aspectos de la democracia primitiva, porque por primera vez en la

historia de la sociedad civil las “masas” de la población se elevarían a una

participación independiente, no en las votaciones y en las elecciones, sino

en la administración cotidiana”.369

369 El Estado y la revolución, vol. XXV. p. 459.

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3. Los comités de fábrica en la Rusia revolucionaria

La revolución de febrero de 1917 tiene el efecto de hacer surgir

nuevamente a los soviets y a los demás organismos de carácter conciliar

que ya hemos visto emerger en la iniciativa insurreccional de 1905. Una

vez más nacen espontáneamente, extendiéndose como mancha de aceite

por todo el territorio ruso. La espontaneidad de esta segunda oleada

consejista debería ser conectada, sin embargo, con el recuerdo de la

experiencia precedente conservada por los obreros más ancianos de las

principales fábricas del país. Por otra parte, aunque aquí no se había

vivido directamente el clima y la atmósfera libertaria de 1905, cuando

menos se había hablado en el curso del decenio que siguió como del

episodio más sorprendente y más significativo en la historia del movimiento

obrero ruso. La revolución de febrero rememoraría de nuevo todo esto, en

una situación social mucho más tensa y grave que la existente en 1905, en

un momento, por añadidura, en el que se asistía a la caída del máximo

símbolo del absolutismo.

Como ya había sucedido en 1905, también en 1917 le falta de

organizaciones y partidos obreros claramente consolidados debía

favorecer la proyección de los trabajadores sobre los únicos organismos

que aparecían como un posible instrumento de representación directa; tal

factor contribuyó poderosamente a los esfuerzos de los soviets.370 Existía,

sin embargo, un punto de diferenciación entre las dos experiencias,

destinado a ejercer diverso tipo de influencias: los soviets no nacieron

ahora en el curso de la huelga general ni en la fase más aguda del

conflicto social, sino prácticamente tras una victoria ya consumada y para

obtener satisfacciones y algunas seguridades de democracia y reforma

económica. Tal factor, en el momento en que permitía la asunción de un rol

hegemónico por parte de las fuerzas políticas más moderadas y

dispuestas al compromiso, contribuía también a retrasar una toma de

conciencia en el interior de los soviets sobre la necesidad de profundizar la

revolución social hasta la desaparición total de la burguesía. Aunque los

bolcheviques debieron pagar un precio elevado por el nacimiento –en un

cieno sentido “espúreo”– de la nueva estructura soviética, ya que el

desarrollo de los acontecimientos no determinará un cambio sensible en

las relaciones de fuerza dentro de esta última. Ya no instrumento de

iniciativa revolucionaria y sujeto animador de la movilización obrera como

en 1905, el soviet de 1917 aparece más propiamente como una sede de

370 Véase O. Anweiler, op. cit., p. 192.

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los debates y enfrentamiento político de las diversas corrientes: una

especie de “parlamento alternativo”,371 más preocupado de dar a las masas

una oportunidad de expresarse que no de asumir la dirección del proceso

revolucionario. La insistencia de Lenin en la consigna “todo el poder a los

soviets” tenderá esencialmente a profundizar el carácter de “alternativa

presente en el congreso panruso de los delegados de los obreros y de los

soldados”, de hacer un instrumento realmente representativo de la

situación de dualismo de poderes existente en Rusia entre febrero y

octubre de 1917.

Los comités de fábrica aparecen después de febrero de 1917

espontáneamente y ligados a la vieja tradición de los soviets. Su

reconocimiento oficial se lleva a cabo el 5 de marzo en el caso del soviet

de Petrogrado; el impulso a su creación lo motivó la necesidad de infundir

vida a organismos diversos de aquéllos, no sólo para profundizar temas

específicos que estos últimos no habrían podido afrontar eficazmente, sino

también para disminuir el sentido de alejamiento determinado a nivel de

fábrica en el carácter “parlamentario” y centralizado que los soviets habían

asumido desde su nacimiento: junto a los organismos de la democracia

política popular, el proletariado ruso se dotaba de organismos propios, es

decir, de organismos caracterizados en el plano de clase, vinculados al

mundo real de las fábricas y capaces de analizar las funciones de control

obrero, exigido e impuesto en la situación específica, antes incluso que por

los propios trabajadores.

“Después de la victoria de febrero, el proletariado ya no podía volver a

las condiciones económicas, incluso jurídicas, precedentes. Su

descontento por la situación económica se manifestó sobre todo por

la lucha de salarios... Por otra parte, la situación después de la

victoria parecía demasiado injusta a la clase obrera, la cual reclamaba

un cambio inmediato y radical en las relaciones entre capital y

trabajo...; una oleada de huelgas sobrevino después de la caída del

absolutismo. En todas las fábricas y talleres, súbitamente, sin esperar

el acuerdo en el vértice, se fueron presentando reivindicaciones

relativas a los salarios, a reducciones de jornadas laborales, etc. Los

conflictos económicos se agravaron cada día más y se complicaron

en una atmósfera de lucha. Todo esto fue un poderoso estímulo para

una gestión total de las masas, obreros, campesinos, militares, los

371 Para la relación entre los soviets y los organismos mis propiamente institucionalizados,véase la investigación de O. H. Radkey: The Election to the Russian ConstituyentAssembly of 1917, Cambridge, 1950.

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cuales se apresuraron a crear sus propias organizaciones, volviendo

a formular, en el comienzo de una nueva existencia, sus antiguas

reivindicaciones. En el mismo período aparecieron organismos de

combate del proletariado, portavoces de su espíritu combativo y de

sus reivindicaciones revolucionarias: los comités de fábrica”.372

Los comités se afirman, por tanto, como organismos del poder obrero en

las fábricas paralelos a la estructura nacional de los soviets, en funciones

no antagónicas, sino complementarias de estas últimas (su posición, sin

embargo, fue, en general, más avanzada y más radical). Aunque

coordinados a escala nacional, se expresaron tras febrero y octubre por

boca de sus delegados a los principales soviets y en el curso de

conferencias regionales y nacionales.

La I Conferencia de los consejos de fábrica de Petrogrado se desarrolla el

31 de mayo, en el palacio de Tauride, en presencia de cerca de quinientos

delegados, provenientes en su mayoría de los consejos elegidos en

empresas de la industria metalúrgica. La “Conferencia exploratoria” de los

comités de fábrica de la industria bélica que había precedido a las

sesiones de Petrogrado (2 de abril) ya había intentado definir las

principales funciones de los C.D.F., estableciendo, entre otras cosas, el

derecho de los delegados obreros a examinar y a dictar todas las

instrucciones relativas a la “organización interna de la fábrica”. En la

conferencia preparatoria de Jarkov (29 de mayo), por el contrario, algunos

delegados habían llegado directamente a proponer que los C.D.F.,

asumiesen la dirección de la empresa y llevaran a cabo los principales

papeles organizativos.373 En semejante atmósfera, la Conferencia de

Petrogrado no podía dejar de asistir a la victoria de los delegados obreros

más audaces y combativos, es decir, y en sustancia, de los decididos a

lanzarse con entusiasmo a la aplicación del control obrero, porque veían

en este primer paso la trastocación de las relaciones de producción y la

instauración de un régimen autogestionario.

372 A. M. Pankratova: / consigli di fabbrica nella Rusia del 1917, p. 12-13 (la cursiva esnuestra). (La traducción italiana no está hecha sobre el original ruso, sino sobre latraducción francesa publicada en el núm. 4, 1967, de Autogestión, a su vez incompleta.) Eséste el texto histórico mis conocido sobre el tema. Escrito por una militante bolcheviquecontemporánea a los acontecimientos descritos, brilla por la modestia y la claridad de laautora. La composición del libro es de 1923. Una reconstrucción histérico-cronológicamucho más precisa y detallada la hallamos en M. Brinton: The Bolsheviks and Worker'sControl, Solidarity, Londres, 1970 Brinton ha podido utilizar una fuente rusa, riquísima endatos e información, como Oktyabrskaya revolutsiya i fabzavkomy: materiali posistoriifabricno-zavidskikh komitetov (La revolución de octubre y los comités de fábrica materialespara una historia de los comités de fábrica).373 M Brinton, op. cit., pág. 4.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Véanse las afirmaciones de algunos delegados:374

“Durante la revolución el movimiento obrero hace surgir nuevas

formas organizativas: los comités de fábrica. Estos salen de los viejos

esquemas habituales y se lanzan por una vía completamente nueva.

Más o menos voluntariamente, los comités de fábrica han penetrado

en la vida económica de sus fábricas, las cuales, sin ellos, habrían

tenido que cerrar.”

Y también:

“Debemos hacer salir la producción el caos y restablecer el orden –

declara el delegado Naumov–. Tomando en nuestras manos el control

de la producción, empezamos en la práctica a trabajar activamente en

la producción misma y a elevarla hacia la futura producción

socialista.”

Y todavía:

“Es demasiado pronto para transformarlos en secciones sindicales: a

los comités de fábrica esperan las misiones específicas de la

regulación de la vida económica de la fábrica y de la realización del

control que los sindicatos no pueden todavía llevar a cabo. Los

comités de fábrica deben existir no sólo para la defensa profesional,

sino también como base de sostenimiento del movimiento obrero.”

La resolución final, sin embargo, trataba de expresar lo más ampliamente

posible las diversas posiciones reflejadas en el curso de la conferencia y

conseguía obtener más de las tres cuartas partes de los votos. En ella se

declaraba, entre otras cosas, que:

“los comités de fábrica son organizaciones económicas militantes que

abarcan todas las fábricas del lugar. Son elegidos de acuerdo con los

principios de una democracia amplia y tienen una dirección colegiada.

Tienen como fin la defensa de las necesidades económicas y la

creación de nuevas condiciones de trabajo. Sus relaciones con los

sindicatos, en cuarto organización proletaria vecina, deben ser las de

una estrecha amistad y de un contacto concreto”.375

374 Estas intervenciones son citadas en el libro de Pankratova (op. cit., págs. 25-26), quea su vez cita los hechos de la conferencia.375 Citado por Pankratova, Ibíd., p. 27.

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En los meses sucesivos se celebraron otras conferencias regionales y

provinciales de C.D.F., en el curso de las cuales fue confirmada la

aceptación de la estrategia del control obrero como momento específico de

la movilización de masas vivida en aquellos meses por el proletariado ruso.

Sin embargo, no faltaban divergencias respecto a la oportunidad de

adoptar semejante consigna, y también, obviamente, sobre la interpretación

que debía atribuírsele. Las generalizaciones iniciales y la evolución de las

posiciones de Lenin sobre tal tema376 contribuían a aumentar la

ambigüedad de la propaganda por el control obrero, determinando

marginaciones no desdeñables en las filas de los delegados obreros de

varios comités de fábrica. El predominio de los mencheviques en la

conferencia de los C.D.F. de la región de Moscú (julio de 1917) debe

entenderse como un síntoma de tal confusión. En la II° Conferencia de San

Petersburgo (7-12 de agosto), por el contrario, las resoluciones de origen

bolchevique sobre el control obrero obtienen gran mayoría de votos. En tal

ocasión fueron redactados algunos “estatutos” para reglamentar y definir

mejor las funciones de los C.D.F, los procedimientos para su elección, los

estatutos empresariales de los delegados, etc. Estaba, sin embargo, claro

para los congresistas que la aplicación de tales “reglamentaciones” sería

posible solamente en situaciones en que el nivel de organización y de

conocimientos de los trabajadores estuvieran en condiciones de

contrarrestar la contraofensiva patronal. La coordinación a nivel nacional

del movimiento de los C.D.F. se convertía, desde esta óptica, en una

exigencia imprescindible, sobre todo en la perspectiva de imponer aquellas

medidas de control sobre el conjunto de la producción, sobre la cual ya iba

articulando Lenin sus proyectos en los artículos que hemos visto.377 Con tal

motivo, los C.D.F. de San Petersburgo convocarán una conferencia

panrusa de los C.D.F. en el mes de octubre (es decir, en vísperas de la

revolución).

La conferencia se vio precedida por una amplia consulta a todas las

fábricas principales del país y ofreció ocasión para proceder a elecciones

de los C.D.F. en las empresas en que aún no existían.

376 Véase la intervención de Lenin en la Primera conferencia de los C.D.F. de Petrogrado:“Si se quiere que el control sobre la industria sea eficaz es indispensable que se trate de uncontrol obrero, que los obreros estén en mayoría en todos los organismos deresponsabilidad y que la administración rinda cuentas de sus actos ante todas lasorganizaciones obreras más autorizadas. Los c amaradas obreros tratan de obtener uncontrol efectivo y no ficticio, y deben rechazar con la máxima energía todas lasresoluciones y propuestas relativas a un control ficticio, que no dejaría de ser inútil.” Obras,vol. XXIV, pág. 565.377 El texto definitivo aparece expuesto en La catástrofe inminente, vol. XXV, p. 313 y sigs.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

El mandato dominante entre los delegados enviados a San Petersburgo

era el de batirse para imponer la extensión del control obrero de las

empresas en que éste ya existía de hecho (en general, en las fábricas

abandonadas por completo o parcialmente por sus respectivos propietarios)

al resto de la economía rusa, implicando también en este proceso a los

organismos de control desarrollados en los campos. El predominio de los

bolcheviques entre las filas de los delegados había asegurado la victoria

de tal línea. El resultado de la primera y última conferencia panrusa de los

C.D.F. tendría consecuencias importantes en el seno del segundo

Congreso Panruso de los soviets. Los tiempos, de hecho, estaban en

adelante maduros para la solución del dualismo de poderes a favor de los

organismos de democracia popular y la clase obrera rusa asumía la misión

de forzar “el tiempo” en la dirección de una asunción definitiva de las

principales funciones de dirección dentro del país.

Sin embargo, la misión que se presentaba ante los comités de fábrica –

trabajar para la toma y reorganización de la economía a marchas

forzadas– pondría pronto en claro la ambigüedad presente en la

entusiástica adhesión de masas trabajadoras escasamente politizadas, en

la perspectiva del control y de la autogestión obrera. Prescindiendo de los

desarrollos futuros de semejante contradicción, vale la pena de aludir al

tipo de esperanza sentido por los delegados obreros a la Conferencia,

como fue reflejada en la fórmula empleada en una de las resoluciones

tomadas:

“Solamente el control obrero sobre la empresa capitalista, tomando

conciencia de sus objetivos y de su importancia social, creará las

condiciones favorables a la instauración de la forma de autogestión

obrera y al desarrollo del trabajo productivo”.378

Esta formulación expresa, a nuestro juicio, en forma propagandística, pero

correspondiente a la situación real, la dinámica que la iniciativa obrera

había tenido a nivel de fuerzas sociales.

El paso del poder a las manos de los soviets determinó también una

transformación de enorme importancia en la acción y en los móviles de los

C.D.F. El control obrero que estos organismos habían empezado a

imponer en algunas empresas después de la revolución de febrero había

sido concebido esencialmente como un momento de oposición conflictiva

con el patronato o, más bien, en casos específicos, como una respuesta

378 Véase A. M. Pankratova, op. cit., pág. 61; la cursiva es nuestra.

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de base al problema de los sabotajes económicos. En el curso de los

acontecimientos, sin embargo, en la medida en que los soviets conseguían

presentarse como la nueva estructura de dirección política y económica del

país, también los C.D.F. podían empezar a asumir funciones de creciente

importancia dentro de las fábricas, llegando por fin a regular aspectos

cruciales de la organización de las empresas, como adquisición de

materias primas, distribución del horario de trabajo, admisiones y despidos

y, en el límite, la determinación de los precios de venta para las

mercancías producidas. En este proceso de crecimiento del poder de los

C.D.F. reconocido y normalmente aceptado por los organismos oficiales

del Gobierno provisional, los más lúcidos de entre los observadores

bolcheviques, sindicalistas e independientes, entreveían un embrión de

poder obrero sobre el conjunto de la actividad económica. Por tal motivo,

muchos consideraron útil postular una rápida integración de tales

organismos “espontáneos” en las estructuras nacionales de los sindicatos

que, por reconocimiento unánime, habrían podido absorber las nuevas

misiones de gestión económica. Sin embargo, ninguno –al menos de

acuerdo con la documentación de que disponemos– advertía la necesidad

de lanzar a tales organismos sobre la vía amplia de una adquisición cada

vez más amplia de prerrogativas políticas en la confrontación con las

estructuras ya existentes. La rígida distinción respecto a los lugares en los

cuales desarrollar el debate más propiamente político sobre el destino de

la revolución rusa y los lugares en los cuales afrontar las soluciones de los

problemas de carácter más propiamente económicos, fundándose en la

colaboración decisiva del proletariado, fue, por tanto, un dato objetivo

indiscutible en la nueva fase revolucionaria abierta en octubre.

Mientras los diputados obreros descubrían bajo la impresión de los

acontecimientos la importancia de la milicia y de una fuerte presencia de

los partidos mayoritarios (bolcheviques, mencheviques y socialistas

revolucionarios), es decir, aquellos en cuyas sedes se tomaban realmente

las principales decisiones políticas, los C.D.F. –marginados y forzosamente

localistas– tendían a especializarse cada día más en la resolución de

simples misiones económicas. La propaganda bolchevique para la rápida

transformación del control obrero en un inventario y en un censo general

de posibilidades económicas de todas las regiones y distritos respondía

fielmente a una situación destinada a determinar, de hecho, el porvenir de

la revolución. El tránsito del “control” a la “gestión obrera” aparecía así

como un hecho esencialmente técnico, en el cual los trabajadores y los

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

C.D.F. tendrían que resolver aspectos organizativos. Para lo demás, la

convicción más extendida en las filas de los soviets era que la gestión

obrera constituía solamente un momento transitorio, casi inevitable

(“semianárquico”, dirá Pankratova) hacia una nueva forma más racional y

eficiente de organización del trabajo.

Tocará una vez más a Lenin la misión de interpretar lúcidamente el estado

de ánimo prevaleciente entre las masas, dando a las exigencias apenas

descritas una expresión definida en el plano de las propuestas operativas y

en su posible institucionalización. El 3 de noviembre Pravda publica el

Proyecto de regulación del control obrero379, con el que se trataba de

responder en aquel momento a las exigencias de los diversos partidos

relativas al funcionamiento de las empresas. A los propietarios que habían

permanecido en Rusia se les garantizaba la continuidad y la regularidad

del trabajo; éste ya no podría interrumpirse por iniciativa de la base obrera

sin el consentimiento de los sindicatos o de los C.D.F. A los representantes

obreros elegidos en estos organismos se les concedía la facultad de abrir

los libros de contabilidad y de verificar integralmente el estado general de

la empresa (depósitos, materiales, instrumentos de trabajo): las decisiones

de los delegados de fábrica y de los obreros pueden ser, sin embargo,

revocadas por los sindicatos. Todos estos componentes del mundo de la

empresa son, en fin, sometidos al control del Estado, el cual se reservaba

el derecho de intervenir directamente en todas las empresas de

“importancia para el Estado”; la definición de esta última, formulada en el

proyecto, ponía en manos del Estado prácticamente todas las fábricas más

importantes del país:

“Son consideradas empresas que tienen importancia para el Estado

todas las empresas que laboran para la defensa del país y que estén

vinculadas de un modo u otro a la producción de elementos necesarios

para la existencia de la población”.380

El Decreto sobre control obrero del 14 de noviembre381 anunciaba

definitivamente el comienzo de la revolución soviética en el campo de la

economía. Aquél se desarrollaba en ocho puntos, ampliando y

profundizando sobre todo el aspecto institucional. Al objeto de evitar

cualquier forma de dispersión o de autarquía empresarial (es decir, de

379 Lenin: Obras, vol. XXVI, págs. 257-58.380 Ibíd., p. 258.381 Trad. italiana en El control obrero (escritos varios de Togliatti, Arsky, Radek, etc.;reedición, Roma, 1970, págs. 19-21).

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competición o acaparamiento de las materias primas por parte de grupos

obreros en fábricas aisladas) el decreto instituía un organismo central de

dirección económica que debería regular (de arriba abajo) la vida de las

empresas hasta la convocatoria del Congreso de los comités de fábrica. El

“Consejo panruso del control obrero” –compuesto por representantes

elegidos en los diversos organismos estatales, sindicales, campesinos, en

las cooperativas, en la sede de la organización panrusa de los C.D.F., en

las Uniones panrusas obreras, etc.– constituiría en la práctica el organismo

central de elaboración y dirección económica. Por medio de una red

nacional de comisiones compuestas por técnicos y por especialistas se

controlaría la marcha real de todas las empresas singulares. Por lo demás,

el decreto mantenía cierta ambigüedad sobre atribución de las funciones

reales de control, sin especificar la diferencia de la respectiva competencia

entre los organismos centrales y los de fábrica.

La convicción de que en la patria de los soviets ya no podrían originarse

fricciones entre los organismos superiores y los inferiores de aplicación del

control obrero puede acaso explicar la ambigüedad del decreto respecto a

las cuestiones de competencia. La falta de especificación sobre tales

puntos significaría un punto en contra de los organismos locales,

desprovistos de instrumentos eficaces para verificar la marcha general de

la economía y la evolución de la situación política del país. Entre los

organismos de empresa y los nacionales, por otra parte, se instituían “los

Consejos regionales del control obrero”, que deberían servir de enlace

entre las dos instancias principales. Ellas, además de transmitir las

instrucciones del Consejo central, tendrían que “vigilar” también “la

actividad de los órganos inferiores de control”.

Más allá de la perplejidad que puede suscitar el esquema organizativo

descrito –perplejidad determinada sobre todo por la distancia y la falta de

una presión directa entre organismos de fábrica y Consejo panruso del

control obrero– hay además el hecho de que las funciones de control

indicadas en el decreto coincidían, más o menos integralmente, con un

modelo de gestión económica completamente original, a llevar a cabo con

la aportación directa de los productores y de sus organismos representativos

de base. Los puntos 6, 7, 8, por ejemplo, expresan completamente el

carácter “obrero” del decreto y constituían un paso importante y decisivo

hacia la posibilidad de instaurar un sistema de organización económica

integralmente autogestionada:

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

6. Los órganos del control obrero tienen el derecho de vigilar la

producción, de fijar el mínimo de productividad en la empresa y de

tomar medidas para la estimación del precio de costo de los artículos

producidos.

— Los órganos de control obrero tienen el derecho de consultar toda

la correspondencia comercial de la empresa; por cualquier

correspondencia tenida ocultamente los propietarios serán

responsables ante los tribunales. El secretario comercial es

abolido. Los propietarios son obligados a presentar a los órganos

de control obrero todos los libros e informes sobre el año en curso

y de los años pasados.

— Las decisiones de los órganos de control obrero son obligatorias

para el propietario de las empresas y no pueden ser abrogadas

más que por los órganos superiores de esta institución.

Sin embargo, el decreto de 5 de diciembre, con el cual se constituía un

organismo estatal de dirección centralizada de la economía –el Vesenka–,

absorbía de hecho las funciones ejercidas precedentemente por una serie

de organismos “de base”: entre éstas quedaba abolida también la del

Consejo panruso del control obrero (presente en el Vesenka sólo

formalmente). Se iniciaba de este modo un proceso de desautorización de

los C.D.F. en favor de los organismos estatales de dirección de la economía.

Este proceso ha sido descrito ampliamente por la historiadora bolchevique

A. M. Pankratova que, en su conclusión a la historia del movimiento de los

C.D.F. en la Rusia revolucionaria, expone las principales consideraciones

de orden político y económico que han presidido las decisiones –tomadas

por Lenin y el grupo dirigente bolchevique– para eliminar cualquier

posibilidad de interferencia por parte de los C.D.F. respecto a la

reorganización del sistema económico:

“La profundización ulterior de la revolución económica reclamará una

organización de la producción sobre bases socialistas. Pero se

necesitaba una forma organizativa más eficaz que el comité de

fábrica y de un método más amplio del control obrero. Se necesitaba

ligar la cuestión de la nueva fábrica al principio de un plano

económico único en función de la perspectiva socialista general del

joven Estado proletario. Por eso, era necesario crear órganos

nacionales de normalización y de administración de la producción.

Los comités de fábrica carecían de práctica y de conocimientos

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técnicos para asimilar el complicado trabajo de control de la

producción. El desarrollo moderno de ésta está vinculado, a través de

muchos hilos al mundo externo, a otras empresas, a otras fábricas, a

la situación del mercado, al estado de los transportes, de la mano de

obra, etc., y los comités de fábrica, así como la propia unión panrusa

de los mismos, no podía comprender todas estas relaciones. Ella no

tenía las prerrogativas del poder estatal. El control financiero era

especialmente difícil de llevar a cabo. A fin de que se realizase

plenamente se estaba obligado a romper la enorme potencia del

capital financiero junto con el orden legal construido por este último.

Sindicalización obligatoria, reagrupamientos en trusts de los sectores

de la producción, nacionalización de la Banca, nuevo sistema fiscal,

todas estas inmensas tareas económicas del período de transición al

socialismo exigían la creación de un centro único capaz de normalizar

toda la economía nacional a escala estatal. El proletariado comprende

esta necesidad y, tomando su mandato a los comités de fábrica que

no respondían a las nuevas exigencias económicas, delegó sus

poderes a los órganos nuevos creados, a los soviets de la economía

nacional. Los comités de fábrica de Petrogrado, que en su primera

conferencia de mayo de 1917 habían proclamado el control obrero, lo

olvidaron unánimemente en esta conferencia”.382

Respecto a la unanimidad que apunta la Pankratova, se pueden abrigar

serias dudas, no sólo por los desarrollos conocidos en torno al “debate

sindical” y de la acción de la “Oposición obrera” y sindicalista383, sino

también por el rumor y las repercusiones que provocó la publicación del

Manual práctico para la ejecución del control obrero por parte de los

miembros no bolcheviques del Consejo panruso de los C.D.F.384

“La principal característica del Manual para el control obrero sobre la

empresa capitalista es que trata de hecho, esencialmente, de la

gestión obrera de la empresa y llega a identificar control con

gestión”.385

382 A. M. Pankratova, op. cit., págs. 74-75.383 Véase Documentos de la revolución mundial, vol. I, Ed. Zero, Madrid, 1971. (N. del t.)384 Una interesante discusión de este texto, desconocido en italiano, se halla en D.Limón: «Lénine et le contróle ouvrier», en Autogestión, número 4, 1967, págs. 75-89. Delconflicto entre bolcheviques habla también I. Deustcher: Los sindicatos soviéticos, págs.54-55.385 D. Limón, op. cit., p. 75.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

A este objeto proponía la constitución de cuatro comisiones para cada

C.D.F. La primera se encargaría de la organización de la producción, la

segunda de la reconversión de la industria bélica, la tercera del

abastecimiento de las materias primas y la cuarta de los combustibles.

Luego, partiendo de las misiones elementales de censo, inventarios,

luchas contra el sabotaje, etc., propuestos por Lenin, el control obrero de

los C.D.F. deberían extenderse –según los autores del Manual– hasta

determinar el ritmo de agotamiento de las provisiones, el flujo de entradas

y salidas, el empleo de determinados materiales en lugar de otros, y así

sucesivamente hasta el control de los principales elementos constitutivos

de la organización del trabajo en fábrica. La primera de las comisiones

citadas debería coordinar de hecho la actividad de los diversos

departamentos, verificar las condiciones de las instalaciones, establecer

los ritmos de amortización, distribuir todos los trabajos de la empresa,

estudiar todos los aspectos financieros y determinar, en fin, el coeficiente

de explotación. Según el Manual (el control obrero sobre la industria), en

cuanto parte indivisible del control sobre el conjunto de la vida económica

del país, no debe ser considerado en el sentido estricto de una revisión,

sino en el sentido más amplio de la “intervención”.

Se pregunta D. Limón, respecto a las opciones contenidas en el Manual, si

se trataba de una cuestión de sustancia o se limitaba simplemente al

aspecto formal, administrativo, de la dirección.

En el primer caso, tal opción tendría un significado realmente positivo,

porque la “injerencia” en la estructura de fondo del mecanismo productivo

respondería directamente a la exigencia obrera determinada en la

precedente experiencia de control obrero, sustituiría integralmente el poder

decisorio de los empresarios y contribuiría en lo sucesivo a garantizar una

dosis de estabilidad y equilibrio para los técnicos y los especialistas de las

empresas.

El segundo caso, por el contrario –según Limón–, se reduciría a una serie

de experiencias participacionistas, en las cuales la asunción puramente

jurídico-formal de la dirección de la empresa no implicaría necesariamente

una determinación obrera de las metas productivas, de los incentivos, de

los ritmos de trabajo, etc., y al mismo tiempo pondría seriamente en

discusión la posibilidad de un funcionamiento correcto de la empresa.

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La primera solución propuesta en el Manual constituiría también un primer

paso irrevocable hacia la transformación en el sentido autogestionario del

proceso entero de la producción.386

Las Instrucciones generales sobre el control obrero establecidas según el

decreto del 14 noviembre 1917387 fueron publicadas en Izvestia el 15 de

diciembre de 1917 (diez días después de la institución de Vesenka). Son

también conocidas como “el Contra-Manual” del control obrero, desde el

momento en que fueron elaboradas con intención de responder a la

tendencia autonómica desarrollada en el mundo de los C.D.F. y al objeto

de integrar la estructura obrera de empresa en el plano más vasto de

reorganización “desde arriba” de la economía iniciada con la institución del

Vesenka. El carácter dramático de la situación económica y política ya

había impuesto a los dirigentes bolcheviques una elección “gestionaría”

favorable al máximo control y a la máxima centralización de los poderes en

las manos del único partido capaz de afrontar el vencimiento improrrogable

de la revolución; la interferencia por parte de sectores obreros o de

organismos de fábrica –especialmente empeñados en la solución de

problemas locales y privados de una visión de conjunto de la situación

general– en la determinación de los nuevos objetivos de reorganización

económica (condicionada a su vez por factores políticos) aparece en

diciembre de 1917 como un elemento ulterior de confusión. El problema

principal no era en adelante ya el de impulsar a las masas trabajadoras

hacia la adquisición de una independencia política y organizativa cada vez

mayor, sino impulsar del modo más racional posible el potencial humano

disponible. Con tal fin las Instrucciones se pronunciaban, netamente contra

el paso a una gestión obrera del proceso de producción, al mismo tiempo

que sancionaba la subordinación de los organismos de fábrica a las

nuevas estructuras estatales y sindicales del régimen soviético. El

mantenimiento del “control obrero”, para referirse a los principios

inspiradores del nuevo giro económico, no debe hacer incurrir en engaño

en lo que respecta a la sustancia del documento: el nuevo organismo

propuesto –la “comisión de control”– venía a sustituir a todos los efectos a

los C.D.F. A los miembros de estos últimos les quedaba solamente la

facultad de entrar a tomar parte del nuevo órgano para poder tener un

mínimo de poder consultivo y decisorio.

386 Una distinción similar a la realizada por Limón relativa a las dos posibilidades en lacuestión del control obrero se halla en E. H. Carr: La rivoluzione bolscevica, Turín, 1964, 1,p. 474-75.387 Hay una traducción italiana del texto en El control obrero, op. cit., p. 17-31.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Los principales deberes de la nueva comisión (expresados en los cinco

puntos de las Instrucciones) reafirmaban en la práctica las indicaciones ya

expuestas en el decreto y en los escritos de Lenin sin, empero, ninguna

referencia a una posible participación en las determinaciones de las

opciones a escala general. El criterio de la eficiencia –en que se inspiraba

concretamente el cuerpo central de las Instrucciones– desaconsejaba, en

efecto, una hipótesis semejante y transferir la solución de los problemas

más cruciales directamente a los organismos superiores:

“El derecho de dar órdenes en la gestión de la empresa, la dirección y

el funcionamiento de la empresa conciernen al propietario. La

comisión de control no participa en la gestión de la empresa y no es

responsable de su dirección y de su funcionamiento: esta

responsabilidad concierne al propietario. La Comisión de control no se

ocupa de los problemas financieros de la empresa. Si estos

problemas se plantean deberán trasmitirse a las instituciones

reguladoras sovietistas”.388

La negativa categórica de conceder a los organismos de empresa un

margen de autonomía real está, por otra parte, claramente expuesto en el

punto 9, en el cual se expresa oficialmente la posición adversa a la

posibilidad de “autogestión”:

“La comisión de control de cualquier empresa puede ser medio del

órgano superior del control obrero, llevar delante de la institución

reguladora sovietista la cuestión de la requisa de la empresa o la

solicitud de otras medidas coercitivas contra la empresa, pero la

comisión no tiene derecho a apoderarse de la empresa o de

gestionarla”.389

388 Ibíd., p. 29.389 Ibíd. Una tentativa de interpretación de los motivos de la renuncia bolchevique a uncontrol real por parte obrera ha sido llevada a cabo por P. Mattick. Este sostiene que enlas nuevas perspectivas de adopción de la NEP la desautorización de los soviets y de losC.D.F. era una exigencia improrrogable para los bolcheviques, a fin de no acabarnuevamente en minoría en el interior de los organismos de masas. Al autor se le escapa,evidentemente, que el proceso estaba ya en fase avanzada en los comienzos del“comunismo de guerra”. Véase P. Mattick: Intégration capitaliste et rupture ouvriere,París, 222 y sgs. Una interpretación unilateralmente favorable a la evolución de losbolcheviques ha sido reasumida recientemente por A. Chitarin: “La strategia leniniana delcontrollo operaio”, en La crítica sociológica, n°. 22, 1972, págs. 45-78. En el artículo nose tocan para nada los replanteamientos de Lenin y los cambios de su posición en lacuestión de los soviets, del control obrero y de la autogestión.

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La comisión de control existente a nivel de empresa venía a ser, por tanto,

un poder ejecutivo de la comisión de control de la correspondiente

organización profesional (sindical en perspectiva). Esta última a su vez era

la emanación directa del Consejo Superior de Economía Nacional. Un

espacio formal de intervención se dejaba al Consejo panruso del control

obrero, pero en la práctica éste estaba ya privado de sus articulaciones de

base (los comités de fábrica); solamente ellos podían permitirle el

funcionamiento efectivo. En los casos en que los organismos de empresa

se negasen a someterse a la nueva dirección absoluta del Vesenka, el

sindicato intentaría una solución de compromiso entre las dos instancias,

en la perspectiva, sin embargo, de absorber definitivamente a los

organismos de las fábricas rebeldes.390

Por el contrario, en la más avanzada de las experiencias del control obrero

conocida en la Rusia bolchevique –la de ferrocarriles391– el decreto de

enero de 1918, con el que se instituía una gestión parasindical del conjunto

de las líneas ferroviarias, no llegó a cumplir plenamente sus fines. Los

bolcheviques habían instituido un soviet panruso adicto a la gestión y a la

organización del tráfico ferroviario, sobre todo para minar el poder de

Vikzel, un organismo similar controlado, sin embargo, por los socialistas

revolucionarios; el cambio general determinado en la orientación

económica y administrativa de los bolcheviques convenció a Lenin de la

necesidad de acabar con semejante experiencia dos meses después de su

comienzo. El 26 de marzo de 1918 un decreto del Sovnarkom, apoyado

por el Vesenka, confería “poderes dictatoriales” al comisario del pueblo

para las comunicaciones: un primer paso para la completa militarización

del sistema ferroviario que será llevado a cabo de inmediato por Trotsky.

El ejemplo de los ferrocarriles no era un caso aislado. La liquidación de

cualquier margen de autonomía y de intervención de los organismos

obreros de fábrica y de los mismos organismos de la democracia popular

soviética era ya, al comienzo de 1918, un hecho generalizado, incluso por

la gravísima situación política y económica en la cual el poder de los

bolcheviques se encontraba tanto en el exterior (bloque económico y

guerra civil) como en el interior, contra las diversas tendencias políticas

supervivientes (los mencheviques y socialrevolucionarios, los bolcheviques

390 Sobre el papel desempeñado por los sindicatos en la reabsorción del conflictodesarrollado entre organismos empresariales y estructura estatal, véase. I. Deutscher,op. cit., págs. 54-55.391 Descrita y analizada por E. H. Carr: The Bolshevik Revolution, 1917-1923, vol. II,Londres, 1952, p. 392-95.

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de izquierda, la Oposición obrera, los centralistas democráticos, etc.).392

Sin entrar en las razones de la dilatada discusión sobre el carácter más o

menos provisional de las medidas coercitivas adoptadas por el poder

bolchevique frente a la clase obrera y a los soviets, no es posible no hacer

notar, sin embargo, que las desautorizaciones de los órganos de base,

ampliamente anticipadas en las Instrucciones de 1917, aparecían ya como

un hecho consumado en los primeros meses de 1918. El carácter

irreversible de tal proceso aparece, por otra parte, tanto más manifiesto

cuanto más fuerte era la reacción que habían hallado las tentativas por

parte de la clase obrera de ejercitar un papel autónomo en primera

persona dentro de la obra del gobierno revolucionario. Aunque el final del

“comunismo de guerra” y el tránsito a la NEP –es decir, a la “liberación de

la economía” y a la reintroducción de las leyes del mercado– no implicarán

ninguna variación en el plano del establecimiento de la democracia obrera

en el interior del proceso de producción. De los comités de fábrica ya no

volverá a hablarse, ni siquiera en el curso del famoso debate sindical393,

desprovistos ya de cualquier poder y reducidos a órganos puramente

administrativos; no podrán ya ejercer el menor papel efectivo tras la

derrota de la insurrección de Kronstadt.

Que Lenin y la dirección bolchevique considerasen puramente

instrumentales y transitorias las medidas adoptadas después de la

revolución, es fácilmente demostrable sobre la base de los textos escritos

hacia septiembre de 1917 (entre ellos el célebre Estado y Revolución y

algunas de las Cartas desde lejos) y de las preocupaciones manifestadas

por Lenin en los últimos meses de su vida.394 Sin embargo, la valoración

histórica y sociológica –sobre todo–, si se estudia retrospectivamente,

puede tener en cuenta las intenciones de los sujetos políticos solamente

desde un punto de vista indicativo. No se puede, por tanto, atribuir o no la

responsabilidad de determinado tipo de acciones a Tizio o a Cayo sin tener

en cuenta los procesos reales en los cuales tales acciones venían insertas

o determinadas. Es en este sentido que el alcance histórico que la derrota

de la clase obrera soviética sufrió con la desautorización de los soviets y la

cristalización en el poder de la burocracia estaliniana (en sus articulaciones

específicas y en su característica evolución) no permite en absoluto

justificar aquellas primeras acciones antisoviéticas y anticonsejistas,

392 Para un cuadro completo de esta vicisitud política «interna», véase L. Schapiro: Storiadel partito comunista soviético, Milán, 1973, capítulos 10-11.393 Sobre el tema y sobre los antecedentes véase. I. Deutscher, op. cit., págs. 53-103.394 Véase el trabajo de M. Lewin.

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aunque se adoptasen en un clima de emergencia y de caos económico. Es

evidente que la pérdida de aquel poder decisorio y de control que la clase

obrera rusa había conquistado en el curso de la revolución debe ser

inserta en el conjunto de las causas histórico-políticas que han impedido la

extensión del proceso revolucionario a escala europea –y desde este

punto de vista el tema no puede mirarse de otro modo que como un

balance histórico completo de la experiencia vivida por el movimiento

obrero occidental en la II Internacional primero y en los inicios de la III

posteriormente–. Pero es cierto también que la falta de profundización de

las instancias de democracia y de gestión, afirmada de modo prepotente

en el curso de 1917, determinó una primera e inmediata desmovilización

(política incluso antes que económica) del proletariado ruso, destinada a

asumir un carácter crónico de tal naturaleza que los dirigentes de octubre

jamás habrían podido imaginar.395 La sustitución integral por el Estado y el

partido (fundidos en un único bloque monolítico de los organismos de la

democracia obrera y popular) es un fenómeno pendiente hoy todavía en la

URSS y tan microscópico que permite valorar profundamente los peligros

insertos en toda acción que tiende a marginar la iniciativa obrera,

justificando tales resoluciones con el “retraso” de la clase obrera misma –lo

que es poco más o menos equivalente– con la dificultad de las misiones a

realizar. Desde el momento en que sólo la experiencia práctica

acompañada de determinada potencia objetiva (puede permitir a los

trabajadores apoderarse del proceso productivo y organizado de una

manera armoniosa con sus propios intereses), la negativa de aceptar tales

experiencias (con todos los riesgos que ella pueda comportar

necesariamente) no puede inevitablemente llevar a una gestión del poder

por parte de otros grupos o estratos sociales: en el caso ruso, la

democracia política, tecnocrática y otras, los cuadros del ejército o de las

formas híbridas de dominación compuestas por una diversidad de estos

elementos.

La experiencia bolchevique ha demostrado también que el carácter de la

gestión obrera es tal que no admite concesiones significativas en relación

a los objetivos que debe cumplir. Las primeras medidas que se toman para

delimitar las márgenes de iniciativa de la base obrera, suponiendo un

primer obstáculo al desarrollo de tal iniciativa, tienden inevitablemente a

agravarse en la medida en que los organismos de base renuncian o no

395 Esbozos interesantes para una discusión de este tipo se encuentran en R. Di Leo:Operari e sistema soviético, Bari, 1970. Véase también I. Lowit: Le sindyealisme de typesovietique, París, 1971.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

aciertan a ejercitar inmediatamente una contestación efectiva. En el caso

clásico de Rusia, donde la transformación del control (expresión o

articulación de la palabra de orden general “todo el poder a los soviets”) en

inventario y en disciplina del trabajo abrió el camino a la gestión

administrativa y burocrática de las fábricas, anulando progresivamente los

niveles decisorios de las comisiones superiores, hasta llegar al Consejo de

Economía Nacional. En el curso de este proceso en sentido único (es

decir, no compensado por una corriente informativa –decisoria– de signo

opuesto de abajo hacia arriba) puede abrirse la vía a posiciones

autoritarias y rígidamente centralistas, como las que inspiraron la adopción

de la dirección única de la empresa en lugar de la colectiva. El que tales

opciones puedan ser inspiradas por una errónea concepción de la

eficiencia ejecutiva poco importa a los fines de nuestro estudio. Lo que

importa, por el contrario, es la teorización efectiva de Lenin. En un escrito

famoso (Los objetivos inmediatos del poder soviético, marzo-abril de

1918), que siguió a un discurso similar de Trotsky (El trabajo, la disciplina y

el orden salvarán a la república socialista soviética, 28 de marzo de 1918),

la coerción y el poder incontrolado, lejos de corresponder a una necesidad

contingente e inevitable, se eleva a norma de principio, válida para todo el

curso de la fase de transmisión. Digamos que algunos fragmentos de estas

posiciones expresadas por Lenin en la primavera de 1918 lo fueron a

modo de clausura de la descripción del breve período de experiencia

autogestionaria conocida por el partido soviético. Pero ahora las

prerrogativas de los directores de empresa, como es sabido,396 lejos de

limitarse, crecieron desmesuradamente, llegando a determinar también

mutaciones en la organización de la producción en la URSS:

“Por lo mismo que no hay decididamente ninguna contradicción de

principios entre la democracia soviética (es decir, socialista) y la

utilización del poder dictatorial de los individuos aislados (…). Sobre

el segundo problema, es decir, sobre la importancia de un poder

dictatorial personal desde el punto de vista de las misiones

específicas del momento, es necesario decir que cualquier gran

industria mecánica –o sea la fuente material, productiva del

socialismo– exige una rigurosísima unidad de voluntad que dirija el

trabajo común de centenares, millares y decenas de millares de

hombres. Técnicamente, económicamente, históricamente, esta

necesidad es evidente y todos los que aspiran al socialismo lo han

396 Véase sobre el tema de la investigación de D. Granik: II dirigente soviético. Studio suiil'uomo dell'organizzazione nell'industria russa, Milán, 1972.

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reconocido siempre como una de sus condiciones. Pero ¿cómo

puede asegurarse la más rigurosa unidad de la voluntad? Con la

sumisión de la voluntad de millares de personas a la voluntad de uno

solo. Si los participantes de un trabajo común dan prueba de una

conciencia y de un espíritu de disciplina ideales, esta sumisión puede

recordar sobre todo la dirección delicada de un director de orquesta.

Si no existen esta disciplina y esta conciencia ideal, puede asumir las

duras formas de la dictadura. De una forma o de otra, la sumisión sin

reservas a una voluntad única es completamente necesaria para el

éxito de los procesos de trabajo organizados sobre el modelo de la

gran industria mecánica (...). Hoy la propia revolución y el propio

interés de su desarrollo y de su consolidación, en interés del

socialismo, exige la sumisión sin reservas de las masas a la voluntad

única del que dirige el proceso del trabajo. Misión del partido

comunista (bolchevique)... es darse cuenta de esta mutación, ver su

necesidad, ponerse a la cabeza de las masas exhaustas que buscan

una vía de salida, de conducirlas a la justa vía, a la vía de disciplina

en el trabajo sobre la vía que permita conciliar la misión de discutir en

las reuniones sobre condiciones de trabajo con la misión de obedecer

a la voluntad del dirigente, del dictador soviético durante el trabajo

(…) Al ocurrir la victoria de octubre, que los trabajadores han

conseguido sobre los explotadores, aparecía una fase enteramente

histórica en la cual los trabajadores empezaron a discernir por sí

mismos nuevas condiciones de vida y los nuevos objetivos para que

fuese posible un tránsito probable a formas superiores de disciplina

en el trabajo, a una consciente asimilación de la necesidad de la

dictadura del proletariado, a la sumisión sin reservas a las

disposiciones impartidas por los únicos representantes del poder

soviético (…). Es necesario llegar a unir el espíritu impetuoso

democrático, violento como la brisa primaveral que sopla en las

playas, amante de las discusiones y de las reuniones, propia de las

clases trabajadoras, con una disciplina férrea durante el trabajo, con

la sumisión sin reservas a una sola persona, el dirigente soviético,

durante el trabajo...”

Añadía Lenin, sin embargo, volviendo a las más felices intuiciones de

Estado y Revolución, que extremos como el citado conservarían un sentido

extremo y revolucionario si se acompañaban de un control por parte de los

organismos obreros de base.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

La ausencia de esta última condición (inconciliable, a nuestro juicio, con lo

expuesto precedentemente) provocaría irremediablemente –según Lenin–

un proceso de burocratización, que es lo que efectivamente ocurrió.

“La lucha contra la burocratización democrática soviética está

garantizada por la solidez de los lazos que unen los soviets al pueblo,

es decir, a los trabajadores y a los explotados, por la ductibilidad y

elasticidad de estos dos lazos (...). Es precisamente esta relación

directa de los soviets con el “pueblo trabajador” la que crea la forma

particular de control de abajo que ahora debe ser desarrollado con

especial arrojo (...). Nada sería peor que transformar a los soviets en

algo estático y cerrado en si mismo. Cuanto más decididamente

estemos hoy en favor de un poder implacablemente firme, en favor de

la dictadura de unos pocos en determinados procesos, en

determinados momentos del ejercicio de funciones puramente

ejecutivas, tanto más variados deben ser los métodos de control de

abajo para paralizar cualquier sombra de posible deformación del

poder soviético, para extirpar repetida e implacablemente la hierba del

burocratismo”.397

397 Lenin: Obras, vol. XXVII, p. 240-43 y 245-6.

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Roberto Massari

CONCLUSIÓNDESPUÉS DE OCTUBRE

En marzo de 1919, en la plataforma elaborada por el Congreso de la

Internacional, el movimiento comunista europeo reconoce oficialmente los

instrumentos de la dictadura proletaria y proclama la autogestión como fin

inmediato y no solamente histórico “del Estado obrero”: “El objeto de la

dictadura proletaria en el campo económico es alcanzable sólo en la

medida en que el proletariado sepa crear órganos centralizados de la

dirección de la producción y realizar la gestión por parte de los propios

obreros. A tal objeto deberán entregarse sus organizaciones de masas que

estén más directamente vinculadas al proceso colectivo”.398

Esta posición se confirma y profundiza en el congreso sucesivo, en el de

1920, cuando a la afirmación de que:

“la lucha de los comités de fábrica y de talleres contra el capitalismo

tiene como objetivo inmediato la introducción del control obrero en

todos los sectores de la industria”

Se añade también la condición de que:

“el control de la industria es misión histórica de los consejos obreros

de la industria”.399

De hecho, siempre según las tesis del Segundo Congreso:

“los comités obreros se verán obligados, en su acción contra las

consecuencias de esta decadencia, a sobrepasar los límites del

control de fábrica y de talleres tomados aisladamente y pronto se

encontrarán frente a la cuestión del control obrero ejercitado sobre

ramas enteras de la industria y sobre el conjunto de la misma. Las

tentativas de los obreros de ejercer su control no solamente sobre la

provisión de las materias primas a las fábricas y a los talleres, sino

también sobre operaciones financieras de las empresas industriales,

provocarán, por otro lado, por parte del gobierno y de la burguesía

capitalista, medidas rigurosas contra la clase obrera, que

transformará la lucha obrera por el control de la industria en lucha por

la conquista del poder de la clase obrera”.400

398 Primer Congreso de la Internacional Comunista, Roma, 1970, p. 77.399 Segundo Congreso de la Internacional Comunista, Roma, 1970, p. 57.400 Ibíd., pág. 58.

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TEORÍAS DE LA AUTOGESTIÓN

Superando la vieja concepción bolchevique del control obrero como

momento provisional del proceso revolucionario, puramente instrumental a

fines de la conquista del poder político por parte de la vanguardia obrera

organizada, se esboza en las tesis de la Internacional una concepción

unitaria de la relación del control obrero-autogestión, por la cual el primero

adquiere una posibilidad de desarrollar una dinámica propia, transitoria

hacia la segunda, en la medida en que la gestión obrera de los medios de

producción se configura como un objetivo concreto, ya realizable en la

primera fase de construcción del socialismo.

En la práctica la maduración de una conciencia autogestionaria realizada a

partir de la experiencia conflictiva del control obrero generalizado debe

tener un momento propio de concreción, de mediaciones reales en la

absorción del poder político por parte de la nueva clase dirigente (el

proletariado).

Las vanguardias obreras de 1920, al estilo de la experiencia rusa y como

consecuencia de un nivel de maduración difuso y adquirido a nivel de las

masas, no consideran la conquista del poder político como un fin en sí

mismo, a realizar de cualquier modo y a cualquier precio, sino subordinado

a las diversas articulaciones del proceso revolucionario (construcción de

los partidos, milicia sindical, movilización anticapitalista, lucha por el poder

del Estado, etc.) a la definición de un modelo alternativo de organización

del mecanismo económico, en el cual los productores, lejos de continuar

siendo puros ejecutores de directivas elaboradas, se conviertan en sujetos

en primera persona de la racionalización.

La experiencia de los soviets y de las otras movilizaciones revolucionarias

de la Europa centro-oriental se insertan, por tanto, en la tradición

revolucionaria del movimiento obrero, fundiendo –sea por un período

efímero– los aspectos más positivos del anarcosindicalismo y del

marxismo revolucionario (véase el caso de Gramsci) en plataformas

políticas ampliamente unitarias; éstas, a su vez, discutidas y aprobadas en

los primeros congresos de la Internacional, servirán de guía a la

construcción de los partidos comunistas europeos.

Dadas estas premisas, el tema de la gestión obrera de los medios de

producción no podía dejar de ser el centro del programa revolucionario de

la Internacional. La presencia en los congresos obreros de organizaciones

como la IWW norteamericana401 favorecerá, por otra parte, esta especie de

401 “The Wobblies”: Documental sobre la Industrial Workers of the World

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compenetración entre los autores de la temática autogestionaria,

antiburocrática y los “políticos” interesados de modo más especial en el

problema del poder del Estado.

En el espíritu unitario que hemos esbozado se desarrollará también el

debate sobre las funciones de los organismos de masa, como los soviets,

los consejos de fábrica, en el curso del proceso revolucionario: más

especialmente, la relación que tales instrumentos deben mantener con los

demás organismos de masas (los sindicatos, por ejemplo) en la

construcción del socialismo.

La tendencia autogestionaria del primer congreso de la Internacional es

todavía neta e inconfundible, como se puede comprobar, por ejemplo, en la

resolución adoptada sobre el rol de los consejos obreros en el segundo

Congreso:

“Concretamente, su misión será convenirse en la base socialista de la

nueva organización de la vida económica. Los sindicatos, organizados

como pilares de la industria, apoyándose sobre consejos de los

obreros de la fábrica y de los talleres, enseñarán a las masas obreras

sus deberes industriales, harán de los obreros más avanzados los

dirigentes de empresa, organizarán el control técnico de los

especialistas. Estudiarán y asegurarán, de acuerdo con los

representantes del poder obrero, los planes de la política económica

socialista”.402

En el III° Congreso de la Internacional (junio de 1921), K. Radek,

interviniendo sobre el problema del control obrero, verá una participación

más propiamente movilizadora de tal noción, procurando vincularla a la

perspectiva estratégica más general de la autogestión.

“El control obrero de la producción –dirá Radek en la tribuna del

congreso– significa educación en el curso de la lucha proletaria y

creación de todas las organizaciones de la empresa por medio de

elecciones, su vinculación, local, regional, sobre la base de los

sectores industriales, en la lucha proletaria”.403

Esto creará de hecho las bases permanentes de la lucha obrera, es decir,

los organismos democráticos de la movilización. No puede negarse, en las

posiciones del dirigente bolchevique, una concepción reductora del papel

que los organismos de masas pueden desempeñar en la organización de

402 II Congreso, págs. 59-60.403 E. Mandel: Controle ouvrier, conseils ouvriers, autogestión, París, 1970, p. 34.

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masas. Tampoco puede negarse, sin embargo, que la situación en que se

hallaba Radek al hablar ya no es la de los primeros meses del poder

soviético. La desautorización de los organismos obreros de empresa en lo

sucesivo es ya un hecho consumado en la Rusia de 1921 (recuérdese que

la Comuna de Kronstadt había sido ya derrotada en marzo de aquel mismo

año) y las posiciones autogestionarias propagadas en los dos primeros

congresos de la Internacional aparecen en lo sucesivo definitivamente

abandonadas. Los grandes ausentes de los debates de la Internacional

comunista sobre el problema de la autogestión obrera son –no es casual–

los mismos representantes de la “Oposición obrera” que en el opúsculo de

Kollontay404 se habían hecho portavoces de la instancia autogestionaria

soviética en ocasión del décimo Congreso del partido bolchevique ruso405

N. Ossinski, Losowsky, Schliapnikov, Kollontay y otros más son los

nombres de los dirigentes bolcheviques o sindicalistas que en la Rusia

soviética condujeron los primeros una batalla en favor de la gestión obrera

de los medios de producción y contra el proceso de burocratización. Las

premisas de tal proceso ya habían empezado a verse a finales de 1918

con la desautorización de los organismos propiamente obreros y culminan

en 1922 con la ascensión de Stalin a la dirección del Partido. Sería

interesante poder analizar las posiciones y los textos (muchos de ellos

todavía desconocidos) del sector de militantes revolucionarios que mucho

antes que Trostky y los demás oscuros miembros de la “Oposición de

izquierda” supieron detectar algunas raíces de la involución burocrática del

Estado soviético. La poca homogeneidad de los textos conocidos, sin

embargo, además de otras diversas dificultades, no nos permiten entrar a

considerar el mérito de las propuestas autogestionarias de la Oposición

obrera. Aquellos, por otra parte, se caracterizaron por una actitud genérica

y de principio, encaminada a estimular a todos los niveles la iniciativa

autónoma de los trabajadores antes que a formular un modelo completo y

articulado de autogestión obrera. Para sintetizar lo más fielmente posible

las ideas inspiradoras de este sector bolchevique no nos queda más que

transcribir un pasaje de Alexandra Kollontay en el cual aparecen con la

máxima claridad los fundamentos teóricos del grupo y la convicción en él

madurada respecto a la necesidad de confiar a los obreros, en primera

404 Véase. A. Kollontay: L’Oposizione Operata, Milán, 1971405 Este tiene lugar en marzo de 1921, coincidiendo con los acontecimientos deKronstandt. En el III° Congreso de la Internacional Alexandra Kollontay fue encargada delas gestiones relativas a las cuestiones femeninas y al trabajo político entre las mujeres.El tema revestía indudablemente gran importancia, pero no permitía una vinculacióndirecta con la temática expuesta por Kollontay en su famoso opúsculo.

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persona, la organización de la economía, por muy “retrasada y

catastrófica” que esta última pudiera ser:

“La clase obrera y sus aspiraciones comunistas pueden ser

alcanzadas solamente a través de las fuerzas colectivas y creativas

de los mismos trabajadores. Cuanto más avanzan las masas en la

expresión de su voluntad colectiva y del pensamiento común, tanto

más libre y completamente se realizarán las aspiraciones de clase,

por las cuales se creará una nueva, homogénea, unificada y

perfectamente organizada empresa comunista. Sólo aquellos que

están directamente vinculados a la industria pueden introducir

innovaciones constructivas. La renuncia al principio de la gestión

colectiva de la industria ha sido una táctica de compromiso por parte

de nuestro partido, un acto de adaptación; además ha sido una

desviación de aquella política de clase que habíamos mantenido y

defendido con tanto celo durante el primer período de la

revolución”.406

Las reflexiones sobre la experiencia soviética no se cierran con la muerte

de Lenin, de Rosa Luxemburgo o con el fracaso de la revolución alemana,

húngara, italiana etc. Prosigue en forma diversa y heterogénea en el

período comprendido entre las dos guerras. Korsch, Pannekoek, Adler,

Gramsci, Trotsky son sólo algunos de los hombres más íntimamente

ligados a este tipo de debate, precozmente abortado en la Rusia

estaliniana. Sus posiciones son muy diversas, como diversos son los

puntos de partida. Ellos, sin embargo, pueden ser todos unidos bajo el

denominativo común de “herejía”, no solamente porque algunos de ellos

fueron excomulgados y aislados por parte del movimiento obrero “oficial”,

sino todavía más porque el debate fascismo, nazismo y regímenes

autoritarios por una parte, stalinismo y dictadura burocrática por otra,

destruyeron por espacio de veinte años los espacios abiertos a la gran

onda revolucionaria de comienzos del siglo XX, reduciendo la temática de

los soviets, de los comités de fábrica y de la autogestión a puro objeto de

especulación teórica en sectas o círculos restringidos de intelectuales.

Es innegable, sin embargo, que el patrimonio teórico de los “herejes” –

especialmente en lo que se refiere a la cuestión de la democracia directa y

del autogobierno– ha conseguido sobrevivir finalmente hasta nuestros

días.

406 A. Kollontay, op, cit., p. 47. Por lo que respecta a las posiciones sindicalistas deSchliapnikov, véase el pasaje transcrito en la antología de E. Mandel, op. cit., p. 54-59.

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