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CRISTALES LEOPOLDO ALAS Ediciones elaleph.com

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  • C R I S T A L E S

    L E O P O L D O A L A S

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz
  • Editado porelaleph.com

    1999 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    Si el alma un cristal tuviera...Mi amigo Cristbal siempre estaba triste... no,

    no es esa la palabra; era aquello una frialdad, unaindiferencia, una abstinencia de toda emocin fuer-te, confiada, entusistica... No s cmo explicarlo...Haca dao la vida junto a l. Sus ojos, de un azulmuy claro y de pupilas muy brillantes, brillantesdesde una oscuridad misteriosa y preguntona, pare-can el doctor Pedro Recio de toda expansin, detoda admiracin, de todo optimismo; amar, admirar,confiar, en presencia de aquellos ojos, era imposi-ble; a todo oponan el veto del desencanto previo. Ylo peor era que todo lo decan con modestia, casicon temor; la mirada de Cristbal era humilde, ja-ms prolongada. Podra decirse que destilaba hielo yechaba a correr.

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    Por qu era as Cristbal, por qu miraba as?Un da lo supe por casualidad.

    ***

    -El mejor amigo, un duro -dijo delante de no-sotros no s quin.-Me irritan -dije a Cristbal en cuanto quedamossolos-, me irritan estos vanos aforismos de la falsasabidura escptica, plebeya y superficial; creo que elmundo debe en gran parte sus tristezas morales aeste grosero y limitado positivismo callejero que conun refrn mata un ideal...

    Sin embargo, dijeron a su modo los ojos deCristbal, y sus labios sonrieron y por fin rompie-ron a hablar:

    -Un duro... no ser gran amigo; pero acaso nohay otro mejor.

    Otros lloran la perfidia de una mujer... Yo mehaba enamorado de la amistad; haba nacido paraella. Encontr un amigo en la adolescencia; parti-mos el pan del entusiasmo, el man de la fe en elporvenir. Juntos emprendimos la conquista del en-sueo. Cuando la bufera infernal del desengao nos

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    azot el rostro, no separamos nuestras manos quese estrechaban; como a Paolo y Francesca, abraza-dos nos arrebat el viento.... Los dos vivamos parael arte, para la poesa, para la meditacin; pero yoera autor dramtico, y l no. Menos el don del tea-tro, que niega Zola, tal vez porque no lo tiene, todolo dividamos Fernando y yo. Nuestra gloria ynuestro dinero eran bienes comunes para los dos. Elmundo, con su opinin autoritaria, vino a sancionarestos lazos; se nos consider unidos por una cadenade hierro inquebrantable. As sea, dijimos. Y ennuestro espritu naci uno de esos dogmas cerradosen falso con que la humanidad se engaa tantas ve-ces.

    Yo haba notado que Femando era muy egosta;de la terrible clase de los inconscientes, era egostacomo rumia el rumiante; tena el estmago as. Perohaba notado tambin que yo, aunque ms refinadoy lleno de complicaciones, era otro egosta. Cmopuede vivir nuestra amistad entre estos egosmos?Vive en su atmsfera, pensaba yo; observando quemi amigo tena vanidad por m, preocupaciones,antipatas y odios por m. Yo tambin me sentaofendido cuando otros censuraban a Femando; este

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    derecho de encontrarle defectos me lo reservaba;pero no vea en ello malicia, porque tambin, y concierta voluptuosidad, examinaba yo mis propias m-culas y deficiencias, creyndome humilde. Uno delos disfraces que el diablo se pone con ms gustopara sus tentaciones, es el de santo.

    ***

    Cierta noche se estren un drama mo; era deesos en que se rompen moldes y se apura la pacien-cia del pblico adocenado, pero no tan malvolocomo supone el autor. En resumidas cuentas, ydesde el punto de vista del mundanal ruido, el xitofue un descalabro. Una minora tan selecta comopoco numerosa me defenda con paradojas insoste-nibles, con hiprboles que equivalan a subirme envilo por los aires, para dejarme caer y aplastarme.En el saloncillo bramaba una verdadera tempestadcrtica. La frmula era darme la enhorabuena, perocon las de Can. En cuanto yo daba la vuelta, se dis-cuta el gnero, la tendencia, y por ltimo, se medesollaba a m. Entonces acudan los amigos; meensalzaban a m y le echaban una mano protectora

  • ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE AXL DAZ COLONIA ([email protected])

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    al gnero, a la tendencia. Yo reciba los parabienescon cara de Pascua, pero en calidad de corderoprotagonista.

    Lo que nadie deca, pero lo que pensaban todos,era esto: La culpa no es del gnero, no es de losmoldes nuevos, es del repostero este, es del ingeniomezquino que se ha metido en moldes de once va-ras. Se ha equivocado. Esta es la fija. Se ha equivo-cado.

    As pensaban los enemigos; y aun lo insinuaban,atacndome de soslayo. Y as pensaban los amigos,defendindome de frente e insinundolo ms conesta franca defensa.

    Y Fernando? Fernando me defenda casi a pu-etazos. En poco estuvo que no tuviese dos o treslances personales. Yo le oa de lejos; no le vea.

    l no pensaba que yo le oa. Su defensa, apasio-nada; furiosa, era ingenua, leal. Qu entusiasmo elsuyo! Era ordinariamente moderado, casi fro; peroaquella noche, qu exaltacin!

    -Le ciega la amistad -se oa por todos los rinco-nes.

    Qu no me hubiera cegado aquella noche a m!

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    Como se recogen los restos gloriosos de unabandera salvada en una derrota, Fernando me reco-gi a m, me sac del teatro y me llev a nuestratertulia de ltima hora, en un gabinete reservado deun caf elegante.

    Al entrar all me fij, por primera vez en aquellanoche, en el rostro de mi amigo, que vi reflejado enun espejo. Sent un escalofro. Me atrev a mirarle al cara a cara. Y en efecto, estaba como su imagen.An haba en el amigo no s qu de pasin que nohaba en el espejo. Estaba radiante. En sus ojos bri-llaba la dicha suprema con rayos que slo son de ladicha, que no cabe confundir con otros. Fernando,muy diferente de m en esto, era un amador de mu-cha fuerza y de buena suerte; para l la mujer era loque para m la amistad: su buena fortuna en galan-teos le haca feliz. Su rostro, generalmente fro, so-so, de poca expresin, se animaba con destellosdiablicos, de pasin intensa, cuando consegua suamor propio grandes triunfos de amor ajeno. Perotan hermosamente transfigurado por las emocionesfuertes y placenteras, como le vi aquella noche enaquel gabinete del caf, no le haba visto ni siquieraen la ocasin solemne en que vino a pedirme que le

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    dejara solo en casa con su conquista ms preciosa:la mujer de un amigo.

    Mientras cenbamos, me fij en los ojos de Fer-nando. All se concentraba la cifra del misterio. Allse lea, como clave del enigma: Felicidad! La ma-yor felicidad que cabe en este cuerpo y en este esp-ritu de artista de egosta, de hombre sin fe, sinvnculos fuertes con el deber y el sacrificio!

    Si el alma un cristal tuviera!... Oh! S; lo tena!Yo lea en el alma de Fernando, a travs de sus ojos,como en un libro de psicologa moderna, como enpginas de Bourget.

    Fernando era feliz aquella noche de una maneraferoz; sin saberlo, s, como las fieras. Saba l porexperiencia propia, que la quintaesencia del senti-miento de un artista, de lo que este cree su corazn,tal vez porque no tiene otro mejor, y no es ms queuna burbuja delicada y finsima, un cogulo de vani-dad enferma, estaba padeciendo dentro de m dolo-res indecibles; saba que el pblico y los falsosamigos me haban dado tormento en la flor del almaartificiosa del poeta... pero no saba que l, su vani-dad, su egosmo, su envidia, se estaban dando un

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    banquete de chacales con los despojos del pobreorgullo mo triturado.

    Qu luz mstica, del misticismo infernal de laspasiones fuertes pero mundanas, en sus ojos! C-mo se quedaba en xtasis de placer, sin sospecharlo!Y qu decidor, qu generoso, qu expansivo! Loamaba todo aquella noche. Hubiera sido caritativohasta el herosmo. Su dicha de egosta le inspirabaeste espejismo de abnegacin. Sin duda crea que elmundo segua siendo l. Oa las armonas de losastros. Y para m, qu cuidados, qu atenciones!Qu hermano tena en l! Se hubiera batido, puedojurarlo, por mi fama. Y el infeliz, sin sospechar si-quiera que estaba gozando una dicha de salvaje civi-lizado, de carnvoro espiritual, y que esa dicha sealimentaba con sangre de mi alma, con el meollo demis huesos duros de vanidoso incurable, de escritorde oficio!

    Aquel espectculo que me irrit al principio, quefue supremamente doloroso, fue convirtindosepoco a poco en melanclica voluptuosidad. El exa-men, lleno de amargura, del alma de Fernando, queyo vea en sus ojos, se fue trocando en interesantelabor finsima; no tard mi vanidad, tan herida, en

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    rehacerse con el placer ntimo, recndito, de anali-zar aquella miseria ajena. Cunta filosofa en pocosminutos! A los postres de la tal cena, en que el ni-co apstol comensal era un Judas, sin saberlo, a lospostres, ya recordaba yo mi obrita del teatro comouna desgracia lejana, de potica perspectiva. Mi des-calabro, el martirio oculto de mi amor propio, laperfidia de los falsos amigos y compaeros, todoeso quedaba all, confundido con la comn miseriahumana, entre las laceras fatales necesarias de lavida... En mi cerebro, como un sol de justicia, bri-llaba mi resignacin, mi fro anlisis del alma ajena,mi honda filosofa, ni pesimista ni optimista, que nootorga a los datos histricos, al fin empricos, siem-pre pocos, ms valor del que tienen... Y lo que msme confort fue el sentimiento ntimo de que eldolor intenso que me produca la traicin incons-ciente de Fernando, no me inspiraba odio para l, nisiquiera desprecio, sino lstima cariosa. Le perdo-naba, porque no saba lo que haca.

    Mi dogma, la amistad, me dije, no se derrumbaesta noche como mi pobre drama; Fernando no mequiere de veras, no es mi amigo, y qu?, lo ser yo

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    suyo, le querr yo a l. Su amistad no exista, la mas.

    ***

    En tal estado, llegu a mi casa. Entr en micuarto. Comenc a desvestirme, siempre con laimagen de Femando, radiante de dicha ntima, apa-sionada, ante los ojos de la fantasa. Mi espritu na-daba en la felicidad austera de la concienciasatisfecha, de la superioridad racional, mstica, delalma resignada y humilde... Qu importaba el dra-ma, qu importaba la vanidad, qu importaba todolo mundano.... qu importaba la feroz envidia satis-fecha del que se crea amigo!... Lo serio, lo impor-tante, lo noble, lo grande, lo eterno, era lasatisfaccin propia, estar contento de s mismo, ele-varse sobre el vulgo, sobre las tristes pasiones deFemando... Antes de apagar la luz del lavabo me vien el espejo. Vi mis ojos! Oh, mis ojos! Qu ex-presin la suya! Qu cristales! Qu orgullo infinito!Qu dicha satnica! Yo estaba plido, pero, quojos! Qu hoguera de vanidad, de egosmo! Alldentro arda Fernando, reducido a polvo vil... Era

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    una pobre vctima ante el altar de mi orgullo... de miorgullo, infierno abreviado. Y la amistad? La ma?Ay! Detrs de los cristales de mis ojos yo no vi nin-gn ngel, como la amistad lo sera si existiese; slovi demonios; y yo, el autor del drama, era el diablomayor... tal vez por razn de perspectiva...