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  • Sin duda el nuevo libro de John Elliott, que algn crtico periodstico haexaltado como la culminacin de un gigantesco fresco historiogrficoque merecera a su juicio el ttulo de Elliottada, hunde sus races endos preocupaciones recurrentes del ilustre profesor britnico. Por unlado, su constatado gusto por la historia comparada, considerada un m-todo apropiado para desentraar las definiciones esenciales aplicables aprocesos o a personajes del pasado, segn lleg a teorizar en Compa-rative History (en Historia a debate, ed. Carlos Barros, Santiago deCompostela, 1993, vol. 3; trad. en su Espaa en Europa. Estudios dehistoria comparada, Valencia, 2002, cap. 9) y tal como supo desarrollaren su famoso ensayo sobre las plutarquianas biografas paralelas delcardenal Richelieu y el conde-duque de Olivares en Richelieu and Oliva-res (1984; trad., Barcelona, 1984). Por otro lado, su conviccin de quelos estudiosos de la historia moderna de Espaa no pueden de ningunamanera desdear o preterir la historia de la Amrica hispana, so riesgode no llegar a comprenderla en su autntica y profunda realidad, unatoma de posicin que ahora se extiende (aunque en menor grado) a lahistoria de Gran Bretaa en relacin con sus colonias americanas.

    Era este un argumento que el autor haba aireado en repetidas ocasio-nes, ya a partir de uno de sus primeros ensayos, el muy justamente ce-lebrado The Old World and the New, 1492-1650 (1970; trad., Madrid,1972), y, ms tarde, en otros diversos escritos, singularmente en Do theAmericas Have a Common History? An Address (1998) y Mundos pare-

    JOHN H. ELLIOTTImperios del mundo atlntico. Espaa y Gran Bretaa en

    Amrica, 1492-1830. Madrid, Taurus, 2006, 830 pp.

    Carlos Martnez Shaw

    Pedralbes, 27 (2007), 317-326

  • cidos, mundos distintos en Mlanges de la Casa de Velzquez (2004).En el lmite, tal afirmacin se haba abierto camino en otras construccio-nes historiogrficas, a travs de conceptos como el ya antiguo de revo-lucin atlntica puesto en circulacin por Jacques Godechot y RobertPalmer hacia 1955, o el ms reciente de sistema atlntico, con el quediversos autores han querido enfatizar la existencia de una civilizacincomn entre los territorios situados a una y otra orilla del Atlntico. Estaconcepcin late tambin en la extensa y documentada sntesis de HenryKamen titulada Imperio. La forja de Espaa como potencia mundial(2003), donde llega a afirmar que el edificio imperial hispnico de laEdad Moderna fue sostenido por todos sus integrantes, no slo por lospropios espaoles, sino por los europeos insertos en sus fronteras, losindios americanos y los esclavos africanos, aunque el autor no se preo-cupe por el lugar concreto que cada uno de tales protagonistas ocupabadentro del sistema de estratificacin del conjunto, dividido por profundosclivages estamentales, clasistas, regionales y nacionales en el mundoeuropeo y, adems, tnicos y jurdicos en el mundo americano de la de-pendencia, la esclavitud y la pigmentocracia.

    Por tanto, la nocin de sistema atlntico debe ser sometida a una pre-cisa crtica que tenga presente algunos elementos correctores. El prime-ro es precisamente la consideracin de las distintas situaciones que sedan dentro de construcciones tan complejas, por lo que las definicionesque hablan de unas sociedades unidas por una serie de valores comu-nes (concepto ya sospechoso en la elaboracin de Pieter Emmer, en ellibro editado por Horst Pietschmann, Atlantic History. History of the Atlan-tic System, 1580-1830, 2002) dejan fuera muchos de los materiales deconstruccin que sirvieron para levantar estas sociedades: la conquistamilitar, la sujecin poltica, la forzosa asimilacin cultural, la regulacinmercantilista, el imperialismo ecolgico o la implantacin del esclavismo,poco menos que decorativo en las metrpolis europeas pero esencial enlas plantaciones americanas (Sem Angola non Brasil, que decan loscolonizadores portugueses).

    Un segundo elemento a tener en cuenta es que los mundos atlnticos(en los que por cierto se incluyen regiones como Chile, Per o Califor-nia, en pleno Ocano Pacfico) forman parte de un mundo globalizado,como diramos hoy, es decir que las metrpolis europeas no enviabanslo pobladores al otro lado del Atlntico ni vivan slo del comerciotriangular en torno al mismo mbito ocenico, sino que se establecan en

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  • el continente asitico por constituir una pieza indispensable para el trfi-co de las especias y otras mercancas preciosas, y, en sentido inverso,para la distribucin de la plata americana, que arribaba adems por eldoble camino de occidente a oriente (con tres rutas: la del norte, Rusia;la del centro, Turqua; la del sur, el cabo de Buena Esperanza, la costandica de Africa, la India y ms all) y de oriente a occidente por la vadel Galen de Manila, a travs del Pacfico, entre la costa occidental deMxico y las Filipinas, hasta alcanzar su destino final en China.

    Y un tercer punto de reflexin es la desigualdad reinante en ese espa-cio atlntico, ya que en realidad, como hemos tratado de proponer re-cientemente (Carlos Martnez Shaw y Jos Mara Oliva Melgar, El siste-ma atlntico espaol (siglos XVII-XIX), 2005), hay distintos sistemasatlnticos, que comparten algunas notas comunes pero que a la vezpresentan estructuras y trayectorias perfectamente diferenciadas. Y estaes justamente la base para los estudios comparativos entre los diversosimperios creados por los europeos en Amrica entre los siglos XVI (o unpoco antes) y XVIII (o un poco despus). Es el esfuerzo realizado porFelipe Fernndez-Armesto en The Americas. A Hemispheric History(2003; trad., Barcelona, 2004) y, ceido a los imperios espaol y britni-co, por el profesor John Elliott.

    En efecto, el libro del prestigioso hispanista empieza por declarar laspremisas de su empresa de historia comparada, que es al mismo tiem-po una indicacin precisa de sus lmites. Por un lado, establece la dife-rencia existente entre las colonias de las distintas metrpolis europeas(diramos, entre los diferentes sistemas coloniales, por utilizar los tr-minos del debate actual), sirvindose para ello de una conocida aseve-racin del muy perspicaz David Hume: Las colonias espaolas, ingle-sas, francesas y holandesas son todas distinguibles incluso entre los tr-picos. Enfatizacin, pues, de las diferencias, lo que permite ensayar lascomparaciones.

    A continuacin, el autor se pregunta por el origen de esas diferencias,que se deben a la interaccin entre dos factores esenciales. Primero, elpatrimonio llevado consigo por los primeros colonos, que a su vez hun-de sus races en las sociedades de las que proceden. En ese sentido,Pierre Vilar haba ya caracterizado sumariamente la colonizacin hispa-na, jugando con una famosa sentencia de Lenin: el imperialismo espa-ol en Amrica sera la ltima etapa del feudalismo. Es decir, los con-

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  • quistadores o los colonos llevaron al Nuevo Mundo lo que conocan delViejo: sus modos de explotacin econmica y de organizacin social,sus instituciones y su universo mental.

    Y el segundo, el elemento enfrentado dialcticamente a este bagaje im-portado sera el contexto local en que hubieron de insertarse los recinllegados. Los condicionantes dependan, por un lado, del espacio, es de-cir, de las distintas geografas fsicas, humanas y econmicas, lo quepermite contrastar las inmensidades de la Amrica hispana y las socie-dades densamente pobladas, bien organizadas y materialmente des-arrolladas que encontraron los espaoles, con los reducidos espacios ylas comunidades humanas ms atrasadas desde todos los puntos devista que abordaron los colonos ingleses. Y, por otro lado, del tiempo, yaque no fue lo mismo llegar los primeros y enfrentarse a realidades mul-tiformes y completamente desconocidas que llegar un siglo despus ypor tanto ya prevenidos por las incontables experiencias anteriores am-pliamente difundidas por innumerables testigos de primera mano.

    Llevando ms all esta argumentacin, ni siquiera dentro de cada unode los imperios coloniales las situaciones fueron idnticas: hubo territo-rios de gran protagonismo y otros que quedaron marginados de las co-rrientes mayores (econmicas, polticas o culturales), lo que se refleja enel libro por el tratamiento moderadamente privilegiado que se da a losgrandes virreinatos de Nueva Espaa y el Per, en un caso, o a los co-lonos de Nueva Inglaterra sobre los plantadores de Jamaica, en el otro.Sin embargo, est siempre presente la voluntad del equilibrio y la pon-deracin y, a pesar de un mea culpa sobre la desproporcionada atencina las colonias continentales en detrimento de las islas del Caribe, se tra-tan de evitar los olvidos y las exclusiones

    Estas circunstancias diferenciaron sin duda unas colonias de otras, perolas condiciones propias de los territorios ocupados distinguieron tambina las colonias de las metrpolis. As, como subraya el autor, est claroque Nueva Espaa no era la vieja Espaa, ni Nueva Inglaterra la vieja In-glaterra. Ni tampoco Nueva Francia era la vieja Francia, ni Nueva Ams-terdam (Nueva York) era la vieja ciudad de las Provincias Unidas, se po-dra aadir, y as sucesivamente. Por un lado, por tanto, si la historia pri-vativa de los distintos pases europeos gana en consistencia cuando nose pierde de vista el referente americano (o colonial, en general), del mis-mo modo que slo es posible escribir una historia sustantiva de Amrica

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  • cuando se consideran sus relaciones privilegiadas con sus metrpolis eu-ropeas, por el otro, sin embargo, nos hallamos ante unos mbitos (el eu-ropeo y el americano) sin duda interconectados a travs del ocano, peroal mismo tiempo generando dinmicas y siguiendo trayectorias con talgrado de especificidad y de autonoma que en ltima instancia termina-rn conduciendo al divorcio entre uno y otro, es decir, en definitiva, a laindependencia del Nuevo Mundo.

    Llegados a este punto, se adelanta una primera hiptesis de partida quedetermina, de modo prudente y acertado, el alcance del libro: Cuandose toman en cuenta todas las variables introducidas por el lugar, el tiem-po y los efectos de la interaccin mutua, cualquier comparacin sosteni-da de los mundos coloniales de Gran Bretaa y Espaa en Amrica tie-ne que ser imperfecta. El autor nos advierte, siguiendo sus palabras alpie de la letra, que la historia comparada tiene algo de prctica de acor-deonista: Las dos sociedades contrastadas se juntan para separarse denuevo inmediatamente despus. Las similitudes no resultan tan estre-chas como parecan a primera vista; las diferencias que en un principioyacan ocultas salen a la luz. Por tanto, las historias en muchas ocasio-nes son paralelas en el sentido de que no son convergentes, justamen-te porque el autor es consciente del predominio de las diferencias, pesea la realidad de unos pocos caracteres compartidos: instalacin en Am-rica de las poblaciones europeas, conquista militar y sometimiento pol-tico de los naturales, exportacin desde Europa del derecho, la cultura yla religin (procesos de institucionalizacin, de aculturacin y de evan-gelizacin), regulacin de las relaciones econmicas entre las colonias ylas metrpolis siguiendo los intereses de estas ltimas, explotacin delos recursos (y de la mano de obra) en favor de los colonizadores (eco-noma minera y de plantacin), establecimiento del esclavismo (con tras-ferencia de mano de obra africana) y, finalmente, insercin del NuevoMundo en la economa internacional. No es poco, pero no es todo. Y lamejor prueba es el propio desarrollo del libro en sus tres partes: ocupa-cin, consolidacin, emancipacin.

    En efecto, el texto resulta ser una excelente sntesis de la historia de lasociedad colonial de la Amrica espaola y de la Amrica inglesa com-puesta por un sabio historiador que es adems un virtuoso del bandone-n. Es decir, que las muchas lecturas incorporadas en el texto permitendar una imagen perfectamente solvente del pasado de ambas Amricasal tiempo que se practica el ejercicio de poner en dilogo permanente

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  • los principales hechos que se van produciendo en uno y otro mbito. Deah que una visin crtica de la obra exigiese una aproximacin a todoslos innumerables datos de orden demogrfico, econmico, social, polti-co, cultural que con tanta soltura se manejan en un texto de ms de se-tecientas pginas, es decir reescribir el libro a la manera de los gegra-fos de Jorge Luis Borges que hicieron un mapa de las mismas dimen-siones del pas cartografiado. Como semejante empresa es imposible yvana, nos hemos decidido por discutir tan slo el anlisis de los proce-sos de emancipacin como ejemplo del tipo de tratamiento que se ha ve-nido dispensando regularmente a las restantes cuestiones abordadas alo largo de la obra. Y cerrar la resea con un comentario sobre el eplo-go que hace las veces de conclusin al ambicioso ensayo del hispanis-ta britnico.

    En efecto, tambin en este caso concreto (cuya diseccin cubre las p-ginas finales de la tercera parte), nos tropezamos con algunos rasgoscomunes, que son los ms obvios. Las colonias (en realidad esencial-mente las lites de la poblacin criolla) se sintieron defraudadas por lasmedidas adoptadas por parte de los gobiernos metropolitanos ms omenos a partir de la resolucin de la guerra de los Siete Aos, pusieronlas bases intelectuales para conseguir su emancipacin desde el co-mienzo de ese ltimo tercio del siglo XVIII y finalmente consiguieron suindependencia en el medio siglo aproximado que va desde 1776 a 1824,sobre la base de una nueva constitucin poltica inspirada en el idearioliberal, salvo en el caso de las Antillas, que no rompieron sus lazos consus respectivas metrpolis sino mucho ms tarde, ya en pleno siglo XX(Cuba y Puerto Rico, en 1902; Jamaica en 1962). Sin embargo, todo lodems obedeci a dinmicas diferentes.

    El movimiento de independencia de las Trece Colonias estall a causa deuna serie de medidas fiscales impuestas por el gobierno metropolitanocontra la voluntad de las poblaciones ultramarinas, violentando el doblepacto econmico y poltico que cimentaba la unin. Los colonos se levan-taron al mismo tiempo contra las tasas abusivas y contra las leyes promul-gadas sin su consentimiento. La fundamentacin final de la ruptura con laCorona era el derecho de rebelin contra un gobierno tirnico, mientras laguerra abierta emprendida por el ejrcito britnico contra los colonos re-beldes decidi a la mayora de la poblacin blanca (tres cuartas partesaproximadamente) a la lucha armada y a la declaracin de independencia.Una declaracin que hubo de aunar la voluntad de las diversas provincias

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  • pero que no gener ningn conflicto irresoluble entre ellas, del mismomodo que tras salvar algunos obstculos finalmente se pudo llegar alacuerdo respecto al rgimen poltico basado en la igualdad fundamentalde los ciudadanos (eso s, con exclusin de indgenas y esclavos) y el res-peto de los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la felicidad (ya la propiedad implcitamente).

    El movimiento de emancipacin de las colonias hispanoamericanas tuvoya una primera diferencia fundamental: no se produjo sino ms de trein-ta aos despus de la angloamericana. Ese tiempo permiti que el pro-ceso vivido por Estados Unidos le sirviese de modelo, que la RevolucinFrancesa fortaleciese la panoplia intelectual y poltica de los futuros diri-gentes, que las revueltas indgenas de los aos ochenta dejasen en laslites criollas un temor invencible a un nuevo y generalizado alzamientoy que la revolucin haitiana sirviese de advertencia para evitar futurosenfrentamientos raciales. Tampoco la ocasin fue la misma: en estecaso, el vaco de poder creado por la invasin napolenica de Espaapareci a algunos el momento propicio para soltar amarras con el go-bierno metropolitano, que adems no se saba bien por quien estaba re-presentado. Por ltimo, ni que decir tiene que todos los dems impera-tivos certificaron un proceso diferente en cada uno de los lugares de unterritorio extendido (como bien subraya el autor) por ms de trece millo-nes de kilmetros cuadrados (frente a los poco ms de 800.000 de lasTrece Colonias): no se trat por tanto de una sola independencia, sinode varias escalonadas a lo largo de veinte aos de terribles guerras, pro-longadas hasta lmites increbles por la resistencia realista, por las disen-siones entre las provincias y entre los dirigentes y por la falta de ayudaa los insurgentes por parte de las potencias europeas, al contrario de loocurrido con los Estados Unidos, que pudieron contar con el apoyo deFrancia y de Espaa.

    El libro concluye con un eplogo de sumo inters porque permite valorarlos juicios emitidos por el historiador ya a vista de guila, tras sobrevo-lar el trfago de los acontecimientos. As, en primer lugar, el autor huyede los lugares comunes, dando cuenta de las luces y las sombras de lascolonizaciones, que produjeron sociedades nuevas, ms avanzadas yms libres, pero sin que ello pueda ocultar que todo el proceso estuvomanchado de horrores incontables. Siguiendo la misma lnea de mati-zada ponderacin, descarta la atribucin indiscriminada de los males dela Amrica independiente a una genrica herencia espaola, que consi-

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  • dera fruto, a la vez, de la autodisculpa bolivariana (de ese Bolvar amar-gado por los fracasos en su ltimo retiro de la quinta de Santa Marta,tanto en la excelente biografa de John Lynch, Simn Bolvar. A life,2006, trad., Barcelona, 2006, como en la conocida novela de GabrielGarca Mrquez, El general en su laberinto, 1989) y de la perpetuacinposcolonial del gran mito de la leyenda negra, cuando lo nico quepuede constatarse es que el aparato estatal espaol fue muy difcil desustituir, que el imperio americano result demasiado extenso para per-manecer aglutinado en torno a grandes unidades polticas y que la largaduracin de las guerras de emancipacin otorg un excesivo protagonis-mo al estamento militar en el proceso de configuracin de la nueva so-ciedad civil y del nuevo sistema republicano. En el caso ingls, tampocohay que aferrarse a la idealizacin de los nuevos Estados Unidos, sinduda un modelo a imitar por el resto de los americanos favorables a laindependencia por su constitucin avanzada, su sistema representativoy su defensa de las libertades individuales, pero en cuyo dibujo se deja-ba a la sombra las cuestiones irresueltas de la insercin en la repblicablanca de la poblacin indgena de los mrgenes y de la poblacin afro-americana que sufra bajo el rgimen esclavista de los estados del sur.

    Situaciones heredadas en suma de los tiempos anteriores. Mientras loscolonizadores espaoles haban adoptado un patrn inclusivo como solu-cin para la relacin con los indgenas, los britnicos se haban pronun-ciado por una dinmica de exclusin que seguira vigente despus de laindependencia. Esta opcin, unida al escaso intervencionismo metropoli-tano, haba permitido aprovechar las ventajas de una cultura poltica y le-gal compartida por la sociedad de los colonos, que permitira el afianza-miento del rgimen de libertades que sera la envidia de todos los polti-cos empeados en la emancipacin de las colonias hispanoamericanas.

    La independencia de los Estados Unidos tambin se habra visto facili-tada por el menor peso que sus colonias americanas haban tenido paraGran Bretaa. Aqu, el autor se apoya literalmente en la conocida argu-mentacin de Adam Smith: las colonias continentales con seguridad ycon toda probabilidad tambin las antillanas no aportaban ningn bene-ficio positivo significativo, en caso de que produjera alguno, para GranBretaa, poseedora de un imperio que haba existido slo en la imagi-nacin. Por ello, el economista escocs ya clamaba por abandonarAmrica a su suerte, mucho antes de la famosa incitacin de JeremyBentham: Deshaceros de las colonias.

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  • Por el contrario, Espaa, adems de crear nuevas sociedades hispanas(en paralelo con las nuevas sociedades britnicas ultramarinas) y de ha-ber impuesto en Amrica su concepto de civilizacin y su insoslayable fecristiana, haba conseguido la autofinanciacin de las colonias y habaobtenido de ellas una riqueza proverbial: los metales preciosos o, msexactamente, la plata. Aqu, el autor vuelve a desarrollar la vieja parado-ja: esta riqueza terminara ocasionando la pobreza de Espaa, ya seapor el mecanismo de la revolucin de los precios de Earl Jefferson Ha-milton, ya sea por el mecanismo de la inflacin producida por el impac-to monetario en una economa de escasa demanda y de baja tecnolo-ga, siguiendo la argumentacin de Pierre Vilar. A pesar de todo ello, elhistoriador britnico justifica incluso este proceso, de siempre visto comoun gran fracaso: si por un lado, Espaa pudo realizar una parte consi-derable de su sueo imperial, tambin contribuy a crear una prsperaeconoma internacional gracias a su papel de redistribuidor de la plataamericana. Con ello, su opinin puede aproximarse al optimismo del his-toriador estadounidense Dennis O. Flynn, para quien la plata sirvi a Es-paa en su da para mantener un dilatado imperio durante un dilatadoperiodo de tiempo y, hoy, para disfrutar de un valiossimo patrimonio mo-numental y cultural.

    Son conclusiones que hacen plena justicia a las cualidades de equilibrio yde sensibilidad para el matiz que caracterizan al gran hispanista britnico.Una ponderacin que tambin lleva al terreno de la delimitacin entre elazar y la necesidad en la historia, entre los condicionantes dados y la po-sibilidad de su transformacin por el hombre, en las lneas que cierran laobra: Detrs de los valores culturales y los imperativos econmicos y so-ciales que configuraron los imperios espaol y britnico del mundo atln-tico se halla una multitud de elecciones personales y las consecuenciasimprevisibles de acontecimientos inesperados.

    Para terminar, la obra sirve tambin, entre otras muchas cosas, para es-tablecer las evidentes y estimulantes virtualidades y las conocidas yaceptadas fronteras de la historia comparada como fructfero instrumen-to de reflexin histrica. Una historia comparada practicada aqu, entrela objetividad y el cario por el objeto de estudio, y con admirable sabi-dura y decantada experiencia, por un gran conocedor de la historia deEspaa y de Inglaterra, de la Amrica inglesa y de la Amrica espaola.

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