110579672 browne y france hacia una educacion infantil no sexista

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  • NAIMA BROWNE Y PAULINE FRANCE. HACIA UNA EDUCACIN INFANTIL NO SEXISTA. Madrid, Morata, 1988 [1986].

    PRLOGO A LA EDICION ESPAOLA Por D.a Marina SUBIRATS

    Profesora Titular de Sociologa

    Universidad Autnoma de Barcelona

    Oscar tiene 3 aos. Un da decidi ir a la escuela vestido con la falda y el collar de su hermana, que encontraba muy bonitos. Y para no decepcionarle, su madre le visti as Fue hasta la escuela, pero no lleg a entrar en clase: maestros y maestras, nios y nias, se burlaron tanto de l, porque pareca una nia, que su madre tuvo que envolverlo en un abrigo, llevarlo a casa y consolarle durante un largo rato. Ahora Oscar sabe que vestirse de nia es lo peor que puede sucederle a un chico.

    Mara y Dora pueden ponerse pantalones, como los nios. Pero a los 4 aos su maestra baja fa voz para hablar de ellas: Ya las vers cmo son, tan tontitas, tan pavitas, tan pizpiretas. Siempre en su rinconcito, con sus secretitos. A pesar de llevar ropa de nio, Mara y Dora recibirn en la escuela una atencin mucho menor que sus compaeros. Oscar, Dora, Mara, sern tratados de una manera diferente por el hecho de ser nios o nias, y este trato especial supondr para ellos, y sobre todo para ellas, limitaciones importantes de sus posibilidades personales.

    Y sin embargo, maestros y maestras creen que ya no se ejerce en fa escuela ninguna forma de discriminacin. La demanda de igualdad en la educacin consisti, durante mucho tiempo, en la reivindicacin de idnticas condiciones escolares para nios y nias de todas las clases sociales y orgenes geogrficos. Igualdad difcil de conseguir, si tenemos en cuenta la cantidad de prejuicios que han actuado, a lo largo de la historia, en sentido discriminatorio, tanto en relacin a las mujeres como a otros colectivos sociales.

    Ciertamente se han producido avances: el derecho a la escolarizacin est reconocido para todos los individuos, en el mundo occidental. Pero una vez conseguido este objetivo, han surgido nuevas preguntas, nuevos problemas que muestran cmo, bajo esta igualdad formal, se esconden an formas de discriminacin que suponen que no todos los individuos son tratados en forma idntica dentro del sistema escolar.

    En efecto, la cultura occidental est marcada por el sexismo, por el clasismo, por el racismo. Sean cuales fueren los principios legales, siguen mantenindose una serie de prejuicios que presuponen que unos individuos son ms aptos que otros para estudiar, ms inteligentes, ms creativos, ms dignos de ser tenidos en cuenta. El sistema educativo, transmisor de cultura, no escapa a tales prejuicios, aun contra la voluntad y las convicciones de maestros y maestras: a menudo no somos conscientes de las implicaciones de los saberes transmitidos, de los gestos realizados, de las relaciones establecidas. A diferencia de las antiguas formas de sexismo, que

  • MARINA SUBIRATS

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    prescriban separaciones notorias en la educacin de nios y nias, los elementos discriminatorios que siguen vigentes no son visibles de un modo directo, quedan ocultos precisamente porque son tan patentes que han adquirido carta de naturaleza, aparecen como hechos o comportamientos normales. De aqu la gran dificultad para llegar a su identificacin.

    En este mbito, como en muchos otros, las mujeres inglesas y americanas han sido pioneras; las formas de discriminacin que se ocultan en el sistema educativo estn siendo analizadas en profundidad, sobre la base de la observacin y del replanteamiento constantes de los gestos pequeos, cotidianos, aparentemente anodinos. En esta lnea de trabajo es donde se inscribe el presente libro, que permite al pblico de habla castellana conocer unas investigaciones y una lnea de reflexin ya consolidadas, pero, hasta ahora, casi ignoradas en nuestro pas, y tanto ms tiles por cuanto los problemas que ponen de manifiesto se producen tambin en nuestro sistema educativo.

    En efecto, los pocos trabajos realizados en Espaa sobre la persistencia de sexismo en la educacin mixta han puesto de relieve su importancia, tanto en lo que se refiere a la cultura transmitida como en el trato que reciben nios y nias en las aulas. Es cierto que las nias suelen tener mejores rendimientos escolares, y, por tanto, aparentemente, no son discriminadas en la educacin. Sin embargo, existen diferencias importantes en el tipo de estudios elegidos y, sobre todo, en el protagonismo social de las mujeres: el sistema educativo junto a la familia, el ambiente, los medios de comunicacin, etc. contribuye a que las nias adopten un papel pasivo, interioricen un segundo lugar en la sociedad, acepten la marginacin a la que todo las empuja. Y ello, ya desde la escuela infantil, es decir, desde los primeros aos de una educacin que tiende a devaluar todas las actividades consideradas femeninas.

    En los ltimos tiempos, tambin en nuestro pas se han creado colectivos de maestras y profesoras que intentan cambiar estos estereotipos, que han comprendido el carcter sexista de la educacin y consideran necesario modificarla. La insuficiencia de investigacin y de medios para trabajar hace que esta tarea se realice a partir de un voluntarismo y de un esfuerzo personal a menudo excesivos, dado que cada maestra debe someter a examen la totalidad de su propia cultura, de su propia actitud, reinventar otros modos de relacin, otros materiales de trabajo. Y ello en unas condiciones en las que la mayora de sus compaeros consideran que la igualdad se ha alcanzado ya, que el sexismo no es sino un fantasma del pasado.

    Es hora de reconocer la importancia social de estos problemas que marcan tan profundamente a los individuos, que configuran su personalidad para toda la vida. Estoy convencida de que, en este sentido, las aportaciones que se hacen en el presente libro sern fundamentales para avanzar en esta bsqueda: ya no se trata en l de una vaga indicacin de la existencia de rasgos sexistas en la educacin, sino de un anlisis pormenorizado de las formas que toma en ella, desde una revisin de la historia de las escuelas infantiles, que muestra cmo han sido utilizadas para regular la actividad de las mujeres, hasta los puntos de vista de los padres y madres y las experiencias de nios y nias en el aula, constantemente sometidos a la clasificacin sexista de los juguetes, las actitudes, las valoraciones, y que tienden por tanto a forzar su identificacin con el gnero que les es atribuido, est o no de acuerdo con sus propias necesidades. Aun cuando subsisten pequeas diferencias culturales entre las escuelas inglesas y las espaolas, llama poderosamente la atencin la similitud de situaciones y de prejuicios sexistas existentes en ambas, la semejanza de las presiones ejercidas para que nios y nias acepten los roles establecidos,

  • PRLOGO A LA EDICION ESPAOLA

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    limitando sus posibilidades individuales para hacerlas encajar en las expectativas de los adultos respecto a cmo han de actuar las personas de cada sexo.

    Menos paralelismo existe en relacin al racismo, por una razn obvia: la sociedad inglesa es hoy multirracial, la sociedad espaola, no; aunque s lo son los pases de habla hispana, a donde esperamos tambin llegue esta obra. Los colectivos de distinta raza son en Espaa an tan minoritarios que su situacin apenas ha sido estudiada, hecho que ha llevado a considerar que no hay entre nosotros actitudes racistas. En realidad, estas posturas son posiblemente ms exacerbadas que en otras sociedades en las que existe una larga tradicin multirracial, que ha dado lugar a re flexiones y debates: basta con analizar la situacin de los gitanos, el rechazo de que son objeto, las dificultades a fas que deben enfrentarse para poder acudir a fa escuela. Los sentimientos y discriminaciones racistas se manifiestan a menudo en Espaa en unos trminos totalmente primarios, inadmisibles en una sociedad democrtica, De aqu que, aun cuando se trate de una problemtica menos difundida que la del sexismo, en nuestro pas sea totalmente pertinente un acercamiento a ella que permita a maestras y maestros descubrir las consecuencias de unas formas de educacin, propugnadas en general desde la mejor voluntad, pero tremendamente negativas para los alumnos y alumnas que las reciben.

    Personalmente creo que la tarea de construccin de una escuela antirracista y antisexista es apasionante: exige escudriar las caractersticas de nuestra cultura, analizar sus repliegues, repensarla, entrar en las formas de poder y de dominio que esconde. Y obliga a tener en cuenta otros puntos de vista, otras culturas, en algunos casos largamente menospreciadas. Acercarnos a ellas es descubrir que, como toda creacin humana, poseen una originalidad capaz de enriquecer nuestra visin del mundo y tambin nuestra vida colectiva. Tema aparentemente menor, el anlisis de los comportamientos en las escuelas infantiles nos lleva, de hecho, a interrogarnos sobre aspectos fundamentales de la cultura, su transmisin y los valores sobre los que ha sido construida, y a tomar una posicin en relacin a su importancia social.

  • INTRODUCCIN

    La educacin infantil es una de las partes menos atendidas del sistema docente britnico. Presenta escasas asignaciones, como seala Naima Browne en el Captulo II y tambin est descuidada en la consideracin de quienes elaboran las polticas educativas. Sorprendentemente se ha prestado poca atencin a la importancia de las primeras etapas de la escolarizacin en el debate continuo sobre el modo de desarrollar mejor una prctica escolar antisexista* y antirracista, quiz porque el personal feminista de educacin infantil se halla demasiado ocupado en tratar de conseguir milagros en sus clases (vase Anita Preston, Captulo IX).

    La aparicin de este libro resulta especialmente oportuna. Se ha redactado por mujeres muy comprometidas en la educacin infantil: madres, investigadoras, profesoras, asistentes sociales o personas que combinan varias de estas caractersticas. Todas ellas han optado por una variedad de puntos de vista desde los cuales plantear un reto a la gestin tradicional de las escuelas infantiles, recurriendo a los datos histricos, comparativos, prcticos y polmicos. Todas coinciden en sealar que la desigualdad en cuanto al gnero constituye uno de los obstculos principales para el establecimiento de un sistema de escolarizacin genuinamente igualitario.

    Los tres primeros captulos (de Naima BROWNE, Pauline FRANCE y Sue DUXBURY) proporcionan una importante informacin sobre las condiciones actuales de la escuela infantil. Debemos recordar que en Gran Bretaa existe una fuerte tradicin respecto a la atencin al preescolar (hacia el final del siglo XIX ms de un 40% de todos los nios comprendidos entre los 3 y los 5 aos pasaban algn tiempo en la escuela) aunque sean hoy escasos los datos disponibles al respecto. Sue DUXBURY revela que Gran Bretaa presenta actualmente un pobre panorama en comparacin con el resto de Europa. En 1982 perdimos 1.000 escuelas infantiles, en contraste con la tendencia europea a ampliar la dotacin preescolar.

    Los otros captulos del libro se centran en las consecuencias tericas, institucionales y prcticas de la gestin antisexista y antirracista en las escuelas infantiles actuales: cmo desarrollan los nios actitudes de identidad de gnero estereotipadas en relacin con el sexo (Captulo IV); orientacin prctica para profesores, formulada por una madre; sobre el modo de desarrollar una cooperacin entre el hogar y la escuela (Captulo V); las formas de atencin a preescolares ms adecuadas para nios y padres (Captulo VI); consideraciones sobre un estudio de las actitudes del personal en dos clases preescolares (Captulo VII); la importancia de revisar y evaluar los recursos de aprendizaje utilizados en la escuela infantil (Captulo VIII) y una tajante manifestacin prctica sobre las cuestiones feministas con las que se enfrentan necesariamente las mujeres que trabajan en la escuela infantil en sus vidas cotidianas, y sobre las estrategias que han desarrollado para impulsar las ideas feministas (Captulo IX).

    Este libro ser de enorme importancia para cualquier interesado en cuestiones de gnero en la educacin. Tambin resultar interesante para los padres con nios * A lo largo de esta obra aparecen los trminos sexista, relativo al gnero, de gnero... con el significado de estereotipada diferenciacin social de comportamientos atribuidos a los diferentes sexos: Por el contrario, antisexista indicar opuesto a esta estereotipada diferenciacin social de sexos. No existe en estos trminos ninguna alusin a sexo en la idea de sexual, sino de gnero masculino o femenino (N. del T.).

  • ROSEMARY DEEM Y GABY WEINER

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    en edad preescolar y especialmente til para el personal feminista de las escuelas infantiles que, con seguridad, hallar en estas pginas un apoyo poltico V un respaldo fraternal as como una orientacin prctica.

    Rosemary DEEM

    Gaby WEINER

  • LAS AUTORAS

    Naima Browne ha trabajado durante varios aos en escuelas del centro de Londres y fue profesora asesora en enseanza preescolar del ILEAs* Centre for Urban Educational Studies. Ha organizado seminarios sobre estrategias docentes antisexistas y no sexistas para profesoras de enseanza infantil y primaria. Actualmente investiga los organismos educativos para nios muy pequeos en el Londres del Siglo XIX.

    Sue Duxbury es profesora de enseanza infantil en Merseyside y ha concluido recientemente unas investigaciones realizadas en obreras con hijos en edad preescolar.

    Naomi Eisenstadt, norteamericana, ha vivido en Gran Bretaa durante once aos. Trabaj en este pas en diversos centros para menores de 5 aos antes de establecerse en el Moorland Childrens Centre en Febrero de 1978. Desde Junio de 1983 trabaj en el proyecto de Education for family life (Educacin para la vida en familia) de la Open University. Este proyecto ha publicado materiales destinados al profesorado para facilitar los debates en clase acerca de la vida familiar. Tiene un hijo de 4 aos.

    Pauline France ha ejercido la docencia en escuelas infantiles y primarias de Londres y durante 5 aos fue profesora asesora del ILEAs Centre for Urban Educational Studies. Durante este tiempo dirigi un proyecto de investigacin en la accin centrado en el desarrollo de enfoques y de materiales de promocin del lenguaje y del aprendizaje en el aula escolar de bilinges menores de 5 aos. Tiene un hijo pequeo y en la actualidad participa en una escuela infantil de barrio regida cooperativamente.

    Minnie Kumria lleg a Gran Bretaa procedente de la India, en 1972. Desde entonces ha estado dedicada a la venta especializada de literatura negra. Es directora y gerente de Soma Books Ltd. en el Commonwealth Institute de Londres. Durante los ltimos aos ha pronunciado conferencias sobre cultura asitica, las mujeres negras en Gran Bretaa, las mujeres negras en el campo editorial y el vaco generacional entre los asiticos residentes en Gran Bretaa.

    Anita Preston es profesora de educacin infantil en el ILEA. Est encargada de las relaciones hogar-escuela. Se consider liberada a finales de la dcada de los 60 por el movimiento feminista y por el movimiento del juego colectivo y particip desde entonces en diferentes trabajos relacionados con los menores de 5 aos. Es miembro del London Rape Crisis Collective de la administracin del ILEA. Tiene tres hijos mayores y uno pequeo.

    Glen Thomas ha estado consagrada a la enseanza durante 25 aos. Pas cierto tiempo dedicada al trabajo con nios de necesidades especiales. Mientras, obtuvo su graduacin universitaria en Educacin interesndose por la cuestin del sexismo en este campo. Decidi concentrarse en la educacin infantil porque deseaba ampliar su experiencia en este tema. Vive y trabaja en Londres y tiene dos hijos adolescentes.

    * ILEA: Inner London Education Authority (N. del R.).

  • CAPTULO I

    DESATANDO LAS CINTAS DEL DELANTAL

    Por Naima BROWNE y Pauline FRANCE

    Consideramos que, en nuestro pas, el sexismo penetra en todas las capas de la sociedad. Indudablemente, esta sociedad se halla estructurada de tal forma que resulta discriminatoria en contra de las mujeres. Aquellas que han triunfado slo lo han logrado asumiendo el papel de un varn honorario. Han resultado, en realidad, mejores que algunos hombres para asumir ese panel; han mostrado estar mejor cualificadas y manifestarse de un modo superior, ser ms agresivas, poseer ms energa y ms paciencia pero permaneciendo femeninas y no amenazadoras (frmula expresada por Constance CARROLL en HULL y cols. 1982).

    El sexismo acta en todos los niveles de la vida cotidiana de mujeres y muchachas. Se halla manifiesto en las acciones v en las conductas de los dems, en la representacin visual de los sexos y en la utilizacin del lenguaje para diferenciar a ambos y trivializar la experiencia v las destrezas femeninas. En nuestro pas resultan especialmente susceptibles a esta situacin las mujeres que trabajan con nios pequeos. Ya hemos advertido en otro lugar con qu fuerza se emplea el lenguaje rara sostener una sociedad patriarcal predominantemente heterosexual, recordando a las chicas ya las mujeres sus responsabilidades respecto del hogar, los nios y los hombres (BROWNE y FRANCE, 1985). Durante algn tiempo, observamos y analizamos el lenguaje empleado con los nios pequeos por quienes trabajaban en educacin infantil, incluyndonos nosotras mismas, y advertimos claros esquemas de diferenciacin en cuanto al gnero.

    Nos tropezamos con una frase popular que, en nuestra opinin, resume las actitudes convencionales respecto del papel de las mujeres y de la relacin que deben tener con sus nios varones atados a las cintas del delantal de su madre. Esta expresin nos desagrada por dos motivos. En primer lugar por el supuesto de que la madre tendr que desempear un papel domstico y asistencial y de que precisa del metafrico delantal para conservarse limpia mientras cocina, lava, barre, abrillanta, baa, cambia paales, cuida del jardn y empapela las habitaciones. En segundo lugar, la frase se emplea como crtica de una relacin estrecha entre la madre y el nio (nunca entre el padre y el nio). Sin embargo, los expertos en la asistencia infantil refuerzan la tremenda presin sobre las madres para permanecer unidas a sus bebs y a sus hijos muy pequeos.

    Adecuadamente protegida por su pareja, la madre se siente liberada de tener que orientarse hacia afuera para abordar su entorno en una poca en que tanto desea orientarse hacia dentro, cuando anhela interesarse por el interior del crculo que puede formar con sus brazos y en cuyo centro se halla el beb.

    (WINNICOTT, 1967)

    Pero parece que, una vez que los nios entran a formar parte de una institucin de enseanza preescolar, surge un impulso para distanciar a las madres del proceso asistencial y de educacin, sobre todo respecto a las madres de varones. De los chicos se espera que se muestren extravertidos, duros, agresivos e independientes.

  • NAIMA BROWNE

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    Al concebir este libro, desebamos considerar la forma en que las mujeres pueden desatar las cintas del delantal que se ha convertido en un smbolo del apremiante papel domstico tradicionalmente asociado con la maternidad. Tambin queramos centrarnos en el modo en que la sociedad ha dispuesto ese desatar las cintas del delantal entre las mujeres y sus hijos mediante la creacin de una industria profesional de asistencia infantil. Esta industria no aprovecha la pericia de quienes fundamentalmente prestan la asistencia, ni ofrece apoyo (en trminos de una asistencia flexible y amplia en las horas diurnas) a las mujeres que desean conseguir un trabajo remunerado. Queramos examinar la forma en que la asistencia y la educacin convencionales de los menores de 5 aos han contribuido a atar las cintas del delantal para las chicas, con un fortalecimiento oculto y manifiesto de la necesidad de la sociedad de adiestrar a una futura generacin de personas dedicadas, sin salario, a la asistencia. Desebamos tambin brindar nuestras propias sugerencias respecto al modo en que cabra desatar tales cintas.

    Todos estos puntos han sido tomados en consideracin de la forma ms minuciosa por las autoras de este libro. Todas son mujeres con una experiencia directa y reciente en educacin infantil, unas como madres de nios pequeos, otras como trabajadoras en este campo. Nuestros debates han puesto de relieve cierto nmero de cuestiones entre las que se incluye la relacin compleja de la educacin antisexista con la educacin antirracista y sas son las cuestiones que aqu pretendemos abordar.

    Se han debatido ampliamente las semejanzas y diferencias entre la educacin antisexista y antirracista. Se han establecido paralelismos entre la pugna por conseguir un sistema educativo que no minusvalore y, subsiguientemente, margine a los nios negros y los esfuerzos de las feministas por conseguir para las chicas una suerte mejor. La educacin de ambos grupos tiene lugar en una sociedad patriarcal en donde se imponen los varones blancos. Sin embargo, se han identificado conflictos entre un compromiso en favor de la educacin antirracista y la adhesin a una educacin antisexista. Resulta interesante advertir que la mayora de los autores que destacan tales conflictos son o feministas blancas o varones negros, que parecen inclinarse por una u otra dedicacin; las feministas negras carecen verosmilmente de esta divergencia entre sus intereses.1

    Hay diferencias entre la educacin antisexista y la antirracista. Aunque cada una ha evolucionado como una tentativa de ayudar a los nios a desarrollar valores humanos y a respetar a los dems, a tener aspiraciones altas y a no subestimarse y a ser conscientes de los prejuicios que se hallan entrelazados en el tejido social, a comprenderlos y a enfrentarse con ellos, tales prejuicios operan de modos muy diferentes:

    Los prejuicios raciales, tnicos y relativos al gnero son fenmenos complejos... Estos prejuicios proceden de diferentes condiciones y acontecimientos econmicos sociales y emocionales. Difieren en intensidad, penetracin, grado de distorsin de la realidad y alcance de la carga emocional. La educacin no sexista y la educacin no racista... son (ambas) educacin, pero no destacan el mismo conocimiento ni ensean necesariamente las mismas destrezas.

    (BOWMAN, 1978)

    Por ejemplo, no es probable que, de un modo habitual, las nias blancas experimenten el acoso y el hostigamiento de otras nias o que vean a su familia 1 Puede hallarse un examen ms amplio de los conflictos v de las criticas del movimiento feminista blanco en HEMMINGS, 1980; AMOS y PARMAR, 1981, HULL y cols., 1982; BOURNE, 1983; BRAH y MINHAS, 1985; FOSTER, 1985. En HOOKS, 1982 se analiza la experiencia en los Estados Unidos.

  • DESATANDO LAS CINTAS DEL DELANTAL

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    violentamente tratada por otros miembros de la comunidad. Sin embargo sta es la experiencia de los nios negros, de uno y otro sexo, que crecen en Gran Bretaa. Hay todava personal de educacin infantil que considera a los nios de procedencia cultural y lingstica distinta de la suya como cultural y lingsticamente disminuidos y que dejan que esta visin condicione su enseanza y la organizacin de su clase; por contraste, las nias pequeas, en conjunto, no son tratadas como cultural y lingsticamente disminuidas y necesitadas de una recuperacin. (Puede sealarse, no obstante, que la privacin cultural comienza para las nias en una clase en la que se espera que asuman un estricto papel estereotipado y en donde gozan de expectativas inferiores y de una menor atencin, por parte de los adultos, que la de sus compaeros varones.)

    Generalmente, las chicas y mujeres blancas son aceptadas como parte integrante de la sociedad britnica, a diferencia de lo que sucede con mujeres y varones negros a quienes algunos blancos dan a entender que no son precisamente bienvenidos. De ah el empleo persistente del trmino inmigrante aplicado incluso a nios nacidos en Gran Bretaa. Sin embargo, muchas mujeres britnicas se ven colocadas en un papel subordinado respecto de los varones y se convierten en vctimas de la violencia varonil y de una legislacin discriminatoria, sometidas a peregrinas teoras acerca de una inferioridad biolgicamente determinada en su CI, sus posibilidades fsicas, sobre unas diferentes gamas de capacidad emocional, etc.

    Es importante advertir, como hace en el Captulo V Minnie KUMRIA, que en casi todas las culturas, las mujeres son tratadas de modo diferente a los hombres. Aun as, todas ellas tienen derecho a buscar su propia liberacin sin verse apadrinadas por mujeres de otras culturas que crean estar capacitadas para otorgrsela.2

    En el contexto de lo que cabe esperar lograr en escuelas e instituciones multitnicas, hemos de hallar modos de cambiar los esquemas generales de discriminacin y de diferenciacin que hoy existen; de otra manera tales centros continuarn perpetuando una meritocracia varonil. El personal de la enseanza preescolar consagrado a una poltica de antisexismo y antirracismo debe esforzarse por implicar a los padres en el desarrollo de semejante poltica, tanto en el plano terico como en el prctico. Algunas de las autoras de este libro brindan formas para conseguir este objetivo.

    Cualquier debate sobre las disposiciones antisexistas en la enseanza preescolar debe tomar en consideracin la naturaleza poltica de las decisiones acerca de la asistencia y la educacin de los nios pequeos. Los menores de 5 aos carecen de poder poltico y, sin embargo, han revelado ser un til instrumento de ste. El Captulo II muestra cmo sucesivos Gobiernos han adoptado la opinin segn la cual en un buen hogar, la madre es la persona que asume la responsabilidad de la asistencia y la proteccin de sus hijos (Ministerio de Educacin, l946). Esta visin del papel de las madres en la asistencia a sus hijos menores de 5 aos ha permitido que la educacin infantil sea empleada por los Gobiernos como una tentativa de controlar la configuracin del empleo, en especial 2 Algunos autores han sealado claramente que la imagen de todas las mujeres negras oprimidas por los varones negros es un estereotipo racista y un insulto a las numerosas mujeres que se oponen al sexismo en sus vidas cotidianas: WILSON, 1978; AMOS y PARMAR, 1981; MORAGA y ANZALDUA, 1981; HOOKS, 1982 y BRAH y MINHAS, 1985. Algunos autores han sealado claramente que la imagen de todas las mujeres negras oprimidas por los varones negros es un estereotipo racista y un insulto a las numerosas mujeres que se oponen al sexismo en sus vidas cotidianas: WILSON, 1978; AMOS y PARMAR, 1981; MORAGA y ANZALDUA, 1981; HOOKS, 1982 y BRAH y MINHAS, 1985.

  • NAIMA BROWNE

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    respecto al trabajo de las mujeres. Por aadidura, los Gobiernos han podido justificar reducciones en el gasto pblico o en la dotacin preescolar mediante un enfoque selectivo de las teoras sobre asistencia infantil y de los descubrimientos de las investigaciones, centrndose en aquellas reas polticamente convenientes (por ej., la privacin materna) mientras se ignoraban o se tergiversaban otras. El trabajo de los JACKSON en 1979 sobre la atencin a la infancia no consigui ser considerado como una justificacin para el incremento del gasto pblico en los menores de 5 aos con objeto de mejorar la situacin, pese a su afirmacin de que el cuidado de los nios es una consecuencia universal y necesaria del modo en que ahora vivimos. Por el contrario, sus hallazgos tuvieron como resultado una reafirmacin oficial de la opinin segn la cual no existiran problemas si las madres permanecieran en el hogar (DALLY, 1982).

    En el Captulo III se describe la situacin actual. En comparacin con otros pases, Gran Bretaa ofrece un menguado cuadro respecto a centros de educacin infantil del Estado. Las carencias de la dotacin estatal han determinado el desarrollo de los sectores privado y voluntario. Varias de las autoras examinan los defectos de las diferentes formas de educacin infantil; de tal examen se deduce que, mientras los polticos sigan considerando legitimo el empleo de los nios pequeos como peones de la poltica, la educacin infantil en nuestro pas seguir siendo fragmentaria, inadecuada, costosa y fundada menos en la consideracin de las necesidades de los nios pequeos y de sus padres que en la economa.

    Resulta paradjico que mientras se ha asignado a las madres el papel asistencial natural e ideal, la pericia, el conocimiento y la experiencia de las mujeres se hallan constantemente socavadas por expertos (habitualmente varones) en la asistencia infantil. En esta misma trayectoria, los cursos de adiestramiento para personal preescolar siguen sealando la necesidad de estimular la implicacin de los padres (lo que frecuentemente significa la de la madre) en los centros preescolares, no por lo que estas mujeres puedan ofrecer a los nios y al personal docente, sino para hacer posible que los profesionales eduquen a los padres respecto a la mejor forma de criar a sus hijos. En los Captulos V y VI se formulan objeciones a esta deficitaria consideracin de los progenitores. Sin embargo, no todos los padres son capaces de llegar a implicarse en la vida preescolar de sus hijos y asumir que lo que deben hacer unos buenos padres es retornar una vez ms a la visin segn la cual las mujeres no tienen ms vida que la relacionada con sus hijos. Y decimos mujeres puesto que rara vez llega a comentarse siquiera el hecho de que un padre no aparezca nunca en el centro preescolar de su hijo.

    Adems del efecto general que las actitudes sexistas poseen en la educacin infantil, este libro se interesa por el impacto que en los nios pequeos tienen experiencias ms directas y cotidianas de la diferenciacin en cuanto al gnero, fundamentalmente a travs de las presiones que sobre sus padres ejerce la sociedad. Tales experiencias pueden determinar, por ejemplo, una ansiedad si los nios no se adaptan a las normas de su sexo. Los nios se ven sometidos en su hogar a toda una gama de influencias que se examinan en el Captulo IV. Las diferencias del papel relativo a cada gnero no se hallan biolgicamente determinadas, pero comienzan a desarrollarse en cuanto nace el nio. Una vez en la escuela infantil, los nios se ven sometidos a la influencia de sus compaeros y tambin a las actitudes y expectativas del personal. En el Captulo VII Glen THOMAS describe el modo en que es posible llegar a ser ms consciente del propio papel de gnero y ofrece algunas de las razones por las que cree que es importante esta autoevaluacin. Los nios son adiestrados para advertir semejanzas y

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    diferencias y, en el Captulo VIII, sealamos que un objetivo de la educacin es permitirles pensar de un modo crtico y ser conscientes del mundo que hay en su entorno y ayudarles a empezar a emitir opiniones basadas en la razn ms que en los prejuicios. Al centrarnos en un aspecto de la escuela infantil el efecto de las imgenes visuales brindamos estrategias posibles que cabra emplear en un intento de proporcionar un entorno antisexista. En el ltimo captulo, PRESTON proporciona una estimulante relacin de lo que resulta posible en una escuela consagrada al antisexismo. Seala que la escuela infantil constituye parte de la educacin primaria y que, en consecuencia, no basta con que su personal se preocupe exclusivamente por la educacin infantil; ha de trabajar con sus colegas en pro del desarrollo de una poltica antisexista para toda la escuela.

  • CAPTULO II

    ESTN MEJOR INFORMADOS LOS MIEMBROS DEL GOBIERNO? UNA PERSPECTIVA HISTRICA DE LA EDUCACIN INFANTIL EN GRAN BRETAA

    Por Naima BROWNE

    Las mujeres han constituido siempre una parte importante de la fuerza laboral de Gran Bretaa y no resulta nuevo el fenmeno de la madre que trabaja. La necesidad de asistencia a los nios muy pequeos fuera del hogar ha sido debatida desde la Revolucin Industrial. Es por tanto muy decepcionante que, ms de 150 aos despus, an no se haya desarrollado un sistema adecuado de disposiciones. Decepcionante pero no sorprendente si se examinan las distintas tendencias en la asistencia infantil y las actitudes hacia la maternidad que se impusieron durante el siglo y medio ltimo.

    Este captulo examina el desarrollo de la educacin infantil establecida con ayuda del Estado desde el siglo XIX hasta la dcada de los 70 del actual. Seala brevemente la aparicin de algunas alternativas (por ej., guarderas y grupos de juego) y pone de relieve las posibles razones de las actuales deficiencias.

    MADRES TRABAJADORAS VICTORIANAS Y EDUARDIANAS El ideal de la mujer victoriana como esposa y madre decorativa, dcil, delicada

    y dependiente, era algo a lo que slo poda aspirarse con la riqueza. Para un vasto nmero d mujeres, la nocin del trabajo como algo degradante careca de relevancia en su pugna diaria por conseguir alimento y refugio para ellas mismas y para sus familias. Adems, la visin segn la cual la pobreza era el resultado de la propia imprevisin de quienes la sufran, condujo a la cmoda conclusin de que el empleo remunerado era el nico remedio moralmente correcto al problema. El resultado fue que las mujeres de las clases acomodadas tenan tiempo de aburrirse en sus existencias dependientes y ociosas mientras supervisaban a una caterva de criados, nieras y nodrizas. Mientras tanto muchas de sus hermanas ms pobres pugnaban bajo la carga combinada de sus obligaciones domsticas y laborales, harto pesada para cualquier criatura humana (BLACK, 1915).

    En el siglo XIX y a comienzos del XX, diferentes reas tenan diversas tradiciones en cuanto a las trabajadoras. En Staffordshire, por ejemplo, de una mujer de la clase obrera se esperaba que trabajase y se la consideraba perezosa si no contribua a ganar los ingresos de la familia (THOMPSON, 1977). En contraste, el empleo remunerado resultaba imposible para muchas otras mujeres de la clase obrera, fuera cual fuese la situacin econmica de la familia. Sin ayuda domstica ni aparatos que le ayudaran a realizar las faenas de la casa, la tarea de asistir al varn que ganaba el sueldo y a los nios resultaba agotadora y exiga tanto tiempo que eran escasos el espacio y las energas que quedaban para nada ms (THOMPSON, 1977, LIDDINGTON y NORRIS, 1984).

    El rango y el papel de las mujeres de la clase media deberan cambiar a finales del XIX y comienzos del XX. Con una mejor instruccin y unas oportunidades de

  • NAIMA BROWNE

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    hallar trabajo ligeramente ms favorables, se increment el nmero de solteras de la clase media que se decidieron a trabajar. No obstante, la posicin de las casadas se mantuvo inmutable; la mayora permaneca en sus hogares supervisando las faenas domsticas.

    Habida cuenta del nmero de mujeres con trabajo remunerado se necesitaban, evidentemente, unos centros de asistencia infantil. Una explicacin posible del hecho de que muchas de las primeras feministas no hicieran campaa en favor de tales centros, con la misma energa con que se manifestaban respecto de la igualdad en la educacin y en la vida polticas, radica en la gran diferencia entre las experiencias de las clases trabajadoras y las de las clases alta y media. Hay datos que revelan la implicacin de obreras en la actividad poltica y en campaas en pro de los derechos de las mujeres (LIDDINGTON y NORRIS, 1984) pero las feministas que resultaban ms notorias para los polticos del final del siglo procedan generalmente de los sectores ms acomodados de la sociedad. Estas mujeres tenan tiempo, oportunidades y energas para luchar en favor de los derechos femeninos. No se hallaban atadas a un empleo o al hogar ya una familia; para ellas la feminidad era el gran hecho en (su) vida; su estado de mujeres casadas y su maternidad eran slo relaciones incidentales (STANTON y ANTHONY, 1981). Tales mujeres podan emplear nodrizas y amas de llaves para que atendieran a su mbito domstico. Para ellas no constitua un problema la asistencia infantil, mientras que lo era la desigualdad legal y poltica de las mujeres.

    El que las mujeres fuesen, por su naturaleza, responsables de la asistencia infantil era una opinin aceptada en el siglo XIX ya comienzos del XX. El cuidado de los nios en su primera infancia es uno de los grandes deberes que corresponden, por su naturaleza, a la mujer, declaraba en 1792 la feminista Mary WOLLSTONECRAFT. No es sorprendente que, mientras las madres de las clases alta y media contrataban a otras mujeres para cuidar de sus hijos, en las familias obreras la responsabilidad del cuidado del nio estuviese atribuida a la madre. Algunas trabajadoras tenan la suerte de contar con padres u otros parientes dispuestos a ayudar y tan slo unas pocas podan enviar a sus hijos a una guardera o a un jardn de infancia. El resto deban contentarse con situaciones que resultaban inconvenientes para ellas e insatisfactorias para el nio. Una mujer, por ejemplo, empleada en la pesada, peligrosa e insana ocupacin de fabricar cadenas, trabajaba en un cobertizo con forja y yunque: De una prtiga que atravesaba toda la habitacin, colgaba un pequeo columpio con una sillita para el beb de modo que mientras martilleaba poda mecer al nio (SHERARD, 1897).

    Si la madre no poda contar con la ayuda de parientes que cuidaran de sus hijos, a menudo descubra que una gran proporcin de su menguado salario se consagraba a la asistencia infantil, situacin comn a muchas mujeres de hoy. Una de estas mujeres ganaba 11 chelines (55 nuevos peniques) (unas 110 pesetas) por cuatro das de trabajo y tena que pagar 4 chelines y 8 peniques (24 nuevos peniques) (unas 50 pesetas) a una vecina para que cuidara de sus dos hijos pequeos. Otra mujer con un salario similar y tambin con dos hijos pequeos enviaba uno a una guardera por 4 peniques (unas 10 pesetas) al da, pero para el ms pequeo deba adoptar una solucin ms cara, puesto que no era bien acogido all (en la guardera) porque no aceptaba el bibern, sino que insista en que se le alimentara con cuchara (BLACK, 1915).

    Las mujeres que se ganaban la vida realizando faenas domsticas experimentaban problemas si tenan nios pequeos a los que cuidar. Entonces, como ahora, los salarios de los empleados domsticos eran ms bajos que los

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    percibidos por los obreros industriales, as que vea aun ms reducida la posibilidad de ganar lo suficiente para atender a la asistencia del nio. Los pequeos requeran una atencin constante con el resultado de que las mujeres trataban de recuperar el tiempo perdido durante el da, en sus obligaciones maternales, con el trabajo nocturno (BLACK, 1915).

    Por esa razn, y durante el siglo XIX y el comienzo del XX, los sectores ms privilegiados tenan poco de qu preocuparse acerca de la asistencia infantil, mientras que las mujeres ms pobres seguan luchando contra tales dificultades.

    Y EN CONSECUENCIA, A LA ESCUELA Muchos padres de la clase obrera aliviaron el problema de la asistencia diurna

    precisada por sus hijos menores de 5 aos envindoles a la escuela. Las escuelas para nios pequeos (desde los 18 meses hasta los 7 aos) aparecieron por vez primera en Inglaterra en el siglo XIX. Los filntropos responsables del establecimiento de tales centros se sentan interesados por el rescate del nio pequeo, en especial su rescate moral. Se mostraron alarmados ante la visin de los nios pobres integrados en grupos ms o menos grandes, con muestras de un florecimiento de la depravacin moral entre los ms abominables hbitos (POLE, 1823). Los primeros promotores de las escuelas para nios pequeos advirtieron tambin su valor en relacin con las madres trabajadoras que no necesitaran preocuparse as por sus hijos (WILDERSPIN, 1824). Esta visin de las escuelas para nios pequeos se repetira en las siguientes dcadas (vanse los informes oficiales a partir de mediados del XIX).

    Las escuelas para nios pequeos no fueron siempre tan populares como lo crean los filntropos de las clases medias. Una de las razones de su impopularidad fue el sistema de valores, intensamente orientado hacia la clase media, que operaba en tales centros. En vez de utilizar estas escuelas, muchos obreros enviaban a sus hijos a partir de los 18 meses a escuelas privadas para las clases trabajadoras, las tan calumniadas escuelas de seorita. Tales escuelas privadas para la clase obrera no contaban slo con la ventaja de ser un recurso comunitario con todo lo que esto supona; valores compartidos, proximidad al hogar, etc. Resultaban adems ms flexibles que las escuelas para nios pequeos porque permitan a los padres enviar a sus hijos en cualquier momento del da y siempre que lo desearan, en vez de tener que adaptarse a las reglas y normas de las escuelas para nios pequeos, que reflejaban sus orgenes de la clase media (GARDNER, l984).

    A partir de mediados del XIX creci la popularidad del kindergarten o guardera para nios de la clase media (WHITBREAD, l972). En tales centros el objetivo subyacente era la educacin, mientras que las escuelas para nios pequeos seguan interesndose por su proteccin fsica y moral.

    A medida que transcurra el siglo, las escuelas privadas de la clase obrera resultaron cada vez ms atacadas por las esferas oficiales y muchas fueron cerradas por las autoridades locales bajo la consideracin de ineficaces. Hacia finales del siglo XIX los padres empezaron a retraerse de las escuelas privadas obreras, influidos por cierto nmero de factores entre los que figuraron la abolicin del pago en la escuela para nios pequeos, la introduccin de la escolarizacin obligatoria para nios mayores de 5 aos y un cambio de actitud respecto de los beneficios educativos de las escuelas (ROBERTS, 1972). El resultado fue un incremento en el nmero de menores de 5 aos en las escuelas elementales hacia el

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    final del siglo XIX hasta que en 1900-1, el 43,1% de los nios de edades comprendidas entre los 3 y los 5 aos estaban asistiendo a escuelas estatales (ROBERTS, 1972). PLOWDEN recomendara, 68 aos ms tarde, el mismo porcentaje como necesitado de atencin en los centros preescolares de ayuda estatal.

    Ya en el siglo XX prosigui la dicotoma de fines, dentro de los centros preescolares y conforme a lneas clasistas. Para los nios de la clase media los centros se interesaban por la educacin mientras que para la clase obrera subrayaban su rescate de hogares y ambientes inadecuados. Por ejemplo, caus preocupacin el elevado nmero de nios pequeos en las clases de bebs de las escuelas elementales; como resultado de una investigacin realizada en l905 por un grupo de inspectores escolares se declar claramente que:

    se necesita una nueva forma de escuela para los nios pobres. Debe disuadirse a los padres mejores* de que enven a sus hijos menores de 5 aos mientras que los ms pobres deben enviarles a escuelas preescolares en vez de a escuelas de instruccin.

    (Consejo de Educacin, 1905)

    Dos aos ms tarde se recomend nuevamente (Consejo de Educacin, 1907) la dotacin pblica de educacin y adiestramiento tempranos para todos los nios cuyas condiciones de hogar y de asistencia de los padres fuesen inadecuadas.

    Al margen de las dificultades que presentaban tales trminos, cargados de modo vago de un valor como padres mejores e inadecuados, es evidente que en la primera dcada del siglo XX los centros preescolares proporcionados por el Estado seguan siendo estimados como necesarios slo para nios de hogares pobres cuyas madres se vieran forzadas a trabajar por razones econmicas o en donde las condiciones representasen un peligro para la salud. Semejante consideracin ha persistido hasta la actualidad, como resulta evidente a juzgar por los criterios que hoy determinan la asignacin de plazas en las guarderas (GARLAND y WHITE, l980).

    El compromiso con los centros preescolares subsisti slo a nivel retrico. Aunque muchas autoridades locales comenzaron a negar el ingreso en las escuelas elementales a menores de 5 aos, eran pocas las que proporcionaban alguna alternativa. Los nios de los hogares mejores eran probablemente atendidos por una niera o por su madre si sta no necesitaba trabajar (en trminos econmicos). Los nios y las madres de hogares ms pobres tuvieron que contar para su cuidado con la ayuda de la familia, de los vecinos o de las amistades u optar como alternativa, probablemente ms cara, por los centros preescolares. De 1900 a 1910 la proporcin de nios de 3 a 5 aos de edad que asistan a la escuela descendi espectacularmente en un 22,7% (ROBERTS, 1972).

    COMIENZOS DEL SIGLO XX Quienes intervenan en la poltica se haban abstenido de permitir el desarrollo

    de centros preescolares en razn de una actitud ambivalente hacia las madres trabajadoras y el lugar del nio. Al empezar el siglo, muchos consideraban que las mujeres casadas que trabajaban eran la causa de gran parte de la mala salud en las familias. El alcance de esta situacin entre los sectores ms pobres de la sociedad

    * Mejores=ms acomodados. (N. del T.)

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    haba sido advertido necesariamente por los estadistas en la lamentable condicin fsica de los futuros reclutas de la guerra de los bers en 1899.

    Para algunos era evidente que los delincuentes anmicos eran consecuencia directa de que la madre estuviera 9 10 horas al da e incluso 12, lejos del hogar, en la fbrica, como seal el parlamentario John Burns en 1906. En contraste con esto, un anlisis de la mortalidad infantil en Leicester, en 1895, haba llevado a otros a la conclusin de que no existen pruebas de que la mujer casada que sale a trabajar sea menos cuidadosa de su propio bienestar y del de su familia que otras mujeres (BLACK, 1915). Clementina BLACK puso tambin de relieve la doble medida que se aplicaba a las mujeres de diferentes clases sociales.

    En las clases acomodadas de la sociedad, resulta corriente emplear personal asalariado que cuide y atienda a los nios pequeos, tanto si la madre tiene una profesin que ejerza como s no la tiene... Es irrazonable que las mujeres de una clase (es decir, la clase obrera) sean severamente censuradas por hallar algo que las reemplace en su tarea asistencial, mientras en las clases acomodadas tal accin es considerada completamente normal.

    (1915).

    Durante los primeros aos del siglo XX las mujeres accedieron a una amplia gama de ocupaciones. Por ejemplo, entre 1904 y 1914 se registr un aumento del 110% en el nmero de dependientes femeninos de comercio. Para Agosto de 1914, 3,2 millones de mujeres (casi el 50% del nmero de hombres) se hallaban empleadas en la industria y en el comercio (ROBERTS, 1977).

    La Primera Guerra Mundial determin un incremento posterior en la cifra de mujeres empleadas animndolas a trabajar en favor del pas. Hacia el final de la guerra, el nmero de mujeres trabajadoras alcanzaba casi los 5.000.000, con 642.000 empleadas en fbricas y talleres estatales. Sin embargo, aunque para 1918 casi 2.000.000 de mujeres estaban sustituyendo a los hombres, la Practices Act promulgada antes de la guerra dejaba tan claro como el cristal que esta sustitucin era slo temporal y que, al final de las hostilidades, los puestos de trabajo tendran que ser devueltos a los hroes que regresaban (OAKLEY, 1981).

    Pese al impulso realizado por conseguir que las mujeres trabajaran, sobre todo en las fbricas de municiones, fue muy escasa la gestin del Estado para proporcionar medios de asistencia infantil a las madres dedicadas a estos trabajos. El Consejo del Condado de Londres fue la nica autoridad pblica que asumi una responsabilidad por los hijos cuyas madres trabajaban en las industrias de guerra e incluso as, subray que la oferta formulada a las hermanas Macmillan de un lugar en donde ampliar sus servicios asistenciales tena un carcter exclusivamente temporal como tambin lo posea la subvencin de 9 peniques al da por hijo a quienes trabajaban en estas industrias blicas (BLACKSTONE, 1971). Hasta 1918 no se aprob una legislacin que generaliz la posibilidad de obtener tales beneficios.

    La Primera Guerra Mundial no tuvo efectos duraderos respecto a las disposiciones de la asistencia infantil. Ello no es sorprendente en vista de las actitudes hacia las mujeres que trabajaban en las industrias blicas, la falta de centros subvencionados para la asistencia infantil y el tono reaccionario de la prensa tras la guerra. Esta ltima recalcaba la opinin de que cada mujer podra y debera ser mantenida por un hombre y que la que siguiera trabajando obraba as por deliberada perversidad (STRACHEY, 1978).

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    EL PERODO ENTRE LAS DOS GUERRAS Entre 1918 y 1930 se hicieron patentes diversas tendencias. Eran cada vez

    ms las mujeres de la clase media que emprendan carreras profesionales y, en general, las mujeres haban conseguido un cierto grado de confianza en s mismas, tras haber pasado varios aos sin la proteccin constante de sus hombres (ROBERTS, 1977). Surgan ms oportunidades de trabajo para las obreras y, cada vez ms, las mujeres optaban por los servicios pblicos en vez del servicio domstico. Por desgracia, las mujeres no llegaron a emplear su poder poltico recientemente adquirido (mediante la ampliacin del derecho de voto) para luchar por temas especficamente femeninos en el hogar. Por el contrario, prestaron su atencin a cuestiones de carcter general como la paz en el mundo y la mejora de la asistencia sanitaria. Por aadidura sta fue una poca de incertidumbre econmica.

    En este ambiente se produjeron varios pasos en falso, respecto a los centros de asistencia infantil. Lleg primeramente la Ley de Educacin de 1918 que facult a las autoridades locales para crear guarderas. Tales autoridades revelaron escaso entusiasmo, puesto que la dotacin para guarderas habra exigido un incremento de los gravmenes locales. En 1921, como resultado de los problemas econmicos de Gran Bretaa, se les advirti que no incurrieran en nuevos gastos. Como cabe suponer, la dotacin de guarderas fue uno de los primeros proyectos abandonados. Los ideales socialistas del nuevo Gobierno laborista de 1929 quedaron frenados por la crisis econmica de 1931 que determin la negativa del Consejo de Educacin a aprobar la construccin de nuevas escuelas infantiles, pese a la opinin del Gobierno de que eran relativamente baratas y un medio muy eficaz de asegurar un comienzo justo de la vida, incluso para nios en cuyos hogares la vida resultaba difcil.

    La dcada de los 30 se caracteriz por el hecho de que las autoridades pblicas perdieran contacto con las nuevas actitudes hacia los centros preescolares. Tales autoridades los siguieron considerando en trminos del siglo XIX:

    El objetivo fundamental del centro o de la clase preescolar es el de reproducir las condiciones sanitarias de una buena asistencia infantil en un hogar bien regido y proporcionar as un entorno en el que pueda hallarse salvaguardada la salud fsica, mental y moral del nio pequeo.

    (Informe Hadow, III Parte, 1933)

    Pero la Nursery Schools Association (Asociacin de Centros Preescolares) seal que el incremento en el nmero de pequeas guarderas privadas tenda a revelar que los centros preescolares hacan frente a una necesidad sentida por todo tipo de familias (BLACKSTONE, 1971). La disminucin en el nmero de sirvientes domsticos, cuando las mujeres de la clase obrera optaron por ocupaciones ms lucrativas, tuvo como consecuencia que las pertenecientes a la clase media precisaran cada vez ms de alguna ayuda en la asistencia y educacin de sus hijos pequeos. Un inters creciente por la psicologa infantil, el concepto de desarrollo mental secuencial y la creencia de que, si bien la inteligencia del nio se hallaba en buena parte predeterminada, resultara beneficioso al respecto un entorno estimulante como los de las escuelas Montessori, contribuyeron conjuntamente a desarrollar la opinin de que las guarderas eran centros de educacin.

    El descenso de las tasas de natalidad, que determin un nmero menor de hermanos y la reduccin de espacio en los hogares de la clase media (por obra de la disminucin del servicio domstico) determin la opinin segn la cual los nios

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    pequeos precisaban de algo ms all de su casa al objeto de desarrollarse socialmente. Una vez ms los centros preescolares podan ser tiles.

    En los lo aos que siguieron a la Primera Guerra Mundial haba en Inglaterra slo 26 centros preescolares. En los lo aos siguientes su nmero se elev a 103 (de los que 57 eran voluntarios y 46 se hallaban financiados por las autoridades locales o directamente). Quiz no resulte demasiado cnico sugerir que el aumento del inters de la clase media por la educacin preescolar puede explicar el incremento relativamente rpido, en el mismo perodo, del nmero de centros preescolares.

    Los libros de asistencia infantil de los aos 20 y 30 se hallaban muy influidos por personajes como WATSON y TRUBY KING quienes consideraban que las vidas de los nios deberan ser sistematizadas y sometidas a horario. Por aadidura no debera estimularse la existencia de un excesivo afecto entre padres e hijos. En este clima de opinin el concepto de privacin materna careca de lugar en las consideraciones acerca de las escuelas infantiles.

    LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL La multiplicacin de guarderas durante la Segunda Guerra Mundial y el

    incremento de trabajadoras casadas y con hijos es historia bien conocida. Las guarderas de la guerra fueron administradas a escala nacional por el Ministerio de Sanidad y a nivel local por los departamentos de Maternidad y Asistencia Infantil. Constituan una mezcla de guardera diurna y de centro preescolar. Las guarderas a jornada completa, que slo resultaban accesibles a los hijos de madres con empleos a jornada completa, constituan un reflejo de las necesidades de su clientela en cuanto que estaban abiertas de 12 a 15 horas al da para acomodarse a los largos turnos fabriles en que trabajaban muchas mujeres. No eran gratuitas; cobraban un cheln (5 nuevos peniques) (unas 10 pesetas) al da por nio, el cual reciba alimentacin y asistencia mdica gratuita (esto suceda antes de la creacin del Servicio Nacional de Sanidad). Las guarderas a media jornada slo estaban abiertas durante el horario escolar; aunque en teora resultaban accesibles a una amplia gama de nios, en la prctica se otorgaba prioridad a los hijos de aquellas madres que trabajaban a jornada completa o media.

    No todo el mundo consideraba que las guarderas subvencionadas por el Estado constituan la mejor solucin al problema de la asistencia a los menores de 5 aos mientras sus madres trabajaban. El Ministerio de Trabajo haba sugerido anteriormente, en la guerra, que un sistema controlado de asistencia infantil de carcter voluntario se acomodara muy bien a la ideologa de integracin en tiempos blicos y declar que la propia ayuda es a menudo la mejor ayuda (aadiendo quiz por lo bajo y la ms barata). Este proyecto no fue bien acogido por los Sindicatos ni por el Gremio Cooperativo de Mujeres. Estos grupos estimaron que tales proyectos tenan un regusto a compostura y que no representaban la actitud apropiada respecto de la asistencia infantil (BLACKSTONE, 1971).

    En el apogeo de la guerra, hacia 1944, haba casi 15 veces ms guarderas que en 1939 y el nmero de nios acogidos se haba multiplicado por 10. La motivacin principal que impuls el establecimiento de guarderas en aquella poca resulta evidente por la estrecha intervencin del Ministerio de Trabajo en el proceso de creacin de tales guarderas de guerra. Entre los factores considerados por el Ministerio figuraron una valoracin de la urgencia de la demanda de mano de obra femenina en el rea correspondiente, y un anlisis del modo en que la dotacin de

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    guarderas asegurara que trabajaran ms mujeres casadas. El nexo creado en las mentes de los polticos entre dotacin de guarderas y mano de obra femenina tendra larga vida. En dcadas posteriores determinara un enfoque engaoso no slo respecto de las necesidades de las trabajadoras, sino tambin de las madres que optaban por quedarse en sus casas y, desde luego, respecto de los nios pequeos.

    LA POCA DE LA POSGUERRA Se ha afirmado con frecuencia que, tras la Segunda Guerra Mundial, las

    mujeres se vieron obligadas a abandonar sus trabajos y regresar a sus hogares. El Gobierno, se ha dicho, redujo drsticamente las dotaciones preescolares y luego utiliz las obras de psicoanalistas como BOWLBY para justificar sus acciones.

    Hay algo de cierto en este anlisis, pero no tiene en cuenta las complejidades del perodo. Desde luego, muchas mujeres regresaron a sus hogares. Sin embargo, y aunque algunas procedieron as porque estimaban que los puestos deban ser para los hombres y otras se vieron indudablemente obligadas a hacerlo en razn de la insuficiencia de guarderas, fueron probablemente muchas las que renunciaron a sus trabajos como consecuencia de unas decisiones racionales basadas en su conocimiento de las realidades del empleo femenino, por ejemplo: salarios bajos, jornadas largas, tareas tediosas y turnos prolongados. Otro factor influyente fue el hecho de que una determinada rea tuviera ya o no tradicin de empleo femenino; en lugares sin tal tradicin result menos probable que las mujeres trabajaran despus de la guerra. Las actitudes de los polticos, sin embargo, se hallaron intensamente determinadas por la creencia de que, de un modo natural, mujeres y nios se quedaran en el hogar.

    La Ley de Educacin de 1944 brind un rayo de esperanza a los partidarios de las votaciones preescolares. Facult a las autoridades locales a tomar medidas acerca de la educacin de los nios de 3 a 5 aos, pero no hizo obligatoria semejante tarea. En contraste, el Ministerio de Sanidad pareci resuelto a lograr que el sistema de guarderas establecido durante la guerra no se constituyera como base de posteriores evoluciones. En Abril de 1946, y con resultados drsticos, se redujo a la mitad la consignacin a las autoridades locales para la dotacin de guarderas. Una vez que stas tuvieron que competir con otros servicios en el reparto de los ingresos fiscales, se vio claramente que se hallaban a un nivel muy inferior en la escala de prioridades.

    Las mujeres no aceptaron pasivamente en todos los casos esta reduccin de los servicios. En Pudsey, un grupo de ellas despert la atencin de la nacin al decidir enfrentarse con la decisin municipal de cerrar una guardera diurna. Unas amas de casa ocupan una guardera titul el Daily Express que en Junio de 1946 informaba:

    Las madres se encerraron en la guardera diurna de Littlemore Road, Pudsey, durante el fin de semana y se negaron a abrir las puertas, por lo que la polica hubo de entrar por las ventanas. Era la primera protesta contra la decisin del Ayuntamiento de Pudsey de cerrar la guardera porque resultaba demasiado cara. La segunda protesta ser silenciosa. Treinta madres no se presentarn al trabajo en las fbricas locales... Tenemos que quedarnos en casa, dijeron, para cuidar de nuestros hijos.

    En este caso, las mujeres estaban empleando su fuerza como obreras de una industria prioritaria (la textil) para protestar y luchar por servicios de especial importancia para ellas mismas y para sus hijos.

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    Algunos municipios, y especialmente el Consejo del Condado de Londres, elaboraron proyectos para la expansin de programas preescolares en 1947. Pero las dificultades econmicas de la nacin determinaron una reduccin de los gastos del Estado en servicios sociales y, en consecuencia, impidieron que pudieran ponerse en marcha tales proyectos.

    Ms que desear que todas las mujeres volvieran a sus hogares, el Gobierno necesitaba desesperadamente el trabajo femenino en ciertas industrias que fortaleceran la estancada economa britnica. La dotacin de guarderas fue estimada como un medio de atraer al trabajo a las mujeres. Los debates parlamentarios revelaron que eran muchos los que no estaban convencidos del valor de la educacin preescolar; sin embargo, cuando se sopesaron las necesidades de los nios pequeos frente a las de la economa, gan esta ltima:

    En tiempos normales el lugar adecuado para los nios pequeos se halla en el hogar; por buena que pueda ser una guardera diurna no puede compararse con un buen ambiente hogareo. Pero los tiempos no son normales... resulta por completo intil que el Gobierno apele a las madres para que acudan a trabajar si no toma medidas en relacin con la asistencia a sus hijos.

    (Hansard, 12 de Junio de 1947)

    Evidentemente, para el parlamentario aqu citado las guarderas diurnas eran un mal menor. Tanto daba: para que pudiera terminar el racionamiento de tejidos y mejorar las exportaciones textiles, l estaba dispuesto a que los menores de 5 aos de la nacin recibieran tal asistencia inferior.

    Un ao ms tarde la parlamentaria Barbara Castle subrayara el nexo entre una creciente preocupacin por la dotacin preescolar y un aumento en el deseo del trabajo femenino:

    No es que antes de la guerra no hicieran falta, en la comarca de Lancashire, guarderas diurnas adecuadamente equipadas y mantenidas exista tal necesidad pero entonces haba una situacin diferente porque abundaba la mano de obra y los patronos no se vean obligados a crear estmulos para que las mujeres volvieran a la industria. Podan descansar con la seguridad de que las mujeres volveran a la industria porque estaran obligadas a hacerlo en razn del desempleo de sus maridos.

    (Hansard, 28 de Mayo de 1948)

    Esta actitud hacia los programas preescolares ha demostrado ser injusta. Como el compromiso para proporcionar dotaciones a los menores de 5 aos, ha dependido del deseo de los polticos de inducir a las mujeres a que se integraran en la fuerza laboral, los proyectos han sido fragmentarios, inadecuados, no accesibles universalmente y de un nivel inferior al de aquellos centros preescolares establecidos en atencin a las necesidades de los nios en la edad correspondiente.

    EL ESPECTRO DE LA PRIVACIN MATERNA Los aos de la posguerra se caracterizaron por una atmsfera en pro de la

    natalidad y de inters por la familia. La preocupacin por el descenso de los nacimientos dio pie a cierto nmero de medidas destinadas a facilitar la vida familiar, por ejemplo, los subsidios familiares. Dentro de este marco de pro-natalidad, las guarderas y los centros preescolares fueron postulados slo en cuanto liberaban a la madre, es decir hacan posible que tuviera ms hijos (RILEY, 1979). Las teoras de John BOWLBY acerca de los efectos nocivos de la privacin materna cobraron valor durante este perodo y no slo porque convinieran a la poltica del Gobierno.

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    La guerra determin cierto nmero de cambios. Haba comunidades fsicamente destrozadas por los bombardeos y que nunca se haban recobrado plenamente; las familias se trasladaron a nuevas viviendas en cuyo diseo no se tomaron en consideracin a la madre y al nio pequeo. Eran all escasas las posibilidades de socializacin para los adultos y de que los nios jugaran sin riesgos en reas comunales. Las madres se iban aislando cada vez ms. Las familias de la clase media, que antes de la guerra contaban an con servicio domstico, se vieron de repente en la necesidad de desenvolverse por s mismas. Las madres inexpertas contaban con escasas personas a las que recurrir en demanda de consejo o de seguridades. Las opiniones de BOWLBY no slo fueron presentadas de un modo persuasivo; es que adems parecan simples. Todo ira bien mientras la madre permaneciera con el hijo. La afirmacin de BOWLBY de que el amor materno en la primera infancia y en la niez es tan importante para la salud mental como las vitaminas y las protenas para la salud fsica (1953) resuma la opinin segn la cual las madres desempeaban un importante papel en el desarrollo de sus hijos hasta convertirse stos en adultos sanos y felices. Se ha examinado en otro lugar (vase, por ejemplo, DALLY, 1982) el proceso por el cual la maternidad fue idealizada durante este perodo; la pro-natalidad y las ideas de BOWLBY constituyeron influencias importantes dentro de este proceso.

    En los aos 50, la difusin de tales opiniones contribuy a amortiguar las demandas de dotaciones preescolares. Las madres obtenan su dosis de ideas de BOWLBY de toda una gama de fuentes, los medios de comunicacin, las revistas femeninas y los asistentes sanitarios que tendan a transmitir la doctrina del momento.

    Gran parte de lo que BOWLBY dijo fue errneamente presentado o entendido. Una mayor sensibilidad en el tratamiento de nios en los hospitales, y en su asistencia, debe indudablemente mucho a las teoras de BOWLBY, pero afirmaciones como la de que el trabajo a jornada completa de la madre debe ser considerado como fuente potencial de carencias en los nios (BOWLBY, 1952) eran emotivas y producan un sentimiento de culpa. En (la misma) lnea, declar que las madres de nios pequeos no deberan ser libres de ganar un sueldo (BOWLBY, 1952), postulando as un incremento de los subsidios familiares en tanto los hijos fuesen pequeos. No est claro si BOWLBY consideraba que as se reduciran las presiones econmicas sobre las familias, lo que a su vez determinara que las mujeres no desearan trabajar. Sin embargo, tales comentarios sugieren que, como muchos de sus contemporneos, crea que las mujeres trabajan slo en funcin de la remuneracin, opinin que posteriores encuestas perpetuaran a travs, por ejemplo, de la fraseologa de las preguntas (OAKLEY, 1981).

    Tambin resulta interesante la diferencia de trato de BOWLBY para madres y padres. A las madres sin marido deba otorgrseles una ayuda econmica para lograr que pudieran quedarse en casa y cuidar de sus hijos hasta que stos se hallaran en edad de adaptarse a los centros preescolares. Pero a los padres sin esposa tendra que proporcionrseles un servicio de asistencia domiciliaria. Se supona que el amor materno, tan esencial para los nios pequeos, era una caracterstica femenina y que probablemente una niera contratada sera ms capaz de proporcionrselo al nio que su propio padre.

    De modo semejante otros especialistas de la asistencia infantil como WINNICOTT (1967) y SPOCK (1958) subrayaron la importancia de la madre en los primeros aos del nio. En la mayora de los manuales de asistencia infantil de la poca aparece el supuesto segn el cual a todas las mujeres les resultara

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    estimulante, interesante y plena la vida en el hogar con un beb. No se haca referencia a las mujeres para quienes no fuera ste el caso o para las que vivan en condiciones que no eran precisamente ideales.

    Hablar de mujeres que no deseen ser amas de casa parece ser ignorar que en ningn lugar como en su propia casa, la mujer es tan duea de s misma.

    (WINNICOTT, 1967)

    Un comentario semejante no sera forzosamente considerado en la actualidad como respaldo de los placeres de la vida hogarea.

    Las teoras de BOWLBY no slo afectaron al modo en que se sentan las mujeres respecto a dejar a sus hijos pequeos, y consagrarse a sus propias ocupaciones, sino que adems tuvieron un impacto en los programas preescolares. Sus opiniones proporcionan una justificacin confeccionada para la escasez de dotaciones para educacin infantil, sobre todo respecto de los menores de 3 aos y tambin facilitaron la introduccin de guarderas a media jornada a finales de los 50 y durante la dcada de los 60. Muchas guarderas, abiertas slo durante las horas escolares, eran en la prctica una dotacin de media jornada para madres que trabajaban a jornada completa, pero los problemas de las madres crecieron considerablemente cuando los nios empezaron a asistir a centros preescolares en perodos de medio da. Motivo fundamental de la introduccin de la dotacin de media jornada fue el econmico, puesto que doble nmero de nios podan recibir una educacin preescolar por la misma cantidad que antes destinaba el Estado. Pero difcilmente poda resultar popular semejante razonamiento. Por eso, se present la nueva organizacin empleando justificaciones ms aceptables y ms orientadas hacia el nio, refirindose a la opinin de BOWLBY de que la separacin de madre e hijo, incluso despus de los 3 aos de edad, no deba ser demasiado larga.

    No existe constancia del efecto de estas teoras en las conciencias de muchas mujeres que tenan que ir a trabajar, ya fuere para proporcionar ingresos a su familia o para mantener su equilibrio mental. Tales teoras de la privacin materna ignoran por completo numerosas formas culturalmente diversas de asistencia infantil, desde las comunidades obreras estrechamente unidas que existan en muchas comarcas de la Gran Bretaa, a los kibbutzim, colectivos y familias amplias de otras regiones del mundo. Al fin y al cabo, hace muy poco tiempo que las familias de la propia Inglaterra se han tornado nucleares y que se espera de las mujeres que se dediquen por s solas a sus hijos sin pausa alguna ni para la madre ni para el nio.

    POSTERIORES EVOLUCIONES El esquema de la dotacin preescolar de ayuda estatal durante los aos 50

    estuvo considerablemente influido por la idea de que una mujer no debera estar trabajando si tena hijos pequeos. En el caso de que tuviera que hacerlo, poda resultarle accesible hacer uso de alguna dotacin, pero sta no se hallaba garantizada. Si se requera la asistencia diurna slo en razn del deseo de la madre de complementar los ingresos familiares yendo a trabajar, entonces el Ministerio de Sanidad sealaba que el Estado no tena por qu hacer frente a ese gasto (1951). Nueve aos despus, y pese a la creciente demanda de centros preescolares, el Gobierno volvi a retirar de nuevo la alfombra bajo los pies de los pequeos. Seal que no slo haba sido imposible realizar en 16 aos la expansin anunciada en

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    1944, sino que adems no exista intencin de proceder al respecto en un futuro prximo:

    En el momento actual no se pueden reservar fondos para la expansin de la educacin preescolar y, en especial, no cabe asignar unos profesores que hubieran podido, en otro caso, trabajar con nios en edad de escolarizacin obligatoria.

    (Ministerio de Educacin, 1960)

    En los aos 50 y 60 se registr un incremento en la cifra de nios cuyas madres trabajaban. Adems, y durante ese perodo, el Gobierno britnico desarroll un amplio programa de reclutamiento de mano de obra en el exterior. Los puestos que ofreca se caracterizaban generalmente por su baja categora y por su salario escaso y, a menudo, suponan jornadas de trabajo en horas infrecuentes. Quienes acudan a ocupar puestos hospitalarios o en el transporte pblico descubran que nadie haba pensado en las necesidades de trabajadores como ellos en cuanto a dotaciones flexibles de asistencia infantil.

    El trabajo a media jornada no resolva necesariamente el problema de la asistencia infantil, como revel hacia los aos 60 una encuesta con las madres (HUNT, 1968). Esta encuesta indic que una abrumadora mayora expresaba un deseo de asistencia a preescolares, incluso para los hijos menores de 2 aos. Las mujeres criticaban la dotacin existente, afirmando que era demasiado cara, demasiado lejana, que las horas no se acomodaban con las jornadas de trabajo de los padres y haba demasiadas solicitudes para cada centro. Once aos ms tarde la situacin no haba cambiado mucho:

    Estas guarderas [municipales] no son para madres trabajadoras. Es difcil conseguir trabajo a media jornada, al menos hasta las 12 del medioda. Yo slo poda obtener empleos con horarios de 7,30 de la maana a 1,30 de la tarde. Demasiado pronto para llevar a mi hija a la guardera y demasiado tarde para recogerla.

    (CRC,* 1976)

    Los problemas de las minoras tnicas eran an mayores que los de las familias blancas. Incluso en poca tan tarda como la dcada de los 70, en la que al parecer haba aumentado el inters oficial por el racismo, una encuesta revel que mientras ms de la mitad de los nios blancos del estudio contaban con guardera, ste slo era el caso del 17% de los nios negros y del 7% de los nios asiticos (CRC, 1975). Los investigadores indicaron adems que el acceso a las instalaciones preescolares, como guarderas diurnas, dependa de la persistencia, de la exposicin de un problema y de hacerse visibles a la autoridad local (CRC, 1975). Constituan graves obstculos al respecto la falta de familiaridad con el sistema y con la lengua.

    Entonces, como en dcadas anteriores, los nios de las minoras tnicas se enfrentaban al racismo no slo en trminos de obtener acceso a los centros para preescolares. Una vez que el nio haba conseguido la ansiada plaza en una guardera, comenzaba a operar el racismo que es caracterstico de la mayora de las instituciones, incluso centros preescolares, clases y guarderas diurnas. Los padres se encontraban en una posicin dbil. Se quejaban o retiraban a su hijo e iniciaban de nuevo la bsqueda de una asistencia preescolar?

    La encuesta realizada en 1965 por Audrey HUNT tuvo escaso efecto en la poltica correspondiente. Enfrentado con la evidencia de que las madres deseaban

    * CRC = Comisin de Relaciones comunitarias (N. del T.).

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    mayor nmero de plazas, el Ministerio de Sanidad permaneci imperturbable y respondi con viveza:

    Las guarderas fueron establecidas a partir de 1945 por las autoridades sanitarias locales para atender a las necesidades de asistencia diurna de ciertos nios por razones de salud y de beneficencia. Este servicio no se halla concebido para atender a la demanda de instalaciones diurnas subvencionadas por parte de madres que trabajen. El nmero de plazas proporcionadas es, por eso, considerablemente menor de lo que seala la demanda.

    (HUNT, 1968)

    Si se supone que las mujeres son expertas en asistencia infantil, resulta curioso que sus opiniones merecieran tan escasa atencin.

    ALTERNATIVAS A LA DOTACIN OFICIAL En razn de la insuficiencia de la ayuda estatal, las mujeres recurrieron cada

    vez ms despus de la guerra a quienes se dedicaban a prestar asistencia infantil y a la dotacin voluntaria de guarderas. En 1967 la diputada Joan LESTER declar en la Cmara de los Comunes que ya era tiempo de que el pas tomara una decisin respecto de las madres trabajadoras: De nada sirve animar a las madres de nios pequeos a que vuelvan al trabajo o colocarlas en una situacin econmica en que tenga que hacerlo, si no se les proporcionan los medios de asistencia para sus hijos pequeos (HANSARD, 24 de Abril de 1967). LESTER afirm que en 1965 haba 4,5 millones de menores de 5 aos y que, sin embargo, slo existan para ellos 21.000 plazas en las 448 guarderas diurnas de las autoridades locales. Tambin seal que en 1965 el nmero de nios en las guarderas privadas era 8 veces superior al de 16 aos antes y que se haban registrado aumentos semejantes en cuanto a las personas dedicadas a la asistencia infantil. .

    Aun conscientes de los problemas de la asistencia infantil (vase, por ejemplo, JACKSON y JACKSON, 1973), los Gobiernos todava elogiaban esta forma de atencin a la infancia puesto que se trataba de una disposicin flexible y el medio ms probable de que el nio pequeo contara con el cuidado continuo postulado por BOWLBY, si bien las investigaciones han revelado que la continuidad no es una de las ventajas ms considerables de este tipo de asistencia (MAYALL y PETRIE, 1983). El sistema resultaba tambin barato para el Ministerio de Hacienda. Esta actitud complaciente, sumada a la creencia de que cuanto hacen las personas en sus propias casas es cuestin suya, determin una inercia general respecto a mejorar el sistema de las nieras.

    Un aspecto que en particular ha tendido a descuidarse, es la experiencia de las familias de las minoras tnicas. Los nios de familias en donde el ingls no era la lengua del hogar, resultaban desfavorecidos en este tipo de asistencia. Una encuesta realizada en 1977-78 revel que al menos el 34% de las nieras se mostraban opuestas a aceptar nios que no hablaran el ingls y/o que fueran de procedencia tnica diferente de la suya (MAYALL y PETRIE, 1983). Un nio cuya lengua del hogar no sea el ingls tropieza con una doble traba. Si la madre puede hallar una niera angloparlante que acepte a su hijo, surgen problemas. No es slo que la madre y la niera no puedan intercambiar con facilidad informaciones, sino que adems el nio y la niera sufren evidentemente dificultades en la comunicacin. Por aadidura, el nio padece la falta de oportunidades suficientes para desarrollar y ampliar el idioma de su hogar. El estudio realizado en 1975 por la Comisin de Relaciones en la Comunidad descubri que, si se asignaba un nio de una minora tnica a una niera de su misma procedencia tnica y lingstica,

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    surgan una serie de problemas diferentes. Esta vez giraban en torno a las dificultades experimentadas por nieras de las minoras tnicas para obtener acceso a los servicios asistenciales de apoyo; como les sucede a sus clientes, tales nieras se ven a menudo agobiadas por sus malas condiciones ambientales.

    Un excelente ejemplo de la dotacin voluntaria que se desarroll en los 60 y en los 70 fue el movimiento de los grupos de juego cuya historia ha sido bien documentada en otro lugar (BLACKSTONE, 1971; VAN DER EYKEN, 1977). Se trata indudablemente de una disposicin preescolar valiosa, realizada por personas de gran dedicacin e inters; pero los polticos que han cubierto de alabanzas el movimiento parecen no haber comprendido que los grupos de juego constituyen esencialmente un recurso de la clase media. El acceso a los tipos de destreza requeridos y las prestaciones necesarias tienden a concentrarse en las clases medias. Por aadidura, la insistencia en la implicacin de los padres y en las medias jornadas tiende a excluir a la madre trabajadora ya su hijo.

    A las mujeres blancas que trabajan a jornada completa les resulta difcil lograr procedimientos satisfactorios para la asistencia infantil. Y no slo en razn de las insuficiencias del sistema, sino tambin porque, con frecuencia, los patrones no se muestran dispuestos a otorgar tiempo libre que permita a las madres instalar a sus hijos, cuidar de ellos cuando estn enfermos o recurrir a los administradores municipales para lograr, por ejemplo, que les paguen una niera. A las mujeres de las minoras tnicas les resulta an ms difcil. Las familias pertenecientes a dichos grupos tienden a concentrarse en zonas de viviendas deficientes y representan una gran proporcin en los grupos de ingresos bajos; resulta probable que las mujeres de las minoras tnicas tengan empleos de salarios inferiores y que a menudo trabajen ms horas. El estudio de la CRC advirti, en 1975, que

    las madres de las minoras tnicas eran menos capaces que las blancas de obtener la dotacin de asistencia diurna, tan anhelada por la mayora; tenan menos acceso a los servicios subvencionados o gratuitos (centros preescolares diurnos y guarderas), experimentaban una dificultad mayor para encontrar nieras cerca de su casa y descubran que sus posibilidades en cuanto a asistencia infantil resultaban ms limitadas.

    LOS HOMBRES Y LOS MENORES DE 5 AOS Los hombres apenas han aparecido en este captulo excepto como

    financiadores y expertos en asistencia infantil. Este hecho no es una censura respecto a lo que deberan hacer en relacin con la asistencia y educacin de los menores de 5 aos, sino ms bien del sexismo que ha habido y sigue existiendo en todo el sector de la asistencia a los menores de 5 aos. Al igual que con las mujeres, el papel de los hombres en la familia comenz a cambiar radicalmente al comienzo del siglo XIX cuando empezaron a trabajar fuera de casa en proporcin creciente. Antes, padres e hijos vivan, trabajaban y se desarrollaban juntos. Existen datos de que no era infrecuente que los hombres, sobre todo los de la clase trabajadora, participasen en la asistencia infantil y en las tareas domsticas, especial mente si la esposa tena un empleo. No suceda as en los hogares de la clase media, posiblemente porque aqu se utilizaba a la servidumbre.

    En Staffordshire, por ejemplo, y durante la segunda mitad del siglo XIX, no resultaba raro ver a un hombre limpiando y barriendo, cuidando de los nios e incluso acostndoles aquellas noches en que las mujeres se dedicaban a lavar la ropa; de forma semejante la esposa de un minero eduardiano deca de su marido: Le he visto baarles cuando (los nios) eran pequeos... Cocina o por lo menos

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    ayuda a cocinar (ambas citas en THOMPSON, 1975). Sin embargo, esos hombres no participaban igualmente en la asistencia infantil y en los trabajos domsticos y quienes consideraban que, como aportadores de la parte principal de los ingresos, merecan un rango diferente, siempre contaban con acuerdos sociales que les respaldaban: Era inadmisible en aquellos tiempos que un hombre empleara aguja e hilo... De un chico no se esperaba que cocinara, lavara o hiciera las camas (THOMPSON, 1977).

    A comienzos del siglo XX, las costumbres sociales garantizaban que la mayora de los hombres se mantuviesen apartados de los chicos pequeos. Ms tarde, los asesores y los especialistas en asistencia infantil que irnicamente eran en su mayora hombres contribuyeron a perpetuar la situacin. El conductista WATSON, cuyas opiniones se impusieron durante el periodo entre las dos guerras, advirti que una buena oportunidad para que los padres pasaran cierto tiempo con sus hijos era el momento de antes de acostarse: el nio se acostumbra a la sociedad varonil y tiene la oportunidad de hacer preguntas a su padre (HARDYMENT, 1984). En los aos 50 BUXBAUM subray la importancia del padre al proporcionar una figura de papel masculino. Esta autora menciona las dificultades de una familia en que la madre trabajaba mientras que el padre permaneca en casa; el terrible resultado de la situacin consista en que el chico de 6 aos insista en imitar a su padre y acometa tareas femeninas como cocinar y limpiar (BUXBAUM, 1951). BOWLBY (1952) se refiere al padre, pero slo para destruir cualquier idea que ste pueda albergar respecto de su importancia para el nio pequeo:

    a los ojos del nio pequeo, el padre desempea un papel secundario y su valor aumenta slo a medida que disminuye la vulnerabilidad del nio a la privacin... (Pero) como saben los hijos ilegtimos, los padres desarrollan un papel incluso durante la primera infancia. No slo proporcionan la manutencin, de modo que sus esposas puedan dedicarse sin trabas al cuidado del beb sino que apoyan emocionalmente (a la madre).

    WINNICOTT (1967) se hizo eco de esta opinin. El padre puede ayudar, reconoci, aunque, no consiga penetrar en el crculo mgico que la madre puede formar con sus brazos y en cuyo centro se halla el beb. Sin embargo, los padres no tenan por qu sentirse totalmente rechazados, puesto que WINNICOTT consideraba que su conocimiento del mundo les permitira elegir juguetes adecuados para sus hijos tarea que la madre era evidentemente incapaz de realizar, aislada, como se hallaba, en casa. A lo largo de los textos de asistencia infantil de este perodo, se da por supuesto que el padre estar fuera de casa durante la mayor parte del da y que su papel se limita al de dispensador y protector.

    Esta falta de responsabilizacin de los hombres en la asistencia y educacin de los nios muy pequeos determin, probablemente, el rango inferior de quienes se dedicaban a la asistencia infantil (tanto pagada como no pagada) y tambin la trivializacin de la tarea que supone el cuidado y la educacin de los menores de 5 aos. Adems, y a pesar del incremento del nmero de progenitores solos que en la prctica son mujeres mayoritariamente los hombres se han mostrado en especial insensibles a las dificultades con que se enfrentan los progenitores solos, sobre todo en trminos de asistencia infantil.

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    CONCLUSIN Resulta paradjico que psiclogos evolutivos, psicoanalistas y mdicos, hayan

    destacado al unsono la importancia singular de los primeros 5 aos de un individuo y que, sin embargo, los Gobiernos britnicos se hayan negado firmemente a reconocer este hecho a travs de la dotacin de medios financieros y de apoyo adecuados para el desenvolvimiento de los nios pequeos. Aunque en los aos 60, como en dcadas anteriores, fue vigorosamente respaldada la dotacin preescolar cuando serva al propsito de inducir a las madres a que volvieran al trabajo (esta vez como profesoras), la historia reciente de la dotacin preescolar es, por lo general, deprimente. El Libro Blanco de 1972 pareci por fin otorgar a la educacin infantil el puesto que se merece, a travs de sus recomendaciones de expansin. Pero, leyendo entre lneas, se muestra evidente que incluso este documento se halla orientado hacia la clase media; se postula la dotacin de centros preescolares a jornada completa, pero los horarios no resultan adecuados cuando los padres trabajan a jornada completa o en turnos. Aun as, si los objetivos del Libro Blanco hubiesen sido alcanzados, se habra dado un paso en la direccin adecuada.

    En razn de las actitudes sexistas hacia las madres trabajadoras, de la falta de estmulos (por parte de quienes elaboran la poltica correspondiente, tanto en los sectores pblicos como en los privados) para que los hombres participen verdaderamente en las responsabilidades de la asistencia infantil y de la prioridad, por lo general baja, que los menores de 5 aos tienen para los polticos, el desarrollo de la dotacin preescolar ha padecido siempre el que se la estimase como algo adicional que el Estado puede permitirse descuidar. Como un alto funcionario de Educacin dijo en 1975: Tenemos que lanzar por la borda todo lo que podamos para mantener a flote el barco. Por desgracia los programas preescolares son uno de los captulos de ms fcil lanzamiento (DAY, 1975).

  • CAPTULO III

    UN EXAMEN COMPARATIVO DE LOS PROGRAMAS PREESCOLARES CONTEMPORNEOS

    Por Sue DUXBURY

    El desarrollo de los programas preescolares en Gran Bretaa ha estado influido por viejas tradiciones familiares y por antiguos esquemas de crianza infantil, por la arraigada creencia de que el cuidado de los nios es fundamentalmente responsabilidad de las mujeres y por la ausencia de datos objetivos referentes a los efectos, a largo plazo, de diferentes experiencias infantiles. Por aadidura, tales programas no son obligatorios y por eso tienden a ser considerados como perifricos, basndose considerablemente en las iniciativas voluntarias y de autoayuda. La asistencia y la educacin quedan polarizadas, creando una disgregacin posterior en dotacin, que refleja una divisin en la actitud de la sociedad no slo respecto de los nios sino tambin de las mujeres, los padres y los trabajadores en la economa. Este captulo examina la relacin entre las oportunidades laborales de las mujeres y la asistencia infantil, estudia las disposiciones britnicas, comparndolas con las de Europa y otros lugares y, por ltimo, estima las perspectivas de una evolucin posterior.

    MUJERES, TRABAJO Y ASISTENCIA INFANTIL En la actualidad, y en Gran Bretaa, las mujeres que salen a trabajar son ms

    que en cualquier otro perodo de paz, tendencia que se advierte en toda Europa. Nada menos que el 69% de las mujeres de edades comprendidas entre los 16 y los 59 aos participan en una actividad econmica y la mayora vuelven a trabajar despus de cada parto con una pausa cada vez ms corta (MARTIN y ROBERTS, 1984). El mayor incremento corresponde al trabajo a media jornada, lo que en parte refleja la falta de dotaciones de asistencia infantil.

    Segn el Censo de 1981, haba 2,6 millones de asalariadas con hijos dependientes. Sin embargo, lo que ms influye en la vuelta de una madre al trabajo es la edad de su hijo menor y la accesibilidad a centros asistenciales infantiles adecuados (CUNNINGHAM y CURRY, 1981, MARTIN y ROBERTS, 1984). El grupo con la proporcin ms baja de mujeres trabajando fuera de sus casas es el de madres de nios preescolares, cosa que no sucede en muchos otros pases (BOUCHER, 1982, MARTIN y ROBERTS, 1984, PICHAULT, 1984).

    Sera mayor el nmero de mujeres trabajadoras en Gran Bretaa si sus compromisos domsticos no se lo impidieran y, como los hombres, la mayora de las mujeres que pretenden trabajar, obran impulsadas por la necesidad econmica (CHANEY, 1981). Se halla bien documentada la depresin que padecen las madres con hijos pequeos que se ven obligadas a permanecer en el hogar (BROWN y HARRIS, 1978) e indudablemente el trabajo proporciona contactos sociales, una capacidad para ganar salarios y una credibilidad personal. Pero la adecuacin de horarios es el