11 solemnidad de la junio santísima trinidad (ciclo a)...

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Texto Litúrgico Directorio Homilético Exégesis Comentario Teológico Santos Padres Aplicación Información 11 junio Solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo A) – 2017

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Texto Litúrgico

Directorio

Homilético

Exégesis

Comentario

Teológico

Santos Padres

Aplicación

Información

11junio

Solemnidad de laSantísima Trinidad

(Ciclo A) – 2017

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Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa

Solemnidad de la Santísima Trinidad (A)

(Domingo 11 de junio de 2017)

LECTURAS

El Señor es un Dios compasivo y bondadoso

Lectura del libro de Exodo 34, 4b-6. 8-9

En aquellos días:

Moisés subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando

las dos tablas en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto

a él. Moisés invocó el nombre del Señor.

El Señor pasó delante de él y exclamó: «El Señor es un Dios compasivo y

bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad».

Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: «Si realmente me has brindado tu

amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo

obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu

herencia».

Palabra de Dios.

SALMO Dn 3, 52-56

R. A ti, eternamente, gloria y honor.

Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres,

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alabado y exaltado eternamente.

Bendito sea tu santo y glorioso Nombre,

alabado y exaltado eternamente. R.

Bendito seas en el Templo de tu santa gloria,

aclamado y glorificado eternamente por encima de todo.

Bendito seas en el trono de tu reino,

aclamado por encima de todo y exaltado eternamente. R.

Bendito seas Tú, que sondeas los abismos

y te sientas sobre los querubines,

alabado y exaltado eternamente por encima de todo.

Bendito seas en el firmamento del cielo,

aclamado y glorificado eternamente. R.

La gracia de Jesucristo, el amor de Dios

y la comunión del Espíritu Santo

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto

8, 14-17

Hermanos:

Por último, hermanos, alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos

a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz

permanecerá con ustedes.

Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos.

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo

permanezcan con todos ustedes.

Palabra de Dios.

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ALELUIA Cf. Apoc 1, 8

Aleluia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,

al Dios que es, que era y que vendrá.

Aleluia.

EVANGELIO

Dios envió a su Hijo

para que el mundo se salve por Él

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 16-18

Dijo Jesús:

Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él

no muera, sino que tenga Vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se

salve por él.

El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha

creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Palabra del Señor.

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GUION PARA LA MISA

Guión de la Solemnidad de la Santísima Trinidad- Ciclo A- 11 de Junio 2017

Entrada: Toda la liturgia es un culto incesante y perfecto al misterio de la Santísima

Trinidad de donde nos vienen todos los dones y gracias necesarios para la salvación

de nuestras almas.

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Liturgia de la Palabra

Primera Lectura: Éxodo 34, 4b- 6.8- 9

Sabiendo Moisés que el Dios de Israel es compasivo y misericordioso, le pide que el

pueblo sea su herencia predilecta.

Salmo Responsorial: Daniel 3, 52- 56

Segunda Lectura: 2Corintios 13, 11- 13

La unidad en la caridad entre los cristianos manifiesta el misterio de comunión

intratrinitaria.

Evangelio: Juan 3, 16- 18

El amor de Dios se ha manifestado al haber enviado al mundo a su Hijo para que todo

el que crea en Él se salve.

Preces: Ssma Trinidad 2017

Contemplando las misericordiosas bendiciones de Dios, oremos hermanos al

Dios Uno y Trino con la certeza de ser escuchados.

A cada intención respondamos cantando:

Pidamos al Verbo hecho hombre la gracia de que todos los cristianos comprendan la

unión vital que existe entre El y cada uno de sus miembros, como su cuerpo místico,

la Iglesia.

Pidamos al Espíritu Santo, que bendiga los propósitos que ha hecho la Iglesia junto al

Santo Padre en esta semana dedicada a orar por la unidad de toda la Iglesia.

Oremos.

Pidamos por los más pobres, que son las almas que no viven en gracia de Dios, por

los enemigos de la Iglesia, por aquellos más necesitados de nuestras oraciones y

sacrificios. Oremos

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Pidamos a Dios por todos nosotros aquí reunidos; nos conceda el don de una oración

cada vez más contemplativa para descubrir las huellas de su presencia en todas las

creaturas. Oremos

Padre de bondad, acepta nuestra oración y concédenos lo que movidos por el

Espíritu nos animamos a pedir. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Liturgia Eucarística

Ofertorio:

Presentamos:

+ Incienso, y con él nuestro mas profundo acto de adoración que le debemos en

justicia;

+ Pan y vino, por los que nos ofrecemos a nosotros mismos en unión al Hijo,

redentor nuestro.

Comunión: Venid a mi alma, Santísima Trinidad y haz de ella, por esta santa

comunión, una morada permanente de nuestros divinos coloquios.

Salida: María, Templo y gloria de la Santísima Trinidad, haga de nosotros almas

interiores capaces de contemplar a Dios y sus maravillas.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _

Argentina)

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Inicio

Directorio Homilético

Solemnidad de la Santísima Trinidad

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CEC 202, 232-260, 684, 732: el misterio de la Trinidad

CEC 249, 813, 950, 1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia

CEC 2655, 2664-2672: la Trinidad y la oración

CEC 2205: la familia como imagen de la Trinidad

202 Jesús mismo confirma que Dios es "el único Señor" y que es preciso amarle con

todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc

12,29-30). Deja al mismo tiempo entender que él mismo es "el Señor" (cf. Mc 12,35-

37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario

a la fe en el Dios Unico. Creer en el Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida",

no introduce ninguna división en el Dios único:

Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios,

inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu

Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza absolutamente

simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).

I "EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO

Y DEL ESPIRITU SANTO"

228 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu

Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar

su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides omnium christianorum in Trinitate

consistit" ("La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (S.

Cesáreo de Arlés, symb.).

229 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del

Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Profesión de fe del Papa Vigilio en

552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo

único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.

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230 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida

cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros

misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y

esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la

salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el

Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a

los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).

231 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el

misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de

la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del

Espíritu Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y

de santificación (III).

232 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la "Oikonomia",

designando con el primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con

el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la

"Oikonomia" nos es revelada la "Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia",

quien esclarece toda la "Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo;

e inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras.

Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se muestra en

su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su

obrar.

233 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los "misterios

escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto"

(Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en

su obra de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la

intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola

razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío

del Espíritu Santo.

II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD

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El Padre revelado por el Hijo

234 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La

divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres".

En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10).

Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don de la Ley a Israel, su

"primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es

muy especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están

bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

235 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica

principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad

transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus

hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen

de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la

inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve

así de la experiencia humana de los padres que son en cierta manera los primeros

representantes de Dios para el hombre. Pero esta experiencia dice también que los

padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de

la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción

humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la

paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida

(cf. Ef 3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

236 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en

cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual

eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre,

ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"

(Mt 11,27).

237 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio

estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col

1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

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238 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el

año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al

Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo concilio ecuménico, reunido en

Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo

de Nicea y confesó "al Hijo Unico de Dios, engendrado del Padre antes de todos los

siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado,

consubstancial al Padre" (DS 150).

El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu

239 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el

Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas"

(Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn

14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn

16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con relación a

Jesús y al Padre.

244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo

es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como

por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14).

El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en

plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio

ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y

dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre

como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490).

Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El

Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre

y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se

dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo"

(Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año

381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).

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246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del

Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo

tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto

del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración...Y porque

todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a

excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del

Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-

1301).

247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en

Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y alejandrina, el

Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. DS 284) antes

incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el

símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la

liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de

Nicea-Constantinopla por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no

convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen primero del

Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre"

(Jn 15,26), esa tradición afirma que este procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La

tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial entre el

Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice

"de manera legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden

eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el Padre

sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin principio" (DS 1331), pero

también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea con él "el único principio de que

procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon II, 1274: DS 850). Esta legítima

complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad

del mismo misterio confesado.

III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE

La formación del dogma trinitario

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249 La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la

raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo. Encuentra su

expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y

la oración de la Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos

apostólicos, como este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor

Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos

vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,4-6).

250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria

tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los

errores que la deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por

el trabajo teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del

pueblo cristiano.

251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una

terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: "substancia",

"persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una

sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos

destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más

allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).

252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por

"esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término

"persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su

distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su

distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.

El dogma de la Santísima Trinidad

253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres

personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las

personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es

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enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el

Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por

naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es

esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán

IV, año 1215: DS 804).

254 Las personas divinas son realmente distintas entre si. "Dios es único pero no

solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente

nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre

sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu

Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos

entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es

engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804).

La Unidad divina es Trina.

255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las

personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las

relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el

Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin

embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se

cree en una sola naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En

efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de

Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el

Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo;

el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS

1331).

256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado

también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:

Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el

cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los

placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Os la

confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la

doy como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y

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Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta.

Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o

grado inferior que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno,

considerado en sí mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en

conjunto...No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña

con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me

posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).

IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS

257 "O lux beata Trinitas et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y

unidad esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz

sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar

libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef

1,9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado,

"predestinándonos a la adopción filial en él" (Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la

imagen de su Hijo" (Rom 8,29) gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este

designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido

inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la

historia de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu,

cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).

258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque

la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene

una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre,

el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio"

(Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la

obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo

Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas,

un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en

quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las

misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que

manifiestan las propiedades de las personas divinas.

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259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la

propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es

comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El

que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo

hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).

260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la

unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora

somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me ama -dice el

Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos

morada en él" (Jn 14,23).

Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo

para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la

eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable, sino

que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma.

Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje

jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe,

en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora (Oración de la Beata Isabel

de la Trinidad).

CAPITULO PRIMERO: EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA

Artículo 1: LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD

I. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA

1077. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha

bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por

cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e

inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus

hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para

alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).

1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su

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bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado al hombre,

este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias.

1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios

es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la

Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación como

una inmensa bendición divina.

1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al hombre y

la mujer. La alianza con Noé y con todos los seres animados renueva esta bendición

de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita".

Pero es a partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia

humana, que se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su

fuente: por la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la

historia de la salvación.

1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos y

salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Exodo), el don de la

Tierra prometida, la elección de David, la Presencia de Dios en el templo, el exilio

purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que

tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones divinas y

responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de gracias.

1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente revelada y

comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las

bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y

resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y por él derrama en nuestros

corazones el Don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo.

1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las

"bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene

una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el

Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su Don inefable" (2 Co 9,15)

mediante la adoración, la alabanza y la acción de gracias. Por otra parte, y hasta la

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consumación del designio de Dios, la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la

ofrenda de sus propios dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta

ofrenda, sobre ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por

la comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del

Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de su

gracia" (Ef 1,6).

II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA

Cristo glorificado...

1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su

Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos

por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y

acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que

significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio

pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba

con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el

único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita

de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm

6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero

absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego

pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario,

no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la

muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa

de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene

permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección

permanece y atrae todo hacia la Vida.

...desde la Iglesia de los Apóstoles...

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1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también

a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a

toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha

liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre,

sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el

sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)

1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su

poder de santificación (cf Jn 20,21-23); se convierten en signos sacramentales de

Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores.

Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es

sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.

...está presente en la Liturgia terrena...

1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su

obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los

actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del

ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces

se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está

presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es

Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla

cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la

Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres

congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).

1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente

glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su

esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)

...que participa en la Liturgia celestial.

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1090 "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial

que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como

peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del

santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo

el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con

ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que

se manifieste El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC

8; cf. LG 50).

III EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA

1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el

artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de la Nueva

Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de

la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él

ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia

viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.

1092 En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa

de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la salvación: prepara

la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la

asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador;

finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.

El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo

1093 El Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la Antigua

Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente en la

historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2), la Liturgia de la Iglesia

conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos

elementos del culto de la Antigua Alianza:

– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;

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– la oración de los Salmos;

– y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades

significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo (la Promesa y

la Alianza; el Exodo y la Pascua, el Reino y el Templo; el Exilio y el Retorno).

1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14-16) se articula la

catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13-49), y luego la de los Apóstoles y de los

Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto

bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis

"tipológica", porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la

anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta

relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2

Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo

(cf 1 P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la

figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del desierto

prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn 6,32).

1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y

sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos acontecimientos de la

historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la

catequesis ayude a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la Economía

de la salvación, tal como la Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.

1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida

religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a

comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia cristiana. Para los judíos y para los

cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas liturgias: para

la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración de

alabanza y de intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia

divina. La liturgia de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la oración

judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus

paralelos también en ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más

venerables, por ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran

también en modelos de la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia

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cristiana, pero también la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles

en las grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los judíos

celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el porvenir en los judíos;

Pascua realizada en la muerte y la resurrección de Cristo en los cristianos, aunque

siempre en espera de la consumación definitiva.

1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la

celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la

Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu Santo"

que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las

afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.

1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo

bien dispuesto". Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu

Santo y de la Asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo

tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre.

Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la

celebración misma y a los frutos de Vida nueva que está llamada a producir.

El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo

1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de

salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros

sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es

la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).

1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea

litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios

que es anunciada para ser recibida y vivida:

La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es

máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía,

y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos están

impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su significado las acciones

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y los signos (SC 24).

1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las

disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A

través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de una

celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con

Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el

sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.

1102 "La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón

de los creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la

comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a

una enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso, con

miras a la Alianza entre Dios y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la

gracia de la fe, la fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es

ante todo comunión en la fe.

1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones

salvíficas de Dios en la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y

palabras intrínsecamente ligadas; ... las palabras proclaman las obras y explican su

misterio" (DV 2). En la Liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la

Asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las

acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace

memoria" de las maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El

Espíritu Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la acción

de gracias y la alabanza (Doxologia).

El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo

1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron,

sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra,

no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene

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lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio.

1105 La epíclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote

suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan

en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan

ellos mismos en ofrenda viva para Dios.

1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración

sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía:

Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino...en Sangre

de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa

toda palabra y todo pensamiento...Que te baste oír que es por la acción del Espíritu

Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor,

por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana (S. Juan Damasceno, f.o., IV,

13).

1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del

Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza

nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el

Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo

acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14;

2 Co 1,22).

La comunión del Espíritu Santo

1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en

comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la

viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga 5,22). En la

Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y la Iglesia. El

Espíritu de Comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia

es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos.

El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad

Santa y comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).

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1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la

Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor

de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben permanecer

siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración eucarística. La Iglesia,

por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los

fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de

Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el

testimonio y el servicio de la caridad.

La oración al Padre

2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o

individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si

oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino

por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.

La oración a Jesús

2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración

de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al

Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo.

Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo

Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las

invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador,

Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra,

nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...

2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su

encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3,

14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y

nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús

contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación.

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Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que

contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque

su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2,

21; 3, 15-16; Ga 2, 20).

2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la

oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual,

transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación:

"Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de nosotros, pecadores!" Conjuga el

himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf

Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los

hombres y con la misericordia de su Salvador.

2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la

oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se

dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra y fructifica con

perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo" porque no es una ocupación

al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura

toda acción en Cristo Jesús.

2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su

Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los

hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía

Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al

Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.

“Ven, Espíritu Santo”

2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co

12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien,

con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que él nos

enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por

eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al

comenzar y al terminar cualquier acción importante.

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Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si

debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio

Nacianceno, or. theol. 5, 28).

2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de

Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús

insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don

del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más sencilla y la

más directa es también la más tradicional: "Ven, Espíritu Santo", y cada tradición

litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el

fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).

Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en

todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en

nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina. Tropario de

vísperas de Pentecostés).

2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro

interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración.

Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo

Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la

oración cristiana es oración en la Iglesia.

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Exégesis · P. José María Solé - Roma, C.F.M.

Éxodo 34, 4-6. 8-9:

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Moisés sube al Sinaí a renovar la Alianza que el pueblo acaba de quebrantar con un

masivo acto de idolatría. Los que vivimos plenamente en la Nueva Eterna Alianza

leemos con grande provecho esta página de la Escritura. La Antigua Alianza

prefiguraba y preparaba la Nueva:

— Dios se revela a Moisés como Misericordioso y grande en Gracia y Fidelidad (6).

En la Nueva Alianza gozamos la máxima revelación de Dios: la Encarnación del Hijo

de Dios. San Juan, que ha visto tan de cerca esta suprema revelación de Dios, nos

dirá: «Y el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros. Y contemplamos su Gloria;

Gloria del Unigénito del Padre, lleno de Gracia y Fidelidad» (Jn 1, 14). En la Nueva

Alianza todos vemos y gozamos la Gracia y Fidelidad de Dios. Las vemos y gozamos

reveladas claramente en el Hijo de Dios Encarnado.

— Moisés se atreve a pedir a Dios: «Si he hallado gracia a tus ojos, ¡oh Señor!,

dígnese mi Señor venir en medio de nosotros» (5). Y el Señor acogió benigno esta

audaz plegaria. El Tabernáculo, el Arca Santa, era Trono de Yahvé: «Allí me

encontraré contigo. Allí hablaré contigo» (Ex 25, 22; Dt 4, 7). Presencia que

llamaríamos convivencia. Y, sin embargo, era sólo signo y prenuncio de una realidad

que la sobrepasaría infinitamente en la Nueva Alianza: «Y el Verbo se hizo carne. Y

fijó entre nosotros su Tabernáculo» (Jn 1, 14). La presencia de Dios se ha hecho tan

cercana, tan sensible, tan amable, que dirá San Juan: «Al que existía desde el

principio, al Verbo de la Vida, le hemos oído; y le hemos visto con nuestros ojos, y le

hemos contemplado, y le han tocado nuestras manos» (1 Jn 1, 1). En la Nueva

Alianza seguimos gozando la presencia y convivencia del que es «Emmanuel»

(=Dios-con-nosotros): «Con vosotros estaré hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 20).

Presencia y convivencia que en la condición que nos cumple a los que somos aún

viadores tiene su máxima y plena realidad en la Eucaristía: Presencia personal y

sustancial.

— También las dos peticiones de Moisés a Dios: «Perdona nuestros pecados y

haznos tu heredad» (9), van a tener su cabal cumplimiento en la Nueva Alianza. Por

Cristo nuestro Mediador y Redentor quedan expiados y abolidos todos los pecados.

Por Cristo se nos participa la vida divina y la divina filiación; y somos ya familia de

Dios: sus hijos.

2 CORINTIOS 13, 11-13:

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San Pablo cierra su Carta y despídese de sus neófitos. Y sólo esta cláusula de

despido valdría para hacerle inmortal:

— Resume como en ramillete espiritual los consejos ascéticos que les ha ido dando a

lo largo de la Carta. Y sintetiza y quintaesencia la ascética cristiana en el ejercicio de

estas virtudes: «Estad alegres, trabajad en vuestra perfección, dejaos amonestar,

vivid concordes, defended la paz» (11). Quien llene este programa escala las cimas

de la santidad.

— Pone ante nuestros ojos el premio y gozo que acompaña a todo cristiano digno de

este nombre: «Y el Dios de la Caridad y de la Paz morará en vosotros» (11b). Se ve

clara la alusión a Ex 34, 5. Dios, que es Dios de Gracia y Fidelidad, de Misericordia y

Verdad, de Amor y de Paz, morará con nosotros. La presencia divina se traduce en

una fructificación generosa de Caridad, Gozo y Paz (Gál 5, 22). Nunca falla esta ley

de la vida cristiana. Y por ello el signo y termómetro para conocer y medir la

presencia de Dios en nosotros y en nuestras comunidades es atender a la caridad y a

la paz que hay en nuestro corazón y en nuestro ambiente; a la unidad y armonía en

que fructifican las celebraciones eucarísticas.

— Por fin sella y rubrica la Carta San Pablo con una magnífica invocación Trinitaria:

«La Gracia del Señor Jesús, la Caridad de Dios y la Comunión del Espíritu Santo sea

con todos vosotros» (12). El Padre nos ama. Todo depende del Amor del Padre. La

Obra Salvífica y nuestra elección personal son Amor del Padre a nosotros.

— El Hijo nos redime, expía nuestros pecados y nos retorna a la gracia del Padre. El

Hijo nos hace partícipes de su filiación y nos deja agraciados a los ojos del Padre. El

Padre nos ve ya y nos ama en Cristo.

— El Espíritu Santo hace llegar a nosotros la Vida Eterna, la Vida Divina. Nos entra y

nos engolfa en el océano de la Vida, del Amor y del Gozo de Dios. La vida cristiana

es trinitaria.

JUAN 3, 16-18:

En el N. T. hemos conocido el misterio Trinitario por revelación de Jesús. En la lectura

de hoy se nos recuerda el Discurso o Diálogo de Jesús con Nicodemo:

— Jesús revela a Nicodemo: Dios es Amor; y a la vez le muestra el acto supremo, la

obra maestra de Dios, la máxima manifestación de su amor a nosotros: «Así amó

Dios al mundo que le envió su propio Hijo Unigénito» (16).

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— Jesús se declara «Hijo Unigénito: Enviado del Padre al mundo». La denominación

«Hijo» no es mera apropiación. Es el «Unigénito». Reclama para Sí una relación con

Dios que sólo a Él le cumple. Pero le cumple con pleno derecho. Es el Hijo de Dios.

Es el Unigénito del Padre.

— Y Jesús da tanto relieve a esta revelación que lo esencial de la fe cristiana, tan

esencial que en ello nos va la salvación, es creer y confesar que Jesús es Mesías-

Hijo Unigénito de Dios (18): «El que no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios

queda ya condenado.» Él, sólo Él, puede salvarnos. Quien, pues, no acepta a este

Salvador queda condenado sin remedio.

— El Bautismo nos obliga a una personal y fervorosa vivencia del misterio Trinitario.

Somos por el Bautismo, adoradores: Del Padre que nos otorga la vida de la gracia,

por la cual somos partícipes y consortes de la naturaleza divina (2 Pe 1, 4).

Del Hijo que nos hace partícipes de su filiación y coherederos con Él del amor y de la

gloria del Padre (Rom 8, 17).

Del Espíritu Santo que nos consagra templos santos de Dios e instala en nosotros su

morada (Rom 8, 11). De esta Vida Divina debemos ser

Conscientes: «Iluminados los ojos de nuestro corazón» (Ef 1, 18).

Consecuentes: «Los hijos de Dios por el Espíritu de Dios son guiados» (Rom 8, 14).

Fervientes: «Que os enfervorice el Espíritu Santo» (Rom 12, 11).

Vida Divina que incesantemente crece y se desarrolla; fructifica para gloria de Dios en

obras de santidad; se comunica e irradia a infinitas almas.

SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp.

137-140

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Comentario Teológico· Reginald Garrigou-Lagrange

La Santísima Trinidad, presente en nosotros,

fuente increada de nuestra vida interior

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Vamos a hablar ahora de la Santísima Trinidad que está presente en todas las almas

justas de la tierra, del purgatorio y del cielo.

En primer lugar, veremos lo que nos dice la Revelación divina, contenida en la

Escritura acerca de misterio tan consolador. Consideraremos después, brevemente, el

testimonio de la Tradición; y, en último lugar, veremos los comentarios y aclaraciones

que aporta la Teología, particularmente Santo Tomás de Aquino, y las consecuencias

espirituales de esta doctrina.

El testimonio de la Sagrada Escritura

La Escritura nos enseña que Dios está presente en todas las criaturas, con una

presencia general llamada con frecuencia presencia de inmensidad. Léese en

particular en el Salmo 138,7: "¿A dónde iré, Señor, que me esconda de tu espíritu?

¿A dónde huir para escapar a tu mirada? Si me remonto hasta los cielos, allí estás tú;

si desciendo a la morada de los muertos, también estás allí." Es lo que hace decir a

San Pablo, predicando en el Areópago: "Dios que creó el mundo y es Señor del cielo

y de la tierra... no está lejos de cada uno de nosotros, porque en él vivimos, nos

movemos y somos" (Act. Apost., XVII , 28). Dios, en efecto, lo ve todo, conserva todas

las cosas en su existencia e inclina a cada criatura a los actos que le convienen.

Es él como el foco de donde dimana la vida de la creación y la energía central que

todo lo atrae a sí. "Rerum, Deus, tenax vigor, immotus in te permanens" (“Dios, tenaz

vigor inamovible de todas las cosas, permanece en ti”). Pero la Sagrada Escritura no

nos habla solamente de esta presencia general de Dios en cada cosa; nos habla

también de otra presencia especial de Dios en los justos. Así, ya en el Antiguo

Testamento, en la Sabiduría, 1,4 está escrito: "La sabiduría divina no penetrará en un

alma perversa, ni habitará en un cuerpo sujeto al pecado." ¿Serán solamente la gracia

creada o el don creado de sabiduría los que vendrán a habitar en el alma del justo?

Las palabras de Nuestro Señor nos ofrecen nueva luz y nos enseñan que las mismas

Personas divinas vienen a aposentarse en nosotros. "Si alguien me amare, dice,

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cumplirá mis mandamientos, y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos

nuestra morada" (Juan, XIV, 23). Cada una de estas palabras es muy de considerar:

"Vendremos". ¿Quién va a venir? ¿Serán sólo los efectos creados: la gracia

santificante, las virtudes infusas, los dones? No; vienen los mismos que aman, las

tres divinas Personas, el Padre y el Hijo, de los que jamás se separa el Espíritu

Santo, prometido por Nuestro Señor y enviado visiblemente el día de Pentecostés.

Vendremos a él, al justo que ama a Dios; y vendremos no de una manera transitoria,

pasajera, sino que estableceremos en él nuestra morada, es decir, habitaremos en él,

mientras permanezca en la justicia o en estado de gracia, mientras conserve la

caridad. Así habla Nuestro Señor. Estas palabras son confirmadas por aquellas otras

de la promesa del Espíritu Santo: "Yo rogaré a mi Padre y os dará otro Consolador,

para que eternamente permanezca en vosotros; éste es el Espíritu de verdad, que el

mundo no puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, ya

que mora en medio de vosotros, y él estará en vosotros... Él os enseñará todas las

cosas, y os recordará todo lo que yo os he enseñado" (Juan, XIV, 26). Estas palabras

no fueron dichas solamente a los Apóstoles; en ellos fueron realidad el día de

Pentecostés, que se renueva en nosotros en la Confirmación.

Este testimonio del Salvador es clarísimo y precisa admirablemente lo dicho en el

libro de la Sabiduría, 1,4. Las tres divinas Personas vienen a habitar en las almas

justas. Así lo entendieron los Apóstoles. San Juan escribe (I Juan, IV, 9- I6): "Dios es

caridad... y el que permanece en la caridad, en Dios permanece y Dios en él." Ese tal

posee a Dios en su corazón, pero más lo posee Dios a él y lo contiene -en sí,

conservándole, no sólo su existencia natural, sino la vida de la gracia y la caridad. San

Pablo dice también: "La caridad de Dios se ha derramado en vosotros por el Espíritu

Santo que se os ha dado" (Rom., y, 5). Y no es solamente la caridad creada lo que

liemos recibido, sino que nos ha sido dado el mismo Espíritu Santo. San Pablo habla

especialmente de él, porque la caridad nos asimila más a ese Santo Espíritu, que es

el amor personal, que al Padre y al Hijo. Ambos residen igualmente en nosotros,

según testimonio de Jesús, pero no seremos totalmente asimilados a ellos, sino

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cuando recibamos la luz de la gloria que nos sellará asemejándonos al Verbo, que es

esplendor del Padre.

En muchas ocasiones vuelve San Pablo sobre esta consoladora doctrina: "¡No sabéis

que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1Cor 6,16).

"¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros,

que habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis? Porque habéis sido

rescatados por gran precio”.

Glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo." (I Cor., VI, 19.) Así pues, con toda claridad,

nos enseña la Escritura que las tres Personas divinas habitan en todas las almas

justas, en todas las almas en estado de gracia.

El testimonio de la Tradición

La Tradición, por la voz de los primeros mártires, por la de los Padres y por la

enseñanza oficial de la Iglesia, demuestra, además que así precisamente es como

hay que entender lo que dice la Escritura. Al principio del siglo II, San Ignacio de

Antioquía dice en sus cartas, que los verdaderos cristianos llevan a Dios en sí, y los

llama "theophoroi" o "portadores de Dios". Esta doctrina es común en la Iglesia

primitiva; los mártires la proclaman en alta voz delante de sus jueces. Santa Lucía

responde a Pascasio, prefecto de Siracusa: "Las palabras no pueden faltar a los que

en sí llevan al Espíritu Santo." "Entonces el Espíritu Santo está en ti?" "Así es, todos

los que llevan vida casta y piadosa son templo del Espíritu Santo."

Entre los Padres griegos, San Atanasio dice que las tres divinas personas están en

nosotros. San Basilio declara que el Espíritu Santo, por su presencia, nos hace cada

vez más espirituales y conformes a la imagen del Unigénito. San Cirilo de Alejandría

trata igualmente de esta íntima unión del justo con el Espíritu Santo. Entre los Padres

latinos, San Ambrosio enseña que lo hemos recibido con el bautismo y más aún con

la confirmación. San Agustín prueba que, según el testimonio de los Padres más

antiguos no es sólo la gracia lo que se nos da, sino Dios mismo, el Espíritu Santo y

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sus siete dones.

Esta doctrina revelada nos es inculcada, en fin, por la enseñanza oficial de la Iglesia.

En el símbolo de San Epifanio, que recitaban los adultos antes de recibir el bautismo,

se dice: "Spiritus Sanctus qui... in apostolis locutus est et in sanctis habitat" (“El

Espíritu Santo, que habló por los apóstoles y habita en los justos”).

El Concilio de Trento dice a su vez: "La causa eficiente de nuestra justificación es

Dios, quien en su misericordia, nos purifica gratuitamente y nos santifica, ungiéndonos

y marcándonos con el sello del Espíritu Santo, que nos fue prometido y es la prenda

de nuestra herencia".

Pero esa enseñanza oficial de la Iglesia, sobre esta materia, se nos da hoy de una

manera más precisa todavía en la Encíclica de León XIII, Divinum illud munus (9 de

mayo 1897), sobre el Espíritu Santo, en la que se nos describe así la permanencia de

la Santísima Trinidad en el alma de los justos: "Conviene recordar las explicaciones

dadas por los Doctores según las enseñanzas de las Santas Escrituras: Dios está

presente en todas las cosas por su poder, en cuanto que todo le está sometido; por

su presencia, en cuanto que todo está patente a sus ojos; por su esencia, en cuanto

que está íntimamente en todos los seres como causa de su existencia (cf. Santo

Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 8, a. 3). Pero Dios no está en el hombre

solamente como está en las cosas; está además en cuanto que es conocido y amado

por él, ya que nuestra naturaleza nos lleva a amar, desear y aspirar al bien. Dios, por

su gracia, reside en el alma del justo como en un templo, de un modo muy íntimo y

especial. De ahí ese lazo que tan estrechamente une al alma con Dios, más de lo que

un amigo puede estarlo con su mejor amigo, y le permite gozar de él con una gran

dulzura.

"Esta admirable unión, llamada inhabitación y que sólo por su condición difiere del

estado bienaventurado de los moradores del cielo, es realizada por la presencia de

toda la Trinidad: «Vendremos a él y en él haremos nuestra morada» (Juan. XIV, 23).

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Sin embargo se atribuye de un modo especial al Espíritu Santo. En efecto, aun en un

hombre perverso existen algunas huellas del poder y de la sabiduría divina; pero sólo

el justo participa del amor, que es la característica del Espíritu Santo... Por eso el

Apóstol, al decir que los justos son templos de Dios, no los llama expresamente

templos del Padre y del Hijo, sino del Espíritu Santo: “¿No sabéis que vuestros

miembros son el templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis

recibido de Dios?” (I Cor., VI, 19).

"La abundancia de bienes celestiales que es efecto de la presencia del Espíritu Santo

en las almas piadosas, se manifiesta de múltiples maneras... Entre estos dones se

cuentan aquellas misteriosas invitaciones que, por un impulso del Espíritu Santo, son

hechas a las almas y sin las cuales no es posible al hombre ni encauzarse por el

camino de la virtud, ni progresar, ni obtener la vida eterna."

Tal es, en sustancia, el testimonio de la Tradición expresada por el magisterio de la

Iglesia. Veamos ahora lo que la Teología añade, y así entenderemos mejor este

misterio revelado. Expondremos lo que de él nos dice Santo Tomás.

Explicación teológica de este misterio

Diversas explicaciones se han propuesto. De todas ellas, la de Santo Tomás,

recogida por León XIII en su Encíclica sobre el Espíritu Santo, parece la más

verdadera; contiene, por lo demás, en una síntesis superior, todo lo que se ha escrito

sobre esta materia, en estos últimos tiempos; importa pues, volver al texto mismo del

artículo principal de Santo Tomás, que ha sido un tanto olvidado.

El Doctor común de la Iglesia nos dice en efecto (I, q. 43, a. 3), dando por supuesta la

presencia general de Dios, que conserva todas las cosas en la existencia: "Una

persona divina nos es enviada en tanto que existe en nosotros de una manera nueva;

nos es dada en tanto que la poseemos. Ahora bien, ninguna de estas dos cosas es

posible sino por la gracia santificante. Dios, en efecto, está ya en todas las cosas de

una manera general, por su esencia, potencia y presencia, como la causa en los

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efectos que participan de su bondad. Pero, además de esta presencia general, hay en

nosotros una presencia especial, en cuanto poseemos a Dios como objeto conocido y

amado, cuando de hecho le conocemos y amamos. Y como por su operación, es decir

por el conocimiento y el amor (sobrenaturales) la criatura racional llega a Dios mismo,

en lugar de decir que, según este modo especial de presencia, Dios está en el alma

del justo, se dice que habita en ella como en su templo. Así se explica el hecho de

que una persona divina esté, de una nueva manera, presente en nosotros...

"Igualmente, el tener una cosa supone poder gozar y servirse de ella. Y nosotros no

podemos gozar de una persona divina sino por la gracia santificante y por la caridad."

Sin la gracia santificante y la caridad, en efecto, Dios no habita en nosotros; no basta

conocerlo por conocimiento natural, filosófico, ni siquiera por el conocimiento

sobrenatural de la fe informe unida a la esperanza, como lo conoce un cristiano que

está en pecado mortal. (Dios está, por decirlo así, alejado de un creyente desviado de

él.) Preciso es conocerle por la fe viva y por los dones del Espíritu Santo conexos con

la caridad. Este último conocimiento, que es como experimental, llega a Dios, no

como realidad distinta y simplemente representada, sino como una realidad presente,

poseída, de la que podemos gozar desde ahora.

Esto es lo que quiere decir Santo Tomás en el texto citado (I, q. 43, a. 3). Se trata,

dice, de un conocimiento que alcanza al mismo Dios, attingit ad ipsum Deum (I, q. 43,

a. 3 c), y hace que lo poseamos y gocemos de él, ut creatura rationalis ipsa persona

divina fruatur (I, q. 43, a. 3, ad 1). Para que las divinas personas habiten en nosotros,

preciso es que las podamos conocer de una manera como experimental y amorosa,

fundada en la caridad infusa , que nos da cierta connaturalidad o simpatía con la vida

íntima de Dios.

No es necesario sin embargo, para que la Santísima Trinidad habite en nosotros, que

ese conocimiento sea actual; basta con que nos sea posible mediante la gracia de las

virtudes y de los dones. Así la permanencia de la Santísima Trinidad dura en el justo,

aun durante su sueño, y mientras está en estado de gracia. Pero a veces sucede que

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Dios se hace sentir en nosotros como alma de nuestra alma, y vida de nuestra vida.

Es lo que San Pablo dice en la Epístola a los Romanos (VIII, 14-16): "Habéis recibido

un Espíritu de adopción, en el que clamamos ¡Abba! ¡Padre! Este mismo Espíritu da

testimonio a nuestra alma de que somos hijos de Dios." Santo Tomás dice en su

comentario a esta Epístola: "El Espíritu Santo da ese testimonio a nuestra alma por el

efecto de amor filial que en nosotros produce". Por eso dijeron los discípulos de

Emaús después que Jesús desapareció: "¿No es verdad que nuestro corazón ardía

en nuestro pecho mientras, caminando, nos hablaba y nos explicaba las Escrituras?"

(Lc 24,32).

Mediante esa explicación, Santo Tomás no hace sino aclararnos el profundo sentido

de las palabras de Nuestro Señor anteriormente citadas: ‘Si alguien me ama, cumplirá

mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada’

(Jn 14,23). ‘El espíritu de verdad (que mi Padre os enviará) estará en vosotros; él os

enseñará las cosas que yo os he dicho’ (Jn 14,26). Según esta doctrina, la Trinidad

augusta habita en el alma del justo más y mejor, en cierto sentido, que el cuerpo del

Salvador en la hostia consagrada. En ella está real y sustancialmente, pero la hostia

ni le conoce ni le ama. Mientras que la Santa Trinidad está en el alma del justo como

en un templo vivo que conoce y ama a su augusto huésped. Habita en las almas

bienaventuradas que la contemplan cara a cara, sobre todo en la santísima alma del

Salvador a la que el Verbo está personalmente unido. Y ya desde esta vida, entre las

penumbras de la fe, la augusta Trinidad, oculta a nuestros ojos, mora en nosotros,

para vivificarnos más y más hasta la hora de nuestra entrada en la gloria, en que se

nos mostrará en toda su claridad.

Esta íntima presencia de la Santísima Trinidad en nosotros, no ha de ser pretexto

para dejar de acercarnos a la Eucaristía o de orar junto al tabernáculo; porque esa

augusta Trinidad habita con mucha mayor intimidad que en nosotros, en el alma

santísima del Salvador personalmente unido al Verbo. Si nos trae gran provecho el

acercarnos a un santo lleno de Dios, como el Cura de Ars, ¡cuánto más provechoso

no nos será aproximarnos al Salvador! Podemos decirle, cuando estemos junto a él:

"Ven y toma posesión de mí, aun con tu Cruz; escucha mi plegaria, Señor; Tú en mí y

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yo en ti." Pensemos también en la habitación de la Santísima Trinidad en el alma de la

Virgen María, aquí abajo y en el cielo.

Consecuencias para la espiritualidad

De lo dicho se desprende una muy importante consecuencia: si la inhabitación de la

augusta Trinidad en nosotros no se concibe sin que el justo pueda tener una "especie

de conocimiento experimental" de Dios en sí, síguese que este conocimiento, lejos de

ser una cosa extraordinaria, como las visiones, revelaciones y estigmas, está dentro

de la vía normal de la santidad.

Esta especie de conocimiento experimental de Dios presente en nosotros deriva de la

fe esclarecida por los dones de inteligencia y de sabiduría, que están en conexión con

la caridad. De ahí se sigue que normalmente irá aumentando según se vaya

progresando en caridad, tanto en el aspecto de la contemplación como en el de la

acción. También diremos más adelante que la contemplación infusa, donde se

desarrolla esa experiencia, comienza, según San Juan de la Cruz, con la vía

iluminativa y se perfecciona en la unitiva.

Este conocimiento de Dios y de su bondad crecerá con el de nuestra nada y miseria,

según las palabras que en revelación fueron dichas a Santa Catalina de Siena: "Yo

soy el que es, tú eres la que no es." Se sigue igualmente de aquí que, cuando la

caridad aumenta notablemente en nosotros, las divinas Personas son enviadas de

nuevo, dice Santo Tomás, porque se hacen más íntimamente presentes en nosotros,

en un nuevo grado o modo de intimidad. Esto acaece, por ejemplo, en el momento de

la segunda conversión que señala el ingreso en la vía iluminativa.

Residen, finalmente, en nosotros, no solamente como objetos de conocimiento y amor

sobrenaturales, sino como principios de operaciones de esa misma naturaleza. Jesús

dijo: "Mi Padre opera siempre, y yo con él", sobre todo en la intimidad del corazón, en

el fondo del alma. Pero es importante desde el punto de vista práctico no olvidar una

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cosa: que Dios no se comunica de ordinario a la criatura sino en la medida de sus

disposiciones. Cuando éstas se hacen más puras, las divinas personas se hacen

también más íntimamente presentes y operantes. En tal caso Dios nos pertenece y

nosotros a él, y deseamos ardientemente progresar en su amor.

"Esta doctrina de las misiones invisibles de las divinas personas a nosotros es uno de

los más poderosos motivos de adelanto espiritual, escribe el P. Chardon, porque

mantiene al alma en constante aspiración a su adelantamiento, y siempre en vela

para realizar incesantes actos de fortaleza y fervor en todas las virtudes; a fin de que,

progresando en la gracia, este nuevo adelantamiento atraiga a Dios de nuevo a ella...

en una unión más íntima, pura y vigorosa".

¿Cuáles son nuestros deberes para con nuestro Divino Huésped?

Él mismo nos dice: "Hijo mío, dame tu corazón" (Prov 23,26) . ‘Yo estoy a tu puerta y

llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su morada, cenaré con él y él

conmigo' (Apoc 3,20). El alma del justo es como un cielo todavía oscuro, ya que la

Santísima Trinidad está en él y un día la ha de ver con claridad.

Nuestros deberes hacia ese huésped divino se pueden resumir así: Pensar con

frecuencia en él y decirse: "Dios mora en mí". Consagrar a las divinas personas el

día, cada hora, diciendo: "En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo."

Acordarse que el huésped interior es para nosotros fuente de luz, de consuelo y de

fortaleza. Orar a él con las palabras del Señor: "Ora a tu Padre que está en lo más

escondido (de tu alma); él accederá a tus ruegos" (Mt 6,6). Adorarle diciendo:

"Magnificat anima mea Dominum". Creer en él, confiar en él y amarle con un amor

cada día más puro, más generoso y más encendido. Amarle, imitando sobre todo su

bondad, según las palabras del Señor: "Sed perfectos como es perfecto el Padre

celestial" (Mt 5,48); "Que todos sean uno, como vos, Padre mío, y yo somos uno" (Jn

17,21). Todas estas cosas inclinan a pensar, y cada vez lo veremos más claramente,

que la vida mística, caracterizada por la actualidad del conocimiento de Dios

experimentado en nosotros, lejos de ser en sí extraordinaria, es la única plenamente

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normal. Solos los santos, que sin excepción la viven, están plenamente en el orden

donde deben estar. Antes de haber encontrado esta unión íntima con Dios presente

en nosotros, somos, en cierto modo, como almas medio dormidas; el despertar

espiritual todavía no ha llegado. Y de un misterio tan consolador, como es la

inhabitación de la augusta Trinidad en nosotros, sólo tenemos un conocimiento

superficial y teórico, a pesar de ser vida que se desborda y se nos ofrece a todos.

Antes de haber entrado en la intimidad de la unión con Dios, aun no tenemos hacia él

toda la adoración y el amor debidos, ni consideramos de ordinario al Único necesario

como la cosa principal que necesitamos. De la misma manera, aun no tenemos

conciencia real y profunda del don que se nos ha dado en la Eucaristía y sólo

superficialmente comprendemos lo que es el Cuerpo místico de Nuestro Señor.

El Espíritu Santo es el alma de ese Cuerpo místico, cuya cabeza es Jesucristo. Como

en nuestro cuerpo el alma está toda en todo él y en cada una de sus partes, y ejerce

sus funciones superiores en la cabeza, así el Espíritu Santo está entero en todo el

Cuerpo místico, todo entero en cada uno de los justos, y ejerce sus funciones más

elevadas en el alma santa del Salvador y, por ella, en nosotros. El principio vital que

así realiza la unidad del cuerpo místico es mucho más unitivo que el alma que

consigue la unión de nuestro cuerpo, más que el espíritu de una familia o de una

nación. Y éste es el Espíritu Santo santificador, fuente de todas las gracias, manantial

de aguas vivas que brotan en duración perenne. El río de gracias que procede del

Espíritu Santo remonta incesantemente hacia Dios en forma de adoración, de súplica,

de méritos y de sacrificios; es la elevación hacia Dios, preludio de la vida del cielo.

Tales son las realidades sobrenaturales en que nos debemos empapar cada vez más,

y sólo en la vida mística se ilumina verdaderamente el alma y sólo en ella comprende

el don de Dios con la conciencia viva, profunda y radiante, necesaria para responder

plenamente al amor con que Dios nos enaltece.

(Garrigou-Lagrange, R., Las tres edades de la vida interior, Ediciones Palabra,

Madrid, 1995, p. 109 – 121)

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Santos Padres· San Atanasio

La Trinidad santa y perfecta

Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua

tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó,

tal como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella,

efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta

de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal.

Existe, pues, una Trinidad, santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el

Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o

externo, que no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda

ella es creadora, es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace

todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera,

queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo

Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo,

en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en

el Espíritu Santo.

San Pablo, hablando a los corintios acerca de los dones del Espíritu, lo reduce todo al

único Dios Padre, como al origen de todo, con esas palabras: Hay diversidad de

dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y

hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.

El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra, lo que el Espíritu

distribuye a cada uno. Porque todo lo que es del Padre es también del Hijo; por esto,

todo lo que da el Hijo en el Espíritu es realmente don del Padre. De manera

semejante, cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien

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recibimos el Espíritu, y en la Palabra está también el Padre realizándose así aquellas

palabras: El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él. Porque, donde está

la luz, allí está también el resplandor; y, donde está el resplandor, allí está también su

eficiencia y su gracia esplendorosa.

Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los Corintios, cuando

dice: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo

esté siempre con todos vosotros. Porque toda gracia o don que se nos da en la

Trinidad se nos da por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues, así

como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos

recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que, hechos partícipes del mismo,

poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión de este Espíritu.

San Atanasio de Alejandría (1) De las cartas de san Atanasio, obispo (Carta 1 a

Serapión, 28-30: PG 26, 594-595. 599). Liturgia de las Horas, Lectio altera de la

solemnidad de la Santísima Trinidad.

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Aplicación· P. José A. Marcone, I.V.E.. S.S. Francisco p.p.· San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI· P. Gustavo Pascual, I.V.E.

P. José A. Marcone, I.V.E.

La Santísima Trinidad en nuestras vidas

Introducción

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En el Nuevo Testamento hay una revelación clarísima de la Trinidad. Dios no es un

Dios solitario sino que es un Dios en el cual subsisten tres personas.

La unicidad de Dios la proclama claramente Jesucristo: “Escucha, Israel, el Señor

nuestro Dios es el único Señor…” (Mc 12,29). La persona del Padre está atestiguada

infinidad de veces en los evangelios. Y Jesucristo se proclama igual al Padre: “Creéis

en Dios, creed también en mí” (Jn 14,1). Y proclama al Espíritu Santo como ‘otro’

consolador igual a Él, es decir, Dios como lo es Él (cf. Jn 14,16).

La revelación clarísima y sin posibilidad de interpretaciones torcidas la tenemos en Mt

28,19: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del

Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (eis tò ónoma toû Patròs kaì toû Hyioû kaì toû

Hagíou Pneúmatos)”. Al decir ‘el’ nombre, en singular, se está afirmando la unidad de

naturaleza. Y al repetir por tres veces la partícula ‘y’ (en griego: kaì) se está afirmando

la distinción de personas. Una sola naturaleza divina y tres personas o tres hipóstasis.

La Iglesia Católica formula esta verdad de la siguiente manera: hay un solo Dios en

tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y las tres reciben la misma

adoración y gloria.

Inmediatamente después del domingo de Pentecostés con el que culmina todo el

tiempo pascual, la Iglesia abre la nueva etapa del tiempo ordinario recordando el

misterio fontal del cristiano: la realidad de Dios en cuanto uno en naturaleza y trino en

personas. Este es el fundamento de todo el universo y, sobre todo, el fundamento de

toda persona humana: “El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y

servir a Dios Nuestro Señor y mediante esto salvar su alma”*1.

La confesión de que existe un solo Dios, que ese Dios único subsiste en tres

personas y que la segunda persona se hizo hombre es la confesión-base de la fe

cristiana. Ese es el fundamento sobre el que se construye todo el resto del Credo.

Pero, además, es el fundamento sobre el que se construye toda nuestra vida.

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La Iglesia quiere que abramos esta nueva etapa del tiempo ordinario con la confesión

del Dios Uno y Trino no sólo porque es la base de toda nuestra fe sino, sobre todo,

porque esta confesión tiene una incidencia real, concreta y práctica en nuestra vida

cotidiana.

En efecto, ese Dios Uno y Trino no solamente existe en sí sino que además ha

querido introducirse en nuestra propia vida, introduciéndose en nuestra alma como un

huésped entra a formar parte de nuestro hogar y aún mucho más.

1. Inhabitar y permanecer como en un templo

Dijo Jesús en la Última Cena: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le

amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23). Hay en esta frase

varias verdades dignas de ser notadas. En primer lugar, hay una revelación de la

Trinidad, porque tanto el Padre como Él, Jesús, el Hijo, son capaces de amar, es

decir, son personas y personas distintas. Pero el amor entre el Padre y el Hijo es el

Espíritu Santo; y esto se confirma porque antes Jesús dijo: “Al Espíritu de la verdad

vosotros le conocéis, porque mora con vosotros” (Jn 14,17). En segundo lugar, hay

una afirmación de que esas tres personas harán del alma del creyente un hogar;

estarán en el alma del cristiano como cuatro personas (las tres de la Trinidad más la

persona del cristiano) habitan en un mismo hogar y al modo de una familia divina. En

tercer lugar, esa vida hogareña y familiar tiene una condición: que el creyente ame a

Jesús y guarde sus mandamientos, es decir, que viva en gracia de Dios.

De estas tres consecuencias de Jn 14,23 se sigue la clásica doctrina católica: cuando

una persona se bautiza le es borrado y cancelado el pecado original y todos los

pecados personales que hubiere cometido. Junto con el perdón de todos sus pecados

llega al alma la gracia santificante. La gracia santificante es un hábito sobrenatural

que inhiere en la sustancia o esencia del alma y que consiste en una participación

real de la misma naturaleza divina. La gracia santificante es la que hace justo al que

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antes estaba en estado de pecado. Cuando se pierde la gracia santificante a causa de

un pecado mortal se la recupera a través de la confesión sacramental con un

sacerdote católico. Junto con la gracia santificante vienen al alma las virtudes infusas

y los dones del Espíritu Santo. Pero además, vienen a morar en el alma del justo las

tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Para decir ‘haremos morada’, el texto griego usa la expresión monèn par’ autô

poiésomen, que literalmente significa: ‘morada en él haremos’. La palabra monén (=

‘morada’) proviene del verbo méno, que significa ‘permanecer de modo estable’. De

hecho, Jesucristo usa en otros lugares este mismo verbo méno para expresar la

misma realidad de la inhabitación trinitaria: “Permaneced (verbo méno) en mí, como

yo en vosotros” (Jn 15,4); “El que permanece (verbo méno) en mí y yo en él, ése da

mucho fruto” (Jn 15,5). Por lo tanto, la expresión poieîn monén (= ‘hacer morada’) se

puede remplazar por el verbo méno (‘permanecer de modo estable’)*2.

Por lo tanto, las palabras ‘haremos morada’ significan: “Vendremos a él, al justo que

ama a Dios; y vendremos no de una manera transitoria, pasajera, sino que

estableceremos en él nuestra morada, es decir, habitaremos en él, mientras

permanezca en la justicia o en estado de gracia, mientras conserve la caridad”*3.

La Trinidad habita en el hombre en gracia. Pero es necesario tener en cuenta que el

hombre no es solamente espíritu: es una unidad sustancial de cuerpo y alma. El alma

informa el cuerpo, pero el sustrato individual es uno solo. El cuerpo del hombre

también es sujeto de habitación de la Trinidad. La verdad de la gracia santificante que

hace posible la inhabitación trinitaria convierte al hombre en un verdadero templo de

Dios Trino.

Una imagen muy ilustrativa de la Trinidad habitando en el hombre íntegro es el templo

de Jerusalén inundado por la gloria de Dios. Narra el primer libro de los Reyes: “Al

salir los sacerdotes del Santuario, la nube llenó la Casa de Yahveh. Y los sacerdotes

no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la gloria de Yahveh

llenaba la Casa de Yahveh. Entonces Salomón dijo: Yahveh quiere habitar en densa

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nube” (1Re 8,10-12). Así el Dios Trino inunda al cristiano en gracia de Dios.

A partir de la Encarnación del Verbo y de la Redención hecha en la cruz ya no existirá

ningún templo de piedra que pueda contener la gloria de Dios. Después de la venida

de Cristo los templos del Dios Uno y Trino serán los hombres que amen a Jesús y

guarden su palabra. Esto es, precisamente, lo que Jesús le anunció a la Samaritana

(cf. Jn 4,19-24). Ella le pregunta acerca de cuál es el templo más adecuado para

rendir culto a Dios, si el que está en Jerusalén o el que está en el Monte Garizim, en

Samaría, al pie del cual estaban hablando. Jesús entonces, le responde: “Créeme,

mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre.

Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al

Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.

Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad” (4,21.23-24).

A partir de la venida de Cristo el verdadero templo del Dios Uno y Trino será el

hombre que acepte su palabra y se bautice. La nueva adoración se dará en el mismo

hombre en gracia de Dios, en quien habita la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En

esta frase de Jesús a la Samaritana está perfectamente delineada la inhabitación

trinitaria: ‘adorar al Padre en espíritu’ significa adorar al Padre que mora en el espíritu

del hombre. ‘Adorar en espíritu’, significa también adorar al Espíritu Santo que mora

en nuestra alma. Y ‘adorar en verdad’, es adorar al Hijo, que dijo de sí mismo “Yo soy

la verdad” (Jn 14,6).

2. Poseer, usar y fruir

Sin embargo, la expresión ‘hacer morada en’, o el verbo ‘permanecer en’, o la

expresión ‘inhabitación trinitaria’ no deja de ser una metáfora. La realidad teológica es

mucho más profunda, más rica y más intensa.

En realidad, la palabra ‘inhabitación’ es más bien una figura. En efecto, la relación

entre el alma y la Trinidad que habita en el alma, más que ser al modo de algo que

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ocupa un lugar dentro de una habitación, es al modo de una unión estrechísima.

Se usa la metáfora de que las tres personas divinas ‘habitan en’ el alma, o que

‘permanecen en’ el alma, o que ‘moran en’ el alma para expresar que, a causa de la

gracia santificante, el hombre tiene a Dios Uno y Trino a su disposición para

conocerlo y amarlo de un modo totalmente nuevo.

Dios Trino está de un modo nuevo en el alma porque no está solamente al modo en

que la causa está en el efecto sino al modo en que una persona amiga se fusiona con

otra persona amiga. Y el alma conoce y ama a Dios de una manera nueva porque no

lo conoce solamente por sus efectos ni lo ama solamente como causa de su ser, sino

que lo conoce profundamente por los dones de Sabiduría e Inteligencia y lo ama con

Caridad sobrenatural.

Esta nueva presencia de Dios Trino en el alma incluye el conocimiento que el hombre

tiene de Él y, por lo tanto, posee a Dios como la inteligencia posee al objeto conocido.

Además, esta nueva presencia de Dios en el alma incluye también el amor que el

hombre tiene de Él y, por lo tanto, es poseído por Dios como el amante es poseído

por el que es amado. Por el conocimiento el hombre se apropia de Dios Trino; por el

amor Dios Trino se apropia del hombre.

Por lo tanto, lo que llamamos ‘inhabitación trinitaria’ es, en primer lugar, una posesión

real y recíproca entre el hombre y Dios. La metáfora de que Dios Trino habita en

nuestra alma indica en primer lugar, que poseemos a Dios Trino con plenos

derechos, y Dios nos posee a nosotros. Por eso dice Santo Tomás de Aquino que por

la inhabitación trinitaria “Dios está en la criatura racional como lo conocido en el que

conoce y el amado en el amante”*4.

Ahora bien, dice Santo Tomás: “Solamente decimos que poseemos aquello de lo cual

libremente podemos usar y disfrutar”*5. Por lo tanto, la posesión recíproca que implica

la inhabitación trinitaria implica, a su vez, la capacidad de usar y disfrutar libremente

de las tres divinas personas.

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¿Y qué significa ‘usar’ de las tres divinas personas? El verbo latino utor (el que usa

Santo Tomás) significa: ‘servirse de’, ‘usar’, ‘utilizar’, ‘emplear’. ‘Tener’, ‘gozar de’.

‘Tratar’, ‘tener relación con’. Se usa, por ejemplo, para decir: ‘Tratar a alguien con

gran familiaridad’ (aliquo familiarissime uti). O también para decir: ‘Frecuentar la

compañía de hombres buenos’ (hominibus bonis uti)*6. Todas estas acepciones

podemos aplicarlas a la relación que se establece entre nosotros y Dios Trino

expresada por la metáfora ‘inhabitación’. Pero a esto hay que agregarle la otra

palabrita de Santo Tomás: libere, es decir, ‘libremente’.

¿Y qué significa ‘disfrutar’ de las tres divinas personas? El verbo fruor significa:

‘disfrutar de’, ‘gozar’, ‘aprovechar’, ‘hacer uso’, ‘usar’*7. Del verbo fruor proviene la

palabra latina fructus, y de ésta proviene la palabra castellana ‘fruto’. En castellano

existe el verbo ‘fruir’, que significa ‘gozar’*8. De acuerdo a esta etimología ‘fruir’ de las

tres divinas personas significa que las tres divinas personas se ofrecen a nosotros

como un fruto delicadísimo en el cual se esconde la noción de perfección de la planta,

la noción de alimento sustancial y la noción de exquisitez en el gusto. Fruir o disfrutar

de las tres divinas personas gozar y deleitarse en ellas.

En castellano, además, existen otras dos palabras que nos indican qué significa

disfrutar o fruir de las tres divinas personas. Una de ellas es el sustantivo ‘fruición’,

que el Diccionario de la Real Academia Española lo define así: “Goce muy vivo en el

bien que alguien posee. Complacencia, goce”. La otra es el adjetivo ‘fruitivo’: “Propio

para causar placer con su posesión” (DRAE). Por lo tanto, en la inhabitación trinitaria

en el alma del justo las tres divinas personas se convierten en algo ‘fruitivo’ que debe

causar ‘fruición’ en el hombre. Cada persona divina, por la inhabitación trinitaria, se

convierte en algo ‘propio para causar placer con su posesión’ y que, efectivamente,

causa un ‘goce muy vivo en ese bien que se posee’, es decir, en la posesión de las

tres divinas personas*9.

3. Fusionarse

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Sin embargo, la relación entre el hombre y Dios Trino expresada en la metáfora de la

inhabitación no se acaba en la posesión, en el usar y en el fruir o disfrutar de la

persona divina presente en el alma. Llega a un punto mucho más hondo.

En efecto, dice Santo Tomás hablando de la inhabitación trinitaria en el artículo ya

citado: “Conociendo y amando, la criatura racional por su propia operación alcanza

(attingit) al mismo Dios”*10. El verbo attingere que hemos traducido por ‘alcanzar’

significa, en realidad, ‘tocar’. “El attingere dice inmediatez de unión y plenitud de

comunicación”*11. Así como el ‘tocar’ expresa un contacto inmediato con la cosa

alcanzada, así también el ‘attingere’ expresa esa inmediatez en el contacto con Dios

que ni siquiera la noción de participación puede expresar.

Para darnos cuenta la importancia que tiene el verbo attingere usado por Santo

Tomás para expresar la unión entre el alma y la persona divina que habita en el

hombre es bueno saber que Santo Tomás usa este mismo verbo para expresar la

unión inmediata que hay entre el cuerpo y el alma. También usa el attingere para

expresar la unión que hay entre el alma beatificada ya en el cielo y Dios. E incluso

usa el verbo attingere para expresar la unión inmediata que hay entre la persona

divina del Verbo y su naturaleza humana*12.

Por lo tanto, el attingere al mismo Dios que se da en la inhabitación trinitaria más que

un ‘alcanzar’ o un ‘tocar’, es un fusionarse con Dios, como el alma se fusiona con su

cuerpo y hacen un solo principio sustancial.

Es por esto que “no se trata de un conocimiento filosófico y ni siquiera de un

conocimiento teológico, sino de un conocimiento ‘místico’: experimental, por con-

naturalidad, conocimiento amoroso, dirá repetidas veces Santo Tomás”*13.

“De lo dicho se desprende una muy importante consecuencia: si la inhabitación de la

augusta Trinidad en nosotros no se concibe sin que el justo pueda tener una "especie

de conocimiento experimental" de Dios en sí, síguese que este conocimiento, lejos de

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ser una cosa extraordinaria, como las visiones, revelaciones y estigmas, está dentro

de la vía normal de la santidad.

“Esta especie de conocimiento experimental de Dios presente en nosotros deriva de la

fe esclarecida por los dones de inteligencia y de sabiduría, que están en conexión con

la caridad. (…)

“Todas estas cosas inclinan a pensar, y cada vez lo veremos más claramente, que la

vida mística, caracterizada por la actualidad del conocimiento de Dios experimentado

en nosotros, lejos de ser en sí extraordinaria, es la única plenamente normal”*14.

Conclusión

El momento en el que de una manera más intensa se realiza este poseer a Dios

Trino, este hacer uso del Dios Trino, este fruir y disfrutar del Dios Trino, este

fusionarse con el Dios Trino es el Santo Sacrificio de la Misa.

En el ofertorio ponemos sobre la patena todo lo que somos y todos nuestros

sufrimientos, y luego se convierten en el mismo Cuerpo y Sangre de Jesús. En la

consagración, que es el momento en que se consuma el sacrificio de Cristo, nosotros

nos ofrecemos como víctimas junto con la Víctima divina.

Y en la comunión entramos en una unión tan grande con Jesucristo, Dios y hombre

verdadero, que solamente el verbo attingere puede expresar esa unión. Por eso

Jesucristo dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”

(Jn 6,56). La Eucaristía renueva, actualiza e intensifica la unión estrechísima que hay

entre el alma en gracia de Dios y las tres personas divinas.

Pidámosle a la Virgen María la gracia de crecer siempre en esta unión inefable con el

Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

_____________________________________________________________

*1- San Ignacio de Loyola, El libro de los Ejercicios Espirituales, nº 23.

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*2- Cf. Strong, Tuggy y Vine en Multiléxico, nº 3306.

*3- Garrigou-Lagrange, R., Las tres edades de la vida interior, Ediciones Palabra,

Madrid, 1995, p. 110.

*4- “In qua Deus dicitur esse sicut cognitum in cognoscente et amatum in amante”,

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 43, a. 3 c.

*5- “Illud solum habere dicimur, quo libere possumus uti vel frui”, Santo Tomás de

Aquino, Suma Teológica, ibidem.

*6- Cf. Diccionario Vox, Latín – Español.

*7- Cf. Diccionario Vox, Latín – Español.

*8- Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).

*9- Esto lo vuelve a repetir Santo Tomás en el ad 1 del artículo anteriormente citado:

“Por el don de la gracia santificante la criatura racional se perfecciona, de tal manera

que no solo pueda hacer uso de ese don creado sino también para que disfrute de la

misma persona divina” (“Per donum gratiae gratum facientis perficitur creatura

rationalis, ad hoc quod libere non solum ipso dono creato utatur, sed ut ipsa divina

persona fruatur”) (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 43, a. 3, ad 1).

*10- Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 43, a. 3 c.

*11- Fabro, C., La nozione metafisica di partecipazione secondo San Tommaso

d’Aquino, EDIVI, Roma, 2005, p. 314.

*12- Cf. Fabro, C., La nozione metafisica..., ibidem.

*13- Fuster Perelló, S., Introducción a la Suma Teológica, comentario a I, q. 43, a. 3 c,

en Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, BAC, Madrid, 20014.

*14- Garrigou-Lagrange, R., Las tres edades…, p. 118.120.

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S.S. Francisco p.p.

Hoy celebramos la solemnidad de la santísima Trinidad, que presenta a nuestra

contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una

vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada

criatura, Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que

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estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que

manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del

cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si

os amáis unos a otros» (Jn 13, 35). Es una contradicción pensar en cristianos que se

odian. Es una contradicción. Y el diablo busca siempre esto: hacernos odiar, porque

él siembra siempre la cizaña del odio; él no conoce el amor, el amor es de Dios.

Todos estamos llamados a testimoniar y anunciar el mensaje de que «Dios es amor»,

de que Dios no está lejos o es insensible a nuestras vicisitudes humanas. Está cerca,

está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y

nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama tanto y hasta tal

punto, que se hizo hombre, vino al mundo no para juzgarlo, sino para que el mundo

se salve por medio de Jesús (cf. Jn 3, 16-17). Y este es el amor de Dios en Jesús,

este amor que es tan difícil de comprender, pero que sentimos cuando nos

acercamos a Jesús. Y Él nos perdona siempre, nos espera siempre, nos quiere

mucho. Y el amor de Jesús que sentimos, es el amor de Dios.

El Espíritu Santo, don de Jesús resucitado, nos comunica la vida divina, y así nos

hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de

comunión, de servicio recíproco, de participación. Una persona que ama a los demás

por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que se aman

y se ayudan unos a otros, es un reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la que se

quieren y comparten los bienes espirituales y materiales, es un reflejo de la Trinidad.

El amor verdadero es ilimitado, pero sabe limitarse para salir al encuentro del otro,

para respetar la libertad del otro. Todos los domingos vamos a misa, juntos

celebramos la Eucaristía, y la Eucaristía es como la «zarza ardiendo», en la que

humildemente habita y se comunica la Trinidad; por eso la Iglesia ha puesto la fiesta

del Corpus Christi después de la de la Trinidad. El jueves próximo, según la tradición

romana, celebraremos la santa misa en San Juan de Letrán, y después haremos la

procesión con el Santísimo Sacramento. Invito a los romanos y a los peregrinos a

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participar, para expresar nuestro deseo de ser un pueblo «congregado en la unidad

del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (san Cipriano). Os espero a todos el

próximo jueves, a las 19.00, para la misa y la procesión del Corpus Christi.

Que la Virgen María, criatura perfecta de la Trinidad, nos ayude a hacer de toda

nuestra vida, en los pequeños gestos y en las elecciones más importantes, un himno

de alabanza a Dios, que es amor.

(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 15 de junio de 2014)

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San Juan Pablo II

“Sursum corda”: ¡”Levantemos el corazón”!

Hoy el corazón de la Iglesia reacciona con un fervor particular ante esta invitación que

introduce la plegaria eucarística. Hoy podemos responder con una intensidad de fe

muy especial: “Habemus ad Dominum”: ¡”Lo tenemos levantado hacia el Señor”!

Contemplemos en la fe el misterio de Dios. Nuestra fe se vuelve precisamente hacia

Él. Un misterio insondable. Dios es Dios, el Ser más allá de todo lo que podemos

concebir, más grande de lo que pueda imaginarse el hombre. La revelación cristiana

sólo en parte levanta el velo que oculta su vida íntima, pero guía nuestra fe hasta los

umbrales de un misterio más profundo: la unidad de la Trinidad. El que es Dios único

es al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada una de las personas divinas es

increada, inmensa, eterna, todopoderosa, Señor; y, sin embargo, no hay más que un

Dios increado, inmenso, todopoderoso, Señor. “El Padre no ha sido hecho por nadie;

no es ni creado, ni engendrado; el Hijo viene sólo del Padre; no ha sido hecho ni

creado, sino engendrado; El Espíritu Santo viene del Padre y del Hijo; no ha sido

hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede de ellos”. Así se expresa una

antigua profesión de fe (el llamado símbolo de San Atanasio). Este Dios de infinita

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majestad que se manifiesta a Moisés y se mantiene dentro de la misteriosa nube, este

Dios trascendente que revela su insondable vida, la ternura de su infinito amor, nos

permite acercarnos a Él, le adoramos, prosternados ante Él. En la fe se nos ha dado

la dicha de contemplar en Él a la Santísima Trinidad, antes de la plena visión de su

gloria.

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1,3). “Tanto amó Dios al

mundo, que le dio su Hijo unigénito” (Jn 3,16). Mediante su Hijo, no sólo ha revelado

su nombre, su gloria como en una epifanía de Dios que le manifiesta de manera

única, sino que ha mostrado para con nosotros su ternura, su misericordia, su amor,

su fidelidad, bastante más allá de lo que Moisés podía entrever: “Nos ha destinado

por adelantado a ser hijos por Jesucristo”, “a ser su pueblo” (cf. Ef 1,5.11). Nuestra

adoración, nuestro canto de alabanza es al mismo tiempo una acción de gracias por

este “don gratuito del que nos ha colmado en su Hijo bien amado”. Pues “el primer

don hecho a los creyentes” es el del Espíritu, que continúa la obra del Hijo y “lleva a

la perfección toda santificación” (cf. Plegaria Eucarística IV), el Espíritu que confiere a

la Iglesia la unidad del Cuerpo, la llama a manifestar a los hombres la salvación, pues

por Él la habita la presencia de Dios.

“Tú harás de nosotros un pueblo que te pertenezca” (Ex 34,9).

“Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres, digno de alabanza y ensalzado por los

siglos” (Dan 3,52). La luz de la fe nos permite elevarnos hoy con el espíritu y el

corazón al misterio inescrutable de Dios, a su inaferrable unidad trinitaria. Del seno de

esa Trinidad Santísima vino el Hijo de Dios a la humanidad: La Palabra eterna de

Dios se hizo hombre, hijo de la Virgen María. Por su muerte en la cruz y por su

resurrección descendió sobre los Apóstoles y permanece ahora presente en la Iglesia

el Espíritu de Santidad.

De esta misión del Padre y del Espíritu brota la misión salvífica de la Iglesia. De la

misión del Hijo, el Siervo de Dios, que recibió la unción profética, nace, en el Espíritu

santo, el “sacerdocio real” de todos los bautizados.

Por su ministerio de servicio todo el Pueblo de Dios participa en el sacerdocio de

Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres.

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(Homilía de ordenación sacerdotal en Sión, Suiza, 17 de junio 1984)

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Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En la primera lectura (cf. Ex 34, 4-9) escuchamos un texto bíblico que nos presenta la

revelación del nombre de Dios. Es Dios mismo, el Eterno, el Invisible, quien lo

proclama, pasando ante Moisés en la nube, en el monte Sinaí. Y su nombre es: "El

Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en gracia y fidelidad" (Ex

34, 6). San Juan, en el Nuevo Testamento, resume esta expresión en una sola

palabra: "Amor" (1 Jn 4, 8. 16). Lo atestigua también el pasaje evangélico de hoy:

"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único" (Jn 3, 16).

Así pues, este nombre expresa claramente que el Dios de la Biblia no es una especie

de mónada encerrada en sí misma y satisfecha de su propia autosuficiencia, sino que

es vida que quiere comunicarse, es apertura, relación. Palabras como

"misericordioso", "compasivo", "rico en clemencia", nos hablan de una relación, en

particular de un Ser vital que se ofrece, que quiere colmar toda laguna, toda falta, que

quiere dar y perdonar, que desea entablar un vínculo firme y duradero.

La sagrada Escritura no conoce otro Dios que el Dios de la alianza, el cual creó el

mundo para derramar su amor sobre todas las criaturas (cf. Misal Romano, plegaria

eucarística IV), y se eligió un pueblo para sellar con él un pacto nupcial, a fin de que

se convirtiera en una bendición para todas las naciones, convirtiendo así a la

humanidad entera en una gran familia (cf. Gn 12, 1-3; Ex19, 3-6). Esta revelación de

Dios se delineó plenamente en el Nuevo Testamento, gracias a la palabra de Cristo.

Jesús nos manifestó el rostro de Dios, uno en esencia y trino en personas: Dios es

Amor, Amor Padre, Amor Hijo y Amor Espíritu Santo. Y, precisamente en nombre de

este Dios, el apóstol san Pablo saluda a la comunidad de Corinto y nos saluda a

todos nosotros: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la

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comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Co 13, 13).

Por consiguiente, el contenido principal de estas lecturas se refiere a Dios. En efecto,

la fiesta de hoy nos invita a contemplarlo a él, el Señor; nos invita a subir, en cierto

sentido, al "monte", como hizo Moisés. A primera vista esto parece alejarnos del

mundo y de sus problemas, pero en realidad se descubre que precisamente

conociendo a Dios más de cerca se reciben también las indicaciones fundamentales

para nuestra vida: como sucedió a Moisés que, al subir al Sinaí y permanecer en la

presencia de Dios, recibió la ley grabada en las tablas de piedra, en las que el pueblo

encontró una guía para seguir adelante, para encontrar la libertad y para formarse

como pueblo en libertad y justicia. Del nombre de Dios depende nuestra historia; de la

luz de su rostro depende nuestro camino.

De esta realidad de Dios, que él mismo nos ha dado a conocer revelándonos su

"nombre", es decir, su rostro, deriva una imagen determinada de hombre, a saber, el

concepto de persona. Si Dios es unidad dialogal, ser en relación, la criatura humana,

hecha a su imagen y semejanza, refleja esa constitución. Por tanto, está llamada a

realizarse en el diálogo, en el coloquio, en el encuentro. Es un ser en relación.

En particular, Jesús nos reveló que el hombre es esencialmente "hijo", criatura que

vive en relación con Dios Padre, y, así, en relación con todos sus hermanos y

hermanas. El hombre no se realiza en una autonomía absoluta, creyendo

erróneamente ser Dios, sino, al contrario, reconociéndose hijo, criatura abierta,

orientada a Dios y a los hermanos, en cuyo rostro encuentra la imagen del Padre

común.

Se ve claramente que esta concepción de Dios y del hombre está en la base de un

modelo correspondiente de comunidad humana y, por tanto, de sociedad. Es un

modelo anterior a cualquier reglamentación normativa, jurídica, institucional, e incluso

anterior a las especificaciones culturales. Un modelo de humanidad como familia,

transversal a todas las civilizaciones, que los cristianos expresamos afirmando que

todos los hombres son hijos de Dios y, por consiguiente, todos son hermanos. Se

trata de una verdad que desde el principio está detrás de nosotros y, al mismo tiempo,

está permanentemente delante de nosotros, como un proyecto al que siempre

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debemos tender en toda construcción social.

El magisterio de la Iglesia, que se ha desarrollado precisamente a partir de esta visión

de Dios y del hombre, es muy rico. Basta recorrer los capítulos más importantes de la

doctrina social de la Iglesia, a la que han dado aportaciones sustanciales mis

venerados predecesores, de modo especial en los últimos ciento veinte años,

haciéndose intérpretes autorizados y guías del movimiento social de inspiración

cristiana.

Aquí quiero mencionar sólo la reciente Nota pastoral del Episcopado italiano

"Regenerados para una esperanza viva: testigos del gran "sí" de Dios al hombre", del

29 de junio de 2007. Esta Nota propone dos prioridades: ante todo, la opción del

"primado de Dios": toda la vida y obra de la Iglesia dependen de poner a Dios en el

primer lugar, pero no a un Dios genérico, sino al Señor, con su nombre y su rostro, al

Dios de la alianza, que hizo salir al pueblo de la esclavitud de Egipto, resucitó a Cristo

de entre los muertos y quiere llevar a la humanidad a la libertad en la paz y en la

justicia.

La otra opción es la de poner en el centro a la persona y la unidad de su existencia,

en los diversos ámbitos en los que se realiza: la vida afectiva, el trabajo y la fiesta, su

propia fragilidad, la tradición, la ciudadanía. El Dios uno y trino y la persona en

relación: estas son las dos referencias que la Iglesia tiene la misión de ofrecer a

todas las generaciones humanas, como servicio para la construcción de una sociedad

libre y solidaria. Ciertamente, la Iglesia lo hace con su doctrina, pero sobre todo

mediante el testimonio, que por algo es la tercera opción fundamental del Episcopado

italiano: testimonio personal y comunitario, en el que convergen vida espiritual, misión

pastoral y dimensión cultural.

En una sociedad que tiende a la globalización y al individualismo, la Iglesia está

llamada a dar el testimonio de la koinonía, de la comunión. Esta realidad no viene "de

abajo", sino de un misterio que, por decirlo así, tiene sus "raíces en el cielo",

precisamente en Dios uno y trino. Él, en sí mismo, es el diálogo eterno de amor que

en Jesucristo se nos ha comunicado, que ha entrado en el tejido de la humanidad y

de la historia, para llevarlas a la plenitud.

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He aquí precisamente la gran síntesis del Concilio Vaticano II: La Iglesia, misterio de

comunión, "es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima

con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1). También

aquí, en esta gran ciudad, al igual que en su territorio, la comunidad eclesial, con sus

diversos problemas humanos y sociales, hoy como ayer es ante todo el signo, pobre

pero verdadero, de Dios Amor, cuyo nombre está impreso en el ser profundo de toda

persona y en toda experiencia de auténtica sociabilidad y solidaridad.

Después de estas reflexiones, queridos hermanos, os dejo algunas exhortaciones

particulares. Cuidad la formación espiritual y catequística, una formación

"sustanciosa", más necesaria que nunca para vivir bien la vocación cristiana en el

mundo de hoy. Lo digo a los adultos y a los jóvenes: cultivad una fe pensada, capaz

de dialogar en profundidad con todos, con los hermanos no católicos, con los no

cristianos y los no creyentes. Ayudad generosamente a los pobres y los débiles,

según la praxis originaria de la Iglesia, inspirándoos siempre y sacando fuerza de la

Eucaristía, fuente perenne de la caridad.

Animo con afecto especial a los seminaristas y a los jóvenes implicados en un camino

vocacional: no tengáis miedo; más aún, sentid el atractivo de las opciones definitivas,

de un itinerario formativo serio y exigente. Sólo el alto grado del discipulado fascina y

da alegría. Exhorto a todos a crecer en la dimensión misionera, que es co-esencial

para la comunión, pues la Trinidad es, al mismo tiempo, unidad y misión: cuanto más

intenso sea el amor, tanto más fuerte será el impulso a extenderse, a dilatarse, a

comunicarse.

Quiero concluir con un deseo que tomo también de la estupenda oración de Moisés

que hemos escuchado en la primera lectura: el Señor camine siempre en medio de

vosotros y haga de vosotros su herencia (cf. Ex 34, 9). Que os lo obtenga la

intercesión de María santísima, a la que los genoveses, tanto en la patria como en el

mundo entero, invocan como Virgen de la Guardia. Que con su ayuda y con la de los

santos patronos de vuestra amada ciudad y región, vuestra fe y vuestras obras sean

siempre para alabanza y gloria de la santísima Trinidad. Siguiendo el ejemplo de los

santos de esta tierra, sed una comunidad misionera: a la escucha de Dios y al

servicio de los hombres. Amén

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(Visita pastoral a Génova, domingo 18 de mayo de 2008)

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P. Gustavo Pascual, I.V.E.

La Santísima Trinidad

La iniciativa de la Redención la tomó Dios.

Mirando la faz de la tierra veía tanta variedad de hombres y todos vivían como si Él

no existiera. Vivían mal y terminaban aún peor, en el infierno.

Dios se determina hacerse hombre y es enviado el Hijo para realizar la Redención. El

Padre lo envía y es el Espíritu Santo el encargado de formar el cuerpo de Jesús y unir

la naturaleza humana con el Hijo Unigénito del Padre.

“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en

él, no perezca sino que tenga vida eterna”.

La razón por la cual se encarnó Dios fue la salvación de los hombres, para que

alcancen la vida eterna que habían perdido por el pecado de Adán.

Dios envió a su Hijo no para juzgar sino para salvar a los hombres. ¡Cuánto nos ama

Dios!

Y el Hijo enviado es el que nos revela la vida íntima de Dios. Nos revela cómo es

Dios.

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. En este Evangelio se nos habla de un Hijo

enviado y de un Enviador que si envía a su Hijo es Padre. También Jesús nos

revelará una tercera Persona, el Espíritu Santo consolador, el Espíritu de verdad que

Él enviará después de su ascensión a la derecha del Padre.

La Santísima Trinidad, Dios, es un misterio. Misterio, al cual, no hubiésemos llegado si

Cristo no lo hubiese revelado. Misterio, al cual, se accede por la fe en Cristo,

aceptando la revelación de Cristo, aceptando al mismo Cristo como Enviado del

Padre, “el que cree en él no es juzgado”.

¿Un misterio? Sí, un misterio. Misterio al que no podemos llegar con nuestra mente

sino sólo por la fe.

Decía Einstein: “la cosa más bella que podemos vivenciar es el misterio. Esa es la

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fuente de todas las artes y ciencias verdaderas”.

No es que solucionemos nuestra limitación intelectual con la palabra “misterio” como

cree la ciencia moderna y el hombre moderno en general, especialmente, los hombres

escépticos.

El misterio de Dios nos habla de que rendimos culto a un Dios verdadero que

trasciende nuestra limitación. Si alcanzáramos a Dios con nuestra inteligencia sería

en perjuicio nuestro porque tendríamos un Dios a la medida del hombre, lo que es

decir un Dios imperfecto. En cambio, un Dios que nos trasciende y al cual no

podemos llegar por nuestras fuerzas nos habla de un Dios verdadero.

La religión que incluye misterios es verdadera, en cambio, la que no incluye misterios

es dudosa y limitada, es decir, nos deja en nuestra angustia existencial. La religión de

los misterios nos abre las puertas a un mundo superior con posibilidades a superar

nuestras limitaciones. Al menos hay posibilidades de solucionar las cosas que nos

limitan, lo que no ocurre en una religión gnóstica.

¿Y nos basta con creer en Jesús? Creer implica también vivir como se cree, en una

palabra, imitar. Tenemos que creer en Jesús con una fe “actuosa” que obre lo que

cree.

La cita que dimos más arriba tiene una verdad extraordinaria: “la cosa más

bella que podemos vivenciar es el misterio”. Vivenciar, en el caso que nos ocupa, a

Dios.

Tenemos que vivir el misterio. Tener una relación vivencial con Dios y no sólo

con Dios, única naturaleza, sin con Dios Trino. Relación vivencial con el Padre, con el

Hijo y con el Espíritu Santo.

El alma en gracia posee en sí misma la presencia de la Santísima Trinidad.

Dios vive en nosotros. Ha puesto su morada en nuestra alma y cada acto de fe,

esperanza y amor que hacemos a Dios, Dios trino viene nuevamente a nuestra alma

acrecentando su vida en nosotros.

¿Hablo con la Santísima Trinidad? ¿Tengo un trato íntimo con Ella?

Un Dios trascendente, misterioso, viene a vivir en nosotros. ¡Cuánto nos ama

Dios! no es un Dios distante que se ha quedado en el empíreo cielo y desde allí nos

mira. Dios se ha hecho hombre, es “Dios con nosotros” para que nosotros nos

unamos a Él por Jesucristo que es el Camino.

El Padre de Jesús también es Padre nuestro. Nos lo ha revelado también

Jesús: “Padre nuestro que estas en el cielo…”. Acudamos a Él en nuestras

necesidades o más perfectamente abandonémonos en Él como el niño en brazos de

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su madre porque así quiere que vivamos la relación con Él.

El Hijo se ha hecho hombre, es Jesucristo, se ha acercado a nosotros y es

nuestro hermano, nuestro “amigo”. Acudamos a Él para que nos alivie y nos enseñe

la fidelidad al Padre. “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os daré

descanso. Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. En Jesús tenemos

un modelo acabado y cercano de virtudes. Su vida nos revela la vida de Dios. Quien

lo ha visto a Él ha visto al Padre, quien lo imita obra como obraría el Padre.

El Espíritu Santo es el alma de nuestra alma, el que da vida, purifica, santifica

nuestra alma. Él hace “otros cristos”. Él ha modelado cada uno de los santos. Él es el

que nos inspira y nos dice que quiere el Padre de nosotros. El irá modelando nuestra

vida con sus dones y nos hará conformarnos a imagen de Cristo. Él es el enviado por

Jesús para llevarnos a conocer la verdad de la revelación y para darnos la fuerza de

vivirla en plenitud.

Podemos hablar con Dios, o sea, con las tres divinas Personas, pero también

podemos hablar con cada una de las tres, con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu

Santo y también hablamos con Dios porque el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el

Espíritu Santo es Dios.

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iNFO - Homilética.ive Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así

como el Guion para la celebración de la Santa Misa.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

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Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos

Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del

domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los

cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan

aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir

alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema

propio de las lecturas del domingo analizado.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que

ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del

domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al

DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perennetradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia CatólicaApostólica Romana.

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