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JEAN ZIZIOULAS

CRISTOLOGÍA Y EXISTENCIA: la dialéctica creado-increado y el dogma de Calcedonia

Frente a los intentos cada vez más complejos y matizados de la teología occidental, es importante recordar las certezas fundamentales de la cristología ortodoxa y desarrollar sus implicaciones. Así lo hace magistralmente Jean Zizioulas en el presente artículo. El autor describe con todo rigor la novedad radical -en el pensamiento humano- de la noción bíblica de creación, y cómo la dialéctica creado-increado halla su solución en el dogma de Calcedonia. El alcance existencial de este dogma se expresa magníficamente en términos de amor y libertad inseparablemente unidos. Pues el «sin división» de Calcedonia funda el amor, y el «sin confusión» funda la libertad.

Christologie et Existente: la dialectique créé-incréé et le dogme de Chalcédoine, Contacts, 36 (1984) 153-172

I. Introducción

Los dogmas de la iglesia no son formulaciones puramente racionales, sin alcance existencial. En la iglesia ortodoxa, los dogmas son vida, ya que ponen de relieve las condiciones esenciales y últimas de la existencia. Una dogmática que no revele el significado existencial de los dogmas, sino que tan sólo se esfuerce en imponerlos como proposiciones incontestables e inamovibles, corre el riesgo de ser tachada de "dogmatismo" y, peor todavía, separa la tradición ortodoxa de la vida del hombre de hoy.

Esta convicción central de nuestras reflexiones nos lleva a preguntarnos: ¿Cuáles son las cuestiones existenciales graves y decisivas, puestas de relieve en el dogma de Calcedonia cuando afirma que, en la persona de Cristo, la naturaleza humana y divina, lo "creado" y lo "increado", están unidas "sin división" pero también "sin confusión"?

Examinemos inicialmente todo lo relativo a los conceptos "creado" e "increado". Para comprender correctamente su significado existencial y su utilización correcta, hay que discernir cómo y por qué estas nociones han aparecido en la historia.

II. La aparición de la dialética creado-increado 1. Relación Dios-mundo en el pensamiento griego

En la época en que el evangelio comenzó a propagarse entre los griegos de la antigüedad, el primer problema serio que se presentó fue el de la relación entre Dios y el mundo. En todo el pensamiento griego, el mundo era considerado como eterno. Era imposible hablar de cualquier comienzo del mundo en el sentido pleno del término, es decir, que la "sustancia" ontológica del mundo había tenido un comienzo. En consecuencia, nada había en el pensamiento griego que permitiera hablar de una creación del mundo ex nihilo. Cierto que Platón en el Timeo trata de una creación del mundo y de un dios que lo crea "por su libre voluntad". Pero, ¿en qué medida es "libre" ese dios-demiurgo de Platón? y ¿en qué medida el acto creador del dios platónico es

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ontológicamente absoluto? La respuesta nos viene dada por el hecho de que este dios, para crear el mundo, ha utilizado una "materia" que preexistía eternamente. Así pues, el dios-demiurgo de Platón es más bien un decorador. Da al mundo la forma, la armonía, las leyes físicas y todo lo que lo hace mundo, pero no le da la existencia en su sentido plenamente ontológico, ya que algo existía previamente a la formación del mundo (la "materia" eterna, e incluso el espacio). No estamos, pues, ante un "comienzo" del mundo, propiamente dicho. En la mentalidad del antiguo griego no hay lugar para la "nada" ontológicamente absoluta, para el no-ser. La "aniquilación" era algo que el antiguo griego temía y apartaba espontáneamente de su pensamiento. Ciertamente el concepto "no-ser" era conocido; pero se entendía tan estrechamente ligado al "ser" que perdía su especificidad absoluta: el "no-ser" contiene en sí mismo la posibilidad de ser y puede decirse que ya "existe" de alguna manera. Basta recordar aquí las palabras de Aristóteles en su Metafísica: "Es imposible que nazca algo si no hay elemento preexistente; y es evidente que este elemento (del que nace la cosa) existe por necesidad".

Por lo mismo, el antiguo griego aborrecía el caos y dedicaba una auténtica adoración a lo "bello" que identificaba con el orden y la armonía, con el mundo. El mismo dios-demiurgo crea porque aborrece el caos, el desorden; es un dios de orden y de belleza, un dios del mundo, un dios cósmico. El hecho de amar a un hombre feo o, peor aún, a un pecador (alguien que se opone a la armonía moral) es tan inconcebible como el hecho de evitar la atracción, el amor de lo bello, del bien. El dios de Platón -atraído irresistiblemente por lo bello, por el bien, no es libre; contrariamente al Dios de los cristianos, que ama "a los pecadores y a los feos" quizá todavía más que a los "bellos y buenos". Por ello, el Dios cristiano no crea porque ame lo "bello" y quiera dar forma al mundo. Crea porque quiere que exista otra cosa fuera de El, "otra cosa" con la cual relacionarse y unirse. Crea porque quiere dar la existencia a alguna cosa que, en modo alguno existía anteriormente (de ahí la creación a partir de la nada absoluta).

La consecuencia de estos principios del pensamiento helénico era la relación orgánica e indisoluble entre dios y el mundo. Para llegar al dios de Platón era preciso pasar por la observación del mundo, así como para alcanzar "lo bello" había que pasar por la observación de la belleza sensible.

En una tal concepción de las cosas, las nociones "creado e increado" carecen del menor sentido, pues el concepto helénico de "mundo" -como conjunto armónico y divino resultante de la unión ontológica entre dios y el ser- nada tiene que ver con la idea de "creación".

La creación (ktisis) es una noción que se encuentra por primera vez en los textos cristianos del apóstol Pablo, y supone un comienzo "absolutamente" ontológico (cf. Col l, 16-17), como un acontecimiento que se produce por primera vez. En consecuencia no es adecuada, en la teología cristiana, la palabra "mundo" cuando se habla de la relación dialéctica Dios-mundo; pues el "mundo" (en su sentido helénico) es considerado en su relación obligatoria con Dios, mientras que la "creación" presupone un acto de Dios que hace salir a la existencia otra realidad fuera de Él y frente a Él. Así pues, los esquemas "creado- increado" y "Dios-mundo" son profundamente distintos.

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2. Abandono de la ontología griega por los padres de la iglesia

La teología patrística brotó de las entrañas del pensamiento helénico de la antigüedad (los padres de la iglesia de los primeros siglos eran griegos por nacimiento y por educación). Por ello, tuvieron una sensibilidad especial hacia el tema que nos ocupa. Precisamente las grandes discusiones cristológicas vinieron por la dificultad de esta cuestión.

Desde el principio se insistió fuertemente en que Dios no debe estar ligado ontológicamente al mundo. El epíteto de Dios utilizado con este fin es "no-engendrado" (agennetos). Por otra parte, el mundo ha sido creado de la nada (ex nihilo). Y la "nada", de donde el mundo ha sido sacado, no tiene ninguna relación con el ser ni contiene ontológicamente ninguna noción. Puede decirse que los padres griegos son los primeros en introducir en la filosofía griega el concepto absoluto de la "nada".

¿Por qué los padres griegos abandonaron la ontología helénica para progresar hacia la dialéctica "creado- increado"? ¿Qué razones les impulsaron a esta transformación? Estas razones fueron a la vez históricas y existenciales. Vamos a verlas brevemente.

3. Razones históricas de tal abandono

Históricamente, los padres griegos se enfrentaron con dos concepciones de Dios incompatibles. Por una parte, el dios de los griegos, siempre ligado al mundo, sometido al ser del mundo, y que permanecía como ser absoluto. Y por otra parte, el Dios de la biblia, que era tan independiente del mundo que podía ser "pensado" sin relación con el mundo (lo cual era inconcebible para el helenismo antiguo) y que hacía lo que quería, libre de toda obligación lógica y ética: un Dios arbitrario hasta la provocación, que hace misericordia "a quien hace El misericordia" y que tiene compasión "de quien Él tiene compasión" (Rm 9,15).

En una tal concepción de Dios, no es el ser lo definitivo sino la libertad. Es precisamente el concepto de "libertad" el que impone el concepto de "nada" como noción absoluta. Sí, este mundo podría no haber existido en modo alguno. El hecho de existir, para una cosa, no es algo necesario sin más sino que es un hecho atribuible a la libre voluntad de alguien. Este "alguien", que en la fe bíblica es Dios, no depende del ser del mundo (ni de su propio ser) pues Él comunica el ser a lo que existe.

Así pues, llegamos a las razones existenciales que conducen a los padres a la dialéctica creado-increado. Vamos a exponerlas brevemente.

III. La significación existencial de la dialéctica creado-increado 1. La existencia como fruto de la libertad y como don

La existencia es un fruto de la libertad. El hecho, para el mundo, de ser "creado" y de haber comenzado a partir de "nada", significa que podría perfectamente no existir. Lo cual lleva a la conclusión de que la existencia del mundo, nuestra propia existencia, no es obligatoria sino fruto de libertad. Decir que el mundo podría no existir significa que

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la existencia es para nosotros un don de libertad, una gracia. Creación y gracia tienen, pues, el mismo sentido.

Una tal concepción del mundo da inmediatamente a nuestra vida una cualidad muy particular. Aceptar que mi existencia es un don, empuja mi corazón a desbordar de gratitud desde que yo tomo conciencia de mi existencia. Así pues, la ontología (conciencia del ser) deviene eucarística, se transforma en acción de gracias. Las más antiguas plegarias litúrgicas incluyen, antes que todo, una "eucaristía" celebrando la existencia, el acontecimiento de que el mundo existe. Lo cual lleva a un tipo de hombre que no considera como suyo nada de lo que posee, ni, mucho menos, considera "tener derecho"; un tipo de hombre que supera el ego y está lejos de toda actitud de "superioridad" o de concupiscencia; un tipo de hombre que está dispuesto a "dar gracias", a entregar su existencia entera como un acto de libertad análogo al acto por el cual recibió la existencia, y a luchar contra la misma muerte.

Saber que nuestra existencia es un acto de libertad nos libera de la esclavitud intelectual que ata nuestro pensamiento a "axiomas" obligatorios y. a "categorías" lógicas; más aún, nos libera de la esclavitud forjada por la necesidad biológica y sus instintos: podemos amar la vida sin sentirnos esclavos de ella. Esta es la actitud de los mártires y de los santos, la actitud de la iglesia, nacida de la dialéctica "creadoincreado".

2. La existencia siempre amenazada por la muerte

La existencia está amenazada, sin descanso, por la muerte. Esta es la segunda consecuencia de la dialéctica "creado-increado", y tan esencial como la primera. Decir que el mundo es creado no significa tan sólo que podría no existir; significa también que en cualquier momento puede dejar de existir. La nada absoluta, el "no-ser", que es un principio de existencia de lo creado, no queda automáticamente suprimido por el hecho de la existencia: al contrario, la atraviesa y la penetra sin cesar. La naturaleza de lo creado es mortal. Es, pues, imposible pretender una "energía actuando y eficaz", un impulso, un movimiento, o una potencia cualquiera impresa por Dios en la naturaleza de lo creado con el fin de asegurarle eternamente la existencia.

La naturaleza de lo creado no contiene, pues, en su seno, ninguna capacidad para sobrevivir; Heidegger la ha llamado con exactitud "ser-para- la-muerte". "Ser creados" significa que somos mortales, que estamos bajo la amenaza de la nada, de la nada absoluta, del "no-ser". Nuestra naturaleza hace que vengamos al mundo como muertos, ya que biológicamente morimos desde el instante de nuestro nacimiento. El mundo entero -por el hecho de haber sido creado- perece existiendo y existe pereciendo: su vida y nuestra vida no son la "vida verdadera". Lo creado es trágico, por naturaleza: ya que su existencia viene determinada por la paradoja de sintetizar dos elementos, la vida y la muerte, que se excluyen mutuamente de forma absoluta. El espacio y el tiempo, que caracterizan exclusivamente lo creado, son la expresión misma de esta paradoja. Por el tiempo y el espacio, nos comunicamos unos con otros tejiendo conjuntamente la cadena de la vida; pero, también a causa del tiempo y del espacio, estamos divididos unos y otros por el corte de la muerte. ¿Cómo lo creado superará esta tragedia? ¿Cómo podrá vencer la muerte?

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3. ¿Una salida fácil a la dialéctica muerte-vida?

La dialéctica "creado- increado" excluye de salida ciertas soluciones aparecidas en la historia de la filosofía y de la teología. Por ejemplo, no podemos decir que la muerte sea superada por la inmortalidad del alma, ya que cualquier elemento que diera a lo creado la posibilidad "natural" de una existencia durable haría de lo creado una realidad "divina" por naturaleza, dotada de inmortalidad obligatoria.

Ni tampoco la solución "moral" o "jurídica" puede llevar a la superación de la muerte. Esta solución supone que lo creado puede mejorar y perfeccionarse, con el cultivo de las virtudes y la práctica de la ley natural o divina. En realidad, no es así: la única cosa vencida es la preocupación ante la muerte, pero no la muerte misma.

La muerte es connatural a la creación y no puede ser superada por ningún esfuerzo ni ninguna facultad de lo creado. Gracias a la moral, la creación se hace mejor pero no se salva de la muerte. Y la idea de la inmortalidad del alma, dejando aparte el hecho de que convierte en obligatoria la existencia, atenúa un tanto el aspecto trágico de la muerte del cuerpo -forma de la creación-, la cual continúa amenazada por la muerte. En definitiva, cuanto más el hombre se ind igna ante la muerte, más busca la superación de la creación, lejos de Platón y de todos los moralismos. El mundo es tan "creado" que no puede vivir solo; pero es tan "amado" por Dios que debe vivir. La muerte, el "enemigo último" de la existencia, debe ser aniquilado.

IV. La superación de la dialéctica creado-increado por la Cristología

Las enseñanzas el IV Concilio ecuménico sobre la persona de Jesucristo, igual que el conjunto de la teología patrística, pierden todo su significado si no se las relaciona con el problema de lo "creado" y de la superación de la muerte. Si Cristo aparece en ellas como salvador del mundo, no es porque haya aportado un modelo moral o una enseñanza sobre el hombre; sino porque Él encarna en sí mismo la superación de la muerte, porque en su persona lo "creado" vive desde ahora eternamente. ¿Cómo sucede eso? El concilio de Calcedonia utiliza dos adverbios que parecen contradictorios y que no significan nada si no son interpretados desde la dialéctica "creado- increado". Estos adverbios son por una parte adiairétôs (sin división) y por otra parte asynchytôs (sin confusión).

1. El "sin división" del concilio de Calcedonia: el amor

El primero de estos adverbios, el "sin división" significa que entre lo "creado" y lo "increado" no debe existir distancia ni separación. El tiempo y el espacio que actúan sobre la naturaleza de la creación de un modo paradójico, uniendo y dividiendo al mismo tiempo, causando a la vez la existencia y la inexistencia (la muerte), deben llegar a ser portadores tan sólo de unión. La muerte no puede ser vencida si este "sin división" no se realiza. En otras palabras: lo "creado", para vivir, debe estar en relación durable e ininterrumpida (indivisible) con algo "increado". Si no es así, si lo "creado" no sale de sí mismo y no se une sin división a alguna otra realidad fuera de sí mismo, se deteriora y muere.

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Pero si esta realidad a la que se une para superar la muerte es también algo creado, como sucede en el amor biológico, no escapa tampoco a la muerte. Por ello, tan sólo unido a algo increado, puede lo creado sobrevivir. En consecuencia, el amor, que es precisamente el salto de los seres fuera de sí mismos para superar la creación y la muerte, es un punto esencial para solucionar el problema de la creación. Y sólo el amor, es decir la unión "sin división" con Dios increado, asegura la inmortalidad, pues todo lo creado está destinado a perecer.

Cristo encarna exactamente esta libre unión de lo creado y lo increado como la manera de trascender la muerte. Si la relación "creado- increado" no es indivisible, la muerte no es superada. Toda "distancia" entre Dios y el hombre lleva a la muerte, dice Crisóstomo. La superación de la muerte supone la unión entre creado e increado. He aquí el sentido del "sin división".

2. El "sin confusión" del concilio de Calcedonia: la libertad

El "sin confusión" significa inversamente, que esta unión, aunque sea perfecta y absoluta, no suprime la dialéctica "creado- increado", ¿Por qué? y ¿cómo comprender una tal paradoja en la existencia?

En primer lugar, porque la relación "creado- increado" debe mantenerse dialéctica, si la existencia es realmente un don de libertad. En el momento en que esta dialéctica fuera suprimida, la existencia -tanto la de Dios como la del mundo- se transformaría en un "producto" de la necesidad y no de la libertad.

Y ciertamente, la cristología no suprime esta dialéctica. Por la persona de Cristo no se forja una unión inevitable entre lo "creado" y lo "increado". El "sin confusión" salvaguarda la libertad, así como el "sin división" salvaguarda el amor. Estos dos adverbios son, pues, los términos en que se expresan los dos puntos limítrofes de la existencia: la libertad y el amor. Sin amor, es decir sin salida de la autarquía del ser en un movimiento de unidad con el "otro" y, en definitiva, con el "siempre otro" (el increado), no hay inmortalidad. Pero, sin libertad, es decir sin mantener la diversidad, la identidad particular de amante y amado, la inmortalidad es también imposible.

3. La resurrección de Cristo

Cristo, por el hecho de unir creado e increado "sin confusión" y "sin división" ha vencido la muerte.

Esta victoria se ha realizado en su resurrección, sin la cual no puede hablarse de salvación, ya que la muerte es "el problema" de la creación. Cristo es el "salvador del mundo", no porque se ha sacrificado sobre la cruz borrando así los pecados del mundo, sino porque "ha resucitado de entre los muertos habiendo aplastado la muerte con la muerte".

La Ortodoxia sigue insistiendo en la resurrección como centro de toda su vida, precisamente porque ha visto que el problema de lo creado no es moral sino ontológico; es el problema de la existencia (y no el de la belleza) del mundo, el problema de la

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muerte. Y la Resurrección de Cristo se ha hecho poderosa gracias a la unión "sin división", pero también "sin confusión" entre lo creado y lo increado.

4. La dimensión eclesial

Llegamos, ahora, al corazón de la cristología: su dimensión eclesial. ¿Qué significan las expresiones "sin división" y "sin confusión" al margen de la experiencia de la iglesia? No pasan de ser expresiones lógicas o, a lo más, aceptables cuando nos referimos a Jesucristo, hombre y Dios. Sin embargo, si lo traducimos en su sentido eclesiológico, este dogma es un modo de existencia. La iglesia, sobre todo cuando se reúne en forma eucarística, descubre la gran paradoja cristológica: lo creado y lo increado están unidos perfectamente sin que sus especificaciones sean abolidas. De ahí que, cuando cada miembro de la iglesia se une a los otros miembros en una comunión indisoluble, nace la verdadera identidad de cada persona. El amor y la libertad devienen así una experiencia eterna.

5. Libertad y amor "sin división" y "sin confusión"

Esta experiencia de la iglesia es el único modo de que se haga realidad el sentido existencial de la cristología. Fuera de la experiencia de iglesia, el amor y la libertad se desdoblan y se destruyen mutuamente. Así, el amor erótico -tanto en su vertiente biológica como en su forma sentimental- tiende a destruir la especificidad e identidad de la persona amada, pues brota de una necesidad, de una atracción: cuanto mayor es -biológicamente- el "sin división", mayor es el riesgo de una "confusión" mortal. Y, a la inversa, si queremos preservar nuestra libertad, nuestro "sin confusión" sobre la base de nuestra existencia biológica, perdemos el amor, el "sin división", y llegamos a la separación de los otros que es, en definitiva, la muerte. La libertad sin amor, igual que el amor sin libertad conducen a la muerte. Y, tristemente, éste es un elemento esencial de la creación.

Para que lo creado escape a este destino, le hace falta un nuevo nacimiento, un nuevo modo de existir, una nueva personalidad (hypóstasis). La cristología de Calcedonia insiste con razón en que la personalidad (hypóstasis) de Cristo, es el hijo eterno de la santísima trinidad, es decir el Dios increado, y no una personalidad (hypóstasis) humana, es decir creada. Si la personalidad de Cristo hubiera sido. creada, la muerte habría sido también fatal para Él, y la victoria sobre la muerte, imposible. Lo mismo ocurre con cada hombre. Si nuestra personalidad (hypóstasis) es la que tenemos desde nuestro nacimiento biológico, la libertad y el amor -esos dos constitutivos de la existencia- permanecerán separados y nos conducirán así a la muerte. Sólo si adquirimos una nueva personalidad (hypóstasis), es decir si nuestra identidad personal hunde sus raíces en una libertad que sea amor, entonces nuestra naturaleza creada, unida sin división y sin confusión al Dios increado, será salvada del destino de la muerte.

La iglesia, por el bautismo y luego por la eucaristía, nos ofrece esta nueva identidad que se enraiza en un conjunto de relaciones no obligatorias, como son las que crean la familia y la sociedad, sino libres y amorosas a la vez, "sin confusión" y "sin división".

Tradujo y condensó: GABRIEL VILLANOVA