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S T A F F M O D E R A D O R A S
sooi.luuli
Ladypandora
Angeles Rangel
T R A D U C T O R A S
sooi.luuli
Shybi-Lacombe
angiefunes
Maia8
caami
vero aquino
Dannita
angiefunes
val_277
dulipasia
CrisCras13
Im_Rachell
Jhos
Nessiea
Lexiia_Rms
C O R R E C T O R A S
Bibliotecaria70
Eneritz
Vericity
Ladypandora
MaarLopez
LilikaBaez
Angeles Rangel
amy_andrea
R E VI S I Ó N &
R E C O P I L A C I ÓN
Angeles Rangel
D I S E Ñ O
Hanna Marl
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Índice SINOPSIS
PRÓLOGO: El final de todo
CAPÍTULO 1: Catorce días antes
CAPÍTULO 2: Toco a la puerta
CAPÍTULO 3: Travis no escucha muy bien
CAPÍTULO 4: Puedo Jugar al Juego Lanzamiento de Herraduras
CAPÍTULO 5: La mascota que huyó
CAPÍTULO 6: Conocí un chico con un arma
CAPÍTULO 7: Maximus
CAPÍTULO 8: Por caminos separados
CAPÍTULO 9: Un pop en la cima otra vez
CAPÍTULO 10: Cuerpos, sangre y coches en llamas
CAPÍTULO 11: Noventa kilómetros por hora en una carretera sin salida
CAPÍTULO 12: Tomamos una decisión
CAPÍTULO 13: El Hotel Renner
CAPÍTULO 14: Las verdaderas damiselas se rescatan solas
CAPÍTULO 15: La guerra para terminar todas las guerras
CAPÍTULO 16: Duermo junto a un chico
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CAPÍTULO 17: Una indeseada correspondencia
CAPÍTULO 18: Comienza la operación Rescate de Travis
CAPÍTULO 19: Angelique
CAPÍTULO 20: El único Bebedor bueno es el Bebedor muerto
CAPÍTULO 21: El fin de todo
Extracto de la siguiente novela Death Day, Black
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Sinopsis
los dieciséis años Lola es una temeraria. Le gusta hacer novillos,
besuquearse con el chico malo, Everett James y robar autos. ¿La
razón detrás de todas sus travesuras rebeldes? Porque puede.
¿Pero qué puede hacer una chica contra una horda de vampiros asesinos?
Con la ayuda de su padre a veces sobrio, su mejor amigo Travis y
Maximus, el misterioso extraño que apareció de la nada para salvar su
vida, Lola debe lograr lo que el resto de la raza humana no ha podido
lograr como secuela de la amplia masacre mundial: sobrevivir.
¿Pero cómo sobrevives cuando todo lo que conoces ha sido destruido… y la
persona en la que pensaste que podías confiar termina siendo la más
peligrosa de todas?
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«La muerte es cuando los monstruos se adueñan de uno.»
Salem's Lot, STEPHEN KING
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Prólogo
El final de todo
Traducido por sooi.luuli Corregido por Eneritz
uedo oler la sangre. Tiene gusto a metal y cierro la boca con fuerza,
apretando los dientes, hasta que me duele la mandíbula. Aún así,
su aroma invade mis fosas nasales, dulce y fétida, como una
manzana que ha sido dejada fuera para que se pudra al sol. Mi estómago
tiene retortijones, una reacción instintiva a lo que el olor de la sangre ha
llegado a significar: la muerte.
Un Bebedor ha estado en el hotel. Puedo ver las marcas de sus garras que
transitan por la carpintería de la recepción principal. Lo poco que quedaba
de muebles en el vestíbulo ha sido completamente destruido, como si el
Bebedor hubiera entrado en alguna especie de rabia ciega, destruyendo
todo a su paso.
Él estaba equivocado. No todos los Bebedores se fueron. Al menos quedaba
uno. Uno que sabía dónde se estaba ocultando. Uno que esperaba a que
finalmente atacara.
Con el corazón en la garganta cruzo el vestíbulo y me muevo deprisa por
las escaleras, gritando sus nombres con cada paso.
La alfombra fría y verde amortigua mis pasos mientras me apresuro por el
pasillo, pasando puerta tras puerta hasta que llego a la que quiero. La
abro de un tirón con tanta fuerza que casi caigo sobre el colchón, pero
recupero el equilibrio a tiempo.
El olor de la sangre aquí es más fuerte. No hay duda de eso. No hay motivo
que me convenza de que estoy imaginando cosas.
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Las sombras siguen atrayéndose. Mis palpitaciones fuertes cuentan los
segundos mientras escaneo la muy oscura habitación. Conozco cada
rincón, cada rincón de este pequeño espacio y lo atravieso sin compasión.
Mis dedos rozan el vestidor de madera, que alberga mi escasa colección de
ropa. No me molesto en abrir los cajones. Lo que estoy buscando no está
aquí. Pero está en algún lugar. La sangre no miente.
Maldiciendo, llorando, suplicando por sus vidas me tropiezo por el pasillo y
escaneo habitación tras habitación tras habitación, gritando, hasta que mi
voz está ronca.
Cuanto más me adentro en el hotel más oscuro se vuelve, hasta que estoy
yendo a ciegas, usando las paredes de soporte. Cuando veo la luz
floreciendo de los bordes de una puerta al final del último pasillo mis
rodillas casi se desploman del alivio. Los he encontrado y están
escondiéndose, justo como deberían haberlo estado. Sanos y salvos. Una
risa jadeante se abre camino más allá de mis labios. Me he preocupado
hasta el extremo para nada. Excepto que el aroma de la sangre es más
fuerte que nunca, y no puedo sacudirme la terrible sensación de miedo
que amenaza con ahogarme.
Abro la puerta e instantáneamente me cubro los ojos, cegada por la luz
después de andar tanto tiempo en la oscuridad. Por unos segundos todo lo
que veo son dos figuras borrosas. Una tendida sin vida en el suelo y la otra
inclinada sobre ella.
Mi visión se vuelve a enfocar como una lente de cámara. Enfocándose
lentamente alrededor de los bordes antes de hacerse espiral hacia el
centro hasta que todo está claro. Claro como el cristal. Y todo lo que veo
es quién está en el piso. Y veo quien está inclinado sobre él. Y veo lo que
he elegido pasar por alto durante mucho tiempo.
—¿Está muerto? —Mis palabras salen planas. Sin emoción. Es una
pregunta retórica. Sé que está muerto. Nadie puede perder tanta sangre y
sobrevivir. Se filtra por el suelo de azulejo, alcanzando la puerta, y me veo
obligada a adentrarme en ella mientras atravieso la habitación.
El superviviente se gira para mirarme y mi aliento da un silbido para teñir
el aire de sorpresa y traición. No había pensado... Nunca me hubiera
imaginado... Pero la sangre no miente y su rostro está cubierto con ella.
—Tú —susurro con agonía—. ¿Cómo pudiste ser tú?
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Su boca se abre y se cierra. Rápido, muy rápido, pero veo el destello
delator de plata antes de que lo pueda ocultar. Extiende su mano hacia mí.
Una súplica silenciosa. La sangre gotea de sus dedos.
—Esto no es lo que parece —dice rápidamente—. Lola, no lo entiendes.
Déjame explicarte.
—¿No es lo que parece? —repito torpemente—. Eres uno de Ellos. Eres
un... un... Bebedor. Eres un monstruo. —Mi voz se espesa con las
lágrimas—. Y lo mataste.
No dice nada. Sus ojos revolotean a mi mano izquierda.
El arma. Se ha convertido en una parte de mí, que casi olvidé que la tenía.
Inmediatamente la levanto y apunto con la boca centrada. Su rostro se
vuelve pálido. Da un paso atrás, entonces se detiene. Se queda en silencio.
—Házlo entonces. Solo hazlo, Lola. Si piensas que podría haber hecho esto
ya estoy muerto.
—No —miro hacia el cuerpo en el piso—. Él es el único que está muerto.
Apunto con el arma hacia el centro muerto de su pecho. Apunto justo a su
corazón negro.
—Lola, te am...
Aprieto el gatillo.
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Capítulo 1
Catorce días antes
Traducido por sooi.luuli Corregido por Eneritz
abía una vez una hermosa chica. La preciosa chica tenía dos
padres que la amaban y una hermana mayor que la adoraba.
Tenía un Golden retriever llamado Buddy que sabía todo tipo de
trucos. Vivía en una perfecta casa, en una perfecta calle, en un perfecto
vecindario. La hermosa chica tenía puras A's en la escuela y quería ser
veterinaria cuando creciera. Era capitana del equipo de fútbol de la
escuela y del equipo de porristas. Tenía un atractivo novio llamado Todd y
siempre estaba muy, muy feliz.
Sí, esa chica no soy yo. Mi nombre es Lola. Mis padres están divorciados.
Mi hermana mayor no me puede ver ni en pintura y mi perro fue
atropellado por un auto hace dos semanas.
Después de mi gran D mi madre se mudó al otro lado del país, a California
y se casó seis meses después con un tipo que monta una motocicleta y
tiene un fu Manchu (para quienes no saben qué es eso, es un bigote
realmente estúpido). Decidí quedarme con mi padre en Birdsbordo,
Pennsylvania.
Vivíamos en un edificio de mierda en el lado equivocado de la ciudad. Mi
hermana mayor se fue con mamá a California y no he escuchado nada de
ella desde entonces. Nunca he tenido novio. No hago deportes. La última
vez que tuve algo parecido a una A fue en séptimo grado en inglés, y eso es
porque me sentaba al lado de Patricia Clark, la chica más inteligente de
toda la escuela.
Pero esta historia no es sobre mí. Esta historia es sobre ellos. Los
Bebedores.
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Nadie sabe de dónde vinieron. No exactamente. Nuestro gobierno culpó a
los terroristas. Los terroristas culparon al gobierno. El gobierno culpó a los
fanáticos religiosos. Los fanáticos religiosos culparon a los pecadores. Los
pecadores culparon a los hippies. Los hippies culparon a los propietarios
de los SUV's de alto consumo de gasolina. Los propietarios de los SUV's de
alto consumo de gasolina no culparon a nadie por el hecho de que fueron
los primeros en morir. Resulta que los SUV's de alto consumo de gasolina
no pueden ir muy lejos antes de quedarse sin gasolina.
Vaya usted a saber.
Personalmente, soy de la opinión de que los Bebedores siempre han estado
aquí. Al acecho en las sombras. Esperando el momento oportuno.
Esperando el momento justo para atacar.
Con la suficiente curiosidad, decidieron destruir la humanidad un martes
a mediados de agosto. Un día común como cualquier otro. Sin vacaciones
de las que hablar. Nada que hiciera significante el día. No hasta entonces.
Ahora lo llamamos el Día Final, pero antes de eso era simplemente el viejo
martes, el diecisiete de agosto.
Desearía poder decir que estaba haciendo algo crucial el día en el que el
mundo se vino abajo. Salvando una vida. Buscando una cura para el
cáncer. Rescatando a un gato de un árbol. En lugar de eso estaba robando
un auto.
—Lola, ¿estás segura de que quieres hacer esto? —Travis, mi mejor amigo
y socio renuente en el crimen, se asomó por la parte superior del
contenedor en el que nos apiñábamos y agachábamos—. Creo que es una
mala idea.
Lo miré de reojo. Alto y delgado con el brillante cabello rojo, ojos marrones
y los dientes torcidos, Travis no había ganado exactamente la lotería de los
genes. Era un friki de primer orden, pero era mi friki y por eso toleraba su
comportamiento de gallina de mierda. La mayor parte del tiempo.
—No seas un p... miedoso —dije, modificando mi elección de palabras en el
último minuto. Travis estaba tan tenso que cualquier maldición lo enviaría
justo al límite. Alcancé la grava entre nosotros y acaricié su mano de
manera tranquilizadora—. Está bien. No es como si fuéramos a llevar el
auto a algún lado. Solo vamos a hacerlo arrancar.
—¿Pero por qué?
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—Porque podemos. —Era mi nuevo mantra para todo. ¿Por qué robamos
uno de los cigarrillos de papá y lo fumamos detrás del apartamento,
incluso aunque me ponía enferma? Porque puedo. ¿Por qué cubrimos de
papel higiénico la casa de Missy, la porrista, incluso aunque solíamos ser
mejores amigas? Porque puedo. ¿Por qué me besuqueo con el chico malo,
Everett James, en el vestuario de hombres en la escuela, incluso aunque
apestaba besando e intentaba tocar mis pechos? Porque puedo.
—Vamos —dije, agarrándolo del brazo y levantándolo—. Tenemos que
irnos ahora, antes de que las luces de la calle se enciendan.
El auto al que había decidido manipular los cables para que encendiera
sin la llave se encontraba en una tranquila calle residencial a diez
manzanas de mi apestoso complejo de apartamentos. Aquí las aceras
estaban libres de basura y cada césped frente a las casas de imitación
estaba cortado a la perfección. Incluso el contenedor de basura en el que
se escondían olía bien. Como la comida china y Febreze. Tomé una
profunda inhalación mientras lentamente salíamos a la calle y mi
estómago vacío gruñó en respuesta.
—¡Shhh! —siseó Travis.
—No puedo evitarlo si me estoy muriendo de hambre.
—¡Qué! Acabamos de comer, como hace media hora.
—No comí mucho —protesté.
—¡Comiste dos hamburguesas con queso, una gran fritura extra y un
batido!
Le di un codazo en las costillas.
—¿Qué eres tú, la policía de la comida? Sabes que tengo un metabolismo
rápido.
Él murmuró algo que sonó sospechosamente como “cerda” antes de que
cerrara su boca. Dejé pasar el insulto. Tengo cientos de problemas, pero la
imagen corporal no es una de ellas. Estoy más que contenta con mi
estatura en relación al peso. Siempre he sido capaz de comer lo que sea
que quisiese sin tener que preocuparme por la adicción extra de kilos.
Suerte, supongo. Esa soy yo. La Reina de la Suerte.
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Sacando mi teléfono del bolsillo trasero de mis jeans, lo consulté una vez
más. Fue sorprendentemente fácil averiguar en internet cómo manipular
los cables para encender un auto. Un sitio incluso tenía paso por paso
instrucciones completas con imágenes.
—¿Tienes el destornillador y los pelacables? —le pregunté a Travis.
Alargó su mano para darle una palmadita a la mochila naranja que se
había colgado a los hombros.
—De acuerdo —dije, haciendo crujir mis nudillos—. Hagámoslo.
Hace dos semanas habíamos elegido el auto. Pertenecía a un hombre que
vivía en la tercera casa de la izquierda, un hacendado de dos niveles con
pequeños gnomos escalofriantes esparcidos por todo el césped. De acuerdo
a su buzón de correo su apellido era Sr. Livingston. Manejaba un Toyota
Corolla 2003 negro. De acuerdo a Kelly Blue Book tenía treinta y cinco
millas por galón y era una elección de seguridad superior. Lo que sea que
el infierno significara.
Lado a lado Travis y yo caminábamos por la acera, haciendo todo lo
posible para vernos como dos adolescentes normales dando un paseo a las
ocho y media de la noche de un jueves. Desde algún lugar del otro lado de
la calle un perro ladraba. Una mujer gritó y el perro se calló. A mitad de
camino de la entrada del Sr. Livingston un auto se detuvo detrás de
nosotros. Sentí a Travis tensarse y apreté mi agarre en su brazo. Las luces
del auto brillaban mientras se movía de par en par en el otro carril y salía
disparado, con los neumáticos chirriando.
—Idiota —dije.
—¿Crees que saben lo que estamos haciendo? —preguntó Travis con
nerviosismo. El pobre chico ya sudaba la gota gorda. Apreté su brazo.
—Cálmate. Esto será divertido.
—¿Divertido? —chilló—. ¿Crees que robar un auto es divertido?
Suspiré.
—¿Necesito recordarte que estuviste de acuerdo con esto hace alrededor de
un mes? Y además, no vamos a robar. Solo vamos a... hacerlo arrancar. No
es como si fuéramos a llevarlo a algún lado. —Probablemente no, agregué
en silencio.
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—¿Qué si nos atrapan?
—Entonces asumiré toda la culpa, así como te dije ayer. Y antes de ayer. Y
el día anterior a ese. Tú sabes, Travis, que si no querías venir no tenías
que hacerlo. No te estoy retorciendo el brazo o algo así.
—Uh —dijo él—. En cierto modo lo estás.
Miré hacia donde mis dedos estaban haciendo pequeñas marcas rojas en
su piel e inmediatamente lo dejé ir.
—Oh. Lo siento.
Se frotó el brazo y se las arregló para darme una sonrisa débil.
—Está bien. Estás un poco nerviosa también, ¿eh?
—No estoy nerviosa —me burlé—. Esto va a ser fácil.
—Sí, eso es lo que todos los que están sentados en la cárcel dijeron
también.
Le disparé La Mirada. Él puso La Cara pero dejó de hablar. Pasamos la
entrada del Sr. Livingston, así como lo planeamos y fuimos a la siguiente
calle antes de que nos diéramos vuelta y volviéramos. Dos adolescentes.
Dando un paseo. Vestidos de negro. Aquí nada sospechoso.
El Toyota estaba ubicado justo en la mitad de la calzada baja y ligeramente
inclinada. Me escabullí hacia el lado del conductor y Travis se inclinó por
encima de mi hombro derecho, su aliento caliente en mi cuello.
—De acuerdo —dije, sobre todo para mí—. De acuerdo. El primer paso es
entrar al auto sin hacer sonar la alarma. Travis, entrégame la cuña y la
percha. —Extendí mi mano de manera expectante. Flexioné mis dedos—.
¿Travis? ¡Travis!
—No creo que esté cerrado con seguro —susurró.
—Por supuesto que está cerrado. ¿Qué idiota no le pone seguro a su auto?
—No estamos en el lado oeste, Lola. Nadie aquí le pone seguro a su auto.
Apreté los dientes y conté hasta tres.
—Travis, solo dame el maldito trozo de madera y...
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En su lugar, Travis pasó por al lado y abrió la puerta. Sus dientes se
exhibieron blancos en la oscuridad insidiosa.
—¿Ves? —dijo triunfante—. Te lo dije.
Le di un golpecito con mi cadera para sacarlo del camino.
—Como sea. Entonces el Sr. Livingston es un idiota. No es como si él...
¡demonios! —maldije.
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué es? ¿Alguien está viniendo? —Travis se aplastó
contra el costado del auto y se dejó caer al piso. Habría sido divertido si no
estuviera tan enojada.
—¡Dejó las llaves en el encendido! —Estúpidos yupis del lado este. Ellos
merecían que sus autos fueran robados.
—Qué mal —dijo Travis, sin intentar disimular su alivio. Se puso de pie e
intentó agarrar mi codo. Saqué mi brazo del alcance.
—No —dije de manera obstinada—. No vamos a irnos.
—Lola... si estás pensando lo que creo que estás pensando...
—Creo que dijimos que íbamos a robar un coche —interrumpí—. Y eso es
exactamente lo que vamos a hacer. Ahora entremos.
—¿Entrar? —se quedó boquiabierto—. Uh uh. De ninguna manera. Tú
dijiste que solo íbamos a manipular los cables para hacerlo arrancar, no
conducirlo. Lo prometiste.
Sentí un irracional impulso de ira. Esto no estaba resultando para nada
como pensé que lo haría. Se suponía que irrumpiríamos en el coche, lo
haríamos arrancar y marcharíamos al atardecer como unos Bonnie y Clyde
contemporáneos. ¿Por qué? Porque puedo.
Excepto que el auto no estaba cerrado con el seguro, las estúpidas llaves
estaban en él y mi compañero en el crimen se había vuelto un cobarde.
Haciendo girar mi largo cabello detrás de mi hombro, me deslicé
suavemente en el asiento delantero y giré la llave. El auto arrancó con un
suave ronroneo y mi enojo se volvió adrenalina. Bombeaba a través de mis
venas, un punto más alto que lo que cualquier estúpido cigarrillo podría
darme.
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Bajando la ventanilla me asomé y le sonreí a Travis, que me miraba con la
boca abierta de incredulidad.
—¿Quieres dar un paseo, cariño? —dije con mi mejor acento sureño.
—No.
—Entra, Travis. —No era una solicitud.
—Vamos a ir a la cárcel —gimió antes de corretear por la parte trasera del
auto y más o menos caer en el asiento del pasajero. Sonreí
imprudentemente mientras ponía el auto en reversa y comenzaba a
deslizarme por el camino de entrada.
—No ponen a los estudiantes de puras A's con estudiantes de becas
completas de Princeton en la cárcel, mi amigo. Estás a salvo.
—Tampoco quiero que vayas a la cárcel —dijo.
Le eché un vistazo. Su rostro estaba blanco como un papel y tenía sus dos
manos apoyadas contra el tablero de mandos, pero lo estaba haciendo.
Estaba aquí. Suspiré. Demonios.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó mientras le daba golpecitos a los
frenos y deslizaba el auto en la posición de tracción en el fondo de la
entrada—. ¿Lola? ¿Qué nos va a pasar?
—Conducimos un auto robado, ¿o no? —dije, más allá del descontento—.
Ahora vamos a ponerlo de nuevo. Sano y salvo. Puedes añadirlo a tu...
Un gran estrépito del interior de la casa interrumpió la mitad de la frase.
Con el corazón desbocado, empujé el auto de vuelta a donde estaba antes
y apagué el motor. Travis y yo nos encorvamos en nuestros asientos. Vi el
blanco de sus ojos brillar mientras giraba la cabeza para mirarme.
—¿Qué fue eso? —siseó.
—¿Por qué me estás preguntando a mí?
—Tenemos que salir de aquí. Tenemos que huir. Tenemos que alejarnos y
nunca decirle a nadie una palabra de esto.
Chupé el interior de mi mejilla, considerando nuestras opciones antes de
decir:
—No podemos irnos.
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—¿Por qué no?
—Porque, tonto, si abrimos las puertas las pequeñas luces se encenderán
y él sabrá que estamos aquí afuera. —No era algo que había pensado hasta
este minuto. Supongo que parte de mí siempre imaginó que el Sr.
Livingston de la calle Turner 233 no estaría en casa cuando intentáramos
robar su auto. Una presunción estúpida, ya que si él se iba las chances
eran que se habría llevado su auto.
Me incorporé lo suficiente como para ver el frente de la casa. Ninguna de
las luces estaba encendida, lo cual era raro, porque sabía que había
escuchado caer algo en el interior. Tal vez tenía un perro. O un gato
gigante. Tal vez no estaba en casa.
—¿Qué estás esperando? Basta con desactivar las luces —dijo Travis.
Di una profunda respiración. Realmente había estado esperando evitar
esta parte.
—En cierto modo... uh... no sé cómo.
—Lola —dijo en una voz extrañamente tensa—. ¿De qué estás hablando?
Oh chico.
—Nunca antes he conducido exactamente un auto y no sé dónde está el
encendido —admití. Honestamente, era un milagro que lo hubiera hecho
llegar a la entrada sin chocar contra algo.
Travis debería haber estado feliz.
Silencio. Y entonces...
—¿QUÉ?
—¡Cállate! —Encontré su boca en la oscuridad y le pegué mi mano. Era
bueno que estuviera oscuro el interior del auto de tal manera que Travis
no podía ver que mi rostro era del color de un tomate—. En realidad no
estaba planeando llevarlo a ningún lado —dije—. ¿Ahora vas a estar
tranquilo?
Él sacudió la cabeza, lo cual tomé como un “sí” y lentamente retiré mi
mano.
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—Estás loca —dijo en el segundo en que su boca estaba descubierta—.
Absolutamente loca. Me dijiste que conseguiste tu licencia de conducir
hace seis meses.
—Mentí. Ni siquiera tengo mi permiso.
—Ni siquiera... Sin permiso... Una locura... —continuó balbuceando
palabras sin sentido mientras yo echaba otro vistazo a la casa a
hurtadillas. Aún sin luces. Eso me decidió. El Sr. Livingston o estaba
dormido o no estaba en casa. Una mascota debe haber tirado algo, lo que
explicaba el fuerte ruido. Estábamos fuera de peligro.
—Vamos —dije. Abrí la puerta y la cerré silenciosamente detrás de mí,
sosteniendo el mango por tiempo extra de tal manera que ni siquiera
hubiera un clic mientras la regresaba a su lugar. La luz del interior del
auto se encendió, justo como pensé que lo haría. Le eché un vistazo a
Travis, una clara señal de que era hora de marcharnos.
Travis, siendo Travis, fue gateando a través de la guantera y salió de la
puerta del lado del conductor. Aterrizó con fuerza sobre sus manos y
rodillas. Agarrando su codo, lo levanté. Se sacudió el polvo y se enderezó,
aún enojado, pero al menos siendo capaz de hablar coherentemente de
nuevo.
—Te odio —dijo sucintamente.
—¿Dónde está tu mochila? —pregunté, ignorándolo. Su cabeza giró
mientras intentaba mirar por encima de su hombro. Suspiré—. La dejaste
en el coche, ¿no?
—Cállate —masculló.
—Ve a agarrarla. Yo estaré atenta. Luego vamos a... ¿escuchaste eso? —
interrumpí con un fruncimiento de ceño. Ladeé mi cabeza a un costado y
cerré los ojos, intentando fijar el punto de la dirección del sonido.
—¿Escuchar qué? No escuché nada.
—Sonaba como... un grito en busca de ayuda —decidí. Mis ojos se
abrieron. Le fruncí el ceño a Travis—. ¿En serio no escuchaste eso?
—Te dije que no escuché...
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Pero Travis nunca terminó lo que iba a decir cuando un grito
espeluznante, de la talla de lo que nunca había escuchado fuera de una
película de terror, atravesó la noche.
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Capítulo 2
Toco a la puerta
Traducido porShybi-Lacombe Corregido por Eneritz
as oído eso? —le pregunté a Travis.
—Tenemos que lla… llamar a la policía —tartamudeó,
luciendo físicamente enfermo. No lo culpo. Yo me sentía un
poco mareada. Un ser humano no hace un ruido como ese a
menos que esté en algún serio aprieto.
—¿Y decirles qué? ¿Estábamos a punto de robar el coche de un tío cuando
le oímos gritar? De ninguna manera —dije, sacudiendo la cabeza—. Eso es
una tontería.
Travis se tambaleó de un lado del camino de entrada y se sentó en
cuclillas.
—Mala idea —dijo para sus adentros—. Sabía que esto era una mala, mala
idea. Patético, hombre. Realmente patético.
—¿Y si llamamos a tu mamá? —sugerí.
Genuino terror llenaron los ojos de Travis.
—De ninguna manera. Por supuesto que no. Prefiero ir a la casa yo mismo.
—Está bien —le dije—. Vamos a hacerlo. Vamos. Voy llamar a la puerta
principal y te vas por atrás y mirarás en las ventanas. No podemos tan
solo irnos sin hacer nada.
Travis podría haber sido un gallina, pero era un gallina que sabía del bien
y el mal.
—Prefiero robar el auto —dijo con tristeza.
—¿H
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—Salvar la vida de un chico de un psicoasesino con hacha es mucho más
cool que robar un coche. Vamos a ser famosos. El Sr. Livingston
probablemente nos dé un premio o algo así. —Con cientos de billetes de
dólares bailando frente a mis ojos, comencé a caminar hacia la puerta
principal. No estaba lejos de la calzada y la acera de piedra estaba
iluminada con las luces de tierra, por lo que era fácil navegar. Oí un fuerte
suspiro y luego el ruido de las zapatillas arrastradas de Travis en cuanto
me alcanzó.
—Esta es una mala idea —dijo—. ¿Qué si realmente hay un asesino en
serie o ya sabes, un ladrón o algo así?
—Entonces usaré mi celular y llamaré a la policía.
—¿Por qué no llamar a la policía ahora?
—Porque estamos aquí. —Y lo estábamos.
La puerta principal se alzaba frente a mí, con un silencio burlón para
seguir adelante y demostrar mi valentía. Levanté mi puño para golpear.
Vacilé. Miré a Travis.
—Da la vuelta hacia atrás y ve si se puedes ver algo.
Me miró como si estuviera loca.
—¿Tú no sabes la primera regla para no perder la vida por un asesino loco
con un hacha? Nunca te separes.
Dado que Travis era el gurú de películas de terror, me decidí a tomar su
palabra por él.
—Si alguien abre ésta puerta —le dije por el rabillo de mi boca—, y si me
tira al interior es mejor que cuides mi espalda. ¿Entiendes?
—Lo tengo.
Sentí su mano presionando tranquilizadoramente mi hombro y di un
profundo suspiro.
¿Por qué llamas a una extraña puerta después de que acabas de escuchar
gritos provenientes del interior, Lola?, preguntó el lado racional de mi
cerebro.
Porque puedo, dijo la parte temeraria. Llamé a la puerta.
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Capítulo 3
Travis no escucha muy bien
Traducido por Shybi-Lacombe Corregido por Eneritz
a puerta se abrió silenciosamente bajo el peso de mi puño. Salté
hacia atrás como un escaldado gato y choqué con Travis que salió
volando hacia un macizo de flores. Debía de haber aterrizado en uno
de los gnomos de jardín espeluznantes porque lanzó un totalmente
vergonzoso chillido agudo antes de ponerse en pie y tambalearse detrás de
mí. De la tenue luz del techo podía ver la suciedad que manchaba su
mejilla izquierda y los trozos de hierba que se aferraban a su cabello.
Llegó y le arranqué media petunia por detrás de la oreja y rodé los ojos.
—Nunca serás un buen espía —le dije.
—Eso es porque no quiero ser un espía —rechinó—. ¡Quiero ser un
contador!
—Es lo mismo. —Me encogí de hombros.
—¡No es lo mismo en absoluto! Es lo más lejano... de.... oh. —La voz de
Travis se perdió a lo lejos—. Hola —terminó débilmente.
Me di la vuelta y traté de no mirar. Allí, de pie en la puerta abierta, estaba
el hombre más grande que jamás había visto.
No era de gran anchura. Más bien, era grande por todas partes, de la
forma de esos luchadores que están en la televisión, los que golpean unos
a otros con sillas y hacen un montón de ruidos roncos. Tenía el pelo
blanco rubio y peinado hacia atrás con la cara con un poco de un tipo de
aceite. Una chaqueta de cuero, totalmente PETA no aprobada, envolvía su
cuerpo superior y vino todo el camino hasta las rodillas. Anillos de oro
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brillaban en sus manos cuando se cruzó de brazos frente a este barril del
tamaño del pecho y dijo:
—¿Te puedo ayudar?
Sorprendentemente, fue Travis quien se recuperó primero.
—Nosotros… uh… oímos un extraño… uh… ruido y solo estábamos… uh…
—¿Por qué no estás en tu casa? —El hombre intervino, entrecerrando los
ojos azules que eran solo unos pocos tonos más oscuros que el hielo.
Cuando la boca de Travis se abrió y se cerró como un pez en busca de
aire, me hice cargo.
—¿Dónde está el Sr. Livingston? —le pregunté en voz alta.
—Yo soy el Sr. Livingston —dijo el hombre. Sonrió, mostrando unos
dientes blancos brillantes que hizo que yo instintivamente me apartara.
Estaba tratando de mirarle a los ojos, para demostrarle que no tenía miedo
a pesar de que sus puños del tamaño de jamones podrían hacer algún
daño grave a mis órganos internos, pero por alguna razón que físicamente
no estaba funcionando, puse la mirada en esos ojos azules de hielo
durante medio segundo antes de que algo en mi cerebro se cortara y
tuviese que mirar un segundo lejos. Dentro de unos segundos mi cabeza
estaba palpitando para vencer a la banda y mi estómago estaba haciendo
grasosos vuelcos. La sonrisa del hombre se ensanchó.
—¿Les gustaría entrar a la casa? —preguntó, haciendo un gesto amplio
con un brazo del tamaño de un tronco—. Tú y tu compañero no tienen
buen aspecto.
—¿Qué? —jadeé—. Por supuesto que no vamos a entrar, ¿Nos toma por
unos completos…?
—Nos encantaría entrar —dijo Travis.
—¿Qué? —le dije de nuevo, aunque esta vez salió más como un grito
ahogado. Traté de agarrar el brazo de Travis, pero él lo sacudió librándose
con sorprendente fuerza y se dirigió directamente a través de la puerta.
—Travis Robert Callahan, ¡saldrás de aquí en ESTE MINUTO! —grité tras
él.
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El hombre de la chaqueta de cuero se echó a reír, me guiñó un ojo azul y
me dijo:
—Él se ha ido ahora, niña.
No me gustaba la forma en que dijo “ido”. No fue un ido de se ha ido la
tienda y va a tener razón sino tipo ido de “desaparecido”. Fue un él se ha
trasladado a un país diferente y nunca lo volverás a ver, tipo de
desaparecido. Di un paso cauteloso hacia atrás. Los ojos del hombre se
entrecerraron. Fue un movimiento leve, casi imperceptible. Me retiré un
paso más.
Su labio superior se curvó.
—¿No quieres entrar en la casa con tu amigo? —dijo.
Me di cuenta de que su sonrisa era un poco más forzada ahora. Él casi
parecía... confundido. Como si no pudiera entender por qué no había
seguido a Travis a la casa.
—Ven aquí —lo desafié, abriendo mis brazos—. ¿Me quieres? Ven a por mí.
No le gustaba eso. Una bota cruzó el umbral. Me preparé, lista para correr,
pero con un siseo de dolor echó sus pies atrás. Pequeños rizos de humo se
arremolinaban del cuero del dedo.
—¿Qué diablos...? —Respiré, mirando la bota. Chasqueó los dientes como
un perro salvaje y otra vez brilló en la luz de la luna. Esta vez vi por qué.
Plata. Tenía los colmillos de plata.
Retrocedí con un gritito de alarma y aterricé con fuerza en mi trasero.
—Travis —exclamé con desesperación cuando me puse de pie—. ¡TRAVIS,
SAL DE AQUI! —Mi corazón latía como un tambor dentro de mi pecho. No
podía creer lo que estaba viendo. No quería creerlo.
Sonriendo lascivamente, el hombre se pasó la lengua por el labio superior
en un gesto provocador que me revolvió el estómago.
—Mejor corre a casa, pequeña niña —dijo—. No puedes salvar a tu valioso
Travis ahora.
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—¿Quién eres tú? —exigí. Estuve a punto de decir qué eres tú, pero me
detuve justo a tiempo. Tómelo con calma, Lola. No es más que un monstruo
con dientes falsos. Cálmate.
—He pasado por muchos nombres. He tenido muchas cosas. Entra —me
intentó convencer, con sus ojos azules llenos de astucia—. Entra y te diré
todo lo que quieras saber.
De hecho, di un paso adelante antes de detenerme. Una parte de mí
realmente quería ir a él. Ese era su poder, me di cuenta con un
estremecimiento. Crear una acción como una mera sugerencia.
Forzar una idea. Por eso Travis había ido de tan buena gana a la casa. En
su mente, no había habido una elección.
—Voy a llamar a la policía. Voy a llamar a la policía y ellos van a venir a
arrestarte.
Saqué mi teléfono de mi bolsillo y marqué 9-1-1. El hombre se encorvó
contra el lado del marco de la puerta y me miró con expresión aburrida.
—¿Hola? —le dije cuando oí el clic de alguien responder a mi llamada—.
Tengo que informar de… Um… ¡un secuestro! En… uh… 233 Turner
Street. Hay un hombre aquí y creo que es peligroso y…
La risa me cortó. Se carcajeó a través del teléfono, erizando hasta los
cabellos de la parte posterior de mi cuello. La risa de una mujer, de tono
alto y cruel. Cuando la risa se detuvo susurró una palabra antes de que la
línea se cortara.
Corre.
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Capítulo 4
Puedo Jugar al Juego Lanzamiento de
Herraduras
Traducido por angiefunes Corregido por Bibliotecaria70
orrí. Dejé a mi mejor amigo y corrí por mi vida. Los gritos me
perseguían. Parecían venir de todas las casas por las que pasaba.
Horribles, destruidos gritos desgarrando por ayuda, por
misericordia, por muerte. Me mantuve alejada de la calle y corrí a través
de los patios traseros ajenos. Me agaché debajo de las ropas tendidas y
trepé sobre las vallas, pelando mis rodillas y rasgando mis manos aparte
con astillas. Guardé el dolor, el miedo y el terror en algún rincón lejano y
polvoriento de mi mente y permití solo un pensamiento dando vueltas
alrededor de mi cabeza. Un objetivo: llegar a casa, obtener a papá y a
Travis.
A mitad del camino a través de un patio pulcramente cuidado escuché el
portazo de la puerta trasera y me lancé a un grupo de arbustos justo a
tiempo. Incapaz de hacer nada más que esconderme en silencio, vi como
una mujer vestida de rojo saltó fuera de un lado del porche y entró
corriendo por el césped.
Algo le estaba persiguiendo. Algo rápido. Algo oscuro. La agarró del brazo y
la hizo girar como si fuera una muñeca de trapo, golpeándola en un lado
de su propia piscina. Ella se desplomó en el suelo, inmóvil, a diez metros
de donde me escondí detrás de un rosal.
Por arriba la luna cambió libre de las nubes con las que habían estado
unidas, lo que permite un hilo de luz plateada bañe a la mujer caída y lo
vi, vi incluso cuando apreté los ojos con fuerza y me tapé la boca para
evitar gritar, no estaba vestida con ropa de color rojo.
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Estaba vestida con sangre.
Lo que había perseguido a la mujer se detuvo y olfateó el aire. Era humano
pero no humano. Una chica pero no una chica. Podría haber ido a mi
escuela. Ella podría haberse sentado a mi lado en clase de matemáticas.
Su pelo, castaño, liso y barrido sobre un hombro, era normal. Su ropa,
pantalones de mezclilla y una sudadera gris, podrían haber sido usados
por cualquier adolescente en todo el mundo. Pero sus penetrantes ojos
azules... y la sangre que goteaba por su barbilla... Eso era lo más lejos de
lo normal a lo que podía llegar.
Su cabeza se giró hacia mí. Esos ojos antinaturales buscando los
arbustos, recorriendo sin prisa hacia atrás y adelante a través de mi
escondite. Yo contuve la respiración. Solo tienes que ir adentro, rogué en
silencio. Solo tienes que ir adentro y dejarme en paz.
—Te huelo pequeño humano —dijo ella en voz cantarina—. Hueles como
azúcar, especias y algo muy bonito.
Mi pie derecho estaba acalambrado. Flexionaba los dedos de mis pies,
luchando contra los pinchazos. El pequeño movimiento casi me hizo
perder el equilibrio.
Vacilé a la derecha y logré sostenerme.
Mis dedos rozaron algo duro. Algo de metal. Lentamente, en silencio, lo
saqué de la tierra y lo apreté contra mi pecho. Una herradura. Del tipo
grande y pesado que la gente lanza en un hoyo de arena. No, no es una
herradura. Es un arma.
—Quiero jugar un juego. —La chica hizo pucheros. Le dio un codazo a la
mujer ensangrentada. Suspiró—. Y ahora he roto mi juguete. ¡Sal, sal,
donde quiera que estés! Me comprometo a ser mucho más cuidadosa
contigo. —Comenzó a caminar en un gran círculo, errante. Cuando se alejó
de mí ataqué.
Sosteniendo la herradura con fuerza en la mano derecha me lancé a sus
piernas, justo debajo de las rodillas. Bajó instantáneamente, abrí la
herradura sin pausa, golpeando su cabeza una y otra vez nuevamente
hasta que la sangre salpicó hacia arriba, cubrió mi rostro y pecho. Ella
trató de defenderse, pero la sorpresa y el temor saludable de no querer
morir me había dado la ventaja.
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Me senté a horcajadas sobre su cintura, sujetándola por debajo de mí. Con
una fuerza que desafía la lógica se las arregló para darse vuelta y sus
uñas, limando afiladas, rastrillando y azotando por mi mejilla.
Los cortes quemaban como si alguien hubiera derramado ácido en ellos y
grité, pero no me detuve. No me podía detener. El instinto se había hecho
cargo y era más animal que humana mientras luchaba por mi vida.
Destrocé su nariz, luego su mandíbula. Sus ojos se abrieron y metí mi
pulgar hasta la empuñadura en el izquierdo, como la Sra. Hamilton nos
había enseñado a hacer en defensa propia.
La chica aulló como un animal salvaje y empujó sus caderas, tratando de
quitarme de encima, pero me aferré a ella con la certeza de que si no la
dejaba fuera de combate, o peor, no saldría con vida de este patio trasero.
—Voy a matarte por esto —gruñó ella, atravesándome con la mirada de su
ojo bueno. Sus dientes chasquearon a un centímetro de mi cara y agarró
mi cabello. Arrancó un trozo del mismo por las raíces y lo escupió en la
hierba junto a ella.
—Lo siento. Lo siento. —Seguí repitiendo las mismas palabras una y otra
vez, sin darme cuenta que estaba llorando hasta que salían todas
ahogadas. Lancé la herradura de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. Tantas
veces que perdí la cuenta. Cuándo la chica se relajó y su cabeza cayó hacia
atrás, con la boca abierta, los ojos cerrados, salté sobre mis pies, lista para
correr. Pero algo me detuvo. Algo tiró de mí.
Miré a la chica que había golpeado con una especie de fascinación
horrorizada. Con su boca abierta pude ver sus colmillos. Al igual que los
del hombre eran de plata y parecían como dagas, ligeramente curvados y
afilados mortalmente. Me pregunté si eran naturales, si eran reales, o si la
chica era solo parte de un culto loco que había decidido atacar a todo el
pueblo.
La herradura cayó al césped con un suave golpe. Lentamente me arrodillé
junto a la cabeza de la chica y me acerqué con una mano temblorosa.
Si tan solo pudiera tocar los colmillos... Si tan solo pudiera sentirlos...
Realmente eran muy hermosos. La forma en que brillaban a la luz de la
luna... No se parecía a nada que hubiera visto antes.
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Mis dedos rozaron un colmillo y sucedió en un instante. Un segundo la
chica estaba inmóvil y al siguiente ella tenía sus dientes cerrados sobre mi
mano y movía la cabeza de un lado a otro como un perro con un molesto
hueso.
Grité y caí hacia atrás. Ella me soltó la mano y la apreté contra mi pecho,
esperando verla devastada más allá de la reparación, pero el único daño
visible eran dos pequeños pinchazos de sangre donde sus colmillos habían
entrado en la piel. Pero, quemaba.
Oh, Dios, mi brazo entero estaba en llamas, yo estaba gritando y la chica
se reía.
Ella se levantó de un salto, ágil como un gato, y se acercó a donde yo
estaba rodando en el polvo, frenéticamente tratando de apagar el fuego
invisible que estaba consumiendo mi cuerpo centímetro a centímetro.
—Cu-cu1, te tengo —se rió antes de que sus labios se curvaran en una
mueca mortal y ella se inclinó sobre mí, un depredador acorralando a su
presa.
Miré a sus ojos, brillando con malicia. Miré su cara, una cara que se había
curado en cuestión de segundos.
Y yo sabía que iba a morir.
1 Cu-cu bebé: Cuando se esconde la cara para divertir a un bebé.
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Capítulo 5
La mascota que huyó
Traducido por Maia8 Corregido por bibliotecaria70
a sabes que dicen que antes de que mueras, tu vida pasa por
delante de tus ojos? Sí.
Eso no me pasó a mí.
Me quedé perfectamente inmóvil mientras la chica trazaba una sola uña a
través de la mejilla y la enganchaba bajo mi mandíbula, empujando hasta
que sentí una gota de sangre gotear en mi cuello, caliente y pegajosa.
Ella se miró de nuevo, esta vez más fuerte, perforando otro, agujero en mi
piel como si fuera una especie de hombre piñata y mi sangre fuera el
dulce.
—¿No vas a gritar? —Sus labios hicieron un puchero infantil—. El otro
gritó. Y tú no eres divertida. Quiero un juguete nuevo.
Eso lo hizo. El dolor en mi brazo me había embotado, reemplazado la ira
que ardía al rojo vivo.
Aparté su mano de mi cara y me puse de pie. Dejó que me levantara, un
renovado interés brillando en sus ojos azules de hielo.
—No soy un juguete —le dije con fiereza—. ¡Soy un ser humano! Y no se
puede ir por ahí matando a la gente. Los policías van a estar aquí pronto
y...
—Oh, policías estúpidos. —Ella agitó su mano con desdén—. We se hizo
cargo de ellos hace mucho tiempo.
¿Y
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Me acordé de la risa que oí en el otro extremo de la llamada al 9-1-1 y me
estremecí.
—¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto?
—¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto? —repitió en
una parodia de tono alto de mi propia voz—. Siempre las mismas
preguntas inane. Seres humanos estúpidos —dijo mientras empezaba a
dar vueltas a mí alrededor—. Tan dentro de sus pequeñas burbujas.
Bueno y siento tener que decir que la burbuja acaba —chasqueó sus
dedos—, de explotar.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunté.
—¿Mi nombre? —dijo sorprendida por la pregunta—. Angelique. ¿Cuál es
el tuyo?
—Lola.
Tenía la cabeza inclinada hacia un lado mientras lo pensaba otra vez.
—Lola... eso me gusta. Te queda bien, creo. Y eres luchadora. Tan
diferente de todos los demás. Allthey ruega y suplica y llora y llora. —
Entornó los ojos—. Estoy segura de que puedes imaginar que se pone
bastante molesto después de un tiempo. Pero tú... tú, mi querida Lola, no
has rogado ni una vez. ¿Quieres ser mi mascota? —Se le iluminó la cara—.
¡Oh, por favor, di que sí! Por favor. ¡Nos divertiremos mucho juntas! No he
tenido mi propia mascota durante años y años.
Lo que yo quería era que está loca pesadilla terminara. Quería despertar a
salvo en una cama de hospital, víctima de una descarga eléctrica por ser
tan estúpida como para tratar de puentear un coche. Quería que Travis y
mi padre estuvieran allí. No quería saber nunca lo que se sentía al apalear
a alguien en la cabeza con una herradura. Quería que Angelique no
hubiera existido nunca.
—Claro —le dije, fingiendo una sonrisa brillante—. Voy a ser tu mascota.
¿Qué tengo que hacer?
Angelique juntó las manos, extasiada como un niño con un juguete
nuevo.
—Esto va a ser muy divertido. Y Mona va a ponerse tan celosa. ¡Solo tienes
que esperar hasta que te vea! Por supuesto que voy a tener que cambiarte
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esa ropa y hacer algo con tu pelo. Tinte de rubio, tal vez. ¿Es tu color
natural?
Levanté un mechón de mi cabello negro hasta la cintura y asentí.
Sus colmillos brillaron mientras sonreía.
—Excelente. Ahora solo tengo que...
—Angelique —sonó el rugido de un hombre a través de la noche y todo el
cuerpo de Angelique se puso rígido.
—Oh Drats —suspiró ella—. Él me encontró y ni siquiera estoy en el sector
correcto. Va a estar tan enojado conmigo.
—¿Quién va a estar enojado contigo? ¿Y cuántos de ti hay?
Tenía los labios fruncidos.
—Mi creador, duh. ¿Prométeme que no irás a ninguna parte? Solo tardaré
unos pocos minutos.
—Yo-uh-no. No, no voy a ir a ninguna parte. Me quedaré aquí junto a la
muerta.
—¿Está muerta? —La mirada de Angelique escaneó el cuerpo desplomado
aún al lado de la piscina.
—Eso es muy malo. Ella no durará mucho tiempo, ¿verdad? No es que
importe ahora que tengo mi propia mascota.
—Esa soy yo —le dije, de alguna manera poniendo una débil sonrisa.
Angelique se inclinó cerca y muy cuidadosamente, muy suavemente, me
besó en la mejilla.
—Ahora no vas a ninguna parte, porque entonces tendría que encontrarte
y torturarte y no sería nada divertido en absoluto. Para ti, al menos. —Ella
me guiñó un ojo.
—Ni soñaría en hacerlo —mentí.
Más rápido de lo que mis ojos podían seguirla desapareció en la casa. Me
quedé congelada durante medio segundo, como un ciervo atrapado delante
de los faros de un coche, antes de que mi cerebro arrancase y huyera,
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saltando por encima de la valla de madera que separaba el patio trasero
del siguiente como alguna clase mundial de valla.
No estaba tan lejos de mi apartamento. Un par de calles, cuatro a lo sumo.
Era difícil medir la distancia cuando todo estaba tan oscuro. Cogí mi
teléfono móvil sin perder el paso y miré la hora. 21:32. ¿Había realmente
solo pasado una hora desde que Travis y yo nos encontramos al lado del
contenedor de basura?
Travis. ¿Qué le había pasado? ¿Estaba todavía en la casa del Sr.
Livingston? ¿Dónde estaba el Sr. Livingston? Debido a que el hombre que
abrió la puerta seguro que no era él.
Corrí pasando casa tras casa. Un dolor sordo estaba creciendo en mi lado
izquierdo, recordándome que no había hecho mucha actividad física
últimamente.
Traté de no pensar en lo que significaría que llegase a casa y mi padre no
estuviera allí. Lo que significaría que no hubiera nadie allí.
Mi pie se enganchó en algo. Una manguera, dejada fuera al regar el
césped. Pasé volando a través del aire, con los brazos extendidos, el pelo
levantándose de mi cara, completamente ingrávido... y luego el suelo
estaba corriendo demasiado rápido y caí mal en mi lado derecho, lo
suficiente para golpear el aire fuera de mis pulmones. Como un camarón
hervido me acurruqué en posición fetal y gemí en la hierba, usándola para
amortiguar mi sollozo de dolor.
No podía respirar. No podía ver. No podía pensar. El pánico amenazó con
abrumarme y luché, sabiendo que si lo dejaba consumirme ahora se
convertiría en una de esas llorosas y mentes idiotas de los que Angelique
había hablado. Traté de concentrarme en tomar una respiración profunda.
Solo un buen aliento que llenase mi cuerpo y extinguiese la horrible
sensación de ahogarme fuera del agua.
Cuando el aire llenó mis pulmones, finalmente dolían, más de lo que había
anticipado.
Apreté los dientes contra el dolor y me tambaleé de pie. Tenía que seguir
adelante. Tenía que correr. La idea de lo que pasaría si Angelique me
sorprendía fue el comienzo del salto que necesitaba. No quería terminar
como la mujer bañada en su propia sangre.
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Un hueco se abría entre el espacio abierto entre el lateral de las casas. Un
corto tramo de pavimento agrietado que daba paso a un campo cubierto de
hierba. Había llegado por fin al lado oeste de la ciudad. Los familiares
alrededores del sur eran un consuelo. Consideré atravesar por el bosque
hasta llegar al complejo de apartamentos, a continuación, desechando la
idea. Si monstruos como Angelique habían invadido las casas, no quería
saber qué se escondía en el bosque. Giré a la derecha y me tambaleé a lo
largo de la acera. La luna se había asomado detrás de las nubes otra vez,
iluminando el camino. Insté a mis piernas a ir más rápido, más rápido
todavía, hasta que estuve en un sprint contrarreloj.
El chico que apareció de repente frente a mí nunca tuvo una oportunidad.
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Capítulo 6
Conocí un chico con un arma
Traducido por Caami Corregido por bibliotecaria70
hocamos con la fuerza de la carga de dos trenes encontrándose y
caímos en una maraña de brazos y piernas. Vi sus ojos azul
oscuro, piel bronceada y el pelo tan negro como el mío antes de
separarnos, ambos respirando pesadamente. En un movimiento
demasiado rápido el chico había clavado mis brazos detrás de mi espalda y
me había empujado contra el costado de un almacén abandonado. Mi
barbilla rebotó dolorosamente en el oxidado revestimiento de metal y traté
de liberarme, pero el chico era demasiado fuerte. Me sostuvo con facilidad,
como un adulto que llevaba a un niño que se retorcía, a pesar de que no
tenía más de diecisiete o dieciocho años.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió, su boca tan cerca de mi oído que di
un vuelco.
—¿Qué estás tú haciendo aquí? —Contrarresté. Oh, Dios. ¿Y si él era uno
de ellos? Como Angelique y el hombre que se había llevado a Travis.
Yo había tenido la suerte de escapar dos veces, no estaba muy optimista
de tener una tercera vez. Y había estado tan cerca de casa. Otro bloque y
lo hubiera hecho.
Hoy realmente, realmente no era mi día. De hecho, estaba bastante segura
de que este día pasaría a la historia como uno de los días más apestosos
alguna vez existentes. Para todo el mundo.
El chico apretó mis muñecas un poco más fuertes.
—¿No sabes qué está pasando? —dijo—. ¿No sabes lo que hay ahí afuera?
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—Bueno, no —admití, tratando de no hacer una mueca de dolor—. En
realidad no. ¿Tú sí?
—Estás sangrando —dijo el chico. Sonaba sorprendido—. ¿Cómo has
llegado hasta aquí si estás sangrando?
Miré hacia abajo. Lo hacía. Debí haberme cortado cuando me tropecé con
la manguera. Justo por encima de mi rodilla derecha, mis pantalones
vaqueros estaban despedazados y la sangre había manchado el tejano azul
oscuro de un rojo tina. El corte se veía bastante profundo.
Flexioné mi pierna y me pregunté por qué no podía sentir nada.
—Me caí. Estaba huyendo de esos… esas cosas y me caí.
El muchacho me soltó y dio un paso atrás, dándome un poco de espacio
para respirar. Frotando mis brazos me volví hacia él. Me devolvió la
mirada, su rostro una máscara inexpresiva.
Tenía el pelo largo y un poco rebelde. No negro, ya que fue lo primero que
pensé, un poco caoba oscuro y un profundo marrón. Sus ojos eran azul
claro de un lago profundo. No podía leerlos. Ni siquiera podía empezar a
imaginar lo que estaba pensando, por qué se veía seriamente cabreado.
Pensarías que estaría feliz de encontrar a otro ser humano vivo. A menos
que…
—Muéstrame los dientes —le dije con mi mejor voz de chica dura—. Así
puedo asegurarme de que no eres uno de Ellos.
Una ceja se disparó.
—Tú primero —dijo.
Pegué mis labios a mis encías, dejando al descubierto que aún no habían
logrado estar completamente rectos. —Nh hayh plhta —le dije.
—¿Qué?
—No hay plata —repetí tímidamente.
Él inclinó la cabeza hacia un lado como si hubiera oído algo. Vi su cuerpo
tensarse y poner su mano en la cadera. Mis ojos se abrieron.
—¿Es eso un arma? —pregunté en voz baja.
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—Esto —dijo mientras sacaba el revólver negro de la funda y lo armaba—,
es una doble acción mag 44.
—Parece un poco pequeña —le dije dubitativa.
El chico se encogió de hombros.
—Dispara balas. Eso es todo lo que importa.
No estaba del todo convencida. Si una de esas cosas trataba de atacarme
otra vez quería algo grande para defenderme. Algo enorme. Como una
bazuca. Sin embargo, una pistola pequeña era mejor que no tener ningún
arma. Sobre todo si estaba de pie entre yo y la loca Angelique.
Agarré el brazo del chico. Incluso a través de la chaqueta de cuero negro
podía sentir la tirantez de los músculos. Mis dedos se clavaron, más
fuertes de lo que había pretendido. Él no hizo más que inmutarse, solo se
quedó mirándome en silencio con esos penetrantes ojos azules.
—Tienes que ayudarme —le dije desesperadamente—. Vivo justo ahí, en
los apartamentos High Garden y mi padre…
—No podemos hablar aquí —interrumpió él—. No es seguro. Sígueme.
Cruzó la calle y tuve que correr para ponerme a la par. Lo seguí a un
callejón estrecho que olía a basura. Tropecé más de una vez, aún no
acostumbrada a viajar en la oscuridad y con una maldición ahogada tomó
mi muñeca y me ordenó mantenerme o conseguiría perderme.
Fuimos por uno y otro callejón, luego de nuevo hasta que estaba tan
desorientada que no sabía si seguíamos estando en el lado oeste.
Finalmente se detuvo delante de una puerta gris indefinida y le dio una
patada con un golpe bien colocado de la bota.
La habitación detrás de la puerta era pequeña y agobiante y olía a orina.
Me arrastré y me puse contra la pared, con la mano tapándome la nariz,
mientras que el chico cerraba la puerta detrás de nosotros y metía algo en
frente de sí mismo. No podía ver lo que era. No podía ver nada. La
habitación era de un tono negro. Debería haber estado aterrorizada pero
me sentía extrañamente… segura.
—¿Dónde estamos? —pregunté.
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—En la unidad de un almacén abandonado. —Hubo un clic y luego una
luz cegadora. Me miró y me tapé los ojos.
—¡Saca eso fuera de mi cara!
Bajó la linterna y apuntó al suelo, iluminando el espacio entre nosotros en
un resplandor amarillo suave y echándome sombra en la cara. Había un
escritorio de metal gris junto a mí, el tipo que puedes encontrar en
cualquier edificio de oficinas. Salté sobre él. Mis pies accidentalmente
golpearon el costado e hicieron un fuerte sonido metálico. Me encogí.
El chico reaccionó de manera un poco más violenta.
—Cierra la boca —dijo entre dientes, haciendo brillar la linterna en mis
ojos de nuevo—. ¿Quieres atraerlos aquí?
—No —dije en breve. Y luego, porque no era precisamente el mejor estado
de ánimo—, eres realmente un zoquete, ¿lo sabías? Esto no ha sido fácil
para mí tampoco y no estás exactamente haciéndolo más fácil.
Sus ojos se estrecharon.
—Déjame ver tu rodilla.
Antes de que pudiera decir otra cosa estaba arrodillado delante de mí y
lentamente enrollaba mi pantalón. Sus dedos rozaron mi piel desnuda y lo
único que podía pensar era, gracias a Dios me afeité esta mañana.
Una mano tomó mi pantorrilla, mientras que la otra lentamente tanteaba
los bordes de la herida. Oí una respiración tranquila antes de que se
balanceara sobre sus talones y me mirara.
—Es profundo —dijo.
—Lo sé.
—¿Cómo sigues caminando?
Enderecé mi rodilla y me incliné, estudiando el roce con sangre y los trozos
de hierba y la suciedad que se aferraba a la herida abierta. El aspecto era
bastante desagradable. Miré al chico. Bajo su bronceado, de repente se
veía pálido y el sudor brillaba en lo alto de su frente.
—¿No iras a desmayarte ni nada? —le pregunté—. ¿Le tienes asco a la
sangre? Hizo descomponer a mi amigo Travis. No puede soportarlo.
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Él me lanzó una mirada.
—La sangre no me da asco.
—Está bien —le dije con escepticismo—. Entonces, ¿Por qué te ves tan…?
—¿Alguno de ellos te mordió?
—¿Qué… yo no… que es… de que estás hablando? ¿Cómo sabía eso?
¿Cómo sabía que Angelique había hundido sus colmillos en mi mano como
una especie de vam…? No. Mi mente evitó la palabra. No estaba dispuesta
a usarla para explicar lo que estaba sucediendo. Todavía no.
El chico me puso de pie y me ordenó que me diera la vuelta.
Lo miré como si tuviera dos cabezas.
—No puedes hablar conmigo de esa manera. ¿Quién crees que eres?
Su respuesta fue simplemente agarrar mi cintura y me hizo girar hasta
que quedé frente al escritorio. Perdiendo el equilibrio, coloqué las dos
manos contra la parte superior de ella. Un grito sobresaltado se abrió paso
entre mis labios cuando me empezó a palpar, estilo policía.
—¿Qué estás… ¿cómo te atreves?... Me voy a…
—Cállate. —Sus dedos abatieron mi brazo derecho y presionó sobre la
parte superior de mi mano, justo donde me había mordido. Se quedó
inmóvil durante medio segundo, luego cogió la linterna que había puesto
en el borde de la mesa y la hizo brillar directamente sobre la marca de la
mordedura. Miré también, algo que tenía logrado evitar hasta ahora.
Casi esperaba ver mi mano supurar pus y sangre. Quiero decir, las bocas
humanas mantienen algunas de las bacterias más sucias en el planeta. Si
no hubiera estado corriendo por mi vida me habría dirigido a la oficina del
médico más cercano de ASAP.
Mi mano no dolía, sin embargo estaba herida por un buen rato. En lugar
de una pegajosa mano parecía perfectamente normal. Lo único diferente de
ella eran las dos cicatrices blancas espaciadas uniformemente entre mi
dedo índice y el pulgar. Dos cicatrices blancas en forma de medias lunas
exactamente donde Angelique había masticado como si fuera un tipo de
hueso.
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—Fuiste mordida —acusó el chico. Me soltó la mano y se alejó como si no
acabara de descubrir que tenía una especia de enfermedad mortal
contagiosa. Una sensación de inquietud revolvió mi estómago.
—¿Si? ¿Y qué? ¿Qué quieres decir? —dije, acunando el brazo defensivo
contra mi pecho. No pedí exactamente ser mordida, pero el chico estaba
actuando como si fuera mi culpa.
—¿Qué quiere decir? —Su risa resonó en la habitación, plana y sin sentido
del humor—. Significa que estás jodida.
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Capítulo 7
Maximus
Traducido por sooi.luuli Corregido por Vericity
ueno, eso no sonó muy prometedor.
Miré mi mano. Tanteé las cicatrices. Moví los dedos. Todo se
sentía bien. Todo se sentía normal. ¿No era eso algo bueno?
Reforcé mis brazos detrás de mí y miré a través de la habitación a donde el
chico estaba de pie, con sus ojos puestos en mi mano.
—¿Qué quieres decir con que estoy jodida? ¿Y quién eres tú, de todos
modos? —pregunté de manera suspicaz. Tardíamente me di cuenta que no
sabía nada de él. Quién era. De dónde venía. Cuál era su nombre. Todas
las preguntas que probablemente debería haber tenido respondidas antes
de permitirme estar encerrada en alguna olvidada unidad de
almacenamiento con él. En serio necesitaba trabajar en mis habilidades de
auto conservación.
—Déjame ver la marca de la mordida de nuevo —dijo, extendiendo su
brazo.
Solté un bufido.
—De ninguna manera, amigo. No hasta que comiences a hablar. ¿Sabes
qué está ocurriendo? ¿Sabes qué son esas cosas allí afuera?
—¿Qué crees tú que son?
—No lo sé. Por eso te pregunto. —Se encogió de hombros—. En cierto
modo eres realmente molesto, sabes eso, ¿no? —Sonrió débilmente—. Está
bien… Umm… ¿Alguna especie de culto en algún alboroto?
—No.
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—¿Una familia endogámica de asesinos del hacha?
Sus labios se curvaron.
—No.
—Oh, lo tengo. Son un grupo de vampiros asesinos empeñados en destruir
la raza humana.
—Y tenemos un ganador —dijo suavemente.
—Tenemos un… espera, no. No estaba hablando en serio. —Puse los ojos
en blanco—. Quiero decir, sabes lo que es el sarcasmo, ¿no?
Dirigió esos ilegibles ojos azul oscuro hacia mí y dijo:
—¿Tú sí?
—Inventé el sarcasmo —repliqué.
—Entonces debes saber que no estoy siendo sarcástico, ni siquiera un
poco, cuando digo que tu tercera suposición dio bastante en el clavo.
De hecho le creí. Por dos segundos. Entonces la ridiculez de lo que estaba
diciendo penetró y comencé a reír. Quiero decir, ¿vampiros? Un culto, eso
era fácil de creer. Incluso los asesinos del hacha o los adoradores de Satán
o algún experimento militar averiado. ¿Pero vampiros? ¿Al igual que los
vampiros que arden al sol, duermen en ataúdes, beben tu sangre? ¿Creía
que era una idiota?
—¿Es este alguna especie de… reality show o algo así? —dije con voz
entrecortada entre carcajada—. V-vampiros. ¡Tienes que estar tomándome
el pelo! —Me reí a carcajadas hasta que me doblé con las piernas cruzadas
en un esfuerzo por no avergonzarme más allá de la redención. No quería
ser esa chica. La que se hacía pis en sus pantalones en televisión.
—Me alegro que encuentres todo esto divertido —dijo el chico secamente.
—Oh, vamos —me burlé—. Realmente no esperas que te crea, ¿o sí? No
soy así de crédula. Deberías haber hecho todo esto con Travis. ¿Está él en
esto? Ese mocoso, ¡apuesto a que lo está!
Sonriendo, escaneé cada esquina de la unidad del almacenamiento, en
busca de las reveladoras luces rojas que pondría al descubierto las
cámaras ocultas. No vi nada, pero eso no significaba nada. Probablemente
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estaban en las paredes mismas, o en los diversos muebles de oficina que
estaban dispersas alrededor. Espiando una silla que se veía
sospechosamente fuera de lugar, agarré la parte posterior de ella y la llevé
hacia la luz. Agachándome, comencé a pasar mis dedos bajo el asiento, en
busca de cables.
—¿Necesitas algo de ayuda? —preguntó el chico de manera educada. Lo
ignoré.
Tenía que haber algo en alguna parte. Un alambre. Una luz. Un micrófono.
Algo.
Determinada a encontrarlo, decidida a probar que todo lo que había
soportado era un gran enorme engaño, di vuelta la silla hacia su costado y
bajé las manos y me puse de rodillas.
—¿De todas maneras, cuál es tu nombre? —gruñí mientras presionaba el
costado de mi rostro contra el piso e intentaba ver por debajo de la pata de
la silla.
—¿Mi nombre?
—Sí, tu nombre. Tienes un nombre, ¿no? —Un mechón de mi oscuro
cabello se deslizó por delante de mis ojos e impacientemente lo metí detrás
de mi oreja, deseando que hubiera recordado irme de casa con una banda
elástica alrededor de mi muñeca. Durante meses había estado queriendo
cortarme el pelo pero nunca lo había llegado a hacer. Mañana iba a hacer
de ello una prioridad.
El chico se acercó cuidadosamente a mis piernas y se arrodilló a mi lado,
equilibrándose con las puntas de sus pies.
—Mi nombre es Maximus —dijo.
Abandonando la silla, me desplomé de costado y soplé un mechón de mi
cabello, apartándolo de mi rostro.
—Maximus, ¿huh? Eso es casi tan malo como Lola.
—Dolor —dijo crípticamente.
—¿Qué?
—Eso es lo que significa Lola. Dolor. O dolor en plural, dependiendo de la
calidad de la traducción.
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Arrugué la nariz.
—Eso es una cosa rara para saber.
Maximus se equilibró con sus talones y se puso de pie. Me ofreció su mano
y la tomé sin pensarlo. Solo cuando estuve de pie y se negó a ceder su
agarre sobre mis dedos me di cuenta de lo que había hecho. Bastardo
furtivo.
Examinó mis nuevas cicatrices atentamente, acercando mi mano a su
rostro por un increíble y sorprendente momento que pensé que iba a besar
las media lunas de plata. Hasta que con un murmullo de disgusto dejó
caer mi mano como si fuera algo vil y se limpió las palmas de sus manos
de manera vigorosa en los costados de sus vaqueros.
—Estás infectada —espetó.
Estudié mi mano nuevamente.
—No —dije lentamente, sacudiendo la cabeza—. No lo estoy. No sé cómo se
curó tan rápidamente pero…
—Tu sangre está infectada. Ese es el por qué no puedes sentir dolor. Por
qué no puedes sentir ese corte en tu pierna. ¿Quién te mordió? —
preguntó, tomando un amenazante paso hacia delante y desplazándome
contra el escritorio.
Cuando mis pantorrillas chocaron con los cajones de metal, dejándome sin
ningún otro lugar al que correr, Maximus me atrincheró con sus brazos y
se inclinó hacia delante hasta que nuestros rostros estuvieron a pulgadas,
tan cerca que podía ver mi reflejo en sus pupilas. Me veía aterrorizada.
—¿Quién te mordió, Lola? —dijo suavemente—. Necesito saber.
Mi labio inferior tembló.
—No sé de lo que estás hablando. Nadie me mordió. No... no es real. Esto
es algún tipo de broma estúpida y ya no es divertido. Quiero que se
detenga. Ahora.
Sus dedos se curvaron alrededor de mis muñecas, fijándome en mi lugar.
Pequeñas pulsaciones de calor comenzaron a propagarse por mi brazo y
temblé, incluso aunque estaba lo más alejada al frío.
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—Esto no es una fantasía —susurró Maximus—. No es falso. Los
monstruos son reales y están aquí y no se van a ir. ¿Entiendes?
No quería entender. Entender significaría aceptar. Aceptar que Travis
estaba en verdadero peligro, si no peor. Aceptar que las mujeres que había
visto cubiertas de sangre estaban realmente muertas. Aceptar que la chica
que me había mordido era más que una actriz muy habilidosa y
escalofriante pagada para hacer una terrible broma.
—Angelique. —Mis hombros se hundieron—. Dijo que su nombre era
Angelique.
—Angelique —repitió Maximus. Hizo un sonido que sonó como una
maldición grosera—. Debería haberlo sabido. —Soltó mis muñecas para
golpear el escritorio con fuerza, haciéndome saltar. Murmurando algo que
no pude escuchar por completo, se alejó y comenzó a caminar de un lado
para otro por la longitud de la diminuta unidad. Su sombra era enorme en
el extremo opuesto de la pared. Se movía sinuosamente, formando ondas a
través de los muebles amontonados y las cajas sin etiquetar como algo
vivo.
Tomando una profunda respiración para calmar mis nervios
comprensiblemente exhaustos, me subí de nuevo al borde del escritorio y
crucé los brazos con fuerza sobre mi pecho. Era hora de algunas
respuestas y de algo de acción. No podíamos quedarnos aquí por siempre.
Yo no podía quedarme aquí por siempre. No cuando mi padre y Travis
estaban allí fuera... en algún lugar.
—Entooonces —dije, extendiendo la palabra mientras intentaba procesar
mis confusos pensamientos—, ¿cómo sabes tanto sobre lo que está
pasando, por así decirlo?
—Si vas a perder el tiempo haciendo preguntas también podrías preguntar
aquellas que valen la pena hacerlo.
—Mi profesor dijo que no había cosa tan estúpida como una pregunta
estúpida —dije, apenas arreglándomelas para contenerme de sacarle la
lengua.
Maximus emitió una corta carcajada.
—Tu profesor —dijo mientras se giraba para enfrentarme—, es un idiota.
Está bien, así que no estaba demasiado lejos de allí.
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—Bien. Aquí hay una pregunta para ti. ¿Exactamente qué son esas cosas
allí fuera?
—¿De vuelta a esto tan pronto? Vamos, Lola. Tienes que ser más
inteligente si sobreviviste a un ataque. Deslúmbrame con tu ingenio.
—No pueden ser vampiros. No pueden —insistí cuando él se quedó de pie
mirándome—. Es imposible.
—Retroceder en el tiempo es imposible. Volverte invisible es imposible.
Equilibrar la deuda nacional es imposible. ¿Las criaturas chupadoras de
sangre que han sido documentadas desde los comienzos del tiempo? No
son imposibles.
—Lo próximo que me dirás es que brillan en la luz del sol.
—No —dijo, dándome su primera sonrisa real—. Eso nunca.
No me gustó lo que esa sonrisa lenta y arqueada le hizo a mis entrañas.
Este no es un buen momento para estar deslumbrada por un chico extraño
que apenas conoces, regañó mi lado práctico. Pero qué ardiente... Ojos
azules... Cabello... Sonrisa... Gah gah..., suspiró mi chica femenina
interior.
—Así que en verdad me estás diciendo que esos allí fuera son vampiros —
dije, ordenándole a la chica femenina que se fuera.
—Prefieren ser llamados Bebedores, pero sí.
Mis ojos se estrecharon.
—OhmiDios. Angelique me mordió. Ella me MORDIÓ. ¿Voy a convertirme
en uno de ellos? ¿Voy a...
—No, no, y no —dijo, interrumpiéndome—. Dije que estabas infectada. No
dije que estuvieras cambiada. Usa tu cabeza, Lola. —Se golpeó el lado de
su sien y frunció el ceño—. Presta atención. No me gusta repetir. Angelique
te marcó. Tu sangre fue a ella, se volvió una parte de ella, lo que significa
que será capaz de sentirte incluso desde lo lejos. Incluso ahora ella podría
estar rastreándote. Cazándote.
—¿Qué? ¿Pero cómo...? —Sacudí la cabeza, intentando asimilar todo—.
Tiene que haber una manera de detenerla, ¿no? Quiero decir, no puede
encontrarme. No puedo dejar que me encuentre. —Las palabras salieron
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en una frenética carrera mientras recordaba el ardiente dolor. El miedo
asfixiante. La certeza de la muerte. No podía pasar por eso de nuevo. No lo
haría.
Maximus cerró la distancia entre nosotros en un largo paso y tomó mis
manos entre las suyas. Apretó mis dedos y le devolví el apretón,
arreglándomelas para encontrar una tranquila sensación de calma en su
toque.
—Detenlo —dijo suavemente, dándome una pequeña sacudida. Sus ojos
buscaron los míos, indagando profundamente en lugares que nunca dejé
que alguien mirara. Lugares que yo nunca observé—. No puedes darte el
lujo de entrar en pánico. No puedes estar asustada. Ni ahora, ni nunca.
Los Bebedores se alimentan de la sangre y de la debilidad. Ya les has dado
un gusto de lo primero, no dejes que tengan lo segundo.
—Pero dijiste que Angelique podía...
El cuchillo me silenció. Maximus lo trajo de la nada, o al menos eso
parecía. La larga hoja brillaba en la penumbra. Su mano izquierda, aún
sosteniendo la mía, tensa como un grillete haciendo clic en su lugar
cuando intenté alejarme. Tragué con fuerza.
—¿Qué estás haciendo? Baja eso antes de que hieras a alguien. —Antes de
que me hieras.
—Hay dos maneras de deshacernos de esas cicatrices. Matar al Bebedor
que te mordió... O cortarles la carne.
—¿Cortarles la carne? —repetí en una voz estrangulada que no sonó como
la mía—. ¿Estás loco? ¡No voy a dejar que te acerques con ese cuchillo!
Pasaron los segundos, cada uno más largo que el último. Contuve el
aliento, esperando ver lo que haría Maximus. Finalmente, con un pequeño
encogimiento, me soltó la mano y metió el cuchillo en su cinturón.
—Bien. Solo asegúrate de dormir con un ojo abierto porque tanto como
tengas esas —dijo, bajando explícitamente la vista hacia mis cicatrices—,
Angelique será capaz de encontrarte.
Oh mierda. Oh mierda oh mierda oh mierda. ¿Realmente iba a hacer esto?
¿Por qué? ¿Por qué en la tierra yo alguna vez, alguna vez haría esto? Me
había vuelto loca, decidí. Solamente una persona chiflada creería lo que
estaba comenzando a creer. Solamente una persona chiflada en realidad
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consideraría dejar que un completo extraño usara un cuchillo en ella
sacara las cicatrices de la mordida de un vampiro. Una mordida de
vampiro. Era ridículo. Era absurdo. Era...
—Bien —dije firmemente, empujando mi brazo hacia él antes de que
pudiera cambiar de opinión—. Hazlo. Sácalas.
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Capítulo 8
Por caminos separados
Traducido por aquinohermida Corregido por Vericity
aximus miró mi mano. Subió a mi rostro. Y de vuelta a mi
mano.
—¿Estás LOCA? —gritó. Yo retiré mi cabeza.
—Pero tú dijiste…
—¿Si te dijera que saltes de un puente, también lo harías? Jesús, María y
José —murmuró, sacudiendo su cabeza—. Eres un bicho raro, ¿verdad?
Me erguí.
—No soy rara. Fue tu estúpida idea y como pareces saber todo lo que está
ocurriendo, pensé…
—Oh, tú pensaste, ¿lo hiciste? —se burló—. ¿Pensaste que simplemente
me dejarías cortarte la mano? ¿Por qué no solo te zambulles en sangre y
desfilas desnuda por la calle? Al menos eso atraerá más rápido su
atención.
—Me voy —decidí abruptamente. Salté de la mesa y casi llegaba a la
puerta cuando Maximus se deslizó frente a mí y la bloqueó con su cuerpo.
Fijé la vista en su pecho, no confiaba en mí misma para mirarlo a esos ojos
melancólicos que tenía—. Sal de mi camino.
—Lola, puedo ver que te he molestado y me disculpo por ello. —Hizo una
pausa—. Pero no puedes irte.
Indignada por la orden, alcé mi barbilla y gruñí:
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—Escucha una cosa, amigo, tú no puedes decirme qué hacer, ¿entiendes?
Si me quiero ir, me voy. Ahora, muévete.
Cerré la mano en un puño y golpeé su pecho tan duro con pude. Fue como
si hubiera tratado de derribar un muro de piedra con mi meñique.
—No es seguro allá afuera. Tendrás que esperar hasta el amanecer.
—¿El amanecer? —exclamé—. No voy a esperar que el maldito sol
aparezca. ¡Necesito asegurarme de que papá está bien, lo que significa que
debes salir de mi camino!
—Si sales ahora no llegarás a la mañana —dice llanamente—. Te van a
despedazar.
Afirmé las manos sobres mis caderas y lo miré fijo.
—¿A ti qué te importa?
Por primera vez, la cubierta de arrogancia de Maximus pareció quebrarse.
Su boca se abrió, pero no salió ninguna palabra y sus cejas se juntan con
irritación y confusión.
—Yo… yo no sé por qué. Solo… no quiero que resultes herida.
—¿Y qué con todas esas personas allá afuera? ¿Mi padre? ¿Mi madre? ¿Mi
hermana? ¿Mi mejor amigo Travis?
Su expresión se volvió vagamente lastimera.
—Lola, probablemente todos ellos están…
—No —protesté—. No te atrevas a decirlo. No digas nada más, ¿me oíste?
No sabes de lo que estás hablando. Tú no sabes nada.
—Sé que si sales de aquí no sobrevivirás esta noche.
Era un riesgo que estaba decidida a aceptar para salvar a los que amaba.
Cruzando los brazos sobre mi pecho esperé en silencio a que saliera de mi
camino. Ambos sabíamos que él podía quedarse ahí para siempre. Solo
estaba dilatando lo inevitable.
Finalmente se movió a la derecha. Lo empujé y destrabé la puerta. Empecé
a abrirla, a salir hacia el frio aire de la noche y olvidar que Maximus
siquiera existió, pero algo me detuvo. Algo que no pude definir y aun así,
algo tangible.
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—Podrías… venir conmigo, ya sabes. Seguridad en el número y todo eso.
—No —dijo sin titubear—. No puedo.
Lo miré por encima de mi hombro. Su rostro parecía esculpido en granito.
Solo sus ojos mostraban algo de vida, mientras ardían en fría
desaprobación.
—Estás cometiendo un error —dijo.
—Quedarme aquí, cuando hay gente allá afuera que podría necesitar mi
ayuda… ese es el error.
Maximus buscó en el interior de su chaqueta de cuero y sacó algo.
—Toma esto —dijo, sujetando su arma. La miré sin decir nada.
—¿Qué haría yo con eso?
Él forzó la culata del arma en mi mano. Mis dedos se cerraron sobre ella
automáticamente.
—Cuando un Bebedor trate de arrancarte el corazón, dispara. Así de
sencillo. Dale entre los ojos o en el centro del pecho. En cualquier otra
parte solo lo lastimará, pero no lo matará. Si no estás segura de que está
muerto, solo sigue disparando hasta que lo estés.
—Como un video juego —murmuré, mirando hacia el arma. Nunca antes
había sostenido una. Era mucho más pesada de lo que había imaginado
que sería. Pesada e incómoda. ¿Cómo iba a acarrear la maldita cosa? Sin
más opción, la metí en mi bolsillo trasero izquierdo. Ahora, además de todo
lo demás, tenía que preocuparme de no terminar metiéndome un tiro yo
sola. Mejor eso, supuse, que dejarme completamente indefensa—. ¿Y qué
pasará contigo? —pregunto—. ¿No necesitarás un arma?
—Estaré bien —dijo.
Seguro que sí, escondido en algún depósito. Casi lo digo en voz alta. Casi.
Una idea me detuvo. La idea de que si Maximus se quedaba aquí, era
porque afuera no tenía nada por lo que valiera arriesgar su vida. Ni padre.
Ni madre. Ni hermana. Ni mejor amigo. Aclaré mi garganta y puse ansiosa
un pie delante del otro. Nunca fui buena para decir adiós.
Afortunadamente, Maximus tampoco.
—Aunque te vayas o no, aún así cierra la puerta —dijo ceñudo.
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Una leve sonrisa tocó mis labios, diciendo todo lo que no pude poner en
palabras. Un gusto conocerte. Gracias por el arma. Que tengas una linda
vida. Espero que no mueras. Y entonces, reuniendo el poco coraje que me
quedaba, di un paso hacia la noche.
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Capítulo 9
Un pop en la cima otra vez
Traducido por Dannita Corregido por Vericity
ada intentó matarme en el camino hacia el complejo de
apartamentos, lo que me pareció una buena señal. Mi sentido
temporal de la esperanza se desvaneció rápidamente, sin
embargo, cuando me encontré con el Sr. Jacobson, el portero. Estaba
apoyado contra ésta. Él había estado ahí durante los últimos veinticinco
años (algo que sabía porque hicimos que él lo soltara en una fiesta).
El vidrio que ocultaba su cabeza estaba manchado de rojo. Podría haber
estado durmiendo, si es que dormía con los ojos bien abiertos. Apartando
la mirada, lo rodeé completamente y me apresuré a entrar.
El vestíbulo estaba a oscuras. Traté de golpear los interruptores de la luz,
pero ni uno prendió. Debió haber sido cortada la electricidad, lo que
significaba que el ascensor no funcionaba, de nuevo traté pero nada pasó.
Subí las escaleras de dos en dos, haciendo el mayor esfuerzo por mantener
mis pasos lo más silenciosos posibles.
El aire apestaba a sudor, a cigarrillos y algo muy dulce. La Sra. Dobbs del
32C debió de haber estado fumando otra vez, me pregunté si todavía
estaba viva. Si alguno de ellos lo estaba. La gorda mujer gato cuyo nombre
no sabía, vivía al otro lado del pasillo del nuestro. El viejo Sr. Graham que
vivía dos pisos abajo todos los domingos sacaba una silla de jardín en el
centro de la sala para leer su periódico. Sue y Liwy, quienes se habían
casado en la primavera pasada, siempre me saludaban con la mano
cuando me veían.
Pensé en ellos, todos ellos, al pasar por sus puertas para llegar a la mía,
con la luz de mi teléfono celular para guiarme. Algunas de las puertas
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estaban entreabiertas, pero no miré dentro. No pude. La sangre que se
había filtrado desde sus habitaciones y manchaba la alfombra de color
beige a marrón opaco me decía todo lo que necesitaba saber.
Con mi corazón persistente en algún lugar cerca de mi garganta llegué a
mi propia puerta. Estaba cerrada, pero no con llave. El pomo giró
fácilmente bajo mi mano y contuve el aliento mientras caminaba en el
interior.
El aire salió de mi boca en un silbido de dolor cuando mis espinillas
chocaron con algo duro. Me tropecé, mis brazos se agitaron en el aire
tratando de coger un balance. El teléfono se resbaló de mi mano y cayó en
un estrepito sobre el suelo. Tendiendo mi mano a ciegas me las arreglé
para agarrar algo sólido y estabilizarme a mí misma.
Me tomó unos segundos para que mis ojos se acostumbraran a la
oscuridad. Cuando lo hicieron, me di cuenta de por qué me había
tropezado. Nada estaba donde debería haber estado. Los muebles habían
sido volcados. La televisión estaba rota. Los cajones del escritorio habían
sido desgarrados y los contenidos dispersos. El apartamento estaba
siempre un poco desordenado, pero esto… esto era un desastre.
—¿Papá? —susurré tan fuerte como pude—. Papá, ¿estás aquí?
Nada… Y luego…
Un pop tranquilo y familiar. Un pequeño silbido del aire. El sonido de
sorber.
Corrí por la sala como un rinoceronte loco, pateando las cosas de mi
camino mientras me alejaba de la puerta.
—Papá, ¿Dónde estás? ¿Papá? ¡PAPÁ!
Lo encontré en el armario de su dormitorio. Estaba desplomado junto a
una caja de zapatos y estaba usando una caja de cerveza para mantenerse
en posición vertical. Cuando abrí la puerta del armario, él bajó la cerveza
que acababa de abrir y entrecerró sus ojos hacia mí, sus ojos llorosos y
enrojecidos, fuera de foco.
—¿Aiko? Cariño, ¿eres tú?
—No papá —rechiné los dientes—. Soy Lola. Tu hija.
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Querer ayudarlo se volvió ira mientras me inclinaba sobre él y le arrancaba
la lata de cerveza de la mano. Todo el mundo estaba muerto y papá estaba
borracho. Por lo menos una de esas cosas era anormal.
—Papá, algo ha sucedido. Tienes que levantarte. No es seguro aquí.
—¿Aiko? —dijo de nuevo.
Empujé mi cabello hacia atrás y subí mi flequillo para que pudiera ver mis
ojos que eran grises en lugar de marrones y que no estaban sesgados en
las esquinas, como las de mi madre.
—No, no, Aiko. Lola. Soy Lola, papá.
—¿Lola?
—¡Sí! Ahora, vamos. —Lo agarré por el brazo y tiré de él. Se desplomó
hacia adelante y se levantó tambaleándose, balanceándose hacia adelante
y hacia atrás. Mi padre había empezado a beber antes de que mamá lo
abandonara. No sé si la bebida desencadenó el divorcio o el divorcio
provocó la bebida. No importaba, en realidad. De cualquier manera, los
resultados fueron los mismos. Él no era un verdadero borracho. Solo uno
descuidado y olvidadizo.
Nunca me había levantado la mano aún cuando sentía ira, ni siquiera su
voz, para el caso. Debería considerarme a mí misma como afortunada.
Sabía que otros niños no lo tenían fácil pero, ¿quién cocina la cena para ti
todas las noches de la semana cuando tu papá para en el sofá desde las
siete de la mañana?
Por otra parte, él había pagado un precio más caro que el mío. Perdió su
puesto de trabajo. A su esposa. Su familia. Todo lo que le quedaba era una
beligerante adolescente de dieciséis años, que no obedecía a su toque de
queda y que pensaba que los calientes autos cableados eran una aceptable
actividad extracurricular.
—Papá. —Toqué su brazo y se sobresaltó—. Papá, no creo que debamos
permanecer aquí. No es seguro. Debemos tratar de llegar a la estación de
policía.
Volvió la cabeza para mirarme. Su rostro estaba pálido. Había un corte
sobre su ceja izquierda que se había secado dejando costras de sangre en
ella. Parpadeó una vez, dos veces y su mirada se centró en mí.
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—Lola, pensé que ellos también te habían capturado —dijo.
El abrazo fue inesperado y extraño. Le devolví el abrazo indecisa,
acariciando su hombro antes de retroceder.
—Estoy bien. Estaba en el lado este cuando empezó. Con Travis. Volví
corriendo aquí y apareció un chico. Maximus. Parecía saber mucho sobre
lo que está pasando. Me dio esto. —Saqué la pistola y la extendí. Los ojos
de mi padre se abrieron.
—¿Un arma? ¿Por qué un chico te dio un arma? ¿Está cargada?
—Eso espero.
Dio unos pasos hacia adelante y la activé.
Tomé su brazo y lo guié hasta el borde de la cama. Se sentó con un
suspiro y miró abajo hacia sus manos.
—Pensé que te tenían también —repitió en voz baja.
Me agaché delante de él.
—No me atraparon, papá. Estoy aquí. Estoy bien. ¿Has oído hablar de
mamá o Gia? ¿Tienes su teléfono celular? —Su cabeza se sacudió hacia un
lado.
—No. No. Me olvidé de cargarlo. No… no hay electricidad. El televisor no
funciona. La radio. La computadora. No pude… no pude alcanzarlos. —
Cerró los ojos—. Todo el mundo estaba gritando tan alto. Oí portazos.
Alguien entró aquí. Derribaron todo. Rompieron todo. Me escondí en el
armario, pero… No sé qué está pasando. Lola, ¿qué está pasando?
—Está bien. Todo va a estar bien. —Lo calmé como si fuera un pequeño y
asustado niño, haciéndome reconsiderar lo que tenía que hacer. Si los
Bebedores ya habían pasado por aquí tal vez la mejor idea sería
simplemente quedarnos aquí hasta el amanecer. Abastecerse de
suministros. Tratar de dormir. Esperar y ver si la electricidad volvía. No
era un plan perfecto, pero seguro que sonaba mejor que salir.
Tenía confianza de que a la luz del día las cosas tuvieran sentido. Una
parte de mí todavía no estaba lista para aceptar la explicación de Maximus
para lo que estaba sucediendo. Estaba segura que en algún momento los
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militares tendrían que aparecer. Estaba segura de que esto no estaba
pasando en todo el mundo.
Estaba tan equivocada.
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Capítulo 10
Cuerpos, sangre y coches en llamas
Traducido por angiefunes Corregido por LadyPandora
uerpos. Sangre. Coches en llamas. Había sido una masacre. Con
una mezcla de horror y morbosa fascinación miraba por la
ventana de mi dormitorio a la calle de abajo. Cuerpos esparcidos
por el pavimento como muñecos rotos, cuellos desgarrados y miembros
retorcidos en horribles ángulos. Un coche de policía se había estrellado a
través de la farmacia. El policía que lo había llevado hasta allí estaba
mutilado, casi irreconocible.
Hasta Barnabus, el gato gris que vivía en el callejón, no había sobrevivido
a la noche.
Trastabillé lejos de la ventana y me tapé la boca para contener el grito que
amenazaba con emerger libremente. Manteniendo la mano firme en su
lugar corrí al baño, me desplomé frente al retrete y me puse mala por
primera vez desde que mis padres me sentaron y me hablaron del gran S.
Papá todavía estaba durmiendo por su resaca.
Me di una ducha rápida, tan fría que al instante me aclaré la cabeza y me
puse unos vaqueros cortos y una camiseta lisa negra.
Anoche, antes de caer en un intranquilo sueño había preparado un bolso
de viaje verde que encontré en el fondo de mi armario y lo llené de cosas
que pensaba que serían útiles para un apocalipsis: ropa, un par de
zapatillas de deporte, protector solar, cepillo de dientes, pequeñas botellas
de champú y acondicionador, mantequilla de maní (que nunca venía mal),
baterías y todas las linternas que pude encontrar, que terminaron siendo
solo tres.
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También armé una maleta para papá. En la suya metí tantas botellas de
agua como podrían caber y cualquier alimento que no fuera perecedero. Yo
no era optimista, aunque estaba bastante segura de que ya que la
electricidad se había cortado el agua dejaría de funcionar en breve.
Cuando eso sucediera quería estar preparada. ¿Por qué morir
deshidratada cuando había un vampiro perfectamente dispuesto y listo
para rasgarte la garganta?
Vampiro. Bebedor. Como sea que se llamasen, ahora creía en ellos. ¿Cómo
no iba hacerlo cuando había mirado por la ventana y visto lo que habían
hecho con mis propios ojos? E incluso peor que los cuerpos despedazados
del exterior, más que los asesinatos sin sentido de personas inocentes, era
el conocimiento de que nadie iba a venir. Nadie iba a salvarnos. Ni la
policía. Ni el ejército. Ni tampoco la gente del servicio secreto del gobierno.
Lo que quería decir que estaba sucediendo por todas partes porque…,
¿cómo podría alguien simplemente sentarse y dejar que una ciudad entera
fuera arrasada? La respuesta era que no podían. Era que los únicos que
podían ayudarnos estaban luchando en otro lugar o ya estaban muertos.
Nadie iba venir a rescatarnos. Estábamos por nuestra cuenta.
—Papá, tienes que despertarte ahora. Tenemos que movernos. —Golpeé su
puerta y cuando no respondió, la abrí y lo sacudí para despertarlo.
Gimió y se cubrió los ojos contra la luz que entraba por las ventanas. Si
este fuera un día normal habría cerrado las persianas y dejaría que
volviera a dormirse. Pero este no era un día normal. No sabía si alguna vez
volvería a haber un día normal de nuevo.
—¿Papá? —Lo empujé.
—¿Qué mierda? —murmuró.
—Bueno... —Respiré hondo. Probablemente era mejor solo acabar con todo
de una vez—. Anoche los vampiros invadieron la ciudad. Todos están
muertos. Si queremos sobrevivir, tenemos que encontrar un lugar seguro
para escondernos antes de que oscurezca.
Eso sin duda llamó su atención. Se sentó de golpe y dijo:
—¿Qué? ¿Qué? Lola, ¿eres tú?
¿Esto otra vez? Menos mal que había arrojado toda la cerveza que encontré
anoche en el fregadero.
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—Sí, soy yo —dije con impaciencia—. ¿No te acuerdas?
—Yo... Sí. —Sus ojos fueron hacia el escritorio de la esquina de la
habitación que había sido volcado de lado—. Lo recuerdo. ¿Pero vampiros,
Lola? Eso... eso es imposible.
Me encogí de hombros.
—Ve a echar un vistazo por ti mismo.
Se arrastró hasta la ventana. Esperé junto a la cama. No necesitaba ver lo
que estaba mirando. Estaba impreso en mi cerebro; chisporroteaba en mi
memoria como una especie de marca caliente.
—Todas esas personas —susurró, sin dejar de mirar hacia fuera—. No lo
entiendo. ¿Quién podría haber hecho esto? ¿Dónde está la policía? — ¡Él
se dio la vuelta, con los ojos algo salvajes, su rostro con un tono un poco
más claro del albino—. ¿Has hablado con tú madre? ¿Tú hermana? ¿Están
todos bien?
—No lo sé. Anoche se me cayó el teléfono. No se enciende. —Y así como
así, todo mi contacto con el mundo exterior había sido cortado. Sin
teléfonos móviles. Sin teléfonos fijos. Sin Internet para enviar un correo
electrónico o un mensaje en Facebook.
Sin mensajes de texto. Siempre había dado por sentado la facilidad con
que podía ponerme en contacto con alguien, sin importa la distancia que
nos separaba.
Ahora no tenía manera de saber si mi madre estaba viva.
Mi padre se frotó la cara.
—Alguien vendrá. Alguien tiene que venir.
—Papá —susurré—. No queda nadie.
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Capítulo 11
Noventa kilómetros por hora en una carretera
sin salida
Traducido por val_277 Corregido por LadyPandora
uvimos que salir de la ciudad. Aparte de los cadáveres que había
por todas partes, que parecían sacados de una pesadilla,
simplemente tenía más sentido huir a una zona menos poblada.
Sobrevive al Apocalipsis 101: corre tan lejos de todo como puedas.
No sabía si la masacre en una noche de una ciudad de más de diez mil
personas cuenta como un apocalipsis. De todos modos había decidido
llamarlo así porque me gustaba la palabra, ¿y cómo más podría describir
lo que había pasado? ¿Cómo más se puede describir a la gente tirada en la
calle en charcos de su propia sangre? Hombres. Mujeres. Niños. Mascotas.
Nadie había escapado de los Bebedores. Nadie al parecer, pero yo y mi
padre sí.
Ya que eran las personas con menos probabilidades de sobrevivir a un
apocalipsis pensé que significaba que tenía que haber otros ahí fuera. Es
decir, si un borracho y una niña indefensa habían hecho su camino a
través de la noche, entonces tenía que haber otros supervivientes. Tenía
que haberlos.
Hicimos nuestra selección de coches. Muchos acababan de ser
abandonado en la calle, con las llaves puestas y los antiguos propietarios
muertos en el asfalto. Papá tomó un sedán Audi color azul marino, sobre
todo porque era el único coche que tenía un tanque lleno de gasolina y un
poco porque siempre había querido tener uno, pero nunca había tenido
dinero suficiente.
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Apilé todas nuestras cosas en la espalda mientras él cogía más agua
embotellada y baterías de la farmacia de enfrente.
—¿Lista? —dijo cuándo se sentó en el asiento del pasajero y se abrochó el
cinturón de seguridad.
—Primero tenemos que hacer una parada rápida.
—¿Qué? ¿Por qué? Eso no es parte del plan.
Sus nudillos se volvieron blancos cuando agarró el volante. Me esforcé al
máximo en no darme cuenta.
Papá nunca ha sido muy bueno ante situaciones de crisis. Todavía me
acuerdo de cuando mi hermana se cayó durante su partido de baloncesto
y se rompió el tobillo. Perdió los estribos antes de perder el conocimiento.
Y después está la vez que llegué veinte minutos tarde a casa desde la
escuela en quinto grado. Mamá tuvo que detenerlo físicamente de llamar a
la Guardia Nacional. Hasta ahora lo está llevando bastante bien, dadas las
circunstancias. Solo puedo esperar a que dure.
—Travis. Tengo que ver si está bien —le dije.
Papá arrancó el coche.
—¿Dónde está? ¿En su casa?
—Bueno... —Vacilé—. No exactamente.
—¿Qué quiere decir exactamente? —Fue poniendo voz de padre hasta una
octava—. ¿Dónde está, Lola?
Oh, muchacho. De verdad que era gracioso que a raíz de todo lo que había
pasado una parte de mí tenía miedo de decirle a mi padre dónde había
estado la noche anterior. ¿Qué iba a hacer, castigarme?
—Pensé que estaría bien ver si podía mover un coche al puente. Hablé con
Travis para llegar. Estaba en el lado este, en la calle Turner. Oímos un
ruido fuerte desde el interior y llamó a la puerta principal. Un hombre
contestó. Uno de ellos. Puso a Travis en una especie de trance y él entró
directamente.
—Lola —suspiró.
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—Lo sé, lo sé —dije apresuradamente—. Te prometo que no lo volveré a
hacer, pero no puedo irme sin él. Sé que es probable que no... No está
bien, pero tengo que comprobarlo, papá. Tengo que estar segura.
—¿Qué pasa si esa cosa sigue ahí? —preguntó con aprensión.
—Probablemente estará en el sótano o algo así. Maximus dijo que no podía
salir a la luz del día. —Esa mañana, yo le había hablado a papá de
Maximus. Eso y el arma que actualmente estaba sentada en mi regazo, lo
habían convencido finalmente de que los Bebedores eran reales. Los
cuerpos apilados del exterior no hacían daño.
Papá suspiró mientras ponía el coche en marcha y se alejaba de la acera.
Cuando llegamos a la calle principal y se dirigió a la izquierda, hacia el
lado este de la ciudad, di un suspiro de alivio y tranquilidad y me
desplomé hacia atrás, mirando por la ventana como papá conducía a
través del tráfico inmóvil.
Todo estaba destruido. Los escaparates rotos. Los autos fueron conducidos
a lo largo de las aceras. Un camión con un bote estaba volcado
completamente y estaba colgando medio dentro medio fuera de la
pastelería Petunia. Había incendios por doquier y me pregunté cuánto
tiempo llevaría que consumiera toda la ciudad.
¿Era eso lo previsto? ¿La destrucción total? Pero, ¿por qué? ¿Cuál era el
sentido? Yo solo sabía lo básico acerca de los vampiros gracias a las
películas. Que les quemaba la luz del sol, que eran alérgicos a la plata y
que bebían sangre. ¿Por qué, entonces, no había una sola víctima a la que
le faltara la sangre? Mutilado, arañado, desgarrado: sí. Vaciado de sangre:
no.
Se me revolvió el estómago y tuve que tragar vómito, pero me obligué a
estudiar los cuerpos sin vida mientras nos dirigíamos más allá de ellos.
Dos cosas me llamaron la atención inmediatamente. La primera es que
todas estas personas tenían que haber sido sacadas de sus casas. No
podía ser que todos en el pueblo hubieran salido a dar un paseo al
atardecer, cuando fueron atacados.
Y lo segundo, mucho más alarmante que lo primero, es que los cuerpos
parecían formar una especie de línea. Oh, ellos estaban esparcidos por
todas partes. Algunos en el césped. Otros tirados sobre la acera. Uno o dos
en la carretera. Pero casi todos tenían giradas las cabezas frente a las
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casas y los pies apuntando hacia la calle. ¿Una extraña coincidencia?
¿Una advertencia? ¿O algo completamente distinto? No había forma de
saberlo.
—¿Estás bien? —preguntó papá.
—¿Lo estás tú? —disparé de nuevo.
—No —dijo en voz baja—. Supongo que no.
Condujo el resto del camino en un tenso silencio. Cuando giramos hacia la
calle Turner, con sus casas pulcras y pequeños céspedes, pulcramente
segados, dirigí a papá a la dirección correcta. Se detuvo detrás del coche
del señor Livingston y apagó el motor.
—Para ahorrar gasolina —dijo.
Juntos nos bajamos y caminamos hacia la puerta principal.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó mi padre con voz
tensa.
Enderecé los hombros.
—Estoy segura.
Por segunda vez en menos de veinticuatro horas llamé a la puerta
delantera del Sr. Livingston. No sé por qué. El hábito, supongo. Pasaron
unos segundos. No pasó nada y me sentí como una idiota. ¿Qué había
esperado, que Travis abriera la puerta y dijera: “Hey chicos! me alegro de
verlos!”.
Papá me tocó el brazo.
—Lola, solo deberíamos…
La puerta comenzó a abrirse. Nos dimos la vuelta, con nuestras
expresiones igualmente nerviosas.
—¡Hey chicos! me alegro de verlos.
Mi boca se abrió.
—¿Travis?
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—Uh, sí. ¿Esperabas a alguien más después de que me dejaras aquí para
morir con un vampiro? Quién, por cierto, desde luego que no es el Sr.
Livingston. De hecho, creo que en realidad podría haberse comido al pobre
chico, lo que explicaría el olor que sube del sótano. Tu elección de coches
para robar fue impecable, Lola. En serio.
Definitivamente era Travis. Di un salto hacia adelante y envolví mis brazos
alrededor de él. Podría haber tenido reservas acerca de abrazar a mi padre,
pero con Travis tales cosas eran simplemente naturales.
Lo sentí temblar y apretó mis manos.
—Lo siento —le murmuré al oído—. Lo siento mucho, Trav. Nunca te
habría dejado, pero…
—¿Pero el vampiro malo y grande te asustó? —Terminó por mí—. No te
preocupes. Sabes que yo habría hecho lo mismo.
Busqué sus ojos. Parecía cansado, su ropa estaba arrugada, su pelo rojo
alborotado, pero estaba vivo. Era más de lo que me había atrevido a
esperar.
—Vamos. —Entrelacé mis dedos con los suyos y lo saqué de la casa—.
Tenemos un coche y suministros y nos dirigimos hacia las montañas hasta
que todo esto se solucione. —¡Qué fácil hice que sonara! Casi como si
estuviéramos tomando unas vacaciones divertidas.
—Hey Sr. V—dijo Travis mientras corríamos de regresó al coche—. Es
agradable ver que no está muerto.
Papá trató de sonreír. Salió más como una mueca. Nunca había entendido
el humor de Travis.
—Lo mismo te digo —dijo.
Dio cabida a Travis entre las bolsas de lona y cajas de agua. Se apretó en
sus largas piernas y brazos larguiruchos y se extendió claramente a través
del asiento de atrás.
—No te sorprendiste cuando te dije que ese tipo era un vampiro —dijo una
vez que se había retirado de la calzada y se dirigían hacia el este, hacia la
carretera interestatal.
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—Eso es porque no lo estaba. — Me retorcí alrededor de mi asiento y le
conté todo lo de mi encuentro con Maximus. Me escuchó en silencio, con
una expresión que no revelaba nada, lo que era un poco extraño, ya que
Travis era como un libro abierto.
—¿Y ahora te vas a las montañas? —me preguntó cuando terminé.
—Hay algunas cabañas allí en las que nos alojamos cuando yo era
pequeña —le dije. Las cabañas no daban mucho de qué hablar. Eran
pequeñas y la habitación estaba hecha de troncos. Pero estaban en medio
de la nada, lo cual era una gran ventaja y el arroyo que corría junto a ellas
proporcionaría agua fresca. Era un lugar tan bueno como cualquier otro
para pasar desapercibido.
—Sr. V, odio preguntar esto, pero... —Travis se apagó y tragó saliva, la
nuez de su cuello se movió.
Los ojos de papá lo miraron por el espejo retrovisor.
—Lo siento, Travis. No puedo —dijo.
—Lo entiendo —dijo Travis, a punto de llorar.
Me quedé en silencio. Yo sabía lo que Travis había querido preguntar y
también sabía por qué papá había dicho que no. Volví a mirar por la
ventana y traté de no pensar en los padres de Travis. Traté de no pensar
en cómo su madre siempre llamaba para comprobar que estuviera y como
ésto le volvía loco y, como siempre he pensado, pero nunca he dicho en voz
alta, lo afortunado que era por tener una madre que se preocupaba lo
suficiente como para llamar.
Las casas se diluyeron a medida que nos acercábamos a la salida de la
autopista interestatal. Ahora solo había unos árboles que se
arremolinaban juntos formando una larga línea de color verde. Ni Travis ni
mi padre dijeron nada más durante noventa minutos. ¿Quién se nos iba a
tirar encima? ¿La policía? Me mordí el interior de la mejilla para sofocar la
carcajada que amenazaba con escapar. Como si hubiera…
Ocurrió tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. Un segundo el coche
estaba por la carretera y al siguiente las ruedas estaban chirriando y papá
gritando, yo solo pude echar una fugaz mirada al cráter que había en
mitad de la tierra donde solía estar la carretera. Fui lanzada a un lado. Mi
cabeza se golpeó con fuerza contra la ventana. El air-bag de papá se
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desplegó. Sonó como una explosión. Oí gritar a Travis. El coche resistió
una vez antes de precipitarse a un lado de la carretera y en la cuneta.
Demasiado rápido. Estábamos moviéndonos demasiado rápido. Puse mis
manos delante de mi cara. El árbol estaba justo en frente de nosotros. El
coche nunca tuvo una oportunidad.
El choque me lanzó hacia adelante de mi asiento. Mientras volaba hacia el
parabrisas lo único que podía pensar era que a fin de cuentas, morir en un
accidente de coche no era la peor manera de irse.
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Capítulo 12
Tomamos una decisión
Traducido por dulipasia Corregido por LadyPandora
odo estaba negro.
Eso, más que cualquier otra cosa, me hizo tener pánico. Me rodeó
en olas que me empujaban al fondo y me ahogaban. Mi mente
tenía destellos de los últimos cinco segundos de mi memoria una y otra
vez, como una cinta de película rayada.
Frenos. Girar. Gritos. Volar.
Frenos. Girar. Gritos. Volar.
Frenos. Girar. Gritos. Volar.
A lo lejos, oí voces. Las palabras parecían distorsionadas. Mis oídos
zumbaban. Traté de concentrarme en lo que estaban diciendo. Necesitaba
algo, cualquier cosa que me distrajera de la oscuridad.
—... De la nada. No pude... a tiempo.
—¿Está... muerta? Oh, Dios, hay mucha... sangre.
—... ¿la movemos? ¿No hay problema... moviéndola?
—Yo... ¡No sé!
—Dejen de gritar. —Las palabras salieron de mi boca lentamente, como si
estuviera tratando de hablar a través de una melaza. Oí una inhalación
brusca. Un sollozo ahogado.
—Lola, estás viva. —Travis.
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—Todo va a ir bien, nena. ¿Me escuchas? Todo va a ir bien. ¿Puedes...
puedes mover algo? ¿Tus dedos? ¿Tus dedos de los pies? —Papá.
Por supuesto que podía mover los dedos. Podía moverlo todo. No estaba
herida. Nada me dolía. Pero no podía ver. ¿Por qué no podía?
—¡Travis, mira! Está moviendo los dedos. ¡Está moviendo los dedos!
Podría pensarse que acababa de ganar una medalla de oro en los Juegos
Olímpicos. Me senté y extendí la mano, mis impresionantes dedos
extendiéndose hacia lo que podía oír pero no ver. Alguien agarró mi mano.
Travis. Reconocería su agarre afeminado en cualquier lugar.
—Atravesé el parabrisas y estoy viva —dije, mi voz sonaba ronca, tanto que
parecía pertenecer a otra persona. Atravesé el parabrisas y estoy viva. Eso
era extraño. ¿Acaso no morían las personas cuando atravesaban
parabrisas? Puede que no. Tal vez solo se quedaban ciegos.
—Estás viva —dijo Travis. Me apretó los dedos. En el fondo oí un sollozo.
Papá. Todavía no era muy bueno en situaciones de crisis.
—Travis —susurré—. No puedo ver. ¿Por qué no puedo ver?
—Lola, tus ojos están cerrados.
Oh. Eso tenía sentido. Un torrente de color casi abrumador invadió mis
ojos cuando obligué a mis párpados a abrirse. Alejé la vista, lejos de la
chatarra de metal que se parecía vagamente a un coche, lejos del cristal
que lo cubría todo, lejos de la sangre que cubría el cristal. En lugar de eso
me miré a mí misma, examinando los cortes que atravesaban mi carne
como si hubiera estado envuelta en finas cintas rojas.
Me toqué la cara y no fue necesario echar un vistazo a mis dedos para
saber que estaban llenos de sangre. Podía sentir la sangre corriendo por
mis mejillas, deslizándose en las comisuras de la boca, goteando en mi
barbilla.
—Travis, deberías ir con mi padre —le dije, preocupada—. Sabes que la
sangre te provoca nauseas.
Sus ojos se arrugaron en las esquinas.
—Creo que lo superé. Lola, sin ofender ni nada, pero deberías estar
muerta. ¿Qué pasó?
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Era una buena pregunta. Creo que sabía la respuesta, pero no estaba
dispuesta a decirlo en voz alta. Todavía no. No cuando no estaba segura de
su reacción.
—No tengo ni idea —mentí—. Suerte, supongo. Ayúdame a levantarme,
¿quieres?
Travis me arrastró hasta estar en pie. Hojas de pino picaban mis dedos de
los pies y me di cuenta de que me faltaba un zapato.
—Toma —dijo Travis y me entregó una de mis camisetas que había
empaquetado—. Póntela.
Agradecida la agarré y la utilicé para limpiarme la cara y después los
brazos. Cuando terminé, la camisa blanca ahora era roja. La lancé a los
arbustos.
—Papá —grité—. Papá, está bien. Puedes volver ahora.
Él apareció instantáneamente detrás de una cercana arboleda. Era obvio
que había estado llorando. No se lo repliqué. Los hombres adultos también
lloran. Sobre todo cuando ven que su hija atraviesa un parabrisas.
—Lola. Lola. ¿Estás bien? Pensé que estabas muerta. Pensé... Oh, Dios
mío, es un milagro. Un milagro. —Sus brazos me envolvieron. Esta vez le
devolví el abrazo, porque podría perderlo a él tan rápido como él pensó que
a mí.
Se echó hacia atrás para estudiar mi cara y frunció el ceño.
—Pero toda esa sangre... Estaba tan seguro... ¿Te duele algo?
—Nada. —Le aseguré rápidamente.
Su ceño se profundizó.
—Me refiero a que a lo mejor es por la impresión. —Corregí—. Mi cuerpo
está en shock. Después dolerá. Mucho, seguramente.
—Tenemos aspirinas —dijo, como si un par de aspirinas fueran a
ayudarme si realmente sintiese el dolor que debería.
—Tus cortes están cicatrizando rápidamente —dijo Travis. No parecía tan
convencido por mis respuestas evasivas como papá.
Me encogí de hombros.
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—La sangre coagula en cuestión de segundos, Travis. Nos lo enseñaron en
la clase de salud, ¿recuerdas?
—Sí, pero…
—¿Qué hay de ti? —le dije, cambiando el tema—. Se ve un bulto muy
grande en tu cabeza. Y tú, papá. Tienes un corte en la frente.
—Conseguí salir antes de que el coche golpeara el árbol —dijo Travis,
frotando el considerable bulto que se había formado justo debajo de la
línea de su cabello—. Estaré bien.
Mis cejas se alzaron. Estaba impresionada. Por lo general, Travis estaba en
el suelo llorando por un médico si se cortaba con una hoja de papel. Huir
de vampiros sedientos de sangre había sido bueno para su confianza, al
parecer.
—Yo también estaré bien —dijo papá—. Pero el coche...
En conjunto, volvimos a evaluar los daños. No se veía bien. El coche no era
más que un montón arrugado de metal. Los suministros rescatables
habían sido apilados a un lado; tenía que ser obra de Travis. Eché un
vistazo a la carretera, frunciendo los ojos contra el sol. El coche se había
adentrado unas impresionantes 200 metros (más o menos, nunca fui
buena calculando grandes distancias) en el bosque después de haber
pasado la enorme zanja.
—Todo esto es culpa mía —dijo papá—. Si no hubiera ido tan rápido... Si
hubiera estado prestando más atención...
—No es su culpa, Sr. V. Alguien explotó el camino.
Así que realmente había una tremenda zanja en medio de la carretera. En
medio de la carretera justo donde estaba la salida de la interestatal. La
única salida que teníamos. Planearon esto, pensé. Lo planearon todo.
Consulté el reloj que Travis siempre llevaba en su muñeca izquierda.
—Es casi mediodía. Tenemos siete horas hasta que empiece a oscurecer.
Eso es un montón de tiempo para caminar de regreso a la ciudad, reponer
nuestras provisiones y conseguir otro coche.
—¿Volver a la ciudad? —Travis me miró como si acabara de sugerir salir
hacia Tombuctú—. ¿Estás segura de que es una buena idea?
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Fue un placer ver que a mi mejor amigo no se le hubiese ido todo el miedo.
—¿Qué otra opción tenemos? ¿Quedarnos en el bosque?
—Lola tiene razón —dijo papá—. Más de la mitad de nuestra comida y
agua fue destruida. Tenemos que conseguir más.
—¿Y después adónde vamos a ir? —preguntó Travis—. Ya vio cómo está el
camino. Y es el único para salir de aquí.
Un punto válido. Había otros caminos, por supuesto, pero ninguno se
dirigía al norte, a donde queríamos ir. Nerviosamente mordisqueé mi labio
inferior, tratando de pensar en otra idea.
—El antiguo Hotel Renner —dijo papá repentinamente. Su rostro se
iluminó. Estaba lo más feliz que lo había visto en las últimas semanas—.
Está después de la escuela primaria. Ha estado abandonado durante años.
Nadie irá allá.
Al instante pensé en Angelique y cómo Maximus había dicho que sería fácil
para ella rastrearme si estuviera cerca. Abrí la boca para protestar, pero
Travis tomó primero la palabra.
—Eso podría funcionar —dijo, rascándose la barbilla—. Por lo menos sería
una buena solución temporal hasta que encontremos algo mejor o llegue la
ayuda. Gran idea, Sr. V.
—Gracias —dijo papá, pareciendo complacido. Él me miró—. ¿Lola?
Les podría haber hablado de Angelique en ese mismo momento, pero algo
me detuvo. Tal vez era el hecho de que una chica normal no debería haber
sobrevivido al atravesar el parabrisas de un coche a ciento kilómetros por
hora. Una chica normal, sin duda, no podría haber conseguido levantarse
y estar ilesa. Sin embargo, yo había hecho ambas cosas, lo que quería
decir... bueno, no sabía lo que significaba. O por lo menos no quería
admitir lo que podría significar, no para mí misma y desde luego, no para
Travis y papá.
—Yo, uh, no creo que sea una buena idea. Sigo pensando que deberíamos
tratar de llegar a las montañas.
—¿Cómo podríamos hacer eso si la autopista está bloqueada? —preguntó
Travis—. El hotel es nuestra mejor oportunidad. Ha estado vacío durante
tanto tiempo que no creerán que alguien esté allí.
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—O esperarán que todos estén allí porque está vacío desde hace mucho
tiempo —señalé.
—Travis tiene razón —dijo papá—. Es nuestra mejor oportunidad.
Dos contra uno. Tenía un mal presentimiento sobre esto, pero… ¿qué
podía hacer? Admitir que uno de los Bebedores me había mordido, o
mantener la boca cerrada y seguirlos.
Frunciendo los labios, agarré mi bolso de lona, lo puse en mi hombro y me
dirigí a la carretera, dejando a papá y a Travis luchando para alcanzarme.
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Capítulo 13
El Hotel Renner
Traducido por CrisCras13 Corregido por MaarLopez
l hotel Renner solía ser nuestro pequeño reclamo de la fama de la
ciudad. Ya en los años sesenta o setenta (nunca prestaba mucha
atención en historia) la tierra en la que actualmente me asentaba
fue comprada por un banquero de Nueva York. Con sueños de crear un
hotel de clase mundial, invirtió millones de dólares en la construcción de
un estado de la técnica con doscientas habitaciones, con facilidad.
A los quince años, el hotel estaba en la quiebra y había estado
abandonado desde entonces. Parece que a la gente le gustaban mucho sus
hoteles en Nueva York y no veían ninguna razón para aventurarse en un
pequeño pueblo de paletos para gastar su dinero duramente ganado,
mientras que la gente de la ciudad no tenía ninguna razón para quedarse
en un hotel cuando vivían a cinco kilómetros por la carretera.
—Va a haber ratas y cucarachas —predije mientras caminábamos a través
del enorme campo de maíz que separaba el hotel de la ciudad—. Ratas
enormes con dientes afilados y largos bigotes que se abalanzarán sobre
nosotros mientras dormimos y nos destrozarán la garganta.
—Si estás intentando asustarme no va a funcionar —dijo Travis
suavemente.
Le miré.
—¿Por qué no? Odias las ratas.
—Prefiero hacerle frente a un centenar de ratas antes que una de esas
cosas de anoche.
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—¿Un centenar de ratas? —Arrugué la nariz—. Esas son muchas ratas.
Podrían arrastrarse sobre ti y llegar a tus globos oculares y trepar hasta tu
boca…
—Lola, es suficiente —dijo papá bruscamente.
Dejé de hablar. Papá no estaba tan genial y yo no quería aumentar su
nivel de estrés. Siendo forzado a ver a sus amigos y vecinos asesinados en
las calles, sus cuerpos desollados y enrojecidos por el sol como langostas
cocidas, había hecho eso por mí.
Nos habíamos quedado fuera de las casas tanto como pudimos cuando nos
acercamos a la ciudad por provisiones, pero no habíamos podido evitar los
cuerpos.
Estaban en todas partes.
Yo había tenido aún algún destello de esperanza de que no fuéramos los
únicos que sobrevivieron esa noche, pero había sido rápidamente
extinguido.
Si alguien estaba aún vivo además de nosotros tres, hacía tiempo que se
había ido.
Había una razón más para que papá estuviera estresado. Eran solo las
seis en punto. Bajo circunstancias normales era cuando llegaba a casa, se
sentaba en el sofá y abría la primera de muchas cervezas. Yo sabía que la
delgada línea de transpiración que brillaba en su frente no era por
caminar. Debería de haber guardado un par de cervezas. Fue una
estupidez por mi parte no hacerlo. ¿Prefería estar con alguien que estaba
un poco borracho o con alguien que estaba pasando a través de la
abstinencia? Aún recordaba vivamente, la vez que papá había intentado
dejar de beber de golpe. No era algo de lo que quisiera ser testigo de nuevo.
—Tengo que volver —dije.
—¿Qué? —dijeron papá y Travis al unísono.
—Yo, ummm, olvidé algo.
—Lola, el sol va a empezar a ponerse en una hora —dijo Travis—. No
sabemos cuándo van a aparecer. Puede que no tengan que esperar hasta
que esté completamente oscuro.
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—Y tenemos todo lo que posiblemente podemos necesitar —dijo papá
gesticulando hacia la pequeña montaña de suministros que había
acumulado en dos carretillas.
Encontré su mirada.
—Olvidé una cosa. No tardaré mucho. Sé exactamente dónde está.
Sus ojos inmediatamente bajaron al suelo y supe que él sabía a por qué
iba a regresar.
—Lola, yo…
—No —le detuve alzando una mano—. Está bien papá. Seré rápida. Lo
prometo.
Me di cuenta de que quería decirme que no fuera. Que olvidara la cerveza.
Pero no podía hacer salir las palabras.
—¿Qué está pasando?—preguntó Travis en voz alta.
—No es asunto tuyo —dije, golpeándole en el hombro.
—Eh, eso duele. ¿Por qué siempre haces eso?
—Volveré antes de que anochezca. ¿Dónde estarán? —pregunté.
Aún sin levantar la vista, papá murmuró:
—Habitación dos quince. Tú madre y yo nos alojamos allí. Es una
habitación muy bonita.
La sorpresa elevó mis cejas tan altas como podían.
—¿Lo hicieron? ¿Cuándo?
—Hace mucho tiempo. Antes de que tú y tu hermana nacieran.
Cuando éramos felices. No lo dijo en voz alta. Por supuesto que no. Pero
quedaron entre nosotros de igual modo, un recordatorio silencioso de que
mi hermana y yo habíamos destruido el matrimonio de nuestros padres.
—Habitación dos quince. —Me las arreglé para mostrar una sonrisa
forzada—. Lo tengo.
Travis agarró mi brazo derecho por encima de mi muñeca.
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—Lola, esta no es una buena idea. Lo que sea que hayas olvidado puedes
cogerlo mañana.
Le resté importancia.
—Voy a estar bien. —Y luego, en voz más baja para que solo él pudiera
oírla, dije:
—Cuida de mi padre, ¿está bien?
—De acuerdo —susurró en respuesta.
El bueno y digno de confianza de Travis. Impulsivamente me incliné hacia
él y le di un casto beso en la mejilla. Su boca se abrió y sus ojos se
ampliaron, pero no dijo nada. Girándome dejé que los tallos de maíz me
tragaran.
La única tienda de cerveza de la ciudad estaba en el lado oeste, el opuesto
al del Hotel Renner. Caminé rápidamente, dividiendo mi atención entre el
camino enfrente de mí y el sol que apenas se asomaba por encima de la
línea de los árboles.
Debería de haber cogido el reloj de Travis antes de irme para hacer un
seguimiento de la hora. Otro estúpido error. ¿Cuántos errores cometería
antes que se acabara? No podrían ser muchos más. Yo estaba, como se
dice, patinando sobre un hielo muy delgado.
Llegué a la calle principal y automáticamente giré a la izquierda. Solo cinco
manzanas y estaría en Bub’s Beer and Liquor. No sería la primera vez que
conseguiría cerveza para papá. Una parte de mí esperaba
desesperadamente que fuera la última.
Mi sombra empezó a crecer más y más, extendiéndose por la calle con
cada paso que daba. Incitada por el conjunto de ajustes fui de un paso
rápido a un trote, esquivando y saltando por encima de los cuerpos y los
vidrios rotos, como una especie de vallista de talla mundial.
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La tienda de cervezas apareció delante de mí. Las puertas correderas de
cristal fueron golpeadas y pasé a través de ellas, dirigiéndome ya hacia los
pasillos para elegir la bebida de papá. Cogí una caja del estante. El peso de
veinticuatro latas arrastró mi brazo hacia abajo y con una mueca me
enganché la voluminosa caja debajo del brazo y la sostuve firmemente
contra mi costado. No era ideal, pero tendría que hacerlo.
Por un segundo consideré uno de los autos que había volcados en la
esquina, pero rápidamente cambié de opinión. Un auto haría demasiado
ruido. Atraería demasiada atención.
Salí a la carretera.
El sol se había hundido detrás de la línea de los árboles y aunque no
estaba oscuro todavía, había una definitiva sensación de inminente
pesimismo.
Mi cabello volaba detrás de mí como una capa negra y por segunda vez me
maldije por no recordar coger una goma. Mañana. Volvería y las
conseguiría mañana. Si vivía tanto.
Cuando llegué a la calle principal y me precipité a través de ella, me
permití suspirar de alivio. No muy lejos ahora. No del todo lejos. Travis
había estado equivocado. Los Bebedores no podían salir hasta que
estuviera completamente oscuro.
Estaba todavía pensando en eso cuando algo agarró mi cabello y me hizo
caer de un tirón.
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Capítulo 14
Las verdaderas damiselas se rescatan solas
Traducido por vero aquino Corregido por Angeles Rangel
rimero vi los ojos. Me daban vueltas por encima, tan vibrantes en
su intensidad que tuve que alejar la mirada. Luego vino la voz.
Suave. Susurrante. Regodeándose.
—Linda, linda niña. Encontré una linda, linda niña. Corriste muy lento,
linda niña.
Un dedo helado bajó por mi mejilla. Lo añejo de un golpe. La voz lanzó una
risita.
—Oooh, una luchadora, ¿eh? A ver. Permíteme ayudarte.
Unas fuertes manos se enterraron en mis hombros y me puso de pie tan
rápido que mi cabeza quedó dando vueltas. Las manos me soltaron y me
tambaleé, agarrándome de un farol. Me sostuve del metal, miré alrededor
para estudiar a mi atacante mientras la bilis cuaja en mi garganta. Esto no
puede estar pasándome otra vez y pienso esperanzada ¡Todavía no es de
noche! ¡No es justo!
Este Bebedor era un hombre joven, esbelto y alto como un sauce. Su
cabello de un rubio pálido cortado justo para delinear el borde redondeado
de su cráneo. Su camiseta y sus jeans colgaban de él, demasiado grandes
para su porte enjuto. Sus ojos eran del mismo azul que los de Angelique.
Él sonrió y tendió su puño, levantando un dedo tras otro para revelar lo
que tenía guardado en la palma.
Una bola de mi cabello. El bastardo arrancó el cabello de mi cabeza.
Mientras lo veía acercar el cabello a su nariz e inhalar profundamente, se
lo ponían los ojos en blanco. Cuando su lengua asomó, el rojo oscuro
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contra la blanca palidez de la su piel, hice un sonido de disgusto y retiré la
mirada, el estómago revuelto. La risa aguda del Bebedor llenó el aire.
—Sé lo que eres —exclamé—. Y no te tengo miedo.
El Bebedor se adelantó, ligero como un gato. Su dedo índice se deslizaba
por mi brazo y no registré que me había cortado la carne hasta que se alejó
bailando y lamiendo la sangre de sus dedos.
—Mmmm. Sabe a fresas.
Me miraba expectante, una mirada febril, sin dudas a la espera de que yo
empezara a llorar o cayera de rodillas suplicando misericordia. Mi sangre
hizo un leve sonido de goteo cuando corrió por mi muñeca y cayó al
pavimento. El Bebedor lamió sus labios y empezó a rondarme, del mismo
modo que lo hizo Angelique cuando me tuvo acorralada la noche anterior.
—¿Dónde te habías estado escondiendo, chiquilla? —preguntó. La
comisura de su boca se curvó hacia arriba—. Inteligente, inteligente
chiquilla que duró tanto tiempo.
—¿Qué es lo que vas a hacerme? —dije, ignorando su pregunta. No quería
decir nada que pudiera delatar la ubicación de Travis o Papá.
—Oh chiquilla, las cosas que voy a hacerte… mejor no fijarse en eso ahora,
aunque, no cuando… ¿qué le pasa a tu brazo? —siseó él mientras se
agazapaba, los ojos azules escudriñando a izquierda y derecha—. No me
dijiste que ya estabas apartada. Pequeña perra engañosa.
Seguí su mirada hasta mi brazo y vi lo que le molestaba. Mis extraños
nuevos poderes de sanación estaban actuando de nuevo. Ante mis propios
ojos mi brazo dejó de sangrar y se curó, dejando solo una cicatriz rosa
claro.
—Así es —dije, aprovechando la oportunidad que él inadvertidamente me
estaba dando—. Ya estoy, ejem, apartada. Así que no puedes, eeh,
tenerme.
—¿Quién te mordió? —gruñó.
—Angelique.
—Angelique… pero… su mascota escapó. A menos que… —Se lanzó y
aferró mi mandíbula, forzando mi cabeza tan alto como pudo, lo que
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dejaba mi garganta totalmente indefensa—, a menos que la ovejita perdida
volviera a su rebaño.
—¿Dije Angelique? —jadeé—, quise decir Ángela.
—No —ronroneó, restregando su mejilla contra la mía—. No te equivocaste.
—Déjala ir.
Las tres palabras más dulces que nunca escuché.
—¡Maximus! —grité su nombre en cuanto estuvo a la vista. Sus ojos
estaban clavados con una intensidad mortal sobre el Bebedor, quien me
sostuvo cautiva. Creo que lloraba cuando vi el arma en su mano—.
Maximus, él va a…
—Cállate —dijo, sin siquiera mirarme.
El Bebedor me retorció toda hasta que mi espalda quedó contra su pecho.
Podía sentir su respiración en mi oído. Su olor me recordaba el
empalagoso aroma proveniente del departamento de Dobb.
Oh Dios, pensé vagamente mientras su brazo se cerraba sobre mi garganta
y apretaba. Está usándome como uno de esos escudos humanos que veo en
las películas. De esos que siempre reciben una bala del tipo bueno mientras
trata de dispararle al tipo malo. Estoy frita.
—Dije que la dejaras ir —repitió Maximus. Avanzó un paso hacia nosotros.
El Bebedor mostró sus dientes a dos centímetros de mi rostro y me
arrastró hasta atrás del farol.
—Buscadores, guardianes —gimoteaba—. Yo la encontré primero. La
quiero.
Maximus caminó otro paso. Esta vez el Bebedor reaccionó ajustando aún
más el agarre sobre mi cuello, hasta que jadeé por aire. Maximus se
detuvo.
—Le pertenece a Angelique —dijo calmadamente—. No puedes tenerla.
No iba a quedar mucho de mí si el Bebedor seguía asfixiándome. Yo
aspiraba el aire a través de la boca mientras mi visión se tornaba difusa.
Mis piernas pataleaban, sin darle a nada.
—¡Estás matándola! —Maximus ya no sonaba tan calmado.
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El brazo alrededor de mi garganta aflojó una fracción de centímetro. Caí
hacia adelante, resollando y jadeando. Mi cabello se enredaba sobre mi
rostro, cegándome por el momento. Maximus y el Bebedor seguían
intercambiando palabras, pero yo ya no los escuchaba. No, yo me
concentraba en el farol que tenía a medio metro, justo en frente, y trataba
de recordar qué otro consejito útil había aprendido en la clase de
autodefensa. Lástima que no había prestado más atención. La Sra.
Hamilton había tenido razón: nunca se sabe cuándo tienes que patearle el
trasero a un tipo.
La idea vino a mí repentinamente, como lo hacen todas las grandes (y
ridículamente locas) ideas. Si funcionaba le daría a Maximus un espacio
para disparar, mientras rezara para que el tiro no me diera a mí por error.
Si no funcionaba, lo más probable era que terminara con el cuello roto. No
eran buenas probabilidades, ¿pero qué más podía hacer? ¿Esperar que el
“Príncipe Azul” viniera a rescatarme? Simplemente no era esa clase de
chica.
Doblé los codos a los lados de mi cuerpo y flexioné las rodillas, sacando al
Bebedor de balance.
Curvando mi espalda con fuerza hacia adelante, avancé hacia el poste del
farol y frené dos centímetros antes de golpearlo, me sacudía violentamente
a los lados mientras a la vez inclinaba mi hombro izquierdo. Tomado por
sorpresa, el Bebedor salió disparado de encima de mí. El poste recibió su
aterrizaje.
Me alejé a rastras, gritando algo tan inteligente como:
—DISPARALE, DISPARALE, DISPARALE.
Maximus fue muy complaciente. Vi a través de mis dedos como le metía
tres tiros al Bebedor. Cabeza, corazón y estómago. El Bebedor trastabilló
hacia un costado y se derrumbó al frente sobre sus rodillas.
—¿Por qué? —consiguió gruñir.
Maximus caminó detrás de él y puso un pie entre sus omoplatos.
—La tocaste —dijo ásperamente, antes hundir el taco de su bota y el
Bebedor se volviera ceniza.
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—Ay, mierda —jadeé, mientras volvía a acurrucarme como una cobarde—.
Ay, mierda. ¿Qué ocurrió? ¿Qué hiciste? Él… desapareció. ¿A dónde se
fue?
—Se fue. Es todo lo que importa. Levántate, Lola. No podemos quedarnos
aquí.
Tomé la mano que me ofrecía, sin apartar la vista del lugar de la vereda
donde el Bebedor había simplemente… desaparecido. Sacudí la cabeza, y
miré a Maximus aturdida.
—Así que, ¿qué? ¿Estabas siguiéndome?
Los dedos de Maximus alcanzaron mi rostro. Retrocedí automáticamente y
su mano vaciló en el aire.
—Tu cabello está enredado —dijo con suavidad.
Contuve la respiración mientras él llevaba mi cabello detrás de mis
hombros, usando sus dedos para peinar lo más enmarañado. Por un
instante su pulgar se demoró sobre la curva de mi clavícula antes de
retirar su mano y aclararse la garganta.
—Los moretones en tu cuello ya están desapareciendo. Todavía no te
deshiciste de las cicatrices, por lo que veo.
Despejé mi garganta, también. Maximus lo había hecho con discreción. Yo
sonaba más bien como un motor que fallaba. Tan femenina.
—Ah, no. Todavía no. En realidad quería preguntarte al respecto.
Sus cejas se alzaron.
—Pregunta.
—Bueno… —¿cómo, exactamente, preguntas si te estás convirtiendo en
vampiro?—, la cuestión es….
Maximus me ofreció una de sus escasas sonrisas.
—No te estás convirtiendo en uno de ellos.
—¿No? —dije con alivio
—No. Considera tu sanación acelerada como un efecto colateral de la
mordida. Cuando las cicatrices desaparezcan, también lo demás lo hará.
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—Oh. —Miré hacia las marcas. Una cosita tan pequeña podía causar tanta
preocupación. Al menos ahora podía contarles a papá y a Travis cómo
había sobrevivido al atravesar el parabrisas.
—¿Qué estás haciendo aquí afuera, tan cerca del anochecer? —preguntó
Maximus, todos los signos de compasión desaparecieron tan rápido como
el cuerpo del Bebedor—. ¿Es que quieres morir?
—Claro que no —respondí indignada—. Para tu información he encontrado
un lugar perfectamente seguro dónde quedarme.
—Eso no existe.
—¿Qué cosa?
—Un lugar seguro —dijo él.
Me puse rígida.
—Nosotros tratamos de salir del pueblo, pero ellos deben haber detonado
alguna clase de bomba en el camino. No pudimos alcanzar la interestatal.
—¿Nosotros? —Su cabeza se inclinó a un lado.
Maldición. No pensaba decirle de la existencia de papá y Travis.
—Nada. Nadie. No importa. Me expresé mal. Me pasa cuando me pongo
nerviosa.
—No confías en mí. —Él lo decía como un hecho y tenía razón, por
supuesto, pero el breve destello de dolor que cruzó su rostro me tomó por
sorpresa.
—Yo… yo confío en ti —tanto como puedo confiar en cualquiera que lleva
más armas que Brad Pitt en una película de acción y perece saber mucho de
lo que está ocurriendo. Agregué silenciosamente.
—No deberías —dijo él, estudiándome de cerca—. Confiar en mí.
Era insoportable.
—Tengo que volver.
—¿Volver a dónde?
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—A Ren… maldición. ¿Cómo es que haces eso? ¿Estás con el gobierno? —
Mis ojos se estrecharon—. ¿FBI? ¿CIA? ¿GI Joe?
Otra sonrisa, ésta más larga que la anterior. Ignoré despiadadamente el
revoloteo en mi barriga que surgía como respuesta.
—Ninguno de los de arriba. ¿Así que el Hotel Renner, eh? No es una mala
elección, considerando las cosas. ¿Quién está contigo?
¿Por qué luchar contra lo inevitable?
—Papá y mi mejor amigo. —Algo en el tono arrogante de su voz llamó mi
atención, y agregué rápido—: Espera. ¿Sabes de otros supervivientes?
¿Dond... en el pueblo? —Iba a decir “Donde sea”, pero cambié de opinión
en el último segundo. Si el mundo entero había sido destruido, no quería
saber al respecto. Al menos no ahora. Como mamá solía decir: —Debes
concentrarte en las pequeñas cosas para ver todo el cuadro.
Se encogió de hombros.
—Siempre hay sobrevivientes. Ya sabes lo que dicen de las cucarachas,
¿Verdad?
Sacudí la cabeza. No era, para nada, una experta en cucarachas.
—Si el mundo fuera destruido por un holocausto nuclear, las cucarachas
sobrevivirían.
—¿Me estás comparando con las cucarachas? —pregunté con
escepticismo.
Sus blancos dientes destellaron en la oscuridad.
—¿Qué si lo hago?
—Entonces diría que estás chiflado. Esto no es ningún holocausto nuclear,
o guerra o algo.
—Ahí es donde te equivocas, Lola. —Dio un paso hacia mí, invadiendo mi
espacio personal. Lo dejé invadirme. Me gustaba ver su rostro de cerca.
Ver el color de sus ojos. La curva de sus labios. La rebeldía de su cabello.
—Esto es la guerra —dijo suavemente, tan suavemente que tuve que
inclinarme hacia él. Él inclinó su cuerpo hacia el mío. Estábamos
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físicamente tan cerca como dos personas pueden estarlo sin tocarse. Mi
aliento quedó atrapado en mi garganta, negándose a salir o entrar.
—¿Qué clase de guerra? —conseguí graznar.
—Una guerra que terminará con todas las guerras. —Sus ojos ardían en
los míos—. Una guerra para terminar con la raza humana.
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Capítulo 15
La guerra para terminar todas las guerras
Traducido por Im_Rachell Corregido por Angeles Rangel
na guerra para terminar la raza humana.
Las palabras resonaron en mi cabeza. Nuestros ojos se retuvieron
hasta que aparté la mirada; por encima de su hombro. Vi la caja
de cerveza que se había ido volando fuera de mi mano cuando el Bebedor
me agarró y pasé junto a Maximus para recogerla. Él me siguió silencioso,
como una sombra.
—¿Cerveza? —dijo mientras su mirada cayó en la caja que había
equilibrado contra mi cadera—. ¿Arriesgaste tu vida por cerveza?
Podría decir por el disgusto en su voz que cualquier momento especial que
pudo o no haber surgido entre nosotros se había ido. Enganchando la
cerveza un poco más arriba, apreté protectoramente mi brazo alrededor de
ella.
—No es para mí. Es para papá. Él la necesita para... quedarse dormido. —
Finalicé débilmente. Nunca antes he contado a nadie sobre los problemas
de alcoholismo de papá. Ni siquiera Travis. Él probablemente debería
haberlo notado cuando dejé de invitarlo a mi casa, pero Travis era
inconsciente sobre cosas como esa. Los problemas reales estaban más allá
de su alcance de comprensión.
—Para dormirse —repitió Maximus.
—Hey, si realmente es el fin del mundo un hombre tiene el derecho a
tomar unas cervezas, ¿no? Incluso podría tener una o dos para mí. —Dos
mentiras completas en una sola frase. Papá debería terminar la caja por la
mañana y yo nunca bebería cerveza de nuevo después de haber robado un
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sorbo de una tibia que debió haber dejado por ahí una tarde. Mi arcada me
golpeó en solo pensar en ello.
Maximus ahuecó la parte posterior de su cuello y miró al cielo donde los
últimos restos de la luz del día se desvanecían.
—Debemos irnos. Dame la cerveza. Yo la llevaré. —Tendió las manos y le
pasé la caja otra vez, agradecida de no tener que cargar con ella todo el
camino de vuelta al hotel.
—¿Así que supongo que esto significa que vendrás conmigo? —pregunté.
Era una pregunta retórica, ya que habíamos empezado a caminar.
Maximus la ignoró.
Al igual que con la mayoría de las cosas, el camino de vuelta fue mucho
más rápido. Llegamos al campo de maíz sin encontrar nada más de los
Bebedores, aunque podía oírlos, deslizándose en las sombras como
serpientes. Cada tanto, un agudo grito rasgaba el aire, enviando un
escalofrío por mi columna vertebral. Eché un vistazo hacia el lado de
Maximus cuando oí los gritos, buscando por algún tipo de reacción, pero
su expresión sombría de labios apretados, nunca vaciló. Solo cuando el
chillido muy agudo de un niño nos llegó lo hizo maldecir entre dientes y
vacilar.
—¿Estás bien? —dije vacilante cuando se detuvo y miró atrás hacia la
ciudad. Su pecho subía y bajaba con cada brusca inhalación. Sin pensar
en lo que estaba haciendo, envolví mis dedos alrededor de su brazo. Era
como coger granito.
Maximus se sobresaltó ante mi tacto y miró hacia abajo donde mis dedos
estaban extendidos a través de la manga de su chaqueta de cuero.
Ninguno de los dos se movió. Los tallos de maíz susurraban
silenciosamente mientras se cerraban en torno a nosotros, alejándonos del
mundo exterior.
Nuestros ojos se encontraron, gris oscuro contra azul profundo y
tormentoso. Por un loco momento de entumecimiento mental, pensé que
iba a inclinarse hacia adelante y besarme y me imaginé la forma en que
mis ojos se cerraban y cómo mis brazos se enroscaban alrededor de sus
hombros, como si hubieran pertenecido siempre allí y mis dedos se
enterrarían en su cabello.
Él se lamió los labios.
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Mis ojos se empezaron a cerrarse...
—Deja de quedarte atrás —gruñó—. No queremos ser cogidos a la
intemperie.
Mis ojos se abrieron de golpe. Se sintió como si alguien hubiera arrojado
un balde de agua fría sobre mi cabeza. Maximus arrancó su brazo libre y
se alejó hacia el maíz, dejándome de pie junto a mí misma como una
idiota. Murmurando mi propia maldición en voz baja, me apresuré tras él.
Maximus podría haber sido un idiota, pero era un idiota con un arma.
No me miró cuando me detuve junto a él y continuamos hacia el hotel en
un silencio sepulcral, ninguno de nosotros estaba dispuesto a ceder un
centímetro. El sol estaba sumergiéndose por debajo de la cordillera hacia
el oeste cuando llegamos al aparcamiento. O al menos lo que quedaba del
aparcamiento. El tiempo no había tratado al Hotel Renner y sus jardines
muy amablemente.
El hotel estaba delante de nosotros, un viejo, edificio descuidado, que se
hundía ligeramente a la derecha. Cuatro grandes columnas, el mármol
desconchado y agrietado, protegía la entrada. La puerta era una de esas
anticuadas puertas giratorias donde solo una persona podía ir a la vez.
Estaba sorprendida y aliviada de ver que todo el cristal seguía intacto. Di a
la puerta un empujón experimental.
Sin electricidad para ayudar a girar a su alrededor, la puerta no hizo tanto
como deslizarse unos centímetros.
—Fuera del camino —dijo Maximus.
Labios apretados y mirando, di un paso al costado.
Guiando con su hombro, arrojó su peso contra la puerta y la movió
fácilmente. Me lancé detrás de él y por poco evité tropezar con mis propios
pies cuando la puerta se giró con un zumbido agudo.
El interior del hotel no era mejor que el exterior, con la excepción de ser
más oscuro, por lo que el abandono y deterioro no eran tan visibles. El olor
de moho y polvo colgaba pesado en el aire, aunque tomaría el armario de
abuela sobre la sangre y carne quemada cualquier día de la semana.
Nuestros pasos resonaron sobre el suelo de madera mientras
caminábamos por el vestíbulo. Estaba vacío, las diferentes sillas y mesas
que alguna vez llenaron el espacio, fueron removidas hacía mucho tiempo.
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Estrechas astillas de luz de luna pasaban a través de las ventanas e
iluminaban todo en un suave resplandor plateado.
No escapó a mi atención que Maximus se quedó principalmente en las
sombras.
—¿Dónde están tu padre y tu amigo? —preguntó.
Me mordí el labio mientras me esforzaba por recordar en qué habitación
había dicho papá que iba a estar.
—Umm... Dos quince o dieciséis, creo.
—Tendremos que ir más arriba que eso.
—¿Más arriba?
El blanco de los ojos de Maximus brilló mientras los rodó.
—Los Bebedores son recelosos a las alturas. Van a subir si tienen que
hacerlo, pero prefieren quedarse cerca del suelo.
Demasiado para creer todo lo que vi en las películas.
—¿Cómo sabes tanto sobre ellos? —le pregunté mientras nos dirigíamos a
las escaleras. Maximus abrió un poco la puerta detrás de él y respondió
cuando se cerró detrás de mí, hundiéndose en el hueco de la escalera en la
oscuridad.
—Aprende a conocer a tu enemigo, Lola. Vivirás mucho más tiempo si lo
haces.
Aferrada a la barandilla de metal liso, hice una mueca a su espalda. O por
lo menos donde yo pensaba que su espalda estaba. Estaba demasiado
oscuro para asegurarlo.
—¿Qué significa eso? Es una pregunta simple. ¿Cómo sabes tanto sobre
ellos? ¿Los has visto antes? ¿Eres parte de algún secreto gubernamental?
¡AHH! —Mi chillido de sobresalto se hizo eco mientras mi pie derecho se
deslizó debajo de mí y me fui volando hacia adelante. Extendí los brazos,
preparándome para la caída, pero nunca llegó. En su lugar dos manos
fuertes y capaces cogieron mis hombros empujándome erguida. Jadeando,
me desplomé contra la pared. Se sentía fresco debajo de mi espalda y
apreté el lado de mi cara contra el ladrillo pintado mientras esperaba a que
mi ritmo cardíaco volviera a la normalidad.
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—¿Eres siempre así de torpe, o solo en situaciones de vida o muerte? —
preguntó Maximus secamente.
—Cá.lla.te.
Desde algún lugar por encima de nosotros vino el sonido de un portazo y el
repiqueteo de pasos.
Di una aguda respiración e instintivamente me moví hacia Maximus,
quien envolvió un brazo alrededor de mi cintura y me jaló fuerte contra él.
—Vuelve a bajar y espera en la puerta —siseó en mi oído.
—¿Qué hay de ti? —Oí un clic tranquilo y luego sentí un roce de metal frío
contra mi brazo—. Oh, sí —dije, sintiéndome tonta—. Tienes un arma.
—Ve abajo y espera en la puerta —repitió. —Ahora, Lola.
—Pero...
El brazo alrededor de mi cintura dio un apretón amenazante.
—Está bien, está bien —refunfuñé—. Solo no... Mueras ni nada, ¿de
acuerdo?
—¿Estás preocupada por mí? —Maximus sonaba divertido.
Podía sentir mis mejillas volviéndose rojo brillante y de repente estuve
agradecida de que estuviera tan oscuro en la escalera.
—No. Estoy preocupada por lo que me sucedería si algo te pasara a ti.
Su risita envió de nuevo latidos fuertes a mi corazón, esta vez de una
manera no tan del todo desagradable.
—No tropieces en tu camino hacia abajo.
Hice otra mueca.
—Vi eso.
Mis ojos se ampliaron.
—Pero está tan oscuro, ¿cómo puedes...?
—Tengo una excelente visión nocturna.
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Levanté mi mano con un dedo en particular, apuntando por encima de los
demás.
—¿Puedes ver eso?
—Lola...
—Me voy, me voy —refunfuñé. Con cuidado, dando la vuelta caminé por
las escaleras y esperé junto a la puerta como Maximus había indicado. Se
fue en sentido contrario, corriendo silenciosamente por las escaleras y
fuera de la vista. Esperé ansiosamente en la oscuridad, retorciendo un
mechón de pelo una y otra vez alrededor de mi dedo mientras me esforzaba
por oír hasta el más mínimo ruido.
No tuve que esperar mucho. Se oyó un golpe sordo, como un portazo,
seguido de un grito agudo que sonaba sospechosamente como...
—¡¿Travis?! —grité por las escaleras.
—¡Travis! ¡¿Eres tú?!
—Lola —vino el gemido de respuesta—. ¡Lola, sácalo de mí!
Agarrando la barandilla subí dos escalones a la vez y estaba sin aliento en
el momento en que llegué al segundo nivel. Una linterna chocó contra una
esquina del rellano suministrando luz suficiente para ver el rostro
aterrorizado de Travis mientras permanecía sobre su estómago con
Maximus agachado por encima de él, tirando su cabeza hacia atrás con
una mano y usando la otra para sostener sus brazos fijos en su espalda,
en una posición que lucía francamente incómoda.
—Déjalo ir —jadeé hecha polvo. Seriamente necesitaba ponerme en mejor
forma—. Maximus, ese es mi amigo Travis. Déjalo ir, le estás haciendo
daño.
De mala gana Maximus soltó su agarre sobre Travis y se puso de pie.
—Tu amigo me cegó con la linterna y trató de golpearme con un bate de
béisbol.
Miré a Travis con nueva apreciación.
—¿En serio?
Mirando avergonzado, se encogió de hombros y dijo:
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—Sí. Te oí gritar, así que salí y cuando lo vi subiendo las escaleras pensé
que era, ya sabes, uno de ellos. ¿Quién es de todos modos?
—Él es el chico del que te hablé antes. El que sabe sobre los Bebedores.
Maximus frunció el ceño.
—¿Le dijiste sobre mí?
Asentí.
—No le digas a la gente sobre mí —dijo.
Rodé los ojos.
—¿Él es siempre así? —susurró Travis.
—Más o menos.
—Puedo escucharte —dijo Maximus.
—¿Dónde está papá? —pregunté.
Travis cambió de un pie a otro y rascó un lado de su cabeza.
—En la habitación que escogimos. Durmiendo. Él, uh, encontró una vieja
botella de vino en la planta baja del restaurant.
Travis no tenía que decir nada más.
Inclinándome hacia abajo, cogí la linterna y la apunté directamente a los
ojos de Maximus. Él maldijo y retrocedió, pero lo seguí incansablemente
hasta que lo tenía clavado en la esquina. Eso era todo. No más chica
agradable. No más respuestas vagas. Estaba lista para algunos hechos y
conocía justo al chico para dármelos.
—Iremos a una de esas habitaciones y no nos iremos hasta que me digas
cada pequeña cosa que sabes sobre lo que está pasando. ¿Lo pillas?
—Está bien —dijo tranquilamente.
—Y si no lo haces, Travis va a tomar el bate de béisbol y...
—Uh, ¿Lola? —interrumpió Travis.
— ¿Qué? —espeté.
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—Maximus dijo que está bien. Además él como que, uh, rompió el bate.
Giré la linterna hacia Travis quien entrecerró los ojos y echó ambas manos
en frente de su cara.
—Hey, cuidado —se quejó.
—Lo siento —apunté la linterna hacia el piso—. Travis, puedes venir
también si quieres.
—Vaya, gracias —murmuró.
—¿Y bien? —dije cuando él solo se quedó de pie ahí.
—¿Qué?
—¡Indica el camino, Travis! —¿Tenía que explicar todo?
Maximus se cruzó de brazos.
—¿Son ustedes dos siempre así?
—Cállate —dijimos Travis y yo al unísono. Intercambiamos una rápida
sonrisa y por un segundo, solo un fugaz, maravilloso segundo, se sintió
como si nada hubiera cambiado. Y entonces recordé que todos en el
pueblo estaban muertos o muriendo y el mundo estaba terminando y
estaba siendo perseguida por una chica vampiro sicópata y de repente no
me sentía con ganas de sonreír más.
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Capítulo 16
Duermo junto a un chico
Traducido por angiefunes Corregido por LilikaBaez
ravis nos llevó a la habitación de junto a la de mi padre. Estaba
escasamente decorada con una cama que había sido despojada de
sus sábanas y un tocador corrido contra la pared del fondo. Las
persianas estaban todavía intactas y Maximus las revisó dos veces para
asegurarse de que estaban cerradas. Me subí sobre el tocador y me
encorvé contra la pared. Estaba, me di cuenta cuando ahogaba un
bostezo, absolutamente agotada.
¿Cuándo fue la última vez que había dormido? ¿Ayer por la noche?
Escasamente. Una hora más o menos, a lo sumo, ¿y antes de eso? No
podía recordar.
—¿El agua funciona? —pregunté cuando Travis volvió a aparecer desde el
baño.
Él asintió.
—Está fría, sin embargo.
Desde el otro lado de la habitación Maximus soltó una risa amarga.
—Van a cortar las líneas de agua pronto. Toma una ducha mientras
puedas.
—Nos asearemos en la mañana —dije. No me gustaba la idea de ir a
dormir cubierta de sudor seco, pero no podía pensar en una posición más
vulnerable que estar desnuda en la ducha. ¿Qué haría si un Bebedor me
ataca? ¿Golpearlo con una esponja?
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Puse la linterna abajo y la apagué. Necesitaba, todos necesitábamos,
adquirir el hábito de conservar lo que teníamos. La habitación quedó a
oscuras y oí la ahogada inspiración de Travis, luego el chirrido del somier
oxidado mientras se sentaba en el colchón. Llevé las piernas hasta mi
pecho descansando la cabeza en mis rodillas y miré hacia donde pensaba
estaba de pie Maximus.
—Entonces cuéntanos todo —dije.
Se oyó un ruido muy tenue estallar, como una articulación expandida
seguida de un silencio, soltó un suspiro.
—¿Estás segura de que quieres saber? —preguntó Maximus.
—Queremos saber —respondió Travis por mí.
—Está bien. Lo qué está pasando ahí fuera, lo que ha pasado ahí fuera, no
es un acto de violencia al azar. Fue planeado y ejecutado hasta el más
mínimo detalle.
—Pero, ¿por qué? —Quería saber.
—Si vas a interrumpirme cada tres segundos ésta será una noche muy
larga.
—Sí, Lola, cállate —dijo Travis.
—Fue solo una simple pregunta —me defendí.
No podía ver la cara de Maximus, pero estaba casi segura de que estaba
poniendo los ojos en mí.
—No soy un psicólogo —dijo—. No puedo ver el interior de sus cabezas. No
sé por qué hacen lo que hacen, solo que lo están haciendo. Si quieres
saber, ve a preguntarle a uno de ellos.
Eso me calló.
—Son rápidos —continuó Maximus—. Más rápidos que cualquier otro ser
viviente sobre la tierra.
—¿Más rápido que un halcón peregrino? —interrumpió Travis con
escepticismo—. Porque, ya sabes, lanzados en una cacería pueden
alcanzar velocidades de más de doscientos kilómetros por hora.
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No pude evitarlo. Solté una risita. Sentí un ligero soplo de aire cuando
Maximus pasó sigilosamente y luego la puerta se cerró de golpe.
—¿Qué? —preguntó Travis—. ¿Qué dije?
—Es un poco... temperamental —decidí.
La voz de Travis se redujo a un susurro cuando dijo:
—Es un poco más que eso, Lola. ¿Estás segura de que puedes confiar en
él? Quiero decir, el tipo salió de la nada. No te ha dicho nada acerca de sí
mismo. Incluso podría ser uno de ellos por lo que sabemos.
La idea era tan absurda que me reí.
—Él no es uno de ellos, Travis.
—¿Cómo lo sabes?
—Mató a uno de ellos. Lo vi con mis propios ojos. Si fuera un Bebedor nos
estaría matando a nosotros en su lugar.
—¿Cómo lo hizo?
—¿Quieres decir, cómo mató al bebedor?
—Sí.
Mis dedos comenzaron a golpear ligeramente a lo largo del borde de la
mesa.
—Él le disparó tres veces y solo hizo poof. Desapareció, como si nunca
estuviera allí. Era un chico, o al menos eso parecía como un chico. No
mucho más mayor que tú o yo. ¿Crees qué...? —vacilé—. ¿Crees que solían
ser gente? ¿Al igual que nosotros?
—Tal vez —dijo Travis después de una larga pausa, pero no parecía muy
convencido—. Quiero decir, hace mucho tiempo o algo así. La gente no
hace esto a otras personas, Lola.
—La gente se mata entre sí todo el tiempo.
—No así.
—No —dije, recordando los cuerpos—. No así.
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8
El colchón chirrió de nuevo cuando Travis se levantó. Cruzó la habitación
y se sentó a mi lado en la mesa. Me recosté por él, descansando la cabeza
en su hombro. Él tomó mi mano. Nos quedamos en silencio por un tiempo,
solo dos chicos tratando de darle sentido a lo imposible.
—¿Lola? —dijo Travis finalmente.
—¿Qué? —murmuré.
—Siento lo de tu padre. Nunca supe... quiero decir, yo nunca... —Apreté
su mano.
—Está bien, Travis. No tienes que decir nada
Y no lo hizo. Era suficiente que él lo supiera. Que por fin, alguien más lo
supiera. Era divertido, irónico incluso, pero sentada en la oscuridad en un
viejo hotel abandonado de la mano de mi mejor amigo que creía había sido
devorado por un vampiro, sentía desvanecerse peso de mis hombros.
—¿Travis? —dije.
—¿Hmmm?
—Probablemente deberíamos dormir un poco.
Instantáneamente se incorporó de golpe y hubo nerviosismo en su voz
cuando dijo:
—¿Dormir? ¿Quieres decir que... eh... aquí? ¿Dormir juntos aquí? Porque,
ya sabes, puedes ir con tu papá. Eso probablemente sería lo mejor. Y yo,
uh, me quedaré aquí.
—Travis —suspiré—, eres una reina del drama a veces. La cama es lo
suficientemente grande para nosotros dos. Solo no intentes hacerme
cuchara o cualquier cosa mientras duermo, ¿de acuerdo?
Su piel se sentía caliente, donde todavía tocaba la mía.
—Bi-bien —tartamudeó.
—Solo piensa —dije, saltando de la mesa y aterrizando con un golpe
silencioso sobre la alfombra—. Si el mundo no se cayera a pedazos nunca
me hubieras metido en la cama contigo.
—Lola.
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Le sonreí y tiré de su mano, guiándolo hacia el borde de la cama. Él fue a
un lado y yo fui al otro. Nos subimos al colchón cautelosamente y a pesar
de toda mi arrogancia sentí el mismo aleteo de nervios bailando en mi
vientre que estaba segura estaban haciendo la Macarena en el de Travis.
No había ningún… sentimiento entre Travis y yo. No de ese tipo, al menos.
Sin embargo, nunca había dormido exactamente al lado de un chico antes
a menos que cuentes una fiesta de pijamas en tercer grado, que no lo hice
porque el chico en cuestión apestaba y se hurgó la nariz delante de todas
las chicas. Descansé boca arriba, crucé los brazos cuidadosamente a
través de mi pecho y cerré los ojos. Sorprendentemente, estuve dormida en
cuestión de minutos.
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Capítulo 17
Una indeseada correspondencia
Traducido por Jhos Corregido por LilikaBaez
obre los próximos días desarrollamos una rutina. Fue algo como
esto:
Amanecer. Levantarse, tomar una ducha fría.
Mañana. Trabajar en barricadas en nuestras habitaciones.
Tarde. Buscar en el pueblo por provisiones y sobrevivientes.
Noche. Reunirnos de nuevo en el hotel una hora antes de la puesta del sol,
ir a la cama.
Para el final de la semana teníamos un considerable acopio de ropa,
comida, linternas, baterías, y agua sitiados en el vestíbulo del hotel.
Todavía no habíamos encontrado ningún otro sobreviviente. Los cuerpos
se habían ido, tomados en medio de la noche y llevados solo Dios sabe
dónde. Solo la sangre quedaba, manchando la acera y brillando como
pintura roja sobre el césped temprano en la mañana.
Al tercer día papá había llevado un auto y tratado de ir por ayuda. Había
regresado cuatro horas después, desalentado y ebrio. Agujeros similares
en el camino existían en todos los puntos de salida, había explicado antes
de irse a su habitación y golpear la puerta.
La electricidad todavía estaba fuera de funcionamiento. La presión del
agua fue disminuyendo. Travis y yo habíamos discutidos tratando se
caminar a algún lado pero, ¿por qué habríamos de salir teniendo todo lo
que necesitábamos justo aquí? Además, ¿quién sabía lo que todavía había
allí? Sin televisión, computadoras o radio, nunca me había sentido más
fuera del mundo externo en mi vida.
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Maximus venía al menos una vez al día. Ignoraba a papá y a Travis, y
hablaba solo conmigo, cosa que no me importaba. A menudo traía su
versión de un presente en forma de cualquier arma o cuchillo y pasaba
una hora o así enseñándome cómo usarla. Pronto el gran árbol de roble
detrás del hotel fue acribillado con agujeros de balazos y me había
convertido en una tiradora bastante buena, algo de lo que estaba
extraordinariamente orgullosa. Los cuchillos eran una historia diferente.
Maximus todavía estaba reservado y bailaba alrededor de mis preguntas
con la experiencia de un caliente abogado, pero me las arreglé para
conseguir pequeños pedazos de él. Él estaba trabajando con unos pocos
selectos que estaban peleando contra los Bebedores. No, no podía
conocerlos. No, no podía unirme a ellos. Permanece en el hotel, decía
constantemente. Ese era el mejor lugar en el que podía estar por ahora.
Había sabido sobre los Bebedores por un tiempo, pero no podía decirme
cuánto, o cómo lo supo. Así mismo no podía descubrir de dónde vino y la
única vez que le pregunté sobre su familia dijo rotundamente:
—Muertos, todos están muertos.
Y no volví a preguntar de nuevo.
El clima era excepcionalmente caliente a mediados de Agosto. La única
cosa que no había sido capaz de encontrar durante mis excursiones
diarias era protector solar, y mi hermosa piel había pagado el precio.
Estaba entre rojo tomate y rojo langosta y mis hombros estaban pelándose
como locos. No era genial para mí, pero la vanidad era una de esas cosas
donde en verdad no puedes permitirte tener cuando el mundo está
terminando. Como el dinero, se había vuelto irrelevante.
En la mañana del treceavo día, ¿o era el catorce? Estaba comenzando a
perder la cuenta, desperté y extendí la mano para despertar a Travis como
normalmente hacía, excepto que ésta vez no había nada allí en el otro lado
del colchón.
De inmediato supe que algo estaba mal. Travis nunca había sido un
madrugador y nunca se habría ido sin despertarme. Sentí su almohada.
Estaba fría al toque, como si se hubiera ido hacía horas.
Rodando fuera de la cama volé a través de la habitación y abrí las
persianas, inundando la habitación con luz. Grite el nombre de Travis
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02
mientras miraba debajo de la cama, busqué en el baño, abrí la puerta del
armario. Nada.
—¡PAPÁ, PAPÁ ABRE LA PUERTA! ¡SOY YO! —golpeé su puerta con ambos
puños.
Como la mía había sido reforzada con cuatro pesadas cerraduras de acero.
La más grande la habíamos encontrado en la ferretería al otro lado de la
cuidad. Escuché a papá buscar a tientas para deslizarlas y la puerta se
abrió con un crujido. Me miró con los ojos nublados e inyectados en
sangre, cortesía de pasar tarde en la noche bebiendo lejos sus problemas.
—¿Qué ocurre? —arrastró las palabras.
Utilice ambos brazos para empujar la puerta todo el camino abierto y cayó
de espaldas con un sordo gruñido.
—Travis no está. ¿Vino aquí dentro? ¿Lo has visto? ¿Dónde está? ¿Travis?
¡TRAVIS!
Busqué en la habitación, empujando a un lado el colchón para mirar
debajo de la cama y abrí las persianas para mirar fuera de la ventana.
Papá gimió como un oso herido y se cubrió los ojos.
—Lola, ¿qué diablos estás haciendo? ¿Qué hora es?
Me volví hacia él, mi pecho pesando, mis manos dobladas en puños
descansaban apretadamente contra mis caderas.
—¿No me escuchaste? Travis se ha ido. Desperté y él se había ido.
Papá parpadeó y se frotó la frente, empujando la piel tensa.
—Yo… estoy seguro que hay una explicación perfectamente razonable.
¿Cómo qué? Quise gritar. De nosotros tres Travis era el más tímido. Nunca
habría dejado la habitación sin decirme a dónde iba. Diablos, nunca
habría dejado la habitación sin llevarme con él. Sin embargo solo…
desapareció.
Por alguna razón pensé en un episodio de 20/20 que había visto en la
Televisión una vez. Había tratado sobre una madre que estaba de compras
con su hija de cuatro años. Se había detenido en la sección de comida
congelada para recoger una bolsa de guisantes. Cuando giró de vuelta su
hija se había ido. Ella había descrito que sintió como si alguna parte de
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03
ella había sido llevada lejos y así es como me sentía. Como si alguien
hubiera venido en la mitad de la noche y se hubiera llevado uno de mis
riñones. Cortado fuera mi bazo. Llevado fuera de mi vida. Tomado una
parte de mí que estaba demasiado conectada, que debería haber sido
imposible de robar sin matarme primero. A lo mucho debería haber
despertado.
—Lola, sé lo que estás pensando —comenzó Papá. Mi mirada abrasadora
lo cortó. No estaba de humor para escuchar lo que un borracho tenía que
decir.
—Tengo que encontrar a Maximus. Él debería saber qué hacer —decidí.
Estaba a medio camino por el pasillo cuando la voz de papá me siguió,
más fuerte de lo que nunca la había escuchado.
—DETENTE JUSTO ALLÍ JOVENCITA.
Me detuve en seco, demasiado aturdida para moverme. Los pasos de papá
hicieron eco cuando pisoteó hacia mí y jadeé audiblemente cuando agarró
mi brazo y me giró alrededor para encararlo.
—¿Nos mantenemos juntos, me escuchas? —disparó. Una vena palpitando
rápidamente a través de su frente y estaba asombrada de ver sus ojos
húmedos con lágrimas.
—¿Papá? —dije con incertidumbre.
—Si Travis ha desaparecido lo encontraremos juntos. No voy a perderte
también. Lola.
No voy a perderte también. Como pensaba que había perdido a mamá y a
Gia. Tragué duro y por primera vez desde que podía recordar miré lejos de
él. ¿Qué tipo de persona no piensa en su propia madre y hermana? Había
estado tan preocupada preocupándome por mí misma, por papá y por
Travis que había olvidado que tenía otra familia. Justo como ellas se
olvidaron de ti, agregó una pequeña voz astutamente. Mis hombros se
pusieron rígidos. Era doloroso, pero cierto. Travis y papá, ellos eran mi
única familia ahora. No podía permitirme el lujo de pensar en nadie más. Y
Maximus, la voz condujo de nuevo. No te olvides de él.
—No nos podemos arriesgar a ir allí afuera sin un plan, incluso si es de día
—dijo Papá. Dejó ir mi brazo y miró a la derecha, donde estaba mi
habitación. Sus ojos se estrecharon.
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04
—¿Viste esto? —preguntó antes de recoger algo fuera de la puerta. Un
pedazo de papel. Un pedazo de papel que no había visto porque había
salido corriendo fuera de la habitación. Demasiado rápido. Leyó la nota en
silencio, cuando su rostro palideció y su mano tembló, lo arrebaté.
El escondite y la búsqueda están terminados. Quiero jugar un nuevo juego ahora. Encuéntrame en la secundaria en la oscuridad, Mascota. O enviaré a tu amigo hacia ti… en pedazos.
Xoxo
Angelique
—Lola, ¿qué significa esto? ¿Quién es Angelique? ¿Es esto para ti? ¿Es
esto sobre Travis? ¿Lola? Lola, ¿puedes oírme?
Girando la cabeza, me senté en el medio del pasillo y hundí la cabeza en
mis manos. La nota revoloteó en la alfombra junto a mí. No necesitaba
verla de nuevo. Cada palabra, cada letra ya estaba quemando en mi
mente. Mi boca se abrió y cerró, pero ningún sonido salió.
Angelique finalmente me había encontrado. ¿En serio había creído que no
lo haría? Y en lugar de llevarme, en lugar de matarme, había hecho algo
mucho, mucho peor. Se había llevado a Travis; dulce, impotente Travis,
quien ya había sido traumatizado por un Bebedor. Todavía no había
hablado sobre lo que había ocurrido esa primera noche en la casa del Sr.
Livingston y nunca lo había presionado, pero gritaba en sueños algunas
veces. Horribles gritos eran arrancados de sus entrañas y se deslizaban a
través de mí como un cuchillo y me dejaba despierta por horas tratando de
no imaginar qué tipo de torturas había sido forzado a soportar.
Por no decirle sobre Angelique, por no advertirle que era algún tipo de
imán de monstruos, había permitido que esto pasara. Mi culpa. Todo esto
era mi culpa.
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Papá se cernía sobre mí y continuaba haciéndome las mismas preguntas
una y otra vez. ¿Quién es Angelique? ¿Qué es lo que quiere? ¿Dónde se llevó
a Travis? No tenía ninguna respuesta para él. Incluso no tenía respuesta
para mí misma.
—Maximus —susurré.
Papá detuvo su charla. Sus cejas fruncidas juntas.
—¿Qué? ¿Qué dijiste?
Miré hacia él. Dentro de mi pecho, mi corazón estaba corriendo, pero de
repente mi cabeza estaba clara como una campana y supe qué era lo que
tenía que hacer.
—Necesitamos a Maximus.
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06
Capítulo 18
Comienza la operación Rescate de Travis
Traducido por Jhos Corregido por amy_andrea
o pudimos encontrar a Maximus. Pareció, que como Travis,
simplemente había… desaparecido. Como las horas comenzaron a
pasar, cado una trayendo la puesta del sol más y más cerca, el
hoyo en el fondo de mi estómago crecía más y más grande. Allí no había
preguntas, sabía lo que tenía que hacer. Solo que no quería hacerlo.
No quería caminar directo hacia mi muerte como el manso cordero
proverbial haciendo fila para ser sacrificado. ¿Pero qué elección tenía?
Angelique tenía a Travis. No se podía negar eso punto. No sé cómo me
encontró, o porque no me mató cuando tuvo la oportunidad, pero eso no
importa. Nada importa excepto conseguir a Travis de regreso. Esta vez no
iba a correr hacia otro camino.
Papá pasó todo el día tratando de hacerme cambiar de idea. Él gritó,
engatusó y cuando eso no funcionó me amenazó para aterrorizarme.
Finalmente levanté la mirada de la mesa donde había extendido todos los
regalos de Maximus y le rodé los ojos.
—¿En serio? Papá, voy. Para de gastar tu aliento. —Giré mi atención de
regreso a las armas. Había decidido llevar dos conmigo con una gran
cantidad de balas. Todavía estaba debatiéndome entre llevar o no un
cuchillo, ya que eran mayores las probabilidades de rebanar mi propio
pulgar antes de llevarlo a cualquier lugar cerca de Angelique.
La briza alborotó mi cabello y suspiré, inclinando el rostro hacia el claro
cielo azul. Si estaba yendo para enfrentar la muerte, quería pasar tanto
tiempo en la luz como pudiera, que era por qué había movido la Operación
Salvar a Travis fuera a las mesas de picnic detrás del hotel.
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07
Eran viejas y ruinosas, pero los recuerdos que había pasado creándolas
eran un bálsamo calmante para los nervios que rompían y bailaban en mi
vientre como cables con corriente.
¿Cuántas comidas familiares se habían celebrado aquí? ¿Cuántos niños
habían devorado hamburguesas de queso y suplicado por más salsa de
tomate para sus perros calientes? ¿Cuántas parejas se habían sentado
lado a lado, compartiendo risas e historias tontas?
—Lola, no puedes hacer esto. Es una locura. Ir fuera al anochecer es loco.
Sabes lo que esas cosas pueden hacer —dijo papá, enviando lejos mis
pensamientos felices.
—¿Qué quieres que haga? Solo abandonar a Travis? Sabes que no puedo
hacer eso.
Sus ojos me suplicaron que lo reconsiderada.
—Travis no querría que hicieras esto. El no querría que arriesgues tu vida
por él.
—¿En serio? —Mis cejas se dispararon—. Porque si los Bebedores vinieran
en medio de la noche y me secuestraran estoy segura como el infierno que
querría que él viniera a mi rescate.
—Eso es… eso es diferente —murmuró, cambiando incómodamente de
lado a lado.
Recogí una de las armas más pequeñas y la amartillé, bizqueando a lo
largo de la vista. No por primera vez me pregunté dónde había conseguido
Maximus su pequeño arsenal de armas.
Entre más pensaba sobre ello más convencida estaba que era parte de
alguna organización ultra secreta del gobierno. Tal vez él había sido
asignado a nuestra ciudad, o tal vez solo había estado pasando a través
cuando los Bebedores comenzaron su ataque. La razón de por qué estaba
aquí no importaba. Todo lo que importaba era que parecía ser la única
persona que sabía qué diablos estaba pasando, incluso si no me lo dijera.
—Voy a hacer esto con o sin tu aprobación, papá.
—Entonces voy contigo —dijo.
Dejé caer el arma sorprendida y golpeé sobre la mesa.
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—Absolutamente no. No serías capaz de hacer nada incluso si vienes. Solo
me distraerás. —Fuerte, pero cierto. Papá no había participado en ninguna
de las lecciones de defensa de Maximus. Él era peor con un arma que yo
con un cuchillo y eso era decir algo.
Cubriéndose el rostro con una de sus manos, papa se dejó caer en uno de
las bancas. La madera podrida crujió debajo de su peso pero se mantuvo,
miró abajo entre sus rodillas cuando dijo, más a sí mismo que a mí:
—Pensé que estábamos a salvo. Éramos demasiado cuidadosos cada
noche. No sé cómo nos encontraron. No sé por qué están haciendo esto.
La culpa era como un sarpullido en la piel. Una sarpullido que seguía
picando y picando, pero nunca podías deshacerte de él. Papá había
asumido (y lo deje continuar haciéndolo) que Angelique nos había elegido
al azar. ¿Cómo podía decirle, en especial ahora, que yo era la razón por la
que nos había encontrado?
Me habría deshecho de las cicatrices en mis manos días atrás, pero
egoístamente las había mantenido, sabiendo lo que podían hacer. Si no
fuera por mí Travis nunca habría sido llevado. No había duda de que tenía
que ir para traerlo de regreso, incluso si eso significaba tomar su lugar.
—Va a anochecer pronto —dije, sombreando con mis manos contra el sol
cuando se arrastraba a las montañas a lo lejos—. Debería ponerme en
marcha.
La secundaria estaba en medio de la ciudad. Era la uno de los edificios
más antiguos en la historia, pero renovaciones recientes le habían dado al
viejo ladrillo enorme una faceta moderna. No había planeado entrar
pisando a pie a través de las puertas principales (pintadas en marrón en
honor a los colores de la escuela) hasta el dos de septiembre cuando las
clases estaban programadas para comenzar. Las cosas cambiaron,
supongo. En especial cuando los demonios Bebedores de sangre atacaron.
—¿Tienes siquiera un plan? —preguntó Papá.
Si presentarme a la escuela y ofrecerme a mí misma a Angelique en
intercambio por Travis contaba como un plan, entonces, sí, tenía uno.
—Por supuesto que tengo un plan. No soy estúpida. Y sé cómo defenderme
sola. —Bueno, al menos uno de esas cosas era correcta. Esperaba.
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09
—No me gusta eso. —Papá se puso de pies y cruzó los brazos—. Podríamos
solo irnos. Encontrar una forma de dejar la ciudad. Tiene que haber otras
personas allí afuera. Gente que sepa lo que está pasando. Gente que
pueda ayudarnos a conseguir a Travis de regreso sin que tengas que
arriesgar tu vida.
—O —contesté—, es incluso peor allí afuera de lo que es aquí. No, papá. Lo
siento, pero voy a ayudar a Travis. Tengo qué. Y no puedes detenerme.
—Nunca he podido, ¿no? —dijo. Una triste sonrisa tiró uno de los lados de
su boca—. Bien, Lola. Esperaré por ti en el hotel pero si no estás de
regreso en una hora estaré yendo detrás de ti y ese geek.
No pude evitarlo. Me eché a reír.
—Su nombre es Travis.
—Lo sé. Él todavía es un geek. Nunca podré comprender por qué ustedes
dos se llevan tan bien, pero estoy feliz que él haya estado allí para ti Lola.
—Aclaró su garganta, dejó caer su vista y murmuró—. En especial cuando
tu familia no pudo estar.
Eso era lo más cerca de una disculpa por su comportamiento como incluso
hubiera venido antes.
—Sí, bueno, no era tu culpa que mamá se fuera a través del país.
—Sí —dijo simplemente—. Lo fue.
Un extraño silencio cayó entre nosotros.
Parte de mí estaba feliz de que papá estuviera finalmente tomando su
responsabilidad por sus acciones. La otra parte de mí estaba molesta de
que había tenido que marcharme a mi muy inevitable muerte para que él
lo hiciera. ¿Por qué no pude venir de una familia normal? ¿Una familia
donde los niños no tuvieran que ser adultos y los adultos no actuaran
como niños? Esto era él por qué necesitaba rescatar a Travis. No porque él
era mi mejor amigo, no porque eso era lo correcto a hacer, sino porque sin
él, no tenía nada. Papá tal vez había estado relacionado a mí por sangre,
pero Travis era mi familia verdadera. Y cuando tu familia está en peligro tú
haces todo lo posible para salvarlos, sin hacer preguntas. En especial si tú
eras la razón por la que ellos están en peligro en primer lugar.
Palmeando sus manos enérgicamente juntas, papá asintió hacia el sol.
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—Todo bien compañera. Es mejor que te vayas. Recuerda, no tienes por
qué hacer esto.
Como si fuera a echarme para atrás ahora. Examinando la mesa de picnic
una última vez seleccioné la más pequeña de las armas de mano y la
empujé en mi bolsillo trasero, recogí otra (la que Maximus me había dado
la primera noche que me reuní con él) y la sostuve flojamente en mi mano
derecha, justo como él me había enseñado.
—Te veo pronto papá.
Probablemente deberíamos habernos abrazado. Ésta era una de esas
ocasiones, pero ninguno de nosotros se movió hacia el otro, e incluso
pensé si eso significaba que yo era una persona horrible, estaba
secretamente agradecida.
Esperé hasta que papá se giró y se dirigió de regreso dentro del hotel antes
de caminar a través de los campos de maíz, siguiendo el sendero que
habíamos grabado en los tallos con nuestros emprendimientos diarios en
la cuidad.
Cuando Maximus apareció al borde del campo, como si hubiera estado
esperando por mí todo el tiempo, ni siquiera salté. Cayó a un paso junto a
mí, igualándome paso por paso mientras esos penetrantes ojos azules me
estudiaban de la cabeza a los pies.
—¿Por qué estas llevando un arma? —dijo casualmente, como si estuviera
preguntando por qué había decidido vestir una camiseta roja.
—Por esto. —Sin detenerme pesqué la nota de Angelique fuera del bolsillo
trasero de mis vaqueros y la extendí a él. La leyó en el lapso de unos pocos
segundos y supe que terminó cuando sus maldiciones llenaron el aire. La
arrugó en una bola de papel, la tiró al suelo y la molió debajo del talón de
su bota.
—Hey —me quejé—. Eso es mío.
En un parpadeo estaba frente a mí, sus manos en mis hombros, su rostro
en mi rostro, sus ojos quemando en los míos.
—Chica estúpida, ¿acaso tu vida significa tan poco para ti?
No pensé, solo reaccioné. Mi mano saltó y el arma estaba entre nosotros,
nivelada directo a su pecho. Para su crédito ni siquiera parpadeó.
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—Buenos reflejos —dijo, levantando las manos de mis hombros en un
gesto de rendición.
—Fui enseñada por el mejor. —Lentamente bajé el arma. Con un
movimiento de novato. Maximus estaba detrás de mí y tenía mi brazo
torcido detrás de mi espalda y el arma fuera de mi mano antes de que
tuviera tiempo para gritar.
—Nunca —susurró en mi oído—, bajes tus defensas. —Empujó mi brazo
arriba una poco más alto, lo suficiente para causar que una punzada de
dolor se disparara a través de mi hombro, antes de soltarlo.
Frotando mi hombro, me di la vuelta y lo fulminé con la mirada.
—¿Alguna vez te han dicho que eres un verdadero idiota?
—Todos los días desde que me conociste —dijo Maximus tranquilamente.
Algo brilló en esos ojos azul lago de su, ¿humor? ¿Afecto? Antes de que
sacudiera la mandíbula hacia el maizal y su expresión se hiciera
formidable—. Ahora gira y ve de regreso al hotel. Conseguiré a Travis para
ti.
—No. —Crucé los brazos—. Ya he tenido esta conversación antes con
papá, así que todo lo que estás haciendo es perder el tiempo. Si quieres
ayudarme entonces ven, pero no puedes detenerme. Nada puede.
Sus cejas se fruncieron para formar una V sobre el puente de su nariz.
—Eres la más obstinada, irracional, terca…
—Por favor, para —suspiré, sosteniendo arriba mi mano—. Todos esos
elogios están haciéndome marear.
Maximus trató, pero no pudo contener la sonrisa que levantó las esquinas
de su boca. Corrió una mano a través de su cabello, tirando al final,
mientras yo hice mi mejor esfuerzo por ignorar el pequeño revoloteo que
tiró de mi corazón. Maximus era simplemente demasiado malditamente
guapo para su propio bien. Y misterioso. E inteligente. Y guapo.
Aparté la vista, molesta conmigo misma. Aquí estaba yo a solo minutos
lejos de mi casi certera muerte y estaba comiéndome con los ojos a un
chico. Estúpidas hormonas adolescentes.
—Vamos —dije apresurada—. Vamos.
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Maximus fácilmente ajustó su larga zancada a la mía corta así que
caminamos lado a lado.
—No puedo garantizar tu seguridad —advirtió—. Angelique es muy
poderosa y tú la molestaste.
Expulsé un suspiro enfurruñado.
—¿Cómo sabes eso? ¿Cómo incluso sabes quién es ella? ¿Cómo sabes
cualquier cosa?
—El conocimiento es nuestra propia fuente de poder. —Su frente cepillo
contra la mía. Me pregunté si el contacto había sido accidental. Eso no
importa, me dije con severidad. Nada importa sino conseguir a Travis de
regreso y tratar de no morir en el proceso.
Alcanzamos la escuela más pronto de lo que me hubiera gustado. Me
detuve para mirar a las letras grabadas a través de la entrada principal.
PREPARATORIA FAIRHILLS
Se suponía que comenzaría mi último año en el otoño. Clases fáciles.
Prácticas de graduación. Entrevista para la universidad. Omitir el último
día. Todo llevado lejos en un parpadeo.
Maximus extendió y enlazó sus dedos con los míos. Esta vez
definitivamente no había nada accidental sobre ello.
—Quédate aquí, Lola —dijo suavemente—. Conseguiré a Travis.
—¿Cuál es el punto de sobrevivir si no peleas por ello? —pregunté.
Maximus giró la cabeza. Escaneando mi rostro, con una mirada
inescrutable. Finalmente, al parecer satisfecho con lo que vio, deslizó su
mano libre y me entregó mi arma.
—Bien entonces, vamos a patearle el trasero a algunos Bebedores.
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Capítulo 19
Angelique
Traducido por nessie Corregido por Angeles Rangel
as luces estaban encendidas en el interior de la escuela. Los
pasillos, la cafetería, cada salón de clases, incluso los baños
estaban todos iluminados con un brillo abrasador que hería mis
ojos. Me había acostumbrado a la oscuridad tan rápido que me había
olvidado de cómo el ojo humano debía ser tan débil que nos exige que cada
pequeño rincón esté iluminado como si fuera mediodía.
Lado a lado Maximus y yo dimos un paseo por el centro del pasillo
principal. Lo miré de reojo bajo mis pestañas. Como siempre, parecía
tranquilo. Confiado. Arrogante, incluso, si lo juzgara por el contoneo de
sus caderas. Me hubiera gustado sentir lo mismo.
En cambio mis palmas sudaban tanto que era difícil mantener un buen
agarre de la pistola que Maximus me devolvió y mi corazón latía tan fuerte
que era una maravilla que Angelique no nos oyera venir a un kilómetro de
distancia.
O tal vez lo hizo. Ella me tenía como una especie de presa de depredador
(gato y ratón). Uno que veía a su presa caminar, luego cuando comenzaba
a sentirse segura WHAM la destroza en pedazos con sus garras.
Pasamos por mi antiguo casillero. No puede evitar reducir la marcha frente
a él y pasar mis dedos por el frío metal. Tantos casilleros. Tantos
estudiantes. Tantos compañeros de clase y amigos y maestros. ¿Alguno de
ellos habrá sobrevivido?
El sonido de un portazo rebotó en el pasillo, atravesando el silencio
espeluznante.
L
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No pude evitarlo. Grité. Lo mismo pasó cuando vi una serpiente
deslizándose por la hierba. Alguien podría decirme que estaba allí, pero un
vistazo de su cuerpo retorciéndose y yo grité de todos modos.
Maximus reaccionó con un poco más de madurez. Envolviendo los brazos
alrededor de mi cintura me empujó detrás de él, protegiéndome con su
cuerpo.
—Quédate atrás —dijo lacónicamente, como si estuviera pensando en salir
corriendo por el pasillo por mí misma.
Silencio tenso, y luego...
Una risa.
Sonó a través de la sala, alegre y amenazante, todo al mismo tiempo. El
vómito se levantó en el fondo de mi garganta y me lo tragué
instintivamente, tratando de no probar el sabor. Angelique. Reconocería
esa risa en cualquier lugar. Después de todo, está en mis sueños cada
noche.
Alguien gimió. No fue sino hasta Maximus miró por encima del hombro,
que me di cuenta de que había sido yo. Sus ojos oscuros preocupados,
colocó sus dedos debajo de mi mandíbula, levantándome la barbilla hasta
que nuestros ojos se encontraron, los míos anchos y aterrorizados, los
suyos oscuros y solemnes.
—Vas a estar bien Lola —prometió—. Yo nunca dejaría que nada te
pasara.
El pánico rodó sobre mí como un nubarrón, apagando la luz que había
brillado en forma de coraje. Coraje yo no tenía. Coraje nunca había tenido.
—No puedo hacer esto —exclamé, sacudiendo la cabeza de lado a lado—.
No puedo. No puedo. Estoy muy asustada.
Maximus simplemente me estrechó en sus brazos y acunó mi cabeza
contra su pecho como si fuera un niño. Sus manos se deslizaron por mi
espalda, corriendo arriba y abajo en un gesto destinado a consolar y
tranquilizarme.
—Eres la más valiente de todos ellos —susurró en mi oído—. Siempre lo
has sido.
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—¿No es tan dulce? Esto trae lágrimas a mis ojos. —Una voz arrastrando
las palabras, espesa como la miel. Angelique. Estaba aquí. Nos había
encontrado.
Tiré librándome del abrazo de Maximus. Se agachó y giró, un peleador
natural, un asesino experimentado. Por desgracia, no era tan grácil bajo
presión.
La pistola en mi mano se resistió mientras era descargada. Grité y la tiré
lejos de mí. La bala que había disparado salvajemente en el aire zumbó
junto a la cabeza de Angelique por escasos centímetros antes de hacer un
surcó en la pared al final del pasillo.
—¡Perra! —exclamó, con los ojos azules como el hielo quemando—.
¡Podrías haberme acertado!
—Esa era la idea general —le dije con voz temblorosa.
Las manos de Angelique se movieron hacia abajo a los lados de su
apretado vestido rojo de lentejuelas, sus uñas negras brillaron bajo las
luces fluorescentes. Se había vestido sin duda para la ocasión, pensé
mientras la estudiaba. Un vestido largo hasta el suelo, su pelo castaño
brillante en rizos, labios rojos cereza. Si no lo sabía asumiría que ella iba a
la fiesta de graduación.
Me atrapó mirándola fijamente, la boca de Angelique se curvó en una
mueca, revelando los colmillos de plata que la marcaron como un
monstruo.
—No recuerdo haber escrito dos invitaciones —dijo ella, mirando a
Maximus que estaba junto a mí, todos los músculos de su cuerpo se
tensaron listos para saltar.
—Estoy arruinando la fiesta —dijo él.
—Eso no es muy agradable. —Angelique hizo un mohín. Dio un paso hacia
delante. Maximus hizo lo mismo. Me quedé clavada en el suelo, incapaz de
moverme mientras comenzaban a dar vueltas entre sí, sus ojos
encontrados con la intensidad mortal de dos lobos enfrentándose a matar.
Dispárale, rogué a Maximus en silencio. Solo mátala y acaba de una vez.
Pero cuando miré hacia abajo a sus manos vi que estaban vacías de
cualquier arma y mi pistola, la que yo había tirado tontamente lejos de mí
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como una idiota, estaba en el otro lado de Angelique, bien fuera de su
alcance.
Todavía tenía la más pequeña, pero yo no quería jugar todas mis cartas.
Todavía no. No hasta que supiera dónde estaba Travis.
—Tú la marcaste —dijo Maximus a Angelique, en voz tan baja que apenas
podía oír.
—Debí haberla matado como lo hice con el resto. —Angelique sacudió los
hombros en un pequeño gesto—. Pero era tan deliciosamente intencional.
Hubiera sido una pena no poder jugar con ella primero.
Maximus hizo un gruñido bajo en su garganta.
—Ella no es un juguete.
Una sonrisa se extendió lentamente por el rostro de Angelique y en ese
momento, incluso a pesar de que ella era toda maldad y fealdad, era
hermosa también.
—Ah, pero ella lo es Maximus.
¿Maximus? ¿Cómo sabía su nombre?
—No hay ninguna razón para que te involucres —continuó Angelique—. La
chica está aquí. Obviamente aceptó mis condiciones. Ella misma es débil.
¿Qué más hay que discutir?
—¿Dónde está Travis? —dije en voz alta—. ¿Está aquí? ¿Está bien? ¿Qué
has hecho con él?
Al unísono se detuvieron y se volvieron para mirarme. Maximus lucía
furioso. Angelique simplemente se rio y se juntó las manos.
—¿Ves? —Ella sonrió por encima de sus dedos—. Tan deliciosamente sin
miedo. No he tenido una mascota así en mucho tiempo, Maximus. Y para
encontrar una en la primera ciudad... ¿Por qué? ¡No tiene precedentes!
¿Encontrar una en la primera ciudad? ¿Qué significaba eso?
—¿Maximus? —le dije con incertidumbre—. ¿De qué está hablando?
—Oooo —susurró Angelique suspirando—. ¿No le has dicho? Niño malo,
malo.
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Maximus echó la cabeza hacia un lado, pero no antes de ver el destello de
culpa en su rostro.
—Nada —dijo—. No es importante. No importa ahora.
—Dime —insistí—. ¿Qué quiso decir con primera ciudad?
—Quería decir… —Ronroneó Angelique cuando Maximus permaneció en
silencio—, que tu patética ciudad es el Origen, querida. La primera. Una
prueba beta, si quieres. Para ver si se podía hacerlo. Para ver la rapidez
con que diez mil personas podrían ser sacrificadas. —Tenía la cabeza
inclinada hacia un lado y frunció el ceño—. Mucho más rápido de lo que
nunca esperaba. No es divertido en absoluto, en realidad. Ustedes no
dieron exactamente lo que se diría batalla.
La cabeza me daba vueltas.
—¿Quieres decir… el resto del mundo… que no están… no lo hiciste...
—¿Cortar abrirlos, beber su sangre y destruir sus casas? No —dijo ella
dulcemente—. Me temo que no. Oh, no estés tan abatida, querida. Lo
haremos. Esta noche, de hecho. Si diez de nosotros puede hacer esto en
una noche, imagínate lo que les podemos hacer a diez millones en una
semana.
¿Diez? ¿Todas esas personas muertas, todo un pueblo desaparecido, y no
había habido más que diez de ellos? Me tambaleé hacia atrás, tambaleante
bajo el peso de todo este nuevo conocimiento. Todos los demás... el resto
del mundo... Seguro. No destruido, no está muerto, todavía no, por lo
menos. Solo una ciudad. Mi pueblo.
Mamá. Mi hermana. Aún con vida. Alivio fluyó a través de mí, seguido
inmediatamente por una ira tan poderosa que temblaba.
—Tú sabías —acusé a Maximus, apuntándolo con mi dedo—. Sabías que
solo estaba pasando aquí. Podríamos haber... ¡podríamos haber escapado!
¡Podríamos haber escapado pero nos dijiste que nos quedáramos! —Escupí
las palabras como dardos envenenados. Maximus se estremeció y dio un
paso hacia mí, un brazo estirado.
—Lola, no lo entiendes, no habría hecho una…
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—No. ¡NO! Voy a recuperar a Travis y nos iremos. Vamos a ir a decirle a
todos lo que pasó aquí y tú —escupí, poniendo los ojos en Angelique—.
Vas a pagar por lo que has hecho.
Se pasó una uña por el labio inferior, dibujándolo mientras consideraba
mis palabras.
—¿Es así? —dijo ella, pensativa.
—Eso es exactamente así —le dije.
—Oh, pequeña mascota. —Ella chasqueó la lengua contra el paladar y
sacudió la cabeza—. Estoy tan terriblemente apenada, pero yo
simplemente no puedo dejarte hacer eso. Advertir al resto del mundo sería
malo para los negocios, ya ves. Arruina el elemento sorpresa y todo eso. Y
hemos estado trabajando muy duro en esta sorpresa.
Saqué el arma de mi bolsillo trasero y apunté justo en medio de su frente.
—A mi parecer, no tienes muchas opciones. Ahora pon las manos detrás
de la cabeza y de pie contra las taquillas o te pego un tiro muerto, te juro
que lo haré. —Por favor, no dejes que vea mis manos temblando.
—No soy muy aficionada a las amenazas —dijo antes de abalanzarse sobre
mi garganta.
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Capítulo 20
El único Bebedor bueno es el Bebedor
muerto
Traducido por aLexiia_Rms Corregido por amy_andrea
l arma se disparó. Angelique chocó contra mí cuando curveé mi
dedo alrededor del gatillo, enviando la bala al techo. Yeso llovió
sobre nosotras y luces parpadearon locamente mientras
rodábamos por el suelo.
Sus dientes gruñeron a un centímetro de mi cara. Levanté el arma y llevé
la empuñadura contra el costado de su cabeza. Esquivó el golpe con
facilidad y golpeó mi pecho con su rodilla, sacando todo el aire de mis
pulmones. Sin aliento, agarré su cabello y tiré de él. Ella gritó y se giró,
rasguñándome. Sus uñas pasaron por mi mejilla y terminaron chorreando
sangre.
—Luchas. —Se quedó sin aliento cuando clavé mi codo en su garganta—.
Como una niña.
Su respuesta fue agarrar la parte de atrás de mi cuello y golpear mi cabeza
contra los casilleros. Los golpeé con un estrépito y caí a la alfombra,
aturdida temporalmente.
Respirando pesadamente, su cabello torcido y sus ojos como fuego azul,
Angelique se elevó ante mí.
—Estúpida mortal —escupió—. Debería arrancarte las entrañas y usarlas
como un collar. —Retiró una mano, extendiendo sus garras viciosas
mientras se preparaba para dar el golpe de muerte que haría separar mi
cabeza de mi cuerpo.
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Por tercera vez, un disparo sonó. Por fin dio en el blanco previsto. En
cámara lenta vi la boca de Angelique abrirse en shock. Su cuerpo se
sacudió como si fuera una marioneta y alguien más la estuviese moviendo
con hilos, jugando con sus brazos y enviándola a caer hacia delante en un
salto de cisne. Sangre vomitó su boca, duchándome en un aerosol rojo
pegajoso.
El arma se disparó de nuevo. Su estómago explotó hacia afuera cuando la
bala atravesó su espalda y salió por su pecho, haciendo un agujero del
tamaño de un puño en su hermoso vestido.
Angelique cayó a mi lado y por un instante nuestros ojos se encontraron.
Su boca se abrió y se cerró, tratando de forzar la salida de palabras que no
vendrían. Yo no dije nada. No hice nada. Estaba congelada, obligada a
mirar en un horrible silencio cómo la vida menguaba fuera de su cuerpo.
Entonces Maximus estaba entre nosotras, con sus manos agarrando los
hombros de Angelique y sacudiéndola.
—¿Dónde está el chico? —gritó—. ¿Qué has hecho con él?
Su cabeza cayó hacia un lado. Sangre corriendo por las comisuras de su
boca sonriente.
—Hotel... pero... demasiado tarde... siempre... demasiado tarde.
¿Travis estaba en el hotel? Levanté un brazo y me apoyé débilmente contra
los casilleros. Maximus soltó a Angelique. Se dejó caer sobre la alfombra
manchada de sangre. Sus ojos se cerraron, sus largas pestañas se
extendieron sobre sus mejillas blancas como abanicos de seda. Un último
y tembloroso aliento, levantó su pecho y salió en silencio por su boca antes
de que ella simplemente... se desvaneciera.
—Está muerta. —Las palabras sonaron huecas. Me tambaleé sobre mis
pies y luego me dejé caer, incapaz de soportar mi propio peso. Estaba
bastante segura que tenía algunas costillas rotas. Y también mi tobillo.
Cortesía de las marcas de mordeduras de Angelique en mi mano, el dolor
que debía haber sentido no era más que un latido sordo. Haciendo caso
omiso, me centré en Maximus.
Se puso de pie delante de mí, con la cabeza inclinada, mirando hacia el
lugar donde había caído Angelique.
—Lola, yo…
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—Guárdalo. No hay nada que puedas decir. Estoy cansada de tus secretos
y mentiras —le dije con amargura—. Dijiste que me protegerías, y en
cambio no has hecho otra cosa que herirme. Voy a encontrar a Travis y a
papá y nos iremos. No quiero verte nunca más, Maximus. —Las palabras
quemaron mi garganta como si fuera ácido. Las lágrimas amenazaban con
derramarse, pero las parpadeé fuera. No podía creer que me hubiera
gustado en realidad este tipo. Y todo el tiempo había estado mintiendo
acerca de... bueno, de todo.
—¿Sabías que iban a venir aquí? ¿Sabías que iban a hacer esto? —No eran
preguntas que quería hacer. Eran preguntas que tenía que, aunque estaba
aterrada de escuchar las respuestas.
—Sí —dijo sin dudarlo. Un lloriqueo escapó de mis labios—. Lola, no había
nada que pudiera haber hecho. Yo…
—¡VETE! —grité, golpeándolo con mis puños. Rebotaron inofensivamente
fuera de su pecho, que solo sirvió para aumentar mi furia por diez. Aún
cuando quisiera, no podría hacerle daño. Hijo de puta.
Él capturó mis muñecas con facilidad.
—Basta —ordenó, sus ojos azules parpadeando—. No lo entiendes. No
había nada que yo pudiera…
—Si dices que no había nada que pudieras haber hecho una vez más, voy
a matarte. ¿Me oyes, Maximus? ¡Te voy a matar! —Y en ese momento
realmente lo habría hecho. Él tenía suerte de que Angelique me había
quitado la única arma que quedaba de mi mano—. ¿Cómo pudiste permitir
que esto sucediera? —Lo miré fijamente, tratando de ver lo que había
pasado por alto. Tratando desesperadamente de averiguar dónde había
visto mal—. Todas esas personas... pudiste haber hecho algo... —Mi voz se
quebró. Me apoyé en los casilleros, derrotada.
—Solo vete —murmuré, girando la cabeza hacia un lado—. Déjame en paz.
No quiero volver a verte de nuevo.
Soltó mis muñecas.
—Tienes que quedarte aquí esta noche. Es muy peligroso salir a la calle.
—¿Qué te importa? —Sacudí la cabeza, ya no era capaz de creer cualquier
cosa que dijera—. No te podría importar menos si vivo o muero.
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Su risa era, oh, tan amarga.
—Me preocupo demasiado. Me has hecho olvidar cosas, Lola. Cosas que no
tienen ningún derecho a olvidarse. Desde el primer momento en que te
conocí has estado bajo mi piel como una enfermedad de la que no me
puedo purgar, arrastrándose dentro, infectándome poco a poco.
—Has estado viendo Lifetime ¿verdad? —dije secamente.
Maximus sonrió, rápido y fugaz.
—Voy a irme, si es lo que quieres.
—Eso es lo que quiero.
Sus labios se entreabrieron, como si quisiera decir algo más, pero con un
pequeño encogimiento de hombros, se giró y se alejó, dejándome sola con
mis pensamientos y una alfombra con una terrible necesidad de un
limpiador de manchas.
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Capítulo 21
El fin de todo
Traducido por aLexiia_Rms Corregido por amy_andrea
e desperté al amanecer. Mis músculos estaban adoloridos de
dormir acurrucada en una bola dentro de armario del conserje
y estiré los brazos por encima de mi cabeza mientras caminaba
fuera de la escuela, haciendo una pausa solo para recuperar el arma que
Angelique había lanzado fuera de mis manos. Durante la lucha se había
deslizado por el pasillo y resbalado debajo del bebedero. Estaba un poco
empolvada, pero por lo demás estaba bien para usar.
La otra pistola, con la que había disparado primero y caído, no estaba en
ningún lugar visible. Supuse que Maximus la había agarrado cuando se
fue.
Maximus. Me negué a incluso pensar en su nombre y lo desterré de todos
los rincones de mi mente. No podía permitirme el lujo de pensar en él.
Ahora no. Tal vez nunca más.
¿Sabía que ellos iban a venir aquí?
Sí.
Empecé a correr. A pesar de estar agotada tanto física como mentalmente,
no reduje la velocidad mientras corría precipitadamente por la ciudad,
volviendo sobre mis pasos de la noche anterior. La necesidad de encontrar
a Travis, asegurarme que estaba bien, era como una droga bombeando a
través de mis venas, llenándome de una especie de energía frenética. No
paré hasta que pasé por las puertas giratorias del hotel.
El olor de sangre me golpeó inmediatamente. Tenía un sabor metálico en
mi lengua y cerré la boca fuerte, apreté los dientes juntos hasta que mi
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mandíbula dolió. Aun así, el aroma invadió mis fosas nasales, dulce y
maduro como una manzana abandonada pudriéndose al sol. Mi estómago
se encogió, una reacción instintiva a lo que el olor de la sangre había
llegado a significar: Muerte.
Un Bebedor había estado en el hotel. Podía ver las marcas de sus garras
corriendo por toda la madera de la mesa principal. Nuestra reserva de
suministros había sido destrozada. Los pocos muebles en el vestíbulo
habían sido completamente destrozados, como si el Bebedor hubiera
entrado en una especie de rabia sin sentido, destruyendo todo a su paso.
Con el corazón en la garganta, corrí por el vestíbulo y subí rápidamente las
escaleras, gritando por papá y Travis con cada paso.
La verde y dorada alfombra amortiguaba mis pasos mientras corría por el
pasillo, pasando por una puerta tras otra hasta que llegué a la que había
compartido con Travis. La abrí y me lancé a su interior, estuve a punto de
caer de boca en la cama. El olor de sangre era más fuerte aquí. No había
duda de ello. No tenía punto convencerme a mí misma que estaba
imaginando cosas.
Las persianas todavía estaban pulcramente bajadas. Mi corazón palpitante
contaba los segundos mientras buscaba en el oscuro cuarto, al igual que
había hecho hace menos de veinticuatro horas, pero esta vez estaba llena
de un temor más profundo.
La habitación estaba vacía. Fui a la de papá, revisé debajo de la cama, abrí
la puerta del armario, grité en el baño. También estaba vacía. Pero sabía
que tenían que estar aquí. En algún lugar. La sangre estaba demasiado
fresca para que ya se hubieran ido. No me dejé pensar en lo que tanta
sangre podría significar.
Maldiciendo, llorando, suplicando tropecé en el pasillo y busqué
habitación tras habitación tras habitación, gritando hasta que mi voz
sonaba ronca.
Cuanto más me adentraba en el hotel, más oscuro se volvía, hasta que
estaba corriendo a ciegas y usando las paredes para apoyarme. Cuando vi
el florecimiento de luz en los bordes de una puerta al final del pasillo, mis
rodillas casi se doblaron.
Los había encontrado y estaban escondiéndose, como deberían. Sanos y
salvos. Una risa sin aliento se abrió paso entre mis labios. Me había
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preocupado a muerte por nada. Excepto que el olor a sangre era más
fuerte que nunca, y no podía evitar la terrible sensación de miedo que
amenazaba con estrangularme con cada respiración jadeante.
—¡Papá, Travis, estoy aquí! Soy yo. Estoy de vuelta. —Abrí la puerta y al
instante me cubrí los ojos, cegada por la luz después de tanto tiempo
corriendo en la oscuridad.
Poco a poco mi visión volvió, reenfocando como la lente de una cámara,
volviendo la nitidez en los bordes antes de adentrarse en espiral hasta que
todo estaba claro. Claro como el cristal, porque vi quién yacía en el suelo
en un charco de sangre. Y vi quién estaba parado sobre él. Y vi, por fin vi,
lo que había elegido pasar por alto durante demasiado tiempo.
—¿Está muerto? —Mis palabras salieron planas. Sin emociones. Mi
pregunta era retórica. Sabía que Travis estaba muerto. Nadie podía perder
tanta sangre y sobrevivir. Se filtraba por el suelo de baldosa, alcanzando
todo el camino hasta la puerta y me vi obligada a pasar sobre ella mientras
caminaba hacia el cuerpo de mi mejor amigo.
Maximus levantó la vista y perdí el aliento con el golpe de traición. Incluso
ahora, frente a Travis tendido ensangrentado y muerto en el suelo, incluso
después de todo lo que había aprendido la noche anterior, no me había
permitido imaginar... nunca había pensado... pero la sangre no podía
mentir y la cara de Maximus estaba cubierta con ella.
—Tú —le susurré en agonía—. ¿Cómo pudiste?
Su boca se abrió y se cerró. Era rápido, tan rápido, pero vi el destello de
decirme sobre la historia de la plata antes de que pudiera ocultarlo. Alargó
la mano hacia mí en una súplica silenciosa. La sangre goteaba de sus
dedos.
—Esto no es lo que parece —dijo rápidamente mientras sus ojos iban de
mi rostro a Travis y viceversa—. Lola, no lo entiendes. Déjame explicarte.
—¿No es lo que parece? —repetí con voz apagada. Esperé a que el dolor
comenzara, pues aunque había renunciado a Maximus anoche, una
pequeña parte de mí todavía confiaba en él. Todavía creía en él. Quería
estar junto a él.
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Sin embargo, me sentía... entumecida. Fría. Distante, como si le estuviera
sucediendo a otra persona. Como si el mejor amigo de alguien más
estuviera muerto en el suelo en un charco de su propia sangre.
—Tú eres uno de ellos, Maximus. Eres un... un... Bebedor. Un monstruo.
—Mi voz temblaba de emoción—. Y mataste a Travis. Lo mataste.
La mirada de Maximus cayó a mi mano izquierda.
El arma. La había traído conmigo cuando entré en el hotel pero incluso
había olvidado que la sostenía. Tomando una respiración profunda y
temblorosa, la levanté y apunté. Por primera vez, mis manos no vacilaron.
Maximus retrocedió un paso y se detuvo. Se quedó inmóvil.
—Házlo, entonces. Te enseñé cómo hacerlo. Un disparo a la cabeza, uno al
corazón. Solo házlo, Lola. Si piensas que podría hacer esto, ya estoy
muerto.
—No. —Miré a Travis. Pobre, dulce, amable Travis. Sus ojos estaban
abiertos, mirando hacia el techo—. Él es el que está muerto. —Apunté el
arma al mortal punto en el pecho de Maximus. Apuntando justo en su
negro y mentiroso corazón. Esta vez no se lo perdonaría. Esta vez le haría
tanto daño como él a mí.
—Lola, te a…
Apreté el gatillo.
Fin…
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Extracto de la siguiente novela Death Day,
Black
o vienen por nosotros el primer día, ni el segundo, ni siquiera el
tercero. Es peor de esa forma, creo. Si voy a morir preferiría que
mi garganta estuviera degollada de oreja a oreja que tener mi
estómago abierto y mis intestinos fuera. Una muerte tan rápida y eficiente
como la caja de cinco artículos o menos del supermercado. Eso es lo mejor
que podemos esperar por ahora.
Como un gato jugando con un ratón se burlan de nosotros desde las
sombras, haciéndonos saber por el parpadeo de sus ojos diabólicos y el
deslizar de sus lenguas demoníacas que no se han olvidado. Ellos saben
que estamos aquí, acobardándonos en la vieja y olvidada gasolinera en la
interestatal 78. Saben cuántos somos. Saben exactamente cuánta comida
nos queda. Cuánta agua. Cuánta esperanza. Cuánta cordura.
El objetivo descansa en la mañana del cuarto día. Su diminuto cuerpo
contraído por el hambre y la desesperación, irrumpe a través de las
puertas y suplica por su vida en la oscuridad. Ellos la mandan de vuelta
hecha pedazos.
Estoy tentada a ir la próxima vez. ¿Qué tengo para perder? No
sobreviviremos a esto. Con una decisión impulsiva los he condenado a
todos. Lo sé. Mis compañeros lo han sabido. Los monstruos que esperan
ahí fuera lo saben. Si fuera una persona más noble me sacrificaría. Me
arrojaría a las llamas de mis pecados y esperaría que mi muerte
apaciguara a los demonios escondidos en la oscuridad.
Por desgracia para todos los demás, estoy demasiado lejos de ser noble.
Así que continuamos esperando. Esperamos todo el día y esperamos toda
la noche. Esperamos durante el resto de la comida y la última botella de
agua. Esperamos hasta que todos estamos demasiado débiles como para
estar de pie. Demasiado débiles para luchar, lo que es divertido, porque de
todas maneras nunca habríamos sido capaces de luchar contra ellos.
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Sin embargo, a veces te dejan. Es su entretenimiento; observar nuestros
débiles cuerpos gesticular frenéticamente mientras intentamos defender
nuestras gargantas. Estúpido. Somos tan estúpidos. Incluso ahora,
cuando nuestro número ha disminuido de billones a solamente cientos,
nos quedamos mudos como piedras.
Ellos dicen que los más aptos sobreviven, pero eso no es verdad. Los que
tienen suerte sobreviven. Y la suerte muere. Sin razón aparente. Nada de
lo que puedas hacer o decir prevendrá lo que te ocurrirá.
En el sexto día sé lo que tengo que hacer. Podría no morir noblemente,
pero estoy más que segura que no voy a morir como una estúpida.
—Voy a salir —le anuncio al grupo. Ellos me miran, sus cuerpos tiemblan
por la sed, el blanco de sus ojos se hincha de terror.
—¿Afuera? —dice Vivi, la más joven de todos—. ¿Por qué?
Me encojo de hombros. ¿Por qué no hacer nada? ¿Por qué acobardarse en
una gasolinera que huele a sudor rancio y a miedo? ¿Por qué salir para ser
hecha pedazos y exponerme como un pobre y estúpido objetivo?
Cada acción tiene una reacción igual y opuesta. Newton dijo eso. Un chico
inteligente ese Newton. Mi jodida y pobre idea fue la acción que me trajo
aquí. ¿Qué mejor acción podía haber que enfrentarme a la oscuridad? Las
probabilidades no me matarán en el acto. Por alguna extraña e insondable
razón parece que les gusto. Mi fuerte instinto de supervivencia los divierte.
O eso asumo.
—Esperen diez minutos —le digo a Vivi y al resto—. Entonces salgan por la
puerta trasera y corran a toda prisa. Es su mejor golpe.
Los extraños ojos de Vivi de color, uno azul y otro verde, se estrechan
hasta convertirse en rendijas, recordándome a una víbora. Y
recordándome que a pesar de su diminuto tamaño y juventud, esta
pequeña víbora te rasgará de pies a cabeza tan pronto como la mires.
—No —dice tercamente.
—Bien. —Me encojo de hombros nuevamente—. Hagan lo que quieran. —
No habrá discursos por mi parte. No voy a ir y llamarles “nenazas”. No soy
un líder. Ya no. Perdí ese título cuando nos traje aquí para morir.
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—No grites —susurra Vivi antes de fundirse en las sombras y desaparecer
detrás de una expositor volcado de patatas fritas.
No grites. Tal vez esa es una promesa que sea capaz de cumplir.
Crujo los nudillos. Giro mi cuello hasta que lo escucho crujir. Agarro el
puñal de mi cinturón y lo sostengo en mi mano derecha con ligereza. Sin
mirar atrás, salgo al encuentro de mi destino.
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¡Siguiente libro!
ola es uno de los últimos seres humanos que quedan. Escondida
por su padre cuando el primero de los Bebedores atacó, ahora es
un nómada, viajando de ciudad en ciudad devastada. Obligada a
robar lo que necesita para vivir durante las pocas horas preciosas de luz
que quedan, Lola se vuelve más desesperada y audaz durante el día.
Cuando una terrible decisión la pone a merced de aquellos que le
arrancaron todo, deberá apoyarse en la única persona en la que no puede
confiar para sobrevivir: Maximus, el Bebedor responsable de la muerte de
su mejor amigo.
#2 de la serie Death Day
L
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Jillian Eaton
ebo demasiado café. Me
encantan los patos y los
caballos. La lectura es
probablemente mi pasatiempo favorito.
Solía tener una ardilla como mascota
llamada Baby Clem. Estoy convencida de
que mi perro es en parte dingo. Más que
cualquier otra cosa en el mundo entero
me encanta escribir. Lo que empezó como
algo que solía hacer en clase de Algebra
(lo siento Sr. Given) se ha convertido en
una total obsesión. También me encanta conocer y charlar con otros
escritores y lectores, ya que sabemos qué hacemos que el mundo gire.
B
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Traducido, corregido & diseñado
¡Sigue nuestros proyectos!
http://thedarkside.forogratuito.net