1 - la macroeconomía y sus fundamentos
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1LA MACROECONOMIA Y SUS FUNDAMENTOS Contenido 1. ¿Qué es la Macroeconomía y a qué se dedica? ...................................................................... 2
2. ¿Economía Positiva o Economía Normativa? ....................................................................... 5
3. Hacer ciencia económica sin juicios de valor ....................................................................... 7
4. Acerca de la Metodología en Macroeconomía ...................................................................... 9
5. La Falacia de Composición, o por qué los átomos no se comportan como galaxias ........ 12
6. Para comenzar, una conclusion ........................................................................................... 16
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1. ¿Qué es la Macroeconomía y a qué se dedica? Como todo viaje de mil millas que comienza con el primer paso, en todo curso de Economía se
comienza con la definición de esta disciplina, que si bien es considerada joven en el plano académico ha tenido un papel fundamental en el curso adoptado por la historia de la humanidad.
Aún teniendo una corta vida, ya en la Antigua Grecia se hacía referencia al término Economía. Etimológicamente, Economía significa “el que administra una casa” al derivar de oikos: casa y nomos:
administrador. Por lo tanto, se hacía uso del término aludiendo a una esfera micro: el hogar.
El alcance del término se ampliaría en el siglo XVII cuando el economista francés Antoine de Montchrestien empleara el término “Economía Política” para manifestar la administración de las polis (como se denominaba a la ciudad o Estado). ¿Qué implicaba para Montchrestien el “gobierno de la ciudad o el Estado”? La respuesta a este interrogante se haya en la definición de Montchrestien sobre Economía Política: “Ciencia de la adquisición de riqueza” (González, 1997: 30)
Sin embargo, limitarse a ambas definiciones reduciría considerablemente el ámbito de estudio
de esta disciplina. Son justamente el objeto de estudio de la economía según la perspectiva de cada pensador económico y el contexto en el que postularon sus teorías los factores determinantes del concepto de economía enunciado. Como se sigue de Gómez López (2004), no es sólo una cuestión de diferencias conceptuales e ideológicas entre autores, sino también que las diferentes definiciones se vinculan, en mayor o menor grado, al estado en que se hallaba la disciplina en el momento de definirla. Asimismo, la economía como ciencia se incluye en la esfera social, y como ya se ha mencionado, se ve influenciada por el trasfondo ideológico de sus pensadores. De esta forma, cada escuela de pensamiento económico formula una definición de economía determinada por lo que considera como objeto de tal, y de acuerdo a los conflictos que según su opinión deba solucionar. De allí, que si se afirma que es el economista quien define cual es su objeto de estudio y el que atribuye status y categoría científica a las aportaciones que sus miembros han incorporado a lo largo de la historia (Arcandoña, 1983: 11), es pertinente citar a Viner quien definió:
“Economía es lo que hacen los economistas.” Si se retoma el término inaugurado por Montchrestien, se encuentran distintas interpretaciones
del mismo por parte de los economistas clásicos; término que dominaría hasta la Revolución Marginalista con la publicación de Principios de Economía en 1890 del economista británico Alfred Marshall.
Antes de avanzar en la concepción de Economía de los marginalistas, se enunciarán las definiciones de Economía Política de los autores clásicos:
“La Economía Política, considerada como una de las ramas de la ciencia del legislador o del estadista,
se
propone
dos
objetos
distintos:
el
primero,
suministrar
al
pueblo
un
abundante
ingreso
o
subsistencia, o, hablando con mas propiedad, habilitar a sus individuos y ponerles en condiciones de lograr por sí mismos ambas cosas; el segundo, proveer al Estado o República de rentas suficientes para los servicios públicos. Procura realizar, pues, ambos fines, o sea enriquecer al soberano y al pueblo”‐Adam Smith.
“La Economía Política enseña cómo se forman, distribuyen y consumen las riquezas que satisfacen las necesidades de las sociedades”‐ Jean Baptiste Say.
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“El producto de la tierra (…) se reparte entre tres clases de colectividad, a saber: el propietario de la tierra, el dueño del capital necesario para su cultivo y los trabajadores que con su trabajo la cultivan (…) Determinar las leyes que gobiernan esta distribución es el principal problema de la Economía Política”‐ David Ricardo.
“La ciencia económica versa sobre la naturaleza de la producción y la riqueza”‐Nassau William
Senior.
“Economía es la ciencia que describe las leyes de aquellos fenómenos de la sociedad que se originan en las operaciones continuadas de la humanidad para la producción y distribución de la riqueza en la medida en que estos fenómenos no quedan modificados por la persecución de otro objeto”‐ John Stuart Mill.
De estas definiciones se deriva que el móvil de estudio de estos autores se centraba en la producción de riqueza por un lado, y en la forma de distribución de la riqueza generada por el otro.
Como ya se ha mencionado, el término Economía Política fue empleado hasta el surgimiento de los primeros pensadores marginalistas. Más precisamente, en Principios de Economía, Marshall hace
referencia
a Economía
(Economics)
y
no
a
la Economía
Política
( Political
Economy).
Como
se
sigue
de
Barbé, con ello aparece una nueva palabra para designar la materia de estudio Economics, mientras que el término Economy sirve a partir de entonces, cuando no vaya precedido del adjetivo political , para referirse al ámbito en el cual se producen los hechos económicos. Éste no fue el único cambio introducido por la Revolución Marginalista; la esencia de la economía radicaba en el mercado y la actividad económica por excelencia era el intercambio. Las consideraciones sociales desaparecen como por arte de magia y se sustituyen por el axioma de la máxima utilidad, objetivo único y excelso del homo economicus (Barbé, 1993: 8). La microeconomía encontrará su máximo desarrollo con los marginalistas. Es así que el individuo tendrá el papel estelar del análisis neoclásico, que partirá del homo economicus
para explicar los comportamientos agregados; el cálculo marginal también es introducido por esta escuela de pensamiento que se caracterizará por la demostración matemática de sus postulados.
Por
consiguiente,
si
el
objeto
de
estudio
de
la
economía
fue
modificado
por
la
Escuela
Neoclásica, se espera que haya sucedido lo mismo con las definiciones de economía de sus pensadores. A saber:
“Un cálculo de placer y dolor ”‐William Stanley Jevons.
“La economía, científicamente hablando, es una ciencia muy estricta; de hecho es una especie de Matemática que calcula las causas y los efectos de la actividad humana”‐William Stanley Jevons.
“La economía es el arte de sacarle el mayor provecho a la vida”‐ George Bernard Shaw. “La economía se relaciona con el aspecto (…) de las actividades humanas que se dirigen a la
producción, apropiación y uso de los medios materiales que satisfacen los deseos humanos, en la medida en que esos medios son susceptibles de ser intercambiados”‐ Henry Sidgwick.
“La economía es un estudio de la Humanidad en las ocupaciones ordinarias de la vida y examina aquella parte de la acción individual y social que pueda tener más estrecha conexión con la obtención y uso de los artículos materiales necesarios para el bienestar ”‐Alfred Marshall.
“El objetivo de la economía es la explicación de las causas generales de las que depende el bienestar material de los hombres”‐ Edwin Cannan.
“La parte del bienestar que puede relacionarse con una medida monetaria”‐Arthur Pigou.
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En 1932, el economista británico Lionel Robbins introduce en su obra Ensayo sobre la naturaleza y la importancia de la ciencia económica el concepto de economía de mayor difusión en la historia de esta disciplina. En dicho concepto Robbins postula:
1. Escasez de bienes
2. Modo en que los individuos toman decisiones frente a dicha escasez.
De ello, deriva la siguiente definición:
“La Economía es la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos, susceptibles de empleos alternativos”‐ Lionel Robbins.
Resulta pertinente apuntar otras definiciones de economía, posteriores a la enunciada por Robbins, y muchas de las cuales, derivan de la precedente:
“El estudio de cómo se distribuyen los recursos escasos para satisfacer las diversas necesidades humanas”‐ Paul y Ronald Wonnarott.
“La economía se pregunta que bienes se producen, cómo se producen y para quien se producen”‐Paul Samuelson, William Nordhaus.
“La economía analiza la evolución de la economía global: las tendencias de los precios, de la producción y del desempleo. Una vez que se comprenden esos fenómenos, ayuda a elaborar las medidas con las que los gobiernos pueden mejorar los resultados económicos”‐ Paul Samuelson, William
Nordhaus.
“La economía estudia el comercio entre las naciones. Ayuda a explicar por qué éstas exportan algunos bienes e importan otros y analiza los efectos que produce la instalación de barreras económicas en las fronteras nacionales”‐ Paul Samuelson, William Nordhaus.
“La economía es la ciencia de la elección. Estudia la forma en que los individuos deciden utilizar los recursos productivos escasos o limitados (el trabajo, el equipo y los conocimientos técnicos) para producir los diversos bienes (como trigo, abrigos, conciertos y misiles) y distribuirlos para su consumo”‐Paul Samuelson, William Nordhaus.
“La economía es el estudio del dinero, la banca, el capital y la riqueza”‐ Paul Samuelson, William
Nordhaus.
“La economía estudia el modo en que eligen los individuos, las empresas, el Estados y otras entidades de nuestra sociedad y en que esas elecciones determinan la manera en que se utilizan los recursos que tiene. El término escasez ocupa un lugar destacado en economía. Las elecciones son importantes porque los recursos son escasos”‐ Joseph Stiglitz.
“Economía es el estudio de cómo una sociedad particular resuelve su problema económico”‐Milton Friedman.
“La verdadera economía consiste en la administración adecuada de los valores morales en el reino material ”‐ Salvador de Madariaga.
“La economía atiende a la provisión de los medios materiales”‐Lowe.
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“La economía es la ciencia social que estudia las elecciones de los individuos, las empresas, los gobiernos y las sociedades completas hacen para encarar la escasez”‐Michael Parkin.
La definición de Economía no puede limitarse a su significado etimológico; así como la mencionada disciplina ha experimentado profundos cambios en su objeto de estudio a lo largo de su historia, también lo ha hecho su concepto. Además de esto, una definición no sólo aclara
conceptualmente: precisa además las preguntas y alcances de la disciplina. En este sentido, no es trivial entender a la economía como la ciencia de la producción, la distribución y el consumo, o bien como aquella que se ocupa de meras elecciones eficientes.
Si el prefijo macro designa lo general, entonces la Macroeconomía puede definirse como la aplicación de los principios y problemas de la Economía a las relaciones generales que se establecen en un sistema económico. La Macroeconomía está asociada, entonces, a la idea de sistema.
Un sistema lleva consigo implícitamente la noción de partes que interactúan para fines comunes. Si bien puede ser tentadora la idea de armonización de estas partes (al estilo funcionalista), debe decirse que no conviene suponer de antemano que ellas funcionan de forma coherente. En términos de la Macroeconomía, esto implicaría suponer que las crisis económicas no tendrían razón de ser, salvo por
factores
exógenos.
Aunque
algunas
escuelas
económicas
adhieren
relativamente
a
esta
situación,
este
no es el caso de todas las corrientes de pensamiento que existen. Conviene, entonces, plantear la posibilidad de relaciones funcionales o disfuncionales.
2. ¿Economía Positiva o Economía Normativa? “La distinción entre lo positivo y lo normativo”, como ha observado Hutchison (1964, Pág. 191)
correctamente, “deberá mantenerse claramente siempre que sea posible; incluso a costa, algunas veces, de una mayor efectividad en la persuasión” (Blaug, 1993, Pág. 162).
La distinción entre Economía Positiva y Economía Normativa ha sido objeto de debate desde las
primeras discusiones
teóricas
sobre
el
carácter
científico
de
la
economía.
¿Puede
la Economía
ser
considerada ciencia al estar imbuida de juicios de valor por su carácter de ciencia social? ¿Es posible, entonces, liberarla de los prejuicios políticos que la rodean y afirmar que puede adoptar una metodología como la de las ciencias naturales? ¿Pueden los economistas ser imparciales?
Con objeto de dar respuesta a estos interrogantes, resultará útil bosquejar qué se entiende por Economía Positiva y por Economía Normativa, para luego, contextualizar las primeras discusiones que dieron lugar a esta división tajante.
En este sentido, el lector estará familiarizado con afirmaciones del tipo:
“Los aranceles a las importaciones constituyen una medida proteccionista”
“El
gobierno
debería
establecer
aranceles
que
protejan
la
industria
nacional”.
Éstas son claramente, son dos proposiciones distintas. Lo mismo sucede con, por ejemplo:
“La inflación deteriora la calidad de vida de una sociedad”. “Debe evitarse el incremento generalizado de los precios”. En el caso de “Los aranceles a las importaciones constituyen una medida proteccionista” y “La
inflación deteriora la calidad de vida de una sociedad”, se tratan de proposiciones POSITIVAS. Es decir, se tratan de proposiciones descriptivas o que se refieren a fenómenos reales. En cambio, “El gobierno
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debería establecer aranceles que protejan la industria nacional” constituye una proposición NORMATIVA; se trata de aquellas que impregnadas de juicios de valor y creencias establecen cómo debería ser la realidad. Es decir, son afirmaciones prescriptivas.
Estamos entonces, ante la distinción entre valores (afirmaciones normativas) y hechos (afirmaciones positivas) o como manifestaran los filósofos positivistas: que la Economía Positiva se
refería a los hechos, mientras que la Economía Normativa se ocupaba de los valores (Blaug, 1993, Pág. 150). Esta distinción va mas allá de una simple diferencia gramatical donde se considerará como una proposición positiva a las que estén en modo indicativo porque existen frases expresadas en forma indicativa, como, por ejemplo, “el asesinato es un pecado”, que son en realidad proposiciones sobre lo‐que‐debe‐ser disfrazadas de proposiciones sobre lo‐que‐es (Blaug, 1993, Pág. 151).
Por consiguiente, en el campo de la economía se hallarán proposiciones sobre “lo‐que‐es”‐ o, que es lo mismo, proposiciones fácticas‐ y sobre “lo‐que‐debería‐ser”‐ o, proposiciones cargadas de principios o fundamentos éticos. Siguiendo a Blaug (1993, Pág. 151):
Una proposición referente a lo‐que‐es, es simplemente una proposición que puede ser materialmente verdadera o falsa; una proposición que afirma algo respecto al estado del mundo, algo
que
es
así
y
así,
y
no
de
otra
manera‐
y
respecto
de
la
cual
es
posible
utilizar
métodos
de
contrastación
interpersonal para descubrir si es cierta o falsa. Por su parte, una proposición normativa expresa una evaluación sobre el estado del mundo‐ aprueba o desaprueba, alaba o condena, se regocija o deplora‐, y lo único que podemos hacer al respecto es emplear argumentos que persuadan a otros a aceptarla.
El análisis precedente lleva a indagar respecto de la independencia entre las proposiciones positivas y normativas económicas. ¿Es posible esta distinción tajante? Si se sigue la proposición conocida como la “Guillotina de Hume”, ciertamente es posible. En el Tratado sobre la Naturaleza Humana, Hume postula que toda proposición descriptiva no puede derivarse de proposiciones de carácter normativo sino sólo de otras descriptivas. Es decir, se observa aquí la dicotomía entre el “ser” y el “deber ser”.
Empero,
los
filósofos
morales
conciben
que
los
valores
y
los
hechos
no
son
tan
independientes
entre sí como manifestara Hume, luego secundado por Nagel (1961)‐ para quien la ciencia, como actividad social que es, no puede funcionar sin juicios de valor metodológicos, pero, (…), puede liberarse, al menos en principio, de cualquier compromiso con los juicios de valor estimativos o normativos (Blaug, 1993, Pág. 153). En su concepción, las proscripciones morales encierran proscripciones fácticas.
En este sentido, Blaug argumenta la existencia de hechos que son aceptados como lo‐que‐es debido a la presencia de un conjunto de proposiciones morales que sustentan que dicha proposición fáctica debe ser aceptada como lo‐que‐es. Es decir, en última instancia, tanto los juicios de valor‐ que serán justificados en base al conjunto de creencias y factores emocionales‐ y los hechos estarán respaldados en un consenso social que no puede ser despojado de su carácter persuasivo y prescriptivo. Tal como plantea Myrdal, es imposible distinguir la Economía Positiva de la Normativa, y las pretensiones al respecto tan sólo pueden generar frustración (Blaug, 1993, Pág. 161).
Es necesario no dejar fuera del presente análisis la dicotomía entre juicios de valor “Básicos” y “No‐Básicos”. Por ejemplo, todos los estudiantes de economía habrán incorporado la afirmación “El libre comercio genera beneficios mutuos para los países involucrados aún si uno de ellos carece de ventajas absolutas en todos los bienes”. Ahora bien, en vista de la creciente preocupación en relación al deterioro secular de los términos de intercambio para aquellos países subdesarrollados, ¿se debe mantener dicho postulado? En este caso, estaríamos frente a un juicio de valor “No‐Básico”, en el sentido de que no es aplicable bajo cualquier circunstancia. Por el contrario, un juicio de valor “Básico” o “Puro” (como lo denomina Blaug) será aquel cuando habremos agotado toda posibilidad de análisis y discusión racional
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(Blaug, 1993, Pág. 155). Es decir, aquel aplicable bajo cualquier circunstancia. En consonancia con la postura de Blaug en relación a la división entre el “ser” y el “deber ser” anteriormente presentada, plantea que no hay duda de que la mayor parte de los juicios de valor que se expresan en torno a los problemas sociales son altamente impuros, y, por consiguiente, perfectamente adecuados para intentar influir por medio de la persuasión sobre los que lo sostienen, argumentando que los hechos son distintos como ellos creen que son (Blaug, 1993, Pág. 155).
Lo postulado hasta aquí, permitirá ahondar en el interrogante sobre la posibilidad de “liberar” a la Economía del conjunto de valores y creencias que influyen en quienes formulan las políticas que impactan en su desempeño. Lo que lleva a desarrollar el siguiente apartado.
3. Hacer ciencia económica sin juicios de valor Siguiendo la doctrina del Wertfreiheit (del alemán, “Libertad respecto de las valoraciones” o
“Libertad de valores”) de Max Weber y concibiendo a la Economía dentro del campo de las ciencias sociales sí es posible liberarlas de los juicios de valor, a pesar de que el autor reconoce que las mismas están fuertemente influenciadas por los prejuicios políticos.
Esta posibilidad tiene su origen en que Weber argumenta que los valores o lo que los individuos consideran como “lo‐que‐debe‐ser” pueden efectivamente ser objeto de un análisis racional o despojado de ideologías o persuasión. Es así, que la línea de pensamiento de Weber se corresponde con la distinción entre los juicios de valor puros y los impuros.
Como se ha apuntado, Nagel (siguiendo el pensamiento de Hume), rechaza que las proposiciones generadas en las ciencias sociales no puedan desprenderse de su subjetividad y, por ende, constituir proposiciones fácticas. Su postura responde a considerar que incurrir en este tipo de afirmación implicaría que la dicotomía entre juicios de valor metodológicos y juicios de valor normativos carecería de sustento.
En el lado contrario del cuadrilátero, se reconoce el pensamiento de Heilbronner. Heilbronner se
enfrentó al
Wertfreiheit ,
al
señalar
que
las
afirmaciones
positivas
y las
afirmaciones
normativas
que
emanan de las acciones humanas son inseparables, y en consecuencia, no pueden concluirse postulados algunos a partir de juicios de valor1 metodológicos. Heilbronner continúa su argumentación, enfatizando que el economista no puede liberarse del elemento emocional que lo vincula a la sociedad que analiza, por lo que, desde su punto de vista, la economía como ciencia social no puede hacer abstracción de la ideología y de los prejuicios políticos de quienes formulan sus teorías. La distinción entre el “ser” y el “deber ser” no tiene lugar en su pensamiento. Para él, no existe juicio de valor alguno absolutamente puro, en tanto y en cuanto, la Economía se encuentra “contaminada” de prescripciones. Todo científico social enfoca su tarea con el deseo, consciente o inconsciente, de demostrar la funcionalidad o disfuncionalidad del sistema social que está investigando (Blaug, 1993, Pág. 158).
De esta forma, Heilbronner considera imposible que un economista sea imparcial y que sus
proposiciones
se
encuentren
impregnadas
de
juicio
de
valor;
lo
que
no
significa
en
absoluto
que
se
manifieste a favor de la alteración de datos o formulación de conclusiones que carecen de carácter científico como si fueran tales, a fin de que se correspondan con sus juicios de valor.
Sin embargo, la pretensión de que una ciencia social puede estar libre de juicios de valor no niega, pues, que los prejuicios ideológicos se introduzcan en la propia selección de los temas que el científico social desea investigar, ni que las inferencias que se deducen de la evidencia fáctica
1 Heilbronner entiende por juicio de valor cualquier proposición metafísica incontrastable que pueda colorear la
visión del economista (Ver Blaug, 1993, Pág. 158).
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estén a veces influenciadas por valores de un cierto tipo, ni incluso que los consejos prácticos que los científicos sociales ofrecen estén con frecuencia cargaos de juicios de valor encubiertos, que tratan de persuadir y no simplemente aconsejar (Blaug, 1993, Pág. 156). Esta visión es compatible con la de Thomas Kuhn (1974), para el cual la idea de “ciencia acumulativa” debe ser tomada con reparos. Kuhn observó que la ciencia no se mueve en línea recta, sino de paradigma en paradigma. Los paradigmas son matrices disciplinarias de visión e interpretación que condicionan al investigador, de manera que los
propios hechos resultan distorsionados por esa lente. Asimismo, los científicos actúan en una comunidad científica, o en algo que Pierre Bourdieu denominó campos. Toma fuerza, entonces, la idea de ideología como falsa conciencia, al uso marxista.
El problema con el enfoque de ciencia como ideología es que, no obstante señala los reparos con los que debemos leer la actividad científica, marca un límite muy claro a la ciencia como actividad que se va perfeccionando en acumular conocimientos sobre la disciplina. Por otra parte, la misma definición niega la existencia de algo parecido a un criterio de demarcación mediante el cual pueda afirmarse el carácter científico o no científico de una teoría. Ya que todo es discurso, la actividad científica es reducida a mero registro discursivo, siendo los mecanismos de validación meras apariencias. En otras palabras, la deconstrucción destruye los cimientos de la ciencia misma.
Estas
posturas
encontradas
entre
los
economistas
respecto
de
la
posibilidad
de
liberar
a
esta
ciencia social de los juicios de valor, permite entender las razones por las cuales los economistas suelen discrepar entre sí. No sólo pueden tener diferentes concepciones respecto de la validez de proscripciones positivas sino también que si se considera la fuerte influencia de los valores en sus postulaciones, la gran diversidad de creencias entre los mismos conllevará a recomendaciones opuestas de política económica. Es decir, su percepción respecto de la realidad suele diferir.
En 1927, Werner Heisenberg (Premio Nobel de Física en 1932) estableció un límite, más allá del cual los conceptos de la física clásica no pueden ser aplicados. El principio, conocido como Principio de Indeterminación de Heisenberg, dice que la posición y la cantidad de movimiento de una partícula no pueden ser determinadas simultáneamente. Lo importante para señalar es que la incertidumbre no se deriva de los instrumentos de medida, sino del propio hecho de medir . Informalmente, esto ha sido
traducido
de
la
siguiente
manera: el
observador
influencia
el
experimento.
Bajo este criterio y haciendo una analogía, ¿qué puede decirse sobre la Economía? ¿Es imposible aceptar la existencia de una Economía Positiva y sería mejor suponer que todo es normativo? La mejor respuesta a esta pregunta reside en afirmar que la dicotomía es trivial , ya que no importa tanto el grado de subjetividad en las teorías, sino el método a través del cual las mismas han sido formuladas. En otras palabras, no importa si existen o no juicios de valor en las posiciones, los temas seleccionados o las conclusiones, pero sí es relevante el proceso de investigación utilizado. Algo que diferencia, entonces, a la Economía de la ensayística, es la voluntad científica: para ser considerado como parte de la ciencia económica, una investigación deberá probar haber sido realizada bajo los estándares científicos, es decir, bajo criterios de replicabilidad del experimento, falsación, lógica formal, entre otros. Y si bien la estrategia metodológica no es neutral respecto a las conclusiones (pues la deducción y la inducción tienen diferentes puntos de partida y, por lo tanto, diferentes resultados), en todo caso deberá asegurarse la calidad técnica del trabajo científico, sujeto a revisión de pares.
En consecuencia, citando nuevamente a Blaug (1993, Pág. 175): “Todas las hipótesis científicas presentan connotaciones filosóficas, sociales e incluso políticas, que pueden generar prejuicios entre los científicos al evaluar la evidencia empírica disponible a favor o en contra de una determinada hipótesis (…). Los prejuicios ideológicos y los alegatos sesgados de todo tipo constituyen un rasgo universal del trabajo científico, cuyo único remedio está en la crítica pública realizada por otros científicos y basada en las normas profesionales vigentes en el campo de que se trate. Hasta aquí, por lo tanto, no hay diferencia entre la Economía y cualquier otra disciplina científica.”
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Por lo tanto, la afirmación “en una economía cerrada, la industria nacional será floreciente” no tiene ningún sentido en abstracto. Ello constituye una hipótesis de trabajo, que el investigador deberá (de buena voluntad) estar dispuesto a corroborar o descartar de acuerdo a la información que encuentre. Esta es, por supuesto, una visión idealista de la ciencia. En la realidad, los economistas tienen intereses diferentes: trabajan en diferentes sectores, reciben ideas como herencia educativa o familiar, o
tienen experiencias personales que los condicionan, entre muchos ejemplos. En efecto, las teorías económicas son más bien “estrategias” que los economistas desarrollan para “convencer” a sus pares y al público en general.
En la actualidad, existen diferentes métodos de “corroboración” de estas teorías. La informática ha colaborado para que la econometría y la matemática utilizadas en la actualidad sean muy refinadas, lo cual sin duda contribuye a sus defensores. Otros autores prefieren observar datos históricos y razonar por analogía (por ejemplo, si Inglaterra se benefició del proteccionismo en la Revolución Industrial, entonces el proteccionismo beneficia a las industrias locales de Argentina).
Llegamos a la conclusión que, en el fondo, más que diferencias en cuanto al grado de “normatividad” de las teorías, las mayores discrepancias que existen se dan en cuanto al método a
utilizar
para
la
Economía
y,
en
particular,
para
la
Macroeconomía.
En
este
sentido,
las
diferencias
son
relevantes, ya que tienden a producir resultados diferentes de acuerdo a la elección. Al ser la Macroeconomía un campo de estudio relativamente reciente (al menos formalmente, existe un consenso común acerca de la existencia de la Macroeconomía a partir de 1930‐1940, es decir, con el auge del keynesianismo), los economistas no se han puesto aun de acuerdo en conjunto sobre cuál es el método más eficaz. De estas diferencias han surgido corrientes, que se analizan a continuación.
4. Acerca de la Metodología en Macroeconomía Sheila Dow (1996) parte de la evidencia de un desacuerdo. Los economistas son incapaces de
consensuar posiciones con respecto a muchos problemas, y por ello se identifican con distintos rótulos:
keynesianos, clásicos,
neoclásicos,
evolucionistas,
institucionalistas,
etc.
Los
propios
economistas
han
intentado explicar estas discrepancias: para algunos estas corrientes deben ser sometidas a un criterio de demarcación preestablecido (al uso de Karl Popper) para establecer su carácter científico o no científico. De acuerdo al falsacionismo, no existen los enunciados científicos “en última instancia”, es decir, que no puedan ser observados por la experiencia; más bien, todo enunciado que se precie de científico debe ser susceptible de falsación, es decir, de refutarla mediante un contraejemplo. Así, por ejemplo, “tal vez la materia conserve su masa después de una transformación” no es un enunciado científico, ya que no admite falsación. Por el contrario, “la masa de la materia permanece constante en una reacción química ordinaria” es un enunciado falsable y, por lo tanto, científico.
De acuerdo al falsacionismo, una teoría no es nunca “verificada”, sino que queda “corroborada por la experiencia”. Es decir, si con n‐1 experimentos el enunciado se verifica, provisionalmente puede
aceptarse
al
mismo
como
cierto,
aunque
nada
asegura
que
el
n
experimento
de
cómo
resultado
la
falsación del mismo. El método científico ideal para la epistemología falsacionista se rige fundamentalmente por el criterio hipotético‐deductivo. Es decir, a partir de determinados supuestos, se formula una hipótesis, de la cual se deducen por un método lógico las consecuencias observables, para corroborar los resultados a través de la experiencia. De esta forma, los resultados generales se extrapolan para los casos particulares.
El método inductivo, por el contrario, consiste en construir casos generales a partir de datos particulares; sin embargo, el problema fundamental de la inducción consiste en que no se puede asegurar con total certeza que no existe un caso particular que anule la conclusión general. Así ocurre
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con el famoso caso de los cisnes: son blancos en Francia, en Alemania y en Inglaterra; pero, al contrario de lo que indica la inducción, no todos los cisnes son blancos. Al basarse exclusivamente en la experiencia, la inducción tiene el problema de suponer que un enunciado n‐1 veces verdadero también lo será la n vez. En realidad, no existe ningún sustento lógico que permite avalar esta conclusión, sólo la repetición de eventos.
John Stuart Mill comprendió rápidamente el inconveniente. En su obra maestra System of Logic, publicada en 1943, ataca tanto al intuicionismo (es decir, al método no científico) como a la deducción, ya que los silogismos (es decir, las estructuras del tipo si‐entonces) son incapaces de producir nueva información, ya que dependen de los axiomas utilizados. Por lo tanto, la inferencia es sólo aparente: la respuesta está implícita en la formulación de la pregunta. Por ejemplo, suponer que todos los hombres tienen maldad en su corazón y “deducir” que Hipócrates será malvado por su condición humana es un caso de inferencia aparente. La pregunta no debe orientarse a las conclusiones, sino más bien a los supuestos utilizados.
Mill estableció también para el caso de la inducción criterios de demarcación. Así, desarrolló cánones de observación a partir de los cuales podía inferirse que un fenómeno era causa de otro. Los cánones se basan, en general, en la eliminación. Así, los cinco métodos propuestos son: i) Método de la concordancia: si existe un solo elemento en común entre los casos que se investigan, se puede inferir que ese elemento es la causa del fenómeno; ii) Método de la diferencia: si un solo elemento difiere entre casos, y el fenómeno también difiere, entonces dicha circunstancia es la causa del fenómeno; iii) Método de la concordancia y la diferencia: se adiciona a la concordancia la verificación a través de la diferencia; iv) Método de los residuos: se eliminan diferentes elementos y se observa si el fenómeno persiste; cuando al eliminar uno desaparezca el fenómeno, puede inferirse que se ha hallado la causa; v) Método de las variaciones concomitantes: consiste en observar el fenómeno y descubrir qué otro lo hace de manera concomitante; ese podría ser la causa del fenómeno estudiado.
A pesar del criterio anterior, en muchos casos estos razonamientos fallan en encontrar la causa de un fenómeno. Un problema común es el de la evidencia anecdótica: la información no está basada en hechos o un estudio riguroso, o no ha sido recogida de forma correcta. Otro caso problemático es el de
la correlación espuria, cuando dos eventos no tienen conexión lógica alguna o sólo la tienen de manera aparente, debido a la existencia de un tercer factor no considerado en el análisis (es decir, X‐entonces‐Z es inválido ya que en realidad existe Y tal que X‐entonces‐Y‐entonces‐Z). Clive Granger y Paul Newbold escribieron un famoso artículo en 1974, mostrando que el análisis econométrico de variables que en realidad no se encontraban relacionadas daba como resultado, bajo ciertas condiciones, un aparente vínculo entre las mismas2. En realidad, ya en 1926 este problema había sido tratado por G. Udny Yule3, observando que era posible encontrar correlaciones entre variables sin ninguna conexión razonable entre ellas. A pesar de que las técnicas econométricas se han refinado bastante en la actualidad, sigue siendo normal admitir relaciones económicas que, en realidad, existen sólo por aspectos casuales o específicos del tiempo y lugar. Por esta razón, se acepta que correlación no implica causalidad ni explicación, siendo estos problemas de la teoría económica. Milton Friedman (1953) propuso, por el contrario, que los supuestos y la metodología eran irrelevantes, siempre que las teorías puedan predecir
el comportamiento de una variable.
Para entender las discusiones metodológicas y, finalmente, las discusiones en o entre escuelas de pensamiento, vale considerar la taxonomía de Dow, a partir de los siguientes conceptos: modos de
2Para el trabajo técnico, leer Granger, C. W. J. y Newbold, P. (1974): "Spurious regressions in
econometrics". Journal of Econometrics 2 (2): 111–120.3
Udny Yule, G. (1926): “Why do we Sometimes get Nonsense-Correlations between Time-Series?--AStudy in Sampling and the Nature of Time-Series”. Journal of the Royal Statistical Society, Vol. 89, No. 1.(Jan., 1926), pp. 1-63.
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pensamiento, sistemas abiertos/cerrados; atomismo/organicismo; dualismo/no dualismo. De acuerdo a la mencionada autora, existen dos modos de pensamiento predominantes: el Euclidiano‐cartesiano y el Babilónico. El primero puede caracterizarse como la sistematización de un cuerpo de conocimientos a partir de principios o axiomas. El álgebra o la geometría son ejemplos de este método, donde los axiomas son auto‐evidentes y la lógica infiere los resultados y los teoremas deducidos. En las ciencias aplicadas, se produce un problema en relación a la autenticidad de los axiomas (por ejemplo, “los
individuos maximizan la utilidad” o “los individuos son perfectamente racionales”), de manera que los resultados son también cuestionados. El modo de pensamiento Babilónico, por el contrario, no se corresponde con el ideal de ciencia occidental. Este método consiste en el empleo de diferentes tipos de argumentos, los cuales tienen diferentes puntos de partida y que, en un caso ideal, se refuerzan entre sí; por lo tanto, un argumento no descansa únicamente en un solo conjunto de axiomas (Dow, 1985, p. 12). Se trata, entonces, de un tipo de razonamiento no axiomático, donde la correlación entre diferentes formas de explicar un fenómeno da lugar a un argumento complejo.
Mientras que el método Euclidiano‐cartesiano descansa en la matemática, el Babilónico es más ecléctico: está condicionado al problema que se intenta resolver y que muchas veces no se puede combinar en un argumento formal. Además de estos principios, el sistema cartesiano consta de tres elementos: un sistema cerrado, un enfoque atomista y un contexto ergódico. Su opuesto, el Babilónico,
se
caracteriza
por
un
sistema
abierto,
un
enfoque
organicista
y
un
contexto
no
ergódico.
Un sistema en el que se conocen sus límites, variables y relaciones es un sistema cerrado. Por lo tanto, ya que puede utilizarse la lógica deductiva para inferir relaciones, la realidad de un sistema cerrado puede capturarse mediante leyes naturales o sociales. Por ejemplo, la Teoría del Equilibrio General es un buen ejemplo de sistema cerrado. Por el contrario, los límites, variables y relaciones de un sistema abierto no son conocidas, existiendo regularidades antes que leyes (Dow, op. cit.).
Así como la materia puede reducirse a una combinación de átomos, para el enfoque atomista cualquier deducción general puede obtenerse partiendo desde el punto de partida más pequeño posible. El atomismo lógico, de esta forma, considera que el mundo es una multiplicidad infinita de elementos separados, dando lugar a un individualismo metodológico. En general, en economía, el
“individuo
representativo”
o
la
“firma
maximizadora”
son
ejemplos
de
atomismo.
Por
otro
lado,
la
perspectiva Babilónica prefiere un enfoque organicista, donde los hechos funcionan en conjunto y la modificación de una de las partes provoca una alteración en el sistema. Así, El sistema como un todo determina cómo se comportan las partes (holismo). En general, desde la perspectiva organicista en economía no se parte de una función de maximización individual para formular las teorías económicas, sino desde los problemas de grupos o agregados.
Los sistemas son ergódicos si su estructura permanece estable a lo largo del tiempo, tal que pueden extrapolarse los resultados del pasado al futuro. En un contexto no ergódico, prevalece la incertidumbre y la realidad no puede ser completamente capturada por ecuaciones formales, ya que además el tiempo histórico genera cambios estructurales en el comportamiento de las variables.
Las diferencias metodológicas han llevado, en Macroeconomía, a distinguir dos corrientes bien separadas: por un lado, el mainstream u ortodoxia que está dominado por la teoría neoclásica (y sus derivaciones); del otro, la escuela heterodoxa que se compone de la teoría keynesiana y otras influencias (postkeynesianos, institucionalistas, marxistas, regulacionistas, radicals, neosraffianos, entre otros). Es importante observar que las teorías de estas corrientes se encuentran muy relacionadas con las metodologías elegidas, y de ahí se deriva la mayor parte de sus discrepancias.
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5. La Falacia de Composición, o por qué los átomos no se comportan como galaxias Hasta el momento, existen dos grandes teorías que explican la mayoría de los fenómenos físicos:
que suceden en nuestro Universo: la Teoría de la Relatividad de Einstein y la Mecánica Cuántica. Cada
una de estas teorías, consideradas de forma separada, es altamente precisa en describir fenómenos con un detalle extraordinario. La Relatividad explica y predice el comportamiento de fuerzas del Universo de gran escala y velocidad, como lo que ocurre con algo del tamaño de una galaxia o un satélite, o cuando se observan cosas que se mueven a la velocidad de la luz. Por su parte, la Mecánica Cuántica se ocupa del mundo de lo ultra‐pequeño. Es decir, predice con alto grado de precisión el comportamiento de átomos y partículas sub‐atómicas.
Ambas teorías han representado un avance inmenso en el conocimiento de la humanidad acerca de las leyes que regulan nuestro Universo, y de hecho se tradujeron en mejoras concretas en la calidad de vida de las personas. Ambas parecen ser correctas a un nivel infinitamente detallado, pero he aquí algo que se sabe desde hace tiempo. No lo son, ya que son mutuamente incompatibles.
Es decir,
la
Teoría
de
la
Relatividad
no
predice
correctamente
fenómenos
como
el
entrelazamiento cuántico, y a su vez la Mecánica Cuántica no sirve para describir una galaxia. Los científicos actuales buscan una teoría unificadora que sirva para explicar ambos fenómenos de manera conjunta, pero esta no ha sido aun confirmada (el mejor candidato hasta el momento es la Teoría de Cuerdas).
Con la Economía ocurre algo similar a lo que sucede con la Relatividad y la Mecánica Cuántica. Muchas teorías que han sido formuladas para la unidad económica más pequeña de un sistema, por ejemplo el individuo o un país aislado, tienen coherencia lógica. Después de todo, en el proceso de toma de decisiones, el individuo busca alcanzar el mejor resultado. Por ejemplo, en el caso de la existencia de tierras comunales el ganadero encontrará grandes ventajas derivadas en pastar a sus vacas en él. Después de todo, al ser comunal no deberá pagar renta alguna para su uso. Como resultado, el ganadero
estará
motivado
a
pastar
su
ganado
en
dichas
tierras
donde
no
incurre
en
costos.
En
estas
circunstancias
está claro que el ganadero obtendrá un beneficio considerable del engorde de su ganado en las tierras comunales.
Ahora bien, ¿qué sucedería si todos los ganaderos llevaran a pastar su ganado a dicha tierra comunal? Es de esperar que, lo que fuera beneficioso para un ganadero lo fuera también para el resto. Sin embargo, caer en esta afirmación implicaría incurrir en lo que se conoce como Falacia de Composición, ya que si todos los ganaderos‐ guiados por el beneficio que les reporta a nivel individual‐llevaran a pastar su ganado en la tierra comunal, se amenazaría el agotamiento de los pastos. En este sentido, si tomamos el pensamiento del microbiólogo Garret Hardin en su artículo “La Tragedia de los Bienes Comunales”4, el engorde de las vacas y su posterior crecimiento en número contribuirá a un agotamiento de los pastos y posterior proceso erosivo. No sólo se habrá dejado sin empleo dicha tierra
comunal
sino
que
su
ganado
podría
terminar
en
un
estado
de
desnutrición.
De allí que se trate de un caso de falacia de composición, en el cual no hay una correspondencia entre lo particular y lo general. Es decir, no puede suponerse que algo es cierto para un todo por el hecho de ser cierto para cada una de las partes. Por lo tanto, la falacia de composición se basa en que la agregación de los comportamientos individuales no necesariamente conduce al mismo resultado que el individual. Por consiguiente, la acción particular no se corresponde con la acción de la sociedad .
4 En dicho artículo, Hardin plantea su tesis a favor de la propiedad privada.
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Por otra parte, se puede citar otro caso de Falacia de composición que facilite el análisis: la Paradoja de la Frugalidad . La Paradoja de la Frugalidad plantea un interrogante respecto del efecto del ahorro generalizado en una economía. Tomando en cuenta el refrán popular “El ahorro es la base de la riqueza”, se afirma que el ahorro que realice un individuo de una parte de su ingreso tendrá como resultado un incremento en su riqueza. Por consiguiente, se deduce que si todos los individuos de una sociedad optan por reducir la parte del ingreso destinada al consumo aumentando la parte que
destinarán a ahorro, el nivel de riqueza del país aumentará.
Empero, y en oposición a dicho refrán, el ahorro generalizado en una economía no tiene los mismos efectos en la acumulación de riqueza de un país. Tal como Bernard Mandeville plasmó en el poema alegórico “La fábula de las abejas”, la austeridad de una economía se traduce en una desacumulación de riqueza. Es decir, nuevamente, lo que es cierto en un caso particular no tiene que cumplirse para el todo.
Como puede rescatarse de un pasaje del poema de Mandeville:
(…)¡Ay, pero en este concierto
del
comercio
y
la
honradez
el panal de antigua prez se va quedando desierto! Pues si el vicio a ahorro abierto despilfarraba millones, alimentaba montones que hoy se quedan sin oficio, y echando menos el vicio emigran a otras regiones.(…) (…) La más suntuosa morada, lujo de sus moradores, con carteles delatores
se
ofrece
al
mejor
postor.
Sobran artista y pintor, pederos y constructores. Porque, si bien se repara, la insobornable virtud no es prenda de la salud, aunque la ayuda y prepara. Hay que dar al alquitara mezclas de esencia remota, y sólo entonces borbota la soñada Edad de Oro, libre de usar, sin desdoro, la honradez…o la bellota.
El análisis gráfico de esta paradoja requiere como punto de partida una situación de equilibrio E con la intersección de una función de ahorro de pendiente positiva (δS/δY)>0 y una función de inversión horizontal, ya que la inversión es autónoma. A ese punto de equilibrio E, le corresponde un ingreso Y con una Inversión (I) y ahorro S (gráfico 1).
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Gráfico 1. Una expansión del ahorro y una inversión autónoma.
Para analizar el caso, se introduce un cambio al equilibrio ahorro‐inversión: suponer que se genera un ahorro generalizado por parte de cada individuo que interviene en la economía bajo estudio sin que el nivel de ingreso se haya modificado (Y). Por consiguiente, la función de ahorro de pendiente positiva se desplaza hacia arriba hasta alcanzar el nuevo nivel de ahorro S’. A este nuevo nivel de ahorro, le corresponde un punto de equilibrio E’ en la intersección entre I y S’. Sin embargo, como se observa en el gráfico 1, el ingreso de equilibrio Y’ es menor al ingreso anterior al ahorro generalizado (Y>Y’). Queda demostrado que a nivel agregado, el resultado del comportamiento individual (a mayor ahorro individual, mayor riqueza del individuo) no tiene un correlato a nivel global (el ahorro generalizado en una economía se traduce en una contracción en el producto).
Albert Camus dijo una vez: “es un tipo de esnobismo espiritual lo que hace a la gente pensar que pueden ser felices sin dinero”. Si se le preguntara a cualquier individuo, es probable que estaría de acuerdo con Camus dado que a medida que se incrementa la riqueza de un individuo se espera que se incremente su felicidad. Cabe preguntarse entonces, si sucede lo mismo a nivel agregado en una sociedad. A fin de responder a este interrogante, se tomará como unidad de medida de la riqueza de un país a su Producto Bruto Interno (entendido como el total de bienes y servicios finales producidos en un país durante un determinado período de tiempo medido en valor monetario).
A partir de una evaluación de corte más ortodoxa, la agregación del comportamiento individual se traducirá al mismo comportamiento a nivel global de la economía. En consecuencia, debería afirmarse que el alza del Producto Bruto Interno o PBI de un país incrementará la felicidad de su población.
Sin embargo, la evidencia empírica demuestra lo contrario; al menos no es lo que se deriva del estudio realizado por Richard Easterlin cuyos resultados han dado lugar a la Paradoja de Easterlin. En dicho estudio, Easterlin evaluó la correlación entre los niveles de riqueza y felicidad en 19 países a partir de la formulación de 30 encuestas desarrolladas en el período 1946‐1970.
Si bien la teoría no se alejó de los hechos al demostrar que los sectores de mayores ingresos en una economía manifestaban mayor felicidad en promedio en comparación con los sectores más pobres, al abandonarse el análisis a nivel país y pasar a la comparación entre países, los resultados fueron inesperados. No sólo se hallaron niveles de felicidad similares entre países con marcadas diferencias en
0
-C’
-C
I
S’
S
Y’ Y
E’ E
Y
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su PBI sino que para países que experimentaron un sustancial crecimiento económico no se registraron aumentos proporcionales en la felicidad de sus ciudadanos.
Resulta evidente que el alza sostenida en el tiempo de la riqueza de un país no se corresponde con un mayor grado de felicidad de dicha población, al contrario de lo que se espera a nivel individual.
Un caso adicional de falacia de composición puede obtenerse de la teoría de Salarios de Eficiencia cuyos principales exponentes fueran Stiglitz, Salop y Weiss. La teoría de los Salarios Eficientes tiene como punto de partida el fenómeno según el cual, los trabajadores reciben salarios que pueden no corresponderse con sus niveles de productividad marginal efectiva debido al supuesto principal basado en que los empleados operan con información imperfecta respecto de dichos niveles de productividad.
De esta situación, se deriva que los empleadores (que toman decisiones en base a información imperfecta) en busca de mayor productividad del trabajo, ofrezcan mayores salarios reales a los que corresponden a los niveles de productividad marginal real. En consecuencia, a fin de desincentivar la pereza y estimular la eficiencia en los empleados, la firma a nivel individual accederá a contratar trabajadores a mayores salarios (de allí que la teoría se denomine Salarios de Eficiencia).
En
este
sentido,
Stiglitz
señala
que
en
la
firma
no
sólo
se
logrará
reducir
los
costos
de
rotación
laboral (reclutamiento y selección, registro y documentación, despido, entre otros) al reducir significativamente la proporción de renuncias y despidos de los empleados sino también verá incrementarse la productividad del trabajo. En el primer caso, el fenómeno tendrá su origen en que mayores salarios respecto de aquel en equilibrio (We>W*), los trabajadores advierten que el costo de abandonar sus empleos es mayor. Es decir, la posibilidad de recibir un mayor salario los motiva a mantener puesto de trabajo en la firma. En el segundo caso, la presencia de salarios superiores al de equilibrio permiten que la empresa que los ofrece, absorber trabajadores de mayor calificación y eficiencia; conjuntamente a constituir un estímulo a incrementar los esfuerzos de los empleados contratados.
Gráfico 2.
El
resultado
paradójico
del
modelo
de
salarios
de
eficiencia
We
W*
L*Ld Ls
Ls
Ld
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Como resultado, la firma logrará alcanzar una mayor productividad marginal real de sus empleados a partir del pago de un mayor salario al de equilibrio de mercado.
¿Cabe la posibilidad de considerar que, si las empresas deciden adoptar este patrón de
contratación de forma generalizada, los resultados serán ventajosos para la economía en su conjunto (debido a los incrementos en la productividad de las firmas)? La respuesta será negativa. La mayor productividad y los salarios efectivos superiores a los de equilibrio actúan en simultáneo dando lugar a una tasa de desempleo en aumento (Ls>Ld) (como puede observarse en el gráfico 2).
La relación entre la Microeconomía y la Macroeconomía ha sido, por esta razón, dificultosa, por lo menos para algunas corrientes (Weintraub, 1979). Fue John Maynard Keynes quien insistió en la relevancia de este concepto para la Economía, y en particular para la Macroeconomía, siendo por esa razón uno de los padres fundadores de esta disciplina. Por ejemplo, la afirmación “los individuos son racionales” no implica que sea cierto “la sociedad opera de manera racional”. De esta forma, Keynes propuso los problemas macroeconómicos en términos de agregados, observando los determinantes globales de cada uno de ellos. Así, los diagnósticos y soluciones encontrados también eran de naturaleza
general.
En
el
extremo
opuesto,
la
teoría
neoclásica
trabajó
en
lo
que
se
denomina
microfundamentación, afirmando que el enfoque keynesiano era incompatible con los principios microeconómicos. Una influencia de esta corriente se halla en la llamada “crítica de Lucas”, en referencia al economista Robert Lucas. La crítica sugiere que si se quiere predecir el efecto de un instrumento económico, deben modelarse los parámetros internos (relacionados con las preferencias, la tecnología y los recursos) que regulan el comportamiento individual, ya que los agentes económicos toman decisiones óptimas en función de variables estructurales.
6. Para comenzar, una conclusion La Macroeconomía estudia los sistemas económicos desde un punto de vista orgánico. Aunque
esta pueda parecer una definición poco ambiciosa, los alcances de la misma son inmensos, ya que un sistema se compone, a la vez, de una multitud de partes, y cada una de ellas puede ser objeto parcial de estudio de la disciplina.
Las diferencias metodológicas no son triviales para explicar la existencia de las ricas tradiciones que existen en Macroeconomía y, de hecho, revelan la mayor parte de las diferencias. Aunque aun no hay un acuerdo en cuanto a una metodología común, existe una serie de consensos entre partes que ha configurado una división de aguas a grandes rasgos entre ortodoxos y heterodoxos.
¿Pero de qué se compone esa teoría ortodoxa y qué forma el cuerpo de teoría macroeconómica heterodoxa? ¿Qué visiones tienen sobre el funcionamiento, el equilibrio y las crisis de los sistemas económicos? ¿Cuáles son los temas más recientes? En los próximos capítulos, se intentará exponer los alcances de esta confrontación.