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Cristo, centro de la Catequesis Oscar Esaú Villafuerte López 1. JESÚS, EL CRISTO “Para las personas religiosas, el nombre de Jesús es un nombre que nos alimenta, un nombre que nos transporta. Su nombre es capaz de hacer levantar a los muertos y hacer que los vivos sean bellos…” (John Henry Newman) Jesús de Nazaret ha sido la figura más controversial de la historia humana: Su vida y su obra han sido atacadas, valoradas e imitadas desde hace más de dos mil años. Él ha logrado lo que jamás nadie pudiera aspirar a lograr: Muchas personas se han cuestionado seriamente acerca de su existencia, y se confrontan después de haber leído o escuchado sus palabras. Hay quienes han cambiado su vida, radicalmente, y lo han puesto como el “director” de sus actos. Jesús no escribió nada y, sin embargo, miles y miles de libros se siguen editando año con año, teniendo como inspiración su persona y su mensaje. La Biblia, sobretodo el Nuevo Testamento, recoge el testimonio de su voz y lo profundo de sus pensamientos… Creyentes y no creyentes acuden de vez en cuando a sus frases, las repiten y éstas han generado serios cuestionamientos… La Iglesia, a lo largo de los siglos, se ha preocupado por conocerlo más y mejor, y se ha empeñado en preguntarse acerca de quién es Él y qué es lo que realmente nos quiso decir… A Jesús le llamamos el “Cristo”, y por eso es que también nosotros, sus seguidores, nos llamamos “cristianos”. Pues bien, el estudio de la maravillosa persona de Jesús como “el Cristo”, recibe el nombre de “Cristología”, y eso es lo que vamos a tratar de desarrollar durante los presentes temas. JESÚS DE NAZARET “¿A quién buscan? Ellos contestaron: A Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: Yo soy…” (Ver Jn 18, 4 - 5) Cuando una persona solicita trabajo, o cuando se quieren dar “referencias” de su vida y obra, se suele presentar un “currículum vitae”. Son dos palabras latinas, podrían traducirse como: “carrera de la vida”, tratando de describir brevemente con ello lo que a lo largo de la existencia se ha vivido… Pues bien, parafraseando algunos textos evangélicos, y conjuntando la información que “sabemos” acerca de Nuestro Señor, vamos a tratar de redactarlo. 1

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Oscar Esaú Villafuerte López

1. JESÚS, EL CRISTO

“Para las personas religiosas, el nombre de Jesús es un nombre que nos alimenta,

un nombre que nos transporta. Su nombre es capaz de hacer levantar a los muertos

y hacer que los vivos sean bellos…” (John Henry Newman)

Jesús de Nazaret ha sido la figura más controversial de la historia humana: Su vida y su obra han sido atacadas, valoradas e imitadas desde hace más de dos mil años. Él ha logrado lo que jamás nadie pudiera aspirar a lograr: Muchas personas se han cuestionado seriamente acerca de su existencia, y se confrontan después de haber leído o escuchado sus palabras. Hay quienes han cambiado su vida, radicalmente, y lo han puesto como el “director” de sus actos. Jesús no escribió nada y, sin embargo, miles y miles de libros se siguen editando año con año, teniendo como inspiración su persona y su mensaje. La Biblia, sobretodo el Nuevo Testamento, recoge el testimonio de su voz y lo profundo de sus pensamientos… Creyentes y no creyentes acuden de vez en cuando a sus frases, las repiten y éstas han generado serios cuestionamientos… La Iglesia, a lo largo de los siglos, se ha preocupado por conocerlo más y mejor, y se ha empeñado en preguntarse acerca de quién es Él y qué es lo que realmente nos quiso decir… A Jesús le llamamos el “Cristo”, y por eso es que también nosotros, sus seguidores, nos llamamos “cristianos”. Pues bien, el estudio de la maravillosa persona de Jesús como “el Cristo”, recibe el nombre de “Cristología”, y eso es lo que vamos a tratar de desarrollar durante los presentes temas.

JESÚS DE NAZARET

“¿A quién buscan? Ellos contestaron: A Jesús de Nazaret.

Jesús les dijo: Yo soy…” (Ver Jn 18, 4 - 5)

Cuando una persona solicita trabajo, o cuando se quieren dar “referencias” de su vida y obra, se suele presentar un “currículum vitae”. Son dos palabras latinas, podrían traducirse como: “carrera de la vida”, tratando de describir brevemente con ello lo que a lo largo de la existencia se ha vivido… Pues bien, parafraseando algunos textos evangélicos, y conjuntando la información que “sabemos” acerca de Nuestro Señor, vamos a tratar de redactarlo.

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CURRÍCULUM VITAE

Nombre: Jesús (disculpe la brevedad, antes no se usaban los apellidos). Dirección: Nací en Belén, pero mis padres emigraron a Egipto (Ver Mt 2, 13 – ss). Cuando hubo muerto el rey Herodes, mi padre terreno (a quien de cariño le llamo “José”) quiso que volviéramos a nuestro lugar de origen, pero no fue posible (Ver Mt 2, 22)… entonces, nos fuimos a Nazaret (Ver Mt 2, 23). Sin embargo, si quieres saber dónde vivo ahora, tendría que responderte que “el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza” (Mt 8, 20). Teléfono: En mis tiempos no existían los aparatos electrónicos, pero… puedes llamarme cuando gustes y pronto te responderé (Ver Rom 10, 13). Padre: Bueno… déjame ser preciso. Tengo dos papás. Sí, uno es Dios (Ver Mc 1, 1), mi Padre del Cielo… otro, como ya te había adelantado, es “José”, mi padre en la tierra (Ver Mt 1, 16), un carpintero oriundo de Belén y descendiente del Rey David. Madre: María, doncella de Nazaret (Ver Lc 1, 26 – 27). Hermanos o hermanas: En mis tiempos, estos términos eran muy “flexibles”. Con ellos se podía designar a los parientes o incluso a los paisanos (Ver Mc 3, 31 – 35). Como puedes ver: ¡Tengo muchos! Escolaridad: Las bases de mi educación se las debo a mis padres. Pero no continué los estudios especializados de la Ley. La gente se pregunta a veces “de dónde me viene tanta sabiduría” (Ver Mt 13, 54). Idiomas: La lengua que hablábamos en mi tierra era el arameo (una especie de “dialecto” semita). Pero podía leer el hebreo (Ver Lc 4, 16). También podía platicar con los romanos, quienes hablaban el latín (Ver Mt 8, 5 – 13). En una ocasión, gracias a mis apóstoles Felipe y Andrés, pude también acercarme a los griegos (Ver Jn 12, 20 – ss).

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Salud: Podría decir que es buena… a veces el trabajo “no me deja tiempo ni para comer” (Mc 3, 20), pero desde los treinta años me he dedicado de lleno a proclamar el Reino de Dios (Ver Lc 3, 23). Referencias personales: Hay mucha gente que me sigue, y muchos más creen por su testimonio (Ver Mt 21, 10 – 11). Bastantes personas han visto lo que yo he hecho, puedes preguntarles con confianza acerca de mí (Jn 18, 19 – 21). Objetivo: Mi Padre me ha encomendado una difícil misión: salvar a los hombres (Ver 1 Tim 2, 4). Yo no quiero hacer mi voluntad, sino la suya (Ver Mt 26, 39). Y la vida eterna consiste en: “Que conozcan al Dios vivo y verdadero, y a su enviado, Jesucristo” (Ver Jn 17, 3).

LA BUENA NOTICIA

“Ya que muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros,

según nos lo transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares de la palabra,

también yo he creído oportuno, después de haber investigado cuidadosamente

todo lo sucedido desde el principio, escribirte una exposición ordenada…”

(Ver Lc 1, 1 - 3)

Jesús vive Los primeros creyentes en Jesús, después de su muerte, concuerdan en un dato permanente e inalterable: ¡El crucificado vive para siempre junto a Dios, como esperanza para nosotros! No todo acabó en el sepulcro. En la mañana de la resurrección, los ángeles hacen una pregunta a las mujeres: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado (Ver Lc 24, 5 – 6). Es la pregunta que la Iglesia hoy propone a todos los hombres que buscan la fuente y plenitud de vida. Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó en medio de su pueblo con milagros, prodigios y señales; que conforme a su plan salvador lo entregó en manos de los hombres y éstos lo rechazaron crucificándolo y matándolo. A ese Jesús de Nazaret, Dios lo ha resucitado y permanece vivo para siempre (Ver Hch 2, 22 – 36). Después de la resurrección de Jesús, los primeros discípulos se fueron reuniendo como comunidad, tratando de vivir las enseñanzas del Maestro Jesús. Algunos de estos primeros cristianos narraron la experiencia del Resucitado en los pequeños libros llamados “Evangelios”; unos de ellos serán discípulos directos, otros narrarán lo que la comunidad conservaba e iba transmitiendo de sus dichos y hechos.

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Los Evangelios presentan a Jesús vivo En los Evangelios encontramos los episodios más significativos de la vida de Jesús y sus principales enseñanzas. Sin ellos, la memoria del Señor habría quedado reducida a escasas informaciones de los historiadores de su época o a vagos recuerdos literarios. Sin embargo, los Evangelios son algo más que una colección de noticias sobre Jesús, son “experiencias de un encuentro con una Persona” que los primeros discípulos van transmitiendo como quien encuentra un tesoro. La Palabra y la Vida de Jesús era una “Buena Noticia”, es lo que significa la palabra “Evangelio”. Jesucristo no nos dejó escrito ningún documento en el cual nos explicara el contenido de sus enseñanzas, sino que habló como nadie había hablado: Dirá el Evangelio de Marcos: “La gente estaba admirada de todo lo que decía, porque les enseñaba con autoridad y no como los maestros de la ley” (Mc 1, 22). Él no es uno de los escritores sagrados, sino la Palabra de Dios, el Verbo hecho hombre (Ver Jn 1, 1 – 14). Esta Palabra llegó a los oídos de multitudes que quedaban asombradas y hambrientas de escucharla (Ver Lc 6, 17 – 18). El impacto que esta palabra producía en los oyentes, de manera especial en los Apóstoles, no pudo quedarse en el olvido, sobre todo después que el Espíritu Santo irrumpió en su vida. Ellos fueron a anunciarla a todas partes. A este anuncio se le llamó “Evangelio”, por la Buena Noticia que daban: la llegada del Reino de Dios. Este reinado se manifestó en signos, sobre todo a favor de los más necesitados, como son los pobres, los enfermos, los cautivos, los oprimidos y los pecadores (Ver Mt 11, 5; Lc 4, 18; 5, 32; 7, 22; 8, 1 – 2). En otros textos del Nuevo Testamento, el Evangelio no es únicamente la llegada del Reino de Dios, sino el mismo Jesús: Él es el Evangelio; y comprende la proclamación de sus palabras y sus obras, de su muerte redentora y de su resurrección gloriosa. Esta “Buena Nueva” tiene que ser predicada en el mundo entero (Ver Mt 28, 18 – 20; Mc 16, 15). Con el tiempo se empezaron a poner por escrito los dichos y hechos de nuestro Señor. Sin duda fueron varios volúmenes, pero los que tuvieron más importancia y que la Iglesia conservó como “escritos inspirados” fueron cuatro Evangelios, el de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan. Evangelio de Marcos Fue el primero en escribirse, quizás entre los años 60 y 70 d.C., y es el más corto de los cuatro, apenas tiene 16 capítulos. Los destinatarios del Evangelio son, en su mayoría no judíos, a quienes Marcos tiene que explicar expresiones y costumbres judías (Ver Mc 5, 41; 7, 3). Probablemente pertenecían a una pequeña comunidad establecida en la ciudad de Roma. El tema central del Evangelio es la identidad de Jesús: Jesús es el Mesías (Ver Mc 1, 14 – 8, 30), Mesías sufriente e Hijo de Dios (Ver Mc 8, 31 – 16, 8).

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Evangelio de Mateo Mateo responde a la situación que vivía su comunidad (judío – cristianos), mostrando que Jesús es el Mesías, explicando que la Iglesia ha heredado la misión de Israel y ahora es el nuevo pueblo elegido de Dios, donde se hace presente el Reino de los cielos e invitando a los cristianos a vivir las enseñanzas del Señor. Su Evangelio centra la atención en la presentación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios (Mt 1, 14 – 16); en el anuncio del Reino de los Cielos (Mt 4, 17 – 16, 29); la invitación a los discípulos al seguimiento del Mesías sufriente (Mt 16, 21 – 18, 20). Quizás hubo varias redacciones del Evangelio de Mateo (hay quienes hablan de un “Mateo Arameo”, escrito probablemente en un dialecto vulgar en tiempos de Jesús, pero del cual no se tiene el menor rastro), la redacción final en griego sería alrededor del año 85 d. C. Evangelio de Lucas La comunidad a la que se dirige Lucas pertenece a la segunda generación cristiana que vive en el mundo helenista (influenciado por la cultura griega y romana). Es una situación nueva, con nuevos problemas, a los cuales el evangelista trata de responder desde el misterio de la Pascua de Jesús, aclarando cuál es el sentido de la historia, qué papel juega en ella y cómo debe ser la vida diaria de los discípulos. La historia es el espacio donde se realiza el Plan de Dios, que consiste en salvar a los hombres, por eso debe entenderse como una historia de salvación. Lucas hace primeramente una presentación de Jesús como el Salvador, el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios lleno del Espíritu Santo (Lc 1, 5 – 4, 13), luego narra su actividad en Galilea (Lc 4, 14 – 9, 50), el viaje a Jerusalén (Lc 9, 51 – 19, 28), y su actividad en la Ciudad Santa, finalizando con la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús (Lc 22, 1 – 24). La redacción final del Evangelio de Lucas fue por el año 81. Los primeros tres evangelios se llaman Sinópticos, por coincidir mucho entre sí. Poniéndolos en tres columnas paralelas, es posible dar sobre ellos una fácil “mirada de conjunto”, expresión que en griego se dice “sinopsis”. Estos fueron escritos en fechas diferentes, unos cuarenta años después de la Pascua del Señor, lo que significa que en todos estos años se transmitió el contenido de los evangelios oralmente (de viva voz, no por escrito). Es conveniente subrayar esta forma de transmisión del mensaje divino, para entender la importancia que tiene la Tradición de la Iglesia, que para los católicos es justamente una de las principales fuentes de este mensaje de salvación. Evangelio de Juan El cuarto Evangelio, el de San Juan, fue escrito entre los años 80 y 100 d. C. Se distingue de los otros tres, narrando milagros muy importantes que no se encuentran en los demás, como el del agua convertida en vino en Caná (Jn 2, 1 – 12) y la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1 – 44). Además narra largos discursos, como el que sigue a la multiplicación de los panes (Jn 6). Así también se nota una Cristología mucho más desarrollada, insistiendo sobre la divinidad de Cristo. Es un Evangelio Espiritual y con alto contenido teológico.

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Podría considerarse una “respuesta” a la situación que vive su comunidad: a la polémica sobre la humanidad y la divinidad de Jesús, el evangelista responde profundizando en el misterio de su Encarnación y de su muerte. Ante la tentación de huir del mundo, exhorta a los discípulos para que afiancen su fe y unidos a Jesús salgan al mundo para dar testimonio de la verdad. La finalidad del cuarto Evangelio está expresada claramente al final del capítulo 20: “Jesús hizo en presencia de sus discípulos muchos más signos de los que han sido narrados en este libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan en Él vida eterna…”

DESDE LA EXPERIENCIA DEL RESUCITADO

“Buscan a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí.

Miren el lugar donde lo pusieron…” (Ver Mc 16, 6)

Un hecho fundamental y fundante de nuestra fe La resurrección de Jesús es la verdad fundamental y fundante del cristianismo. Afirmamos que Cristo resucitó por el poder de Dios, y verdaderamente… No se trata de un fantasma ni de una mera “fuerza de energía”; no es un cuerpo “revivificado”, como sucedió con Lázaro o el hijo de la viuda de Naím, quienes volvieron a morir… su presencia, en medio de los Apóstoles, no era una simple “alucinación” o un “estrés colectivo”... Cuando decimos que “Cristo vive” no estamos usando sólo una manera de hablar, como suelen pensar algunas personas… como si se tratara de una mera forma de crear “paz” en medio de tantas “guerras”, o para decir simplemente que Él vive en nuestros recuerdos y memorias... La Pasión de Cristo es un hecho histórico, y los eventos de su trágico final terreno sacudieron el mundo de su época, para luego transformar la historia de todos los siglos. Los discípulos no pudieron “inventarse” la resurrección de Cristo, pues de hecho Jesús les echó en cara su incredulidad (Ver CCEC 127). Cristo vive, y para siempre, con su mismo cuerpo, con el que vivió y murió, pero este cuerpo ha sido transformado y glorificado (Ver 1 Co 15, 20) de manera que ahora goza de “un nuevo orden de vida”, de uno como jamás vivió un ser humano… La vida del Resucitado La misma vida de Cristo la vivimos ahora por la gracia de Dios. Los que son de Cristo participan ya de esta vida nueva desde su bautismo. Esta vida activa, este “motor” espiritual, se llama “Gracia”.

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La gracia de Dios nos da fortaleza, esperanza y la posibilidad de tener un amor “sobrenatural”, muy por encima de nuestros afectos. Nos hace capaces de comprender el sentido profundo de la vida y de las luchas cotidianas, porque nos comunica la “perspectiva de Dios”. Así, los cristianos, movidos por el Espíritu Santo, vivimos en la gracia de Dios, preparándonos para la continuación de su vida eterna, después de experimentar la muerte. Esta vida de Cristo la vivieron los santos (Ver Rom 6, 8), y de una manera ejemplar. Todos podemos imitarlos, pues todos estamos llamados a ser santos también. Sin la gracia de Dios, los hombres caemos en el pecado, en un gran vacío, en una vida sin sentido… La muerte, tanto la espiritual como la física, es la consecuencia del pecado que entró en el mundo por culpa de nuestros primeros padres. Desde entonces, estamos sometidos a la muerte física, pero el “aguijón del pecado”, como diría San Pablo, ha sido reemplazado por la esperanza cierta de la resurrección. Jesucristo “pagó” el precio por nuestros pecados, y nos redimió con su muerte ignominiosa de cruz. Conquistó, así, a todos sus enemigos… y el último enemigo en ser destruido, al final de los tiempos, será la muerte (Ver 1 Co 15, 26). Por eso afirmamos que la muerte no es el final. Porque los que mueren en Cristo, con Él vivirán eternamente. La Carta a los Hebreos afirma que se vive y se muere una sola vez (Ver Heb 9, 27), pero durante nuestra vida mortal decidiremos el rumbo de nuestra eternidad. Todos resucitaremos. Pero Cristo, resucitado, es el primero de todos (Ver 1 Co 15, 20). Con su cruz y su resurrección, Él ha abierto las puertas para que nuestros cuerpos mortales también resuciten. Por eso, los cristianos no sólo creemos en la resurrección de Jesús sino también en “la resurrección de la carne”, es decir, en la resurrección de todos los hombres… unos para la vida… otros para la eterna condenación…

LOS NOMBRES DE JESÚS

“Le pondrás por nombre Jesús” (Ver Lc 1, 31)

Leyendo los Evangelios nos sorprende la variedad de nombres que se le dan a Cristo, ya sea por parte de los evangelistas o porque el mismo Cristo se los aplica a sí mismo: Camino, Verdad, Vida, Pastor, Rey, Luz, Pan, Maestro, Compañero de camino, Resurrección, Vida, Salvador, Mesías, Cordero de Dios, etc. Esto nos demuestra la riqueza inmensa que encierra el corazón de Cristo. Acerquémonos, pues, al Evangelio para descubrir la hondura y profundidad de su Amor. Retomemos el comentario del P. Antonio Rivero, quien nos habla al respecto: A lo largo de los Evangelios podemos descubrir diversos títulos de Jesús. Todos nos demuestran que ha sido el hombre más grande de la historia. Muchos hombres han sido admirados, pero no siempre amados. Jesucristo es el único hombre que ha sido amado más allá de su tumba.

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A los dos mil años de su muerte, legiones de hombres y mujeres, dejando su familia paterna y su familia futura, sus riquezas y su Patria, despojándose de todo, han vivido sólo para Él. Jesucristo ha sido amado con heroísmo. Millares y millares de mártires dieron por Él su sangre. Millares y millares de santos centraron en Él su vida. Jesús ha sido también el hombre más combatido de la humanidad. ¿Qué tendrá este hombre que murió hace dos mil años y hoy molesta a tantos vivos? ¿Qué tendrá este hombre que sigue enterrando a sus mismos enemigos y Él sigue vivo? ¿Quién es Jesús? Fray Luis de León ha escrito lo siguiente: "Vienen a ser casi innumerables los nombres que la Escritura divina da a Cristo, porque le llama León y Cordero, y Puerta y Camino, y Pastor y Sacerdote, y Sacrificio y Esposo, y Vid y Pimpollo, y Rey de Dios y Cara suya, y Piedra y Lucero, y Oriente y Padre, y Príncipe de Paz y Salud, y Vida y Verdad, y así otros nombres sin cuento".

¿Quién es, pues, Cristo?

Aún resuena en nuestros oídos la pregunta que el mismo Cristo formuló hace dos mil años: "¿Quién dice la gente que soy yo?" (Mt 16, 16 - 17). A esta pregunta respondió su mismo Padre celestial, respondió la gente que le vio y le escuchó, y respondió el mismo Jesús. Todos los títulos que se le dan nos demuestran la riqueza escondida en Jesús, el Hijo de Dios. Es la riqueza que Dios Padre quiso compartir con la humanidad. Cada uno de nosotros va haciendo a lo largo de la vida diversas experiencias de Jesucristo. Lo importante es estar abierto a este Pozo insondable y acercarnos cada día a sorber aunque sólo sea una gota de su agua saciativa y refrescante. Ojalá terminemos nuestra vida con el nombre de Jesús en nuestros labios y en nuestro corazón. Con solo escuchar este nombre el alma se pacifica, el corazón se enardece y se ensancha. ¿Cómo no predicarlo por todos los rincones del mundo? En Él está la salvación. Jesús San Mateo nos dice así, de parte del ángel: Le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 21). Son palabras del ángel a José. Este nombre expresa la misión del Hijo de Dios al encarnarse. Revela el motivo de la encarnación. Jesús en lengua hebrea se dice Yehoshuah y quiere decir Yahvéh salva, Dios salva; quiere decir, pues, Salud - dador. Este el nombre que resume todos los demás que enunció Fray Luis de León. Es el nombre más suave. Así lo dirá san Bernardo: Nada más suave de cantar, nada más grato de oír, nada tan dulce de pensar, como Jesús, Hijo de Dios. ¡Jesús! No existe bajo el cielo otro nombre, dado a los hombres, en el cual hayamos de salvarnos (Ver Hch 4, 12).

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Jesús: Cordero de Dios Así lo nombró Juan Bautista a orillas del Jordán (Jn 1, 29). ¿Qué quiso decir Juan? Tal vez estaba indicándolo como el verdadero Cordero Pascual (Ver Ex 12, 6), o tenía en mente el cordero del sacrificio cotidiano en el templo (Ver Ex 29, 38); o tal vez al Siervo de Yahvéh, de Isaías, llevado al matadero como corderito mudo (Ver Is 53, 6 - 7); podía también querer resaltar su cualidad de inocencia o su disposición al sufrimiento. Es Cordero que quita el pecado del mundo, no sólo que lo lleva. Y san Juan dice que quita y no que quitará, para indicar y significar la virtud natural de Cristo de quitar los pecados. Jesús: Profeta Este es el profeta Jesús, de Nazaret en Galilea (Mt 21, 9 - 11). Jesús fue el Profeta esperado. ¿Qué es una profecía? Es un conocimiento impreso en la mente del profeta mediante una revelación divina; es una señal de la divina presciencia. ¿Qué clase de profeta: taumaturgo (que obra milagros), reformador, o mesiánico? Jesús no rechaza el intento popular de colocar su obra y su personalidad dentro del marco del profetismo, pero la supera porque no sólo anuncia la venida del Reino, sino que la realiza en Él mismo. Es profeta, también, porque es rechazado y perseguido; así supera la imagen del profeta mesiánico nacionalista, apocalíptico y espectacular. Como Profeta, Jesús tuvo conocimiento del corazón del hombre. Conocía lo que había en el corazón de Natanael (Ver Jn 1, 43). Conocía los pecados de la samaritana (Ver Jn 4, 17 - 18). Conocía las murmuraciones internas de los escribas cuando sana al paralítico (Ver Lc 9, 46). Conocía los juicios del fariseo cuando la pecadora lava sus pies con lágrimas (Ver Lc 7, 36 - 50). Conocía la traición de Judas (Ver Jn 13, 27). ¡Él conocía lo que hay en el corazón del hombre! Pero Jesús fue más que un Profeta. Y con sus profecías demostró que era enviado de Dios y además demostró que era Dios. Todo cuanto Él decía lo sabía como Dios y también como Hombre. Jesús: Mesías Elegido y ungido por Dios y enviado con una misión. Jesús no sólo no usa el término de Mesías, sino que positivamente tiene una actitud de ocultamiento y reserva en este sentido. Impone silencio a los demonios para que no lo descubran como Mesías (Ver Mc 1, 33; 3, 12; Lc 4, 41). Pero ocurre también que a Jesús le preguntan si es Él el Mesías y responde diciendo: Sí, pero...; sí, pero no del modo como ustedes lo piensan... Su mesianismo va a escandalizar, va a defraudar a muchos, va a ser signo de contradicción, una piedra de escándalo para los judíos. Cristo había sido reacio a confesar públicamente su identidad mesiánica. Tenía el peligro de que le entendieran en sentido político - nacional, cuando su misión era otra muy distinta. Y cuando lo confesó públicamente en la Pasión, ante el sumo sacerdote, fue tratado de blasfemo… y fue condenado a muerte…

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Jesús: Hijo de David Jesús no se lo aplica nunca espontáneamente, aunque tampoco lo niega cuando se lo atribuyen (Mt 21, 9 - 15). La muchedumbre lo considera como hijo de David (Mt 12, 23 - 27; Mc 10, 47 - 48; Lc 18, 38 - 39); pero Jesús no reivindica dicho título, como si tuviese miedo a la exaltación política que ello traería consigo. Era en tiempos de Jesús uno de los títulos de más acusado trasfondo político. Jesús: el Hijo del hombre Tiene estos sentidos: Primero: Hijo del hombre en clara referencia al texto de Daniel (7, 9 - 14). Con ellos viene a indicar que su mesianismo es divino. En efecto, el hijo del hombre es preexistente, proviene del cielo y aparece junto al anciano sobre la nube, lugar de las manifestaciones de Dios. Segundo: Jesús, al usar el título de hijo del hombre, lo hace en conexión con la función del siervo de Yahvé, en cuanto que su mesianismo de origen divino y trascendente se realiza con la misión de redimir a la humanidad (Mt 20, 28), perdonar los pecados, juzgar, consolar a los pecadores. Jesucristo emplea este título ochenta y dos veces. Tercero: Hijo del hombre por ser verdadero hombre. Es el hijo de hombre más extraordinario de todos. Hijo de hombre porque sufrirá todo tipo de humillaciones, porque no tendrá donde reclinar la cabeza. Une la función del Hijo del Hombre con la del siervo de Yahvé humillado, servidor y sufrido. Jesús: Maestro Es curioso ver que de un total de cincuenta y ocho veces en que aparece la palabra maestro en el Nuevo Testamento, cuarenta y ocho se encuentran en los evangelios, y cuarenta y uno referido a Jesús. En muchas ocasiones se dice en el evangelio que Jesús enseña a los discípulos y a la gente. La actividad pública de Jesús se caracteriza por su enseñanza, por lo que parece justificado hablar respecta a Él designándolo como Maestro. Jesús enseña en los lugares públicos de carácter religioso, dirigiéndose a la gente que allí se reúne: en la sinagoga los días de sábado y en el área del templo. Ocasionalmente los evangelios mencionan la actividad de enseñanza al aire libre, o en las plazas de la aldea. La instrucción de Jesús se dirige a la gente sin distinción alguna, sólo en contadas ocasiones se dirige a los discípulos por separado. La forma de enseñanza de Jesús corresponde a la de la tradición bíblica, sapiencial y de las escuelas judías: sentencias proverbiales, semejanzas, parábolas, etc. Jesús: Señor Superior a todos, de condición divina. El título Señor se refiere más directamente a las relaciones de Cristo con nosotros. La función magisterial de Jesús, según el primer evangelista, tiende a

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coincidir con la de Señor de los discípulos, hasta el punto de que ninguno de ellos puede arrogarse el título de maestro. En concomitancia con esta acentuación del papel autorizado de Jesús en el evangelio de Mateo, los discípulos se dirigen a Jesús dándole el título de Señor, mientras que son los demás, los de fuera, los que llaman a Jesús maestro. También el evangelio de Lucas revela esta tendencia a reservar el uso del título maestro para los que son extraños al grupo de los discípulos, mientras que estos últimos llaman a Jesús Señor. Jesús: Hijo de Dios Jesús al presentar al Padre, indirectamente se está revelando a sí mismo como el Hijo en un sentido único y trascendente. No es que busque su gloria al revelarse como el Hijo; es que al revelar la gloria del Padre, inevitablemente revela la suya propia. Es en el evangelio de san Juan donde Jesús se presenta como el Hijo en un sentido único y trascendente. La relación única entre ambos la presenta mediante un conocimiento mutuo único (Jn 1, 18; 10, 15; 17, 25), un amor recíproco también exclusivo (Jn 5, 20; 14, 31; 17, 24. 26), mediante la unidad de ambos en la acción (Jn 5, 17. 19 - 20. 30), que hace que los dos sean una misma cosa (Jn 14, 10; 17, 21 - 22). De este modo, quien honra al Padre honra al Hijo (Jn 5, 22 - 27), y quien ve al Hijo ve igualmente al Padre. Este es el secreto de la vida íntima de Jesús: su filiación divina. Hay en él, junto a su condición divina, una atracción continua del Padre, un deseo de estar a solas con Él; deseo que a veces sólo puede cumplir quedándose toda la noche de oración tras una jornada agotadora de actividad. Parece como si la esencia misma de la personalidad de Jesús fuese su relación con el Padre. Era algo “obsesivo” en Él. Incluso le llamaba Abbá, papá, expresando así la conciencia de su filiación divina. Jesús nos ha introducido por adopción en la relación única filial que él mantiene con el Padre. Ser cristiano es ser hijo en el Hijo. Jesús: Mesías, el Hijo de Dios vivo Jesús no se auto designa nunca como el mesías. Son los otros, los discípulos o la gente quienes lo llaman mesías, cristo, o con fórmulas equivalentes como hijo de David. No sólo Jesús no se presenta nunca como mesías, sino que se muestra reticente y en algunos casos contrario frente a semejante reconocimiento por parte de los demás. Incluso cuando Pedro le confesó como Mesías, les impuso a todos los apóstoles severamente que no hablasen de él a nadie (Ver Mc 8, 30). Se trata del famoso secreto mesiánico. ¿Por qué? Porque había tendencia de entender el término Mesías desde el punto de vista demasiado político y social. Y Jesús quería evitar a toda costa ese significado. No es un mesías político ni social, sino un mesías espiritual, un ungido de Dios, que nos salvó del pecado a través de su pasión y muerte en la cruz. No vino a instaurar un mesianismo nacionalista judío. Incluso la fuerte acentuación religiosa de su proyecto, que incluye una nueva

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imagen de Dios - Padre que acoge a los pobres, a los pequeños y desamparados, a los pecadores y a los extranjeros, choca abiertamente con la visión de un mesianismo político. Además, la propuesta de una síntesis ética que se caracteriza por el amor gratuito y universal que abraza incluso a los enemigos no se presta a la realización de un programa mesiánico de tipo revolucionario y socializante. De hecho, Jesús, con sus opciones y su toma de posición, defraudó las esperanzas mesiánico - nacionalistas. Jesús: Salvador Jesucristo vino a salvar al hombre, no tanto a las circunstancias molestas. Por eso, aún con la venida de Cristo Salvador, perdura el mal en el mundo, sobre todo el mal físico (Ver Mt 19, 12 - 13; Mc 1, 14 - 15).Vino a salvar a todo el hombre: sea en el alma, sea en el cuerpo. Y vino a salvar a todos los hombres (Ver Mt 28, 19 - 20). Esa salvación supuso un cambio interior del hombre. La salvación de Cristo nos hace hombres nuevos. ¿Cómo nos salvó? Encarnándose, muriendo por nosotros, satisfaciendo y reparando nuestro pecado. Nosotros recibimos la salvación reconociéndonos pecadores, abriéndonos a esa salvación en los sacramentos. Estamos llamados a ser co - salvadores con Cristo, mediante nuestro sacrificio, nuestro apostolado directo. Jesús: Siervo de Yahvé Este calificativo hace referencia al hecho de que está íntimamente unido a Dios y que sufrirá por nosotros. Jesús: Sumo sacerdote Sumo Sacerdote, pues es el puente más directo para unirnos a Dios (Ver Hb 4, 15). Jesús: Mediador Ya que es el intermediario ante Dios de nuestras necesidades (Ver 1 Tim 2, 15). Jesús: Juez Porque nos juzgará en el último día (Ver Mt 25).

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JESÚS Y EL DIOS DEL REINO

“Después del arresto de Juan, Jesús se fue a Galilea, proclamando la buena noticia de Dios.

Decía: El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando…”

(Ver Mc 1, 14)

El tema central de la predicación de Jesús era la soberanía real de Dios. Jesús inaugura su actividad liberadora y salvífica proclamando como buena noticia (como “Evangelio”) la llegada del Reino de su Padre: “El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca: Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). El Reino de Dios es, por tanto, el centro de la predicación y del mensaje de Jesús. Él mismo reconoce que para eso ha sido enviado por el Padre: “Debo anunciar también a las otras ciudades la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso fui enviado” (Lc 4, 43). Jesús vive para la “causa del Reino” Jesús aparece en los Evangelios como un hombre apasionado por una causa: Anunciar y hacer presente el Reino de su Padre, Dios. Nosotros llamamos “causa” a aquello que atrae hacia sí toda la vida de una persona… aquello por lo cual vale la pena vivir. El Reino de Dios fue la causa de Jesús de Nazaret, la pasión que animó toda su vida, su proyecto, su misión principal. A ello dedicó toda su actividad, su tiempo y sus fuerzas. El significado del Reino en labios de Jesús La palabra “Reino” no tiene un sentido territorial o estático, como lo concebimos en nuestro lenguaje común. No se trata, pues, de un lugar o de un Reino político. Esta palabra tiene un sentido dinámico: Es la soberanía de Dios ejerciéndose “en acto”, es decir, es “la acción” de Dios para establecer o modificar el orden de cosas. De allí que la traducción más adecuada sería: “Reinado de Dios”. Para los judíos, el Reino de Dios era la realización del ideal, hasta entonces jamás cumplido sobre la tierra, de un Rey justo. El Reino de Dios, predicado por Jesús, es la “actuación de Dios para que se haga realidad ese reino de justicia”. Pero no la justicia del Derecho Romano (dar a cada quien lo suyo), sino la justicia en el sentido de los pueblos orientales, que consiste en defender al que por sí mismo no puede defenderse: El débil, el pobre, el huérfano, la viuda… por eso, Jesús dice: “Felices los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios” (Lc 6, 20). El Reino se hace presente en Jesús Jesús anuncia y hace presente el Reino de su Padre Dios con palabras y con obras. Para explicarnos las características, el significado y las condiciones necesarias para aceptar ese Reino y vivir

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conforme a él, Jesús utilizó narraciones o historias breves, en forma de parábolas (Ver Mt 13, 1 – 50; Lc 10, 30 – 37). Jesús “se sirve” de estas comparaciones para exponer su idea del Reino. Sin describir “lo que es”, sí nos explicó “cómo es”… Casi todas las parábolas están sacadas de la vida ordinaria de sus oyentes (la siembra, la ciega, la pesca, el hacer el pan, el comercio…), o de imágenes del Antiguo Testamento, muy familiares a los judíos (la viña, el banquete, la boda…). Por eso, eran fácilmente comprensibles. Pero lo verdaderamente sorprendente es el uso que de ellas hizo Jesús: Compara el Reino de Dios a un sembrador; a un amo del campo, que para bien del trigo, espera arrancar la cizaña; a unos pescadores que cogen peces buenos o malos; a un comerciante que busca tesoros… ¿Hay cosas más ordinarias que estas? ¿Cómo es posible que el Reino de Dios pueda compararse a acciones tan rutinarias y sencillas? Estos son, además, trabajos “del pueblo”, de la gente sencilla y pobre… como si Jesús pretendiera afirmar que el Reino se encuentra en sus vidas, que no hay que buscarlo lejos, en hechos maravillosos, en personajes extraordinarios ni distantes. La salvación forma parte de la vida de cada día, y de los actos más ordinarios que constituyen nuestra existencia. En otras parábolas, comparando el Reino con imágenes del Antiguo Testamento, Jesús las emplea de forma muy poco común: Los viñadores se rebelan contra su amo y se les quita la viña, es decir, les será quitada al pueblo judío y se les dará a otros… En el banquete, por ejemplo, no participan los que habían sido invitados, sino los cojos, mancos, lisiados… es decir: los marginados. Jesús hace, entonces, con las parábolas, una “nueva interpretación” del Antiguo Testamento, de sus imágenes y de sus promesas. Además, el Reino aparece, según Jesús, sin brillantez, como algo insignificante, como una semilla o un poco de levadura. Pero, oculta en ella, hay una enorme fuerza traidora. ¡Qué concepción más contraria a la de aquellos hombres que esperaban una aparición milagrosa, imponente y terrible de Dios, para destruir a todos los enemigos de Israel! (Mt 13, 31 – 33). El Reino se encarna en la historia y sigue su ritmo, su fuerza no está en colocarse por encima de ella, sino en la capacidad de transformarla desde dentro. Pero Jesús no solo anunció el Reino de Dios, sino que también lo hizo presente con su vida: Curando a los enfermos, perdonando los pecados, expulsando al demonio, participando en la mesa con los más pequeños, y prefiriendo a los pobres y a los despreciados por la sociedad judía… Esta es una clara invitación para que nosotros lo hagamos presente en nuestras vidas.

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El Reino de Dios como plenitud de vida Podemos decir, con otras palabras, que el reino de Dios equivale a la plenitud de vida que Jesús ofrece a cada hombre y a la humanidad entera. Él mismo lo dice: “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10). Es una plenitud de vida que abarca todas las dimensiones de la existencia:

a) Los aspectos humanos (curación del cuerpo) y espirituales (el perdón de los pecados). b) La dimensión individual (realización de la persona) y social (construcción de una sociedad

más justa y fraterna). c) Lo presente (ya que se realiza “aquí y ahora”) y lo futuro (llegará a su plenitud al final de

los tiempos). El Reino de Dios, como plenitud de vida, tiene como destinatarios preferenciales a los más “débiles” de la sociedad: los pobres, los oprimidos, los olvidados de la sociedad. Las características de este Reino 1. Es una gran noticia El Reino de Dios es una “Buena Nueva”, ya que proclama la intervención transformadora y liberadora de Dios en la historia. Dios “interviene” en el mundo de una manera nueva; esta es la buena noticia que llena de esperanza y ánimo a toda persona de fe. 2. Ya está entre nosotros El Reino de Dios ha comenzado con la presencia de Jesús y con su práctica liberadora. Sus “signos” nos manifiestan que el Reino de Dios es liberación de males concretos (como el hambre, enfermedades, desesperanza del pecador despreciado…) y de opresiones históricas, como la marginación injusta. El Reinado de Dios no es sólo un anuncio o una promesa; es ya una realidad naciente, germinante: ¡Ya está en marcha! 3. No termina en este mundo En su etapa histórica, el crecimiento del Reino de Dios es más bien lento. Su plenitud pertenece al futuro, cuando desaparezca definitivamente el llanto, el dolor y la muerte (Ver Ap 21, 4-5). Por tal motivo, el Reinado de Dios ofrece a la historia humana un futuro de “esperanza”. 4. Es don de Dios y tarea del hombre El Reino sólo Dios puede darlo; no es fruto directo de nuestros méritos, de nuestras virtudes o esfuerzos. Es un regalo de Dios, es algo que recibimos gratuitamente, es una gracia divina. Nuestra tarea consistirá en reconocer su llegada, recibirlo en nuestro corazón y en nuestra vida, quitar los obstáculos que se oponen a él y hacerlo presente en nuestra sociedad…

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El hecho de que el Reino se nos dé gratis no significa “pasividad”. El Reino de Dios exige la colaboración y la responsabilidad activa del hombre. Es un don, pero también es un compromiso serio que pide poner la parte que nos toca a cada uno de nosotros en su construcción. 5. Exige conversión El Reino de Dios pide una respuesta por parte del hombre: la conversión. No se trata solo de una conversión de corazones (cambiar mi mentalidad, el propio yo), sino también de un cambio profundo en las relaciones con los demás y en las estructuras sociales que provocan los signos del anti- reino (explotación, hambre, guerra, marginación, etc.). La conversión se manifiesta en la acogida y vivencia de los valores del Reino: confianza filial en el Padre, amor a los pobres, sencillez de niños, espíritu de servicio, humildad y mansedumbre, rectitud de corazón, pobreza, etc. Este cambio está expresado en las bienaventuranzas como el gran camino a la santidad que todos los seguidores de Jesús deberán hacer realidad en sus vidas. 6. Pertenece principalmente a los pobres (CEC 544 – 545) El Reino de Dios, como lo anuncia e inaugura Jesucristo, pertenece principalmente a los pobres, a los más pequeños y a los pecadores… Jesús les anuncia la Buena Nueva (Ver Lc 4, 18), y los declara bienaventurados porque “de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5, 3). Él mismo identifica toda su vida con los pobres y pequeños y pone como condición para entrar en su Reino el amor a ellos (Ver Mt 25, 31 - 46). No porque los pobres se porten mejor que otros, sino porque así le pareció bien a Dios (Ver Mt 11, 25). De igual manera invita a los pecadores al banquete del Reino, pues no vino a llamar a los justos sino a los pecadores (Ver Mc 2, 17). Si se convierten de corazón, en el cielo habrá mucha alegría… Al final de su vida Él mismo aceptó la muerte para la remisión de los pecados y ante los ojos de la sociedad murió como un pecador: Pobre entre los pobres… para enriquecernos con su pobreza (Ver 2 Co 8, 9).

ORIENTACIONES PASTORALES

Como conclusión, enumeremos tres orientaciones pastorales:

Reconocer a Jesús como “el Cristo”, el “Señor”, implica también que nosotros nos reconozcamos sus siervos y dispuestos a ser “otros Cristos” para el mundo.

El Reino de Dios no fue sólo el proyecto de vida de Jesús, debe ser el nuestro también: “Ese Reino, que ya está presente entre nosotros, aunque aún no lo esté en su plenitud”.

Habrá que configurar nuestra cristología con la identificación del “Jesús histórico” con el “Cristo de la fe”. De lo contrario, estaremos “reduciendo” o “minusvalorando” a la fabulosa persona de Jesús de Nazaret. Recordemos, además, que de la concepción que tengamos del Señor, será la que proclamemos y enseñemos a los destinatarios de nuestro trabajo pastoral.

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