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DIRECTORIO Enero 2020

Año 8, número 87

Director José Luis Barrera Mora

Editor

Luciano Pérez

Coordinador Gráfico Juvenal García Flores

Web Master

Gabriel Rojas Ruiz

Consejo Editorial Agustín Cadena

Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva

Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández

Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:

Director

Juvenal Delgado Ramírez

www.avelamia.com

Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023

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Ave Lamia

@ave_lamia

ÍNDICE

EDITORIAL 3

IMAGEN DEL MES ILUSO

Juan Antonio Mojica 5

EL CHAVA FLORES A cien años de su nacimiento José Luis Barrera 6

A CIEN AÑOS DE LA ERA

DEL JAZZ

Luciano Pérez 12

MÁS MINIFICCIONES

De Los turbios femeninos

Adán Echeverría 19

EL ÁRBOL MALDITO

(SEGUNDA PARTE)

Beatriz Oliva Pérez Peña 22

LAS NUEVAS EXPERIENCIAS

Peter Handke 30

FEDERICO FELLINI

José Luis Barrera 34

ALGUNAS PROSAS

Luciano Pérez 41

SOBRE LOS AUTORES 44

www.avelamia.com 3

Iniciamos año, e inicia-

mos década. Estamos

ya en unos nuevos a-

ños veinte. Los de hace

un siglo, los de la era

del jazz, fueron maravi-

llosos, de los más fruc-

tíferos de la historia,

aunque concluyeron en

1929 con la pesadilla

de la depresión, el fa-

moso crack financiero

propiciado por inversionistas ambiciosos, que querían tener más de lo que ya tenían. Y

ahora no sabremos si habrá maravillas en los nuevos veintes, pero parece indudable que

continuarán más que nunca los inversionistas con sus pretensiones de dominio y poder. No

hubo nada maravilloso ni en los años cero ni diez del siglo XXI, así que no cabe esperar algo

mejor ahora.

Se dirá que los avances tecnológicos son la felicidad, y que gracias a ellos nunca

hemos estado mejor que ahora, y por eso un candidato presidencial prometió que, si él

ganaba, cada mexicano tendría una Tablet, de manera que ningún indigente se perdería los

movimientos de la Bolsa de Nueva York. No sabemos si esa Tablet nos sería vendida o

regalada, porque ese candidato no ganó, pero al tratarse de un candidato neoliberal no cabe

duda que hoy estaríamos, de hecho todo el país, endeudados con él. De modo que ningún

indigente tiene manera de saber cómo van los negocios neoyorquinos, mismos que, como

acabamos de mencionar, llevaron al crack, del que más tarde surgiría la Segunda Guerra

Mundial.

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Es ya 2020, y lo comenzamos en Ave Lamia celebrando en el centenario de su

nacimiento a una figura emblemática de la cultura popular mexicana, a Chava Flores, cuyo

ingenio nos hizo cantar de otra manera, es decir, cantar de asuntos nuestros, propios de las

vecindades del entonces llamado Distrito Federal, sobre todo en sus famosos sábados, y

también donde Pichicuás y Cupertino jugaban canicas, y donde los gorrones se aparecían

en todas las fiestas para comerse de todo sin costo alguno. Y cerraremos el año recordando

a un eminente filósofo y luchador social alemán, sin el cual Karl Marx no habría logrado

realizar su magna obra: son los doscientos años del nacimiento de Friedrich Engels. Será

buena oportunidad para sacar del olvido sus libros, que fueron muy leídos durante décadas.

Y a mitad del año recordaremos la Noche Triste, cuando los aztecas prácticamente ya

habían derrotado a los invasores españoles echándolos fuera de Tenochtitlan. Muchos de

los hispanos que huían se hundieron con el tesoro que llevaban, parte del cual fue hallado

cuando unas obras de la Línea 2 del Metro en el siglo pasado, y que seguramente algún

presidente se quedó con él, pues no se supo qué fue de todo lo encontrado. Ya nada se

habla de esto, pero Ave Lamia, desde el 2012 en que fue fundada, tiene buena memoria.

Que sin ésta no sabríamos nada de lo que fuimos antes. También en este año 2020

recordaremos los cincuenta años del inicio de los setentas. 1970 fue año de futbol en

México, y en el mundo fue el de la aparición a título póstumo del disco y la película “Let it be”

de The Beatles, que ya habían desparecido. ¡Quédate con nosotros, lector, que nos la

pasaremos bien!

Loki Petersen

www.avelamia.com 5

Tít

ulo

: Iluso

Art

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igita

l

Juan

An

ton

io M

ojica

www.avelamia.com 6

ay cronistas

que se saben

las historias

más añejas, obra de una

gran labor de estudio e in-

vestigación. Nos cuentan

las cosas de acuerdo a lo

que han leído y visto en ar-

chivos documentales. Mu-

chos de los hechos que na-

rran, sólo podían ser relata-

dos de esta manera, ya que

nadie que hubiera vivido

aquellas épocas, podría ha-

ber estado en la actualidad

para contárnosla de propia

voz. Esos a los que me re-

fiero aprovechan los docu-

mentos dejados por los an-

cestros para saber los suce-

sos de antaño y cómo eran

las calles, así como la vida

cotidiana de los habitantes

de otros tiempos. Hay otros

que no se dedican a investí-

gar, sino a narrar la vida de

su tiempo, dejando los do-

cumentos para que las fu-

turas generaciones puedan

saber sobre los usos y cos-

tumbres, la fisonomía y la

actividad de otra época. E-

so hicieron muchos de an-

taño, como por ejemplo

Bernal Díaz del Castillo en

la época de la Conquista, y

desde ese aquellos años

hasta la actualidad, ha habi-

do muchos más que dan

testimonio de los años que

les toca vivir. Lo importante

es que los segundos no tie-

nen que presumir erudición

para narrar la cotidianidad y

así dar cuenta de lo que pa-

H

Chava Flores, a cien años de su nacimiento

José Luis Barrera

www.avelamia.com 7

sa y cómo pasa, ya que en-

tre más popular se cuente

es mejor, y don Salvador

Flores Rivera, tenía la pri-

mera cualidad para hacer e-

sa labor, luego de haber na-

cido y vivido en el barrio de

la Merced, uno de los más

añejos y emblemáticos de

nuestra gran urbe. Y por si

fuera poco, durante su vida

se la pasó cambiando de

residencia de una a otra co-

lonia de la Ciudad de Mé-

xico. Muy a su estilo, a ese

respecto dijo en una entre-

vista para El universal:

“…No puedo explicarme por

qué era tan discriminatorio

que en el Castillo de Cha-

pultepec solamente dejaran

vivir a los presidentes. Pero

de una cosa estoy seguro.

Si en ese Castillo hubieran

dado oportunidad de que mi

padre rentara un cuarto con

baño y cocina, ¡ahí también

hubiera vivido!".

De su vida trashu-

mante recopilaba vivencias

que luego plasmaba en

canciones. Esa es la se-

gunda de las virtudes: verlo

de manera festiva y cho-

carrera, muy a la manera en

que los mexicanos vivimos

el día a día. Y no conforme

con narrar la vida de modo

ameno, aprovechaba para

darle rienda a su amplio co-

nocimiento de los albures

para irlos intercalando (diría

metiendo, pero corro el ries-

go de que don Chava regre-

se de su tumba para rever-

tírmela) entre sus crónicas

musicales. Y esta es por su-

puesto una tercera y gran

cualidad.

Otra gran cualidad de

Chava Flores es que era un

gran observador y contaba

a detalle hasta los aspectos

que pudieran pasar des-

apercibidos por obra de la

costumbre, algo así como

los abuelos que tenían el

gusto de relatarnos sobre el

tiempo que les tocó vivir. E-

sos viejos memoriosos que

tienen una necesidad de re-

memorar sus mejores años,

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se vuelven cronistas familia-

res en cuyas palabras po-

demos alimentar la imagina-

ción para remontarnos a a-

quellos años que no nos to-

caron vivir. Y vaya que él es

sin duda el abuelito de una

ciudad cuya fisonomía ha

cambiado demasiado, a la

par de sus costumbres y rit-

mo de vida. Nos cuenta de

cuando la Ciudad de Mé-

xico tenía ese entrañable

ambiente provinciano, con

sus bondades y sus vicios,

pero estos últimos no vistos

con desagrado, sino como

una forma de ser del mexi-

cano, en donde hay mucho

desorden y mucha incultura,

pero también mucha festivi-

dad y mucho ingenio. Cha-

va Flores me dejó claro que

los mexicanos no somos or-

denados como los japone-

ses, o los alemanes, pero

tenemos siempre la broma

a flor de labios, la parranda

como motivación y la pala-

brota como arma discursiva

elocuente.

Puedo decir que no

hay canción de Chava Flo-

res que no me guste, y las

más me hacen reír aunque

las haya escuchado con an-

terioridad; pero hay una en

tono serio que me fascina y

me hace retroceder en el

tiempo y casi vivir aquellos

años en que mi padre y mi

madre vivieron su juventud.

La canción Mi México de a-

yer, es una breve pero pro-

funda crónica de esa Ciu-

dad que comenzaba a cre-

cer. De hecho Chava Flores

en tono nostálgico nos ha-

bla respecto al desarrollo

que ya asomaba en aquella

época:

“Estas cosas hermosas,

porque yo así las vi,

ya no están en mi tierra, ya

no están más aquí.

Hoy mi México es bello

como nunca lo fue,

pero cuando era niño

tenía mi México un no sé

qué.”

Chava Flores veía la

cotidianidad de su entorno

como algo digno de ser

contado, y gracias a ello,

podemos saber cómo era la

vida de una barrio popular

de la Ciudad de México en

aquellos años. Por supues-

to muchas de esas narra-

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ciones pueden ser muy ac-

tuales, pero otras, que ya

no se volverán a ver, las sa-

bemos, gracias en gran par-

te, a esta crónica burlona

del autor de: Sábado Distr-

ito Federal, La interesada,

Pichicuas y Cupertino, La

boda de la vecindad, Los fri-

joles de Anastasia, El chico

temido, La esquina de mí

barrio y muchas otras, tan-

tas en las que se conjuga la

broma, el albur y las viven-

cias del propio compositor.

Por ejemplo, utilizan-

do una de las más famosas

frases del albur, desarrolla

una historia de un perso-

naje respetado y temido en

su barrio, no sin dejar por

supuesto de lado el albur:

“Yo soy el chico temido de la

vecindad

soy el pelón encajoso que te

hace llorar

Me llamo José Boquitas de la

Corona y del Real

yo soy del barrio el carita, las

chicas,

los chicos, me dan mi lugar.

Siempre me verás vistiendo

mi saco café

tiene sus ojales blancos y atrás

de piqué

si tú me cuentas los pliegues

verás que siempre uso tres

te echo de menos pelona

con tus medias rosas, tu falda

ye-yé.

Mi novia ya no es Virginia,

Quintina, ni Paz

ahora saco a Excrementina, la

saco a pasear

Es muy robusta del pecho, a

Prieto se la quité.

Es prima de Juan Derecho

caifán de los nuevos

huevos La Merced. Te hacía un

muchacho decente,

le dije al Caifán, pero eres

meco

y me sacas de quicio rufián.

Eres el mismo Satán, eres

como la tía Justa

que empuña la fusca mi

pelafustán.

Yo soy el chico temido, ya

llegó su tren

cuida a tu chico con vida, tu

papá ya bien,

besitos a los pelones y besitos

por allá

que te atropelle la dicha

y te saque pedazos de

felicidad.”

Otra de las cancio-

nes en las que con ingenio

va entretejiendo otra de sus

historias, pero ahora recor-

dando los nombres tan pe-

culiares (y hoy tan poco co-

nocidos) de la panadería

tradicional mexicana:

Concha divina, preciosa chilindrina de trenza pueblerina, me gustas al amar. Ven dame un bísquet de siento en boca y lima chamuco sin harina, pambazo de agua y sal.

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La otra semana te vi muy campechana pero hoy en la mañana panqué me ibas a dar. Deja esos cuernos para otros polvorones, Que sólo son picones de novia en un volcán Si me haces pan de muerto, te doy tu pan de caja, te llevo de corbata, de oreja hasta el panteón. Allí están los gusanos pa' tus preciosos huesos, nomás no te hagas rosca que te irá del cocol. A mi chorreada la quiero ver polveada, todita apastelada, aquí en mi corazón. Concha querida, te ves entelerida, pareces monja juida, tú que eras un cañón. Te di tu anillo, tu casa de ladrillo y ahora, puro bolillo, me sales con que no. Quieres de un brinco tu pan de a dos por cinco, ganancia en veinticinco y tus timbres de pilón. Gracias a Chava Flo-

res, conocimos cómo eran

las bodas, los quince años y

hasta los velorios en las ve-

cindades de antaño. Y por

supuesto hacía visible la vi-

da cotidiana de los barrios

que eran invisibilizados por

las clases medias preten-

ciosas y las clases altas

quisquillosas, que sólo te-

nían ojos para el desarrollo

que estaba llegando. Pero

Chava Flores tampoco tuvo

empacho en narrar ese cre-

cimiento de la Ciudad, le

dedicó canciones al Metro:

“…Al bajar a los andenes

escuché esta cantaleta:

─ al mirar llegar los trenes

no se aviente para entrar.

Si en diecisiete segundos

no ha podido, ni se meta,

ni se baje a la banqueta

que se puede rostizar…”

O cuando el Paseo

de la Reforma fue ampliado:

“…Vino la reforma, vino la

reforma,

Vino la reforma a Peralvillo.

ora si, las lomas, ya semos

vecinos,

¡ya sabrás mamón lo que es

bolillo!”

Ni los gorrones con

su itacate, ni los antes pun-

tuales aguaceros que se

caían en mayo, ni las pul-

querías con sus puestos de

comida afuera, ni los sue-

ños de grandeza del mexi-

cano pasaron desapercibi-

dos a la vista de don Cha-

va, quien nació un 14 de e-

nero de 1920, en el número

66 de la Calle de la Sole-

dad, en pleno barrio de la

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Merced. Su vida fue pre-

caria y se tuvo que desem-

peñar en diversos trabajos

desde los doce años. En

1952 debutó como compo-

sitor con los temas: Dos ho-

ras de balazos (que retrata

un enfrentamiento entre po-

licías y ladrones) y La ter-

tulia (en el que denota su

gusto por la bohemia). Tam-

bién tuvo un breve paso por

el cine en donde actuó en

seis películas, escribió un li-

bro llamado Relatos de mi

barrio que apareció en

1988. En 1981 anunció su

retiro ─debido a que ya no

podía cantar más─ en el

Teatro Ferrocarrilero donde

se despidió del público en-

tre lágrimas y ovaciones,

cantando:

“…Pero del chorro de voz

sólo me quedó el chisguete…”

Falleció el 5 de

agosto de 1987, sin ser

nunca rico, cosa que decía

tampoco le interesaba en

demasía, lo que le ganó

aún más el respeto del pú-

blico. No obstante dejó un

epitafio que aparece en su

tumba del Panteón Jardín:

“Si volviera a nacer quisiera

ser el mismo, pero rico, na-

da más para ver qué se

siente”.

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propósito de que

hemos llegado a

la década de los

veintes, bueno será recor-

dar los verdaderos años

veinte, los únicos que pue-

de haber en la historia de la

humanidad, que con acierto

bautizó el escritor estado-

unidense Francis Scott Fitz-

gerald, él mismo un emi-

nente representante de la é-

poca, como la Era del Jazz.

En aquellos años dos paí-

ses fueron el foco de aten-

ción universal: los Estados

Unidos y Alemania. Y tres

fueron las ciudades doradas

y adoradas: Berlín, París y

Nueva York.

Fitzgerald describió

bien lo que fue aquel tiem-

po : “Fue una era de mila-

gros, una era de arte, una

era de excesos y una era

de sátira”. Aquellos que fue-

ron niños en la Primera

Guerra Mundial, se hicieron

jóvenes en los veintes, y fue

la juventud, por primera vez

en la historia, la que marcó

el estilo, algo que sólo se

repetiría en los años sesen-

ta. Los jóvenes bailaron

charleston, tomaron todo ti-

po de bebidas, y las mucha-

chas fueron vistas abierta-

mente por primera vez to-

mando y fumando en pú-

blico. Fueron ellas las que

le dieron su imagen a la

época, y se les llamó fla-

ppers, y le metieron miedo

a la sociedad conservadora.

Una famosa flapper, quizá

la más típica, fue la esposa

de Fitzgerald, Zelda Sayre,

A

A cien años de la era del jazz

Luciano Pérez

www.avelamia.com 13

una originaria de Alabama

que decidió que la vida no

era sufrir y trabajar, sino

bailar y andar en todo tipo

de escándalos, y también

escribir.

¿Y qué hay del jazz

mismo? En un principio la

palabra, en el caló negro,

significaba, como después

la palabra rock and roll, el

coito, la relación sexual.

Luego fue baile, y terminó

siendo un género musical.

Fueron sólo negros (no le

temamos a la expresión) los

que en los inicios del jazz

tocaron y gustaron éste, pe-

ro los blancos no tardaron

en también hacerse devo-

tos. Y pronto la juventud es-

tadounidense urbana (los

del campo siguieron con su

folk country) se dejó poseer

por el jazz como por un de-

monio. En algún otro nú-

mero de Ave Lamia habrá

que hablar más a fondo

sobre el jazz.

También merece un

artículo completo otro acon-

tecimiento artístico de aque-

llos años: el cine. Todos i-

ban a deleitarse con la gra-

cia de Chaplin y otros cómi-

cos, y a admirar a Rodolfo

Valentino, Gloria Swanson y

Clara Bow. Las películas e-

ran mudas, y en ellas se

forjaron muchas jóvenes

que luego en los años trein-

ta se convertirían en gran-

des estrellas: Bette Davis,

Joan Crawford, Greta Gar-

bo, Marlene Dietrich y otras.

Y ya que mencionamos a

esta última, asomémonos

un poco a lo que sucedía en

Alemania.

El fin del imperio ale-

mán y la llegada de la Re-

pública de Weimar desata-

ron todos los instintos que

la severidad prusiana había

reprimido. Los alemanes se

excedieron más que los es-

tadounidenses, y pronto

Berlín se convirtió en un pa-

raíso de sexo, alcohol y dro-

gas. Y también se incre-

mentaron las luchas políti-

cas. A principios de 1920 un

antiguo soldado del Kaiser

se unió en Munich al Parti-

do Nacional Socialista de

los Trabajadores Alemanes

(NSDAP); él estaba dotado

de una violenta y atractiva

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oratoria: Adolfo Hitler. Pron-

to se apoderó del partido, y

en 1923 organizó un golpe

contra el gobierno de Bavie-

ra, que el ejército logró a-

plastar. Hitler fue detenido,

procesado y condenado a

prisión. Aquí escribió su li-

bro “Mi lucha”, aparecido un

año después, mismo en que

el futuro Führer fue libera-

do. Tomó la decisión de ya

no buscar el poder median-

te la violencia, sino de ma-

nera legal, lo que lograría

en la siguiente década.

Pero Alemania vivió

más que nada una intensa

actividad cultural, desde la

escuela del Bauhaus, don-

de las artes visuales eran

enseñadas, hasta los estu-

dios UFA de Berlín, donde

la Garbo y la Dietrich harían

sus primeras películas. En

1923 Arnold Schönberg dio

a conocer la dodecafonía,

poniendo a Alemania en la

vanguardia de la música

abstracta. El teatro de Ber-

toldt Brecht llenó los esce-

narios con crudas y alegres

canciones políticas. Georg

Grosz, Otto Dix y Max

Beckmann, entre otros, le

dieron lustre a la plástica

germana con sus temas

despiadados. Y la literatura

tuvo un esplendor que logró

calidad de universal, algo

que no había ocurrido des-

de la época de oro de Goe-

the y Schiller. Tan sólo

mencionar a Thomas Mann

y a Franz Kafka da una idea

de la calidad privilegiada de

las letras alemanas. Fue en

1924 que apareció “La mon-

taña mágica”, una novela

del primero mencionado,

una epopeya moderna don-

de los instintos desafían a

las convenciones.

Kafka murió casi des-

conocido en 1924, y su obra

corrió el riesgo de perderse,

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pero su amigo Max Brod la

rescató para nosotros, y el

mundo quedó asombrado

cuando fueron apareciendo

“El proceso” (1925), “El cas-

tillo” (1926) y “América”

(1927), novelas donde la

angustia, la compasión y el

desamparo asedian, ator-

mentan y a la vez deleitan

al lector. Otros buenas o-

bras literarias del periodo

fueron: “Sin novedad en el

frente” (1929) de Erich Ma-

ria Remarque; “Tormentas

de acero” (1920) de Ernst

Jünger; “El lobo estepario”

(1927) de Hermann Hesse;

“Los últimos días de la hu-

manidad” (1920) de Karl

Kraus; “Berlin Alexander-

platz” (1929) de Alfred Dö-

blin…

Y ahora volvamos a

los Estados Unidos, pues

hubo ahí también un es-

plendor literario como el de

Alemania. En 1920 aparece

“A este lado del paraíso”, de

Fitzgerald, quien por su mo-

dernidad superó pronto a o-

tra novela de ese mismo a-

ño, “Calle principal”, de Sin-

clair Lewis, de factura más

tradicional. En los dos años

siguientes, Fitzgerald volvió

a asombrar a todos, cada

vez con más insistencia en

la locura de la época: en

1921 los cuentos de “Fla-

ppers y filósofos” y en 1922

con la novela “Hermosos y

malditos” (esta última, fue

expresión de la vida demen-

cial que llevaban el autor y

Zelda). A mitad de la déca-

da los mejores escritores

estadounidenses decidieron

que no estaban a gusto en

su país, y se fueron a Eu-

ropa, principalmente a Pa-

rís. Ahí estaba, como ma-

trona de ellos, Gertrude

Stein, autora de una curiosa

novela, “Ser norteamerica-

nos”, de 1925, que algunos

consideran ilegible. Y ahí

surgió un grande, Ernest

Hemingway, que en 1926

publicó “El sol también se

levanta” y en 1929 “Adiós a

las armas”, y ambas nove-

las causaron furor. Como

también causó furor otro ex-

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patriado, el tantas veces

mencionado Fitzgerald,

cuando en 1926 apareció el

que es considerado su me-

jor libro, “El gran Gatsby”.

Años después Hemingway

evocaría estos años locos

parisienses en su memoria

“París era un fiesta”. Y

Woody Allen quiso evocar

también este tiempo en su

magnífica película “Media-

noche en París”.

Una curiosa y extra-

vagante figura que fue muy

vista en París, y luego en

Italia, fue la del poeta de

Idaho Ezra Pound, quien en

la década anterior ya había

publicado en Londres bue-

nos libros de poesía. Pero

fue en los veintes cuando

dio inicio a su titánica tarea

de los “Cantos”, que conti-

nuaría a lo largo de déca-

das, pero cuyos primeros

frutos se dieron entre 1925

y 1928, y sorprendió al

mundo literario por la mane-

ra difícil de expresarse que

proyecta Pound en esos

Cantos; todos estaban de a-

cuerdo en que eran hermo-

sos, pero pocos atinaban a

entender lo que querían de-

cir.

Hubo otros buenos

novelistas, pero en particu-

lar son de llamar la atención

dos: John Dos Passos,

quien con “Manhattan

Transfer”, de 1925, quiso

evocar a Nueva York, ya

meta de todos los cosmopo-

litismos posibles, y una dé-

cada después expresó lo

que fueron los años veinte

con su valiosa trilogía

“USA”. El otro es William

Fauilkner, un fuera de serie,

quien en 1929 publicó una

novela todavía más asom-

brosa que todo lo publicado

por los que hemos mencio-

nado: “El sonido y la furia”,

donde varias personas na-

rran los mismos hechos

desde su punto de vista, de

tal manera que parece que

nadie está hablando de lo

mismo, y de que ocultan al-

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go. Salvo el loco, que es el

único que dice la verdad de

lo que pasó.

Los años veinte estu-

vieron llenos de aconteci-

mientos, como en 1926 la

fundación de la ciencia fic-

ción por obra de Hugo

Gernsback, un género nue-

vo que tendría un desarrollo

mayor en las décadas por

venir. Pero hubo algo que le

dio un carácter especial a la

década, y que es por lo que

muchos hoy no dejan de

recordarla: el auge del cri-

men. Fue a principios de los

veintes que surgió esa figu-

ra conocida como gangster,

y hubo de dos tipos, los ir-

landeses y los italianos. Pe-

ro pronto estos últimos, me-

jor conocidos como la Ma-

fia, fueron ganando el terre-

no a los primeros, en medio

de amarga lucha por el ma-

nejo del narcotráfico, el jue-

go, la prostitución y el alco-

hol, que había sido prohibi-

do por la Ley Seca en 1920

y que propició un intenso

contrabando y distribución

de todo tipo de bebidas. Ha-

bía dos grupos de mafiosos:

los de Nueva York, encabe-

zados por Vito Genovese y

Frank Costello, sicilianos,

que para 1925 dejaron a

cargo de todo a otro paisa-

no, que logró gran fama,

Lucky Luciano. El otro gru-

po era el de Chicago, a car-

go de Johny Torrio, el cual,

también en 1925, le dio su

lugar a un napolitano que

pronto se haría célebre, Al

Capone.

Y hubo otras cosas

más, pero todo eso lo recor-

daremos a su tiempo. Por

ahora tenemos que cerrar

este artículo recordando

dos libros cuya publicación

señaló que la literatura ya

no podía ser como antes,

que algo había cambiado

en definitiva. En 1921 apa-

reció la novela “Ulises”, de

James Joyce, y en 1922 el

poemario “La tierra baldía”

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de T.S. Eliot. Ambos siguen

teniendo vigencia en la ac-

tualidad. La novela de Joy-

ce fue un escándalo, no só-

lo por su desenfado, sino

por las complicaciones de

lenguaje que contiene, lo

que dificulta la lectura para

mucha gente. Un desafío

para los que todo lo quieren

fácil. Nunca se había escrito

antes nada parecido . Y el

poema de Eliot demostró

que la poesía no es sólo de-

cir cosas bonitas y conmo-

vedoras (muchos creen que

esa es la función de tal gé-

nero literario), sino la de

reunir una serie de alusio-

nes y asociaciones que no

admiten un lector perezoso,

porque se trata de que el

mundo grecorromano, el

medieval, el renacentista,

continúen vivos en la época

moderna, como si el tiempo

nunca hubiera transcurrido.

Que de hecho, así es. ¡Feli-

ces años veintes! Los de

antes, no los de ahora…

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1.- Pensar causa fie-bre

odas las noches

Alejandra salía de

su cuarto para me-

terse a bañar y pasaba car-

gando su ropa interior, con

la toalla al hombro, frente a

mi novia y yo que estaba-

mos sentados en la sala.

Cerraba la puerta del baño

y tras unos minutos de es-

pera la casa se llenaba del

rumor de agua corriendo.

Entonces yo perdía la cor-

dura. Veía a mi novia sin

escucharla. Mi mente se ha-

bía colgado de la toalla, o

de las pantorrillas de mi cu-

ñada, y se había introducido

al baño con ella. Mi novia

intentaba besarme aprove-

chando que estábamos so-

los, y una enorme erección

se dibujaba al pensar en ca-

da gota que se deshacía

sobre el cuerpo desnudo de

Alejandra.

― Estás hirviendo.

― Hace mucho calor.

― ¿Te sientes mal?,

parece que tienes fiebre,

¿quieres que te traiga algo?

― Agua, solo agua, por

favor.

Pero ningún líquido hu-

biera sido suficiente para la

sed que me mordía. La tor-

tura duraba apenas veinte

minutos. Al abrirse de nue-

vo la puerta del baño, yo

sacaba con rapidez mis de-

dos de la vagina de mi no-

via, ella se acomodaba la

falda, y Alejandra salía ves-

tida siempre con ropa li-

gera, y la toalla alrededor

de la cabeza. Algunas gotas

aun se apreciaban deteni-

das en su cuerpo, perlándo-

le el cuello y el escote. Yo

quería, con la mirada, acari-

ciar su fresca vagina limpia

y olorosa a mango.

Así pasaron los años.

Mi novia se volvió mi espo-

sa y Alejandra se embarazó

T

Más minificciones De Los turbios femeninos

Adán Echeverría

www.avelamia.com 20

de un tipo que nadie cono-

ció jamás; pero ni el hecho

de volverse madre, han lo-

grado quitarme de la mente

la imagen diaria de ella cru-

zando frente a mí para me-

terse a bañar. Quién quita si

algún día… ahh, quién qui-

ta.

2.- Una mujer de

enormes ovarios

La convención nacional de

pueblos originarios se anun-

ció con bombo y platillo. Los

carteles cubrían las capita-

les del país, y las comuni-

dades así como las asocia-

ciones indigenistas ajusta-

ban sus agendas, redacta-

ban manifiestos y hurgaban

en sus cajas de ahorro para

obtener los patrocinios ne-

cesarios que les permitiera

enviar a los jóvenes más

sobresalientes de sus co-

munidades.

Nunca se les ocurrió

que la escena sería la de un

mundo globalizado. El lista-

do de oradores para la inau-

guración incluía a varias fi-

guras juveniles del mercado

de la música y del arte que

nada tenían que ver con los

pueblos originarios.

De esta forma la con-

vención parecía la asisten-

cia a un concierto patrocina-

do por alguna firma comer-

cial y los jóvenes interesa-

dos en dejar escuchar su

voz, siempre trazada desde

las minorías, apenas eran el

colofón folklorista que el go-

bierno pensaba presumir al

mundo.

Noemí Tuz, de raza

maya, tuvo el uso de la pa-

labra. Se había ganado esta

oportunidad al ser galardo-

nada el año anterior con el

premio nacional de poesía

indígena. Al subir al estrado

obvió el discurso preparado,

y rechazó tajantemente que

los hayan invitado a un e-

vento disfrazado de conven-

ción de pueblos originarios,

para ser testigo de la pre-

sentación de programas

que en nada apoyaban la

vida de las comunidades a

las que representaba.

Al terminar el discurso,

las caras largas de las auto-

ridades, representadas por

el secretario de goberna-

ción y cortesanos, en repre-

sentación del presidente de

la república, no se hicieron

esperar. Noemí bajó del es-

trado, caminó con firmeza

hacia la salida, se despidió

tirando las hojas de su dis-

curso al aire, y abandonó el

recinto.

La reprimenda de parte

del gobierno no se hizo es-

perar. La prensa obvió el

acto y días después la per-

secución contra las comuni-

dades y agencias indigenis-

tas comenzó. Los apoyos

para el campo se vieron re-

ducidos, las becas a los jó-

venes se congelaron, las

escuelas en lenguas origi-

narias fueron cerradas, re-

portándose como en “rees-

tructuración”.

www.avelamia.com 21

Noemí Tuz fue deteni-

da, acusada de infanticidio,

la prensa documentó la his-

toria de un antiguo amante,

usado para testificar que e-

lla había recurrido al aborto,

cuando el producto contaba

14 semanas de gestación.

Los ríos continúan su

derrotero de luz, agua y mú-

sica. Los pájaros no cesan

su trinar y las flores del

campo asombran con su

belleza. Pasos adelante, la

ciudad se come las socie-

dades humanas, haciendo-

les olvidar la naturaleza.

3.- En el río Agua te

apedreé

El Agua había crecido como

cada año. El poblado, la co-

marca toda, sufrió la inun-

dación.

Beto y Paula subieron

al techo para sobrevivir la

crecida, llevando consigo

algunas de sus pertenen-

cias, lo que pudieron en-

contrar de comida y, como

todos los demás vecinos,

"la roca final" que por déca-

das, consciente de las in-

contables inundaciones, fue

adoptada por los lugareños

debido al abandono en que

las autoridades siempre los

tenían.

Los días pasaron y el

imparable llanto de los ni-

ños que también permane-

cían a resguardo en otros

techos, así como los mos-

cos, la humedad agobiante,

los rayos del sol que apare-

cía tímido, así como el tufo

de los cadáveres se hizo in-

soportable.

Beto y Paula siempre

supieron que hacer. Em-

barazada le era difícil mo-

verse con rapidez. El ali-

mento al fin se agotó junto

con la esperanza de ser

rescatados.

Paula y Beto se pusie-

ron en pie decididos. Abra-

zados se dieron un largo

beso y ella se acostó en el

techo, extendió las manos

todo lo que pudo, tensando

los músculos presa de te-

rror, para que Beto dejara

caer “la roca” sobre su crá-

neo.

Luego Beto cogió la so-

ga, amarró la misma piedra

a sus dos piernas, sentado

cerca de la orilla, se cer-

cioró que los nudos no pu-

dieran desatarse, y tiró la

piedra al río. Vio la soga co-

rrer aprisa hasta hundirse y

él mismo se arrojó a la cre-

cida lodosa del Agua.

.

www.avelamia.com 22

a estaba ansiosa

por llegar a ver al

árbol, pero afor-

tunadamente no estaba blo-

queado, todavía era de día

y podría tomar algunas fo-

tos y compararlas. Y al lle-

gar al árbol, mi sorpresa es

que estaba igual de her-

moso que antes, no podría

creer lo que pasó, no tenía

otra explicación más la de

que había alucinado; no ha-

bía otra razón, y me bajé a

tomar más fotos, y en eso

empezó a llover y fui por mi

impermeable, pero en cues-

tión de segundos ya estaba

yo en medio de una tormen-

ta.

De nuevo rayos y

truenos al por mayor, el a-

gua caía a cántaros pero no

me importó; saqué mi cá-

mara y cuando me disponía

a tomar la foto, ya no era el

árbol, era el de la noche pa-

sada. ¿Qué sucedió? No

me quise quedar con las

ganas y me acerqué para

verlo.

Este no era el mismo

lugar, el pasto estaba creci-

do, olía a hierba podrida, y

cuanto más me acercaba,

más me sorprendía, porque

corrían ratas alrededor del

árbol, el cual no tenía hojas,

estaba pelón, y había ara-

ñas en los troncos y tam-

bién serpientes. ¡No podía

ser! ¿Qué pasó o qué me

pasó?

En eso, cayó un rayo

muy fuerte que hizo que se

alumbrara el árbol; al ha-

cerlo, vi a un hombre ahor-

cado que colgaba del árbol

y me espante aún más. Se-

guía lloviendo, y seguían

cayendo truenos, y no me

pude resistir y me acerqué

hasta el hombre y descubrí

que era Ernesto. Después

ya no supe de mí hasta el

otro día. Amanecí en una

cama de hospital.

─ ¿Qué pasó?

Se acercó una enfer-

mera:

─ Buenos días, seño-

ra, ¿cómo se siente?

Y

El árbol maldito (Segunda parte)

Beatriz Oliva Pérez Peña

www.avelamia.com 23

─ ¿Qué hago aquí,

qué me pasó?

─ La encontraron en

la mañana tirada junto a un

árbol que está en la entrada

del pueblo, desmayada; su

auto estaba abierto y tenía

una cámara en las manos.

¿No sabe qué le pasó?

─ No sé, lo más se-

guro es que me desmayé.

Pero tuve un sueño, más

bien una pesadilla muy real,

¡qué cosa más extraña! Pe-

ro ¿cree que ya me pueda

ir?

─ Sí, nada más le to-

mo los signos vitales y ya.

Tenga mucho cuidado con

lo que come, lo más seguro

es que fue algún alucinó-

geno que luego tienen los

alimentos.

─ Quizá es lo más

seguro. Muchas gracias, se-

ñorita.

─ Ya chequé sus sig-

nos y está bien, nada más

tiene un poco baja la pre-

sión. Llegué a desayunar, le

informo que su auto está en

el estacionamiento del hos-

pital, ahí pusimos su cá-

mara. Tenga sus llaves.

─ Gracias, señorita.

No puede ser, ¿qué

me pasaría? Nunca había

tenido esos desmayos. Lle-

gué a mi casa y al entrar

sonó mi celular.

─ Hola, Evelyn. ¿Có-

mo estás?

─ Mal, muy mal, te

tengo pésimas noticias.

─ ¿Qué ocurre?

─ Ayer en la noche

se suicidó Ernesto, ser a-

horcó en la regadera.

─ ¡No, no, no, no

puede ser! ¡No puede ser!

¿Por qué, si iba progresan-

do mucho?

─ Pues sí, pero ya

ves que también estaba

muy enfermo, sus herma-

nos y yo ya estamos prepa-

rando el funeral, ojalá pue-

das asistir. Te mando la di-

rección por mensaje.

─ Sí.

Y colgué, estaba ate-

rrada, probablemente fue u-

na premonición, por eso tu-

ve esa visión. Tenía que ir

al funeral, me bañe, me

vestí de negro y me fui a la

ciudad. Cuando pasé por el

árbol no lo quise ver, me

seguí de largo, pero aún te-

www.avelamia.com 24

nía la curiosidad de saber lo

que había pasado.

Llegue al velatorio y

nada más di el pésame a

Evelyn, a sus hermanos y

familiares. Estuve unas dos

horas, la verdad no quise

quedarme, estaba impacta-

da y triste también, fue mi

esposo por varios años.

Al salir de la fune-

raria me acordé que había

quedado de verme con

Claudia en mi casa para ir a

comer, le tenía que explicar

lo que había sucedido. Le

marqué a su celular pero no

me contestó, entonces volví

al pueblo. Al llegar a la en-

trada, poco antes de donde

el árbol me frené; pero no,

tenía que verlo de nuevo,

así que seguí avanzando.

Cuando llegué, la señora a

la que le había preguntado

la otra vez por la propiedad

estaba tratando de cortarlo

con un hacha, con fuerza y

coraje. Me frené y bajé para

acercarme.

─ Señora, ¿qué le

pasa, por qué está tratando

de quitar ese árbol?

─ Este árbol esta

maldito, mi hijo pasó por a-

quí y lo mató.

─ Pero señora, cómo

un árbol va a matar a su hi-

jo, cómo cree

─ ¡Este árbol tiene u-

na maldición, quien come

de su fruto se muere, los a-

sesina! Antenoche mi hijo

se estrelló aquí!, una de sus

ramas le atravesó el cuer-

po, además de caerle otra

en la cabeza. ¡Está maldito,

lo voy a destruir!

Cuando vi las manos

de la señora ya estaban

sangrando de tanto esfuer-

zo que había hecho con el

hacha y el árbol no tenía ni

un rasguño, dirigí la mirada

a su casa y estaba la puerta

abierta.

─ Señora, tenga cal-

ma.

Ella tiro él hacha, se

hincó en el suelo y comen-

zó a llorar amargamente.

Se puso las manos en la

cara y se manchó de san-

gre, se vio muy impresio-

nante.

La levanté y la llevé a

su casa. Le hice un té, pero

la pobre mujer no dejaba de

llorar. Me fui a mi auto, te-

nía que llegar a mi casa

porque de seguro Claudia

ya estaba ahí. En eso, sin

esperarlo, comenzó a llover.

No era tan tarde, pero el

cielo se obscureció, y como

la otra vez en cuestión de

segundos empezó la tor-

menta. Ya no me importó

mojarme.

Estaba a punto de

llegar cuando mire hacia el

árbol. Estaba igual que an-

teriormente, pero no me im-

portó. Ya no sabía qué pen-

sar, lo más seguro es que

me estaba volviendo loca.

Di dos pasos y un auto se

derrapó por la lluvia y se es-

trelló en el árbol. Se oyó un

www.avelamia.com 25

fuerte quejido y me acerqué

para ver al conductor y au-

xiliarlo. ¡Era Claudia!

─ ¡Ayúdame, por fa-

vor!

─ ¡Claudia, Clau-

dia!.¡Espera, voy a pedir a-

yuda!

Fui por mi teléfono,

llamé a la ambulancia y me

volví a acercar a Claudia,

pero ya había muerto. Vi

hacia el árbol y le empecé a

gritar como si fuera una per-

sona:

─ ¡Estás maldito,

maldito! ¿Por qué te llevas

a mis seres queridos? ¡Llé-

vame a mí, yo fui quien a-

rrancó tus frutos! ¡Yo, no

ellos!

Y lo empecé a pa-

tear, y a pegar, y me caí al

suelo y me puse a llorar.

En eso llegó la am-

bulancia y me preguntaron

qué había pasado, les ex-

pliqué todo detalladamente.

─ Señora, está usted

en shock tómese esta pas-

tilla para que se tranquilice.

─ ¿Qué no entiende?

¡Era mi amiga, me iba a vi-

sitar y se estrelló en ese

maldito árbol!

─ Calma, señora,

calma.

─ Es increíble, dos

personas muertas casi el

mismo día. ¿Qué pasa?

Probablemente la maldita e-

ra yo, jamás debí de haber-

me acercado a ese árbol, a

este pueblo, por eso la fruta

se pudrió, debí imaginárme-

lo. Es verdad, está maldito.

─ Ya, señora, está

hablando barbaridades, es-

tá muy impresionada.

─ No, es verdad, no

se acerquen, aléjense de a-

hí, se pueden matar, los

puede matar el árbol.

En eso me desmayé,

y cuando desperté estaba

de nuevo en la cama de un

hospital, conectada a un

suero. En eso vi a mi jefe

que estaba junto a mí, sen-

tado en una silla. Yo ape-

nas podía hablar, y cuando

vio que me desperté se

acercó hacía mí.

─ ¡No, jefe, no me to-

que, no lo quiero maldecir,

no se acerque!

www.avelamia.com 26

─ No, Ana, cómo cre-

es, ya llevas tres días aquí,

te tuvieron que poner suero

porque ya llevabas dos días

sin comer. Qué bueno que

ya despertaste. No tienes

ninguna maldición, a Clau-

dia le fallaron los frenos y

con la lluvia se derrapó y

por eso chocó. Y en cuanto

a tu ex esposo, era suicida

y si no atentaba contra su

vida un día, lo haría en otro.

─ No es verdad, no,

no, de todos modos aléjese.

Me tengo que ir a vivir a o-

tro lado, ya no voy a re-

gresar, ya no voy a volver a

ese lugar. Pobre Claudia,

no se merecía morir así, y

ni siquiera pude ir a darle su

último adiós.

─ Me da pena que

creas en esas cosas, tú que

eres tan escéptica, tan sen-

sata y razonable. Según sé

estabas muy contenta en tu

casita de ese pueblito.

─ Sí, pero desde que

llegué ahí me han pasado

cosas malas, y todo por ese

maldito árbol, en mala hora

intenté escribir un artículo

sobre eso.

─ Pues yo no puedo

obligarte a que vuelvas allá,

pero siento que estas co-

metiendo un error.

─ Error sería regre-

sar, ya no voy a volver.

─ Bueno, pues nada

más te dejé tu cámara en tu

auto, que está en la pensión

de acá enfrente. Y aunque

yo sé que le agarraste tirria

al árbol, me gustaría ver las

fotos que le tomaste, por fa-

vor.

─ Cuando le tome las

fotos creí que el árbol era

de admirarse. Apenas me

den de alta, de inmediato le

llevo la cámara a la edito-

rial.

─ Te voy a mandar a

mi secretaria para que te a-

yude en lo que necesites.

─ No, no es necesa-

rio, yo puedo hacerlo sin a-

yuda, de verdad.

─ Está bien, como

quieras, te veo mañana.

La enfermera me lle-

vó mi bolsa, y cuando la a-

brí, vi que ahí seguían las

llaves del departamento, y

aunque viví en él muy ma-

los momentos, era una bue-

na opción para mudarme.

www.avelamia.com 27

─ Una señora de

nombre Evelyn le trajo esta

ropa para que se cambiara,

de hecho vino hace un día,

y me dijo que le comentara

que no se preocupara por

nada.

─ Sí, señorita, mu-

chas gracias. ¿Ya me pue-

do ir?

─ Ya está dada de

alta, por favor cuídese mu-

cho y coma bien.

Al salir, me dirigí di-

rectamente a la editorial a

dejar la cámara. Llegué con

el jefe de fotografía y le di la

memoria para que bajara

las fotos del árbol y se las

mostrara al jefe y entonces

me dijo:

─ Hola Ana, ¿a qué

dices que le tomaste fotos,

y a qué hora?

─ A un árbol, como al

medio día.

─ Pues aquí no es-

tán, sólo hay las de unas ra-

mas grises y es en la no-

che. ¿Estás segura de que

esta es la memoria?

En eso moví su mo-

nitor hacia mí y efectiva-

mente estaban las fotos del

árbol, pero eran las del ár-

bol maldito en la noche. Era

increíble, cada vez me con-

vencía de que eso era algo

paranormal, que era algo

maligno.

─ No puede ser, no

puede ser, esas no son las

fotos que yo tomé, ya estoy

harta, esto está llegando al

límite.

─ Pues esto no se

puede publicar, pero si

quieres se las muestro al je-

fe, que no sé qué te vaya a

decir, porque como que no

están muy bonitas, enton-

www.avelamia.com 28

ces… ¡Hey, hey, oye, oye,

¿adónde vas?

Me salí abruptamen-

te de la editorial y me subí a

mi auto, ya estaba decidido,

me iría a vivir al antiguo de-

partamento y ya jamás re-

gresaría al pueblo, ni si-

quiera por mis cosas.

Me iba acercando al

edificio y vi mucho movi-

miento: bomberos, patrullas

ambulancias, algo había pa-

sado. Me estacioné, y le

pregunté a un policía:

─ ¿Qué pasó, señor,

por qué hay tanto movi-

miento?

─ Es que explotó un

tanque de gas en un depar-

tamento y el incendio se ex-

tendió a todo el edificio. Por

desgracia hay muchos falle-

cidos.

─ ¿Y qué edificio es?

─ Es el que está en

la esquina de esta calle.

─ ¡ Es donde yo vi-

vía!

─ Ay, señora, qué

pena. ¿Tenía algún familiar

ahí?

─ No, pero les tenía

aprecio a mis vecinos. ¡Ya

es demasiado!

Me fui caminando

muy despacio a mi coche,

como zombi. Me senté y me

puse a pensar que ya era

mucho, no podía permitir

que la gente que estuviera

cerca de mí muriera trágica-

mente, y todo por ese mal-

dito árbol; me fui a una ga-

solinera y llené un tambo

que siempre traigo por cual-

quier emergencia. Estaba

yo muy enojada. Todavía

no anochecía, eran como

las cinco de la tarde y me

dirigí al pueblo a terminar

con todo eso.

Llegué y ahí estaba

el árbol de hipócrita, lucien-

do hermoso. Yo sabía que

apenas oscureciera sería

todo lo contrario, sus ramas

simularían manos picudas

queriéndome atrapar, las

alimañas rodearían su tron-

co; habría ratas, arañas,

serpientes, y el pasto cre-

cido apestaría a podrido Pe-

ro no lo iba a permitir, lo ro-

cié con gasolina completa-

mente; tomé una estopa y

la encendí, y se la aventé.

Temía que no le pasara na-

da, pero no fue así, se pren-

dió y comenzó a arder y se

escuchaba como si alguien

se lamentara, eran gritos,

no era mi imaginación, se

oían lamentos.

Me subí a mi auto y

vi cómo el árbol se consu-

mía poco a poco, Por pri-

mera vez me dio gusto ver

arder algo, hasta pensé que

era un glorioso espectáculo,

y no me dio miedo el pensar

que se podría extender has-

ta donde yo estaba. Total, si

yo moría ya no habría más

muertes. No sé si llovió o

no, pero sé que me quede

dormida. Descanse plácida-

mente, como ya hacía días

que no lo hacía.

Desperté al otro día,

eran las ocho de la mañana

www.avelamia.com 29

y como siempre el día era

hermoso. Tuve miedo de

volverme a ver el árbol,

pensando que ahí estaría

de nuevo sin un rasguño;

pero no fue así, afortunada-

mente solo estaban sus ce-

nizas. Qué hice para que no

renaciera su maldad, no lo

sé, pero lo logré.

En eso me tocaron la

ventanilla, de hecho me es-

pantaron y vi que era la se-

ñora que auxilié, baje el vi-

drió y le pregunté:

─ ¿Que tal, señora,

en qué la puedo ayudar?

—Ya me ayudaste

mucho, solo vengo a darte

las gracias, por fin nos libra-

mos de esta pesadilla.

─ Señora, espere,

¿usted sabe por qué ese ár-

bol causaba tanto daño?

¿Qué pasó que…

Y me interrumpió.

─ Créeme, es mejor

que no lo sepas, te aterrori-

zarías más de todo lo que

has visto: El mal ya se con-

sumió gracias a ti.

Y se retiró. Me quedé

satisfecha, ya no quise sa-

ber más. Encendí mi auto y

tomé un camino incierto, y

que el destino me llevara le-

jos, muy lejos, donde no hu-

biera árboles.

.

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Las nuevas experiencias

Peter Handke

(Premio Nobel de Literatura 2019)

1966

en Bayreuth

antes de una representación de la ópera “Tristán e Isolda”

me encontré en un estacionamiento

por primera vez

una moneda

en una de las máquinas de ahí

lo cual fue para mí una nueva experiencia

y me sentí orgulloso

y me pregunto:

“¿cuándo he cerrado una vez una puerta con una sola mano?

¿y cuándo comí por primera vez una hormiga en un pedazo de pan?

¿y bajo qué circunstancias he visto salir humo del agua por primera vez?

¿y dónde hice más aire con una bolsa de celofán?

¿y cuándo envié por primera vez una carta vía express?”

Una vez

¿en qué año?

desperté

en un espacio extraño

y me di cuenta por primera vez

de que estaba en un espacio.

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Una vez

¿en qué lugar?

alguien me gritó: “¡rápido, rápido!”

en un camino

y yo le grité: “¡sí, sí!”

y entonces corrí

y luego llegué

y me di cuenta de que por primera vez

llegué más pronto al correr.

1948

en la frontera entre Austria y Baviera

en un lugar bávaro público

“¿en qué casa de qué número?”

vi sobre una cama

bajo una sábana

atrás de unas flores

por primera vez

un hombre que estaba muerto.

En Austria

más tarde

¿cuándo?

no sé

¿bajo qué circunstancias?

mamá me vio desde lejos

¿cuán lejos?

lejos de mí

parada en la mesa de planchar

me avergoncé

ahí conocí por primera vez

la vergüenza

desde lejos de la mesa.

1951

en el verano

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mientras yo

(en el funeral de la abuela, a la que habíamos sepultado, me mandaron a casa por unos

cigarros)

en el vacío

y quieto espacio

entré adonde la muerta

había estado hace tres días

en capilla ardiente

y en el quieto

vacío espacio

vi un pequeño charco en el suelo

ahí tuve

por primera vez en la vida

angustia ante la muerte

se dice que entonces

corre algo frío por la espalda

y como defensa me dije algo

en son de reproche

para alejar esa angustia.

Más tarde

después de un peligroso error

por primera vez hubo un error no peligroso:

Coca Cola en la nieve

bajo el campanario de la calle alpina:

vi por primera vez en una película

la orden MANOS ARRIBA

de alguien con un arma en la mano:

vi por primera vez

un maniquí con lentes

por primera vez no tuve

(como debí hacerlo)

algo más que decir.

Ya me pregunto:

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¿cuándo por primera vez oí de alguien que pueda tomar un paraguas en la muerte?

Hoy

(aunque pude decir “veo que es como la primera vez”)

veo

y NO por primera vez

una imagen

de un representante de la autoridad

perseguir

y NO por primera vez

leí sobre eso

y apalear tanto a alguien

hasta que quedó listo

para expresar

que él no había sido apaleado

pero verdaderamente

vi por primera vez hoy

en la calle en la que vivo

ante el HOTEL ROYAL

sobre la acera

un gran trapo para limpiar zapatos tirado

y vi en un solo día

por primera vez

el interior de una escalera mecánica

y vi por primera vez

un pez atrapado en el puño de un rey

y vi POR PRIMERA VEZ

el café en la taza

abruptamente desbordarse

en el mantel blanco del TREN TRANSEUROPA.

(Tomado de: Peter Handke,“Prosa Gedichte Theaterstücke Hörspiel Aufsätze”, Suhrkamp

Verlag, 1969. Traducción de Luciano Pérez)

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xisten dos tipos de

cine: el que sirve

para distraer y el

que sirve para pensar, y

aunque no me niego a ver

las películas que sólo propi-

cian distracción, mi gusto

mayor está sin duda en las

películas, incluso cómicas,

que dejan algo para refle-

xionar y seguir rememoran-

do en la mente. Y ahora

que comenzamos otra dé-

cada, me corresponde ha-

blar de un director de cine

que para muchos es incom-

prensible y para otros, un

director genial (incluidos los

snobistas que sólo les gusta

fanfarronear). Hablo de Fe-

derico Fellini, quien en este

mes conmemoraría sus cien

años de nacido.

Originario de Rímini,

en la región de Emilia-Ro-

maña, nació el 20 de enero

de 1920, en el seno de una

familia de clase media. Sus

padres fueron Ida Barbiana,

la típica ama de casa de a-

quellos años, y su padre

Urbano Fellini, un represen-

tante de licor, dulces y co-

mestibles. Federico fue el

mayor de tres hijos, y de

acuerdo a lo que declaró de

manera constante en las

entrevistas, se fugó de su

casa paterna a los ocho a-

ños para unirse al circo.

Desde su infancia mostró

vivo interés por las películas

de Chaplin y los cómics hu-

morísticos norteamericanos

que años después influye-

ron en su obra, lo cual tam-

bién admitió en diversas o-

casiones.

Federico estudió en

el Liceo Classico Giulio Ce-

sare, donde descubrió su

talento para el dibujo; sentía

admiración por el dibujante

estadounidense Winsor Mc-

Cay, creador del personaje

de cómic Little Nemo. Su ta-

lento como caricaturista le

consiguió un empleo en el

Cine Fulgor, cuyo promotor

le encarga los retratos de

los actores para anunciar

las películas. En 1938 co-

mienza a publicar viñetas

en el periódico y en la revis-

ta humorística "420” de Flo-

rencia y también en La Do-

menica del Corriere.

E

Federico Fellini (1920 ─ 1993)

José Luis Barrera

www.avelamia.com 35

En 1941 tiene breve

un paso como escritor para

la Ente Italiano Audizioni

Radiofoniche (EIAR). La e-

tapa de Fellini en la radio

marca el debut del maestro

en el mundo del espectácu-

lo y el inicio de la relación

afectiva y artística con Giu-

lietta Masina, con quien

contrajo matrimonio en oc-

tubre de 1943. El 22 de

marzo de 1945 tuvieron un

hijo, Pier Federico, que fa-

lleció tan sólo doce días

después de su nacimiento.

Durante la etapa del

neorrealismo, en 1945 se

produce el primer encuentro

de Fellin i con Roberto Ro-

ssellini y comenzó su con-

tribución a la película más

representativa del cine Ita-

liano de posguerra: Roma

città aperta (“Roma ciudad

abierta”) de 1945. Fellini

también escribió guiones

para otros directores reco-

nocidos como Alberto La-

ttuada, Pietro Germi y Luigi

Comencini entre otros.

Después de colabo-

rar en los guiones de algu-

nos films de Rossellini: Pai-

sà (“Camarada”, 1946) y

L'amore (“El amor”, 1948); y

debutar en la dirección junto

a Alberto Lattuada con Luci

del varietà (“Luces de varie-

dades”. 1950), realiza en

1951 su primera película en

solitario:

Lo sceicco bianco

(“El jeque blanco”), protago-

nizada por el cómico Alber-

to Sordi y escrita por Miche-

langelo Antonioni y Ennio

Flaiano. Durante el rodaje

de esta comedia entre satí-

rica y burlesca, con presen-

cia de notas del neorrealis-

mo imperante en la época,

Fellini conoció a Nino Rota,

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el músico que lo seguiría

por el resto de su carrera.

Además, en esta película se

pueden distinguir en cierne

los futuros temas recu-

rrentes del genio felliniano:

la gran urbe trepidante y las

turbas remolinantes y dis-

frazadas, la playa, la sátira

del conformismo social y re-

ligioso, etc.

La película trata de

una joven pareja de recién

casados (Iván y Wanda)

que llegan a Roma con la

intención de conseguir la

bendición del papa Pio XII,

pero Wanda decide ir en

busca del “Jeque Blanco”;

un personaje de fotonovela

a semejanza de Rodolfo

Valentino, aprovechando la

cercanía del hostal donde

se hospedan con las ofici-

nas de la editorial que publi-

ca la revista; pero como el

protagonista en ese mo-

mento se encuentra traba-

jando a orillas del mar,

Wanda va a encontrarlo. Su

entrevista con el famoso

“Jeque Blanco” va resultar

algo más que decepcionan-

te, y mientras tanto en Ro-

ma, Iván desesperado trata

de hallar pretextos para o-

cultar a su familia la des-

aparición de Wanda y apla-

zar la audiencia con el pa-

pa. Wanda a 40 kilómetros

de Roma e Iván en una fre-

nética búsqueda en una ur-

be bulliciosa, en pleno des-

file de bersaglieri (cuerpo

de infantería del ejército ita-

liano), llegando hasta la no-

che cuando en la calle apa-

recen mujeres que inducen

a la tentación. En tanto

Wanda, extenuada, se acer-

ca al Tiber como último re-

curso. Aquí aparece un ca-

meo de Giulietta Masina,

interpretando el breve papel

de Cabiria, una prostituta de

gran corazón que después

sería la protagonista de su

propia película en 1957: Le

notti di Cabiria (“Las noches

de Cabiria”).

Así como Giulietta

Masina se convirtió en su

musa absoluta y en el per-

sonaje físico y sobre todo

emocional que fascinó al

público de medio mundo en

titulos dorados del cine Ita-

liano, otro actor que apare-

ce constantemente en sus

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filmes es Marcello Mastroia-

nni, quien estudiaba inter-

pretación en la misma es-

cuela que Massina, y que

fue gran amigo del director.

De hecho, Mastroianni apa-

rece en algunas de sus pe-

lículas más importantes,

siempre interpretando el pa-

pel principal (entre ellas “La

Dolce Vita” y “Ocho y me-

dio”). Fellini trabajó también

con actores como Anita Ek-

berg, a quien lanzó a la fa-

ma, Sandra Milo, los ya ci-

tados Sordi y Fabrizi, Anouk

Aimée, Claudia Cardinale,

Richard Basehart, Sylva

Koscina, Freddie Jones y

Roberto Benigni.

Vendría después, en

1954, una de sus más fa-

mosas películas y que le a-

brió las puertas a la fama

internacional y premiada

con el Oscar por mejor pelí-

cula de habla no inglesa,

así como el León de Plata

de Venecia: La strada es u-

na producción de Dino De

Laurentiis y Carlo Ponti. Es-

ta película trata de una jo-

ven que, trabajando para un

artista ambulante muere, y

su madre toma a su otra hi-

ja Gelsomina (una genial

Giulietta Masina) para ven-

derla al mismo artista Zam-

panò (Anthony Quinn). Pe-

se al carácter violento de

Zampanò, la muchacha se

siente atraída por el estilo

de vida en la calle (la stra-

da), sobre todo cuando su

dueño la incluye como parte

del espectáculo. Pero pese

a que ella aprende rápida-

mente el oficio de artista y

demuestra gran talento, no

se siente apreciada por

Zampanò y en un momento

decide abandonarlo y volver

a casa. Sin embargo Zam-

panó la encuentra y la obli-

ga a regresar con él. Enton-

ces deciden trabajar en un

circo itinerante, donde Zam-

panò tendrá problemas con

el bufón (Richard Basehart)

a quién conoce de tiempo

atrás. En una pelea entre

ambos, Zampanò hiere al

bufón con un cuchillo y es

detenido. Mientras Zampa-

nò se encuentra en la cár-

cel, Gelsomina aprende la

importancia de tener un pro-

pósito en la vida y aunque

varios de los personajes

que se encuentra por el ca-

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mino le ofrecen que se una

a ellos, Gelsomina demos-

trará su lealtad a Zampanò

hasta el final.

Vendrían algunas o-

tras geniales películas y en

1960, filma la película que

marca su encumbramiento

definitivo, y que además

marca el alejamiento del

corte neorrealista de sus

anteriores películas, y su

coqueteo con el simbolis-

mo: La dolce vita es una

película carente de una es-

tructura tradicional en su

trama, muestra una serie

de noches y mañanas a lo

largo de la Via Veneto de

Roma, vistos desde el pun-

to de vista de su personaje

principal, un escritor de cró-

nicas sociales llamado Mar-

celo Rubini. La película

puede ser dividida en un

prólogo y siete episodios

principales, cortados por un

intermedio y un epílogo. Ru-

bini es un galán mujeriego

que no puede ocultar su vi-

cio por las mujeres, lo cual

se denota desde el prólogo,

cuando él se distrae de su

trabajo de reportero para in-

tentar hacer contacto con

un grupo de mujeres en tra-

je de baño, de quienes in-

tenta conseguir su número

telefónico. Pero tal vez el

más famoso es el episodio

dos, cuando aparece Anita

Ekberg interpretando a una

famosa actriz de nombre

Sylvia, y con la que Marce-

lo; después de una discu-

sión de ella con su novio, se

pasa toda una noche pa-

seando por los callejones

de Roma, culminando con

la famosa escena en la que

ambos personajes se bañan

en las aguas de la Fontana

de Trevi. Pero no sólo esta

escena ha trascendido al

tiempo, ya que el personaje

interpretado por Walter

Santesso, de nombre Papa-

razzo, quien es el fotógrafo

que acompaña Rubini, da el

nombre a los actuales fotó-

grafos faranduleros que an-

dan por el mundo en busca

de una foto que resulte va-

liosa en este medio fútil.

La película se es-

trenó en el Festival de Cine

de Cannes donde fue galar-

donada con la Palma de

Oro de 1960 y en los Pre-

mios Óscar de 1960 se hizo

con el Óscar al mejor dice-

ño de vestuario (obra del

director artístico Piero Ghe-

rardi) y fue candidata a los

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premios a la mejor direc-

ción, al mejor guión original

y a la mejor dirección artís-

tica.

Entre las muchas a-

nécdotas de la película está

aquella noche del 5 de no-

viembre de 1958, en una

fiesta en la que estaba pre-

sente Anita Ekberg, Aïché

Nana (1936 - 2014) realizó

un streptease en el restau-

rante Rugantino, del Tras-

tévere, al término de la ce-

lebración del cumpleaños

de la aristócrata, periodista

y escritora Olghina di Robi-

lant. Esta escena la recrea-

ría Ekberg en la escena pa-

ra la película “La dolce vi-

ta”. Las fotos fueron publi-

cadas en L'Espresso. Felli-

ni se inspiró en este acon-

tecimiento y en las historias

que le contaba Secchiaroli,

que aparece en la película

en forma del personaje Pa-

parazzo.

Después de esta pe-

lícula, la fama de Fellini va

en aumento y su talento es

cada vez más apreciado,

entonces en respuesta al

prestigio que se gana con

los espectadores y la críti-

ca, en 1963 entrega otra o-

bra de arte, que para mu-

chos críticos cinematográfi-

cos es una de las mejores

películas en la historia ci-

nematográfica mundial: O-

tto e mezzo, con Marcello

Mastroianni, Claudia Cardi-

nale y Anouk Aimée como

actores principales, y en

donde el tema principal de

la película es la crisis crea-

tiva de un afamado artista y

el consecuente confronta-

miento con las expectativas

de productores periodistas y

amigos, que urgen otro ge-

nial trabajo. Pero a su vez

también se enfoca en la cri-

sis existencial de un hom-

bre que para soportar el pe-

so de la vida se refugia en

los recuerdos y las fanta-

sías oníricas, en donde fi-

nalmente Guido Anselmi

(Mastoriani) encuentra la

inspiración para su nueva

película. Empieza a recor-

dar los principales aconteci-

mientos de su vida, y a las

mujeres de las que ha esta-

do enamorado y que ha

perdido. Alrededor del per-

sonaje central se van entre-

tejiendo varias historias con

los habituales personajes

fellinianos concentradas en

el balneario.

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La película consiguió

un gran éxito internacional

y obtuvo el Óscar a la me-

jor película extranjera. El

hecho de ser una película

autobiográfica fue reconoci-

do y negado, según el hu-

mor de que estuviera el

propio Fellini. La película

suponía el número ocho y

medio en su filmografía,

porque ya había rodado an-

teriormente siete películas,

"y media", considerando

sus colaboraciones en las

de creación colectiva con o-

tros renombrados directo-

res: L'amore in città (1953),

en la que el episodio dirigi-

do por Fellini se titula “A-

gencia matrimonial” (Agen-

zia matrimoniale), y “Bocca-

ccio 70” (1962), en la que

Fellini aporta el episodio ti-

tulado Las tentaciones del

doctor Antonio.

Describir una por una

las películas de Fellini sería

una labor de un sinnúmero

de engorrosas páginas, por

lo cual se tiene que tomar

una decisión de las más

emblemáticas o que más se

recuerdan de manera per-

sonal, y por lo tanto sólo de-

jo estas películas como re-

ferencia de la grandeza del

director. Pero no podemos

omitir otras que reforzaron

su prestigio, como: Le notti

di Cabiria (“Las noches de

Cabiria”) de 1957, Giulietta

degli spiriti (“Giulietta de los

espíritus/Julieta de los espí-

ritus”) de 1965, Satyricon de

1969, Amarcord de 1973,

Casanova de 1976, y Prova

d'orchestra (Ensayo de or-

questa) de 1979.

Por supuesto que Fe-

llini es uno de los directores

más reconocidos por los

que gustamos del buen cine

(conocido hoy como “cine

de autor”), y aunque su ge-

nio es indudable, vale la pe-

na quitarle algunas etique-

tas snobistas para que más

gente se acerque y disfrute

de su deliciosa producción

cinematográfica.

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1.- Hesiodus

uién supo

más acerca

de los dio-

ses? Un pastor. Por eso yo

quiero llevar a mis ovejas al

Río del Consulado, y ahí

con mi zampoña evocar e-

popeyas de los titanes, que

debieron vencer a los olím-

picos, para que Tifón fuese

nuestro dios y no Zeus. Pe-

ro nada de esto pudo ser,

porque el Departamento del

Distrito Federal abolió el río,

para que miles de autos pa-

saran raudos donde mis o-

vejas, que tienen sed y

quieren saber, escucharían

mis cantos como si pacie-

sen estrellas en Ascra.

2.- Heraclitus

El tiempo, que es niño, jue-

ga con las damas. Y éstas,

que no pierden el tiempo,

montan al niño y luego lo

nombran caballero. El tiem-

po, alguna vez caballo para

las damas, luego llegó al

ajedrez como logos, para

montar a la reina y lograr

que le confirmase, camino

arriba y camino abajo, su

rango en la caballería o en

el hipódromo, que son uno

y lo mismo.

3.- Abeja Reina

Abeja Reina lectora de Ovi-

dio, no del amor sino del

destierro, que nos hemos

ido lejos, con los bárbaros,

con quienes estamos mejor,

porque nadie nos ama.

“¡Nadie me ama!”, exclama

la reina, y el dístico cae, por

obra y gracia de su mano

de miel y de langosta. Ella,

la que clama en el desierto,

porque el hijo al que lleva-

ron a Egipto fue hecho pe-

dazos, no por Herodes, ni

¿Q

Algunas prosas

Luciano Pérez

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por Faraón, ni por Diablo.

¡El creador de Behemot y

Leviatán lo hizo!

Por fortuna, estamos

lejos de eso. Abeja Reina

sigue leyendo las penalida-

des de Nasón junto al negro

mar, ahí donde el petróleo

de Ploesti desemboca para

tirarse, para perderse; nada

importa, porque nadie, NA-

DIE nos ama. Abeja Reina

piensa un rato en Ulises, y

ahora peina hexámetros,

larga cabellera en el exilio.

Los bárbaros aquí dicen

BARA, BARA como en Te-

pito, y quien entiende eso

no aspira a la docencia, tan

sólo sabe que ya no hay pa-

ra qué pararse temprano e

ir al trabajo, ni luchar a la

grecorromana en el metro

(la medida) de Ciudad de

México.

No es tan malo el

destierro, pero abeja quiere

picar. ¿Acaso no fue Eros

picado por una? Y Eros es

Eris, lo sabemos todos,

aunque nos quejemos de

que no se nos ama, y de

que la medida (el metro) de

las cartas de “Las Tristes”

tiene que ser ajustada a la

pena que sienta uno, y a

veces uno está contento

con su tristeza. Y la reina,

que es fan ovidiana, ha de-

jado de leer el Arte y los

Remedios, para hundirse

nada más que en el Ponto.

Porque nadie ama…

4.- Las Torres

A la pisana torre quiero ir,

como el mariscal alemán, y

observar la luna, la vaca y

el gato. Si las escaleras no

me marean, por supuesto.

Si mi corazón resiste subir

hasta la terraza y ver el co-

lor de los astros. Pero ni si-

quiera puedo subir a la torre

latina, en el centro de mi ca-

pital. Dos o tres veces fui,

cuando podía, y vi hacia

abajo el reino de Liliput, y

en la esquina de San Juan

y Madero los coreanos ad-

vertían contra el código de

barras, ese mismo que el

Diablo, según Luca Signo-

relli, le aconsejó al Anticris-

to imponer en todos los co-

mercios del mundo. ¿Y la

torre de Babel? Nemrod

quiso alcanzar a Dios y des-

tronarlo, hacerlo huir de Me-

sopotamia y del mundo. Pe-

ro no llegó, y tampoco yo, y

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sé que el ziggurat me ma-

rearía mucho, más que la

torre del mariscal, más que

la latina de la capital de A-

náhuac…

5.- Cuando Sibila muera

De tan pequeña, de tan di-

minuta, tendrá que morirse

Sibila. No sabemos si ya

fue así. Los niños juegan,

corren y preguntan, mas al

parecer ella ya no respon-

de. O ya no se le oye. Qui-

zá más bien no tiene por

qué hablar. ¿Y ahora quién

dirá lo que ha de venir? Los

oráculos lo mismo orientan

que desorientan, dicen más

de lo que no viene al caso y

menos de lo pertinente. Tal

vez por eso Sibila se hizo

vieja y baldía, tal vez por e-

so empequeñeció. En la

cueva de Cumas hay un va-

cío, porque ahora que el fu-

turo ha llegado, ya no se

necesita saber de lo que

vendrá. Simplemente, por-

que ya vino. No hay más, y

cuando muera Sibila, si no

es que ya murió, las mari-

posas habrán de llevarla

por un rústico camino hacia

el Orco, por quien juramos.

6.- Asís

Lícito me es acudir a Asís

para provecho de mis pala-

bras. No para buscar com-

pasión, pues dura es la mu-

chacha y duro el destino;

sino que los dísticos des-

granen su metro según Ale-

jandría entre los romanos.

Que si el aroma es todo

Calímaco, a Roma le perte-

nece el caudal de alusio-

nes. ¡No hay cabida para

lector perezoso, ese no es

mi semejante! Mimesis de

Propercio son las memorias

que como de Cintia tene-

mos, de esas memorias a

las que llamé alguna vez

Yucatán y la Santa María.

Amor fue la dureza, como

mísero que soy y que he si-

do. ¡En Asís la riqueza es

toda verso!

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Llegando ya al segundo mes del 2020 y a otro número que

promete cosas buenas. El triple ocho; el gran tetrakis

pitagórico, que es el número que apadrina a esta revista

(todo comenzó en octubre, el antiguo mes ocho, cuyo

nombre actual lo ostenta). Sea por lo que sea este año

seguiremos trabajando para llenar de contenido de calidad

las páginas de esta revista y seguir agradando a nuestros

lectores.