06. parte 1. capítulo 1. el largo siglo xix. contexto histórico general

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  • 7/23/2019 06. Parte 1. Captulo 1. El Largo Siglo XIX. Contexto Histrico General.

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    Captulo I

    El largo siglo XIXContexto histrico general

    Territorio y sociedad en la primera mitad del siglo XIX

    La idea que tenemos del Ecuador en la primera mitad del siglo XIX es con-fusa debido a la falta de investigaciones histricas. El criterio ms difundi-do es que se trataba de un pas escasamente articulado, sujeto a un procesode desurbanizacin o ruralizacin, con un mercado interno debilitado.Aunque la vida de la naciente Repblica se organizaba desde la ciudad, lamayor parte de la poblacin se haba concentrado en el campo, integradaen haciendas, pueblos y parcialidades, convertidas en dominios y, a su vez,en zonas de refugio1. Al entrar en crisis la administracin colonial y desar-ticularse la economa de la Audiencia, se habra generalizado la sensacin dedes-orden. La propia ciudad comenzara a ser percibida como ruralizadae incivilizada2. La crisis demogrfica afect tanto a los espacios urbanoscomo a los rurales, pero su impacto fue ms grande en las ciudades:

    Evidentemente son las ciudades las que se ven afectadas en primerlugar por la crisis: hombres reducidos por los ejrcitos o que se refugian en

    1 Minchon (1986: 475) registra una cada de la poblacin de Quito de 30.000 habitantesa menos de 20.000 a comienzos del siglo XIX. Esta recesin demogrfica fue an mayoren otras ciudades de la sierra central: Latacunga pas de 5.000 a 2.200 habitantes;

    Ambato, de 4.000 a 2.000; Riobamba, de 8.000 a 2.500. Sin embargo, el mismo Min-chon relativiza estos datos ya que la estrecha relacin ciudad-campo haca que los flujosde poblacin de una a otra parte, fuesen permanentes.

    2 Un tipo de percepcin que vena desde el siglo XVIII, si nos atenemos a los estudiosde Tern y Lavall.

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    el campo para evitar la conscripcin, destruccin mortfera de grandes edi-ficios por los terremotos, lugar donde se deciden los combates por el con-

    trol de todas las epidemias...todo contribuy a afectar a un sistema urbanoque ya era parsito en la poca colonial (Saint-Geours 1986: 485).Con el decaimiento del comercio, una buena parte de la poblacin

    rural, particularmente indgena, dej de tener comunicacin continua conel mundo urbano. Grandes espacios vacos o escasamente poblados separa-ban una regin de otra y muchas zonas, de manera particular las selvticas,eran desconocidas o poco conocidas. De acuerdo con Taylor (1994),durante las primeras dcadas de la Repblica los contactos entre la pobla-

    cin blanca y la indgena, en regiones como la Alta Amazona, haban dis-minuido al mnimo .Los documentos oficiales de la primera mitad del siglo XIX nos devuel-

    ven la imagen de un pas fragmentado y escindido, atravesado por profun-das crisis polticas y econmicas, en las cuales la poblacin haba mermadonotoriamente como consecuencia de las guerras de independencia y lasluchas promovidas por los caudillos. No menos importantes fueron losefectos de las pestes y el deterioro econmico. La ausencia de un sistema de

    pesas y medidas unificado, la escasez de moneda circulante y la existenciade distintos tipos de monedas de circulacin restringida, habran afectadolas relaciones de intercambio3.

    De acuerdo con las comunicaciones de esos aos, tanto el estado de lasvas como el limitado crecimiento de los centros urbanos haban contri-buido a debilitar el mercado. En realidad, no existan caminos que comu-nicasen las zonas del interior con las laterales -as, a Quito con Esmeraldas,la regin costera ms cercana4. Los nicos vnculos estables eran los que

    Eduardo Kingman Garcs62

    3 En una comunicacin emitida en Sangolqu, poblacin cercana a Quito, se deca: Nosvemos en una calamidad espantosa en este pueblo a consecuencia de la circulacin dela moneda; pues la gente infeliz est al perecer de necesidad, porque en el mercadorechazan la moneda que les da la gana, y como a esta parroquia no ha venido disposi-cin de ninguna parte, nos hallamos ignorantes de lo que haya dispuesto el supremogobierno a este respecto. En este estado suplico a Usted se sirva comunicarme la mone-da que deva circular para poner en conocimiento del pblico, para evitar abusos y obli-garles a la circulacin, y de ese modo favorecer a la poblacin. (AHM/Q, Oficios ysolicitudes dirigidas al Pdte. del Concejo. 7 de febrero de 1870).

    4 El diplomtico francs Henri Ternaux deca que el viaje de seis das de Barbacoas aQuito, slo puede hacerse a lomo de indio (Banco Central del Ecuador 1988: 245).

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    unan Cuenca y Quito con Guayaquil, pero entre Quito y Cuenca, elcomercio era escaso; su relacin se limitaba a lo estrictamente administra-

    tivo. An los intercambios entre regiones colindantes eran dbiles:

    Los nicos productos que se comercializaban eran aquellos que proven-an de zonas cuyas condiciones ecolgicas eran favorables para una espe-cializacin: azcar del Chota, lana de Riobamba, frutas europeas de

    Ambato (Ortiz y Mills 1986: 97).

    El camino hacia Guayaquil permaneca abierto nicamente durante seismeses debido a las lluvias. Los comerciantes quiteos encargaban sus mer-

    caderas en Lima y Guayaquil, a cuyos puertos llegaban productos de Fran-cia, Inglaterra y otras naciones europeas; su envo a Quito resultaba difcily costoso5. Buena parte de las propuestas de construccin de vas tena uncarcter regional o intentaba vincular, de modo ms o menos directo, algu-na de las ciudades de la Sierra con algn puerto del litoral, principalmen-te Guayaquil. Los arrieros y cargueros permitan la circulacin de mercan-cas del campo a los centros poblados o entre ciudades y regiones aledaas,pero muy pocos productos eran trasladados fuera de estos mbitos. Muchas

    vas eran poco transitadas6 y, en tiempos de enfrentamientos entre caudi-llos, se tornaban peligrosas7. Los largos inviernos dificultaban an ms losintercambios8. Los fletes a larga distancia que se justificaban eran casiexclusivamente los de bienes suntuarios.

    Las vas, al igual que la circulacin de mercancas, eran condicio-nes para el desarrollo del pas, as como el fundamento material desde el

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    5 Terry ([1834] 1994) nos proporciona una pista sobre los efectos de esta situacin en lavida cotidiana: las mujeres blancas quiteas vestan de modo mucho ms sencillo quelas guayaquileas, y a diferencia de stas, las telas de sus vestidos eran nacionales.

    6 Cul no sera el abandono de esos caminos que muchas veces se vean sujetos a apro-piacin por parte de particulares, para construir habitaciones o para destinarlas a cul-tivos (APL/Q, Primer Registro Autntico Nacional, 1830, p. 112).

    7 De acuerdo a Teodoro Wolf, Ecuador era uno de los pocos pases en los que se podaviajar con seguridad, excepto en los tiempos de conmociones polticas (Wolf [1892]1975: 586).

    8 Un informe de 1865 muestra el estado de las vas, en esa poca: las materias alimenti-

    cias de consumo general en la provincia de Guayaquil escasean notablemente en la esta-cin de las lluvias por el mal estado de los caminos (APL/Q. El Nacional, No 184, p.1).

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    cual era posible constituir una comunidad imaginada y una accin esta-tal a distancia:

    Las vas de comunicacin que se estn abriendo por todas partes paraimpulsar la industria, la agricultura y el comercio del pas, aumentarnnuestras producciones, facilitarn la exportacin, provocarn inmigracio-nes laboriosas que vengan a cultivar nuestras selvas solitarias, acortarn lasdistancias por medio de carreteras y ferrocarriles, nos pondrn a la alturade los pueblos civilizados9.

    Si bien la documentacin oficial, a la que he estado haciendo referencia,

    nos muestra situaciones reales sera equivocado pensar a la Repblica comoun todo, sin establecer periodizaciones, y peor an, hablar de una sociedadesttica, no sujeta a cambios. De acuerdo a Saint-Geours (1983), aunquehubo un estancamiento demogrfico durante las dos primeras dcadas delsiglo XIX, que hizo que muchas ciudades se despoblaran, estas condicionesfueron superadas en las dcadas siguientes10. Y, en cuanto a la economa, lasdistintas regiones no fueron afectadas por igual. Existan zonas, como lascercanas a la ciudad de Quito, en las que de un modo u otro, se mantuvo

    una produccin agrcola y ganadera relativamente importante para lapoca; por otra parte, muchas comunidades indgenas lograron una relati-va tranquilidad econmica y una cierta independencia cultural con respec-to a la sociedad nacional.

    El mercado no es el nico factor que hay que tomar en cuenta en elmomento de medir el dinamismo de una sociedad. Si bien la mayor partedel pas se hallaba articulada a una economa de mercado y dependa, enmayor o menor medida, de sus fluctuaciones, la sociedad en su conjunto

    obedeca a lgicas de funcionamiento especficas, que no deben confun-dirse con las del mundo moderno. Sabemos que la funcin del mercado esdistinta en las sociedades precapitalistas y en las capitalistas (Kula 1974).Por otra parte, no era igual la situacin en la Costa centro, que se fue arti-culando de manera creciente a la agroexportacin, que en la Sierra.

    Eduardo Kingman Garcs64

    9 APL/Q, El Nacional, No 194, Quito, sep. 20 de 1865, p. 4.10 Si tomamos como ejemplo el caso de la ciudad de Cuenca, su poblacin haba pasado

    de 18.819 habitantes en 1778 a 10.981 en 1825; sin embargo, para 1838 se registra

    una recuperacin demogrfica que permite llegar a los 17.084 habitantes (Hammerlycitado por Carpio 1983: 78).

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    Hay que diferenciar los deseos e imaginarios de las elites, buena partede las cuales serva de teln de fondo a la forma cmo se redactaban los

    informes y documentos oficiales, y a aquellas con las cuales los distintossectores sociales buscaban dar respuesta, efectivamente, a las condicionesde la poca. Es posible que en el seno de una comunidad, de una hacien-da, de un poblado o hasta de un vecindario urbano, se hubieran generadovnculos intensos y que las relaciones con el mundo exterior hayan sido lasnecesarias, existiendo un justo juego entre factores externos e internos;algo tan difcil de alcanzar en la actualidad, en un contexto en el que lasrelaciones impersonales y los condicionantes de la economa global de mer-

    cado, han pasado a ser dominantes. Cuando se analiza el pasado hay quecuidarse de aplicar criterios actuales, basados en una dinmica de repro-duccin ampliada. Tampoco el ritmo y la forma de las relaciones, los ima-ginarios y sistemas de representacin, se semejan a los nuestros11.

    Muchos de los documentos oficiales reflejan ms las aspiraciones delnaciente Estado y de las elites urbanas, llevadas tempranamente por laidea del progreso, que las posibilidades reales de la vida social. La rurali-zacin de la economa serrana, por ejemplo, constitua una respuesta a la

    crisis obrajera y minera y a la desarticulacin del mercado interno durantelos primeros aos de la Repblica:

    La hacienda colonial pudo forjar nexos de complementariedad econmi-ca que desaparecieron en el curso del siglo XIX. El mbito mucho msamplio de un eje andino, fue reemplazado por un arreglo en el que la uni-dad productiva bsica se convirti en un santuario de la poblacin ind-gena. Esta iba desplazndose de una y otra para asegurarse un mnimovital (Colmenares 1992: 40).

    La tendencia a la concentracin monopolista de tierras y al fortalecimien-to de la hacienda era, de alguna manera, una respuesta a las condiciones defragmentacin econmica y social existentes en esos aos. Al mismo tiem-

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    11 Si se miran las cosas desde esta perspectiva, habra que relativizar incluso, la idea de ais-lamiento. Es posible que esta nocin hubiese sido construida con respecto a Europa ya la idea del progreso, y que comprometa a pequeas capas de la poblacin realmente

    preocupadas por ello, sin que tuviera nada que ver con la dinmica de vinculacionesen la que se encontraba inserta la mayora.

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    po, el sistema republicano buscaba reproducir y dar sustento a la antiguadominacin de la Repblica de Espaoles en un contexto de desarticula-

    cin de la economa y de crisis de lo pblico-estatal. El proceso del sigloXIX conduca a la formacin de grandes latifundios que concentraban unagran cantidad de mano de obra, lo que permita mantener un tipo deexplotacin extensiva. Pero, por otro lado, eso no condujo -por lo menosdurante la primera fase de la Repblica- a un descalabro de la comunidadsino que, muchas veces, ampli las posibilidades de resistencia y escapefrente a los controles estatales. Ecuador en el siglo XIX -y ms especfica-mente la Sierra ecuatoriana-, tena un carcter estamental en el que, a la vez

    que se iban dando las condiciones para un proceso de concentracin de tie-rras -que slo concluira a finales del siglo XIX-, existan una serie de dis-positivos que garantizaban la reproduccin de los espacios indgenas -loscabildos, tierras comunales, y culturas indgenas- aunque bajo la forma deespacios subordinados (Fuentealba 1990).

    En todo caso, que la sociedad se hubiera ruralizado no significaba quelo urbano perdiera peso. El mundo blanco y mestizo no poda reproducir-se en trminos culturales ms que en contextos urbanos o urbanizados, ya

    sea de las ciudades, las parroquias rurales o las propias casas de hacienda.Uno de los problemas que se viva en la primera mitad del siglo XIX y queno tena que ver tanto con el tamao de las poblaciones, era que las pro-pias ciudades haban pasado por un proceso de desurbanizacin cultural,el cual era percibido en trminos morales como relajamiento de las cos-tumbres.

    Para terminar, se debe decir que resulta equivocado hablar del Ecuadorcomo si se tratase de un pas con caractersticas homogneas. En la prcti-

    ca, se daban grandes diferencias regionales, tanto en lo referente a los siste-mas productivos como en las formas de gobernabilidad y de organizacinde la vida social y las culturas. Unas zonas estaban ms pobladas que otrasy los vnculos y relaciones entre los pobladores variaban de un lugar a otro.Si bien existan muchos asentamientos aislados, innumerables lazos de reci-procidad e intercambio unan a ciudades y poblados dentro de economaslocales y regionales. Tambin los pueblos de indios mantenan diversas for-mas de relacin entre s y con los pueblos mestizos. Las haciendas tendan a

    integrarse en juegos de haciendas ubicadas en distintos pisos ecolgicos, loque permita una circulacin cautiva de mano de obra y productos de

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    acuerdo con las circunstancias. Pero los niveles de integracin, en esta din-mica, variaban de un lugar a otro12. En el siguiente apartado se podr ver en

    qu medida Guayaquil, que lejos de disminuir su poblacin y su capacidadeconmica, las haba incrementando, viva de cara al mundo y al progreso.

    Ecuador en el contexto de la economa cacaotera

    La integracin de Ecuador a la primera divisin internacional del trabajocomo proveedor de materias primas y alimentos (cacao especialmente), fue

    el punto de partida del largo proceso -no menos de cien aos, entre 1870y 1970- de modernizacin de la sociedad y el Estado.La integracin al mercado mundial gener grandes diferencias regio-

    nales en trminos polticos, sociales y culturales, entre la Costa, vinculadaa la agroexportacin y el comercio internacional, y la Sierra, cuya base erael sistema de hacienda y la produccin para un mercado inicialmente regio-nal, y luego, cada vez ms relacionado con los requerimientos de la zonams dinmica de la Costa. Si hacemos un corte vertical en la economa y

    en las estructuras institucionales, se puede ver que en Ecuador del sigloXIX e inicios del XX, operaron dinmicas econmicas y sociales diferentespero, de alguna manera, superpuestas. Igualmente, se podra hablar de quelos efectos de esas dinmicas fueron distintos para los diversos espaciosregionales.

    Sera equivocado pensar en el modelo agroexportador en trminoscapitalistas, discusin que se dio hace ms de dos dcadas -que form partede las que se produjeron en esos aos en toda Amrica Latina-, sino ms

    bien de un proceso transicional. La insercin en el mercado mundial nocondujo, por lo menos durante el siglo XIX, al desarrollo del capitalismoen el sentido moderno, sino a un fortalecimiento del capital comercial y delbancario que pasaron a ejercer la hegemona sobre las distintas esferas eco-nmicas. El modelo agroexportador no se extendi ms all de la Costa,hasta avanzado el siglo XX; sin embargo, pas a gravitar con fuerza sobrela suerte de un pas que nunca lleg a constituirse realmente como tal y deun Estado de orientacin profundamente oligrquica en el que las clases

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    12 Examnese al respecto Ibarra (1987).

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    dominantes de Guayaquil y Quito se disputaban el poder, a la vez que locompartan.

    Tanto la economa de agroexportacin de la Costa, como la latifun-dista de la Sierra marcaron las formas en las que se fue configurando lasociedad en las dos regiones, as como los procesos de construccin dehegemona y consenso en el mbito nacional. Por un lado, el desarrollohistrico del pas se basara en sistemas de dominacin locales y regiona-les, por otro, en la reproduccin de formas de relacin corporativas yclientelares. Los intereses, muchas veces contrapuestos de los sectoresdominantes de Guayaquil y Quito, marcaron buena parte de los conflic-

    tos y confrontaciones de los siglos XIX y XX. Las crisis constantes de lasexportaciones, que tuvieron su punto culminante en la segunda dcadadel siglo XX, condicionaron, de uno u otro modo, la suerte del Ecuadoren su totalidad. Los aos veinte y treinta, en particular, fueron de granconflictividad social.

    La dinmica mercantil de la economa ecuatoriana se desarroll desdeQuito y Guayaquil, y en menor medida desde Cuenca, como ncleosregionales de concentracin de capital comercial y de sistemas rentsticos

    de reproduccin social. Sin embargo, esas ciudades constituyeron formasde centralidad diferentes. Se podra decir que Guayaquil concentrabarecursos de la regin para orientarlos hacia afuera, e importaba productosdel exterior para su consumo interno. Quito, en cambio, compraba y con-suma lo que vena de sus redes internas de dominio, aunque paulatina-mente ampli el consumo de bienes suntuarios. El desarrollo de Cuenca sedio a partir de la produccin y comercializacin de sombreros de pajatoquilla basadas en una suerte de industria a domicilio en la que el capital

    comercial subsuma a los pequeos productores de sombreros, ubicados enel campo.Desde muy temprano, se plante la necesidad de unir a las dos

    regiones principales del pas, Guayaquil y Quito, pero en la prctica, losvnculos fueron restringidos. La economa quitea, en el siglo XIX, nopoda expandirse ms all de los lmites existentes, y en cuanto a Guaya-quil, sus ritmos de crecimiento dependan mucho ms de la demandamundial de cacao y del mercando internacional, su eje dinamizador real,

    que del mercado interno. Si bien las elites quiteas desarrollaron un gustopor los bienes importados, eran muy pocos los productos provenientes del

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    exterior accesibles al comn de los quiteos. Esta tendencia slo comenza romperse realmente con el ferrocarril13.

    Sin duda, el capital comercial cumpli un rol significativo en las dosciudades, pero los mecanismos de funcionamiento de ese capital y los lazosque logr establecer, con los bienes y los hombres, fueron distintos. La acu-mulacin de recursos, tanto en Quito como en Guayaquil, tena una baserentstica; sin embargo, en las plantaciones cacaoteras el paso a formas derelacin transicionales que desembocaran, ms tarde, en relaciones salaria-les, se fue dando de manera ms rpida que en la hacienda serrana.

    Los terratenientes serranos eran una combinacin de seores del con-

    sumo y del mercado. Su consumo urbano se basaba en rentas en especie,trabajo y moneda, buena parte de la cual flua al mercado urbano y con-tribua a la reproduccin del capital comercial. El Estado basaba su domi-nio sobre el campo en la delegacin del poder al sistema de hacienda y alas autoridades rurales, civiles y eclesisticas, as como a formas jerrquicasde autoridad dentro de las propias comunidades indgenas. El mecanismode concertaje someta a las comunidades indgenas al control internohacendatario14. Adems, la hacienda serrana cumpla un papel en la pro-

    duccin de bienes manufacturados para el mercado: obrajes de textiles ycuero15, que estuvieron ligados, en el pasado, al espacio colonial del nortey a las minas de Per y de Potos, en Bolivia. En esta combinacin, Quitoera el centro del poder poltico y simblico de la Sierra centro-norte, conredes hacia la alta Amazona -lavaderos de oro y posteriormente caucho-,as como relaciones de mercado (reducidas) con la Costa.

    Guayaquil, en cambio, desarroll su propio modelo. El puerto era elcentro de la dinmica. Dos grandes cuencas que desembocan en el ro Gua-

    yas y que comunicaban a la ciudad con un radio de ms de 100 kilmetros

    69Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    13 Ver al respecto Clark (1998).14 El concertaje era una forma de sujecin de la fuerza laboral indgena al sistema de

    hacienda. Los indgenas reciban una o ms parcelas de tierra (huasipungos) para su sub-sistencia, a cambio de trabajo en la hacienda; pero la garanta de su permanencia en elfundo era el concertaje, un sistema de endeudamiento, basado en la entrega de socorrosy suplidos y en la prisin por deudas. Antes que como un sistema de dominacin, hayque verlo como un campo de fuerzas (me remito al estudio de Guerrero 1991).

    15 Los obrajes eran talleres trabajados por indgenas. Los haban de hacienda y de comu-nidad, as como obrajes urbanos.

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    de distancia, facilitaban la circulacin de hombres y mercancas. El marvinculaba, de manera natural, a la urbe con el mundo. La geografa favo-

    reca el desarrollo de Guayaquil y su regin: la calidad de las tierras sedi-mentarias (las mejores del Ecuador), el puerto, el mar y los ros que laconectaban con las plantaciones cacaoteras y de otros productos ubicadosa lo largo de la Costa, y de manera particular, con el mayor espacio pro-ductor, la actual provincia de Los Ros -Guayas tena un milln de plantasde cacao en 1900, Los Ros 11 millones- (Pineo 1994: 258).

    La expansin de la frontera agrcola orientada al mercado externo sebasaba en la atraccin de hombres de la Costa norte e indios de la Sierra

    centro, as como la ampliacin de la frontera agrcola. Durante dos quin-quenios de auge cacaotero (1860-64 y 1885-89), se sembraron ms de 13millones de rboles de cacao; se desbrozaron con ese fin, grandes espaciosde selva tropical.

    Se calcula que para 1830, poco despus de la Independencia, el 15%de la poblacin viva en la Costa: esto podra significar cerca de 90 mil per-sonas, de las cuales 62.565 se asentaban en la provincia del Guayas ese ao.All se concentraba la mayor parte de la poblacin del litoral. Cuarenta

    aos despus, al darse inicio el proceso de dinamizacin de la demandacacaotera, esta provincia, con su cabecera Guayaquil, alcanz las 87.427almas. En 1890, 17 aos despus, la poblacin guayasense lleg a los98.100 habitantes. La ciudad de Guayaquil tena, en 1880, 25 mil habi-tantes, y en 1920 lleg a 100 mil (Chiriboga 1980).

    No slo aument el rea de explotacin cacaotera, sino que crecieronlos centros urbanos y se incrementaron las redes de comercio entre la ciu-dad y el campo. La economa cacaotera contribuy al incremento de pro-

    ductores y proveedores de alimentos, el desarrollo del comercio de impor-tacin y los empleados de comercio, los servicios y actividades de trans-porte y el nmero de personas ocupadas en ello, las empresas inmobiliariasy de obras pblicas, resultado de la expansin de la ciudad, los oficios y lasmanufacturas. Guayaquil era, a inicios del siglo XX, una ciudad mercantily artesanal, con un dbil desarrollo industrial, pero con una dinmicasocial bastante intensa para la poca (Bock 1992: 111).

    La economa de agroexportacin provoc un fuerte incremento de la

    poblacin en la Costa y, particularmente del Guayas. Para 1909, Guayashaba pasado a ser la provincia ms poblada de Ecuador16.

    Eduardo Kingman Garcs70

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    Guayaquil no solo concentraba poblacin originaria de diversos lugares delpas, sino productos que provenan de distintos sitios, tanto serranos comocosteos; sin embargo, durante el siglo XIX, su mayora vena del exterior.Como ciudad, su funcin y sus ingresos estaban relacionados con la agro-exportacin y el capital comercial. La expansin urbana y la vida misma dela ciudad, dependan de los ingresos aduaneros y de la dinmica del comer-cio. La evolucin de la economa cacaotera fue fundamental adems, para

    71Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    Evolucin de la poblacin en la provincia del Guayas

    Fuentes: Chiriboga Manuel (1980) y Alexander Linda (1992)

    16 Si bien este proceso de crecimiento demogrfico se produjo, en gran medida, gracias alas migraciones, no condujo a una reduccin de la poblacin rural de la Sierra. Entre1870 y 1890, se dio una expansin demogrfica en la mayora de provincias de la Sie-rra. En realidad, solamente dos zonas perdieron poblacin: Loja al sur, en donde eldesierto se expandi desde el norte de Per y la provincia de Bolvar, que estaba estre-chamente relacionada con la zona cacaotera. Quito y la provincia de Pichincha conti-nuaron creciendo durante este periodo. Pichincha duplic su poblacin entre 1873 y

    1890 (de 102.281 a 205 mil habitantes) a pesar de que entre 1860 y 1870 hubo unacada general de la poblacin serrana (Chiriboga 1980).

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    el desarrollo del Estado ecuatoriano. Los cuadros que se presentan a conti-nuacin, pueden darnos una idea del proceso de sustitucin del tributo de

    indios por las aduanas y otros rubros, como fuente de financiamiento delEstado. El tributo de indios fue perdiendo su importancia muchos aosantes de su eliminacin, en 1857.

    Con la eliminacin del tributo de indios, el Estado ecuatoriano pas adepender de las rentas aduaneras y la disputa Guayaquil Quito comenza definirse en ese campo, como enfrentamiento por los recursos producidosen Guayaquil pero canalizados a Quito, como sede del gobierno central.

    Otra fuente de conflicto fue el proteccionismo defendido por la Sierra,frente a la poltica guayaquilea de apertura al libre cambio. El fondo de

    todo ese proceso era la necesidad compulsiva del capital por ampliarse, unatendencia mundial subterrnea, que se se hizo presente de manera gradual,

    Eduardo Kingman Garcs72

    Ingresos gubernamentales en Ecuador

    Fuente: Alexander (1992)

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    en el pas. Exista una fuerte preocupacin en la Sierra porque la liberali-zacin del mercado pudiese afectar a la produccin obrajera serrana17.

    Las rentas aduaneras permitieron una acumulacin mayor del capitalcomercial y su expansin, as como el desarrollo urbanstico del puerto deGuayaquil. Estas rentas fueron el punto de partida de un proceso de acu-mulacin que abarc tanto a la ciudad como al campo, y que se dio vatransferencia de recursos de una esfera a otra. Los grandes propietarios -exportadores cacaoteros y un grupo de importadores eran, a la vez, dueosde grandes bancos que producan papel moneda. Los bancos prestabandinero al Estado para las obras pblicas y para cubrir las necesidades de sus

    aparatos administrativos. Estos prstamos se sucedieron, tanto en el trans-curso del periodo garciano (1869-1875), como durante el llamado progre-sismo (1876-1895) y el perodo liberal (1895-1920). Durante los dos lti-mos, el nivel de endeudamiento interno del Estado creci de modo singu-lar, siendo ste uno de los factores de la crisis que desemboc en la llama-da Revolucin Juliana, en 1925. Los prstamos eran la forma como elimpuesto aduanero regresaba a las arcas del capital comercial, cerrando laetapa de acumulacin, que constituy la primera fase del ciclo resultante

    de la agroexportacin y la segunda de los prstamos al Estado.Los niveles de acumulacin de los gran cacao eran mucho ms altosque los de los terratenientes serranos. La tasa de ganancia obtenida en lashaciendas cacaoteras en el periodo de mayor expansin, 1895-1920, era del165%. De ste, slo el 10% se reinverta en ampliar la frontera agrcola; laparte destinada a la masa salarial, dentro de la composicin orgnica delcapital ampliado, era menor que la destinada a insumos y herramientas(Chiriboga 1980: 251 y ss.). El grueso de estas rentas era canalizado al con-

    sumo de lujo, que constituy el 24.99% de las importaciones y caracterizclaramente el carcter de la insercin del Ecuador en el mercado mundial(Chiriboga 1980: 292).

    La agroexportacin cacaotera, cuyos antecedentes nos remiten al sigloXVIII, se afirm entre 1830 y 1870 y se aceler de modo dramtico desde1875 -fecha que coincide con el magnicidio de Garca Moreno- expresn-

    73Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    17 El 43% de las importaciones eran alimentos y textiles y un 2% artculos de cuero. Si a

    esto se suman los bienes de lujo que, se compraban en la Sierra, se debe concluir quela produccin de esta regin se vio realmente afectada.

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    dose no slo en montos de exportacin sino en la creacin de los bancoscomerciales y agrarios, y de casas exportadoras.

    Entre 1870 y 1920, el valor de la venta de cacao ecuatoriano aumenten 700% (Pineo 1994). Ms del 90% de las exportaciones eran de la Costa.La demanda elev los precios: en 1871, un quintal costaba 10 pesos; en1880, 22 pesos, y en 1900, costaba 25 pesos. De all que durante 40 aosel cacao hubiese sido el eje de la vida nacional. Pero como muestra elsiguiente cuadro, la gran era cacaotera entr en crisis a partir de l921 (Chi-riboga 1980: 43).

    La exportacin cacaotera tuvo su contrapartida en el incremento de lasimportaciones: el intercambio desigual se manifest de manera cruda.Gran Bretaa fue el principal beneficiario de este intercambio, aunque nofue el comprador ms importante de cacao. El destino principal de losingresos cacaoteros fueron los bienes suntuarios de importacin -a lo que

    hay que sumar los recursos gastados directamente en Pars o Londres,donde los gran cacao tenan sus residencias temporales.

    Eduardo Kingman Garcs74

    Exportacin de cacao del Ecuador en miles de dlares

    Fuente: Alexander Rodrguez Linda.

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    Pero lo ms escandaloso de este modelo, comn a muchas ciudadeshispanoamericanas, fue la importacin de alimentos. Esto se explica en

    buena medida por los costos de transporte, pero tambin por la ausenciade un capital comercial interesado en la ampliacin del mercado interno.Hasta que termin la construccin del ferrocarril Quito-Guayaquil (1909),el envo de productos de la Sierra a la Costa era ms oneroso; adems, noexistan suficientes redes de circulacin. Pero incluso despus de esa cons-truccin, continu la importacin de muchos bienes de primera necesidadutilizados en el puerto. El ferrocarril hizo posible la entrada de muchos msproductos costeos e importados hacia la Sierra, que en sentido contrario.

    A esto nos referiremos ms tarde, en el tercer captulo de esta investigacin.

    El imaginario de la nacin

    No se han estudiado suficientemente las estrategias desarrolladas por elEstado republicano y la sociedad blanco-mestiza para reinventar la ideade nacin y establecer un control sobre el conjunto del territorio, una vez

    que haban entrado en crisis los dispositivos materiales y smbolos que sir-vieron de base al funcionamiento de la Audiencia de Quito.Se trataba de un proceso complejo y contradictorio de integracin de

    distintos rdenes y corporaciones, con sus propias pautas de funciona-miento, dentro de un proyecto comn, en buena parte imaginado. Lamayora de la poblacin se encontraba identificada ms con una ciudad ouna localidad, que con una idea abstracta de nacin. La reinvencin de lanacin sera el resultado de un proceso relativamente largo en el que se

    haban comprometido, sobre todo, las capas ilustradas, tanto liberalescomo conservadoras, pero en el que, de uno u otro modo, se ira involu-crando el resto del pueblo.

    A lo largo del siglo XIX, fueron puestos en funcionamiento gran diver-sidad de recursos, tanto discursivos como prcticos, francamente modernoso basados en la costumbre18, dirigidos a reinventar una tradicin nacional.Estamos hablando de una sociedad en la que slo se haban formado unos

    75Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    18 El trmino costumbreha sido tomado de Thompson (2000) y es utilizado a lo largo deeste estudio.

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    pocos crculos intelectuales en condiciones de contribuir a generar una opi-nin pblica19 y en la que las capas letradas, capaces de hacer propuestas

    legitimadas en trminos de ciudadana, no contaban con el apoyo deimprentas, libreras ni bibliotecas suficientes. Se trataba de un medio en elque los canales de circulacin literaria eran limitados y en el que los inte-resados en instruirse y cruzar ideas, dependan de las tertulias y conver-saciones, as como del acceso a libros y revistas en prstamo, de circulacinrestringida20.

    Quizs ms importante que la literatura y la prensa en la constitucinde comunidades imaginadas, y en el desarrollo de una idea de nacin y de

    proyectos de organizacin del Estado21

    , fue el papel de las tertulias, comu-nicaciones orales, noticias que circulaban de manera informaly correspon-dencia. El siglo XIX se caracteriz por este tipo de intercambio entre gober-nantes, misioneros, comerciantes, tenientes polticos as como entre nota-bles e instituciones corporativas. En estas comunicaciones, se daba cuentatanto de la situacin de una localidad o regin, como de la necesidad depensar la realidad a partir de modelos nacionales, como los de la patria,el orden y el progreso. El epistolario permita ir delimitando un campo

    de preocupaciones culturales en dilogo. Tanto Juan Len Mera, conser-vador, como Juan Montalvo, liberal, se sirvieron del gnero epistolar paraexpresar sus preocupaciones con respecto a la vida social. Las crnicas deviajes, mapas y cartografas, descripciones literarias y representaciones pic-tricas, jugaron un papel igualmente importante en la creacin de un ima-ginario nacional.

    Los smbolos y fiestas patrias permitieron ir definiendo una idea depas. Por lo general, stos se encontraban mixturados con representaciones

    provenientes de otros campos, sobre todo, religiosos. Aunque las ciudadesy las poblaciones de las distintas regiones se encontraban escasamente

    Eduardo Kingman Garcs76

    19 El intelectual conservador Juan Len Mera reconoca el papel de la Sociedad Filarm-nica y de la Miguel de Santiago en el desarrollo de las artes y las ciencias en la prime-ra mitad del siglo XIX; pero, al mismo tiempo, sealaba que sus propuestas se vieronlimitadas, debido su incursin en poltica (Mera [1894] 1994: 328).

    20 Para el caso del Per ver Forment (1998) y para el de Brasil Murillo de Carvalho(1999).

    21 Ver al respecto la correspondencia de Vicente Rocafuerte y Juan Jos Flores, primerpresidente del Ecuador, recopilada por Carlos Landzuri (1988).

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    comunicadas con el resto del territorio, las celebraciones patrias contribu-an a la formacin de un concepto de nacin. Por un lado, estamos hablan-

    do de recursos escriturados y escriturantes -como las tertulias y los cr-culos de lectura- en una poca en la que la mayora de la poblacin eraanalfabeta, cuando no desconoca por completo la lengua nacional, el cas-tellano, pero por otro, de formas pblicas de representacin de la patriacomo desfiles, procesiones, alegoras y alocuciones pblicas, a partir de lascuales se iba popularizando la idea de la nacin.

    La generacin de una comunidad nacional, integrada por ciudadanosmodernos, sera, ante todo, el resultado de la formacin de sociedades de

    pensamiento capaces de pensar y departir en comn, llegar a una opininconjunta (Guerra 1993: 90), pero tambin de una produccin popularo dirigida al mundo popular, como las celebraciones patrias y los textosescolares (catecismos cvicos). Si bien hubo una generacin temprana dedispositivos simblicos dirigida a constituir la imaginera de la nacin22

    los ceremoniales patrios no estuvieron del todo separados de los religiosos,en parte porque los segundos consagraban a los primeros (Demlas 1994:498).

    Garca Moreno, que gobern al pas entre 1859 y 1875, entendi lafuerza que poda tener la identificacin de los ceremoniales religiosos y sussmbolos con los de la nacin, en un contexto de desintegracin nacional.Esto significaba disear una estrategia particular, de alguna manera distin-ta a la que se haba dado en el occidente de Europa, cuando se constituye-ron las naciones. No se trataba de un proyecto secular, sin que por eso dejede ser un proyecto moderno o dirigido a generar un tipo de modernidad.

    Lo que ms me sorprende en el seor Garca Moreno es una tendencia,yo dira an ms, una exaltacin religiosa que me parece absolutamenteinconciliable tanto con la naturaleza de un espritu tan abierto y general-mente justo, como con la escuela poltica a la cual parece pertenecer. Estehombre que construye rutas, etc... este mismo hombre que tiene todas lastrazas de un economista libre pensador, acaba de resucitar una antiguaprocesin pblica (Charle de Saint Robert (1865) citado por Demlas ySaint-Geours 1988: 143).

    77Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    22 Ver al respecto el artculo de Georges Lomn (1994: 315).

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    Benedict Anderson advierte sobre la afinidad que podra haber entre laimaginera nacionalista y las imagineras religiosas pero establece, al mismo

    tiempo, un quiebre, una separacin histrica entre las dos en el sigloXVIII, momento de surgimiento del nacionalismo, pero tambin de cre-psculo de los modos de pensamiento religioso:

    El siglo de la ilustracin, del secularismo racionalista, trajo consigo supropia oscuridad moderna. Con el reflujo de la creencia religiosa no desa-pareci el sufrimiento que formaba parte de ella. La desintegracin delparaso: nada hace ms necesario otro estilo de continuidad. Lo que serequera entonces era una transformacin secular de la fatalidad en con-

    tinuidad, de la contingencia en significado. Como veremos ms adelantepocas cosas eran (son) ms propicias para este fin que una idea de nacin.Si se concede generalmente que los estados nacionales son nuevos e his-tricos, las naciones a las que dan su expresin poltica presumen siem-pre de un pasado inmemorial, y miran a un futuro ilimitado, lo que esan ms importante (Anderson 1993: 27).

    En el caso del Ecuador no se produjo ese quiebre, por lo menos hasta el libe-ralismo. El catolicismo y los aparatos clericales se convirtieron en el eje alre-dedor del cual se intent integrar la nacin, tanto en trminos de gobiernoy polica de las poblaciones (el aparato burocrtico del Estado era insufi-ciente) como de reinvencin de una tradicin. La religin actuaba como uncomn denominador equivalente, de un modo u otro, a la idea de pueblo.Se trataba de una comunidad de catlicos, cuyas bases de funcionamientoeran, sobre todo, morales. Los indgenas estaban excluidos de la ciudadanano por su condicin, ya que formaban parte del pueblo cristiano, sino porsu falta de instruccin (Demlas y Saint-Geours 1988: 168 y ss.).

    Es cierto que cuando nos referimos a un imaginario de la nacin noesperamos que integre al conjunto de los habitantes del pas sino a suscapas urbanizadas, ciudadanas y blanco-mestizas. La construccin devas, el desarrollo del mercado, as como la reinvencin de tradiciones: todoeso formaba parte de los requerimientos ciudadanos, a la vez que serva debase para la formacin de un imaginario nacional en el siglo XIX23. Fueron

    Eduardo Kingman Garcs78

    23 En 1848 el presidente Vicente Ramn Roca se quejaba de la ausencia de dispositivos

    dirigidos a unir unas provincias con otras y de que, si alguna preocupacin exista, eraslo por los caminos locales (APL/Q, Leyes y Decretos 1850-1851. p.157 y ss.).

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    adems, innumerables los proyectos de poblamiento (mejoramiento racial,colonizacin e inmigracin), independientemente de que la mayora de

    stos no se llevara a la prctica24

    .Aunque la importancia de las ciudades hubiese sido poco significativaen trminos econmicos y demogrficos stas no dejaron de jugar un rolen la construccin de hegemonas culturales.

    La nacin que se constituy en el siglo XIX, tom como punto de par-tida dispositivos e imaginarios que competan a un pequeo grupo intere-sado en su conformacin, mientras que el resto de la poblacin slo parti-cipaba tangencialmente o desde sus propios espacios y campos de signifi-

    cado. Al revisar la historia del siglo XIX no podemos perder de vista las dis-tintas percepciones que tuvieron las personas de su poca, de acuerdo a suubicacin social, tnica, de gnero. Una debi ser la perspectiva desde laciudad y otra desde el campo, y distinto el punto de vista del publicista yel del ciudadano comn. Para la mayora de los habitantes del pas losrequerimientos de vida se restringan al mbito de una localidad, unaregin, un grupo social o de parentesco, con los que se sentan identifica-dos. La idea de nacin era ajena a las formas como la mayora de la gente

    viva sus relaciones, aunque muchas veces se viesen atrapados, sin saberlodel todo, por proyectos nacionales como la construccin de carreteras yvas o por las milicias y las guerras civiles promovidas por los caudillos. Loshombres y las mujeres se sentan parte de una zona, una provincia, cuandono de una localidad, una cofrada, un oficio, antes que de un pas. Inclusolas clases propietarias tenan problemas en el momento de definir sus inte-reses y necesidades comunes.

    Todo esto repercuta en la configuracin de la sociedad ya que generaba

    vnculos personalizados, dependencias, afectos y desafectos, lealtades, clien-telas. Exista un fuerte sentido de pertenencia a la hacienda, la comunidad,el barrio, el grupo de parentesco; todo un juego de relaciones que se definaa partir de lo cotidiano. Los individuos no valan por s mismos sino por supertenencia a un grupo o por las redes de relaciones en las que se hallaban

    79Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    24 Esta poltica se inici en poca relativamente temprana y estuvo dirigida a cambiar lascaractersticas raciales y culturales de la poblacin. Se trataba de ofrecer ms facilida-des y garantas a los inmigrantes o colonos que vengan a aumentar la poblacin de las

    ciudades o a establecerse en las vastas y vrgenes comarcas del territorio nacional(APL/Q, Mensaje del Presidente de la Repblica, enMensajes e Informes1901: 21).

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    inscritos. Las acciones estatales, al igual que las privadas, se organizaban bajola forma de ddivas, favores, acciones benficas, antes que como acciones

    burocrticas orientadas al servicio de la poblacin. Se trataba de un sistemade dominio patrimonial, fundado en lealtades y clientelas, pero tambin deuna gramtica basada en la costumbre, con base en la cual se organizaban lostratos diarios entre los distintos grupos sociales y entre los individuos.

    No es que no existieran aparatos centralizados y la necesidad de cons-tituirlos, pero muchas de las formas de reciprocidad generadoras de con-senso, as como las distintas prcticas de castigo y de ejercicio de violenciasimblica, continuaron definindose a partir relaciones personalizadas al

    interior tanto de los espacios pblicos como de los particulares. Muchasacciones pblicas podan ser asumidas por personas particulares. As, lasancin de los indios que invadan los espacios pblicos ciudadanos, loscuales podan ser objeto de la retencin de una prenda mientras cumpl-an con la sancin impuesta por parte de una persona autorizada (lase cual-quier miembro de la sociedad blanco-mestiza)25. A su vez, muchas de lasnecesidades particulares podan conducir a acciones pblicas. Sin duda, setrataba de una sociedad autoritaria en donde gran parte de las relaciones

    entre los grupos sociales se resolva de modo arbitrario. Es posible que unade las preocupaciones de Garca Moreno y de la Iglesia, relacionada con lasnecesidades estatales, haya sido la de racionalizar los comportamientos y lasrelaciones personales, evitando los abusos e inscribindolos dentro de losparmetros de la civilizacin cristiana. Se trataba de ejercer la presin nece-saria para que la vida de las personas se orientase segn una normativa jur-dica y regulaciones morales, as como avanzar en la educacin de los senti-mientos y las costumbres. Esto no tena que ver solamente con la salvacin

    de los individuos sino con la monopolizacin de la violencia por parte delEstado, aspectos difciles de alcanzar en Ecuador del siglo XIX.Aunque tanto federalistas como centralistas coincidan en la nece-

    sidad de generar proyectos estatales y nacionales, en la prctica, tenanmucho peso las agregaciones locales. Muchas de las instituciones que segeneraron en el siglo XIX, como parte de la accin del Estado, fueronadministradas por la Iglesia, los municipios o personas particulares, a par-tir de lazos y relaciones personalizadas. En determinadas circunstancias, la

    Eduardo Kingman Garcs80

    25 Ver al respecto, Guerrero (1998).

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    quiteidad, la cuencanidad o la guayaquileidad de las elites tenanmayor fuerza movilizadora que la ecuatorianidad. No se trataba tanto de

    identidades constituidas con base en la pertenencia a un territorio, sino decomunidades unidas por relaciones de parentesco, por lazos de cultura ypor una memoria colectiva (Maiguaschca 1994: 362).

    Exista una identidad social bsica entre los patricios guayaquileos yla aristocracia quitea, resultado de intereses econmicos compartidos,estrategias matrimoniales y de un acuerdo bsico sobre el reparto de lanacin y la administracin de sus smbolos; pero en la prctica, obedecana economas y geografas distintas, estrategias de integracin y de dominio

    diversos, culturas polticas diferentes.Las identidades prcticas se fueron generando en las ciudades y locali-dades, a partir de requerimientos de dominio regional y de vivencias cul-turales locales. Con esto no quiero decir que no existiesen aparatos e insti-tuciones centralizados y una voluntad en este sentido, de lo contrario no seexplicara la integracin misma como pas. El Estado ecuatoriano hizo,segn Maiguashca, una contribucin primordial en el proceso de forma-cin nacional durante el siglo XIX, no tanto como expresin de domina-

    cin social sino como una institucin burocrtica (Maiguashca 1994: 356).El Estado, en Ecuador, no fue el resultado final de un proceso de integra-cin como nacin, como sucedi en Inglaterra o en Francia, sino el puntode partida26. A su cargo, estuvo la formacin de instituciones y aparatos, ascomo de un marco normativo y un imaginario comn, cuyos efectos secomenzaron sentir en el largo plazo27.

    81Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    26 Ver al respecto Gellner (1988).

    27 El carcter complejo de este proceso se evidencia en las disposiciones dirigidas a la for-macin de crceles en las parroquias. Los mecanismos de control de la violencia no sehallaban centralizados, en parte, porque, en buena medida, el poder se ejerca de mane-ra personalizada. Ello responda parcialmente, a un problema de distancias que hacaimposible la movilizacin de los presos para su castigo o de los locos, en el caso de loshospicios. Se trataba de una economa de las poblaciones que fue puesta en discusinde manera permanente. Pero no podemos perder de vista que al mismo tiempo quehaba fragmentacin exista un proceso en sentido contrario dirigido a la centralizacin.Lo equivocado es ver estos dos aspectos por separado. En el siglo XIX, y de manera par-ticular a partir de la presencia de Garca Moreno, se desarrolla una fuerte tendencia a la

    institucionalizacin que requera necesariamente de un centro (o de centros), indepen-dientemente de que los aparatos que respondan a ello funcionasen localmente.

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    Se dio, sin duda, un proceso hacia la constitucin de una especie decomunidad nacional imaginada de individuos y aparatos que trabajaban

    en ese sentido. Los responsables de ese proyecto estaban interesados en lacreacin de instituciones nacionales y locales centralizadas por el Estado,capaces de ejercer algn tipo de control sobre el territorio y sobre las pobla-ciones y de ir definiendo perspectivas a largo plazo; pero, suceda que nin-gn proyecto estatal poda tener viabilidad fuera de los juegos locales depoder, ya fuera a travs de alianzas y negociaciones entre las distintas fuer-zas, el Estado o por la va de la imposicin.

    Garca Moreno, en particular, se propuso imponer un proyecto estatal

    centralizado, en parte por la fuerza, pero tambin a travs de la bsquedade un consenso. No obstante, debi valerse de los aparatos y dispositivosde la Iglesia (de su capacidad para penetrar en los espacios corporativos yen los individuos) y de los poderes locales, tanto los de las ciudades comolos generados a partir del sistema de hacienda para gobernar.

    Los reglamentos y ordenanzas que regan las relaciones con los con-ciertos, peones y criados estaban a cargo de las municipalidades. Tenan, deacuerdo con Guerrero, el propsito de ceirse a una realidad local.

    Las leyes organizativas del estado en el siglo XIX prevean justamente queese tipo de legislacin fuera redactada y administrada por instancias bajasdel estado, con el propsito de que los reglamentos se ajustasen a las con-diciones laborales especficas del cantn (Guerrero 1992: 64).

    nicamente a finales del siglo XIX y comienzos del XX, con el auge de laeconoma de plantacin de la Costa, el desarrollo de los medios de trans-porte (sobre todo el ferrocarril) y las reformas introducidas por el liberalis-mo, se generaran condiciones para un mayor desarrollo del mercado inter-no, as como para estrategias ms centralizadas de administracin de laspoblaciones. No obstante, hasta la segunda mitad del siglo XX, la produc-cin para el mercado era an limitada y el desarrollo vial insuficiente. Elsistema de hacienda continuaba dominando la economa de la Sierra einfluyendo, de ese modo, sobre la organizacin de la cultura y la poltica.

    Uno de los problemas bsicos que se planteaba la sociedad republicanaera cmo hacer compatible el proceso de invencin de una nacin con losrequerimientos de sujecin y administracin de las poblaciones indgenas.

    Eduardo Kingman Garcs82

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    Tanto el tributo de indios como el sistema de trabajo subsidiario marcabanuna desigualdad de base entre los ecuatorianos que se expresaba en las rela-

    ciones sociales. El tributo de indios constituy una fuente importante definanciamiento del Estado ecuatoriano hasta 185728, mientras que el siste-ma de trabajo subsidiario le permiti, al igual que a las municipalidades,reclutar trabajadores para las obras pblicas. Si bien esta contradiccin debase fue resaltada por el pensamiento liberal en trminos ideolgicos, nofue asumida en trminos sociales ni polticos. Cmo poda coincidir unaorganizacin social de ese tipo con un proyecto ciudadano?

    En las sociedades mayoritariamente indias, la instalacin de regmenesdemocrticos deba apoyarse sobre cierta concepcin de la ciudadana de losindios. Si se admita que podan ser considerados como ciudadanos depleno derecho cmo justificar la desigualdad de estatuto? Si se rechazaba suciudadana cmo motivar este cambio brusco hacia el radicalismo demo-crtico? Y si se corra el riesgo de abolir todas las diferencias entre la elite yel pueblo, cmo evitar que los indios dependientes, no constituyeran bajola presin de un patrn, un electorado cautivo? (Demlas 1994: 315).

    Estado, sociedad, poderes locales

    An cuando es un lugar comn decir que con la Independencia no semodificaron las relaciones coloniales, no podemos perder de vista que laeconoma tuvo que organizarse bajo nuevos presupuestos y que, adems, segeneraron nuevas correlaciones de fuerzas que redefinieron algunas de laspautas de organizacin social y poltica. La sustitucin de la administracin

    espaola por aparatos administrativos propios, no fue un proceso fcil yaque condujo al debilitamiento del Estado y el fortalecimiento de podereslocales, descentralizados:

    El debilitamiento del marco y de las funciones administrativas del Estadoestuvo unido, en las provincias, a una privatizacin del poder, absoluta orelativa. Esta tendencia exista ya antes del nacimiento de las nuevas rep-

    83Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    28 Ao en el que fue suprimido, aunque ya para ese tiempo haba sido desplazado por

    otros ingresos estatales como el de las aduanas. Los propios hacendados se haban mos-trado poco interesados en mantenerlo, ya que afectaba al sistema de hacienda.

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    blicas el fenmeno haba movilizado ya los esfuerzos de los funcionariosespaoles pero tendi a acrecentarse en las zonas no controladas por losmandatarios de la capital y reconquistadas por los gamonales, coroneles yotros caudillos. (Demlas 1994: 302).

    Las cruentas luchas entre caudillos regionales, entre la Iglesia y el Estado yentre liberales y conservadores a lo largo del siglo XIX, fueron, en algunamedida, expresin de ese proceso conflictivo dirigido a garantizar la for-macin de dispositivos y aparatos centralizados y un horizonte culturalreferencial unificado, en condiciones de fuerte desarticulacin econmicay territorial, violencia no institucionalizada y fragmentacin del poder29.

    En el contexto de una sociedad dividida por intereses regionales y loca-les y por profundas diferencias tnicas, las acciones estatales antecedieron ala nacin (Maiguashsca 1994: 356). No obstante, el propio Estado estabaincapacitado para ejercer sus funciones sin acudir a los poderes localesorganizados en torno a redes personalizadas y a sistemas corporativos comolos municipios. Estos poderes locales, fragmentados, se reservaron para sgran parte de los mecanismos de administracin de las poblaciones. Losmunicipios cumplieron un importante papel en la organizacin del comer-cio local, la tributacin, la educacin, la beneficencia, el ornato, la policay las obras pblicas. Esto ltimo, gracias a su capacidad para acceder a lafuerza de trabajo indgena y a los recursos econmicos que tenan a mano.

    Las sociedades urbanas y, de manera particular sus municipios, consti-tuan, en trminos culturales, sociales y administrativos, una suerte deavanzada del Estado sobre el territorio. Al mismo tiempo, respondan aintereses locales que muchas veces entraban en contradiccin con el Esta-do. La accin de los cabildos no se reduca a la urbe, como generalmente

    se piensa, sino que estaba estrechamente relacionada con la administracinde las poblaciones indgenas cercanas a ella. Para ejercer su poder, requer-

    Eduardo Kingman Garcs84

    29 De1830 a 1933 slo 14 presidentes terminaron su mandato constitucional. En el sigloXIX, se produjeron tres perodos de administracin civil: de 1854 a 1861, de 1883hasta 1895, y de 1895 a 1916. En ese mismo siglo, hubo largos periodos en los que losmilitares estuvieron al mando del pas: Juan Jos Flores, entre 1830-1834 y 1839-1845; Jos Mara Urbina, de 1851 a 1856; Francisco Robles, de 1856 a 1859; Ignaciode Veintemilla, de 1876 a 1883. Garca Moreno gobern el pas de manera directa o

    indirecta entre 1861 y 1875. El mismo Eloy Alfaro, caudillo liberal, ocup el poderpor la fuerza.

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    an desarrollar saberes y mecanismos prcticos con relacin a la poblacinindgena. Y utilizar la mediacin de las propias autoridades indgenas.

    El funcionamiento del Estado en el siglo XIX, implicaba una lucha ynegociacin constantes entre los principales grupos regionales, as comoentre el Estado central y los municipios. Eran luchas orientadas a redefinirla correlacin de fuerzas en el interior de los diversos dominios regionales,as como a establecer las formas y dispositivos de gobernabilidad social y deadministracin tnica. Estos grupos regionales y locales eran los nicos encondiciones de establecer, en sus espacios de influencia, diversas formas derelacin patrimonial y clientelar y de organizacin de las actividades loca-

    les. La gestin estatal supona un cabildeo constante entre los grupos depoder local y los organismos del Estado central con el fin de obtener la con-cesin de prerrogativas, o de llegar a acuerdos alrededor de proyectos nacio-nales y regionales, as como la participacin en los presupuestos del Esta-do. Dentro de estos grupos existan sectores relativamente diferenciados,interesados en compaginar sus necesidades con las del incipiente Estado yde ejercer una influencia sobre el conjunto. Otros, en cambio, tenan uncarcter mucho ms localista.

    Los conflictos entre el Estado, los municipios y otros poderes localesocuparon buena parte de la escena poltica del siglo XIX, ms lo que esta-ba en juego no era tanto la eliminacin de esos poderes como el establecermediaciones entre ellos y el aparato central. A la vez que se definan pro-yectos nacionales, muchas cosas continuaban resolvindose localmente, yde manera particular lo referente a la organizacin de la ciudad y a las rela-ciones entre los diversos rdenes y estamentos sociales30. Las propias posi-

    85Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    30 Al momento de estudiar las relaciones entre poder monrquico y clientelismo en lossiglos XVI y XVII en Espaa, Antonio Feros advierte sobre la necesidad de ir ms allde un punto estatista, para mirar los grupos y reinos que no fueron absorbidos poruna disciplina monrquica, pero sin perder de vista, por esto, el centro: La afirma-cin de que la Monarqua hispana, era una Monarqua centralizada, unificada y abso-luta en las que las posibilidades de resistencia u oposicin eran nulas, es todava menosconvincente que algunos de los nuevos estudios que niegan realidad a la misma ideade una Monarqua en accin. De lo que realmente se trata es de recuperar aun ms laajustada idea de la Monarqua hispana, como una Monarqua que, durante al menoslos siglos XVI y XVII, no slo fue capaz de negociar, sino de integrar y utilizar a esas

    instituciones y poderes intermedios que suelen ahora presentar como los mayores obs-tculos al poder monrquico (Feros 1998: 20).

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    bilidades de organizacin de las sociedades locales y su integracin al fun-cionamiento del Estado nacional, dependan de la reconstitucin de las eli-

    tes regionales que, de un modo u otro, se haban visto afectadas por el pro-ceso independentista.El otro problema importante era el de la administracin de las pobla-

    ciones, De qu modo adquirir la experiencia necesaria para gobernar a laspoblaciones en el contexto de la Repblica? A partir de qu imaginarios yqu dispositivos? Por lo menos durante la primera mitad del siglo XIX, nopodemos hablar de dispositivos modernos, menos an disciplinarios, comode la antigua nocin depolica31.

    Momentos clave de la historia ecuatoriana, durante la segunda mitaddel siglo XIX, fueron el garcianismo (1857-1875), el progresismo (1880-1894) y el alfarismo (1895-1912). Aunque se trataba de proyectos ideol-gica y polticamente distintos confluyeron, a la larga, dentro del mismoproceso de constitucin de un Estado y de una Sociedad Nacional. Los tresproyectos eran herederos de la idea del progreso, an cuando existandiferencias entre unos y otros, tanto en formas como en contenidos.

    No se puede entender el proyecto garciano fuera de las condiciones de

    crisis poltica y desgobierno que se vivan en Ecuador en las dcadas pos-teriores a la Independencia, cuando dominaban las tendencias separatistasy el pas se hallaba gobernado por caudillos regionales. Las acciones deGarca Moreno estuvieron orientadas a generar un gobierno fuerte, unita-rio y centralizado, en la medida de lo posible; con suficiente autoridadfrente a los poderes locales, como para garantizar la reproduccin amplia-da del sistema.

    El garcianismo no slo se destaca por sus acciones dirigidas a fortalecer

    el mercado interno sino por los cambios que provoc en la organizacin delEstado y en la cultura poltica. Garca Moreno se apoy en el inmensopoder material y espiritual de la Iglesia, para ensayar una propuesta deordenamiento social bajo las pautas de la denominada civilizacin cristia-na, en condiciones de un dbil desarrollo de los aparatos burocrticos. Lapropuesta estaba dirigida a generar una dinmica mercantil y el fortaleci-miento del sistema de hacienda, la construccin de vas que integrasen lasprincipales regiones, introduccin de innovaciones tcnicas, desarrollo de

    Eduardo Kingman Garcs86

    31 Ver al respecto el cuarto captulo de este estudio.

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    dispositivos burocrticos centralizados y de un sistema judicial y peniten-ciario, as como de formas de control de los municipios. Intentaba, al

    mismo tiempo, provocar una transformacin en trminos culturales, orien-tada al control moral de la sociedad y a la innovacin de la educacin, lasbellas artes, las ciencias y las tcnicas. Ejerci para el efecto, un gobiernoautoritario y busc el fortalecimiento de los dispositivos de control y decastigo, por crmenes tanto sociales como morales y religiosos.

    El garcianismo busc retomar las riendas del Estado sobre la vida socialy para eso, eran su punto de partida los aparatos generados por la Iglesia ypor los poderes locales. Garca Moreno representa el carcter de una alian-

    za represiva que pone en orden al pas al mismo tiempo que lo lanza a unproceso de notable modernizacin (Ayala 1988: 19).Lo que Garca Moreno buscaba era la institucionalizacin del poder, su

    oficializacin, su conversin en una necesidad pblica, palpable, presentey permanente. De alguna manera, converta a la civilizacin y a la posibi-lidad de desarrollo en un sistema jerrquico y autoritario, en uno de los ejesdinamizadores de la vida social y cultural. El propio proyecto econmicogarciano se basaba en esta idea. En todo ese proceso, a las ciudades les

    corresponda un papel fundamental, y particularmente a Quito (ciudadsmbolo) y Guayaquil, la ciudad ms dinmica del pas.Como en todo proyecto civilizatorio, se trataba de generar una din-

    mica cuyos ejes poltico y simblico eran las ciudades; pero, sus bases mate-riales estaban asentadas en el agro: en la dinamizacin del sistema dehacienda, en la Sierra, y de plantacin en la Costa. El problema radicaba encmo incorporar a las distintas regiones a una dinmica mercantil y civili-zatoria y hacerlo sin renunciar a los principios de la civilizacin cristiana.

    Pero se trataba de un sistema de cuyo seno no era excluida la presenciadel Otro sino sometida; sujeta a control, a coaccin, en el espacio cerradode la escuela, de las instituciones de caridad, en el confesionario, en el pro-pio espacio domstico. Cosa que, por cierto, no siempre fue posible. ElOtro inclua no slo al indio, sino al nio, a la mujer, al delincuente, a loslocos. En todo caso, las instituciones garcianas deben ser caracterizadas mscomo centros de reclusin y amparo, en el sentido del Antiguo Rgimen,que como instrumentos de transformacin disciplinaria.

    En los espacios donde se practicaban grandes ceremoniales, civiles oreligiosos -unos y otros se confundan durante el garcianismo-, estaban pre-

    87Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

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    sentes indios y plebeyos -no eran excluidos- pero aparecan como elemen-tos subordinados: formaban parte del escenario que confirmaba y en parte

    sacralizaba un orden, lo volva patente, lo magnificaba32

    . Ese era, al menos,el escenario de la representacin, lo que tomaba forma en los ceremonialesdel poder: era la idea de un orden y unas jerarquas que se imponan porencima de todo y que deban ser respetados para sacar adelante al pas. Sinembargo, las posibilidades de control cotidiano no hubieran sido posiblessin la incorporacin de la propia poblacin a un sistema de valores, a par-tir de prcticas cotidianas y de la accin clerical.

    Aunque tambin el liberalismo se orientaba dentro de objetivos civili-

    zadores, el horizonte poltico e ideolgico dentro del cual se inscriba eradistinto: se trataba de un proyecto secular, basado en la separacin de laIglesia y el Estado y orientado a la ampliacin de las libertades ciudada-nas33. Es cierto que la nocin de ciudadana no inclua a todos y que el sis-tema de hacienda continuaba siendo uno de los ejes principales de la vidasocial y de su divisin estamental, pero se asista, al mismo tiempo, a cam-bios importantes en la lnea de la modernizacin. Fueron aos de fortale-cimiento del capital comercial y bancario ligado a la agroexportacin, as

    como de crecimiento de las capas populares urbanas y medias34

    .

    Eduardo Kingman Garcs88

    32 En el caso de Oaxaca (Mxico) Jess Lizama (2002) ha realizado un interesante anli-sis del ritual civil de la Guelaguetza, que se celebra entre el segundo y el tercer lunesdel mes de julio en la capital del Estado. Dicha celebracin, llena de simbolismo, quepone al servicio de los valores de la nacin mexicana el pasado indgena prehispnico,tiene en la danza de la Guelaguetza su atraccin principal. sta consiste en la actua-cin de delegaciones de todos los rincones del Estado, en la que los indgenas rindenpleitesa a las elites y al poder poltico blanco-mestizo, al que muestran su subordina-cin. Si bien se trata de una fiesta inventada, todos los actores que intervienen en ese

    ritual actan como si se tratara de una celebracin inmemorial. Existe un Comit deAutenticidad que vela porque la imagen del indio se mantenga dentro de los parme-tros de la tradicin y del estereotipo construido sobre l, esto es, que muestre su rude-za primordial, su rezago.

    33 En el quinto captulo de este estudio se examinan algunas de las reformas introducidaspor el liberalismo en el campo de la asistencia social. Uno de sus objetivos fue debili-tar el control econmico y social del clero sobre estas instituciones, al tiempo que se lerestaba fuerza a su influencia sobre los pobres.

    34 El liberalismo planteaba la integracin de la poblacin a la Nacin a travs de la escue-la y el mestizaje, pero poco o nada hizo por modificar las relaciones de produccin exis-

    tentes en el agro. Las transformaciones liberales se dieron ms en trminos de secula-rizacin de la vida social que con relacin a cambios econmicos y sociales.

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    En el periodo que va de 1912 a 1925, tras la derrota de la RevolucinLiberal, despus de 17 aos de ejercicio del poder, se constituy un pro-

    yecto oligrquico de desarrollo del capitalismo, basado en una alianza deintereses entre la burguesa comercial de la Costa y los terratenientes de laSierra. Es a partir de esa alianza cuando se plante el proyecto de civiliza-cin oligrquico que, bajo diversas formas, continuara operando en lavida del pas hasta los aos cincuenta y sesenta del siglo pasado35.

    El proceso liberal contribuy, en buena medida, a la secularizacin delpas y al desarrollo del Estado laico, pero no estuvo en condiciones demodificar las relaciones tnicas y sociales, estructuradas sobre la base del

    sistema de hacienda36

    . Los aos treinta y cuarenta son momentos de crisisde los patrones de esa dominacin, as como de reconstitucin bajo nuevosparmetros. No solo de crisis de la economa de exportacin cacaotera,como resultado de la Primera Guerra Mundial, la depresin econmicainternacional de los aos veinte y los cambios en las tecnologas de pro-duccin del chocolate, que permitieron la utilizacin de insumos de menorcalidad que los producidos en Ecuador, sino de la puesta en cuestin de lossistemas de dominacin tradicionales (Clark 1995).

    Hacia los aos treinta se produjo una irrupcin de nuevos sectoressociales -grupos industriosos y medios, obreros, indgenas y trabajadoresrurales independientes- que presionaban por redefinir las relaciones entrelas clases, basadas, hasta entonces, en vnculos personalizados as como poren una mayor intervencin del Estado en la vida ciudadana37.

    89Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    35 Carlos de la Torre (1993) cuestiona este tipo de caracterizaciones gruesas del perodo,ya que deja de lado los cambios que se producen en cada coyuntura. Si yo retomo laidea del pacto oligrquico, tal como ha sido definida, por Quintero y Silva (1991),entre otros, es porque me permite hacer una primera aproximacin de esa poca, tilen trminos expositivos, aunque tenga que ser matizada en el desarrollo de la investi-gacin histrica. No olvidemos que la presente, es la parte introductoria.

    36 El concertaje es un fenmeno revelador al respecto, sin duda constitua el puntal delas relaciones laborales en el campo (y, tal vez, hasta en las ciudades) tanto en la Sierracomo en la Costa. Una transformacin radical hubiera acarreado cambios muy signi-ficativos en la estructura agraria y en la sociedad ecuatoriana, como ocurri casi seten-ta aos luego, con la entrega de los huasipungos por la reforma agraria (1964) y la eli-minacin del llamadoprecarismo (Guerrero 1991: 80).

    37 El crecimiento de los sectores medios es notorio en el caso de Quito, a punto de quecomienza a percibrsela como una ciudad burocrtica.

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    Bajo las condiciones de crisis de la economa de agroexportacin seintent generar una poltica de sustitucin de importaciones que permi-

    tiese la incorporacin de la economa a la produccin para el mercadointerno. Se desarrollaron las plantaciones de arroz en la Costa y se dinami-z la produccin lechera y cerealera de las haciendas en la Sierra. Igual-mente se registr un cierto desarrollo artesanal, manufacturero e industrial-textil, alimenticio, de sombreros de paja toquilla y, en menor medida,maderero. Al contrario de lo que haba sucedido en el siglo XIX y en losprimeros aos del XX, cuando la diversificacin econmica fuera acompa-ada por una diversificacin social reducida, la diversificacin econmica

    de los treinta afect la esfera de la produccin y fue acompaada por unadiversificacin social relativamente amplia, por lo menos en el mbito delas clases subalternas (Maiguashca 1989: 37).

    Esta dinmica resulta interesante porque no slo incorpor a las capasaltas y medias sino a amplios segmentos populares. Buena parte de los con-sumos de este sector, tenan su origen en una pequea produccin artesanaly en una produccin informal que se ampli y diversific en esos aos, comorespuesta a las condiciones de crisis. Todo eso contribuy a poner en cuestin

    los dispositivos y aparatos de poder, en las esferas macro y microsociales.Los requerimientos de racionalizacin, centralizacin y secularizacindel Estado contribuyeron a profundizar esas condiciones de inestabilidadal desestabilizar tecnologas anteriores de control social. Todo esto condu-jo a una bsqueda creativa de nuevas relaciones y formas de poder, a lareformulacin de estrategias y al desarrollo de nuevos discursos y aparatos.La dinmica mercantil, as como las necesidades de modernizacin de losdispositivos y civilizacin de las costumbres; los requerimientos de tecni-

    ficacin y desarrollo de formas salariales -principalmente en las ciudades-,pusieron en cuestin los viejos vnculos entre los sectores sociales, los anti-guos lazos de reciprocidad que regulaban las relaciones de grupo y las tni-cas, y las formas de representacin social.

    La Sierra centro - norte

    Hacia 1873, la mayora de la poblacin del pas se concentraba en la Sie-rra centro-norte, con su eje en Quito38. En torno a esta cabecera regional,

    Eduardo Kingman Garcs90

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    capital del pas, a su vez, se aglutinaban ciudades y poblados menores, ascomo zonas agrarias. La organizacin econmica giraba en torno a la pro-

    duccin agrcola y ganadera, as como a las actividades textiles y los oficios.Los obrajes, que sirvieron de base a la economa de la Audiencia, habandecado enormemente debido a la desarticulacin del mercado colonial ya causa de no haber podido sostener la concurrencia con los productosextranjeros que han inundado el continente, imitando an las manufactu-ras indgenas39. La mayor parte de la produccin agrcola, en el siglo XIX,se destinaba al consumo regional:

    No hay duda que es mdico el beneficio comn de las tierras, no exis-tiendo ms que un mercado y estando abastecido por todos los labrado-res de una comarca y provincia (...). En el interior se cultiva ms de losque se consume y no vale acumular frutos si fallan los consumos40.

    Se trataba de una economa regional en la cual los vnculos entre ciudad ycampo eran muy estrechos41. Ya hace algunos aos Anthony Leeds (1994)puso en cuestin la existencia de una dualidad urbano-rural. Al contrario,lo que existe es un continuum de relaciones entre esos dos espacios. Puja-das resume en los siguientes trminos, la propuesta de Leeds:

    Para Leeds lo urbano tiene un mbito ms general que consiste en la vin-culacin sistemtica entre localidades y tegnologas, lograda a travs de lamediacin de instituciones como el gobierno, la iglesia, el comercio o lossistemas de tasas (Leeds 1994: 54 y ss). La existencia de la sociedad urba-na no se circunscribe exclusivamente a ningn tipo especfico de locali-dad (o de nucleamiento, en trmino sinnimo usado a veces por Leeds),

    sino que involucra la circulacin de personas, de informacin, de dinero,

    91Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    38 De acuerdo a Yves Saint - Geours (1990: 49), Ecuador contaba en 1873, con alrede-dor de 800.000 habitantes. Un 60% de esta poblacin se concentraba en la Sierra cen-tro-norte.

    39 ANH/Q, Informe de la Comisin de Agricultura al Congreso Nacional, 1843.40 ANH/Q, Informe de la Comisin de Agricultura al Congreso Nacional, 1843.41 Cada regin estaba organizada en torno a un centro urbano: la regin norte en torno

    a la capital, Quito, que era adems el centro administrativo y poltico del pas, la regin

    central estuvo articulada en torno a Riobamba, y la regin austral en torno a Cuenca(Trujillo citado por Chiriboga 1980: 200).

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    de comida y de bienes que cruzan no slo las fronteras locales y regiona-les, sino tambin las nacionales (Pujadas 1996: 245).

    Esta lnea de reflexin resulta til para los Andes, ya que nos obliga a estu-diar a la ciudad en relacin al campo y viceversa, en lugar de verlos comofenmenos separados; pero, no hay que perder de vista, en el caso de lainvestigacin histrica, que no es la dinmica de la urbanizacin lo quemarca el juego de relaciones urbano-rurales, sino la de la colonializacino si se quiere la de la administracin de poblaciones. Siguiendo su pro-pio juego de argumentaciones, la historiadora boliviana Rossana Barragn,

    discute la aplicacin del modelo de oposicin campo-ciudad de la Revolu-cin Industrial europea (el mismo modelo que discute Leeds) para losAndes:

    Para el caso colonial y republicano, esa oposicin impide percibir su pro-funda articulacin. La ciudad y lo urbano no estuvieron determinadosexclusivamente por el criterio de densidad poblacional. La ciudad msque un espacio geogrfico fijo, era una concesin de la Corona que impli-caba un conjunto de elementos entre los cuales se debe mencionar fun-

    damentalmente, las instituciones que sostenan el funcionamiento delpoder. Adems, la ciudad estaba articulada al rea rural. Ya que la prime-ra constitua la residencia principal de autoridades y terratenientes, mien-tras que la segunda era su residencia secundaria pero igualmente necesa-ria. Al tratarse de sociedades fundamentalmente agrarias, era en el campodonde se situaban los principales medios de sobrevivencia y acumulacineconmica, y el escenario donde la sociedad urbana ejerca su poder(Barragn 2000: 27).

    Si examinamos un poco ms a fondo este planteamiento de Barragnpodramos concluir que la utilizacin de este modelo dual en los estudioshistricos y antropolgicos en los Andes no se debe tanto a la repeticinde un esquema europeo, como a una representacin ideolgica de losAndes, vista como un tipo de sociedad en la que coexisten dos mundoscontrapuestos42. Hasta una poca muy reciente la mayora de investiga-

    Eduardo Kingman Garcs92

    42 Dos mundos superpuestos es el ttulo de un libro publicado por el ecuatoriano

    Oswaldo Hurtado en los aos sesenta. Uno de los artfices de esta concepcin fue elargentino Gino Germani.

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    dores perciba a la ciudad como una expresin del mundo blanco-mesti-zo y occidental, mientras que el campo se presentaba como el espacio

    idealizado de la comunidad andina43

    . Las viejas adscripciones territoriales,a las que hacan alusin los estudios clsicos sobre los Andes, hace tiempoperdieron sentido. No slo actualmente sino en el pasado, ha existido unaestrecha relacin entre el desarrollo de actividades manufactureras y arte-sanales en los pueblos y el desarrollo del capital mercantil en algunas ciu-dades (Martnez 2000: 23). Son esos particularmente los casos de las regio-nes de Ambato y Cuenca. Por otra parte, los migrantes, si bien conservanmuchos elementos propios de sus lugares de origen, construyen su propia

    modernidad urbana. El desarrollo de la globalizacin, las migracionesinternacionales y la influencia de los medios, han contribuido a la forma-cin de nuevas formas culturales, en las que entran en juego elementosvenidos de todas partes44.

    De acuerdo a Jrgen Golte la antropologa peruana tiene serias difi-cultades para percibir este juego de relaciones, en el que los procesos socia-les y culturales se encuentran desterritorializados, y algo semejante sepodra decir con respecto los estudios antropolgicos en otros pases andi-

    nos como el nuestro:

    La antropologa peruana se desarroll dentro de un paradigma opuesto,cuyos resultados siguen gravitando en los estudios nuevos. As, se siguenmanteniendo esquemas de oposicin entre campo y ciudad, se siguesuponiendo la existencia de comunidades tradicionales y se interpretalas reinterpretaciones urbanas como distanciamiento y ruptura (Golte2000: 222).

    Histricamente, ni la ciudad puede entenderse fuera de lo rural ni vice-versa, y esto no slo porque muchas de las instituciones a partir de las cua-les se desarrollaba la actividad rural, tenan su base en las urbes, sino por-

    93Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    43 Como han mostrado estudios como los de Lentz (1997), Martnez (1994), Carrasco(1994) en Ecuador y Golte (2000) y Adams (1990) en Per, las migraciones que seprodujeron a partir de la segunda mitad del siglo XX, fueron desligando a la cultura

    andina de sus circunscripciones locales.44 Ver al respecto, Salman y Kingman, comp. (1999).

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    que la existencia de la ciudad dependa, en buena medida, de las rentasagrarias45.

    En el caso de la Sierra centro-norte, Quito continuaba siendo, comoen tiempos de la Audiencia, el eje de la vida de la regin y disputaba conGuayaquil el control de la naciente repblica. Entre ciudad y campo exis-ta, sin duda, una vinculacin ms estrecha de la que se piensa, al puntoque muchas sublevaciones indgenas incorporaron a gente de la ciudad oestuvieron relacionadas con motines urbanos (Demlas 1994).

    Este tipo de organizacin territorial en el que una ciudad se convertaen eje de una economa regional e incluso nacional, en algn caso, haba

    sido heredado de la Colonia. Se trataba, al decir de Guerra, de una socie-dad jerarquizada, centrada en las ciudades principales, capitales o cabece-ras de toda una regin que ejercan su jurisdiccin sobre un conjunto devillas y pueblos vasallos. Aunque su reflexin rehace referencia a los ini-cios del siglo XIX, es vlida, en gran medida, para el resto del siglo:

    Estamos aqu ante la transposicin americana de uno de los aspectos msoriginales de la estructura poltica y territorial de Castilla, la de los grandesmunicipios, verdaderos seoros colectivos, que dominan un conjunto muy

    vasto de villas, pueblos y lugares dependientes. Aunque las reformas borb-nicas y ms particularmente la institucin de los intendentes, hubiesenintentado disminuir los poderes de estas ciudades principales, la inercia de laantigua estructura es tal que reaparece con toda su fuerza (Guerra 1994: 58).

    Cuando hablamos de esta dinmica no podemos olvidar que buena parte delos oficios urbanos estaba relacionada con el intercambio de productos entrela ciudad y el campo y los trabajos agrcolas mientras, por otro lado, parte dela produccin artesanal se asentaba en el campo46. Gremios como el de alba-

    Eduardo Kingman Garcs94

    45 Capelo habla de Lima, en el siglo XIX, como una unidad agro-urbana. Por un lado,estaban los hacendados que vivan ostentosamente en la ciudad, agarrotados porprestamistas-usureros e intermediarios, por otro, el grupo de los mayorales. stosresidan en el campo permanentemente, e invertan sus escaso ahorros en pequeosnegocios. Si hay relativa prosperidad en ellos no es por lo que tienen de renta, sinopor el buen empleo que hacen de ella y lo reducido de sus aspiraciones (Capelo yMorse 1973: 16).

    46 Muchas familias indgenas vestan tejidos hechos en casa y, al mismo tiempo, hacan

    ponchos, bayetas, jergas y otros artculos especializados, a fin de obtener un ingresoextra (Tyrer 1988: 238).

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    iles, si bien tenan una base urbana, estaban integrados por indgenas y porhijos de indgenas, provenientes de las poblaciones de alrededor de Quito,

    con las cuales mantenan estrechos vnculos47

    . El territorio se organizaba almodo de un mosaico en el que se articulaban ciudades, poblados y caseros.Los propios pueblos de indios eran el resultado de una organizacin

    colonial del territorio que permita diferenciar indios tributarios de indiosde hacienda. Esta misma divisin sirvi de base al sistema de trabajo sub-sidiario y, ms tarde, a la diferenciacin en el campo de lo imaginario entreindios civilizados y rsticos48.

    Ni la ciudad ni el campo podran verse de modo aislado aunque exis-

    tan, de hecho, diversos niveles de integracin y zonas completamenteremotas que mantenan muy pocos contactos con lo urbano. En los alre-dedores de ciudades como Quito y Ambato, la pequea produccin agr-cola y artesanal fue muy importante. Aunque la topografa de Quito y susalrededores era irregular, factor que dificultaba las comunicaciones, se tra-taba de un espacio de relacin que haba funcionado desde la poca abori-gen, con redes de intercambio, sistemas de abastecimiento, caminos y sen-deros trazados desde hace mucho tiempo.

    Los graneros de la ciudad estaban garantizados, de algn modo, ascomo el abastecimiento de mano de obra, aunque se dieron algunas po-cas de hambruna. La produccin de los valles colindantes de los Chillos,Cumbay, Tumbaco, as como Pomasqui, San Antonio, Calacal, el noroc-cidente de Pichincha y la propia meseta de Quito, daban productos bue-nos, abundantes y variados. Los sistemas de intercambio estaban afianza-dos y, de algn modo normados, desde tiempos anteriores a la llegada delos espaoles. Conforme se acercaba el siglo XX, se ampliaban los vnculos

    de estas ciudades con la produccin de otras regiones, particularmente dela Costa. Pero si bien la ciudad y el campo se hallaban fuertemente imbri-cados, en la prctica, en el mbito de las representaciones se mantenanmuchas discontinuidades49.

    95Captulo I: El largo siglo XIX, contexto histrico general

    47 Testimonio de Nicols Pichucho, agosto de 2002. Por su parte, Bschges (1995) mues-tra que el gremio de tejedores estaba integrado exclusivamente por indgenas.

    48 Esto ltimo lo asumo como hiptesis, a partir de mis conversaciones con NicolsPichucho.

    49 Le Goff muestra cmo la separacin entre la ciudad como espacio civilizado y el campo,concebido como barbarie y rusticidad, se inici en Europa con la cultura grecorroma-

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    El sistema de hacienda generaba diversas estrategias de control de losrecursos naturales as como de la mano de obra indgena, a travs de meca-

    nismos como endeudamiento y concertaje. Desarrollaba, al mismo tiem-po, relaciones ambiguas con las comunidades indgenas independientes ycon la poblacin mestiza de los pueblos, con sus pequeos espacios depoder. Adems de las haciendas existan medianas y pequeas propieda-des, cuya dinmica de desarrollo, entraba muchas veces en contradiccincon la hacienda; sobre todo, en lo referente al acceso a la mano de obraindgena50.

    El control de diversos pisos ecolgicos no slo acrecentaba las posibili-

    dades de intercambio de las haciendas sino que les daba una mayor capa-cidad de negociacin con la poblacin indgena y mestiza que requeraacceder a sus recursos. No obstante, el proceso de concentracin de la pro-piedad que se produjo en el siglo XIX, de la constitucin de grandeshaciendas e incluso de juegos de haciendas, a partir de herencias y mayo-razgos51, as como de la compra-venta y la absorcin de tierras de comuni-dad, existan zonas donde se haba desarrollado la pequea propiedad (muyligada a actividades como la arriera la siembra al partir y de comercio),

    as como muchas reas de comunidades, algunas de ellas ubicadas en losarrabales de ciudades como Quito.La incorporacin a la hacienda constitua, en ocasiones, algo buscado

    por las propias poblaciones indgenas como medio para acceder a recursosescasos, o como proteccin frente a los requerimientos del Estado (as paralas obras pblicas) y de los llamados particulares que eran todos aquellos

    Eduardo Kingman Garcs96

    na. Se trata, de acuerdo con Le Goff (1997: 123), de una disputa que se define en tr-

    minos culturales. La Amrica Andina es, de alguna manera, heredera de esa disputa.50 En la zona de Quito, el nmero de pequeas propiedades era alto. En el catastro de con-tribucin del u