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La insurrección que viene

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His master’s voice.

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Comité invisible

La insurrección que viene

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Título original: L’insurrection qui vient

www.soutien11novembre.org

© De la traducción del francés de L’insurrection qui vient: Yaiza Nerea

Pichel Montoya

© De la traducción del francés de la Mise au point: José Pons Bertran

© Editorial Melusina, s.l., 2010www.melusina.com

Diseño de cubierta: David Garriga

Reservados todos los derechos de esta edición

Primera edición, junio 2009Segunda reimpresión, agosto 2010

Depósito legal: B-34.668-2010

isbn-13: 978-84-96614-73-4

isbn-10: 84-96614-73-5

Impreso en España

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contenido

Introducción: Puesta a punto 9

la insurrección que viene

Desde cualquier ángulo... 29Primer círculo 35Segundo círculo 43Tercer círculo 55Cuarto círculo 69Quinto círculo 81Sexto círculo 93Séptimo círculo 107En marcha 119Encontrarse 125Organizarse 133Insurrección 153

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Puesta a punto

todo el mundo lo reconoce. Esto va a reven-tar. Todo el mundo está de acuerdo, con el semblan-te sombrío o fanfarrón, en los pasillos de la Asam-blea, como ayer se repetía en el bar. Uno se complaceestimando los riesgos. Ya se detallan las operacionespreventivas de división en zonas del territorio. Y losfestejos del nuevo año adquieren un giro decisivo:«¡Es el último año en el que habrá ostras!». Para quela fiesta no se vea totalmente eclipsada por la tradi-ción del desorden se necesitan los 36.000 polis y los16 helicópteros desplegados por Alliot-Marie,1 lamisma que, durante las manifestaciones estudianti-les de diciembre, espiaba ansiosa cualquier conta-minación griega. Se escucha cada vez con más cla-ridad, bajo los mensajes de calma, el ruido de lospreparativos de una guerra abierta. Nadie puedeignorar ya su puesta en la práctica de forma anun-ciada, fría y pragmática, que ni siquiera se molestaen presentarse como una operación de pacificación.

1. Ministra de Interior francesa desde 2007.

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Los periódicos aderezan a conciencia la lista decausas de esta repentina desazón. Está la crisis, des-de luego, con su paro explosivo, su porción de deses-peración y planes sociales, sus escándalos Kerviely Madoff. Está la quiebra del sistema escolar que yano es capaz de producir trabajadores, ni de clasifi-car al ciudadano; ni siquiera a partir de los niños dela clase media. Se dice que existe un malestar deuna juventud que no encuentra correspondenciacon ninguna representación política, que sólo sirvepara responder a las bicicletas gratuitas que se po-nen a su disposición con alunizajes.

Sin embargo, todas estas fuentes de inquietudno deberían parecer insalvables en una época en laque el modo de gobierno predominante consisteprecisamente en la gestión de situaciones de crisis.Salvo que se considere que a lo que el poder tieneque enfrentarse no es ni a una crisis más ni a unasucesión de problemas crónicos, de desajustes máso menos esperados. Sino a un peligro singular: quese manifiesten una forma de conflicto y de posi-ciones que, precisamente, no sean gestionables.

** *

Todos los que, por todos lados, son ese peligro tie-nen que plantearse cuestiones menos ociosas quelas relativas a las causas y probabilidades de movi-

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mientos y enfrentamientos que, en todo caso, ocu-rrirán. Como la siguiente: ¿qué eco tiene el caosgriego en la situación francesa? Una sublevaciónaquí no puede ser pensada como una mera trans-posición de lo que ocurrió allí. La guerra civilmundial posee todavía sus especificidades locales yuna situación de revueltas generalizadas provoca-ría en Francia una deflagración de otro tenor.

Los sublevados griegos se enfrentaban a unEstado débil, si bien gozaban de una gran popula-ridad. No hay que olvidar que la democracia sereconstituyó contra el régimen de los coroneles,hace exactamente treinta años, a partir de unapráctica de la violencia política. Esta violencia,cuyo recuerdo no queda tan lejano, resulta toda-vía una evidencia para la mayoría de los griegos.Incluso los mandamases del ps local ya habíanprobado el cóctel molotov en su juventud. Comocontrapartida, la política clásica conoce variantesque saben avenirse muy bien a estas prácticas ypropagar, incluso en la revuelta, sus necedadesideológicas. Si la batalla griega no se ha decididoy terminado en la calle —a pesar de que la policíaestaba visiblemente desbordada— es porque suneutralización se ha realizado en otra parte. Nohay nada más agotador, nada más fatal, de hecho,que cierta política clásica, con sus rituales agosta-dos, su pensamiento carente de pensamiento, supequeño mundo cerrado.

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Esperando al General...

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En Francia, nuestros burócratas socialistas másexaltados nunca fueron más que austeros infiltra-dos de asambleas, hombres de paja responsables.Aquí, todo concurre más bien para anihilar la me-nor forma de intensidad política, lo que permiteque siempre se pueda oponer al ciudadano frentea los alborotadores y extraer oposiciones facticiasde un depósito sin fondo: usuarios frente a huel-guistas, los que revientan las manifestaciones frentea los que toman a la ciudadanía como rehén, gentevaliente frente a la chusma.2 Una operación cuasi-lingüística que va de la mano con las medidas cua-si-militares. Las revueltas de noviembre de 2005 y,en un contexto diferente, los movimientos socialesdel otoño de 2007 han aportado algunos ejemplosde la forma de proceder. La imagen de los estu-diantes pijos de Nanterre aplaudiendo al grito de«Viva la policía» la expulsión de sus condiscípulospor parte de las fuerzas del orden tan sólo nos ofre-ce un atisbo de lo que nos reserva el porvenir.3

Huelga decir que la vinculación de los france-ses al Estado —garante de los valores universales,

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2. Durante las revueltas de 2005 en el extrarradio de Pa-rís, el entonces flamante ministro de Interior, Nicolas Sar-kozy, se refirió a los sublevados como chusma (racaille), loque no hizo sino agravar la situación.

3. Se refiere a los disturbios en la facultad de derecho deNanterre en noviembre de 2007, que dividió a los estudiantesa favor y en contra.

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último bastión frente al desastre— es una patolo-gía de la que es complicado deshacerse. Se tratasobre todo de una ficción que ya no sabe durar.Incluso nuestros gobernantes la consideran cadadía más como un inútil estorbo puesto que ellos,al menos, asumen el conflicto militarmente. Éstosa quienes no les acompleja enviar unidades antite-rroristas de élite tanto para sofocar las revueltas enlos suburbios como para liberar un centro de re-cuperación de residuos ocupado por asalariados.A medida que el Estado del bienestar se desmoro-na, amanece el enfrentamiento entre aquellos quedesean el Orden y aquellos que no. Todo lo quela política francesa conseguía hasta ahora desacti-var comienza a desencadenarse. Todo aquello quereprimió no quedará impune. Se puede contarcon el movimiento que viene para encontrar, enel avanzado nivel de descomposición de la socie-dad, el hálito nihilista necesario. Lo que no deja-rá de exponerlo a toda suerte de límites.

Un movimiento revolucionario no se propagapor contaminación sino por resonancia. Algo quese constituye aquí resuena con la onda de choqueque emite algo que se constituyó allí. El cuerpoque resuena lo hace según su propio modo. Unainsurrección no es como la extensión de la peste oun incendio forestal —un proceso lineal que seextiende progresivamente, por proximidad, a par-tir de una chispa inicial—. Se trata más bien de

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algo que cobra cuerpo como una música, y cuyosfocos, incluso dispersos en el tiempo y el espacio,logran imponer el ritmo de su propia vibración.Consiguen ganar siempre mayor espesor. Hasta elextremo de que una vuelta a lo normal deja de serdeseable e incluso previsible.

Cuando hablamos de Imperio, designamos losdispositivos de poder que, preventivamente, qui-rúrgicamente, retienen todos los devenires revolu-cionarios de una situación. En este sentido, el Im-perio no es un enemigo enfrentado a nosotros. Esun ritmo que se impone, una manera de hacer fluiry discurrir la realidad. No es tanto un orden delmundo como su discurrir triste, pesado y militar.

Lo que llega a nuestros oídos del partido delos insurrectos es un esbozo de una composición,de un lado de la realidad totalmente diferente,que desde Grecia hasta los suburbios francesesbusca sus acuerdos.

** *

A partir de ahora resulta de notoriedad públicaque las situaciones de crisis son igualmente oca-siones que se ofrecen a la dominación para que sereestructure. Así es como Sarkozy puede, sin queapenas parezca que miente, anunciar que la crisisfinanciera corresponde «al fin de un mundo» y

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que el año 2009 verá a Francia entrar en una nue-va era. Este camelo de crisis económica sería, endefinitiva, una novedad. La ocasión de una bellaepopeya que nos vería, a todos juntos, combatir almismo tiempo las desigualdades y el cambio cli-mático. Algo que para nuestra generación, quenació justo en la crisis y que no ha conocido otracosa —crisis económica, financiera, social, ecoló-gica—, es, debemos confesarlo, relativamente di-fícil de admitir. No nos la pegarán con el golpe dela crisis, con el «vamos a empezar de cero» y el«bastará con ajustarse el cinturón durante unatemporadita». En realidad, el anuncio de las de-sastrosas cifras del paro no nos suscita ningúnsentimiento. La crisis es una manera de gobernar.Cuando este mundo parece no tener otra formade sostenerse que mediante la gestión infinita desu propia derrota.

Querrían vernos detrás del Estado, moviliza-dos, solidarios con una improbable chapuza de lasociedad. Pero resulta que nos repugna de tal ma-nera unirnos a esta movilización, que puede ocu-rrir que uno decida más bien tumbar definitiva-mente al capitalismo.

Lo que está en guerra no son las maneras va-riables de gestionar la sociedad. Se trata, irreduc-tibles e irreconciliables, de ideas sobre la felicidady sus mundos. El poder lo sabe; nosotros tam-bién. Los residuos militantes que nos ven —cada

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vez más numerosos, cada vez menos identifica-bles— se tiran de los pelos para que entremos enlas pequeñas casillas de sus pequeñas cabezas. Y,no obstante, nos tienden la mano para ahogarnosmejor; en sus fracasos, en su parálisis, en sus pro-blemáticas débiles. De elecciones en «transicio-nes», nunca serán nada más que aquellos que nosvan alejando sin cesar de la posibilidad del comu-nismo. Afortunadamente, uno no acaba nuca deacomodarse a las traiciones ni a los desencantos.

así no cabe elección:

elección embarazosa

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el fetichismo de la espon-taneidad

el bricolage de las redesmilitantes

actuar ahora de forma de-sesperada

dejar en paréntesis lo quese puede vivir y experi-mentar aquí y ahora ennombre de un paraíso que,a fuerza de alejarse, pare-ce cada vez más un infierno

el control de la organiza-ción

la varita de la jerarquía

esperar desesperadamen-te a más tarde

rumiar el cadáver a fuerzade persuadirse de que plan-tar zanahorias será sufi-ciente para salir de la pe-sadilla.

o

o

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Las organizaciones son un obstáculo para organi-zarse. En verdad, no hay desviación entre lo quesomos, lo que hacemos y lo que devenimos. Lasorganizaciones —políticas o sindicales, fascistas oanarquistas— comienzan siempre separandoprácticamente este aspecto de la existencia. Y acontinuación tienen la virtud de presentar su es-túpido formalismo como el único remedio paraesta separación. Organizarse no es dotar de es-tructura a la impotencia. Es sobre todo tejer lazos,lazos que no son neutros, lazos orientados terri-blemente. El grado de organización se mide por laintensidad del reparto, material y espiritual.

Por tanto, de ahora en adelante: «hay que or-ganizarse materialmente para subsistir, hay queorganizarse materialmente para atacar». Que seelabore un poco por todos lados una nueva ideadel comunismo. En la sombra de los bares, en lasimprentas, en las casas okupadas, en las escaleras,en las granjas, en los gimnasios, pueden nacer lascomplicidades ofensivas; complicidades con lasque el mundo da un giro más firme. No hay quenegar a estas preciadas connivencias los mediosque exigen para desplegar su fuerza.

Ahí se sitúa la posibilidad verdaderamente re-volucionaria de la época. Las escaramuzas cadavez más frecuentes tienen esto de temibles: siem-pre son una ocasión para la complicidad de estanaturaleza, a veces efímera, pero a veces también

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indefectible. Y en ello reside, sin duda, una suertede proceso acumulativo. En el momento en elque miles de jóvenes se toman en serio la idea dedesertar y sabotear este mundo, habría que ser es-túpido como un madero para buscar una célulafinanciera, un cabecilla o un descuido.

** *

Dos siglos de capitalismo y nihilismo mercantilhan desembocado en las extrañezas más extremas,para sí, para los otros, para los mundos. El indivi-duo, esta ficción, se descomponía a la misma ve-locidad que devenía real. Hijos de la metrópolis,apostamos por lo siguiente: es a partir de la des-nudez más profunda de la existencia que se des-pliega la posibilidad, siempre callada, siempreconjurada, del comunismo.

En definitiva, estamos en guerra contra todauna antropología. Contra la idea misma delhombre.

Se trata del comunismo como presupuesto ycomo experimentación. Reparto de una sensibili-dad y elaboración del reparto. Evidencia de lo co-mún y construcción de una fuerza. El comunismocomo matriz de un asalto minucioso, audaz, con-tra la dominación. Como llamamiento y comonombre, de todos los mundos que se resisten a la

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pacificación imperial, de todas las solidaridadesirreductibles al reino de la mercancía, de todas lasamistades que asumen las necesidades de la gue-rra. comunismo. Sabemos que se trata de un tér-mino que hay que utilizar con precaución. Noporque, en el gran desfile de las palabras, se halleen desuso. Sino porque nuestros peores enemigoslo han utilizado, y continúan haciéndolo. Insisti-mos. Ciertas palabras son como campos de bata-lla cuyo sentido es una victoria, revolucionaria oreaccionaria, necesariamente arrancada tras unalucha encarnizada.

Desertar de la política clásica significa asumirla guerra, que se sitúa también en el terreno de lalengua. O más bien en la manera como se liganlas palabras, los gestos y la vida. Si se ha puestotanto empeño en encarcelar por terrorismo a al-gunos jóvenes campesinos comunistas que habríanparticipado en la redacción de La insurrección queviene, no es por un «delito por expresar una opi-nión» sino más bien porque podían encarnar unamanera de mantener en la misma existencia actosy pensamiento. Algo que, por lo general, no seperdona.

Por tanto, de lo que se acusa a estas personasno es ni de haber escrito algo ni de haber atacadomaterialmente los sacrosantos flujos que irrigan lametrópolis. Sino de haberse apoderado de estosflujos con el espesor de un pensamiento y una po-

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sición política. Que un acto, aquí haya podido te-ner sentido según una consistencia diferente de ladel desértico Imperio. El antiterrorismo ha pre-tendido atacar el devenir posible de una «asocia-ción de malhechores». Pero lo que, en realidad, haatacado es el devenir posible de una situación. Laposibilidad de que detrás de cada tendero se ocul-ten malas intenciones, y detrás de cada pensa-miento los actos a los que apela. La posibilidad deque se propague una idea de lo político, anónimapero susceptible de ser subscrita, diseminada e in-controlable, que no pueda tener cabida en el chi-ringuito de la libertad de expresión.

Ya no puede suscitar grandes dudas que serála juventud la primera en tomar salvajemente elpoder. Los últimos años, desde las revueltas enArgelia en la primavera del 2001 hasta las del in-vierno del 2008 en Grecia, no son sino una suce-sión de anuncios en este sentido. Aquellos quehace treinta o cuarenta años se sublevaron contrala moral de sus padres no dudarán a reducirlo aun nuevo conflicto generacional, si es que no loreducen a un efecto previsible de la adolescencia.

El único porvenir de una «generación» es serla precedente, en un camino que lleva invariable-mente al cementerio.

** *

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La tradición querría que todo comenzara por un«movimiento social». Sobre todo en un momentoen que la izquierda, que no acaba nunca de des-componerse, busca de forma hipócrita recobraruna credibilidad en la calle. Lo único es que ya noposee el monopolio de la calle. Sólo hay que vercómo, en cada nueva movilización estudiantil—como en todo lo que todavía osa sostener— exis-te una zanja que no cesa de hacerse más profundaentre las reivindicaciones plañideras y el nivel deviolencia y determinación del movimiento.

Es en este foso donde tenemos que prepararuna trinchera.

Cuando vemos que se suceden los movimien-tos sociales persiguiéndose los unos a los otros,que es evidente que no dejan nada tras ellos, a lafuerza hay que constatar que algo persiste. Un re-guero de pólvora une aquello que en cada aconte-cimiento no se ha dejado meter en vereda por latemporalidad absurda de la retirada de una ley ode cualquier otro pretexto. Por intermitencias, y apropio su ritmo, vemos una suerte de fuerza quese esboza. Una fuerza que no experimenta sutiempo sino que lo impone, silenciosamente.

Se acabó el momento de prever los hundi-mientos o de demostrar la feliz posibilidad. Lle-guen éstos pronto o tarde, hay que prepararse. Nose trata de elaborar un diseño de lo que debería seruna insurrección sino de devolver la posibilidad

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de la sublevación a aquello que nunca habría de-bido dejar de ser: un impulso vital tanto de la ju-ventud como de la sabiduría popular. A condi-ción de saberse mover, la ausencia de diseño no esun obstáculo sino una posibilidad. Es, para los in-surrectos, el único espacio que puede garantizar-les lo esencial: conservar la iniciativa. Queda sus-citar, alimentar como uno alimenta un fuego, unacierta mirada, una cierta fiebre táctica que, cuan-do llegue el momento, incluso ahora, se revele de-terminante y fuente constante de determinación.Ya resurgen ciertas preguntas que todavía ayer pa-recían grotescas o anticuadas; queda apoderarsede ellas, no para responder definitivamente sinoantes bien para mantenerlas vivas. Haberlas refor-mulado no es, por otra parte, la menor de las vir-tudes del alzamiento griego.

¿Cómo se convierte una situación de distur-bios generalizados en una situación insurreccio-nal? ¿Qué hacer cuando se ha conquistado la calletoda vez que la policía se encuentra permanente-mente derrotada? ¿Se merecen los parlamentos sertomados siempre al asalto? ¿Qué significa en lapráctica devolver el poder local? ¿Cómo decidirse?¿Cómo subsistir?

¿cómo no perderse?

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All Together Now...

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desde cualquier ángulo...

desde cualquier ángulo que se mire, el presen-te no tiene salida. No es la menor de sus virtudes.A aquellos que querrían esperar a toda costa, lesroba todo apoyo. Aquellos que pretenden osten-tar soluciones son desmentidos al momento. Seescucha decir que la situación sólo puede ir demal en peor. «El futuro ya no tiene porvenir» es lasabiduría de una época que ha llegado, bajo susaires de extrema normalidad, al nivel de conscien-cia de los primeros punks.

La esfera de la representación política se cierra.De izquierda a derecha, el mismo vacío adopta po-ses de adalid o aires de virgen, las mismas cabezasvisibles intercambian sus discursos según los últi-mos hallazgos del servicio de comunicación.Aquellos que aún votan dan la impresión de no te-ner otra intención que la de hacer saltar las urnas afuerza de votar, en pura protesta. Empieza a adivi-narse que es, de hecho, contra el voto mismo que sesigue votando. Nada de lo que se presenta está, nide lejos, a la altura de la situación. En su mismo si-

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lencio, la población parece infinitamente másadulta que todos los títeres que se pelean por go-bernarla. Un chibani1 de Belleville es más sabio ensus palabras que cualquiera de nuestros supuestosdirigentes en todas sus declaraciones.

El incendio de noviembre de 2005 no deja deproyectar su sombra sobre todas las conciencias.Estas primeras fogatas son el bautismo de una dé-cada repleta de promesas. Al cuento mediático delsuburbio-contra-la-República no le falta eficacia,pero falta a la verdad. Hasta en el centro de lasciudades prendieron hogueras, que fueron metó-dicamente acalladas. Calles enteras de Barcelonaardieron en solidaridad, sin que nadie supiesenada excepto sus habitantes. Y no es ni siquieraverdad que desde entonces el país haya dejado dellamear. Se encuentran entre los inculpados todaclase de perfiles lo cual sólo unifica el odio haciala sociedad existente, y no la pertenencia de clase,raza o barrio. Lo inédito no reside en una «revuel-ta de los suburbios» que ya no era nueva en 1980,sino en la ruptura con sus formas establecidas.Los asaltantes ya no escuchan a nadie, ni a los her-manos mayores ni a la asociación local que debe-ría gestionar la vuelta a la normalidad. Ningúnsos Racismo podrá hundir sus raíces cancerosas

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1. Chibani: anciano en árabe y, por extensión, ancianoárabe en francés.

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en este acontecimiento, al que sólo la fatiga, la fal-sificación y la omertà mediáticas han podido fin-gir poner término. Toda esta serie de golpes noc-turnos, de ataques anónimos, de destruccionessin frases han tenido el mérito de dilatar al máxi-mo la fisura entre la política y lo político. Nadiepuede honestamente negar la carga de evidenciade este asalto que no formulaba ninguna reivindi-cación, ningún mensaje más que el de la amena-za; que no tenía nada que ver con la política. Hayque estar ciego para no darse cuenta de todo loque hay de puramente político en esta negaciónresuelta de la política; o no saber nada de los mo-vimientos autónomos de la juventud desde hacetreinta años. Se han quemado como niños perdi-dos los primeros bibelots de una sociedad que nomerece más consideración que los monumentosde París al final de la Semana Sangrienta, y que losabe.

No habrá solución social a la situación presen-te. En primer lugar, porque el vago agregado deentornos, instituciones y burbujas individualesque se denominan por antífrasis «sociedad» notiene consistencia; en segundo, porque ya no haylenguaje para la experiencia común. Y no se com-parten riquezas si no se comparte un lenguaje.Fue necesario medio siglo de lucha en torno a laIlustración para fundar la posibilidad de la Revo-lución Francesa, y un siglo de lucha en torno al

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trabajo para dar a luz al temible «Estado del bien-estar». Las luchas crean el lenguaje en el que seenuncia el nuevo orden. No hay nada semejantehoy en día. Europa es un continente deslustradoque va a hacer las compras al Lidl a escondidas yque viaja en low cost para seguir viajando. Ningu-no de los «problemas» que se formulan en el len-guaje social admite resolución en él. La cuestiónde las «jubilaciones», la de la «precariedad», los«jóvenes» y su «violencia» sólo pueden quedar ensuspenso, mientras se gestionan policialmente lospasos a la acción cada vez más penetrantes que es-tas cuestiones encubren. No se podrá disimular elhecho de que se limpia a bajo precio el culo deunos viejos abandonados por los suyos y que notienen nada que decir. Aquellos que han encon-trado en las vías criminales menos humillación ymás beneficio que en la limpieza de suelos no en-tregarán sus armas, y la prisión no les inculcará elamor por la sociedad. El furor por disfrutar de lashordas de jubilados no soportará de rodillas losrecortes sombríos en sus rentas mensuales, y sólopuede excitarse aún más ante el rechazo al trabajode una amplia fracción de la juventud. Por últi-mo, ningún ingreso garantizado acordado al díasiguiente de un cuasi levantamiento sentará lasbases de un New Deal, de un nuevo pacto, de unanueva paz. El sentimiento social ya se ha evapora-do demasiado.

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A modo de solución, la presión para que nopase nada, y con ella el control policial del territo-rio, no van a dejar de acentuarse. El avión militardirigido por control remoto que, según el propiotestimonio de la policía, sobrevoló el pasado 14 dejulio el distrito de Seine-Saint-Denis dibuja el fu-turo en colores más francos que todas las brumashumanistas. Que se haya tomado la precauciónde precisar que no estaba armado enuncia conbastante claridad qué camino hemos tomado. Elterritorio será dividido en zonas cada vez más es-tancas. Las autopistas situadas al borde de un «ba-rrio marginal» forman un muro invisible que lassepara de las zonas residenciales. Piensen lo quepiensen las buenas almas republicanas, la gestiónde barrios «por comunidad» es notoriamente lamás operante. Las porciones puramente metropo-litanas del territorio, los principales centros urba-nos, llevarán su vida lujosa en una deconstruccióncada vez más retorcida, más sofisticada, más estri-dente. Iluminarán todo el planeta con sus luces deburdel mientras las patrullas de la bac,2 las com-pañías de seguridad privada, en resumen, las mili-cias, se multiplicarán hasta el infinito, mientras sebenefician de una cobertura judicial cada vez másdesvergonzada.

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2. bac (Brigades anti criminalité): brigadas anticrimina-les de la policía francesa.

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El callejón sin salida del presente, perceptibleen todas partes, se niega en todos lados. Nuncatantos psicólogos, sociólogos y literatos se habránempleado en ello, cada uno en su jerga especial,donde resulta notoria la ausencia una conclusión.Basta con escuchar los cantos de la época, las ño-ñerías de la «nueva canción francesa» en la que lapequeña burguesía diseca sus estados de ánimo ylas declaraciones de guerra de la mafia K’1 Fry,3

para saber que la coexistencia cesará muy pronto,que una decisión se aproxima.

Este libro está firmado con un nombre de co-lectivo imaginario. Sus redactores no son los au-tores. Se han contentado con poner un poco deorden en los lugares comunes de la época, en loque se murmura en las mesas de los bares, detrásde la puerta cerrada de los dormitorios. No hanhecho más que fijar las verdades necesarias, aqué-llas cuyo rechazo universal llena los hospitales psi-quiátricos y las miradas de pena. Se han converti-do en los escribas de la situación. Es el privilegiode las circunstancias radicales que la precisión lle-va con toda lógica a la revolución. Basta con decirlo que se tiene ante los ojos y no eludir la conclu-sión.

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3. K’1 Fry: grupo de rap francés.

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Primer círculo

«i am what i am»

«i am what i am.» Es la última ofrenda del márke-ting al mundo, la última etapa de la evolución pu-blicitaria, al frente, tan al frente de todas las exhor-taciones a ser diferente, a ser uno mismo y a beberPepsi. Décadas de conceptos para llegar aquí, a lapura tautología: yo = yo. Él corre en la cinta de-lante del espejo de su gimnasio. Ella llega de traba-jar al volante de su Smart. ¿Se encontrarán?

«soy lo que soy.» Mi cuerpo me pertenece.yo soy yo, tú eres tú, y la cosa va mal. Personaliza-ción de masa. Individualización de todas las con-diciones: de vida, de trabajo, de desdicha. Esqui-zofrenia difusa. Depresión servil. Atomización enfinas partículas paranoicas. Histerización del con-tacto. Cuanto más quiero ser yo, mayor es mi sen-sación de vacío. Cuanto más me expreso, más meagoto. Cuanto más me persigo, más cansado es-toy. yo tengo, tú tienes, nosotros tenemos nuestroyo como una taquilla fastidiosa. Nos hemos con-vertido en representantes de nosotros mismos—somos, en este extraño comercio, los garantes de

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una personalidad que tiene todo el aspecto, al fi-nal, de una amputación—. Nos asumimos hasta laruina con una torpeza más o menos disimulada.

Mientras tanto, yo controlo. La búsqueda demí mismo, mi blog, mi piso, las últimas tonteríasde moda, las historias de pareja, de ligues…¡cuántas prótesis se necesitan para ostentar un yo!Si «la sociedad» no se hubiera convertido en estaabstracción definitiva, designaría el conjunto demuletas existenciales que se me tienden para po-der arrastrarme aún; el conjunto de dependenciasque he contraído en pago por mi identidad. Elminusválido es el modelo de la ciudadanía que vie-ne. De forma premonitoria, las asociaciones quelo explotan reivindican actualmente el «subsidiouniversal» para él.

La conminación, omnipresente, de ser «al-guien» sustenta el estado patológico que hace ne-cesaria a esta sociedad. La conminación a ser fuerteproduce la debilidad a través de la cual se mantie-ne, hasta el punto de que todo parece adquirir unaspecto terapéutico, incluso trabajar, incluso amar.Todos los «¿qué tal?» que se intercambian en undía hacen pensar en otras tantas tomas de tempe-ratura que una sociedad de pacientes se adminis-tran unos a otros. La sociabilidad está hecha aho-ra de mil pequeños nichos, de mil pequeñosrefugios en los que uno está al calor. Donde siem-pre se está mejor que en el intenso frío del exte-

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rior. Donde todo es falso, pues sólo es un pretextopara calentarse. Donde nada puede suceder por-que uno está sordamente ocupado tiritando juntoa los demás. Pronto esta sociedad no aguantarámás que por la tensión de todos los átomos socia-les hacia una ilusoria curación. Es una central queextrae su energía de una gigantesca reserva de lá-grimas siempre a punto de desbordarse.

«i am what i am.» Nunca la dominación ha-bía encontrado una consigna menos sospechosa.El mantenimiento del yo en un estado de semi-rruina permanente, en una seminsuficiencia cró-nica, es el secreto mejor guardado del orden decosas actual. El yo débil, deprimido, autocrítico,virtual, es por esencia ese sujeto infinitamenteadaptable que requiere una producción fundadaen la innovación, la obsolescencia acelerada de lastecnologías, la alteración constante de las normassociales y la flexibilidad generalizada. Es al mismotiempo el consumidor más voraz y, paradójica-mente, el yo más productivo, aquel que se lanzarácon más energía y avidez sobre el menor proyecto,para volver más tarde a su estado larvario original.

¿«qué es lo que soy», entonces? Algo atrave-sado desde la infancia por flujos de leche, olores,historias, sonidos, canciones infantiles, substan-cias, gestos, ideas, impresiones, miradas, cantos ycomida. ¿lo que soy? Algo vinculado por do-quier a lugares, sufrimientos, antepasados, ami-

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gos, amores, acontecimientos, lenguas, recuerdos,a toda clase de cosas que, sin duda alguna, no sonyo. Todo lo que me ata al mundo, todos los vín-culos que me constituyen, todas las fuerzas queme pueblan no tejen una identidad, como me in-citan a proclamar, sino una existencia singular, co-mún, viva y de la que emerge, en algunos puntos,en algunos momentos, este ser que dice «yo».Nuestro sentimiento de inconsistencia no es másque el efecto de esta tonta creencia en la perma-nencia del yo, y de la escasa atención que presta-mos a lo que nos constituye.

Da vértigo ver reinar en lo alto de un rasca-cielos de Shangai el «i am what i am» de Ree-bok. Occidente lanza por todas partes, como sucaballo de Troya favorito, esa pesada antinomiaentre el yo y el mundo, el individuo y el grupo,entre ataduras y libertad. La libertad no es elgesto de deshacerse de las ataduras, sino la capa-cidad práctica de operar a través de ellas, de mo-verse en ellas, de establecerlas o truncarlas. Lafamilia sólo existe como familia, es decir, comoinfierno, para aquel que ha renunciado a alterarsus mecanismos debilitadores, o no sabe cómohacerlo. La libertad de desarraigarse ha sidosiempre el fantasma de la libertad. No nos libe-ramos de lo que nos coarta sin perder al mismotiempo aquello sobre lo que podríamos ejercernuestras fuerzas.

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«i am what i am» no es por tanto una simplementira, una simple campaña publicitaria, sinouna campaña militar, un grito de guerra dirigidocontra todo lo que hay entre los seres, contra todolo que les liga de forma invisible, todo aquello queobstaculiza la perfecta desolación, todo lo quehace que existamos y que el mundo no tenga, entodas partes, el aspecto de una autopista, un par-que de atracciones o una ciudad nueva: tediopuro, sin pasión y bien ordenado, espacio vacío,helado, por el que ya sólo transitan cuerpos ma-triculados, moléculas automóviles y mercancíasideales.

Francia no es la patria de los ansiolíticos, elparaíso de los antidepresivos, la meca de la neu-rosis, sin ser simultáneamente el campeón euro-peo de la productividad horaria. La enfermedad,el cansancio y la depresión pueden ser conside-rados síntomas individuales de aquello de lo quehay que curarse. De este modo, trabajan por elmantenimiento del orden existente, por mi ajus-te dócil a unas normas frágiles, por la moderni-zación de mis muletas. Ocultan la selección enmí de las inclinaciones oportunas, conformes yproductivas, y de aquellas otras por las que habráque, amablemente, guardar duelo: «Hay que sa-ber cambiar, ya sabes». Pero, tomadas como he-chos, mis debilidades pueden conducir tambiénal desmantelamiento de la hipótesis del yo. De-

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vienen entonces actos de resistencia en la guerraen curso. Devienen rebelión y centro de energíacontra todo lo que conspira para normalizarnos,para amputarnos. El YO no es lo que está en crisisen nosotros, sino la forma en la que se intenta im-primirnos. Se pretende convertirnos en yoes biendelimitados, bien separados, clasificables e in-ventariables por cualidades, en resumen, contro-lables, cuando somos criaturas entre las criatu-ras, singularidades entre nuestros semejantes,carne viva tejiendo la carne del mundo. Contra-riamente a lo que se nos repite desde la infancia,la inteligencia no es saber adaptarse —o, si esuna inteligencia, es la de los esclavos—. Nuestrainadaptación y nuestro cansancio sólo son pro-blemas desde el punto de vista de quien quieresometernos. Indican, más bien, un punto departida, un punto de confluencia para unascomplicidades inéditas. Hacen emerger un pai-saje mucho más destartalado, pero infinitamen-te más susceptible de compartirse, que todas lasfantasmagorías que esta sociedad mantiene a susexpensas.

No estamos deprimidos, estamos en huelga.Para quien rechaza controlarse, la depresión no esun estado sino un tránsito, un adiós, un paso delado hacia la desafiliación política. A partir de ahí,no hay otra conciliación que la medicamentosa, yla policial. Es precisamente por esta razón que la

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sociedad no teme imponer Ritalín a los niños de-masiados vivos, que trenza continuamente bridasde dependencias farmacéuticas y pretende detec-tar desde los tres años los «trastornos de compor-tamiento». Porque la hipótesis del yo se fisura pordoquier.

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Sin novedad en el frente.

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Segundo círculo

«la diversión es una necesidad vital»

un gobierno que declara el estado de excepcióncontra chavales de quince años. Un país que dejasu destino en manos de un equipo de futbolistas.Un policía en una cama de hospital que se quejade haber sido víctima de la «violencia callejera».Un prefecto que emite un decreto contra quienesse construyan cabañas en los árboles. Dos niñosde diez años, en Chelles, inculpados del incendio deuna ludoteca. Esta época destaca por lo grotescode unas situaciones que se le escapan una y otravez. Hay que decir que los medios no ahorran es-fuerzos para sofocar, en los registros de la queja yde la indignación, la carcajada que debería acogersemejantes noticias.

Una carcajada incendiaria es la respuesta ajus-tada a todas las graves «cuestiones» que se com-place en plantear la actualidad. Para empezar porla más trillada: no existe el «problema de la inmi-gración». ¿Quién crece aún donde ha nacido?¿Quién vive donde ha crecido? ¿Quién trabajadonde vive? ¿Quién vive donde vivieron sus an-

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cestros? ¿Y de quién son los niños de esta época?¿De sus padres o de la televisión? La verdad es quehemos sido arrancados en masa a toda pertenen-cia, ya no somos de ninguna parte y de ello resul-ta, al mismo tiempo que una inédita disposiciónal turismo, un innegable sufrimiento. Nuestrahistoria es la de las colonizaciones, de las migracio-nes, de las guerras, de los exilios, de la destrucciónde todos los arraigos. Es la historia de todo lo queha hecho de nosotros extraños en este mundo,huéspedes en nuestra propia familia. Hemos sidoexpropiados de nuestra lengua por la enseñanza,de nuestras canciones por las varietés, de nuestrascarnes por la pornografía de masa, de nuestra ciu-dad por la policía, de nuestros amigos por el siste-ma salarial. A todo esto se añade, en Francia, eltrabajo feroz y secular de individualización por unpoder de Estado que evalúa, compara, disciplina ysepara a sus sujetos desde la más temprana edad,que desune por instinto las solidaridades que se leescapan a fin de que no quede más que la ciuda-danía, la pura pertenencia, fantasmática, a la Re-pública. El francés es más que cualquier otra cosael desposeído, el miserable. Su odio al extranjerose funde con su odio a sí mismo como extranjero.Su envidia mezclada con pavor hacia los suburbiossólo expresa su resentimiento por todo lo que haperdido. No puede evitar envidiar esos barriosllamados de «relegación» donde aún persiste un

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poco de vida común, algunos vínculos entre losseres, algunas solidaridades no estatales, una eco-nomía informal y una organización que aún no seha desligado de aquellos que se organizan. Hemosllegado a ese punto de privación en que la únicamanera de sentirse francés es echar pestes de losinmigrantes, de aquellos que son extranjeros comoYO de una forma más visible. Los inmigrantesocupan en este país una curiosa posición de sobe-ranía: si no estuviesen aquí, los franceses quizás yano existirían.

Francia es un producto de su escuela, y no alrevés. Vivimos en un país excesivamente escolar,en el que nos acordamos de la selectividad comoun momento memorable de la vida. En el que losjubilados aún hablan de su fracaso, cuarenta añosatrás, en tal o cual examen, y del coste que ello su-puso para toda su carrera, para toda su vida. La es-cuela de la República ha formado desde hace un si-glo y medio un tipo de subjetividades estatalizadas,reconocibles entre todas. Gente que acepta la selec-ción y la competición a condición de que las opor-tunidades sean iguales. Que de la vida esperan quecada uno sea recompensado como en una oposi-ción, según sus méritos. Que piden siempre permi-so antes de tomar. Que respetan calladamente lacultura, los reglamentos y a los primeros de la cla-se. Incluso su apego a los grandes intelectuales crí-ticos y su rechazo al capitalismo están impregnados

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de este amor por la escuela. Es esta construcción es-tatal de las subjetividades la que se desmorona cadadía un poco más con la decadencia de la instituciónescolar. La reaparición hace veinte años de la es-cuela y la cultura de la calle, en competencia con laescuela de la República y su cultura de cartón pie-dra, es el traumatismo más profundo que sufre ac-tualmente el universalismo francés. En este punto,la derecha más extrema se reconcilia de antemanocon la izquierda más virulenta. Sólo el nombre deJules Ferry, ministro de Thiers durante la destruc-ción de la Comuna de París y teórico de la coloni-zación, debería, sin embargo, bastar para hacernosdesconfiar de esta institución.

En cuanto a nosotros, cuando vemos a losprofes salidos de no se sabe qué «comité de vigi-lancia ciudadana» ir a lloriquear al 20 heures1 por-que les han quemado su escuela, nos acordamosde cuántas veces, de niños, habíamos soñado conello. Cuando oímos a un intelectual de izquierdasabominar de la barbarie de las pandillas de jóve-nes que increpan a los transeúntes, roban en lastiendas, incendian coches y juegan al ratón y algato con los crs,2 nos acordamos de lo que se de-

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1. 20 heures: telediario de las ocho de la tarde de la tele-visión pública francesa.

2. crs (Compagnies Républicaines de Sécurité): cuerpode la policía francesa.

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cía de los «blousons noirs»3 en los años sesenta o,mejor, de los «apaches» en la Belle Époque: «Bajoel nombre genérico de apaches —escribe un juezen el tribunal del Sena en 1907—, está de modadesde hace algunos años designar a todos los indi-viduos peligrosos, hatajo de reincidentes, enemi-gos de la sociedad, sin patria ni familia, deserto-res de todos los deberes, preparados para realizarlos ataques más audaces y cualquier atentado con-tra personas o propiedades». Estas bandas que hu-yen del trabajo, que toman el nombre de su barrioy se enfrentan con la policía, son la pesadilla delbuen ciudadano individualizado a la francesa: en-carnan todo aquello a lo que ha renunciado, todala alegría posible y a la que no accederá nunca.Resulta impertinente existir en un país en el que aun niño al que se sorprende cantando a su aire sele reprende inevitablemente con un ¡para, que vaa llover! y en el que la castración escolar producegeneraciones de empleados disciplinados. El aurapersistente de Mesrine4 no se debe tanto a su rec-titud y audacia como al hecho de haberse propues-to vengarse de lo que todos deberíamos vengar-nos. O más bien de lo que deberíamos vengarnos

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3. Blousons noirs: vocablo creado en los años sesenta porperiodistas para designar a jóvenes considerados delincuentesy que vestían camisas negras.

4. Mesrine: Legendario ladrón y contrabandista francésnacido en 1936.

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directamente ahí donde seguimos dando rodeos ydemorándonos. Puesto que no cabe duda de quepor medio de mil bajezas disimuladas, de todotipo de murmuraciones, de una malicia helada yuna cortesía venenosa, el francés no deja de ven-garse, continuamente y contra todo, del aniquila-miento al que se ha resignado. Ya era hora de queel ¡vamos a joder a la policía! sustituyera al ¡sí, señoragente! En este sentido, la hostilidad abierta deciertas bandas sólo expresa, de una manera algomenos soterrada que otras, el mal ambiente, lamala disposición de fondo y el deseo de destruc-ción salvadora en el que este país se consume.

Llamar «sociedad» al pueblo de extranjeros enel que vivimos es una usurpación tal que inclusolos sociólogos se plantean renunciar a un concep-to que ha constituido, durante un siglo, su sus-tento. Prefieren ahora la metáfora de la red paradescribir el modo en que se conectan las soledadescibernéticas, en que se tejen las interacciones dé-biles conocidas bajo los nombres de «colega»,«tío», «contacto», «relación» o «ligue». Del mismomodo, sucede que estas redes se condensan en unmedio, en el que no se comparte nada salvo unoscódigos y en el que únicamente está en juego laincesante recomposición de una identidad.

Sería una pérdida de tiempo detallar todo loque hay de agonizante en las relaciones socialesexistentes. Se dice que la familia vuelve, que la pa-

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reja vuelve. Pero la familia que vuelve no es laque se había ido. Su regreso no es más que un ni-vel más profundo de la separación reinante, a laque sirve para disimular, convirtiéndose en ellamisma mediante el engaño. Todo el mundopuede dar fe de las dosis de tristeza que se con-centra año tras año en las fiestas en familia, lassonrisas trabajosas, la desazón de ver a todo elmundo simular en vano, el sentimiento de queahí, sobre la mesa, hay un cadáver y todo elmundo hace como si nada. De ligue en divorcio,de concubinato en recomposición, cada cual ex-perimenta la inanidad del triste núcleo familiar,pero la mayoría parece juzgar que sería aún mástriste renunciar a él. La familia ya no es tanto elagobio de la influencia materna o el patriarcadode las tortas como ese abandono infantil a una de-pendencia algodonosa, donde todo es conocido;como ese momento de indiferencia frente a unmundo que ya nadie puede negar que se desmo-rona, un mundo en el que «emanciparse» es uneufemismo de «haber encontrado jefe». Querría-mos encontrar en la familiaridad biológica la ex-cusa para corroer en nosotros cualquier determi-nación un poco rompedora; para obligarnos arenunciar, bajo el pretexto de que nos han vistocrecer, tanto a hacernos mayores como a la serie-dad que hay en la infancia. Hay que preservarsede esta corrosión.

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La pareja es como el último escalón de la grandebacle social. Es el oasis en medio del desiertohumano. Se busca en ella, bajo los auspicios de loíntimo, todo aquello que, de modo tan evidente,ha abandonado las relaciones sociales contempo-ráneas: el calor, la sencillez, la verdad, una vida sinteatro ni espectador. Pero, una vez pasado el atur-dimiento amoroso, la «intimidad» se quita el dis-fraz: ella misma es una invención social, habla enel lenguaje de las revistas femeninas y de la psico-logía; dispone, como el resto, de estrategias hastala saciedad. No hay en ella más verdad que encualquier otro lugar; también aquí dominan lamentira y las leyes de la extrañeza. Y cuando, porfortuna, se encuentra en ella esta verdad, exige unmodo de compartir que desmiente la propia for-ma de la pareja. Aquello por lo que los seres seaman es también aquello que los hace amables, yarruina la utopía del autismo de a dos.

En realidad, la descomposición de todas lasformas sociales es una ganga. Es para nosotros lacondición ideal de una experimentación masiva,salvaje, de nuevos ajustes, de nuevas fidelidades.La famosa «dimisión parental» nos ha impuestouna confrontación con el mundo que ha forzadoen nosotros una lucidez precoz y augura algunasbuenas revueltas. En la muerte de la pareja vemosnacer perturbadoras formas de afectividad colec-tiva, ahora que el sexo se usa hasta el desgaste, que

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la virilidad y la feminidad son como viejos trajesapolillados, que tres décadas de continuas innova-ciones tecnológicas han agotado todos los atracti-vos de la trasgresión y la liberación. Con lo quehay de incondicional en los vínculos de parentes-co, tenemos la intención de construir el armazónde una solidaridad política tan impenetrable a lainjerencia del Estado como un campamento degitanos. Incluso las interminables subvencionesque numerosos padres están abocados a pagar a suprogenie proletarizada pueden convertirse en unaforma de mecenazgo en beneficio de la subversiónsocial. «Emanciparse» podría también querer de-cir: aprender a pelearse en la calle, a ocupar casasvacías, a no trabajar, a amarse locamente y a robaren los supermercados.

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C’est si bon...

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Tercer círculo

«la vida, la salud, el amor son precarios, ¿por qué iba

a escapar el trabajo a esta ley?»

no hay cuestión más enmarañada, en Francia, quela del trabajo. No hay relación más retorcida que lade los franceses con el trabajo. Id a Andalucía, Ar-gelia o Nápoles. Allí en el fondo se desprecia eltrabajo. Id a Alemania, Estados Unidos o Japón.Allí se reverencia el trabajo. Las cosas cambian, esverdad. Efectivamente, hay otakus en Japón, froheArbeitslose en Alemania y workaholics en Andalu-cía. Pero no son por ahora más que curiosidades.En Francia, se hace todo lo posible para trepar enla jerarquía, pero se alardea en privado de no darpalo al agua. Uno se queda hasta las diez de la no-che en el curro cuando está desbordado, peronunca tiene escrúpulos a la hora de robar, aquí yallá, material de la oficina o de sisar del almacénde la empresa piezas sueltas que, llegado el caso, serevenden. Se detesta a los jefes, pero se quiere serempleado a cualquier precio. Tener un trabajo esun honor y trabajar, un signo de debilidad. En re-sumen: el perfecto cuadro clínico de la histeria. Seama odiando, se odia amando. Y todos sabemos

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el estupor y desasosiego que aquejan al histéricocuando pierde a su víctima, a su amo. La mayoríade las veces no se recupera.

En este país profundamente político que esFrancia, el poder industrial ha estado siempre so-metido al poder del Estado. La actividad econó-mica no ha dejado nunca de estar recelosamentedirigida por una administración puntillosa. Losgrandes patrones que no proceden de la noblezade Estado tipo Polytechnique-ENA1 son los pa-rias del mundo de los negocios de los que se co-menta, entre bastidores, que dan un poco depena. Bernard Tapie es su héroe trágico: aduladoun día, en prisión el otro, intocable siempre. Quese deje ver ahora en escena no tiene nada de sor-prendente. Contemplándolo como se contemplaa un monstruo, el público francés lo mantiene abuena distancia y, mediante el espectáculo de tanfascinante infamia, evita su contacto. A pesar delgran farol de los años ochenta, el culto a la empre-sa nunca cuajó en Francia. Cualquiera que escribaun libro para vilipendiarla, se asegura un best-se-ller. Por más que los empresarios, sus maneras ysu literatura se hayan pavoneado en público, per-manece en torno a ellos un cordón sanitario de

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1. Polytechnique y ena: prestigiosas universidades de lasque procede buena parte de la élite política y empresarial deFrancia.

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risa burlona, un océano de desprecio, un mar desarcasmos. El empresario no forma parte de la fa-milia. Se mire por donde se mire, en la jerarquíadel aborrecimiento se prefiere al policía. Ser fun-cionario sigue siendo, contra viento y marea, con-tra golden boys y privatizaciones, la definiciónconvenida del buen trabajo. Se puede envidiar lariqueza de quienes no lo son, pero no se les envi-dia el puesto.

Sobre esta neurosis de fondo, los gobiernossucesivos aún pueden declarar la guerra al paro, ypretenden librar la «batalla del empleo» mientraslos ex dirigentes se pasean con sus móviles entre lastiendas de Médicos del Mundo a orillas del Sena.Cuando las expulsiones masivas de la anpe2 difi-cultan el descenso de la cifra de parados por deba-jo de los dos millones; cuando sólo el rmi3 y el tra-picheo protegen, según el propio testimonio de losRenseignements Généraux,4 frente a la explosiónsocial que puede estallar en cualquier momento,es la economía psíquica de los franceses, así comola estabilidad política del país, lo que está en jue-go en el mantenimiento de la ficción laborista.

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2. anpe (Agence Nationale pour l’Emploi): equivalentedel inem en Francia.

3. rmi (Revenu minimun d’insertion): subsidio al desem-pleo sin equivalente en España.

4. Renseignements Généraux: servicios secretos depen-dientes de la policía nacional francesa.

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Permiso para que nos importe un carajo.Pertenecemos a una generación que vive muy

bien sin esta ficción. Que nunca ha contado con lajubilación ni con el derecho del trabajo, y muchomenos con el derecho al trabajo. Que ni siquiera esprecaria, como se complacen en teorizar las faccio-nes más avanzadas de la militancia izquierdista,porque ser precario sigue significando definirse enrelación con la esfera del trabajo, en este caso, consu descomposición. Admitimos la necesidad de con-seguir dinero —no importa por qué medios—porque actualmente es imposible pasar sin él, perono la necesidad de trabajar. Además, ya no traba-jamos: curramos. La empresa ya no es un lugar enel que existimos, es un lugar que atravesamos. Nosomos cínicos, sólo reticentes a que se nos engañe.Los discursos sobre la motivación, la calidad y laimplicación personal nos resbalan, para desgraciade los gestores de recursos humanos. Dicen queestamos decepcionados con la empresa, que noha honrado la lealtad de nuestros padres, que los hadespedido sin escrúpulos. Mienten. Para estar de-cepcionado, primero hay que esperar algo. Y nun-ca hemos esperado nada de ella: la vemos tal comoes y nunca ha dejado de ser, una estafa de confortvariable. Sentimos que nuestros padres cayeran enla trampa; al menos, aquellos que se lo creyeron.

La confusión de sentimientos que rodea lacuestión del trabajo puede explicarse de esta ma-

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nera: la noción de trabajo ha abarcado siempredos dimensiones contradictorias. Una dimensiónde explotación y una dimensión de participación.Explotación de la fuerza de trabajo individual ycolectiva por la apropiación privada o social de laplusvalía; participación en una obra común a tra-vés de los vínculos que se tejen entre aquellos quecooperan en el seno del universo de la produc-ción. Estas dos dimensiones se confunden perni-ciosamente en la noción de trabajo, lo cual expli-ca la indiferencia de los trabajadores, a fin decuentas, hacia la retórica marxista, que niega ladimensión de participación, así como hacia la re-tórica empresarial, que niega la dimensión de ex-plotación. De ahí, también, la ambivalencia de larelación con el trabajo, al mismo tiempo deshon-roso, puesto que nos vuelve extraños ante lo quehacemos, y adorado, en la medida en que unaparte de nosotros mismos está en juego. El desas-tre aquí es previo: reside en todo aquello que hasido necesario destruir, en todos aquellos a losque ha habido que desarraigar para que el trabajotermine por aparecer como la única manera deexistir. El horror del trabajo no está tanto en elpropio trabajo como en el asolamiento metódico,desde hace siglos, de todo aquello que no es él: fa-miliaridades de barrio, de oficio, de pueblo, de lu-cha, de parentesco; apego a lugares, seres, estacio-nes, modos de hacer y de hablar.

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La paradoja actual reside en lo siguiente: eltrabajo ha triunfado sin rastro de los otros modosde existir, al mismo tiempo que los trabajadoresse han vuelto superfluos. Los incrementos de pro-ductividad, la deslocalización, la mecanización, laautomatización y la digitalización de la producciónhan progresado tanto que han reducido a casi nadala cantidad de trabajo vivo necesario para la con-fección de cada mercancía. Vivimos la paradojade una sociedad de trabajadores sin trabajo en laque la distracción, el consumo y el ocio sólo acen-túan la falta de aquello de lo que debieran dis-traernos. La mina de Carmaux, célebre duranteun siglo por sus huelgas violentas, ha sido conver-tida en Cap Découverte. Es un «centro multio-cio» donde se puede hacer skateboard o montaren bici, y que se distingue por un «Museo de laMina» en el que se simulan explosiones de grisúpara los veraneantes.

En las empresas, el trabajo se divide de formacada vez más visible en empleos altamente cualifi-cados de investigación, concepción, control, coor-dinación y comunicación ligados a la aplicaciónde todos los saberes necesarios en el nuevo proce-so de producción cibernetizado, y en empleos nocualificados de mantenimiento y vigilancia de esteproceso. Los primeros son poco numerosos, muybien pagados y, por tanto, tan codiciados que a laminoría que los acapara no se le ocurriría dejar

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caer ni una miga. Su trabajo y ellos se funden en unabrazo angustioso. Empresarios, científicos, miem-bros de lobbies, investigadores, programadores,agentes del desarrollo, consultores e ingenieros nocesan literalmente jamás de trabajar. Incluso sus li-gues aumentan la productividad. «Las empresasmás creativas son también aquéllas en las que lasrelaciones íntimas son más numerosas», teoriza unfilósofo, director del departamento de recursos hu-manos. «Los colaboradores de la empresa —con-firma el director de dicho departamento en Daim-ler-Benz—, forman parte del capital de la empresa… Su motivación, su buen hacer, su capacidad deinnovación y su preocupación por los deseos de laclientela constituyen la materia prima de unos ser-vicios innovadores … Su comportamiento y sucompetencia social y emocional tienen un pesocreciente en la evaluación del trabajo … Éste ya noserá evaluado según el número de horas de presen-cia sino en función de los objetivos alcanzados yde la calidad de los resultados. Son empresarios.»

El conjunto de tareas que no han podido serautomatizadas forman una nebulosa de puestosque, al no poder ser ocupados por máquinas, sonocupados por cualquier humano: manipuladores,reponedores, trabajadores en cadena, temporeros,etcétera. Esta mano de obra flexible, indiferencia-da, que pasa de una tarea a otra y nunca perma-nece mucho tiempo en la misma empresa, ya no

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puede asociarse en una fuerza, puesto que nuncase encuentra en el centro del proceso de produc-ción sino que está pulverizada en una multitud deintersticios, ocupada tapando los huecos que nohan sido mecanizados. El trabajador temporal esla figura de ese obrero que ya no lo es, que ya notiene un oficio sino unas competencias que vavendiendo en cada trabajo puntual que realiza, ycuya disponibilidad es también un trabajo.

Al margen de este meollo de trabajadoresefectivos, necesarios para el buen funcionamientode la máquina, se extiende ahora una mayoría quese ha vuelto excedentaria, útil, en efecto, para elflujo de la producción pero poco más, y que hacepesar sobre la máquina el riesgo de que, en su deso-cupación, la sabotee. La amenaza de una desmo-vilización general es el espectro que recorre el sis-tema de producción actual. A la pregunta de«¿por qué trabajar, entonces?», no todo el mundoresponde como este antiguo beneficiario del rmien Libération: «Por mi bienestar. Necesitaba ocu-parme en algo». Hay un riesgo serio de que acabe-mos encontrando un empleo de nuestra desocupa-ción. Esta población flotante debe ocuparse o sercontenida. Ahora bien, no se ha encontrado a díade hoy mejor método disciplinario que el salaria-do. Habrá entonces que continuar con el des-mantelamiento de los «logros sociales», a fin dehacer volver al seno salarial a los más reacios,

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aquellos que sólo se rinden ante la alternativa en-tre morir de hambre o pudrirse en la cárcel. La ex-plosión del sector esclavista de los «servicios per-sonales» debe continuar: mujeres de la limpieza,hostelería, masajes, asistencia a domicilio, prosti-tución, cuidados médicos, clases particulares, pa-satiempos terapéuticos, ayuda psicológica, etcétera.Todo ello acompañado de un aumento continuode las normas de seguridad, de higiene, de com-portamiento y de educación, de una aceleraciónen la fugacidad de las modas, que establecen porsí solas la necesidad de tales servicios. En Rouen,los parquímetros automáticos han sido substitui-dos por «parquímetros humanos»: alguien que seaburre en la calle te entrega un ticket de estacio-namiento y te alquila, llegado el caso, un paraguaspor si cae un chaparrón.

El orden del trabajo fue el orden de un mun-do. La evidencia de su ruina le deja a uno parali-zado con sólo pensar en todo lo que implica. Tra-bajar, hoy en día, está menos ligado a la necesidadeconómica de producir mercancías que a la necesi-dad política de producir productores y consumi-dores, de salvar por todos los medios el orden deltrabajo. Producirse a sí mismo se está convirtiendoen la ocupación dominante de una sociedad enque la producción se ha quedado sin objeto:como un carpintero al que se hubiera desposeídode su taller y se pusiera, en último extremo, a ce-

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pillarse a sí mismo. De ahí el espectáculo de todosesos jóvenes que entrenan su sonrisa para una en-trevista de trabajo, se blanquean los dientes paralograr un ascenso, van a la discoteca para estimu-lar el espíritu de equipo, aprenden inglés para in-centivar su carrera, se divorcian o se casan para to-mar nuevo impulso, asisten a cursos de teatropara convertirse en líderes o de «desarrollo perso-nal» para «gestionar mejor los conflictos». «El“desarrollo personal” más íntimo —asegura ungurú cualquiera— conducirá a una mejor estabi-lidad profesional, una mayor soltura en las rela-ciones, una agudeza intelectual mejor orientada y,por tanto, un mejor rendimiento económico.» Elbullicio de ese vulgo que espera con impacienciaser seleccionado entrenándose para ser naturaltiene que ver con una tentativa de salvamento delorden del trabajo mediante una ética de la movili-zación. Estar movilizado es referirse al trabajo nocomo actividad, sino como posibilidad. El paradoque se quita los piercings, va a la peluquería y rea-liza «proyectos», trabaja claramente «por su em-pleabilidad», como suele decirse, y demuestra deeste modo su movilización. La movilización es eseligero desprendimiento respecto a uno mismo,ese mínimo desgarramiento de lo que nos consti-tuye, esa condición de extrañeza a partir de la queel yo puede ser tomado como objeto de trabajo, yque hace posible venderse uno mismo y no su

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fuerza de trabajo, conseguir remuneración no porlo que uno hace, sino por lo que es, por nuestroexquisito manejo de los códigos sociales, nuestrostalentos relacionales, nuestra sonrisa o nuestraapariencia. Es la nueva norma de socialización. Lamovilización opera la fusión entre los dos poloscontradictorios del trabajo: uno mismo participaen su explotación y explota toda participación.Cada uno somos, idealmente, una pequeña em-presa, su propio jefe y su propio producto. Se tra-ta, tanto si uno trabaja como si no, de acumularlos contactos, las competencias, la «red», en resu-men: el «capital humano». La conminación pla-netaria a movilizarse bajo el menor pretexto —elcáncer, el «terrorismo», un terremoto, los «sin te-cho»— resume la determinación de las potenciasdominantes de mantener el reino del trabajo másallá de su desaparición física.

De este modo, el aparato de producción pre-sente es, por un lado, una gigantesca máquina demovilizar psíquica y físicamente, de bombear laenergía de los humanos que se han vuelto exce-dentarios, y por otro, una máquina de seleccionarque concede la supervivencia a las subjetivida-des conformes y deja caer a todos los «individuosen riesgo», todos aquellos que encarnan otro em-pleo de la vida y, por esta razón, se le resisten. Porun lado, se hace vivir a los espectros; por otro, sedeja morir a los vivos. Tal es la función propia-

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mente política del aparato de producción presente.Organizarse más allá y contra el trabajo, de-

sertar colectivamente del régimen de la moviliza-ción, manifestar la existencia de una vitalidad yde una disciplina en la propia desmovilización esun crimen que una civilización en las últimas noestá dispuesta a perdonarnos; es, efectivamente, laúnica manera de sobrevivir a ella.

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Sonríe a la videocámara...

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Cuarto círculo

«¡más sencillo, más guay, más flexible y más seguro!»

que no nos vuelvan a hablar de la «ciudad» y el«campo», y menos aún de su antigua oposición.Lo que se extiende en torno a nosotros no se leparece ni de cerca ni de lejos: es un tapiz urbanoúnico, sin forma ni orden, una zona desolada, in-definida e ilimitada, un continuum mundial dehipercentros museificados y parques naturales, degrandes complejos inmobiliarios e inmensas ex-plotaciones agrícolas, de zonas industriales y ur-banizaciones, de casas rurales y bares modernos:la metrópolis. Ha existido efectivamente la ciu-dad antigua, la ciudad medieval y la ciudad mo-derna; no hay ciudad metropolitana. La metrópo-lis requiere la síntesis de todo el territorio. En ellatodo cohabita, no tanto geográficamente comopor el entramado de sus redes.

La ciudad, precisamente porque acaba de desa-parecer, es ahora mitificada como Historia. Lasfábricas de Lille se convierten en salas de espectá-culo, el centro hormigonado de Le Havre es pa-trimonio de la Unesco. En Pekín, los hutongs que

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rodean la Ciudad Prohibida son destruidos mien-tras se construyen otros falsos un poco más lejos,para los curiosos. En Troyes, se colocan entrama-dos de vigas de madera sobre edificios de ladrilloa modo de fachada, un arte del pastiche que nodeja de evocar las tiendas de estilo victoriano deDisneyland París. Los centros históricos, durantemucho tiempo focos de sedición, encuentran sa-biamente su lugar en el organigrama de la metró-polis. Han sido reservados al turismo y al consumoostentoso. Son los islotes de la magia mercantil,que se mantienen mediante el guirigay y la estéti-ca, aunque también mediante la fuerza. La cursi-lería sofocante de los mercados navideños se pagacada vez con más vigilantes y patrullas de munici-pales. El control se integra de maravilla en el pai-saje de la mercancía, mostrando, a quien quiereverla, su cara autoritaria. La época pertenece a lamezcla, mezcla de fanfarrias, de porras telescópi-cas y de algodón de azúcar. ¡Cuánta vigilancia po-licial exige el encantamiento!

Este gusto por lo auténtico-entre-comillas, ypor el control que conlleva, acompaña a la peque-ña burguesía en su colonización de los barrios po-pulares. Empujada fuera de los hipercentros, sedesplaza a ellos para buscar una «vida de barrio»que jamás encontraría en sus barrios residenciales.Y echando a los pobres, a los coches y a los inmi-grantes, limpiando el lugar, extirpando los micro-

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bios, pulveriza aquello mismo que había ido abuscar. En un anuncio municipal, un agente delimpieza tiende la mano a un guardián de la paz;el eslogan: «Montauban, ciudad limpia».

La decencia que obliga a los urbanistas a nohablar de «la ciudad», la cual han destruido, sinode «lo urbano», debería incitarles también a dejarde hablar de «el campo», que ya no existe. Lo quehay, en su lugar, es un paisaje que se exhibe a lasmasas estresadas y desarraigadas, un pasado quepuede muy bien teatralizarse ahora que los cam-pesinos han sido reducidos a tan poco. Es unmarketing que se despliega sobre un «territorio»en el que todo debe ser valorizado o constituidoen patrimonio. Se trata siempre del mismo vacíohelador que llega hasta las más recónditas parro-quias.

La metrópolis es la muerte simultánea de laciudad y del campo, en la encrucijada donde con-vergen todas las clases medias, en el contexto de laclase situada en el medio, que, de éxodo rural en«periurbanización», se extiende de forma indefi-nida. La vitrificación del territorio mundial casabien con el cinismo de la arquitectura contempo-ránea. Un instituto, un hospital, una mediatecason distintas variantes del mismo tema: transpa-rencia, neutralidad, uniformidad. Edificios, masi-vos y fluidos, concebidos sin necesidad de saberqué albergarán, y que podrían estar aquí del mis-

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mo modo que en cualquier otro sitio. ¿Qué hacercon las torres de oficinas de la Défense, de la PartDieu o de Euralille?1 La expresión «flamantemen-te nuevo» contiene ya su destino. Un viajero esco-cés, después de que los insurrectos quemaran elayuntamiento de París en mayo de 1871, da cuen-ta del singular esplendor del poder en llamas: «…nunca había imaginado nada tan bello; es sober-bio. La gente de la Comuna de París son unos mi-serables malhechores, no lo discuto; pero, ¡qué ar-tistas! ¡Y no fueron conscientes de su obra! … Hevisto las ruinas de Amalfi bañadas por el oleajeazul del Mediterráneo, las ruinas de los templosde Tung-hoor en el Punjab; he visto Roma y mu-chas otras cosas: nada puede compararse a lo queaquella noche tuve ante mis ojos».

Es cierto que quedan prendidos en la mallametropolitana algunos fragmentos de ciudad y al-gunos residuos de campo. Pero lo vivaz, por suparte, se ha asentado en los lugares de confina-miento. La paradoja quiere que los sitios aparen-temente más inhabitables sean los únicos que aúnestán habitados de alguna manera. Una vieja casaabandonada siempre tendrá un aspecto más po-blado que esos apartamentos de alto standingdonde sólo se pueden colocar los muebles y per-

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1. Défense, Part Dieu y Euralille: centros de negocios enlas ciudades de París, Lyon y Lille, respectivamente.

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feccionar la decoración esperando el próximotraslado. Los barrios de chabolas son en muchasmegalópolis los únicos lugares vivos, vivibles, yno sorprende que sean también los lugares másmortales. Son el reverso del decorado electrónicode la metrópolis mundial. Las ciudades dormito-rio de los suburbios del norte de París, abandona-das por una pequeña burguesía que partió a lacaza de chalets y que ha devuelto a la vida el paromasivo, resplandecen desde entonces con más in-tensidad que el barrio latino de París. Por el ver-bo tanto como por el fuego.

Las revueltas de 2005 no nacen de la extremadesposesión, como tanto se ha glosado, sino, alcontrario, de la plena posesión del territorio. Unopuede quemar coches porque está harto, pero parapropagar la revuelta durante un mes y mantener ala policía en jaque de forma prolongada hay quesaber organizarse, contar con complicidades, co-nocer el terreno a la perfección y compartir unlenguaje y un enemigo común. Los kilómetros ylas semanas no impidieron la propagación del fue-go, allí donde menos lo esperaban. Al contrarioque los teléfonos, el rumor no se puede pinchar.

La metrópolis es el terreno de un incesanteconflicto de baja intensidad, en el que las tomasde Basora, de Mogadiscio o de Nablus marcanpuntos culminantes. La ciudad, para los militares,fue durante mucho tiempo un lugar que era pre-

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ferible evitar, cuando no asediar; la metrópolis,por su lado, es del todo compatible con la guerra.El conflicto armado tan sólo es un momento desu constante reconfiguración. Las batallas em-prendidas por las grandes potencias parecen untrabajo policial que se debe rehacer, continuamen-te, en los agujeros negros de las metrópolis, «yasea en Burkina Faso, en el sur del Bronx, en Ka-magasaki, en Chiapas o en la Courneuve». Las«intervenciones» no buscan tanto la victoria, ni si-quiera restablecer el orden y la paz, como la pro-secución de un proyecto de seguridad que aún/yaestá en marcha. La guerra ya no es aislable en eltiempo, sino que se difracta en una serie de mi-crooperaciones, militares y policiales, para asegu-rar la seguridad.

La policía y el ejército se adaptan en paraleloy paso a paso. Un criminólogo pide a los crs quese organicen en pequeñas unidades móviles y pro-fesionalizadas. La institución militar, cuna de losmétodos disciplinarios, cuestiona su organizaciónjerárquica. Un oficial de la otan aplica a su bata-llón de granaderos un «método participativo queimplica a todos en el análisis, preparación, ejecu-ción y evaluación de una acción. El plan es discu-tido y discutido durante días, a lo largo del entre-namiento y según las últimas informacionesrecibidas … Nada como un plan elaborado en co-mún para aumentar la adhesión y la motivación».

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Las fuerzas armadas no sólo se adaptan a lametrópolis; también le dan forma. Así, los solda-dos israelíes, desde la batalla de Nablus, se con-vierten en arquitectos de interiores. Obligadospor la guerrilla palestina a abandonar las calles,demasiado peligrosas, aprenden a avanzar verticaly horizontalmente en el interior de las construc-ciones urbanas, echando abajo paredes y techospara moverse. Un oficial de las fuerzas de defensaisraelíes, licenciado en filosofía, explica: «El ene-migo interpreta el espacio de una manera clásica,tradicional, y yo me niego a seguir su interpreta-ción y caer en sus trampas … ¡Quiero sorpren-derlo! Ésa es la esencia de la guerra. Debo ganarla… Eso es todo: he elegido una metodología queme permite atravesar las paredes… como un gu-sano que avanza comiéndose lo que encuentra ensu camino». Lo urbano es más que el teatro delenfrentamiento, es el medio para el mismo. Estonos obliga a recordar los consejos de Blanqui, eneste caso en favor de la insurrección, que reco-mendaba a los futuros insurgentes de París sitiarlas casas de las calles cortadas con barricadas paraproteger sus posiciones, horadar las paredes queestuvieran comunicadas, derribar las escaleras de losbajos y perforar los techos para defenderse de even-tuales asaltantes, arrancar las puertas para atran-car las ventanas y convertir cada planta en unpuesto de tiro.

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La metrópolis no es sólo este amasijo urbani-zado, esta colisión final de la ciudad y el campo,es también un flujo de seres y de cosas. Una co-rriente que pasa por todas partes, una red de fibrasópticas, de líneas de trenes de alta velocidad, desatélites, de cámaras de videovigilancia, para queeste mundo nunca deje de encaminarse a la ruina.Una corriente que querría arrastrarlo todo en sumovilidad sin esperanza, que moviliza a todo elmundo. En la que estamos asediados por infor-maciones, así como por otras tantas fuerzas hosti-les. En la que sólo nos queda correr. En la que sehace difícil esperar, aunque sea a la enésima líneade metro.

La multiplicación de los medios de transportey de comunicación nos arranca sin cesar del aquí ydel ahora, mediante la tentación de estar siempreen otro lugar. Tomar un tgv, un rer2 o unteléfono para estar ya allí. Esta movilidad sólo im-plica desarraigo, aislamiento, exilio. Sería insopor-table para cualquiera si no se tratara siempre demovilidad del espacio privado, del interior portátil.La burbuja privada no estalla, se pone a flotar. Noes la salida del caparazón, sino sólo su puesta enmovimiento. De una estación, de un centro co-

2. tgv (Train à grande vitesse): tren de alta velocidad;rer (Réseau express régional): red de trenes de cercanías su-burbanos de la región parisina.

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mercial, de un banco de inversión, de un hotel aotro, en todos lados aparece esa extrañeza, tan ba-nal, tan conocida que remplaza a la última fami-liaridad. La exuberancia de la metrópolis está enesta mezcla de ambientes definidos, susceptiblesde recombinarse hasta el infinito. Los centros delas ciudades se presentan no ya como lugares idén-ticos sino como ofertas originales de ambientesentre los que nos movemos, escogiendo uno, de-jando otro, según una especie de shopping existen-cial entre estilos de bares, gentes, diseños o playlistsde un iPod. «Con mi lector de mp3, yo soy el due-ño de mi mundo.» Para sobrevivir a la uniformi-dad que nos rodea, la única opción es reconstituircontinuamente el propio mundo interior, comoun niño que reconstruyera en todas partes la mis-ma cabaña. Como Robinson reproduciendo suuniverso de tendero en la isla desierta, salvo quenuestra isla desierta es la civilización misma, y ade-más somos miles los que desembarcamos sin cesar.

Precisamente porque consiste en esta arqui-tectura de flujos, la metrópolis es una de las for-maciones humanas más vulnerables que jamás haexistido. Flexible, sutil, pero vulnerable. Un cie-rre brutal de las fronteras a causa de una epidemiafuriosa, una carencia cualquiera en un suministrovital, un bloqueo organizado de los ejes de comu-nicación, y todo el decorado se desmorona, sinpoder seguir ocultando las escenas de masacres

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que la acechan a todas horas. Este mundo no iríatan rápido si no estuviera constantemente perse-guido por la proximidad de su caída.

Su estructura en red, toda su estructura tecno-lógica de nudos y conexiones, su arquitectura des-centralizada querrían proteger a la metrópolis desus inevitables disfunciones. Internet debe resistira un ataque nuclear. El control permanente de losflujos de informaciones, de hombres y de mercan-cías debe garantizar la movilidad metropolitana, latrazabilidad, asegurar que nunca falte un palé enun almacén de mercancías, que nunca aparezcauna tarjeta robada en el comercio o un terroristaen el avión. Gracias a un pulgar rfid, un pasapor-te biométrico o una base de datos de adn.

Pero la metrópolis produce también los me-dios para su propia destrucción. Un experto enseguridad americano explica la derrota en Iraqpor la capacidad de la guerrilla para sacar prove-cho de los nuevos modos de comunicación. Consu invasión, los Estados Unidos no importarontanto la democracia como las redes cibernéticas.Llevaban con ellos una de las armas de su derrota.La multiplicación de teléfonos móviles y puntosde acceso a internet proporcionó a la guerrillaunos medios inéditos para organizarse y para ha-cerse tan difícilmente atacable.

Cada red tiene sus puntos débiles, unos nudosque, tan sólo con deshacerlos, provoca que la cir-

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culación se detenga y que la malla haga implo-sión. La última gran avería eléctrica europea lo hademostrado: habría bastado un accidente en unalínea de alta tensión para sumir a buena parte delcontinente en la oscuridad. El primer gesto paraque algo pueda surgir en medio de la metrópolis,para que se abran otros posibles, es detener superpetuum mobile. Es lo que han entendido los re-beldes tailandeses que revientan los repetidoreseléctricos. Y también los anti-cpe,3 que han blo-queado las universidades, para después intentarbloquear la economía. Es lo que han entendidolos estibadores americanos que se declararon enhuelga en octubre de 2002 por el mantenimientode trescientos empleos, y que bloquearon durantediez días los principales puertos de la Costa Oes-te. La economía americana es tan dependiente delos suministros ajustados procedentes de Asia queel coste del bloqueo ascendió a mil millones deeuros por día. Por diez mil, es posible hacer vaci-lar a la mayor potencia económica mundial. Se-gún ciertos «expertos», si el movimiento se hubie-ra prolongado un mes más, habríamos asistido a«una nueva recesión en Estados Unidos y a unapesadilla económica para el sudeste asiático».

3. cpe (Contrat premier embauche): ley laboral anuncia-da en 2006 que generó una oleada de protestas, lo que obligóal gobierno de Chirac a retirarla.

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La joie de vivre.

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«¡menos bienes y más relaciones!»

treinta años de paro en masa, de «crisis», de cre-cimiento a media asta, y se pretende que creamos enla economía. Treinta años jalonados, es verdad, poralgunos entreactos de ilusión: el periodo 1981-1983,con la ilusión de que un gobierno de izquierdas pu-diera resolver la papeleta; el de los años de la pela(1986-1989), en el que íbamos a ser todos ricos,hombres de negocios o jugadores de bolsa; el entre-acto de internet (1998-2000), en el que todos íba-mos a encontrar un empleo virtual a fuerza de estarconectados a la red, en el que la Francia multicolor,pero una, multicultural y culta, se llevaría todas lascopas del mundo. Pero nosotros hemos agotado to-das nuestras reservas de ilusión, hemos tocado fon-do, estamos secos, cuando no en descubierto.

A la fuerza, hemos comprendido que: no es laeconomía la que está en crisis, la economía es lacrisis; no es el trabajo lo que falta, el trabajo es loque sobra; bien sopesado, no es la crisis sino el cre-cimiento lo que nos deprime. Hay que recono-cerlo: la letanía de las cotizaciones en bolsa nos

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conmueve más o menos lo mismo que una misaen latín. Afortunadamente para nosotros, somosya unos cuantos los que hemos llegado a esta con-clusión. No hablamos de todos aquellos que vivende timos diversos, de tejemanejes de todo tipo ollevan diez años cobrando el rmi. De todos aque-llos que ya no consiguen identificarse con su tra-bajo y se dedican a sus hobbies. De todos los queestán marginados en su trabajo, de todos los en-chufados, todos aquellos que hacen lo mínimo yson lo máximo. De todos aquellos a los que golpeaesta extraña desvinculación de masas, aún másacentuada por el ejemplo de los jubilados y la so-breexplotación cínica de una mano de obra flexibi-lizada. No hablamos de ellos, aunque, de un modou otro, deben de llegar a una conclusión similar.

De lo que hablamos es de todos esos países, deesos continentes enteros que han perdido la fe eco-nómica al ver pasar de malos modos los boeing delfmi, al tantear un poco el Banco Mundial. Allí nohay nada parecido a esta blanda crisis de vocacio-nes que padece la economía en Occidente. Lo queocurre en Guinea, Rusia, Argentina o Bolivia es undescrédito violento y duradero de esta religión y desu clero. «¿Qué son mil economistas del fmi ya-ciendo en el fondo del mar? Un buen comienzo»,bromean en el Banco Mundial. Chiste ruso: «Doseconomistas se encuentran. Uno le pregunta alotro: “¿Tú entiendes lo que pasa?”. Y el otro con-

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testa: “A ver, te lo voy a explicar”. “No, no —re-plica el primero—, si explicarlo no es difícil, yotambién soy economista. Lo que te pregunto es:¿tú lo entiendes?”». El propio clero finge, por secto-res, disentir y criticar el dogma. La última corrien-te un poco viva de la supuesta «ciencia económica»—corriente que se denomina sin ironía la «econo-mía no autista»— gana dinero, en lo sucesivo, des-montando las usurpaciones, los juegos de manos,los índices adulterados de una ciencia cuyo únicorol tangible es reverenciar las elucubraciones de losdominantes, envolver con algo de ceremonia susllamadas a la sumisión y, en fin, como siempre hanhecho las religiones, proporcionar explicaciones.Pues el malestar general deja de ser soportable encuanto aparece tal como es: sin causa ni razón.

El dinero ya no es respetado en ningún sitio, nipor aquellos que lo tienen, ni por aquéllos a los queles falta. El veinte por ciento de los jóvenes alema-nes, cuando se les pregunta a qué se quieren dedi-car, responden: «artistas». El trabajo ya no se sopor-ta como algo propio de la condición humana. Losdepartamentos de contabilidad de las empresasconfiesan que ya no saben dónde nace el valor. Lamala reputación del mercado habría podido con éldesde hace una década larga, si no fuese por la rabiay los vastos medios de sus apologistas. El progreso seha convertido, para el sentido común, en sinónimode desastre. En el mundo de la economía hay fugas

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por todos lados, como había en la urss en la épocade Andropov. Quien sepa algo acerca de los últimosaños de la urss captará sin esfuerzo en las llamadasal voluntarismo de nuestros dirigentes, en los revo-loteos en torno a un porvenir al que se ha perdido lapista, en las profesiones de fe en «la reforma» decualquier cosa, los primeros crujidos en la estructu-ra del Muro. La caída del bloque socialista no con-sagró el triunfo del capitalismo, sino que sólo atesti-guó la quiebra de una de sus formas. Además, laejecución de la urss no fue protagonizada por unpueblo sublevado, sino por una nomenklatura en re-conversión. Al proclamar el fin del socialismo, unaparte de la clase dirigente se libró, en primer lugar,de todos los deberes anacrónicos que la ligaban alpueblo. Tomó el control privado de lo que ya con-trolaba, pero en nombre de todos. «Puesto que fin-gen que nos pagan, finjamos que trabajamos», sedecía en las fábricas. «Por eso que no quede, deje-mos de fingir», respondió la oligarquía. Para unos,las materias primas, las infraestructuras industriales,el complejo militar-industrial, los bancos; para losotros, las discotecas, la miseria o la emigración. Delmismo modo que ya no se creía en la urss bajo An-dropov, actualmente, en las salas de reunión, en lostalleres y en las oficinas, ya no se cree en Francia.«¡Por eso que no quede!», responden patrones y go-bernantes, quienes ya no se molestan siquiera ensuavizar «las duras leyes de la economía», trasladan

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una fábrica durante la noche para anunciar su cierreal personal por la mañana, y no dudan en mandar alging1 para detener una huelga, como se hizo con lade sncm2 o durante la ocupación, el año pasado, deuna planta de clasificación de residuos en Rennes.Toda la actividad mortífera del poder actual consis-te en, por un lado, gestionar esta ruina y, por elotro, sentar las bases de una «nueva economía».

Pese a todo, nos habíamos acostumbrado a laeconomía. Desde hacía generaciones se nos discipli-naba, se nos pacificaba, se hacía de nosotros sujetos,naturalmente productivos, contentos de consumir.Y entonces va y se revela todo aquello que nos ha-bíamos esforzado en olvidar: que la economía es unapolítica. Y que esta política, hoy en día, es una polí-tica de selección en el seno de una humanidad que seha vuelto, en masa, superflua. De Colbert a de Gau-lle pasando por Napoleón III, el Estado ha concebi-do siempre la economía como política, no menosque la burguesía, que se beneficia de ella, y los prole-tarios, que la afrontan. No hay mucho más que esteextraño estrato intermedio de la población, este cu-rioso agregado sin fuerza de aquellos que no tomanpartido, la pequeña burguesía, que siempre ha fingi-

1. ging (Groupe d’intervention de la gerdarmerie natio-nale): grupo de intervención de la gendarmería francesa.

2. sncm (Société nationale maritime Corse Méditerra-née): compañía marítima de navegación de Córcega.

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do creer en la economía como en una realidad,porque su neutralidad quedaba así preservada. Pe-queños comerciantes, pequeños jefes, pequeñosfuncionarios, dirigentes, profesores, periodistas, in-termediarios de todo tipo forman en Francia estano-clase, esta gelatina social compuesta de la masade aquellos que querrían simplemente pasar su pe-queña vida privada al margen de la historia y sus tu-multos. Este pantanal es por naturaleza el campeónde la falsa conciencia, dispuesto a todo para mante-ner, en su duermevela, los ojos cerrados ante la guer-ra que arrasa a su alrededor. Así que, en Francia,cada vez que se despeja el frente, se inventan unanueva extravagancia. Durante los últimos diez años,fue attac y su inverosímil tasa Tobin —cuya ins-tauración hubiera requerido nada menos que la cre-ación de un gobierno mundial—, su apología de la«economía real» contra los mercados financieros y suconmovedora nostalgia del Estado. La comediaduró lo que duró, y acabó en simple mascarada. Unaextravagancia sigue a la otra, y aparece el decreci-miento. Si attac, con sus cursos de educación po-pular, ha intentado salvar la economía como ciencia,el decrecimiento, por su parte, pretende salvarlacomo moral. Sólo hay una alternativa al apocalipsisen marcha: decrecer. Consumir y producir menos.Devenir alegremente frugales. Comer productosbio, andar en bicicleta, dejar de fumar y vigilar conseveridad los productos que se compran. Contentar-

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se con lo estrictamente necesario. Simplicidad vo-luntaria. «Redescubrir la verdadera riqueza en el flo-recimiento de unas relaciones sociales distendidas enun mundo sano.» «No echar mano de nuestro capi-tal natural.» Ir hacia una «economía sana». «Evitar laregulación por el caos.» «No generar crisis socialesque pongan en duda la democracia y el humanismo.»En resumen: volverse ahorrador. Regresar a la econo-mía de papá, la edad de oro de la pequeña burguesía:los años cincuenta. «Cuando el individuo se convier-te en un buen ahorrador, su propiedad cumple en-tonces a la perfección su papel, que es el de permitir-le disfrutar de su propia vida al resguardo de laexistencia pública o en el recinto privado de su vida.»

Un grafista con un jersey artesanal bebe, conunos amigos, un cóctel de frutas en la terraza de uncafé étnico. Son elocuentes, cordiales, bromean mo-deradamente, ni demasiado ruidosos, ni demasiadosilenciosos, se miran sonriendo, un poco pánfilos:qué civilizados son. Más tarde, unos irán a labrar latierra de un jardín de barrio mientras que otros semarcharán a hacer cerámica, zen o a ver una películade animación. Comulgan con el justo deseo de for-mar una nueva humanidad, la más sabia, la más refi-nada, la última. Y tienen razón. Apple y el decreci-miento convergen, curiosamente, en la civilizacióndel futuro. La idea de retorno a la economía de anta-ño de los unos es la niebla oportuna detrás de la quese aproxima la idea de un gran salto en tecnología

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avanzada de los otros. Y es que en la Historia los re-tornos no existen. La exhortación a volver al pasadotan sólo expresa una de las formas de conciencia desu tiempo, y rara vez se trata de la menos moderna.El decrecimiento no es, por casualidad, la bandera delos publicistas disidentes de la revista Casseurs de pub.Los inventores del crecimiento cero —el Club deRoma en 1972— eran de hecho un grupo de indus-triales y de funcionarios que encontraron respaldo enun informe de los cibernéticos del mit.

Esta convergencia no es fortuita. Se inscribe enlas marchas forzadas para encontrar un relevo a laeconomía. El capitalismo ha desintegrado en su pro-pio beneficio todo lo que pervivía de los vínculos so-ciales y se lanza ahora a su reconstrucción sobre unasnuevas bases. La sociabilidad metropolitana actual esla incubadora de este proceso. Del mismo modo, haasolado los mundos naturales y se lanza en este mo-mento a la absurda idea de reconstituirlos como en-tornos controlados, dotados de sensores adecuados.A esta nueva humanidad le corresponde una nuevaeconomía, que querría dejar de ser una esfera sepa-rada de la existencia para ser su tejido, que querríaser la materia de las relaciones humanas; una nuevadefinición del trabajo como trabajo sobre uno mis-mo, y del Capital como capital humano; una nuevaidea de la producción como producción de bienesrelacionales, y del consumo como consumo de si-tuaciones; y, sobre todo, una nueva idea del valor

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que abarcaría todas las cualidades de los seres. Esta«bioeconomía» en gestación concibe el planetacomo un sistema cerrado que hay que gestionar, ypretende sentar las bases de una ciencia que integra-ría todos los parámetros de la vida. Una ciencia asípodría hacernos lamentar un día los buenos tiemposde los índices engañosos, con los que se pretendíamedir la felicidad de la gente según el crecimientodel pib, pero en los que, al menos, nadie creía.

«Revalorizar los aspectos no económicos de lavida» es una consigna del decrecimiento, al igual queel programa de reforma del Capital. Pueblos ecológi-cos, cámaras de videovigilancia, espiritualidad, bio-tecnologías y buena convivencia pertenecen al mis-mo «paradigma civilizacional» en formación, el de laeconomía total engendrada desde la base. Su matrizintelectual no es otra que la cibernética, la ciencia delos sistemas; de su control, se entiende. Para imponerdefinitivamente la economía, con su ética del traba-jo y su avaricia, fue necesario, a lo largo del siglo xvii,internar y eliminar a toda la fauna de ociosos, men-digos, brujas, locos, vividores y a otros pobres sin pa-tria ni hogar; toda una humanidad que desmentíacon su sola existencia el orden del interés y la conti-nencia. La nueva economía no se impondrá sin unaselección semejante de los sujetos y de las zonas aptaspara la mutación. El tan anunciado caos será la opor-tunidad para esa selección; o nuestra victoria sobreeste detestable proyecto.

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El fetichismo de la mercancía.

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«el medio ambiente es un desafío industrial»

la ecología es el descubrimiento del año. Des-de hacía treinta años, ese asunto se dejaba en ma-nos de los verdes, uno se reía de ello sonoramenteel domingo y adoptaba un aire preocupado el lu-nes. Y va ahora y nos alcanza. Invade las ondascomo la canción del verano, porque estamos aveinte grados en diciembre.

Una cuarta parte de las especies de peces hadesaparecido de los océanos. Al resto tampoco lequeda mucho tiempo.

Alerta de gripe aviar: prometen abatir al vueloa las aves migratorias, en cientos de miles.

La tasa de mercurio en la leche materna es diezveces superior a la tasa autorizada en la de vaca.Esos labios que se hinchan cuando muerdo lamanzana; y, sin embargo, venía del mercado. Losgestos más simples se han vuelto tóxicos. Se mue-re a los treinta y cinco años «de una larga enferme-dad», que se controla como se ha controlado todolo demás. Deberíamos haber sacado conclusiones

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antes de que llegara allí, al pabellón b de la unidadde cuidados paliativos.

Hay que reconocerlo: toda esta «catástrofe»,en la que insisten tan ruidosamente, no nos afec-ta. Por lo menos, no antes de que nos golpee conuna de sus imprevisibles consecuencias. Nos con-cierne quizás, pero no nos afecta. Y, sin embargo,la catástrofe está ahí.

No hay «catástrofe medioambiental». Hayuna catástrofe que es el medio ambiente. El medioambiente es lo que le queda al hombre cuando loha perdido todo. Quienes viven en un barrio, enuna calle, en un pequeño valle, en una guerra, enun taller, no tienen «medio ambiente»; se muevenen un mundo poblado por presencias, peligros,amigos, enemigos, puntos de vida y puntos demuerte, por todo tipo de seres. Este mundo tieneuna consistencia, que varía con la intensidad y ca-lidad de los vínculos que nos ligan a todos esos se-res, a todos esos lugares. Sólo nosotros, hijos de ladesposesión final, exiliados de última hora —quevenimos al mundo en cubos de cemento, recoge-mos la fruta en los supermercados y a quienes eleco del mundo nos llega a través de la tele—, po-díamos tener un medio ambiente. Sólo nosotrospodíamos asistir a nuestra propia aniquilacióncomo si se tratara de un simple cambio de aires.Indignarnos por los últimos avances del desastre yredactar pacientemente su enciclopedia.

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Lo que se ha fijado en un medio ambiente esuna relación con el mundo fundada en la gestión,es decir, en la extrañeza. Una relación con elmundo tal que no estamos hechos ni del murmu-llo de los árboles, ni de los olores a fritura del edi-ficio, ni del discurrir del agua, ni de la algarabíade los patios de escuela o de la humedad de lastardes de verano; una relación con el mundo talque estoy yo y el medio ambiente, que me rodeasin constituirme jamás. Nos hemos convertido envecinos en una reunión de propietarios planeta-ria. Es casi imposible imaginar un infierno máscompleto.

Ningún entorno material ha merecido nuncael nombre de medio ambiente, excepto quizás lametrópolis en la actualidad. Voz digitalizada enlos anuncios, tranvía con silbido muy siglo xxi,luz azulada de farola en forma de cerilla gigante,peatones caracterizados como maniquíes fallidos,rotación silenciosa de una cámara de videovigi-lancia, tintineo lúcido de las máquinas del metro,cajas del supermercado, lectores de tarjetas deidentificación en las oficinas, ambiente electróni-co en el cibercafé, derroche de pantallas de plas-ma, de vías rápidas y de látex. Nunca un decora-do pudo prescindir tan fácilmente de las almasque lo atraviesan. Nunca un entorno fue tan au-tomático. Nunca un contexto fue tan indiferente yexigió a cambio, para sobrevivir en él, tanta indi-

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ferencia. El medio ambiente no es finalmente másque esto: la relación con el mundo propia de lametrópolis que se proyecta sobre todo lo que es-capa a ella.

La situación es la siguiente: emplearon a nues-tros padres en la destrucción de este mundo; aho-ra querrían hacernos trabajar para su reconstruc-ción y que ésta sea, para colmo, rentable. Laexcitación mórbida que anima desde entonces aperiodistas y publicistas en cada nueva prueba delcalentamiento climático desvela la sonrisa de ace-ro del nuevo capitalismo verde, aquel que se veníaanunciando desde los años setenta, que se espera-ba con expectación y que no acababa de llegar.Pues bueno, ¡ya está aquí! La ecología, ¡es él! Lassoluciones alternativas, ¡otra vez él! La salud delplaneta, ¡sigue siendo él! No cabe duda: el fondodel aire es verde; el medio ambiente será el pivotede la economía política del siglo xxi. A cada bro-te de catastrofismo corresponderá, en lo sucesivo,una ráfaga de «soluciones industriales».

El inventor de la bomba h, Edward Teller,sugiere pulverizar millones de toneladas de polvometálico en la estratosfera para detener el calenta-miento climático. La nasa, frustrada por habertenido que aparcar su gran idea del escudo anti-misiles en el museo de las fantasmagorías de laGuerra Fría, promete colocar más allá de la órbi-ta lunar un espejo gigante para protegernos de los

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ahora funestos rayos de sol. Otra visión de futuro:una humanidad motorizada desplazándose de SãoPaulo a Estocolmo gracias al bioetanol; el sueñode un cultivador de cereales de la región de Beau-ce, que no supone, al fin y al cabo, más que la con-versión de todas las tierras arables del planeta encampos de soja y remolacha azucarera. Cochesecológicos, energías limpias y consultoría me-dioambiental coexisten sin problemas con la últi-ma publicidad de Chanel en las páginas satinadasde las revistas de opinión.

Y es que el medio ambiente tiene el mérito in-comparable de ser, nos dicen, el principal proble-ma global que se plantea a la humanidad. Un pro-blema global, es decir, un problema para el quesólo quienes están organizados globalmente pue-den tener la solución. Y a ésos ya los conocemos.Son los grupos que desde hace un siglo están en laavanzadilla del desastre y cuentan con permanecerahí, al precio mínimo de un cambio de logotipo.Que edf1 tenga el descaro de volver mencionar suprograma nuclear como nueva solución a la crisisenergética da buena cuenta del parecido existenteentre las nuevas soluciones y los viejos problemas.

De las secretarías de Estado a las trastiendas delos cafés alternativos, las preocupaciones se enun-

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1. edf (Electricité de France): compañía francesa deelectricidad.

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cian ahora con las mismas palabras, que son por lodemás las mismas de siempre. Se trata de movili-zarse. No por la reconstrucción, como en la post-guerra; no por los etíopes, como en los añosochenta; no por el empleo, como en los años no-venta. No, esta vez es por el medio ambiente, queos lo agradece mucho. Al Gore, la ecología a laHulot y el decrecimiento se alinean con las eternasgrandes almas de la República para jugar su rol dereanimación del vulgo de izquierdas y del idealis-mo característico de la juventud. Con la austeri-dad voluntaria por estandarte, trabajan benéfica-mente para que nos adaptemos «al estado deemergencia ecológica que viene». La masa redon-da y pegajosa de su culpabilidad se abate sobrenuestras espaldas cansadas y querría empujarnos acultivar nuestro jardín, a reciclar selectivamentenuestra basura y a elaborar abono biológico conlos restos del festín macabro en y para el que he-mos sido criados.

Afrontar el reemplazo de la energía nuclear,los excedentes de co2 en la atmósfera, el deshielode los glaciares, los huracanes, las epidemias, lasuperpoblación mundial, la erosión de los suelos,la desaparición masiva de las especies vivas… ésaserá nuestra carga. Si queremos salvar nuestro be-llo modelo de civilización, «es responsabilidad decada uno cambiar su comportamiento», dicen.Hay que consumir poco para poder seguir consu-

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miendo. Fabricar productos biológicos para poderseguir produciendo. Hay que autocontenerse parapoder seguir conteniendo. Así es como la lógica delmundo pretende sobrevivir a sí misma dándoseaires de ruptura histórica. Es así como les gustaríaconvencernos para que participáramos en los gran-des desafíos industriales de este siglo. Y somos tantontos que estaríamos dispuestos, para que nos sa-quen de aquí, a echarnos en brazos de los mismosque capitanearon el saqueo.

La ecología no es únicamente la lógica de laeconomía total, es también la nueva moral delCapital. El estado de crisis interna del sistema y elrigor de la selección que está teniendo lugar sontales que se hace necesario un nuevo criterio ennombre del cual llevar a cabo semejantes eleccio-nes. A lo largo de todas las épocas, la idea de vir-tud no ha sido nunca más que una invención delvicio. De no ser por la ecología, no se podría jus-tificar la existencia hoy en día de dos ramos de ali-mentación, uno «sano y biológico» para los ricosy sus niños, otro notoriamente tóxico para la ple-be y sus retoños abocados a la obesidad. La hiper-burguesía planetaria no sabría hacer pasar por res-petable su tren de vida si sus últimos caprichos nofueran escrupulosamente «respetuosos con el me-dio ambiente». Sin ecología, nada seguiría tenien-do suficiente autoridad para acallar toda objecióna los progresos exorbitantes del control.

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Trazabilidad, transparencia, certificación, eco-impuestos, excelencia medioambiental y policíadel agua permiten augurar el estado de excepciónecológica que se avecina. Todo le está permitido aun poder que se ampara en la naturaleza, la saludy el bienestar.

«Una vez la nueva cultura económica y con-ductual se haya asentado, las medidas coercitivascaerán sin duda por sí solas.» Es necesario todo elridículo aplomo de un aventurero de plató de te-levisión para mantener una perspectiva tan hela-dora y pedirnos, al mismo tiempo, que tengamossuficiente «dolor de planeta» para movilizarnos yque permanezcamos lo bastante anestesiados paraasistir a todo esto con discreción y urbanidad. Elnuevo ascetismo bio es el control de uno mismoque se requiere de todo el mundo para negociar laoperación de salvamento a la que el propio siste-ma se ha abocado. En adelante habrá que apretar-se el cinturón en nombre de la ecología, comoayer se hizo en nombre de la economía. La carre-tera podría, por qué no, transformarse en carrilbici; podríamos incluso, en estas latitudes, seragraciados con un ingreso garantizado, pero sóloal precio de una existencia del todo terapéutica.Aquellos que pretenden que el autocontrol gene-ralizado nos ahorrará una dictadura medioam-biental mienten: uno allanará el terreno al otro, ytendremos ambas cosas.

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Mientras exista el Hombre y el Medio am-biente, la policía estará entre los dos.

En los discursos ecologistas hay que darle lavuelta a todo. Allí donde hablan de «catástrofes»para designar los patinazos del régimen actualde gestión de los seres y las cosas, nosotros sólovemos la catástrofe de su tan perfecto funciona-miento. La mayor hambruna conocida hasta en-tonces en la zona tropical (1876-1879) coincidiócon una sequía mundial, pero sobre todo con elapogeo de la colonización. La destrucción de losmundos campesinos y de las prácticas de subsis-tencia había provocado la desaparición de losmedios para hacer frente a la penuria. Más quela falta de agua, fueron los efectos de la econo-mía colonial en plena expansión los que cubrie-ron toda la franja tropical de millones de cadá-veres escuálidos. Lo que se presenta por todaspartes como catástrofe ecológica no ha dejadonunca de ser, en primer lugar, la manifestaciónde una desastrosa relación con el mundo. El he-cho de no habitar nada nos vuelve vulnerables almenor bache del sistema, al más ligero avatar.Mientras al acercarse el último tsunami los tu-ristas seguían jugueteando en las olas, los caza-dores-recolectores de las islas se apresuraban ahuir de las costas siguiendo a los pájaros. La pa-radoja actual de la ecología es que, bajo el pre-texto de salvar la Tierra, se salva únicamente el

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fundamento de lo que la ha convertido en unastro desolado.

La regularidad del funcionamiento mundialoculta normalmente nuestro estado de despose-sión propiamente catastrófico. Eso a lo que se lla-ma «catástrofe» no es más que la suspensión for-zada de este estado, uno de esos raros momentosen los que recobramos alguna presencia en elmundo. ¡Que se acaben antes de lo previsto las re-servas de petróleo, que se interrumpan los flujosinternacionales que mantienen el tempo de la me-trópolis, que nos encaminemos hacia grandes desa-justes sociales, que se produzca el «asalvajamientode las poblaciones», la «amenaza planetaria», el«fin de la civilización»! Toda pérdida de controles preferible a cualquiera de los argumentos quedefienden el control de la crisis. Los mejores con-sejos no deben buscarse, por lo tanto, entre los es-pecialistas en desarrollo sostenible. Es en las dis-funciones, en los cortocircuitos del sistema, dondeaparecen los elementos de respuesta lógicos a loque podría dejar de ser un problema. De entre losfirmantes del Protocolo de Kioto, los únicos paí-ses, a día de hoy, que cumplen con sus compro-misos son, muy a pesar suyo, Ucrania y Rumanía.Adivinad por qué. La experimentación más avan-zada a escala mundial en cuestión de agriculturabiológica se desarrolla desde 1989 en la isla deCuba. Fue a lo largo de los caminos africanos, y

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no en otro sitio, donde la mecánica del automóvilse elevó al rango de arte popular. Adivinad cómo.

Lo que hace deseable la crisis es que en ella elmedio ambiente deja de ser el medio ambiente.Nos lleva a restablecer un contacto, por fatal quesea, con lo que está ahí, a redescubrir los ritmosde la realidad. Lo que nos rodea ya no es paisaje,panorama, teatro, sino aquello que nos es dadohabitar, con lo que debemos transigir y de lo quedebemos aprender. No dejaremos que nos robenlos causantes de las posibilidades contenidas en lacatástrofe. Ahí donde los gobernantes se interro-gan platónicamente sobre cómo dar un cambioradical «sin echarlo todo por tierra», nosotros novemos otra opción que «echar todo por tierra» loantes posible y, entretanto, sacar partido de cadaderrumbe del sistema para ganar fuerza.

Nueva Orleans, algunos días después del pasodel huracán Katrina. En esta atmósfera de apoca-lipsis, una vida se reorganiza, aquí y allá. Ante lainacción de los poderes públicos, más ocupadoslimpiando las zonas turísticas del barrio francés yprotegiendo las tiendas que ayudando a los habi-tantes pobres de la ciudad, unas formas olvidadasrenacen. A pesar de los intentos, en ocasionesenérgicos, de evacuar la zona, y a pesar de las par-tidas de «caza del negro» abiertas para la ocasiónpor unas milicias supremacistas, muchos no qui-sieron abandonar el terreno. Para los que rechaza-

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ron ser deportados como «refugiados medioam-bientales» a todos los rincones del país, y paraaquellos que, desde distintos lugares, decidieronunirse a ellos en solidaridad, respondiendo al lla-mamiento de un antiguo Pantera Negra, resurgióla evidencia de la autoorganización. En cuestiónde algunas semanas se puso en pie la CommonGround Civic. Este verdadero hospital de campa-ña dispensa desde los primeros días cuidados gra-tuitos, cada vez más eficaces gracias a la afluenciaincesante de voluntarios. Desde hace ahora unaño, la clínica es el eje de una resistencia cotidia-na a la operación de tabula rasa llevada a cabo porlas excavadoras del gobierno, a fin de entregartoda esta zona de la ciudad como pasto a los pro-motores. Cocinas populares, abastecimiento devíveres, medicina de calle, movilizaciones salvajes,construcción de viviendas de urgencia: todo unsaber práctico acumulado por unos y otros a lolargo de sus vidas encontró allí un espacio en don-de desplegarse. Lejos de los uniformes y de las si-renas.

Quien conoció la alegría pobre de estos ba-rrios de Nueva Orleans antes de la catástrofe, ladesconfianza hacia el Estado que ya reinaba enellos y la práctica masiva del apaño, no se sor-prenderá de que todo esto haya sido posible.Quien, por el contrario, se encuentre atrapado enla cotidianeidad anémica y atomizada de nuestros

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desiertos residenciales podrá dudar de que existaallí tal determinación. Recuperar esos gestos ocul-tos bajo años de vida normalizada es, no obstante,la única vía practicable para no hundirse con elmundo. Y que venga un tiempo del que nos que-demos prendados.

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Non, je ne regrette rien...

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Séptimo círculo

«aquí se está construyendo un espacio civilizado»

la primera carnicería mundial, que permitió,de 1914 a 1918, deshacerse de un plumazo de unabuena parte del proletariado del campo y la ciu-dad, se llevó a cabo en nombre de la libertad, lademocracia y la civilización. Desde hace cincoaños se realizan, aparentemente en nombre deesos mismos valores, asesinatos con objetivos es-pecíficos en operaciones especiales, la famosaguerra contra el «terrorismo». El paralelismo aca-ba aquí: en las apariencias. La civilización ya noes esta evidencia que se transporta a los pueblosindígenas sin más. La libertad ya no es esa pala-bra que se escribe en las paredes ahora que va se-guida, como su sombra, por la de «seguridad». Yla democracia es, como se sabe, soluble en lasmás puras legislaciones de excepción —porejemplo, en el restablecimiento oficial de la tor-tura en los Estados Unidos o en la Ley Perben IIen Francia—.

En un siglo, la libertad, la democracia y la ci-vilización han sido reducidas al estado de hipóte-

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sis. Todo el trabajo de los políticos consiste desdeeste momento en acomodar las condiciones mate-riales y morales, simbólicas y espaciales, en queestas hipótesis son más o menos validadas, enconfigurar espacios en los que parezcan funcio-nar. Todos los medios son válidos para alcanzareste fin, incluidos los menos democráticos, losmenos civilizados, los más restrictivos. En un si-glo, la democracia ha presidido regularmente elnacimiento de los regímenes fascistas; la civiliza-ción no ha dejado de rimar, con música de Wag-ner o de Iron Maiden, con exterminación, y la li-bertad adoptó un día de 1929 el doble rostro deun banquero que se tira por la ventana y de unafamilia de obreros que muere de hambre. Quedóacordado a partir de entonces —digamos a partirde 1945— que la manipulación de masas, la acti-vidad de los servicios secretos, la restricción de laslibertades públicas y la completa soberanía de lasdiferentes policías se contaban entre los mediosapropiados para asegurar la democracia, la liber-tad y la civilización. En la última etapa de estaevolución aparece el primer alcalde socialista deParís, quien da el último toque a la pacificaciónurbana, a la planificación policial de un barriopopular, y se explica con palabras cuidadosamen-te medidas: «Aquí se está construyendo un espa-cio civilizado». No hay nada que replicar a esto,sólo hay que destruirlo del todo.

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Bajo la apariencia de generalidad, la cuestión dela civilización no tiene nada de filosófica. Una civi-lización no es una abstracción que domina la vida.Es además lo que rige, invade y coloniza la existen-cia más cotidiana, más personal. Es lo que mantie-ne unida la dimensión más íntima y la más general.En Francia, la civilización es inseparable del Estado.Cuanto más fuerte y antiguo es un Estado, menostiene de superestructura, de exoesqueleto de la so-ciedad, y más formado está por las subjetividadesque lo pueblan. El Estado francés es la trama mismade las subjetividades francesas, el aspecto que haadoptado la multisecular castración de sus sujetos.No hay que sorprenderse, después de esto, de quetantas personas deliren con figuras políticas en loshospitales psiquiátricos, de que se coincida en ver anuestros dirigentes como el origen de todos los ma-les, de que guste tanto protestar contra ellos, ni deque este modo de protestar sea la aclamación me-diante la cual los entronizamos como nuestrosamos. Y es que aquí uno no se preocupa de la polí-tica como de una realidad ajena sino como de unaparte de sí mismo. La vida con la que investimos aestas figuras es la misma que nos ha sido arrebatada.

Si existe una excepción francesa, ésta derivade ahí. Incluso la proyección mundial de la litera-tura francesa es fruto de esta amputación. EnFrancia, la literatura es el espacio que soberana-mente se ha otorgado para divertimento de los

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castrados. Es la libertad formal que se ha concedi-do a quienes no se adaptan a la nada de su liber-tad real. De ahí los guiños obscenos que no cesande intercambiar desde hace siglos, en este país,hombres de Estado y hombres de letras, mientrasse toman prestado gustosamente el traje los unosa los otros. De ahí también que los intelectualestengan la costumbre de hablar tan alto cuando es-tán por los suelos, y de ausentarse siempre en elmomento decisivo, el único que habría dado sen-tido a su existencia, aunque también les habríadesterrado de su profesión.

Es una tesis defendida y defendible que la li-teratura moderna nace con Baudelaire, Heine yFlaubert, como consecuencia de la masacre de Es-tado de junio de 1848. En la sangre de los insur-gentes parisinos y en contra del silencio que rodeaa la matanza nacen las formas literarias modernas—melancolía, ambivalencia, fetichismo de la for-ma e indiferencia mórbida—. La afección neuró-tica que los franceses profesan a su República —ésaen nombre de la que cualquier pifia adquiere dig-nidad y cualquier canallada carta de nobleza—prolonga continuamente la inhibición de los sa-crificios fundadores. Las jornadas de junio de 1848—mil quinientos muertos durante los combates yvarios miles de ejecuciones sumarias entre los pri-sioneros, la Asamblea que acoge la rendición de laúltima barricada al grito de «¡Vive la Républi-

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que!»— y la Semana Sangrienta son unas man-chas de nacimiento que ninguna cirugía tiene lahabilidad de borrar.

Kojève escribía en 1945: «El ideal político “ofi-cial” de Francia y de los franceses es aún hoy el delEstado-nación, el de la “República una e indivisi-ble”. Por otra parte, en las profundidades de sualma, el país se da cuenta de la insuficiencia deeste ideal, del anacronismo político de la idea es-trictamente “nacional”. Es cierto que ese senti-miento no ha alcanzado todavía el nivel de unaidea clara y distinta: el país no puede y no quieretodavía formularlo abiertamente. Además, en ra-zón del esplendor excepcional de su pasado nacio-nal, es particularmente difícil para Francia reco-nocer con claridad y aceptar francamente elhecho del fin del periodo “nacional” de la Histo-ria y extraer las consecuencias de ello. Es duro,para un país que ha creado pieza a pieza la arma-zón ideológica del nacionalismo y que la ha ex-portado al mundo entero, reconocer que a partirde ahora tan sólo se trata de un periodo para cla-sificar en los archivos históricos».

La cuestión del Estado-nación y su duelo estáen el centro de lo que, desde hace más de mediosiglo, se puede denominar el malestar francés. Sellama educadamente «alternancia» a ese acuerdoamistoso paralizado, a ese modo de pasar pendu-larmente de izquierda a derecha, y luego de dere-

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cha a izquierda, del mismo modo que la fase ma-níaca sigue a la depresiva y una prepara a la otra;del mismo modo que cohabitan en Francia lamás crítica oratoria del individualismo y el cinis-mo más salvaje; la mayor generosidad y el temora las multitudes. Desde 1945, este malestar, quesólo pareció disiparse gracias a Mayo del 68 y a sufervor insurreccional, no ha dejado de aumentar.La era de los Estados, de las naciones y de las re-públicas acaba; el país que ha sacrificado en sunombre lo que tenía de vivaz queda aturdido. Laexplosión que provocó la simple frase de Jospin«el Estado no lo puede todo», anticipa la queproducirá tarde o temprano la revelación de queya no puede nada. Esta sensación de haber sidoestafados no deja de crecer y de gangrenarse.Funda esa rabia latente que emerge con cualquierexcusa. El duelo que no se hizo por la era de lasnaciones es la clave del anacronismo francés, asícomo de las posibilidades revolucionarias quetiene en reserva.

Sea cual sea su resultado, el papel de las próxi-mas elecciones municipales es el de provocar elfin de las ilusiones francesas, el de hacer estallar laburbuja histórica en la que vivimos y que hacenposibles unos acontecimientos como el movimien-to contra el cpe, algo que se observa atentamentedesde el extranjero como una pesadilla que se es-capó de los años setenta. Por eso nadie desea, en

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el fondo, esas elecciones. No cabe duda de queFrancia es la linterna roja de la zona occidental.

Occidente es hoy un gi que arremete contraFaluya a bordo de un carro de combate Abrahamm1 mientras escucha hard rock a todo trapo. Esun turista perdido en medio de las llanuras deMongolia, burlado por todos y que agarra confuerza la tarjeta de crédito como su única tabla desalvación. Es un mánager que sólo jura por el juegodel go. Es una joven que busca la felicidad entrela ropa, los tíos y las cremas hidratantes. Es unmilitante suizo de los derechos humanos que acu-de a todos los rincones del mundo, solidario concualquier revuelta siempre que sea derrotada. Esun español al que le da bastante igual la libertadpolítica desde que se le garantiza la libertad se-xual. Es un aficionado al arte que presenta anteun público pasmado de admiración, y como últi-ma expresión del genio moderno, a un siglo de ar-tistas que, del surrealismo al accionismo vienés,rivalizan por el escupitajo más certero a la cara dela civilización. Es, en suma, un cibernético que haencontrado en el budismo una teoría realista de laconciencia y un físico de partículas que ha ido abuscar en la metafísica hinduista la inspiraciónpara sus últimos hallazgos.

Occidente es la civilización que ha sobrevividoa todas las profecías sobre su desmoronamientomediante una singular estratagema. Del mismo

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modo que la burguesía ha tenido que negarse comoclase para permitir el aburguesamiento de la socie-dad, del obrero al barón; del mismo modo que elcapital ha tenido que sacrificarse como relación sa-larial para imponerse como relación social, trans-formándose de esta manera en capital cultural ycapital de salud, así como en capital financiero; delmismo modo que el cristianismo ha tenido que sa-crificarse como religión para perpetuarse como es-tructura afectiva, como conminación difusa a lahumildad, a la compasión y a la impotencia, Oc-cidente se ha sacrificado como civilización particularpara imponerse como cultura universal. La opera-ción se resume así: una entidad agónica se sacrifi-ca como contenido para sobrevivir como forma.

El individuo hecho trizas se salva como formagracias a las tecnologías «espirituales» de la supe-ración personal. El patriarcado, cargando a lasmujeres con todos los penosos atributos del mal:voluntad, autocontrol, insensibilidad. La socie-dad desintegrada, propagando una epidemia desociabilidad y diversión. Así, todas las grandes fic-ciones caducadas de Occidente se mantienen me-diante artificios que las desmienten punto porpunto.

No hay «choque de civilizaciones». Lo quehay es una civilización en estado de muerte clíni-ca, sobre la que se despliega todo un equipo de su-pervivencia artificial, y que esparce por la atmós-

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fera planetaria una pestilencia característica. Lle-gados a este punto, no hay ni uno solo de sus va-lores en el que siga creyendo de un modo u otro,y toda afirmación le parece un acto impúdico,una provocación que conviene despedazar, de-construir, y llevar al estado de duda. El imperialis-mo occidental, hoy en día, es el del relativismo, elde «es tu punto de vista», es la miradita de reojo ola protesta ofendida contra el que es lo bastantetonto, primitivo o engreído como para seguir cre-yendo en algo, para afirmar cualquier cosa. Es eldogmatismo del cuestionamiento que guiña unojo cómplice a la intelligentsia universitaria y lite-raria. Ninguna crítica es demasiado radical entrelas intelligentsias postmodernistas, mientras se en-vuelva en un vacío de certidumbre. El escándalo,hace un siglo, residía en cualquier negación unpoco provocadora; hoy reside en cualquier afir-mación que no tiemble.

Ningún orden social puede fundarse a la largaen el principio de que nada es cierto. Por lo tan-to, hay que sostenerlo. La aplicación, actualmente,del concepto de «seguridad» a cualquier cosa ex-presa el proyecto de incorporar en los propios se-res, en las conductas y en los lugares el orden idealal que ya no están dispuestos a someterse. «Nadaes verdad» no dice nada del mundo, pero lo dicetodo del concepto occidental de verdad. La ver-dad, aquí, no se concibe como un atributo de los

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seres o las cosas, sino de su representación. Seconsidera como verdadera una representación con-forme a la experiencia. La ciencia es, en últimainstancia, el imperio de la verificación universal.Ahora bien, todas las conductas humanas, desdelas más ordinarias a las más eruditas, descansansobre una base de evidencias desigualmente for-muladas; todas las prácticas parten de un puntoen que las cosas y las representaciones están indis-tintamente ligadas; en toda vida interviene siem-pre una dosis de verdad que ignora el conceptooccidental. En este sentido se habla de la «gentesencilla»: se hace siempre para burlarse de los sim-ples. De ahí que los occidentales sean considera-dos por aquéllos a los que han colonizado comomentirosos e hipócritas. De ahí que se les envidielo que tienen, su desarrollo tecnológico, pero nun-ca lo que son, que se desprecia con toda la razón.No se podría enseñar Sade, Nietzsche y Artaud enlos institutos si no se hubiera descalificado de an-temano la noción de verdad. Limitar continuamen-te todas las afirmaciones, desactivar paso a pasotodas las certidumbres que fatalmente salen a laluz, tal es el largo trabajo de la inteligencia occi-dental. La policía y la filosofía son dos medios con-vergentes para conseguirlo, aunque formalmentedistintos.

Por supuesto el imperialismo de lo relativoencuentra en cualquier dogmatismo vacío, en

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cualquier marxismo-leninismo, en cualquier sala-fismo, en cualquier neonazismo, un adversario asu medida: alguien que, como los occidentales,confunde afirmación y provocación.

En este punto, una contestación estrictamen-te social, que rechace ver que aquello a lo que nosenfrentamos no es la crisis de la sociedad, sino laextinción de una civilización, se vuelve por tantocómplice de su perpetuación. Es una estrategiacorriente hoy en día criticar la sociedad con lavana esperanza de salvar la civilización.

Ahí está. Llevamos un muerto a las espaldas,pero no es fácil deshacerse de él. No hay nada queesperar del fin de la civilización, de su muerte clí-nica. En sí misma, sólo puede interesar a los his-toriadores. Es un hecho, y hay que hacer de ellouna decisión. Los hechos son eludibles, la decisiónes política. Decidir la muerte de la civilización,afrontarla como venga: sólo la decisión nos quita-rá el muerto de encima.

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Citoyens, encore un effort!

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en marcha

ya no podemos siquiera imaginarnos por dóndecomienza una insurrección. Sesenta años de paci-ficación, de suspensión de las convulsiones histó-ricas, sesenta años de anestesia democrática y decontrol de los acontecimientos han debilitado ennosotros una cierta percepción abrupta de lo real,el sentido partisano de la guerra en curso. Paraempezar, ésta es la percepción que hay que recu-perar.

No hay que indignarse porque desde hace cin-co años se aplique una ley tan notoriamente anti-constitucional como la Ley sobre la SeguridadCotidiana.1 No sirve protestar legalmente contrala implosión consumada del marco legal. Hay queorganizarse en consecuencia.

No hay que comprometerse con tal o cual co-lectivo ciudadano, con tal o cual callejón sin sali-da de extrema izquierda, con la última impostura

1. Loi sur la sécurité quotidienne: ley sobre la seguridadaprobada en el año 2001 tras el 11-s.

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asociativa. Todas las organizaciones que preten-den cuestionar el orden actual tienen, en una ver-sión más pantomímica, la forma, las maneras y ellenguaje de Estados en miniatura. Todas las velei-dades de «hacer otra política» sólo han contribui-do, a día de hoy, a la extensión indefinida de losseudópodos estatales.

Ya no hay que reaccionar ante las noticias dia-rias, sino comprender cada información comouna operación en un campo hostil de estrategiasa descifrar, operación destinada precisamente asuscitar en unos u otros, tal o cual tipo de reac-ción; y considerar esta operación como la verda-dera información contenida en la informaciónaparente.

Ya no hay que esperar —una iluminación, larevolución, el apocalipsis nuclear o un movimien-to social—. Seguir esperando es una locura. Lacatástrofe no es lo que viene, sino lo que hay.Nosotros nos situamos, desde ahora y en adelan-te, en el movimiento de derrumbe de una civiliza-ción. Es ahí donde hay que tomar partido.

Dejar de esperar es, de un modo u otro, en-trar en la lógica insurreccional. Es volver a oír,en la voz de nuestros gobernantes, el ligero tem-blor de terror que nunca les abandona. Pues go-bernar no ha sido nunca otra cosa que retrasarmediante mil subterfugios el momento en que lamultitud te atrapará, y todo acto de gobierno es

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tan sólo un modo de no perder el control sobrela población.

Partimos de un punto de extremo aislamien-to, de extrema impotencia. Todo el proceso insu-rreccional está por construir. Nada parece menosprobable que una insurrección, pero nada resultamás necesario.

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Non enim est in carendo difficultas, nisi

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cum est in habendo cupiditas.

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encontrarse

Aferrarse a lo que se siente como verdadero.Partir de ahí.

un encuentro, un descubrimiento, un vasto mo-vimiento de huelga, un terremoto: todo aconteci-miento produce verdad, alterando nuestra manerade estar en el mundo. A la inversa, una constata-ción que nos deja indiferentes, que nos deja comoestábamos, que no compromete a nada, no mereceel nombre de verdad. Hay una verdad que subyacea cada gesto, a cada práctica, a cada relación, a cadasituación. Lo habitual es eludirla, controlar la situa-ción, lo cual provoca el extravío característico de lamayoría en esta época. De hecho, una cosa está enla otra. El sentimiento de vivir en la mentira estambién una verdad. Se trata de no ignorarlo, in-cluso de partir de ahí. Una verdad no es una visióndel mundo, sino lo que nos mantiene ligados a élde manera irreductible. Una verdad no es algo quese detenta, sino algo que nos lleva. Me hace y medeshace, me constituye y me destituye como indi-

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viduo, me aleja de muchos y me acerca a quienes lasienten. El ser aislado que se aferra a ella encuentrafatalmente a algunos de sus semejantes. De hecho,todo proceso insurreccional parte de una verdadsobre la que no se cede. En Hamburgo, en los añosochenta, un puñado de habitantes de una casa ocu-pada decidió que, en adelante, sería necesario pasarpor encima de su cadáver para expulsarlos. El ba-rrio fue sitiado por tanques y helicópteros, hubodías de batallas callejeras, manifestaciones bestiales,y la alcaldía, finalmente, capituló. Georges Guin-gouin, el «primer maqui de Francia», sólo tuvocomo punto de partida, en 1940, la certeza de su re-chazo de la Ocupación. Por aquel entonces sóloera, para el Partido comunista francés, un «locoque vive en el bosque»; hasta que fueron veinte millocos viviendo en el bosque, y liberaron Limoges.

No retroceder ante lo que toda amistadconlleva de política.

Se nos ha inculcado una idea neutra de la amistad,como puro afecto sin consecuencias. Pero toda afi-nidad es afinidad en una verdad común. Todo en-cuentro es encuentro en una afirmación común,aunque sea en la de la destrucción. Uno no se vin-cula inocentemente a una época en la que desearalgo y no desistir de ello conduce habitualmente al

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paro, en la que hay que mentir para trabajar, y tra-bajar, luego, para conservar los recursos de la men-tira. Unos seres que, partiendo de la física cuánti-ca, se prometiesen extraer todas las consecuenciasde todos los ámbitos no se vincularían de maneramenos política que unos camaradas que llevan acabo una lucha contra una multinacional del sec-tor agroalimentario. Serían conducidos, tarde otemprano, a la deserción, y al combate.

Los iniciadores del movimiento obrero teníanel taller, y después la fábrica, para encontrarse.Tenían la huelga para contarse y desenmascarar alos esquiroles. Tenían la relación salarial, que en-frenta al partido del Capital y al partido del Tra-bajo, para trazar unas solidaridades y unos frentesa escala mundial. Nosotros tenemos la totalidaddel espacio social para encontrarnos. Tenemos lasconductas cotidianas de insumisión para contar-nos y desenmascarar a los esquiroles. Tenemos lahostilidad hacia esta civilización para trazar unassolidaridades y unos frentes a escala mundial.

No esperar nada de las organizaciones.Desconfiar de todos los círculos existentes,y sobre todo de convertirse en uno.

No es raro que, a lo largo de una desafiliación con-secuente, uno se cruce con las organizaciones —po-

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líticas, sindicales, humanitarias, asociativas, etcéte-ra—. Ocurre incluso que uno se cruza con algunosseres sinceros, pero desesperados, o entusiastas,pero granujas. El atractivo de las organizaciones re-side en su consistencia aparente: tienen una histo-ria, una sede, unos medios, un jefe, una estrategia yun discurso. No dejan de ser arquitecturas vacías,cuyos heroicos orígenes proporcionan un limitadorespeto. En cualquier asunto y en cualquiera de susescalafones, se ocupan en primer lugar de su super-vivencia como organizaciones, y de nada más. Así,sus traiciones repetidas les han hecho perder, gene-ralmente, la adhesión de sus propias bases. Y poreso encontramos a veces en ellas seres estimables;pero la promesa que contiene el encuentro no po-drá realizarse más que fuera de la organización y,necesariamente, contra ella.

Bastante más temibles son los círculos, con sutextura flexible, sus cotilleos y sus jerarquías in-formales. Hay que rehuir cualquier círculo. Cadauno de ellos parece estar encargado de la neutrali-zación de una verdad. Los círculos literarios estánahí para acallar la evidencia de los escritos. Loscírculos libertarios, la de la acción directa. Los cír-culos académicos, para reprimir lo que sus inves-tigaciones implican hoy para la mayoría. Los cír-culos deportivos, para contener en sus gimnasioslos diferentes modos de vida que deberían engen-drar las diferentes formas de deporte. Hay que re-

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huir particularmente los círculos culturales y loscírculos militantes. Son los dos morideros a los quevan a parar tradicionalmente todos los deseos dela revolución. La tarea de los círculos culturales esidentificar las intensidades nacientes y sustraeros,exponiéndolo, el sentido de lo que hacéis; la tareade los círculos militantes es despojaros de la ener-gía para hacerlo. Los círculos militantes extiendensu entramado difuso por todo el territorio fran-cés, se cruzan en el camino de todo devenir re-volucionario. Sólo son portadores de sus muchosfracasos, y de la amargura que les generan. La usu-ra, como el exceso de impotencia, les ha vuelto in-eptos para captar las posibilidades del presente.Por lo demás, en ellos se habla demasiado a fin deamueblar una pasividad infeliz; y eso los hace po-licialmente poco seguros. De la misma forma quees vano esperar cualquier cosa de ellos, resulta es-túpido estar decepcionado con su esclerosis. Bas-ta con dejar que se consuman.

Todos los círculos son contrarrevoluciona-rios, porque su única ocupación es preservar sumalestar.

Constituirse en comunas

La comuna es lo que ocurre cuando unos seres seencuentran, se entienden y deciden caminar jun-

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tos. La comuna es quizás lo que se decide en elmomento en que sería usual separarse. Es la ale-gría del encuentro que sobrevive a la extinción delrigor. Es lo que hace que se diga «nosotros» y quesea todo un acontecimiento. Lo extraño no es queunos seres que concuerdan formen una comuna,sino que permanezcan separados. ¿Por qué las co-munas no habrían de multiplicarse hasta el infini-to? En cada fábrica, en cada calle, en cada pueblo,en cada escuela. ¡Por fin el reino de los comités debase! Pero unas comunas que aceptasen ser lo queson allí donde lo son. Y si es posible, una multi-plicidad de comunas que substituyeran a las insti-tuciones de la sociedad: la familia, la escuela, elsindicato, el club deportivo, etcétera. Unas comu-nas que no temieran, más allá de sus actividadespropiamente políticas, organizarse para la super-vivencia material y moral de cada uno de susmiembros y de todos los colgados que les rodean.Unas comunas que no se definieran —como sue-len hacer los colectivos— por un dentro y un fue-ra, sino por la densidad de los vínculos en su seno.No por las personas que las componen, sino porel espíritu que las anima.

Una comuna se forma cada vez que unoscuantos, libres del corsé individual, comienzan acontar sólo consigo mismos y a medir sus fuerzascon la realidad. Toda huelga salvaje es una comu-na, toda casa ocupada colectivamente sobre unas

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bases claras es una comuna, los comités de accióndel 68 eran comunas como lo eran los pueblos deesclavos cimarrones en los Estados Unidos, o tam-bién Radio Alicia, en Bolonia, en 1977. Toda comu-na quiere ser, en sí misma, su propia base. Quieredisolver la cuestión de las necesidades. Quiere rom-per, al mismo tiempo que con cualquier depen-dencia económica, con toda sujeción política, ydegenera en círculo desde el momento en quepierde el contacto con las verdades que la fundan.Hay todo tipo de comunas, que no esperan a sersuficientes en número, ni a tener los medios, ymenos aún al «buen momento» que no llega nun-ca, para organizarse.

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This is London calling!

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Organizarse para no tener que trabajar más

los chollos escasean y, a decir verdad, suele seruna pérdida de tiempo empeñarse en conseguiruno. Además, se distinguen por unas mediocrescondiciones de siesta y de lectura.

Es sabido que el individuo existe tan poco quedebe ganarse la vida, que debe cambiar su tiempopor un poco de existencia social. Tiempo perso-nal por existencia social: así es el trabajo, así es elmercado. El tiempo de la comuna escapa de gol-pe al trabajo, no entra en ese juego, sino que pre-fiere otros. Algunos grupos de piqueteros argenti-nos obtienen colectivamente una especie deingreso mínimo a cambio de algunas horas de tra-bajo: no hacen las horas estipuladas, ponen en co-mún sus ganancias, se dotan de talleres de confec-ción, de una panadería y ponen en marcha loshuertos que necesitan.

Se sale a buscar dinero para la comuna, en nin-gún caso para ganarse la vida. Todas las comunas

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tienen su caja de dinero negro. Las argucias sonmúltiples. Además del rmi, están los subsidios, lasbajas por enfermedad, las becas de estudio simul-táneas, las ayudas percibidas por maternidades fic-ticias, todo tipo de amaños y muchos otros mediosque nacen con cada mutación del control. No noscorresponde a nosotros defenderlos, ni instalarnosen estos refugios de fortuna o preservarlos comoun privilegio de iniciado. Lo que es importante escultivar, difundir esta necesaria disposición alfraude y compartir las innovaciones en este senti-do. Para las comunas, la cuestión del trabajo sólose plantea en función de los otros ingresos existen-tes. No hay que ignorar los conocimientos útilesque de paso procuran ciertos oficios, formacioneso puestos bien situados.

La exigencia de la comuna es liberar el mayortiempo posible para todos. Exigencia que no secomputa, única ni esencialmente, en número dehoras vírgenes de toda explotación salarial. Eltiempo liberado no equivale a estar de vacaciones.El tiempo desocupado, el tiempo muerto, eltiempo del vacío y del miedo al vacío, es el tiem-po del trabajo. Ya no hay, a partir de ese momen-to, un tiempo que llenar, sino una liberación deenergía que ningún «tiempo» limita; unas líneasque se perfilan, que destacan, que podemos seguircon calma, hasta el final, hasta verlas cruzarse conotras.

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Saquear, cultivar, inventar

Antiguos trabajadores de Metaleurop1 se hacenatracadores en vez de carceleros. Empleados deedf facilitan a sus allegados lo necesario para tru-car los contadores. El material «caído del camión»se revende en un abrir y cerrar de ojos. Un mundoque se proclama tan abiertamente cínico no podíaesperar mucha lealtad por parte de los proletarios.

Por un lado, una comuna no puede contarcon la perpetuidad del «Estado del bienestar»; porotro lado, no puede pensar que vivirá muchotiempo del hurto en las tiendas, de la recupera-ción de las basuras de los supermercados o, por lanoche, de los almacenes de las zonas industriales,de la malversación de subvenciones, de las estafasa las aseguradoras y otros fraudes; en resumen, delpillaje. Debe preocuparse, por tanto, de incre-mentar continuamente el nivel y la extensión desu autoorganización. Lo más lógico sería que lostornos, las fresadoras y las fotocopiadoras vendi-das a precio de saldo al cierre de una fábrica sir-viesen a cambio para apoyar alguna conspiracióncontra la sociedad de mercado.

El sentimiento de la inminencia de la caídaestá, hoy en día, tan vivo en todas partes que cues-ta trabajo enumerar los experimentos que se lle-

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1. Metaleurop: empresa metalúrgica francesa.

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van a cabo en lo relativo a la construcción, laenergía, los materiales, el ilegalismo o la agricul-tura. Hay ahí todo un conjunto de saberes y detécnicas que sólo espera a ser saqueado y arranca-do de su embalaje moralista, caillera2 o ecologista.Pero este conjunto sólo es una parte de todas lasintuiciones, de todas las habilidades, de este in-genio propio de los barrios de chabolas que ten-dremos que desplegar si pretendemos repoblar eldesierto metropolitano y asegurar la viabilidad amedio plazo de una insurrección.

¿Cómo comunicarse y moverse en una inte-rrupción total de los flujos? ¿Cómo restaurar loscultivos alimentarios de las zonas rurales hasta quepuedan soportar de nuevo las densidades de po-blación que aún tenían hace sesenta años? ¿Cómotransformar unos espacios asfaltados en huertosurbanos, como ha hecho Cuba para enfrentarse alembargo americano y a la caída de la urss?

Formar y formarse

A nosotros que tanto hemos utilizado los hobbiesautorizados por la democracia mercantil, ¿qué

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2. Caillera: término en verlan (argot, particularmenteusado en los suburbios, que resulta de invertir las sílabas delas palabras) para racaille, que significa «chusma».

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nos ha quedado de ellos? ¿Qué es lo que nos em-pujó un día a salir a hacer footing el domingo porla mañana? ¿Qué es lo que hace seguir adelante atodos esos fanáticos del kárate, a todos esos locospor el bricolaje, la pesca o la micología? ¿Qué,sino la necesidad de rellenar una completa ociosi-dad, de reconstituir su fuerza de trabajo o el «ca-pital en salud»? La mayoría de los pasatiempospodrían despojarse fácilmente de su carácter ab-surdo y convertirse en algo más que pasatiempos.El boxeo no ha estado siempre reservado a hacerdemostraciones para un telemaratón o a ofrecercombates con una despampanante puesta en esce-na. La China de principios del siglo xx, despeda-zada por las hordas de colonos y hambrienta acausa de las largas sequías, vio organizarse a milesde campesinos pobres en torno a innumerablesclubes de boxeo a cielo abierto para recuperar loque los ricos y los colonos les habían expoliado.Fue la revuelta de los boxers. Nunca será demasia-do pronto para aprender y practicar lo que unasépocas menos pacificadas, menos previsibles re-querirían de nosotros. Nuestra dependencia de lametrópolis —su medicina, su agricultura, su poli-cía— es ahora tan grande que no podemos atacarsin ponernos en peligro a nosotros mismos. Es laconciencia no formulada de esta vulnerabilidadla que provoca la autolimitación espontánea de losmovimientos sociales actuales, la que hace temer

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las crisis y desear la «seguridad». Es por ella quelas huelgas han cambiado el horizonte de la revo-lución por el de la vuelta a la normalidad. Libe-rarse de esta fatalidad exige un largo y consistenteproceso de aprendizaje, de experimentacionesmúltiples, masivas. Se trata de saber pelearse,abrir las cerraduras con una ganzúa, curar las frac-turas así como las anginas, construir una emisorade radio pirata, montar comedores callejeros yapuntar bien, pero también de reunir los saberesdispersos y constituir una agronomía de guerra,comprender la biología del plancton, la composi-ción de los suelos, estudiar las asociaciones deplantas y recuperar así las intuiciones perdidas,todos los usos, todos los vínculos posibles connuestro entorno inmediato y los límites más alláde los cuales lo agotamos. Todo ello desde hoymismo, y de cara a los días en que nos hará faltasacar de ahí más que una mera parte simbólica denuestros alimentos y necesidades.

Crear territorios. Multiplicar las zonas de opacidad.

Cada vez más reformistas están de acuerdo hoyen día en que, dada la «proximidad del peak oil»,y «a fin de reducir las emisiones de gas de efectoinvernadero», va a ser necesario «relocalizar laeconomía», favorecer el aprovisionamiento lo-

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cal, los circuitos cortos de distribución, renun-ciar a la facilidad de las importaciones lejanas,etcétera. Lo que olvidan es que lo propio deaquello que se hace localmente en materia deeconomía es que se haga en negro, de manera«informal»; que esta simple medida ecológica derelocalización de la economía implica nada me-nos que librarse del control del Estado, o some-terse a él sin reservas.

El territorio actual es el producto de varios si-glos de operaciones policiales. Se expulsó a la gen-te de sus campos; después, de sus calles; después,de sus barrios y, finalmente, de los vestíbulos delos edificios en los que viven, con la esperanza ab-surda de contener cualquier atisbo de vida entrelas cuatro paredes rezumantes de lo privado. Lacuestión del territorio no se plantea para nosotrosde la misma manera que para el Estado. No se tra-ta de poseerlo. De lo que se trata es de densificarlocalmente las comunas, los tránsitos y las solida-ridades hasta tal punto que el territorio se vuelvailegible, opaco a toda autoridad. No es cuestiónde ocupar, sino de ser el territorio.

Cada práctica hace existir un territorio —te-rritorio del trapicheo de drogas o de la caza, terri-torio de los juegos para niños, de los enamoradoso de la revuelta, territorio del campesino, del or-nitólogo o del paseante—. La regla es simple:cuantos más territorios superpuestos haya en una

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zona determinada, más circulación habrá entreellos, y menos influencia tendrá el poder. Bares,imprentas, gimnasios, solares, puestos de libreros,tejados de edificios, mercados improvisados, ke-babs y talleres mecánicos pueden escapar fácil-mente a su vocación oficial a poco que se esta-blezcan suficientes complicidades entre ellos. Laautoorganización local, al superponer su propiageografía sobre la cartografía estatal, la enmaraña,la anula; produce su propia secesión.

Viajar. Trazar nuestras propias vías de comunicación.

El principio de las comunas no consiste en opo-ner, a la metrópolis y su movilidad, el arraigo lo-cal y la lentitud. El movimiento expansivo deconstitución de comunas debe adelantar soterra-damente al de la metrópolis. No tenemos querechazar las posibilidades de desplazamiento yde comunicación ofrecidas por las infraestructu-ras comerciales, sino simplemente conocer suslímites. Basta con ser lo bastante prudentes, lobastante anodinos. Ir de visita es, por cierto,mucho más seguro, no deja rastro y forja víncu-los más consistentes que cualquier lista de con-tactos en internet. El privilegio concedido a cier-tos de nosotros de poder «circular libremente»

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de un extremo a otro del continente, y sin grandificultad por el mundo entero, es una baza nodespreciable para establecer comunicación entrelos focos de conspiración. Es una de las graciasde la metrópolis permitir a americanos, griegos,mejicanos y alemanes reunirse furtivamente enParís el tiempo justo para una discusión estraté-gica.

El movimiento permanente entre las comu-nas amigas es una de las cosas que las preservandel desecamiento interno así como de la fatali-dad de la renuncia. Acoger a camaradas, tenerseal corriente de las iniciativas, meditar sobre lasexperiencias y compartir las técnicas que se ma-nejan hacen más por una comuna que los estéri-les exámenes de conciencia a puerta cerrada.Nos equivocaríamos al subestimar las conclusio-nes decisivas que pueden salir de esas tardes tras-curridas confrontando visiones sobre la guerraen curso.

Derribar, poco a poco, todos los obstáculos

Como sabemos, las calles rebosan de actos incívi-cos. Entre lo que son realmente y lo que deberíanser, está la fuerza centrípeta de todas las policías,que se esfuerzan en restablecer el orden; y enfren-te estamos nosotros, es decir, el movimiento in-

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verso, centrífugo. No podemos más que alegrar-nos del arrebato y del desorden, donde quiera quesurjan. No hay nada de sorprendente en que lasfiestas nacionales, que ya no festejan nada, acabena partir de ahora sistemáticamente mal. Radianteo desvencijado, el mobiliario urbano —pero,¿dónde comienza y dónde acaba?— materializanuestra desposesión común. Perseverante en suvacío, tan sólo pide volver de verdad. Contemple-mos lo que nos rodea: todo ello espera a que lleguesu hora, la metrópolis adquiere de repente un airede nostalgia, como sólo lo tienen los campos enruinas.

Si se vuelven metódicos, si se sistematizan, losactos incívicos confluyen en una guerrilla difusa,eficaz, que nos devuelve a nuestra ingobernabili-dad y a nuestra indisciplina primordiales. Resultainquietante que entre las virtudes militares reco-nocidas a los partisanos figure precisamente la in-disciplina. De hecho, rabia y política no deberíanhaberse desligado nunca. Sin la primera, la segun-da se pierde en el discurso; y sin la segunda, la pri-mera se consume en alaridos. Palabras como «en-furecidos » o «exaltados» no reaparecen nunca enpolítica sin disparos de advertencia.

En cuanto al método, retengamos del sabota-je el siguiente principio: un riesgo mínimo en laacción, un tiempo mínimo, un máximo de daños.En cuanto a la estrategia, se recordará que un obs-

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táculo derribado, pero no invadido —un espacioliberado, pero no habitado— es fácilmente rem-plazado por otro obstáculo, más resistente y ata-cable.

No es necesario extenderse sobre los tres ti-pos de sabotaje obrero: ralentizar el trabajo, des-de el «tranqui, con la calma» hasta la huelga decelo; romper las máquinas, o entorpecer su fun-cionamiento; divulgar los secretos de la empresa.Llevados a las dimensiones de la fábrica social,los principios de sabotaje se generalizan de laproducción a la circulación. La infraestructuratécnica de la metrópolis es vulnerable: sus flujosno consisten sólo en transportes de personas y demercancías; informaciones y energías circulantambién a través de redes de cables, fibras y cau-ces que es posible atacar. Sabotear con algunaconsecuencia la máquina social implica hoy endía reconquistar y reinventar los medios para in-terrumpir sus redes. ¿Cómo dejar inutilizableuna línea de tgv o una red eléctrica? ¿Cómo en-contrar los puntos débiles de las redes informáti-cas, cómo generar interferencias en las ondas deradio y hacer que desaparezcan las imágenes de lapequeña pantalla?

En cuanto a los obstáculos serios, es falso ta-char de imposible toda destrucción. Lo que deprometedor hay en ello reside y se resume en laapropiación del fuego, fuera de cualquier volun-

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tarismo ciego. En el año 365 a. de C., Heróstratoquemó el templo de Artemisa, una de las sietemaravillas del mundo. En nuestros tiempos dedecadencia consumada, los templos sólo impo-nen la verdad fúnebre de que ya son ruinas.

Aniquilar esta nada no es en absoluto una tris-te tarea. El gesto hace reencontrar una nueva ju-ventud. Todo cobra sentido, todo se ordena derepente, espacio, tiempo, amistad. Se recurre acualquier medio, y se recuperan viejos usos —nosomos más que medios—. En la miseria de estostiempos, «joderlo todo» funciona quizás —no sinrazón, hay que admitirlo— como última seduc-ción colectiva.

Rehuir la visibilidad. Convertir el anonimato en posición defensiva.

En una manifestación, un sindicalista le quita lacapucha a alguien anónimo que acaba de rom-per un escaparate: «asume lo que haces en vez deesconderte». Ser visible es estar al descubierto, esdecir, ante todo, ser vulnerable. Cuando los iz-quierdistas de todo el país no cesan de «visibili-zar» su causa —la de los mendigos, la de las mu-jeres, la de los sin papeles— con la esperanza deque sea tomada en consideración, hacen exacta-mente lo contrario de lo que habría que hacer.

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No hay que hacerse visible, sino usar en nuestrofavor el anonimato al que hemos sido relegadosy, mediante la conspiración, la acción nocturnao clandestina, hacer de él una inatacable posi-ción de ataque. Las revueltas de noviembre de2005 ofrecen el modelo. Sin líder, sin reivindica-ción, sin organización, pero con palabras, gestos,complicidades. No ser socialmente nada no esuna condición humillante, la fuente de una trá-gica falta de reconocimiento —ser reconocido:¿por quién?— sino, al contrario, la condición deuna libertad de acción máxima. No reivindicarlas malas acciones, utilizar únicamente siglas depantomima —aún nos acordamos del efímerobaft (Brigade Anti-Flic des Tarterêts)3— es unaforma de preservar esta libertad. Sin ningunaduda, constituir un sujeto «banlieue» que sería elautor de las «revueltas de noviembre del 2005»fue una de las primeras maniobras defensivas delrégimen. Sólo ver la cara de quienes son alguienen esta sociedad puede ayudar a comprender laalegría de no ser nadie.

Hay que rehuir la visibilidad. Pero una fuerzaque se incorpora en la sombra no puede esquivar-la para siempre. Se trata de aplazar nuestra apari-ción como fuerza hasta el momento oportuno.Pues cuanto más tarde nos encuentre la visibili-

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3. baft: grupo de resistencia con nombre ficticio.

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dad, más fuertes nos encontrará. Y una vez hemosentrado en la visibilidad, nuestro tiempo estácontado. O bien estamos en condiciones de pul-verizar su reino a corto plazo, o bien es él quiensin demora nos aplasta.

Organizar la autodefensa

Vivimos bajo ocupación, bajo ocupación policial.Las redadas de sin papeles en plena calle, los co-ches banalizados surcando los bulevares, la pacifi-cación de los barrios de la metrópolis mediantetécnicas forjadas en las colonias, las declamacionesdel ministro de Interior contra las «pandillas», dig-nas de la guerra de Argelia, nos lo recuerdan cadadía. Son motivos suficientes para no seguir deján-dose aplastar, para emprender la autodefensa.

A medida que crece y se irradia, una comunave poco a poco cómo las operaciones del podertoman por objetivo aquello que la constituye.Estos contraataques adoptan la forma de la se-ducción, de la recuperación y, como último re-curso, de la fuerza bruta. La autodefensa debeser para las comunas una evidencia colectiva,tanto práctica como teórica. Hacer frente a unarresto, reunir rápidamente a un buen númerode personas contra los intentos de expulsión oponer a resguardo a uno de los nuestros, no se-

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rán reflejos superfluos en los tiempos que vie-nen. No podemos reconstruir continuamentenuestras bases. Dejemos de denunciar la repre-sión, preparémonos para ella.

El asunto no es sencillo pues, a medida quese espera un incremento de trabajo policial porparte de la población —de la delación a la parti-cipación ocasional en las milicias ciudadanas—,las fuerzas de la policía se van fundiendo con lamultitud. El modelo más usado de intervenciónpolicial es ahora, incluso en situación de motín,el del madero de paisano. La eficacia de la poli-cía durante las últimas manifestaciones contra elcpe procedía de los agentes de paisano que semezclaban en el barullo, esperando el incidentepara desvelarse: gas, porra, lanzapelotas, interro-gatorio; todo ello en coordinación con los servi-cios del orden de los sindicatos. La simple posibi-lidad de su presencia basta para infundir sospechasentre los manifestantes: ¿quién es quién?, y paraparalizar la acción. Admitiendo que una mani-festación no es un medio para determinar cuán-tos somos sino un medio para actuar, tenemosque dotarnos de medios para desenmascarar alos policías de paisano, echarlos y, llegado elcaso, arrebatarles a aquéllos a quienes intentandetener.

La policía no es invencible en la calle, simple-mente tiene los medios para organizarse, entre-

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narse y probar continuamente nuevas armas. Encomparación con las suyas, nuestras armas siem-pre serán más rudimentarias, artesanales y conmucha frecuencia improvisadas sobre el terreno.No pretenden en ningún caso rivalizar en poten-cia de fuego, sino que buscan mantener la distan-cia, distraer la atención, ejercer una presión psico-lógica o forzar un paso por sorpresa y ganarterreno. Está claro que toda la innovación desple-gada en los centros de preparación para la guerri-lla urbana de la gendarmería francesa no basta yno bastará, sin duda, jamás, para responder consuficiente rapidez a una multiplicidad movedizaque puede golpear en distintos puntos a la vez yque, sobre todo, se esfuerza en mantener siemprela iniciativa.

Es evidente que las comunas son vulnerablesa la vigilancia y a las investigaciones policiales, ala policía científica y a los servicios secretos. Lasoleadas de detenciones de anarquistas en Italia yde ecowarriors en Estados Unidos fueron propi-ciadas por escuchas telefónicas. Cualquier arres-to da ahora lugar a una toma de adn y nutre unfichero cada vez más completo. Un ocupa bar-celonés fue encontrado porque dejó huellas enlas octavillas que repartía. Los métodos de iden-tificación se mejoran continuamente, sobre todogracias a la biometría. Y si el carnet de identidadelectrónico se implantase, nuestra tarea sería sólo

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más difícil. La Comuna de París había arregladoparcialmente el problema del control: queman-do el ayuntamiento, los incendiarios destruíanlas fichas del registro civil. Falta encontrar lamanera de destruir para siempre los datos infor-matizados.

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The Medium is the Massage.

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la comuna es la unidad elemental de la realidadpartisana. Una escalada insurreccional no es qui-zás nada más que una multiplicación de comunas,su conexión y su articulación. Según el curso delos acontecimientos, las comunas se funden enentidades de mayor envergadura o, por el contra-rio, se fraccionan. Entre un grupo de hermanas yhermanos juntos «hasta que la muerte los separe»y la reunión de una multiplicidad de grupos, decomités, de bandas para organizar el abasteci-miento y la autodefensa de un barrio, o de una re-gión sublevada, no hay más que una diferencia detamaño; son indistintamente comunas.

Cualquier comuna tiende a la autosubsisten-cia y a percibir en su seno el dinero como algoirrisorio y, a decir verdad, fuera de lugar. La fuer-za del dinero consiste en formar un vínculo entreaquellos que no tienen vínculos, en vincular a losextraños como extraños y, por esa vía, equiparan-do unas cosas con otras, ponerlo todo en circula-ción. La capacidad del dinero para vincularlo

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todo se paga con la superficialidad de ese vínculo,en el que la mentira es la regla. La desconfianza esel fondo de la relación de crédito. El reino del di-nero debe ser siempre, en consecuencia, el reinodel control. La abolición práctica del dinero sólopuede realizarse a través la extensión de las comu-nas, y ésta debe obedecer en cada caso a la preo-cupación por no superar un cierto tamaño másallá del cual pierde contacto con ella misma, ysuscita, de manera casi indefectible, una casta do-minante. La comuna preferirá entonces escindirsey de este modo extenderse, al mismo tiempo quepreviene un final desdichado.

La sublevación de la juventud argelina, queafectó a toda la Kabilia en la primavera de 2001, seconvirtió en un asalto cuasi total del territorio,con el ataque a las gendarmerías, los tribunales ytodas las representaciones del Estado, y la genera-lización de la revuelta, hasta provocar la retiradaunilateral de las fuerzas del orden e impedir físi-camente que se celebrasen las elecciones. La fuer-za del movimiento residió en la complementarie-dad difusa entre unos componentes múltiples—que sólo fueron muy parcialmente representa-dos en las interminables y desesperadamente mas-culinas asambleas de los comités de pueblo y otroscomités populares—. Las «comunas» de la toda-vía estremecedora insurrección argelina adoptanya el rostro de esos jóvenes «colgados» que llevan

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gorra y lanzan bombonas de gas contra la policíadesde el techo de un edificio de Tizi Ouzou, ya lasonrisa pícara de un viejo guerrillero cubierto conuna chilaba, ya la energía de las mujeres de unpueblo de montaña que sacan adelante, contraviento y marea, los cultivos y la cría tradicionales,sin los cuales los bloqueos de la economía de la re-gión nunca habrían sido tan repetidos ni tan sis-temáticos.

Aprovechar cualquier crisis

«Hay que añadir además que no sería posible tra-tar al conjunto de la población francesa. Será ne-cesario, por tanto, tomar decisiones.» Así es comoun experto en virología resumía en Le Monde loque ocurriría en caso de pandemia de gripe aviar,el 7 de septiembre de 2005. «Amenazas terroris-tas», «catástrofes naturales», «alertas virales», «mo-vimientos sociales» y «violencia urbana» son paralos dirigentes de la sociedad momentos de inesta-bilidad en los que asientan su poder mediante laselección de lo que les complace y la eliminaciónde lo que les molesta. Lógicamente, es también laoportunidad para cualquier otra fuerza de agru-parse o reforzarse, tomando el partido contrario.La interrupción de los flujos de mercancías, lasuspensión de la normalidad —basta ver cómo rea-

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parece la vida social en un edificio repentinamen-te privado de electricidad para imaginar en lo quepodría convertirse la vida en una ciudad privadade todo— y del control policial liberan unas po-tencialidades de autoorganización impensables enotras circunstancias. Eso no se le escapa a nadie.El movimiento obrero revolucionario lo com-prendió bien e hizo de las crisis de la economíaburguesa los puntos fuertes de su ascenso. Hoy endía los partidos islámicos no son tan fuertes enningún sitio como allí donde han sabido suplircon inteligencia la debilidad del Estado; ejemplosde ello son la organización del auxilio a las vícti-mas del terremoto de Burmedes en Argelia o laasistencia cotidiana a la población del sur del Lí-bano destruido por el ejército israelí.

Como mencionábamos más arriba, la devas-tación provocada en Nueva Orleans por el hura-cán Katrina dio la oportunidad a toda una franjadel movimiento anarquista norteamericano deadquirir una consistencia desconocida religando atodos aquellos que, negándose a abandonar el lu-gar, se resistieron al desplazamiento forzado. Loscomedores al aire libre implican haber pensadopreviamente en el abastecimiento; la ayuda médi-ca de urgencia, así con la instalación de radios li-bres, exige que se haya adquirido el saber y el ma-terial necesarios. La fecundidad política de talesexperiencias queda garantizada por lo que éstas

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contienen de alegría, de superación de la supervi-vencia individual y de realidad tangible no some-tida al orden y al trabajo cotidianos.

En un país como Francia, en el que las nubesradioactivas se detienen en la frontera y en el queno se teme construir un centro de investigacióncontra el cáncer sobre el antiguo emplazamiento,clasificado como lugar de riesgo por la directivaSeveso, de la fábrica azf,1 no hay que contar tan-to con las crisis «naturales» como con las crisis so-ciales. La mayor parte de las veces corresponde alos movimientos sociales interrumpir el cursonormal del desastre. Es cierto que, en los últimosaños, las distintas huelgas constituyeron antetodo oportunidades para que el poder y las direc-ciones de las empresas pusieran a prueba su capa-cidad para mantener un «servicio mínimo» cadavez más amplio, hasta reducir el cese del trabajo asu pura dimensión simbólica —apenas más per-judicial que una nevada o un suicida en las víasdel tren—. Pero al trastocar las prácticas militan-tes al uso mediante la ocupación sistemática deestablecimientos y el bloqueo obstinado, las lu-chas de los estudiantes de secundaria en 2005 y lasluchas contra el cpe han recordado la capacidad

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1. azf (Azote Fertilisants): antigua fábrica de productosquímicos situada en Toulouse que provocó una catástrofe enel año 2001 al estallar un depósito de nitratos.

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de perjuicio y de ofensiva difusa que tienen losgrandes movimientos. En todas las estelas queformaron a su paso, han dejado entrever bajo quécondiciones pueden los movimientos convertirseen el lugar de emergencia de nuevas comunas.

Sabotear toda instancia de representación.Generalizar la palabra.Abolir las asambleas generales.

Todo movimiento social encuentra el primer obs-táculo, mucho antes que en la policía propiamen-te dicha, en las fuerzas sindicales y toda esa mi-croburocracia cuya vocación es controlar lasluchas. Las comunas, los grupos de base y las ban-das desconfían espontáneamente de ellas. Es porello que los paraburócratas inventaron hace vein-te años las entidades coordinadoras que, con suausencia de etiqueta, tienen un aire más inocente,pero que no dejan de ser el terreno ideal para susmaniobras. Si un colectivo descarriado pretendela autonomía, no pararán hasta vaciarlo de todocontenido, ignorando resueltamente las pregun-tas adecuadas. Son ariscos y se enfadan; no a cau-sa de su pasión por el debate, sino en su vocaciónpor conjurarlo. Y cuando su defensa encarnizadade la apatía puede con el colectivo, explican el fra-caso por la falta de conciencia política. Hay que

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decir que en Francia, gracias en particular a la ac-tividad furibunda de las diferentes camarillastrotskistas, no es precisamente el arte de la mani-pulación política lo que falta entre la juventudmilitante. Ésta, desde luego, no ha sabido extraerde la revuelta incendiaria de noviembre del 2005la siguiente lección: cualquier entidad coordina-dora es superflua allí donde hay coordinación, lasorganizaciones siempre están de más allí donde lagente se organiza.

Otra reacción automática es, a la menor oca-sión, hacer una asamblea general y votar. Es unerror. El simple objetivo del voto, de la decisiónque hay que alcanzar, basta para convertir laasamblea en una pesadilla, para hacer de ella el tea-tro en que se enfrentan todas las pretensiones alpoder. Padecemos ahí el mal ejemplo de los par-lamentos burgueses. La asamblea no está hechapara la decisión, sino para el debate, para la pala-bra libre ejerciéndose sin meta.

La disposición a juntarse es tan constante enlos humanos, que es poco frecuente la necesidadde decidir. Reunirse responde al regocijo de sentiruna fuerza común. Decidir sólo es vital en las si-tuaciones de urgencia, en las que el ejercicio de lademocracia es en cualquier caso compromiso. Elresto del tiempo, el problema sólo reside, para losfanáticos del procedimiento, en el «carácter de-mocrático del proceso de toma de decisión». No

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se trata de criticar las asambleas o de desertar deellas, sino de liberar la palabra, los gestos y los jue-gos entre los seres. Basta con ver que cada cual noacude únicamente con un punto de vista o unamoción, sino con deseos, adhesiones, capacida-des, fuerzas, tristezas y una cierta disponibilidad.Si se consigue romper así el fantasma de la Asam-blea General en beneficio de una asamblea de pre-sencias, si se consigue desbaratar la siempre rena-ciente tentación de la hegemonía, si se deja deconsiderar la decisión como finalidad, existe laposibilidad de que se produzca una de esas tomasen masa, uno de esos fenómenos de cristalizacióncolectiva en los que una decisión toma a los seres,en su totalidad o únicamente en parte.

Ocurre lo mismo cuando se trata de decidiracciones. Partir del principio de que «la accióndebe guiar el desarrollo de una asamblea» es im-posibilitar tanto la efervescencia del debate comola acción eficaz. Una asamblea numerosa de gen-te que no se conoce se condena a producir espe-cialistas de la acción, es decir, a abandonar la ac-ción en pro de su control. Por un lado, losdelegados están por definición limitados en su ac-ción y, por otro, nada les impide engañar a todoel mundo.

No hay que establecer una forma ideal para laacción. Lo esencial es que la acción adopte unaforma, que la suscite y no la padezca. Esto impli-

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ca compartir una misma posición política, geo-gráfica —como las secciones de la Comuna deParís durante la Revolución Francesa— así comoun mismo saber circulante. En lo relativo a deci-dir acciones, éste podría ser el principio: si cadauno va a reconocer el terreno, si se confirman losdatos, la decisión llegará por sí misma; más quetomarla nosotros, ella nos tomará. La circulacióndel saber anula la jerarquía, iguala por arriba. Lacomunicación horizontal, proliferante, es tam-bién la mejor forma de coordinación de las dife-rentes comunas para acabar con la hegemonía.

Bloquear la economía, pero ajustar nuestra capacidad de bloqueo a nuestro nivel de autorganización

Finales de junio de 2006: en todo el estado de Oa-xaca las ocupaciones de ayuntamientos se multi-plican y los insurrectos ocupan edificios públicos.En algunos municipios, se expulsa a los alcaldes yse requisan los coches oficiales. Un mes más tar-de, los accesos a ciertos hoteles y complejos turís-ticos son bloqueados. El ministro de Turismo ha-bla de catástrofe «comparable con el huracánWilma». Algunos años antes, el bloqueo se habíaconvertido en una de las principales formas de ac-ción del movimiento de revuelta argentino: los

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diferentes grupos locales se prestaban auxilio mu-tuo bloqueando uno u otro eje de comunicación,amenazando continuamente, mediante su acciónconjunta, con paralizar todo el país si sus reivin-dicaciones no eran satisfechas. Una amenaza asífue durante mucho tiempo una poderosa palancaen mano de los ferroviarios, camioneros, electri-cistas y empleados del gas. El movimiento contrael cpe no dudó en bloquear estaciones, circunva-laciones, fábricas, autopistas, supermercados e in-cluso aeropuertos. No hacían falta más de tres-cientas personas, en Rennes, para inmovilizar eldesvío durante horas y provocar cuarenta kilóme-tros de atasco.

Bloquearlo todo es ahora la primera reacciónde cualquiera que se levante contra el orden ac-tual. En una economía deslocalizada, en la que lasempresas funcionan con una producción ajusta-da, en la que el valor deriva de la conexión con lared, en la que las autopistas son eslabones de la ca-dena de producción desmaterializada que va desubcontratista en subcontratista y de allí a la fá-brica de montaje, bloquear la producción es tam-bién bloquear la circulación.

Pero no se puede bloquear más de lo que lopermite la capacidad de avituallamiento y de co-municación de los insurrectos, la autoorganiza-ción efectiva de las diferentes comunas. ¿Cómoalimentarse una vez que todo se ha paralizado?

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Saquear las tiendas, como se hizo en Argentina,tiene sus límites; por inmensos que sean los tem-plos del consumo, no son despensas infinitas. Ad-quirir a largo plazo la capacidad para procurarse lasubsistencia elemental implica por tanto apro-piarse de los medios de su producción. Y a esterespecto, parece completamente inútil esperar pormás tiempo. Confiar a un dos por ciento de la po-blación la tarea de producir la alimentación de to-dos los demás, como ocurre hoy en día, es una in-eptitud tanto histórica como estratégica.

Liberar el territorio de la ocupación policial.Evitar en la medida de lo posibleel enfrentamiento directo.

«Este asunto pone en evidencia que no tratamoscon jóvenes que reclaman más política social sinocon individuos que declaran la guerra a la Répu-blica», apuntaba un policía lúcido a propósito delas recientes emboscadas. La ofensiva dirigida a li-berar el territorio de la ocupación policial ya hasido emprendida, y puede contar con las inagota-bles reservas de resentimiento que estas fuerzashan reunido en su contra. Los disturbios se apo-deran poco a poco de los propios «movimientossociales», no menos que de los juerguistas de Ren-nes quienes, durante el año 2005, se enfrentaron a

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los crs todos los jueves por la noche, o de los deBarcelona que recientemente, durante un botellón,devastaron una arteria comercial de la ciudad. Enel movimiento contra el cpe se ha vuelto a usarcon regularidad el cóctel molotov. Pero en estesentido, ciertas banlieues siguen siendo insupera-bles. Especialmente en esta técnica perpetuadadesde hace ya tiempo: la emboscada. Por ejemplo,la del 13 de octubre de 2006 en Épinay: equiposde la bac rondaban por las calles alrededor de lasonce de la noche, tras una llamada que informabade un robo en un coche; a su llegada, uno de losequipos «se encontró bloqueado por dos vehícu-los atravesados en la carretera y por más de unatreintena de individuos, pertrechados con barrasde hierro y armas de mano, quienes lanzaron pie-dras al vehículo y utilizaron gas lacrimógeno con-tra los policías». A menor escala, pensamos en lascomisarías de los barrios atacadas durante las ho-ras de cierre: cristales rotos, coches quemados.

Uno de los logros de los últimos movimientoses que ahora una verdadera manifestación es «sal-vaje», esto es, no se declara a la prefectura. Comopodemos elegir el terreno, tendremos cuidado,como el Black Bloc en Génova en 2001, de rodearlas zonas de peligro, de rehuir el enfrentamientodirecto y, decidiendo nosotros el trayecto, de pa-sear a la policía, tan sindical y pacifista, en vez deser paseados por ella. Se vio entonces como un

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millar de personas con determinación hizo retro-ceder a furgones enteros de carabinieri para final-mente incendiarlos. Lo importante no es tanto serel que está mejor armado como tomar la iniciati-va. La valentía no es nada, la confianza en la va-lentía propia lo es todo. Tomar la iniciativa con-tribuye a ello.

Todo incita, no obstante, a encarar las con-frontaciones directas como puntos de fijación delas fuerzas adversas que permiten temporizar yatacar en otro lugar —incluso muy cerca—. Nopoder evitar una confrontación no impide que seconvierta en una simple diversión. Hay que apli-carse a la coordinación aún más que a las accio-nes. Acosar a la policía es hacer que, aun estandoen todas partes, no sea eficaz en ninguna.

Cada acto de acoso reanima esta verdad enun-ciada en 1842: «La vida del agente de policía es pe-nosa; su posición en la sociedad es tan humillantey despreciada como el propio crimen … La ver-güenza y la infamia le acechan por todas partes, lasociedad lo expulsa de su seno, lo aísla como a unparia, sin remordimientos, sin arrepentimientos,sin piedad … el carnet de policía que lleva en elbolsillo es un certificado de ignominia». El 21 denoviembre del 2006, los bomberos que se mani-festaban en París atacaron a los crs a golpes demartillo e hirieron a quince de ellos. Eso para re-cordar que «tener la vocación de ayudar» no po-

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drá ser nunca una excusa válida para incorporarsea la policía.

Estar armados. Hacer todo lo posible para que su usoresulte superfluo. Frente al ejército, la victoria es po-lítica.

No hay insurrección pacífica. Las armas son nece-sarias: se trata de hacer todo lo posible para que suuso resulte superfluo. Una insurrección es antesuna toma de armas, una «permanencia armada»,que un paso a la lucha armada. Es imprescindibledistinguir entre el armamento y el uso de las ar-mas. Las armas son una constante revolucionaria,aunque su utilización sea poco frecuente, o pocodecisiva, en los momentos de gran cambio: 10 deagosto de 1792, 18 de marzo de 1871, octubre de1917. Cuando el poder está por los suelos, bastacon pisotearlo.

En la distancia que nos separa de esas fechas,las armas han adquirido un doble carácter de fas-cinación y de repulsión, que sólo su manejo per-mite superar. Un auténtico pacifismo no puedesignificar rechazo de las armas, sino tan sólo de suuso. Ser pacifista sin poder disparar no es más quela teorización de una impotencia. Este pacifismoa priori se corresponde con una especie de desar-me preventivo; es una pura operación policial. En

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realidad, la cuestión pacifista no se plantea seria-mente más que para quien tiene el poder de hacerfuego. Y en este caso, el pacifismo será, al contra-rio, un acto de poder pues únicamente desde unaextrema posición de fuerza es posible liberarse dela necesidad de disparar.

Desde un punto de vista estratégico, la acciónindirecta, asimétrica, parece la más provechosa, lamás adaptada a la época: no se ataca frontalmen-te a un ejército de ocupación. Sin embargo, laperspectiva de una guerrilla urbana a lo iraquí,que se estancaría sin posibilidad de ofensiva, esmás temible que deseable. La militarización de laguerra civil es el fracaso de la insurrección. Pormucho que triunfasen los rojos en 1921, la Revo-lución rusa ya estaba perdida.

Hay que encarar dos tipos de reacciones porparte del Estado. Una de franca hostilidad y otramás pícara, democrática. La primera apela a la des-trucción sin miramientos; la segunda a una hosti-lidad sutil, pero implacable: sólo espera a enrolar-nos. Se puede ser derrotado tanto por la dictaduracomo por el hecho de quedar reducido a oponersesólo a la dictadura. La derrota consiste tanto enperder la guerra como en perder la elección de laguerra que se quiere llevar a cabo. Por lo demás,ambas son posibles, como demuestra la España del36: los revolucionarios fueron doblemente derro-tados, por el fascismo y por la República.

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En el momento en que las cosas se ponen se-rias, el ejército ocupa el territorio. Su entrada enacción resulta menos evidente. Para eso haría fal-ta un Estado decidido a cometer una carnicería,lo cual sólo está a la orden del día como amenaza,un poco como el empleo de la bomba nucleardesde hace medio siglo. Así y todo, herida desdehace tiempo, la bestia estatal es peligrosa; frente alejército, se necesita una masa numerosa, inva-diendo las filas y confraternizando. Se necesita el18 de marzo de 1871. El ejército en las calles es unasituación insurreccional. El ejército en acción esel final precipitándose. Todo el mundo se ve obli-gado a tomar posición, a elegir entre la anarquía yel miedo a la anarquía. Una insurrección sólopuede triunfar como fuerza política. Políticamen-te, no es imposible vencer a un ejército.

Deponer localmente a las autoridades

Lo que importa, para una insurrección, es que sehaga irreversible. La irreversibilidad se alcanzacuando se ha vencido, al mismo tiempo que a lasautoridades, a la necesidad de autoridad; al mis-mo tiempo que a la propiedad, al afán de apro-piación; al mismo tiempo que a toda hegemonía,al deseo de hegemonía. Es por ello que el procesoinsurreccional contiene en sí mismo la forma de

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su victoria, o la de su fracaso. En materia de irre-versibilidad, la destrucción nunca ha sido sufi-ciente. Todo está en la forma. Hay modos de des-truir que provocan indefectiblemente el regresode aquello que se ha aniquilado. Quien se cebacon el cadáver de un orden se asegura de suscitarla vocación de vengarlo. Por tanto, allí donde laeconomía queda bloqueada o la policía neutrali-zada, es importante poner el menor pathos posibleen la destitución de las autoridades. Hay que de-ponerlas con una naturalidad y una displicenciaescrupulosas.

A la descentralización del poder corresponde,en esta época, el fin de las centralidades revolu-cionarias. Sin duda, existen todavía palacios deinvierno, pero están más destinados al asalto delos turistas que al de los insurrectos. Hoy en día, esposible tomar París, o Roma, o Buenos Aires sintener que aplazar la decisión. La toma de Rungis1

sería ciertamente más efectiva que la del Eliseo. Elpoder ya no se concentra en un lugar del mundo,es el mundo mismo, sus flujos y sus avenidas, sushombres y sus normas, sus códigos y sus tecnolo-gías. El poder es la propia organización de la me-trópolis. Es la totalidad impecable del mundo dela mercancía en cada uno de sus puntos. Por eso

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1. Rungis: municipio cercano a París conocido por al-bergar el mayor mercado de productos frescos del mundo.

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quien lo derrota localmente produce a través delas redes una onda de choque planetaria. Los asal-tantes de Chichy-sous-Bois alegraron más de unhogar americano y los insurgentes de Oaxaca en-contraron cómplices en pleno centro de París.Para Francia, la pérdida de centralidad del podersignifica el fin de la centralidad revolucionaria pa-risina. Cada nuevo movimiento después de lashuelgas de 1995 lo confirma. Ya no es allí dondesurgen los planes más osados, más consistentes.Para terminar, París sólo se distingue ya comosimple blanco de razia, como puro terreno de pi-llaje y devastación. Son unas breves y brutales in-cursiones venidas de otros lugares las que atacanel punto de máxima densidad de los flujos metro-politanos. Son regueros de rabia que jalonan eldesierto de esta abundancia facticia, y se desvane-cen. Llegará el día en que esta abominable con-creción del poder que es la capital quede comple-tamente arruinada, pero eso será al término de unproceso que estará en todas partes más avanzadoque allí.

¡Todo el poder a las comunas!

En el metro, ya no hay rastro del velo de desasosiegoque traba habitualmente los gestos de los pasajeros.Los desconocidos se hablan, ya no se abordan. Una

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banda en conciliábulo en la esquina de una calle.En los bulevares, aglomeraciones mayores discutencon seriedad. Los asaltos se suceden de ciudad en ciu-dad, día tras día. Otro cuartel ha sido saqueado yquemado. Los habitantes de un hogar desalojadohan dejado de tratar con el ayuntamiento: lo habi-tan. En un acceso de lucidez, un jefe de equipo aca-ba de desmoralizar, en plena reunión, a un puñadode colegas. Los archivos que contienen la direcciónpersonal de todos los policías y gendarmes así comode los empleados de la administración penitenciariaacaban de filtrarse, provocando una ola sin prece-dentes de mudanzas precipitadas. En la antiguatienda-bar del pueblo, uno aporta el excedente de loque produce y se procura lo que le falta. Allí se cele-bran también las reuniones para discutir sobre la si-tuación general y sobre el material necesario para eltaller mecánico. La radio mantiene a los insurgentesinformados del retroceso de las fuerzas gubernamen-tales. Un proyectil acaba de destrozar el recinto de laprisión de Clairvaux. Imposible decir si ha pasadoun mes o años desde que los «acontecimientos» co-menzaron. El primer ministro parece muy solo consus llamamientos a la calma.

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