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1 LA MISION ANTE LOS RETOS DE LA GLOBALIZACION Juan Esquerda Bifet Para conmemorar y agradecer al Señor los 25 años de los cursos del CLAEM, iniciados en 1976 por Mons. Enrique Mejía, Director de las OMPE de México. Y en agradecimiento a todos los profesores y colaboradores. (México, agosto de 2001)

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LA MISION ANTE LOS RETOS DE LA GLOBALIZACION

Juan Esquerda Bifet

Para conmemorar y agradecer al Señor los 25 años de los cursos del CLAEM, iniciados en 1976 por Mons. Enrique Mejía, Director de las OMPE de México. Y en agradecimiento a todos los profesores y colaboradores.

(México, agosto de 2001)

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INDICE

Presentación: Iglesia misionera en una sociedad globalizada.

I. El trasplante y el cruce de las raíces religiosas y culturales de todos los pueblos.

1) Un hecho intercultural y religioso irreversible2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud3) Orientaciones prácticas y experiencias

II. Los pueblos y grupos que buscan la experiencia de la unión con Dios.

1) El camino de la experiencia de Dios en el área hinduista2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud3) Orientaciones prácticas y experiencias

III. Los pueblos y grupos que caminan hacia la trascendencia.

1) Un camino hacia la trascendencia en el área budista2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud3) Orientaciones prácticas y experiencias

IV. El pueblo que custodia la revelación personal del Dios de la paz, en la esperanza mesiánica.

1) El camino de la Alianza con Dios presente en la historia2) Una relectura cristiana. Valorar y llevar a la plenitud3) Orientaciones prácticas y experiencias

V. Los pueblos que quieren ser fieles a la voluntad del Dios único, clemente y misericordioso.

1) El camino de la voluntad de Dios en el área islámica2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud3) Orientaciones prácticas y experiencias

VI. Los retos de la nueva evangelización global

1) Nuevos retos para el cristianismo2) Cristo resucitado, presente en el fenómeno de la globalización, llama a la santidad y a la misión3) Orientaciones prácticas y experiencias

VII. María, signo de esperanza, estrella de la globalización solidaria.

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1) María presente activa y maternalmente en el caminar eclesial, como signo de esperanza2) Proceso de la maternidad mariana y eclesial3) Orientaciones prácticas y experiencias

Conclusión: Evangelizar en una sociedad global, con el gozo de la esperanza.Bibliografía.Siglas

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PRESENTACIÓN: Iglesia misionera en una sociedad globalizada.

Cada día con mayor intensidad, las calles y los ambientes sociales de cualquier ciudad son un cruce de culturas, razas y religiones. Estamos ante un proceso imparable e irreversible. La humanidad entera está llegando, en todas las latitudes, a una realidad global sin fronteras.

Toda comunidad cristiana ha quedado abierta a una misión global; ya no hay puertas ni ventanas cerradas. "Dios está preparando una nueva primavera cristiana, un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y valores evangélicos" (RMi 86).

El fenómeno de la "globalización" es, de suyo, un fenómeno neutral, que puede desembocar en realidades positivas o negativas, según los casos. El mundo es ya un "pañuelo" respecto a la información total e inmediata. Hay una globalización sociológica, constituida por migraciones, medios de comunicación e informática. La globalización es también cultural, como encuentro entre culturas antiguas y con la cultura emergente de una sociedad postmoderna.

El mismo fenómeno global se manifiesta en la unificación de valores éticos a la luz del progreso, de la técnica y del consumo. Se está construyendo un concepto y un proyecto de hombre que trasciende la geografía y la historia. La globalización en el campo económico, sin no se realiza por una actitud de solidaridad y fraternidad universal, se convertirá cada vez más en el dominio y manipulación de unos pocos sobre la gran masa de individuos y de pueblos, indefensos ante el poder acumulado por procesos discutibles y, a veces, claramente injustos. La globalización a nivel de religiones es un encuentro que puede purificar los otros niveles, con tal que no se caiga en la trampa del sincretismo, del relativismo y del fanatismo.

La globalización actual es también el encuentro cotidiano de los cristianos con las "semillas del Verbo" (según la expresión de San Justino), que Dios, con paciencia milenaria, ha sembrado en todos los corazones, pueblos, culturas y religiones. En realidad, es ahora la primera vez en la historia humana, en que todos los bautizados y toda comunidad cristiana quedan urgidos ineludiblemente a ser misioneros en una sociedad o mundo global. O se anuncia el evangelio sin fronteras, o la comunidad cristiana se diluye en un proceso irreversible de globalización relativista, dejando de ser cristiana.

Quien hoy lee, escucha y medita el evangelio, va a demostrar que lo ha asimilado, por medio de una "mirada contemplativa" (EV 83), que es reflejo del encuentro con Cristo, el Verbo Encarnado. Es la mirada que sabe detectar y valorar las huellas de evangelio, que Dios ya ha sembrado en

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todos los pueblos, en vistas a un encuentro definitivo con Cristo.

Sólo adoptando una "mirada contemplativa", reflejo de la mirada de Jesús, será posible apreciar en sus justos términos las "semillas del Verbo". La "mirada contemplativa" es sintonía de corazón compasivo y de servicio profético respecto a la verdad definitiva revelada en Cristo.

Mis reflexiones se basan en la realidad de que "el Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). Si se admite que "el Espíritu es quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28), entonces se comprenderá el reto de la misión actual en un mundo globalizado: "El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia" (TMA 6).

El verdadero aprecio de los valores religiosos de otros hermanos, se concreta también en discernir la fidelidad y las limitaciones (a veces, incluso errores), que dejan entrever la acción misericordiosa de Dios Amor. El camino histórico-religioso es siempre entre luces y sombras, en cualquier cultura y en cualquier pueblo.

La paz y la justicia serán "globales", universales y sin discriminación, o no serán. Sin la dimensión de globalidad, la misión de la Iglesia dejaría de ser misión de Jesús. "Evangelizar constituye la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (EN 14).

A la luz del evangelio, la globalización actual es una oportunidad única, tal vez irrepetible, de captar más profundamente las palabras de Jesús: "Yo soy el pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,51). La "globalización" es un signo de que Dios es siempre sorprendente, invitando al ser humano a colaborar en la construcción de la nueva humanidad. Es una ocasión de "oro", para poner en práctica la solidaridad universal según el mandato del amor. Por esto afirmaba Juan Pablo II: "Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (RMi 92).

En realidad, se trata principalmente de descubrir el rostro de Cristo en el rostro de cada hermano. Porque todo ser humano, de cualquier raza, cultura y religión, es siempre una historia de un amor eterno, que encuentra su eco en el corazón de Cristo. "Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el

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rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse" (NMi 49).

En este campo de la globalización o de la misión global, encontramos "la hora de la nueva imaginación de la caridad" (NMi 50). Los campos de la solidaridad y de la caridad se abren casi hasta el infinito: "Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo, no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo" (NMi 40). De este modo se podrá llegar "a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos" (NMi 58).

Cuando se vive el evangelio con coherencia, se comprende bien que "no debemos temer que pueda constituir una ofensa a la identidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno: el don de la revelación del Dios-Amor, que «tanto amó al mundo que le dio su Hijo unigénito» (Jn 3,16)" (NMi 56).

El presente estudio lo he elaborado auscultando las huellas de Jesús o semillas del Verbo, durante mis viajes de servicio misionero (desde 1968 a 2002). No descarto la base técnica misionológica, que he explicado durante estos años y que sigo explicando a nivel universitario. Quisiera que sirviera principalmente para los cristianos de a pie. Intento ofrecer unas pautas prácticas, claras, pedagógicas y comprometidas, para llegar a ser verdaderamente misioneros ante los nuevos retos de la globalización.

En cada capítulo señalo los valores de las diversas religiones y culturas, sin ocultar eventuales limitaciones. Lo más importante es descubrir las huellas de Cristo, que son una invitación para llegar a un encuentro explícito con él. El camino no está exento de dificultades y malentendidos. Se trata del camino de la vida humana, que es siempre un riesgo y una aventura fascinante, donde Cristo se hace presente para hablar, escuchar, corregir y partir el pan. El "corazón arde" cuando está él presente en nuestro caminar (cfr. Lc 24,32).

Mis sencillas reflexiones están redactadas a la luz del encuentro con Cristo resucitado. Las he escrito principalmente para los que ya somos creyentes en Cristo. Sin esta fe explícita y vivida, se podría tergiversar la reflexión, como si todos los caminos hacia Dios fueran iguales. Por parte de quienes ya creemos en Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, único y universal Salvador, estas reflexiones no se entenderían, sino a la luz del mismo mensaje del Señor: "Tengo otras ovejas" (Jn 10,16; son suyas), "venid a mí todos" (Mt 11,28; sin excepción), "tengo sed" (Jn 19,28; la sed de almas que ha dado sentido a toda vida misionera). Sin entrar en sintonía con esos amores de Cristo, no se sabría reconocer ni afrontar los nuevos retos de la nueva misión global.

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Todas mis reflexiones, que intentan describir una realidad vivida durante muchos años, las quiero respaldar con el trasfondo de la Palabra de Dios predicada por el magisterio eclesial (especialmente del concilio y del postconcilio Vaticano II) y vivida por los santos misioneros de todas las épocas. Este respaldo, como fuente orientadora, es el que puede proporcionar mayor libertad y audacia en la reflexión teológica y misionera. Los compromisos que derivan de ahí son muy exigentes y reclaman nuevos misioneros, nuevos santos y también nuevos mártires, en línea de continuidad y fidelidad renovadora con los misioneros, santos y mártires del pasado. La misión se realiza siempre siguiendo los parámetros "martiriales" de la promesa de Señor: "Seréis mis testigos" (Hech 1,8; cfr. Jn 15,18ss).

También en este campo "hemos de imitar la contemplación de María..., meditando en su corazón el misterio del Hijo (cfr. Lc 2,51)" (NMi 59). Para nosotros, los cristianos que vivimos en los inicios del fenómeno de la globalización, esta contemplación se amplía hacia las huellas o "semillas del Verbo", existentes en los hermanos de cualquier pueblo, cultura, raza o religión.

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I. EL TRASPLANTE Y EL CRUCE DE LAS RAÍCES RELIGIOSAS Y CULTURALES DE TODOS LOS PUEBLOS.

1) Un hecho intercultural y religioso irreversible

Cuando vivimos en sintonía con cualquier hermano que se cruza con nosotros, entonces se descubren en él las huellas de una búsqueda mutua: Dios busca al hombre y el hombre busca a Dios. No existe corazón humano ni cultura ni religión, que no esté plasmada por esta búsqueda trascendente.

La novedad del mensaje y de la experiencia cristiana consiste en que la búsqueda, por parte de Dios, se concreta en la Encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, hermano y consorte de toda la humanidad. La búsqueda apunta, pues, hacia un encuentro que un día será realidad por obra de la gracia y de la cooperación de todos.

San Agustín describe el corazón humano como "inquieto" hasta que no encuentre a Dios, como Dios quiere ser encontrado. En realidad, la iniciativa de la búsqueda la tiene Dios, que ha plasmado todos los corazones "a su imagen y semejanza" (Gen 1,26). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, se hace presente en nuestro caminar histórico, como hombre sediento, para pedir nuestra agua, es decir, nuestros deseos más profundos, y ofrecernos el "agua viva" (Jn 4,10).

Cualquier experiencia y sistema religioso refleja un conjunto de actitudes humanas de fidelidad a Dios, aunque también, a veces, de infidelidad, de pecado y de error. Es siempre una historia de luces y sobras. En toda búsqueda cultural y religiosa se muestra también la misericordia y la paciencia milenaria de Dios, quien, desde los albores de la historia humana, aceptó con complacencia el sacrificio de Abel y la actitud generosa de Abraham, pero que también permitió (sin aprobarlo) el sacrificio de la hija de Jefté (cfr. Jue 11-12). Toda historia religiosa necesita y espera la redención de Cristo, que "no ha venido para abolir, sino para llevar a cumplimiento" (Mt 5,17). Jesús manifestó públicamente su admiración por la fe de un centurión pagano (cfr. Mt 8,10).

El fenómeno de la globalización hace también patente, en todo rincón del globo, "un mapa de varias religiones" (RH 11). Al creyente en Cristo le atañe la tarea de abrir los ojos con mirada contemplativa, como la de Jesús, para descubrir con gozo que "el Espíritu Santo esparce las «semillas del Verbo» en las diferentes tradiciones y culturas, disponiendo a las poblaciones de las regiones más diversas a acoger el anuncio evangélico" (Juan Pablo II, Homilía en la vigilia de Pentecostés, 10 de junio de 2000).

La misión es una escuela de discernimiento acerca de la

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obra que el Espíritu Santo está realizando en todo corazón y en todo pueblo. La fidelidad al Espíritu Santo, por parte de los creyentes en Cristo, se concreta en una apertura mayor a la acción divina. El Espíritu Santo "les ayudará a comunicar, respetando las convicciones religiosas de los demás, el mensaje salvífico, único y universal de Cristo" (Juan Pablo II, ibídem).

Pero esta actitud misionera comporta "ponerse a la escucha de cuanto el Espíritu Santo puede sugerir también a los demás". En efecto, las otras experiencias religiosas (y otros creyentes) "son capaces de ofrecer sugerencias útiles para llegar a una comprensión más profunda de lo que el cristiano ya posee en el depósito revelado" (Juan Pablo II, ibídem).

La tarea misionera que nos espera en el inicio del tercer milenio, es verdaderamente entusiasmante y comprometida. Los creyentes de otras religiones, que ya conviven con nosotros, no aceptarán a Jesús si no ven en nosotros la "encarnación" de su mensaje. Al mismo tiempo, esos creyentes o buscadores de la verdad, nos van a contagiar de motivaciones válidas para profundizar y expresar mejor el mensaje de Jesús. Es un riesgo que hay que correr, pero no se equivoca quien sigue a Cristo, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), por medio de una fe coherente, que equivale a un "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).

La historia del cristianismo ha discurrido siempre por un proceso de "inculturación" y de enriquecimiento mutuo, que no disminuye en nada la revelación definitiva de Dios Amor por medio de Jesús. La revelación del Señor no se complementa ni perfecciona, sino que aprovecha las gracias que Dios mismo ha derramado en otros pueblos y culturas, como "preparación evangélica" y como estímulo para que los ya cristianos seamos más coherentes con el mensaje evangélico.

La globalización ofrece también unos signos de esperanza, como puertas abiertas a una nueva evangelización. Se va tomando conciencia de pertenecer a una misma familia humana, donde las diversas manifestaciones religiosas dejan entrever posibilidades diversas de relacionarse con el mismo y único Dios. La información, inmediata y global (aunque no siempre verdaderamente objetiva), es el inicio de un diálogo entre todas las culturas. La novedad cristiana consiste en que Dios se ha manifestado como Amor, por medio de la Encarnación de su Hijo Jesucristo.

Toda cultura, también en su derivación religiosa o de trascendencia, tiene su propia peculiaridad, como queriendo descifrar el sentido y dignidad de la vida humana, en sí misma, en relación con el cosmos y de camino hacia un más allá de trascendencia. Se intenta descifrar de dónde venimos y a dónde vamos. En el cristianismo aparece la elección de todo hombre en

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Cristo, para llegar a ser hijos de Dios, "hijos en el Hijo", por la participación en la vida divina (cfr. Ef 1,5; GS 22).

"Ser hombre significa necesariamente existir en una determinada cultura" (Juan Pablo II, Mensaje 1 de enero de 2001). Todo hombre se relaciona con una geografía, una historia, una familia, un grupo humano. Los encuentros interculturales se han dado siempre, también por influencias ambientales y procesos educativos. El ser humano, en sus vicisitudes históricas, ha ido dejando huellas de su espíritu, es decir, de su inteligencia y de su voluntad, de su personalidad y de su pertenencia a una determinada comunidad. Los valores llamados religiosos indican una sed de trascendencia, que aflora en toda cultura y en todo pueblo.

2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud

A la luz de la Encarnación del Hijo de Dios en unas circunstancias sociológicas, históricas y geográficas, se aprende a valorar todos los elementos de cualquier cultura. El concepto de "patria" o de "nación" tendría que ayudar a valorar tanto la propia cultura como la de los demás. Un don de Dios es para compartir con los hermanos en un proceso de dar y recibir. La familia humana es una sola, porque Dios, que es Padre de todos, "hace salir su sol" sobre todos sus hijos (Mt 5,45).

La fe en "Jesús de Nazaret" (Jn 1,45) ayuda a apreciar las circunstancias históricas, geográficas, culturas y religiosas de todos los pueblos. La fe cristiana insta a descubrir los valores y derechos fundamentales de todos y a valorar y respetar las diferencias, sin caer en exclusivismos, relativismos o sincretismos. La propia personalidad y la propia cultura religiosa, es un proceso de construirse en la verdad de la donación, que es la quintaesencia de la libertad. Sólo el mandato del amor puede realizar este milagro a nivel personal y social, local y universal.

Toda religión, en lo que tiene de auténtico, tiende a valorar las diferencias culturales en la perspectiva de una familia humana que tiene un mismo Padre y Dios. "El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra" (Heb 17,26).

La religión hace descubrir los valores éticos fundamentales y comunes, escritos en la conciencia de todo ser humano. Las personas más sensibles al tema religioso (como son los "maestros" y "fundadores"), han podido subrayar diferencias y peculiaridades, pero queda siempre en pie un respeto por otras opciones religiosas. Hay que constatar, no obstante, que, todavía en la actualidad y fuera del cristianismo, son pocas las escuelas religiosas que fomentan el aprecio positivo por

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las demás; este retraso educacional va a condicionar negativamente durante muchos años la marcha de la sociedad.

Al releer cualquier expresión religiosa y salvando las limitaciones inherentes, habrá que recordar la indicación del concilio Vaticano II: "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio... y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del Evangelio" (DV 3).

Siempre que, en la historia pasada o presente, se ha intentado conseguir el progreso humano prescindiendo de Dios, entonces se ha empobrecido el diseño de la dignidad del hombre. Toda cultura, también en su derivación religiosa, ofrece ciertas limitaciones, que necesitan una purificación permanente. Lo que no es verdaderamente humano, no es auténticamente religioso. Al mismo tiempo, "una cultura que rechaza la referencia a Dios, pierde su alma y se desorienta, transformándose en una cultura de muerte" (Juan Pablo II, Mensaje 1 de enero de 2001).

El fenómeno de la globalización ofrece la oportunidad de un diálogo enriquecedor entre todas las culturas y religiones, abriéndose a un proceso de donación generosa y de intercambio mutuo. La experiencia cristiana de Dios Amor se basa en una actitud de "comunión" (fraternidad), que refleja la "comunión" de Dios Amor, uno y trino. La armonía de todos los valores religiosos de la historia sólo puede tener lugar en esa comunión divina. Ello es una gracia definitiva de Dios en Cristo y para toda la humanidad. La vivencia de esta comunión (que es gracia) puede armonizar las diversas expresiones culturales y religiosas, sin perder nada de la identidad de cada una. No es una síntesis relativista o sincretista, sino una sublimación de todos los destellos de la luz, armonizados en la fuente misma de la luz: Dios Amor revelado por Cristo.

Todo valor cultural y religioso es un elemento válido e imprescindible para la construcción de la familia humana como comunión que refleje a Dios Amor. La actual mezcla o encuentro de tradiciones y costumbres, debido a las migraciones constantes y masivas, puede llevar a un reconocimiento más auténtico de la dignidad de todo hombre, sin excepción ni discriminación cultural, religiosa y racial. Todo valor auténtico es valor universal, patrimonio común de toda la familia humana.

El cristianismo es tal, cuando vive y predica la "conversión", que no es una humillación, sino una llamada gozosa y sorprendente de apertura a los nuevos planes de Dios Amor en Cristo. Esta "conversión", predicada por Jesús (cfr. Mc

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1,15), ayuda a valorar en los hermanos todo lo que sea reflejo de Dios Amor, como preparación evangélica, dejando de lado todo prejuicio ideológico y todo egoísmo personal o comunitario. Muchos malentendidos e incomprensiones tienen origen en una actitud egoista, camuflada de religiosidad y cerrada a los planes salvíficos y universales del mismo Dios.

El mandato del amor abre el camino a la solidaridad e interdependencia de toda la familia humana. La paz universal se construye en el respeto a la vida de todo ser humano, desde su concepción hasta la muerte. La religión indica que toda vida humana (en cualquier momento) es sagrada y que pertenece exclusivamente a Dios. Quien se escuda en la palabra "agnóstico" (como queriendo indicar que prescinde de la realidad de Dios), es que no tiene la suficiente audacia para apoyar los derechos fundamentales de hombre, creado y amado por Dios.

La educación humana incluye el conocimiento y aprecio de todo valor religioso, también de las otras creencias. Cada pueblo tiene una historia religiosa, enraizada en la propia cultura, que podría calificarse de "religión tradicional". Algunas religiones más sistematizadas (a las que nos referimos especialmente en los capítulos siguientes), tienen unas características peculiares, que reclaman una actitud de mayor diálogo interreligioso.

Educarse en una cultura cualquiera, equivale a abrirse al respeto hacia las otras culturas, también en su derivación de trascendencia (que constituye la base de toda religión). Esta educación todavía no se da en grandes sectores de la humanidad actual. Sin valores éticos y religiosos permanentes, los demás valores culturales carecen de subsistencia.

Muchos rostros de hermanos nuestros, tal vez víctimas de una dramática odisea de migración (por guerra, trabajo, exilio...), reflejan una historia milenaria de "religiones tradicionales", tan respetables como las llamas "grandes" religiones. Para esas culturas y religiones tradicionales, Dios es familiar y también ser supremo y protector (que se manifiesta de muchas maneras, también por medio de espíritus inferiores), la vida es un don suyo (don sagrado en todas sus etapas), la creación es su lenguaje de amor, la familia es su reflejo, el trabajo es una relación con él. La religión ayuda a relacionarse con los antepasados ya fallecidos. La tierra es un don de Dios que va unido a la vida del pueblo. El culto se realiza por oraciones, ceremonias, sacrificios, simbolismos y ritos, con gran sentido de lo sagrado.

La religión tradicional (enraizada en la vida del pueblo) llega a todas las circunstancias de la vida personal, familiar y social. Los diversos nombres que se dan a Dios, cuando se le invoca, indican aspectos de la divinidad o también expresiones

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de las diferentes culturas. El politeísmo no es frecuente entre las religiones tradicionales. Los "espíritus" pueden considerarse como "intermediarios". La relación personal con Dios parece como si fuera sensible, a modo de contacto con las cosas. Por esto, los gestos de la vida ordinaria se hacen oración, a modo de símbolos y de signos, como "correos" que van hacia Dios: hablar, comer, tocar, saludar, caminar, levantar manos, mirar o ver... Con alguna frecuencia, especialmente en Africa, el creyente se dirige a Dios como Padre: "Padre de nuestros padres".

Estos "valores positivos... pueden ser vistos como una preparación al Evangelio, porque contienen preciosas «semina Verbi» capaces de llevar, como ya ocurrido en el pasado, a muchas personas a abrirse a la plenitud de la revelación en Jesucristo por medio de la proclamación del Evangelio" (EA 67).

Las orientaciones del concilio son muy claras: "Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones, al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado" (NAE 2).

Las religiones son "expresión viviente del alma de vastos grupos humanos. Llevan en sí mismas el eco de milenios a la búsqueda de Dios; búsqueda incompleta pero hecho frecuentemente con sinceridad y rectitud de corazón. Poseen un impresionante patrimonio de textos profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de personas a orar" (EN 53).

Toda religión, ante el misterio del dolor y de la muerte, ayuda a adoptar una actitud de silencio y adoración de los designios de Dios. Las explicaciones teóricas no han dado nunca una solución satisfactoria. La cruz de Cristo habla a todos del sentido del dolor y de la muerte sin teorizar. Cristo, muerto y resucitado, nos acompaña para que lo "completemos" o prolonguemos en nosotros. Dios nos trata como a hijos suyos, como a él.

Todas las religiones "reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todo hombre" (NAe 2). En este sentido, vienen a ser una "preparación evangélica" (cfr. CEC 843). Los cristianos que viven en coherencia con la propia fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), son conscientes del "carácter definitivo y completo sobre la revelación de Jesucristo" (Dominus Iesus 4).

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De esta fe inquebrantable brota la capacidad de descubrir las "semillas del Verbo" existentes en las otras religiones. El encuentro con Cristo por parte de los no cristianos, aunque no comporte un complemento de la revelación definitiva, sí será un "mutuo enriquecimiento" (Dominus Iesus 2). Todos aportan elementos de una herencia común a toda la familia humana.

Si "el Verbo es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6), ello significa que existen "anhelos" auténticos y huellas verdaderas, sembradas por el Espíritu Santo, como elementos salvíficos que derivan del misterio de Cristo y que caminan hacia él. Por esto, "el Espíritu Santo esparce las semillas de la Palabra presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28). De este modo, "todos los hombres y mujeres que son salvados participan, aunque de modos diferentes, del misterio de salvación en Jesucristo y por medio del Espíritu" (Inst. Diálogo y anuncio, n.29; Dominus Iesus 2).

Cristo es el único y definitivo "Mediador entre Dios y los hombres" (1Tim 2,4). Esto significa que los elementos salvíficos, que Dios ha comunicado ya a todos los pueblos desde el principio de la historia, derivan y están orientados hacia su cumplimiento definitivo en Cristo. La mediación única de Cristo, como Hijo de Dios hecho hombre, nuestro Redentor, no excluye, sino que potencia la cooperación y mediación humana.

Esta es la dignidad del hombre: Dios salva al hombre por medio del hombre (según las doctrina de los Santos). Así, pues, "no se excluyen mediaciones parciales" (RMi 5), porque todas ellas quedan encuadradas en la única mediación de Jesucristo. Al cristiano le corresponde "explorar figuras y elementos positivos de todas las religiones" encuadradas "en el plan divino de salvación" (Dominus Iesus 14).

La sorpresa de quienes, procedentes de otras religiones, llegan al encuentro con Cristo, consistirá en valorar mejor lo que Dios había sembrado en ellos con anterioridad para poder llegar a la fe explícita y teologal. Entonces descubrirán que Dios Amor ya estaba en ellos; pero ahora ya han llegado a la fuente original.

Esta alegría, de haber encontrado una "verdad tan antigua y tan nueva" (San Agustín), les convertirá en misioneros de sus hermanos y les hará sentir en casa y formando parte de la misma familia humana, como quien recibe y aporta elementos de una herencia familiar común. En toda comunidad humana, nadie se debe sentir forastero ni extraño; las diferencias culturales e incluso carismáticas son sólo matices que hacen descubrir lo que es común y principal: Cristo resucitado presente.

El encuentro de culturas y religiones con el cristianismo actual pone en evidencia que "es posible superar las divisiones

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y recorrer juntos el camino hacia la verdad completa, siguiendo los senderos que sólo conoce el Espíritu del Señor resucitado" (FR 92).

La señal de que el cristianismo ya se ha insertado auténticamente en una cultura particular, consiste en que esa cultura, ya cristianizada, se hace instrumento de evangelización universal.

3) Orientaciones prácticas y experiencias

* Para aprender a mirar con "mirada contemplativa" los destellos de gracia que se encuentran en otras religiones y en toda cultura (también la actual), conviene recordar el aprecio de Jesús por la fe de un centurión romano ("os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande": Mt 8,10) y a alabanza que dirigió a la mujer cananea después de probar su fe ("mujer, grande es tu fe": Mt 15,28).

* Algunas afirmaciones del evangelio son una pauta para apreciar la "preparación evangélica", que ya se encuentra en otras religiones y culturas: "Hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle" (Mt 2,2); "yo soy el pan vivo, bajado del cielo... por la vida del mundo" (Jn 6,51); "para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,45); "ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos (todos) para el perdón de los pecados" (Mt 26,28)...

* Hay que contar con una dificultad real, puesto que, hasta el momento, mientras en el cristianismo se educa para una justa valoración de las demás religiones y culturas, prácticamente la educación que se da en las religiones no cristianas no incluye tal aprecio por las otras experiencias religiosas. Esto será un grande obstáculo durante muchos años, por falta de educación básica.

* Hay que tener bien sentados los principios de fe cristiana, para no caer en relativismos (como si todas las religiones fueran iguales) y tampoco en sincretismos (hacer una síntesis o resumen de todas las religiones). No será fácil, en un mundo secularizado y también ante ciertas corrientes fundamentalistas, afirmar con sencillez y audacia que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Esta afirmación conllevará muchas contradicciones. Pero hay que decir como San Pablo: "No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego" (Rom 1,16).

* En cuanto a la cultura actual, que, a veces, intenta

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prescindir de Dios, será conveniente recordar los principios de San Agustín (s. IV-V), que son siempre válidos en cualquier sector cultural: "¿Dónde estabas?... Tú me eras más íntimo que mi propia intimidad" (Confesiones). "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta encontrarte" (ibídem). "Vuélvete a ti mismo, en el hombre interior habita la verdad; y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo" (La verdadera religión).

* San Gregorio de Nisa, en un momento de convulsión cultural (s.IV), parecido al nuestro, sabía discernir que todo camina hacia el encuentro con Cristo: "Lo conoceré (a Dios) cuando comprenda que no puede ser comprendido" (Cantar). "Por su bondad da a todos las semillas de la Palabra" (ibídem). "Cuando el hombre razona, se nutre de verdadera razón" (se refería al encuentro con el Verbo Encarnado) (Cantar). "El que está en algún bien, está necesariamente en Cristo que contiene todo bien" (Vida de Moisés).

* Entre los rostros de otras culturas religiosas, que ya conviven con nosotros, además de las religiones más sistematizadas (que veremos en los capítulos siguientes), hay que distinguir todo el trasfondo de religiones tradicionales y aborígenes. A veces son los numerosos pueblos que llamamos "indígenas", con toda su variedad cultural y religiosa. A veces son pueblos procedentes de Africa, Asia y Oceanía. Suelen clasificarse con un término general: "Religiones tradicionales".

* Habrá que destacar algunas religiones tradicionales que tienen características peculiares. Señalamos algunas. Taoismo (China): "Tao", la primera causa, el camino y a su acción en el mundo (valor del trabajo y de honradez y convivencia humana). Shintoismo (Japón): El "camino de los dioses" ("Shin-to") es el conjunto de creencias, de normas y de prácticas religiosas; el culto se dirige a Dios ("kami" o "shin"), en relación con la naturaleza (como cierta expresión de Dios) y con los antepasados. Chamanismo (Corea): un conjunto de prácticas (con frecuencia también extáticas y de exaltación) para ponerse en contacto con los espíritus y conseguir efectos medicinales, adivinatorios. Zoroastrismo (Persia e India; iniciador: Zarathrustra o Zoroastro): Recalca el doble principio del bien y del mal (en una línea dualista), e invita a la santidad para prepararse al inminente advenimiento de un nuevo mundo. Sobre el jainimso y la religión Sikh, ver el capítulo II (final del n. 1). Sobre la religión Bahai, ver el capítulo VI (final del n.1).

* El paso de una religión (y de la no creencia) al cristianismo es una gracia, que hay que preparar con oración, sacrificio, caridad, humildad, diálogo, respeto, testimonio, paciencia..., esperando y anhelando la hora de Dios, sin anticiparla ni retrasarla.

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* Experiencias: En una visita a uno de los templos shintoistas más importantes de Tokyo, el "sacerdote" me explicó cómo el shintoísmo es un camino moral hacia el cielo, que podría seguirlo cualquier creyente japonés de otras religiones. Al agradecer su afirmación, le indiqué que nosotros los cristianos creemos que, en este camino, el Hijo de Dios se nos ha hecho "el camino": Jesús de Nazaret, que no anula los valores precedentes, sino que los lleva a cumplimiento y plenitud. En silencio, me invitó a tomar un té... El párroco católico, que me había acompañado, me dijo después que había muy buenas relaciones entre los dos y que la fe cristiana tiene que quedar bien aclarada.

* Una persona, que ocupaba un cargo político importante (Mitterrand, Presidente de Francia), se declaraba "agnóstico", aunque respetaba las manifestaciones y valores religiosos. En los últimos días de su vida, se le diagnosticó un cáncer en su fase terminal. Fue a asesorarse con un amigo, filósofo cristiano (Guiton), sobre el significado de la muerte, que le dijo espontáneamente: "La muerte es un encuentro con Dios". Mitterrand, al contar su impresión sobre esta experiencia, declaró públicamente que creía en Dios.

* Oraciones de "religiones tradicionales":

"Padre nuestro, el universo es tuyo. Si es tu voluntad, establécenos en la paz. Que los corazones humanos estén serenos. Puesto que tú eres nuestro Padre, aparta todo mal de nuestro camino" (los Nuer del Sudán).

"Todo te pertenece. Cuando yo como, lo hago en tu honor. Y en tu honor yo cultivo mi campo. Todo es tuyo, Señor. No hay nada que no reconozca en ti al único Señor" (los Luba de Zaïre y Congo).

"Dios Padre, que estás en el cielo y en lo profundo, que has creado todo y sabes todo, y también sabes cómo fueron hechos el cielo y la tierra" (los Luguru de Tanzania).

"¡Padre mío! cuando yo contemplo tu grandeza, me lleno de santo respeto" (los Kikuyu de Kenia).

"Tú eres nuestro Padre. Danos lo que necesitamos para ofrecértelo en retorno. Tú, Padre de nuestros Padres, nuestro Padre, nuestro Señor" (los Nama de Namibia y Sudáfrica).

"Sagrado Señor de toda luz naciente, el hacedor ¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿No te podría ver?... Creador del hombre, Señor, tus siervos a ti, con sus ojos manchados desean verte... ¡Habla ya!" (los Quechua de Perú, oración de personas ya bautizadas, s.XVI).

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"Los dioses nos dan nuestro sustento, todo cuanto se bebe y se come, lo que conserva la vida, el maíz, el frijol, los bledos, la chía. Ellos son a quien pedimos agua, lluvia, por las que se producen las cosas en la tierra... Los dioses fueron invocados, fueron suplicados, fueron tenidos por tales, fueron reverenciados... Nosotros sabemos a quién se debe la vida... cómo hay que invocar, cómo hay que rogar"... (los Mexicas).

Ver explicación más amplias y abundantes oraciones en: Hemos visto su estrella, Madrid, BAC, 1996, cap. I.

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II. LOS PUEBLOS Y GRUPOS QUE BUSCAN LA EXPERIENCIA DE LA UNIÓN CON DIOS

1) El camino de la experiencia de Dios en el área hinduista

Toda cultura busca expresar unos conceptos y una experiencia sobre la verdad y el bien. Toda religión es una búsqueda de la trascendencia por medio de la relación y unión con Dios, que es la suma verdad y el sumo bien.

En el capítulo primero hemos sintetizado el significado y valor de toda religión, señalando también unas pistas que ayuden a valorar justamente el nexo entre la religión (o la búsqueda de la verdad y el bien) y las tradiciones de un pueblo o de una cultura concreta. En ese contexto hemos hecho una referencia breve a las religiones tradicionales.

Algunas religiones privilegian el camino de la unión con Dios, mientras, al mismo tiempo, ofrecen tradiciones y libros que explican esta realidad vital. Ello aparece, de modo especial, en el hinduismo y en sus libros sagrados.

Grandes masas asiáticas, que hoy emigran a otras latitudes, aunque no siempre profesen explícitamente la religión hinduista, e incluso cuando ya profesan el cristianismo, llevan en sus raíces culturales, actitudes y contenidos imborrables, impresos en ellos por esa corriente religiosa de milenios.

El origen del hinduismo se remonta al segundo milenio antes de Cristo. Era la religión de los pueblos que habitaban las llanuras en torno al río Indo.

En los libros de los Vedas, que recogen tradiciones de dos mil años antes de Cristo, se encuentran las ideas básicas, que luego se mezclaron con diferentes culturas de dentro y de fuera de la India.

El "hinduismo" es también una forma de vida o una visión espiritual de la vida, que acentúa la experiencia religiosa más que los contenidos doctrinales. Dentro del hinduismo se encuentran innumerables expresiones religiosas, que son fruto, a veces, de tendencias provenientes de otras religiones, aunque integradas en la base hinduista.

Como ideas básicas, se observa una fe fuerte en Dios, así como un proceso cíclico de la creación (que incluye la reencarnación de las almas). Los lugares de culto y de peregrinación ofrecen imágenes de las diversas corrientes. Se tiene en gran aprecio al maestro del camino espiritual

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("guru"), que guía en el "camino" para llegar a la "unión" con Dios ("yoga"). Los ejercicios de concentración de la mente se basan ordinariamente en repetición de fórmulas ("mantra").

Entre las "Escrituras", hay que destacar los libros de los Veda (Rigveda, Yajurveda, Samaveda y Atharvaveda), que contienen la revelación. Hay comentarios posteriores, que constituyen la tradición que reflejan diversas escuelas. Al final de cada uno de los libros de los Veda, se encuentran los Upanishad o Vedanta, que ofrecen los mejores textos sobre la unión con Dios.

Dios es el ser supremo, inabarcable por el pensamiento y lenguaje humano. En él se distingue existencia-conciencia-felicidad ("Sac-cid-ananda") y se manifiesta de muchas maneras (teofanías: Brahma, Vishnú, Siva...). El mundo es un proceso de creación, conservación y disolución continua. El hombre es un alma en un cuerpo, del que debe liberarse por un proceso de nuevos nacimientos ("reencarnación", "transmigración"), hasta llegar a la salvación eterna o felicidad perenne en el más allá.

En cuanto a la "reencarnación" de las almas, se trata de un proceso de purificación constante del alma (que es eterna y atemporal) para poder liberarse finalmente de la existencia fenomenológica. Sólo después de una verdadera purificación, se llega a la salvación eterna, posible para todos los seres humanos.

Entre los numerosos libros de la tradición (comentarios), destaca el libro de Bhagavad-Gita (cántico del Señor) o simplemente "Gita", cuya autor y época de composición y escritura se desconoce. En cuanto a la elaboración oral, se puede localizar entre los siglos V y II antes de Cristo; la redacción escrita pudo tener influencias posteriores, incluso cristianas. Se considera el libro más popular del Hinduismo, a modo de "nuevo testamento" o perfección de las tradiciones anteriores. Es importante por contener el mensaje del yoga "bhakti", que es interpretado de muchas maneras por las escuelas hinduistas posteriores.

En los otros libros de la tradición, se recogen epopeyas, textos legales, narraciones sobre la creación del mundo, proverbios, así como también escritos de diversas sectas hinduistas.

En todas las corrientes hinduistas se intenta recorrer un camino de unión con Dios (Brahman), inmanente en todo el universo. Según los Upanishad, se puede experimentar a Dios, pero no se le puede describir, porque es inefable, trascendente, totalmente otro. A Dios ("Brahman") se le experimenta como existencia ("sat"), conciencia ("cit") y felicidad ("ananda"). "Sac-cid-ananda", sería la experiencia

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contemplativa de los tres aspectos de la realidad y unidad divina.

Dios es siempre más allá de todas sus manifestaciones. "No es conocido por quienes lo conocen; es conocido por quienes no lo conocen" (Kena-Upanishad). "Advaita" significa no-dualidad (es decir, quien ha llegado a esa no-dualidad), a modo de experiencia de identidad con Brahman (Dios). Es la experiencia (unión entre Brahman y Atman) que está en el trasfondo de los textos de los Upanishad. "Atman" significaba inicialmente "respiración", pero pasó luego a significar respiración o fuente vital, el ser más profundo del hombre, que puede, por tanto, identificarse con Brahman o principio autoexistente del que ha nacido todo el universo, cuyo reflejo sería el "yo" humano. Quedan dudas en algunas escuelas, sobre si Dios es personal o impersonal. Las escuelas místicas se inclinan por Dios personal.

El hinduismo propone también un proyecto de vida espiritual, que puede desarrollarse según cuatro estadios: el de los estudios sagrados, el de la vida familiar, el de la vida eremítica y el de la vida perfecta por la renuncia total ("sannyasa"). Este último estadio es un camino de pobreza, renuncia, soledad, amor universal, ecuanimidad y oración (contemplación).

Los maestros espirituales ("gurus") guían por el camino de la concentración del pensamiento para llegar a la autorrealización. Hay que distinguir entre los ejercicios psicofisiológicos (ascética), los ejercicios mentales (concentración y meditación), y la experiencia espiritual o iluminación. Hay muchos tipos de "yoga" (métodos o caminos para llegar a la unión con Dios). El más clásico se llama Raja-yoga (concentración-meditación), aunque se valora mucho el Bhakti-yoga (de la devoción amorosa hacia Dios). El método de la "meditación trascendental" (de Maharishi Mahesh Yogi, difundido en occidente a mediados del siglo XX), algunos lo consideran como un simple ejercicio de concentración, sin connotaciones religiosas; pero, de hecho, es difícil prescindir de preconceptos sobre el ser humano en relación con el Absoluto. No obstante, en occidente existen innumerables falsificaciones (y sectas), que apuntan a fines psicológicos, económicos, políticos y sincretistas.

La religiosidad popular hinduista sigue su propio camino, con expresiones celebrativas, cultuales, purificaciones, peregrinaciones, etc., dirigidas a diversas divinidades (que podrían ser manifestaciones de la única divinidad suprema). Se pueden encontrar oraciones, ofrendas, lecturas sagradas, libación del agua, repetición del nombre de Dios, meditación, imágenes, fiestas populares (con abundantes datos culturales y mitológicos), etc.

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A partir del siglo XVIII, el hinduismo de las clases intelectuales ha sido liberado del anquilosamiento y purificado de muchas exageraciones, gracias al contacto con la cultura occidental (aceptada o rechazada) y, de modo especial, con el cristianismo (la lectura del evangelio e incluso de los místicos cristianos). Se tiende a la valoración de todas las religiones, con una marcada tendencia al sincretismo, por un proceso de aglutinar en el hinduismo todos los demás elementos religiosos, y con fuerte tendencia caritativa y misionera.

Además de las innumerables sectas, actualmente se pueden distinguir dos tendencias principales: la aperturista (que valora más a las otras religiones) y la fundamentalista o radical. Existen grupos violentos que propiamente no se inspiran en los principios hinduistas, los cuales son siempre pacifistas.

De ese ambiente hinduista han surgido también algunos sistemas sincretistas, como el de Sri Ramakrishna Pramahamsa (1834-1886), que intentan hacer una síntesis de todas las religiones, como solución al problema del pluralismo religioso presente en todos los ambientes geográficos y culturales.

En el "occidente" y también en otras áreas geográficas y culturales, se valora muy positivamente la figura y los escritos espirituales de Rabindranath Tagore (1861-1941), Mahatma Gandhi (1869-1948), Sri Aurobindo (1872-1950) y otros escritores del hinduismo.

Hay algunas religiones relacionadas con el hinduismo, como el jainismo (desde el siglo VI antes de Cristo); rechaza la tradición de los Vedas y las castas, así como el modo de entender la reencarnación; acentúa la ascesis y el respeto a los seres vivientes. Tiene escrituras propias. La religión Sikh (muy devocional y mística) se origina en la región del Punjab (entre India y Pakistan), en el siglo XV. Toma contenidos del hinduismo y del Islam. Busca la presencia de Dios, cuya palabra creadora está contenida en el libro sagrado. Dios misericordioso el único guru o maestro, que ilumina la mente de sus discípulos, para poder liberarse de los males de la vida presente.

2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud

Algunos cristianos de culturas occidentales se declaran discípulos de maestros ("gurus") hinduistas, que ofrecen un camino de vida espiritual hacia la unión con Dios. Parece como que no encontraran, en su propia religión, maestros profundos de la experiencia de Dios, desconociendo la gran herencia mística cristiana. Pero también hay que constatar un desafío:

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la escasez de maestros actuales que se dediquen de verdad a guiar por el camino de la experiencia cristiana de Dios Amor. De hecho, algunos pensadores hinduistas dicen que no encuentran en la actualidad cristiana las experiencias espirituales del pasado.

De todos es conocida la figura emblemática de Madre Teresa de Calcuta (de origen albanés), que surgió en ese ambiente e insertó en él un testimonio cristiano auténtico. Figuras y sistemas hinduistas actuales aprecian a Madre Teresa como "epifanía" peculiar de Dios en el historia.

Al leer los textos hinduistas sobre la unión con Dios, todo cristiano queda cuestionado sobre la profundidad de los mismos. Se tiende a la unión con Dios e incluso a la identificación con él. Son textos que reflejan una búsqueda de siglos, intentando unificar el corazón para hacerlo disponible al Absoluto.

El concilio Vaticano II nos ha dado unas pautas de valoración: "En el Hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza" (NAe 2).

Los místicos hinduistas constatan, en su experiencia de Dios, que hay siempre un "más allá", una especie de oscuridad impenetrable. A veces, se expresa el dolor de esta búsqueda, confiándose totalmente en la bondad divina.

Hay dos expresiones que se encuentran en los Upanishad, que indican una búsqueda de unión y, al mismo tiempo, una separación: "yo soy Brahman", "tú eres eso". En el Bhagavad-Gita, se prefiere una especie de identificación con Dios, como si se le encontrara en todas las cosas; al pronunciar la sílaba "OM", se le quiere experimentar así: "Yo soy el Sí mismo que reside en lo íntimo de todos los seres" (Gita 10,20). Hay expresiones inexactas, que podrían ser o parecer panteístas; pero siempre se afirma la trascendencia de Dios.

Las expresiones místicas de los Upanishad indican que se puede experimentar a Dios, pero él sigue siendo inefable. Los creyentes hinduistas modernos hablan de una trinidad en la unidad: Dios (Brahman) es realidad o existencia ("sat"), conciencia ("cit") y felicidad ("ananda"). "Sat-cid-ananda", son como tres aspectos de la realidad divina (que no corresponden a la Trinidad cristiana, aunque podrían ser una preparación evangélica). Dios es la máxima unidad, por la que existen y sobreviven los seres.

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La Trinidad cristiana no es el resumen de tres aspectos de Dios, sino una naturaleza y tres personas, es decir, la máxima unidad de Dios Amor, donde el Padre se expresa a sí mismo engendrando al Verbo (el Hijo); ambos, en su amor mutuo, expresan (espiran) al Espíritu Santo.

El misterio trinitario se nos ha revelado sólo por Jesucristo. Sólo se le capta por la fe, que es don de Dios. Jesús llama a la "conversión" o apertura a los nuevos planos de Dios Amor sobre el hombre: es él quien ha salido al encuentro, quien "nos ha amado primero" (1Jn 4,19). Pero Dios continúa siendo inaccesible, hasta que llegue la visión en el cielo: "Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es" (1Jn 3,2).

Lo más cercano a la mística cristiana es el "bhakti" (yoga devocional o afectivo), descrito por el Bhagavad-Gita; es un encuentro vital entre el devoto y Dios, que puede conseguirse de diversas maneras, según las disposiciones de cada uno: 1) por medio de la contemplación intensa, 2) por las disciplinas espirituales, 3) por la obras diarias hechas por amor a Dios, 4) por el abandono total en Dios. La experiencia contemplativa cristiana no es fruto de la reflexión ni una conquista psicológica, sino un don de Dios, que es siempre misterio inabarcable.

No es posible calificar a Jesús de "advaita" (es decir, el que ha tenido una experiencia mística de identificación con Dios, de "no-dualidad"). La unión de Jesús con el Padre es de naturaleza (una sola naturaleza en Dios), salvando la distinción de personas; no es, pues, una adquisición experimental. Jesús tampoco es "avatara" (encarnación de Dios sólo a modo de teofanía), ni un simple "yogui" que ejercita una disciplina interior y llega a una experiencia profunda. La experiencia de Jesús es única, cuando dice "mi Padre", "Abba" (Lc 10,21). Sólo él ha salido del Padre y vuelve, con nosotros, al Padre (Jn 16,28). Ahora vive su realidad filial en nosotros y desde nosotros, y quiere comunicar esta gracia toda la humanidad.

Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, que no ha venido a destruir los valores preexistentes, sino a llevarlos a la plenitud (cfr. Mt 5,17), purificándolos y trascendiéndolos. El es el "cumplimiento" de las "promesas" de Dios en la historia, especialmente las del Antiguo Testamento. "Dios ha hablado de muchas maneras"; pero, en Jesús, "nos ha hablado por su Hijo" (Heb 1,1-2).

En la pobreza del propio ser, se vislumbra al que es más allá de toda experiencia (incluso más allá de la experiencia "advaita" de la no-dualidad). Es un despertar nuevo, imprevisto, no programado por ninguna "escritura". El sanyasa y advaita hindú es son testigo del Absoluto de Dios, por una

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vivencia de su presencia ("yo soy"... "tú eres", en identidad "mística"). Así se experimenta en sí mismo aquello que es independiente de todo lo que cambia y pasa. Pero el "tú" de Dios Amor sólo ha sido revelado por Cristo.

Los ejercicios de los "yogas" pueden ayudar a quitar obstáculos y prepara el corazón. Pero Dios, es siempre más allá de todo método, se da a sí mismo gratuitamente. "Tú eres más allá de todo... Tú eres todo ser y Tú no eres ninguno de ellos... Tú tienes todos los nombres, ¿cómo podré nombrarte si Tú eres el único a quien no se le puede nombrar? ¡Oh Tú que eres más allá de todas las cosas!" (S. Gregorio Nacianceno).

La fe cristiana afirma que el hombre queda renovado por Cristo precisamente en su ser, que fue creado como imagen de Dios para llegar a ser semejanza suya (cfr. Gen 1,26-27). Por la revelación en Cristo y como gracia de Dios, sabemos que esa imagen es de filiación. Al llegar, por la fe, a lo más hondo del corazón, se encuentra la verdadera fuente de la vida: Dios Amor, que nos ha escogido en Cristo su Hijo, para ser hijos en el Hijo (cfr. Ef 1,5). Ya podemos decir "Padre" a Dios, con, como y en Jesús, su Hijo, en el que estamos injertados o "bautizados".

Cristo es nuestro camino, "el camino" (Jn 14,6). Gracias al Espíritu, podemos decir como él, "Padre" (Rom 8,14-17). Solamente en Cristo podemos encontrarnos en un verdadero "yo-tú", en la máxima unidad y en la propia identidad, donde Dios continúa teniendo la iniciativa y sigue siendo el totalmente otro. En esta experiencia cristiana de Dios, Jesús dice en nosotros: "Yo y el Padre somos una misma cosa" (Jn 10,30); "yo soy" (Jn 8,24); "permaneced en mí y yo en vosotros" (Jn 15); "el que cree en mí, tiene vida eterna" (Jn 6,47). De este modo, nos hace participar en su realidad divina, sin que nosotros dejemos de ser criaturas humanas.

La experiencia espiritual y radical del hinduismo (en lo más profundo del propio ser) sólo podrá abrirse al cristianismo, si éste se muestra como testigo del encuentro con Dios Amor, Uno y Trino. Para que se llegue a afirmar y vivir la relación con Dios personal, que, por obra del Espíritu, nos ha enviado a su Hijo hecho verdadero hombre como nosotros, es necesario ver reflejada en la vida de los cristianos la verdad profunda de que Dios Amor es "alguien", cercano, inmanente y trascendente, en la persona de Jesús de Nazaret.

La Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento contienen una acción peculiar del Espíritu Santo. Se trata de textos inspirados por él, que contiene la revelación definitiva, porque van directamente al encuentro con Cristo como Mesías y Redentor, Salvador único y universal. Los libros de otras religiones (como en el caso del hinduismo) pueden contener una acción salvífica y providencial de Dios, sin que lleguen al

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grado de "inspiración" y de "revelación" propiamente dicha (como en el caso de la Sagrada Escritura en ambos Testamentos). Habrá que reconocer, no obstante, que "los libros sagrados de otras religiones... reciben del misterio de Cristo aquellos elementos de bondad y gracia que están en ellos presentes" (Dominus Iesus 8).

3) Orientaciones prácticas y experiencias

* No le sería posible a un cristiano apreciar en sus justos términos los valores religiosos del hinduismo, si no estuviese familiarizado con la experiencia de Dios Amor, que han descrito los santos y místicos cristianos, como San Gregorio de Nisa, San Agustín, San Bernardo, San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Juan de Avila, San Ignacio, Santa Teresa de Lisieux, etc. A la espiritualidad hinduista sólo se la puede apreciar en toda su hondura (sin olvidar sus límites), partiendo de la experiencia cristiana de Dios Amor.

* Los libros y tradiciones hinduistas presentan una experiencia profunda de unión con Dios, y señalan "caminos" para llegar a ella. Un cristiano que conozca el "credo" y los mandamientos, pero que no tenga "un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), caerá fácilmente en uno de estos dos errores: o dirá que los escritos hinduistas afirman lo mismo que las Sagrada Escritura, o reducirá esas milenarias tradiciones a sólo expresiones exóticas, exoréticas o metodológicas. En ambos errores, de despoja al hinduismo de su orientación hacia Cristo (a cuyo encuentro está llamada toda la humanidad). * Habrá que distinguir si se trata del hinduismo más popular, que tiene las características de toda religión tradicional (con aditamentos más devocionales y, a veces, muy imperfectos), o si se trata del hinduismo practicado por personas espirituales selectas. Estas últimas buscan la unión Dios y la paz en el corazón, que ellos quisieran ver en todo ser humano. Hoy es frecuente el hecho de que algunos "brahmanes" vivan en comunidades cristianas, en búsqueda de alguna experiencia peculiar de Dios. Si no vieran en los cristianos una actitud verdaderamente contemplativa (de encuentro personal con Dios), no descubrirían los signos de la presencia de Cristo resucitado.

* El hinduismo necesita ver cristianos que vivan de la meditación de la Palabra de Dios, con actitud de "silencio" (del corazón o de la escucha de los acontecimientos). Escuchando así la voz de Dios, se descubre su presencia en el corazón y en la historia, que lleva al encuentro con Cristo su Hijo.

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* Hay una pregunta que late en el corazón de muchos creyentes en Cristo: ¿por qué estas personas tan contemplativas no han llegado explícitamente a la "fe" en Cristo, aún habiendo leído su mensaje y hasta tal vez aceptado su persona? No hay que olvidar que el salto a la fe es don de Dios, por encima de toda experiencia religiosa. Dios respeta nuestra identidad y libertad, siempre más allá de nuestras conquistas y elaboraciones. "La medida para amar a Dios es la de amarle sin medida" (San Bernardo)

* Sería un contrasentido que el cristiano, al leer estas doctrina hinduistas tan profundas, comprometiera o relativizara su fe. Siempre hay un más allá de cualquier experiencia religiosa. Dios deja entender el "Yo soy" en el fondo del ser. Sólo el cristianismo, gracias a la revelación en Cristo, puede intuir ese más allá de Dios Amor, Uno en naturaleza y Trino en personas. Pero otras experiencias profundas, si son auténticas, no se oponen a la posibilidad de ese más allá insospechado y trascendental. Es lo que el cristiano debe testimoniar con su vida de desprendimiento de las cosas y de intimidad personal con Cristo.

* Las "semillas del Verbo", que Dios ha sembrado en el hinduismo, necesitan ver, en los cristianos, el encuentro vivencial y contemplativo con Cristo. Una Iglesia contemplativa, que expresa su estupor ante el misterio de Dios Amor, es la única que podrán aceptar los hinduistas. La afirmación de Juan Pablo II (en 1990) resulta profética: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación" (RMi 91). La oración cristiana podrá fácilmente inculturarse en el ambiente hinduista, si aparece como "silencio lleno de una presencia adorada" (OL 16).

* Experiencias: Un fervoroso brahmán me explicó su inesperada conversión. Era director de un hospital, a cuyo servicio invitó a unas religiosas, las cuales pidieron la disponibilidad de una capilla. El director quiso ver cómo habían quedado los arreglos y se encontró frente a un crucifijo. Después de unos momentos de duda sobre el fracaso de Jesús en la cruz, sintió en su corazón: "lo hizo por mi amor". La consecuencia fue decidirse a recibir el bautismo, amar a Cristo y hacerle amar, dejándolo todo por él.

* Un famoso "guru" (en Bangalore) estaba desarrollando unas conferencias sobre el "yoga" o camino para unirse a Dios, despegando el corazón de todas las cosas. Un misionero, que asistió a las conferencias, nos contó su experiencia. Había quedado impresionado por la doctrina y fue a dar las gracias al Maestro espiritual ("guru"), el cual tenía un crucifijo. Al preguntarle el por qué tenía este signo cristiano, respondió:

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"Yo explico el yoga de purificación y desprendimiento, pero Jesús practicó un nuevo yoga, el de morir amando perdonando. ¿Cómo se pone en práctica este yoga?"

* Oraciones:

"¡Llévame del no-ser al ser!¡De las tinieblas llévame a la luz!¡Y de la muerte, a la inmortalidad!" (Brhadaranyaka Upanishad 1,3,28; es la oración más antigua de los Upanishad).

"Tú eres el Padre de este mundo... Haz tú conmigo, Dios, como un Padre con su hijo, como un compañero con su compañero, como un amante con su amante" (Bhagavat-Gita 11,40-44)

"El está en mí, como yo en El estoy,juntos los dos, como el agua en el agua...He sorbido el zumo de su amor y, sin embargo,a mi Dador no he visto todavía" (Kabir, 1440-1518).

"¡Oh Amante del que te ama!¡Oh Todo, Todo y Nada!¡Esplendor! ¡Densísima Tiniebla!...Gracias a tu gracia me es posiblea mí, tan pecador, el sumergirmeen ese mar eterno y trascendente,mar de felicidad que lo eres Tú.Tú te me diste; a cambio me has tomado" (Manikkavacakar, siglo X).

"Es el tiempo de sentarse quieto frente a ti,el tiempo de cantarte, en un ocio mudo y rebosante,la ofrenda de mi vida" (Tagore, Gitanjali n.5).

"Aquí me tienes sentado a tus pies.Déjame sólo hacer recta mi vida, y sencilla,como una flauta de caña,para que tú la llenes de música" (Tagore, Gitanjali n.7).

"No he visto su cara, ni he oído su voz;sólo oí sus pasos blandos, desde mi casa, por el camino.Todo el día interminable de mi vidame lo he pasado tendiendo en el suelo mi estera para él;pero no encendí la lámpara, y no puedo decir que entre.Vivo con la esperanza de encontrarlo;pero ¿cuándo lo encontraré?" (Tagore, Gitanjali n.13).

"Mi oración, Dios mío, es ésta:Hiere, hiere la raíz de la miseria de mi corazón.Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares...

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Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza,enamorado, a tu voluntad" (Tagore, Gitanjali n.36).

"He ido a la raíz de las cosasy no he encontrado más que a El.Ahora ya no poseo nada más que a El...Señor, ayúdame a no fijar mi miradaen cosas que suscitan pensamientos torcidos" (Gandhi, adaptación del Himno del Gujurat).

"OM, yo adoro la Sac-cid-ananda,el Ser, el Conocimiento y el Gozo...El tres veces Santo, el Eterno, el Trascendente...Padre, de quien todo procede...Causa de todo, Mirada Creadora, Providencia.El Verbo, no hecho, infinito,el Engendrado, el Hijo del hombre,lleno de gloria, Imagen del Padre,Pensamiento subsistente, Liberador.Gozo absoluto, que procede conjuntamente del Ser (sat) y del Conocer (cit).Soplo Santo, el que purifica todo, el Inabarcable,Voz de la Voz, Don de vida. OM" (Himno de Sri Swami Brahmabandhab Upadyaya, Bramán bengalí, que se bautizó en 1891 y murió en 1907. Su oración quiere ser, diríamos hoy, la "inculturación" del misterio trinitario en la cultura contemplativa hindú ("Sac-cid-ananda").

Ver explicación más amplias y abundantes oraciones en: Hemos visto su estrella, Madrid, BAC, 1996, cap. II.

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III. LOS PUEBLOS Y GRUPOS QUE CAMINAN HACIA LA TRASCENDENCIA.

1) Un camino hacia la trascendencia en el área budista

Las escuelas y corrientes de línea budista son muchas y variadas, con un substracto común: la búsqueda de una experiencia del más allá (la trascendencia). La expansión y el influjo del budismo es hoy universal, pero especialmente se ha acentuado en los pueblos del Asia. Se dice que es la cumbre del ascetismo filosófico-religioso de Asia. Sus grandes valores son descubiertos y apreciados también y especialmente en ambientes cristianos. También se puede constatar el gran aprecio que el budismo tiene del cristianismo.

No se trata sólo del budismo en sí mismo (tanto en el caso de que sea considerado religión, como si sólo se le acepta como metodología en la búsqueda de la trascendencia), sino también de corrientes nuevas inspiradas en el budismo, que, a veces, tienden al sincretismo y a la simplificación de experiencias religiosas (mezcladas con tendencias no budistas).

Buda ("iluminado") se identifica con el príncipe Siddhartha Gautama (siglo VI antes de Cristo). Nació en lo que es hoy el Nepal y vivió en el noreste de la India hacia los años 563-483 antes de Cristo. Los contenidos del budismo se concretan en la "iluminación" sobre el significado del dolor y la búsqueda de sus causas y de las soluciones. Quien ha llegado a esta iluminación, queda llamado a la "compasión" para ayudar a toda la humanidad a liberarse del dolor. Ha tomado muchos elementos del hinduismo, como la reencarnación o renacimiento, la retribución de las propias acciones, la tendencia hacia el Absoluto, la experiencia de interioridad en la búsqueda de la salvación, interpretándolos de manera diversa.

Buda consiguió la iluminación (sentado bajo un árbol) por una "vía media" (ni la vida de placeres ni la mortificación rigurosa) considerando las "cuatro nobles verdades" (la doctrina), que explicó en su sermón de Benarés y que luego predicó durante cuarenta años a toda clase social. Según algunas escuelas, el "Buda" celeste, preexistente, se habría encarnado en el Buda histórico (Siddhartha Gautama), y continúa encarnándose en otras personas a través de la historia.

Al proponer un camino de salvación, el budismo se ha ido adaptando a diversas culturas y sectores religiosos. Es decisiva la influencia de sus centros educativos ("pagodas"), ordinariamente regentados por monjes ("bonzos"). Los maestros ayudan al camino de la meditación para llegar a la experiencia de la trascendencia. Se destacan tres puntos básicos: una separación del mundo, con una ascética equilibrada y una tendencia mística o meditativa que tiende a la liberación interior.

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Los tres elementos básicos ("triple joya") del budismo son: el Iluminado y Maestro ("Buda"), la Doctrina ("Dhamma") y la Comunidad de los discípulos ("Sangha"). En esta fe se fundamenta el camino de la interioridad: "Me refugio en Buda (el que ha llegado a la iluminación), me refugio en la Doctrina (que me indica el camino para la iluminación), me refugio en la Comunidad (de los que siguen a Buda y buscan la iluminación)".

La doctrina budista consiste en la enseñanza de un camino para llegar a una experiencia de liberación. Es una pedagogía interior que ayuda a liberarse de ilusiones y pasiones. Se diagnostica el mal y su origen, y se propone el camino técnico para la curación.

Las cuatro nobles verdades son: 1) todo lo que existe es dolor y caducidad; 2) esta situación de dolor es causada por los deseos y la ignorancia; 3) se puede llegar a la salvación superando este estado; 4) el camino que conduce a esta liberación e iluminación ("nirvana") consiste en ocho etapas: visión recta, propósito recto, palabra recta, acción recta (para evitar esfuerzos inútiles), forma de vida recta (observancia de los mandamientos), esfuerzo (mental) recto, atención (conciencia) recta, concentración recta. La concentración mental o meditación consiste principalmente en las tres últimas. La "meditación" es la "vía media" encontrada por Buda.

Todos estos elementos, juntamente con otros más monásticos, se contienen en las "escrituras" budistas canónicas ("Tipitaka" o triple cesto). Buda sólo predicó esta doctrina. Su enseñanza oral pasó a ser escrita posteriormente, dividiéndose en muchas escuelas. La interpretación de esta doctrina corre a cargo de quienes han tenido la experiencia mística de la iluminación.

Cada uno es invitado a realizar la experiencia de liberación por su cuenta. El budismo busca la respuesta a las cuestiones fundamentales del hombre en el corazón del mismo hombre. Es un camino del corazón. Se busca la experiencia de lo trascendente por medio por un camino introspectivo y meditativo, para llegar a la iluminación o conocimiento pleno de la realidad en el nirvana.

Puesto que no se habla directamente de Dios, algunos afirman que no se trataría de una religión, sino de una metodología de interioridad. Pero todos los conceptos tienen una dimensión religiosa, específicamente budista, que no compagina fácilmente con los elementos de otras religiones. La búsqueda de la salvación definitiva, aunque se centre directamente en el hombre y no en la divinidad, quiere llegar a lo "indecible" de esa experiencia. No aparece el "alguien" de esta trascendencia, sino que se llega a la experiencia sin

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poderla explicar.

Son innumerables las sectas de línea budista; pero hay que distinguir las tres grandes escuelas o vehículos budistas: el budismo "Theravada" identificado con la cultura y constituyendo la religión principal (Sri Lanka, Birmania o Myanmar, Tailandia, Laos); el budismo "Mahayana" que tiene expresiones de las religiones o culturas locales (taoísmo y confucionismo en China, en Corea y en Vietnam; shintoísmo en Japón); el budismo "Vajrayana" (en Tibet, Nepal, Mongolia), que se caracteriza por las técnicas breves y eficaces para conseguir la salvación e iluminación: fórmulas, invocaciones, gestos, pensamientos, a veces con fórmulas mágicas. En todas las escuelas, Buda es el maestro indiscutible. Existen otras muchas escuelas derivadas de estas tres más importantes.

En el budismo del Tibet, se califica de "Dalai-Lama" a los soberanos espirituales y políticos, maestros profundos como el océano (Dalai: océano; Lama: Maestro); a veces, se les considera una emanación de la divinidad tutelar del Tibet; el actual (Tenzin Guatsho) es la decimocuarta reencarnación (la primera fue en 1391).

En todas las escuelas o líneas budistas se encuentra un modo de hacer meditación. Se busca conseguir la unificación y paz interior del espíritu y también para llegar a la iluminación liberadora. Se usan, según las diferentes escuelas, medios adecuados, como pueden ser gestos, imágenes, ofrendas, candelas y palabras. Se necesita la orientación de algún maestro.

Algunas intentan llegar a la unificación psicológica interior con consecuencias en el campo de la salud, eficacia, agilidad mental, fuerzas ocultas, etc. Otros prefieren llegar a una visión profunda de las cosas contingentes, puesto que todo pasa.

Se llega a la salvación ("nirvana") cuando se ha conseguido una iluminación interior, como experiencia del "Absoluto" en lo más profundo del propio ser. Es la sabiduría o perfecta liberación. Para ello se necesita una disciplina moral, ayudada de la concentración mental.

La meditación "zen" (del Japón) procede las escuelas chinas del siglo VI; se caracteriza por la iluminación espontánea (no conquistada), que hace posible volver a la armonía de la naturaleza. Hay muchas escuelas de "zen", pero en todas ellas se busca el control de la mente, el control de la respiración y el control del cuerpo. Existe una descripción del itinerario de la meditación "zen", a base de diez etapas, con la parábola del buey (que remontan al siglo XI y es de influencia china), que puede explicarse de diversas maneras, siempre como un proceso para llegar a la unificación del

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corazón en la experiencia del absoluto. En el "zazen" (zen en postura sentada) se adopta una postura corporal sin rigidez, acompañada de respiración rítmica y mente calmada (repitiendo la palabra "mu", nada, con la respiración). Se quiere llegar a una experiencia de en el corazón y de unidad universal.

En toda escuela budista se busca al Absoluto (Dios), sin mencionarlo y sin negarlo. Es difícil precisar si se trata de una actitud relacional de oración (aunque sí existe esta actitud de oración en algunas escuelas o expresiones populares). Lo importante para el budismo es experimentar el camino para llegar a la iluminación (como encontrando al Buda idealizado en la realidad profunda), que es la indescriptible experiencia de la trascendencia. Según el budismo, es el "mas allá" de toda experiencia religiosa. En el budismo se tiende a una espiritualidad de dominio de sí y de "compasión" o benevolencia hacia los demás.

2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud

Ya los Santos Padres y antiguos escritores cristianos habían hecho referencia al budismo y al hinduismo, como lugar donde se encuentra una "pedagogía" divina (o preparación evangélica) que lleva al encuentro con Jesucristo, "hasta que el Señor quiera llamarlos" (Clemente de Alejandría, Stromata). En el siglo II, San Justino habla de las "semillas del Verbo", refiriéndose a los estoicos (Apología, citado en AG 3,11; EN 53,80; RMi 28; VS 94).

El concilio Vaticano II ha trazado unas líneas básicas para apreciar el budismo: "En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado, pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados en el auxilio superior" (NAe 2).

Podemos apreciar en el budismo algunos elementos de valor universal: la responsabilidad de la propia acción personal, las normas éticas y espirituales, la relatividad o transitoriedad de las cosas, la aspiración a una salvación última y trascendente, el esfuerzo por la interiorización o concentración a modo de interioridad silenciosa, el desprendimiento para llegar la libertad interior, el significado de las figuras o modelos de santidad, la vida monástica y contemplativa, la ayuda a los demás, etc.

Buda no se consideró ni el creador ni el objetivo de la salvación humana, sino el mensajero de una experiencia de salvación respecto al dolor y a la contingencia humana. A

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partir de esta "iluminación" (nirvana), se dedicó, con espíritu "compasivo" a ayudar a otros conseguir esta misma liberación. Los cristianos, apreciando en sus justos términos esta experiencia (y la de otras religiones), basamos nuestra fe en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, el Salvador y "el camino" para la salvación definitiva e integral (fruto de la gracia y de la cooperación humana), que será posible sólo en la visión y encuentro con Dios Amor.

Resulta difícil para el cristiano poder conjugar algunos elementos budistas, especialmente en lo que se refiere a Dios personal y a la relación con él (religión). Si se trata de conceptos, será posible dialogar o discutir. Si se trata de una experiencia indescriptible, será prácticamente imposible compartirla en el diálogo teórico. Los místicos cristianos también afirman que la experiencia de Dios es indescriptible, pero ofrecen unas pistas doctrinales basadas en el mensaje de Jesús. Bastaría con leer San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual (estrofas poéticas comentadas con doctrina teológico-bíblica).

El cristiano no puede dejar de lado su experiencia de encuentro con Cristo y, por tanto, con Dios amor. Tampoco puede relativizar el mensaje de las bienaventuranzas y del mandato del amor. La persona humana es irrepetible y responsable en el tiempo señalado por Dios durante el único período de su vida mortal (admitir la "reencarnación" de las almas sería un dato contrario a la dignidad humana).

Hay muchos datos de la oración budista que son de gran valor. Aunque no aparece siempre explícitamente una relación interpersonal, se puede apreciar una orientación de admiración hacia todo lo que sea el más allá. Incluso en algunas escuelas budistas (como en el Tibet), las fórmulas oracionales ejercen una eficacia en la vida y, a veces, tienen sentido de invocación y de petición. Los métodos budistas de meditación, evitando las connotaciones doctrinales que parezcan excluir a Dios, pueden ser útiles para la vida y oración cristiana, en vistas a la unificación del corazón, la pacificación de la mente y las actitudes altruistas.

Algunos pensadores budistas de hoy tienen un modo diferente de entender el concepto o realidad de Dios. No se considera como otro o aparte, sino partiendo de la propia realidad: coexistente, cooriginado, en relación e interdependencia recíproca. En la meditación zen se da una búsqueda de la "mente no-nacida" o de la "faz original", que puede dejar entrever la búsqueda del Dios desconocido.

La doctrina de San Juan de la Cruz, ayudará a encontrar una comprensión adecuada. El Verbo de Dios, es su Palabra pronunciada "en eterno silencio" y que "en silencio ha de ser oída" (Dichos, 99). El camino para ir a Dios pasa por el

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corazón, donde está la fuente y el origen de la vida. El "no saber" conduce a la verdadera sabiduría: "ya cosa no sabía, y el ganado perdí que antes seguía" (Cántico, c.26).

La experiencia mística cristiana es de encuentro interpersonal. Dios no sólo se manifiesta en la historia, sino que está oculto en lo más profundo del ser humano. Se busca la comunión o relación interpersonal con Dios Amor, oculto en la experiencia de la propia nada, donde queda siempre el verdadero yo (el primer rostro del hombre), en un deseo innato de encuentro con Dios. En la "nada" absoluta, de la que habla San Juan de la Cruz ("en el monte, nada"), empieza la contemplación como "noticia amorosa" infundida por el mismo Dios (Llama, 3,32).

El camino de esta experiencia contemplativa es siempre Jesús, Dios hecho hombre, nuestro hermano. En lo más profundo de nuestro ser, al vaciarnos de las tinieblas (del egoísmo), se encuentra la luz de la vida, la "iluminación" más profunda. Más allá de toda vida está la fuente de la vida. Llegar a ella es un don de Dios, es la fe. En el fondo del corazón ha nacido la alegría que libera de todo miedo: "en tus manos, Padre" (Lc 23,46). El "paso" de esa experiencia de "abandono" (Mt 27,46), a la afirmación confiada de la paternidad de Dios, es un proceso "pascual", que sólo es posible con la gracia divina.

3) Orientaciones prácticas y experiencias

* Los contenidos del budismo (y la misma persona de Buda) son un reto impresionante para toda religión. Decía Romano Guardini que "Buda es tal vez el último genio religioso con el cual deberá confrontarse el cristianismo" (El Señor). El encuentro con el budismo sólo puede ser a partir de una profunda experiencia de Dios Amor, revelado por Jesucristo, presente en los más profundo del corazón. Nadie que no fuera contemplativo, sería signo creíble para un budista. Sólo sabrá dialogar con el budismo, quien no pueda prescindir del encuentro diario con Cristo en su Euaristía, en su evangelio y en su comunidad eclesial.

* Es frecuente encontrarse con personas bautizadas que se declaran "budistas", por el hecho de asistir a experiencias grupales de esa orientación. A veces las han manipulado diciéndoles que se puede ser, a la vez, cristiano y budista, para hacerlas pasar paulatinamente sólo al budismo. Pero hay muy buenos budistas (como el actual "Dalai-Lama", del Tibet), que aconsejan a los cristianos permanecer en su propia religión.

* Hay quienes, siendo bautizados, hablan de Jesús como de "un Maestro", entre tantos, parecido a Buda o a otra figura

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religiosa de la historia. Tengo la impresión de que actualmente hay muchos cristianos que viven el mensaje evangélico de modo sujetivista y apriorísticamente, y no como Jesús mismo lo predicó. Esta actitud superficial es un riesgo de apostasía. Porque Jesús es tal como es, independientemente de unas preferencias sujetivistas o seleccionadas al gusto del consumidor.

* La creencia en la reencarnación de las almas va conquistando un amplio público. En realidad, hay una base positiva: la de dar nuevas oportunidades para cambiar de vida. En el cristianismo, esas oportunidades se tienen continuamente por medio de los sacramentos, en todo el decurso de la vida. La dignidad de la persona humana quedaría aniquilada y banalizada con la reencarnación. La fe cristiana nos ofrece algo más profundo: la comunión de los santos, es decir, la ayuda fraterna de todos los demás creyentes, a modo de vasos comunicantes y de familia donde se comparten todos los bienes materiales y espirituales.

* Si los buditas afirman que su experiencia es el "mas allá" ("beyond") de toda experiencia religiosa presente en la humanidad, habrá que tener en cuenta que Dios es siempre más allá de toda experiencia ("beyond the beyond"). La novedad de Jesús, que no destruye ningún valor o experiencia positiva, consiste en esta afirmación fundamental: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). La diferencia (de fe) está en el misterio cristiano de la inhabitación: Dios Amor que habita en el corazón.

* Puede haber una gran sintonía mutua entre quienes buscan sin cesar al mismo Absoluto. "Todo se pasa... sólo Dios basta" (Santa Teresa). Dios misericordioso, que ha guiado toda la búsqueda humana sobre la trascendencia, sigue siendo sorprendente, más allá de toda experiencia cristiana y no cristiana. No se impone; se da, cuando él quiere y como él quiere. El "más allá" queda siempre como sorpresa. Hay que permitir a Dios que siga siendo sorprendente. Es el sentido cristiano de la adoración.

* Algunos sectores budistas actuales están abiertos al diálogo interreligioso. La colaboración puede ser muy fructífera para todos. La asociación budista japonesa Rissho Kosei-kai, fundada en 1938 por Nikkyo Niwano, tiende, por medio de la práctica religiosa, hacia la consecución de la paz mundial, con la cooperación de todas las religiones y según las orientaciones budistas, derivando hacia los servicios sociales y afiliaciones políticas. Si se tratara de sincretismo (amalgama doctrinal indiferenciada de todas las religiones), no compaginaría con la fe cristiana.

* Para que el budismo acepte los contenidos del mensaje

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cristiano, necesita ver que, en los cristianos, esos mismos contenidos ya han realizado la unificación del corazón e indican un "más allá" que sólo se descifra gracias a Jesús resucitado presente en todo corazón y en todo camino humano.

* Experiencias: Esperando en el aeropuerto de Bombay a que mi dieran el permiso de entrada, después de varias horas de nerviosismo (por las dificultades del visado), se me acercó un budista ceilandés (que había venido conmigo desde Colombo) y me preguntó: "¿Qué yoga emplea Vd. para estar tan tranquilo?". Le mostré un texto de Santa Teresa que estaba leyendo: "Con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir" (Vida, 22,6). Le hablé de la presencia de Cristo resucitado en nuestras vidas.

* Durante un viaje intercontinental, una persona bautizada, de grandes cualidades morales y técnicas, me manifestó que se había pasado al budismo. A cada insinuación mía sobre Jesús o sobre el evangelio, respondía con gran respeto hacia el Señor (como "Maestro Jesús"), mientras, al mismo tiempo, reafirmaba sus "creencias" budistas. Le indiqué que quien han encontrado de verdad a Jesús como Hijo de Dios, no puede abandonarlo ni relativizarlo; la experiencia del encuentro con Jesús deja huellas imborrables. Me pareció que mis consejos no caían en saco roto...

* En el parque de la Paz de Nagasaki, se ha colocado un imagen moderna de Buda, con un rostro que se parece a nuestras imágenes de Jesús. Con una mano señala el cielo (como indicando "gloria a Dios") y con la otra, la tierra (como indicando "paz en la tierra"). Ha sido muy contravertida, porque parece apropiarse el mensaje cristiano. Si se aceptara a Jesús como Hijo de Dios, no habría motivo de controversia.

* Oraciones y meditaciones:

"Yo me refugio en el Iluminado (Buda),Me refugio en la Doctrina (Dharma)Me refugio en la Comunidad (Sangha)" (oración monacal, en la sala de comunidad, ante la estatua de Buda; nota: Según algunos autores, este texto podría recitarse en sentido cristiano, variando la traducción: "Me refugio en Jesús, me refugio en el Evangelio, me refugio en la Iglesia".

"Así como el Sublime ha manifestado su verdad de muchas maneras, así también yo me refugio en Ti, en la Ley y en la Comunidad" (Texto oracional de las escrituras budistas en pali).

"Me inclino con reverencia delante de Buda...El Señor Iluminado es refugio de toda criatura...Quiero ser servidor de Buda, mi Señor y Maestro...Ofrezco mi cuerpo y mi vida a Buda.Honro la iluminación de Buda, hacia la cual me dirijo.

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Este deseo me haga progresar en la religión del Maestro"... (Alabanza dirigida a Buda)

"Yo respiro... el universo palpita" (meditación Zen).

"Así como Brahma (Dios) es honrado por los dioses,del mismo modo hoy nosotros te rendimos culto.Tú (Buda) eres el Iluminado, el Unico Maestro.En el cosmos, incluyendo los cielos,no se encuentra nadie como tú" (Oración en el budismo mahayana).

Ver explicación más amplias y abundantes oraciones en: Hemos visto su estrella, Madrid, BAC, 1996, cap. IV.

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IV. EL PUEBLO QUE CUSTODIA LA REVELACIÓN PERSONAL DEL DIOS DE LA PAZ, EN LA ESPERANZA MESIÁNICA.

1) El camino de la Alianza con Dios en la esperanza mesiánica

El camino del pueblo que desciende de Abraham, Isaac y Jacob (Israel), ha sido siempre un avanzar de sorpresa en sorpresa, como símbolo y resumen de toda la historia humana, hasta que un día todos los pueblos entrarán en la promesa salvífica hecha por Dios desde los primeros siglos.

La religión practicada según el Antigua Testamento se llama "hebraísmo" o "judaísmo". Los "hebreos", habitantes "del otro lado del desierto" ("habiru"), son descendientes de "Heber", antepasado de Abraham, en Mesopotamia (hacia el tercer milenio antes de Cristo). "Israel" ("el fuerte de Dios) es el nombre dado a Jacob. Los descendientes de Jacob entraron definitivamente en Palestina después del exilio en Egipto. Se llaman también "judíos" o habitantes de Judea (que reconocen a Dios). La religión connota la relación estrecha entre Dios, el pueblo y la tierra.

La religión hebraica se basa en la elección divina del pueblo de Israel, sellada con un pacto ("Berit") o Alianza esponsal y expresada en una ley (Torá) dada por el mismo Dios en el Sinaí, por medio de Moisés, hace unos tres mil años (Ex 19-20). Dios eligió "al más pequeño de todos los pueblos" (Deut 7,7).

Los contenidos del Decálogo se encuentran, desde el inicio de la historia, en toda conciencia o corazón humano, y han servido de inspiración a muchos códigos legales posteriores (Ex 20; Lev 19,9-18). La novedad de la revelación veterotestamentaria está en la relación personal que Dios manifiesta al proclamar de nuevo la ley y Alianza escrita en los corazones: "Escucha, Israel: Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Deut 6,4-9; cfr. Deut 11,13-21; Num 15,37-41).

El Dios de las Escrituras es un Dios que habla como quien es siempre fiel al amor, dispuesto a ayudar al ser humano, a cada pueblo y, de modo especial, a "su pueblo", para que siga confiadamente en el camino de la esperanza de una salvación definitiva por medio del Mesías. Desde la creación, Dios busca al hombre para un diálogo y un encuentro definitivo. La Alianza es para siempre; por esto Dios exige un amor sincero y fiel de parte de su pueblo.

Los orígenes de la elección y Alianza se encuentran ya en

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Abraham (Gen 12ss; 17,1-14), y pasan a su descendencia (por Isaac y Jacob), como una actualización peculiar de la primera Alianza divina con toda la humanidad por medio de los primeros padres: con Adán en la promesa de redención (Gen 3,15), con Noé después del diluvio (Gen 9,8-17). Pero el momento definitivo de esta Alianza es el "paso" (Pascua) de Egipto hacia el desierto del Negeb y el Sinaí (Horeb), bajo la guía de Moisés, para renovar la Alianza divina y poder entrar en Palestina (Canaán), la tierra prometida por Dios.

Al renovarse la Alianza en el Sinaí, se pueden constatar tres momentos: 1) Dios elige Israel para "ser su propiedad personal entre todos los pueblos... un reino de sacerdotes y una nación santa", y el pueblo responde: "haremos todo cuanto ha dicho el Señor" (Ex 19,3-8); 2) Dios se manifiesta por medio de señales en el Sinaí "ante todo el pueblo" (Ex 19,16ss) y comunica la Ley (Torá) (Ex 20-23); 3) Moisés sube al monte y entra en la nube donde se manifiesta la gloria de Dios (Ex 24,12-18), para comunicar luego al pueblo las palabras del Señor y pedir el consentimiento: "Haremos todo cuanto ha dicho el Señor" (Ex 24,3); 4) se ratifica la Alianza con la lectura de las palabras del Señor, que el pueblo promete cumplir, mientras se ofrecen sacrificios para sellar el pacto con sangre: "esta es la sangre de la Alianza, que ha hecho Dios con vosotros" (Ex 24,4-8).

La sangre con que se selló la Alianza simbolizaba la vida: Dios y el pueblo se unían para siempre en una sola vida. Dios seguirá siendo siempre fiel a la Alianza. El camino por el desierto durante cuarenta años fue un tiempo especial de pruebas (con éxitos y fracasos), en vistas a recibir la gracia para escuchar la palabra, vivir la Alianza y ansiar la unión con Dios en la tierra prometida.

En la Biblia, se contienen los cinco libros de la Ley (Pentateuco), así como los Profetas, los Salmos y demás libros sagrados. Recogen la revelación de la voluntad de Dios, su palabra. Es la autorrevelación personal de Dios, no equiparable a ninguna otra escritura religiosa de otros pueblos. Es una declaración de amor y una exigencia de amor: "Sed santos porque yo, vuestro Dios, soy santo" ( Lev 19,2); "yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios" (Ex 6,7).

Los contenidos de la Ley se pueden resumir en la "shema": "escucha, Israel: Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Deut 6,4-9). Así se reconoce la unicidad de Dios, la exigencia de amarle con todo el corazón, el deber de conservar en el corazón y cumplir fielmente la Torá, así como de transmitirla a las generaciones futuras y de profundizarla continuamente. El amor al prójimo es una consecuencia del primer mandamiento: "amarás a Dios con todo tu corazón" (Deut 6,5); "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lev 19,18).

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La palabra de Dios va unida a su presencia en medio de su pueblo (cfr. Ex 29,43); presencia que se expresa con el signo de la "tienda" (la "shekinah") que será luego, ya en Palestina, el templo (Ex 26). Así Dios irá mostrando cada vez más el significado de su presencia, hasta manifestarse como el "Emmanuel", Dios con nosotros (Is 7,14). El pueblo de Israel tiene la vocación de ser un pueblo escogido como "signo levantado" (Is 11,12). Confesando la unicidad y bondad del Dios de la Alianza, se hace testigo de las promesas para toda la humanidad. Se aspira a la redención integral del hombre y de toda la humanidad. Los profetas sostendrán esta esperanza de "un nuevo cielo y una nueva tierra" (Is 65,17; 6,22), como advenimiento del Reino de Dios.

En los escritos sagrados van apareciendo las promesas de Dios, apuntando hacia una época de paz y hacia una figura, la del Mesías o "ungido". Es en tiempo de Isaías (siglo VIII a.C.) cuando el tema se hace más explícito, tanto respecto a la salvación y paz universal de todos los pueblos (cap. 2 y 11), como en relación con la figura concreta del Mesías, el Emmanuel (Is 7,14), rey justo (Is 11) y el siervo doliente (déutero Isaías: Is 42-55).

Los profetas invitaban a volver al "desierto", para oír la voz de Dios que habla al corazón de su pueblo (Os 2,16-21), como un esposo que recuerda a su esposa un pacto de "amor eterno" (Jer 31.2). El amor de Dios para con Israel es "fuerte como la muerte" (Cant 8,6), y será capaz de restaurar al pueblo como se devuelve la vida a unos huesos secos (Ez 36-37). Así la Torá será escrita en "los corazones" (Jer 31,32), porque Dios infundirá en ellos "su Espíritu" (Joel 2,27-28) para que tengan "un corazón nuevo y un espíritu nuevo" (Ez 18,30-32; 36,26-27).

Según la tradición profética, el Mesías había de ser descendiente o "hijo de David" (2Sam 7,12-16; Is 9,5-6; 11,1-12; Sal 2,7; 110). La "hija de Sión" (que personifica a Israel) llegará finalmente a la alegría de la salvación (Sof 3,14-20). Entonces se ofrecerá la "oblación pura" (Mal 3,4) y se demostrará una vez más la fidelidad de Dios a su pacto de amor (Miq 1,2ss). La esperanza mesiánica, según los profetas, se recupera siempre por una actitud de reconocer los propios pecados pidiendo perdón al Señor.

Son tres las fiestas principales de peregrinación: Pascua ("Pesah"; Ex 12; Lev 23,5-8), el 14 del primer mes ("nissan"), como celebración actualizada del "éxodo", es decir, de la liberación de Egipto; Pentecostés (de los "cincuenta días" o de las siete semanas después de Pascua), como celebración de las primicias de la cosecha, para dar gracias a Dios (Lev 23,15-16); Tabernáculos (o "cabañas"), como fiesta de peregrinación para agradecer las cosechas de todo el año, especialmente del vino y del aceite (cfr. Lv 23,34-43).

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Se celebra también la fiesta del año nuevo, como recuerdo de la creación y de la Alianza, para "volver" a los planes de Dios y "recordar" su juicio y su misericordia ante los propios fallos. Con esta fiesta comienzan los siete días de penitencia que terminarán con la fiesta del grande perdón ("yom kippur"). Semanalmente se celebra el sábado (cese del trabajo y reposo), para recordar el "descanso" santo de Dios después de la creación (Gen 2,3). De suyo consiste en dar sentido al tiempo y a la existencia humana, como peregrinación hacia el sábado eterno, la eternidad. Es día de gran alegría familiar (cfr. Is 58,13), que comienza al atardecer del viernes, celebrado en casa y en la sinagoga. En el año sabático o séptimo sábado (Ex 21,2-6; Lv 25,2-5) se dejaba reposar la tierra, dejando sus frutos para toda la comunidad. El jubileo (Lev 25,8-31) tenía que celebrarse cada cincuenta años, para que la tierra volviera a sus primeros propietarios, como recordando que el verdadero Señor de la tierra es Dios.

Entre las diversas épocas históricas, hay que señalar (en los tiempos de Jesús) la existencia de un grupo de los esenios (redescubiertos con los escritos del Qumram), que vivían totalmente aparte la observancia de la Ley, de un modo radical y comunitario-monacal, con algunas ideas apocalípticas y dualistas, convencidos de que ellos eran el único resto de Israel que ya vivía el pacto anunciado por los profetas, esperando un doble Mesías: uno con poder religioso y otro con poder político.

En el inicio del cristianismo, hubo un grupo numeroso de judeocristianos, es decir, de cristianos de origen judío que conservaron, durante siglos y en diversos países de oriente, su identidad, observando incluso algunos ritos del Antiguo Testamento. Pero los cristianos provenientes de otras culturas religiosas no quedaron obligados a adoptar las costumbres y los ritos de los judíos.

Después de la gran dispersión (siglos II-III), hubo academias (en Palestina y en Babilonia) que recogieron por escrito las tradiciones orales ("mishna") y los comentarios a la Ley según un modelo de interpretación ("midrash" o discernimiento de la voluntad de Dios en la Torá). El "Talmud" ("estudio") es un comentario muy amplio de la "Mishna".

El período español (a partir del siglo VIII, con los "sefardíes") produce abundante reflexión filosófico-teológica (en simbiosis con el cristianismo y el islamismo), especialmente con Salomón ibn Gabirol (1020-1050) y Moisés ben Maimón, "Maimónides" (1135-1204), quien afirmaba: "Creo firmemente en la venida del Mesías, y si él tardare, yo permaneceré fiel diariamente al anuncio de su venida"; el Mesías "restaurará al mundo entero y unificará el género humano en el culto del único Dios".

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A pesar de las vicisitudes culturales, religiosas, económicas y políticas, el pueblo judío ha guardado siempre la unidad fundamental de los principios de la fe bíblica. Durante los siglos XVI-XVII, la mayoría del pueblo judío vivió bajo el dominio del imperio otomano musulmán (que ocupaba también Palestina y Egipto) o en Polonia y Lituania. Modernamente han tenido cierto influjo las tendencias de la Ilustración. En el siglo XIX muchos judíos emigraron a América, donde reside la mayor parte de ellos.

Cabe distinguir diversos períodos históricos del pueblo hebreo: el período bíblico, el del primer exilio a Babilonia (siglo VI antes de nuestra era), el que siguió a la destrucción del segundo templo de Jerusalén (año 70 de nuestra era), la diáspora (dispersión) final y total entre las naciones (desde el año 135), hasta 1948 en que se crea el Estado de Israel como consecuencia de una decisión de la ONU de 1947. Sigue existiendo, al mismo tiempo, una diáspora (más de dos terceras partes de los judíos actuales) que, fuera de Israel, busca el equilibrio entre salvaguardar la identidad y adaptarse a la realidad social y cultural en que se encuentra. Han sufrido frecuentes persecuciones y exterminios masivos, especialmente el del año 1945 (la "shoa") en los campos de concentración hitlerianos (juntamente con muchos cristianos), como consecuencia de la doctrina racista del nazismo que tiene sus raíces en la ideología del superhombre.

Son tres las tendencias actuales más importantes: ortodoxa (más exigente y tradicional), conservadora (que valoriza la tradición histórica y centra su atención en el pueblo de Israel en cuanto tal), liberal (que considera a la religión como una actitud libre). Entre los seguidores de esta última tendencia, hay quienes ven en el Mesías una figura simbólica o un ideal de paz universal. Todas las tendencias son, en cierto modo, "sionistas", en cuanto que tienden al encuentro del pueblo en su propia tierra (en sentido material o espiritual). En todas ellas se nota la convicción de que el pueblo judío ha vencido siempre a las fuerzas del mal. Por esto existe la conciencia de ser llamados a construir la paz ("shalom") universal. Ha habido siempre numerosos judíos que se han bautizado y son cristianos.

2) Una relectura cristiana. Valorar y llevar a la plenitud

El cristianismo lleva necesariamente a un gran aprecio de cuantos profesan el "hebraísmo" o "judaísmo", como portadores que son de todos los elementos de la Alianza, que, según la fe cristiana, ha sido sellada definitivamente en el sacrificio redentor de Cristo. Para la fe cristiana no cuenta la distinción de raza o de cultura. El paso del "hebraísmo" al cristianismo es una gracia que no destruye las gracias

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anteriores. "Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom 11,29). Hay que respetar la paciencia milenaria de Dios, que da su gracia posterior de aceptación de Cristo, cuando y como él quiera.

La fe cristiana, bien vivida, será el modo mejor de valorar las tradiciones religiosas del pueblo de Israel, que todavía custodia la autorrevelación personal del Dios de la paz, en la esperanza del Salvador o Mesías definitivo. La actitud de Pablo, que había sido un ferviente cumplidor de la Ley, es muy aleccionadora, llena de humildad y de confianza: "Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, los israelitas, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos" (Rom 9,3-5).

Jesús afirmó: "No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,27); "la salvación viene de los judíos" (Jn 4,22). Vivió la realidad del templo y de la sinagoga, la celebración del sábado en su significado más profundo, las fiestas del año y especialmente la de la Pascua que tuvo en él su cumplimiento. De niño, con María y José, subía anualmente a Jerusalén para celebrar la Pascua (cfr. Lc 2,41). Se presentó como Mesías (el "ungido") profetizado por Isaías, "enviado para anunciar la buena noticia a los pobres... y para proclamar la liberación a los cautivos" (Is 61,1-2; Lc 4,18-19). De este modo, en el ambiente de Palestina del siglo I, Jesús compartió los gozos y esperanzas de su pueblo viviendo desde dentro, como buen judío, todos los contenidos de la revelación.

El Nuevo Testamento es una nueva lectura del Antiguo, a la luz del acontecimientos de Jesús de Nazaret, quien se aplicó diversos pasajes de la Escritura sobre el Mesías: Is 35,5-6 (Lc 7,22), sobre las sanaciones en los tiempos mesiánicos: Is 61,1-2 (Lc 4,18; Mt 11,5), sobre la unción del Espíritu para evangelizar a los pobres: Daniel 7,13 (Mt 26,64), sobre la venida del hijos del hombre sobre las nubes del cielo; también el salmo 110 (109) (Mt 22,43-45), sobre el señorío del Mesías, etc. A los dos discípulos que se dirigían a Emaús, les fue explicando el sentido de las profecías sobre la muerte y resurrección del Mesías (aunque el evangelista no recoge ningún texto concreto: Lc 24,26-27).

En el hebraísmo destaca el valor de la escucha de la palabra y la espera de la venida del Mesías por encima de toda evidencia humana. Dios llega a ser una experiencia histórica por parte de la comunidad y del individuo, puesto que él ha dejado sus signos de presencia y de palabra (la revelación), de cercanía y de epifanía, aún en los momentos en que parece que

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está ausente y calla. Jesús quiso experimentar este "silencio" o "abandono", especialmente en la cruz, para mostrarse con más claridad como Hijo de Dios: "En tus manos, Padre" (Lc 23,46; Sal 31).

Los avatares de la historia, incluso las calamidades y los atropellos injustos, se encuadran siempre dentro de una providencia divina misteriosa, que purifica más y más el corazón de todo hombre y de todo pueblo. El Señor, siempre fiel a la Alianza, sigue invitando a renovar la fidelidad: "Por esto, yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2,16). Es el Dios de la Alianza que habla así, como esposo enamorado, que un día se mostró plenamente en Jesús de Nazaret, el Emmanuel (Dios con nosotros), como prenda de Alianza universal y definitiva, para salvación de todos los pueblos.

Dios es Padre de Israel y de todos sus hijos (Deut 32,6; Is 63,16). El creyente se siente como en las entrañas o en el seno "materno" de Dios (Is 49,15). Dios Esposo invita al pueblo, su "esposa", a encontrarse con él en el desierto para hablar de corazón a corazón (Os 2,16). El sentido de filiación ha continuado en las bendiciones de la liturgia hebrea. En la tradición existe también el término "ab" dirigido a Dios, aunque no tan explícito respecto al significado de papá ("abba"). En Jesús, esta actitud filial es peculiar por ser el Hijo de Dios, que nos hace participar de su misma filiación divina (cfr. Mt 6,8-13).

En el hebraísmo se acentúa que Dios se ha dejado entender por medio de los acontecimientos salvíficos. En la cultura griega se busca a Dios en la belleza y orden del cosmos. El cristianismo sigue la misma línea bíblica, a la luz de la nueva Pascua realizada en Cristo. Se leen o disciernen los acontecimientos a la luz de palabra de Dios, porque "el Verbo (la Palabra) se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1,14).

Cuando los cristianos celebramos la Encarnación del Verbo y de la Anunciación a María la Madre de Jesús, lo reconocemos con estas palabras de la fiesta litúrgica: "Así Dios cumplió las promesas al pueblo de Israel y colmó de manera insospechada las esperanzas de los otros pueblos" (Prefacio de la Anunciación, 25 de marzo).

La novedad cristiana respecto a la ley antigua, que es también de amor (cfr. Deut 6,4-9; cfr. Deut 11,13-21; Num 15,37-41), consiste en la imitación del amor de Cristo, hasta perdonar y dar la vida por los hermanos como él: "Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 13,34). Cristo es el Verbo Encarnado, que se muestra como el "buen samaritano", lleno de "compasión" ante las llagas de toda la humanidad (Lc 10,33; Mt 9,36).

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La Iglesia se debe sentir siempre "espiritualmente unida" al pueblo hebreo, puesto que "reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abrahán según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud. Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a Judíos y Gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo" (NAe 4).

Por esto, todo creyente en Cristo debe recordar que "los Judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación" (NAe 4). Por ser "tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos", el concilio Vaticano II quiso dejar constancia de que es necesario "fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno" (ibídem).

3) Orientaciones prácticas y experiencias

* Llamar "Padre" a Dios, es muy frecuente en las oraciones del pueblo santo de Israel. En Cristo, ya podemos decir "Padre" a Dios como hijos en el Hijo, participando de su misma filiación divina (cfr. Ef 1,5; Gal 4,7). Al decirle "Padre", unidos a Jesús, vivimos de sus mismos sentimientos de aprecio por todos sus hermanos.

* Muchos judíos, en su corazón, se siguen preguntado, como preguntó a Felipe el ministro de la reina de Etiopía, sobre el significado del texto mesiánico de Isaías: "Como oveja fue llevado al matadero" (Is 53,7-8; cfr. Hech 8,32-33). La respuesta sólo podrá venir de la acción del Espíritu Santo y del testimonio de una vida cristiana que transparente la vida oblativa de Jesús.

* Los malentendidos mutuos y la oposición que han existido en algunas épocas, no son debidos ni al hebraísmo ni al cristianismo en cuanto tales, sino a la no vivencia auténtica de la propia religión. Cuando se alude a los atropellos del pasado, no hay que fiarse de generalizaciones, sino precisar con exactitud y contexto histórico esos defectos, para

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reconocerlos con humildad. Habrá que tener en cuenta que (en el pasado y el presente) el calificativo de "cristiano" no se puede aplicar simplemente a los bautizados o reconocidos sociológicamente como tales; los que martirizaron a miles de cristianos en el siglo XX (como en Europa, México y otros países), eran también bautizados, pero que no vivían como tales.

* No hay que confundir con la religión (cristianismo o hebraísmo) las actitudes de los gobiernos (naciones de Occidente "cristiano", Israel, etc.). La religión es siempre independiente de las opciones políticas técnicas, aunque en ellas se hace patente la autenticidad o no de las propias creencias.

* Actualmente, cristianos y hebreos siguen encontrando dificultades comunes en el mundo, "por la esperanza de Israel" (Hech 28,20). La relación y aprecio mutuo es más necesario que nunca. Se necesita (por parte de todos, cristianos y hebreos) una educación desde la primera infancia, que elimine los malentendidos del pasado: catequesis, clase de religión... El encuentro será de mucho fruto para toda la humanidad, porque resonará de nuevo el himno del anciano Simeón: "Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos" (Lc 2,29-31).

* Hoy las diversas culturas religiosas de todos los pueblos ya vislumbran la "estrella" del Salvador, y siguen preguntando al Pueblo de Dios: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle" (Mt 2,2). A Cristo se le encuentra "con María su Madre" (Mt 2,11), en "la nueva Jerusalén", madre de todos los pueblos, "nuestra madre" (Cfr. Sal 87 -86-; Apoc 21,2; Gal 4,26).

* La Santísima Virgen María resume la fe de Israel y anticipa la fe de la Iglesia cristiana. "Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija de Sión, tras larga espera de la primera economía, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su humanidad" (LG 55). Precisamente la religiosidad hebraica preparó a María para que, con una nueva gracia del "Espíritu del Señor", pudiera decir: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Por esto, ella sigue invitando a una respuesta fiel y generosa a la Alianza: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). El Pueblo de Dios, de la Antigua y de la Nueva Alianza, queda invitado a decir su sí a los nuevos planes de Dios (cfr. Ex 24,7). El aprecio o devoción mariana preparan las buenas relaciones con el hebraísmo.

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* Experiencias: La madre de Edith Stein (hebrea que se bautizó, fue mártir por Cristo y ha sido ya canonizada), se preguntaba ansiosa y apenada, sin poder encontrar una solución, sobre el paso que había dado su hija hacia el cristianismo: "Pero ¿por qué Jesús se identificó con Dios?". Edith Stein se hizo cristiana después de leer de un tirón la autobiografía de Santa Teresa (que también era de ascendencia hebrea). "Esta es la verdad", fueron sus palabras de aceptación.

* Una joven de familia hebrea solía asistir, como fotógrafo, a la peregrinación anual al santuario mariano de Luján (Argentina), donde llegan a participar un millón de jóvenes. Después de diversas experiencias, decidió bautizarse. Posteriormente entró en un convento de contemplativas. Me decía que la motivación principal de su paso al cristianismo fue el haber descubierto a Dios Amor.

* Oraciones:

"Mi fortaleza y mi canción es Yahvé. El es mi salvación.El, mi Dios, yo le glorifico, el Dios de mi padre...¡Yahvé es su nombre!" (Ex 15,2-18, en el paso del mar Rojo).

"Déjame ver, por favor, tu gloria"... (Ex. 33,18-20).

"¡Señor, dueño nuestro...qué admirable es tu nombre en toda la tierra!...Cuando contemplo el, cielo obra de tus dedos,la luna y las estrellas que has creado,¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,el ser humano, para darle poder?"... (Salmo 8).

"Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;yo digo al Señor: Tú eres mi bien...El Señor es el lote de mi heredad" (Salmo 16).

"Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza,Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador...me libró, porque me amaba"... (Salmo 18).

"El cielo proclama la gloria de Dios,el firmamento pregona la obra de sus manos:el día al día le pasa el mensaje,la noche a la noche se lo susurra" (Salmo 19).

"El Señor es mi pastor, nada me falta:en verdes praderas me hace recostar;me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas...y habitaré en la casa del Señor por años sin término" (Salmo 23).

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"El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?El Señor es la defensa de mi vida,¿quién me hará temblar?...Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro...Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida" (Salmo 27).

"Misericordia, Dios mío, por tu bondad,por tu inmensa compasión borra mi culpa...Oh Dios, crea en mí un corazón puro" (Salmo 51).

Nota: Los cristianos, siguiendo el ejemplo de Jesús, continuamos orando con los salmos e himnos del Antiguo Testamento (ver la Liturgia de las Horas), donde afloran los sentimientos de alabanza, reconocimiento de la santidad de Dios, gratitud, petición, confianza, admiración, profesión de fe, reconocimiento respetuoso del juicio de Dios sobre la conducta humana, deseos de paz y de la venida del Mesías. Se puede ver un resumen de estas actitudes sálmicas en el "Magnificat" de María, que reproduciemos al final de este apartado.

"¡Que me bese con los besos de su boca!Mejores son que el vino sus amores...Llévame en pos de ti, ¡corramos!...Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado" (Cant 1,2-4).

"Bendito eres Tú, Dios nuestro, Rey del universo, que creas la luz y las tinieblas, haces la paz y creas todas las cosas... Señor, Dios nuestro, con amor eterno nos amaste... Padre nuestro, misericordioso, ten piedad de nosotros y pon en nuestros corazones inteligencia para entender... y cumplir con amor todas las palabras de la enseñanza de la Torá... Bendito eres Tú, Señor, que elegiste a tu Pueblo Israel" (Bendiciones que preceden a la lectura del Shema)

"Mi alma engrandece al Señory mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador...porque ha hecho en mí cosas grandes del Poderoso...Acogió a Israel, su siervo,acordándose de su misericordia,como había prometido a nuestros padres,en favor de Abrahán y de su descendencia por los siglos" (Cántico de María: Lc 1,46-55; cfr. cántico de Ana como paralelo: 1Sam 2,1-10).

Ver explicación más amplias y abundantes oraciones en: Hemos visto su estrella, Madrid, BAC, 1996, cap. VI.

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V. LOS PUEBLOS QUE QUIEREN SER FIELES A LA VOLUNTAD DEL DIOS ÚNICO, CLEMENTE Y MISERICORDIOSO

1) El camino de la voluntad de Dios en el área islámica

Una de las migraciones más masivas y continuas hacia al Occidente, es la de los pueblos de quieren ser fieles a la voluntad de Dios, según las normas del Corán y siguiendo las orientaciones de Mahoma, su profeta. Es la religión musulmana o del Islam. Se construyen mezquitas en todas las naciones de Occidente para atender a las necesidades religiosas de sus fieles.

Aunque ya desde su origen, el Islam se encontró con comunidades cristianas de Arabia, Palestina, Asia Menor, Africa, Europa, actualmente el encuentro con el cristianismo es en porcentajes mucho más elevados y universales, hasta el punto de convivir de modo estable en ambientes que han sido cristianos desde hace dos milenios.

La palabra "Islam" significa "sumisión" a la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de su profeta o enviado Mahoma (570-632). Sus enseñanzas han quedado recogidas en el Corán. Los fieles a estas enseñanzas se llaman "musulmanes" (creyentes). Se proponen dar gloria a Dios único, creador y Señor.

Mahoma vivió en Arabia, primero en La Meca y luego en Medina, donde organizó su comunidad de creyentes. Cuando vivía en La Meca, casó con una viuda rica llamada Jadiya (de la que tuvo tres hijos y cuatro hijas); su vida fue de honradez, trabajo y oración, retirándose en el mes de Ramadán a la cueva de Hira, donde recibiría los mensajes por medio del ángel Gabriel. Instado por esta misión profética, se dedicó a predicar por las calles de La Meca las verdades de la salvación (juicio de Dios, resurrección de los muertos). Su mensaje era parecido al de la revelación judaica y cristiana. No consta de su oposición o rechazo a esa revelación, sino que más bien manifestaba la actitud de volver a la fe de Abrahán en toda su pureza. Algunos judíos y cristianos (nestorianos) hacían irrisión de sus contenidos por no ser iguales literalmente a los de los textos escriturísticos.

Debido a las dificultades encontradas en La Meca, Mahoma huyó a la ciudad de Medina (año 622) con sus discípulos. Esta huida se llama "hégira" (viaje) y da comienzo al calendario musulmán. En Medina se organizó religiosa y políticamente, según estructuras sociales que han quedado en el Corán o en la tradición (la "sunna"). Su mensaje quería salvaguardar la fe de Abrahán y la revelación hecha por Dios a Moisés y a Jesús, que, según él, habría sido desvirtuada por judíos y cristianos. De hecho, parece que conoció sólo a cristianos nestorianos

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(heterodoxos). Conquistó militarmente a La Meca en el año 630, eliminando todo residuo de idolatría, especialmente en el lugar religioso de la "Ka'ba", que sería desde entonces centro de las peregrinaciones islámicas para adorar al único Dios. Murió dos años más tarde (632).

Además de su mensaje contenido en el libro sagrado del Corán ("Al Qur'an" significa lectura o recitación), se han conservado algunas narraciones, que, a veces, son parecidas a la vida de Jesús (como la ascensión al cielo desde Jerusalén). En los textos del Corán, Mahoma se presenta a sí mismo como enviado de Alá (Dios) para transmitir un mensaje (C. 42,47), pero siempre con los límites de un mortal (C. 3,144; 18,110), que no hace milagros (C. 17,90-93), que tiene sus faltas (C. 80,1-10), que pide perdón por ellas (C. 40,55) y que corre el mismo riesgo de castigo que los demás si no fuera fiel al mensaje (C. 10,15). Su vida es una alabanza continua a Dios, a quien quiere servir devotamente y a quien descubre en la naturaleza y en los mismos acontecimientos.

Este libro sagrado de los musulmanes contiene el mensaje que recibió Mahoma del ángel Gabriel, como "palabra" de Alá (Dios). Queda distribuido en 114 capítulos (suras o azoras) con un total de 6.200 versículos, en árabe docto de la época y en prosa rimada, para ser recitados armoniosamente. La oración fundamental del Islam se encuentra en la primera sura. El contenido del Corán se conservó oralmente durante la vida del Profeta. Después de su muerte (ocurrida en el año 632), las suras fueron ordenadas por Abu Bakr, el primer califa. El texto definitivo es del año 650, en tiempo de Otmán, el tercer califa, y la redacción fue fijada por Zaib Ibn Thabit, secretario de Mahoma, ayudado por otros. En el Corán se contiene todo lo referente al Islam: fe, culto, vida personal y social, normas jurídicas. Se puede observar una dinámica que va desde el pacto de Dios con Adán hasta el juicio final (C. 7,171) Para su interpretación se tiene en cuenta los ejemplos y dichos de Mahoma, así como la tradición, el consenso de la comunidad y la opinión del Califa (como sucesor legítimo de Mahoma), del Muftí (doctor entendido en casos concretos) y del Imán (que guía la oración).

Al recalcar la sumisión a Dios (Alá), el Islam ofrece tres puntos de apoyo: el Corán (como palabra de Dios), el profeta Mahoma y la comunidad. Con estas referencias se corregirían las desviaciones de la revelación original, la misma que ya había recibido Moisés y Jesús, pero que sus seguidores (judíos y cristianos) habían tergiversado. Así el conjunto de verdades que hay que creer se simplifica, volviendo a la misma fe de Abraham, Moisés y Jesús. Ya desde el inicio del Corán se afirma que Dios es único y que su profeta es Mahoma.

La moral islámica se muy concreta y fácil de entender. Se resume en cinco deberes: la profesión de fe (sobre Alá único

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Dios y sobre su profeta Mahoma), la oración cinco veces al día (que adquiere gran solemnidad cuando se hace el mediodía del viernes y en la mezquita); el ayuno durante las horas diurnas del mes de Ramadán (en que Mahoma recibió el mensaje), la limosna, la peregrinación a La Meca (una vez a la vida). La circuncisión (masculina y, a veces, femenina) forma parte de las costumbres populares, aunque no se mencione en el Corán. Es también costumbre común la abstinencia de carne de cerdo y de bebidas alcohólicas.

La oración debe hacerse con pureza legal, limpieza en el vestido, orientación hacia La Meca, separación del mundo (trazando una línea o colocándose sobre una alfombra) y con las postraciones rituales (movimientos del cuerpo que indican respecto y alabanza). Desde los minaretes, el muecín o almuédano llama a la oración, recordando la unicidad de Dios e invitando a la verdadera felicidad. Quien acepta la profesión de fe, afirmando la unicidad de Dios y la misión profética de Mahoma, es ya miembro de la comunidad musulmana, con sus derechos y deberes.

Este conjunto de creencias y de prácticas morales influyó principalmente en Arabia, orientando o reorientando a los pueblos árabes y a otros pueblos hacia el monoteísmo y hacia la fe de Abrahán, y unificando la vida socio-cultural y político-religiosa. La religión abarca todos los aspectos de la vida humana de modo inseparable: familia, trabajo, política, estado. La comunidad ("Umma") se estructura a partir de la fe coránica, que tiende a ser "sharía" o ley sagrada para todos los que componen la sociedad civil y religiosa. El derecho y las leyes coránicas abarcan todos los sectores de la vida personal y social. Aunque en algunos lugares (desde el siglo XIX) se admiten, a veces, los contenidos de la legislación moderna (que separa la religión de otros deberes y derechos ciudadanos), los grupos fundamentalistas continúan instando al mantenimiento de los estados como islámicos. La Conferencia de los Estados Islámicos intenta conservar la relación entre lo religioso, lo económico y lo político. En algunas escuelas de derecho, todavía consideran la apostasía del Islam como digna de condena de muerte, aunque no siempre aparece explícitamente esa condena en los códigos actuales de los Estados. Se llega difícilmente a aceptar la libertad de conciencia del individuo para escoger o cambiar religión.

Durante los primeros siglos del Islam, se nota cierta tendencia pacífica, basada en el mismo Corán: "hallarás que los más cercanos en afecto a los creyentes son los que dicen «nosotros somos cristianos», y esto es porque algunos de ellos son sacerdotes y monjes, y porque no son orgullosos" (C. 5,85). Son muchos los escritos árabes de aquella época, aparte del Corán, que contienen diálogos laudatorios con monjes o anacoretas cristianos. En los escritos de ascetas y espirituales musulmanes (como los sufitas) se encuentra una

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gran influencia de la doctrina cristiana y de las narraciones bíblicas y extrabíblicas sobre la vida de Jesús. Algunos hablan de imitar "la vía de Jesús". Otros recomiendan la meditación. Queda, no obstante, la convicción generalizada de que judíos y cristianos falsificaron los textos bíblicos.

Existen diversas tendencias o escuelas islámicas, aunque todas mantengan las líneas comunes fundamentales. Ha habido grandes pensadores, como Algazel (siglos XI-XII, teólogo de tendencia equilibrada) y Avicena (Ibn Sina, 980-1037. Este es considerado como el más grande filósofo musulmán, llegando a influir en la escolástica cristiana del medioevo; su reflexión se basa en Platón y Aristóteles y, con ella, tiende a explicar la fe del Islam.

Aparte de las numerosas sectas, hay que recordar las tendencias principales: los sunnitas (fieles a tradición, "sunna", y a las costumbres de la comunidad, que constituyen la mayoría, un 90%); los chiítas (del partido de Alí, sucesor de Mahoma, regidos por la autoridad del Ayatolá, especialmente en Irán, Irak y Afganistán, que son el 9% del número total de los musulmanes, aunque desglosados en grupos muy diferentes); los jariyitas (minoría puritana que interpreta literalmente el Corán); los sufitas (de tendencia mística). Existe también el Islam popular o "marabutismo", con su tendencia hacia la veneración de los "santones".

Entre otras tendencias, hay que distinguir también el Islam turco (de tendencia laical) y el de los ismaelitas de Aga Khan (nizaríes, secta chiíta, muy activa en la promoción social y solidaridad entre sus adeptos). A veces se encuentran diferencias por razón de países y culturas: Balcanes, repúblicas ex-soviéticas, Pakistán, India, Bangladesh, China, Indonesia, Africa (norte, centro, sur)... Los contenidos han quedado, a veces, matizados según las culturas, especialmente cuando los valores culturales han enraizado fuertemente en el corazón del pueblo (por ejemplo, la base budista y animista en Indonesia, donde el Islam entró sólo desde los siglos XV-XVII).

Algunas tendencias fundamentalistas derivan a consecuencias violentas. Como en épocas pasadas, tienden a la "yihad" o guerra santa, para cumplir con la exigencia de sumisión universal a la fe coránica. Hay que tener en cuenta que existen muchas interpretaciones sobre la "yihad", desde la aplicación estricta y literal, hasta la de una guerra contra las propias pasiones.

En los siglos pasados y a través de conquistas, el Islam otorgó, a veces, a judíos, cristianos y otros monoteístas, un pacto de protección (respetando frecuentemente su fe), pero sin permitirles participar plenamente en la estructura social del estado o nación. En el Corán existen pasajes en los que se manifiesta un cierto respeto hacia los cristianos.

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El emir de Damasco, Abd el-Kader (1808-1883), fue un paladín de la tolerancia religiosa. En 1860 se opuso a la persecución de los drusos contra los cristianos. En "el libro de las paradas" ("Kitab al-Mawaqif"), explica las etapas o paradas del camino hacia Dios, en la línea de la mística musulmana tradicional y del sufismo. Fue un buen comentador de Ibn Arabi (1165-1240), sufita nacido Murcia, enterrado y venerado en Damasco. Todas las religiones, según Abd el-Kader, son teofanías del mismo Dios, que se manifiesta como quiere. Dios es aquello que cree cada religión y, al mismo tiempo, es más allá de toda afirmación y doctrina. Cada uno le adora bajo un aspecto y lo ignora bajo otro. Dios "abraza las creencias de todas sus criaturas, como las abraza su Misericordia".

La religión llamada Bahai, nacida en el siglo XIX, puede considerarse como una derivación del Islam, pero es también un conjunto sincretista de otras religiones. Según sus creencias, la historia de la humanidad discurre por ciclos: Adán, Moisés, Krisna, Zaratustra, Buda, Cristo, Mahoma y, finalmente, como el más importante hasta el presente, Baha-Allah ("gloria de Dios") (1817-1872). La voz de Dios llega por los escritos de Baha-Allah; se intenta conseguir la paz del mundo por medio de la unidad universal. Hay algunos grupos del Occidente que siguen estas creencias. Para la fe cristiana, es posible admitir que Dios comunique sus luces a muchas personas en toda la historia humana; pero la figura de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, no puede relativizarse.

2) Una relectura cristiana. Valorar, purificar y llevar a la plenitud

La mirada contemplativa, respetuosa y esperanzadora del cristiano hacia los musulmanes, se inspira en las palabras de Jesús: "Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró" (Jn 8,56). Una fe profunda, a imitación de Abraham, llevará un día hacia la aceptación de Jesús tal como es, según las promesas de Dios, es decir, como Hijo de Dios y Salvador universal. Jesús afirmó: "Os aseguro que antes que Abrahán existiera, yo soy" (Jn 8,58). Creer en Jesús, tal como es, es un don gratuito de Dios, que no se puede imponer.

La figura de Mahoma surgió en un momento en que los pueblos árabes habían caído en el politeísmo. Fue providencial para llevarlos a la fe de Abraham en un solo Dios. Al mismo tiempo, no hay que olvidar el contexto histórico judeo-cristiano muy peculiar (con tendencias heterodoxas cristianas), en que se movió Mahoma y el Islam primitivo. Tal vez un encuentro con el cristianismo verdadero hubiera dado otros resultados de mayor cercanía al evangelio.

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La fe de Abraham se enlaza con la dinámica histórica de las esperanzan mesiánicas hacia Cristo. El que la figura de Mahoma aparezca después de Jesús (siglo VII), no tendría que quitar nada al mensaje cristiano, puesto que se trata de una llamada a entrar de nuevo en las esperanzas mesiánicas incluidas en la fe de Abrahán y Moisés, las cuales desembocarán un día en la realidad explícita y plena de Jesús, el Mesías prometido.

La oración musulmana tiende a escuchar la palabra de Dios y responder con actitud cúltica. Es actitud de sumisión y confianza, y también de búsqueda de Dios, siguiendo el ejemplo de Abrahán, Moisés, Jesús, Mahoma... Se hacen pasar las palabras al corazón (por la lengua, sensibilidad, inteligencia...), hasta asimilar el mensaje eterno que fue pronunciado en el tiempo.

La recitación de los versículos del Corán es una meditación sobre la omnipotencia y misericordia de Dios. En los textos se quiere encontrar solución y luz para todos los acontecimientos de la vida. No se busca discurrir ni discutir, sino sólo aceptar, a modo de "sabio recuerdo", como experiencia religiosa profunda. Así se proclama la unidad y la gloria de Dios. El musulmán pronuncia los 99 nombres maravillosos de Dios (omnipotente, misericordioso...), sin preguntar a Dios sobre su identidad. Es oración y adoración de parte de toda la persona. Especialmente se repite la fórmula: "Gloria a Alá, alabanza a Alá, Alá es grande. No hay más Dios que Alá, Unico, sin asociado".

En las tendencias sufitas se señalan las etapas para llegar a estados místicos, que se describen de modo diverso según los autores: atención constante, proximidad, amor, temor, esperanza, deseo, intimidad, tranquilidad, contemplación, certidumbre... Por el camino del amor, apoyándose en el Corán, se busca la cercanía de Dios, para llegar a ser "un pueblo a quienes El ama y de los cuales es amado" (C. 5,59). Se busca amar a Dios por lo que es El y no por sus dones.

La plenitud de revelación, que nos ha traído Jesús, puede ser profundizada continuamente (aunque no propiamente completada) con las diversas luces que Dios ha dado a todos los pueblos y a todas las religiones. Habrá que distinguir siempre entre la luz de Dios y la "mediación" cultural e incluso personal (con sus condicionamientos históricos) de todo mensajero y de todo "profeta".

Muchos musulmanes, durante la historia y también actualmente, han sabido caminar por las vías de la purificación del corazón para llegar a la unión con Dios, "pues Dios es la luz de los cielos y de la tierra... ¡Luz de la luz! El conduce hacia su luz a quien él quiere" (C. 24,35). Hay que reconocer

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en todo auténtico creyente musulmán una búsqueda de la faz de Dios que se expresa por la recitación respetuosa y confiada de sus 99 nombres, para convertirse en su testigo y para llegar un día a su presencia. Al encontrar a Jesús como Hijo de Dios, se entra en una dinámica contemplativa nueva: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9).

El concilio Vaticano II ha trazado unas orientaciones muy concretas para apreciar los valores del Islam: "La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, la limosna y el ayuno" (NAe 3).

Recordando que los musulmanes comparten con los cristianos y judíos la fe de Abrahán, decía Juan Pablo II a los jóvenes musulmanes en Casablanca: "Tenemos en Abrahán un mismo modelo de fe en Dios, de sumisión a su voluntad y de confianza en su bondad" (19 agosto de 1985).

El Corán contiene una síntesis de doctrina mariana, que es parecida a la de los evangelios canónicos y también de los apócrifos. Además de los detalles de la infancia de Jesús, se afirma la santidad, la fe y la virginidad de María: "pura y elegida entre todas las mujeres" (C. 3,42), como "señal para los hombres y acto de misericordia" divina (C. 19,21), "que custodió su virginidad" (C. 66,12). A Jesús se le presenta continuamente como "hijo de María" (cfr. C. 19,34). En tiempo de Mahoma, la devoción mariana era muy fuerte en las Iglesias de oriente. En la misma Ka'ba había una imagen de María con Jesús niño, que Mahoma quiso que se conservara aún después de la conquista de La Meca (año 630). La tradición islámica ha conservado una fuerte corriente devocional hacia María que podría ser un lugar de encuentro. El suntuoso maussoleo en la explanada del templo de Jerusalén, presenta unos mosaicos de color donde están escritos los textos del Corán sobre la Santísima Virgen María.

Entre los poetas místicos del Islam, destaca el persa Galal al-Din Rumi, nacido en 1207, a quien los derviches danzantes consideran como su fundador. Sus escritos apuntan a la unidad del espíritu que hay que construir en la interioridad. Para Rumi, el alma mística es comparable a la Virgen María: nuestras conciencias son una sola Virgen, donde sólo el Espíritu de Verdad puede penetrar; cada uno de nosotros tiene un Jesús en sí mismo; hasta que no se manifiesten los

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dolores de parto en nosotros, nuestro Jesús no nace. Como en María, se necesita el soplo del Espíritu para concebir a Jesús.

3) Orientaciones prácticas y experiencias

* El paso a la fe explícita en Cristo Hijo de Dios es obra de la gracia, es un don de Dios y necesita el testimonio de cristianos cuya vida sea la personificación de las bienaventuranzas. La novedad de Jesús como Hijo de Dios hecho hombre, debe aparecer en una vida cristiana centrada como trasunto del mandato del amor. La vida cristiana (personal y comunitaria) debe mostrar la unidad misteriosa de Dios Amor, que ha enviado a su Hijo para salvar al mundo.

* Todo cristiano está llamado a vivir la fe de Abraham para dar testimonio de esta misma fe: "Abraham, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones" (Rom 4,18). Esta es la "esperanza que no defrauda" (Rom 5,5).

* Los prejuicios de algunos musulmanes respecto al cristianismo se basan principalmente en malentendidos sobre la doctrina sobre la Trinidad y la divinidad de Jesús, Hijo de Dios. En caso de diálogo interreligioso, habrá que explicar que la doctrina trinitaria no disminuye la unicidad de Dios, sino que la reafirma explicando la vida interna de Dios (que no es una abstracción, sino vida de Dios Amor).

* El canto mariano del "Magníficat" ("todas las generaciones me llamarán bienaventurada") incluye también a los hijos de Ismael (hijo de Abraham) y a todos los demás seguidores de Mahoma. ¿Cuándo y cómo será? No sabemos. Pero "ninguna cosa es imposible para Dios" (Lc 1,37).

* Las manifestaciones violentas (que también se encuentran en la historia de otras religiones), son expresiones espúreas y fanáticas, que, por no ser auténticas, desaparecen con el tiempo. Para que estos fanatismos desaparezcan, se necesitan muchos "mártires", como los ha habido en la historia del cristianismo y también en la misma historia del Islam (como en el caso de los sufitas).

* Cuando el cristiano aprecia los grandes valores del Islam, especialmente en su línea de recuperación de la fe de Abrahán, habrá que recordar también el derecho fundamental e inalienable a la libertad de conciencia de todo ser humano, para que poder elegir y expresar la propia religión (también en capillas o templos del propio culto), el respeto a la decisión libre de los demás, así como el reconocimiento de los derechos de todo ciudadano prescindiendo de su religión.

* La actitud de Juan Pablo II con ocasión del Jubileo del año

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2000, al pedir perdón de pecados cometidos por otros en el pasado, es el mejor camino para llegar a la sanación y reconciliación. El respeto y aprecio de los musulmanes hacia esta actitud del Papa pacificador y misionero (que, al mismo tiempo, no ha dejado de anunciar a Cristo Salvador), es una señal indicadora a seguir por parte de todos, con fidelidad plena a la voluntad de Dios, siempre sorprendente.

* El camino de la cooperación es posible, según afirma el concilio Vaticano II: "Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres" (NAE 3).

* Experiencias: Durante un viaje intercontinental en avión, un musulman intelectual me hizo varias preguntas. Primero me preguntó si, según nuestra fe cristiana, ellos podían salvarse; le respondí afirmativamente, si cumplen la voluntad de Dios (como les indica el Corán), porque Cristo ha muerto por todos... Después de varias preguntas que intenté responder en sentido muy positivo y favorable, me preguntó por qué yo no me hacía musulman... Le respondí, invitándole a leer el evangelio y observar su novedad: Jesús Hijo de Dios, las bienaventuranzas y el mandamiento nuevo del amor.

* Carlos de Foucauld afirmaba que, en gran parte, debía su vuelta al cristianismo, al hecho de haber visto orar devotamente a muchos musulmanes.

* Oraciones:

"En nombre de Alá, Clemente, Misericordioso.Loor a Alá, Señor del Universo,el Clemente, el Misericordioso,el Soberano del día del Juicio.A Ti adoramos, de Ti imploramos ayuda.Guíanos por el camino recto,el camino de aquellos a quienes favoreces,que no incurren en tu enojo ni van extraviados" (versículos iniciales del Corán, 1,1-7)

"Señor, no permitas que nuestros corazones se desvíendespués de habernos guiado.Concédenos tu misericordia.Tú eres el dispensador de todo" (C. 3,8)

"La ayuda me viene sólo de Dios.A él me encomiendo y hacia él vuelvo arrepentido" (C. 11,88)

"Señor, hazme entrar por una puerta de verdad

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y salir por una puerta de verdad.Concédeme un poder y un auxilio proveniente de Ti" (C. 17,80)

"Gloria a Ti, Señor. A Ti la alabanza.No hay más Dios que tú...A Ti pido perdón, Señor, a Ti me convierto.Perdóname y vuélvete hacia mi...Tú eres Misericordioso...Haz de mí un siervo paciente y agradecido.Concédeme que me acuerde de Ti y Te nombre con frecuencia,que mañana y tarde ensalce tu alabanza" (fórmula recomendada durante la ablución antes de orar)

"Señor, imploramos tu ayuda y tu perdón.Creemos en Ti, a Ti nos confiamos.Ante Ti manifestamos nuestra compunción...Esperamos en tu misericordia" (fórmula muy antigua, que se recita al final de la oración ritual, especialmente por la noche).

"Señor, yo, mendigo, vengo a pedirte,a pedirte más que mil reinos.Todos te piden a Ti pidiendo algo,yo me acerco a Ti pidiendo,y lo que pido eres Tú mismo" (plegaria sufita)

"¡Oh amigo de los corazones! ¿A quién tengo si no a Ti?...Tú eres mi alegría.El corazón rehusa amar a otro que a Ti...Largo tiempo hace que deseo el momento del encuentro.Lo que deseo de los jardines del cielo no es sus deleites.Lo que deseo en ellos es verte" (oración sufita).

"La vía hacia Ti, sea el que sea el pie que la pisa, es bella.La unión contigo,con cualquier pretexto se busque, es bella.Bello es tu Rostro, cualquiera que sea el ojo que lo mira.Tu Nombre, en cualquier lengua que se pronuncie, es bello...Niégate a ti mismo y afirma la existencia del Unico verdadero" (poema de Abu Said).

Ver explicación más amplias y abundantes oraciones en: Hemos visto su estrella, Madrid, BAC, 1996, cap. VII.

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VI. LOS RETOS DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN GLOBAL

1) Nuevos retos para el cristianismo

Con una mirada contemplativa, que sea reflejo de la mirada de Jesús, se puede detectar en cada corazón humano y en cada pueblo, cultura y religión, que todo anhelo auténtico de encuentro con Dios se dirige hacia un encuentro explícito con Cristo resucitado, presente en todo momento del caminar histórico de la humanidad. "Cristo se nos ha manifestado sin ningún mérito nuestro... la verdad dada y el amor que es Dios pertenecen a todos los hombres" (Juan Pablo II, 1 octubre 2001).

Toda experiencia auténtica de Dios es un paso decisivo hacia el encuentro con Cristo. Y "al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida" (Bula IM 1). Sólo a la luz de este encuentro de fe se pueden apreciar en todo su valor las experiencias religiosas previas, que Dios ha sembrado y guiado en todos los pueblos. Pero es un gran reto para el cristianismo el recordar que "nuestra poca fe ha hecho caer en la indiferencia y alejado a muchos de un encuentro auténtico con Cristo" (IM 11).

Sólo una vivencia más profunda y auténtica de la fe cristiana, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), puede llevar a término el objetivo de la misión global, en la nueva evangelización del inicio del tercer milenio. El Espíritu Santo capacita a los apóstoles de todos los tiempos, también en esta época de globalización, y "los impulsa a transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

Una globalización solidaria, que vaya más allá de la perspectiva económica, sociológica y cultural, sólo es posible por medio de creyentes dispuestos a vivir en carne propia el mandato del amor. Los aparentes "estropajos" de vidas humanas, que se arrastran junto a nuestros templos, son sólo una pequeña muestra de las grandes masas marginadas por una globalización económica y social injusta. El 80% de la humanidad dispone sólo del 20% de los bienes económicos mundiales. Más de mil millones de personas viven en situación de miseria.

El anuncio profético del evangelio, que debe llegar a todo ser humano y a cada pueblo, es fruto de una "mirada contemplativa" (EV 83) y de un corazón comprometido, que viva en sintonía con los sentimientos de Cristo: "Tengo compasión de esta muchedumbre" (Mt 15,32).

Hay que dejar a Cristo que sea "sorpresa" todos los días, puesto que él llama a una conversión permanente, como apertura

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generosa (no sujetivista) a los nuevos planes de Dios Amor. Con comunidades cristianas desinfladas o divididas (buscando cada uno su propio interés) no se podría responder adecuadamente a los retos de la misión global. Hay que desnudarse de todo poder, para presentar una Iglesia pobre como fue la vida de Jesús.

Las masas enormes que se acercan al cristianismo y que ya empiezan a llamar a sus puertas, necesitan ver el evangelio vivido auténticamente y expresado con sencillez. Muchas de nuestras elucubraciones actuales, por válidas que sean en sí mismas, no son aptas para la evangelización. Querer explicar teológicamente el evangelio por medio de reflexiones sofisticadas (en las que frecuentemente no se sabe qué es lo que se quiere decir), no ayuda ni a la comunidad cristiana ni a los pueblos que se acercan a nosotros para decirnos, como a los rabinos de hace veinte siglos: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle" (Mt 2,2).

Todo concepto teológico que no pueda traducirse (con otras palabras) a lenguaje inteligible para la gente sencilla, no tiene validez. Los conceptos teológicos de San Agustín, de Santo Tomás, de San Buenaventura, de Sal Anselmo y de otros muchos teólogos de todas las épocas (también de la nuestra), son traducibles a frases asimilables, que pueden ser captadas por toda la comunidad. A veces, la comunidad no entiende lo que se dice en las homilías. La traducción a palabras asimilables sería más fácil si los conceptos teológicos se expresaran en clave de teología narrativa, como es la "teología vivida de los santos" (NMi 27).

Nuestras interminables discusiones sobre la unicidad y universalidad de Cristo Salvador, son válidas si se pueden traducir a términos sencillos, que los pueda entender cualquier creyente enamorado de Cristo, sin necesidad de turbarle en su fe. Cualquier niño cristiano puede entender que el mensaje de Belén está abierto a todos los hombres de hoy, como a los pastores y Magos de aquellos tiempos: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,11). Por esto, "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

2) Cristo resucitado, presente en el fenómeno de la globalización, llama a la santidad y misión

Jesucristo está presente, de modo escondido, en todas las religiones y culturas, esperando al apóstol, colaborador suyo, para que, un día, todos lleguen a la fe teologal explícita y formen parte de la comunidad eclesial. En este sentido se puede

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afirmar que Cristo espera al apóstol "en el corazón de todo hombre" (RMi 88).

La unicidad y universalidad de Cristo Salvador estriba en la realidad salvífica, plena e irrepetible, de que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, compartiendo nuestra historia hasta "dar la vida como rescate por todos" (Mt 20,28). Sólo él es el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado; sólo él puede dar el perdón y la participación en la vida divina; sólo él puede hacer que las "semillas de Verbo" (que son los valores auténticos existentes en otras religiones y culturas) lleguen, sin se destruidas, a su madurez por obra del Espíritu Santo.

La presencia de Cristo en la historia humana y, de modo especial, en su Iglesia, es una llamada a la santidad. "La evangelización del tercer milenio ha de afrontar la urgencia de una presentación viva, completa y evangélica del mensaje cristiano. Se ha de proponer un cristianismo que no puede reducirse a un mediocre compromiso de honestidad según criterios sociológicos, sino que debe ser verdadero camino hacia la santidad" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 2001). "La santidad representa al vivo el rostro de Cristo" (NMi 7). "La perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad" (NMi 30). "La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad" (RMi 90).

El mensaje evangélico y la fe que los cristianos hemos recibido gratuitamente, es para toda la humanidad. Estos dones y la "preparación evangélica" que ya han recibido los creyentes de otras religiones, tienen como fuente primera a Jesucristo resucitado. Todo es gracia. Por esto, la misión es "anuncio de un don para todos", puesto que se trata de "una gracia que debemos comunicar" (NMi 56).

La mirada de fe y amor al crucificado, que muere amando y perdonando, traza las líneas maestras para construir la paz y convivencia universal. Los cristianos hemos de purificar la memoria, pidiendo perdón, para aprender a ser misioneros del mismo perdón de Cristo, que fundamenta la renovación global y universal.

Cuando las culturas y religiones se encuentran fraternalmente, cada una debe conservar su identidad y, al mismo tiempo, respetar la identidad y diferencias de los demás. Hay una especie de complementación y síntesis de todos los dones recibidos del mismo Dios. En el caso del cristianismo, no se trata de complementar la revelación de Cristo (que ya es completa y definitiva), sino de ayudar a profundizarla, a vivirla y a expresarla mejor.

Todo lo bueno de las religiones no cristianas es un don de

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Dios, que se les ha concedido en vistas a encontrar explícitamente a Cristo. El Espíritu Santo actúa en las religiones en armonía con la única economía salvífica, que es la del Verbo Encarnado. Las religiones no son, pues, vías complementarias de la comunidad eclesial cristiana, sino "preparación evangélica", impregnada de la gracia salvífica, que proviene del Verbo Encarnado y se orienta hacia él. Sus textos sagrados son también un don de Dios para toda la humanidad. Pero los escritos del Antiguo Testamento son revelación particular y estricta, porque son preparación inmediata para la venida de Cristo Mesías. Los escritos del Nuevo Testamento contienen la revelación personal de Jesús, la Palabra definitiva del Padre, expresión de Dios Amor.

Toda persona humana, de cualquier pueblo, cultura y religión, recibe constantemente el influjo salvífico de Cristo. Su creencia en Dios no llega todavía al "conocimiento de la verdad" plena en Cristo (cfr. 1Tim 2,4). La fe teologal o explícita es un don especial de Dios. Aunque no dispongan todavía de los medios ordinarios de salvación (Iglesia, sacramentos, etc.), ya tienen una presencia salvífica de Dios, que les lleva hacia Cristo.

En el trato y relación con los creyentes de otras religiones, aunque se pueden observar vacíos e incluso errores, también se pueden detectar "las riquezas que Dios ha concedido a cada pueblo", que "no podemos disociar de Jesucristo, centro del plan divino de salvación" (RMi 6).

El cristiano se alegra de constatar que "la acción salvífica de Jesucristo, con y por medio del Espíritu, se extiende más allá de los confines visibles de la Iglesia y alcanza a toda la humanidad" (Dominus Iesus 12). En todo corazón humano "obra la gracia de modo invisible" (GS 22). Se trata, pues, de una acción salvífica que va llegando a toda la humanidad.

A la luz de la Encarnación del Verbo en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), la historia de la humanidad recupera su orientación salvífica hacia Dios Amor. En efecto, "todo ha sido creado por él" y para él (Jn 1,3) y "todo se apoya en él" (Col 1,17). Toda la creación ha sido orientada hacia la redención de Cristo, "único Mediador" (1Tim 2,5). La acción salvífica del Espíritu Santo, que llega a toda la humanidad, es siempre en relación con Cristo Redentor, centro de la creación y de la historia.

Esta "certeza de la voluntad salvífica y universal de Dios no disminuye, sino que aumenta el deber y la urgencia del anuncio de salvación y la conversión al Señor Jesucristo" (Dominus Iesus 22). La misión es colaboración con el dinamismo divino, que está presente en todos los pueblos para conducirlos al encuentro con Cristo.

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El Reino de Dios no puede, pues, divorciarse de Cristo y de la Iglesia: "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el reino de Dios revelado por él, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino... como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Señor, al cual debe someterse todo" (RMi 18).

Cristo es la plenitud de la revelación, la Palabra personal de Dios, definitiva y completa. El Verbo Encarnado "introduce en nuestra historia una verdad universal y última" (FR 14). Por esto "es el cumplimiento de toda la revelación salvífica de Dios a la humanidad" (Dominus Jesus n.6). "La Revelación cristiana es la verdadera estrella que orienta al hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrática; es la última posibilidad que Dios ofrece para encontrar en plenitud el proyecto originario de amor iniciado con la creación" (FR 15). "La promesa de Dios en Cristo llega a ser, ahora, una oferta universal, no ya limitada a un pueblo concreto, con su lengua y costumbres, sino extendida a todos como un patrimonio del que cada uno puede libremente participar. Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios" (FR 70).

Todos los "caminos" de salvación (cfr. AG 7), que Dios ha trazado para la humanidad, conducen a la plenitud en Cristo presente en la Iglesia, donde se encuentra la "plenitud de los medios salvíficos" (Dominus Iesus 22).

Todas las comunidades e Iglesias cristianas están llamadas a la unidad pedida por Cristo en la última cena, como signo eficaz de evangelización: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros... para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21.23). "Esta unidad que se realiza concretamente en la Iglesia católica, a pesar de los límites propios de lo humano, emerge también de manera diversa en tantos elementos de santificación y de verdad que existen dentro de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales; dichos elementos, en cuanto dones propios de la Iglesia de Cristo, les empujan sin cesar hacia la unidad plena" (NMi 48).

3) Orientaciones prácticas y experiencias

* En el contexto de la globalización, la misión de implantar la Iglesia en otros pueblos y culturas, necesita, por parte del apóstol y de la comunidad eclesial, la acción previa de haber colaborado al crecimiento de la propia Iglesia particular o

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local. Difícilmente podrá colaborar en la "implantación" de la Iglesia en otros pueblos, quien no ha aprendido a colaborar en el crecimiento de la Iglesia de donde se procede.

* Quien ha encontrado a Cristo por el don de la fe, siente la necesidad de actualizar este don en relación con la Ecuaristía (celebrada y adorada), con la Palabra de Dios contemplada y con el servicio humilde de caridad a todos los hermanos. Sólo así se logran descubrir las "huellas" de Jesús (las "semillas del Verbo") en todo rostro humano sin distinción. "La fe se fortalece dándola" (RMi 2).

* La misión global es posible sólo cuando es fruto del encuentro con Cristo. "El encuentro con el Señor produce una profunda transformación de quienes no se cierran a Él. El primer impulso que surge de esta transformación es comunicar a los demás la riqueza adquirida en la experiencia de este encuentro" (EAm 68).

* Hoy no es posible vivir el cristianismo, usando y derrochando sin discernimiento ni moderación los bienes supérfluos, mientras haya un solo hermano que sufra hambre o marginación. La misión global empieza por la propia comunidad, invitando a entrar en ella, con pleno derecho y en comunión de bienes, a todo hermano redimido por Cristo.

* El gran reto del cristianismo se encuentra dentro de las mismas comunidades cristianas. Algunas viven un cristianismo aguado y de superficie, de fenómenos extroardinarios (parapsicológicos), con derivaciones personalistas o sujetivistas hacia dos extremos igualmente erróneos: el integrismo y el secularismo. Para realizar la misión global y solidaria, hay que superar toda tendencia sujetivista, individual y de grupo.

* "La tarea prioritaria de la misión ad gentes sigue siendo anunciar a Cristo «camino, verdad y vida», en el cual los hombres encuentran la salvación" (NMi 56). Toda la comunidad cristiana tiene que "incluir la animación misionera como elemento primordial de su pastoral ordinaria" (RMi 83).

* Es urgente capacitar a todo creyente en Cristo para un diálogo interreligioso con los creyentes de otras religiones. El diálogo será especialmente de vida o testimonio, aprendiendo a valorar también las actitudes positivas de los demás. Es siempre una actitud de comprensión y de conocimiento recíproco, que puede llevar a un "mutuo enriquecimiento". Pero este diálogo "no sustituye, sino que acompaña a la misión ad gentes", aunque ya, por sí mismo, "forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia" (Dominus Iesus 2).

* No es aceptable que se celebren asambleas, congresos o encuentros cristianos, donde los momentos de oración y

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especialemtne de celebración eucarística, no sean verdaderamente centrales, realizados sin prisas y sin improvisaciones. La orientación contemplativa y eucarística de una asamblea o reunión indica el índice verdadero de su misionariedad. Casi siempre se prefiere dedicar más tiempo en lo más "urgente", dejando de lado lo más importante.

* La entrada de otros creyentes en el cristianismo nos ayudará a "comprender más profundamente el mensaje evangélico", sin complementarlo. Por esto, "la Iglesia reconoce que no sólo ha dado, sino que también ha recibido de la historia y del desarrollo del género humano" (NMi 56). Por esto, "cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella, no sólo porque debe ser preparado para el bautismo con el catecumenado y continuar luego con la instrucción religiosa, sino porque, especialmente si es adulto, lleva consigo, como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).

* Experiencias: Invitaron a M. Teresa de Calcuta a inaugurar un centro social en la India. Le rogaron que no hablara de religión y ella accedió a la petición. M. Teresa comenzó su discurso diciendo: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito" (Jn 3,16). Nadie se sintió ofendido...

* Un obispo indio me contaba la visita de M. Teresa en su diócesis. Al verla tan dedicada a la caridad para con los más pobres, le preguntó de dónde procedía su valor y fuerza. Ella contestó: "De Jesús Eucaristía".

* Una joven japonesa budista explicaba a otra lo que ella había comprendido de la peculiaridad de Jesús: "Buda murió su propia muerte; Jesús murió en nombre de todos".

* Una misionera tenía ciertas dificultades por aceptar el envío a la misión de Angola. Al consultarme, le dije que aceptara confiada: "Jesús te espera". Cuando llegó al país, mientras descendía del avión, una señora, cargada con varios bultos y con una niña pequeña, dejó a la niña para recoger los objetos que se le habían desprendido de los bultos. La niña, llorando, extendió su brazos hacia la misionera; ésta se acordó y comprendió: "Jesús te espera". La lección le ayudó para encontrar a Cristo en toda persona necesitada.

* Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 (cuando, por atentado suicida, se destruyeron las torres gemelas de New York y murieron miles de personas), puede ser un punto de partida para una nueva etapa histórica. La paz y la justicio o serán globales o no serán. Se dice que cuando le comunicaron a San

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Agustín (como si se anticipara el fin del mundo), que Roma había sido destruida (año 410) y que el imperio romano se había desmoronado, él afirmó: "Empieza una nueva época". Su libro "La Ciudad de Dios" es una reflexión sapiencial y global sobre toda la historia humana: sólo quedará en pie lo que se edifique sobre el amor a Dios y a los hermanos.

* En una comunidad misionera celebrábamos el final de año y de milenio con una hora santa ante Santísima expuesto. Las misioneras jóvenes había organizado el acto de suerte que cada una ofreciera un símbolo de su entrega, acompañado de una oración. Desfilaron todas... La más anciana y enferma fue la última; acercándose con dificultad al altar, sólo dijo: "Señor, yo te ofrezco mi nada con amor".

* Oraciones:

"Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino"... (Mt 6,9ss).Nota: La novedad de la oración cristiana consiste en que Jesús ora en nosotros (con sus mismas palabras y con su mismo amor), gracias al Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cfr Rom 5,5; Gal 4,7). El objetivo de la misión universal, según el concilio Vaticano II, es el siguiente: "Y así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: Padre nuestro" (AG 7).

"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11,25-26; Jesús agradece al Padre la misión realizada por los apóstoles).

"Padre... te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar... No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí" (Jn 17,1.4.20).

"Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! ¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque han quedado de manifiesto tus justos designios" (Apoc 15,3-4).

"Hiciste morar tu nombre en nuestro corazón... Acuérdate, Señor de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en el amor, y reúnela de los cuatro vientos,

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santificada, en el Reino tuyo que has preparado... Venga la gracia y pase este mundo. Marana tha. Amén" (Didajé).

"Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.Donde haya odio, ponga amor.Donde haya ofensa, ponga perdón.Donde haya discordia, ponga unión.Donde haya amor, ponga verdad.Donde haya duda, ponga la fe.Donde haya angustia, ponga esperanza.Donde haya tinieblas, ponga tu luz.Donde haya tristeza, ponga alegría.¡Maestro! Que no me empeñe tanto en ser consolado,como en consolar,en ser comprendido como en comprender.Porque donde se recibe:

perdonando se es perdonado,y muriendo se resucita a la vida eterna" (oración de contenido franciscano, atribuida a San Francisco porque se encontró escrita en una imagen suya en Inglaterra).

Ver explicación más amplias y abundantes oraciones en: Hemos visto su estrella, Madrid, BAC, 1996, cap. VIII.

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VII. MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA, ESTRELLA DE LA GLOBALIZACIÓN SOLIDARIA

1) María pesente activa y maternalmente en el caminar eclesial, como signo de esperanza

En cada época histórica, la Iglesia ha contemplado a María y se ha sentido identificado con ella como "la mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). En todo el camino eclesial, también y especialmente en el inicio del tercer milenio y en la nueva realidad de globalización, María "antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68).

La Iglesia ve a María "profundamente enraizada en la historia... la ve maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones" (RMa 52).

La actitud mariana de la Iglesia, en todo momento histórico, es de relación e imitación, siempre en la perspectiva de profundizar en la relación e imitación de Cristo. "Toda la Iglesia es invitada a vivir más profundamente el misterio de Cristo, colaborando con gratitud en la obra de la salvación. Esto lo hace con María y como María, su madre y modelo: es ella, María, el ejemplo de aquel amor maternal que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; LG 65).

El proceso de globalización actual, como hemos indicado anteriormente, señala un momento privilegiado de maduración de las "semillas del Verbo", en vistas al encuentro con Cristo, el Verbo Encarnado. Bajo la acción del Espíritu Santo, la Iglesia realizará su maternidad misionera (a ejemplo de María), colaborando en este proceso de maduración de todas las semillas de gracia que ya existen en los pueblos, culturas y religiones.

Según los Santos Padres, los pueblos ya "poseen la salvación escrita por el Espíritu Santo en sus corazones, sin papel ni tinta" (San Ireneo, Adv. Haer. 3,4,2). María es el signo dado por Dios, como "mujer de esperanza" (TMA 48), en el proceso histórico-salvífico que conduce al encuentro con Cristo.

El texto de Mt 2,1-11, que narra el encuentro de los Magos de Oriente con Cristo y con María, está redactado según el trasfondo de Is 60,1-6 (que describe a Jerusalén, llena de luz, como madre de todos los pueblos). "Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron

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luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2,10-11).

En cada época histórica, la Iglesia, personificada en María, ofrece a Cristo único Salvador: "La Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos" (IM 11).

El encuentro explícito y pleno con Cristo incluye la entrada a formar parte de la Iglesia. María en la Iglesia "es camino seguro para el encuentro con Cristo" (EAm 11). María sigue siendo el modelo de referencia para la Iglesia: "Engendrando a la Verdad... la ha comunicado a la humanidad entera para siempre" (FR 108).

María, figura de la Iglesia, forma parte del misterio de Cristo, como Madre suya y asociada a la obra salvífico-redentora. Cristo es el único "Salvador... luz par todas las naciones" (Lc 2,30-32). En María Madre, Jesús se muestra como verdadero hombre. En María Virgen por obra del Espíritu Santo, aparece como Hijo de Dios, resucitado. En María asociada, se deja entender como el único Salvador y Mediador, porque salva al hombre por medio del mismo hombre. Las mediaciones humanas (como la de María y de la Iglesia) afianzan la unicidad de la mediación de Cristo y, al mismo tiempo, hacen resaltar la dignidad del ser humano, llamado a colaborar responsablemente en la redención. Especialmente en María y en la Iglesia, se trata de una "múltiple cooperación" o participación en "la única mediación del Redentor" (LG 12).

El paso de las "semillas del Verbo" a su maduración hasta el encuentro con Cristo, es un proceso de contemplación. Las "semillas" no aceptarán a Cristo, si no ven las "huellas" explícitas del Verbo en los creyentes en Cristo. Sólo un proceso de contemplación del Verbo (la Palabra personal de Dios) puede hacer de los cristianos una transparencia de Cristo por obra de Espíritu Santo (cfr. Jn 15,26-27; Hech 1,8). María es un modelo y ayuda en este proceso de contemplación: "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,51).

El secreto del éxito o eficacia evangélica, que está siempre marcada por la cruz, para compartir la misma suerte o "espada" de Cristo (Jn 2,35), consiste en una actitud de fidelidad a la Palabra divina tal como es, sin sujetivismos ni relativismo. El "sí" de María fue "en nombre de toda la humanidad" (Santo Tomás de Aquino). A la Iglesia le corresponde prolongar este "sí" en sí misma y hacerlo posible en cada pueblo y en cada cultura. "A partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad comienza su retorno a Dios" (Pablo VI, Marialis Cultus 28).

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2) Proceso de la maternidad mariana y eclesial

La presencia activa y materna de María en la Iglesia tiene como objetivo ayudar a la misma Iglesia en su proceso de misión, que es de maternidad: recibir a Jesús y transmitirlo. María, con su "sí", hizo bajar al Verbo a su seno. La Iglesia, recibiendo la Palabra, se hace capaz de transmitirla para que germinen las semillas de la misma Palabra, sembradas en todos los pueblos.

En el proceso de maduración de las semillas del Verbo, que es proceso de maternidad mariana y eclesial, es imprescindible la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,35; Hech 1,8). María es "la mujer dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48; cfr. RMa 13). Su asociación efectiva a la redención de Cristo es por obra del Espíritu Santo: "Ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres" (PO 18).

La Iglesia, por su misma naturaleza de "complemento" de Cristo (Ef 1,23), sigue la pauta de María, figura y Madre de la misma Iglesia. La Iglesia está indisolublemente unida a la maternidad e intercesión de María, "para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad" (LG 69).

La expresión paulina sobre la venida de Cristo o Encarnación del Verbo, Hijo de Dios, en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), indica el sentido de la historia. Cada momento histórico está relacionado con el misterio de la Encarnación. Por esto, en cada momento histórico, el Espíritu Santo puede hacer llegar las semillas del Verbo a su madurez en Cristo. Será el Espíritu Santo, que hizo posible la maternidad de María, el mismo que hará posible la maternidad de la Iglesia y, concretamente, de cada apóstol: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Gal 4,4-7).

Este proceso de madurez necesita la acción "materna" de la Iglesia por medio de sus apóstoles: "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4,19). La fidelidad generosa de la Iglesia misionera, concretada en la vida del apóstol, se expresa en un "sí" permanente a la Palabra y a la acción salvífica de Dios: "Hágase en mí según tu Palabra" (Lc 1,38). La comunidad eclesial es "madre" de Cristo por medio de esa misma fidelidad (cfr. Mt 12, 49-50; Gal 4,26).

Se necesita una actitud como la de María para captar que,

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mientras "el Espíritu del Señor llena el universo" (Sal 1,7), llegando a todas las religiones y culturas, al mismo tiempo, es el mismo Espíritu Santo quien induce a recibir la nueva acción de Dios por medio de la Encarnación (cfr. Lc 1,35). Así se llega a la "madurez" de la fe explícita en Cristo Redentor (cfr. RMi 28).

El Espíritu Santo inspiró a María, mientras al Verbo en su seno, a intuir y profetizar que "todas las generaciones" la llamarían "bienaventurada" (Lc 1,48). El mismo Espíritu Santo mueve todos los corazones para que en ellos sea una realidad el que "todos los pueblos no cesarán de invocar a la Madre de misericordia" (IM 14).

La Iglesia misionera encuentra en María la clave para discernir dónde están las "semillas del Verbo", a qué grado de madurez han llegado y cómo podrán conseguir la perfecta madurez en Cristo. María es Madre de la Iglesia también en el sentido de actuar su maternidad por medio de la Iglesia. Efectivamente, la maternidad de María tiene "una nueva continuidad en la Iglesia y mediante la Iglesia" (RMa 24). De este modo, la maternidad de María "perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos" (LG 62).

La Iglesia es madre, como expresión de la nueva Jerusalén (cfr. Gal 4,26). Esta realidad está prefigurada en la Jerusalén llena de luz y madre de todos los pueblos: "Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos y tus hijas son llevadas en brazos" (Is 60,4). En la actualidad, los pueblos, culturas y religiones van llegando, guiados por esta luz, hasta "encontrar al niño con María su Madre" (Mt 2,11).

Una Iglesia que no viviera el misterio de Cristo, con María y como María, no sabría ni podría comunicar a los demás el misterio preparado por Dios como "elección en Cristo, antes de la creación del mundo" (Ef 1,4). La misión de la Iglesia consiste en "hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza" (Ef 1,10).

La acción del Espíritu Santo en María, en el momento de la Encarnación del Verbo (cfr. Lc 1,35), es preludio y figura de la acción del mismo Espíritu en la Iglesia, siempre reunida en oración con María la Madre de Jesús. En el Cenáculo, "vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés perseverar unánimemente en la oración con las mujeres, y María la Madre de Jesús y los hermanos de éste (Hech 1,14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación" (LG 59). Por esto, "fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, como había sido concebido Cristo al venir al

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Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre él mientras oraba" (AG 4).

La Iglesia que mira a María, "la gran señal", y que se identifica con ella, camina con toda la humanidad desposada con Cristo Esposo (consorte, protagonista, hermano). Un día será realidad el que toda la humanidad, convertida en familia de hijos de Dios, diga de verdad el "Padre nuestro" (cfr. AG 7). Llegar a esta realidad de gracia, dependerá de la tensión espiritual y misionera, en clave escatológica: "El Espíritu y la esposa dicen: ven... ven Señor Jesús" (Apoc 21,17.20)

Si hay que afirmar, por una parte, que "María Madre del Redentor, Madre del amor hermoso, es para los cristianos... la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor", también hay que confiar que "la humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo Encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia Aquel que es «la luz verdadera, aquella que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9)" (TMA 59).

La Iglesia se pondrá a tono de esta realidad misionera, en la medida en que aprenda de María, cada vez más, su actitud contemplativa y humilde: "Después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazareth meditando en su corazón el misterio del Hijo" (NMi 59).

María "indica a todos el camino que conduce a Cristo" (IM 14). A la Iglesia le señala siempre la fidelidad a las palabras del Señor, "haced lo que él os diga" (Jn 2,5), invitándola a "proclamar la verdad: «nos ha nacido el Salvador del mundo»" (TMA 38).

Hay que reconocer que "nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos" (RMi 92). Pero esta verdad comporta una actitud de gozosa esperanza plenamente comprometida: "Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a lassolicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (ibídem).

Este proceso contemplativo y misionero lo realiza la Iglesia "con María y como María" (RMi 92). De este modo la Iglesia "procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María" (RMa 2).

En todos los Continentes resuena la voz del Señor resucitado, que afirma como hace dos milenios: "Soy yo" (Lc 24,39). En todo comunidad humana hay una presencia de Cristo, que asocia a María (con su presencia activa y materna) y que

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invita a la Iglesia a identificarse con ella como "la gran señal" (Apoc 12,1).

3) Orientaciones prácticas y experiencias

* Cuando la comunidad eclesial y cada creyente toman conciencia de la figura de María como Madre y modelo, se adentran más en el misterio de Cristo y viven más auténticamente su propia realidad eclesial: "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65).

* La "mirada contemplativa" (EV 83), aprendida de María, hará discernir las "semillas del Verbo", para hacerlas madurar en Cristo. Si el apóstol no adopta esta actitud contemplativa, "no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (RMi 91).

* La "mirada contemplativa", a imitación de la contemplación de María (cfr. Lc 2,19.51), consiste en ver en cada hermano una historia de la presencia de Cristo. Si son cualidades y aspectos positivos, alegrarse con Cristo. Si son limitaciones y defectos, saber que Cristo "tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17). Siempre sentirse en armonía con una historia salvífica que construimos entre todos, dejando que Cristo se prolongue en nuestras vidas.

* Ya desde el siglo primero, en la comunidad cristiana de Roma, al celebrar el bautismo, se hacía tres preguntas al catecúmeno, sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sobre el Hijo, se preguntaba, con la fórmula que hoy tenemos en nuestro Credo: "¿Crees en Jesucristo, Hijo único de Dios... que por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre?". La fe que vivimos y proclamamos se resume con esta dimensión mariana: Jesús es Dios (María es Virgen), Jesús en hombre (María es Madre). Por esto es el único Salvador, que salva al hombre por medio del hombre (con la colaboración de María y la nuestra).

* También desde los primeros siglos, la Iglesia, al celebrar la Eucaristía, recuerda a María, para asociarse como ella al sacrificio redentor y para decir con ella y como ella el "amén" o "sí" ("fiat"), "por Cristo, con Cristo y en Cristo". Es el "sí" que fundamenta la recitación del "Padre nuestro", unidos a toda la humanidad.

* Una de las oraciones más antiguas, dirigida a la Virgen (que es de mediados del siglo tercero), se ha ido recitando continuamente hasta hoy: "Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios"... Es la oración extrabíblica, recitada en todas las culturas, que demuestra el cumplimiento de la profecía de

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María: "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1,48).

* Experiencias: Es impresionante contemplar las inmensas multitudes que acuden a los santuarios marianos (Santa María la Mayor, Guadalupe, Luján, Loreto, Pilar, Montserrat, Desamparados...). En países donde el cristianismo es minoría, se puede observar el mismo fenómeno, especialmente en los santuarios marianos de la India, dedicados a la Natividad ("Mount Mary" en Bombay, etc.), con la particularidad de que la mayoría de los peregrinos no son cristianos. Algo parecido, aunque con asistencia más moderada, se puede observar en algunos países de mayoría musulmana, como en el santuario de Nuestra Señora de Africa (Argelia). Ella es siempre la Madre de la unidad.

* Una fundadora de una institución de vida consagrada y misionera, murió, a sus noventa años, con estas palabras en su boca: "De mí no queda nada, fiat, Magníficat".

* Oraciones:

"Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la nada (humillación) de su esclava" (Lc 1,47-48).

"¡Oh María! Madre de Dios y Madre de la Iglesia, gracias a ti, en el día de la Anunciación, el alba de los tiempos nuevos, todo el género humano, con sus culturas, se alegró de descubrir que podía recibir el Evangelio... en vísperas de un nuevo Pentecostés para la Iglesia de Africa... que la efusión del Espíritu Santo haga de las culturas africanas lugares de comunión en la diversidad... Familia del Padre, Fraternidad del Hijo, Imagen de la Trinidad" (Ecclesia in Africa 144)

"¡Oh Madre Santa, Hija del Altísimo, Virgen Madre del Salvador y Madre nuestra! Dirige tu mirada, llena de ternura, hacia la Iglesia que tu Hijo ha plantado en tierra de Asia. Sé tú guía y modelo, mientras prosigue la misión de amor y servicio de tu Hijo en Asia... Protege a la Iglesia de todas las fuerzas que la amenazan. Ayúdala a ser imagen verdadera de la Santísima Trinidad" (Ecclesia in Asia 51).

"Señor Jesucristo, te agradecemos que el Evangelio del Amor del Padre, con el que Tú viniste a salvar al mundo, haya sido proclamado ampliamente en América como don del Espíritu Santo que hace florecer nuestra alegría...Concédenos ser fieles testigos de tu Resurrección ante las nuevas generaciones de América, para que conociéndote te sigan y encuentren en ti su paz y su alegría. Sólo así podrán sentirse hermanos de todos los hijos de Dios

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dispersos por el mundo. Tú, que al hacerte hombre quisiste ser miembro de una familia humana, enseña a las familias las virtudes que resplandecieron en la casa de Nazaret... que sean escuela de respeto, de perdón y mutua ayuda, para que el mundo crea; que sean fuente de vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a las demás formas de intenso compromiso cristiano...Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú. Danos fuerza para anunciar con valentía tu Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para corroborar la esperanza en el mundo. ¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América, ruega por nosotros!" (Ecclesia in America 76).

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CONCLUSION: Evangelizar en una sociedad global, con el gozo de la esperanza

El "gozo de la esperanza" (Rom 12,12) es la actitud habitual de una Iglesia que vive las bienaventuranzas como reacción permanente según el mandato del amor. Un mundo "global", donde la información es inmediata y universal, y los problemas son comunes, es todavía un mundo amado por Dios y, por tanto, capaz de recibir el evangelio.

Cuando Dios parece que calla, su "silencio" deja entender que pronuncia su Palabra personal (el Verbo Encarnado) con más intensidad: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo" (Mt 17,5). En toda época de cambio, cuando parece que Dios está ausente, se deja entrever la presencia del "Emmanuel" (Dios con nosotros), el Verbo que se ha insertado en nuestra historia (cfr. Jn 1,14).

Para que en las circunstancias actuales de globalización, se haga patente esta realidad salvífica, se necesita, por parte de los creyentes en Cristo, "una presentación viva, completa y exigente del mensaje evangélico... verdadero camino hacia la santidad" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 2001).

En este sentido, las cristianos de hoy tenemos una tarea ineludible, según el consejo de San Pedro: estar "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 Pe 3,15). Una sociedad que necesita y que pide signos y testigos, y que ya ha caminado durante milenios hacia el encuentro con Cristo, nos interpela con ansiedad: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). Jesús resucitado, presente en nuestro caminar, nos capacita "para reconocer su rostro y para correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)" (NMi 51).

La "plenitud de los tiempos", manifestada en la Encarnación (cfr. Gal 4,4), se hace realidad en el anuncio profético de Jesús y de su Iglesia: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). La palabra "conversión", en labios de Jesús, tiene sentido de apertura a los nuevos planes de Dios Amor. Este anuncio llega hoy a cada pueblo, cultura y religión, por medio de una Iglesia que, intensificando su propio proceso de conversión, se hace signo creíble del evangelio.

El gozo de la esperanza se manifiesta en la misión: "Quien ha experimentado el gozo del encuentro con Cristo, no puede esconder este gozo dentro de sí, sino que debe irradiarlo" (Juan Pablo II, 22 de octubre de 2000; cfr. NMi 40).

El mensaje cristiano de la esperanza consiste en "recordar con gratitud el pasado, vivir con pasión el presente y abrirse

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con confianza al futuro" (MNi 1). Es la actitud que todo cristiano quiere compartir con todos los demás hermanos.

La situación global de hoy invita a adoptar esta actitud de esperanza, con el convencimiento de que siempre se puede hacer lo mejor: "Guía mar adentro" (Lc 5,4), "vayamos a la otra orilla" (Lc 8,22). Todo corazón humano, consciente o inconsciente, camina hacia el encuentro con Cristo, que respeta siempre la libertad de cada uno. El camino de la misión es camino de esperanza, porque Cristo, "nuestra esperanza" (1Tim 1,1), está siempre presente entre nosotros.

"¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos... El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rm 5,5)" (NMi 58).

El fin último de la misión consiste en que toda la humanidad, llamada a formar una sola familia, participe en la comunión de la vida trinitaria de Dios Amor. "La Iglesia no tiene otra razón de existir, si no es para hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora" (Pío XI, Rerum Ecclesiae 2). "Ella existe para evangelizar" (EN 14). El mandato misionero de Jesús "no es algo contingente y externo, sino que alcanza el corazón mismo de la Iglesia" (RMi 61).

Por esto y de modo permanente, "la Iglesia ha sido invitada a interrogarse sobre su renovación, para asumir con nuevo impulso su misión evangelizadora" (NMi 3). La renovación eclesial, con el signo de la esperanza, se demuestra con un nuevo vigor espiritual y con una nueva audacia misionera.

El misterio de Dios Amor está más allá de todas las expresiones culturales e incluso de todas las reflexiones teológicas válidas. Los creyentes de otras religiones captarán la sorpresa o el "misterio" de los nuevos planes de Dios en Cristo, si (ayudados por la gracia) ven en nosotros una actitud respetuosa hacia ellos y, al mismo tiempo, una actitud humilde y convencida respecto a nuestras expresiones religiosas. Estas expresiones son válidas y, cuando están aprobadas por la Iglesia, comunican los contenidos de la fe, pero nunca pueden

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expresar perfectamente todo el misterio de Dios Amor, que es siempre más allá de nuestro pensar.

Cristo es la Palabra definitiva del Padre y la plenitud de la revelación, que no puede ser completada. Pero a los cristianos, que ya poseemos esta fe, nos falta todavía mucho por recorrer, para llegar a vivir plenamente esta realidad. No hemos llegado todavía a la visión de Dios Amor y al encuentro definitivo con él en el más allá (en el cielo).

En nuestro caminar necesitamos vivir la comunión afectiva y efectiva, no solamente con todos los demás cristianos (para ser signo del mandato del amor), sino también con todos los demás hermanos que componen la familia humana. Las gracias que toda persona humana ya ha recibido (en el cristianismo y en otras religiones), pertenecen a la herencia y patrimonio común de toda la humanidad, que camina hacia el encuentro explícito y generoso con Cristo resucitado, el Verbo Encarnado.

El proceso actual de "globalización", en el que toda la familia humana comparte las mismas esperanzas y zozobras, es una nueva oportunidad de anunciar el evangelio sin condicionamientos ni fronteras geográficas, raciales, culturales y religiosas.

Cristo nos lleva a todos en su corazón. El acompaña a cada ser humano, asumiendo la realidad concreta de cada uno y sanándola desde su raíz. Cada ser humano, gracias a Cristo, se completa con los demás, salvaguardando la dignidad e irrepetibilidad de cada uno. Donde no llega uno, llega la familia reunida por Cristo. Es la "comunión de los santos", que podría ser el dogma que iluminara definitivamente la realidad de la "globalización". Cada ser humano, en armonía con toda la historia y con todo el cosmos, construye con Cristo la realidad de una familia humana que, un día, será reflejo de la vida familiar de Dios.

Nadie que busque la verdad y el bien, en el pasado, en el presente y en el futuro, queda excluido de esta dignidad y tarea responsable y entusiasmante. Siempre vale la pena ser apóstol de Cristo, y más en unos momentos de tantas posibilidades y de tantas gracias, que fundamentan nuestra esperanza. Así lo han comprendido los misioneros de todos tiempos. "La vida no merece el nombre de vida, si no se emplea toda ella en conquistar vasallos para el Rey inmortal de los siglos... Que todos te conozcan y te amen, es la única recompenso que quiero" (SD M. María Inés-Teresa Arias). Es la aspiración paulina de "hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza" (Ef 1,10), "porque debe él reinar" en todos los corazones con su reinado de amor (1Cor 15,25).

"Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen... como Estrella de la Nueva Evangelización... aurora luminosa y guía

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segura de nuestro caminar" (NMi 58). Así la Nueva Evangelización podrá transformar el fenómeno de la "globalización" en solidaridad, no sólo social y cultural, sino especialmente religiosa, haciendo de toda la humanidad una familia que refleje el misterio trinitario de Dios Amor revelado por Cristo.

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BIBLIOGRAFÍA

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SIGLAS

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CEC: Catechismus Ecclesiae Catholicae (1992).

DV: Constitución conciliar Dei Verbum.

EAf: Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa (Juan Pablo II, 1995).

EAm: Exhortación Apostòlica Ecclesia in America (Juan Pablo II, 1999).

EN: Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975).

EV: Encíclica Evangelium Vitae (Juan Pablo II, 1995).

GS: Constitución conciliar Gaudium et Spes.

IM: Bula Incarnationis Mysterium (Juan Pablo II, 1998).

LG: Constitución conciliar Lumen Gentium.

MC: Exhortación Apostólica Marialis Cultus (Pablo VI, 1974).

NAe: Declaración conciliar Nostra Aetate.

NMi: Carta Apostólica Novo Millennio Inneunte (Juan Pablo II, 2001).

OL: Carta Apostólica Orientale Lumen (Juan Pablo II, 1995).

RH: Encíclica Redemptor Hominis (Juan Pablo II, 1979).

RMa: Encíclica Redemptoris Mater (Juan Pablo II, 1987).

RMi: Encíclica Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990).

TMA: Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (Juan Pablo II, 1994).

VS: Encíclica Veritatis Splendor (Juan Pablo II, 1993).

Otros documentos son citados sin usar sigla alguna: Instrucción "Diálogo y anuncio", Declaración "Dominus Iesus" (2000), etc.