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Goranchacha, Hijo del Sol y Profeta Chibcha

Hace muchos años, el Sol quiso reencarnar en una mujer chibcha, por lo cual, todas las mañanas las mujeres desnudas esperaban la concepción a través de los rayos del astro rey.

Sin embargo, los indígenas conocieron luego, que el sol quería enviar sus rayos a una doncella del pueblo de Guachetá, quien habría de parir lo que concibiese de los rayos divinos, quedando virgen.

En toda la región se conoció la noticia, la cual fue acatada por las dos hijas doncellas del cacique de Guachetá, deseosas ambas de que sucediese el milagro. Todos los días a la alborada, las hijas del cacique se salían del bohío de su casa y se subían a un cerro cerca del pueblo para esperar la salida del sol por el oriente. Ellas se acostaban desnudas frente al sol, esperando que las pudiese fecundar con sus rayos.

Una de las doncellas de Guachetá apareció embarazada y al cabo de nueve meses parió una esmeralda muy grande y muy rica. La princesa la tomó y la envolvió en unos algodones, la puso entre los pechos durante varios días, hasta que al fin, la esmeralda se convirtió en un niño él que llamaron Goranchacha, hijo del sol.

Cuando cumplió sus 24 años, el hijo del sol se dedicó a recorrer el territorio chibcha predicando las sabias enseñanzas de Bochica y convirtiéndose en profeta. En la corte de Ramiriquí, en Sogamoso y demás pueblos

del altiplano Boyacense, Goranchacha era recibido como hijo del sol y predicador religioso.

Cuando el hijo del sol tuvo conocimiento del castigo que el cacique de Ramiriquí le había infligido a uno de sus acompañantes, regresó a la entonces capital de los Zaques, le dio muerte al Cacique y asentó allí su corte, tomándose el poder por la fuerza. Escogió los criados para su servicio y entre ellos al pregonero, un indio con una gran cola, que se convirtió en la segunda persona del pueblo.

Goranchacha gobernó con un gran rigor; tenía castigos, aún para cosas muy leves. Cambió en forma definitiva la capital de los Zaques, que inicialmente era Ramiriquí, por Hunza. Se transformó en un verdadero dictador, el primero en estas tierras aborígenes.

El hijo del Sol mandó construir en Hunza un templo para rendirle culto a su padre; para ello mandó traer piedras y columnas de los lugares más distantes de sus dominios. Contaban los Hunzas que nunca pudieron ver las caras de quienes traían las piedras, por llegar con ellas de noche.

Goranchacha hacía venerar muy frecuentemente al sol en su templo de piedra y cuentan las tradiciones que hacía fiestas especiales con procesiones desde el cercado de Quimuinza hasta el templo del sol. La procesión seguía un camino tapizado con mantas finas y pintadas. Duraba tres días de ida, tres días de oración y tres días de regreso.

Un día el pregonero reunió a todos los Hunzas en un lugar, e hizo que Goranchacha les hablara de la esclavitud que tendrían en el futuro, pues vendría gente fuerte y feroz que les habría de maltratar y afligir con sujeciones y trabajos. El gran Chacha se despidió de los Hunzas y les dijo que se iba para no verlos padecer, y después de muchos años volvería a verlos. El Zaque entró al cercado y desapareció en forma definitiva, pues nunca más lo vieron. El pregonero con cola de león, delante de todos, estalló y se convirtió en humo hediondo, dando así la última despedida

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LEYENDA DEL DORADO

Cada vez que se posesionaba un nuevo cacique, los muiscas organizaban una gran ceremonia.

El heredero, hijo de una hermana del cacique anterior, quien antes de esto se había purificado ayunando durante seis años en una cueva donde no podía ver el sol, ni comer alimentos con sal, ni ají, ni mantener relaciones sexuales con mujer alguna, era conducido a la vera de la laguna donde los sacerdotes lo desvestían, untaban su cuerpo con una resina pegajosa, lo rociaban con polvo de oro, le entregaban su nuevo cetro de cacique, un propulsor de oro y lo hacían seguir a una balsa de juncos con sus usaques o ministros y los jeques o sacerdotes, sin que ninguno de ellos, por respeto, lo mirara a la cara.

El resto del pueblo permanecía en la orilla donde prendían fogatas y rezaban de espaldas a la laguna, mientras la balsa navegaba en silencio hacia el centro de la laguna. Con los primeros rayos del sol, el nuevo cacique y su séquito arrojaban a la laguna oro y esmeraldas como ofrendas a los dioses. El príncipe, despojado ya del polvo que lo cubría, iniciaba su regreso a la tierra, en tanto resonaban con alegría tambores, flautas y cascabeles.

Después, el pueblo bailaba, cantaba y tomaba chicha durante varios días.

LEYENDA O MITO MIRTHAYU

Hace muchísimos años el Cacique Tairón, vecino de los Michúes tenía como rutina ofrecer un sacrificio. En uno de ellos, apareció de repente una nube que esparcía rayos de mil colores. Entre más se acercaba, era más fácil distinguir que en su seno iba una mujer muy hermosa. Tairón y su tribu cayeron de rodillas, lanzando exclamaciones y gritos de alegría, pues creyeron que llegaba a ellos el dios a quien le estaban ofreciendo el sacrificio.

LA MADRE DEL UNIVERSO...

La Madre del Universo era muy poderosa y dueña de todas las cosas. Esta madre sabía hilar algodón y un día decidió clavar el huso en el pico más alto de la Sierra Nevada. Del huso ella fue tirando un hilo larguísimo y con él trazó, con un compás, un círculo en la tierra. Mientras hacía ese redondel ella dijo "Esta será la tierra de mis hijos". Por eso Tacancique sabía que la tierra pertenecía desde entonces a los Taironas.

Naoma era un sabio muy famoso. El entendía el lenguaje de las aves y podía adivinar lo que iba a suceder mirando las estrellas. Conocía sitios llenos de piedras finas y los lugares donde crecían hierbas para curar enfermedades. También él era un gran artista y hacía las mejores máscaras. El viejo era un personaje muy misterioso. Vivía en una colina lejos de la ciudad y cuando venía sólo se quedaba en una de las casas sagradas.

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LA LEYENDA SAGRADA DEL YURUPARI

El misionero javeriano Padre Diego Villa Pérez, remitió a ETHNIA esta leyenda que oyó contar varias veces a los aborígenes del Vaupés.

Bajo el signo misterioso de la melancolía selvática y con el emblema del silencio y del misterio, se encuentran antiguas leyendas tan creídas y practicadas ahora, que da la impresión de ser algo real y nuevo en las mentes de los actuales y civilizados indígenas, rezago de

antiguas creencias que hacen parte de su historia incógnita y oscura.

Si fuéramos a escribir todas y cada una de las leyendas indígenas que se entremezclan una en otro con siglos de historia y de vida, nos gastaríamos muchos años para recopilarlas y seria trabajoso, difícil y nada fácil, ya que las pocas que sabemos han sido relatadas con sigilo y temor, y las muchas de ellas nunca serán conocidas por nosotros, porque hacen parte de su psicología reservada y tímida, dando como resultado la absoluta imposibilidad para saberlas y escribirlas.

Dando estos antecedentes, tímidamente me permitió informar una de esas leyendas principales que han andado siglos y siglos de boca en boca, por las malocas y en los caminos oscuros de la selva, como por los ríos caudalosos y los tranquilos caños, en los potrillos y en las hamacas, en la soledad y en los bulliciosos cachiríes de las tribus indígenas del Vaupés.

Común a todas las tribus de la selva amazónica, es tan fantástica leyenda que es el corazón del indígena; para el hombre su poder y para la mujer su inquietud y la muerte. Dice así la leyenda:

‘’En un principio había en la tierra dos personas: buenas y se llamaba TUPANA (en guaraní significa santo); hacia el bien, no gustaba de cosas que no servían ni menos parrandas y fiestas profanas. El otro personaje era YURUPARI, amigo de lo malo; juego, chicha, bailes y vivía de lejos de TUPANA. (la palabra yurupari, significa diablo en Guaraní). yurupari arrastraba para sí mucha gente. Contrariamente de Tupana tenía

pocos seguidores; y las fiestas de yurupari hacían llevar al bando de la maldad a muchos secuaces.

Un día TUPANA resuelve matar a yurupari por ser este quien tenía más gente en su bando. Se hicieron a una hoguera grandísima y allí quemaron al yurupari con quien habían tenido tantas dificultades y enemistades. una vez hecho ceniza vinieron sus seguidores con gran tristeza y quedaron silenciosos ante semejante realidad; y no pudieron encontrar un solo hueso; todo él había sido hecho ceniza.

Pasaron muchos días, y en las cenizas retoño una palma llamada Pachuba (en lengua guaraní), y fue ella muy bonita por lo alta y recta. Vinieron al lugar mujeres y al mirar la palma hermosa, llamaron a los hombres para convenir con ellos tumbarla y formar con ella un instrumento que imitara la voz de Yurupari Este era el recuerdo viviente de Yurupari Tres pedazos de palma fueron suficientes para formar el antedicho instrumento que imito perfectamente la voz de Yurupari.

Desde entonces las mujeres fueron poseedoras del gran Yurupari. Ellas lo tocaban cuando iban al baño en las mañanas; al oírse de lejos se decía que era Yurupari que estaba vivo. Y era oficio de las mujeres traer pepas del monte para los hombres que hacían los oficios domésticos.

Con el correr de los años se aburrieron por ser ellos los llamados hacer los quehaceres del hogar. Además Yurupari era hombre y las mujeres decían no estar con él. Una sola reunión fue suficiente para que los hombres acordaran únicamente el ir a la mañana siguiente a donde las mujeres acostumbradas al baño en el río, para quitarles el Yurupari.

Todos ellos armados con adavi (bejuco rodeado de fibra que venía a constituir un verdadero azote, y palabra guaraní), fueron hasta el lugar en donde se encontraban las mujeres bañándose, y azotándolas con los adavi, las obligaron a entregar el yurupari a poder de los hombres.

Realizada la hazaña, se encaminaron al lugar donde se había quemado Yurupari y encontraron con gran sorpresa de todos, una mata de yuca brava, y miraron y era maní (guarani) o maniba (portugués) que es el palo de la yuca. L o arrancaron y vieron que era raíz de yuca e hicieron chicha como la que hacia Yurupari cuando vivía;

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y probaron la chicha y les supo perfectamente bien. Descubrieron pues, que era preparada con caldo de maní, llamado manicuera, exactamente como la preparaba el mismo Yurupari en vida. Esta manicuera era la misma sangre de Yurupari, es decir que la chicha es sangre de Yurupari poste se convirtió en yuca al ser quemado por Tupana.

En esta reunión los hombres determinaron:

Prohibido a las mujeres conocer y volver a ver a Yurupari, porque al verlo, al instante este las matara. (para el efecto, los hombres han empleado todos los secretos y medios para dar a las mujeres la muerte, creyendo ellas que Yurupari quien las mata.

Los hombres niños de 12 años pueden conocer al Yurupari, bajo el siguiente requisito: someterse a una escuela de quince días en el monte, y bajo la dirección del payé, haciendo utensilios de casa: balayes, matafríos o chipichi (guarani), bancos, remos, etc. Durante estos días serán azotados de madrugada con su adavi. Los peyés los aconsejaran así: después de ver a Yurupari serán hombres perfectos y podrán casarse. Todas estas ceremonias las hacen los payés con humo de tabaco para que en los nuevos hombres todo quede en paz y tranquilidad. Hace el payé que sus instruidos comas ají para que se conserve la dentadura de ellos. Bajo pena de muerte no pueden descubrir a nadie el secreto del Yurupari.

Una vez terminada la escuela, irán a la casa y se presentarán al papá y a la mamá porque ya son hombres que conocen el Yurupari además pueden casarse por saber hacer de todos los instrumentos necesarios para la casa. Ese día se da un gran almuerzo al joven que llega y durante el mismo, entrega a sus padres los objetos que fabricó en la escuela. Con la aventura que realizó el hombre de apoderarse del Yurupari, éste domina totalmente y la mujer trabaja no duramente no solo en la casa, sino también en la chagra (huerta).

BACHUE

Uno de los mitos chibchas de la creación de los hombres es el de Bachué, la madre del género humano. Las narraciones mitológicas muiscas indican que en las regiones cercanas a Tunja existía la Laguna de Iguaque, de cuyas aguas emergió Bachué, nimbada de una luz que hizo resplandecer la tierra.

La diosa femenina sacó consigo de la mano a un niño de tres años con quien bajó la serranía y en el llano, en donde posteriormente surgió el pueblo de Iguaque, construyó una choza, la cual se convirtió en la primera vivienda de los muiscas en Boyacá.

Cuando el niño creció en su desarrollo natural, Bachué se casó con él, realizándose así el primer matrimonio chibcha. Esta unión fue tan importante y la mujer tan prolífica y fecunda, que en cada parto tenía entre cuatro y seis hijos, con lo cual muy pronto se llenó de gente la tierra. Este es el origen chibcha del género humano.

Bachué y su hijo y esposo viajaban por todas partes, dejando hijos en todas ellas. Cuando ya estaban viejos llamaron a sus descendientes y fueron acompañados hasta la laguna de Iguaque, su lugar de origen. Allí Bachué les hizo una plática final, exhortándolos a la paz, después de la cual se despidieron y se convirtieron en dos grandes serpientes que se sumergieron en la laguna, que desde entonces se convirtió en santuario chibcha.

Los muiscas hacían peregrinaciones a los "Bohíos sagrados" dedicados a la diosa Bachué y a su esposo, que en algunos cronistas aparece como Iguaque o Labaque. Estos dos bohíos de adoración se comunicaban uno con otro. En uno de ellos se adoraba la figura de un niño de tres años, puesto en pie y de oro macizo, y una piedra de moler maíz, también de oro macizo.

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En los bohíos, los españoles encontraron numerosas ofrendas: mantas de algodón finas y bien hechas, oro fino en pedazos de barras, tejas y centillos, figuras antropomorfas y zoomorfas llevadas como ofrendas.

A la isla Santuario de la Laguna de Fúquene, los chibchas hacían una peregrinación para adorar a varios dioses, entre ellos a Bachué.

El culto a los dioses chibchas era servido por cien sacerdotes, quienes atendían a los peregrinos que llegaban frecuentemente de todas partes. Allí se localizaba uno de los Cucas, o seminarios para la formación de los jeques chibchas.

El mito chibcha de Bachué representa el dualismo entre la madre agua y la madre tierra; es el mito femenino más importante entre los indígenas colombianos, el cual permanece en la estructura mental de los pueblos del altiplano cundiboyacense con algunas supervivencias míticas en sus tradiciones y creencias.

Este mito proyectó la supravaloración de la mujer entre los chibchas, dejando en el transfondo de la mentalidad social los caracteres de un pueblo con algunas tendencias hacia el matriarcado.

En la organización social chibcha, los clanes estaban ligados por línea materna, por lo cual los hombres y las mujeres pertenecían al clan por línea femenina.

Precisamente para la sucesión de los caciques chibchas existía la línea matrilineal: Al zipa de Bacatá lo heredaba su sobrino del Cacicato de Chía; al Zaque de Tunja lo heredaba su sobrino de Ramiriquí, y el cacique Tundama lo heredaba su sobrino, hijo de su hermana.

El mito de Bachué también está en relación con la fertilidad de los campos, las cosechas y la influencia de la mujer. Tenemos en cuenta que el matriarcado tiene raíces profundas en la organización social primitiva, en la cual las mujeres dispusieron de la autoridad doméstica y política. Las mujeres chibchas alternaban las faenas agrícolas con los trabajos de alfarería, tejidos, hilados y la dirección del hogar.

COMO COMENZÓ EL MUNDO

Cuenta la leyenda que fue aquí, justo en donde hoy se encuentra esta caída de agua con unos 200 metros de altura, en donde Bochica, padre y maestro de los Muiscas, abrió este inmenso precipicio, que todavía sigue impresionando a quienes, como nosotros, vienen a acercarse.

La historia es como sigue:

Al principio, todo era oscuridad, muerte y desierto.

Hasta que el gran Chiminigagua quiso hacer el mundo.

Entonces... sacó de su propio cuerpo millares de aves que salieron a volar por esta tierra.

De sus picos brotaban vapores luminosos que libraron a la sabana de la oscuridad nebulosa de siempre.

Como aún hacía frío, Chiminigagua decidió crear al Sol, a quien llamó Sue.

Con sus rayos cálidos y luminosos Sue abrigó todo el suelo.

Pero su presencia comenzó a calcinar los campos, por lo que el sumo creador le pidió que de vez en cuando fuera a descansar detrás de los cerros de Occidente.

Y que en su ausencia aceptara a la Luna como remplazo.

A ella la llamó Chía.

Ahora había llegado el momento de hacer el hombre.

Entonces Chiminigagua se fue hasta la laguna de Iguaque.

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De sus aguas calmadas hizo salir una bella mujer, a la que dió por nombre Bachué, en cuyos brazos llevaba un niño de tres meses. Después de haber sido madre de muchas otras criaturas más, Bachué se hizo anciana.

Al saberse viejos, ella y su primer hijo invitaron al pueblo a reunirse en la misma laguna de donde alguna vez habían venido.

Antes de partir les recordaron que debían seguir siendo buenos, y se sumergieron en la laguna, a cuyo contacto se transformaron en un par de serpientes.

Muertos los padres, Chiminigagua envió a Bochica, un anciano grandioso de barbas blancas y bastón. Bochica enseñó a las gentes las bases para hilar, coser, tejer y moldear vasijas y adornos.

Tras haber cumplido su misión de gran maestro, Bochica se marchó sin que nadie se diera cuenta.

Con el tiempo sus discípulos comenzaron a olvidarse de las palabras de Bochica.

Y alentados por Huitaca, mujer de impresionante hermosura, se consagraron a la borrachera, el pecado y el desorden.

Tan terribles fueron los actos de los nativos que el gran Chibchacúm, dios de la Sabana, desató su furia convertida en un torrente interminable de aguas que convirtieron al poblado en un gran océano.

La nación chibcha empezó a morir, y los pocos que quedaban a pedir piedad.

Rebosante de compasión y bondad, Bochica regresó con su bastón y quebró las rocas inmensas, justo aquí, zona por donde hoy atraviesa El Salto del Tequendama.

A la región la bautizó "Bacatá", que significa "lugar donde termina el arado".

LOS TIKUNAS PUEBLAN LA TIERRA

Yuche vivía desde siempre, solo en el mundo. En compañía de las perdices, los paujiles, los monos y los grillos había visto envejecer la tierra. A través de ellos se daba cuenta que el mundo vivía y que la vida era tiempo y el tiempo... muerte.

No existía en la tierra sitio más bello que aquél donde Yuche vivía: era una pequeña choza en un claro de la selva y muy cerca de un arroyo enmarcado en playas de arena fina. Todo era tibio allí; ni el calor ni la lluvia entorpecían la placidez de aquel lugar.

Dicen que nadie ha visto el sitio, pero todos los Ticunas esperan ir allí algún día.

Una vez Yuche fue a bañarse al arroyo, como de costumbre. Llegó a la orilla y se fue introduciendo en el agua hasta que estuvo casi enteramente sumergido. Al lavarse la cara se inclinó hacia adelante mirándose en el espejo del agua y por primera vez notó que había envejecido.

El verse viejo le entristeció profundamente.

-Estoy ya viejo... y solo. ¡Oh! se muero, la tierra quedará más sola todavía.

Apesadumbrado, despaciosamente emprendió el regreso a su choza.

El susurro de la selva y el canto de las aves lo embargaban ahora de infinita melancolía.

Yendo en el camino sintió un dolor en la rodilla, como si lo hubiera picado algún insecto; no pudo darse cuenta, pero pensó que había posido ser una avispa. Comenzó a sentir que un pesado sospor lo invadía.

-Es raro cómo me siento. Me acostaré tan pronto llegue.

Siguió caminando con dificultad y al llegar a su choza se recostó, quedando dormido.

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Tuvo un largo sueño. Soñó que mientras más soñaba, más envejecía y más débil se ponía y que de su cuerpo agónico salían otros seres.

Despertó muy tarde, al otro día. Quiso levantarse, pero el dolor se lo impidió. Entonces se miró la inflamada rodilla y notó que la piel se había vuelto transparente. Le pareció que algo en su interior se movía. Al acercar más los ojos, vio con sorpresa que, allá en el fondo, dos minúsculos seres trabajaban; se puso a observarlos.

Las figurillas eran un hombre y una mujer: el hombre templaba un arco y la mujer tejía un chinchorro.

Intrigado, Yuche les preguntó:

-¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo llegaron ahí?

Los seres levantaron la cabeza, lo miraron, pero no respondieron y siguieron trabajando.

Al no obtener respuesta, hizo un máximo esfuerzo para ponerse de pie, pero cayó sobre la tierra. Al golpearse, la rodilla se reventó y de ella salieron los pequeños seres que empezaron a crecer rápidamente, mientras él moría.

Cuando terminaron de crecer, Yuche murió.

Los primeros Ticunas se quedaron por algún tiempo allí, donde tuvieron varios hijos; pero más tarde se marcharon porque querían conocer más tierras y se perdieron.

Muchos Ticunas han buscado aquel lugar, pero ninguno lo ha encontrado.

LEYENDA DE FURA Y TENA

La leyenda de Fura y Tena hace parte del patrimonio cultural de la zona de explotación de esmeraldas de Colombia y las dos montañas que los representan con 840 mt (Tena) y 500 mt (Fura) de altura, sobre el rio Minero Guaquimay, Carare o Zarbi como lo describe la leyenda y que los divide en dos, son un orgullo y una muestra de la riqueza natural de la región conformada por un bosque nativo de una impresionante variedad silvestre entre las que se destacan las 3000 variedades de mariposas que también hacen parte de la historia. Estas montañas fueron lugar de culto de los indios Muzos, considerado asiento de sus dioses y altar de sacrificios.

La leyenda es parte de los relatos precolombinos que se han conservado en el tiempo gracias a la tradición oral de los habitantes de la región

La leyenda es parte de los relatos precolombinos que se han conservado en el tiempo gracias a la tradición oral de los habitantes de la región y que han sido recopilados por varios escritores plasmados en varios escritos de mitos y leyendas de la zona. A continuación podrán leer una de las versiones más completas de la Leyenda de Fura y Tena:

“Fue Are el supremo dios, creador del territorio y pueblo de los Muzos, como una inmensa sombra inclinada asomó por los lados del Gran Río (Magdalena) atravesando en lento vuelo la inmensidad del espacio y al vaivén de su paso columpiante, según la mayor o menor detención del movimiento, iban surgiendo las montañas y los valles como agradecida salutación a su creador. Se detuvo después a orillas del sagrado río minero y de un puñado de tierra formó los ídolos que llamó Fura (mujer) y Tena (Hombre), que arrojó después a la corriente, en donde, purificados por los besos de la espuma tomaron aliento y vida, siendo ellos, los dos primeros seres del linaje humano.

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Are les señaló los límites de sus dominios, les enseñó a cultivar la tierra, fabricar la loza, tejer las mantas y a luchar bravíamente para defenderse de las fieras y de los seres extraños que llegaron a sus territorios; les dio normas de salud y de vida, inculcándoles la libertad sin limitaciones de ninguna especie, les puso el sol, la luna y las estrellas y para que eternamente gozaran de la tierra les concedió el privilegio de una perpetua juventud, pero el amor debía ser único y exclusivo entre los dos, regla de vida que violada por la infidelidad, traería para ambos la vejez y la muerte.

Así Fura y Tena fueron formando el mundo de los Muzos; pasaban años y siglos, generaciones y generaciones, pero el tiempo no llegaba hasta ellos; siempre en perpetua juventud y progresiva fecundidad veían como su descendencia descuajaba las montañas y poblaba los dominios. Cada Muzo, cumplidos los veinte años, escogía parcela y formaba su hogar, plenamente libre, sin sometimiento a régimen de gobierno alguno, sin otra obligación que la de venerar a los sagrados progenitores, Fura y Tena.

Fueron así surgiendo en las montañas los labrantíos de Turtur, Tununguá, Pauna, Canipe, Misuncha, Quípama, Oquima, Cubache, Sacán, Terama, Corauche, Acoque, Chánares, Bunque, Ibacapí, Macaguay, Cóquira, Quipe, Chungaguta, Maripi, muzo, Cuacha, Guaquimay, Sosque, Isabí, Miabe, Boquipí, Purí, Quibuco, Pistoraque, Coper, Surapí,Itoco, Yanaca, Ancanay, Otanche, como tributo de veneración a los dos primeros seres, que tan fructíferamente cumplían el mandato del supremo Are, dios creador que en su marcha al sol, hacía mucho tiempo se había sumergido en la sagrada corriente del Carare.

Tranquila y dulce dentro del trabajo rudo, se deslizaba la vida de los Muzos y pasados muchos siglos la muerte rondaba al fin la juventud de Fura y Tena. Por los mismos lados de occidente, por donde apareciera Are, llegó un mancebo de extraña raza en busca de una flor privilegiada y milagrosa, que tenía en sus perfumes el alivio a todos los dolores y en sus esencias el remedio a todas las enfermedades. Curiosamente recorría las montañas, cruzaba los ríos, trepaba los árboles y esperaba la aurora en los más altos picachos escrutando en vano por todas partes la planta que ostentara la codiciada flor. Zarbi era el nombre de este raro personaje, vagó muchos días y muchas noches en busca de la flor y convencido de la inutilidad de su empeño acudió a Fura con la esperanza de hallar en ella un firme apoyo a sus propósitos, relatándole las maravillosas propiedades de la planta. Tanta fuerza de convicción puso Zarbi a sus palabras que la compasiva Fura se ofreció a ayudarle a descubrir

la flor y en busca de ella se fueron los dos a la montaña, pero el sentimiento iba cambiando y el primitivo impulso de compasión se fue extinguiendo para surgir el amor; en busca de la flor misteriosa, encontraron al amparo de la selva, la propicia ocasión para la infidelidad, venenosa flor que llevaba la muerte en sus secretos.

La acusación de la conciencia, palabra de Are que hablaba desde la intimidad del alma tornó a Fura triste y con la tristeza diariamente le llegaba la vejez, prueba irrefutable de infidelidad y anuncio seguro de la muerte.Comprendió entonces Tena que la sagrada ley del único y exclusivo amor que les impusiera Are, había sido violado por Fura y que debían morir. Pero la infiel, en castigo, tendría que sostener en las rodillas, durante ocho días el cadáver del esposo engañado, para así regar con lágrimas los despojos de la inocente víctima y mirar y sufrir todo el horroroso proceso de la descomposición humana.

Cuidadosamente afiló Tena su macana, a manera de puñal y recostado en las rodillas de Fura, se atravesó el corazón. La sangre comenzó a manar a borbotones de la herida, cubriendo en movediza manta de púrpura los pies de Fura, mientras su alma iniciaba la marcha al sol, el astro que Are había puesto para animar la vida, pero antes de la ausencia eterna buscó su venganza y en lejanas tierras convirtió a Zarbi en un desnudo peñasco, para así poder flagelarlo con ramales de rayos desde la mansión solar, el cielo de los Muzos.

Zarbi dentro de su pétrea inmovilidad pudo sin embargo, luchar, defenderse y vengarse, se desgarró las entrañas transformando toda la sangre que le animara en vida, en un torrente de agua, que despedazando la maleza fue a inundar la tierra de los Muzos y al contemplar a Fura con el cadáver de Tena en las rodillas, más tormentosas se volvieron esas aguas que enfurecidas se estrellaron contra los esposos, aislándolos para siempre y dejándolos frente a frente, convertidos en dos peñones que cortados a tajos se miran todavía, separados por la atropellante corriente del río.

Sus gritos de dolor al perforar en ecos la quietud de la selva, reventaron convertidos en bandadas de multicolores mariposas

Inmenso fue el dolor de Fura, las pocas horas que sostuvo en las rodillas el cadáver de Tena fueron siglos de amargura, sus lamentaciones y sus lágrimas viven y vivirán en la historia de los muzos, sus gritos de dolor al perforar en ecos la quietud de la selva, reventaron convertidos en bandadas de multicolores mariposas y sus lágrimas, sus torrentes de lágrimas que en vano quiso contener el hijo mimado Itoco, se fueron

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transformando al beso del sol, en una cordillera de montañas, montañas de esmeraldas.

La triste suerte de Fura y Tena conmovió sin embargo el corazón de Are que desde su trono del sol los perdonó, poniendo para vigilar los sagrados peñones, una guardia permanente de tempestades, de rayos y serpientes y permitiendo que sean siempre las aguas del Río Minero, sangre de Zarbi, las que descubran, clarifiquen, laven y abrillanten las esmeraldas de Muzo, lágrimas de la infiel y arrepentida Fura.

Por eso y desde entonces, los Muzos tienen además de su gran templo en el bífido peñón de Furatena, las más ricas minas de esmeraldas, las más venenosas serpientes y las más bellas mariposas”.

EL SALTO DEL TEQUENDAMA

El más famoso héroe de los Chibchas fue el sabio Bochica. Un día desapareció por donde sale el sol, dejando la huella de su pié marcada en una inmensa roca.

Años después, hubo una terrible inundación que destruyó pueblos y mató mucha gente. Los Muiscas imploraron a Bochica y éste apareció sobre el arco iris.

Con su cetro de oro, golpeó las rocas partiéndolas en medio de un gran estruendo. El agua, que formaba ya un lago en la sabana, salió violentamente formando una gigantesca cascada de espuma blanca. Así Bochica creó el salto de Tequendama. ¿Quién fue el culpable de la destructora inundación? Huitaca, la hermosa y malvada mujer, o el Dios Chibchacum, protector de los agricultores. Bochica los castigó a ambos. A ella, la convirtió en lechuza y a él lo obligó a cargar la tierra sobre sus hombros. Por eso, cada vez que se cansa y la cambia de hombro hay temblores

LA LEYENDA DE LAS ESMERALDAS

La cacica Furatena, descendiente de los primeros padres del género humano, era la dueña de las esmeraldas más finas del mundo.

Ella, poseía la piedra más fina, "gota de aceite", la más grande y fina, obtenida del cerro Itoco.

Cuando llegaron los españoles en 1537, tuvieron conocimiento de las esmeraldas de Muzo y de la gran esmeralda propiedad de la cacica Furatena. En 1539, el capitán español Luis Lancheros la buscó sin obtener éxito, los indígenas se defendieron con heroísmo. Los indios Muzos, creían que en el principio del mundo, surgió Are, dios del universo, labró figuras de los hombres y mujeres en madera y los arrojó al agua, dándoles vida humana y así creó a Fura la mujer y a Tena, el hombre, padres de la humanidad.

Un día apareció Zarbi, de ojos azules y barba rubia, que buscaba la planta misteriosa de la eterna juventud, la seductora Fura lo acompañó a la montaña y cayó en la infidelidad.

Cuando Tena se enteró, mandó a matar a Zarbi y su cadáver lo hizo cargar de Fura varios días, hasta cuando entró en putrefacción. Las lágrimas de Fura, que fueron muchas, entraron al interior de la tierra de los Muzos y  se convirtieron en esmeraldas y sus gritos dolientes, se convirtieron en mariposas de muchos colores que invadieron el espacio, son las llamadas mariposas de Muzo. En su tremenda ira, Tena enloqueció, mató a Fura y se suicidó. El dios Are convirtió a los esposos en dos peñascos, asimismo al hijo de los dos, Itoco, que es precisamente el más rico filón esmeraldífero.

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MITO DE BACHUÉ, LA MADRE DEL GÉNERO HUMANO

Uno de los mitos chibchas de la creación de los hombres es el de Bachué, la madre del género humano. Las narraciones mitológicas muiscas indican que en las regiones cercanas a Tunja existía la Laguna de Iguaque, de cuyas aguas emergió Bachué, nimbada de una luz que hizo resplandecer la tierra.La diosa femenina sacó consigo de la mano a un niño de tres años con quien bajó la serranía y en el llano, en donde posteriormente surgió el pueblo de Iguaque, construyó una choza, la cual se convirtió en la primera vivienda de los muiscas en Boyacá. Cuando el niño creció en su desarrollo. natural, Bachué se casó con él, realizándose así el primer matrimonio chibcha. Esta unión fue tan importante y la mujer tan prolífica y fecunda, que en cada parto tenía entre cuatro y seis hijos, con lo cual muy pronto se llenó de gente la tierra. Este es el origen chibcha del género humano.

Bachué y su hijo y esposo viajaban por todas partes, dejando hijos en todas ellas. Cuando ya estaban viejos llamaron a sus descendientes y fueron acompañados hasta la laguna de Iguaque, su lugar de origen. Allí Bachué les hizo una plática final, exhortándolos a la paz, después de la cual se despidieron y se convirtieron en dos grandes serpientes que se sumergieron en la laguna, que desde entonces se convirtió en santuario chibcha. Los muiscas hacían peregrinaciones a los "Bohíos sagrados" dedicados a la diosa Bachué y a su esposo, que en algunos cronistas aparece como Iguaque o Labaque. Estos dos bohíos de adoración se comunicaban uno con otro. En uno de ellos se adoraba la figura de un niño de tres años, puesto en pie y de oro macizo, y una piedra de moler maíz, también de oro macizo. En los bohíos, los españoles encontraron numerosas ofrendas: mantas de algodón finas y bien hechas, oro fino en pedazos de barras, tejas y centillos, figuras antropomorfas y zoomorfas llevadas como ofrendas.

A la isla Santuario de la Laguna de Fúquene, los chibchas hacían una peregrinación para adorar a

varios dioses, entre ellos a Bachué. El culto a los dioses chibchas era servido por cien sacerdotes, quienes atendían a los peregrinos que llegaban frecuentemente de todas partes. Allí se localizaba uno de los Cucas, o seminarios para la formación de los jeques chibchas.El mito chibcha de Bachué representa el dualismo entre la madre agua y la madre tierra; es el mito femenino más importante entre los indígenas colombianos, el cual permanece en la estructura mental de los pueblos del altiplano cundiboyacense con algunas supervivencias míticas en sus tradiciones y creencias. Este mito proyectó la supravaloración de la mujer entre los chibchas, dejando en el transfondo de la mentalidad social los caracteres de un pueblo con algunas tendencias hacia el matriarcado. En la organización social chibcha, los clanes estaban ligados por línea materna, por lo cual los hombres y las mujeres pertenecían al clan por línea femenina. Precisamente para la sucesión de los caciques chibchas existía la línea matrilineal: Al zipa de Bacatá lo heredaba su sobrino del Cacicato de Chía; al Zaque de Tunja lo heredaba su sobrino de Ramiriquí, y el cacique Tundama lo heredaba su sobrino, hijo de su hermana.

El mito de Bachué también está en relación con la fertilidad de los campos, las cosechas y la influencia de la mujer. Tenemos en cuenta que el matriarcado tiene raíces profundas en la organización social primitiva, en la cual las mujeres dispusieron de la autoridad doméstica y política. Las mujeres chibchas alternaban las faenas agrícolas con los trabajos de alfarería, tejidos, hilados y la dirección del hogar.

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BOCHICA

La historia de esta leyenda, cuenta que en época de los Chibchas, durante días y noches llovió tanto que se arruinaron los cultivos; las casas se vinieron al suelo, y se mojaron tanto que lo mismo servía tener techo de palma o no.

El Zipa, quien comandaba todo el imperio Chibcha, y los caciques, que eran como los capitanes o gobernadores de los poblados de la sabana, se reunieron para buscar una solución, pues no sabían qué hacer y el agua seguía cayendo del cielo en torrentes. Se acordaron entonces de Bochica, un anciano que no era de su tribu y quien había aparecido de repente en un cerro de la sabana.

Dicen que era alto y de piel colorada, con ojos claros, barba blanca y muy larga que le llegaba hasta la cintura. Vestía una túnica también larga, sandalias, y usaba un bastón para apoyarse. Él les había enseñado a sembrar y cultivar en las tierras bajas que quedaban próximas a la sabana y a orar. Cuando se iniciaron las lluvias, Bochica estaba visitando el poblado de Sugamuxi (hoy Sogamoso), en donde había un templo dedicado al Sol.

Los chibchas decidieron llamarlo, porque pensaron que Bochica era un hombre bueno que

podría ayudarlos, o todo el imperio se acabaría a causa de la gigantesca inundación. El anciano dialogó con dificultad con los caciques, pues no dominaba su lengua, pero se hacía entender y le comprendían bastante. Se retiró a un rincón del bohío que tenía por habitación, rezó a su dios, que decía era uno solo. Luego salió y señaló hacia el suroccidente de la sabana.

Cuentan además, que cientos de indios organizaron una especie de peregrinación con él. Se detuvieron después de varios días en el sitio exacto en donde la sabana terminaba, pero las aguas se agolpaban furiosas ante un cerco de rocas. Los árboles enormes y la vegetación selvática frenaban la furia del agua.

Bochica, con su bastón, miró al cielo y tocó con el palo las imponentes rocas. Ante la sorpresa y admiración de unos y la incredulidad de todos, las rocas se abrieron como si fueran de harina. El agua se volcó por las paredes, formando un hermoso salto de abundante espuma, con rugidos bestiales y dando origen a una catarata de más de 150 metros de altura. La sabana, poco a poco, volvió a su estado normal. Y allí quedó el "Salto del Tequendama". Dicen que Bochica, tiempo después, desapareció silenciosamente como había venido.