· colección gaviotas de azogue 73. la palabra. silvia braun. cuento

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LA PALABRA Silvia Braun Cuando le quedaron sólo los gestos, se tiñó el pelo de verde. Un día amaneció sin manos. En su lugar dos enormes muñones enrojecidos señalaban las cosas. Ella pensó que había llegado la hora del silencio definitivo. Y lloró. Fue hasta el espejo que siempre le revelaba la historia, pero estaba empañado pese al aire fresco que entraba por las ventanas cerradas. Las abrió y el aire se fue en forma de paloma. Le alcanzó a ver el color: era verde. Verde como su pelo, como los ojos, como la piel. Se había teñido desde hacía mucho tiempo, en una laboriosa y lentísima tarea para evitar la penosa impresión de no ser vista. Soy como soy, había dicho, y nadie la había escuchado. Por eso y por el color del pelo, se pensó que estaba loca. Nadie salió en su defensa. Salvo ella misma. Esgrimió la palabra como única salvación posible, eligió el diálogo y no el monólogo, pero las palabras caían, se estrellaban, descendían por el laberinto de la incomprensión convertidas en minúsculas partículas de choque, se quebraban y se mojaban con su llanto. Nunca se supo muy bien por cuánto tiempo esgrimió la palabra. Se cree que fue en la época de la cosecha, porque el pelo, antes de que se lo pintara de verde, se había llenado de hebras blancas, la piel se le había arrugado pero no tanto por el paso del tiempo como por haber permanecido bajo el agua. Destino de pez o de sirena, la verdad, nadie lo supo. Así anduvo, mitad hembra, mitad escama. Creaba, imaginaba palabras, las pintó, las esculpió y las escribió, las habló, las contó y el milagro de ser entendida nunca llegó. Muerta de pena las tiró al mar y vio como el agua las llevaba, y entonces emitió por única vez un alarido desgarrador. Quiso recuperarlas para volverlas a esgrimir, pero el mar en su destino de agua se las había llevado para siempre. Fue entonces cuando pensó en los gestos. Podían muy bien llenar el vacío de las palabras. Si antes no habían podido escucharla, ahora ni siquiera la miraban. Quiso arrancarse los ojos para no ver lo que le pasaba. Fue cuando de tiñó de verde. Seguro, ahora sí la mirarían, sería por el color pero tal vez pudie- ran ver sus ademanes de mujer nacida para la ternura. Caminó descalza, envuelta en su túnica blanca, los pies se le hicieron dos enormes grietas de cansancio, los ojos eran dos súplicas sin retorno. Fue en un amanecer. Con un pájaro muerto en la boca para ahogar lo único que le quedaba que era el grito, tomó una rama y se cortó las manos. Con las plumas cerró las heridas y así anduvo con sus muño- nes hasta que un día volvió al mar para reclamarle las palabras, quería que se las devolviera ahora que se había quedado sin gestos. La vieron pasar hacia la playa lejana. Dejaba su rastro de escamas, su perfume de heliotropos. A medida que se alejaba, la túnica se hacía más y más transparente hasta que al final la vieron desnuda, con el pelo verde hasta la cintura. Nadie dijo nada. Al día siguiente la encontraron boca abajo. En la arena húmeda por el rocío de la noche, los muñones habían escrito la palabra. Santa Fe, cierto día… Esta edición limitada, firmada y numerada a mano ha sido realizada, por CIINOE/COMOARTES S. L.([email protected]) en su Colección “Gaviotas de azogue” / 73, Diciembre de 2008, Madrid, España. Se autoriza la difusión sin fines comerciales por cualquier medio. Este ejemplar es el número: ____

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  • LA PALABRA Silvia Braun Cuando le quedaron slo los gestos, se ti el pelo de verde. Un da amaneci sin manos. En su lugar dos enormes muones enrojecidos sealaban las cosas. Ella pens que haba llegado la hora del silencio definitivo. Y llor. Fue hasta el espejo que siempre le revelaba la historia, pero estaba empaado pese al aire fresco que entraba por las ventanas cerradas. Las abri y el aire se fue en forma de paloma. Le alcanz a ver el color: era verde. Verde como su pelo, como los ojos, como la piel. Se haba teido desde haca mucho tiempo, en una laboriosa y lentsima tarea para evitar la penosa impresin de no ser vista. Soy como soy, haba dicho, y nadie la haba escuchado. Por eso y por el color del pelo, se pens que estaba loca. Nadie sali en su defensa. Salvo ella misma. Esgrimi la palabra como nica salvacin posible, eligi el dilogo y no el monlogo, pero las palabras caan, se estrellaban, descendan por el laberinto de la incomprensin convertidas en minsculas partculas de choque, se quebraban y se mojaban con su llanto. Nunca se supo muy bien por cunto tiempo esgrimi la palabra. Se cree que fue en la poca de la cosecha, porque el pelo, antes de que se lo pintara de verde, se haba llenado de hebras blancas, la piel se le haba arrugado pero no tanto por el paso del tiempo como por haber permanecido bajo el agua. Destino de pez o de sirena, la verdad, nadie lo supo. As anduvo, mitad hembra, mitad escama. Creaba, imaginaba palabras, las pint, las esculpi y las escribi, las habl, las cont y el milagro de ser entendida nunca lleg. Muerta de pena las tir al mar y vio como el agua las llevaba, y entonces emiti por nica vez un alarido desgarrador. Quiso recuperarlas para volverlas a esgrimir, pero el mar en su destino de agua se las haba llevado para siempre. Fue entonces cuando pens en los gestos. Podan muy bien llenar el vaco de las palabras. Si antes no haban podido escucharla, ahora ni siquiera la miraban. Quiso arrancarse los ojos para no ver lo que le pasaba. Fue cuando de ti de verde. Seguro, ahora s la miraran, sera por el color pero tal vez pudie-ran ver sus ademanes de mujer nacida para la ternura. Camin descalza, envuelta en su tnica blanca, los pies se le hicieron dos enormes grietas de cansancio, los ojos eran dos splicas sin retorno. Fue en un amanecer. Con un pjaro muerto en la boca para ahogar lo nico que le quedaba que era el grito, tom una rama y se cort las manos. Con las plumas cerr las heridas y as anduvo con sus muo-nes hasta que un da volvi al mar para reclamarle las palabras, quera que se las devolviera ahora que se haba quedado sin gestos. La vieron pasar hacia la playa lejana. Dejaba su rastro de escamas, su perfume de heliotropos. A medida que se alejaba, la tnica se haca ms y ms transparente hasta que al final la vieron desnuda, con el pelo verde hasta la cintura. Nadie dijo nada. Al da siguiente la encontraron boca abajo. En la arena hmeda por el roco de la noche, los muones haban escrito la palabra.

    Santa Fe, cierto da

    Esta edicin limitada, firmada y numerada a mano ha sido realizada,

    por CIINOE/COMOARTES S. L.([email protected]) en su Coleccin Gaviotas de azogue / 73, Diciembre de 2008, Madrid, Espaa.

    Se autoriza la difusin sin fines comerciales por cualquier medio. Este ejemplar es el nmero: ____

    mailto:[email protected]