redalyc.la antropologÍa social ante un nuevo mundo

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Relaciones. Estudios de historia y sociedad ISSN: 0185-3929 [email protected] El Colegio de Michoacán, A.C México Vázquez León, Luis LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL ANTE UN NUEVO MUNDO DESAFIANTE (A PROPÓSITO DEL RETORNO DE LOS MONSTRUOS) Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXV, núm. 98, primavera, 2004, pp. 69-106 El Colegio de Michoacán, A.C Zamora, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709804 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

ISSN: 0185-3929

[email protected]

El Colegio de Michoacán, A.C

México

Vázquez León, Luis

LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL ANTE UN NUEVO MUNDO DESAFIANTE (A PROPÓSITO DEL

RETORNO DE LOS MONSTRUOS)

Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXV, núm. 98, primavera, 2004, pp. 69-106

El Colegio de Michoacán, A.C

Zamora, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709804

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Se abordan las dificultades de interrelación cognoscitiva entre los su-jetos, no siem

pre mutuam

ente interesados en conocerse, por lo que seha generalizado la inserción del antropólogo(a) por m

edio de la sus-pensión de sus convicciones m

orales y, sobre todo, de sus imperativos

de conocimiento racionales, eligiendo de m

anera más bien convenien-

te su conversión en comprom

isos personales con “el punto de vista delos nativos”, elección tanto m

ás factible por la carencia general de có-digos éticos de carácter profesional no obstante que vivim

os en unnuevo m

undo desafiante compuesto de poderes, en especial de aqué-

llos que exigen una antropología hecha a la medida de sus intereses.

(Poder estructural, patrimonialism

o, tradición, ética deontológico)

Dícese que existe en el este una cadena de m

ontañas y que aun lado de ella ciertas conductas son inm

orales, pero del otrolado son tenidas en alta estim

a; esto resulta muy ventajoso

para el montañés, porque puede bajar ora de un lado, ora del

otro, y hacer lo que le plazca, sin ofensa.

Am

brose Bierce, El vocabulario del cínico, 1906.

n uno de sus últimos trabajos, Eric W

olf instruía sobrela im

periosa necesidad de indagar en los ordenamien-

tos institucionales dentro de los que se practica la an-tropología, lo m

ismo que en las fuerzas internas y

externas que la constituyen. Denom

inó a este procedercom

o “la antropología entre los poderes”, con lo que establecía una delas m

ayores dificultades sociopolíticas que interfieren a su actividadcognoscitiva norm

al: “¿Dónde se sitúa la antropología entre los pode-

res? Trabaja bajo nuevas dificultades, pero ha de ser capaz de respon-

E* [email protected] A

gradezco a Mary Louise Pratt (2003) haber sacado a los m

ons-truos del desván de la globalidad, si bien tem

o que el chupacabras y el pishtako perte-nezcan a la zoología fantástica; aquí refiero algunos m

ás a su limitado catálogo posm

o-derno, todos m

onstruos humanizados de prosapia antigua y m

oderna: Leviatán, Golem

,Frankenstein, etcétera.

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mis com

entaristas más puntuales cuando concluía la tesis doctoral, m

o-tivo de la reedición citada. Su sola presencia m

e hizo recordar un oscuroprecedente de su propia trayectoria en la investigación, y del que no m

esiento com

pletamente ajeno com

o profesional, como luego m

ostraré.Resulta que estando yo interesado en leer su inform

e etnográfico sobreel Instituto de Investigaciones Biom

édicas de la UN

AM, m

e sorprendiósaber que no lo hubiera publicado. 5Este inform

e sigue inédito hasta lafecha por una sencilla razón: causó un enorm

e malestar en el seno de

la mism

a comunidad científica de la que tanto escribiría después, qui-

zás como desagravio. U

na comunidad por entonces dividida en faccio-

nes e intereses, pero cuyos miem

bros la imaginaban idealm

ente inte-grada y cooperativa. Siendo todo lo contrario, el potente cientifism

ocom

partido por todos sus miem

bros como valores ideológicos interiori-

zados los motivó a im

poner su propia representación contra cualquieraque dudara de sus intereses corporativos de conocim

iento.N

o sorprende por lo tanto que el informe haya sido desautorizado

como científicam

ente incorrecto, confluyendo de pronto tanto tirios co-m

o troyanos –que olvidaron brevemente sus enfrentam

ientos domésti-

cos para defenderse en grupo del “profesional extraño”–6, y consti-

tuyendo así todo un caso ejemplar dotado de las credenciales necesarias

para pasar a los anales de la historia de la antropología como una de las

primeras m

uestras de “empoderam

iento” de los grupos bajo estudio delos antropólogos sociales, un fenóm

eno que más tarde se generalizó

como característico de la era global de la identidad, en la que todo m

un-do lleva la susceptibilidad identitaria a flor de piel con tal de afirm

ar sudiferencia pública a la m

enor provocación disponible, pero que viendobien las cosas era algo que ya estaba planteado desde la m

al llamada

“crisis epistemológica” de la época postcolonial (años sesenta del siglo

XX), en la que se supone que la antropología social habría perdido sin re-

5Lomnitz (1972).

6El papel de “profesional extraño” lo debemos a A

gar (1980), para referirse al antro-pólogo com

o etnógrafo. Tal parece que esa “extrañeza” como fuente del conocim

ientoantropológico (un razonam

iento que Lévi-Strauss tornó en clave disciplinaria) hoy debeser abolida en aras de adoptar la “visión del nativo” y ninguna otra. Q

ué clase de cono-cim

iento y antropología resulte de ello es materia de m

i discusión.

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derles, recordando las potencias distintivas de la antropología”. Yagre-

gaba Wolf adelante: “En ese m

undo, debemos contender con nuevos

poderes y demandas, a saber, am

os cuyo uso de los antropólogos pocotiene que ver con las preocupaciones de la m

isma disciplina”. 1A

dhi-riéndom

e a sus ideas puedo decir por adelantado que es de poderes yde diferenciales de poder bajo los que trabaja la antropología social so-bre lo que trataré en este artículo. A

lgunos de esos poderes son de talm

agnitud que recuerdan a seres o entidades monstruosas, es el caso de

El Leviatán Arqueológico,con el que he lidiado en el pasado. Retom

o asi-m

ismo las preocupaciones éticas, com

etidos y transacciones que suelenacom

pañar al trabajo de campo bajo las condiciones de este nuevo m

un-do desafiante. Las nuevas situaciones sociales de estudio, ¿requierensistem

as universales de ética, fragmentos poliéticos m

anipulables, o có-digos éticos restringidos? La pregunta está en el aire, y ya que involucraa m

ucha más gente en su desvelam

iento, aquí solo apunto algunasideas para su discusión.

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PÉRDID

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OLÓ

GICA

Hará m

enos de ocho años, en ocasión de la reedición en inglés de laobra Becom

ing a Scientist in Mexico. The Challenge of Creating a Scientific

Comm

unity in an Underdevoloped Country, 2m

e preguntaba en una recen-sión si la antropología de la ciencia había llegado para quedarse. 3D

ebíaguardar todos estos años para responder con una afirm

ación un tantodubitativa, por decir lo m

enos. Se requirió, por cierto, de otra reedición,m

ía en este caso, pero igualmente distante en el tiem

po. 4Con todo, lacoincidencia no pudo ser ahora m

ás intrigante: durante el obligado ri-tual de presentación de ésta últim

a obra, pude distinguir entre el públi-co asistente a m

i colega y sobre todo mentora Larissa Lom

nitz, una de

1Wolf (1999, 131; tam

bién 2001, 78).2Con anterioridad Fortes y Lom

nitz (1994 y 1991) habían publicado en español losm

ismos resultados; la segunda edición incluyó una nueva introducción.

3Vázquez (1996).

4Vázquez (1996a y 2003).

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que hizo justo en una reunión profesional en que se celebraba, no ya laaparición de los-nuevos-sujetos-de-estudio-interesados, sino de hechosu ostensible presencia activa y expresiva. 10A

pesar de lo espectacularque resultó este rito de pasaje hacia un nueva antropología, los queapreciam

os el suceso vimos ya entonces con preocupación el im

percep-tible giro de una responsabilidad m

oral para con el Estado –implícita en

el ethosindigenista previo– hacia una responsabilidad solo para con losgrupos interesados, varios de cuyos voceros m

anifestaron sin reparosque la única antropología perm

isible era la que les resultaba útil a susintereses grupales. En consecuencia, el ansiado diálogo igualitario esta-blecido entre sujetos m

utuamente cognoscentes podía m

uy bien ser elpreám

bulo de una nueva sumisión del pensam

iento social antropológi-co. 11M

áxime cuando nunca se dijo que una década antes los propios an-

tropólogos sociales habían roto con el uso instrumental y altam

entepolitizado de la antropología com

o indigenismo, sin m

encionar al pen-sam

iento único que le era correlativo, y de que ya entonces estaban dis-puestos a reconsiderar sus relaciones sociales y éticas con los grupos in-dígenas o con cualquier otro m

otivo de su interés. Com

o historiador de la antropología no he encontrado un caso aná-logo a éste en que el conjunto de los m

iembros de una disciplina rom

pade m

anera tan rotunda con su “destino manifiesto” –recuérdese que la

antropología social surgió instrumentalm

ente en México para las tareas

de gobierno de las poblaciones indígenas–, aunque de todos modos a

nivel individual varios antropólogos y sobre todo etnólogos retornarona la actividad indigenista gubernam

ental y lo sigan haciendo hoy en díabajo el nuevo indianism

o gestivo que lo sustituyó. 12Como quiera que

explicativas más allá de nuestro conocim

iento real. Esta experiencia [su investigación enel IIB] m

e volvió más m

odesta como antropóloga” (N

olasco 1985, 216).10N

olasco (1985).11V

ázquez (1985).12El alcance del conflicto fue de tal profundidad que suscitó la idea perniciosa, no ya

de crisis, sino de “quiebra política de la antropología social en México”, com

o si romper

con el comprom

iso político unilateral de la antropología como profesión de Estado fuera

equivalente a una impostura o a una debacle (cfr. M

edina y García 1983 y 1986). H

uelgadecir que esta reacción colectiva singular fue una secuela lógica del m

ovimiento estu-

diantil de los años previos (1968-1971), y que suscitó un comprensible resentim

iento con-

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medio a su objeto-de-estudio-prim

itivo-aborigen-colonial, y por lo tan-to extraviado para siem

pre su sentido de ser. Por supuesto, ya entoncesera notorio que fueron sin excepción los críticos m

ás adversos de la em-

presa de conocimiento m

alinowskiana los que exageraron los alcances

de la supuesta crisis, hasta que los propios interesados la redujeron asus justas dim

ensiones, considerando que la mism

a palabra crisis era depor sí inadecuada para aprehender el cam

bio suscitado. 7

Como bien nos hizo notar a todos por igual el decano de la historia

de la antropología, George W

. Stocking, Jr., 8lo que en verdad se habíaextraviado era m

ás bien aquella trabazón, en parte práctica (metodoló-

gica) y en parte axiológica (intereses y valores), que se mantenía entre la

epistemología etnográfica y la m

oralidad implícita en ella, a saber, el va-

lor de uso instrumental de la inform

ación y de los informantes, am

para-da a su vez en determ

inadas situaciones de poder colonial (también de

jerarquías étnicas, de clase o intelectuales en otros casos de “colonialis-m

o interno”) que hacían factible la observación incondicional y para unsolo fin o sentido, el propio de la institución y com

unidad académicas.

Mas con la liquidación del poder colonial, con la apreciación de la cone-

xión entre conocimiento e interés, y por últim

o con el situacionismo

obligado del observador, su observación y el observado, fue que comen-

zaron a multiplicarse los registros de extensos problem

as profesionalesde acceso a la inform

ación etnográfica. O

tra vez, una de las primeras voces que en la antropología social

mexicana advirtieron sobre los crecientes problem

as de carácter ético,dialógico y de alteración de la relación social entre investigadores e in-vestigados provino de Larissa Lom

nitz, precisamente reflexionando a

propósito de su incómoda experiencia entre los “pares científicos”, 9cosa

7Cardoso (1996 y 1998) y Vázquez (1992); Llobera todavía en 1990 (1999) seguía ha-

blando de una “seria crisis de identidad”, si bien, al leerlo, uno aprecia que se refería aun dilatado proceso de cam

bio degradante, en vez de uno coyuntural, signado por sudisgusto hacia el posm

odernismo últim

o. Por ello, en su postscriptum, la palabra crisis

se había esfumado, no así la de identidad profesional, a la que reclam

a volver a integrarcom

o una reconstrucción de la antropología (Lobera 1999a ).8Stocking, Jr. (1982).9D

ecía Lomnitz: “G

eneralmente no trabajam

os grupos al mism

o nivel intelectualnuestro y sospecho que por ello, a m

enudo, podemos darnos el lujo de lanzar hipótesis

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del conocimiento com

prensivo, debió de mantener presente que un in-

terés de conocimiento em

ancipador necesariamente debería estar en ca-

pacidad de criticar a los conceptos vinculados a la tradición y trascen-derlos, cosa im

posible de plantear bajo la comprensión m

utua, limitada

a una relación diádica. Era por lo tanto una precondición de la moder-

nidad el que todo agente interesado estuviera no solo en posibilidad decriticar la tradición, sino decidir cuál continuar y cuál rechazar. 15Todoesto puede sonar m

uy filosófico porque en realidad así fue pensado,pero no es posible soslayar que en el plano de la vida cotidiana de hechoconstatam

os que las relaciones dialógicas, y más aún las de fusión de

horizontes comunicativos, necesariam

ente están atemperadas por los

intereses efectivamente tradicionales de los grupos sociales, no siem

predispuestos a establecer la com

prensión mutua, a pesar de la pretensión

de lo que los estudiosos inspirados en la teoría comunicativa digan cul-

tivar como un nuevo principio m

oral-metodológico para relacionar-

se con la gente. Yen ese sentido, abundan m

ás las pruebas de dificulta-des con los poderes ya estructurados que los en vía de constituirse. Lasrespuestas prácticas de los antropólogos difieren profundam

ente bajotales situaciones, lo que es de veras preocupante, pues abre cam

ino alpragm

atismo poliético generalizado. Pero m

e adelanto demasiado. Vea-

mos antes el por qué.

Empezaré por recordar el caso del poder desplegado por los m

iem-

bros de la Iglesia de la Luz del Mundo cuando ésta fue som

etida al es-crutinio desde fuera: no lo soportaron tam

poco. Yno se lim

itaron a po-nerlo en entredicho, sino que pasaron activam

ente a refutarlo desde sutradición, es decir, desde los conceptos internos de su com

unidad. Has-

ta aquí la comunicación, aunque ésta fuera discordante. H

oy, para quiense interese en conocer el caso, recom

iendo leer y estudiar ambos aborda-

jes, porque me queda m

uy claro que el estudio externo y el estudio inter-no no son equivalentes ni pretenden am

bos acceder a la mism

a verdadpor falsear. A

ntes al contrario, el enfoque interno se caracteriza por le-

15Haberm

as (1990,1993 y 1996); en otro lugar, advertirá que la sociología crítica sólopodía constituirse “en un sentido altam

ente dialéctico”, de conservación de su propiatradición crítica al m

ismo tiem

po que mantenía sus tareas críticas, lo que no deja de ser

una contradicción irresuelta (Haberm

as 1999).

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fuera, dentro o fuera de México, dentro o fuera del Estado, se puede ad-

vertir desde entonces que la antropología social ha estado viviendo enlas últim

as décadas bajo una crónica inmunodeficiencia m

etodológica yaxiológica, carente del poder de respaldo del Estado interventor enasuntos sociales. Excepto que éstas no han sido unas décadas de postra-ción enferm

iza –no se tome a la letra las m

etáforas habermasianas–, sino

de estructuración académica y aún postacadém

ica (en la que es visiblela conversión de los antropólogos académ

icos en expertos consultoresadaptados a las relaciones con los “sujetos de estudio” y con las agen-cias financieras com

o clientes, relación que confiere a sus estudios el ca-rácter de “inform

ación confidencial”, algo parecido al relativismo ético

extremo pero con tintes pecuniarios). Pero es precisam

ente ese cambio

adaptativo el que ahora nos obliga a tratar con tiento los asuntos de laética y la política im

plicados en las situaciones de estudio presentes, nopocas de las cuales se nos ofrecen com

o desafiantes. 13

DEL

EMPO

DERA

MIEN

TOA

LPO

DER

ESTRUCTU

RAL

¿Hubo de veras relaciones dialógicas entre sujetos o es que acaso sufri-

mos las consecuencias de enfrentarnos a un poder o poderes descarna-

dos? Barnard lo ha puesto en estos términos exactos: “U

na dimensión

adicional [de la situación presente] es que el antropólogo, sabiendo esto,debe reinterpretar sus acciones y conciencia en el m

ismo proceso de

comprom

iso con el otro”. 14El propio Haberm

as, quien antes había es-clarecido las posibilidades del interés com

unicativo en la constitución

tra la institucionalidad gubernamental entre m

aestros y estudiantes, los que luego en-causarían a su antropología social hacia los recintos académ

icos. Todavía existe hoy unabism

o entre la antropología académica y la antropología gubernam

ental como conse-

cuencia de aquella ruptura.13En V

ázquez (2002) me im

puse la tarea de preguntarme sobre el futuro de la antro-

pología social; ahí analizo la evolución reciente de la disciplina, pero enfatizo que se que-daron sin resolver los problem

as de nuestra relación con los grupos bajo estudio, la cues-tión política im

plicada y sobre todo la eticidad del comportam

iento de las partesinvolucradas bajo las nuevas situaciones de estudio.

14Barnard (2002, 184).

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nuevo papel intelectual, no pude dejar de pensar en que él podría ser elequivalente, dentro de la Luz del M

undo, de aquélla estirpe de “antro-pólogos indios” prohijados por la institución indigenista y que causarongran expectación la prim

era vez que aparecieron en público en 1984. 20

Hoy, uno de aquéllos jovencitos vociferantes contra la “lúgubre antro-

pología colonialista”21es un funcionario étnico de la O

NU

para Am

éricaLatina. Los antropólogos que lo tratam

os de cerca no sabemos bien a

bien si tomarlo com

o colega o de plano rendirle reverencias, dado queél m

ismo a ratos actúa en un papel u otro. Pero de algo estoy convenci-

do: de que él anuncia la aparición de una nueva aristocracia indígena,m

uy distinta de la condición de clase y estatus de los miles de jornaleros

indígenas que se desloman en los cam

pos de trabajo, enriqueciendo alos opulentos em

presarios agroindustriales de la hortofruticultura, yquienes sólo disponen de las endebles “arm

as de los débiles” –la ironía,la brom

a, el lenguaje vernáculo, las huelgas espontáneas– para sobrelle-var su vida m

iserable.¿D

e qué clase de antropólogos estamos hablando entonces? H

abría,dentro de la cada vez m

ás diluida especie general, una amplia variedad

de temperam

entos, estilos y ocupaciones particulares. Pero si remon-

tamos la idiosincrasia individual de cada uno probablem

ente descu-bram

os a varios tipos ideales. El más difundido de ellos es el que se

aproxima al cinism

o del antropólogo-como-m

ontañés, retratado en elepígrafe de Bierce, esto es, el predispuesto a llevar el relativism

o moral

hasta sus últimas consecuencias, sin agravio para nadie, pero tam

biénm

uy útil para su propia conveniencia. Bajo las nuevas situaciones depoder existentes este relativism

o radical puede ser en extremo conve-

niente para sortear la pérdida de inmunidad m

etodológica, convirtién-dola entonces en un com

promiso com

unal con las tradiciones activas,interesadas y exigentes. Se trata, por lo dem

ás, de un antropólogo orgá-

20Nolasco (1985).

21La noción de “ciencia lúgubre” fue acuñada por la reacción romántica y proescla-

vista inglesa contra los economistas clásicos de inicios del siglo XIX; en 1948, dos antropó-

logos culturales americanos revivieron el descalificativo, aplicándolo a la antropología

social inglesa de la época, por cierto también m

al vista por el poder colonial de su propioim

perio (Harris 1978, 447; Rodríguez 2001; K

uper 1987, 1996 y 1999).

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gitimarse según sus propios valores y por defender su creencia m

ás ínti-m

a, concepción que reside más allá de la razón y del escepticism

o y con-cluye en un resistente dogm

a de fe, esto es, en un pensamiento incues-

tionable, expresión más obvia cuando de creencias religiosas se trata. 16

Considérese a continuación que la Iglesia de la Luz del Mundo no es

cualquier “secta evangélica”, como lo fue allá en sus ya lejanos inicios.

Se trata de una Iglesia harto institucionalizada, de alcance continental,con m

iles de creyentes esparcidos por toda Am

érica17y, por ende, dueña

de un poder considerable a estas alturas, al punto de que en el occiden-te de M

éxico es capaz de disputarle espacios, símbolos y fieles a la Igle-

sia católica apostólica y romana, lo que no es poco decir, ya que habla-

mos de un clero católico diocesano dom

inante sobre una antigua zonade agitación cristera, con un catolicism

o militante aún persistente, y de

que inclusive retiene canonjías hasta en el Vaticano (la canonización desus santos cristeros sería la expresión sim

bólica más epidérm

ica de supoder). En todo caso, lo que aquí im

porta señalar es que los miem

brosde la Iglesia com

petidora judaico-evangélico-pentecostal rechazaron alprofesional extraño m

ediante sus propios intelectuales orgánicos. Estareacción activa de los sujetos contrasta con la discreta m

olestia con quela conservadora diócesis zam

orana soportó el ojo escrutador de otra an-tropóloga que indagó los efectos conflictivos de su pastoral social enuna com

unidad indígena. 18Uno de los sacerdotes zam

oranos involu-crados en tal experiencia m

e comentaba que algún día escribiría una

réplica pertinente, cosa que todavía no ha hecho. Este sacerdote poseeun grado de sociología y no se siente en absoluto cohibido ante el su-puesto conocim

iento superior de los antropólogos, como creía Lom

nitzhace años. 19

Yno es en absoluto anecdótico decir a continuación que no ha falta-

do algún antropólogo (un amigo m

ío por cierto) que se ha convertidoen predicador de la Iglesia en Veracruz. Cuando lo volví a ver en su

16Cfr. De la Torre (1995 y s.d.); G

arcía (1995) y López (1995).17Ello incluye a la única A

mérica, la de Estados U

nidos, cuya comunidad religiosa

se expresa en su revista La Luz del Mundo, U

SA.

18Rivera (1998).19V

éase nota 10 supra.

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no vaciló en atajarme para afirm

ar: “Es que todos los antropólogos[¿hom

bres?] le tienen envidia a Marcos. Todos quisieran ser M

arcos”. Sureclam

o puede valer para los antropólogos que han optado por ser losguardianes de alguna tradición indígena particular, pero carece de valorpara quienes pensam

os que la antropología posee perspectivas críticasy escépticas que trascienden la tradición y m

ás bien persiguen explicar-la. Sería com

o decir, usando la mism

a lógica bipolar, que todas las an-tropólogas fem

inistas quieren ser Tania, Frida, Ramona o un coctel em

-blem

ático de todas las madonnasdisponibles. En realidad, se trata aquí

del viejo emblem

a del antropólogo-como-héroe de Susan Sontag, ya

purgado de todo influjo levistraussiano-machista-alfa, para m

utarlo fi-losofalm

ente en la antropóloga-como-heroína del nuevo m

otivo román-

tico en boga. Adm

ito, sin embargo, que gracias a este proceder el antro-

pólogo-como-m

ontañés ha conseguido dejar de ser extraño y verseentonces posibilitado de cruzar el lím

ite sin ningún dilema m

oral de porm

edio. Ysobre todo sin ningún rechazo de adm

isión.O

tros tipos visibles, pero cada vez más fuera de lugar en el m

undoglobal de las identidades, com

o el tipo de antropólogo-como-extraño

(sea éste asequible en su versión débil como un intelectual aristotélico

o, mejor, a lo M

aquiavelo, esto es, como el consejero-del-príncipe, o sea

como un profesional gubernam

ental; o como el intelectual socrático en

su versión fuerte, quiero decir, dispuesto a ir contra su propio grupo, osea seguir siendo racional-crítico-explicativo), aparenta ser un tipo difi-cultoso de desem

peñar bajo las relaciones de poder estructural pues sucarencia de inm

unidad metodológica deviene en condiciones de desem

-peño cada vez m

ás restrictivas. 26Ello se percibe con especial limpidez en

la antropología de la desigualdad, entre cuyos estudiosos se ha im-

26El caso más llam

ativo de este tipo, por lo contradictorio y aleccionador que resul-ta, es el de Colin Turnbull a partir del agudo contraste establecido entre The Forest People(1962 [1987]) y The M

ountain People(1973 [1987]). G

rinker (2000), en su biografía, hadeslizado la idea de que sus visiones contrastantes se relacionan a su orientación hom

o-sexual, pero asim

ismo con el deseo de Turnbull de adherirse a la gente que estudiaba,

que en el caso de los iks de Uganda se convirtió en una abierta antipatía, que no es sino

el problema que produce el usar a la em

patía como recurso m

etodológico a pesar de serun extraño profesional.

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nico a la tradición –lo que en el contexto de la kulturkampfnativa ya se

reconoce como un “guardián de la tradición”–, 22y cuyos valores aparen-

tan ser los mism

os de la comunidad que los acoge y utiliza. A

ntes losllam

ábamos los antropólogos-que-se-hacen-nativos, que siem

pre sem

ostraban como casos excepcionales, incluso com

o ejemplos paradig-

máticos de-lo-que-no-se-debería-hacer. 23M

as la ruptura de la unidadm

oral y epistémica original perm

itió a continuación el surgimiento ci-

nematográfico del antropólogo-que-danza-con-lobos, rom

ánticamente

integrado a la cultura ajena. 24En México, la pauta la brindó otro extraor-

dinario icono mediático, el del extraño enm

ascarado que vino a acaudi-llar una rebelión indígena, y que se hace indígena él m

ismo en el proce-

so de empoderam

iento étnico. 25G

racias a su notable actuación, lasfronteras étnicas de estos grupos se han hecho lo suficientem

ente per-m

eables como para conseguir que cualquier extraño, aún siendo extran-

jero, se endoculture y transforme (lo cual es coincidente con la asunción

del criterio de “autoadscripción indígena” de los últimos térm

inos cen-sales en todo un precepto de la política indianista vigente) en indígenapor propia decisión, pero a condición de que asum

a los valores y creen-cias m

ás caros a su tradición. “Todos som

os indios”, y, luego, “Todos somos M

arcos” nos dice laretórica em

pática más socorrida por esta lógica de la inserción a toda

costa. Pienso aquí en una discusión sostenida en Mérida con m

is cole-gas yucatecos (la suya es, por cierto, una sociedad urbana donde lom

aya se ha absorbido de modo ostensible en m

uchos órdenes de la vidacotidiana gracias a la intensa m

igración nativa), cuando una antropólo-ga fem

inista, por definición partidaria del líder guerrillero mediático,

22Clifford (2004, 15).23En su ensayo sobre la sensibilidad rom

ántica de los años veintes, Stocking (1989)descubre ya tal “dualism

o de la tradición antropológica”, que pudiera no ser muy distin-

to al romanticism

o posmoderno actual.

24No es un sarcasm

o. Clarissa Pinkola ha escrito un best-sellertitulado Wom

en Who

Run with the W

olves(2003 [1995]).25Castells (1999, 95-106), en su análisis de los m

ovimientos sociales contra el orden

global, llamó al EZLN

“la primera guerrilla inform

acional” para destacar su estrategia co-m

unicativa; no obstante, apreciaba como una “afortunada puesta en escena” la parafer-

nalia usada por el subcomandante M

arcos.

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análisis de clase están conspicuamente ausentes en buena parte de la li-

teratura antropológica actual, los análisis del poder estructural, las ideo-logías y la cultura con propósitos de dom

inación y crisis se renuevansólo para los intereses com

prensivo-explicativos del antropólogo-como-

extraño. 30En tanto alguien recuerda al antropólogo-como-m

ontañés elvalor de nuestro propio pensam

iento social clásico en vez de su apela-ción a la tradición ajena, le es m

ás provechoso evitarse los problemas de

la inmunodeficiencia, y m

agnificar los alcances reales del empodera-

miento. N

o es una casualidad que los pares mexicanos de la antropolo-

gía de la desigualdad prefieran presentarse como antropólogos econó-

micos en vez de políticos. ¿Encuentran refugio quizás en la “ciencia

lúgubre”? Como quiera que sea es claro que su extrañam

iento no ocurrefrente a los em

presarios agroindustriales y a sus interesados mercados

laborales, sino ante cualquier intento de crítica social de parte de susotros colegas m

ás interesados en la sobrevivencia de los miserables. Re-

cuerdo, al respecto, la negativa de un grupo de estudiosos de jornalerosagrícolas cuando en un congreso en H

ermosillo se habló de un pronun-

ciamiento académ

ico en torno al empeoram

iento de sus condiciones devida. En vez de hacerlo, adujeron que un acto m

oral así complicaría sus

relaciones, no con los jornaleros, sino más bien con sus patronos y con

las fundaciones financieras, interesados todos ellos en “estabilizar elm

ercado laboral” mediante la “certificación social” de los bondadosos

agronegocios –certificación en la que participan los antropólogos como

peritos–, 31buscando una contratación regularizada de trabajadores mi-

gratorios. Nada que ver ya con los derechos sociales, la m

orbilidad deltrabajo social o con el sufrim

iento social, sino con la convenienciadel m

ercado, y ligada a ella, la actuación sin responsabilidad alguna delantropólogo-com

o-montañés. Y

es que, en efecto, pronunciamientos

morales equivalentes pueden atraer reacciones inesperadas de parte del

poder estructural del imperio. Por ejem

plo, un pronunciamiento sim

ilar

30Cfr. Wolf (2001, 2001a y 1999); para una revisión de los últim

os aportes de Wolf,

remito a Ferry (2003) y M

arcus (2003).31El peritaje, lo m

ismo que la consultoría de los académ

icos expertos, es un campo

fundado en la idea de poliética donde el relativismo alcanza cim

as nunca sospechadaspor Boas; véase al respecto Escalante (2002).

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puesto el abordaje etnográfico de la pobreza, el trabajo barato y precarioy las reform

as o verdaderas liquidaciones de las políticas sociales reñi-das con el liberalism

o económico dom

inante. 27Ya que hablamos de un

campo de estudio form

ado por millones de seres hum

anos desprovistosde la m

ás mínim

a dosis de poder, estos antropólogos y antropólogas–no deseo pecar de ser políticam

ente incorrecto a este respecto– no ce-san de advertir la centralidad del género, la edad, la raza y la clase socialen sus explicaciones y com

prensiones, pero al mism

o tiempo este pro-

ceder los indispone con aquella poderosa ideología económica que sos-

tiene procurar “empoderar a los pobres”, cuando en realidad les abroga

derechos básicos de su ciudadanía social en aras de la competitividad

de los negocios y el adelgazamiento del Estado de bienestar. Solo enton-

ces vemos aparecer desem

bozados a los primeros poderes m

onstruo-sos. 28O

curre pues que el endeble empoderam

iento de los grupos sinpoder parece naufragar cuando éste ha de cruzar por las turbulentasaguas del escollo y torbellino de Escila y Caribdis, porque a pesar de suslim

itados actos de resistencia, los sujetos permanecen pobres, oprim

i-dos y explotados. 29¿Cóm

o se estructura el poder en la vida de los hu-m

anos inermes o es que nos hem

os de contentar con festejar las acota-das agencias de su azarosa vida?

Estoy preparado con reservas para admitir a continuación que la de-

finición estandarizada o weberiana de poder ceda un tanto su lugar a la

microfísica foucaultiana o relacional del poder, sustento del pretendido

empoderam

iento. O que precisem

os inclusive de visiones multidim

en-sionales del poder (digam

os el presente bajo el consenso, la pasividad,la aquiescencia y la alienación). Pero es sospechoso que así com

o los

27Handler (2000), G

reenhalgh (2001), Munger (2002), Ehrenreich (2003) y M

orgen yM

askovsky (2003).28Fue H

obbes en 1651 el primero en utilizar una m

etáfora monstruosa para los fines

analíticos del pensamiento político. D

esde entonces, todos identificamos al Leviatán

cananita con el Estado. Luego, otros estudiosos recurren a metáforas m

onstruosas parareferirse a expresiones m

ás específicas del poder, digamos el del cientifism

o como G

olem(Collins y Pinch 1993) o el de los dictadores com

o aprendices de Frankenstein bajo “el úl-tim

o imperio”, en palabras de G

ore Vidal, y que Ignatieff sólo llama los “m

onstruos pro-pios” (M

oore 2004; Vidal 2002; Ignatieff 2004).29H

andler (2002).

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polvarse terminologías en desuso com

o la de “antropología comprom

e-tida” y la m

ás ligera de “antropología colaborativa”. 35En sintonía coneste m

ismo acom

odo creciente, los arqueólogos americanos deben ha-

blar ahora de los pueblos nativos como “socios en la exploración del pa-

sado” o usar palabras más expresivas com

o concertar con ellos “nego-ciaciones arqueológicas”. 36El m

otivo de fondo es el mism

o, excepto quela renuncia a la “libertad científica” arroja un costo elevado del todom

enospreciado por esta ética de fines últimos. Por ello, al exam

inar laconexión de la antropología cultural con la constitución del patrim

onionativo en el sur de A

laska, James Clifford ha de iniciar su descripción

declarando lo siguiente: 37

Se han ido los días en que los antropólogos culturales podían presentar, sincontradicción, “el punto de vista de los nativos”, cuando los arqueólogos yantropólogos físicos excavaban vestigios tribales sin perm

iso, cuando loslingüistas recolectaban datos sobre las lenguas indígenas sin sentir presiónde regresar los resultados de m

anera accesible. Los estudiosos extrañosahora se encuentran ellos m

ismos im

pedidos de acceder a los sitios de in-vestigación, encontrándose con una nueva sospecha pública. D

esde luego,“el antropólogo” –am

plia y en ocasiones estereotípicamente definido– se ha

convertido en un alter egonegativo en el discurso indígena contemporáneo,

invocado como el epítom

e de arrogante, de autoridad colonial intrusa.

Para esta negociación obligada del conocimiento la nueva m

oneda decam

bio es, ni más ni m

enos, que el empoderam

iento étnico alutiiq, peroque bien podríam

os generalizar a cualquier forma de em

poderamiento

grupal. Pero ocurre que por su propia definición el empoderam

iento im-

plica que éste ha ser leve, insustancial y, muy repetidam

ente, rayar en labanalidad. Pongam

os por caso el uso simbólico de las cam

ionetas delujo por parte de m

ujeres pudientes, que se ha convertido en todo un

ma al antropólogo-com

o-consejero-del-príncipe a la figura del antropólogo-como- m

on-tañés, lo que les perm

ite actuar sin problemas de ingreso.

35Lamphere (2003) y Clifford (2004).

36Derry y M

alloy (2003); y Clifford (2004).37Clifford (2004, 5).

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provocó un poco velado interrogatorio a propósito del grado de “ameri-

canismo” asim

ilado entre un grupo de antropólogos por parte de unafuncionaria de la em

bajada norteamericana, m

ucho antes de que el 11-Sofreciera las m

ejores excusas para la cancelación de libertades democrá-

ticas dentro y fuera de Estados Unidos. 32H

oy, la cosa es más sencilla

porque todos los mexicanos som

os potenciales sospechosos de terroris-m

o. Yes irónico que la nueva coerción involucre a m

illones de mexica-

nos ilegales, incluidos a los jornaleros agrícolas, que la derecha conserva-dora am

ericana llamaba desde antes com

o “los ejércitos de la noche”. 33

De m

odo entonces que sumarse a la lucha cultural (la vieja kultur-

kampfde Virchow

y Bismarck) no podía ser sino el recurso m

ás indica-do para que el antropólogo-com

o-montañés despliegue sus artes de

comprom

iso, aunque éstas varíen en grados de inserción y a veces ha-ciendo aflorar intereses de conocim

iento no contradictorios. Digam

os,lo que en ciertos m

edios oficiales del indianismo gestivo se conoce

como los “estudios para las culturas indígenas”, base de erección de las

políticas de gestión pública de la etnicidad. 34Con tal fin vemos desem

-

32Me refiero al caso Philip True, un periodista norteam

ericano muerto por dos indí-

genas huicholes. En esa ocasión, el ejército ejerció funciones reservadas al poder judicial,al buscar y detener en la sierra a los presuntos culpables, cosa que los antropólogos de-nunciaron com

o un procedimiento ilegal. U

na semana después del pronunciam

iento pú-blico, una funcionaria de la em

bajada (recién llegada de la oficina comercial am

ericanaen La H

abana) vino a CIESASa interrogarnos sobre las relaciones que cada uno de noso-

tros manteníam

os con los académicos estadounidenses, so pretexto de facilitarnos la visa

de entrada al paraíso vecino. Hay que reconocer que el suyo fue un argum

ento sutil (unazanahoria sim

bólica) para someternos a escrutinio anticom

unista.33Buchanan (2002, 134); m

ientras escribía lo anterior, el ideólogo conservador del“choque de las civilizaciones”, Sam

uel P. Huntington (2004), hizo público un ensayo y un

libro donde escoge también a la m

igración mexicana com

o el nuevo enemigo de la re-

pública imperial, “en ausencia de una gran guerra o recesión”. A

ntes de que ello ocurra,los estrategas m

ilitares han seleccionado a Cuba como el siguiente escenario bélico. D

epaso, suscribo la crítica de Lorenzo M

eyer de que Huntington ha colocado a M

éxico“com

o una especie de Al Q

aeda cultural” (“México se rebela contra H

untington”, El País,11/4/2004, 24).

34En este contexto, los mism

os “estudios etnológicos especiales” persiguen instru-m

entar diagnósticos para apuntalar los procesos de “reconstrucción de los pueblos indí-genas”, elim

inando en apariencia su proceder vertical desde el poder estatal. Ello aproxi-

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rras indias), 40y la propia política cultural sobredeterminada por los po-

deres financieros globales, con intereses nada folklóricos sobre los re-cursos económ

icos étnicos.

PATRIM

ON

IALISM

OY

POD

ERPATRIM

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En su mom

ento Wolf introdujo cuatro m

odos en que el poder se enlaza-ba con las relaciones sociales. El prim

ero de ellos: es la potencia inheren-te a un individuo; el segundo es la capacidad que surge de las interac-ciones y transacciones personales, m

ucho más ajustado a la postura

weberiana. U

n tercera modalidad es el poder organizativo: controla los

contextos en que los individuos exhiben o miden sus capacidades. Por

último, él propone un poder estructural que no sólo opera sobre perso-

nas, interacciones y contextos, sino que en realidad les da dirección yorganiza. 41A

diferencia de las interpretaciones marxistas previas, de lu-

ces más pobres que la suya, W

olf examina de ese m

odo las relacionesentre la econom

ía, la organización política y sobre todo las ideas impli-

cadas (ideologías y cultura instrumentados). Pero habría en su análisis

un ingrediente peculiar que reclama nuestra atención inm

ediata. Su-pongo que fuera de los arios aztecas (neonazis m

exicanos que, entreotras cosas, se han hecho etnólogos y arqueólogos tam

bién) a nadie en-tusiasm

ó en México que W

olf relacionara, así fuera de manera abstrac-

ta y comparativa, a la sociedad azteca y a la sociedad nazi. 42Por lo que

dice en otro lugar, creo que su fuente de inspiración comparativa fue en

realidad la obra del antropólogo funcionalista Wilhelm

Mühlm

ann,quien estableció el paralelo entre los cultos de carga de los M

ares de Sury el nacionalsocialism

o. 43Am

bas comparaciones pueden parecer extra-

40Canby (1998), en su manual de ley indígena, em

pieza por definir quién es indiocon base al blood quantum

; véase también H

all y Nagel (2000) y V

ázquez (2003a).41W

olf 2001ª, 20).42En V

ázquez (2003, 247) apunto que Bertand Russell fue más enfático en establecer

una conexión, que en Wolf se m

uestra solo como ideologías de dom

inio en sí mism

as.Políticam

ente, sin embargo, las elites poderosas sí han establecido conexiones históricas

por medio del dom

inio cultural patrimonial, com

o analizo adelante.43W

olf (1999, 130).

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símbolo del poder fem

enino, pero que, sin dejar de ser un emblem

a, esuna práctica posesiva que perm

ite a tales mujeres com

eter infinitas tro-pelías a sabiendas de una acción social reprobable. ¿Puro em

podera-m

iento o poder posesivo de clase? Asunto de variables térm

inos cultu-rales, dirá el am

oral antropólogo-como-m

ontañés, pero entonces yo nosabría cóm

o llamar al asesinato m

asivo de cientos mujeres que, despro-

vistas de tan glamoroso “em

poderamiento”, se las reduce a penosos

huesos en el desierto de Ciudad Juárez, incapacitadas por la fuerza más

cruel (en el sentido más m

arxista del término, o sea, com

o monopolio de

la violencia) tan solo para señalar a sus poderosos verdugos. 38

Con todo, habría que convenir en que el empoderam

iento es el me-

jor lenguaje disponible para relevarnos del deber de pensar en que es-tam

os ante una pequeña muestra de la banalidad cotidiana con que

vivimos a diario la desigualdad social. Es decir, banalidad en el sentido

en que Hannah A

rendt aplicó el término a A

dolf Eichmann: un fiel ins-

trumento del m

ayor poder totalitario conocido y sin embargo un perso-

naje del todo insensible a la realidad y sumido en la m

ás apabullanteirreflexión. 39Com

o digresión esta referencia no es desestimable. En el

caso abordado por Clifford es obvio que se busca articular (“antropolo-gía de alianza” dice en algún m

omento) el interés de ciertos grupos de

antropólogos americanos y el interés de ciertos grupos de nativos del

sur de Alaska, para fincar am

bos su interesada reconstitución étnica, suinvención y resguardo de la tradición. Pero si todo fuera cuestión pla-near sus m

useos, preservar su patrimonio cultural, revitalizar sus len-

guas, practicar excavaciones asociadas para instrumentar su etnogénesis,

enseñar danzas y todo aquello que tanto gratifica al antropólogo-como-

montañés, la idea de em

poderamiento sería harto pertinente. Cesa de

serlo cuando dejamos de centrarnos en los personajes m

ás interesadosen la kulturkam

pf. Entonces empiezan a distinguirse a los em

presariosnativos (el poder bajo el em

poderamiento étnico), la política de la pure-

za de sangre aplicada por los poderes coercitivos centrales (la poblaciónindia am

ericana es la única minoría todavía som

etida a esta exigenciaracista, una dolorosa herencia de su derrota m

ilitar en las cruentas gue-

38González (2002).

39Arendt (1999).

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ve a conectar a la sociedad azteca, pero ahora directamente con sus he-

rederos actuales, los detentadores del patrimonio cultural nacional, con

su práctica y con su lenguaje. 49Desde luego, el análisis de Elizabeth E.

Ferry al que hago referencia específica, posee mayores alcances que

estos. Ella persigue descubrir a la genealogía del poder estructural enM

éxico. Al hacerlo, encuentra a ciertas propiedades y a ciertos objetos

conocidos aquí como patrim

onio –los recursos minerales, las tierras co-

munales y ejidales y por últim

o los vestigios del pasado– que configu-ran y sobre todo legitim

an al poder estructural en México, el poder del

Estado para mayores referencias. M

ás aún, de cara al triunfo panista delaño 2000, su análisis es tam

bién un modo de apreciar qué tan exitoso ha

sido el reto del nuevo régimen conservador al poder patrim

onial here-dado, inquiriéndose si el poder se sigue expresando en térm

inos de do-m

inio sobre dicho patrimonio. Ya que una parte de su análisis se ocupa

del patrimonio cultural, y de que Ferry, al respecto, se restringe tan solo

a apuntar el posible reto que significaría su privatización, 50me siento en

plena libertad de añadir por mi parte que la respuesta a tal reto es banal,

pues se le sigue asumiendo com

o natural. Como m

ostré con mi propio

análisis, la administración estatal del patrim

onio cultural es una de delas burocracias m

ás refractarias a la modernización dem

ocrática y, porlo tanto, uno de los segm

entos gubernamentales de m

ayor continuidaden el m

onopolio del poder sustentado en el uso y control patrimoniales.

No hay que esforzarse m

ucho para apercibirse cómo éste se m

antieneincólum

e por medio de la práctica de exponer culturalm

ente a México,

porque la rutina histórica de cocinar las “ferias universales” no termina

en 1930, 51sino que se reproduce asociada al poder ejecutivo presidenciala todo lo largo del “régim

en de la Revolución”, y se prolonga intocadahasta el presente, a través de exposiciones m

useográficas enviadas detiem

po en tiempo al extranjero. Es claro, pienso, que se ha prescindido

de la ideología nacionalista de origen en la constitución de dicho patri-m

onio, disociación que sin embargo no ha alterado que se le m

anejecom

o un patrimonio privado de los poderosos, fenóm

eno que he carac-

49Ferry (2003).50Ferry (2003, 36-41).51Cfr.Tenorio-Trillo (1996) y V

ázquez (2003, 95-144).

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vagantes para quien desconozca que la metodología de la antropología

social, más allá de su prim

er nivel observacional (etnográfico), es asi-m

ismo analítica, com

parativa, integrativa, sistémica y crítica. 44Valga

decir, adicionalmente, que una reciente antropología del nazism

o ha re-conocido que, antes que W

olf, Malinow

ski, en una poco exaltada mili-

tancia antinazi, caracterizó al régimen hitleriano com

o “la combinación

de un misticism

o crudo con una maquinaria de fuerza suprem

amente

efectiva”. 45No m

e extiendo más sobre la cuestión, pero será suficiente

decir que al establecer Wolf tan sorprendentes com

paraciones él persi-gue estim

ular el interés de conocimiento crítico sobre aspectos ignora-

dos, si no es que oscuros de la cultura, tales como sus m

alestares, sustensiones y aún sus contradicciones internas, 46m

ismas que los culture-

buildersom

iten con tal de hacer más visible la kulturkam

pf,la última

moda de los intelectuales orgánicos de la identidad y con la que hacen

soportables los verdaderos fines de la globalidad económica. 47D

espuésde todo, la globalización “no es un concepto serio. Lo inventam

os noso-tros los norteam

ericanos para disfrazar nuestro programa de interven-

ción económica en otros países”: palabras de un econom

ista americano,

John Kenneth G

albraith. 48

En otro plano analítico se observa que la teorización emprendida

por Wolf en torno a las m

anifestaciones del poder estructural ha induci-do a nuevas búsquedas. U

na de ellas, de manera explícita esta vez, vuel-

44Wolf (1999, 132-133).

45Citado por Stone (2003, 207).46El m

ismo W

olf fue uno de los estudiosos que más énfasis puso en replantear para

nuestro horizonte histórico el concepto de cultura, como algo inseparable de la política.

Para un examen m

ás comprensivo de cóm

o vemos los antropólogos sociales a la cultura,

conviene remitirse a K

uper (2001).47Los historiadores culturales han m

ostrado que los nation-buildersdel siglo XIXobra-

ron de modo análogo con fines políticos. Com

o ha dicho Rebecca Earle (2004, 18): “Losim

perios precortesianos de los aztecas y de los incas pudieron mantener la herencia de

los estados criollos, desplegada en museos nacionales y discutida en textos escolares. Es-

tos indios antiguos podían entonces calificar como ciudadanos honorarios, pero su vigor,

lejos de elevar el estatus de los indígenas contemporáneos, m

ás bien asistieron la forma-

ción de una elite nacionalista basada en la exclusión de la población indígena”.48Citado por Pratt (2003, 19).

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diferencias, encontramos sim

ilitudes en ciertos papeles asignados a losrespectivos “guardianes de la tradición” y a los “guardianes del pasa-do”. G

uardando la proporción debida, en ambos casos tales papeles han

sido asignados a los antropólogos culturales (en su acepción americana,

aún visible en la estructuración de la Am

erican Anthropological A

sso-ciation, y que envuelve a la investigación arqueológica, biológica, etno-lógica y lingüística) y, en nuestro caso, a los arqueólogos, arquitectos yadm

inistradores. 53Hablam

os, en efecto, de un conjunto de intelectualesorgánicos, lo m

ismo que unos se deban al em

poderamiento étnico y

otros al poder patrimonial. Y

desde esta mirilla vam

os discerniendocóm

o los arreglos institucionales respectivos se sobreponen a la mane-

ra como se practica la antropología, y al m

odo como divergen los intere-

ses de conocimiento y los valores im

plícitos en su ethos. Apartir de esta

mezcla dura de conocim

iento, axiología y condicionamiento político, lo

que he planteado en mi estudio es la eclosión de un dilem

a ético entre

medios para viajar a Londres o a W

ashington. Al respecto, las estadísticas de la transpa-

rencia pública resultan pobres, y a veces de plano engañosas. El INEG

I, al respecto, ha deconstruir sus estadísticas por m

edios indirectos, cuya fuente única es el propio INA

H, yque por alguna razón no concuerdan: en internet para el año de 2001 el IN

EGIda cuenta

de 152 zonas arqueológicas “en actividad”, pero en su publicación aparece con 173 en elm

ismo año, y aún se asienta que son “179 zonas consideradas en la estadística” (IN

EGI

2003 y 2002, 89 y 102, cuadro 3.5). Luego, en el medio de la adm

inistración patrimonial

se dice que los sitios, antes estimados con núm

eros de seis cifras, se reducen ahora a pocom

ás de 30 mil. Este últim

o fenómeno, de uso y abuso de las estadísticas, es característi-

co del actual “gobierno del cambio”, ya que se sabe de conteos oficiales sesgados para

medir la pobreza, el desem

pleo, el crecimiento económ

ico, la población indígena, el gastosocial, la educación pública, etcétera.

53Con su herencia museística previa, el IN

AH

involucra precisamente a los m

ismos

campos de estudio (arqueología, antropología física, etnología y lingüística; la antropo-

logía social, aunque existe de hecho, suele asociarse a la etnología y a veces se les con-funde). Por razones de norm

atividad legal, el discurso patrimonial da cuerpo a todos

esos campos y a sus practicantes, articulando entonces el “patrim

onio tangible” (bienesy propiedades culturales) y el “patrim

onio intangible” (expresiones culturales vivas co-m

o las lenguas, las costumbres y las artes, pero ya cosificadas m

useográficamente com

o“tesoros hum

anos vivos”, muy distintas de la categoría O

bra Maestra O

ral e Inmaterial

del Patrimonio de la H

umanidad de la U

NESCO). En consecuencia la ideología patrim

o-nial de dom

inio es ampliam

ente compartida por todos, y no se restringe a los “guardia-

nes del pasado” más orgánicos al poder patrim

onial.

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terizado por su nombre sociológico clásico (w

eberiano) de patrimonia-

lismo: un dom

inio público (los bienes culturales nacionales) sujeto a losintereses y práctica privadas de los “guardianes del pasado”. V

éase asíla m

ás reciente exposición de nuestra herencia antigua. Una vez m

ás sereitera hasta el cansancio la rutina subyacente: en esta últim

a repeticiónvem

os a las señoras Bush y Fox, asistidas comedidam

ente por la joint-venturede Televisa e IN

AH, volverse a solazar ante la grandeza arqueo-

lógica del pasado, tal como lo hicieron los reyes de la dinastía borbóni-

ca y no pocos aristócratas ilustrados más, cuando con discreto encanto

apropiador se solazaban a la vista de sus preciosas colecciones privadasde antigüedades. Sin lugar a dudas, constituyó un triunfo de la m

oder-nidad nacionalista que ese patrim

onio fuera incorporado a los bienespúblicos. Pero tam

bién fue una insuficiencia de la modernidad dem

o-crática el que esa nacionalización adm

itiera usos patrimonialistas su-

brepticios en su forma de adm

inistrarlos.Q

ueda claro además que entre la constitución del patrim

onio cultu-ral nativo alutiiq y la constitución del patrim

onio cultural nacional me-

xicano hay más puntos de separación que de contacto. D

e su compara-

ción podemos distinguir diferencias m

uy obvias entre la construccióncom

unitaria étnica y la construcción comunitaria nacional basados en el

ejercicio ya sea del pequeño poder como del gran poder. O

tra diferenciasignificativa es la m

agnitud de bienes controlados por uno y otro. Aun-

que sea una obviedad decirlo, no hay punto de comparación entre la

erección de un autónomo m

useo alutiiq y “nuestra” constelación de 478m

useos, 118 monum

entos históricos, así como un núm

ero variable dezonas arqueológicas concebidas com

o museos al aire libre, y que entre

1996-1998 alcanzaron la cifra de 220. 52Pero asimism

o, en medio de las

52IN

EGI(2002, 102). La talla m

onstruosa del Leviatán Arqueológico es infinitam

entem

ayor a estas cifras. La administración patrim

onial estatal ha buscado secretamente res-

tarle tamaño para aparentar un m

enor control ante una ciudadanía crecientemente par-

ticipativa. En mi análisis m

e referí solamente a las propias estim

aciones oficiales, fluc-tuantes entre 90 m

il y 8 millones de sitios arqueológicos, pero en realidad el control

patrimonial es descom

unal, pues habría que incluir en él a todos los bienes muebles, con-

centrados por ley en los resguardos del INA

H. De estos acervos –de acceso “restringido”

a la ciudadanía– salen de tiempo en tiem

po los bienes culturales para las exposicionesinternacionales, escenarios solo a través de los cuales podem

os conocerlos, si tenemos los

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explica por qué se ha puesto tanto interés en construir una antropologíacom

prometida capaz de cam

biar la imagen pública negativa, la búsque-

da de audiencias favorables y la necesidad de influir sobre la adminis-

tración pública americana. 57Es decir, casi todas acciones ligadas a la

reputación, que no es otra cosa que el restablecimiento de una identidad

cuestionada.Pero una de esas acciones colectivas tiene que ver con el asunto del

poder patrimonial de que estam

os abordando. Los arqueólogos y etnó-logos am

ericanos están muy orgullosos de su colaboración en la pro-

mulgación de la Ley de Protección de Tum

bas y Repatriación a los Am

e-ricanos N

ativos (Native A

merican G

raves Protection and RepatriationA

ct, NA

GPRA). Por lo com

ún se citan sus bondades en la devolución delpatrim

onio cultural arqueológico y etnológico a los grupos tribales su-pervivientes. 58Lo inusual –y donde asom

a la cola del poder estructuraldel im

perio– es que siendo una ley propia del complejo sistem

a legalam

ericano, ésta haya sobreseído sin dificultad a la jurisdicción de la LeyFederal sobre M

onumentos A

rqueológicos, Artísticos e H

istóricos ( LFMA)

del sistema legal m

exicano, sin habernos avisado antes que nuestra so-beranía jurídico-política había sido abrogada por el uso del poder legalde la república im

perial, hecho que ocurre justo en un mom

ento expan-sivo en que W

ashington rechaza todo comprom

iso multilateral con el

derecho internacional. Es obvio que el poderoso Leviatán Arqueológico

es menos poderoso que el Leviatán Im

perial, porque los “guardianesdel pasado” ni chistaron siquiera cuando debieron devolver los bienes

bre el buen salvaje, el primitivism

o puro, y más recientem

ente sobre los pueblos indíge-nas contam

inados por la industrialización, el colonialismo o la degradación ecológica.

Adem

ás, con juicios valorativos inexistentes en su mom

ento histórico, los antropólogosposm

odernos han pretendido construir un cuarto tipo, lo que podríamos denom

inar losescándalos históricos post hoc, ergo proper hoc, caso del lenguaje racista de M

alinowski o

de las credenciales coloniales de Evans-Pritchard, a causa de lo cual se infiere que todala antropología social sería una falsedad (G

eertz 1989). En nuestro medio no ha faltado

quien imitándolos, ha convertido a G

amio en un poderoso m

achista incorregible. De ahí

a la acusación de envidia masculina por la enorm

e pipa del subcomandante M

arcos nohay m

ás que un paso que dar.57Lam

phere (2003).58V

ázquez (2003, 134, nota 112).

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el conocimiento de interés institucional y el conocim

iento de interés ex-plicativo, lo que Clifford pone entre com

illas como una prescindible

“libertad científica”. Así, lo que podría pasar por ser un grato com

pro-m

iso con el empoderam

iento étnico, se transforma aquí en un privilegio

para los “guardianes del pasado”, amparados bajo el poder patrim

o-nial, privilegio que sin em

bargo los encierra dentro de los límites de su

propio control patrimonial, las dos caras del m

ismo y poderoso Levia-

tán. 54Qué tanto sea este un genuino dilem

a ético desde el “punto de vis-ta nativo”, es una cuestión que indagarem

os adelante.O

tra conexión digna de considerar es lo que se ha dado en llamar

“los escándalos antropológicos”. 55Lejos de poderlos caracterizar como

una serie de crisis intestinas, estos procesos de discusión axiológica ex-hiben públicam

ente fallas reveladoras en la identidad asumida por los

antropólogos culturales, en especial una expresión cultural típicamente

americana denom

inada reputación. En efecto, en el último escándalo

conocido, el provocado por la publicación del libro de Patrick Tierney,D

arkness in El Dorado. H

ow scientists and journalists devasted the A

mazon

(libro considerado como una denuncia de la investigación antropológi-

ca llevada a cabo entre los yanomam

i de Venezuela), lo que ha inquie-tado al resto de sus colegas es el prejuicio generalizado de caníbales (“laantropología –dijo un editorial del N

ew York Tim

es– entra en una era decanibalism

o”), entre otros estereotipos negativos aplicados a todos porigual. La ansiedad colectiva desatada por esta acusación obligó a que lam

isma A

AA

tomara cartas en el asunto, pero la asociación ha sido en ex-

tremo cuidadosa cuando ha entrado en juego el asunto de la reputación,

de la sospecha pública, y las expectativas culturales mayores de su so-

ciedad, en vez de la condición de los yanomam

i en sí mism

os. 56Ello

54Vázquez (2003, 94).

55Spencer (1997) y Lamphere (2003).

56Spencer (1997) ha sintetizado en tres tipos los escándalos antropológicos, a saber:1)la integridad del trabajo de cam

po individual, al revelarse discrepancias entre unaetnografía m

odélica y su estudio subsecuente (caso, por ejemplo, de M

argaret Mead y el

reestudio de Derek Freem

an); 2) las cambiantes im

plicaciones éticas del trabajo antropo-lógico general (digam

os, los pensamientos negativos de Colin Turnbull sobre los iks y su

propuesta de dispersarlos); 3) la interacción de ese trabajo y las expectativas mayores so-

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Air Force. 62Q

ue errores de apreciación semejantes los com

etan los ar-queólogos franceses involucrados en el caso puede ser com

prensible.Q

ue se aplique la NA

GPRA

sobre la LFMA

es otra cosa muy distinta. Con

todo, la administración patrim

onial guardó un sospechoso silencio so-bre el conflicto, que de todos m

odos puso en entredicho los privilegiosde los “guardianes del pasado”, entre los que la sola m

ención de una ar-queología participativa representa un anatem

a. Pero no quedan ahí lascosas. El caso Q

uitovac tiene otras aristas, que involucran también a los

antropólogos-como-m

ontañeses. ¿Es dable suponer que la reconstruc-ción de los pueblos indígenas deba hacerse a toda costa, a pesar de lasadvertencias de los historiadores respecto a que desde 1820 la políticanorteam

ericana utiliza a los indios de las reservaciones como avanzadas

expansionistas?63Este es el problem

a que plantean otros grupos étnicostransnacionales (pensem

os en la Kickapoo Traditional Tribe of Texas en

relación a la comunidad kikapú de El N

acimiento, Coahuila, pensada

como una reserva de jornaleros, rituales y peyote) 64y cabe la pregunta

de si en lo futuro no será también el caso del Frente Indígena O

axaque-ño Binacional y otras “com

unidades transnacionales” compuestas por

indígenas migrantes pero con lealtades encontradas entre un ethos fun-

dado en el “sistema de usos y costum

bres” en su autonomía com

unal deorigen y otro fundado en la ciudadanía am

ericana de la sociedad capita-lista receptora, tensión que excluye a la orientación nacional. 65Los chi-

62Rodríguez-Loubet y Silva (1990:3-4).63G

arcía Cantú (1974: 168) ya había señalado la estrategia imperial de “crear desier-

tos para después apropiárselos”. Para ello, el uso de indios como cipayos de los coloni-

zadores; lo mism

o, sostengo, que la policía nativa de la TON. H

untington (2004), utilizan-do sim

ilar argumento al de la “com

unidad étnica” pápago, y concibe a la frontera como

una “especie de línea de puntos” que se está desdibujando. Aduce entonces que la m

i-gración m

exicana está “reconquistando” el sur de Estados Unidos, cuando la experien-

cia histórica indica lo contrario, que la difuminación de la frontera es siem

pre un pretex-to para la expansión territorial hacia el sur, jam

ás hacia el norte. La “mexicanización” ha

sido en verdad “americanización” y no hay indicios de que deje de serlo en el futuro, no

obstante la mentada “transnacionalización” cultural.

64Mager (2003).

65El Frente Binacional Michoacano, bastante m

enos localista de adscripción que losoaxaqueños, ha dem

ostrado ser un semillero de políticos y em

presarios de ascendencia

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culturales –los restos de unas tumbas– a un grupo étnico de Sonora,

pero gobernado desde Arizona. 59

Apartir de las fuentes disponibles en ese m

omento creí equivocada-

mente que el caso Q

uitovac formaba parte de un m

ismo patrón de en-

frentamiento entre los grupos indígenas y el patrim

onialismo. 60Es cier-

to que tal enfrentamiento de la arqueología nacional y una tradición

étnica viva ha contribuido a repensar los límites de la LFM

A, ante éste yotros grupos indígenas, 61pero es asom

broso que los mism

os arqueólo-gos involucrados confundieran al territorio com

unal mexicano con una

reservación india (acaso porque anualmente la TO

Nviene a Q

uitovac acelebrar un ritual religioso), pero m

ás extraño aún es que no vierannada inusitado en que su excavación fuera visitada por los jefes indiosam

ericanos transportados en un helicóptero de la temible U

nited States

59Aunque lim

itado en alcances políticos, el reporte etnológico de Neyra A

lvarado(2002) sobre las relaciones de los pápago m

exicanos y los tohono o’odham norteam

erica-nos, deja ver que la m

anía de agruparlos bajo la mism

a constitución étnica resulta inade-cuada y hasta peligrosa, ya que la TO

N(Tohono o’odam

Nation) busca extender su dom

i-nio sobre los territorios com

unales de Sonora, imponiendo su concepción étnica desde

Arizona. A

su vez, un reporte periodístico (Ramos 2004) m

uestra que la TON

no tienendificultades para auxiliar en la persecución de los m

exicanos ilegales que cruzan el de-sierto por su reservación, m

ediante una policía nativa sobre la que ya pesan acusacioneslegales de violación de los derechos hum

anos. Según el reportaje, los indian trackersse di-vierten perforando a tiros los depósitos de agua puestos por una O

NG

humanitaria en las

rutas del desierto. Los TON

no están solos, pues ya se anuncia que la ruta del desierto serásellada por com

pleto, de seguro por medios m

ilitares.60V

ázquez (2003, 134 y nota 111); la mism

a fuente –un etnólogo, funcionario de justi-cia del desaparecido IN

I– publicó luego un trabajo (Rajsbaum 2001) donde repite la m

is-m

a versión, dando por sentado que la TON

estaba en todo su derecho de repatriar losbienes arqueológicos extraídos en una excavación en Q

uitovac (Sonora) a partir del sem-

piterno supuesto de la unidad étnica antigua, sin mencionar nunca a la A

NG

PRA.61Para los m

ayos, véase a Mendiola (2003); Piña Chán (1994) ya advertía tam

bién quela arqueología nacional debería hacerse participativa, esto es, “m

editar acerca de las zo-nas arqueológicas que son patrim

onio de la nación, pero también reliquias de las etnias

actuales”, por lo que debería tomar com

o mínim

o su opinión para desempeñarse en una

“nación plenamente dem

ocrática y soberana futura”. Por desgracia para esa arqueología,tal futuro arriba a diario a nuestras costas. La dem

ocracia no es cosa del futuro sino delpresente activo.

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escuchamos en CIESA

Sla idea de códigos así, pero siempre en relación a

los conflictos internos que surgen entre las jerarquías internas de los me-

gaproyectos, donde lo importante parece ser la protección de los com

-prom

isos institucionales con las fuentes de financiamiento externos,

ergo, con los clientes de la antropología postacadémica. 67Por su parte, el

Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales, cuyos dirigentes suelen

ser antropólogos con funciones gubernamentales –con lo que estoy im

-plicando que se deben m

ás a sus intereses que a los del conjunto de laprofesión–, se ha concretado a distribuir el código de ética del antropó-logo, ¡perteneciente a la A

sociación Brasileña de Antropología! N

o esque ese código sea m

alo en sí, todo lo contrario (de hecho, no tendríainconveniente en suscribirlo), pero ocurre que M

éxico no es Brasil. Aquí

lo que impera es la idiosincrasia con que cada uno resuelve sus proble-

mas de relación cognoscitiva, luego no ha faltado quien diga que un có-

digo de conducta común com

plicará las cosas en vez de resolverlas. Sim

al no recuerdo, fue un argumento externado por una antropóloga con-

sultora a cargo de un megaproyecto. Q

ue equivale a decir que cadaquién m

ata a sus piojos como puede, un laissez faire, laissez passer antro-

pológico.D

e ello no se sigue que no hayan valores y comprom

isos. Pero essintom

ático que por lo general se asuman los propios de los grupos es-

tudiados, de los clientes en turno o de los poderes actuantes. Es el an-tropólogo-com

o-montañés, puesto en palabras realistas. Bajo tales pre-

ceptos, el ethos correspondiente se asemeja dem

asiado, lo mism

o setrate del consultor-especialista-perito con sus clientes, del funcionariocon sus jefes y fines políticos, del constructor de identidades con su gru-po em

poderado, del gestor no gubernamental con sus fundaciones y así

por el estilo. Evidentemente, frente a ellos, el antropólogo-com

o-extrañoes una especie hum

anista en extinción. Hasta m

e ha tocado asistir a reu-niones de la inteligentsia étnica purépecha en que el antropólogo-com

o-m

ontañés usa el término hum

anismo com

o una arma arrojadiza contra

quienes todavía la postulan como el valor m

ás inclusivo disponiblefrente a toda exclusión. La causa de este doloroso espectáculo del antro-pólogo com

o lobo del antropólogo es lo que ha dicho Bauman en rela-

67Vázquez (2002).

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canos de segunda generación en general han demostrado esta reorien-

tación plenamente, por lo que no han vacilado al m

omento de ingresar

a la policía de inmigración para perseguir a los m

exicanos ilegales. ¿Co-m

unidad étnica, comunidad nacional? En lo absoluto, no existe nada

parecido. Eso pertenece a los sueños de los académicos y a nadie m

ás.Su elección es clara cuando se les presenta la oportunidad de conseguirla ciudadanía am

ericana, aunque retengan las reminiscencias culturales

de sus padres. Otro ejem

plo, de alcances todavía desconocidos, es queen la últim

a guerra de intervención en Irak –que se está convirtiendo enuna sangrienta guerra popular contra el invasor–, se ha intercam

biadociudadanía am

ericana por servicio militar, a fin de engrosar a sus ejérci-

tos cipayos. Dada la censura m

ilitar existente, apenas sabemos de su

existencia cuando regresan los cuerpos en bolsas de plástico y sus fami-

liares mexicanos hacen efectiva la prom

esa de ciudadanización, perosiem

pre condicionada al sacrificio por la patria de adopción.

CO

NSTRU

CTIVISM

OÉTICO

VS

CÓD

IGO

SÉTICO

SA

NTRO

POLÓ

GICO

S

Según voceros de la comisión académ

ica de la AA

Aque exam

inó el casoTierney, prevalece entre sus m

iembros la confianza de que su código

deontológico está en plena capacidad de responder a los nuevos desa-fíos que tiene por su parte la antropología cultural. Sin em

bargo, en unadiscusión reciente se vino a proponer estrategias pragm

áticas para eltrabajo de cam

po, en las que los códigos éticos convencionales se adap-ten de algún m

odo a la negociación de intercambio de conocim

ientosentre el etnógrafo y sus inform

antes, en vista de las situaciones de vio-lencia y terrorism

o prevalecientes. 66Sin ser del todo nuestro caso, pode-m

os imaginar entonces el pragm

atismo salvaje que im

pera en México

donde hasta la fecha ninguna asociación profesional de antropólogosdispone del m

ás mínim

o control ético sobre sus miem

bros. No hay, por

lo tanto, ningún código ético, ni siquiera como esbozo. Eventualm

ente

michoacana pero del todo am

ericanizados, como dejó claro el IV

Foro Binacional delM

igrante Michoacano reunido a m

ediados de abril de 2004 en Las Vegas.66K

ovats-Bernat (2002).

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PEMEX. 71Es ser, en sum

a, un extraño, un arqueólogo-como-extraño. Con-

vengo pues en que este es el punto de vista de los nativos, me guste o

no. Pero ya que nunca entró en mi interés de conocim

iento representaro adherirm

e a dicho punto de vista, sino comprenderlo y a continuación

explicarlo, la crónica inmunodeficiencia m

etodológica se hizo del todopresente. D

ebí en consecuencia dejar de ser un intelectual orgánico a latradición patrim

onial e incluso indisponerme con ella. Y

lo que pudo serun sano conflicto de interpretaciones se convirtió en un choque pírricocon el poder patrim

onial. Por ello apunte antes que no me siento extra-

ño al rechazo sufrido por Larissa Lomnitz en su etnografía del IIB. Com

-portarse según el tipo del antropólogo-com

o-extraño tiene su precio. Yhay que pagarlo. A

simism

o, asumí que m

i deber no estaba para con losnativos. Finalm

ente ellos y yo somos parte de la m

isma sociedad, aun-

que afiliados a distintos grupos y a distintas orientaciones profesiona-les, sin m

encionar siquiera el respaldo del poder estructural patrimonial.

Más bien sostengo que ese deber estaba y está con m

is conciudadanos ycon la consecución de una sociedad abierta. El uso del patrim

onio cul-tural es un asunto público que nos com

pete a todos como un derecho

ciudadano más, y es tanto m

ás importante com

o para seguirlo dejandoen m

anos de los privilegiados “guardianes del pasado”.Por fortuna la sensibilidad de la ciudadanía en cuanto a la adm

inis-tración del patrim

onio cultural ha cambiado profundam

ente. No se tra-

ta de agitar el fantasma de la privatización de ese patrim

onio. Más bien

que la sociedad se está liberando de la ideología nacionalista que legiti-m

aba a su monopolio irrestricto. Tam

poco se trata meram

ente de sus-tituir una ideología por otra. La invasión m

asiva que año con año efec-túan los new

-agersaztequistas en las zonas arqueológicas “abiertas al

público”, más allá de sus afiliaciones religiosas particulares, anuncian

nuevos modos de tratam

iento del patrimonio cultural. Esta orientación

religiosa no es banalidad, contra lo que pueda pensarse. Hasta no hace

mucho, todos los tem

plos católicos que habían sido nacionalizados enlas guerras liberales del siglo XIX

cesaron de repente ser una “Propiedad

71La comparación fue académ

ica en su origen, pero recientemente he conocido per-

sonajes de esas características, caso de una ingeniera petrolera...que hace traducciones detextos técnicos.

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ción a las consecuencias excluyentes, aunque no siempre buscadas, del

multiculturalism

o: la mism

a idea de humanidad, al ser fragm

entada enidentidades particulares, no solo carece de poder, sino que ya solo sefunda en la dedicación de sus m

ilitantes. 68

Ya que no existen normas ni sanciones en absoluto, los com

promisos

se diluyen en los intereses realmente existentes. Es la antropología entre

poderes de que hablaba Wolf. Libres de toda responsabilidad explicati-

va, ya no nos sentimos en la necesidad de acom

eterla, a pesar de que suverdad siem

pre será temporal y siem

pre estará dispuesta a la falseabili-dad popperiana. Por supuesto, uno de los resultados m

ás detestables deese com

portamiento cínico es la guerra hobbesiana de todos contra to-

dos, el leviatanismo generalizado ya com

o modo de ser. Por eso declaré

muy claro que los antropólogos nos parecem

os a los arqueólogos, más

allá de nuestras respectivas tradiciones científicas. 69Es sólo que ellos senos adelantaron en asum

irlo como un ethos rutinario. Y

sin ningún ras-tro de culpabilidad m

oral. Tal como lo advirtió algún pragm

ático, la me-

jor manera de sortear un dilem

a ético (sin ser ésta, desde luego, su reso-lución óptim

a) es evitarlo, es hacer como si no existiera. D

e ahí la norma

implícita de la evitación entre arqueólogos. El sum

mun bonun

pertenecenada m

ás al individuo y a sus acciones egotistas personales. Que sea

moral o no su com

portamiento resulta irrelevante en este contexto estre-

cho. Lo inmoral sería transgredir el código tácito de conducta grupal.

El examen de la elección ética entre los arqueólogos m

e convenció,a pesar m

ío, de que se prefería el acomodo a los arreglos institucionales,

dado que éstos son constitutivos del poder patrimonial. Y

de que ac-tuando en correspondencia con ellos, libre de la “tiranía de la elec-ción”, 70es factible conseguir retribuciones pecuniarias o políticas nadadesestim

ables. Lo opuesto a ello, hacer de la arqueología una cienciaem

ancipada del poder, significa una pérdida difícil de sobrellevar, porcuanto conlleva ser excluido tanto de la com

unidad de iguales en com-

petencia, como de la propia institución que m

onopoliza el pasado. Escom

o ser, dije comparando, un ingeniero petrolero pero m

arginado de

68Bauman (2003).

69Vázquez (2003, 349).

70Schwartz (2004).

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desgracia pone en entredicho el derecho del antropólogo al ejercicio ple-no de la investigación, libre de cualquier tipo de censura, elección deltem

a, metodología y objeto de la investigación, com

o establece el pri-m

er artículo del código ético de la ABA. D

esde luego, asumo que tenem

osya la obligación de tratar con el otro, respetar sus respectivos interesesy darle acceso a los resultados de la investigación. Pero lo negociaciónim

plicada debe considerar también el insoslayable asunto del poder que

viene a ensombrecer el m

undo ideal de los códigos éticos permisibles.

Adem

ás, sobre todo ello está esa compleja y difícil m

ezcla de humanis-

mo y cientificidad en la que se ha forjado la antropología sociocultural, 74

la cual obliga a no olvidarnos de nuestros propios cometidos com

pren-sivos y explicativos, aunque resulten en una disciplina am

bigua. Talcom

o lo ha establecido Salvador Giner, a propósito del relativism

o dePeter W

inch, seguiremos navegando entre peligros m

onstruosos: “Entrela Escila del relativism

o y el Caribdis del fundamentalism

o se ha queri-do zozobrar el universalism

o crítico y dialógico sobre el que podría talvez reconstruirse la m

oral universal que hoy necesitamos”. 75

Am

i juicio entonces, el valor del humanism

o y de la figura del an-tropólogo-com

o-extraño sigue siendo un deber consistente. Apesar de

los monstruos que haya que encarar para continuar su com

etido eman-

cipador. Apesar de nosotros m

ismos com

o los peores enemigos de

nuestra propia disciplina.

REFEREN

CIAS

AREN

DT, H

annah, Eichmann en Jerusalén. U

n estudio sobre la banalidad del mal, Bar-

celona, Editorial Lumen, 1999.

AG

AR, M

ichael H., The Professional Stranger. A

n Informal Introduction to Ethnogra-

phy, Nueva York, A

cademic Press, 1980.

ALVA

RAD

OSO

LÍS, Neyra, “Los pápagos (tohono o’odham

) entre dos naciones: unestudio com

parativo sobre sus transformaciones culturales en el m

arco de

74Me adhiero radicalm

ente a la sentencia de Wolf (1964, 88) de que la nuestra es “la

más científica de las hum

anidades, la más hum

anista de las ciencias”.75G

iner (1994, 26).

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de la Nación” para ser traspasadas a las respectivas asociaciones reli-

giosas. Que yo sepa, nadie esgrim

ió la acusación de privatización. Perosu uso cam

bió y asimism

o el poder que las controlaba. Pueden serentonces asociaciones étnicas las que asum

an el control de las zonas ar-queológicas. O

algunas otras que ni siquiera imaginam

os. 72Pero mi ar-

gumento cívico va m

ás allá que eso. Un ejem

plo digno de destacar es larespuesta ciudadana a la privatización subrepticia de los bienes cultu-rales del m

useo López Portillo en Guadalajara. A

quí hablamos de bie-

nes muebles, no de bienes inm

uebles como las zonas arqueológicas. D

etodos m

odos, la ciudadanía se opuso a los malos m

anejos de sus apode-rados adm

inistradores, demando su restitución al m

useo y la designa-ción de una adm

inistración honesta y transparente del mism

o. En esoestoy pensando com

o deber ciudadano y como deber del antropólogo-

como-extraño.

En otro orden de ideas, más próxim

as a la antropología, se ha dichoque los grandes sistem

as universales de ética están condenados al olvi-do bajo el peso creciente de una pluralidad de éticas, la poliética ni m

ásni m

enos. 73En otras palabras, el campo de acción preferido por el m

on-tañés de Bierce. El relativism

o antropológico, llevado a sus últimas con-

secuencias, apuesta entonces por un constructivismo ético que no niega

los hechos morales, pero prim

ero los hace depender del particularismo

de las creencias morales, devolviéndonos al relativism

o moral. Si hay en

una tradición ciertos hechos morales y en la contigua hechos m

oralesdivergentes, todo lo que tenem

os que hacer es suspender los propios yescalar las respectivas m

ontañas. Ser el antropólogo-como-m

ontañés.La carencia general de códigos deontológicos en la antropología m

exi-cana es un poderoso acicate para esta transform

ación pragmática. Por

72Tal es el caso, discutible sin duda, de las empresas turísticas que utilizan a la ar-

queología como un atractivo m

ás de sus negocios, fenómeno m

uy acusado en la RivieraM

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