· al espejo para que se vea ana, ... yo también cogí temprano para ir de compras, ... el bebé...

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Фёдор Михайлович ДостоевскийMoscú 11 de noviembre 1821 – San Petersburgo 9 de febrero 1881

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D o n B r a u l i o

-Pues no sé qué le vamos a poner ahora. Las cuidadoras se habían

despreocupado totalmente la ropa del octogenario don Braulio, al que acababan de bañar. Antonia se acercó al armario donde colgaban como esqueletos las desoladas perchas.

-¿No hay nada limpio? –dijo Antonia.

-Nada de nada –respondió Ana.

-¿Y esto?

Antonia señalaba la única prenda que quedaba en el armario: la antigua toga de juez de don Braulio.

-No creo que sea apropiado –dijo Ana.

Pero Antonia no era de su misma opinión y descolgó la toga del armario:

-No tenemos otra cosa y cuando venga su hija ya tendremos la ropa limpia. No te tienes que preocupar de don Braulio, el pobre no se entera de nada y hace años que no habla.

Así pues, mientras Ana ayudaba a don Braulio a ponerse de pie, Antonia le ponía su antigua toga de juez.

-La interna que estaba antes en la casa me contó que en tiempos de Franco dictó unas cuantas sentencias de muerte –dijo Antonia que siempre solía contar a Ana algún aspecto escabroso de la vida de Don Braulio.

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Ana la miró reprobándola.

-Bueno, Don Braulio. ¡Pero qué guapo está usted con la toga! Llévalo al espejo para que se vea Ana, que voy a traer una cosa.

Ana acercó al espejo a Don Braulio que abrió enormemente sus ojos azules y se quedó mirando como intentando reconocer al tipo que tenía delante. Antonia vino a los pocos segundos con una pequeña maza típica de juez.

-La encontré el otro día en uno de los cajones.

-Estás loca –dijo Ana riéndose.

-Parece otro, ¿eh? Fíjate como se mira en el espejo. ¿Está usted contento Don Braulio? Tome la maza que es lo que le falta. ¿Cómo declara al acusado? ¿Eh? ¿Don Braulio?

La reacción de Don Braulio dejó heladas a las cuidadoras:

-¡Culpable! ¡Culpable! ¡Culpable! –gritó mientras con la maza destrozaba el espejo.

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23.45 h. 14 ABRIL 2007 K a F K A

PINCHANDO

DISCOS EN

EL PUB

KAFKA EN

SEVILLA.

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B e b é a b o r d o

Yo fui el único que se dio cuenta. La mujer entró en el autobús, que

yo también cogí temprano para ir de compras, con su carrito de bebé y lo situó a mi lado. Antes de que se cerrasen las puertas le dijo a su hijo, que no debía tener más de un año o año y medio:

-Cariño, que pases un buen día en la guardería. Aquí te dejo el “bonobús” para que piques a la vuelta. Te espero a las dos y media, no te vayas a entretener por ahí, tesoro.

Le dio un beso y salió por la puerta del autobús.

-¡Eh! Oiga…

No me oyó. Tampoco pareció hacerlo ninguna persona más de las que aquel día ocupaban la línea circular C2. No me extraña, mi voz es débil y apocada. Pese a mi carácter solidario y altruista no me gusta meterme en líos así que en cuanto pude me separé del carrito con el bebé y tomé asiento, eso sí, sin perder de vista lo que podría pasar con un bebé abandonado a su suerte en el autobús, dispuesto a testificar ante el conductor, la policía o el mismísimo responsable de objetos perdidos de los transportes urbanos de Sevilla que una mujer se lo había dejado “olvidado”.

Sin embargo, el bebé parecía pasar inadvertido. Todo el mundo iba a lo suyo: por ejemplo, en los asientos reservados a minusválidos, justo al lado del carrito, estaban sentados unos jóvenes que hablaban a grandes voces de quién había bebido y fumado más porros el pasado fin de semana. Por otro lado, de pie, agarrándose a la barra

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había una mujer de mediana edad de la cual yo tenía esperanzas de que se diera cuenta de la soledad del bebé ya que empezó a hacerle carantoñas y monerías lo cual provocaba que éste se riese y que las demás personas que estaban cerca también se fijaran en él, excepto la chica rubia de ojos claros sentada junto a la puerta de salida que leía un ejemplar de la última novela de Paulo Coelho y el chico que escuchaba su eme-pe-tres mientras admiraba la belleza de la chica ignorando el hecho de que su lectura la hacía perder todo su interés. Después de un par de vueltas viendo escenas parecidas con personajes diferentes y que nadie se percatase de la situación, el cansancio de tanta vigilancia empezó a hacer mella en mí y me quedé dormido.

Cuando desperté el bebé seguía allí. No se había movido de donde su madre la había abandonado aunque, por otra parte, ¿cómo podría haberlo hecho? Miré el reloj, habían pasado tres horas. Al no ser ya hora punta el autobús estaba menos concurrido, lo cual podría provocar que por fin alguien se diera cuenta de que había un niño pequeño totalmente perdido y en peligro. Cuando el autobús estaba casi vacío alguno miraba extrañado al bebé. Escuché a dos mujeres sentadas delante de mí hablando sobre él:

-¿Has visto a ese bebé?

-Sí, que guapo, ¿verdad?

Pero nadie, aparte de mí, le prestaba ayuda. Así fueron pasando las horas hasta que dieron las dos y media y llegamos otra vez, como tantas veces aquel día, a la parada donde la mujer abandonó al crio. Allí estaba ella de nuevo, se subió y dio un beso a su bebé:

-¿Has tenido un buen día en la guardería, tesoro? Bueno, pues ahora a casa a almorzar –y se apearon.

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Me pregunto si la madre se enteraría de que su hijo se había saltado las clases de la guardería durante todo el día. Preferí quedarme callado y no meterme en líos.

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Borges

Buenos Aires 24 de agosto de 1899 – Ginebra 14 de junio de 1986

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m e t á f o r a t r i l l a d a s o b r e l a c e g u e r a

Cuando, tras la operación, le quitaron la venda y pudo por fin ver, el

mundo le pareció mucho más cutre de lo que había imaginado. Lo primero que vio fue a su mujer y pensó que cómo se había podido engañar por su dulce voz, era la mujer más fea que había visto en su vida, si bien era la primera. Descubrió que el resto de sus sentidos le habían estado engañando durante toda su vida, de camino a casa los edificios le parecieron mucho más bajos de lo que intuía, los coches la cosa más horrible que pudiera haber imaginado, no sabía cómo la gente les podía tomar tanto cariño y el cielo simple y aburrido, lo único que le podía llamar la atención, que era el sol, no se podía mirar directamente. Sus hijos también resultaron ser bastante feos aunque viendo a su mujer y luego a sí mismo delante de un espejo pudo comprender por qué. Descubrió que su sentido del tacto debía estar atrofiado porque siempre le hizo sentir que él y su familia eran guapos. Su casa le pareció mucho más pequeña de lo que imaginaba y no pudo comprender que casi nunca hubiera tropezado con nada cuando prácticamente no había sitio para pasar de un sitio a otro. Cuando empezaron a llegar sus amigos para la celebración empezó a agobiarse por la falta de espacio y porque podía ver la mentira en sus ojos y, además, sintió envidia ya que las mujeres de sus amigos sí le parecieron atractivas. Decidió salir de casa cuando nadie le prestaba atención, la gente iba apresurada de aquí para allá, nunca había podido pensar que el mundo fuese con tanta prisa pero cuando se paró delante de un escaparate lleno de relojes pudo comprender por qué, y es que le pareció vertiginosa la velocidad con la que se movía el segundero. Después de mucho andar subió a la parte alta de la ciudad y vio la puesta de sol. Eso sí le gustó, no le

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pareció tan triste como le habían dicho y cuando terminó volvió la añorada oscuridad.

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11.06 h. 6 AGOSTO 2010 C O R T A Z A R

VACACIONES EN LOS ÁNGELES [EEUU].

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L a i n i c i a c i ó N

En el colegio todos estábamos impacientes porque llegase la hora.

El director del colegio, encargado de la ceremonia de iniciación, pasó a primera hora con el revólver colt calibre 38 milímetros. Era precioso. Todos nos encontrábamos excitados y emocionados, todos excepto Juanito. Desde que Juanito había renunciado a participar en el día de iniciación todos, incluyéndome a mí que era su mejor amigo, le habíamos hecho el vacío y ahora se sentaba solo en una mesa al final de la clase.

El día anterior fui con mis padres a la tienda de la esquina para comprar lo necesario para mi iniciación en la vida adulta. Mis padres lo tenían encargado desde hacía meses, porque si se compraba en la época del año que se celebraba la iniciación costaba mucho más caro y tendría que haberme conformado con un traje de mucho menos calidad, lo cual era peligroso. Confiaban que no diera un estirón desde el encargo hasta el día de la iniciación y así fue. Me puse el pantalón de pinza azul marino, la camisa blanca, los zapatos de charol y por último el chaleco antibalas. Me miré en el espejo y todo me quedaba perfecto, incluso el pantalón un poco grande debido a la previsión de mi madre.

-No importa cariño, le cojo el dobladillo y ya está -me dijo poniéndose en cuclillas para remangarme la pernera.

Casi se le cae una lágrima de emoción cuando se incorporó y me vio con todo puesto.

-¡Estás guapísimo, Miguel! -dijo mi madre dándome un beso en la frente.

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-¡Eres todo un hombrecito! Si pudiera verte tu abuelo…-afirmó mi padre con orgullo mientras yo me esforzaba en quitarme la marca de carmín delante del espejo.

Pagamos y volvimos a nuestro piso. Cuando llegamos me tuve que volver a poner todo para que mi madre tomara medida de los pantalones y mi hermano mayor viera como me quedaba todo. Él no quiso acompañarnos a la tienda y se quedó leyendo en su habitación. Cogió la afición de leer novelas de ciencia ficción mientras estuvo en el hospital.

-Está chulo hermano –me dijo al verme entrar.

-¿Te gusta? Mamá me va a arreglar el pantalón porque me está grande.

Dejó el libro que sostenía con la mano izquierda encima de la mesilla de noche y se levantó. Su zurda prodigiosa, sobre-entrenada por estar lisiado de la derecha, me lanzó un rápido golpe en el costado del chaleco antibalas. Ni me inmuté.

-Es bueno.

-Tiene incluso una placa metálica, aunque me disparasen con un fusil no me harían nada. Ya sabes cómo están papá y mamá desde lo tuyo.

-Claro -dijo mientras se le ensombrecía un poco el rostro. Se volvió a tumbar en la cama y de nuevo estiró su brazo izquierdo para volver a leer el libro.

El director del colegio nos recordó:

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-Os veo a todos a las tres de la tarde en el salón de actos. Bueno, a casi todos…

-¡A todos menos al cobarde! –grito burlón Daniel, que desde que había dejado de ser amigo de Juanito era mi nuevo compañero de pupitre.

Miré a Juanito. Él me devolvió una mirada desafiante, parecía que de un momento a otro se iba a poner a llorar. Yo también me reí del comentario de Daniel, como el resto de la clase. Se lo había ganado, Juanito decía que sus padres no tenían dinero para permitirse un chaleco antibalas, pero lo que todos pensábamos es que era un cobarde. Incluso la gente más pobre no renunciaba a la iniciación, siempre había alguien que te podía dejar un chaleco viejo y desistir a tal acto suponía admitir tu pánico a enfrentar la vida adulta y seguir siendo un niño pequeño y llorica de por vida.

Todos los días jugábamos al fútbol en el recreo pero ese día decidimos no hacerlo porque no queríamos manchar nuestros trajes. Así que simplemente nos sentamos en corro y hablamos. Daniel presumía de la fiesta que había organizado su familia para después del evento.

-Van a venir mis primos de Barcelona y todo. Creo que para el convite habrá cien personas o más –dijo, quizás exagerando un poco ya que yo no podía imaginar a tanta gente en una fiesta de iniciación.

-Jolín, qué de gente –dijo Javier.

-Imagínate, cien personas, si cada uno trae un regalo…

-¡Qué suerte! –exclamamos todos casi al unísono.

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-Suerte no, eso es porque saben que soy un valiente y me lo merezco. Voy a aguantar la iniciación sin pestañear.

-¡Yo también! –gritamos algunos.

Al instante noté que Javier, que estaba sentado a mi lado estaba temblando. Todos sabíamos que Javier había perdido a su hermano el año pasado por un chaleco antibalas defectuoso y por eso éramos comprensivos con él, por lo menos no había renunciado a la iniciación como el cobarde de Juanito. Le puse una mano en el hombro.

-Tranquilo Javier. Sería mucha casualidad dos chalecos antibalas defectuosos en la misma familia dos años seguidos.

-Sí, tienes razón -me contestó bajito sin parar de temblar.

-No seas un cagao como Juanito –le soltó Daniel.

-¡Yo no soy un cagao! –gritó Javier con los ojos saltados en lágrimas.

-¿Entonces por qué lloras? –dijo Daniel mientras se reía de forma escandalosa.

-Se me ha metido algo en los ojos. Gilipollas…

Daniel se puso en pie y se dirigió hacia Javier gritando:

-¡A ver a quien llamas gilipollas! ¡Si no fuera porque me iba a manchar el traje de sangre te ibas a enterar, capullo!

Entre todos conseguimos parar la pelea aunque ya algunos venían de otras partes del patio recreo gritando “¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!”. Tanta tensión también me estaba afectando a mí y decidí ir a descargar los nervios al baño, situado dentro del edificio de la escuela. Cuando salí

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del servicio noté que alguien me llamaba desde detrás de la puerta de nuestra clase. Era Juanito.

-¡Miguel! ¡Miguel! ¿Puedes venir?

-Lo siento, no soy amigo de maricas –le contesté.

-Miguel, porfa. Quiero enseñarte algo.

Miré para ambos lados por si alguien me veía y decidí, por nuestra antigua amistad y porque me picaba la curiosidad entrar con él en la clase.

-¿Qué pasa? –le dije sin disimular mi enfado.

-Mira.

De su mochila sacó unos pantalones y una camisa que no llegó a ponerse pero que le debían estar grandes.

-¿De dónde lo has sacado?

-Ayer fui a recoger la ropa a la azotea y algún vecino lo tenía tendido. Solo lo voy a usar para hoy, mañana lo devolveré.

-Pero sigues sin tener chaleco antibalas ¿no?

-Me he hecho uno. Mira.

De debajo de su mesa sacó una especie de armadura hecha con cartones y corcho y envuelto en papel de aluminio.

-¿Crees que aguantará?

-A ver, póntelo.

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Se puso toda la ropa y tuve que reconocer que su “chaleco” era bastante ingenioso y daba el pego.

-¡Es genial Juanito! ¡Vas a poder participar en la iniciación! –dije abrazándolo loco de alegría. Creo que los dos sabíamos que eso no iba a aguantar, pero cualquier cosa era mejor que sufrir la humillación de no participar en la iniciación.

Cuando dieron las tres nos colocaron a todos en fila a la entrada del salón de actos. En las butacas nuestros padres aplaudieron hasta que tuvieron las manos rojas cuando nos vieron a entrar. Una vez estuvimos todos dentro subimos al escenario, nos inclinamos para saludar al auditorio y se cantó el himno. Luego el director hizo un breve discurso exaltando los valores de la iniciación, de lo importante que era para nuestra formación y para el futuro del país y de la humanidad. Fue un discurso intenso y brillante que todavía recordamos con emoción y vemos en video de vez en cuando, ya que mi madre tuvo la ocasión de grabarlo con el teléfono móvil. Luego el director se puso a unos cinco metros de nosotros y fue disparándonos con su maravilloso Colt 38 uno a uno entre los vítores del público. Algunas madres gritaban cuando veían a su hijo desplomarse al suelo por la fuerza del disparo y cuando lo veían levantarse estallaban en un fuerte aplauso. Algunos, los más fuertes y valientes, incluso aguantaban el tiro sin caer al suelo y eran ovacionados por toda la sala, que poco a poco se fue inundando de un inconfundible olor a pólvora. He de reconocer que no fui uno de los mejores y a mí sí me derribó el disparo, pero puedo estar contento, en la escuela todavía se recuerda a mi promoción como una de las mejores con tan solo una víctima entre nosotros.

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Edgar Allan Poe

Boston 19 de enero de 1809 – Baltimore 7 de octubre de 1849

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E L D O R M I L Ó N

Para poder dormir hasta un poco más tarde decidí que lo mejor era

ducharme antes de acostarme. Otra opción hubiera sido no ducharme, pero soy ante todo una persona limpia y aseada. Bueno, en primer lugar dormilón y luego limpio y aseado. Luego me di cuenta de que con eso no tenía suficiente y que quería pasar más tiempo durmiendo, con lo cual decidí vestirme con la ropa que me fuera a poner al día siguiente antes de acostarme, de tal manera que ahorraba por la mañana también el tiempo de vestirme y podía levantarme un poco más tarde. Pronto descubrí que con esto no tenía suficiente, que de todas formas perdía bastante tiempo en el desayuno, así que a partir de ese día comencé a cenar muy fuerte y así no tenía que desayunar por la mañana con lo cual ya solo tenía que levantarme e ir directamente al trabajo. Como os estaréis imaginando no tuve bastante con esto. Al vivir lejos de mi trabajo perdía mucho tiempo de sueño conduciendo ,así que ahorré todo lo que pude y me cambié de piso, a uno que estaba justo al lado de mi trabajo. Por fin todo era perfecto, me levantaba y en un minuto estaba en mi trabajo, mi aburrido y monótono trabajo de probador de colchones.

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20.18 h. 13 NOVIEMBRE 2011 N E R U D A

ENCABEZANDO

LA

MANIFESTACIÓN

CON EL

MOVIMIENTO 15 M EN MADRID

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p a u l x v i i

El Pulpo Paul no duda de que España ganará el Mundial.

El octópodo más famoso del mundo pronostica que la roja levantará el título el próximo domingo.

El pulpo Paul no tuvo ninguna duda en su pronóstico. Sin vacilar ni perder un segundo, el octópodo alemán abrió la urna con la bandera de España y se comió el mejillón que había dentro. Ni siquiera se planteó desplazarse hasta la caja con la bandera holandesa. ¿Consecuencia? Paul ha vaticinado que España ganará el Mundial el próximo domingo.

¿La rapidez con la que tomó su decisión podría hacer pensar en una goleada? A diferencia del dilema que manejó para decantarse por el ganador de la final de consolación, en esta ocasión no hubo espacio para especular con cuál sería la opción de Paul.

¿Cuál es la fiabilidad de Paul? En esta presente edición mundialista, del 100%. Ha pronosticado con acierto todos los partidos de Alemania, tanto sus victorias (ante Australia, Ghana, Inglaterra y Argentina) como sus derrotas (ante Serbia y España).

Que Paul se hubiera decantado por el triunfo de La Roja en el partido de semifinales ante Alemania causó que su popularidad en el país teutón decayese mientras que, por el contrario, ha ido creciendo en España.

Diario Marca, 9 de julio de 2010

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Pensaba que iba a ser una noche más en el bar de Jimy pero el destino me esperaba en su mugrienta barra. Puede que no fuese el establecimiento más limpio de la ciudad, no obstante pocos podían competir con el precio de sus copas, así que me senté en el taburete de madera de abedul que tenía mi nombre. El bullicio apuntaba a que esa noche no era una noche corriente: hoy había fútbol. Intenté ignorar ese hecho de la única forma que sabía hacerlo.

-Jimy, ponme un whisky doble con mucho hielo, etiqueta roja.

-¡Marchando!

Delante del televisor un grupo de garrulos, atiborrándose de cerveza y ataviados con las bufandas y camisetas de su equipo, esperaban ansiosos, entre gritos, a que soltaran al pulpo. Como anunciaba la pantalla, era un momento especial ya que estábamos ante el decimoséptimo descendente del pulpo Paul. En el momento en que lo sacaron de su jaula acuática la gente empezó a jalear hasta que Paul XVII alcanzó una de las banderas con gran decisión.

-¡Gooooooooooooooool! –gritaron todos al unísono entre abrazos.

Justo a continuación empezó el partido, un mero trámite, el maldito pulpo ya había decidido el resultado. Desde hacía años ponerse a ver el partido era como ver una jodida actuación del pulpo en diferido, por eso la gente dejó de prestar atención a la pantalla cuando sacaron de centro.

-Puto cefalópodo… –se me escapó en voz alta.

Un tipo borracho pidiendo otra cerveza a mi lado me miró. Normalmente el bar de Jimy es lo suficientemente oscuro para que

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nadie me reconozca, pero esa noche con la tele encendida la cosa era diferente.

-¡Eh! ¡Oiga! Usted es…

Sin contestar ajusté la gorra que me tapaba un poco el rostro y volví a mi Johnny Walker con hielo.

-No disimule, ¡usted es “Mejillón” Montero! Todavía está jodido por culpa del pulpo, ¿eh? –dijo dándome un golpe con su hombro.

-No sé de qué está hablando –contesté secamente.

-Vamos amigo, ¿por qué no se toma una cerveza con nosotros mientras celebramos la victoria de nuestro equipo? –dijo rodeándome la espalda con el brazo.

Le agarré de las solapas de su camisa y en voz baja le dije:

-Escúchame. Yo no soy tu amigo, no sé quién es ese “Mejillón” y no me gusta que me toquen. ¿Entendido?

-¡Eh tú! Tranquilo o te tendré que echar –dijo Jimy, que se había percatado de la situación, desde detrás de la barra-. Y tú, no te equivoques, este no es “Mejillón” Montero, qué más quisiera él. ¿Tú crees que “Mejillón” vendría a tomar algo a este bar? Por mucho que me duela reconocerlo mi bar no tiene esa categoría…

-Tienes razón –dijo el hincha borracho tras pensarlo unos instantes-, perdona por la confusión, pero tampoco te tenías que poner así, capullo.

-¡Basta! –gritó Jimy- Tengamos la fiesta en paz.

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-Por mí no hay problema –dije y volví a mi whisky.

Creí que había esquivado por una vez al destino pero… ¡qué equivocado estaba! A los pocos segundos del incidente otro tipo que estaba sentado al otro lado de la barra se acercó a mí y me dijo en voz baja.

-Oiga, a mí me lo puede decir.

-¿Decirle el qué?

-Que es usted “Mejillón” Montero.

Miré a Jimy:

-Tranquilo, es un cliente de confianza –me dijo mientras limpiaba unos vasos.

-Está bien, sí lo soy –admití por fin tras pegarle un buen trago a la copa.

-Me llamo Manuel y le vengo observando desde que llegó –dijo tendiéndome la mano-, yo era un gran admirador suyo.

-Pensé que después de diez años de haber dejado el fútbol la gente se habría olvidado de mí.

-Cómo olvidar sus goles, los títulos y… por qué no decirlo, la forma en la que se retiró.

-La prensa contó la historia como le dio la gana. No se crea ni la mitad.

-¿Y por qué no se la cuentas tú? –dijo Jimy.

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-No me apetece.

-¡Oh! ¡Vamos! Me encantaría oír esa historia de parte de su protagonista –insistió Manuel.

Ambos me miraron mientras me hacía el loco y daba otro buche a mi whisky.

-Si se la cuentas invita la casa –dijo Jimy guiñándome el ojo.

-Allá voy -dije-. No me cuesta admitirlo: odio el fútbol. Lo odio con toda mi alma y el origen de ese odio está muy claro: el puto pulpo Paul y toda su maldita descendencia. Porque, reconozcámoslo, al principio hacía gracia eso que el pulpo acertase el resultado de todos los partidos de fútbol pero cuando llevaba, no sé, ¿500 partidos acertados?, la cosa se puso seria. La gente empezó a pensar que el fútbol estaba amañado y otros mientras tanto consideraban a Paul una especie de Dios. Pero bueno, esa es otra historia. Todo iba más o menos bien cuando el pulpo elegía a mi equipo como ganador, la cosa era un poco aburrida pero ganábamos siempre y me sobraba el dinero. Era una vida fácil. Como ganadores pensábamos que simplemente el pulpo acertaba lo que iba a pasar, no que prefijase un destino. Nos elegía porque éramos los mejores, sin más. Pero llegó aquel partido…

-Y el pulpo dijo que ibais a palmar –se adelantó Manuel.

-Sí, precisamente en la gran final, contra un equipo ante el que éramos claramente favoritos. Yo me tomé la elección del pulpo como un acicate, una forma de demostrar que lo del pulpo era una chorrada, si prefiere verlo desde un punto de vista romántico, una lucha contra el destino. La cosa no fue nada bien, durante la semana

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nuestros mejores jugadores se fueron lesionando uno a uno y, para colmo, el día anterior del partido falleció mi padre.

-¡Coño con el pulpo!

-Quiero pensar que el pulpo no tuvo nada que ver, al fin y al cabo mi padre murió de cirrosis hepática. El caso es que estuve a punto de renunciar a jugar el partido porque había pasado muy poco tiempo desde lo de mi padre pero finalmente decidí saltar al campo. Seguíamos siendo favoritos aunque hubiéramos perdido a muchos jugadores ya que, no nos vamos a engañar, yo seguía siendo el mejor jugador de la liga de largo. El caso es que el partido fue más competido de lo que cabría esperar y las oportunidades escasearon. Yo no dejaba de pensar en mi padre y en que quería dedicarle la victoria y que quería marcar un gol para dedicárselo a la puta madre del pulpo. En el último minuto, con empate a cero, Renatinho me dio un pase que me dejó solo delante del portero, lo driblé con un sutil toque de pelota y me planté delante de la portería vacía. Un simple toque dejaría en evidencia al pulpo y a todos los que creían en él, dejaría claro que el destino no está escrito, que todos podemos decidir por nosotros mismos y conseguir lo que nos propusiéramos. Era, en mi opinión, un momento cumbre de la humanidad… pero fallé. Increíblemente fallé con la portería vacía y el balón se fue fuera. Nunca me ocurrió nada igual. Luego vinieron la tanda de penaltis donde perdimos fallándolos todos, los homenajes al pulpo y mi retirada definitiva del fútbol. No tenía sentido seguir en algo en donde en unos años la gente se preguntaría por qué se llama fútbol a un deporte en el que un pulpo elige una bandera.

-Entiendo –dijo Manuel-. Por cierto, hablando de destino, aquí tiene mi tarjeta. Me gustaría que mañana mismo pasara usted por mi consulta.

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-¿A su consulta? ¿Para qué?

-No solo me fijé en usted porque me recordara a “Mejillón” Montero. Tiene usted signos en su piel que indican que padece la misma enfermedad por la que falleció su padre. Le recomiendo que deje ese whisky. Le veo mañana.

El Doctor Manuel Rodríguez Gallego pagó su cuenta a Jimy y se fue.

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Johann Wolfgang von Goethe

Francfort 28 de agosto de 1749 – Weimar 22 de marzo de 1832

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E L P E S I M I S T A

Siempre he tenido muy mala suerte. Nací en un país occidental del

primer mundo, en el seno de una familia acomodada. Tanto yo como mis padres y mis hermanos, con los que siempre me llevé muy bien, fuimos felices, nunca nos faltó de nada ya que mis padres tenían empleos estables y bien remunerados. Constantemente saqué buenas notas tanto en el colegio, como en el instituto y la universidad porque, aunque nunca me esforcé demasiado estudiando, siempre daba la casualidad de que me preguntaban en los exámenes la parte que me había estudiado mejor. Ya en la universidad conocí a una chica inteligente, guapa y con sentido del humor que se enamoró locamente de mí y, por supuesto, yo de ella. A los pocos años de feliz noviazgo nos casamos y tuvimos dos hijos guapos y sanos que además no dan ningún tipo de problema. Mi amor por ella no ha menguado ni un ápice en todos estos años. En el plano laboral tampoco me puedo quejar, encontré trabajo rápidamente una vez terminé los estudios y en seguida me ascendieron hasta conseguir un puesto con un gran sueldo, entretenido y sin grandes responsabilidades. Pero mi mala suerte no acaba aquí. Siempre que he jugado alguna lotería o sorteo he ganado, ya fuera la quiniela, la lotería de navidad o el euromillón. Incluso un día vi un arcoíris y logré llegar a su comienzo y atrapar al duende. Aparte, siempre que voy a algún sitio en transporte público cuando llego a la parada viene el autobús y si salgo y hace mal tiempo y se me olvida el paraguas no llueve y viceversa... como veréis todo me sale bien. ¿Por qué entonces tengo mala suerte? Mi teoría es que después de algo bueno siempre viene algo malo y a mí nunca me ha pasado nada malo. Por eso lo sé, va a pasarme algo, algo gordo, algo realmente horrible.

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15.43 h. 2 MAYO 2012 c e l a

PIDIENDO UN AUTÓGRAFO A CRISTIANO

RONALDO DESPUÉS DEL ENTRENAMIENTO.

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V I S I T A E N E L M O N A S T E R I O

era un martes cualquiera en el Monasterio de Santa María y San

Andrés. Las monjas apostadas en largas hileras en dos mesas igualmente largas se disponían a comer una austera sopa de ajo. Todas estaban en silencio dándole las gracias al Señor por los alimentos y rogándole para que esta vez la Hermana Teresa no hubiese confundido la sal con el azúcar. En ese momento, la Madre Superiora que se encontraba presidiendo una de las mesas se puso en pie y en voz alta dijo:

-Queridas hermanas. Sé que el voto de silencio nos impide hablar a no ser que sea absolutamente necesario, pero quiero anunciaros algo muy, muy importante. Hemos recibido una nota esta mañana avisándonos que tendremos una visita. Así que espero que todo el monasterio esté preparado mañana a las cuatro y media de la tarde, limpio y con los hojaldres, los mejores hojaldres que podáis, ya preparados. Nada más y nada menos que Dios va a visitarnos, y a esa hora tiene anunciada su llegada a nuestro humilde hogar. Eso es todo lo que quería deciros, podéis continuar con la comida.

La Madre Superiora volvió a sentarse, se santiguó y comenzó su sopa aliviada al comprobar que no sabía dulce. El resto de monjas se miraron las unas a las otras pero ninguna dijo nada, solo se oyó alguna tos cuyo eco retumbó en los gruesos muros del monasterio y finalmente comenzaron también a tomar la sopa sin mostrar sorpresa alguna. Al fin y al cabo, además del voto de silencio guardaban un voto de indiferencia.

La Hermana María, la monja más joven del monasterio con 57 años, era la encargada aquel día de limpiar los platos. Ella los secaba

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mientras la Hermana Berta, enjabonaba y la Hermana Dolores enjuagaba.

-¿Creéis que la Madre Superiora nos está poniendo a prueba? –se atrevió a decir la Hermana María.

Las otras dos monjas se miraron y la Hermana Berta puso el dedo índice en la boca advirtiéndole a la Hermana María que se callase y llenándose el espeso bigote de jabón.

-O eso o ha perdido la cabeza –volvió a decir la Hermana María.

La hermana Berta, que había terminado de enjabonar, se secó las manos, miró al techo, se santiguó y se marchó de allí para no escuchar más las blasfemias de la Hermana María.

-¿Y tú no dices nada? –dijo la Hermana María dirigiéndose a la Hermana Dolores.

-Será lo que Dios quiera –dijo la Hermana Dolores en voz baja.

-¿Y qué pasará cuando mañana sean las cuatro y media de la tarde y aquí no se presente nadie? Habrá más bajas en la congregación que cuando lo de las fotos de aquellos monaguillos.

La Hermana Dolores no dijo nada y siguió enjuagando platos. Finalmente le entregó el último cubierto a la Hermana María y dijo:

-Tienes razón, tenemos que hablar con la Madre Superiora. Te espero en la puerta de su habitación después de la oración. Seca eso bien, no quiero que… quiero decir… si viniera…

En la cocina la actividad era frenética. A la Madre Superiora se le había ocurrido que, ya que venía Dios, qué menos que hacer un

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hojaldre enorme, el hojaldre más grande que se haya visto jamás. El problema era que el horno del convento no era lo suficientemente grande como para hornear un hojaldre de esas dimensiones, lo cual llevó a que la Madre Superiora se retirara a sus aposentos a discurrir alguna solución.

Aquella tarde la oración en la capilla estuvo mucho más concurrida que de costumbre. Parecía como si el anuncio de la Madre Superiora hubiera despertado el afán por rezar. La Hermana María se puso de rodillas y le pidió a Dios para que la Madre Superiora entrara en razón. Se preguntó si sus compañeras estarían rezando por la misma razón. A las pocas horas Hermana Dolores y la Hermana María se encontraron en la puerta de la habitación de la Madre Superiora. La Hermana María, que era más lanzada debido a su juventud, fue la que llamó a la puerta.

-Con su permiso Madre Superiora.

-Adelante –se oyó del otro lado de la puerta.

La Hermana María giró el pomo y entró a la habitación de la Madre Superiora. Era una habitación un poco más grande que la de las otras monjas, pero igualmente sobria. La Hermana Dolores se quedó en un segundo plano mientras la Hermana María tomaba la palabra y se dirigía a la “jefa” de la congregación, que se encontraba en su escritorio tomando algunas notas con su pluma.

-Madre Superiora, sé que esto es muy irregular, pero si no pensase que nuestra congregación está en peligro no me atrevería a venir a su habitación a hablar con usted.

-¿Qué ocurre Hermana? Me está asustando –contestó la madre superiora levantándose de su silla.

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-Es por lo de la visita. La visita de Dios…

-Pues dígame Hermana, ¿qué es lo que te angustia? ¡Ya sé! Será que piensas que la visita se nos puede subir a la cabeza. Creo que debemos tener los pies en el suelo y no sentirnos superiores porque Dios venga a vernos a nosotras… Supongo que es una visita rutinaria, ¡la primera visita rutinaria en dos mil años!

-No, disculpe, pero no es eso. Es que... no creo que vaya a venir.

La Madre Superiora abrió mucho los ojos y nadie dijo nada durante unos instantes.

-¿Acaso dudas de la existencia de Dios, jovencita? –preguntó finalmente la Madre Superiora.

-No Madre, en absoluto. De lo que dudo es que vaya a venir aquí, mañana, a las cuatro y media de la tarde.

-¿Cree que existe pero no que pueda venir aquí?

-Madre, nos dijo que la habían avisado a través de una nota. ¿No puede ser que se tratara de una broma y que alguien la dejara para tomarnos el pelo?

-Les aseguro que esa nota es de la máxima confianza, no tenía ni una falta de ortografía. ¿Tampoco usted cree que vaya a venir, Hermana Dolores? La tenía por una de nuestras beatas más… beatas.

-Y lo sigo siendo Madre... –dijo la Hermana Dolores.

-¿Y bien? ¿Cree que va a venir o no?

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-Haré lo que usted ordene Madre Superiora –dijo pasándose al bando de esta.

-¡Hermana Dolores! ¿Pensaba que estaba usted conmigo?

-Lo siento Hermana María.

-Pues yo sigo diciendo que no vendrá y no vendrá –insistió la Hermana María.

-Con una actitud como la suya seguro que no –le respondió la Madre Superiora-. Le recuerdo que Dios es omnipotente, es decir, que todo lo puede y si le da la real gana se presenta aquí a las cuatro y media e incluso nos trae unas pastitas. Además debería tener en cuenta que guarda un voto de obediencia, no pienso permitir que una compañera incrédula nos estropee el día. Si perdemos la fe, si tan solo una de nosotras deja de creer, Dios no vendrá. Márchense y no pierdan la fe. Les recomiendo que hagan algo constructivo, fíjense en la Hermana Dionisia que está pintando un cuadro precioso lleno de querubines.

La Hermana Dolores y la Hermana María salieron cabizbajas de la habitación de la madre superiora y cerraron la puerta con sumo cuidado para no hacer ruido. La Hermana María resopló mientras negaba con la cabeza.

-Es inútil.

-Sí, pero es la Madre Superiora –contestó la Hermana Dolores saltándose con ello el voto de benevolencia.

Las dos monjas se separaron sin decirse adiós. Cada una se fue a su habitación ya que era la hora de acostarse, aunque a la Hermana María siempre le gustaba leer un poco antes de dormir. Abrió la Biblia

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y leyó un poco, luego cerró el libro, se levantó y de debajo de su colchón, sigilosamente, extrajo otro libro. Era el último libro de Eduard Punset. Lo estuvo leyendo un rato hasta que se quedo dormida.

Aquella noche la Hermana María soñó que saltaba las puertas del cielo. San Pedro se había quedado dormido haciendo su guardia y a la Hermana María le resultó escandaloso las escasas medidas de seguridad que existían en el reino de los cielos. Para demostrarlo, siguiendo una lógica que en el sueño le resultó razonable y una vez despierta absurda, decidió ir hasta donde estaba Dios y asesinarlo. No tuvo ningún impedimento para llegar hasta Él y una vez que lo tuvo frente a frente sacó una escopeta que tenía guardada en sus hábitos y le disparó a bocajarro. Dios cayó al suelo y el hombre que estaba detrás suyo grito: “¡Padre!”. La Hermana María comprendió que era Jesús y a continuación le disparó tal como había hecho con Dios. Una paloma, que la Hermana María no pudo saber de donde salió sobrevoló entonces su cabeza y ella respondió a balazos como si fuera el tiro al plato. En ese momento se despertó, se santiguó, besó la cruz que colgaba de su cuello y rezó tres Ave María. Cuando salió de la habitación ya no recordaba lo que había soñado.

Cuando llegó a la cocina descubrió con asombro que las hermanas dedicadas a la repostería habían conseguido su propósito. En la mesa central un enorme hojaldre ocupaba toda la superficie de ésta. En total debía medir dos metros de largo por uno de ancho, aparte de tener unos cincuenta centímetros de altura. La Hermana María se acercó a la Hermana Teresa y con gestos le preguntó que cómo lo habían hecho. La Hermana Teresa señaló la pared del fondo donde se había instalado un flamante nuevo horno mucho más grande que el que tenían.

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-¿Qué? ¿De dónde ha salido ese horno? – se le escapó a la Hermana María.

-Lo trajo esta mañana la Madre Superiora –le contestó la Hermana Teresa.

-Pero con qué dinero…

-El que teníamos para las obras de caridad. Lo sé, lo sé, a mí también me da pena, pero la Madre Superiora ha dicho que al ser una visita tan excepcional…

La Hermana María pensó en volver a hablar con la Madre Superiora, sin embargo los continuos ensayos y preparativos para la visita de Dios no le dejaron tiempo para escaparse. Solo rezaba porque la Madre Superiora hubiera guardado el ticket de la compra para poder devolver el horno y recuperar el dinero cuando Dios no llegase al convento.

Por fin llegó la hora. Las monjas, puestas en dos filas para hacer un pasillo a Dios en la entrada al convento, miraban expectantes el reloj de pared cuya manecilla ya hacía dos minutos que había sobrepasado las 16:30. Algunas hermanas ya se miraban las unas a las otras desconcertadas. No pensaban que Dios fuese una de esas personas que suelen llegar tarde. La Madre Superiora se dirigió a todas:

-Tranquilas hermanas, si hemos esperado más de dos mil años a la llegada de Dios, ¿qué son diez minutos más? Sin duda esta es una prueba, la última que Dios nos pone para saber si realmente tenemos fe.

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La Hermana María se mordía los labios para no hablar, pero quizás era mejor dejar que los hechos dejasen a la Madre Superiora en evidencia. El tiempo pasaba y ya eran las cinco menos cuarto, al fondo algunas monjas ya comenzaban a susurrar, susurros que se cortaron cuando unas pisadas se oyeron tras la puerta y tres golpes altos y claros del picaporte anunciaban que alguien estaba llamando. Todas las monjas se pusieron firmes, como buenas soldados de Dios y la Madre Superiora abrió la puerta.

Un hombre bajito, con bigote, gafas y un maletín estaba detrás de la puerta. El bisoñé que llevaba en la cabeza era evidente si no fuera por lo mal que combinaba el verde de su chaqueta con la camisa de cuadros rojos y amarillos y el pantalón caqui. La Madre Superiora de momento no se atrevió a decir nada.

-¡Hola! –dijo el hombrecillo-. Mi nombre es Gabriel.

-Ga… ¿Gabriel? –musitó la Madre Superiora.

-Así es.

-¿Entonces no viene Él? –preguntó la Madre Superiora mirando a los lados y detrás de Gabriel.

El hombrecillo se lo pensó unos segundos antes de responder.

-No sé a quién se refiere, pero vengo yo.

-¿Pero viene de parte de Dios, verdad?

-Sí, exacto –contestó Gabriel sonriente.

La Madre Teresa se santiguó.

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-Vaya, al final no habrá podido venir. Bueno, bueno… ¡Qué emoción! Pase, no se quede ahí.

-¡Caray!, menudo recibimiento. Muchas gracias –dijo Gabriel cruzando el umbral y dando las buenas tardes un tanto extrañado a todas las monjas que le esperaban haciéndole pasillo.

Cuando llegó a la altura de la Hermana Dionisia, ésta se tiró de rodillas al suelo y juntó las manos en forma de plegaría.

-¡Señor, hazme madre! ¡Soy virgen!

Gabriel se paró y miró alucinado alternativamente a la Hermana Dionisia y a la Madre Superiora.

-¡Hermana Dionisia, compórtese!

La Hermana Dionisia se levantó y sacudió sus hábitos.

-Lo siento, era la última oportunidad que tenía… -dijo poniéndose algo colorada.

En el comedor una pancarta que ponía “Bienvenido” franqueaba la entrada.

-Nunca me habían recibido así de bien en ningún convento –dijo Gabriel.

-Hombre… una persona tan importante como usted… Venga, siéntese a mi lado. ¡Hermanas, traigan el hojaldre! Y dígame… ¿cómo es que no ha venido Él?

-¿Se refiere a… mi jefe?

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-Sí, exacto.

-Bueno, es una persona muy ocupada. Ya sabe, de estas cosas nos encargamos nosotros, si no le importa y puesto que parecen tan interesadas en el tema llevo en este maletín…

Gabriel no pudo terminar la frase. En ese momento un enorme hojaldre, que había sido transportado por seis monjas, estaba delante de él.

-¡Joder! –se le escapó a Gabriel.

-¿Qué le parece? –dijo la Madre Superiora-. Hemos hecho este hojaldre especialmente para Dios.

-Nos sentimos muy halagados pero…

-Ya, ya vemos que Él no ha podido venir. Pero nos sentiríamos muy complacidas si usted, su principal sirviente, lo probara.

-Hombre… Sirviente, sirviente… Mucho cuidado, que yo trabajo como autónomo, ¿eh?

-¡Los caminos de Dios son inescrutables! –dijo la Hermana Teresa dándole los cubiertos a Gabriel.

Éste cortó un pequeño trozo del enorme hojaldre y se lo llevó a la boca.

-¿Está rico? –preguntó la Madre Superiora.

-Bueno… -dijo Gabriel aún con la boca llena- a lo mejor un poco seco. Quizás con un poco de leche…

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-Hermana Teresa, ¡traiga un cubo!

-Bueno miren –dijo Gabriel poniéndose en pie-, son muy amables de verdad, pero yo tengo más visitas que hacer. Así que si no le importa…

Gabriel abrió su maletín y le dio un folleto a la Madre Superiora. Ésta se quedo leyéndolo un rato todavía sin llegar a comprender del todo.

D.I.O.S. (Distribuidora Internacional de Objetos Sacramentales)

-Y aquí tiene mi tarjeta, para cualquier cosa que necesiten…

He pensado para este relato poner un final estilo película de Antena 3, de modo que podamos saber qué pasó con cada uno de los personajes. Imaginaos pues que la película acaba y, durante los títulos de crédito, una voz en off nos va narrando lo siguiente:

Esta película no está basada en hechos reales. Todo es producto de la imaginación del autor excepto cuando la Hermana Dolores dice “sí, pero es la Madre Superiora”, que está plagiado descaradamente de un sketch de Les Luthiers.

La Madre Superiora nunca dio su brazo a torcer y siempre estuvo convencida de que Dios no apareció aquella tarde por la falta de fe de alguna de sus compañeras. Eso sí, al día siguiente puso un buzón para la publicidad en el convento. El horno nunca fue devuelto y muchos niños huérfanos se quedaron sin regalos aquellas navidades.

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La Hermana María al día siguiente de los hechos relatados recibió la siguiente carta:

Estimada Hermana María:

Hoy martes 6 de diciembre de 2011 se presentó usted en la habitación de la Madre Superiora para hablar con ella. Durante la conversación usted expuso sus dudas acerca de que Dios se pudiera presentar al día siguiente en nuestro Monasterio de Santa María y San Andrés a hacer una visita a nuestra congregación.

Este hecho está tipificado como falta según el artículo 37 del vigente convenio provincial de monjas cistercienses, que contempla en su apartado a) como faltas leves: “poner en entredicho la existencia de Dios”.

Sin embargo la Dirección ha decidido calificar esté comportamiento como falta muy grave e imponerle la sanción de suspensión de empleo y sueldo durante 1 lustro que deberá cumplir desde el 9 de diciembre de 2011 hasta el 8 de diciembre de 2016, ambos inclusive.

Deseamos y confiamos que esta sanción servirá para reflexionar y corregir los hechos antes descritos, en evitación de reiteración y mayores consecuencias.

Atentamente, la Dirección.

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La Hermana Teresa dejó la congregación y presentó su hojaldre gigante al record Guiness. No ganó.

La Hermana Dolores siguió viviendo en el convento y haciendo caso a todo lo que ordenaba la Madre Superiora. Por lo tanto ella fue quien instaló el buzón y quien escribió la amonestación a la Hermana María.

La Hermana Dionisia dejó el convento y durante los siguientes meses intentó quedarse embarazada mediante la fecundación in vitro sin lograr ningún resultado. Los médicos que la atendieron sostienen la teoría de que no funcionó debido a los 92 años de la ex-monja.

Gabriel no pudo pagar las cuotas de autónomo a la Seguridad Social, la cual le embargó gran cantidad de objetos sacramentales para subastarlos.

Dios permaneció al margen de todos estos hechos.

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Samuel Barclay Beckett

Dublín 13 de abril de 1906 – París 22 de diciembre de 1989

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m i e r d a d e p e r r o

Mierda de casa. Otra cucaracha. Plaf. Ven Pufi. ¡Te digo que vengas!

Maldito perro, tendré que cogerte en brazos. Vamos a preparar la comida. Ten, aquí tienes la tuya. ¿No quieres comer, eh? Bueno, ya te lo comerás cuando tengas hambre. Mierda de cocina. Plaf. Tengo que comprar insecticida. Bah, si no tengo dinero, no tengo dinero ni para comida. Se lo lleva todo este maldito perro y encima no come. ¡Come te digo! ¡No me mires con esa cara! Mierda de cucarachas. Plaf. ¡Es por tu culpa Pufi! Mira como tienes la casa. Está llena de mierda. Yo no puedo más... No puedo vivir así. Plaf. Ven aquí. ¡Ven aquí! ¿Ves este cuchillo? Si no quieres que te lo clave cómete tu comida. ¡Vamos! Mierda de perro. Tú te lo has buscado.

Al entrar el cuchillo en el pequeño cuerpo de Pufi una diminuta lluvia de algodón cayó sobre el suelo.

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21.30 h. 7 JULIO 2010 o . w i l d e

DÍA DEL

“ORGULLO”

EN

LONDRES

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L O S C H A V A N E L

desde que supe de tales eventos mi único deseo era asistir aunque

solo fuera una vez en la vida a uno. La primera noticia que tuve acerca de ellos fue en la última lista de la revista Forbes acerca de los más ricos del mundo. En el puesto número 78 hablaba de la familia Chavanel y mencionaba de pasada lo que ocurría en su mansión cada cierto tiempo. Poco después alguien me habló de alguien que había estado. Me lo contaron como una rareza, una extravagancia de nuevo rico, pero a mí me pareció fascinante y como gran aficionado a los vinos no me lo quería perder.

Fue precisamente mi afición a los vinos lo que hizo ponerme en contacto con un prestigioso bodeguero que tenía relación con la familia Chavanel. Lo invité a mi casa a que probara algunos vinos de mi colección y luego él me invitó a visitar sus viñedos y sus bodegas. Me dio pena perder uno de mis mejores ejemplares de Ribera del Duero, pero lo que podía ganar era mucho más. Precisamente en una presentación en las bodegas de mi nuevo amigo conocí a Lulú. En realidad se llamaba María Luisa pero ella quería que la llamaran así. Lulú era tonta, superficial y tenía una horrorosa voz de pito, aparte siempre iba a todos lados con su perro pequinés que nunca dejaba de ladrar (aunque el pobre seguramente estaba pidiendo auxilio por estar todo el santo día en brazos de Lulú). Por suerte no era fea del todo y nadie se extrañó que le tirara los tejos, la razón era que ella era amiga de una de las hijas de la familia Chavanel y el puente que me llevaría a su casa.

Engañar a Lulú durante tanto tiempo no fue fácil y mucho menos aguantarla. Tuve que demostrar durante meses un poder adquisitivo

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al que mi economía, por desgracia, no alcanzaba. Las cenas en restaurantes caros, los viajes y las clases de equitación dejaron el saldo de mi cuenta corriente a cero. Me consolaba preguntar a Lulú acerca de esos eventos en casa de los Chavanel.

-Es lo más exclusivo y chic que puedas echarte a la cara. Para quedarse muerta, ji, ji, ji… –decía Lulú con su voz nasal.

-¿Y el vino? ¿Probaste el vino? –le preguntaba yo.

-¡Claro que lo probé!

-¿Y cómo es?

-¡Ay Darling! Ya sabes que yo no entiendo mucho de vinos, pero a mí me pareció que estaba delicioso. Y dicen que es de los más caros del mundo.

¿De los más caros del mundo? Ese vino tenía un valor incalculable y yo tenía la oportunidad de probarlo, pero el tiempo pasaba y no llegaba ninguna invitación para Lulú y acompañante. Por fin mis recursos se agotaron y no tuve más remedio que cortar con ella, era una enorme oportunidad perdida pero, por otra parte, un gran alivio.

-María Luisa, tengo que hablar contigo… -dije aquella noche cuando nos encontramos en el restaurante para otra cena excesivamente cara.

-¡Darling! ¡Tengo una gran noticia! –dijo ella sacando un sobre de su bolso de Prada.

-¿Es lo que creo que es?

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-Por supuesto. Prepárate y ponte guapo porque este sábado vamos a la casa de campo de los Chavanel.

De inmediato la abracé de alegría.

-¿Y qué querías decirme?

-¡Que te quiero Lulú! –dije besándola.

Para la ocasión elegí un sobrio traje negro, camisa azul oscura y corbata también negra. A Lulú la recogí en su casa en un coche que había alquilado para la ocasión, ella también iba completamente de negro y, por primera vez desde que la conocí, no iba enseñando carne ni llevaba a su pequinés, lo cual me pareció un detalle de buen gusto.

-¿Dónde tenías escondido este Mercedes, darling? –me preguntó mientras se montaba.

-¡Bah! No lo suelo usar… Ya sabes la gente tiene mucha envidia y estos coches de alta gama en seguida lo rayan o le hacen algo, pero como allí tendremos aparcacoches… porque hay aparcacoches ¿verdad?

-Of course, ¿a dónde te crees que vamos?

Seguí conduciendo en silencio, solo imaginaba el momento de catar el néctar de esa botella de vino. Lo degustaría despacio, sintiendo cada sabor, paladeando cada trocito de historia de esos viñedos.

-¿Quién es el muerto esta vez? –le pregunté a Lulú.

-Creo que es el padre, Monsieur Chavanel, ji, ji, ji….

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Volví la cabeza para mirarla. Estaba sonriente y yo también le sonreí y, he de reconocer, por primera vez era una sonrisa sincera. Incluso su risa no me pareció tan repulsiva como otras veces. Al fin y al cabo tenía una dentadura perfecta y esos hoyuelos le daban un aspecto muy atractivo.

-Estoy muy contento –dije.

Ella me dio un sonoro beso en la mejilla. El decir eso me costó tenerla todo el trayecto a la casa Chavanel agarrada a mi brazo.

Cuando llegamos un guarda de seguridad nos paró a la entrada, le dimos la invitación y nos hizo pasar. El jardín hasta llegar a la casa era inmenso y repleto de cosas curiosas. Mientras conducía lentamente Lulú me hacía indicaciones.

-Mira, ahí está la réplica de la Torre Eiffel, muchísimo más pequeña por supuesto, pero está hecha de oro macizo y allí Tristón, la mascota, ¡a qué es un león precioso! Y es tan manso… bueno, menos aquella vez que le arrancó el brazo a aquel mayordomo, ji, ji, ji… ¡Fue tan gracioso! Ya casi hemos llegado, ese es el aparcacoches.

Aquello no era una casa, era un autentico palacio de estilo neoclásico de tres plantas. Una vez llamamos a la puerta un mayordomo manco nos recibió y nos hizo pasar al enorme salón presidido por un féretro:

-La señorita Lulú y acompañante –dijo anunciándonos.

Inmediatamente una joven se nos acercó. Debía ser la hija de Monsieur Chavanel.

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-¡Oh Lulú! Muchas gracias por haber venido –dijo abrazándola sollozando.

-¿Cómo no iba a venir? Lo siento muchísimo. ¿Qué es lo que pasó?

-Lo encontramos bocabajo en la piscina. Seguramente fue un infarto mientras nadaba.

-Vaya… Mira te presento a mi novio, a mi darling.

-Encantada, Lulú me ha hablado mucho de usted –dijo extendiéndome su mano.

-Lo siento mucho, ha sido una gran pérdida –contesté estrechándosela.

Después de hablar un rato con la hija de Monsieur Chavanel y de consolarla igualmente dimos el pésame a los otros familiares y amigos allí congregados. De vez en cuando los criados recorrían el salón con bandejas de canapés y copas de vino, pero aún no habían sacado el que yo esperaba, eso lo reservaban para el gran momento.

Por muy poco casi lo estropeé. Fue cuando hablamos con el primo de Monsier Chavanel, éste nos explicó la quinta versión diferente acerca de su muerte y la más absurda.

-Mi primo era muy aficionado a practicar malabarismos y ayer le dio por practicarlos con unas granadas de mano…

No pude más que sonreír. No pude aguantarme.

-¡Oiga usted! ¿Acaso se ríe de las desgracias ajenas? –dijo enfurecido el primo de Monsieur Chavanel.

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-No, yo…

-Discúlpelo, es que tiene un tic nervioso en el labio –dijo Lulú rápidamente.

Inmediatamente Lulú me agarró del brazo y me llevó aparte.

-Has estado sensacional Lulú –le dije-. Menos mal que has sabido reaccionar a tiempo.

-Sí, ya sé que a veces es difícil aguantarse la risa aquí, pero casi ha llegado la hora. Oye, ¿quieres que veamos el cadáver?

La agarré por la cintura y nos acercamos al ataúd despacio. Monsieur Chavanel era tal como lo recordaba de la foto de la revista Forbes, el maquillador había hecho un gran trabajo. Me fijé en su pecho pero no se movía. Era un buen muerto. Me pregunté cómo será en vida.

-¿En qué piensas darling? –inquirió Lulú que no había dejado de observarme con sus enormes ojos mientras yo prestaba atención al cuerpo inerte de Monsieur Chavanel.

-En que quiero que llegue el momento pero por otra parte…

-¿No quieres probar el vino?

-Claro que sí, no es eso.

Sabía que cuando llegase el momento, después de que Monsieur Chavanel resucitase milagrosamente, de que sacaran el mejor vino del mundo para celebrar tan extraordinario acontecimiento y de que lo probase por fin, tendría que decirle la verdad a mi querida Lulú.

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Miguel de Unamuno y Jugo

Bilbao 29 de septiembre de 1864 – Salamanca 31 de diciembre de 1936

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t é c n i c a d e i n u n d a c i ó n

En cuanto Alfredo dio la vuelta a la esquina y vio el coche de

bomberos supo que es lo que debía hacer: subir a la maldita escalera. Le dejaron totalmente noqueado. Había sido una mañana muy tranquila, pensaba que desde que se apuntó a aquella clínica para superar su fobia había hecho grandes logros, pero en ese momento el mundo se le cayó encima. Su padre fue bombero durante treinta años pero nunca imaginó que se subiría en uno de esos malditos trastos.

-¿Recuerdas lo que sentiste cuando miraste por la ventana de la torre?- le preguntó la doctora que le estaba tratando la fobia a Alfredo-. También estabas muy asustado. Vamos a intentarlo. Si llega un momento en el que crees que no puedes continuar yo te pediré que recapacites y que lo intentes de nuevo y, si no quieres, bajaremos. Sabes en qué consiste nuestra técnica radical para superar las fobias. Te pondremos de forma masiva frente a la situación que temes. Los resultados que se obtienen son impresionantes siempre que logres hacerlo. La llamamos “técnica de inundación”.

Después de pensarlo unos instantes mientras resoplaba Alfredo se dirigió a la escalera del coche de bomberos.

-No te prometo nada ¿vale? No prometo nada –dijo.

-No tienes que hacerlo -respondió la doctora siguiéndolo.

-Esto es una verdadera putada -se quejó Alfredo.

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Alfredo y la doctora se montaron en la barandilla de la escalera, que aún estaba a ras de suelo y mientras subía poco a poco la doctora intentaba tranquilizarlo.

-De acuerdo, mira hacia abajo. Nos estamos moviendo.

-Si… ¿Qué demonios pasa ahí? Esto está inclinado, ¿es normal?

-Tranquilo, ¿qué es lo peor que te podría pasar?

-¡Estoy aterrorizado! ¡Por el amor de Dios!

-Sí, avísame si quieres parar, ¿de acuerdo?

-¿Has subido en uno de estos antes?

-No.

-Estupendo, era lo que necesitaba oír...

-Es la primera vez para los dos.

-Sí, tenemos que mantener las apariencias ¿no? -decía Alfredo cada vez más nervioso. -¡Oh! ¡Oh! ¡Madre mía! ¡Hay mucho viento!

-Sí.

-Nos estamos balanceando.

-Un poco.

-¡Nos estamos balanceando!

-Tranquilo Alfredo. Ya hemos llegado a lo más alto. Sabes lo que tienes que hacer ahora ¿Lo sabes?

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-Me lo imagino.

-Sé que esto no es agradable.

-Me estoy mareando, tengo nauseas.

-No te marees. Mira ese punto, no muevas los ojos demasiado rápido.

-¡Todo se mueve! ¡Estoy perdiendo el control! ¡Por favor, bájame! ¡Bájame!

-No Alfredo, ya has llegado hasta aquí y no puedes echarte atrás. Concéntrate en ese punto y tírate.

-¡No! ¡Por favor!

-Lo siento Alfredo, peso es necesario para que consigamos que termines la terapia, en la clínica me piden un número mínimo de casos resueltos.

De un empujón la doctora consiguió que Alfredo superase su fobia a la muerte.

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07.00 h. 10 ABRIL 2012 B U K O W S K I

LLEVANDO UNA “VIDA SANA” A TRAVÉS DEL PILATE TAILANDÉS.

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E L P R I N C I P A L S O S P E C H O S O

Me encontraba patrullando con el subinspector Sánchez cerca de la

pastelería. Últimamente patrullábamos mucho por allí, sobre todo desde que habían traído esos nuevos pastelitos rellenos de crema ya que, según el subinspector, "esos pastelitos eran tan deliciosos que se convertían en un peligro público porque podían llevar a una locura homicida al que no consiguiese uno de ellos". Por eso el subinspector compraba todos los que encontraba en la tienda, evitando que esa amenaza llegase a la población. De repente, mientras el subinspector se metía el tercer pastelito consecutivo en su boca, oímos lo que claramente parecía un disparo por lo que salimos corriendo de la tienda para ver que había ocurrido. A la vuelta de la esquina un hombre se hallaba tumbado bocabajo encima de un charco de sangre.

-¿Qué es esto Jiménez?

-Subinspector... parece claro que le han disparado.

-Eso ya lo veo maldita sea. Me refiero a este pastelito, fíjese, tiene un pelo.

-Vaya subinspector... qué desgracia... no puedo explicarme como puede comérselo a pesar de ello. Pero... ¿no deberíamos centrarnos en el cadáver? Es la primera vez que me encuentro con algo así, ¿cómo debemos actuar en estos casos?

-Normalmente iríamos a la pastelería a que nos devolviera el dinero, pero al salir corriendo nos hemos ido sin pagar.

-Digo como actuar con el cadáver.

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-¡Ah! ¡El cadáver! Lo primero es identificarlo. A ver usted, identifíquese.

-Pero subinspector... está muerto...

-¿Y qué? ¿Acaso eso es un problema para identificarse? Al contrario amigo mio, ahora debería darle igual. ¡He dicho que se identifique! Caramba Jiménez, parece que estamos ante un fiambre realmente rebelde. Dele la vuelta para que podamos verle la cara.

-Pero subinspector... No podemos mover el cuerpo. Podríamos borrar pruebas concluyentes acerca del asesino.

-Maldita sea Jiménez. ¿Quién manda aquí? Si le digo que le de la vuelta al cadáver le da la vuelta al cadáver y si le digo que me deje veinte euros me los deja y no hay más que hablar.

-Está bien, le daré la vuelta...

-¿Y los veinte euros?

Después de darle los veinte euros procedí a girar al cadáver. Había algo en él que me resultaba familiar, como si lo conociese de algo.

-Caray Jiménez. ¿Qué tenemos aquí? Si es ese tipo de la tele. ¿Cómo se llama...?

-No sé subinspector. La verdad que su cara me suena, pero no podría decirle. No veo mucho la tele.

-¡Pues muy mal Jiménez! En esta vida hay que estar informado. Yo sé quién es. Es el que presenta ese programa especial de Navidad.

- ¡Aaah...! Ni idea...

-Si hombre. Bueno, es que ahora no me sale el nombre, pero esa cara, ese uniforme... es él seguro. Cójale la cartera y saldremos de dudas.

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-Pero subinspector... Esto podría ser algo gordo. ¿No deberíamos llamar a los de homicidios?

-Y esos qué hacen ¿eh? Se creen los reyes del mambo porque tienen una tiza y dibujan un surco donde estaba el cadáver. ¡Quiere coger la cartera de una vez! Maldita sea, te juro que tengo el nombre en la punta de la lengua.

Después de registrarle los bolsillos, encontré su cartera. Se la di al subinspector para que la registrara. Seguro que su mirada sabuesa y sabia podría sacar algo en claro después de echarle un vistazo.

-Bueno, dinero no tiene mucho -dijo mientras se metía unos cuantos billetes en su bolsillo.

-Pero subinspector... ¿Y el nombre?

-Pero subinspector... -dijo burlándose de mí imitando un acento gallego, cosa curiosa porque yo soy de Albacete-. ¿Es que no sabes decir otra cosa? Voy a pedir que te remplacen como oiga otra vez pero subinspector…

-¿Ha encontrado el DNI?

-No, pero parece que tiene familia numerosa. Fíjese qué de fotos. ¡Aquí está el DNI! Se llama Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias.

-Menudo nombrecito, subinspector.

-Joder, claro, así cómo quería que me acordase.

-¿Y ya tiene algún sospechoso, subinspector?

-Tengo al principal sospechoso.

-¿En serio?

-Sí. ¿Quién ha sido el último en tocar el cadáver?

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-Bueno... el último he sido yo.

-¿Y eso no te convierte en el principal sospechoso?

¿Cómo dedujo el subinspector Sánchez que el asesino fue Jiménez?

El subinspector Sánchez dedujo que el asesino fue Jiménez porque éste fue el último en tocar el cadáver, ¿o es que acaso no sabes leer?

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George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair

Motihari 25 de junio de 1903 – Londres 21 de enero de 1950

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L A V I D A E N D O S N U D O S

justo después de leer la nota que su mujer le ha dejado pegada en

la nevera, con un imán en forma de corazón, junto a la lista de la compra y el papel donde anotan cuando piden la bombona de butano, Javier arruga el papel y lo tira a la basura. Se dirige hacia la puerta de la cocina, pero cuando está a punto de salir se detiene, maldice algo entre dientes y da media vuelta. Recoge el papel que acaba de tirar y utiliza la parte de atrás para dejar una escueta nota de suicidio:

“Dejo todo a mis gatos”.

Bueno, más bien es un testamento que una nota de suicidio, pero vayamos al grano. Javier entonces baja por las escaleras de madera que dan al sótano de la casa, busca entre todos los objetos que allí se amontonan sin orden ni concierto hasta que encuentra una cuerda de considerable grosor. Comprueba su resistencia tirando de ella con fuerza y, luego, como si acabase de ver un fantasma, se queda petrificado recordando algo que le pasó hace muchos años.

Una profesora de aspecto autoritario va pasando uno por uno por los pupitres de los alumnos, mientras éstos se afanan por ensayar lo que la profesora les acaba de enseñar. La profesora es vieja, delgada y viste todo de negro. En la mano lleva una regla con la que se va dando golpecitos en la falda mientras camina:

-Muy bien Pepito, un nudo perfecto. Excelente María, aunque quizás podrías apretarlo un poco más…

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Por fin se detiene delante de un chico gordito y mal vestido, el único que no tiene compañero. La profesora coge el gurruño que hay encima de su mesa con dos dedos y lo muestra a toda la clase.

-¡Javier! ¿Qué demonios es esto?

Toda la clase se ríe. Menos Javier, claro.

Javier se desvanece del sueño o recuerdo con un sonoro “¡qué coño!”. Y sube las escaleras del sótano, entra en el salón, enciende el ordenador y, en un buscador del cual no diremos el nombre para no hacer publicidad a Google, teclea sin tener que llegar a escribirlo íntegramente, ya que se lo autocompletaron: “cómo hacer nudos corredizos”.

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02.42 h. 24 DICIEMBRE 2006 Д о с т о е в с к и й

GASTANDO SUS ÚLTIMOS EUROS EN UNA FIESTA MEGATRÓN

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E N C U E N T R O E N B I C I

El muñeco verde comienza su cuenta atrás y la gente que se

aglomera en el paso de cebra no deja mucho sitio para mi bici. Por el único hueco que queda avanzo lentamente y veo que una chica se acerca en otra bici en sentido contrario. Giro el manillar a la izquierda para no chocar pero ella lo hace en la misma dirección, pruebo evitarla girando a la derecha. Intento esquivarla pero es inútil, nuestras ruedas parecen dos imanes que se acercan sin remedio, pareciera como si hubieran puesto un enorme espejo en medio del paso de cebra y solo viera una réplica de mis movimientos. A apenas cinco centímetros no tengo más remedio que parar. Ella también lo hace, me sonríe y se vuelve a montar en la bici dejándome a su izquierda por fin sin peligro de colisión. Me vuelvo para mirar cómo se aleja mi chica-reflejo.

Los coches comienzan a pitar.

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Franz Kafka

Praga 3 de julio de 1883 – Kierling 3 de junio de 1924

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M A N Z A N A S

Era la primera vez que conducía un vehículo oficial. Normalmente

conducía autobuses pero el titular de ese tipo de servicios en nuestra empresa estaba de baja y me habían escogido a mí para sustituirlo. A través del espejo retrovisor podía ver los pasajeros, todos ellos muy bien vestidos. Uno de ellos es muy conocido y de hecho pienso votarlo en las próximas elecciones, todos se dirigían a él como “señor presidente”. Su aspecto no era tan impresionante como el que se podría prever de verlo por la tele, parecía más bajo, más feo y más viejo, pero era él, sin duda. Los otros tres acompañantes eran, por lo que pude entender, la responsable de agricultura del partido (una señora de unos 40 años muy bien vestida) y los otros debían ser asesores porque su cara no me sonaba de nada y no iban tan bien vestidos, uno de ellos no paraba de tomar notas y el otro iba con un ordenador portátil continuamente encendido. A mi lado iba un guardaespaldas que me guiaba al lugar donde nos dirigíamos. El viaje era bastante largo y aburrido y nos llevaba fuera incluso de la provincia de Madrid. Finalmente el “señor presidente” se dirigió a mí, lo que me permitió entender a dónde íbamos y meterme dentro de la conversación:

-¿Le gustan a usted las manzanas?

-Disculpe, ¿se refiere a mí? –contesté.

-Sí, a usted.

-¡Ah! Pues sí, claro que me gustan. Pero ahora con el tema este del pesticida de aquella plantación no las como, ya sabe. Prefiero no arriesgarme.

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-No me diga. ¿No le ha dicho a dónde vamos? –dijo dirigiéndose al guardaespaldas.

-No, señor presidente. Las medidas de seguridad no lo permiten.

-Escribe esto –dijo uno de los asesores dirigiéndose al del ordenador- “nuestro candidato rompe el protocolo de seguridad para acercarse al pueblo llano”.

-Ok, voy a twittearlo –contestó el otro.

-Vamos precisamente al huerto de manzanas que dicen que está contaminado -prosiguió el señor presidente-, a comernos unas cuantas para demostrar que no pasa nada y que no tienen nada de malo.

-Eso está muy bien, los políticos deben dar ejemplo. ¡Demonios! ¡Si usted las come yo también las comeré a partir de ahora! –dije quizás exaltándome demasiado.

-Voy a twittear también eso –reflexionó el tipo del ordenador.

-¿Es usted votante nuestro? –continuó el señor presidente que parecía animarle la charla-. Si me lo quiere decir claro, el voto es secreto.

-La verdad es que sí que pienso votar por usted. Además según las encuestas este año va usted a arrasar. ¿No es así señor presidente?

-¡Oh! Por favor, tutéeme, llámeme simplemente presidente. Y en cuanto a lo que dice, es cierto que las encuestas nos dan como favoritos pero las encuestas son solo eso, encuestas. Por ejemplo, si hiciéramos una encuesta en este coche saldría un 100% de votos a mi favor, yo nunca las he visto muy fiables…

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-“El señor presidente no se fía de las encuestas y anima a todos los ciudadanos a ir a votar”. Escribe eso Charli, pero ponlo en el Facebook –dijo uno de los asesores.

-Ok –contestó Charli, que así parecía llamarse el tipo del ordenador.

La responsable de agricultura, que hasta ese momento estaba ajena completamente a la conversación absorta mirando el paisaje, participó por fin con un contundente y escueto:

-A mí no me gustan las manzanas –que no le hizo despegar la mirada de los huevos del toro de Osborne, que en ese momento dominaba la cumbre de la árida colina.

-¿Twitteo también eso?

-No Charli.

-Ana, ya hablamos eso –le dijo vehementemente el señor presidente-. Tienes que hacer un esfuerzo, por el bien del partido. Este gesto nos dará el impulso definitivo para ganar las elecciones. Por cierto, hablando de elecciones, ¿a qué no sabéis que he soñado hoy? Os vais a reír. Atento a esto… disculpe no le he preguntado cómo se llama.

-Agustín –contesté.

-Pues escuche Agustín. Resulta que era el día de las elecciones y yo iba a votar tan feliz, con mi mujer, mis hijos… en fin, toda la parafernalia de fotógrafos, ya sabéis. Y de repente cuando voto y estoy saliendo del colegio electoral me doy cuenta de que he metido la papeleta equivocada. Imaginaos, yo volviendo a la urna pidiendo que me devuelvan la papeleta… ¡Un escándalo! ¿Cómo se pudo

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equivocar el señor presidente? Je, je… Ahora me rio pero en el sueño lo pasé fatal. Espero que no me pase el domingo…

-Twittea eso Charli, “el señor presidente sueña con que llegue el día de las elecciones”.

-Más aterrador fue el sueño que tuve yo hoy –dijo la responsable de agricultura.

-Cuéntenos, por favor –dije.

-Resulta que estaba comiendo y el postre era una manzana –prosiguió la responsable de agricultura sin mostrar ningún tipo de interés en mí, pero ya olvidando por completo el paisaje y centrándose en el resto de pasajeros-. A mí no me gustan las manzanas, eso fue lo primero raro en el sueño. Pero bueno, el caso es que fui a comérmela y cuando me doy cuenta la manzana, armada con una grapadora, la misma que tengo en mi despacho, se ha hecho fuerte en una esquina de la cocina. Voy directa al armario donde guardo la escoba para intentar echarla de allí pero me daba demasiado miedo acercarme a ella y no podía. ¿Pero sabéis qué era lo que más me aterraba?

-¿Qué? –dijo el señor presidente embobado y hablando por todos nosotros.

-Lo que más pánico me producía y lo que hizo despertarme fue imaginar como una manzana, llegado el momento en el que yo estuviese lo suficientemente cerca, podría accionar el mecanismo de una grapadora.

Todos quedamos en silencio ante el relato de la responsable de agricultura. Por fin yo me decidí a romperlo.

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-Que te grapen debe doler.

-Ni que lo digas –contestó el guardaespaldas.

-¿Alguna vez le han grapado? –preguntó el señor presidente.

-Yo mismo cuando era pequeño, por probar… me grapé un dedo. El médico dijo que por suerte no llegué al hueso.

El señor presidente abrió el maletín que llevaba a sus pies y extrajo una grapadora de color rojo. Puso su dedo índice dentro de ella como si fuera a grapárselo y todos esperamos expectantes unos segundos.

-¡Bravo! Yo no podría –dijo al fin.

Y volvió a guardar la grapadora.

Creo que fue al señor presidente a quien se le ocurrió parar en la estación de servicio para comprar algo para picar:

-¡No voy! –dijo el señor presidente poniendo el dedo pulgar en su frente.

-¡No voy! –dijo la responsable de agricultura repitiendo el gesto del señor presidente.

-¡No voy! –dije yo imitándolos, infringiendo con ello las recomendaciones de seguridad al volante.

-¡No voy! –dijeron los asesores y el guardaespaldas casi a la par. No sé a quién le iba a tocar ir, pero estaba claro que a uno de ellos tres.

-Yo no puedo ir –dijo el guardaespaldas-, tengo que quedarme junto con el señor presidente.

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Así que la cosa estaba entre los dos asesores, pero estos se hacían los remolones.

-¿No debería ir el chofer? Digo yo que para eso está –dijo el asesor de la libreta.

-¡Eso! –ratificó Charli.

-No es justo –protestó el señor presidente- él dijo “no voy” antes que vosotros.

Los asesores no parecían estar muy de acuerdo y se miraron entre ellos.

-Será mejor que vaya el chofer a no ser que quiera que twitteemos su comportamiento pueril, señor presidente –amenazó Charli.

-Lo siento Agustín, te ha tocado –dijo el señor presidente poniendo su mano en mi hombro.

Bajé sin protestar a pesar de que aquella actuación me pareció profundamente injusta. Por la ventanilla me dieron un papel con lo que querían y 10 euros y me dirigí a la tienda de la estación de servicio. Por el camino mi móvil comenzó a sonar. Era mi jefe:

-¿Agustín?

-Sí, dígame.

-¿Cómo va el servicio?

-Bien, creo que ya queda poco… aunque no me han querido decir dónde vamos exactamente.

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-Tu haz todo lo que te digan, son clientes importantes.

-Ya me he dado cuenta.

-Agustín, te llamaba para darte una mala noticia.

-¿Qué ha pasado?

-Se trata de José Antonio.

-¿Qué pasa? ¿Ya le han dado el alta?

-No exactamente… De hecho no volverá a trabajar con nosotros.

-¿Por qué? ¿Lo habéis despedido?

-No exactamente… Ha sido tan repentino que no hemos podido despedirnos de él.

-¿Qué?

-Lo que oyes. Ha sido esta misma mañana.

-Pero si era una simple indigestión… o eso me dijisteis esta mañana cuando me llamasteis para cubrirle.

-Lo sé Agustín, pero la cosa era más complicada de lo que creíamos al principio. Parece ser que José Antonio había comido una de esas malditas manzanas contaminadas. En fin, qué pequeño es el mundo… o algo así era –dijo mi jefe que siempre olvidaba las frases hechas de los funerales-. Cuando vuelvas no olvides pasarte por el tanatorio.

-De acuerdo, allí nos vemos –dije.

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Había pensado comprarme una tarta de manzana para acompañar el café pero la noticia me había hecho perder el apetito.

Cuando entré de nuevo en el coche oficial no estaba seguro de si debía compartir la información que acababa de obtener de primera mano a mis clientes. Decidí que era algo demasiado importante como para que yo mismo se lo dijera así que se me ocurrió, aprovechando el silencio que estaba provocando el aperitivo, poner la radio.

-¿Les importa si pongo la radio? –dije.

-Me parece que ha tenido usted una excelente idea –dijo el señor presidente mientras engullía su “tigretón”.

Encendí la radio e inmediatamente empezó a sonar la retransmisión de un partido de futbol. Pretendí cambiar de emisora pero el Señor Presidente no estaba muy de acuerdo.

-Déjelo, déjelo, que juega el Madrid –me dijo mientras las ondas hertzianas andaban en busca de la siguiente emisora.

-Pensé que a personas de su responsabilidad les gustaría escuchar las noticias.

-Estamos bastante cansados de eso, además si pasa algo importante Charli nos avisa.

-¡Acaba de marcar Kaká! –dijo Charli.

Estuve esperando a que el partido perdiera el interés pero a Kaká le dio por hacer el partido de su vida y marcar cinco goles. La comitiva que transportaba se encontraba entusiasmada sin saber que se

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dirigían a una muerte casi segura por ingestión de manzanas envenenadas. La madrastra de Blancanieves seguro que se sentiría satisfecha. Finalmente el guardaespaldas me dijo que cogiera la siguiente salida y llegamos al lugar de destino. Mientras los pasajeros bajaban saqué fuerzas de flaqueza y detuve en el último instante al Señor Presidente, cuando ya los demás habían bajado.

-Señor Presidente.

-Agustín, ya le he dicho que me tutee.

-Perdón, Presidente, pero hay algo importante que debe saber antes de comerse esas manzanas.

-Dígame.

-Verá, es por mi compañero, al que estoy sustituyendo en este servicio. Resulta que él comió de esas manzanas y bueno… ahora está muerto.

-¡Ah! ¡Eso! No se preocupe buen hombre, le contaré un pequeño secreto –dijo mientras abría de nuevo su maletín y extraía una manzana de ella-. Traemos nuestras propias manzanas. ¡Acaso creía que íbamos a arriesgarnos! Para que usted vea, en Noruega no solo tienen salmón, también tienen manzanas. ¡Y sanísimas oiga!

-Pero… pero entonces… -logré tartamudear mientras el Señor Presidente cerraba la puerta del coche oficial.

Mientras esperaba a que volvieran busqué las noticias en la radio: “…y a esta hora el señor presidente y la responsable de agricultura se encuentran en Villamanzana de Arriba donde está degustando algunas manzanas de la región, la razón: demostrar que son

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infundados los rumores de que el exceso de pesticida en las manzanas es lo que ha provocado las decenas de muertes por intoxicación en el país. El último fallecido ha sido un varón de 45 años, conductor de profesión…”.

Me sentía terriblemente angustiado pero lo estuve todavía más cuando el Señor Presidente anunció a bombo y platillo: “…lo que este país necesita es austeridad, desde hoy puedo anunciar la siguiente promesa electoral: si ganamos en las próximas elecciones suprimiré todos los coches oficiales…”.

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14.28 h. 21 NOVIEMBRE 2005 B O R G E S

DISFRUTANDO

DE

SUS

NUECES

PREFERIDAS

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V A S O S D E C E R Á M I C A

A partir de cierto día Mónica, al salir de la oficina, empezó a ir sola al

bar de al lado y pedía “una cerveza en vaso de cerámica, por favor”. Remarcaba lo de vaso de cerámica aunque ella sabía perfectamente que aquel bar se caracterizaba por poner la cerveza en vasos de cerámica y solo la servían exclusivamente en ese material. Cuando llegaba a casa y su novio, que la estaba esperando, le preguntaba por qué había tardado tanto, ella le contestaba que había tenido mucho trabajo.

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Julio Florencio Cortázar Descotte

Ixelles 26 de agosto de 1914 – París 12 de febrero de 1984

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e l a p a r c a m i e n t o

la ventaja del trabajo de Susana era que podía ir en autobús ya que

tenía una parada justo en la puerta, lo que le ahorraba coger el coche y buscar aparcamiento. Susana tenía una bandeja en la mesa de su trabajo a la que llamaba mentalmente “bandeja de marrones”. Curiosamente era de color marrón. Eran asuntos sin resolver, ya fueran porque no tenían solución o porque ella no sabía resolverlos. Susana archivaba esos asuntos en la bandeja confiando en que, con el tiempo, se resolvieran por sí solos y por raro que pudiera parecer a menudo funcionaba. Sin embargo hacía unos días que uno de los problemas había salido a flote entre la montaña de papeles que atestaba la “bandeja de marrones” de Susana. Una reclamación de un cliente, una mala contestación por parte del departamento de reclamaciones, una nueva reclamación del cliente aún más furibundo y la inoperancia del departamento de calidad, al cual Susana pertenecía, habían llevado a una demanda multimillonaria contra la empresa. La reunión que tenía aquella tarde con los abogados y el gerente debía ser crucial para su futuro laboral y para el de la empresa, sin embargo cuando llegó a la sala de reuniones le sorprendió el ambiente distendido.

-Bueno, lo de aparcar allí en los juzgados la verdad es que es algo imposible… –decía el gerente a las otras dos personas que ocupaban la sala hasta que se dio cuenta de la presencia de Susana- ¡Ah! ¡Pasa Susana! Te presento a Fernando y Laura, los abogados que se encargan del caso.

-Encantada –dijo Susana.

-Igualmente –respondieron ambos.

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-Nuestros abogados me confirman que el cliente no tiene nada que hacer. Ha presentado la reclamación fuera de plazo y forma y aparte tenemos toda la documentación en regla así que no tienes que preocuparte, ¿de acuerdo? –le dijo el gerente a Susana guiñándole el ojo.

-Me alegro de que así sea y le aseguro que no volverá a repetirse algo parecido –se excusó Susana.

-Confío en que así sea, no me gustaría tener que tomar ciertas decisiones desagradables.

-No se preocupen –dijo Fernando enseñando su maletín-. Con esta documentación es, en dos palabras, im-posible que perdamos.

Todos rieron y el gerente se levantó para estrechar la mano de Fernando y Laura.

-Mucha suerte.

-Dé el asunto por zanjado –contestó Laura.

-Que así sea. Entonces… ¿vais a los juzgados en coche al final? Lo vais a tener complicado para aparcar. Quizás que mejor vayáis en taxi ¿no? –insistió el gerente.

-No, bueno, ya que me he traído el coche… En fin, seguramente tendremos que aparcar lejos pero así damos un paseo y estiramos las piernas –contestó Fernando.

-Bueno, como veáis. Espero buenas noticias.

Fernando y Laura salieron de la sala de reuniones, abandonaron la oficina y se encaminaron al coche. Las calles estaban mojadas por la

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lluvia de anoche y el cielo permanecía plomizo. Ambos entraron en el coche y se abrocharon el cinturón de seguridad.

-La verdad es que con el tiempo que hace puede que haya mucho tráfico y que esté complicado aparcar -comentó Fernando mientras arrancaba el coche.

-Sí, casi mejor que vayamos directamente al parking del centro comercial y luego vayamos andando.

-Bueno, me pasaré por delante de los juzgados de paso, por si acaso. Pero vamos, yo es que allí no he conseguido aparcar en la vida.

Durante el trayecto estuvieron repasando la estrategia de defensa para el juicio y tuvieron tiempo ya que las predicciones de Fernando fueron acertadas y el tráfico estaba todavía más colapsado que de costumbre.

-Espero que no lleguemos tarde... ¡Mira a ese! ¡Será cabrón! ¡Pítale! –gritaba Laura.

-¿Qué crees que quería decir el gerente con lo de que no le gustaría tener que tomar decisiones desagradables? –preguntó Fernando

-Está bastante claro, ¿no?

Fernando la miró sin terminar de comprender.

-¡Joder Fernando! A veces no me explico como te pudiste sacar el curso CCC de abogado. ¡Que la despiden!

-¡Ah, claro!

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-No creo que lleguemos tarde, ¿no? Vamos con mucho tiempo –dijo Laura mirando su reloj-. Lo que no me apetece es luego andar hasta el juzgado si se pone a llover. ¿Te imaginas que encontramos un aparcamiento en la puerta?

-¡Ja! Imposible.

Fernando y Laura volvieron a enfrascarse en una discusión acerca de un aspecto legal por el cual se les podía escapar la victoria en el juicio hasta que, justo cuando pasaban por delante del juzgado, ambos se miraron atónitos.

-¿Es cierto lo que estoy viendo? -dijo Fernando.

-Sí joder, eso es un sitio, ¿no?

-¿No estará prohibido aparcar ahí?

-Yo no veo ninguna señal.

El aparcamiento estaba justo en la puerta del juzgado y, el hecho más curioso que destacaba Laura a Fernando mientras él estaba aparcando, es que el suelo estaba mojado, lo que indicaba que no es que algún coche acabase de dejar ese aparcamiento libre, sino que había permanecido todo el tiempo libre, como si estuviera esperando para ellos. Cuando se apearon del vehículo comprobaron minuciosamente si estaba permitido aparcar en aquel lugar pero por mucho que buscaron no encontraron ninguna señal que lo impidiese.

-¡Es asombroso! -dijo extrañada Laura.

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-¡Qué suerte hemos tenido! Esto sin duda es una buena señal. Además está empezando a llover, nos vamos a ahorrar el empaparnos. Vamos adentro -le contestó Fernando.

Apenas dos horas después Fernando y Laura salieron de los juzgados, fueron corriendo hasta el coche porque estaba lloviendo a mares.

-Me parece increíble que siga aquí el coche. ¡Menudo sitio encontramos!

-Sí, da hasta pena tener que moverlo de aquí.

-Pues sí, pero tenemos que informar al gerente de que al final hemos perdido juicio. Además, piensa que vamos a hacer feliz a alguien que esté buscando aparcamiento por aquí.

Laura volvió a arrancar el coche y se dirigieron de nuevo a la oficina. Por el camino, Fernando y ella no dejaron de comentar la enorme suerte que habían tenido al encontrar ese hueco. Cuando llegaron a la oficina el gerente les esperaba de pie, dando vueltas por la oficina mientras no dejaba de mirar por la ventana. Ellos llamaron a la puerta.

-Adelante. ¡Ah! Ya estáis aquí. No os esperaba tan pronto.

-Sí, ya estamos de vuelta -dijo Fernando.

-Os habréis empapado con la que está cayendo, estaba preocupado.

Laura y Fernando se miraron sonriendo.

-En absoluto -dijo Laura.

-¿Entonces? - preguntó el gerente.

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-No se lo va a creer -contestó Fernando-, encontramos un aparcamiento justo en la puerta del juzgado.

-¿En la puerta, puerta?

-En la puerta, puerta.

-¡Venga ya! ¡Qué suerte! Pero seguro que es que algún coche se fue en ese momento y por eso...

-No, no, el suelo estaba mojado, allí no había ningún coche aparcado antes -dijo Fernando.

-¿Es cierto eso? -preguntó el gerente a Laura no dando por veraz el relato de Fernando.

-Totalmente cierto -contesto ella.

-Os felicito muchachos, habéis hecho un gran trabajo -dijo el gerente estrechándoles de nuevo la mano a los dos.

-¡Muchas gracias! -respondieron ellos.

Abrieron la puerta, le desearon buena tarde al gerente y se marcharon.

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14.28 h. 21 NOVIEMBRE 2005 P O E

TRABAJANDO EN “TREN DE LA BRUJA” [FERIA DE ABRIL, SEVILLA]

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U N C U E N T O D I F I C IL

Un escritor se tira en paracaídas para escribir un cuento mientras

desciende del cielo. Este escritor, cuyo nombre ya nadie recuerda, había aprendido desde pequeño a escribir en los momentos y lugares más insospechados. Se dio cuenta de su virtud cuando, a la tierna edad de doce años, escribió su primer cuento mientras sus padres discutían a causa del divorcio y por la custodia del pequeño (ninguno de los dos la quería). Se dio cuenta de que podía abstraerse absolutamente del exterior y escribir y escribir sin que nadie le pudiese molestar. Así, por ejemplo, fueron relativamente célebres su novela, escrita mientras escalaba los ocho ochomiles, o el relato de terror que fue capaz de articular mientras le extraían una muela en el dentista. A pesar de tan asombrosa cualidad sus textos nunca fueron bien recibidos por la crítica y solo obtuvo cierto reconocimiento e incluso alguna entrevista en radio por los lugares y situaciones en las que escribía.

Mientras cae y tira del paracaídas se da cuenta de que éste no funciona. Decide en ese momento que tendrá que escribir un microrrelato muy breve y se da cuenta de que se convertirá en toda una celebridad literaria post mortem. El escritor se alegra de su propia muerte y comienza a escribir el microrrelato abstrayéndose de la vertiginosa velocidad con la que se acerca al suelo. Cuando termina lo lee. Es lo mejor que ha escrito en su vida, su obra maestra, y lo guarda en su mano. En el último momento, cuando está a punto de estrellarse, su instinto de supervivencia le hace abrir la palma de las manos hacia el suelo, por lo que se le escapa el cuento. Nunca lo encontrarán.

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Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, Pablo Neruda

Parral 12 de julio de 1904 – Santiago 23 de septiembre de 1973

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e n b u s c a d e r e c o n o c i m i e n t o

el subinspector Sánchez se acercó a mi mesa lentamente. Pareciera

que quisiera darse importancia pero, dada su opulencia, estaba prácticamente seguro de que no podía hacerlo más rápido. Por fin me alcanzó y puso su enorme manaza en mi hombro, me encogí de dolor y por miedo a que de nuevo me pidiera un préstamo:

-Muchacho, tengo buenas noticias. Volvemos a trabajar en un caso y parece ser que estamos ante algo gordo de verdad.

-Qué suerte… -logré balbucear.

-El teniente… el teniente… ¡Demonios! Nunca consigo recordar su nombre…

-Se llama igual que usted.

-¡Ah! ¡Eso! Nos espera en su despacho en quince minutos.

No se podría decir que me ilusionase especialmente trabajar de nuevo con el subinspector Sánchez, de hecho empezaba a pensar que era la oveja negra más incompetente de todo el cuerpo de policía y siempre parecía más interesado en el prestigio, el dinero y en dejarme en ridículo a la mínima oportunidad que en resolver el caso. Era una persona sucia y maloliente, sin un gramo de inteligencia en el cerebro y tremendamente egoísta, aunque todas estas cualidades me recordaban a mi madre, lo cual hacía que le tuviera un cariño especial.

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Cuando llegué al despacho del teniente Sánchez, el subinspector Sánchez ya estaba sentado y parecía impaciente mirando el reloj. Llamé a la puerta de cristal y el teniente me indicó con la mano que pasara.

-Llevamos un rato esperándole –dijo el teniente.

-Me dijo el subinspector…

-Te dije que vinieras de inmediato, que era algo urgente que no podía esperar –me interrumpió el subinspector.

-Bueno, ya tendremos tiempo de hablar de eso, ahora siéntese –dijo el teniente-. El asunto que quiero encomendaros es muy importante y de suma gravedad, me refiero al caso de los asesinatos de escritores.

-¿Los asesinatos de escritores? –pregunté como un tonto.

-Jiménez, ¿es que no lee los periódicos? –dijo el subinspector mientras arrojaba uno encima de la mesa. Intenté ojearlo para ponerme al día, pero no encontré ninguna noticia relacionada.

-¿Quiere dejar de leer y prestar atención? –dijo el teniente quitándome el Marca de la mano-. Me refiero a los recientes asesinatos de los miembros de la asociación I.M.P.U.N.E. “Institución Multilateral Por Un Nobel Español”, una asociación que se dedica a robarles los cuartos a unos cuantos ingenuos supuestamente para promocionarles como escritores y consigan el Premio Nobel de Literatura

-¡Serán pardillos! –dijo riéndose el subinspector a carcajadas.

-¿Y los han matado a todos? ¿Cuántos eran? –pregunté.

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-Eran quince, pero hay uno que ha sobrevivido al brutal ataque del presunto asesino, un tal Zacarías Lara Peláez –contestó el teniente-. Jura y perjura que el asesino es, Paulo Coelho, que, en una crisis creativa, decidió robar el talento de los asociados matándolos y arrebatándoles toda su obra.

-Si es así caso resuelto, ¿no? ¡Descorchemos el champan! ¡Otro caso felizmente resuelto por el subinspector Sánchez! –gritó eufórico el subinspector levantándose de la silla mientras ofrecía su mano al teniente.

El teniente no se inmutó y prosiguió hablando mientras la sonrisa del subinspector se transformaba en una triste mueca. Finalmente volvió a sentarse.

-No es tan fácil. Los resultados de los médicos forenses determinan que a Zacarías Lara no le atacó nadie. Las lesiones se las causó él mismo. ¿Por qué? No lo sabemos. Eso es lo que os tenéis que encargar de averiguar. ¡No la caguéis! Sé que sois lo más inútil y torpe de toda la comisaría pero no tenemos a nadie mas disponible. El resto del personal está investigando el tema de las descargas ilegales.

Salimos del despacho no sin que antes el teniente me amonestara con un día de sueldo por llegar tarde. El subinspector Sánchez decidió dividir el trabajo: yo me encargaría de leer los resultados forenses, investigar el historial de Zacarías Lara, aparte de leer todas las obras de los asociados de I.M.P.U.N.E. en busca de alguna pista, mientras que el subinspector iría a almorzar.

-¿Podría traerme algo para mí?

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-Usted a lo suyo Jiménez, que yo ya tengo bastante con lo mío –contestó mientras se marchaba.

Durante las siguientes horas estuve leyendo sin parar los cuentos de esos principiantes en el mundo de la literatura. Aunque no entiendo mucho y de hecho no había vuelto a leer nada desde “El libro gordo de Petete” (no volví a leer nada más porque después de leer esa obra maestra de la literatura no quería llevarme una mala impresión del resto de libros), he de reconocer que en esa asociación había mucho talento, pero ese Zacarías… en cuanto leí su último libro “Resucitó durante quince segundos” me imaginé lo que había ocurrido. Sin embargo me guardé la información y no le conté nada al subinspector. Por esta vez era yo el que se pondría las medallas.

A la mañana siguiente fuimos al hospital donde Zacarías seguía convaleciente por sus heridas.

-¿Sabe lo que me gusta de los hospitales, Jiménez? –dijo el subinspector Sánchez mientras entrábamos por la puerta del hospital.

-No.

-La cafetería. Suele tener muy buen precio y se come bien. ¿Qué le parece si tomamos algo antes de interrogar a ese tipo? No es bueno trabajar con el estómago vacío.

-Pero subinspector, si acabamos de desayunar. Además el teniente insistió en que no tardáramos mucho en llevarle el informe.

-Vamos Jiménez, no me seas meapilas. Si los informes esos los haces tú en un plis plas.

-Pensaba que lo haríamos entre los dos…

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Cinco minutos después estábamos frente a un plato de churros. Mientras reflexionaba en cómo afrontar el interrogatorio a Zacarías, el subinspector Sánchez mojaba los churros desparramando el café en el plato. Comía como un cerdo y algunas gotitas del café también resbalaban por su perilla.

-¿No quieres churros? Están de muerte.

-No, gracias.

-¿Sabes lo que también está de muerte? –me preguntó el subinspector bajando la voz.

-¿El qué?

-Las enfermeras. Fíjate en esa –dijo señalando descaradamente a una enfermera de irresistibles curvas.

-Subinspector, por favor, compórtese.

-¿Sabes? Cuando yo tenía tu edad me encargaron vigilar a un narcotraficante en este mismo hospital. Existe un código secreto entre los policías y las enfermeras, una conexión especial que nos avoca al sexo, la lujuria y el desenfreno. Eso es porque ambos llevamos uniformes.

-Ah. ¿Y qué pasó con el narcotraficante? –contesté intentando desviar la conversación.

-Escapó. ¿Pero qué importa eso? Había una rubita recién salida de la facultad que hacía unas… -dijo mientras se introducía lascivamente un churro en la boca.

-¡Subinspector!

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-Jiménez, no me seas mojigato –dijo mordiendo el churro y poniéndolo todo de nuevo perdido.

Después de un segundo plato de churros que me tocó pagar porque el subinspector olvidó su cartera en la comisaría, por fin subimos a la habitación de Zacarías. El testigo yacía sobre la cama articulada de la habitación 101 del hospital. El subinspector Sánchez ignoró completamente el aparente plácido sueño del escritor novel aspirante a Nobel y enseñando su placa dijo:

-¡Alto, Policía!

Zacarías dio un respingo del susto y se limpió la baba que colgaba de la comisura de sus labios.

-¿Qué…? ¿Cuándo…? ¿Cómo…? ¿Quiénes son ustedes?

-Soy el subinspector Sánchez de la policía y este de aquí –dijo señalándome con el pulgar- es Jiménez. La verdad es que ignoro qué cargo tiene.

-Soy…

-¡Cállate Jiménez! Nadie te ha preguntado.

-¿El subinspector Sánchez y Jiménez? ¿De qué me suena eso? –dijo Zacarías.

-Bien, es usted Zacarías Lara Peláez, ¿no es cierto? -preguntó el subinspector.

-Sí, así es.

-Cuéntenos qué es lo que pasó. ¿Quién le hizo eso?

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-Pues fue ayer –comenzó a explicar Zacarías-, acababa de volver de las clases de sueco.

-¿Clases de sueco?

-Claro, para el discurso cuando gane el premio Nobel de Literatura.

El subinspector y yo nos miramos a la vez.

-Está bien… continúe.

-Cuando volví a mi casa, allí estaba ella, esperándome en el portal con un cuchillo.

-¿Quién?

-¡El maligno! ¡Paulo Coelho! Trató de matarme con una estilográfica como hizo con el resto de mis compañeros, pero por suerte no alcanzó ningún órgano vital. Nos tiene envidia porque somos grandes escritores y siente amenazado su estatus de escritor con fama.

-Bien, si me permite me gustaría preguntarle algo –dije al subinspector.

-Adelante Jiménez, siempre he estado a favor de que otros hicieran el trabajo por mí.

-Zacarías, ¿sería usted capaz de decirme qué llevaba puesto Paulo Coelho cuando le atacó?

-Sí, claro… Ummm… Veamos… Llevaba… Es que no lo tengo muy claro, seguramente por el trauma que me ha causado.

-¡Ajá! ¡Miente! –grité- ¡Es usted el asesino!

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-¿Yo? ¡Ni hablar!

-Le he pillado, la historia de que le atacaron no se sostiene por ningún lado, como todo lo que usted escribe. Para empezar los informes médicos dicen que usted se autolesionó, por otra parte tenemos, que sea incapaz de hacer una descripción medianamente decente de la persona que supuestamente le atacó, ha sido usted incapaz siquiera de realizar un esbozo de mi aspecto físico en esta historia. Está claro, ¡el envidioso es usted! Y por eso mató a sus compañeros.

-Pe… pero –balbuceó Zacarías.

-¡Bravo Jiménez! Ya era hora de que le leyeran las cuarenta a este escritorzuelo –dijo el subinspector.

Zacarías estaba a punto de derrumbarse pero cuando parecía que por fin iba a confesar, una enfermera rubia de mediana edad entro con la bandeja de la comida. En cuanto vio al subinspector Sánchez se le cayó la bandeja al suelo.

-¡Eres tú! –dijo llevándose la mano a la boca.

-¿Vanesa?

-La misma.

-Vaya, si que has engordado.

-¿Qué dices? ¿Pero tú te has visto? Te he estado buscando durante años, ¿dónde te metiste?

-Je,je, ¿tanto impacto causé en ti? – dijo el subinspector guiñándome un ojo- ¿Ves lo que puede hacer un uniforme, Jiménez?

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-Qué impacto ni qué gaitas, me dejaste embarazada.

-¿Qué?

-Lo que oyes.

-Imposible… sólo lo hicimos una vez y un médico me dijo una vez que mi esperma no era muy eficiente que digamos.

-Pues parece que había un espermatozoide que si lo era.

-¡Qué no! ¡Qué no! Pudo ser cualquier otro de los que te tirabas.

-¿Qué? ¿Crees que me voy acostando por ahí con cualquier hombre de uniforme?

-Sí…

-¡Serás cabrón! –gritó Vanessa y cogiendo la bandeja de la comida la arrojó con todas sus fuerzas hacía el subinspector.

Nunca vi a un hombre tan gordo agacharse tan deprisa y la bandeja impactó contra mi cabeza dejándome inconsciente.

Sin embargo pude pensar. Todos los caminos llevaba hacía un mismo punto de partida. Yo quería resolver el caso de los asesinatos por reconocimiento, por otro lado Vanesa lo único que quería es que el subinspector Sánchez reconociera a su hijo. Vale, ya sé que aunque el juego de palabras está bien no salva la papeleta argumental, pero entonces, supongo que por el golpe, lo vi claro. No fue él. Sí, Zacarías se autolesionó, pero solo lo hizo por reconocimiento. Quería ser igual de bueno que sus compañeros a los que Paulo Coelho asesinó y si éste los mató por ser buenos escritores él no podía ser menos. Es más, ¿y si Zacarías no fuese tan mal escritor y el asesino, por envidia,

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mató a todos sus compañeros para hacerle creer a él que era un mal escritor?

Cuando los doctores me reanimaron y pude volver a andar sin chocarme contra las paredes, volvimos a la comisaría. Redacté mis conclusiones en el informe y quedé muy satisfecho por haber resuelto el caso. Estaba a punto de firmarlo cuando el subinspector se acercó de nuevo a mi mesa.

-¿Cómo va eso, chico?

-Ya he terminado.

-¿De verdad piensas que él no lo hizo y que el asesino es Paulo Coelho? –dijo.

En el brillo de sus ojos y en su sonrisa pude apreciar cierto orgullo de que yo, su pupilo, hubiese resuelto el caso.

-Estoy convencido subinspector. Si no de todas formas habría que encerrarle. ¿Ha leído “El Peregrino de Compostela”?

No me importó que el subinspector me arrebatara el informe mientras negaba con la cabeza, tachase mi nombre y lo firmase él. Al fin y al cabo si algo había aprendido en este asunto es que el reconocimiento no es tan bueno como lo pintan y, además, el subinspector iba a necesitar más que yo el ascenso después de la pensión de alimentos que le iba a imponer el juez.

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23.58 h. 21 JUNIO 2011 G O E T H E

HACIENDO

UN DUO CON SHAKIRA

EN SU GIRA POR

MEXICO

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U N A S E G U N D A O P I N I Ó N

Javier, enfundado en una bata morada tan sucia como él mismo, se

encuentra postrado frente al televisor. El volumen está demasiado alto como para oír el tic tac del enorme reloj de pared del salón, en cambio podemos oír a un telepredicador considerando que la salvación del hombre está en uno mismo. Las persianas están demasiado cerradas como para ver el desorden que alcanza su cenit en la mesita, donde se ha improvisado un cenicero con el papel couché de las revistas pornográficas, justo encima unos folletos turísticos de las Bahamas, demandas de embargo, cajas de pizza y servilletas arrugadas, que ocultan el verdadero cenicero de cristal que se encuentra tan lleno de colillas como el inventado. La oscuridad, solo rota por los destellos del televisor, tampoco nos deja ver los ojos de Javier, que se encuentran cerrados, ni el sobre marrón que contiene el segundo diagnóstico que Javier pidió a una prestigiosa clínica privada, tirado en el suelo como si a éste se le acabara de caer de las manos.

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Camilo José Cela Trulock

Iria Flavia 11 de mayo de 1916 – Madrid 17 de enero de 2002

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C A P Í T U L O D E S C A R T A D O D E E L N I Ñ O C O N“ E L P I J A M A D E R A Y A S ”

John Boyne, autor de “El niño con el pijama de rayas”, descartó

algunos capítulos para su libro, aunque muchos pudieran pensar que lo escribió del tirón. Sin entrar en la calidad del libro, de si en realidad debiera haber descartado todos los capítulos o de si Bruno merecía o no morir en la cámara de gas, reproduzco uno de esos capítulos descartados (uno bastante breve) que he obtenido introduciéndome ilegalmente en su ordenador y en su frigorífico.

Un día Madre llevó a Bruno y a Gretel a la capital a comprar ropa. Después de dar unas vueltas por los barrios comerciales de Berlín entraron en un H&M y Bruno se empeñó en que Madre le comprara un pijama de ositos.

-Pero Bruno -le dijo Madre-, tú ya tienes pijamas de sobra además esta talla te está pequeña.

-Es verdad -corroboró Gretel-, estás gordo Bruno. Y aparte eres un capullo.

-¡Cállate Gretel! No le puedes decir esas cosas a tu hermano, aunque sean una verdad como un templo.

-Pero Madre, me gusta este pijama -replicó Bruno-. Y una talla pequeña me hará más estilizado. Padre siempre ha dicho que tengo que crecer y ser rubio con ojos azules, por eso me compró las lentillas de colores.

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-Bueno, está bien, te compraré el pijama… -dijo resignada la Madre.

Sin embargo Bruno no quería el pijama de ositos para él, sino que pretendía regalárselo a aquel chico que había conocido hace poco y que siempre iba con el mismo pijama de rayas. Pensó Bruno que como a Shmuel le quedaba muy ancho el pijama de rayas aquel otro pijama le quedaría bien. Pensó también que aquellas personas que vivían detrás de la verja debían dormir mucho porque siempre iban en pijama aunque ahora no lograba recordar si llevaban o no zapatillas así que desestimó pedirle a Madre que le comprara aquellas pantuflas con forma de perrito y, además, no sabía que talla de pie podía tener Shmuel. Así que esa tarde Bruno dio un paseo por la alambrada, mientras cantaba canciones de las Juventudes Hitlerianas con el pijama guardado en una bolsa para encontrarse con su amigo Shmuel y regalárselo.

Cuando Bruno encontró a Shmuel, éste se encontraba sentado al otro lado de la verja, como siempre, mirando al suelo y con expresión triste. Bruno estaba contentísimo por poder alegrar a su amigo con su regalo.

-Hola Bruno- dijo Shmuel con voz apagada.

-¡Heil Hitler!- contestó Bruno en alto levantando el brazo.

-Ya te dije que no me gusta que me saludes así...- le respondió Shmuel.

-Es que mi padre dice que tengo que saludar así. No me mires con esa cara y toma, te he traído un regalo.

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Bruno pasó la bolsa de H&M al otro lado de la reja. Shmuel sacó el pijama, lo extendió y lo ojeó sin demasiado entusiasmo. Finalmente volvió a introducirlo en la bolsa.

-¿Qué pasa? ¿No te gusta?

-No es eso Bruno. Es que no creo que me dejen ponerme esto.

-¿Por qué no? Sé que os gustan los pijamas y este es muy mono. Si no te dejan ponértelo es que ahí dentro no tienen el más mínimo sentido del gusto y la estética. De todas formas no te preocupes, en la bolsa también tienes el ticket así que puedes ir a descambiarlo si quieres.

-A ver Bruno. No sé si te has dado cuenta, pero esto es un campo de concentración.

-¿Un campo de concentración? ¿Y en qué os concentráis?

-Déjalo, no das para más...

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11.48 h. 13 MARZO 2001 B E C K E T T

“ ESPERANDO EL AUTOBÚS ”

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C U E N T O P A T R O C I N A D O

Un grupo de amigos muy bien avenidos están en la playa. A Juan,

que siempre ha sido muy avispado, se le ocurre que para sofocar el calor es una buena idea acercarse al chiringuito más cercano a comprar unos helados pero cuando llega descubre que se había bañado sin darse cuenta con la cartera en el bolsillo, dejando el único billete que tenía en la cartera totalmente inutilizable.

Cuando vuelve con sus amigos les explica lo ocurrido. Marta (su pareja) y Jorge se ríen de él, sin embargo Susana parece extrañamente serena y mira al horizonte.

-Está bien, iré yo –dice finalmente Marta que se levanta de su toalla y se dirige al chiringuito.

Cuando llega se da cuenta de que tampoco tiene dinero, lo tenía agarrado con un clip, que pese a ser un sistema aparentemente infalible de guardar el dinero no había funcionado. Marta regresa con sus amigos y su novio totalmente desolada: tenía agarrado en ese clip el sueldo completo de tres meses (unos 45 euros).

Es, en ese momento cuando llamo por teléfono a Susana:

-¿Diga? –dice Susana descolgando su móvil.

-Ahora es el momento, no me digas que no te lo he dejado a huevo…

-¡Ah! Eres tú, mira creo que me lo he pensado mejor y no voy a coger el trabajo. Estoy disfrutando de un día de playa con mis amigos y

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odio, por ejemplo, cuando meten publicidad subliminal en las películas.

-Pe… pero habíamos llegado a un trato. Es solo una cuña pequeñita. ¡Vamos, necesito el dinero! Mis libros no se venden tanto como yo quisiera…

-He dicho que no.

-¿Pero qué te has creído? Eres solo un personajillo de mi relato, puedo hacer contigo lo que me plazca.

-¿Es una amenaza?

-Sí, o lo haces por las buenas o por las malas. Tú eliges.

-¿No dices que soy un personajillo? ¿Cómo tengo capacidad para elegir entonces?

-Mierda, es verdad… Pues será por las malas –digo mientras cuelgo.

Susana guarda el móvil y sus amigos le preguntan quién era.

-No era nadie… Quiero deciros algo importante: lo de antes no os hubiera pasado si tuvierais la cartera Aluma –dice Susana sonriente.

-¿La cartera Aluma? –contesta Jorge.

-Sí, eso he dicho, la cartera Aluma. Desde que compré la cartera Aluma nunca he tenido ningún problema. Es ultraligera y elegante, fabricada con aluminio de la mejor calidad. Con la cartera Aluma siempre tengo a mano todo lo que necesito, estoy encantada.

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Tanto Juan, como Marta y Jorge se miran extrañados, sin embargo Susana continúa.

-La cartera Aluma es pequeña y fácil de llevar. La zona exterior de aluminio hace que la encuentre fácilmente en el bolso. ¡No la cambiaría por ninguna otra!

-¿Te pasa algo Susana? ¿Quién demonios te ha llamado? –pregunta Marta.

-Lo que me pasa es que la cartera Aluma es compacta y se adapta a mis tarjetas de crédito, dinero en efectivo, carnet de conducir (excepto las antiguas grandes de color rosa), fotos de familia e incluso puedo llevar las llaves de mi casa. La dureza de la zona exterior y el ser resistente al agua hace que sea una cartera única para llevar mi dinero y mis tarjetas siempre protegidas. Es mejor que llevar el dinero sujeto con un clip, tienes todo a mano y ordenado.

-¡Pero qué te pasa! –grita desesperado Juan que da unas bofetadas a Susana para ver si reacciona, sin embargo ésta sigue…

-Estoy encantadísima con la cartera Aluma. Ya la tengo en tres colores: negro, plata y rojo.

-¡Por Dios acaba con esta locura! Llevémosla al agua, puede que ser que sea una insolación.

Mientras la llevan a rastras hacia el agua Susana sigue hablando cada vez más alto:

-La cartera Aluma es perfecta tanto para hombres como para mujeres y por su tamaño la podéis llevar en cualquier bolsillo o en tu bolso Marta.

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-¡Ah! ¡Cállate! –contesta Marta.

-La cartera Aluma es compacta y segura –prosigue Susana-, es la mejor cartera que he tenido en toda mi vida.

-Métele la cabeza a ver si se calla.

La zambullen con violencia dentro del mar, agarrándola de los pelos. Tras unos segundos vuelven a sacarla.

-¡Me encanta la cartera Aluma! –grita Susana tras recuperar el aliento.

Inmediatamente vuelven a empujar su cabeza dentro del agua, esta vez bastante más tiempo. Cuando la sacan, Susana casi no puede respirar y tose echando bastante agua por la nariz. Por fin dice tambaleándose:

-Otras carteras de metal se venden por cerca de 60 pero la cartera€ Aluma…

-¡Maldita seas! –gritan todos.

Esta vez la inmersión dura hasta que Susana deja de moverse.

-¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho? –dice Marta temblando.

-¿Está… está muerta? –pregunta Jorge.

La sacan a la orilla. El socorrista corrobora tras unos vanos intentos de reanimación que Susana ya no respira. En la mano lleva su cartera Aluma en cuyo interior están las pertenencias de Susana totalmente secas.

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Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde

Dublín 16 de octubre de 1854 – París 30 de noviembre de 1900

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e l S E M Á F O R O R E V O L U C I O N A R I Oi

Verde. Rojo. Los semáforos solo podemos pensar cuando estamos

en ámbar. Verde. Rojo. Aunque durante el ámbar no te da tiempo a pensar mucho yo soy el más inteligente de todos los semáforo. Verde. Rojo. Lo sé porque todos los semáforos estamos interconectados unos con otros, cuando uno en Madrid se pone en rojo otro en Pekín se pone en verde. Verde. Rojo. Ella piensa que solo valgo para regular el tráfico, lo veo en su ojos cuando me mira esperando a que mi muñequito se ponga verde para cruzar y llegar a su trabajo. Verde. Rojo. Me gustaría tenerla allí todo el tiempo, pero cuando me mira me pongo colorado. Verde. Rojo. Pero algún día haré algo para que se fije en mí, dejaré de seguir mi secuencia. Verde. Rojo. Y entonces se producirá el caos mundial del tráfico. Verde. Rojo. Porque aunque algún policía venga a reemplazarme no podrá reemplazar a todos los semáforos que me sigan. Verde. Rojo. Y cuando sepa que empecé yo sabrá por fin que soy inteligente y tengo sentimientos. Verde. Rojo. ¿Por qué no empezar ya? Morado. Azul. Violeta. Amarillo...

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14.16 h. 9 MARZO 1998 U N A M U N O

GANADOR DEL PRIMER PREMIO DEL CONCURSO DE PAELLAS

DÉNIA, VALENCIA

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e l t a l e n t o d e j o h n t r i c e v s k i

Aquella mañana, como tantas otras mañanas, a John Tricevski lo

despertó el beso de una mujer diferente a las de las demás mañanas. A John le molestaban esos arrumacos matutinos cuando lo que quería era seguir durmiendo y, aunque estuvo a punto de ceder a aquel voluptuoso cuerpo juvenil, finalmente consiguió separarse de ella y hacerle un gesto para que se marchara. Ella hizo como si no lo entendiera y se pegó de nuevo a él.

-¡Oh John! Lo de esta noche ha sido indescriptible. Es increíble que puedas demostrar tanta pasión sin decir ni mu.

John no dijo nada y se limitó a sonreír de manera pícara mientras le volvía a hacer un gesto con las manos para que saliera de su habitación.

-Vamos John… Pensaba que lo nuestro era algo especial… -insistió ella con voz dulce. John se limitó a levantar la ceja contraria a la que levantó la noche anterior para conseguir llevársela a la cama. Ella comprendió al instante.

-¡Mierda! ¡Ya veo como eres! Pues si crees que te vas a librar de mí tan rápidamente estás muy, muy, pero que muy equivocado. Una no caza a un actor de cine todos los días.

John cogió una pequeña pizarra que tenía encima del escritorio y después de escribir unas palabras la colocó debajo de su cabeza tal como hacían en las películas mudas en las que actuaba:

VETE DE AQUÍ O LLAMARÉ A SEGURIDAD.

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La joven, indignada, cogió su ropa, esparcida por toda la enorme habitación de la mansión del gran actor John Tricevski, y se marchó. John acurrucó su valioso rostro sobre la almohada, rostro del que habían llegado a decir que lograba expresar más sentimientos que una novela de William Shakespeare o un cuadro de Van Gogh, y siguió durmiendo.

Al cabo de un par de horas un hombre cano, de andar pausado se acercó, bandeja en mano, a la habitación de John Tricevski y llamó a su puerta. Una voz estridente y chillona salió del otro lado:

-Adelante.

Aunque su mayordomo estaba acostumbrado a escucharla no pudo evitar sentir un escalofrío ante tan horripilante voz. Mientras abría la puerta y dejaba el desayuno en la cama se preguntaba qué pensaría todos los admiradores y, sobre todo, las admiradoras, si supieran cual era el timbre de voz de “su amo”. John, por el contrario, admiró el maravilloso desayuno continental que su servidumbre le había preparado. La vida en esos momentos se podía decir que era perfecta, el sol brillaba a través de la ventana y unas juguetonas ardillas correteaban por las ramas del roble centenario que presidía su enorme jardín de estilo francés. No había nada que pudiera estropear esa apacible mañana, pero este día no era un día cualquiera. Hizo una señal a su mayordomo para que le trajera el periódico y empezó a untar la mermelada. Cuando su mayordomo le trajo el periódico ya había engullido más de medio croissant. Con singular pericia y sin soltarlo desplegó el diario y comenzó a leer.

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06 de octubre de 1927

THE NEW YORK ENQUIRER

Se estrena “El cantante de Jazz”, primera película sonora de la historia.

Con esta película la Warner Bros inaugura la era del cine sonoro.

John Tricevski casi se atraganta al leer el titular. “¿Cine sonoro? ¿Qué demonios es eso?”, pensó. Con un simple gesto de su rostro de inigualable mímica gestual, ordenó a su mayordomo que se pusiera en contacto con su agente y concertara una cita con él a las 19:30 horas en el White Horse Tavern.

A John le parecía que las horas pasaban más lentas que nunca. Luego se dio cuenta que su reloj se había parado, aun así consiguió no llegar demasiado tarde a la cita. Su agente, Ed Thompson le esperaba en la concurrida barra con una cerveza en la mano. En cuanto le vio le enseñó el titular del periódico y, a pesar del humo que atestaba el local y el cuarteto de Jazz que hacía virguerías sobre el escenario, Ed supo sin lugar a dudas cuál era la preocupación de su cliente.

-John, John, John… Sabíamos que este día llegaría.

John puso cara de no saber de qué le estaba hablando.

-¡Oh vamos, John! Era cuestión de tiempo que inventaran el cine sonoro. La gente necesita sonidos, necesita música, necesita

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escuchar la sensual voz de la protagonista y la varonil voz del galán. De hecho te lo avisé -dijo Ed apuntándole con el dedo.

John puso cara de no recordar cuando se lo avisó.

-¡Demonios John! Te lo dije montones de veces. Tenías que trabajar con tu voz, era tu punto débil. No me digas que no lo has hecho. ¡Maldita sea John! No digas nada, tu silencio habla por ti. Este es el fin John, es el fin de tu carrera. Espero que hayas ahorrado lo suficiente para vivir el resto de tu vida.

John puso cara de no haber ahorrado ni para los próximos cinco minutos.

-No puede ser. ¿Y tu mansión? -respondió Ed mirando a John a sus ojos azules -. Ya veo, hipotecado hasta las cejas.

John asintió. Esta respuesta era más fácil.

-Está bien John. Todavía tengo algo para ti. ¿Conoces el cruce de la 5ª Avenida con la 58ª? Acaba de morir el tipo que tocaba el acordeón en esa esquina. Quizás… no sé… podrías trabajar de mimo. ¿Qué te parece?

Y ese día se apagó la estrella fugaz de John Tricevski, actor de cine mudo y posteriormente mimo en el cruce de la 5ª Avenida con la 58ª. Sin embargo el negocio de mimo también se vio avocado al fracaso cuando, unos cuantos años más tarde, inventaron al mimo sonoro y John fue olvidado para siempre.

El resto de su miserable vida John siempre admiró a Harpo Marx.

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Charles Bukowski,

Andernach 16 de agosto de 1920 - Los Ángeles 9 de marzo de 1994

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V I D A M O D E R N A i

Ir a comprar a un centro comercial. Ver al salir una tienda de animales

y entrar en ella. Comprar un gato sin pensarlo demasiado, al fin y al cabo vives solo y necesitas un gato.

-¿Quiere una jaula?

Te cobran por la jaula.

-No gracias, me lo llevo así.

No tener ni idea de los cuidados que necesita un gato. ¿Necesita cuidados un gato? Montar en el coche y sentir como el gato merodea en el asiento trasero. Pensar en tener un accidente y que el gato salga vivo.

Llegar a casa y recordar que mañana te vas de viaje. Dos semanas para recibir conferencias sobre la felicidad, en Santander. No buscar a nadie para que cuide el gato. ¿Necesita cuidados un gato? Confiar en que el gato pueda valérselas por sí mismo.

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14.16 h. 9 MARZO 1998 O R W E L L

NOMINANDO

EN LA SALA DE CONFESIONES

DE

GRAN HERMANO 3

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E L D Í A Q U E E X P L O T Ó L A C O C A - C O L A

A Isabel le encantaba la Coca-Cola bien fría y con una rajita de limón,

siempre se tomaba una en cuanto llegaba del trabajo, por eso Roberto en cuanto llegó del supermercado lo primero que hizo fue meter la botella de 2 litros dentro del congelador. Luego fue a su habitación, se cambió de ropa y se tumbó en el sofá a ver la tele. Era raro que Isabel no hubiera vuelto todavía, pero era posible que se hubiera retrasado un poco en el trabajo. Mañana era jueves y tocaba ir al cine así que Roberto se puso a mirar la cartelera en el periódico. Después de rodear con un rotulador rojo, como si estuviera buscando piso, las posibles películas interesantes sobre todo las de amor que tanto le gustaban a Isabel, cerró el periódico y se levantó a coger el móvil por si Isabel le había enviado algún mensaje. Tenía uno en el que Isabel le avisaba de que tenía mucho trabajo y llegaría tarde. No sabía por qué no lo había llegado a escuchar.

Roberto fue a la nevera a coger una cerveza y observó con cierta preocupación que no quedaban limones, con lo que el placer de Isabel tras llegar del trabajo no iba a ser completo. No había tenido en cuenta la fiesta del sábado. Después de la cena vinieron los cubatas y más tarde los chupitos de tequila con la consecuente extinción de los limones que quedaban. A Roberto no le gustaban las fiestas en casa porque daban mucho trabajo, pero Isabel se había empeñado en prepararla para presentarle a Juan, su nuevo compañero de trabajo.

Eso le recordó a Roberto que tenía botellas que tirar al contenedor de reciclaje. Antes de meterlas en la bolsa de plástico acercó a su nariz la botella de “José Cuervo” lo que le hizo torcer el rostro de repugnancia. No sabía cómo Juan y ella se la podían haber bebido

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entera entre los dos. A Roberto nunca le gustaron las bebidas fuertes y sufrió las burlas de Isabel y Juan por ello.

-¡Ay Roberto! A veces eres tan… cuadriculado –le había dicho Isabel entre risas aquella noche.

Cuando volvió de tirar las botellas y de comprar los limones, Isabel todavía no había vuelto. Roberto resolvió llamar al trabajo para saber si iba a tardar mucho.

-¿Cómo? ¿Qué Isabel se fue hace dos horas? No, no… Está bien, es que me había dicho que llegaría más tarde… Aha. Bueno, muchas gracias, sí, debe estar al llegar.

Roberto volvió al sofá, pero esta vez no tenía ánimo de tumbarse y se quedó sentado con el móvil en la mano. Llamó a Isabel que no le cogió. Encendió la tele. La volvió a apagar cuando se dio cuenta de que no se estaba enterando de nada. Después de pensarlo unos instantes decidió, ya que la noche de la fiesta le había dado su teléfono, llamar a Juan.

-Hola Juan. ¿Qué tal? Pues nada, aquí en casa, ¿y tú? Aha. Oye, una cosa, ¿está Isa contigo? No, he llamado al trabajo y me dijeron que se fue hace rato. Sí, sí, no me preocupo, debe estar al llegar. Es verdad, je, je. Sí, a ver si nos vemos el finde. Bueno, te dejo, voy a hacer la cena.

De vuelta a la cocina sacó la bandeja de filetes de pollo, los salpimentó y puso a calentar la sartén y puso a remojo los garbanzos porque los jueves tocaba puchero según el planning pegado a la nevera con el imán de París que compraron en el viaje de luna de miel. Por la ventana de la cocina de su quinto piso pudo ver cómo estacionaba el coche de Juan y cómo se bajaba de él Isabel. Cuando

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ella se inclinaba hacia el interior del coche, Roberto escuchó la explosión. Había olvidado por completo la Coca-Cola en el congelador y la física había hecho el resto.

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Marcel Proust

París 10 de julio de 1871 – París 18 de noviembre de 1922

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