| aec el pitillito a la vuelta de múnich€¦ · el resto de las azafatas eran del mismo cor-te....

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El pitillito a la vuelta de Múnich Después de un buen rato haciendo trompos, el avión se estabilizó y, salvo un médico que atendió a una persona, nadie se movió de su asiento to llamaron a Lagarda y a la Rott- enmeier a la cabina por orden del comandante. Con tanto ajetreo la mayoría de los pasajeros ya se habían levantado de los asientos, en los pasillos o de rodillas para intercambiar opinión con los de la filas próximas, comentando lo su- cedido o solicitando más datos. Viene de regreso Lagarda y nos dice que el comandante había so- licitado permiso para aterrizar en un aeropuerto de Francia por la seguridad de todos porque, según el máximo responsable del vuelo, se había producido un motín a bor- do. Se montó un pollo sideral. To- dos discutiendo en el avión, unos contra la tripulación, otros que si nosotros no sabíamos compor- tarnos, yo animando a Lagarda a que le dijese al comandante que aterrizara en Francia y que ya ve- ría lo que nos íbamos a divertir to- dos… Y sin aviso ni nada de nada, el avión comenzó a hacer trom- pos: primero hacia un lado, luego hacia otro, luego hacia abajo, lue- go hacia arriba. Tremendo. En el primer envite vi a Juan Barro -que estaba al lado, de pie, montando bulla- como se metía una leche en la cabeza contra la carcasa de los maleteros. Y al poco tiempo es- cuchamos pedir ayuda porque a alguien le pasaba algo. Después de un buen rato ha- ciendo trompos, el avión se estabi- lizó y, salvo un médico que iba en el grupo y que atendió a una persona con un ataque de ansiedad, nadie se movió de su asiento hasta ate- rrizar en Santiago, sin siquiera ir al baño. Por dentro echábamos chis- pas, pero ni nos movimos porque aquel hombre que nos guiaba po- día hacer cualquier cosa. Cuando desembarcamos allí estaba en la parte alta de la esca- lerilla, como es preceptivo, toda la tripulación para despedirnos. Y no hubo ni un pasajero que no les insultara por poner en grave riesgo la seguri- dad e incluso la vida del pasaje. Mero estaba em- peñado en liarse a piñas y tuvi- mos que llevarlo, entre varios, es- caleras abajo. Todos los medios de co- municación se hicieron eco del asunto pidiendo explicaciones y reclamaciones, que quedaron en nada porque la compañía se es- cudó presentando partes sobre supuestas turbulencias, que no habíamos apreciado, para justifi- car los súbitos meneos del avión. El Deportivo nunca más con- trató los servicios de Virgin. Juan Lagarda (centro), entonces responsable de seguridad del club, tuvo que lidiar con la tripulación de Virgin | AEC MONCHO VIÑA EDICIÓN: ADRIÁN MENÉNDEZ VOL XIX Moncho nos trae en esta ocasión una anécdota del vuelo chárter que fletó el Deportivo para regresar de Múnich tras el histórico partido de septiembre de 2002 ante el Bayern. La gran mayoría de los vuelos chárter -por Europa, para la Champions, y por España, para la Liga y la Copa- los hizo el De- portivo con la compañía Futu- ra, con sede en Valencia. Como la tripulación se hospedaba en el mismo hotel que la prensa, nos hicimos muy colegas y salíamos a cenar, a comer, a pasear y a tomar copas con el piloto y con las azafatas. Y ese colegueo se rentabilizaba en los vuelos, porque convertía- mos la parte trasera del avión, la de la prensa, en una zona liberada. Teníamos influencia para hacernos con la mayoría de las cervezas y los botellines de whisky y otros licores. Y lo más importante: nos permitían fumar en esa zona franca, pero no en el resto del avión. Supongo que por motivos de tipo económico el Depor- tivo nos sorprendió con el cambio de compañía en el histórico viaje a Munich de septiembre de 2002, cuando el Deportivo le ganó a domici- lio al Bayern. El avión chárter pertenecía a Virgin, una com- pañía holandesa propiedad de Richard Branson, ese ricachón estrafalario que destaca por- que siempre está metido en aventuras poniendo en peligro su vida y que por la tele y por las fotos parece majo, pero en su empresa debe ser un borde por cómo son algunos de sus empleados. Nada más subir al avión nos recibió la sobrecargo. Por su expresión parecía que le debíamos algo. El resto de las azafatas eran del mismo cor- te. Nos dieron por megafonía el discurso en inglés, nada de castellano, y nos advirtieron de que estaba prohibido casi todo. Y, por supuesto, de fumar nada de nada. Se nos habían acabado las coñas. En la ida a Munich nos portamos bien, salvo algunos vaciles verbales que llevaban como destinataria a la que bautizamos como señorita Rottenmeier, la que le amarga- ba la vida a Heidi. En el viaje de vuelta venía- mos eufóricos después del resultado de partido, pero la in- disciplina no había ido más allá de levantarnos de los asientos para hacer corrillos y comentar las incidencias del partido. En la parte izquierda de la última fila, en la butaca de ventanilla, estaba sentado Mero Barral, el genial fotógrafo por aquel en- tonces del diario Marca. Y yo, en la butaca del medio. Con el avión ya estabilizado en el aire, Mero me dice: “Me voy a fumar un pitillito…”. Y yo le contesté que se dejase de tonterías por- que nos podíamos meter en un lío. Mero siguió a lo suyo, repasando el material fotográ- fico archivado en el ordenador, y yo de tertulia con los de al lado y con los de delante. A los pocos minutos veo que sale un hilito de humo y a Mero aga- chado dando caladas a un pi- tillo. “¿Qué fas?”, le pregunté en tono de reprimenda. Y él apagó de inmediato el cigarro. Habían sido dos o tres caladas, pero ya era demasiado tarde. La Rottenmeir vino dispara- da y estaba fuera de sí. Habla- ba y hablaba, pero no le enten- díamos nada salvo que estaba furiosa. Se marchó haciendo gestos y, al momento, vino el jefe de seguridad del Deportivo, Juan Lagarda -un buen tipo- y nos dijo que nos habíamos metido en un problema del ca- rajo. Detrás de él, la Rottenmeir y el resto de personal de vuelo dando voces y acusándonos con el dedo. Los pasajeros, aficionados, jugadores, direc- tivos... todos vieron tal movi- miento en nuestra zona que empezaron a levantarse para ver lo que acontecía. De pron- 7 dxt campeón LUNES 11 | 12 | 2017 Depor www.dxtcampeon.com

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El pitillito a la vuelta de Múnich

Después de un buen rato haciendo trompos, el avión se estabilizó y, salvo un médico que atendió a una persona, nadie se movió de su asiento

to llamaron a Lagarda y a la Rott-enmeier a la cabina por orden del comandante. Con tanto ajetreo la mayoría de los pasajeros ya se habían levantado de los asientos, en los pasillos o de rodillas para intercambiar opinión con los de la fi las próximas, comentando lo su-cedido o solicitando más datos. Viene de regreso Lagarda y nos dice que el comandante había so-licitado permiso para aterrizar en un aeropuerto de Francia por la seguridad de todos porque, según el máximo responsable del vuelo, se había producido un motín a bor-do. Se montó un pollo sideral. To-dos discutiendo en el avión, unos contra la tripulación, otros que si nosotros no sabíamos compor-tarnos, yo animando a Lagarda a que le dijese al comandante que aterrizara en Francia y que ya ve-ría lo que nos íbamos a divertir to-dos… Y sin aviso ni nada de nada, el avión comenzó a hacer trom-pos: primero hacia un lado, luego hacia otro, luego hacia abajo, lue-go hacia arriba. Tremendo. En el primer envite vi a Juan Barro -que estaba al lado, de pie, montando bulla- como se metía una leche en la cabeza contra la carcasa de los maleteros. Y al poco tiempo es-cuchamos pedir ayuda porque a alguien le pasaba algo.

Después de un buen rato ha-ciendo trompos, el avión se estabi-lizó y, salvo un médico que iba en el grupo y que atendió a una persona con un ataque de ansiedad, nadie se movió de su asiento hasta ate-rrizar en Santiago, sin siquiera ir al baño. Por dentro echábamos chis-pas, pero ni nos movimos porque aquel hombre que nos guiaba po-día hacer cualquier cosa.

Cuando desembarcamos allí estaba en la parte alta de la esca-lerilla, como es preceptivo, toda la tripulación para despedirnos.

Y no hubo ni un pasajero que no les insultara por poner en grave riesgo la seguri-dad e incluso la vida del pasaje. Mero estaba em-peñado en liarse a piñas y tuvi-mos que llevarlo, entre varios, es-caleras abajo.

Todos los medios de co-municación se hicieron eco del asunto pidiendo explicaciones y

reclamaciones, que quedaron en nada porque la compañía se es-cudó presentando partes sobre supuestas turbulencias, que no habíamos apreciado, para justifi -car los súbitos meneos del avión.

El Deportivo nunca más con-trató los servicios de Virgin. �

Juan Lagarda (centro), entonces responsable de seguridad del club, tuvo que lidiar con la tripulación de Virgin | AEC

MONCHO VIÑAEDICIÓN: ADRIÁN MENÉNDEZ

VOL XIXMoncho nos trae en esta ocasión una anécdota del vuelo chárter que fl etó el Deportivo para regresar de Múnich tras el histórico partido de septiembre de 2002 ante el Bayern.

La gran mayoría de los vuelos chárter -por Europa, para la Champions, y por España, para la Liga y la Copa- los hizo el De-portivo con la compañía Futu-ra, con sede en Valencia. Como la tripulación se hospedaba en el mismo hotel que la prensa, nos hicimos muy colegas y salíamos a cenar, a comer, a pasear y a tomar copas con el piloto y con las azafatas. Y ese colegueo se rentabilizaba en los vuelos, porque convertía-mos la parte trasera del avión, la de la prensa, en una zona liberada. Teníamos infl uencia para hacernos con la mayoría de las cervezas y los botellines de whisky y otros licores. Y lo más importante: nos permitían fumar en esa zona franca, pero no en el resto del avión.

Supongo que por motivos de tipo económico el Depor-tivo nos sorprendió con el cambio de compañía en el histórico viaje a Munich de septiembre de 2002, cuando el Deportivo le ganó a domici-lio al Bayern. El avión chárter pertenecía a Virgin, una com-pañía holandesa propiedad de Richard Branson, ese ricachón estrafalario que destaca por-que siempre está metido en aventuras poniendo en peligro

su vida y que por la tele y por las fotos parece majo, pero en su empresa debe ser un borde por cómo son algunos de sus empleados.

Nada más subir al avión nos recibió la sobrecargo. Por su expresión parecía que le debíamos algo. El resto de las azafatas eran del mismo cor-te. Nos dieron por megafonía el discurso en inglés, nada de castellano, y nos advirtieron de que estaba prohibido casi todo. Y, por supuesto, de fumar nada de nada. Se nos habían acabado las coñas.

En la ida a Munich nos portamos bien, salvo algunos vaciles verbales que llevaban como destinataria a la que bautizamos como señorita Rottenmeier, la que le amarga-ba la vida a Heidi.

En el viaje de vuelta venía-mos eufóricos después del resultado de partido, pero la in-disciplina no había ido más allá de levantarnos de los asientos para hacer corrillos y comentar las incidencias del partido. En la parte izquierda de la última fi la, en la butaca de ventanilla, estaba sentado Mero Barral, el genial fotógrafo por aquel en-tonces del diario Marca. Y yo, en la butaca del medio. Con el

avión ya estabilizado en el aire, Mero me dice: “Me voy a fumar un pitillito…”. Y yo le contesté que se dejase de tonterías por-que nos podíamos meter en un lío. Mero siguió a lo suyo, repasando el material fotográ-fi co archivado en el ordenador, y yo de tertulia con los de al lado y con los de delante. A los pocos minutos veo que sale un hilito de humo y a Mero aga-chado dando caladas a un pi-tillo. “¿Qué fas?”, le pregunté en tono de reprimenda. Y él apagó de inmediato el cigarro. Habían sido dos o tres caladas, pero ya era demasiado tarde.

La Rottenmeir vino dispara-da y estaba fuera de sí. Habla-ba y hablaba, pero no le enten-díamos nada salvo que estaba furiosa. Se marchó haciendo gestos y, al momento, vino el jefe de seguridad del Deportivo, Juan Lagarda -un buen tipo- y nos dijo que nos habíamos metido en un problema del ca-rajo. Detrás de él, la Rottenmeir y el resto de personal de vuelo dando voces y acusándonos con el dedo. Los pasajeros, afi cionados, jugadores, direc-tivos... todos vieron tal movi-miento en nuestra zona que empezaron a levantarse para ver lo que acontecía. De pron-

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