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Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.

Es una traducción de fans para fans.

Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprando su libro. También puedes

apoyar al autor con una reseña, siguiéndolo en redes sociales y ayudándolo a

promocionar su libro.

¡Disfruta la lectura!

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Staff Moderadora Mery St. Clair

Traductoras Mery St. Clair

Cielo Zafiro

Madeleyn

♥...Luisa...♥

DaniO

Anna Banana

Majo_Smile ♥

Carlota

Pixie

mebedannie

Purpleliem

Ne-R-Ea

LizC

Rominita250

Panchys

DeDeeLK

Annabelle

Andreani

pao*martinez

munieca

Vero

Correctoras Deydra Eaton

CrisCras

Maca Delos

Mery St. Clair

Vericity

Gaz Walker

Cami G.

Juli

LizC

Mel Cipriano

Melii

Aimetz14

Meliizza

Mali..♥

Vanessa VR

July

Panchys

Revisión Final Juli

Diseño Hanna Marl

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Índice

Sinopsis

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Epílogo

Pretty Sly

Sobre la Autora

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Sinopsis l plan secreto de Willa parece demasiado simple: Robarle a los

niños ricos del Instituto Valley para dárselo a los más pobres.

Sin embargo, Willa convirtiéndose en Robin Hood en su ultra

exclusiva escuela no es nada. Estafar a sus “amigos” —conocidos por todo

el mundo como los Glitterati— sin que ellos sospechen algo, no es fácil.

Aprender a robar carteras y abrir casilleros es tan difícil como pensó que

sería. Entregar las ganancias a las chicas becadas, quienes son

marginadas sólo por estar del lado “equivocado” de la ciudad, es más

divertido de lo que esperaba.

La complicación que Willa no esperaba es Aidan Murphy, el chico

más popular, hermoso y rico del instituto Valley. Su mera existencia es una

distracción para Willa en el juego social entre los que tienen o no tienen.

No hay tiempo para enamoramientos y coqueteos con chicos,

especialmente con vanidosos y desagradables arrogantes como Aidan.

Pero cuando la policía comienza a investigar los robos en la escuela

y los Glitterati comienzan a preparar su venganza, ¿Podrá ser él la persona

en la cual Willa debe confiar?

Pretty Crooked #1

E

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Prólogo Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Deydra Eaton

Sigue, sigue, sigue, sigue!

El canto retumbaba en mi cabeza, porque no tenía el suficiente

aliento en mis pulmones para hablar. Estoy demasiada ocupada

pedaleando mi bicicleta sobre una ladera, moviendo mis piernas

contra los pedales como si mi vida dependiera de ello. Lo cual es cierto.

Normalmente, disfrutaría del ardor en mi pecho, de la flexión de mis

miembros, de mi trasero rebotando en el camino. Pero está situación no

tenía nada de normal. En la pesada oscuridad de la noche del desierto,

luchaba contra la gravedad y el espacio, y mi cuerpo estaba perdiendo.

Por millonésima vez, recordé que mi bicicleta no estaba hecha para

el terreno de desierto. Algún día, cuando tenga mi licencia de conducir,

atravesaré estos caminos sin problemas, como Aidan en el Porsche de su

papá. Es decir, si lograba salir de aquí.

Sin embargo, seguí moviéndome, respirando con dificultad e

inclinándome hacia adelante para urgir a mi vieja bicicleta a avanzar. El

viento golpeaba contra mi sudadera, burlándose de mí. Los coyotes se

aullaban unos a otros en la distancia, su agudo gemido parecía un globo

desinflándose. ¿O ese era el sonido del destino alcanzándome?

Estoy completamente muerta, pensé.

Mientras me acercaba a la cima de la colina, la vista se abrió a una

espesa alfombra de arbustos a ambos lados del asfalto, las siluetas de las

rocosas montañas a la distancia y el oscuro cielo nocturno se cernía sobre

todo. Aquí y allí las luces de las casas eran puntos en la oscuridad, pero

más allá de eso, había unas pocas señales de vida. La soledad que amé

tanto en el desierto de Arizona ahora parecía menos como una promesa y

más como una amenaza.

La duda me asustaba. ¿Por cuánto tiempo podía seguir con esto?

Incluso si me las arreglo para escapar, ¿a dónde voy a ir y qué haré

cuando llegué allí?

¡

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Pensé en Tre, en cómo me hizo prometerle que sería cuidadosa.

Créeme cuando digo que lo que estás haciendo no vale la pena, Willa,

me dijo. Te expulsaran de la escuela. Estoy seguro que nuestros padres

nunca te lo perdonarían.

Todas las posibles consecuencias pasaron delante de mis ojos. La

decepción en el rostro de mamá. El disgusto del Sr. Page mientras me

decía que estaba expulsada de la escuela. Cherise negando con la

cabeza. Tre diciéndome que me lo advirtió. Y allí estaba Aidan, con su

sonrisa conocedora, aunque por alguna extraña razón, sentía como si él,

de todas las personas, entendería porque hice lo que hice.

Pero nada de eso iba a pasarme, ¿O sí? He tenido mucha suerte

hasta ahora. Sólo necesito un poquitín de suerte más para terminar.

Por favor, Dios, pensé. Por favor déjame escapar, sólo por esta vez, y

prometo nunca meter la pata de nuevo. Sólo tienes que dejarme salir de

esto enterita, Dios.

Pero incluso mientras lo pensaba, sabía que no tenía muchas

posibilidades con el Todopoderoso. Mi mamá era una seudo-budista y,

cuando me llevaba a la iglesia, era para mirar la arquitectura. No es que

yo no fuera creyente, pero mi relación con Dios, escasa, probablemente

no contaba tanto cuando llego mi momento para pedirle favores. Menos

ahora.

Estaba tan absorta en mis pensamientos, que no me había dado

cuenta que alcancé la cima de la colina; el camino se había acabado y

llegué a tierra plana. Esto debería celebrarlo. Pero algo iba mal. Mis piernas

lo sabían antes de que mi cerebro lo hiciera, porque volvieron a pedalear y

todavía no ganaba terreno. Se sentía como una lenta bajada, pero me

movía rápidamente.

Quizás era miedo o la falta de oxígeno, pero en ese momento mi

cerebro apenas podía pensar. No podía pensar en lo que ocurriría

después. Sólo podía pensar en cómo llegué hasta este punto. Como

terminé sola y temblando en el desierto. Como estaría tan cerca de

perderlo todo.

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1 Traducido por Mery St. Clair

Corregido por Deydra Eaton

ara los lugareños, esto probablemente era un extraño

espectáculo: una pequeña chica rubia en una minifalda y con

botas hasta las rodillas, atravesando el desierto en una vieja

bicicleta anaranjada una mañana de septiembre. Era por la culpa de los

vaqueros en camionetas y los camiones con remolque que pasaban a mi

lado, tocando la bocina y gritando cosas.

De acuerdo, yo era la nueva aquí. ¿Cómo iba a suponer que no

había carril para bicicletas?

Mi bici era mi más preciada posesión. La compré en una venta de

jardín y tenía las defensas de cromo, un asiento de terciopelo y un faro

para la noche. También era mi única manera de ir a la escuela. Así que no

había otra solución para mi costumbre personal, debía sonreír con orgullo

mientras pedaleaba.

Coman mi polvo, coches.

El punto era, no tenía otro medio para viajar. La vista de mi avance

era indignante. A lo mucho iba a treinta y dos kilómetros por hora, pero

podía verlo todo; los enormes cactus floreciendo con racimos de flores

amarillas y rosas. El aire tenía un aroma dulce. Halcones gigantes se

abalanzaban sobre mi cabeza. Y, en el horizonte, siempre se encontraban

las fantasmales figuras de montañas, el color ámbar coloreaban la arena a

lo lejos. En mi corta edad he vivido en un montón de lugares estos años,

puedo contar doce, pero ninguno era tan asombroso como este.

Paradise Valley, Arizona.

Mi madre, una pintora, hacía que nos marcháramos pronto. Nos

mudábamos cada vez que la inspiración la golpeaba. De vez en cuando,

anunciaba que necesitaba un nuevo comienzo. Había una cierta mirada

en sus ojos —Ya sabes, ¿Cómo algunas personas tienen los ojos vidriosos

cuando tienen fiebre?— y tan pronto como yo la detectaba, ella ya

organizaba todo, buscando un siguiente lugar. Era sólo cuestión de horas

P

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antes de que comenzara a guardar las cosas y retirara las sábanas de su

cama.

Sin embargo, esta vez era diferente. Un increíble golpe de suerte, en

realidad. Habíamos estado viviendo en Castle Pines, Colorado, por casi un

año. Un día, un par de meses atrás, regresé a casa de la escuela para

encontrar a mi mamá sentada en un escalón de nuestra pequeña casa.

Me recibió con un abrazo y me dijo que tenía buenas noticias: Un par de

sus pinturas se habían vendido en una subasta por grandes cantidades de

dinero. Por mucho, mucho dinero. Un golpe de suerte, de verdad.

Reímos juntas mientras ella escribía el número en un trozo de papel.

Muchos dígitos. No podía creerlo. Habíamos estado viviendo al día por

todos estos años. Ahora podemos tener un hogar mucho más lindo, había

dicho ella, y sabía a donde iríamos cuando nuestro contrato de renta

terminara en agosto. Se puso en contacto con una empresa de bienes

raíces de Arizona y me mostró una lista de casas en Morning Glory Road.

—Morning Glory —dijo, inclinando su cabeza, así que sus aretes de

plata tintinearon ligeramente—. El nombre suena grandioso. ¿Lo notas?

Iba a comenzar mi segundo año en otra escuela. Pero ella insistió en

que sería una escuela privada esta vez. Lo tenía todo resuelto.

Así que aquí estaba yo, pedaleando hasta esa escuela privada.

Supongo que es así para las personas que ganan la lotería. Un minuto estás

comiendo sopas instantáneas y al siguiente estás reuniéndote con un

decorador de interiores. Habíamos estado en la ciudad unos días y todavía

me pellizcaba para asegurarme de no estar alucinando. ¿Este elegante

lugar? ¿Para nosotros? ¿Aquí? ¿No es para la realeza?

Se sentía como un agradable error, como si en cualquier momento

mi madre pudiera decir: ¡Despierta!

Ahora, apreciando el increíble paisaje, quería más que nada esta

equivocación.

El césped y los árboles comenzaron a llenarse de manchas marrón

mientras me dirigía al centro de la ciudad, que en realidad no tenía nada

de ciudad en absoluto, ahora podía notarlo, sólo eran demasiadas casas.

Había casas con estilo español, sus paredes blancas, rosas, durazno y

amarillo limón, cada hogar con grandes jardines y todas con una piscina.

Genial.

Un Jeep rojo se detuvo a mi lado mientras me detenía para ver a los

lados en una calle.

—Hola, sexy —gritó un tipo calvo por la ventana.

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—La bici es sexy, ¿no? —grité de regreso—. ¡Debiste haberla visto

con la pintura original! —Luego le hice una seña que aprendí en un

programa de delincuencia. Esperemos que no sea una señal de una

banda.

Como si fuera el momento justo, vi la entrada de la escuela en la

calle, un pequeño cuadro blanco con un mensaje: ESCUELA

PREPARATORIA VALLEY, FUNDADA EN 1952.

Mientras pedaleaba hacia la escuela, los edificios escolares, todos

de concreto y vidrio moderno, aparecieron en el horizonte, flanqueados

por formaciones rocosas que brillaban doradas por el sol, una escena

como la fotografía perfecta que el sitio web prometió. Los edificios tenían

nombres como: Escuela Primaria, Preparatoria, Cafetería, Centro de Artes y

Galerías, y una gran extensión de hectáreas de pasto con un lago artificial.

No era para nada una escuela, al parecer era un complejo educacional

de lujo.

Me quedé boquiabierta, sin poder articular nada. Quiero decir, vi

estas fotos en el sitio, pero era diferente verlo en persona. Inspirador, en

realidad.

En frente de la entrada del edificio de preparatoria, había una línea

de elegantes autos: BMW, Jaguar, Range Rover. Detrás de mí, el edificio de

escuela primaria, los padres escoltaban a sus niños vestidos con chaqueta,

falda escocesa o corbatas de raya hasta los escalones de la entrada.

Este era el lugar, no había dudas. Tenía más dinero que la Casa de

Moneda del país.

Y yo sería una estudiante aquí. Casi no podía creerlo.

Pedaleé más, mi corazón latía tan fuerte que parecía que una

arteria reventaría. Entonces, un destello blanco… Relucientemente blanco.

Un auto me cortó el paso.

Caí hacia atrás, pero no antes de aferrarme al manubrio y la bocina,

hubo un gran sonido, como un barco hundiéndose. Luego, caí en el suelo.

—Oh, Dios mío —gritó la chica que conducía el auto, después de

frenar de golpe—. ¿Acabo de atropellarte?

—Técnicamente no, no. —Pero allí en el pavimento, sentía mis

extremidades fracturadas.

Apagó el coche y salió. Vestía de negro, con su cabello rizado con

reflejos y usaba una chaqueta de mezclilla sobre unos jeans pitillos grises. —

¿Te encuentras bien?

—Sólo un poco conmocionada, pero estoy bien —dije, poniéndome

de rodillas para levantarme. Las piernas apenas me soportaban.

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—Lo siento. Sólo… nadie aquí anda en bicicleta. No esperaba… no

vi…

Sacudí la cabeza y traté de sonreír. —Está bien, de verdad.

—¿Quieres que te lleve a la enfermería?

—No te preocupes —dije, tratando de hacer mi mejor interpretación,

como si no hubiera sido golpeada por un auto. Lo último que quería era ir

a la enfermería en mi primer día de clases.

—¿Estás segura? Porque podrías estar en shock o algo así. —Se

inclinó y miró mi rostro, como si me examinara. Sus ojos castaños eran serios

y sutilmente maquillados con sombra plateada—. Soy hija de un doctor. Sé

sobre estás cosas.

—En serio. —Sonreí y sacudí mis dedos para que ella pudiera verlos—.

Aprecio tus intenciones, pero no es necesario.

Se encogió de hombros, sin poder hacer nada. —Si estás segura…

bueno, supongo que entonces debo ir a estacionar mi auto.

Me despedí. Para ese momento, ya estaba más avergonzada que

nunca. ¿Tenía que ser mi entrada tan dramática? ¿La primera persona que

conozco aquí tiene que ser quien casi me mata?

Que sutil, Willa. Realmente sutil.

Recargué mi bicicleta contra el bastidor, el cual se encontraba

vacío como la chica había señalado, yo era la única. Palmeé el asiento,

como si quisiera asegurarle que regresaría pronto.

Antes de entrar y de seguir mi camino, ajusté mi top negro favorito,

enderezando la hilera de botones de perla. Mis dedos ardían con los

nervios, mis habituales primeros días eran una mezcla de nerviosismo con

una descarga de adrenalina.

No importaba. Escapé ilesa del Jetta. Si te caes de la bicicleta,

vuelves a montarla, ¿no?

Di dos pasos adelante. Tomé una profunda respiración, tratando de

recobrar la compostura antes de unirme a la multitud de estudiantes

caminando por la acera. Podía escuchar a las chicas saludándose las unas

a las otras, hablando emocionadas sobre sus vacaciones.

—Fuimos a las Maldivas —decía una chica alta y bronceada—.

Deberías venir con nosotros el siguiente verano.

La chica a su lado asentía, llevaba un bolso Chanel y una blusa de

seda blanca, su cabello rubio recogido en un peinado complicado. —

Escuché que la carrera de yates fue increíble.

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Las seguí a través de un gran arco hacia el patio donde flores de

buganvilias colgaban, una fuente gorgoteaba agua fría y algunos

estudiantes la rodeaban, probablemente esperando que sonara el timbre.

He estado en un montón de escuelas los últimos años, claro, pero ninguna

parecía ser de este nivel de riqueza. Todo gritaba riqueza. No sólo sus

ropas, joyas y bolsos, también sus dientes, piel y cabello.

Incluso el chico recostado sobre un banco en el otro extremo del

patio se veía perfectamente peinado, como si su camisa rota y su cabello

de surfista viniera en un catálogo o algo así. ¿Parecer vagabundo puede

ser una moda?

Por segunda vez esta mañana, me sentí fuera de lugar y ahora no se

trataba únicamente de mi bicicleta. Era mi apariencia. Me importaba muy

poco la moda, pero siempre compraba moda vintage y arreglaba yo

misma mi ropa cuando lo necesitaba. Mi estilo era propio, después de

todo, no cualquiera puede lucir una chaqueta de piel. Y, bueno, en la

escuela pública, donde hay todo tipo de modas y desastres, a nadie

pareció importarles lo que vestía. Pero ahora podía sentir ojos sobre mi

falda mientras cruzaba el patio. Miradas que criticaban.

Ojos de chicas.

De acuerdo, quizás les tenía un poco de miedo a las chicas. La

mayoría de mis amigos en las otras escuelas habían sido chicos. Era más

fácil, como un estudiante nuevo, encontrar chicos con los cuales

agruparte.

Las chicas rara vez buscaban nuevas integrantes, mientras que los

chicos eran más sociales, siempre permitiendo que las personas se

acercaran. No había celos, ni odio, ni competían por la atención.

Tampoco hacían preguntas. Sospechaba que sería lo mismo aquí, así que

mantendría los ojos abiertos a cualquier candidato a amigo.

Seguí a través de las puertas dobles de cristal en busca de mi

casillero. Aunque el campus se extendiera a más de doscientas hectáreas,

la Preparatoria Valley era pequeña, especialmente en comparación con

mi última escuela. La página web decía que sólo había ciento cincuenta

estudiantes en cada grado, por lo que todos se conocían, o al menos eso

deducía por todas las chicas a mí alrededor que se abrazaban y

gritaban—: ¡Oh, Dios mío!

Abrí mi solitario y vacío casillero y miré dentro, tratando de mantener

mi actitud positiva. El primer día siempre era el más duro, pero era el único

día. Era así porque estaba con una multitud de extraños, pero

eventualmente los conoceré, me recordé a mí misma. Conoceré sus

nombres, sus hermanos, quien sale con quien y quienes hacían llorar a los

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de primer año. Eventualmente, todas las piezas poco familiares se juntarían

como pequeños pixeles para hacer una fotografía.

Ese pensamiento me tranquilizó. Me miré en mi espejo compacto. Mi

cabello aún se veía bien, artísticamente despeinado, incluso después de la

caída. Mejillas, aún sonrosadas. El rímel de pestañas hacía ver mis ojos

avellana más claros.

Bien, manos a la obra.

Dejé que algunas chicas pasaran, luego miré a ambos lados antes

de atravesar el pasillo.

La única cosa que he aprendido en mi nueva escuela es ser

precavida. Observas. Esperas. El camino está libre. Entonces puedes hacer

tus movimientos.

—Oye, espera —gritó una voz detrás de mí. Al principio asumí que le

hablaban a alguien más, pero cuando gritaron de nuevo, me di la vuelta.

Era la chica del estacionamiento. Ahora escuchaba su iPod y cargaba una

mochila de cuero café—. ¿A dónde te diriges?

—Al salón de tareas, ¿creo? —Había tenido mi horario en mi correo y

ya lo había leído—. Davenport.

—Yo también. —Hoyuelos enmarcaron sus mejillas sonrosadas al

sonreír. Me hizo un gesto para que la siguiera—. Te llevaré allí.

—No tienes porque…

—Sí, lo sé. Es un tipo de regla para mí. —Podía verlo ahora, mientras

caminábamos, que no era sólo la sonrisa, su rostro completo irradiaba

sinceridad y calidez—. Después de casi matar a alguien, me gusta ofrecer

mis servicios de acompañante. Además, si no tienes cuidado, terminarás

en el laboratorio o con el equipo de robótica. Los geeks te comerían viva.

Reí. —Tengo pesadillas recurrentes sobre robots.

—¿Lo ves? —Rodeamos la esquina del otra ala del edificio y estuve

inmediatamente feliz de que estuviera conmigo. Sabía que me hubiera

perdido de algún modo, caminando con el letrero de chica nueva sobre

mí. Una corriente de gente nos saludó, bueno, a ella en realidad, mientras

los pasábamos, y fue amigable con todos. Mantuvo la puerta abierta para

mí antes de subir las escaleras—. Así que eres nueva.

—¿Es tan obvio? —pregunté.

—Sin ánimo de ofender ni nada, pero, sí. Cuando has estado aquí

desde siempre como yo, reconoces a alguien nuevo fácilmente. Y esa

bicicleta es un indicio.

—¿Cuánto tiempo es desde siempre?

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—Toda una vida. Comencé aquí desde el jardín de niños.

—Guau —dije—. Eso es mucho tiempo en un sólo lugar. —Pensé, por

supuesto, en mi propia gira por las escuelas en Norteamérica.

—No es broma —dijo—. Tuve que usar esas faldas y todo el uniforme.

Me alegra que haya terminado. Ahora sólo hay un estúpido código de

vestir: no camisetas, no gorras, no escotes. Pero puedo arreglármelas.

Se desabrochó la chaqueta para mostrarme una camisa con la frase

“Hola, Kitty” en ella.

—Genial —dije. Quizás podría llevarme bien con esta chica.

Encontramos el salón de clases y nos sentamos en un escritorio juntas.

Dejó caer sus audífonos.

—¿Qué estás escuchando? —pregunté.

—Algo viejo, “Midnight Marauders”, de Tribe Called Quest. El

cantante es un Dios. ¿Quieres escuchar? —Me extendió los audífonos y los

coloqué en mis oídos. Involuntariamente, mi cabeza comenzó a moverse

con ritmo.

Ella asintió con aprobación. —Son geniales. Colonizarán tu cerebro.

Mi favorita es la primera canción de la lista de reproducción.

Miré alrededor, sintiéndome autoconsciente de que quería bailar en

el salón. —Tienes un buen gusto, aunque no te imaginaba escuchando rap

—dije.

Se rió, echando su cabeza hacia atrás mientras envolvía sus

audífonos alrededor del iPod y lo depositó en su mochila. —Oye, tenemos

chicas grandes aquí.

El maestro entró al aula, una mujer robusta de cabello corto, canoso

y gafas gruesas. Se presentó como la Sra. Davenport. Luego comenzó a

decir las reglas de clases: la política de no retrasos, gomas de mascar, usar

gorras, etc.

—Lamento nuevamente todo lo que ocurrió en el estacionamiento

—susurró la chica—. Soy Cherise Jackson, por cierto.

—Willa —dije—. Willa Fox.

Y luego sonó la alarma.

Cuando digo “sonó” me refiero a que se escuchó desde todos lados.

Como si fueran las campanas del apocalipsis.

Fue seguido por la histeria de todo el mundo en el salón, poniéndose

de pie y corriendo hacia la puerta, incluyendo a la asustada Sra.

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Davenport, quien nos gritaba—: Esto no es un simulacro, chicos. No es un

simulacro.

Salí a empujones por el pasillo, donde todas las pisadas hacían un

ruido ensordecedor. Todos se amontonaban, lo cual me hizo preguntarme

si alguna vez tuvieron un simulacro de incendios en la historia de la

escuela.

Cherise se encontraba a mi lado y prácticamente corrimos hasta la

salida para evitar la estampida. —Todo el dinero donado por mis padres…

¡En llamas!

—¿Eso crees? —jadeé—. Pero yo acabo de llegar.

Eventualmente, llegamos al estacionamiento. Ya había dos patrullas

estacionándose, con las luces intermitentes encendidas, seguidas por una

ambulancia y tres camiones de bomberos. Más sirenas se escuchaban a la

distancia. Al parecer, la preparatoria Valley estaba bien protegida. No es

que esperara menos.

En la multitud, la gente charlaba y miraba hacia el edificio con

nerviosismo. No había signos evidentes de fuego, pero si no se trató de un

simulacro, algo tenía que estar pasando. ¿El laboratorio explotó? ¿Gas

tóxico? ¿Una amenaza de bomba? Eso ocurrió en una de mis antiguas

escuelas y todos conseguimos dos días de descanso.

—Escuché que alguien incendió un árbol —dijo un chico detrás de

mí.

—Hombre, ¿cómo es que no me invitaron? —dijo su amigo.

Estiré mi cuello para divisar a Cherise. Traté de seguirla, pero

desapareció entre la multitud. Alguien agarró mi codo. Me di la vuelta,

pensando que era ella.

—¿Me buscabas? —preguntó el chico que tenía la mano en mi

codo.

Era el chico con el cabello despeinado con la camisa polo que noté

en la mañana, en el patio. —Eh, ¿Te conozco? —dije.

—No lo sé. ¿Y tú? —dijo sonriendo y apartando su cabello de su

rostro. Pude ver que sus ojos eran de un color verde grisáceo, acentuados

por su sudadera azul. Tenía rasgos fuertes, una nariz no tan recta y una

boca de apariencia suave, que contrarrestaba con su mandíbula

geométrica que podría usar para cortar hielo.

Ultra sexi.

Inhalé, sin llegar a respirar.

Vamos, cerebro. —Bueno, escuché un par de cosas.

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—¿Qué tipo de cosas? —Su voz era profunda, pero también algo

cálida, como mezclada con caramelo.

—Ya sabes, cosas —dije, tratando de parecer misteriosa, mientras

desesperadamente intentaba convocar un poco de ingenio.

¿Enserio, Willa? ¿Esto es lo mejor que puedes hacer?

—¿De quién? ¿Las Glitterati? —preguntó, inclinando su cabeza para

señalar detrás de mí. Seguí su mirada a dos chicas lindas y perfectas.

Tenían sus teléfonos fuera y reían, disfrutando ser el centro de atención—.

Olvida lo que ellas digan de mí —agregó el chico lindo. Regresé mí mirada

a él—. Son puras mentiras maliciosas.

—No sé quienes sean —dije, desorientada por la alarma, por el

extraño lugar, por este espécimen frente a mí—. ¿Quién eres tú?

—Definitivamente eres nueva en el colegio, si no, sabrías quienes son

las Glitterati —dijo con lo que pareció una sonrisa irónica—. Todos saben

quienes son.

—¿Y qué hay de ti?

—Soy bastante famoso, en realidad. —Sus ojos verdes

resplandecieron frente a mí.

—¿Y eres…?

—Aidan. —Extendió su mano, la cual era firme y seca. A diferencia

de la mía, que se sentía como una esponja en este momento—. Espera.

Déjame adivinar. ¿Eres Chloe? No, Samantha. ¿Jasmine?

—Willa —dije, tratando de ignorar el aleteo en mi pecho. Este chico

lograba un extraño impacto en mi sistema nervioso. Eché otra mirada en su

dirección. Quizás podría ser un amigo… o algo.

—Bueno, Willa, bienvenida a mi fiesta —dijo, sonriendo.

—¿Tu fiesta? —Lo miré confundida.

Señaló alrededor de nosotros. —Exactamente.

Quizás los rayos radiactivos de sensualidad de Aidan habían

aplastado mis neuronas, porque no entendía su idioma.

—Aquí vienen —dijo, observando a tres policías que corrían hacia el

edificio. Un camión de bomberos estaba estacionado en la entrada de la

escuela primaria y un bombero bajó saltando, acercándose a la puerta—.

Justo a tiempo.

Lo miré y señalé hacia las ambulancias y patrullas. —Espera un

minuto. Quieres decir, ¿esta es tu fiesta?

Sonrió, parecía orgulloso. —¿No es mágico?

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Malditas hormonas.

¿Se supone que debo estar impresionada? ¿Por una falsa alarma de

incendio? ¿Acaso estaba en tercer grado? Porque ya había visto este

truco antes.

—¿No es ilegal?

Se encogió de hombros. —Sólo estás en tu último año de instituto una

vez en la vida, ¿lo sabes? Tengo que encontrar una manera de dejar una

marca.

—¿Cómo conseguir ser suspendido?

—No pasará. Eso es lo más patético. Mi padre es uno de los mejores

donantes en el fondo anual. —Otra vez con la sonrisa deslumbrante.

—¿Y tu mensaje qué es exactamente?

—No necesito un mensaje. Mis acciones hablan por sí mismas.

Levanté mi pulgar hacia arriba, sarcásticamente. —Vas en camino

ha convertirte en un hombre.

—Oye, todos salieron de sus aburridas clases.

Uh. Un narcisista grado A, no le importa que nos hiciera parecer

idiotas corriendo en los pasillos. Sabiendo que nunca se metería en

problemas porque su Papi compraría su salida del problema.

—Puedes agradecerme más tarde. —Me guiñó el ojo y se marchó.

¿Agradecerle? Pfff. ¿Por hacerme estar aquí de pie y sudando?

Pensé que quizás podría salir con este chico, pero ahora sé que es

demasiado engreído. Lo observé caminar hacia otro chico, quien le dio los

cinco. Probablemente felicitándolo por su travesura.

—Todos pueden entrar ya —anunció un hombre de traje. Supuse que

era el director o alguien de la misma autoridad—. Hemos comprobado la

escuela y todo está bien.

Como por arte de magia, Cherise salió de la multitud y se acercó a

donde yo me encontraba. —Aquí estás. Vi que ya conociste a Aidan

Murphy. Una esencial parte de la experiencia VP1.

Mi desconcierto se mostraba en mi rostro. —¿Cuál es su problema?

Se encogió de hombros. —¿Además de coquetear con cada chica

nueva que entra en la escuela?

—Además de eso.

1 Valley Prep (Preparatoria Valley).

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—Cree que es especial, eso es seguro —dijo, jugando con las puntas

de su cabello—. Pero todo el mundo parece estar loca por él, o al menos

cada chica de primer o segundo año aquí.

—Puedo ver porque, supongo. —Tenías que estar ciega para no

notarlo. Hicimos nuestro camino de regreso al edificio, junto a todo el

mundo y sus madres.

—Bueno, es sexy, claro. Pero mi teoría es porque él es rico. Destila

arrogancia.

—¿No todo el mundo aquí es rico? —pregunté.

—Bueno, hay ricos y luego esta mi-padre-es-el-dueño-de-MTech —

explicó—. Eso es otro nivel.

—¿MTech? Mtech, ¿La famosa marca de software antivirus? —Había

visto un documental de la compañía en televisión no hace mucho, sobre

cómo revolucionó la seguridad informática y como el dueño,

aparentemente el papá de Aidan, era considerado un genio en el área, el

Steve Jobs del futuro.

—Eso es sólo el principio. —Noté que Cherise tenía más que decir de

este tema, porque sus labios tenían una tensa sonrisa. Pero en cambió

dijo—: La clase probablemente término. ¿Qué tienes para el segundo

periodo?

—Ciencias de la Tierra.

Señaló un edificio independiente con paneles solares en el techo. —

Es ese de allí.

—Gracias por ayudarme —dije, sintiendo una oleada de afecto por

ella. Esta chica era definitivamente guay. De todas las personas que

podrían casi matarme en el estacionamiento, claramente escogí a la

indicada.

—No hay problema. —Sonrió socarronamente y me dio una

palmada en mi espalda—. Bienvenida a Valley, joven Willa. Tenemos

mucho que enseñarte.

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2 Traducido por Cielo Zafiro

Corregido por CrisCras

l lugar en la Gloria de la Mañana tenía que ser la casa más

ostentosa que había visto de cerca y mucho menos con la que

había soñado. A lo largo de los años, prácticamente todos los

lugares donde viví eran de alquiler. A veces era una torre de

apartamentos, otras veces un remolque, y para un verano fresco y lluvioso

en Oregón, nuestro auto. Nuestro último lugar, la casa de Colorado, era un

bungalow pequeño de ladrillo, con dos habitaciones pequeñas y un baño

con techo mohoso.

Éramos espíritus libres, decía mi mamá. Los artistas no se

preocupaban por el moho. Íbamos donde el viento nos llevaba. Yo sí me

preocupaba por el moho y estaba bastante segura de que ella era más

hippie que yo, pero lo que sea. Estábamos juntas, nosotras dos, y eso era lo

que importaba.

Pero este lugar era diferente. Largo y bajo, tenía forma de “U”

aplastada y cubierta con un techo de tejas españolas. Había dos grandes

palmeras en el frente y una pequeña y limpia pasarela cubierta desde el

acceso hasta la puerta principal. Una hilera de ventanas de cristal gigante

dejaba pasar la luz desde el patio trasero a través de la parte delantera.

Parecía sacado de una revista, o uno de esos programas acerca de

crímenes reales donde alguien es asesinado y nadie lo puede creer porque

el vecindario es muy agradable.

Después de la escuela, me acerqué en mi bicicleta por el camino de

entrada y la apoyé contra la puerta del garaje. Todavía utilizaba la puerta

de entrada como una invitada y todavía experimentaba una sensación de

cosquilleo en los omóplatos cada que volvía a casa.

Una vez adentro, el aire acondicionado me golpeó de inmediato, el

aire fresco corría a mí alrededor como un siervo cariñoso. Sí, el estilo de

vida de espíritu libre estaba sobrevalorado.

El lugar venía amueblado, pero bonito, con sillas y sillones de

aspecto limpio, a diferencia de los muchos lugares que tuve que soportar

E

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en el pasado. Caminé a través de la sala de estar hundida en el foso, con

su chimenea de piedra del tamaño de la pared y la puerta de cristal

corrediza que daba a la piscina. Nuestra propia piscina. Brillante, el agua

de color turquesa ondulando y haciéndome señas para que nadara en el

momento en que quisiera. Tan pronto como terminara mi tarea, iba a

empezar a trabajar en mi bronceado.

—¿Mamá? —dije, y me maravillé con el eco de mi voz rebotando a

través de las múltiples habitaciones. De hecho podríamos perdernos en

este lugar. Esa era la primera vez.

No hubo respuesta. Entré en la cocina, donde había una isla

gigantesca, electrodomésticos completamente nuevos y suelo de

baldosas color terracota. Como siempre, me había dejado un aperitivo en

el mostrador. Agarré una de sus famosas galletas de anacardo crudas y

clavé los dientes en ella. Era suave y dulce. ¿Sería posible que incluso la

comida supiera mejor allí? Era el paraíso, después de todo.

Un cuarto de lavado y el dormitorio principal —que se llamaba suite

en el sitio web del agente de bienes raíces—, estaban a unos cuantos

pasos más allá de la cocina, con el cuarto de lavado dando paso al

garaje. La habitación tenía una pequeña zona para vestirse, dos armarios y

un gigantesco cuarto de baño —todas nuestras cosas podrían caber allí

fácilmente—, sobre todo ahora que se había deshecho de más brillos de

labios. No teníamos mucho para empezar. Mi mamá se aseguró de que no

desperdiciáramos mucho dinero en cosas banales y siempre me decía que

debíamos mantenerlo controlable; es decir, no comprar más cosas de las

que podríamos acarrear a nuestro próximo destino.

Mi habitación tenía un solo armario, pero se trataba de uno enorme

que iba de pared a pared, con estantes incorporados y pequeños cubos

organizadores. Además tenía un baño contiguo con paredes de vidrio. Los

azulejos eran de mármol y la cabeza de la ducha colgaba en el centro.

Abrí mi bolso sobre la cama y todo cayó a un lado. Me desabroché

las botas y me pregunté qué le habían hecho al colchón para que fuese

tan firme y suave al mismo tiempo. Me sentí como una princesa, mimada y

cómoda bajo la lisa extensión de mi techo perfectamente blanco. Hasta el

momento, Arizona y yo nos llevábamos muy bien.

—¿Mamá? —Traté de nuevo.

—¡Estoy aquí, cariño! —contestó.

La encontré en la habitación de en medio, la que había dicho que

iba a ser su estudio-oficina. Aparentemente no perdió tiempo en ordenar el

estudio a su manera, porque estaba parada enfrente de su caballete,

limpiando un pincel en un trapo. Estaba vistiendo unos viejos jeans y una

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blusa, su uniforme usual para pintar. Su cabello rubio estaba atado atrás

de forma desordenada porque era demasiado impaciente para secarlo.

Tenía el mismo cabello rubio, aunque el mío era más largo y

ondulado. Incluso aunque mamá era más alta y agraciada, la gente

siempre supo que estábamos relacionadas; el cabello, los ojos color

avellana y las pecas por todas partes en las mejillas eran grandes

revelaciones.

—Sé que se supone que estaría desempacando hoy, pero miré por

la ventana y esa luz me abofeteó en la cara, no la podía dejar ir —dijo—.

Quiero decir, mira eso.

Miré, sonriendo de oreja a oreja. Estábamos seriamente abrumadas

por este lugar.

Luego eché un vistazo a su última creación. —Luce genial —dije.

Como todas sus pinturas esta era abstracta, un paisaje de piezas

empañadas de brillantes gemas de colores. La tierra se fundía con el cielo

como el algodón teñido. Dijo que todo era energía, y por eso nada podría

ser fijado sobre el papel, sólo la “sensación” de las cosas. Me encantaba

ver su trabajo porque era como entrar en su mente y observar como

filtraba el mundo.

—¿Y? ¿Cómo fue? —Se frotó las manos—. Quiero escucharlo todo.

No estaba segura de por dónde empezar. —¿Increíble? Quiero decir,

lo tienen todo. ¿Sabías que tenemos un laboratorio de creación de

películas? ¿Y una estación de radio y una pista de patinaje?

Enarcó una media sonrisa disimulada. —Ni siquiera quieres saber

todos los trámites que tuve que pasar para meterte allí.

—Tienes razón, no lo sé —le dije, dándole una mirada de lado. A

veces sus métodos para hacer las cosas eran, por así decirlo, sospechosos.

—¿Y la gente? —Se sentó en el escritorio y se inclinó hacia adelante,

apoyando la barbilla en la mano.

—Conocí a unos pocos. Una chica que parece genial. Luego había

un chico, no sé, era algo intenso.

—¿Un chico? —dijo, levantando una ceja.

—No así —respondí con rapidez. Ni siquiera sé por qué lo mencioné.

Nunca había estado con nadie de esa manera. Nos habíamos mudado

tanto que no tuve la oportunidad de conocer a nadie en calidad de

novio. Claro, había tenido algunos enamoramientos. Por lo general eran los

tipos dulces, tranquilos y tímidos. El carácter de Aidan no era ninguno de

los anteriores. Sólo el factor Caliente ya lo puso en otra categoría.

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—Pero, ¿un amigo?

—No lo sé, tal vez.

Mi madre nunca había salido mucho, tampoco. Era una especie de

territorio extraño tácito entre nosotras.

Sabía la historia básica, la había oído mil veces: Había quedado

embarazada de su novio de la secundaria y lo dejó para tenerme, a pesar

de que sus padres lo desaprobaron y la repudiaron finalmente. El chico, ya

sabes —¿Aquel cuyo material genético llevo?—, estaba fuera de la

imagen y se inscribió en el ejército en el momento en que mamá huyó de

su casa. Nunca supo de él.

—Simplemente nos fuimos por caminos separados —fue la

explicación de mi mamá.

Más allá de eso, apenas lo mencionó. Quería saber más, por

supuesto, no en plan de debo-buscarlo-cuando-cumpla-dieciocho, sino

más con una vaga esperanza de que un día nuestros caminos se pudieran

cruzar. La cuestión era que, en el día a día, él nunca había estado allí, así

que nunca me perdí nada.

Siempre habíamos sido nosotras dos. No es una típica americana

cualquiera, pero mi mamá siempre hizo lo que pudo para hacer que

funcionara. En realidad no necesitaba a nadie más, en lo que a mí

respecta. Teníamos nuestra propia cosa de Las Chicas Guilmore.

—He perdido totalmente la noción del tiempo aquí… Bueno, tengo

que volver a trabajar, ¿no? —La seguí hasta la sala de estar, cuando hizo

un gesto hacia las cajas por ahí—. Estas cosas no se van a desempacar

solas.

—Te ayudaré —le dije, poniéndome de rodillas y alcanzando una

caja de libros.

—Así que… estoy pensando que podríamos poner esta foto que

tomé del estado de Tillamook sobre el sillón, aquí —dijo, haciendo un

marco con los dedos—. Y, ¿tal vez la alfombra navajo iría bien en el

estudio? Voy a dejar fuera algunas pinturas que se pueden colgar

también.

—Sí, sí y sí. —Me emocionaba por colgar los cuadros de mi madre

por todo el lugar. Durante años, había estado luchando por conseguir algo

de atención por sus obras. Su sueño por fin se había hecho realidad. Esta

casa era una prueba de ello, y se merecía deleitarse en ella.

—Oh, también hice un poco más de investigación hoy. ¿Sabías que

hay como diez pistas de esquí en un radio de dieciséis kilómetros?

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—No esquiamos —le recordé, ya que había apilado los libros junto a

mí—. Lo que estoy segura que nos hizo ser las personas más raras en

Colorado—. ¿Es por eso que tuvimos que irnos? Puedes decirme la verdad.

Mi madre se rió. —No, fuimos las bateadoras, no las bateadas, lo juro.

—Mamá, ¿estás segura de que podemos pagar todo esto? —le

pregunté mirando las piscina. Era un cambio drástico para nosotras. Los

últimos días me había dejado llevar por la emoción, pero de repente me

preocupaba que se fuera por la borda.

—Por supuesto, cariño —dijo sonriéndome—. Esto es para lo que

hemos estado escatimando y ahorrando todos estos años: una vida nueva

y hermosa. Estamos de suerte con el mercado, Arizona es tan asequible

ahora. Y la preparatoria Valley es una fantástica escuela, se supone que es

una de las mejores. Vas a estar lista para la universidad.

—Universidad —repetí como si fuera una nueva palabra. Saqué

algunas de las hojas de periódico de la caja y las aplané. Había estado

tan ocupada imaginando nuestro nuevo estilo de vida (alimentos, todos los

canales de cable, tal vez incluso salones de belleza), que había

bloqueado el hecho de que mi madre tenía otra cosa en mente. La

preparatoria Valley se suponía que me prepararía para el futuro.

¡Glup!. No hay presión ni nada.

—Te tuve tan joven, Willa. No es que lo cambiaría por nada en el

mundo, pero sabes, no llegué a hacer estas cosas ni a tener alguna de

estas oportunidades que tienes. El sitio web de la preparatoria Valley decía

que tiene 100% en tasa de aceptación. ¿Quién sabe? Podrías incluso ir a

una escuela de la Ivy League, si quieres.

—No nos volvamos locas —dije—. Esas son un montón de pinturas.

El futuro nunca fue un buen tema para mí. El presente era ahora, con

estas increíbles cosas a nuestro alrededor. Me puse de pie ante algunos de

los periódicos antes de llevarlos a la cocina. En la papelera, una puerta se

abrió para revelar un compartimiento de reciclaje en tres partes.

—¿Has visto esto? —dije en voz alta, riendo con incredulidad—.

¡Incluso la basura tiene un pequeño lindo rincón en este lugar!

—¡Lo vi! —gritó—. No hay lugar para el abono, así que voy a tener

que encontrarle algún lugar.

—No cerca de la piscina, por favor —dije, imaginando un montón de

alimentos en descomposición en el patio.

Apareció en la puerta con un guiño y una sonrisa. —Pensaba tirarlo

justo en el agua, ¿crees que es una mala idea? —Hizo un gesto hacia su

habitación—. Ven aquí, quiero mostrarte algo.

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Me llevó a su armario. La mayor parte de su ropa ya estaba

desempacada y perfectamente colgada. En el piso donde había alineado

sus zapatos, se hallaba la caja fuerte de plata que siempre había

mantenido con nosotras. No confiaba en los bancos, así que cualquier

dinero que tuviera estaba allí. Como había dicho, era una especie de

hippie.

—Voy a darte la combinación. Quiero que sientas este lugar como

un hogar y quiero que empieces a ser más independiente. Así que si

necesitas algo de dinero, puedes tomarlo. Razonablemente, por supuesto.

Asentí lentamente ante la información. Esto era nuevo. Nunca antes

había sido de confianza como para abrir la caja fuerte por mí misma. Se

sentía bien ser tratada como adulta. Pero era un poco aterrador también,

por tener esa responsabilidad. No estaba segura de estar preparada para

eso.

—Y aquí está esto. —Me entregó un pequeño sobre de raso rojo.

—¿Qué es? —pregunté, sintiendo su peso suave en mi mano. Pero ya

lo sabía. Era mi regalo de mudanza. Cada vez que nos mudábamos, mi

mamá me daba algo pequeño, un frasco de perfume o una hermosa

pieza de cristal de mar. Nunca nada caro, sólo una pequeña cosa que yo

podría mirar cuando estuviera deprimida. Los había guardado todos, y los

mantenía en mi tocador. Incluso cuando un nuevo lugar parecía difícil, los

regalos de mudanza me hacían sentir más optimista y me recordaban que

me cuidaba las espaldas.

Ubicado en el interior del sobre había un collar, una delicada

cadena de oro con un colgante de aves alzadas. Lo reconocí de

inmediato, porque había estado obsesionada con él cuando era

pequeña. Mamá solía usarlo todo el tiempo y yo había pasado lo que

parecían horas estudiando sus intrincados patrones brillantes. Para una

niña siempre había parecido como un encanto mágico, del tipo que se

debía de hacer señas para convocar a un hada y hacer que todos tus

problemas desaparezcan. Ya no creía en la magia, pero todavía pensaba

que era hermoso.

—Me lo encontré hoy mientras desempacaba. No sé si alguna vez te

lo dije, pero mi madre me lo dio, antes… —Bajó la mirada rápidamente—.

Bueno, antes de que me echara de casa…

—… Debido a que estabas embarazada de mí —terminé. Sabía que

había sido un momento muy doloroso para ella, pero no quería que tuviera

miedo de decirlo en voz alta o que tuviera secretos conmigo. No la

culpaba de nada. Y todo había salido bien, ¿no?

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—Sí. Me recuerda a ella. Pero creo que es hora de que lo tengas.

Nunca la conociste, pero estoy segura de que te habría amado. —Sus ojos

se llenaron de lágrimas y sentí un nudo en la garganta.

—Es tan hermoso —le dije, mirando la luz girando en la cadena—.

Gracias mamá. Voy a cuidar bien de ella.

—También he tomado una decisión. —Mi mamá agarró mis hombros

y me miró a los ojos—. Willa, esta será la última vez que nos mudemos, te lo

prometo.

—¿Sí? —Mi voz salió entre una risa y un sollozo. Nunca me había

prometido nada como esto antes y casi tenía miedo de creerlo.

Permanecer en un sitio durante un tiempo significaría que podría vivir

como la gente normal, haciendo amigos, teniendo más que un puñado de

cosas, de verdad formar parte de un lugar en vez de sólo estar ahí por un

tiempo.

Sin embargo, este lugar estaba más allá de lo normal. Nos

encontrábamos rodeados de belleza y podía sentir que se filtraba dentro

de mí, una vertiginosa mezcla burbujeante que fue directamente a mi

cabeza.

Sonrió, y la increíble luz de Arizona brillaba en sus ojos. —¿Eso suena

bien para ti?

Sonaba increíble. Estaba lista para darle a la vida de lujos una

oportunidad.

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3 Traducido por Madeleyn

Corregido por CrisCras

esultó que Cherise tenía razón. Tenía mucho que aprender. En

tan solo mi segundo día en la preparatoria Valley, o VP, como

a los lugareños les gustaba decir, mi cabeza ya daba vueltas.

Era como aprender otro idioma.

Al director lo llamaban “la mente maestra”. Las calificaciones eran

llamadas “formas”. Mis profesores de inglés e historia eran llamados por su

primer nombre, que serían Julia y Eugene, respectivamente.

—Hay tres tipos de profesores de primer nombre —explicó Cherise

mientras caminábamos juntas por el pasillo después del cuarto período.

—O son simplemente universitarios, o están dentro de una política

radical o van a terminar en una tina caliente con un estudiante.

—¿Pero es siempre alguno de los tres? —pregunté, poniéndola a

prueba con una sonrisa burlona. Pareció pensar en esto por un momento,

cruzando los brazos sobre su camiseta sin mangas de color verde

esmeralda—. Que yo no lo haya visto no significa que no podría suceder,

sin embargo.

—¿Y qué hay ahí abajo? —le pregunté a mi guía y esperaba que

amiga potencial, mientras señalaba un pasillo contiguo a un diorama

acristalado de una momia.

—Ese es el ala de antropología. Etnología, los simios, los estudios

diacrónicos, ese tipo de cosas. —Me devolvió una mirada confundida con

un movimiento de la mano—. Ya sabes, las culturas antiguas. De todos

modos, la momia es el verdadero negocio.

Jadeé. —¿Lo es?

—Quiero decir, personalmente no he desprendido un vendaje yo

misma, pero eso me han dicho. ¿Vas al comedor?

Eso era otra cosa. El colegio llamaba a la cafetería, sala comedor y

estaba limpio y blanco, y de hecho olía bien. En realidad, parecía un lugar

en el que Martha Stewart y la Condesa Descalza podrían llevar a cabo la

R

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receta secreta de los canjes. Había una pared de piedra maciza integrada

con un horno de pizza curvado hacia afuera desde el pasillo a la cocina,

por lo que los estudiantes podían ver el orden de las creaciones que se

deslizaban hacia el fuego. Otros parecidos fueron alineados por la

máquina de café y el bar de sushi.

Después de que había llenado mi bandeja con una ensalada verde

orgánica y una figura balsámica rellena de lomo de cerdo y quinua —un

almuerzo que habría sin duda impresionado a mi mamá, que le

obsesionaba la leche de cabra y la alternativa de cereales— recibí un jugo

recién exprimido.

Había una selección variada de sabores exóticos, como la papaya,

el açaí y agua de coco. Dos días aquí y ya podía sentir la formación de un

hábito peligroso. ¿Había rehabilitación para pasto de trigo?

—¿Tienen naranja? —preguntó una chica detrás de mí. Su pelo

oscuro y rizado estaba recogido en una coleta alta y llevaba una

chaqueta de mezclilla sobre un vestido negro ajustado.

Me puse de puntillas, tratando de ver hacia adelante en el menú. —

Creo que sí. Bueno, veo naranja de sangre.

—Naranja de sangre, suena repugnante —dijo.

—Mientras que no sea la pulpa. La pulpa es desagradable —dijo la

chica a su lado. También vestía de color negro, a pesar de que era más

curvilínea que la primera chica, llevaba el pelo suelto y lacio. Luego dijo

algo en español. Siempre había estudiado francés, así que no pude

traducirlo. Sea lo que sea, debe haber sido divertido, porque ambas se

reían. De repente me sentí paranoica. ¿Se reían de mí?

Me volví y les di una sonrisa preventiva. Si les sonrío, tendrían que ser

agradables.

Esa táctica pareció funcionar. La primera chica me sonrió. —Lo

siento. No quiero ser grosera. Sólo somos nuevas aquí. Todo es un poco

extraño.

—Yo también —dije, deseosa de conocer a otras personas nuevas.

Hasta el momento me sentía como la única—. Y sé lo que quieres decir.

La chica de pelo rizado se presentó como Mary y dijo que el nombre

de su amiga era Sierra.

Mary hizo un gesto hacia su bandeja. —Llaman a esto chuleta

japonesa. Yo lo llamo una importante actualización del pastel de carne de

nuestra antigua escuela.

—No me lo recuerdes —dijo Sierra con un estremecimiento.

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—La comida en mi vieja escuela era asquerosa, también. —Estaba

dispuesta a apostar a que venían de una escuela pública, al igual que

yo—. ¿A dónde iban antes?

—No has oído hablar de ella —dijo Sierra, desdeñosa—. Es en la

ciudad.

—No seas así. —Mary chasqueó la lengua.

—¿Qué? —dijo Sierra, frunciendo el ceño—. No lo haría.

—En realidad, tienes razón. Probablemente no lo haría, porque me

acabo de mudar a la ciudad —expliqué esperando ponérselo más fácil—.

Y si te sirve de consuelo, soy una especie de profesional en ser la chica

nueva. He empezado una nueva escuela cada otoño, más o menos.

—Guau. Supongo que no me puedo quejar, entonces. —Mary me

sonrió. No podía decir si era sólo por cortesía, pero me pareció genuina—.

Bueno, encantada de conocerte.

Tomé mi jugo y di un paso atrás en la multitud. Para el momento en

el que había pagado por mi almuerzo con la tarjeta de crédito emitida por

la escuela, había perdido la pista de Cherise, Mary y Sierra o cualquier otra

persona que conocí. Me paré con mi bandeja girando en busca de mi

próximo movimiento.

Otra cosa que era rara en la preparatoria Valley, y más obvia

cuando todo el mundo estaba en una habitación, era que no había punks,

ni tipos desaliñados, nada de chicos góticos ni chicos súper lindos,

metaleros, nerds ni artistas. Todo el mundo se mezclaba en un remolino

suave, un suave remolino de tejidos caros, que sólo hacen que personas

como Mary, Sierra y yo destacáramos más.

Eso significa que eran fáciles de detectar; ya estaban sentadas en su

propia mesa en la parte posterior de la habitación. Otra chica mexicana

estaba con ellas y se inclinaban sobre su comida.

Me sentí de alguna manera intrínsecamente relacionada con ellas,

tenía que ser la cosa de la escuela pública y lo nuevo. Me dieron ganas de

ir y decirles que no era tan malo ser nueva, que iba a ser más fácil. Pero,

¿quién era yo para decirles eso? Claramente ya tenían una camarilla en

marcha, mientras que yo seguía de pie con mi bandeja, tratando de

averiguar dónde sentarme.

Cherise me agarró de la manga. —Y nuestro tour continúa... por

favor, baja la barra de seguridad, mantén los brazos y las piernas en el

interior del coche. A nuestra izquierda, la barra de condimentos, un

ejemplo del siglo 21, la innovación en el servicio de alimentos.

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El alivio se apoderó de mí cuando me condujo hacia una cabina a

lo largo de la pared del fondo. Había grandes mesas en el centro de la

habitación, pero en las cabinas se encontraban sentadas cuatro personas,

y la mayoría estaban ocupadas con chicas de rostro serio y chicos con

cara de bebé.

—Esta es nuestra mesa de siempre —explicó Cherise—. Siempre nos

dan una cabina.

No tenía tiempo para preguntar quiénes eran “nos”, porque a

medida que depositábamos nuestras bandejas, Aidan Murphy pasó de

largo. Vestía una camisa de botones de color azul pálido y su cabello era

tan complicado como el primer día que lo había visto. Me gustaría decir

que no había pensado en él desde entonces, pero simplemente no era el

caso.

—Hola, Cherise —dijo. Y para mí—. Hola, tú.

—Hola —le contesté. Al encontrar sus ojos, sentí un destello de

hormigueo, como si todo mi cuerpo se hubiera quedado dormido a la vez.

O tal vez se había despertado.

Sí, tan guapo como lo recordaba.

Cherise me miró y alzó una ceja, como si dijera: Ahí tienes a tu chico.

Luego lo miró de vuelta. —¿Qué pasa, Murph?

—Sentada con las Glitterati, ya veo. La nueva chica se mueve

rápido.

Estuvo cerca durante un momento y me pregunté si iba a sentarse

con nosotros, pero luego se marchó, agitando una mano detrás de su

cabeza, saliendo de la sala comedor con su almuerzo. Debía tener algo

mejor que hacer, otra chica que atormentar u otro plan criminal para

actuar. Lo vi irse, sintiéndome un poco decepcionada y con ganas de

patearme a mí misma por ello.

—¿Qué es eso de las Glitterati? —le pregunté a Cherise cuando él

estaba fuera del rango de audición.

—Así es como llaman a nuestra tripulación. Kellie, Nikki y yo. No sé a

quién se le ocurrió. Es estúpido, lo sé, pero de alguna manera el nombre se

ha pegado.

Miré hacia arriba y parecía que todos los demás también lo hicieron.

El tintineo de las bandejas y el estruendo de la charla en las tablas

cruzadas pareció quedar en silencio. Una brisa agitó la habitación,

agitando los bordes de la bandera de la preparatoria Valley con su lema

flanqueando al león: Honor. Respeto. Fidelidad.

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Desde la entrada dos chicas se acercaron, caminando a grandes

zancadas, sus zapatos de tacón de aguja a juego con el golpeteo del

suelo, al unísono como su propia canción, su tema personal. Eran las chicas

que había visto en el estacionamiento el otro día. Las chicas guapas

resplandecientes. Ambas tenían el pelo largo y oscuro. Ambas eran

delgadas y sin esfuerzo en sus movimientos. Ambas parecían saber que

todos los ojos estaban puestos en ellas, y se regodeaban del momento. Era

como si acabaran de surgir.

Las Glitterati. Claro.

Inspiré, recobrando el valor y haciendo algunos cálculos rápidos.

Entonces, ¿qué si hubiera estado evitando este tipo de chicas en el

pasado? Esta era una nueva escuela y un nuevo comienzo. No había

ninguna razón por la que no encajaría aquí. Sólo tenía que mostrarles lo

mejor de mí.

—Elegantemente tarde, como siempre —dijo Cherise, una vez que

encontraron sus asientos en la mesa.

—Tomamos unos momentos para aplicarnos rubor en el baño —dijo

la chica a mi lado.

—¿Ves? —dijo la otra chica, sonriendo y tocando las manzanas de

sus mejillas.

—Encantador —dijo Cherise—. Chicas, esta es Willa Fox. Se acaba de

mudar aquí desde Colorado. La conocí en el aula. Bueno, supongo que

técnicamente nos encontramos en el estacionamiento.

La chica de al lado se echó el espeso cabello castaño a un lado y

reveló pasadores de diamantes del tamaño de monedas de diez

centavos.

—La chica de la bici, ¿verdad? Soy Kellie Richardson —saludó. La

confianza de su voz hacía juego con sus dientes blancos y su impecable

piel. ¿Podrían ser naturales? Algunas personas simplemente son

afortunadas con eso.

—Esa soy yo —dije—. La chica de la bici.

La otra chica se presentó como Nikki Porter. De cerca pude ver que

era convencionalmente menos bonita que Kellie, sus labios y su nariz eran

más pronunciados, ojos más entornados, pero tenía los dedos largos y

delgados, que estaban envueltos en múltiples anillos de platino que quería

totalmente.

—Bueno, ahora que lo hemos hecho creo que podría empezar —dijo

Kellie, buscando en su bolsa. Sacó unas pocas hojas fotocopiadas y las

entrego a su alrededor. Vi que las hojas eran de algún tipo de lista de

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verificación. Se volvió hacia mí—. Lo siento, no he hecho una para ti, pero

no sabía que estarías aquí. ¿Quieres compartir?

—Genial, gracias —le dije sonriendo. El hecho de que Kellie estaba

dispuesta a compartir cualquier cosa con la novata era una buena señal.

Pensaba que había ciertas reglas sociales irrefutables en todas las escuelas

secundarias y que una era que las chicas populares siempre eran

maliciosas, pero ese no parecía ser el caso en la preparatoria Valley.

Tal vez en un lugar con jefes de casas, prefectos, estudios

independientes y un código de honor todas las cosas tenían que ser un

poco más agradables.

—El primer punto es LBIs —dijo Nikki, riendo.

—¿Cualquiera lo obtiene? —preguntó Kellie.

—Contaba con la señora Bruning —dijo Cherise—. Por lo general

siempre tiene LBIs. Pero me ha defraudado. Hoy lleva una faja reductora

Spanx o algo así.

—Ew —dijo Nikki, agitando su mano sobre sus ojos—. Estoy teniendo

una mala visión.

—¿Qué es LBIs? —aventuré.

—Líneas de bragas invisibles —explicó Cherise—. Lo siento. Esto es

sólo un juego que jugamos en la primera semana de clases. Kellie lo hizo en

quinto grado. Es algo así como una búsqueda del tesoro, pero es todo

acerca de los maestros.

Por otra parte, tal vez eran maliciosas.

—Tengo uno —dijo Kellie.

—¿Quién? —exigió Nikki.

—La Sra. McDevitt.

—¿La profesora de inglés de la escuela secundaria? —dijo Cherise—.

Eso no cuenta.

—Cuenta. —Kellie agitó el tenedor sin cuidado alrededor de la

habitación.

—No estamos limitadas a la Escuela Superior. Inventé las reglas y en

ninguna parte se dice que hay que quedarse con la Escuela Superior.

Cherise se mostró escéptica cuando hundió sus dientes en su panini.

—No sólo eso —continuó Kellie—. Llevaba unos pantalones blancos.

Hola, el día del trabajo se terminó, señora. Un gran fracaso en la moda.

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—Tengo el siguiente —dijo Nikki—. Revisa esto, el señor Page

diciendo um quince veces consecutivas. —Tomó su teléfono y reprodujo la

grabación.

—Eso es clásico —dijo Cherise—. ¿Alguien que use una corbata de

lazo?

—Por ahí —le dije, saltando de emoción, apuntando a un profesor

de pelo blanco en la barra de condimentos.

—Oh, Dios mío, el señor Sinclair. ¡Buen ojo! No puedo creer que lo

tengas desde el principio —exclamó Kellie.

Vi, cuando fijó sus ojos en mí, que tenía una atracción magnética

sobre ella. No era sólo su belleza, era un aura de calma y control. La chica

nunca había tenido un momento embarazoso en su vida, estaba segura

de ello. Nunca había sido, probablemente, nueva en ningún lugar,

tampoco. Era pura herencia.

—Una bolsa de L.L. Bean2, con veleros —dijo Nikki.

—Dos mesas más —le dije—. La mujer con el pelo corto. Está a sus

pies.

—Tan cliché —dijo Nikki—. ¿Conduce un Civic, también?

Mi orgullo se hinchó. Infiernos, sí. Podría jugar este juego, y era muy

divertido. Sentí que me relajaba en mi asiento.

—Estás de racha, Willa —dijo Cherise—. Está bien, ¿qué hay de la

mancha de tiza en el suéter del Sr. Wolf?

Recorrí la habitación, pero luego me di cuenta de que no tenía ni

idea de a quién buscaba.

—No está aquí ahora mismo. Sabrías si lo viste. La tiza es una especie

de impacto —dijo Kellie.

—Voy a mantener un ojo en él —le dije—. Todavía no he conocido

muchas personas, a decir verdad.

—Eso no es lo que hemos escuchado —dijo Nikki, lanzándole una

mirada a Kellie.

Sentí el estrés, o tal vez eso fue sólo la carne de cerdo, formando una

bola apretada en mi estómago.

¿Que han oído? ¿Había gente hablando de mí?

2 L. L. Bean es una empresa estadounidense de venta por correspondencia, ventas por

internet y retail, especializada en vestuario y equipamiento recreativo en exteriores.

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Kellie se inclinó sobre sus delgados antebrazos y pude oler su

perfume. Era delicado y floral, probablemente se llamaba dinero. —Hemos

oído que conoces a Aidan Murphy y que estuvo flirteando contigo en el

estacionamiento.

Le sonreí sin querer. —No sé si fue flirtear. En realidad sólo hablamos.

No estaba segura de cuánto podía revelar y no quería que pensaran

que estaba enamorada de él o algo así. Por lo que podría decir, tener un

enamoramiento con Aidan Murphy era como animar a los Yankees, una

elección obvia y carente de imaginación. Y al igual que Cherise había

dicho, él era un coqueto, por lo que no debía sentirme especial.

Kellie me miró con interés. —¿Tienes un novio en Colorado o algo así?

—No —respondí.

—Entonces, ¿no hay chicos? —preguntó Nikki, tocando con sus uñas

su lata de Coca-Cola Zero.

Sentí un súbito interés sobre mí. —Había unos cuantos lindos, pero no

tenía mucho tiempo para conocer a nadie.

Kellie, que parecía ser la líder del grupo, siguió adelante. —¿Estabas

en Aspen? Mis padres tienen un apartamento allí y los chicos se la pasan

fumando.

Todas las chicas me miraban. —No, Castle Pines.

—Nunca he oído hablar de ese lugar —murmuró Kellie—. ¿En qué

liga estabas?

—¿Liga? —Puse mi tenedor en el plato. ¿De qué hablaba?

—Como, ¿deportes? —dijo Cherise—. ¿Sabías jugar al hockey o

lacrosse de campo o algo en contra de otras escuelas privadas? Mi primo

va a la Academia Mountain Crest.

—No, no practico ningún deporte, además de andar en bicicleta.

Estaba en el club de arte. Y fui a una escuela pública.

Me miraron como si fuera una desconocida, una especie exótica

extraída desde el fondo del océano. ¿Nunca habían conocido a alguien

de la escuela pública? ¿Alguien que no practicara deportes con un palo o

que fuera de vacaciones a esquiar en el condominio familiar?

Seguro que no.

—Pero estuve ahí sólo por un año, realmente —añadí, tratando de

recuperar mi zona de confort. Tal vez no estaba acostumbrada a ser el

centro de atención, pero estaba perfectamente bien. Sus rostros

mostraban nada más que curiosidad. No podía culparlas por eso.

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—¿Tus padres se transfieren mucho? Había una chica el año pasado

que vino de Singapur —dijo Nikki.

—Somos sólo mi mamá y yo, pero sí —dije, pensando en su

caballete—. Es algo así como una transferencia de trabajo.

—No te preocupes —dijo Kellie, su sonrisa brillante y el tono alegre

me hicieron sentir a gusto—. Nos aseguraremos de que conozcas a todo el

mundo aquí. Nos gusta ayudar, ¿verdad, chicas?

Cherise asintió con entusiasmo. Las miraba con asombro. Podrían

haber sido las chicas populares más amables que jamás había

encontrado.

—¿Podemos volver al juego, gente? —declaró Nikki—. Tenemos otra

página entera por superar.

Mientras hablaba, un chico alto con una camisa a cuadros azul y

zapatos de skate se acercó. Era de piel morena, con el pelo corto y de

cerca el tipo de cuerpo que imaginaba obtuvo de, no sé... levantar pesas

de coches económicos, ¿quizás? Se comportaba como si tuviera su propio

reloj, su propio mapa, sus propias leyes de la gravedad.

Todas en la mesa se volvieron a mirar.

—Oye, ese es Tre Walker —siseó Cherise—. Ya sabes, ¿el hijo de

Edwin Walker?

—Oh, Dios mío, me encantan sus películas —dijo Nikki, aplaudiendo

con entusiasmo.

—No, idiota. Fue la estrella al frente de los Detroit Pistons como hace

diez años —dijo Cherise.

—Mi papá dijo que se iban a mudar a la ciudad. Acaba de

convertirse en el entrenador de los Suns.

Kellie se rió de la confusión, un tintineo, una risa encantadora que

era prácticamente una melodía en sí misma.

—Creo que es un junior, ¿correcto? Definitivamente voy a invitarlo a

mi fiesta el próximo fin de semana. Ha pasado un tiempo desde que

tuvimos una celebridad por aquí.

El chico —Tre— seguía caminando junto a nosotros y me sorprendió

mirándolo. Nuestras miradas se encontraron por un momento y sonrió un

poco antes de alejarse.

Entonces se oyó el ruido de la versión de la preparatoria Valley de

una campana, que era una nota de arpa proyectada por el sistema de

altavoces. No es broma. Esta escuela era elegante en todo lo posible.

Reunimos todas nuestras cosas y nos levantamos para irnos.

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—Me gusta tu falda —dijo Kellie, tomando nota de mi atuendo con

una rápida mirada—. Súperlinda. ¿De dónde sacaste eso?

Genial. Aquí se preocupaban por la ropa, pero estaba totalmente

bien.

—Es vintage —dije.

—Se vería bien con tacones gruesos o con las nuevas plataformas de

Prada. Hay un gran almacén en Scottsdale que vende Gucci y los bolsos

Chanel, parecido al de las antiguas señoritas. ¿Has estado allí? Te llevaré

un día. Puedes encontrar algunas cosas buenas.

—¡Eso sería genial! —Pude sentir mis ojos iluminarse como los de un

personaje de anime.

Está bien, toma un respiro. Nada mata el momento, como la

estupidez.

—Oh, Dios mío. ¿Han visto los nuevos suéteres en Neiman’s? —dijo

Nikki cuando dejó caer su almuerzo apenas tocado, a la basura—.

Acaban de lanzar la colección de invierno.

—Tenemos que ir mañana por la tarde —dijo Kellie—. ¿Pueden

hacerlo?

—Sí —dijo Nikki.

—Yo también —acordó Cherise.

—¿Y tú? —me preguntó Kellie con una expresión de esperanza en su

rostro—. ¿Estás libre mañana?

Por supuesto que sí. ¡Era libre perpetuamente! No importaba que

todavía estuviera sudando con el calor de septiembre y realmente no

pensaba en productos de lana. Comprar sería divertido. Era una

experiencia unificadora.

—Mañana —repetí, como si estuviera pensando en ello. Como si ya

no hubiera imaginado el calor de tres nuevas y divertidas amigas. Como si

no supiera lo que iba a decir a continuación—. Eso sería perfecto.

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4 Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Maca Delos

l par número dos se ve muy ardiente, si me permites decirlo —

gritó Kellie detrás de la puerta en la sala de vestidores de

Neiman Marcus.

Nos probábamos ropa en el Valley Mall, un gran centro comercial al

aire libre con doseles de plantas verdes, fuentes burbujeantes y estanques

con peces koi, y, por supuesto, tiendas excesivamente caras. Habíamos

dejado nuestros coches —bueno, el de Cherise y de Kellie— con el valet,

ya que aquí nadie parecía aparcar por su propia cuenta. Añade a eso las

ráfagas de frío del aire acondicionado en todas las tiendas y el personal

de conserjería trayéndonos bebidas, y era un verdadero oasis en el

desierto.

—¿Cuáles eran esos? —pregunté.

—Las J Brands. Ahora me probaré las Cityzens.

Suspiré con satisfacción mientras inspeccionaba la pila de ropa

seleccionada por Kellie en mi vestidor. La vida con los Glitterati resultaba

ser tan brillante como sonaba. Los pasillos atestados parecían abrirse

cuando pasábamos por ellos. Gente a la que no conocía, ya sabía mi

nombre. Incluso los profesores parecían tratarnos diferente. En nuestra

clase de historia de Europa, el señor Barnesworth —también conocido

como Eugene— había dejado que Kellie se salteara las primeras dos

semanas de tarea. Todo lo que tuvo que hacer fue sonreír y explicar que

iba a consultar con su tutor cuál era la mejor manera de escribir sobre la

defenestración de Praga. Él simplemente asintió y volvió a su discurso.

Era como si me hubiera caído en un universo alternativo donde todo

era fácil, divertido y bonito. El paraíso, pero con mejores atuendos. De

ninguna manera iba a volver a Castle Pines.

Me puse una capota de lona suave como la mantequilla de Marc

Jacobs, un top sin mangas de raso y un par de oscuros pitillos lavados, y salí

al pasillo alfombrado de felpa entre nuestros probadores.

E

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Nikki, que ya estaba parada afuera, se quedó sin aliento. —Oh. Por.

Dios. Ese es increíble, Willa.

Cherise y Kellie abrieron sus respectivas puertas para ver.

—Estás que ardes —dijo Cherise.

—¿Eso creen? —dije, mirándome en el espejo de cuerpo entero en el

extremo de la habitación y tirando de la camisa. Nunca había sentido una

tela de tan alta calidad contra mi piel. Era algo de ensueño. El corte era

tan preciso que todo caía donde se suponía que debía caer.

Sí que lucía bastante bien. Un poco más refinada de lo normal, un

poco más calmada.

—Deja los volantes sueltos —aconsejó Kellie, buscando enderezar las

costuras—. Ese azul está hecho para tus ojos. De acuerdo, necesitas

comprar ese conjunto entero.

Técnicamente sólo tenía el dinero justo del seguro para cubrirlo—

dinero que se suponía debía durarme toda la semana. Pero era un

conjunto perfecto. Y, ¿cuándo fue la última vez que compré algo nuevo,

de diseño, que fuera a medida? Qué les parece, nunca.

El teléfono de Nikki sonó y lo sacó de su bolso. Echó un vistazo a la

pantalla y se echó a reír casi de inmediato. —Chicas, tienen que ver lo que

hay hoy en ValleyBuzz. Extremadamente divertido.

Le entregó su teléfono a Cherise. Ella agitó la mano y me lo pasó a

mí directamente. —Sabes que no leo esas cosas.

Un tono de irritación se había deslizado en la voz de Cherise. Era la

primera vez que oía algo que no fuera extrema alegría entre ellas.

—Oh, sí —dijo Nikki, poniendo los ojos en blanco—. Se me olvidaba

que eres perfecta.

Miré del rostro de Cherise al de Nikki, intentando descubrir lo que

sucedía. ¿Estaban bromeando o peleaban de verdad? ¿Se suponía que

debía tomar un bando en esto? Ni siquiera sabía de lo que hablaban.

Pero el teléfono estaba ahora en mi mano, así que bajé la vista

hacia él. En la pantalla había un sitio web, un blog de fotos, con las

palabras ValleyBuzz en letras color rosa en la parte superior. Era como un

cruce entre los blogs PerezHilton y Go Fug Yourself, pero con fotos de

estudiantes de la preparatoria Valley en lugar de celebridades.

Debajo había una foto de una chica que reconocí de mi clase de

trigonometría, desmayada en un sofá con bigotes hechos con rotulador en

sus mejillas.

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—Esa es Molly Hahneman en la fiesta de bienvenida de Shane la

semana pasada —dijo Nikki, con sus cejas bailando alegremente—. Se lo

hacen a una persona cada año. Odiaría ser ella. Esa cosa es difícil de

quitar.

Podía sentir mi estómago caer libremente mientras bajaba en la

página, pasando la foto superior. Había chismes anónimos sobre una chica

que se había hecho una liposucción durante el verano y otra que al

parecer había dormido con dos jugadores de lacrosse en una noche. Todo

era tan malvado, que casi no podía creer que alguien con la mitad de un

corazón pudiera soportar leerlo.

—Alguien empezó el sitio el año pasado —explicó Cherise para mi

beneficio—. Todo el mundo lo lee, y cualquiera puede publicar, pero es

completamente anónimo. Lo que significa que la gente puede escribir

cualquier mierda desagradable que aparezca en sus cabezas.

Más abajo en el blog, había un artículo titulado “Basura Nueva”.

Quería devolver el teléfono, pero la parte de mi cerebro que era TMZ3 en

potencia se puso a toda marcha y no pude evitar mirar.

¿Alguien más notó la cosecha de zorras extra-basuras becadas este

año? Al menos tres de ellas están en la clase de segundo año,

transportadas desde Maryvale. ¡Esperemos que las enfermedades que

estas nuevas Nauseabundas traen a la escuela no sean contagiosas! Me di

cuenta de inmediato a quién se refería el autor del comentario: Mary y

Sierra y su otra amiga—estaba bastante segura de que su nombre era

Alicia. Rápidamente dejé caer el teléfono en las manos de Nikki como si

hubiera sido sumergido en químicos tóxicos. Me sentía un poco sucia con

tan sólo leerlo. ¿Cómo podía Nikki reírse, siquiera?

—Concuerdo con Cherise —dije con firmeza—. Tampoco me gustan

ese tipo de cosas.

—Oh, vamos —dijo Nikki con un suspiro irritado—. Necesitan relajarse.

Molly pensó que era divertido. La oí hablar de ello hoy.

—¿Se te ocurrió que ella no quería parecer una tonta? —respondió

Cherise, con un ceño frunciendo su cara.

Kellie salió de los vestuarios con una gran sonrisa, y tres pares de

pantalones cubriéndole el brazo. —Está bien, chicas, ¡hora de terminar

nuestras compras!

3 TMZ es un programa y sitio sobre rumores de celebridades.

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Ante la orden de Kellie, el aire pareció aclararse de inmediato. Nikki y

Cherise ya no se enfrentaban y ambas contemplaban respetuosamente a

Kellie con sonrisas expectantes.

—¿Qué has elegido? —preguntó Nikki.

—En realidad no me puedo decidir, así que creo que sólo llevaré

todos. Nunca se puede tener demasiados vaqueros, ¿verdad?

—Incluso si no los usas —concordó Nikki fácilmente—. Son

simplemente impresionantes de tener.

Seguimos a Kellie a la caja registradora para pagar por nuestras

propias selecciones. Por un momento en la fila, me tambaleé. Realmente

no necesitaba la camisa y los pantalones. Tal vez debería guardar el

dinero, pensé, por si acaso.

Entonces, Kellie se volvió hacia mí y me apretó el codo. —Esto es tan

genial, Willa. Sabía que esas cosas se verían increíbles en ti. Voy a ser

totalmente tu compradora personal —dijo—. Y, por cierto, tienes que venir

a mi fiesta el próximo fin de semana. Es algo así como una cosa anual que

hago cada otoño, cuando mis padres se van a su yate.

Cherise y Nikki asintieron detrás de ella. —Es enorme, la fiesta del año

—dijo Nikki.

—No digas nada más. —Sonreí ampliamente—. Ahí estaré.

Era mi turno de pagar. La vendedora dio unas palmaditas en la caja

registradora, invitándome a entregarle la ropa. Seguí sus órdenes,

admirando la forma en que la camisa cayó en un charco con brillo sobre

el mostrador. Kellie tenía razón. Tenía que comprarlo. Y no podía esperar a

probármelo de nuevo cuando llegara a casa. Entregué el dinero y la

vendedora envolvió mis compras en papel de seda perfumado.

Sin duda podría acostumbrarme a esto, pensé, balanceando la

bolsa en mi muñeca mientras salíamos. Sin duda.

Cherise nos llevó a ambas de vuelta a su casa, un lugar encantador

de un solo piso, en un rancho de caballos de 400 metros cuadrados que

daba a las montañas. Aparcó el Jetta en la entrada y nos metimos. Una

mujer que supuse era su madre estaba en la cocina, de pie junto a la isla

con una taza de café.

—No pensé que estarías en casa tan temprano —dijo Cherise,

dándole un beso.

—Uno de mis pacientes canceló. Soy la mamá de Cherise —dijo ella,

tendiéndome una mano. Era alta y delgada y tenía la misma sonrisa dulce

que Cherise, a pesar de que llevaba el pelo mucho más corto, en un estilo

de hada—. Me llaman doctora en el trabajo, pero me puedes decir Gwen.

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—Willa —le dije—. Encantada de conocerla. Cherise ha sido mi ángel

de la guarda en la preparatoria Valley.

—Ella hace lo angelical bastante bien, ¿verdad? —dijo la doctora

Jackson, dirigiéndole una mirada irónica—. ¿Se divirtieron en el centro

comercial?

—Sí, y ni siquiera te dejé en quiebra… hoy. —Cherise sacó unas

Coca-Cola Zero de la nevera—. Vamos, Willa.

La seguí hasta su habitación, de paredes color verde lima y

modernos muebles blancos. Un mural de calcomanías de flores rosa fuerte

colgaba sobre su escritorio, mientras que un montón de portadas de discos

antiguos enmarcados yacían encima de su tocadiscos. Se acercó a ellos y

puso uno en marcha.

—Te va a encantar Jurassic Five —dijo—. “Contribution” es mi

canción del momento.

Me hundí en un cómodo sillón en la esquina, mirando sus estanterías,

llenas de libros de bolsillo con letras grabadas en ellos.

—Estoy algo obsesionada con los thrillers —dijo, notando que yo

miraba—. Pero tengo que ocultárselo a los snobs de revistas literarias en la

escuela. Nunca lograré meter algo en The Camel’s Back si se enteran que

leo Patricia Cornwell.

Sonreí. —Lo mantendré en secreto, lo prometo.

—No hay secretos en esta ciudad, ¿no lo sabes? La gente es

charlatana.

—Hablando de eso... ese sitio Buzz era bastante severo —le dije

tímidamente. No quería traer a colación un tema delicado, pero me había

estado inquietando desde la escena en los probadores y quería saber más

sobre lo que pensaba Cherise en realidad—. Todo eso de las

Nauseabundas, hablaban de las chicas mexicanas, ¿verdad?

—No lo sé. —Volvió a meter un disco en su envoltorio de cartón—.

Como he dicho, no lo leo. Creo que es puro veneno. Pero una de esas

chicas está en mi clase de composición. Mary Santiago, creo que es su

nombre. Parece agradable. ¿Qué decía el blog?

—Algo de que habían sido transportadas. Y que nadie quería

contagiarse sus enfermedades.

—Caramba —dijo, haciendo una mueca.

—¿De qué se trata eso?

—No lo sé. Algunos de estos chicos de preparatoria jamás han

conocido a nadie más allá de su código postal. Realmente no saben

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cómo manejar a los forasteros. Pero incluso para ellos, eso es bastante

desagradable.

Sentí una opresión en el pecho. Yo también era una forastera.

¿Había cosas sobre mí en este sitio? Si las había, no quería saberlo.

Recordé las palabras desagradables y esperé que Mary, Alicia y

Sierra jamás las leyeran, tampoco. Imaginé lo que sería para alguna de

ellas toparse con esa publicación que las llamaba “transportadas” y me

sentí mareada de nuevo. Sabía lo que se sentía ser nueva, y algo como

eso—bueno, eso lo haría diez veces peor. Era suficiente para hacer que

quisieras meterte en un agujero y jamás volver a la escuela.

Era posible que nadie les hubiera contado del sitio. Parecían estar en

su propia burbuja social. Pero aun así, si todos los demás lo leían, tarde o

temprano iban a descubrir qué pensaban estos matones sobre ellas.

Deseé, de repente, que hubiera algo que pudiéramos hacer para

intervenir.

Cherise se sentó en su cama, frente a mí. —Cuando llegué aquí por

primera vez, tampoco me aceptaron. Quiero decir, vamos: no me veo

como la mayoría de los chicos de este lugar, en realidad. —Señaló su cara

con los dos dedos índices—. Me tomó algunos años resolverlo, hacer

amigos. Aprender las reglas, el idioma.

—¿Y ahora? —le pregunté, mordiéndome el labio con nerviosismo

mientras esperaba su respuesta.

—Las cosas son diferentes. Es mucho mejor, te lo aseguro. No me

gustaría volver a como era antes. Me lanzaban cosas. Me ponían

sobrenombres. —Suspiró, recordando—. Tuve que darle una paliza a unas

cuantas chicas, y Kellie fue una de ellas.

—¿En serio? —pregunté, sorprendida. Me costaba imaginar a la

chica amable y elegante con la que había salido de compras, siendo

mala con Cherise, y mucho menos participando en una pelea de patio de

la escuela—. ¿Y ahora todo está bien?

Asintió. —Bueno, eso fue hace mucho tiempo. Todas hemos crecido.

Algunas más que otras, supongo. No la gente que publica en ese sitio.

Tuve una idea. —¿Qué tal si hacemos algo para que lo cierren,

como reportar las cosas malvadas?

—Alguien intentó hacerlo el año pasado, pero tan pronto como fue

clausurado por el director, apareció otro sitio igual al anterior. En realidad

no pueden controlar este tipo de cosas. La gente va a hablar sin importar

lo que pase, eso sólo les da una salida fácil. —Cherise suspiró—. Mira, Willa,

no te preocupes. Esa publicación era de algún perdedor al azar. No todo

el mundo en la preparatoria es así.

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—Espero que no —dije, mirándola a los ojos. Realmente esperaba

que no lo fueran. Todo había estado saliendo tan bien. Acababa de

empezar a sentirme como en casa aquí. Odiaría pensar que había entrado

en una especie de guarida de leones.

—Sólo ignóralo. A todo el mundo le gustas mucho. Eres diferente,

¿sabes? En el buen sentido. Kellie te invitó a su fiesta, ¿verdad? Y no le da

invitaciones a todo el mundo tan fácilmente.

Sonreí, dejando que el cumplido me inundara. ¿Era verdad eso

acerca de Kellie, o Cherise sólo trataba de hacerme sentir mejor? No lo

haría, ¿verdad?

¿Importaba eso, siquiera? Tenía a Cherise de mi lado, y se sentía

bien.

—Ahora, pasando a una pregunta más importante —dijo

pavoneándose, haciendo que su camiseta cubierta de seda con cuello se

agitara—. ¿Qué te pondrás el sábado?

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5 Traducido por DaniO

Corregido por Mery St. Clair

Oye! —Qué extraño.

Era la voz de un chico, profunda y dominante. Estaba inclinada

sobre mi bicicleta, tratando de abrir el candado que la mantenía

sujeta al soporte para bicicletas del estacionamiento. El sol de la

tarde era como un láser penetrando mi espalda, y ya me sentía un poco

nerviosa y marchita después de un largo día de escuela.

Cuando me giré, vi un Porsche plateado enfrente de mí. El chico

asomó su cabeza por la ventana y un mechón de su cabello captó mi

atención. Luego el bronceado codo. Mis ojos viajaron hacia el rostro. Era

Aidan. Con esa sonrisa suya.

Oh, Dios.

¿Mi cara ardía o era el sol?

—Desinflada.

¿Qué demo…? Ahora mi cara definitivamente estaba incendiada.

Mortificante.

Sí, mi pecho aún se encontraba en crecimiento, lo sabía, pero,

espera, ¿Qué hay de él?, ¿Cómo se atrevía?

—¿Qué si estoy, qué? —Jadeé, empujando mi bicicleta fuera del

soporte, a punto de lanzarla a modo de ataque.

Estoy perdiendo la cabeza.

Porque de repente noté a lo que él se refería. La llanta delantera de

mi bicicleta pinchada.

—Oh, hombre.

—Tienes que encargarte de eso.

Muy bien. Así que esto no tenía nada que ver con mis pechos. Eso

era bueno. Una llanta desinflada, no tanto. Mordí la uña de mi pulgar,

¡

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tratando de mantener la compostura y pensar. Probablemente podía

montarla hasta mi casa, razoné. Tan solo eran un par de kilómetros.

Él había estacionado su auto con las direccionales encendidas, por

lo cual ahora obstruía el carril. Era el final de un día escolar un viernes, y

otros coches habían formado una línea detrás de él, obviamente, ansiosos

de salir del estacionamiento del Instituto Valley para empezar su fin de

semana. Pero Aidan había abandonado su asiento, dejando la puerta

abierta e impidiendo que alguien esquivara su auto por los lados. Se

arrodilló junto a mí en el pavimento.

—Está bien. Quizás deberías mover el auto —dije firmemente, pero mi

interior tenía mariposas ansiosas. Por alguna razón, Aidan conseguía

ponerme extremamente nerviosa—. La gente está esperando. En serio, no

necesito ayuda, lo tengo bajo control.

—Pero no puedes montar esto hasta tu casa. —Se movió más cerca

de la bicicleta e involuntariamente contuve el aliento. Tocar mi bicicleta

era como tocarme a mí.

Miré alrededor, unos pocos coches más se habían unido a la línea. Él

se inclinó sobre la bicicleta, tocando la llanta. Sus manos eran grandes, sus

dedos hábiles y rápidos. Sabía lo que hacía. Lo observé, por primera vez,

con admiración.

Pero, espera un minuto…

Nunca dejo que nadie toque mi bicicleta. Era una antigüedad. Era

mi único símbolo de libertad. Y como dije antes, era mi más preciada

posesión. Mantén el control, estás perdiendo la calma.

—¿Qué demonios estás haciendo? —dije mientras salía de mi

estupor.

—Te llevaré a casa, muñeca.

Llevó la rueda con el marco de esta hacia su auto y abrió la cajuela.

Luego, empujó hacia abajo el asiento trasero para hacer más espacio.

—No gracias —dije, siguiéndolo de cerca—. Prefiero usarla así.

Entonces, metió el resto de la bicicleta.

—Es por tu seguridad. Montar con una llanta pinchada no es un

juego. Puedes salir gravemente herida o peor, matarte. De ninguna

manera. No si lo puedo impedir.

La chica en el Jeep detrás de nosotros empezó a tocar la bocina.

Luego dos coches más la imitaron. Durante unos segundos, una orquesta

entera de coches sonó.

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—Bueno chica nueva, parece que estás a punto de cabrear a toda

la población estudiantil —dijo y se deslizó en el asiento del conductor.

Palmeó el asiento del pasajero—. Vamos, no me hagas rogar.

Estaba bastante segura de haber conocido bien a este chico el otro

día. Y Cherise había confirmado mis sospechas acerca de él. Era

problemas con un signo de dólar en su frente. Pero ahora ¿qué otra opción

tenía? Él tenía razón. No me podía arriesgar a dañar mi bicicleta. Lancé

una mirada más por encima de mi hombro. La chica en el Jeep

presionaba su mano contra la bocina y al mismo tiempo sacaba su

cabeza por la ventana, viéndose como si en cualquier momento me fuera

a disparar. Así que me deslicé en el asiento del copiloto, no muy contenta.

Él se volteó hacia mí y me sonrió —no era esa sonrisa, tan sólo una

sonrisa estándar de problemas, aunque era una dulce sonrisa

problemática y me relajé. No había ninguna duda. Aidan tenía buenas

características genéticas.

—Lo siento por eso —dijo, dirigiendo el auto fuera del

estacionamiento con la palma de su mano—. Mi auto tiene una parrilla

para poner las bicicletas, pero ahora está en el taller. He estado teniendo

algunos problemas de transmisión.

—Entonces, ¿este es tu auto de repuesto? —pregunté, mitad

bromeando, pero también mitad sorprendida. La riqueza de los niños aquí

me seguía asombrando.

—De mi papá —dijo, encogiéndose de hombros—. Tiene toda una

colección, pero este es el único que me deja conducir.

—¿De autos? —Lo miré de reojo.

—De Porsches —Naturalmente—. ¿Hacia dónde?

¿En verdad quería que él supiera dónde vivía? Pensé por un minuto

en darle una dirección falsa o dejarlo que me llevara a un pequeño

supermercado o algo así. Pero se veía bastante inofensivo. Además de las

miradas asesinas y las obstrucciones públicas por supuesto. Un rápido

análisis de riesgos-de-atractivos-chicos me dijo que me arriesgara.

—Vivo en Morning Glory Road.

—¿Más allá del club de golf? Creo que sé dónde es eso. —Bajó su

mano y encendió el radio, en la cual ya sonaba Queens of the Stone Age,

el primer álbum reeditado, lo sabía esto porque lo había descargado

algunas semanas antes. Él cambió de marcha bruscamente y el auto se

sacudió hacia adelante, enviándome contra el asiento.

—Excelente bicicleta la que tienes.

—Gracias. Espero que no la hayas roto.

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—Nah. Sé lo que estoy haciendo. Trabajé en el Candence Cycle

hace un par de veranos.

Eso me sorprendió. —¿Haces reparaciones? ¿Con tus manos?

—No, contraté a un emigrante para que hiciera el trabajo. —Me miró

con una sonrisa afectada—. Por supuesto que lo hice con mis manos. Así

que, si alguna vez necesitas ayuda, ya sabes a quien llamar.

—Gracias —dije, mirando mis manos y retorciéndolas en mi regazo.

Los nervios nunca me habían dominado de esta manera—. Pero

normalmente hago yo las reparaciones y eso.

—Lindo. Me gusta una chica con una buena ética del trabajo. —Se

había puesto unas gafas de aviador, así que se veía como un piloto de la

NASCAR, olvídense de lo caliente que lucía. Tuve un tiempo duro tratando

de tomarlo enserio. ¿No lo haría cualquiera?

—Así que, ¿te ha gustado la escuela hasta el momento? Porque he

usado algunos de mis trucos para que encajes más rápido, sólo para que

sepas.

—Guau, gracias —dije, conteniendo una sonrisa—. VP Está bien,

supongo.

—¿Sólo bien, eh? ¿Qué, eres demasiado guay para nosotros,

Señorita Colorado?

—¿Cómo sabes de dónde vengo?

—Las palabras vuelan —dijo, y cuando nuestros ojos se encontraron,

pude sentir la sonrisa que yo había estado conteniendo esparcirse por mi

cara. ¿Ha estado preguntando por mí? ¿A otras personas?

—No soy muy guay. Yo sólo —mi teléfono vibró—, espera, tengo una

llamada.

Respondí, llevando mi mano hacia mi oído para oír por encima de la

música de Aidan.

—Willa, soy tu mmmmadrreee.

—¿Quién? —grité

—Es tu mmmmaddree

—¿Quién?

—Soy yo, ¿tu madre?

—¡Mamá! No podía escucharte. —Fulminé a Aidan con la mirada,

esperando que bajara el volumen a la música. Cuando no lo hizo, estiré mi

mano para hacerlo yo misma. Alejó mi mano. ¡Maldición! Tuve que apretar

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mi mano más fuerte contra mi oído para tratar de escuchar lo que mamá

decía.

—¿Dónde estás? —preguntó.

—Oh, en ningún lugar. —No sabía cómo explicarle a mi madre de

manera simple que un chico me daba un aventón—. Estoy de camino a

casa.

—¿Estás en un auto?

—Sí. En el de un amigo.

—Vamos Willa —gritó Aidan—. Cuéntale la verdad acerca de

nosotros.

Le gesticulé vehementemente, deslizando mi mano en frente de mi

boca, indicándole a Aidan que permaneciera callado.

—¿Quién es? —preguntó—. ¿Quién está contigo?

—Nadie —dije—. Sólo un chico.

—¿Un chico? —reprochó Aidan—. Vamos, ¿es eso todo lo que soy

para ti?

—Mamá, yo…

—¿Qué está ocurriendo?

—Este chico está siendo estúpido —dije—. Es sólo una broma

estúpida.

—¿Quién es él? —Sonó preocupada, su diminuta voz forzándose en

el auricular. Aidan hacía caras como si fuera a besarme, y en verdad

quería golpearlo. Esto no era agradable. Flirtear era una cosa… esto era…

no sabía que era.

—Mamá estaré en casa en unos minutos.

—¡Dile que dije adiós! —gritó Aidan mientras yo colgaba.

—¿Qué crees que estás haciendo? —demandé, observándolo.

—Te estoy entreteniendo en tu viaje a casa.

—Estabas asustando a mi madre, eso es lo que hiciste.

—Le di un poco de emoción. —Me echó una mirada, y luego

regresó al parabrisas—. Además, ¿tu mamá es una obsesionada con la

preocupación?

—Quizás.

—Lo dudo. No puedo imaginar a alguien como tú teniendo una

madre remilgada.

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—¿Que quieres decir con eso? —¿Era un elogio o un insulto? ¿Cómo

exactamente él define “alguien como yo”? Temía mirarlo en caso de que

la respuesta estuviera escrita en su rostro.

—Ya sabes, pollitas difíciles. Chicas con actitud. La manzana no cae

lejos del árbol. Apuesto que tu madre es una de esas mamá solteras,

jóvenes y liberales. ¿Tengo razón?

Claro que tenía razón, pero no le permití tener la satisfacción de

saberlo. —No del todo —murmuré, a pesar de que mi ira se desvanecía. ¿Y

como este chico sabía tanto? ¿Era un clarividente, también?—. Gira a la

derecha aquí.

Aidan frenó de repente y se desvió hacia mi calle, tan rápido que

pude escuchar la grava golpeando las ruedas. Casi tiró una planta de

agave de un vecino. Grité.

Estacionó el auto en la calzada cerca de la casa de mamá.

—La próxima vez adviérteme con tiempo —dijo.

Mis ojos se encontraron con él. —La próxima vez, no te metas con mi

mamá.

—La próxima vez házmelo más fácil, y no lo haré.

—Odio tener que decírtelo, pero no sé si habrá una próxima vez —

dije—. Tu manera de conducir me asusta.

—Tendremos que trabajar en eso. —Luego me dedicó otra sonrisa.

Salté de mi asiento y abrí la puerta de la camioneta para sacar mi

bicicleta. En mi mente tenía que terminar la escena como lo planeado—

fingir ser guay, sacar mi bicicleta, cerrar la puerta, y dirigirme directamente

a mi casa, sin girarme para mirarlo ni un segundo. Lo dejaría estupefacto.

Pero el drama con el perfecto guión en mi cabeza se abrió paso a la

realidad, porque la camioneta estaba cerrada con estúpida llave. Y Aidan

rebuscó a tientas en el interior, buscando el botón para abrirlo. No pudo

encontrarlo. Porque este no era su auto. Así que esperé a que él finalmente

apagara el motor, se desabrochara el cinturón de seguridad, abriera la

puerta, y llegara hasta donde yo estaba de pie. Me entregó mi bicicleta

aún sonriendo.

—¿Quieres que la arregle por ti? Quizás podría llevarla de vuelta a la

tienda y que cambien la rueda —preguntó.

—No, puedo arreglarlo yo. —Sostuve la bicicleta contra mi cuerpo

como un escudo. Estaba de mal humor ahora —nerviosa y confundida— y

quería que él se marchara antes de hacer algo embarazoso.

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—De acuerdo, Colorado, entendí el mensaje. Estás molesta —dijo,

levantando sus manos mientras caminaba de regreso al lado del

conductor—. Déjame saber cuando necesites mi ayuda.

—Lo haré —dije, asintiendo. Tenía mis labios presionados en lo que

esperaba fuera una expresión sardónica. Pero debajo de eso temblaba

como gelatina. ¿Cómo ocurrió esto?

—De nada por el aventón —gritó desde la ventana.

Se marchó de la calzada, la música y sus neumáticas chillaron al

unísono —dejándome en el frente de mi nueva casa, observándolo irse y

preguntándome lo que él pensaba. ¿Así eran todos sus días para Aidan?

¿Rescataba chicas en bicicletas todo el tiempo? ¿Por qué estoy tan

nerviosa?

¿Y por qué aún sigo aquí de pie? Pensé. Aidan no sólo me dejó con

una bicicleta en pedazos. De alguna manera, el chico había conseguido

escabullirse con mi calma.

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6 Traducido por Anna Banana & Mery St. Clair

Corregido por Vericity

ntré por la puerta principal, lista para decirle todo a mamá. Pero

una vez dentro, pude oír su voz, hablando por teléfono. Seguí el

rastro de las pilas de cajas de cartón rotos en la cocina, donde

se encontraba inclinada sobre el mostrador, vestida con pantalones

vaqueros y una blusa blanca, hablando en su teléfono móvil en un tono

bajo y escribiendo algo en un pedazo de papel.

—¿Está seguro? Bueno… Sí, lo entiendo… —Me miró rápidamente y

luego regresó su mirada al pedazo de papel—. Sí, gracias por la

información. Gracias. Estaré en contacto.

Colgó apuradamente y pasó una mano por su pelo, frunciendo el

ceño —no su expresión habitual para recibirme. Y, me di cuenta, no había

galletas, ni batido y ninguna clase de bocadillos. Debió haber estado

ocupada en la zona del estudio.

—¿Quién era? —pregunté.

Dobló el papel en octavos y lo puso en su bolsillo. —Ah, sólo una

organización, un grupo local en el cual esperaba trabajar como voluntaria.

Dan clases de arte a los niños pobres.

—Eso suena genial —le dije. Siempre había usado su tiempo libre

como voluntaria, dondequiera que estuviéramos viviendo. Creía en

devolver, esa era una gran cosa para ella, participar en la comunidad—.

¿Vas a hacerlo?

—Tal vez. Probablemente. Necesito pensar en ello. —Se enderezó y

metió el teléfono en su bolsillo. Tomó aire, y luego exhaló en un largo y

lento flujo—. Lamento no tener ningún bocadillo preparado. Ha sido un día

ocupado. Quería ir al mercado, pero no tuve la oportunidad. Ahora que lo

pienso, ni siquiera he comido. ¿Cómo te fue en la escuela?

—Estuvo bien. Las clases son buenas —le dije, dejando mi bolso sobre

una silla de la cocina. Abrí el refrigerador, buscando algo para beber, pero

no había jugo. Me dio un vaso y me serví un poco de agua de la puerta

E

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del refrigerador. Me dejé caer sobre la silla y suspiré feliz—. Todo es más o

menos… genial.

Estaba tan sorprendida como todos. Por lo general, mi mamá tenía

que darme una charla de ánimo al comienzo del año escolar.

Recordándome cómo me había adaptado a Searchlight, Corvallis,

Eastsound y Sandpoint. Ahora parecía como si estuviera escuchando sólo

a medias mientras miraba en mi dirección, ¿o estaba viendo detrás de mí?

—Genial… —repitió—. Entonces, ¿quién era el chico en el coche?

Alguien de la escuela, ¿verdad? Espero que no estuvieras viajando con un

desconocido.

Me volteé para ver lo que miraba, pero no había nada.

—Sí, no. Sólo era este chico Aidan.

Sólo este chico. Um, sip. Era mucho más que eso en mi cerebro, pero

una vez que lo dijera en voz alta, lo haría oficial, haría que me pusiese toda

obsesiva. No, quitarle importancia era una idea mejor.

—¿Es el chico del que hablabas el otro día? Creo que tu palabra fue

“intensa”.

Asentí, imaginándomelo asomándose fuera de su coche en el

estacionamiento, imaginándomelo expertamente sosteniendo mi bici. Mi

respiración se atascó en mi garganta. Está bien, Willa. Cálmate.

—Él es como el chico emblemático de los hijos de arrogantes y sexy

directores ejecutivos.

Le conté la historia. Pero para entonces, pocos minutos habían

pasado y la indignación por lo que había sobre mi bici, el teléfono, su

arrogancia, se había disuelto un poco, así que no fue tan convincente

como esperaba que fuera. De hecho, todo parecía un poco tonto,

especialmente porque me encontraba sonriendo todo el tiempo y con la

sensación de que iba a estallar.

Mi mamá permaneció allí de pie con los brazos cruzados,

mirándome, pero sin sonreír. —Bueno, suena como un coqueto. Sólo ten

cuidado.

Esa no era exactamente la reacción que esperaba. Risa, sí. Simpatía,

tal vez. Envolví mis dedos alrededor de mi vaso. —Esa es su reputación, sí.

—Sólo no quiero que resultes lastimada.

Casi parecía que me regañaba. ¿Pero por qué? Esto era extraño.

Nunca había sido tan sobreprotectora en el pasado. Siempre me había

animado a salir y hacer amigos. Y este pueblo parecía tan seguro y libre de

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crimen. Por otra parte, tal vez todo el asunto de hombres la hacía sentir

incómoda.

—Ni siquiera me gusta este tipo, así que no hay nada para

preocuparse. Sólo pensé que era gracioso. —Cogí mi vaso y lo puse en el

fregadero—. ¿Debería ir a ver que hay en paga-por-ver más tarde?

—No, no te molestes. En realidad tengo que estar en algún lugar esta

noche. —Sus ojos recorrieron la habitación como si estuviera buscando una

tarjeta para leer—. Hay una reunión de alimentos naturales de la

cooperativa. Pensé en unirme.

—Pero es noche de película —le dije, con decepción. Esta era la

primera vez que cancelaba nuestra tradición semanal. Era como una cosa

sagrada para nosotras—. Creo que puedo verla yo sola.

—O podríamos dejarlo para mañana —ofreció.

—Hay una fiesta mañana por la noche. Se supone que debo ir con

esta chica Cherise. Mi nueva amiga.

—¿Necesitas a alguien que te lleve?

—No, dijo que podía llevarme. También me invitó a quedarme más

tarde. Es realmente fascinante. Creo que te gustará.

—Eso es bueno —dijo vagamente. Miró a su teléfono de nuevo y

luego a su reloj de mano. ¿Qué le pasaba? Hubiera apostado a que

estaría dando saltos de alegría por mí al asistir a una fiesta, de que había

hecho amigos, pero estaba actuando como una adolescente angustiosa:

distraída, mal humor y, francamente, rara. ¿A caso había algún tipo

contagioso de “Un viernes de locos”?

—De hecho, debo irme. Se me hace tarde.

Tomó su bolso del mostrador y se dirigió a la puerta.

La vi cerrarse detrás de ella, y luego me senté de nuevo en la cocina

ahora en silencio, sintiendo todo mi entusiasmo por el fiasco del día

desvanecerse ante el repentino silencio.

—Pues bien, diviértase, entonces —dije, mis palabras resonando a

través de la casa.

La casa de Kellie se encontraba en un camino sinuoso en su propia

montaña, el cielo se extendía por encima como una marquesina de color

violeta brillante. Era enorme, a estilo de un castillo medieval con alas de

piedra en el patio delantero. Cactus y plantas fueron plantados

estratégicamente para que se vieran naturales, como si la mansión entera

hubiera aparecido espontáneamente, junto con las puertas de seguridad y

todo. Los coches estaban estacionados en toda la longitud de la calzada,

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desde la puerta hasta el teléfono público a la entrada de la calle y al

cruzar el puente, el cual se encontraba entre un pequeño valle.

—¿Aquí es donde vive? ¿Estás bromeando? —dije, mi mandíbula

cayendo a medida que observaba el castillo de Kellie.

—Lo sé, ¿verdad? —dijo Cherise mientras estacionaba su Jetta, se

alisó las cejas y enderezó su blusa color verde esmeralda—. Es enfermo. Su

padre tiene su propio fondo.

Le di la mirada. —¿Sabes lo que el padre de todo el mundo hace?

Se encogió de hombros. —Es sentido común.

Estaba tomándole el pelo, pero también me preparaba para el

momento en que el tema de mi papá —o la falta de él— llegara. No era

que no quería hablar de ello, pero era una situación complicada de

explicar. Los padres de Cherise eran cirujanos cardíacos, me había

enterado hace poco. Casados desde siempre. Tenía un hermano que era

estudiante de primer año en Cornell. Todos se llevaban bien. Tenía todo

normal, de una manera privilegiada a lo Paradise Valley.

Salimos hacia el calor suave de la noche, Cherise guiándonos a la

puerta principal en forma de arco. Yo aún trataba de levantar mi

mandíbula del suelo. En el interior del vestíbulo con fríos azulejos y

columnas de mármol fuimos recibidas por un enorme candelabro

colgando del techo a diez metros del suelo, tan grande que me hizo sentir

como si estuviera en una iglesia. Eso fue hasta que vi los vasos de plástico

color rojo esparcidos sobre la mesa antigua, y oí una versión de una

canción de The Killers sonando por toda la casa.

El estruendo de la guitarra eléctrica era como un canto de sirena.

Fuimos en busca de la música, la cual venía de una banda de cinco en la

sala de estar. Cherise se volvió a mí para sonreír mientras nos sumergimos

en la palpitante multitud que saltaba arriba y abajo y gritando al compás

del vocalista.

—¿Son todos de la preparatoria? —le pregunté a Cherise,

asombrada. No reconocí a la mayoría de ellos.

—Nah. Algunos son de otras escuelas, principalmente de las ligas:

Perkins Day, Willard Academy. Creo que también invitó a unos cuantos de

UA. Kellie conoce a casi todo mundo. Ella es, como, infame.

—Quieres decir famosa —le dije.

—No. Me refiero a infame. Ya lo verás.

Miré a Cherise para saber si estaba siendo sarcástica, pero su

expresión era seria. La intriga me invadió de inmediato. Kellie era preciosa

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y vivía en un jodido castillo y ¿era una leyendo local? Su calidad de estrella

brillaba cada vez más.

Pasamos por la cocina, la que hizo que nuestro nuevo lugar de lujo

en Morning Glory pareciera un set de juego para niños. Mi cabeza

rebotaba en torno a mi cuello como si fuera una muñeca. Una isla de

mármol gigante abarcaba el cuarto, rodeada por electrodomésticos de

tamaño-restaurante y un televisor plano gigante mostraba el futbol.

Algunos chicos estaban alrededor mirando. Sobre los mostradores de color

blanco había platos de todos los aperitivos que me podían ocurrir, más un

montón de cosas que no habría esperado ver en una fiesta de

preparatoria, como queso y ostras crudas. Un refrigerador de piso al techo

se hallaba repleto de botellas de vino. En el otro lado de la habitación

había una chimenea enorme, de esas antiguas en las cuales la gente

utilizaba para cocinar. Era lo suficientemente grande como para asar a un

humano.

Por todo lo que sabía, el asar a un humano estaba en la agenda. Si

alguien podría convertirlo en un juego de bebida de moda, era Kellie.

Cherise me guió a través de las puertas francesas al patio trasero. De

ahí, un pasillo llevaba a una piscina iluminada con cascadas, un bar, una

pequeña isla con palmeras y una bañera. Más allá se encontraban las

pistas de tenis, una zona cercada con caballos pastando y establos, y un

brillante edificio acristalado que parecía una galería de arte, pero de

coches. Un espectáculo de luces se proyectaba por el cielo y estallaba en

colores brillantes.

—¿Esta. Gente. En. Realidad. Vive. Aquí? —pregunté.

—Y ella es hija única —dijo Cherise—. Hay como doce habitaciones

para tres personas.

—¿Podemos ir al jacuzzi? —Brinqué de puntillas como una niña

pequeña.

—Por supuesto —dijo Cherise—. Hay algunos trajes de baño en la

cabaña, si no trajiste uno. Kellie siempre compra extras para los invitados.

—¡Hola, chicas! —dijo Kellie, corriendo hacia nosotras. Llevaba un

minivestido de lentejuelas y tacones de aguja y llevaba algo en una copa

de Martini que goteaba sobre los bordes. Nos besamos en la mejilla.

—Oh, Dios mío, Kellie, tu casa es increíblemente fuera de control —

exclamé.

—Gracias —dijo, agitando su mano como si fuera nada, las

vibraciones de glamour rebotando de ella como las luces de su vestido

brillante.

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De pie junto a ella, me sentí notablemente mal vestida. Llevaba

pantalones vaqueros que había comprado en el centro comercial y un

vestido de verano que había cosido y atado a una túnica. Cherise me

había asegurado que estaba bien, pero ahora, mientras Kellie me miraba,

lo dudaba.

—¿Qué le sucedió a la camisa nueva, Willa? —preguntó, frunciendo

el ceño cuando tocó la tela de la manga.

—No sé, cuando la probé nuevamente era un poco demasiado

grande.

—Vamos a tener que cambiarlo entonces, ¿no? —dijo Kellie,

entrelazando su brazo con el mío mientras las treces cruzábamos el

césped—. Me encanta regresar tanto como ir de compras. Tal vez

podamos ver las chaquetas nuevas, también. ¿La semana que viene?

—¡Por supuesto! —dije. En realidad, fue más como un chillido. No

estaba segura cómo podría obtener más dinero de la caja sin que mi

mamá se diera cuenta, pero me preocuparía de eso más tarde.

Dos chicos sosteniendo vasos de cerveza caminaron cerca de

nosotras. Uno de ellos era alto, de pelo castaño claro y una camisa

arrugada con botones; el otro era rubio y de estatura de futbolista. Ambos

eran lindos en la manera de los chicos de escuela privada, lo que

empezaba a crecer en mí.

—Hola, Kellie. Hola, Cherise. Hola, Willa.

¿Los conocía? No recordaba haberlos visto antes. Sonreí de todas

formas, sin saber en realidad cómo había llegado hasta aquí, cómo esto

podría ser una escena de mi propia vida. Pero lo era, y se sentía como un

parque de diversiones.

—Esta es la primera fiesta de Willa en Richardson —dijo Cherise—,

tenemos que asegurarnos que se divierta.

Como si fuera a tomar mucho esfuerzo. Este lugar era impresionante.

—Totalmente —dijo Kellie—. Siéntanse libres de vagar por ahí,

chicos… el jacuzzi está encendido. El barril está en el cenador. Después

veremos Superbad en el teatro. Tengo que asegurarme si Donovan ha

llegado. Vuelvo en un minuto.

—¿Quién es Donovan? —pregunté, después de que ella se alejó.

—Donovan es su hombre nuevo —explicó Cherise, levantando sus

cejas sugestivamente—. Es un estudiante de último año de Willard. Pero,

¿qué se sabe con ella? Puede haber otro para el final de la noche.

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—Así que, ¿es por eso que es infame? —cuestioné, mirando a Kellie

desde la distancia mientras arrojaba sus brazos alrededor del chico rubio

que acababa de pasar junto a nosotras.

Cherise se rió con sorpresa.

—Sssh. No. Eso no es lo que quise decir. —Después miró a su

alrededor para ver si alguien nos había escuchado—. Uno nunca sabe

quién le irá con el chisme a Buzz.

—No lo he visto desde ese día en el centro comercial —admití—.

Aunque he oído a estudiantes hablando de ello en la escuela.

Puso los ojos en blanco.

—Sí, es mejor simplemente ignorarlo. Eso es karma negativo.

Cherise y yo nos arremolinamos entre las palmeras. Se detuvo para

hablar con un chico que dijo que conocía por el club de tenis de sus

padres. Me di cuenta por la forma en que inclinó la cabeza hacia un lado

que éste podría ser algo para ella, así que la dejé por un momento y

continué explorando el terreno. ¿Quién sabía qué más había por aquí?

¿Una rueda de la fortuna? ¿Un zoológico de mascotas?

Fuera de las ventanas iluminadas de la cochera pude distinguir la

silueta de una figura. Cuando me acerqué, lo reconocí como Tre Walker, el

chico que Kellie había señalado en el comedor. No podías no fijarte en él,

ni antes ni después. Era por lo menos un metro ochenta, llevaba una

chaqueta delgada y unos jeans que apenas parecían contener su

estructura muscular. Sostenía un vaso de plástico de color rojo entre sus

dientes mientras escribía en su teléfono. Guardó el teléfono cuando me vio

y su frente se frunció en una expresión seria.

—Lo siento, no quise interrumpir —le dije.

—No, está bien. Sólo tenía que alejarme de todo por un minuto.

—Yo estoy tratando de poner mis ojos de nuevo en mi cabeza. Este

lugar es ridículamente fantástico.

Sonrió, la seriedad derritiéndose para dar paso a los suaves pliegues

de su cara.

—Te escucho. Soy Tre. Tú eres Willa, ¿verdad?

Alguien más que sabía mi nombre. Increíble.

—Síp.

—Deberías ver los coches —dijo.

Me asomé a la cochera.

—¿Qué es el que tiene la raya naranja?

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—Es un Bugatti. Es una empresa italiana, muy rara. Cuestan alrededor

de dos millones. Jay-Z tiene uno, supuestamente Beyoncé lo compró para

él.

—Por Dios —dije—. Por dos millones, espero que bombee su propio

gas.

Se echó a reír, una risa profunda y contagiosa. —Vuela, navega y

también hace la cena.

—En ese caso, lo pondré en mi lista de deseos de Amazon.

—Oye, nunca se sabe por aquí. —Señaló a la multitud de personas

en el patio—. Hazte amiga de las personas correctas y podrías conseguir tu

deseo.

Suspiré. —Una chica puede soñar. Pero si no, una chica puede

conducir una bicicleta. Así que, me han dicho que acabas de mudarte

aquí.

—Has oído bien. Mi padre es entrenador de los Suns. Gran cosa,

¿verdad?

—No sé nada de baloncesto —confesé—. Pero definitivamente

suena como algo grande. Quiero decir, estoy impresionada.

Sacudió su cabeza para mostrar su indiferencia. Bajo la luz amarilla,

sus ojos cubiertos de largas pestañas eran opacos, pero también había

misterio en ellos. Nunca darían demasiada información.

—Para ser sincero, no soy un gran fan. Me aburre.

—¿Sí?

—Pero no le digas que dije eso, probablemente me quitará de su

testamento. Si es que estoy en él, para empezar. Tiene como seis hijos. Al

menos, de los que sabemos. —Bebió de su cerveza y me pregunté si

estaba un poco borracho. Sin duda hablaba libremente.

—¿Así que asumo que ustedes dos no son unidos?

—Crecí en Detroit con mi madre. Viví allí toda mi vida. Pero, ya

sabes, decidieron que era hora de conocer a mi padre. Es la historia típica

del “El Príncipe de Bel Air”: chico de la calle es enviado a vivir con sus

familiares millonarios. Los parientes lujosos tratan de convertirlo en un

caballero.

—Pero entonces, los familiares de lujo se enfrentan con la inteligencia

callejera que nunca pensaron —dije—, y todos ganan.

—Exactamente. Bueno, estamos trabajando en la parte cálida y

difusa. Pero hasta ahora todavía me tratan como el chico de la piscina.

Pero ya después te diré lo que pasa.

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—Hola, chicos. —Kellie trotaba hacia nosotros a través del jardín. Al

principio pensé que sólo eran sus tacones hundiéndose en el suelo arenoso,

pero a medida que se acercaba me di cuenta que era el Martini

desequilibrándola—. Willa, te he estado buscando por todos lados.

—Oye —le dije—, ustedes dos se conocen, ¿verdad?

—Síp, nos hemos conocido. Hola, Tre —dijo con dulzura—. ¿Puedo

hablar contigo por un minuto, Willa?

—Seguro. ¿Qué pasa?

—Pero no aquí, ¿vale? —Hizo un gesto con su cabeza hacia el patio.

Pensando que era chisme de chicas, me encogí de hombros en

dirección de Tre.

—Bien, te huelo más tarde. —Le oí reír mientras me alejaba.

Sus tobillos se tambalearon y me agarró del brazo antes de que

cayera allí mismo en su patio. Tiré de ella para estabilizarla, pero podía

sentir que su cuerpo ya estaba gelatinoso, saturado de alcohol.

—Vaya —dije, apretando mi agarre. Me preocupaba que fuera a

resbalar de nuevo—. Tranquila.

Debió haber habido más de un cóctel desde que la vi por última vez.

Esperaba que no hubiese exagerado.

—Estoy bien. Estoy bien. Así que… —Tragó saliva, empujando su

barbilla contra su pecho—. Así que te vi allá, y sólo, no creo que él sea una

buena persona para que le hables.

Retuve mi sorpresa. —¿Por qué no?

—He escuchado algunas cosas —susurró, pero probablemente no

tan silenciosamente como pensó que lo hacía—. Como, que fue enviado

a uno de esos campamentos de entrenamiento antes de venir aquí, Willa.

Tú sabes, tiene un registro.

Me tuve que reír. Después de que él acababa de contarme de su

pasado, podía ver como un rumor de este tipo podría comenzar. Detroit

estaba a mundos de distancia de Paradise Valley. Probablemente

galaxias.

—No es divertido —insistió—. Ya lo había invitado y todo antes de

enterarme, pero no creo que lo queramos junto a nosotros.

—Parece ser buena onda. ¿Estás segura que no es sólo una historia?

—Estoy segura.

—¿Quién te dijo?

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—No lo sé. No importa —espetó con impaciencia.

Retrocedí un poco, sorprendida por su tono.

—Tú no conoces este lugar como yo, Willa. La gente no toma bien la

honradez dudosa. —Su voz se tensó con impaciencia y fastidio. Estaba

demasiado oscuro para ver sus ojos, pero podía ver su maquillaje metálico

relucir—. ¿No lo entiendes? Sólo estoy tratando de protegerte.

—Gracias —dije—. Te lo agradezco, pero no quiero ir por ahí

juzgando a las personas...

Se convulsionó con un hipo y su estado de ánimo alegre de antes

volvió.

—No te preocupes por él, ¿vale? Vamos a divertirnos.

—Oye, Kell. —Un chico de aspecto extraño y delgado con una

camisa café caminó hacia nosotras. Tenía que estar a mediados de sus

años veinte, quizás incluso a los treinta, porque estaba quedándose calvo.

Ella le dio un saludo coqueto. —¡Hola, Doug!

Él señaló un sobre marrón que tenía debajo de su brazo. —¿Dónde

quieres que te ponga esto?

—Oh, sólo lánzalo sobre el escritorio en la biblioteca. Te pagaré sin

falta mañana —contesto Kellie.

Mi estómago se revolvió. Desde donde yo era, esto parecía un

asunto de drogas. Uno de los mejores, de los más limpios traficantes del

mundo, pero un traficante no obstante. Nunca quise admitir que Kellie y

compañía fueran demasiados buenos para ser verdad, pero si debía ser

sincera, este era el momento.

—Es un placer hacer negocios contigo, K. Como siempre —dijo

Doug.

Luego se dio media vuelta y desapareció entre la multitud.

—¿Que fue todo eso? —pregunté, rezando para que Kellie no

estuviera a punto de invitarme a inhalar unas líneas de droga en la

biblioteca.

—Oh, Doug es mi tutor… mis padres le pagan para que me ayude a

mantener mi perfecto promedio. —Se inclinó hacia mí y susurró—: No le

digas a nadie, pero básicamente hace mis tareas por mí. Es un acuerdo el

que tenemos. Le doy dinero extra por hacer todos los trabajos, así yo tengo

más tiempo para, ya sabes, pasar el rato con amigos y fiestas.

La miré y sonreí con alivio. Hacer trampa estaba mal, pero ni de lejos

tan mal como tener problemas con drogas.

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Entrelazó su brazo con el mío otra vez.

—Pero en serio, esto es ultra secreto. Eres la única a quien se lo he

dicho. Ni siquiera Nikki o Cherise lo saben y son mis mejores amigas.

—Mis labios están sellados —dije, halagada por su confianza, incluso

si el secreto fuera un poco comprometedor.

—Sabía que podía confiar en ti, Willa. —Dejó caer su cabeza sobre

mi hombro, y pude oler el alcohol en su aliento.

—¿Estás bien, Kellie?

—Sólo un poco… mareada… —Su voz se desvaneció.

La guié hasta la puerta.

—Quizás deberíamos entrar.

—Sí, quizás debo recostarme un poco —arrastró las palabras—. Mi

habitación está por aquí.

Caminamos por un largo pasillo, pasando al menos diez puertas.

La habitación era, como el resto de la casa, grande y lujosa. El armario me

recordó a un programa de televisión que vi en la casa de Mariah Carey —

filas y filas de ropa como una boutique, ordenado por color. Guié a Kellie a

la cama de dosel y luego le ayudé a desabrochar las correas de sus

zapatillas. Se dejó caer contra las almohadas y cerró los ojos.

—Sólo una siesta rápida —murmuró—. Despiértame cuando

Donovan llegue.

—Vale —dije, aunque no estaba muy segura de que estuviera en

buenas condiciones para ver a Donovan, o alguien más, en este

momento.

Cerré la puerta detrás de mí y decidí regresar a la fiesta. Kellie iba a

pasársela durmiendo.

Después de un de un rápido viaje al baño de Kellie para refrescarme,

salí de la habitación para buscar a Cherise o a Nikki, quería hacerles saber

que Kellie estaba fuera de combate. Caminé lo que esperaba fuera un

atajo a través del ala de salas. Una puerta daba a una habitación familiar

llena de estantes de caoba, después una sala de juego en la cual un

montón de chicos jugaban billar. Pasé otra sala que parecía ser un cine, y

más allá de eso, un tipo de biblioteca. La casa seguía haciéndose más

grande.

—Oye, Willa. —Nikki agitaba la mano hacia mí. Se encontraba

sentada con tres chicos en una mesa, usaba una camisola de encaje—.

Jugamos para ver quien bebe más. ¿Quieres participar?

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—No lo creo —dije, sintiéndome mareada. Quizás fuera la enormidad

del lugar, o simplemente la estimulación excesiva de todas las imágenes o

sonidos. Después de examinar el daño con Kellie, la última cosa que quería

hacer era comenzar a jugar un juego de bebidas—. Llevé a Kellie a

recostarse. Estaba acabada. ¿Crees que deberíamos hacer salir a la

gente?

—De ninguna manera —dijo Nikki con una carcajada—. Estará

despierta en una hora.

—Si tú lo dices. —Me encogí de hombros, indicando mi ignorancia.

No conocía a Kellie lo suficientemente bien, borracha o sobria, para sugerir

lo contrario—. ¿Has visto a Cherise?

—No. ¿Quizás esté ligando?

—Tu turno, Nikki —dijo uno de los chicos.

Nikki hizo un ademán de indiferencia. —Dime si la encuentras, Willa.

Vuelve a verme dentro de un rato, ¿vale?

Asentí y regresé a través del laberinto nuevamente. Podría

fácilmente perderme en la casa y nunca ser vista otra vez.

A través de la ventana en el pasillo, vi a Tre sentando solo en uno de

los muros de piedra rodeando la propiedad. Sostenía un vaso de plástico

rojo y miraba hacia el cielo. Me pregunté si Kellie le dijo a todo el mundo

en la fiesta sobre él. Aún no sabía que pensar, pero si iba a pasar tiempo a

su lado, lo mejor sería simplemente confiar en ella. Ahora eran mis amigas,

y conocían a todos mucho mejor que yo.

—Willz. Lo sienta, estaba perdida —gritó Cherise. Se encontraba en el

extremo opuesto del corredor y su voz resonó en mi camino—. Tenía que

usar el baño, y sabes como es esto… terminé saludando a un montón de

personas.

—¿Qué ocurrió con el chico del club de tenis? —pregunté,

caminando para encontrarme con ella.

—Eh, tiene novia.

—Lo siento —dije, poniendo una mano en su hombro—. ¿Estás bien?

—Sí, era un imbécil, de todos modos. —Sacudió su masa de rizos—.

Soy demasiado para él.

—Kellie estaba realmente borracha, así que la llevé de regreso a su

dormitorio para recostarse —dije—. Quizás deberíamos ir a comprobar

como sigue.

—Sí, probablemente sea buena idea. Se ha emborrachado así en un

par de ocasiones. La fiesta es una locura, ¿cierto?

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Asentí con entusiasmo.

—Te dije que sería genial.

Señaló detrás de mí, hacia la ventana. —Oye, mira, allí está tu mejor

amigo.

Al principio pensé que hablaba de Tre, pero luego me giré para ver a

Aidan Murphy cruzando el patio. Un escalofrío recorrió mis extremosidades.

¿Estaba feliz de verlo? Esto debía terminar.

Mientras lo observábamos, esperé que se detuviera con el grupo de

chicas usando vestidos diminutos, pero pasó al lado de ellas y siguió su

camino hasta donde Tre estaba sentado. Él y Tre intercambiaron un tipo de

saludo y Aidan se sentó con él. ¿Eran amigos?

Entonces, sin previo aviso, se volvió para mirar en nuestra dirección,

como si intuyera que lo observábamos. Cherise lo saludó con indiferencia,

y yo quería ocultarme, pero que iba a hacer, ¿saltar detrás de Cherise?

Él le devolvió el saludo, y luego me miró a mí. Sonreí a través del

cristal.

—Él es malo para ti —dijo Cherise.

—Nop —dije, sonrojada—. Es un mujeriego.

Sin embargo, cuando él se apartó de la pared, y pareció dirigirse en

nuestra dirección, me apoyé del borde de la ventana buscando un

soporte. Traté de mirarme de reojo por el vidrio. ¿Me veía bien? Él estaba

acercándose.

Antes de que entrara a la casa, se giró, sin embargo, y se detuvo a hablar

con alguien más, un chico que no había visto antes.

Oh, bueno. Quizás lo ahuyenté.

Dejé escapar un ligero suspiro, me dije a mí misma que era de alivio.

—¡Ya es la hora! —exclamó Cherise, interrumpiendo mis

pensamientos—. Aquí viene el ritual para ver quien bebe más.

Afuera, las personas vitoreaban mientras un chico con la sudadera

del instituto bebía de golpe un vaso de cerveza y luego comenzaba otro.

—Vamos a bailar y luego iremos a ver a Kellie —dijo Cherise.

Tomó mi mano y me guió hacia la sala, donde la multitud había

crecido y se volvía loca. Siempre me pregunté como serían las fiestas

como estas. Era la primera vez en toda mi historia de mudarme de ciudad

en ciudad, escuela a escuela, que fui invitada a una. Ahora aquí estaba

en la casa de Kellie Richardson, en el epicentro de la vida social del

instituto Valley. Dejé que la habitación y todas las sensaciones en ella —

luces, el movimiento de cuerpos, música— me relajaran.

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La vida no podría ser mejor que esto, ¿verdad?

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7 Traducido por Majo_Smile ♥

Corregido por Gaz Walker

Podría ser más doloroso? —pregunté en voz alta, a nadie en

particular.

Dábamos vueltas alrededor de la pista de la escuela. Hacía

por lo menos 37º C. Podría haber jurado que vi brillar

espejismos de charcos en el asfalto por delante. Era una especie de

tiempo para acostumbrarse al calor seco, pero aun así me hizo sentir como

una de esas lagartijas que había visto metiéndose entre las rocas en el lado

de la carretera. Sin embargo esconderse hasta que caiga la noche no era

realmente una opción, mientras la Sra. Lonergan, nuestra hada, vestida

con una cazadora de maestra, nos urgía en forma periódica con su silbato

y nos gritaba—: Manténganse en movimiento, gente. ¡La tranquilidad

mata!

No había participado en educación física tanto en el pasado, a no

ser que contaran los intentos pocos entusiastas de dodgeball4 y los bailes

tradicionales en mis escuelas públicas. El Instituto Valley, con sus paredes

de trofeos, la regulación del tamaño de campo de golf, los vestuarios y

habitaciones parecidas a un balneario con saunas y jacuzzis, estaba en un

nivel totalmente nuevo. Pensé que estaba en buena forma por tanto

andar en bicicleta, pero al parecer correr requería un conjunto diferente

de músculos, porque me resultaba difícil mantener el ritmo.

—Dímelo a mí. —Mary Santiago respondió a mi queja, jadeando y

agarrándose un costado. Su cabello oscuro se amarraba en una alta cola

de caballo con un elástico, pero ahora algunos rizos húmedos se pegaban

a su cuello y sus tersas mejillas estaban enrojecidas con manchas.

Estábamos por la misma altura-corta, así que echó a andar con facilidad

junto a mí—. Tengo un calambre grave.

4 Es una variedad de juegos en los que los jugadores tratan de golpear a otros jugadores

del equipo contrario con sus propias bolas evitando al mismo tiempo ser golpeados ellos

mismos.

¿

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Tan pronto como lo dijo, sentí una punzada tirando de mis costillas

derechas. Si era el poder de sugestión, se trataba de una sugerencia

excepcionalmente dolorosa y excepcionalmente persuasiva. —Oh no —le

dije—. ¿Es eso lo que es?

—¡No aflojen, señoritas! —gritó la señora Lonergan desde las gradas.

—Pero tenemos calambres —dijo Mary.

Drew Miller, miembro periférico de los Glitterati, soltó una risita

mientras pasaba por nuestra parte, su rasurada y rasposo cabeza lucía

rosa por el esfuerzo. —Consigue Midol. Mejor aún, consigue algunos

Vicodin y compártelos conmigo.

—No de ese tipo, idiota —le dije.

—Entonces camina con las manos sobre tu cabeza —dijo

Lonergan—. Sin embargo, mantente en movimiento. Espero una milla de

ocho minutos.

¿Ocho minutos? ¿La banda del sudor le exprimió la sangre del

cerebro?

Mary y yo caminamos mientras los otros continuaron corriendo. Su

amiga Sierra nos pasó, desacelerando. —¿Estás bien?

Mary le hizo señas. —Puedes seguir adelante. Sólo estoy tomando un

descanso.

Sierra le dio una mirada escéptica, pero siguió adelante.

—Creo que no me gusta correr —le dije, secándome la cara con la

curva de mi codo.

—Ni a mí. Debemos intentar salir para jugar a voleibol, porque me

enteré de que no te hacen correr tanto. Ya sabes, si juegas a un deporte

de equipo no tienes que tener gimnasia.

Esto era nuevo para mí. —Pero no sé cómo jugar voleibol.

—¿Qué tan difícil puede ser? —Dio una patada a un poco de grava

en la pista, enviándolo volando por el suelo—. La gente juega en bikini.

Daría una parte del cuerpo para no tener que hacer otra carrera suicida.

—Estoy contigo —le dije.

—Además, mi consejero de la universidad dijo que sería bueno para

mi expediente. A las universidades les gusta toda la cosa de los deportes

de equipo.

—¿Te reuniste con un consejero ya? Yo todavía no lo he hecho. —En

VP, donde todo el mundo estaba destinado a la grandeza académica, se

suponía que empezarías a planificar para la universidad desde el primer

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día, pero hasta donde yo sabía, las conferencias universitarias oficiales no

iniciaban hasta octubre.

—Le pregunté si me podían ver en la primera semana. Yo no quería

perder el tiempo. —Se encogió de hombros, un poco tímida, como si

pensara que era una nerd. En realidad, me quedé impresionada—. He

venido aquí a trabajar, mi escuela en Phoenix no tenía una gran

trayectoria. Y si quiero conservar mi beca, tengo que hacerlo muy bien.

Como de tres puntos y cinco o más para que pueda ingresar a la

universidad, y luego a la facultad de medicina, es de esperar.

Asentí, sintiendo una punzada de culpa. Mary parecía tan motivada

sobre su futuro, y yo realmente no había pensado mucho en eso. Mi

mamá, por supuesto, tenía un gran plan para mi participación en una

universidad de la Costa Este con un frondoso campus y un montón de

jerséis de cuello alto. Todo el tiempo, había estado diciéndome a mí misma

que estaba tan ocupada sólo de instalarme que no me sentía preparada

para hacer frente a la imagen más grande, que tenía un montón de

tiempo para preocuparme por la universidad o mi futuro. Pero la

verdadera razón era que no podía soportar imaginar empezar de nuevo

en otro nuevo lugar, sobre todo sin mi mamá.

—Quiero decir, si la cosa del médico general no funciona, no me

importaría ser diseñadora de vestuario para la televisión. —Hizo una pose

de alta costura succionando las mejillas—. Estoy obsesionada con Project

Runway. Quisiera que Tim Gunn fuera mi padre.

Imaginé sus salas de trabajo de VP. —No sé si él hubiera llegado a tu

juego de voleibol.

—En serio, lo amo. Me encanta la ropa. Estas chicas de aquí son tan

afortunadas. La mayoría de ellas nunca usan la misma cosa dos veces. Lo

sé porque lo estoy vigilando. Incluso tú. Al igual que esa camisa que llevas

hoy. Es impresionante.

—Gracias —dije, mi culpa fermentando, mientras miraba a su sincera

cara con forma de corazón. No había celos, ni odio, ni envidia, y de

alguna manera eso me hizo sentir mal acerca de mi repentino cambio de

fortuna, nuestra casa de lujo, la matrícula de esta escuela, todas mis

compras recientes. La injusticia me molestó. Tuve suerte y Mary no. ¿Se

suponía que teníamos que aceptar eso?

—¿Dónde lo conseguiste?

—Neiman Marcus —le dije, tirando distraídamente de mi camisa de

gimnasio, que era la misma que la de ella, un polo blanco.

Lanzó un silbido. —Está bien si te lo puedes permitir.

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—Estaba a la venta —añadí, lo que no era cierto. ¿Por qué me sentía

tan incómoda de repente?—. Mi amiga de clase me convenció.

—¿Cuál era? Puedes decirlo. Sé que pasas el rato con las chicas,

Nikki, Cherise y Kellie, ¿verdad? He oído que esa chica Kellie tiene dos

coches diferentes.

—No sé —dije, nunca lo había escuchado.

La Sra. Lonergan sopló el silbato una vez más y todo el mundo se

dejó caer y se dirigió a los vestuarios. Habíamos completado la milla en un

récord de trece minutos, lo que era un récord para las babosas lisiados, tal

vez. La Sra. Lonergan nos aconsejó practicar después de la escuela.

—¿Práctica? Sí, claro —dijo Mary cuando se había alejado—. Así que

creo que fueron a la fiesta importante de Kellie el último fin de semana.

—Sí —le dije, aliviada de que la conversación se alejaba de la

ropa—. Fue genial. Deberían haber ido.

—No, no. No es mi lugar. —Sacudió la cabeza con rapidez mientras

que Sierra se unía a nosotras.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Sierra, mirándonos

sospechosamente a través de sus pesados párpados.

—Los amigos de Willa. Los Glitterati. Willa, ya conoces a Sierra,

¿verdad? —preguntó Mary.

La había conocido ese día en el comedor, pero incluso si no lo

hubiera hecho, hubiera sabido quién era, como lo hace la mayoría de las

personas en la preparatoria Valley. Era casi embarazoso fingir que no lo

hacías. Pero si Sierra se acordaba de mí, no parecía particularmente

amable. De hecho, había un gesto burlón en su rostro.

—Ah, sí, los Glitterati —dijo Sierra lentamente, entonando las sílabas.

Mi cara debe haber mostrado mi desconcierto, porque estalló en

una expresión sarcástica de shock. —No me digas que no has leído el blog

de Buzz.

—Una o dos veces —balbuceé, sintiendo su mirada acusadora como

un láser. Así que ellos sabían al respecto. ¿Por qué me miraba así? No es

como si yo hubiera escrito algo ahí. No era así. Ni siquiera seguí la cosa.

Pero eso no importaba. Si hubiera visto esas cosas escritas sobre mí,

pensaría que todo el mundo está en contra de mí. Estaría totalmente

humillada. Y eso es lo que podía sentir que irradiaba de Sierra.

—Así que ya sabes que tus amigos han estado escribiendo cosas

desagradables sobre nosotros desde el primer día de clases. —Arrojó una

toalla sobre su hombro y me miró fijamente, sus ojos marrones por poco me

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atraviesan. Mi corazón latía más rápido que cuando estaba en la pista—. Si

sacaras tu cabeza de tu culo el tiempo suficiente, verías que las personas

se ríen de nosotros en el pasillo. O tal vez hubieras oído que Alicia lloró, el

otro día en la habitación de las chicas después de que alguien le dijo que

era un fracaso y la empujó.

Sus palabras fueron como una bofetada. Aspiré una bocanada de

aire. No había oído lo de Alicia. ¿Podría ser verdad? Incluso si lo fuera, no

fueron mis amigos. No había manera. Sería la primera en admitir que Kellie

y Nikki hacían comentarios altaneros, a veces, pero nunca salían a

atormentar a alguien o incitar a la violencia. Y Cherise había dejado

bastante claro que no era una fan de Buzz. Mi cerebro trabajaba con

rapidez tratando de procesar esta información y darle sentido. No. No

podía ser.

Mientras tanto, Sierra seguía mirándome.

—Lo siento —dije—. Pero creo que estás equivocada. Realmente

dudo que fueran ellas los que escribieron nada de eso...

—No, tú estás equivocada. —Entrecerró los ojos y me señaló con un

dedo acusador—. Sé que son ellas. Esas chicas son unas perras violentas.

Bueno, eso realmente, realmente dolió. Miré a Mary esperando que

dijera algo. Parecía más razonable que Sierra, que claramente estaba

resentida.

—Estamos bastante seguras —dijo Mary, casi como disculpa—.

Actúan todas falsas con nosotras en frente de otras personas, pero puedo

decirlo por la forma en que Kellie me mira, como si yo fuera algo debajo

de su zapato.

—No sé, chicas. Son personas totalmente buenas.

—Eso se debe a que encajas con ellas —dijo Sierra—. Eres blanca

como ellas, y rica.

—No soy rica —le dije, marcando la combinación para abrir mi

casillero. Era demasiado complicado explicar mi situación, pero nunca

había sido una persona rica, y todavía no pensaba en mí de esa manera—

. Y eso es ridículo. Quiero decir, Cherise no es blanca.

Sierra sonrió irónicamente. —Puedes ser blanca, sin ser caucásica,

¿sabes? De todos modos, sólo digo que tal vez no las conoces como crees.

Tal vez sea hora de que abras los ojos. —Cerró su casillero con un

estruendo metálico—. A menos que, por supuesto, realmente no lo quieras

ver.

Sierra resopló yendo a la ducha, dejándonos a Mary y a mí de pie,

una frente a la otra sobre el banco central de los vestuarios.

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—Siento que esté actuando de esa manera —dijo Mary—. No

hablaba en serio.

—Pero no fui yo —le dije, dejándome caer en un banco, confundida

y derrotada, luchando contra un remolino de emociones que incluían

compasión por todo lo que pasaba, dolor porque Sierra me hubiera

llamado básicamente una gringa ignorante, y un poquito de lástima por mí

misma ya que era acusada falsamente.

—Te creo. Es sólo que Sierra, Alicia y yo hemos sido amigas durante

mucho tiempo. La convencí para venir aquí conmigo, y Sierra realmente

no quería hacerlo. Su padre ha estado desempleado. Están luchando para

conseguir los libros que necesita. Ella simplemente mira a su alrededor y se

siente fuera de lugar, ¿sabes? —Mary desenrolló su pelo de la cola de

caballo, por lo que le cayó de lleno y suave alrededor de su cara—. Y

luego, todo esto con el blog. Está amenazando con transferirse. Sigo

diciéndole que tiene que resistir, que nada de esto va a importar cuando

estemos en la universidad, o dentro de diez años a partir de ahora, cuando

estemos viviendo en nuestras casas de lujo en Valley.

—No lo hará —dije, pero capté la hipocresía en mis propias palabras.

¿Por qué debo decirle que aguante y espere una vida mejor, cuando yo

estaba en el aquí y ahora, en las fiestas de Kellie, riendo en los almuerzos

en el comedor, y por la tarde en el centro comercial? Pero me merecía ser

feliz, también, ¿no? No era mi culpa que ellos tuvieran mala suerte,

¿verdad?

Mary pasó un cepillo por su pelo, con movimientos uniformes. —Lo sé.

Sólo tenemos que tener paciencia, es todo. —Me sonrió, pero su sonrisa no

parecía alcanzar los bordes—. Es sólo la secundaria, ¿verdad?

El viernes por la mañana la preparatoria Valley inició con la

asamblea. El director, el Sr. Page, se levantó delante de todos y dijo

algunas cosas. A continuación, el Director de la Escuela Superior, el Sr.

Fields, se levantó y dijo algunas cosas. A continuación, el micrófono fue

entregado a la presidenta del consejo estudiantil para hacer anuncios

sobre las próximas reuniones. Y luego degeneró en un caos general

cuando todos intervinieron.

Por lo que a mí respecta, la asamblea era en realidad un momento

muy bueno. Por lo menos acaparé todo en un buen tramo de minutos

entre el primer período y el almuerzo.

Este viernes en particular, estuve atrasada —me quedé dormida— así

que cuando pasé hacia el auditorio, sólo había unos pocos asientos a la

izquierda. Vi uno junto a Tre Walker y me senté. Llevaba una sudadera

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naranja y jugaba con su teléfono, lo que no se permitía durante la

asamblea o en cualquier clase en la escuela después de que hubo

algunos episodios de copiar hace unos años. Pero yo había visto a muchos

a escondidas, de todos modos. Al parecer, era una regla que sólo rara vez

se aplicaba.

Tre movió la barbilla en señal de saludo. Luego volvió a escribir con

atención, sonriendo o frunciendo el ceño de vez en cuando. Desde su

perfil, pude ver sus músculos de la mandíbula mientras trabajaba. Miré por

encima y vislumbré un correo electrónico con el asunto “Domingo

LNF5, Difundir”.

En alguna parte entre el intento de Drew Miller de un rap acerca de

la hoguera y la diatriba de diez minutos de Missy Crosby sobre los últimos

logros del club de Ética, la Sra. Davenport se inclinó desde el final de

nuestro pasillo para aplastar con la mano el Droid de Tre.

—Espero que no estés haciendo lo que creo que estás haciendo —

susurró ella, tendiéndole la palma de la mano para que lo entregue—. ¿No

te advertí sobre los mensajes de texto durante la asamblea de la semana

pasada?

La cara de Tre se puso pálida e inmediatamente sentí el peso de la

situación. Lo que había en su teléfono claramente no era para el consumo

profesoral. La Sra. Davenport estaba lista para repartir un poco de

disciplina de escuela privada, y a diferencia de Aidan, Tre probablemente

no iba a pasar desapercibido. La noticia de su pasado criminal se había

extendido y ya había sido detenido al menos una vez, por lo que había

oído, por responderle a un maestro. Ahora estaba a punto de ser arrestado

por contrabandear una red de juegos de apuestas durante la asamblea y

no podía dejar que eso suceda.

—En realidad es mi culpa —le interrumpí—. Pensaba inscribirme en la

discusión del Club de Ética la próxima semana y no entendía lo que Missy

quiso decir cuando se refirió al “absolutismo moral”, así que le pedí que lo

buscara para mí.

La Sra. Davenport se volvió hacia mí, con los ojos color avellana con

enojo detrás de sus gafas y sus labios delgados en una línea apretada.

Hasta ahora había sido una estudiante modelo, y no había dado ningún

problema. Además, era Glitterati, y eso era toda una capa de protección.

—Bueno, Willa, como sabes, tenemos una política de no-teléfonos, así que

deberías buscar palabras en otro momento.

5 Liga Nacional de Fútbol Americano.

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—Se me olvidó. Lo siento. —Le miré con una expresión de

arrepentimiento, y me acomodé en mi asiento. No estaba segura de si

compró por completo mi historia, pero luego otro chico habló en voz alta

detrás de nosotros y su atención se desvió para callarlo. Tre me lanzó una

mirada de gratitud y sonreí para mis adentros, aliviada de que mi idea

inmediata lo sacara de un apuro.

—Realmente me salvaste el culo —dijo Tre, cuando la asamblea

había terminado y estábamos afuera de la sala con todos los demás—. Si

me atrapaba, probablemente hubiera sido suspendido. Te debo una

grande.

—No es gran cosa —murmuré con timidez.

—Para mí sí —dijo, sosteniendo la puerta abierta para mí—. ¿Hacia

dónde vas?

—La biblioteca. Tengo un tiempo libre.

—Yo también voy en esa dirección.

Subimos juntos las escaleras. Dos niñas de primer año con las

chaquetas de cuero de cuatro cientos dólares, pantalones de mezclilla —

lo sabía porque Nikki y yo nos acabábamos de comprar un par (mi última

gran compra, me juré a mí misma)—, pasaron junto a nosotros en la

escalera, lanzando su cabello y mirando alrededor para ver quién las

observaba.

Tre me dio un codazo. —¿Pensaron alguna vez en conseguir un

látigo?

Me reí y las chicas se volvieron para mirarnos.

—Uno no ve ese tipo de cosas en Detroit —dijo.

—¿Que te gustaba de Detroit? —pregunté.

En voz alta, eso sonó como una pregunta mala de una chica

blanca. Me echó un vistazo para ver si me burlaba, pero supongo que se

dio cuenta que sólo sentía curiosidad, porque la contestó. —No lo sé...

Simplemente era real. Me gustaría poder regresar.

—¿Tienes un montón de amigos allí?

—Sí, y una chica. Sin embargo, no sé si va a durar.

Levanté la vista hacia él a medida que avanzábamos por el pasillo,

con los pies chirriando en el suelo recién encerado. Me preguntaba si lo

que Kellie había dicho de él era cierto. En un momento curioso, lo había

buscado en Google, pero no había nada en línea, sólo una página de

Facebook que parecía que apenas utilizaba. De acuerdo con las “fuentes”

de Kellie, los crímenes que había cometido deberían convertirlo en un

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leproso social, pero no me imaginaba lo que podría ser. Tal vez sólo eran

los juegos de apuestas lo que le habían metido en problemas en su

antigua escuela. Mi instinto me dijo que fuera lo que fuese, es probable

que no hubiera hecho daño a nadie. Incluso de pie junto a él fuera de la

biblioteca, pude sentir cómo de protector y suave era su lenguaje corporal

—y, sabía, sin saber muy bien por qué, que me sentía segura con él.

—¿Esta chica te está dando problemas, T? —Aidan se encontraba

detrás de nosotros, con una mano en cada uno de nuestros hombros.

Movió su pelo de los ojos de manera que resplandecieron, en verdes

intensos. Mirarlo así de cerca me mareó.

—Ella está bien —dijo Tre.

—Porque si es así, puedo cuidarla, hombre.

Sentí que mi equilibrio fallaba. Pies, piso. Piso, pies. —Probablemente

debería llegar a mi casillero. Me olvidé de algo.

Por supuesto, no había olvidado nada, y Kellie me esperaba en la

biblioteca, pero no estaba preparada para hacer frente a Aidan en ese

momento. Cuando lo veía, sentía que necesitaba estar preparada,

armada con actitud. Y una nueva capa de brillo de labios.

Si notó que trataba de escapar, no pareció darse por aludido.

—Oye, te vi en la fiesta la otra noche, Colorado. —Seguía muy cerca

detrás de mí por el pasillo.

—¿En lo de Kellie? Estuvo genial —le dije. Me negué a preguntarle

por qué no vino si me vio. No tenía tanta confianza para decir algo así en

un tono normal de voz. Estaría balbuceando.

Me alcanzó. —Así que has sido adoctrinada, ¿eh? Eres una de

nosotros.

—¿Me va a crecer un apéndice extra o algo así? Porque si es así,

puede que no quiera estar en este club. —Miré a mi reloj. El tiempo tenía

una manera de detenerse cuando estaba con él, y tuve miedo de que

realmente pudiera caer en otra dimensión o algo así. Por otra parte, ¿me

importaba tanto llegar tarde a un período libre?

Tomó mi muñeca en su mano y miró mi reloj.

—Tenemos tiempo de sobra —dijo, dejando caer mi muñeca, que

ahora ardía por su contacto—. Estoy contento de ver que tengas espíritu

para estas cosas. Pensé que ibas a estar salada durante todo el año.

—¿Yo? ¿Salada? Y eso a ti te hace...

—...eso me hace dulce. —Tenía un espacio lindo en los dientes que

nunca había notado antes.

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—Dulce, ¿eh?

—Sí, así que juntos seríamos como una cubierta de chocolate de

pretzel o uno de esos caramelos franceses con fleur de sel.

Juntos. Y su acento francés era perfecto. ¡Oh, hombre! Estoy muerta.

—Creo que jamás he tenido uno de esos caramelos. Suena

sofisticado.

—Voy a tener que traer algunos un día de estos. ¿Qué es esto? —me

preguntó, tocando mi collar.

Pude oler su jabón, era de almizcle con un toque de dulzura a base

de hierbas, como la lavanda o el romero. Un perfume natural y limpio que

podría volverme loca.

No respires, me dije. No hay nada que oler aquí.

—Era de mi madre. En realidad, de mi abuela —logré decir—. Es una

especie de amuleto de la suerte.

—Muy bonito —dijo en voz baja, luego trasladó su mano para

apoyarla en mi casillero—. Pensé en ir a Scottsdale para el First Friday. Hay

algunas bandas y otras cosas, por lo general es muy bueno. Así que si no

has…

No, esto no puede estar pasando. No puedo. No debo.

Resiste. Resiste.

Agarré la puerta de mi casillero para apartarle la mano. —Tengo

planes —le dije.

—Sí, está bien —dijo, sonriendo. Este tipo no conocería el rechazo ni

aunque hubiese aplastado sus dedos en la jamba de la puerta—. Veo a

qué estás jugando. Eres nueva, por lo que estás manteniendo tus opciones

abiertas. Eso está bien, Colorado.

Mientras se alejaba, me sequé las gotas de sudor que se habían

recogido alrededor de mi cabello. No había nada bueno en él.

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8 Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Cami G.

igan, chicas, creo que el camarero es muy lindo —susurró

Nikki con complicidad, pinchando un tomate cherry.

Este era un descanso de nuestras compras de jueves, una

merienda en el Café de Nordstrom. Nos encontrábamos sentadas en una

mesa para seis personas, nuestras compras ocupando dos de los asientos.

Yo había comprado un lindo vestido de punto y un par de botines que

pensaba llevar a la hoguera la noche siguiente, ¡renunciar a las compras,

fue imposible con estas chicas!

—¿Estamos hablando de la misma persona? —Kellie soltó el tenedor,

puso las palmas sobre la mesa, y le hizo a Nikki un gesto de no, no es así—.

¿El de la barba arrastrándose sobre su barbilla?

Nikki se encogió de hombros. —¿Qué? Tiene ojos bonitos.

Kellie negó con la cabeza en un no definitivo, y luego volvió su

atención a mí.

—¿Esa es la camiseta que recibiste la semana pasada?

—Sí —dije, mirando hacia abajo. Era de punto con la parte superior

fruncida—. Es muy cómoda.

—Me encanta. Realmente se está convirtiendo en una chica VP,

¿no? —dijo Kellie a las demás, con aprobación en su voz. Una chica VP.

Sonreí con orgullo, como si estuviera aceptando un premio.

—Gracias, chicas. No podría haberlo hecho sin ustedes. Las últimas

semanas han sido increíbles. —Era cierto. Habían sido tan divertidas y

acogedoras.

Después de toda esta nueva ropa de marca que Kellie me ayudó a

seleccionar, había cambiado no sólo la forma en que me veía, sino

también lo que sentía. Podía caminar por los pasillos VP como si fuera la

dueña del lugar. Y la transformación había sido tan rápida. Era como si

toda mi vida hubiese estado llevándome a esto.

O

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Tal vez todo este tiempo había sido una chica Glitterati a punto de

transformarme. Era como si estuviera destinada a serlo, a venir aquí a

Paradise Valley. El destino, casi.

Me senté de nuevo, captando el resplandor del sol. Yo había

llegado. Kellie lo había dicho.

Pero mientras masticaba mi salvaje pizza de setas con aceite de

trufa, un vago sentimiento incómodo se coló. Esta era la sexta vez que me

había ido de compras con las chicas en estas semanas. La simple pizza

costó veinte y nueve dólares por unas pocas miserables rodajas. Ninguna

de mis amigas parecía estar en lo más mínimo preocupada por su propio

gasto, sus cuentas en blanco de la tarjeta AmEx siempre estaban pagadas,

por arte de magia o por pequeños duendes o, más probablemente, por

sus padres ricos. Pero me empezaba a preguntar cuánto tiempo sería

capaz de mantenerlo… A este paso, la caja fuerte estaría vacía ya en las

vacaciones de primavera. Y para entonces, un completamente nuevo

conjunto de tendencias estaría sobre nosotras.

Oh, bueno. Acabaría preocupándome cuando llegara el momento.

Carpe diem y todo eso. Por ahora era sobre tener diversión con las chicas.

Lo que incluía un poco más de tiendas después de esto y luego un viaje a

Cherise para escuchar música y modelar nuestro nuevo material.

—Así que para mañana, creo que tenemos que tener… ¡Oh, espera!

—Kellie buscó en su bolsillo por su celular, sus ojos abriéndose con deleite

mientras estudiaba la pantalla.

—¿Es Donovan otra vez? ¿Puedes decirle que estás pasando tiempo

con tus amigas, por favor, y que tus amigas te van a ignorar si sigue

enviándote mensajes de texto e interrumpiendo? —dijo Cherise.

—No, no, no. Es el Buzz —respondió ella con diversión, una sonrisa de

hoyuelos formándose en su rostro—. Alguien acaba de publicar una foto

nueva de esa chica Alicia.

—Oh, déjame ver. —Nikki agarró el teléfono de sus manos

vertiginosamente—. ¡Oh, Dios mío, mira su tinte! Lo siento, pero los

mexicanos no deberían ser rubios. ¿Y qué lleva puesto? ¿Es eso de Forever

21? Otra elección de armarios que lucen las Nauseabundas.

Cherise y yo nos miramos a través de la mesa, angustia y ansiedad

picando entre nosotras como rayos invisibles.

Las Nauseabundas. Usaban el nombre del blog, lo que sólo podía

significar que seguían leyendo el blog. Quizás también escribían en el blog.

Es posible que incluso hayan inventado el nombre, en primer lugar.

Quería vomitar mi último bocado de pizza.

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Nikki escribió en el teléfono, sus dientes perfectos descubiertos como

los de un perro salvaje.

—¿Qué estás escribiendo? Estoy conectada con mi cuenta. —Kellie

se estiró a ver—. Quiero asegurarme de que sea bueno.

Nikki agitó su brillante cortina de cabello color ámbar brillante. —¿A

quién le importa? Es anónimo.

Mi estómago se volcó aún más. Anónimo. Bueno, ellas ciertamente

me habían engañado.

Mary y Sierra tenían razón, y yo como una idiota había defendido a

estas personas. Estas personas que se suponían iban a ser mis amigas.

¿Cómo pudieron? Me sentí traicionada por ellas, como si hubieran

intentado deliberadamente ocultar esto.

Pero, ¿lo habían hecho? Tal vez la culpa era mía. Ellas eran quienes

eran, y yo simplemente me había negado a verlo. Claramente mi juicio

hacia las personas era bastante malo.

Dejé caer mi pizza y agarré el borde de la mesa repentinamente

mareada al darme cuenta de que nada era lo que yo pensaba que era.

Les había agradecido.

No, lo había captado realmente mal.

Ellas eran matonas, así de simple.

—¿Estás bien, Willa? —preguntó Kellie, frunciendo el ceño.

Apenas podía mirarlas, estaba demasiado enojada. ¿Qué les dio el

derecho de publicar estas cosas? ¿Quién demonios creían que eran?

—Parece como si estuviera teniendo un momento menstrual —dijo

Nikki, riendo a carcajadas por su propia broma—. ¿Cómo se pronuncia

“gonorrea”?

Miré a Cherise, suplicante. En su lado de la mesa, parecía como si se

estuviera preparando para decir algo. Tal vez decirles lo que realmente

pensaba. Bien. Estaba dispuesta a apoyarla.

Hicimos contacto visual, antes de que abriera la boca para hablar, y

me lanzó una mirada de yo me encargo.

—Nikki, ¿realmente necesitas hacer eso? —preguntó—. Quiero decir,

¿qué sentido tiene?

Nikki se sentó derecha en la silla. —El punto es que es gracioso. ¿Por

qué no te relajas, Cherise?

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—Han tenido un tiempo bastante difícil ya. Quiero decir, todo el

mundo está repitiendo estas cosas en el pasillo. —Cherise me miró de

nuevo por ayuda y asentí.

—Ese no es nuestro problema —dijo Kellie—. Estamos haciendo

observaciones. Es sólo nuestra opinión. Nadie tiene que estar de acuerdo

con nosotras.

Tuve que intervenir. —Pero ¿por qué la negatividad? ¿Qué es lo que

ellas te han hecho?

—Me molestan —dijo Kellie claramente, y un escalofrío recorrió mi

piel. Me sentí como si estuviera viendo una nueva cara de ella—. Su

presencia me molesta.

—Tal vez necesitas preguntarte a ti misma por qué es así —dijo

Cherise. Su tono era tranquilo y equilibrado, como si hubiera pensado en

este comentario.

—Lo que sea, Cherise —espetó Kellie—. Ahórrate las

condescendientes conferencias de la nueva era.

Cherise se encogió de hombros, obviamente tratando de resistirse a

su propia ira. —Sólo estoy diciendo, es medio infantil. Creo que todas

somos mejor que eso.

Kellie la miró con malicia. —Entonces tal vez no deberías

empaquetarnos a todas nosotras juntas. Tal vez no hay “nosotras” aquí.

—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó Cherise.

—Significa que tal vez tú y yo somos diferentes.

La cara de Cherise cayó y pude sentir su dolor tan agudo como el

mío. Esto era acerca de algo más que las otras chicas para ella… Se

trataba de una vieja herida que ahora fue arrancada y abierta.

El camarero regresó para tomar nuestros platos. —¿Terminaron?

Lo dejé tomar mi pizza. Había perdido el apetito. Estaba paralizada

por el dolor mientras veía la escena desplegándose a mí alrededor. Todo

escapaba, me encontraba perdiendo todo lo que había estado tan

contenta de tener tan sólo unos minutos antes.

—Así que, todavía estamos yendo a Armani, ¿no? —preguntó

Cherise, rompiendo el silencio. La pregunta se supone se dirigía a todas

nosotras, pero Cherise se centró en Kellie, ofreciendo una señal de la paz—

. ¿Y de vuelta a mi casa después?

Se miraron la una a la otra, y vi algo en el rostro de Kellie

endurecerse. —Sí, no lo creo. Probablemente debería ponerme en

marcha.

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—Pero, ¿qué pasa con los discos que quería interpretar para ti?

—No estoy realmente de humor para más de tu música, Cherise. De

repente siento que este viaje de compras no fue divertido en lo absoluto.

Kellie tenía razón acerca de esto último, por lo menos. Nos repartimos

la cuenta y nos dividimos para ir por caminos separados. El terror me

pesaba a cada paso cuando me di cuenta de que las cosas nunca serían,

probablemente, lo mismo, o al menos no como lo habían sido. No podía

deshacer lo que acababa de oír. No podía sacar de mi cabeza la imagen

del rostro de Kellie, mortificantemente retorcida.

Cherise y yo hicimos nuestro camino de vuelta fuera de la pasarela

entre las tiendas y miré de reojo el brillo repentino. Hacía sol, como todos

los días en Paradise Valley, pero por alguna razón, la luz abrasadora en el

cielo sin nubes era una sorpresa dolorosa.

Un sonido agudo de algo moliéndose fue lo primero que oí cuando

abrí la puerta principal. Mi mamá se encontraba en cuclillas en el suelo de

su oficina, dándome la espalda, pero pude ver que estaba rodeada de

cajas de documentos. La trituradora de papel funcionaba a todo

volumen, tirando las hojas en tiras hasta cintas. Una pila de ellas se había

acumulado en el suelo, mientras que varias bolsas de plástico llenas de

restos de papel yacían empaquetadas cuidadosamente alrededor de la

habitación.

—¿Qué está pasando? —grité.

—¡Me asustaste! —prácticamente chilló.

—Eso es porque la máquina está muy ruidosa. ¿Qué estás haciendo?

—¡Estoy organizando mis archivos! —gritó, en voz muy alta esta vez.

Lucía alterada, su pelo por todo el lugar, y llevaba puesta la camiseta de

siempre y los accesorios que recordaba que se había puesto el día

anterior.

—¡Parece que estás destruyendo tus archivos! —grité de vuelta—.

¿Puedes apagar esa cosa?

Apagó la máquina destructora y se puso de pie, limpiándose el

polvo de papel en los pantalones. —¿Qué pasa? Te ves molesta.

Exhalé un suspiro desesperado mientras me apoyaba en la mesa. —

Me acabo de enterar que algunas de las personas con las que he estado

saliendo son secretamente unas perras.

—¿Tus nuevas amigas? ¿Qué hicieron?

La historia vino a inundarme con una nueva oleada de ira. —Han

estado escribiendo cosas en este estúpido blog acerca de estas otras

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chicas. Burlándose de cómo lucen, llamándolas con nombres. Las llaman

Las Nauseabundas porque han sido “transportadas” de un barrio pobre y

ahora tienen becas. Simplemente no lo entiendo. Las otras chicas no le

hicieron nada a nadie. Tan sólo no son ricas.

Su teléfono sonó. Le frunció el ceño y se levantó para salir de la

habitación. —Espera. Tengo que atender esta llamada, ¿de acuerdo,

cariño?

—Está bien. Lo que sea. —Me aseguré de que ella pudiera ver que

estaba irritada. Esto comenzaba a convertirse en un tema; últimamente

siempre estaba ocupada. Y ahora, realmente necesitaba hablar con ella.

¿Por qué no dejaba que se fuera al buzón de voz?

—Volveré en un momento. Te lo prometo.

No iba a esperar ahí. Me fui a mi habitación y traté de concentrarme

en mi lectura de Compensación, pero tenía una bola en el interior de toda

la rabia y tristeza y confusión.

Unos minutos más tarde, llamó a mi puerta. —¿Puedo entrar?

—Claro —dije en tono exagerado.

—No te enfades conmigo, Willa. Siento que nos hayan interrumpido.

Eran… negocios. —Se sentó en el borde de mi cama y se retorció las

manos. Ahora que podía verla más de cerca me di cuenta de que su

camiseta le quedaba holgada. ¿Había perdido peso? Y su piel parecía

reseca y sin brillo. Tal vez se adaptaba a las condiciones climáticas de

Arizona—. Así que, acerca de estas chicas. Tal vez estás siendo demasiado

sensible. ¿Puede ser sólo una broma?

—No lo soy —insistí—. Y no era una broma.

—Bueno, tal vez deberías tratar de dar la cara por ellas, entonces.

Dile a las matonas que no estarás a su lado y sólo observa —sugirió.

—Es mucho más complicado que eso, mamá. No puedo

simplemente decirles que no lo hagan. —Ella trataba de ayudar, lo

entiendo, pero me frustraban sus respuestas simples.

—¿Por qué no? Vi una cosa acerca de esto en la televisión y decían

que la intimidación suele ocurrir porque todo el mundo se queda parado

alrededor mirando. Son ellos quienes tienen que hablar.

—Esto no es un especial de Dateline. Sólo olvídalo. —Podía ser más

joven y más fresca que la mayoría de las otras madres de chicos de mi

edad, pero aun así a veces actuaba como una despistada adulta de

mediana edad. Comenzaba a lamentar haber ido con ella. ¿Qué podía

decir que hiciera la situación más fácil? Nada.

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Tiempo de cambiar de tema. —¿Quién era en el teléfono, de todos

modos? —pregunté—. ¿Era tu comprador de arte?

—¿Quién? ¿Justo ahora? Sí, sólo quería saber la base sobre otra

venta —dijo, masticando la uña de su pulgar.

—Esas son buenas noticias, ¿no?

—Uh-huh —dijo con aire ausente. Luego cogió las bolsas de la

compra que habían caído en el frente de mi armario—. ¿Qué es todo

esto? ¿Fuiste a comprar de nuevo hoy?

—Sí —admití. Últimamente había estado ocultando las bolsas para

que no pudiera verlas, pero ya no había realmente ninguna razón para

tratar de esconderse de ella. Me vería con la ropa con el tiempo. Y tal vez

ya se había dado cuenta de la caja fuerte vacía.

Miré la bolsa y pensé en las nuevas compras que había dentro. El

recuerdo de la tarde llegó a inundarme nuevamente, un sombreado de

color todo repugnante que parecía inicialmente divertido e inocente. Así

que así era cómo se sentía la culpabilidad por asociación.

Me miró con preocupación. —Es un poco demasiado, Willa, ¿no

crees?

Sí. Lo era. Podía verlo ahora.

La hoguera para los estudiantes de último año de la preparatoria

Valley era supuestamente una tradición que databa desde la fundación

de la escuela en 1952. La preparatoria Valley estaba llena de tradiciones

que se remontaban a la época en que sólo se podía entrar en esta

escuela si tenías un fondo fiduciario y si el nombre de tu padre era Biff. Eso

era antes que dejaran que la gente como Sierra, Mary y Alicia entraran.

Fueron ellas en quienes pensé el día después de que me enterara de

la verdad acerca de Nikki y Kellie. Consideraba saltarme la hoguera por

completo. No quería pasar otra noche de fiesta mientras eran

atormentadas y burladas. Si eso era lo que las Glitterati estaban a punto de

hacer, no iba a formar parte de eso.

Durante toda la tarde y la noche estuve paralizada y estancada,

tomando una ducha, pintando las uñas de mis pies, y meditando mientras

miraba por la ventana de mi dormitorio. Pero entonces quedaba Cherise

en la que pensar. Me había mensajeado varias veces, queriendo mi

tiempo estimado de llegada para saber cuándo podía recogerme. No

quería castigarla. Ella no había hecho nada malo. De hecho, era la mejor

amiga que había tenido aquí.

Tenía que hacer algo para ayudar a las víctimas de Buzz, algo para

tratar de cambiar las cosas. Pensé de mala gana en la sugerencia de mi

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mamá. Ella tenía razón acerca de los que no hablaban. Había estado

demasiado tranquila en el centro comercial. Debería haber hablado más

en vez de dejar que Cherise hiciera todo. Podría tratar de enfrentar a Kellie

y Nikki, ¿verdad? Una pequeña parte de mí de hecho ya había empezado

a fantasear con que ellas en realidad escucharían y pedirían disculpas por

sus errores y entonces las cosas volverían a ser como antes.

La parte más racional de mí sabía que era probablemente

demasiado pedir, que nunca pasaría de esa manera. Pero, ¿qué era lo

peor que podría pasar?

Sabía la respuesta a eso: era lo que le había sucedido a Cherise en

las últimas veinticuatro horas. Kellie y Nikki le habían estado dando la

mirada fría por encima del hombro en la escuela… Las vi apenas

tomándola en cuenta en el pasillo antes del salón. Cherise parecía tomarlo

con calma, hablando con ellas de todos modos como si nada hubiera

sucedido. Tal vez estaba acostumbrada a este tipo de cosas. Tal vez

simplemente lo dejarían pasar.

Así que podía ir y actuar como si no me importara. En realidad,

podía tratar de hacer que no me importara. Podría quedarme en casa y

seguir sentada. Podría ir y tratar de decirles cómo me sentía y tener la

esperanza de que de alguna forma influiría en ellas para que dejaran de

hacer lo que hacían.

Sí, tenía opciones, pero ninguna de ellas era siquiera buena.

En el momento que Cherise apareció en mi puerta con su traje para

la hoguera aprobado por Kellie de una camisa a cuadros de algodón

barato y pantalones cortos de mezclilla, tuve un pozo de ardor en el

estómago.

—Nikki y Kellie acaban de textearme… Están en camino, también —

dijo mientras caminábamos hacia el coche. Parecía alegre, como si nada

le molestara. ¿Cómo puede ser eso? Estaba carcomiéndome por dentro—.

¿Vas a lo de Nikki después?

—No estoy segura —le dije.

—¿Qué tienes? Pareces realmente tensa.

—Como que quería hablar contigo acerca de ellas.

Su rostro resplandeció a la luz, el pendiente en su frente acentuada

de la diadema reteniendo sus rizos.

—¿Qué pasa?

—La cosa con el ValleyBuzz. Estoy realmente molesta por eso.

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Cherise asintió, pero no parecía completamente sorprendida. —Lo

sé. Yo también.

—¿Sabías que publicaban ahí antes de ayer?

—No —dijo—. De veras que no. Quiero decir, me lo preguntaba. Pero

trataba de ignorar todo el asunto.

Eso me molestó. Yo, personalmente, habría querido alguna

advertencia antes de involucrarme con este grupo. —¿Por qué no me

dijiste?

—No lo sé. No quería que las miraras mal. Quería que pasaras el rato

con nosotras. —Suspiró y jugueteó con las rejillas de ventilación del aire

acondicionado del coche—. Es jodido. Lo sé. Pero no es tan malo.

¿No es tan malo? ¿Para quién?

Nos detuvimos en el estacionamiento donde la torre de madera

había sido apilada y prendida con fuego. El olor de la corteza quemada

flotaba por el aire cálido de la noche, y una luna creciente colgaba sobre

las cabezas como una bombilla quemada. Ya había una multitud,

estudiantes en todas partes llevando camisetas de fútbol de la

preparatoria Valley con la mascota escorpión. Otros tenían camisetas de

seniors: “Clase del 2012: Juego Terminado”. Uno de los oficiales de la clase

que usaba sandalias y una corbata gritaba por un megáfono.

—Bueno, ¿qué deberíamos hacer? —le pregunté a Cherise cuando

salimos del coche. Sentía que necesitábamos algún tipo de plan antes de

que viéramos a todos.

—No deberíamos hacer nada —argumentó, casi con rudeza—. No

hicimos nada malo.

—Pero creí que estabas en contra de esto. Hablé con Mary y Sierra el

otro día y saben que son Kellie y Nikki. Si no hacemos nada y esto

empeora, la gente va a pensar que estábamos en eso. Creo que

deberíamos decir algo.

Sacudió la cabeza. —Te lo digo, Willa. Ya he dicho algo. Y viste lo

que pasó. ¿De qué serviría?

Nos dirigimos hacia la mesa de malvaviscos y perritos calientes,

donde nos llenamos de malvaviscos en palos para asar. Los llevamos sobre

el fuego y de repente vimos cómo se hinchaban y luego se ponían de

color marrón y suaves al tacto.

En el otro lado de la pila de leña pude ver a Mary y Alicia de pie al

borde del fuego. Estaban separadas de la multitud, como de costumbre, y

Sierra no se encontraba a la vista. Mary tenía sus manos en las caderas y

llevaba unos vaqueros y una blusa de botones. Alicia, que era delgada,

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vestía de manera similar, como si estuvieran tratando de no llamar la

atención sobre sí mismas. Sin embargo, se habían aparecido, y bien por

ellas. Otras personas —yo incluida— habríamos evitado funciones de la

escuela en este momento.

—Ya vuelvo —le dije a Cherise, repentinamente golpeada por la

necesidad de aclarar las cosas con ellas y hacerles saber que tenían todo

mi apoyo.

Antes de que Cherise pudiera decir nada, me dirigí hacia el lugar

donde las chicas se encontraban de pie.

—Hola —les dije.

—¿Cómo te va, Willa? —Mary no sonreía como solía hacerlo. Ahora

me miraba como si fuera una espía o algo así. Como si estuviera allí para

meterme con ellas. Por supuesto que lo pensaba. Toda su experiencia

hasta el momento en la preparatoria Valley les había enseñado a pensar

de esa manera. Pero mis intenciones eran buenas. Ella lo vería, ¿no?

—Entonces, ¿qué están haciendo? —Traté de sonar normal y

amigable, pero dentro de mi cabeza el momento se sintió grande e

importante, como una escena crucial de una película.

—Sólo asando malvaviscos —dijo Alicia. Luego añadió, un poco

tirando dardos afilados—: Como todo el mundo aquí.

Decidí hacer caso omiso de su tono. —¿Irán al partido de mañana?

—No lo sé —dijo Mary—. Tengo que trabajar.

—Probablemente no —dijo Alicia, encogiéndose de hombros.

—Pero vinieron esta noche —les dije, sonriendo alentadoramente—.

Eso es bueno.

—¿Por qué no lo haríamos? —preguntó Alicia—. No somos ermitañas.

—Esto se estaba poniendo malo. Trataba de ser sincera y amable, pero en

lugar de eso, casi dije que eran mutantes sociales. Uf. Lo último que quería

hacer era insultarlas.

—No sé. Quiero decir, acaban de hacer que sonara como que no

son rah-rah de la preparatoria Valley. —Me eché hacia atrás.

—No tenemos nada contra la escuela. Diablos, están pagando por

nuestra educación —replicó Mary—. Pero el fútbol es una estupidez.

—Ni siquiera sé contra quién están jugando —admití. ¿Podría ser más

idiota en este momento?—. Pero se supone que es un gran juego.

Deberíamos ir.

—Hola, chicas. ¿Puedes disculparnos un momento? —dijo Cherise

mientras me agarraba del codo. Debería haber estado agradecida por el

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rescate de emergencia porque me sentía exhausta, pero no había tenido

la oportunidad de decir lo que realmente quería decir y las miré por

encima del hombro mientras Cherise me llevaba a rastras—. ¿Qué hacías

ahí, Willa?

—Sólo estoy hablando con ellas.

—Eso no es bueno —susurró—. Escucha, las chicas van a estar aquí

en cualquier minuto. Tú viste cómo Kellie me ha estado ignorando desde

ayer.

—¿Y?

Cherise me enfrentó con las manos en las caderas. —Entonces,

¿quieres que ella te haga eso? Acabas de llegar. ¿De verdad quieres lidiar

con eso? Y, ¿realmente crees que esas chicas quieren ser tus amigas, de

todos modos? Saben que no eres una de ellos. Créeme, es mejor

simplemente dejarlo ir. No es nuestra culpa lo que pasó. Pero tampoco es

nuestro problema.

—Sin embargo, lo es —insistí—. ¿No te das cuenta? Mientras más

estamos con las Glitterati, es como si estuviéramos detrás de eso.

—No conoces a Kellie como yo. —Tiró de su pendiente con

nerviosismo—. Es más fácil quedarse con su lado bueno. Sé que es tonto,

pero en serio. Confía en mí.

¿Qué pasó con la chica que una vez derrumbó a Kellie? me

pregunté ¿O incluso la chica que había vislumbrado en el café? ¿Qué

pasó con Cherise a largo de los años para hacerla tener tanto miedo?

Fuese lo que fuese, me deprimía.

Miré al cielo, donde pequeños senderos de humo parecían

encresparse alrededor de las estrellas. Sabía que Cherise pensaba que lo

que decía era verdad, pero no estaba segura de si lo creía.

—Oigan, chicas —dijo Nikki, viniendo desde atrás de Cherise, su pelo

recogido rebotando en una coleta alta. Drew Miller estaba con ella con su

chaqueta de lacrosse, sus hombros flacos no mucho más amplios que Nikki,

aunque siempre pareciera tener más espacio… Tal vez era su ego—. Miren

lo que tenemos. Lo robé de mi papá. Es una reliquia familiar. —Nikki sacó

una botella de plata cuadrado del bolsillo de su chaqueta de gamuza y se

lo entregó a Cherise—. ¿No es lindo?

Cherise tomó un trago de ella, luego me la pasó. Dudé.

—Es vodka —me dijo Nikki, estrechando sus ojos con sospecha. En

ellos vi los chismes que había visto el otro día, y mi estómago se contrajo—.

Tómalo. Es bueno.

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—No, gracias. Sólo seguiré con mi malvavisco. —Me volví al fuego y

dejé que se tostara sobre la llama. Esperaba que sonara como un rechazo,

pero salió tonto y mojigato.

—La pequeña miss pureza aquí —resopló Nikki—. Los s’mores tienen

como cinco mil calorías, ya sabes.

—No estoy a dieta —le dije.

Kellie apareció junto a Nikki, tambaleándose como de costumbre en

sus tacones ridículamente altos, y puso sus brazos alrededor de Nikki y

Cherise. —Hola, perras.

Mira quién lo dice. Todo lo que ella hacía ahora parecía ser siniestro,

sobre todo la forma en que desfilaba por el estacionamiento como si no

tuviera una sola preocupación en el mundo. No, el cambio en ella era

imposible. Y fingía que no me importaba, porque estaba furiosa,

pedaleando a través de mis pensamientos de enojo mientras la veía ahí.

Iba a tener que renunciar a las fiestas, las compras, y todo lo que

vino junto con mi estado Glitterati. Más o menos al exilio social de Siberia.

Pero, bueno, al menos sería capaz de vivir conmigo misma.

—Hola, Kellie —respondió Cherise brillantemente.

¿Así suponía que todo estaba bien entre ellas ahora? ¿Así nada

más? Una visión desesperada de mí sentada a solas en el comedor me

pasó por la cabeza. ¿Cherise las elegiría por encima de mí, si se llegara a

eso? Tenía miedo de oír la respuesta a esa pregunta.

Una llama estalló en mi visión periférica. Cuando me volví, vi mi

bombón atrapado en el fuego. Traté de apagarlo, pero era demasiado

tarde, se había convertido ya en un trozo de carbón, así que tiré toda la

cosa a las llamas.

—Asqueroso —dijo Nikki.

—Este lugar es patético —dijo Kellie—. Digo que regresemos a tu

casa, Nik. ¿A quién esperamos? —Hizo girar un mechón de pelo y frunció el

ceño mientras observaba a la multitud.

—Les puedes preguntar a esas chicas Nauseabundas —dijo Drew

Miller, riendo—. Creo que las vi aquí antes.

—¿Has visto lo que llevaban puesto? Fue como si caminaran aquí en

las calles. ¿Podrían ser más del gueto? —dijo Kellie.

—No todo el mundo lleva Jimmy Choo a un estacionamiento. Y no

son del gueto —le dije, incapaz de controlarme a mí misma. Pero no se

sintió bien. Porque ahora la ira se había ido y temía que me hundiera por

completo.

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—Lo siento. ¿Dónde viven, entonces? —preguntó Kellie, con falsa

dulzura.

—No sé dónde viven ellas. Pero tienen nombres, sabes. —Mi rabia

sonaba pequeña e ineficaz aquí en el espacio abierto.

Podía sentir algo pellizcándome el brazo. Miré de reojo a Cherise,

que me daba la mirada, sin decir una palabra de advertencia para que lo

dejara.

—Oh, bueno, gracias por señalarlo. Mira, pensaba que eran sólo

unas basuras sin importancia. —Kellie se volvió a Nikki—. ¿Estamos listas o

qué?

Buen trabajo. De verdad resolviste tu caso.

—¿Dónde está Aidan? —preguntó Nikki—. Pensé que lo invitaste.

—Iba a Scottsdale está noche, por alguna cosa de arte —dijo Kellie.

Y recordé entonces que me había pedido que fuera con él a esa cosa de

arte. Lo que no daría ahora mismo para estar en Scottsdale.

—¿Van a venir con nosotras? No sé si Drew puede hacer que todos

quepan en su coche… —La voz de Nikki se fue apagando.

—Sí vamos —dijo Cherise con firmeza, mirándome fijamente.

—Si pueden sentarse en los regazos, no habrá ningún problema —

dijo Drew. Rodeamos el fuego, moviéndonos a través de la multitud. La luz

era primordial y vacilante, y sentimos como si estuviéramos en nuestro

camino a una masacre de sacrificio antiguo.

—Tal vez sólo debas dejarme —le susurré a Cherise. Mi estado de

ánimo empeoró y no le veía el punto a salir. En especial no tenía ningún

interés en acurrucarme en el coche de Drew como mejores amigas.

Kellie y Nikki y Drew habían saltado por delante de nosotros,

pasándose la botella entre ellos. En el otro lado del fuego, pude ver a Mary

y Alicia de pie con Tre y sosteniendo humeantes tazas de chocolate

caliente. Alicia les contaba una historia con gestos animosos y el resto de

ellos reían. Parecía divertido. Quería estar allí.

Los ojos de Tre se clavaron en los míos cuando nos cruzamos. Eran

pocos metros de distancia, pero podía sentir su mirada como algo frío y

preciso, un termómetro o un indicador de calor de los neumáticos,

leyéndome.

Me daba vergüenza estar yendo al coche de Drew con el resto de

ellos, a sabiendas de que probablemente pensaban que iba junto con

todo lo que hacían los Glitterati, incluidos los comentarios malvados.

Seguramente pensaban que la había tomado contra ellas un poco antes

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en algún tipo de atrevimiento estúpido. Me sentía como una farsante. ¿Y

no había renunciado a salir con Kellie y las demás hacía unos minutos? Ya

lo estaba evadiendo. Patético.

Cherise agarró más fuerte mi brazo. —Vamos, Willa —susurró—. No

tenemos que quedarnos mucho tiempo.

Drew había encendido su auto y hacía parpadear las luces para que

nos apresuráramos. Sabía de qué lado quería estar, y no era este.

No sabiendo qué hacer, dije adiós a Tre, Mary y Alicia. Las chicas ni

siquiera parecían verme. Tre nos dio una inclinación de cabeza, lo que sólo

me hizo sentir peor mientras ajustaba mi cinturón en el asiento trasero de

Drew y él salía rápidamente del lleno estacionamiento y nos íbamos a la

siguiente gran fiesta.

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9 Traducido por Carlota

Corregido por Vericity

amá estaba fuera —de voluntaria en el centro de arte, eso

decía su nota. Arrojé mi mochila al suelo, doblé la nota, y

me serví un vaso de limonada. Todavía vestía mi pijama, y

me dejé caer en el sofá delante de la televisión con mi bebida, mis ojos

enrojecidos por la privación de sueño.

Había pasado la noche en casa de Cherise, donde nos quedamos

hasta las cuatro, escuchando sus discos en los auriculares. Su madre nos

hizo panqueques por la mañana antes de que Cherise me dejase en mi

casa.

Hubiera pasado una noche perfectamente bien si sólo hubiéramos

pasado allí todo el rato. Pero no lo hicimos.

Habíamos estado en casa de Nikki hasta la una y media. En realidad

sólo fue un montón de gente jugando a juegos de beber. Uno de los

amigos matones de lacrosse de Drew Miller derramó cerveza sobre la mesa

de casino de fieltro del señor Porter y Nikki perdió los estribos y se encerró

en su dormitorio. Kellie pasó la mayor parte de la noche con su iPhone,

enviándose mensajes de texto con algún chico de la universidad. Al final

de la noche, Nikki y Drew se enrollaron, de manera asquerosa, en su sala,

delante de todo el mundo. Fue chocante. Incluso Cherise estuvo de

acuerdo conmigo en que deberíamos habernos quedado.

Lo que más me encantó fue la escena en el aparcamiento mientras

nos íbamos a la hoguera. Me sentí como si hubiera cometido varios errores.

Debería haber dejado a Mary y a Alicia saber la verdad… que sabía.

Debería haberme enfrentado con Nikki y Kellie allí mismo y negarme a ir

con ellas. ¿Por qué me importaba lo que pensaban? ¿Por qué era tan

cobarde?

Bueno, era obvio ¿no? Me había encantado ser parte de los

Glitterati en las últimas semanas, y era difícil cerrar la puerta a eso y

aceptar que había acabado.

M

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Era incluso más difícil saber que al rechazarles, ellas también me

pondrían a mí en ridículo. ¿Quién sabía lo que estaba reservado para mí

en los pasillos, o qué tipo de comentarios acabarían en el blog? Deseaba

sólo poder armarme de valor contra esto. Deseaba ser tan dura como

Mary, Sierra y Alicia, quienes, a pesar de todo, parecían mantener la

cabeza bien alta. No, yo era tan suave como la manicura semanal de las

manos de Kellie.

Me froté los ojos y puse nuestra vieja manta afgana sobre mis

piernas, dejando su cálida franja de lana colgando sobre el borde del

cojín. A veces, en los fines de semana, mamá y yo habíamos hecho el día

de pijamas. Nos sentábamos en el sofá, cada una tumbada a un lado con

los pies cruzados en el medio y un bol de palomitas estratégicamente

situado entre nosotras en el suelo.

Fue mucho menos divertido hacerlo sola, y siendo sábado, no había

nada en absoluto —unos pocos dibujos animados para niños, algunos

políticos en programas de entrevistas, y deportes al azar como críquet y

pesca. Como una autómata, pasaba de canal en canal con el mando a

distancia.

—Esto lo cambiará todo —proclamó una señora con el pelo corto y

oscuro, con tanta confianza que me detuve para ver de qué hablaba—.

Vas a ser una persona diferente.

Me apoyé sobre un codo y dejé el mando en mi regazo. Era uno de

esos programas por cable donde alguien es nominado en secreto por sus

amigos para un cambio de imagen y un equipo de estilistas se presenta en

su casa a saquearle el armario.

La otra mujer era delgada y atractiva, pero horriblemente vestida

con una sudadera de universidad y unos pantalones cortos. Tenía lágrimas

en los ojos y su voz tembló cuando dijo—: No sé si estoy lista.

—Oh, pero lo estás —le aseguró la presentadora—. Chicos, vamos a

llevar a Melanie a una expedición de compras.

El programa siguió con un montaje de escenas: Melanie caminando

por las calles de la ciudad, que asumí que era Nueva York. Melanie en una

tienda de moda con el ceño fruncido ante una blusa con tonos fucsia y

naranjas. Melanie saliendo de un probador con una falda de tubo azul

marino ceñida a su cuerpo y chaqueta a juego. Melanie corriendo por la

acera a otra tienda. Melanie saliendo de otro probador con unos vaqueros

ligeramente acampanados. Melanie acumulando la ropa en su brazo para

llevarla a la caja registradora. Melanie saliendo de nuevo a la calle con

varias bolsas de compras.

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—Bueno, echemos un vistazo a Melanie ahora —dijo la

presentadora—. Melanie, sal.

Melanie apareció en el escenario, con un vestido favorecedor y sexy

de color rojo y zapatos de tacón de color beige, con una amplia sonrisa.

Su pelo había sido cortado y secado de manera que caía limpiamente

sobre sus hombros, y su maquillaje, en fuertes colores neutros, destacaba

sus pómulos y sus ojos grandes.

Cuando se detuvieron los vítores del público, la presentadora se giró

hacia la milagrosa transformación de su invitada.

—Así que, ¿qué te parece?

—Es sólo… increíble —dijo Melanie, con expresión de seguir

registrando el impacto de su transformación—. Nunca supe que podía

tener este aspecto.

La presentadora asintió con una sonrisa un poco maniática.

—Pero la mejor parte es que me siento diferente… Solía sentirme mal

por mi antiguo aspecto pero ahora puedo mirarme en el espejo y ver que

estoy dejando que se muestre la mejor parte de mí. He conseguido un

nuevo trabajo. Estoy teniendo citas de nuevo. Es un nuevo comienzo para

mí, y toda esta nueva confianza… bueno, en realidad es como volver a

nacer.

El programa dejó paso a los anuncios y me tumbé en el sofá,

pensando en la ropa y como el tener a Kellie prestando toda esa atención

a mis looks me había hecho sentir especial. Como esto había mejorado mi

vida de alguna pequeña pero esencial manera —por un tiempo, al menos,

pude ver muchas más posibilidades de quién era yo y de lo que podría ser.

La ropa nueva me hizo sentir que podía ser una nueva persona aquí, una

chica popular, alguien con quien mezclarse en todos los buenos

momentos. Y tener control sobre eso, en un lugar como Paradise Valley,

donde el dinero lo era todo, era un tipo diferente de poder.

Entonces, la idea me golpeó de una vez: si pudiera de alguna

manera darles a Mary, Sierra y Alicia acceso a algunas de las cosas más

agradables, tal vez no se molestarían tanto. Tal vez se sintiesen más seguras

y encajasen mejor en la preparatoria Valley, o al menos, tendrían una

opción. Yo estaría por la tarde en el campo de fútbol y entonces Nikki y

Kellie no serían capaces de burlarse de ellas nunca más. Sería una

oportunidad para empezar de nuevo. Para arreglar las cosas.

Podría ser su hada madrina, pensé alegremente, y asegurarme que

tuviesen todo lo que necesitasen. Al igual que la presentadora de ese

programa. Tendría que encontrar una manera de tenerlo en secreto, por

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supuesto. Parecería caridad, y nadie querría aceptar eso de alguien que

conoce, y mucho menos de otra persona de tu colegio.

Todo lo que necesitaría era un poco de dinero. Que no tenía, pero lo

haría.

Salté del sofá y corrí al cuarto de mamá. Su armario gigante estaba

casi vacío —como dije, ella misma no era una gran compradora— y la

caja fuerte estaba donde siempre lo ha estado, debajo de algunas cajas

de zapatos en el suelo.

Me arrodillé y probé una combinación. Tiré de la puerta pero no se

abrió. Lo intenté de nuevo, pensando que debía haber cometido un fallo.

Me había funcionado sólo unos días antes. Cerrada. Probé una tercera

vez. Y una cuarta.

—¿Qué estás haciendo en mi armario? —preguntó mi madre, su tono

de desconfianza es su propio tipo de alarma.

Me sorprendió. Mi corazón latía acelerado y me puse de pie.

—Sólo estaba… ¿qué pasó con la caja fuerte?

—¿Qué quieres decir? —Me miró aterrada, su ceño fruncido y sus

ojos como dardos mientras se acercaba—. ¿No está?

Se lanzó hacia delante como si bucease en una piscina y pasó junto

a mí para mirar, por lo que yo estaba aplastada contra la ropa colgando.

—No, está aquí —se la enseñé—. Pero intenté abrirla y no pude.

Se apoyó en la caja fuerte y dio unas palmaditas sobre ella, como

para demostrarse a sí misma que realmente no había desaparecido. Su

expresión se relajó un poco cuando se volvió hacia mí.

—Eso es porque he cambiado la combinación.

—¿Lo hiciste? ¿Por qué? —demandé.

Sacudió la cabeza con desaprobación.

—Has estado abusando del sistema, Willa. Te di la combinación

porque quería que tuvieses algo de libertad aquí, pero eso no significaba

que pudieses sacar cientos cada semana para gastar en ropa. —Se pasó

la mano por el pelo. Tenía círculos oscuros bajo los ojos, como si también

hubiera estado despierta hasta tarde en una fiesta. Su piel lucía tan pálida

como lo había estado el otro día—. Necesitamos ser conservadores sobre

nuestros gastos durante un tiempo, ahora que estoy pagando esta casa y

la matrícula.

Esto no era bueno en absoluto.

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—Pero ya he usado todo lo que tenía y necesito algo para los

próximos días —solté.

—Tendrás que esperar. Por el momento vamos a volver a un sistema

de paga. —Colocó sus dos manos sobre mis hombros y me miró fijamente

a los ojos. Parecía como si hubiese envejecido cinco años desde que

habíamos estado aquí, pero tal vez no había estado examinándola desde

tan cerca antes—. Willa, no estamos aquí para seguir en contacto con los

Joneses. Te lo dije, estamos aquí por ti, por tu futuro. Y mientras que pueda

pagar una escuela privada, nuestras vidas siempre van a ser un poco

diferentes a las de tus amigos.

—Ya sabía eso —murmuré.

—Mira, tenemos suerte de tener este dinero, Dios sabe donde

estaríamos sin él. Pero es una cantidad finita. Realmente tenemos que ser

cuidadosas.

—Pero ¿por qué? —pregunté. Y antes de que pudiera detenerme,

espeté—: ¿Por qué no puedes conseguir un trabajo de verdad como los

padres normales?

Nunca le había preguntado eso antes, aunque siempre lo había

pensado. Había demasiadas cosas en nuestras vidas que no eran normales

—cosas que apreciaba y cosas que me molestaban bastante. El trabajo

era una cosa de eso último. Montones de artistas también tienen trabajos

regulares para ganar dinero, y aunque he apoyado los sueños de mi

madre, a veces me parecía que era un poco egoísta ponerlos por delante

de nuestras necesidades.

—Pintar es un trabajo de verdad. —Mi madre se alejó de mí, luciendo

herida—. Además, no es tan simple.

—¿Por qué no?

—Porque… Sólo no puedo.

—Pero puedes. Podrías hacer montones de cosas. Eres joven. Tienes

otras habilidades además de la pintura.

—Willa, no vamos a hablar de mi situación, ¿vale? —dijo en voz

baja—. Hay ciertas cosas que no entenderías. Pero tienes que confiar en

mí. Tengo tus mejores intereses en mi corazón. Y es más que un par de

jerséis que odiarás el año que viene.

—Confío en ti —le dije, aunque no estaba del todo segura de que lo

hiciese. Me preguntaba qué cosas no entendería. ¿Cómo se supone que

iba a entenderlas si ni siquiera me había contado que eran? Siempre

habíamos estado en sintonía, pero desde que habíamos llegado aquí,

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parecía que hablábamos dos idiomas completamente diferentes, y el de

ella era cada vez más reservado.

—Bueno, esos es un alivio. —Puso su brazo a mí alrededor y me

apretó fuerte—. Empezaba a pensar que ibas a dejarme por una de las

familias de tus nuevos amigos. ¿Quieres ver una película esta noche?

—Tal vez —dije de mala gana. Toda la conversación simplemente no

se asentaba del todo conmigo. No podía sólo volver al vínculo madre e

hija—. Primero debería intentar hacer algo de mi lectura de inglés.

Una vez que estuve en mi habitación, sin embargo, me di cuenta

que no estaba realmente preparada para hacer frente a Thoreau y su

solitaria cabaña en el bosque—tendría que esperar al domingo. En su

lugar, me senté en el ordenador para revisar mi correo electrónico.

Había un nuevo mensaje de Nikki, enviado a todos nosotros, como

solía hacer. La chica vivía para las cadenas de correo electrónico, daba

igual que fuese una actualización personal o ángeles prometiendo buena

suerte para la próxima década.

Tengo muuuuuucha resaca, chicos. Pero miren lo que encontré esta

mañana.

XXX, N.

Era un enlace a Buzz. Por aburrimiento o algo de curiosidad perversa,

hice clic en él.

La entrada era una foto de Sierra. Llevaba puesto unos vaqueros,

botas de tacón alto y una apretada camiseta con cuello en V que

revelaba un tatuaje azul pálido en su brazo. Alguien había usado el

programa Photoshop para dibujar pezones en sus pechos y flechas

apuntando a sus protuberancias.

Oye, gordita, ¿es esto basura casera? Fashion Fail, decía el título.

Tomé aire mientras la repugnancia absoluta y la ira se apoderaban

de mí.

Otras personas habían iniciado su sesión y hecho malos comentarios

debajo, sugiriendo que era una puta, que había contactado con los

profesares de la preparatoria Valley, que su madre era una prostituta.

Mientras leía, sentía a todo mi cuerpo haciéndose un nudo —hasta el

último músculo constreñido por la furia.

Hice clic para cerrar la ventana, sintiendo vergüenza como si

pudiera haberme tropezado con una foto de ella desnuda.

No necesitaba más pruebas de que Kellie y Nikki estaban detrás de

esto —casi podía oír a Kellie decir las palabras en voz alta. Y no necesitaba

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ningún signo más de que mi plan de cambio de imagen anónimo era el

camino correcto a seguir. Ahora, sólo necesitaba encontrar la manera de

llevarlo a cabo.

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10 Traducido por Pixie

Corregido por Juli

ara el lunes, había tenido el dilema en mi mente un sinnúmero

de veces y finalmente, di con una solución viable. Era tan obvio

que me pregunté por qué me había llevado tanto tiempo. No

tener acceso a la caja fuerte significaba que tenía pocas opciones: que

tendría que robar el dinero que necesitaba y luego le enviaría nuevos

bienes de forma anónima a Mary, Sierra y Alicia.

¿Y qué mejor que robarle a la gente que tenía más que suficiente,

las personas responsables de todas las burlas? Estaría haciendo lo correcto

y a su vez obtendría una pequeña venganza. Estaría haciéndolo al estilo

de Robin Hood. La idea me puso vertiginosamente positiva.

Como yo ni siquiera había robado un bálsamo para los labios, sabía

que iba a necesitar algo de ayuda para la parte del robo —de preferencia

de un profesional en las artes criminales. No conocía a mucha gente en

Paradise Valley, pero había una persona que posiblemente podría

ayudarme.

Encontré a Tre durante un período libre, practicando ollies6 en su

patineta detrás del centro de artes escénicas. Tenía su gorra de béisbol

ladeada en su cabeza y llevaba una camisa a cuadros roja abotonada

sobre una sudadera con capucha. Hizo un ollie en frente de mí con

facilidad, rodando, y pude ver que su cuerpo era para patinar, un núcleo

central de balance suavemente guiando sus largas extremidades. Saludó

con la mano y luego hizo círculos hacia atrás, entrando y saliendo de las

macetas de suculentas en flor que alguien había cimentado

cuidadosamente aquí. Por encima de nosotros, una sola fila de nubes a la

deriva por el cielo, como crema agria.

Deseaba de pronto, haber venido aquí bajo diferentes

circunstancias, porque no iba a ser fácil pedirle lo que tenía que pedirle.

6 Inventado en rampas por Ollie Gelfand y llevado a las calles por Rodney Mullen. Consiste

en levantar la tabla del piso sin usar las manos. Es la base para casi todas las pruebas del

skate. Lo primero que se aprende.

P

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No es como si fuéramos muy cercanos y no tenía idea de cómo iba a

responder.

Era demasiado tarde, sin embargo, porque me había visto. ¡Glup!.

—¿Qué pasa, Willa? ¿Estás aquí para fumar o algo así? —Este era el

lugar donde los niños fumaban cigarrillos a escondidas, y probablemente

muchas otras cosas que pueden o no haber hecho las páginas de

ValleyBuzz.

—No —dije—, en realidad estoy buscándote.

—¿Ah, sí? —Sonrió, casi con coquetería—. ¿Para qué?

Tomé una respiración profunda. No había manera sutil o amable de

hacer esto. Tenía que ir directamente al grano. —Me estoy preguntando si

me podrías ayudar. Necesito robar algo.

Estalló en una carcajada. —Estás bromeando, ¿verdad? —Patinó por

delante de mí, ondeando a través del pavimento en su tabla.

Corrí tras él, mi corazón latía al compás de mis pies. No es broma en

absoluto, Tre. Tuve que llamar su atención antes de perder los nervios.

—Es un poco importante —le grité—. Es por una buena causa.

Se detuvo de nuevo y me miró fijamente, su sonrisa colapsando en

un arrugado ceño profundo. Parecía ofendido. —Ahora, ¿por qué podría

ayudarte con eso?

Me encogí de hombros, sintiéndome avergonzada. —No sé... yo

sólo... oí algunas cosas.

—No creas todo lo que oyes. —Regresó a su tabla, deshaciéndose

de mí.

Estúpida. ¿Qué había pensado, qué iba a insinuar que él era un

criminal y luego esperar que me quiera ayudar, como si simplemente iba a

estar todo entusiasmado?

Todo esto fue una mala idea.

Tal vez debería olvidarme de esto ahora, pensé. En realidad, podría

hacer algo productivo durante mi tiempo libre, como leer o estudiar. Pero

pensé en las chicas que podría ayudar, en todas las cosas con que habían

tenido que lidiar, y algo en mí —la parte obstinada y enojada de mí—

siguió adelante. Tenía que hacerle entender.

—Tre, en serio. Quiero decir, no lo pediría a menos que realmente

necesitara tu ayuda. Por favor. Sólo escucha, por lo menos. —Tuve que

gritar para hacerme oír por encima de sus ruedas raspando mientras se

deslizaba ida y vuelta.

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—No estoy en eso —me dijo—. E incluso si lo estuviera, ¿por qué le

enseñaría a una chica entrometida mis secretos?

—Porque soy... ¿buena? —pregunté débilmente.

Sólo me miró con las cejas levantadas.

Su teléfono sonó. Se detuvo para sacarlo de su bolsillo y mirar a la

pantalla. Entonces me miró como si le sorprendiera que todavía estuviera

allí. —Lo siento, Willa. No te puedo ayudar —dijo con firmeza.

No iba a dejar que me rechazara todavía. Vi una oportunidad y me

apoderé de ella rápidamente.

—¿Qué hay de tus clientes? —pregunté, pensando en el otro día en

la asamblea—. Me parece que recuerdo que dijiste que me debías una.

Suspiró cansado y alejó su teléfono. —Esto no era lo que quería decir.

—Sólo necesito una pequeña lección —le supliqué—. Tal vez una

media hora de tu tiempo, como mucho. Entonces, habremos terminado.

—Mira, Willa, no sabes en lo que te estás metiendo. —Miró más allá

de mí, como si recordara su pasado, luego sus ojos se arrastraron de nuevo

a donde me encontraba parada—. Y estoy tratando de hacer las cosas de

manera diferente aquí.

—Entiendo —le dije—. Pero puedes confiar en mí. No lo voy a

estropear para ti, te lo prometo.

—¿Cómo puedo saber eso? Apenas te conozco. Y no te ofendas,

pero no pareces tan escurridiza.

Lo miré, notando por primera vez que tenía un tatuaje asomando del

cuello de su camisa, uno que siempre había mantenido oculto. Era un

rostro incoloro formado con líneas dibujadas. Se parecía al tatuaje de

Sierra, del que se había burlado el blog. Me pregunté si se trataba de una

foto de su chica.

—Puedes confiar en mí porque los dos tenemos cosas que perder —

le dije—. Y porque los dos somos nuevos aquí, y eso nos hace más

parecidos que diferentes.

Pareció pensar en esto por un momento.

—Así que si íbamos a hacer esto, y no estoy diciendo que lo

haremos, no quiero saber nada de lo que estás planeando, ¿de acuerdo?

Nada.

—Está bien —dije, mis esperanzas burbujeaban en mi pecho—. No

voy a decirte. Jamás.

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—Y no puedes hacerme ninguna pregunta, tampoco. El pasado es el

pasado. No esperaría que alguien de por aquí entendiera, de todos

modos.

Mi sonrisa ansiosa se retractó un poco, me sentía como si no

estuviera realmente dándome suficiente crédito, pero asentí de todos

modos. —Por supuesto. Lo entiendo. Sin preguntas.

—¿Así que cuando, hipotéticamente, querrías empezar?

—Tan pronto como sea posible.

—¿Y dónde?

—Donde quieras. Tú dime.

Le dio una patada a su tabla y tomó el otro extremo para ponerla en

posición vertical. —No podríamos hacerlo aquí. Pero hay un parque de

unos pocos kilómetros por la carretera. ¿Estás libre después de la escuela?

—¿Hoy? Síp —Las chicas iban de compras, pero ya había inventado

una excusa para evitarlo, diciéndole a Kellie que tenía un trabajo que

hacer.

—Está bien, Willa. Voy a pensar en ello. Si me ves en ese parque a las

cuatro, estamos bien. Si no, tendrás tu respuesta. —Bajó su tabla, saltó

sobre ella y se paseó por delante de mí otra vez.

—Está bien. Nos vemos —le dije—. Quiero decir, ojalá.

Para entonces había salido por el asfalto, así que di media vuelta y

caminé hacia el edificio principal, tratando de no mirar detrás de mí. Todo

el futuro de este plan fue montado en Tre. Y ahora lo he expuesto —no del

todo, pero lo suficiente como para ser arruinada si Tre decidiera decírselo a

alguien.

¿Y qué si lo hizo? En todos mis esfuerzos para convencerlo de que era

digna de confianza, me había olvidado de la simple posibilidad de que tal

vez yo no podía confiar en él.

Me dieron ganas de volver, hacerle prometer que se iba a presentar,

hacerlo prometer que no le diría nada a nadie, pero sabía que mi

desesperación no me llevaría a ninguna parte. Tenía que jugar fríamente.

Esperar y ver.

Sigue caminando, amable y despacio.

***

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Había una rampa de skate en el parque, que es donde hubiera

esperado encontrar a Tre, pero no estaba allí. Ni en la cancha de voleibol

o baloncesto, tampoco. Encadené mi bicicleta y miré mi teléfono. Aún

faltaban quince minutos. Mi respiración se cortaba y me sentía mareada,

pero no era por andar en bicicleta, que fue completamente plano y a sólo

un par de kilómetros de la escuela.

Cálmate, me dije. Era como si ya estuviera haciendo algo ilegal.

Me senté en un banco y esperé, observando el césped

perfectamente recortado que tenía que haber sido enviado desde otro

lugar, luego de ser regado para permanecer de este verde. Un pequeño

gorrión se metió en las hojas gruesas y desapareció, probablemente

disfrutando de la vegetación suburbana. No lo culpaba. Yo misma

deseaba una pequeña acción.

Metí la mano en mi bolsa para sacar un Walden. La página colgaba

en frente de mis ojos, pero sus ordenadas filas de texto son sólo patrones

para mí. Entonces saqué mi pequeño monedero con forma de galleta y

me dirigí hacia el edificio del centro comunal, en busca de una máquina

expendedora.

¿Se presentará? Me pregunté. ¿O se encontraba sentado en un sofá

en su casa, jugando al NFL en la Xbox y riéndose de mí? Había dejado en

claro que él realmente no pensaba ayudarme, que creía que todo era

una mala idea.

Llevé mi refresco de nuevo al banco y miré algunos niños montados

en sus bicicletas alrededor. Para esto eran los parques. Para ayudar a los

niños a realizar actividades saludables y mantenerse fuera de problemas.

Por alguna razón, pensé en Aidan y su tienda de bicicletas. Sabía

con seguridad que no necesitaba realmente un trabajo, si lo que todo el

mundo decía acerca de su familia era verdad. Debe de haberlo tomado

porque amaba a las bicicletas. Al igual que yo lo hacía. Lo que lo hacía...

algo así como genial. Mi mente vagó de nuevo al último día que lo había

visto, en el pasillo, cuando me invitó a salir. ¿Había ido a Scottsdale solo o

con otra persona? El pensamiento de él, invitando a alguien más me

atormentaba. Se veía tan lindo ese día, en mi casillero.... Pero era un

mujeriego. Todo el mundo lo decía. Olvídate de él, pensé. Tenía otras

cosas en mi mente ahora mismo.

Al igual que el hundimiento e incómoda sensación de que Tre no iba

a venir. Ahora, habían pasado cinco minutos de las cuatro. Le daría diez

minutos más para aparecer, y entonces volvería a casa. Los niños se

abalanzaron sobre sus bicicletas, riendo mientras daban otra vuelta

alrededor de los campos, destrozando el césped perfectamente cuidado.

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Escuché la tabla antes de verlo. Dobló alrededor de la esquina, con

su mochila colgada sobre un hombro, su camisa de franela roja ondeando

en contra de sus brazos musculosos. Saltó a la acera y se detuvo frente a

mí.

—Guau. Lo hiciste —dije. Antes de darme cuenta de lo que hacía, lo

abracé, lanzando mis brazos alrededor de su espalda.

Se apartó y me dio una mirada perpleja. —Contra mi mejor juicio.

Inmediatamente me arrepentí del abrazo. ¿Demasiado incómodo?

—Bueno, me alegro —dije, suavizando mi entusiasmo. Tenía miedo

de que pudiera cambiar de opinión otra vez—. ¿Y? ¿Por dónde

empezamos?

—¿Qué necesitas? —preguntó.

—Sólo necesito saber algunas técnicas básicas, supongo.

Sonrió con ironía. —Impulso para principiantes, ¿eh?

—Más bien como carteristas. No quiero entrar en las casas o

cualquier cosa.

—Uno nunca sabe. Una cosa que siempre lleva a la otra, eso es lo

que dicen. El carterismo es sólo una droga de entrada. Lo siguiente que

sabes, estás enviando cheques sin fondos y contratando a un

guardaespaldas.

—No en este caso.

—Por supuesto. Eres especial —canturreó.

Su sarcasmo y la sugerencia de que me embarcaba en una vida de

tostadoras de mercado negro y amigos con tatuajes faciales me

molestaba. —¿Podemos seguir adelante con esto?

—Está bien. Bueno, te diré lo que sé, la mayoría proviene de otros

chicos. Nunca hice un montón de estas cosas por mí mismo, pero parece

bastante fácil.

—Está bien.

—En primer lugar, la cosa número uno cuando estás tratando de

entrar en el bolsillo de alguien, la cartera, lo que sea, es ser paciente. Eliges

tu marca y luego observas. Y esperas. Comienzas en una tienda, tal vez, y

observas cómo pagan en la caja, para que puedas ver donde guardan el

dinero. O notas que acaricia a su alrededor, asegurándose de que todavía

está allí. Por lo general, con los chicos, se trata de un bolsillo trasero del

pantalón. Las chicas suelen guardarlo en un bolso, pero nunca se sabe. —

Agarró el bolso—. ¿Puedo?

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—Claro —le dije, ya fascinada por la lección. Sabía que había

elegido a la persona correcta para que me ayude.

Abrió la cremallera del bolsillo delantero. —Para entrar en el bolso

hay que abrirlo con rapidez y sin sonido, amortigua los broches de presión si

tiene broches de presión, y metes la mano y lo obtienes en un solo

movimiento. —Demostró el movimiento con una mano pellizcando—.

Parece fácil, pero requiere práctica.

Me entregó la bolsa de nuevo.

—Voy a necesitar la práctica con seguridad —le dije. Mis habilidades

eran inexistentes.

—A veces es más fácil tomar el bolso entero, pero no arrancárselos.

Esperas a que sea dejado en el suelo o sobre una silla. Tienes que moverte

muy rápido o llevarlos fuera. Nunca correr. Nunca. Y si tomas un bolso

entero, tienes que deshacerte del teléfono de inmediato. ¿Está

entendiendo todo?

Asentí. —Tal vez debería tomar nota —Metí la mano en mi bolso por

un bolígrafo.

—No. No hagas eso. Mantente enfocada. —Señaló sus ojos con dos

dedos y luego a los míos, ordenándome a mirar. Debe ser un maestro,

pensé. Tenía la sensación de que podía hacer casi cualquier tema

interesante.

—Está bien. No hay notas.

Echó la cabeza hacia el edificio de la cafetería. —Vamos a ir allí

donde está la gente. —Nos acercamos y nos quedamos afuera, mirando

por la gran ventana la habitación bien iluminada. Dentro había un

mostrador y algunas máquinas expendedoras. Un grupo de madres

jóvenes con cochecitos estaban sentadas en una de las modernas

cabinas rojas. Una pareja de adolescentes en una pequeña mesa y unas

pocas personas mayores, dos hombres y una mujer, reunidos alrededor de

tazas de café.

—Mira, la mejor marca es alguien que está ocupado y distraído,

como esa mujer que está tratando de cortar su panecillo en cinco millones

de piezas —dijo, señalando—. La gente en el teléfono es buena. También

lo son las personas que llevan las bebidas. ¿Ese tipo allí, con la bandeja de

cafés? Sería fácil de conseguir. ¿Ves cuán lejos están sus manos de los

bolsillos?

Me puse de puntillas para verlo. —Sí. Pero ¿y si me oye venir?

—Simplemente le sonríes, toda linda. Lo último que está pensando es

que le estás robando. Sobre todo tú. Tienes esa cara de inocente.

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—Gracias, creo —Entrecerré los ojos, tratando de ignorar el rubor que

sentía arrastrar a través de mis mejillas.

—También puedes crear una distracción. Como, derramarle algo a

alguien en la espalda, tienes a otro tipo apareciendo para decirle a la

persona y pretendes ayudarles, mientras agarras la billetera. ¿Estás

pensando en trabajar sola?

—Sí. —No se me había ocurrido involucrar a nadie más.

—Estilo Cannon. Muy bien. Muy bien. —Parecía pensar sobre esto—.

Así que olvida la última.

Nos alejamos de la cafetería y regresamos a la zona del parque con

bancos donde habíamos estado sentados antes.

—Entonces, lo que realmente debemos buscar son algunas

maniobras simples —dijo—. Pero la distracción sigue siendo importante.

Digamos que tengo mi cartera en el bolsillo trasero aquí. Voy a caminar por

la calle. Vienes detrás de mí, para chocar contra mi hombro, y dices:

“Disculpe”. Tal vez estás escuchando música a todo volumen en tu iPod, o

tal vez estás coqueteando conmigo, pero haces algo para captar mi

atención mientras tu mano se desliza hacia atrás y tomas mi dinero.

—Distracción. Bien, lo tengo.

—Ahora tienes que trabajar en tus manos. Tienen que ser rápidas

como un rayo. Todo está en el agarre. Mírame.

Imité su gesto, uniendo mi dedo pulgar con mi dedo índice y medio

en un movimiento rápido de agarre, sin saber si lo hacía bien. —¿Así?

Fue raro fingir, pero supongo que la gente aprendía a hacer estas

cosas como lo hacía con todas las cosas. Con la práctica.

—Pero más rápido. —Trasladó su cartera hacia el bolsillo de atrás —.

Así que vamos a intentarlo.

—¿Intentarlo?

—Quieres aprender esto, ¿verdad?

—Sí. Sólo que yo no… —La idea de tratar de conseguir cualquier

cosa de Tre, que se elevaba sobre mí, y ya sabía exactamente lo que

hacía, era desalentador. También era un poco intimidante sumergirme en

su bolsillo, y sentí miedo, por alguna razón, de cruzar una línea.

Parecía molesto, como si yo fuera una niña. —No vamos a perder el

tiempo, Willa. Si vas a hacer esto sin ser atrapada, necesitas practicar. —Se

dio unas palmaditas en su trasero—. Ven y tómalo.

Me reí en mi mano por la sugerencia, y luego tomé un respiro para

recuperar la compostura. Me lanzó a las sombras. —¿Estás lista o qué?

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Empezó a caminar y aceleré para ponerme a su lado. Mientras

caminaba, lo choqué y empecé a llegar a la espalda.

—No. Tiene que ser más sutil. No puedes golpearme con el hueso de

la cadera. Además, pude verte y parecía que tratabas de pegarme con

un movimiento de baile. A la izquierda. A la izquierda —cantó, imitando mis

movimientos—. Ahora vuelve a intentarlo.

Esta vez se me ocurrió usar mi hombro, rozándole al pasar. Se volvió a

darme una mirada. —Disculpe —dije y bateé mis pestañas. Sonrió y yo

llegué a su espalda. Me dio una palmada en la mano.

—Tu sonrisa se ve falsa. Y veo que vienes hacia mí. Inténtalo de

nuevo.

Me reí a carcajadas la tercera vez, apenas se volvió a mirarme.

Probablemente eran sólo los nervios. Y me sentía bastante tonta.

—Esto no es un juego —dijo, sacudiendo la cabeza—. Una vez más.

—Después de que llegué a un acercamiento bastante bueno para el

bolsillo de atrás, trabajamos en los bolsillos laterales, mochilas y chaquetas.

Cada maniobra tenía su propio conjunto de desafíos y cada uno parecía

requerir el sigilo de un ninja. Tenía un nuevo respeto por los profesionales.

A las seis de la tarde, el sol se estaba poniendo, cayendo detrás de

las montañas distantes y dejando un halo borroso de color rosa, pero Tre

era todavía fuerte, tratando de mostrarme cómo quitar un reloj de la mano

de alguien, un movimiento que consideré bien en mis manos de

principiante.

En este momento, mi madre probablemente esperaba por mí. Me

sentía hambrienta, cansada y con un poco de incertidumbre sobre todo el

futuro de este proyecto.

—Está oscureciendo —le dije—. ¿Tal vez deberíamos terminar?

Extendió las manos. —Oye, tú me dijiste. Todo esto fue idea tuya.

—No sabía que ibas a ser un sargento de instrucción. —Le di un

codazo a su brazo en tono de broma.

Sonrió. —Cualquier cosa en la que quieras ser buena requiere

disciplina —dijo—. Eso es algo que aprendí de mi papá. Además, estamos

empezando aquí. Tengo mucho más que te puedo enseñar.

—¿En serio? —Su energía me sorprendió.

Se encogió de hombros. —Esto es una especie de diversión, en

realidad. Nunca pensé que iba a llegar a mostrar a nadie estas cosas.

—Bueno, ¿tal vez podamos seguir adelante? ¿Cómo una vez por

semana o algo así? Definitivamente me siento como que podría utilizar

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más ayuda. Quiero decir, no sé si estoy lista para hacer cualquier cosa por

el momento después de un día.

—Yo podría hacerlo —dijo—. No hay mucho pasando en este

momento, la verdad. Quiero decir, no me he unido a ningún club en VP o

a cualquier otra cosa.

—Yo tampoco. —Destrabé mi bicicleta—. Este podría ser nuestro

pequeño club, supongo.

—Robadores Anónimos —Se rió, y luego recogió sus cosas para irse—.

Nos vemos.

—Nos vemos —le dije, mirándolo a los ojos para señalar mi

reconocimiento. Tal vez incluso, nos convirtamos en amigos. Esperaba que

lo hiciéramos—. Y gracias.

Se alejó unos pasos y se detuvo. —Oye, Willa.

Tiré el candado sobre mi hombro y me di la vuelta.

Abrió la mano. Mi monedero con forma de galleta descansaba en su

palma.

Rompió en una enorme sonrisa antes de lanzármelo de nuevo. —Te

pillé.

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11 Traducido por mebedannie

Corregido por Mery St. Clair

lors, étudiants. Maintenat on va discuter les devoirs.

¿Mademoiselle Greene?7

La Sra. Bruning se paró frente a nuestra clase de francés la

mañana del viernes, inclinándose sobre sus zapatos de punta abierta. Era

una de los maestros más jóvenes, con su espesa cabellera roja, enormes

ojos azules y maquillaje impecable, y por lo tanto, también era una de los

que más se enamoraban. Nuestras sillas estaban dispuestas en forma de

herradura, alrededor del tablero inteligente que ella usaba para repasar

preguntas o discusiones sobre la lectura, El Extranjero, de Camus.

De acuerdo, me sentía muy extraña.

—¿Oui, madame? —Cassidy Greene se sentó recta en su silla, su

cabeza rubia casi saltando en el tallo delgado que tenía por cuello

mientras abría su libro para mostrar el texto de color rosa destacado. Si

había una nerd en el colegio, Cassidy Greene lo era. En una escuela de

alumnos con la presión súper alta de los padres, la diferencia entre el nerd

y lo normal era sólo por los grados de entusiasmo.

La Sra. Bruning preguntó sobre temas de la historia, o al menos eso es

lo que yo creo. Mi francés del primer año en Castle Pines High no me había

preparado exactamente para todo el debate sobre las novelas

existenciales, y la Sra. Bruning nos prohibía hablar en inglés durante la

clase. Eso me dejó varada en la isla Non-Comprendre. Incluso cuando

traté de concentrarme, mi cerebro no digería las palabras indescifrables.

Pero la verdad, tenía mi mente en otras cosas de todos modos,

como el monedero de cuero de pitón plateado de Nikki Porter, que se

encontraba a centímetros de mis pies en el suelo. Lo había dejado

desabrochado y se abría, su etiqueta metálica Dolce & Gabbana con el

logotipo brillante me llamaba.

7 Entonces, estudiantes. Vamos a discutir su tarea. ¿Señorita Greene?

A

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Para mi primer intento, Nikki era el blanco más fácil y el más obvio,

por tres razones fundamentales: Llevaba toneladas de dinero en efectivo. Y

era lo suficientemente frívola como para dejar su bolsa abierta. Y era

personalmente responsable de mucho, si no la mayor parte del daño

causado a Mary.

Posé mi vista en ella durante el descanso más temprano esta

mañana, en la barra de café. Observé cuidadosamente como sacó su

cartera a juego y sacó un billete de cien dólares para pagar por un café

con leche de tres dólares, al mismo tiempo que se quejaba con la mujer

de detrás del mostrador que quería leche de almendras y que la última vez

le habían dado de soja, lo cual la molestó.

Sí, técnicamente, se suponía que Nikki era mi amiga, pero no se

trataba de nosotras. Se trataba de lo que era justo. Se trataba de lo que

era correcto. Se trataba de la justicia para los de abajo. Además, después

de ese comentario de s'mores, estoy bastante segura que Nikki podría

beneficiarse de una karmatica patada en el trasero.

Mientras tanto, si todo iba bien, Nikki no se enteraría de lo ocurrido.

Mi función era la fuerza invisible, pero justa, para regular las cosas. Algo así

como el viento en el bosque o uno de esos secadores de pelo iónicos.

Pensaba en un golpe simple. En mi última sesión con Tre, me enseñó

a quedarme con el dinero de un bolso, pero dejar todo lo demás atrás. En

realidad no era tan simple. Tu mano podría quedar atrapada. Podrías

terminar con las manos vacías, y si fallabas la primera vez, no hay una

segunda oportunidad.

Pero teniendo en cuenta donde nos colocaron, en medio de la

clase, era mi mejor oportunidad en estos momentos para conseguir

cualquier cosa. La única pregunta era si yo tenía las agallas para llevarlo a

cabo.

—Aujourd'hui, maman est morte. Quelle est l'importancia de

déclaration cette?8 ¿Señor Simon?

—Meursault n'est pas heureux, mais il n'est pas très Malheureux9 —

respondió David Simon.

—Il est Malheureux10 —saltó Nikki a mi lado—. Quiero decir, vamos, su

madre acaba de morir.

8 Hoy, la mamá está muerta. ¿Cuál es la importancia de esa declaración?

9 Meursault no es feliz, pero no es muy infeliz.

10 Él es muy infeliz.

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La Sra. Bruning agitó un dedo en su dirección. —Srta. Porter, en

francés.

—Bien. —Nikki rodó sus ojos. Luego, escribió la palabra “perra” en su

ejemplar de la novela.

La Sra. Bruning apagó las luces y encendió con un mando a

distancia. El tablero se iluminó con una escena de una película basada en

el libro. Mientras las chicas se concentraban en una venta de Burberry,

todo el mundo se concentró inmediatamente. Era difícil negar el poder del

tablero inteligente.

Este era el momento perfecto. Me imaginé a Mary en el vestuario el

otro día. La mirada pérdida en su rostro cuando me dijo cómo luchaba

para estar aquí, como si hubiera dejado de esperar a que algo bueno le

sucediera. Se merecía algo mejor que eso. Ahora o nunca.

Dejé caer mi cuaderno de notas en el suelo cerca del bolso de Nikki

y me metí debajo de la mesa, fingiendo recuperarlo. Sus botas de tacón

de aguja colgaban peligrosamente sobre mi cabeza mientras metía mi

mano en su bolso. Usando la laptop para proteger mis movimientos, sentí

todo hasta que mis dedos rozaron la textura de cocodrilo con escamas de

la cartera.

Debajo de la mesa, mi sentido del tiempo se distorsionó. Cerré los

ojos con tanta fuerza que vi estrellas en el interior de mis párpados. Era una

tontería, lo sé, pero me ayudó a sentir que era menos probable ser vista.

Además, era demasiado débil, con miedo a mantener los ojos abiertos. En

el momento en que apreté el rollo de billetes con dos dedos, como Tre me

había mostrado, sentí como si veinte minutos hubieran transcurrido.

Si ese fuera el caso, tenía que ser obvio para todos a mí alrededor.

Probablemente sería pillada en ese mismo momento. Pero ya era

demasiado tarde para retractarme. Tenía que seguir adelante.

Guardé el dinero entre las páginas de mi cuaderno, levanté la

cabeza, y me senté, sin atreverme a mirar a mí alrededor, tratando de

mantener mi respiración normal.

¡Mantente tranquila! había dicho Tre. Era necesario una clase de

artes marciales Zen para lograr estas cosas. Era difícil de hacerlo cuando

mi corazón se sentía como si fuera a salir de mi pecho.

Traté de ver el vídeo. Lo único que sentía era la sangre corriendo por

mi cabeza y mi pecho. Se sentía como si me estuviera ahogando en mi

propio cuerpo.

La punta de la bota de Nikki me golpeó la pantorrilla. Me pateó para

llamar mi atención. Me volví hacia ella. Su cara estaba torcida en una

mueca.

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Lo vio. Ella lo sabe. Oh, Dios mío, ¿qué debo hacer?

Lo que dijo salió en cámara lenta, como la escena en una película

en la que se golpea a un boxeador y él cae, y todos los sonidos y los

movimientos son deformados por mi cerebro aturdido.

—Esta clase es genial —susurró.

—Sí, totalmente —casi grité, aliviada.

—¡Señoritas, atención! —siseó Bruning.

Suspiré tranquila, tratando de liberar mis temblores. Luego, me senté

en mi asiento para poder poner atención, o al menos fingir por el resto de

la clase.

Todo el día estuve paranoica por el cuaderno de notas en mi bolsa,

pero esperé hasta después de la escuela, cuando estuve segura en

Mountainside Galleria, de verlo de nuevo. En la habitación de las primeras

damas, me escondí detrás de una puerta de un cubículo cerrado y saqué

los billetes para contarlos. Cuatrocientos dólares. Los miré con incredulidad.

Eso era un montón de dinero para lattes. Doblé los billetes en el bolso y los

metí en la mochila.

Salí delante del fregadero y salpiqué un poco de agua en mi cara.

Entonces, volví a aplicarme brillo en los labios, tomándome mi tiempo.

Quería hacer esto bien. No quería apresurarme. Una hermosa mujer en un

abrigo de camello entró en el cuarto de baño con su pequeña hija, quien

sostenía un globo Mylar. Me di la vuelta para sonreírles y luego volví a

mirarme en el espejo y pensé, definitivamente no te ves como una ladrona

en estos momentos. Los ladrones no sonríen a extraños. Los ladrones no

usan el brillo de labios Tickle Me Pink.

Soy más que un ladrón, me recordé a mí misma. Era una justiciera, y

estaba a punto de hacer algunas cosas bien.

Colgué la mochila sobre mis hombros. Había elegido una diferente a

la que yo solía usar, a fin de no correr el riesgo de toparme con Kellie y

Nikki. Este centro comercial estaba a doce kilómetros de distancia y el

interior forrado con azulejos de mármol, el atrio todo fresco y enjaulado en

vidrio. El chapoteo de las fuentes se mezclaba con las voces silenciosas de

los compradores y la nueva música flauta. El aire olía a ropa nueva y a

rosas, a pesar de la palmera que ocasionalmente estaba allí para

recordarte el desierto que era afuera.

Rodeé Tiffany, L'Occitane, y una tienda de vaqueros de lujo,

siguiendo el largo pasillo del centro comercial hasta que se abría en la

boca de Saks Fifth Avenue. Este era mi destino. Cuando me acercaba a la

entrada que brillaba intensamente, imaginé como si Mary, Sierra y Alicia

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estuvieran conmigo, y me sentí tan feliz como si hubiera comido cinco

bolsas de dulces.

Prácticamente daba saltos, pasando por exhibidores de bikinis y

ropa de maternidad. Una vendedora que doblaba las bufandas me sonrió.

Me dirigía a la sección “Contemporánea” del departamento, cuando uno

de los maniquíes sin rostro de alabastro me llamó la atención. Estaba

envuelto en un minivestido dorado, con un escote profundo y un cinturón a

juego. Parecía algo que una diosa disco o una princesa extraterrestre

usaría, salvaje y lujoso, y muy audaz.

Lo encontré en un estante de mi talla y lo colgué en mi brazo, junto

con un vestido strapless color púrpura con una falda de tul y algunas

blusas. Una vendedora de pelo cobrizo amarillo y varias tiras de perlas me

guió al vestuario.

—Dime si necesitas ayuda, querida —dijo, y colgó los artículos antes

de dejarme sola.

Me quité mi chaqueta y la ropa y me probé las blusas y el vestido

púrpura primero. Estaban bien, perfectamente bien para cualquier otra

ocasión, pero no te impresionaban, incluso si venían en un paquete

misterioso. Dirías: Bonita blusa, ¿pero por qué está en mi puerta?

Necesitaba algo lo suficientemente sexy para que la persona quien lo

reciba no le importara de dónde viene.

Entonces, será el vestido dorado. Era un éxito—sexy y elegante y

sorprendente a la vez. Pasé las manos por la fina tela, sintiendo su peso.

—Fabuloso —dijo la vendedora.

Asentí en el espejo. Era fabuloso. Se vería perfecto en Mary.

Probablemente, nunca había tenido un vestido como éste antes. Para Nikki

no hubiera sido más que otro pedazo de tela que cuelga en su armario,

pero para Mary sería un tesoro, un cambiador de vida.

Dos vestuarios hacia un lado, se abrió una puerta. En él se

encontraba Morgan Whitney, una chica del colegio, que se rumoreaba

era la heredera del fundador de una empresa petrolera grande, al menos

de acuerdo con Cherise. Con su cara enorme y orejas grandes, no era

especialmente hermosa, pero era flaca y rica, y eso le funcionaba. Se

probaba un par de pantalones vaqueros, y estiró la banda de la cintura,

debajo de la cual los huesos de la cadera le sobresalían.

—Demasiado grande. —Hizo un mohín.

Una pequeña mujer de mediana edad que llevaba una bolsa de

Birkin y a todas las apariencias su madre, dijo—: Voy a volver y conseguir la

cero.

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—Haz que la señora lo consiga, mamá —ordenó Morgan—. Para eso

le pagan, ¿no?

Me debió de haber pillado mirando, porque miró en mi dirección.

Por instinto, más que nada, le sonreí. Ella estaba en el último año y era

parte de la rama más antigua de las Glitterati, había estado en la fiesta de

Nikki la otra noche, y había hablado con ella brevemente en la cocina, a

pesar de que había estado bastante borracha.

Me miró. —¿Te conozco?

—No —le dije, sonriendo, y me deslicé hacia el interior de mi

probador para cambiarme a mi propia ropa. Hace unos meses me hubiera

molestado que Morgan Whitney no me reconociera. Ahora, era una

prueba más de que yo hacía lo correcto.

Algunas de las farolas se encendían mientras entraba con mi

bicicleta en el complejo de apartamentos de Mary en Maryvale. En la

escuela, un profesor intentó explicar el “crepúsculo”, y yo estaba bastante

segura de que esta era la hora del día antes de que realmente sea de

noche. Las palmeras se agitaban en la ligera brisa de la tarde de Arizona.

En el exterior, en algunos de los balcones, las ropas se balanceaban como

banderas. Este era, técnicamente, el lado malo de la ciudad, y noté todo

el grafiti en los edificios, y la basura en la calle mientras andaba en mi

bicicleta.

Miré a mí alrededor para ver si alguien me había visto, pero no había

coches que pasaban, y nadie a pie. Sólo yo, y la locura que estaba a

punto de hacer. Me temblaban las manos mientras apoyaba la bicicleta

contra la pared trasera del edificio. No hubo tiempo para que encajara

correctamente, tenía que moverme rápido para no ser notada.

Bien podría haber estado llevando una bomba en mi mochila. Pero

era sólo un pequeño paquete con papel de seda que la vendedora había

utilizado para envolver mis compras: el vestido, y un collar de oro a juego

con una borla delicada. Había aprendido de Kellie que una pieza brillante

como el vestido sólo necesitaba un poco de adorno, de lo contrario corría

el riesgo de sobre ostentar. Por ese poco de sabiduría, podría haberle

dado las gracias.

Había incluido una nota con las letras de revistas recortadas. Un

poco psicópata, lo admito, pero tenía que jugar a lo seguro. Sólo dije: “Un

regalo para ti”.

De acuerdo con el directorio, estaba buscando 48C. Repasé los

números, en busca de cualquier signo visible de Mary. El apartamento era

el quinto en el lado izquierdo, a sólo una unidad de la final, donde había

una escalera cubierta que conducía a la planta superior.

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Uno, dos, tres. Me lancé a la ligera, tratando de ser silenciosa, y

rápidamente puse el paquete en el tapete delantero. Tomé un respiro.

Podía escuchar a todo volumen un televisor en el interior del apartamento,

y llegaba el olor de la cena, la cebolla y la carne y la pimienta.

Con el estómago revuelto, toqué el timbre, y luego hice una carrera

loca por la escalera, y me presioné contra la pared, por lo cual estuve

envuelta en las sombras. Respiré duro, y se me ocurrió que antes había

hecho algo así: ese juego de niños en el que tocas el timbre y escapas.

Estábamos en tercer grado y nuestro objetivo era meternos con la mujer

mayor y malhumorada que vivía en nuestra cuadra. Ella saldría de la casa

y gritaría por la calle. Esta versión tendría un mejor final, esperaba.

Vamos, vamos. Miré mi reloj y me pregunté si iba a tener que regresar

y tocar el timbre otra vez. Quizás la televisión estaba demasiado fuerte y no

habían oído el timbre. Tal vez el timbre de la puerta no funcionaba.

Pero entonces, se abrió la puerta y vi a Mary asomar la cabeza. Miró

a su alrededor antes de que sus ojos bajaran y viera el paquete. Se mordió

el labio inferior, mirándolo, entonces lo recogió y volvió a entrar.

Punto.

Quería esperar más tiempo y ver si podía ver u oír algo más, tal vez su

reacción. Pero era demasiado arriesgado y tenía que llegar a casa. El

paquete estaba en sus manos. Eso era lo importante.

Regresando a la bicicleta, prácticamente me abracé a mí misma

con entusiasmo. ¿Qué va a pensar Mary? ¡No podía esperar a ver qué

pasaba en la escuela!

En el momento en que entré en la calzada era cerca de las siete, y

algunas de las luces estaban encendidas dentro de mi casa, así que asumí

que mi mamá se encontraba en casa.

Actúa natural, pensé, mientras desmonté de la bici en el garaje y me

dirigí a través de la sala de lavandería. No era una buena mentirosa. De

hecho, cada vez que había tratado de mentirle a mamá, aunque se

tratara de una prueba reprobada o un pañuelo perdido, ella podía ver a

través de mí. Una vez intenté encubrir el hecho de que había roto la

cremallera de una chaqueta que pedí prestada, pero no pude

conseguirlo. —Ríndete, Willa —me había dicho y cedí, mostrándole el

daño. Ella siempre lo sabía. Es por eso que había sido tan difícil ocultar

toda la ropa que había estado comprando.

La mentira, le gustaba decir, es un veneno en una relación.

Sin embargo esto era diferente. Sabía instintivamente que no

entendería lo que yo hacía, pero no podía dejar que eso me detuviera.

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Es por eso que tenía una excusa preparada en caso de que me

preguntara dónde había estado—había salido con Cherise. Sin embargo,

tenía la esperanza de que no me preguntar. Por un lado, mi coartada no

podría ser corroborada: Cherise había dejado la escuela temprano para

visitar a su hermano Cornell. Por otro lado, sentí una sonrisa nerviosa ridícula

que se acercaba, al acecho, justo debajo de la superficie. En mi estado

delirante, post-robar, no estaba en forma para estar mintiendo. ¿Cómo

logran los criminales verdaderos hacer estas cosas?

—¿Mamá? —llamé tentativamente.

Nada. Tal vez tendría suerte y ella había salido, a pesar de que era

extraño que dejara las luces encendidas, normalmente era un eco-fascista

y ese tipo de cosas. No hay nota, noté mientras caminaba a la cocina.

Tuve que asumir que tuvo que salir de un minuto a otro y que volvería

pronto.

Saqué la cena del congelador, la puse en el microondas, eran unos

pocos tamales, y me senté a comer. Luego me fui a mi cuarto e hice un

poco de tarea como si fuera cualquier otra noche, tratando de

mantenerme enfocada en la tarea en cuestión, a pesar de que mi mente

estaba hiperactiva.

A las once, seguía sin aparecer en casa, así que fui a la cama. Me

quedé mirando al techo y las últimas horas se reproducían con cuidado en

mi mente. ¿Si alguien me hubiera visto hacer algo raro? ¿Si la señora de la

tienda me miró sospechosa? No y no. Nada me había dado una razón

para detenerme. De hecho, todo había ido tan bien, tan fácilmente, era

como si esto fuera exactamente lo que se suponía que debía hacer. Tal

vez esta era mi verdadera vocación.

Mi cuerpo latía con energía inagotable y pensé que no iba a ser

capaz de conciliar el sueño, pero debí haber dormido en algún punto.

Algún momento en medio de la noche, me pareció oír el sonido de

mi puerta. La luz barrió la sala, y pude ver que mi madre se encontraba de

pie junto a mí, vestida con su chaqueta de mezclilla y llevaba su bolso.

—¿Mamá? ¿Qué estás haciendo? —le pregunté, medio dormida.

—Nada —dijo. Tenía una sonrisa en el rostro, pero era un tipo de

expresión triste y lamentable, como si estuviera soñando. Me tocó la frente

suavemente con dos dedos, trazando una línea a través de las cejas—.

Sólo quería ver si estabas bien. Vuelve a dormir.

Vi como salió al pasillo, fundiéndose con las sombras, y oí el susurro

de la puerta arrastrando sobre la alfombra.

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Pensé que debí haberlo soñado, porque era tan extraño verla así, y

porque fui arrastrada por otros sueños maravillosos y de colores que me

llevaron de vuelta al colchón y a la oscuridad.

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12 Traducido por Purpleliem

Corregido por Mery St. Clair

l palito de pan en mi bandeja de plástico parecía formar un

dedo acusatorio, y apuntaba directamente mi dirección. O

quizás era sólo mi estado de ánimo quien lo malinterpretaba.

No había visto a Nikki durante todo el día, pero yo sabía que tendría

que enfrentarla tarde o temprano, y este almuerzo era un muy

probablemente “temprano”. Seguramente ya debió haber notado algo y

yo tendría que confesarlo. No podía mentir descaradamente —no en su

cara, ni en medio del comedor.

De algún modo, lo bien que me había sentido después de mi

aventura el viernes, se convirtió en muchas dudas a lo largo del fin de

semana. Y ahora estaba convencida de que todo fue un terrible error. Me

pasé el sábado y el domingo en casa, ignorando mi teléfono y

sintiéndome cada vez más asustada, sintiendo un remolino de dudas y

culpabilidad. Era como el ectoplasma en una película de terror rezumando

debajo de la puerta, revistiendo mis zapatos para atraparme. Yo sabía que

nunca conseguiría vivir en paz con lo que había hecho, incluso si me salí

con la mía, no podría hacerlo de nuevo. ¿Cuál era el punto? Un vestido

difícilmente salvaría el mundo.

Por supuesto que no podía decirle a Cherise mis inquietudes, así que

me senté allí, escuchando distraídamente mientras hablaba sobre su fin de

semana.

—Oh, Dios mío, ¿te conté que los chicos de la escuela de mi

hermano son totalmente ardientes? —Cherise sonrió deslumbrante mientras

rebanaba el salami en su plato—. Tienes que venir conmigo la próxima vez,

Willa. Tal vez en las vacaciones de invierno.

—Suena divertido. —Y era cierto. Y me gustaría ir si no estuviera

bastantemente segura de que estaría suspendida de la escuela para ese

entonces. Empujé la ensalada con mi tenedor y vi a Nikki salir de la fila de

caja con su almuerzo. El terror hirvió en mí como un cóctel de gas de

veneno.

E

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Pero ella se acercó a nosotros con soltura en sus medias estampadas

y falda a cuadros.

Y… ¿sonreía?

—¿Qué tal, señoritas? —Se sentó a un lado de Cherise, y noté que

llevaba un bolso nuevo, el cual puso a su lado en el suelo, descuidada

como siempre—. Cherise, ¿de verdad te comerás esa cosa amarilla?

Parece extraña.

—Necesitas superar esa obsesión con el mercurio —dijo Cherise—.

¿Dónde está K?

—Sigue haciendo fila con Aidan y Drew. Creo que venían del

gimnasio o algo así. Y no es una obsesión, no quiero contaminar mi cuerpo.

—Nikki se estremeció al pensamiento.

—Sin embargo, no lo puedes ver. —Cherise levantó un trozo de

pescado en su tenedor—. Esto se ve perfectamente bien.

—Así que básicamente te estás matando a ti misma y no lo sabes.

Cherise puso el trozo en su boca. —Pero sabe delicioso.

Nikki se volvió hacia mí. —Willa, ¿dónde estuviste este fin de semana?

Traté de llamarte.

—En ningún lado —dije, levantando la mirada y haciendo contacto

visual con ella por primera vez. Durante todo el tiempo que estuvo

charlando, me centré en mi bandeja—. Quiero decir, sólo estuve en casa.

—Sentí que me evitabas y necesitaba hablar contigo…

Tragué saliva, una pieza de tomate bajó a través de mi esófago

como una canica. Por favor, no digas lo que pienso que vas a decir justo

en este momento.

—…acerca de la tarea de francés, ¿la hiciste?

¿Era eso? No podía ser, ¿verdad?

—Sí —dije tratando de disimular mi incredulidad con un tono

casual—. Tomó un tiempo.

—Odio ese libro, estoy tan harta de Camus. En serio, necesitaba tu

ayuda.

Deja de mirarla como si estuvieras esperando que atraviese su

tenedor en tu cuello.

—Lo siento, Nikki. No intentaba ignorarte —dije, aunque eso era

exactamente lo que había estado haciendo.

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Comenzó a llevarse lechuga a su boca y estudié su rostro, buscando

alguna señal de reconocimiento, pero no había ninguna. Si tenía la idea

de que perdió cuatrocientos dólares —o que yo los había sacado de su

bolso— no lo demostró.

A mi modo de ver, había cuatro escenarios posibles:

a) Sabía, pero era una actriz brillante.

b) Estaba completamente ajena.

c) Había llenado y recargado su billetera o,

d) Una combinación de b y c.

Cuando miré de nuevo, Nikki sacaba los trozos de langosta de su

ensalada y los arrojaba al suelo.

D. Definitivamente era D.

Kellie se acercó con su bandeja, Drew y Aidan detrás de ella.

—Genial. Este es el mejor lado de la mesa para observar a la gente

—dijo Kellie. Plantó su bandeja—. Y evaluar su vestuario.

Una vez encontré sus palabras geniales, pero ahora sabía que lo

decía en serio. Buscaba la manera de humillar a la gente. Patético.

Drew se sentó frente a ella. —¿Hay lugar para nosotros?

—Claro —dije con generosidad. Me sentí aliviada de que más

personas estuvieran aquí, porque más gente me hacía sentir menos

paranoica —incluso si uno de ellos era Aidan, quien me volvería loca de

alguna forma. Me deslicé, haciéndole espacio mientras sonreía

ampliamente en su dirección. Como si estuviera verdaderamente feliz de

verlo, lo cual era cierto. Habían pasado casi seis días desde que lo había

visto por última vez. No es que yo estuviera contando. ¿Ves? Loca.

—¿Cómo te va?

Me frunció el ceño, claramente sin confiar en mi saludo de

bienvenida. —¿Qué pasa contigo, Colorado? ¿Bebiste el jugo de la

amabilidad hoy?

—Así es —dije, bebiendo de mi jugo de toronja recién exprimido—.

Sabe bien.

—Tómalo con calma, es potente.

Se dejó caer y comenzó a atacar su hamburguesa con agresividad.

Su cabello se había caído delante de sus ojos y llevaba puesta una camisa

escocesa de botones de manga corta. Me relaje un poco. La presencia

de los chicos me hacía sentir cómoda, mientras toda la conversación se

enfocaba en ellos.

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También volví a mi almuerzo y nuestros codos se rozaron el uno con

el otro en nuestro intento de comer. Le eché un vistazo y noté que los

bíceps de Aidan eran más definidos de lo que yo podría haber esperado.

Mis ojos siguieron los ligamentos nervudos que corrían por sus brazos a sus

anchas muñecas. ¿Siempre había estado así de definido? Mis músculos

zumbaron.

—Aidan, nunca te sientas aquí ¿qué hicimos para merecer esto? —

susurró Kellie.

Ugh, dame un respiro.

Él se encogió de hombros. —Quería ver tu evaluación de vestuario.

—Cállate —se rió.

—Eso y que necesito un cambio de escenario. —Sus ojos se clavaron

en mi dirección.

—Somos como un lindo paseo por el campo aquí, en este lado del

comedor —dije.

Espera un momento ¿estoy coqueteando? Sí, creo que lo hago,

apenas puedo creer eso. Aidan se rió entre dientes. —Más bien como un

paseo en el acantilado de una montaña.

—Pero parece que te gusta la altitud.

Guau, sigo coqueteando.

—Cuando no me hace sentir enfermo.

—No sabía que tuvieras esa constitución tan débil. Tendré que

conseguirte un Dramamine.

Levanté la mirada y vi que Kellie nos veía con mala cara. —

¿Seguirán así todo el día?

—En realidad, se me está acabando el material —dijo Aidan—. ¿Qué

tal tú?

Sonreí, sin saber de dónde me venía esta confianza y sin realmente

importarme, tampoco. —Apenas comenzaba.

—Guau, chicos. Miren eso —dijo Cherise, haciendo un gesto con la

cabeza.

Me volví a mirar detrás de mí. Mary se encontraba de pie junto a

Alicia Gómez en la barra de condimentos, vistiendo el vestido dorado.

—Es sorprendente —dijo Cherise—. Se ve como una persona

diferente.

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Tomé aire y estiré el cuello para ver mejor. Este era el momento de la

verdad. Expuesta como me sentía enfrente de todos, no podía esperar

para ver cómo se veía. Y Cherise tenía razón. Brillaba del otro lado de la

habitación.

Quería ponerme de pie y aplaudir. Se veía muy bien.

—Ese collar es fabuloso —susurró Nikki.

—¿Qué pasa? —susurró Kellie—. ¿Dónde consiguió esas cosas? Eso

es de Halston. Lo vi en Neiman Marcus el otro día.

—No lo sé —dijo Nikki—. Debió comprarlo en Neiman.

—De ningún modo. —Kellie ahogó una carcajada—. ¿Estás

bromeando? Debió haberlo robado. Quiero decir, la chica siempre va mal

vestida.

¿Robado? Espera, espera, espera. La preocupación me recorrió. Esto

se suponía que debía mejorar la imagen de Mary, no acusarla por mi

crimen. ¿Por qué Kellie no podía sólo darle algo de crédito?

—Tal vez sólo tuvo una revelación de estilo —dijo Nikki—. Yo tuve uno

de esos. En octavo grado, ¿recuerdas? Desperté después de esa terrible

pesadilla sobre compras y decidí que ya no iba a comprar nada de

Banana Republic o J. Crew.

—¿Por qué asumes que lo robó, Kellie? Alguien más se lo pudo

comprar —dijo Cherise y a pesar de que quería sonar despreocupada,

reconocí su puntiagudo tono de aquel día en el centro comercial.

Bingo, pensé. Así está mejor. Entonces, noté que me miraba,

esperando una reacción.

—No importa como lo obtuvo, se ve muy bien —dije en voz alta,

esperando que mi voz no fallara o de otro modo delatara.

—Se ve sexy —dijo Drew—. Me enciende.

Nikki lo pinchó con un huesudo dedo con manicura. —Eres tan

grosero.

—¿Qué? No dije que saldría con ella —resopló.

—¿Y por qué es eso? —dijo Aidan, arqueando una ceja—. ¿Es

demasiado lista para ti? La chica es la número uno en la clase. Creo que

te haría ver tonto. Incluso para tu papá Harvard.

¿Aidan estaba de su lado? Quería abrazarlo, largamente y fuerte.

Nikki y Kellie se echaron a reír mientras el rostro de Drew se oscurecía.

Al parecer, el padre de Drew era muy dominante y Drew siempre

intentaba estar a la altura de las expectativas de su padre.

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—Cállate la maldita boca, hombre. Todo lo que dije es que no es mi

tipo.

—Y yo todo lo que digo es que el dinero no te da clase —respondió

Aidan—. La clase no viene al nacer.

—Pienso que ella se ve genial —dijo Cherise soñadoramente—. Y lo

sabe, se le nota. ¿No lo crees, Willa?

—Sí —dije, tratando de no reventar de orgullo—. Es muy halagador,

como si estuviera hecho sólo para ella, ¿sabes?

—Bueno, a pesar de que amo evaluar los nuevos atuendos, creo que

iré por un refresco —anunció Aidan—. ¿Alguien quiere uno?

—Voy a tomar uno, amigo. —Drew aparentemente ya perdonó a

Aidan, metió la mano en el bolsillo delantero de su mochila y sacó una

billetera negra y gorda. Le vi deslizar un billete de veinte dólares. Atrapé a

Aidan mirándome, nuestras miradas se encontraron por un momento y

estuve hipnotizada. Luego noté que él probablemente pensó que estuve

mirándolo todo el tiempo, por lo cual fingí estar ocupada diseccionando

mi ensalada, cortando franjas de lechuga romana.

Eso. No. Es. Genial.

—Es que no puedo creerlo —dijo Kellie—. Esto no es lo que esperaba.

Arriba es abajo, negro es blanco. Lo próximo que sabrás es que Sierra

vestirá Stella McCartney. Siento como si el mundo estuviera llegando a su

fin.

—Contrólate, chica —dijo Cherise.

Sentí una enorme sonrisa curvarse en mi boca, pero me incliné sobre

mi almuerzo para que nadie pudiera verlo. Kellie estaba a la defensiva, lo

cual significaba que las cosas ya comenzaban a cambiar. Podía sentir el

orden social de la escuela inclinándose ligeramente.

Todo iba exactamente a lo planeado frente a la mirada

consternada del rostro de Kellie. Tanto así que todas mis reservas se

evaporaron como mi miedo. Tanto que pensé intentarlo de nuevo. Y tenía

una idea bastante buena de quien sería mi próximo objetivo.

Era el día de educación física, donde teníamos que ser examinados

con sentadillas, flexiones, abdominales y por supuesto mi némesis, carreras.

Mary ya rebuscaba entre su bolso de gimnasia cuando llegué a los

vestuarios. Desde la noche en la hoguera, no habíamos hablado mucho, y

yo sabía que no estaba en lo alto de su lista, pero durante todo el día, la

había visto dar vueltas y mirando desde lejos y supongo que yo sólo quería

ver cómo lo estaba haciendo de cerca.

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—¿Estás lista para esto? —pregunté.

—Tan lista como lo podré estar —dijo, metiendo su bolsa de deporte

en su casillero. Hoy traía su cabello suelto, cayendo alrededor de su cara

en forma de corazón en ondas oscuras—. Tortura.

—Me encanta tu vestido, por cierto —dije.

—Gracias —dijo, sonrojándose—. No creerías cuantos cumplidos he

recibido por esto. Estoy casi temerosa de quitármelo.

Un delicioso calor se propagó sobre mí, como Nutella fundida en un

sándwich de plátano. Ella estaba tan contenta que me sentí bastante

orgullosa de ser la razón detrás de ello.

—Piensa en eso todo el tiempo —dijo Sierra, tomándole el pelo.

Hablaba en tercera persona, pero más para Mary que para mí. En gran

parte ignorándome, pero lo ignoré. Uno de estos días, se daría cuenta de

que yo no era tan mala como pensaba.

Mary le dio un empujón amistoso. —Sólo estás celosa, muchacha11.

—¿De ese vestido? Esa cosa diminuta no se vería bien en mí.

Mary rodó sus ojos en mi dirección y pude ver que lucían brillantes y

claros. —Como sea.

Nos cambiamos a nuestras ropas de deportes, así que todas

teníamos el mismo aspecto y nos dirigimos a la pista, nuestros pies crujían

en el camino de grava seca mientras caminábamos hacia los bordes de la

propiedad de la escuela. El sol nos siguió sobre nuestras cabezas como un

ojo mecánico. Sin importar que estábamos a punto de ser públicamente

humilladas en nombre de los estándares del estado físico—todo iba

simplemente bien, en lo que a mi respectaba.

En casa, me puse en línea y busqué en Google a Sierra. Por un lado,

necesitaba su dirección. Pero también buscaba otra información: ella

seguía siendo un misterio para mí y quería saber más sobre ella,

especialmente si iba a escoger su ropa. Algo muy revelador estaba

descartada, al parecer.

Encontré su página de Facebook y di clic en ella. Había algunas

fotos suyas con Mary y Alicia, los brazos encima una de la otra, mostrando

signos de paz; y otras de quienes parecían ser su familia, una hermana y un

hermano, tal vez. Imaginé que era religiosa, porque había publicado una

cita de San Francisco de Asís: “Porque dando se recibe”. Debajo de

“intereses” tenía “Misión de Santa María para el almuerzo de personas sin

11 En español en el original.

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hogar, Hábitat para la Humanidad, y el cuerpo de voluntarios de la mesa

del Albergue Infantil.”

Así que su padre estaba sin trabajo, ella apenas podía costear la

vicepresidencia ¿y gastaba su tiempo libre como voluntaria de tres

diferentes organizaciones? Increíble. Me sentía como una tonta total. Si era

malhumorada, no era de extrañar. La chica estaba tan ocupada

cuidando del planeta que probablemente no dormía nada.

Bueno, una buena acción merece otra, pensé mientras cerraba la

ventana. Abrí Excel y comencé a hacer una hoja de cálculo con filas y

columnas para las marcas posibles y lo posible para dar. Había más trabajo

por hacer y comencé con una columna para Sierra.

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13 Traducido por ♥...Luisa...♥ & Mery St. Clair

Corregido por LizC

n el pasillo, podía oír los sonidos débiles de la música del piano a

la deriva fuera del auditorio. Era una asamblea especial,

presentada por el Vicepresidente de los Ruiseñores, quienes

hacían una presentación previa de las canciones de su concierto de

otoño. Aquí fuera, estaba yo cantando una canción completamente

diferente, y esta sonaba como si estuviera rompiendo el casillero de Drew

Miller.

El trabajo exigía la herramienta adecuada, y resulta que

casualmente la llevaba en el bolsillo. Tre me había mostrado cómo hacer

estallar el tope de una lata de refresco, y cortarla y doblarla en la forma

correcta para hacer una cuña. Había practicado unas cuantas veces con

latas de Typhoon Dew y Coca-cola de dieta que sacamos de los

recipientes de reciclaje del parque.

—Me siento culpable por esto —le había dicho a él, mientras

robábamos más aluminio de los contenedores verdes. Estaba pensando en

mamá y su estricta política de reciclar todo.

—¿Por qué? —había dicho, encogiéndose de hombros—. Esto es

reciclar.

Ahora sólo necesitaba deslizar la cuña en la cerradura de

combinación, de cierta forma… y obtener el ángulo recto en él… así no,

no. Simplemente tenía que…

Hacer clic en…

Y voilà.

La cerradura saltó abierta en mi mano. Incluso me sorprendí de lo

fácil que era cuando abrí la puerta. Tenía que actuar con rapidez: supuse

que tenía alrededor de cuarenta y dos ventanas, más o menos. La mochila

North Face de Drew estaba justo aquí, pero cuando palpé el bolsillo

delantero, la billetera —la gorda billetera que había visto durante tres

días— no estaba. No importa, pensé, sintiendo el sudor romper en todo mi

E

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cuerpo. Tenía que haber algo aquí. Un teléfono, ¿tal vez? No iba a

arriesgarme al allanamiento de casilleros sin algún tipo de recompensa.

Los segundos pasaban. Sentí que mi temperatura corporal subía con

cada uno. Después desaparecieron, en su mayoría, al encontrar algo.

Vamos, Willa. Haz que suceda.

Me apresuré a rebuscar entre los otros bolsillos de la mochila y agarré

algunas plumas, un encendedor, un paquete de Trident. Y entonces…

¿qué era eso? Frío metal, enlaces fuertes.

De ninguna manera. Había dejado un reloj allí.

Me tambaleé y vi que era de oro y marca Burberry.

¿En serio, Drew? ¿Un Burberry? ¿En tu casillero? Es como si estuviera

esperando que lo timaran. Sentiría lástima por él, casi, si no hubiera dicho

esas cosas viles acerca de Mary, el otro día.

Guardé el objeto, cerré el armario, y prácticamente salté de nuevo

en el auditorio para escuchar a Cassidy Greene y sus compañeros

cantando a capela “Ride Like the Wind,” como todos los otros chicos y

chicas buenos.

La falta de la billetera en el casillero de Drew significaba que tenía

que hacer una parada rápida en mi camino al centro comercial después

de la escuela. La Tienda de Empeños Finer Things se encontraba

técnicamente en Scottsdale, en una calle poco estéril, en un área con una

gran cantidad de almacenes, y depósitos de agua y otras cosas que

probablemente eran necesarias pero era mejor dejar olvidadas. Los

letreros de neón resplandecían “EFECTIVO, COMERCIO FÁCIL, y

ACEPTAMOS ORO” desde la calle. El calor era aún menos tolerante en esta

área, con la carretera de asfalto solamente y bajos edificios de concreto

que lo irradiaban de vuelta. Había palmeras aquí, como en las demás,

pero se veían andrajosas y descuidadas, como si pudieran rociar con hojas

marrones a un transeúnte inocente.

Amarré mi bicicleta, teniendo cuidado de darle una longitud extra

de cable. Estaba muy lejos de Paradise Valley, y la última cosa que

necesitaba era salir y encontrar mi bicicleta sin ruedas.

Dentro de la tienda, una fila de guitarras eléctricas colgaba del

techo sobre vitrinas de vidrio con joyas y monedas. Silbantes tubos

fluorescentes iluminaban los estantes de los televisores, equipos de música,

consolas de juegos, ordenadores, estantes de armas y abrigos de piel

extendidos por varios días.

Me acerqué a la ventana en la parte trasera de la tienda, que era

como una taquilla, pero con barras. Una anciana con una peluca de color

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rojo brillante, lápiz de labios de coral estruendoso, y un barniz en polvo de

base se me quedó mirando por encima de sus lentes bifocales.

—¿Qué tienes? —preguntó en un tono áspero de fumador—. Sé

descriptiva. Estoy casi ciega, incluso con estas malditas cosas.

—Es un reloj. —Lo deslicé en la ranura debajo de la ventana.

Frunció el ceño, dándole vueltas entre sus manos pequeñas y

arrugadas.

—Un reloj de hombre. ¿El reloj de papi? No, no contestes, cariño. No

quiero saber. No quiero oír más historias lacrimógenas. ¿Lo empeñas o lo

vendes?

—¿Cuál es la diferencia?

—Si lo empeñas tienes noventa días para cambiar de opinión y

comprarlo de nuevo. Tengo que tomar tu identificación y tus huellas

digitales. Si lo vendes es mío.

Sin huellas dactilares y sin identificación, en absoluto.

—Lo vendo, entonces.

—Bueno, te puedo dar quinientos. El reloj vale mucho más, pero esto

es una casa de empeños. No somos exactamente conocidos por nuestros

acuerdos justos.

—Me lo llevaré —le dije, aliviada. Quinientos estaban bien para mí,

más que suficiente para conseguir algo importante en mi viaje de

compras.

Me guiñó un ojo, y luego se quitó las gafas, exponiendo sus acuosos

ojos azules.

—Quinientos serán. Aquí está un pequeño secreto. La próxima vez,

puedes tratar de negociar. No puedo prometerte que vaya a ceder, pero

por lo menos debes tratar. —Abrió la caja registradora y sacó los billetes y

los metió en un sobre, que me deslizó debajo de la ventana—. Aquí tienes,

hija. Feliz Navidad.

Iba a ser una muy feliz Navidad para alguien, sin duda.

Inspirada por Kellie, había estado tentada a comprarle a Sierra un

top de Stella McCartney en Saks, pero sabía que eso podría delatarme,

sobre todo porque habíamos estado rodeadas de otras personas cuando

ella había hecho ese comentario. En su lugar, seleccioné un vaporoso

Catalina Malandrino. Tenía un ajuste generoso, un escote estilizado en

ángulo, y la más suave seda que jamás había rozado con los dedos.

Después, me detuve a felicitarme con un capuchino en la Plaza

Coffee Company, un puesto en forma de pagoda en el medio del centro

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comercial. No es que yo lo necesitara, exactamente. Mis manos ya

temblaban por la adrenalina natural de la conquista de mi día. Y tan

pronto como me reabasteciera de combustible iba a hacer algún gasto

más importante, cortesía de mi buen amigo, Drew Miller.

—Obtuve estas camisas dos por uno en Ann Taylor —dijo la

regordeta mujer cincuentona delante de mí a su compañera mula-de-

carga con las bolsas de compras—. Fue un robo.

No sabes ni la mitad de eso, pensé.

Justo en ese momento un par de manos cubrieron mis ojos.

—Adivina ¿quién es?

Era la voz de un chico. Mi visión de repente ennegrecida me

desorientó. No tenía idea de quién podría ser, y este no era exactamente

el mejor momento para sorpresas.

—No sé —le espeté, al borde—. ¿Quién es?

—Bueno, eso fue rápido —dijo, quitando las manos. Era Aidan.

Quedé un poco débil a la vista de su rostro, muy cerca del mío. Casi podía

contar sus pestañas—. De verdad le quitas la emoción a ese juego.

—No estoy aquí para emocionarte —le dije, todavía aturdida.

Movió un dedo hacia mí. —Mira, ahí es donde te equivocas. Creo

que ese es precisamente tu trabajo.

Un muy largo segundo cargado transcurrió mientras lo miraba a los

ojos, sin habla.

—... Porque sucede que yo justamente estoy atrapado aquí,

esperando a que mi coche sea reparado. Es la belleza de ser dueño de un

Mercedes; el conserje te llevará a donde quieras ir.

—Suena muy bien. —Sonreí—. Pero estoy muy ocupada. Tal vez la

gente del Mercedes puede animar las cosas. Llama y mira si pueden enviar

a unos mimos o a un chico en un traje de Barney.

Me dio una palmadita en el brazo con condescendencia. —Ja. Me

gusta tu rápido ingenio. Pasas a ser muy linda cuando atacas de esa

manera.

Puse los ojos en blanco con el fin de distraerlo de la crispación que

sucedía en mí interior. Sentía como si todos mis rasgos faciales estuvieran

en huelga a la vez.

—Poner los ojos en blanco, no tanto. Eso sólo te empuja por encima

del borde de la lindura, ¿sabes? —Puso una mano en mi espalda y miró por

encima de mi hombro—. ¿Qué tienes ahí en la bolsa?

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—Nada. —Sentí que mi cara se calentaba—. Es sólo una camisa.

—¿Puedo verla? —Trató de tomarla con una mano rápida.

—¡No! —casi grité.

Aidan retrocedió un par de pasos. —Está bien. Sostén tu bolsa,

entonces. No iba a robar ni nada.

Traté de suavizar mi tono. —Quiero decir, es sólo una camisa de

mujer.

Pero era demasiado tarde. Seguía mirándome como si estuviera

loca.

—¿Qué pasa contigo, Willa?

—¿Conmigo?

—¿Por qué eres tan cautelosa?

—No soy cautelosa. —Suspiré. Esto estaba yendo a un territorio

extraño—. Como he dicho: estoy ocupada.

—¿Por qué me odias tanto?

Debido a que tengo que hacerlo, pensé. Porque si no lo hacía, en

realidad podrías gustarme mucho. Y entonces estaría en problemas. Me

volví hacia él, tratando de fruncir el ceño, y él me daba una mirada

patéticamente falsa.

—¿Por qué te odio? Hmm. Déjame pensar en eso. Hay muchas

razones, de verdad.

—¿Qué? —Su ceño arrugó su rostro—. No sabes nada de mí.

—Bien, entonces —cedí—. Dime algo sobre ti.

—Bueno, soy un prodigio de las matemáticas, por un lado. Terminé

cálculo uno y dos en el primer año. Y soy bastante bueno con las

computadoras.

—Eso es tan nerd.

—Tuve varicela en sexto grado.

—Aburrido.

—He estado en cinco de los siete continentes —se jactó.

—¿Y eso qué? Porque eso no hace que te odie mucho menos.

—¿Qué hay de esto? Me marcho de la Preparatoria Valley.

¿Qué ha dicho? Me giré rápidamente, como si estuviera esquivando

un objeto contundente.

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—¿Por qué?

Aidan pasó la mano a través de su cabello perfectamente

despeinado.

—Porque odio este lugar. Estoy harto de esto. Y porque mi papá cree

que soy su pequeño futuro robot corporativo. Ese hombre realmente

necesita aprender a escuchar.

—¿Así que serás transferido? —Traté de imaginar la VP sin él, y fue

como mirar una imagen editada en blanco y negro. Él era la mejor parte

de este lugar, al menos para mí. Pertenecía aquí. No podía imaginar ir a la

escuela y nunca verlo en los pasillos, en el patio, o en el comedor; ¿quién

me sacaría de mis casillas como lo hace Aidan? A pesar de que traté de

que no me importara, supe entonces que me entristecería verlo irse.

Realmente me entristecería. Como: ¿por qué tengo este nudo en la

garganta? Así de triste.

—No. Estoy tratando de que me echen a patadas. Como te dije

antes, es increíble difícil ser expulsado de este lugar. He usado todo tipo de

trucos durante años: poner fuegos artificiales en el gimnasio, pintar el

Roadster negro de mi maestro de biología con aerosol rosa. Creo que no

he conseguido nada más que una semana de detención. —Se acercó a

mí y su rostro estuvo a centímetros del mío—. ¿Qué pasa? ¿Vas a

extrañarme?

Mi máscara se cayó, pude sentirlo. Él podía verlo, eso era seguro.

Forcé una sonrisa. Lo último que quería era que él pensara que lo

echaría de menos.

—Supongo que la alarma de incendios no funcionó, ¿verdad?

—Nop. Lo cual es parte de la razón por la que tengo que pasar

desapercibido. Tengo que actuar cuando todo el mundo menos lo espere.

Y tengo que pensar en algo grande, como infringir una gigante y delicada

norma que viole el código de conducta de la VP.

—Ya veo. Entonces, ¿qué es lo siguiente? —pregunté, tratando de

retomar el ritmo de nuestra conversación anterior—. ¿Cultivar marihuana

en el invernadero? ¿O qué tal llevar vacas a la clase? Eso podría funcionar.

Fue mi turno de ir hacia la barra del café, y me sentí aliviada de

poder alejarme de su penetrante mirada por un momento. No podía

soportar que me viera de esa manera. Mis sentimientos se habían

escapado y casi no podía respirar, mucho menos darles sentido. Sólo

necesitaba una taza caliente en mis manos para poder recobrar el control.

Hice mi pedido y pagué por él.

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—¿No estabas sólo? —le preguntó a Aidan la chica detrás del

mostrador. Ella parecía tener dieciocho o así, pero no la reconocí del

colegio.

—Sí, así era. —Levantó una bolsa de granos de café cubiertos de

chocolate y la sacudió como una maraca—. Sólo esperaba a esta

hermosa joven de aquí.

¿Hermosa?

—Bueno, por favor, háganse a un lago para que pueda atender al

próximo cliente.

Tomé mi café para ir al área de leche y azúcar. Aidan me observó

mientras dejé caer mi bolsa y eché un par de paquetes de azúcar a mi

bebida y revolví.

—El punto es, Willa…

Levanté la mirada de mi café.

—…Estoy muriéndome. ¿Te he mencionado que me estoy muriendo?

Tuve que sonreír entonces. Siempre sabía cómo hacerme reír.

—¿Muriendo?

—Sí, ahora que sabes mi oscuro secreto, y sabes que mis días aquí

están contados… quizás podemos pasar algo de tiempo juntos.

—Aidan, ¿siquiera has pensando que quizás tengo un novio?

—No lo tienes —dijo con total claridad.

—¿Cómo lo sabes?

—Tengo mis fuentes. ¿Y quién dijo que estaba pidiéndote una cita?

—¿No lo hacías?

—Bueno, sí. Pero saltaste a la conclusión demasiado rápido. Lo que

me lleva a creer que sólo quieres una aventura conmigo. No te culpo, sin

embargo. —Miró a la distancia, como si contemplara su propio irresistible

encanto.

—Gracias a Dios. —Cerré mi café y lancé mi basura.

—¿No lo sabes, Willa? Con este lindo rostro, te hago olvidar de todo.

Bueno, de casi todo.

Giré mi rostro a él. Mi corazón rebotaba como una pelota contra el

piso de linóleo. ¿Hablaba en serio? ¿O sólo jugaba otra vez? Mis sentidos

estaban fuera de servicio. No confiaba en mí misma.

Oh, Dios.

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Era la hora de pelear-o-huir, y mi cabeza decía huir. No podía dejar

que Aidan Murphy me distrajera más.

—Bueno, me encantaría charlar, pero debo irme. Tengo muchas

cosas que hacer. —Como arreglar el orden social de nuestra escuela—.

Suerte con tu Mercedes.

Me puse de pie, sorbiendo de mi café mientras salía. Necesitaba

dejar que la cafeína se asentara. Necesitaba procesarla. Quizás rechazarlo

era la cosa incorrecta por hacer. Se marchaba. ¿Quién sabe cuántas

oportunidades tendré después? Pero todas las luces, borrones, y personas

en el centro comercial —por no mencionar mis nervios— se amontonaban

sobre mí. No podía pensar con claridad.

—¡Espera! —gritó mientras corría detrás de mí.

¿Nunca se daba por vencido?

¿Realmente quería que lo hiciera?

Me detuve y bajé la mirada a mis pies, pensando. ¿Contra qué estoy

peleando? Quizás llegó la hora de darme la vuelta y darle mi número,

aceptar pasar tiempo con él, y finalmente descubrir si Aidan Murphy

perdía el tiempo conmigo o si realmente le importo. Sí, eso es lo que haría.

Reuní mi coraje con una profunda respiración y levanté la mirada para

enfrentarlo.

Pero luego, él sacudió mi bolsa de compra frente a mi rostro.

—¿Tu camisa?

—Oh, cierto. —La tomé de regreso, sintiendo mi repentino valor

evaporarse como un muñeco de nieve deshacerse en verano—. Gracias.

—No hay problema.

Hice una pausa. Algo en su rostro había desaparecido; algo de su

perseverancia se había apagado, como si no esperaba que nadie lo

mirara, como si no tuviera una línea preparada. Sentí mis labios separarse,

mi lengua presionando contra mis dientes. Quería decir algo, pero mi

mente estaba en blanco mientras miraba sus ojos. No sé cuánto tiempo

estuvimos de pie aquí, pero pareció una eternidad.

—Gracias por lo de Mary el otro día —dije finalmente—. Fue

realmente lindo de tu parte.

—¿En el comedor? Sí, bueno, no podía sentarme allí y escuchar a

ese chico decir cosas estúpidas como esas. Me avergüenza ser parte de su

tribu, ¿sabes? —dijo, ya girándose para irse—. Bueno, felices compras,

Colorado.

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Asentí y me di la vuelta, casi chocando con una señora que

cargaba una bandeja de bocadillos de queso gratis. No dije nada, sólo

me apresuré a irme mientras apretaba la bolsa y esperaba que él no

estuviera mirándome.

En lugar de ver más tiendas como lo planeé, decidí irme

directamente a casa de Sierra. Vivía en la misma parte de la ciudad que

Mary, justo a un par de calles con pequeñas casas blancas idénticas

alineadas juntas como dientes. El aire era un poco frío ahora que el sol se

ocultaba. Una pequeña franja de luna comenzaba a aparecer en el cielo,

aunque era apenas visible en medio de todas las luces en esta área. Perros

ladraban de algún lugar cercano, y un auto pasó a mi lado con la música

pesada retumbando contra las ventanas.

En el paseo en bicicleta, traté de alejar de mi mente todos los

pensamientos de Aidan. Me sentí tan tonta cuando me entregó la bolsa,

me avergonzaba ahora que pensaba en ello. Me había distraído con sus

payasadas, pero tenía que concentrarme en el asunto en cuestión. Estaba

aquí por Sierra y para regresarle los favores que ella hacía por los demás.

Puse la bolsa en el suelo, escondiendo mi nota en el interior, y toqué

el timbre. Entonces, corrí cruzando la calle y me oculté, jadeando, detrás

de una enorme planta de agave. Metí la mano en mi bolso para buscar los

binoculares para observar aves de mi mamá. Me sentí como una

pervertida, pero era la única manera que podría ayudarme a ver la

escena desde lejos. Además, me dije a mí misma, que la gente sólo salía a

la puerta en ropa interior en las películas de la noche.

Mientras miraba a través de los binoculares, un corpulento hombre

con barba se acercó al frente de la casa y abrió la puerta para que un

gran rayo de luz cayera sobre el umbral de la puerta. Pude ver un perro,

también, un terrier blanco pisándole los talones. Él se giró por un momento,

saliendo de mi punto de vista. Y luego Sierra fue a la puerta, también,

vistiendo una camisa de la Universidad de Arizona y vaqueros. Me

pregunté si acababa de llegar a casa de uno de sus muchos trabajos

voluntarios. Recogió al perro y lo sostuvo entre sus brazos mientras ella y el

hombre intercambiaron unas cuantas palabras. No podía leer lo que

decían, pero él le entregó el paquete y luego cerraron la puerta.

Esperé un poco más, tratando de mirar hacia las ventanas del

segundo piso, pero había gruesas cortinas bloqueando mi vista.

Igual de bien. No necesito volverme tan acosadora.

Me imaginé cuanto se asustaría Sierra si me atrapaba espiando su

casa. Luego, bajé los binoculares.

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Mientras me dirigía a mi bicicleta, escuché un chillido de deleite, tan

fuerte que se escuchó afuera de la casa e hizo eco a través de la calle.

Nunca había oído a Sierra emitir un sonido como ese.

Otro cliente satisfecho. Me di una felicitación a mí misma. Oh, sí,

nena. Dos de dos. No es tan malo para una ladrona amateur.

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14 Traducido por Ne-R-Ea

Corregido por Mel Cipriano

e desperté con un raro jueves lluvioso, raro para Paradise

Valley, en cualquier caso. Al principio el agua repiqueteaba

poco a poco en mi ventana, y trazaba perezosos senderos

plateados en el cristal. Para la hora en que me tocó ducharme y beber el

té, el rocío había aumentado a cántaros. Esta sería una verdadera prueba

para mi cabello.

Cuando me lavaba los dientes, llamaron a la puerta. Ocupada con

mi cepillo de dientes, llamé a mi madre para que contestara. No debió de

oírme, porque la persona siguió llamando y después sonó el timbre un par

de veces.

Escupí un bocado de espuma de menta y me apresuré a encontrar

a Cherise en el umbral de mi puerta, en un impermeable amarillo brillante,

con la capucha echada y atada alrededor de su barbilla.

—He estado aquí fuera durante diez minutos —dijo, pareciendo

molesta, y ya más que un poco mojada—. Pensé que quizás querrías dar

un paseo hoy.

—Lo siento —dije—. Pensé que mi madre te abriría. Normalmente

está levantada. Pero sí, claro. Un paseo. Me encanta.

—Lo bueno es que he venido vestida para ello —dijo, sacudiendo la

cabeza—. Si no te dejaría en los charcos, señora.

La llevé dentro de casa a través de la entrada principal, así podía

recoger mis cosas para la escuela.

Eché un vistazo a mis vaqueros y a mis zapatos planos, y decidí

adaptar mi calzado para el tiempo. Iba a necesitar algo más fuerte, como

mis botas y algunos calcetines.

Cherise me observaba cambiarme, con aspecto impaciente.

Entonces me puse mi chubasquero verde militar, y fui a llamar a la puerta

de mi madre para decirle adiós.

—¿Mamá? Me marcho —grité—. Cherise me lleva.

M

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Oí sus pisadas hacia la puerta. La abrió un resquicio. —De acuerdo.

No grites. Puedo oírte.

Me asomé para ver su rostro, y se retiró hacia la sombra. —¿Por qué

te escondes?

—No lo hago. Sólo estoy en camisón. No es necesario que Cherise

me vea así.

—Hola señora Fox —dijo Cherise detrás de mí.

—Te has acostado muy tarde. —Escudriñé la habitación detrás de

ella, la cual estaba completamente oscura. Tenía las persianas abajo. Las

sábanas de su cama estaban desordenadas. En una inspección más

cercana, la cara de mi madre se veía hinchada y roja—. ¿Estás bien?

—Sí. Sólo que no me siento bien —jadeó. Su voz se quebró y

entonces supe que había estado llorando.

Como si se hubiese dado cuenta de que yo lo sabía, tomó la manga

para limpiarse la cara. Entonces forzó una sonrisa.

—Nada grave. Sinusitis. Pero voy a volver a la cama un rato.

—Tenemos que irnos, Willz —dijo Cherise—. Llegamos tarde.

La miré y luego otra vez a mi madre. Algo estaba mal. Pero no era el

momento para entrar en ello. Y no con Cherise aquí, de todas maneras.

—Me voy —le dije, inclinándome para besar a mi madre—. Mamá, te

llamaré durante la comida para comprobar cómo vas.

—Tengo que salir a la cooperativa y después al centro de arte para

una reunión a las cuatro, así que te veré cuando vuelvas a casa, ¿de

acuerdo? No te preocupes por mí. Estoy bien. En serio.

Luego cerró la puerta, encerrándose a sí misma dentro.

Incluso con la lluvia, fuera estaba extrañamente soleado y luminoso,

y el olor dulzón de la creosota emanaba del suelo. Nos lanzamos a través

de las gotas de lluvia hasta alcanzar el coche de Cherise.

—¿Qué está pasando con tu madre? —preguntó

—No lo sé —dije, con una inquietud más profunda a causa de su

observación. Si ella lo había notado también, entonces debe haber sido

obvio—. Parecía como si hubiese estado llorando, ¿verdad?

Cherise deshizo el camino de entrada. —Pero dijo que no se sentía

bien. ¿Quizás tenía resaca?

—No bebe, en serio. Supongo que podría estar enferma —dije,

pensando en su aspecto últimamente—. Pero también creo que estaba

disgustada por algo.

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Cherise enarcó las cejas. —¿Cómo problemas de hombres?

—Tal vez —dije, dubitativa. Mi madre no había salido con nadie en

años, al menos no que yo supiera. Y quizás no del todo desde que el

hombre cuyo ADN llevo nos abandonó.

—¿Ha mencionado a alguien?

—No. Ha estado realmente ocupada, absorta, agotada con un

montón de reuniones diferentes y cosas. En el teléfono con gente. Fuera

por la noche. Ahora que lo pienso, ha estado actuando extraña durante

un tiempo.

—Quizás tenga un novio secreto —dijo Cherise, señalando fuera, a mi

barrio.

—¿Pero por qué querría mantenerlo en secreto? —Subí y bajé la

cremallera de mi chaqueta con nerviosismo.

—Por muchas razones. Se me ocurren varias al instante.

—¿Por qué estamos suponiendo que esto es sobre un hombre, sin

embargo?

Ajustó los limpiaparabrisas para recoger la intensificada lluvia. —

Piénsalo. ¿Qué te haría llorar y mentir en una habitación oscura?

Pensé en ello. Tenía algo de razón. —¿Y no querría mi apoyo,

entonces?

La idea de mi madre sola y con el corazón roto hacía que mi propio

pecho se oprimiese.

Cherise nos guió dentro del estacionamiento de la escuela. —

Probablemente no quiere disgustarte.

—No lo sé. —Fruncí el ceño mientras desabrochaba mi cinturón de

seguridad—. Hay algo extraño en todo esto.

—Lo tengo —dijo Cherise, volviéndose hacia mí con los ojos muy

abiertos—. ¿Por qué no lo descubrimos por nosotras mismas?

¿Investigamos un poco?

Negué con la cabeza. No quería convertir el día de bajón de mi

madre en un caso federal.

Además, si ella no quería que yo supiera lo que pasaba, entonces

definitivamente no querría que Cherise lo supiera, fuera lo que fuera.

—No creo que sea una buena idea.

—¿No quieres descifrar esto? Es tu madre, y no tienes diez años. Eres

prácticamente una adulta, Willa. Creo que, sea lo que sea, deberías al

menos conseguir una explicación real, y saber la verdad.

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Las palabras de Cherise colgaron en el aire. Mi madre y yo siempre

habíamos tenido un enfoque bastante tranquilo de la vida personal de la

otra. Nunca quise inmiscuirme demasiado —no es que hubiese habido

mucho donde inmiscuirse. Yo no la quería husmeando en mi vida,

tampoco, especialmente no en este momento. Tenía mis propios secretos,

después de todo. Por lo tanto, no era exactamente justo por mi parte

esperar que me contase todo.

Aún así, sin embargo, no podía evitar la sensación de inquietud que

me había estado arrastrando toda la mañana.

Recordé de nuevo su rostro medio ensombrecido, en el resquicio de

la puerta. Dijo que no me preocupase, ¿verdad? De acuerdo, pero ¿qué

probabilidades había de que yo fuera capaz de hacerlo? Era mi madre.

No podía soportar verla tan desilusionada. Si había estado llorando en una

habitación a oscuras, quería saber por qué.

Y entonces pensé otra vez en cómo había estado actuando, todas

las idas y venidas, las llamadas de teléfono. La otra noche cuando ella

había estado de pie junto a mi cama. Pensé que había sido un sueño, pero

no podía estar realmente segura. Definitivamente pasaba algo.

—De acuerdo —dije finalmente—. ¿Qué es lo que propones?

—Propongo que lo hagamos a la vieja usanza. La seguiremos.

Después de la escuela llamamos al servicio de taxis. Habíamos

pensado en usar el coche de Cherise, pero ella había estado suficientes

veces en nuestra casa como para que estuviese segura de que mi madre

reconociese el Jetta.

Había dejado de llover por aquel entonces, aunque el aire todavía

flotaba pesado con un olor dulzón, el cielo todavía estaba gris, y la

carretera se hallaba salpicada de brillantes charcos.

Mientras esperábamos en la entrada de la calle, empecé a sentirme

otra vez aprensiva acerca de toda esta historia. ¿Realmente íbamos a

pasar por esto?

Seguir a tu madre era bastante raro, durante las actividades de

después de las clases. Aunque técnicamente no era más raro que algunas

de las otras cosas que había estado haciendo. Y Cherise me aseguró que

ella había leído suficientes libros de bolsillo de los aeropuertos para saber

qué hacer.

El coche se detuvo frente a nosotras, blanco con bandas de color

turquesa por el medio —no era exactamente el vehículo más discreto para

ir detrás de alguien, pero teníamos más que suficiente. Le dijimos al

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conductor que fuese primero a mi barrio, y que se colocara en la entrada,

al final de la calle.

—Um. Perdónenme. ¿Van a algún sitio, señoritas? Esta casa está a la

venta —dijo el conductor, dando la vuelta. Era delgado, con una barba

canosa y una voz como neumáticos arrastrándose por el pavimento.

—Necesitamos que siga a alguien —dijo Cherise.

Él negó con la cabeza. —Yo no hago ese tipo de cosas.

Cherise sacó un billete de cincuenta de su billetera “Comme des

Gargons”12 verde lima. —¿Ni siquiera por una gran propina?

Inclinó la cabeza y parpadeó lentamente. —Está bien, chicas, si lo

ponen de esta manera. Pero sólo por una hora, y eso es todo. No tengo

todo el día para perder el tiempo.

—Nosotras tampoco queremos perder el tiempo —le prometí. Mi

madre saldría en cualquier momento para ir al Centro de Arte, o dónde

sea que se dirija realmente—. Sólo necesitamos esperar a un Subaru para

conducir detrás de él. Síguelo a distancia.

—Está bien, lo que sea. Sólo no me metan en problemas con

cualquier tipo de actividad ilegal.

—¿Nosotras? —le preguntó Cherise, poniendo la mano sobre su

corazón—. ¿Parecemos criminales?

Sonreí para mis adentros. Bueno, una de nosotras lo parecía, quizás.

Él carraspeó. —Los hay de todo tipo.

Por el rabillo del ojo vi que el coche de mi madre venía calle abajo.

—Es ese —dije.

El conductor vio que se detenía en una parada al final de la calle, y

ponía el intermitente antes de girar fuera de la entrada.

El coche chirrió contra la carretera mojada y los charcos salpicaron

contra el parabrisas. Dejó que otro coche fuese delante, y luego salió.

Anduvimos más allá de las descomunales casas, algunos ranchos y

un club de campo, con el zigzag azul—vaquero de las montañas siempre

presente detrás de ellos. Unas pocas nubes de humo dejadas por la lluvia

colgaban alrededor, como si no supieran que la tormenta había

terminado. A medida que la carretera se abría a los marrones confines del

desierto, me mordía la uña del pulgar.

12 Marca japonesa de moda.

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—Es genial —dijo Cherise, sintiendo instintivamente mi ansiedad. Ella

estaba bien así. Pero, ¿qué si yo no lo estaba? La parte posterior de la

cabeza de mi madre parecía muy pequeña desde esta distancia. Pensé

fugazmente que íbamos por muy mal camino. ¿Y si veíamos algo que

supuestamente no deberíamos de ver? ¿Realmente quería verla con algún

tipo?

—Está girando a la izquierda —anunció Cherise.

El taxi giró a la izquierda en una de las calles principales, el área de la

ciudad donde las casas cada vez estaban más cercanas entre sí. Las

palmeras se balanceaban sobre la calle, más pesadas ahora, gracias a la

lluvia. La carretera era metálica y pulida, y los limpiaparabrisas del

conductor crujieron en un ritmo irregular. Pasamos el colegio de la

comunidad, unas oficinas y algunos hoteles, todo a juego con el adobe

rosa.

—¿Y si está yendo a algún tipo de hotel? —preguntó Cherise,

pellizcándome.

—Eso sería asqueroso —dije, poniendo una mueca—. Si está

teniendo una aventura, por lo menos tengo la esperanza de que el tipo

tenga un lugar propio al que puedan ir. Además, creo que eso sólo lo

hacen en las películas.

—No —intervino el taxista—. También sucede en la vida real.

Me encogí. —Gracias por el aporte.

El Subaru giró en una vía de acceso a la autopista.

—Ella debe estar saliendo de la ciudad —dijo Cherise.

—Es extraño. —Fruncí el ceño.

—Una hora —dijo el conductor a continuación—. No voy a ir a

California.

—Parece que nos dirigimos hacia el sur. —Subí mi ventanilla a

medida que aumentábamos la velocidad. El calor era sofocante, y mi

ansiedad cada vez más profunda. ¿A dónde iba mi madre?—. ¿Podría

poner el aire?

Unos minutos después, ella señalizó de nuevo. Tomaba la salida de

Scottsdale. ¿Qué hacía en Schottsdale? Nunca habíamos estado en

Scottsdale juntas.

—Mi tía vive por aquí —dijo Cherise.

Condujimos a través de una intersección con comercios a ambos

lados, con un montón de señales de docenas de tiendas.

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Cuando giró a la izquierda, una enorme extensión de

aparcamientos, y una familiar diana roja y blanca13 quedó a la vista.

—No se a qué tipo de juego están jugando, chicas, pero parece que

esta señora sólo está haciendo las compras —dijo el conductor.

—No lo entiendo. —Cherise dio un golpecito en la ventanilla con el

dedo—. Hay un lugar similar mucho más cerca en Paradise Valley. ¿Por

qué vendría a este?

—¿Quizás aquí tienen una oferta especial o algo así? —sugerí.

—Pero tienen todos los días precios bajos, bajos —recitó—. No,

espera. Eso es Walmart.

—¿Has terminado? —preguntó el conductor.

—Siga adelante —dije. Sólo quería asegurarme, y tenía la

corazonada de que veríamos más si esperábamos—. Según mis cálculos,

todavía nos quedan veinticinco minutos.

El conductor suspiró y se arrastró al aparcamiento detrás de ella.

—No aparques muy cerca. Quizás detrás de este camión —dije,

señalando.

Resultaba difícil ver desde donde nos encontrábamos, pero mi

madre parecía estar inclinada hacia delante, posiblemente buscando en

su bolso. ¿Buscaba cupones? ¿Tenía que devolver algo? ¿Preparar una

receta? Era posible que no supiera que había una diana más cercana.

Todavía éramos nuevas en la ciudad, después de todo.

Entonces salió del coche, agarrando su bolso. La vimos caminar una

cierta distancia hasta un Nissan con matrícula de California. Un hombre

trajeado salió del lado del conductor.

—Lo que pensé. Esta es la razón por la que vino a este lugar. Hooo-

laaa. El premio gordo.

Apreté el brazo de Cherise. —Shh.

Mi madre y el hombre hablaban muy pegados. No pude conseguir

una buena panorámica de él —estábamos demasiado lejos—, pero

parecía ser de complexión media, una cabeza o así más alto que ella, de

pelo castaño con canas en las sienes.

Puso su mano en su espalda, como si la estuviese guiando, y ella se

montó en el lado del pasajero del coche.

13 N. del T. Ojo de buey, diana, lugar de compras.

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De acuerdo, eso era todo. Necesitaba conseguir una mejor visión, y

agachada desde aquí no iba a ver. Abrí la puerta del coche.

—¿Dónde vas? —siseó Cherise.

—Espera aquí un minuto —le dije, poniéndome tensa, como un

animal depredador a punto de atacar. No era para nada digno, y no

tenía ni idea de lo que hacía.

Serpenteé entre los coches aparcados, tratando de esconderme

conforme me acercaba. Me coloqué detrás de un Ford Focus aparcado

junto al coche del hombre, y me agazapé en las ruedas. Me asomé a

través de las ventanas del Focus y vi a mi madre asintiendo mientras el

hombre hablaba. Su interacción parecía familiar, como si se conocieran

desde hacía tiempo. Era atractivo de manera sutil. Ojos oscuros. Nariz larga

y delgada. No como yo habría pensado que era el tipo de mi madre pero,

si ella tenía una aventura, evidentemente no la conocía tanto como

pensaba.

Mi respiración era corta y superficial, saliendo de mis pulmones

mientras trataba de escuchar por encima de ellos.

Quería algún tipo de señal, algo más de información, cualquier cosa.

Entonces su conversación subió de tono. No podía distinguir las

palabras, pero podía oír el tono, que se había vuelto tenso y enfadado.

¿Peleaban? Hablaban a la vez, y pude oír la de mi madre cada vez más

alto, como cuando me gritaba.

Entonces mi madre abrió abruptamente la puerta del coche y salió.

Cerró la puerta, y el sonido provocó un eco que cruzó el estacionamiento.

Ella se marchaba. Y hacia donde yo me encontraba.

Necesitaba hacer algo, rápido, o me vería. No había tiempo para

pensar en nada inteligente. Simplemente me moví y esperé que no me

viese. Serpenteé de vuelta en torno a los coches tan rápido como pude.

El taxi dio la vuelta y me encontró a mitad de camino. Salté dentro.

—¡Vamos! —ordené—. ¡Vamos!

El conductor puso el coche en marcha y nos condujo de vuelta a la

carretera.

—Estuvo cerca —dijo Cherise, dándome una palmada en la pierna.

Llevé mi mano al pecho para suavizar mis acelerados latidos. —¿Me

vio?

—No lo creo. Parecía sumida en sus pensamientos, como si tuviese

un propósito. Apenas miró alrededor. ¿Entonces qué pasó?

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—Definitivamente se trae algo entre manos con este tipo,

quienquiera que sea. —Me acomodé en el asiento de vinilo, tratando de

poner en orden esta nueva información. Había alguien en su vida que yo

no conocía, alguien que era lo suficientemente cercano a ella como para

que estuviese peleando con él.

Empecé a pensar de nuevo en todo. ¿Me había mentido todo este

tiempo? ¿Hubo incluso un centro de arte o una cooperativa? ¿Hubo un

trabajo voluntario en absoluto? Probablemente no.

No es como si hubiese esperado que mi madre no tuviese citas

nunca más, pero esta era una manera tan extraña de hacerlo. Habría sido

diferente si mis padres estuviesen divorciados, yo fuera cercana a mi

padre, y ella no quisiera hacerme sentir mal. Pero yo ni siquiera conocía al

tipo. Entonces ¿por qué este secretismo?

—¿Pero por qué crees que se reunieron aquí? —preguntó Cherise,

tan profundamente intrigada por el misterio como yo—. ¿Y por qué se ha

marchado?

No tenía ninguna respuesta fácil. Nada tenía sentido. —Tal vez sólo

necesitaba verlo por poco tiempo. Como si esta fuera la última vez que

podían verse.

Cherise se deslizó hasta el borde de su asiento con urgencia. —Willa,

se me acaba de ocurrir algo. ¿Crees que esto es por lo que ella hizo que te

mudaras aquí? ¿Por este tipo?

Guau. La idea hizo que se me revolvieran las tripas.

—No lo sé. ¿Podría haberlo conocido antes de alguna forma? —

Parecía más lógico que la idea de que se haya mudado aquí y conocido

a alguien tan rápido—. Si ese es el caso, no entiendo por qué no me dijo

antes.

—Quizás pensó que no lo entenderías.

—Pero sí lo hubiera hecho.

Cherise ladeó la cabeza hacia un lado. —¿Entonces puedes?

¿Tuviste que abandonar tu vida para que ella pudiese tener la suya? Me

parece bastante injusto.

Era injusto cuando Cherise lo presentaba de esa forma. De alguna

manera, sin embargo, me sentía capaz de perdonar a mi madre,

especialmente si estaba enamorada de este hombre. Había pasado

mucho tiempo desde la última vez que quedó con alguien. Se merecía ser

feliz, ¿no?

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Pero eso conllevaba otra pregunta. ¿Realmente era feliz? No lo

parecía, al menos no por lo que yo había visto en el último par de

semanas.

—Puede que el hombre esté casado —dijo Cherise—. Y puede que

ella no supiera si iba a funcionar. Él podía haber vuelto con su esposa.

Me estremecí. —Eso es grave.

—Sucede todo el tiempo —dijo Cherise.

—Así es —agregó el taxista.

—De acuerdo, lo que sea. —Podía pasar sin el comentario. Me

inquietaba pensar en mi madre como parte de la crisis de mediana edad

de un hombre—. Me gustaría que me hubiese dicho la verdad.

—Puedes preguntárselo a bocajarro.

La miré de frente. —Voy a tener que hacerlo, ¿no?

Demasiado para nuestra “investigación”. Volvía con más preguntas

que respuestas.

La cabeza me dolía por todas las conjeturas, todas las teorías, todos

los sentimientos compitiendo, abatiéndome como pájaros de bombardeo.

No había decidido si estar enfadada con mi madre por ocultarme

algo así, o triste porque había estado lidiando sola con ello. Me

necesitaba, ¿no? Todo lo que sabía era que esta cosa, este secreto, la

hacía infeliz. Esto tenía que parar.

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15 Traducido por LizC

Corregido por Melii

staba en el baño después del segundo periodo cuando sonó la

campana de descanso de la mañana. Desde el interior del

cubículo pude oír abrir la puerta, y luego dos chicas hablando,

en voz baja y conspirador.

—Entonces, ¿qué vas a hacer este fin de semana? —dijo la voz de

Uno.

—Lo de siempre —respondió la voz de Dos—. ¿Por qué?

—Shane Welcome nos acaba de invitar a su fiesta. Y creo que

debemos ir.

Mientras hablaban, sin duda me resultaban familiares, pero no era

Kellie o ninguna de las relacionadas con los Glitterati. Lo podía notar por su

tono tentativo y risitas nerviosas.

Abrí la puerta del cubículo y Sierra y Alicia se dieron la vuelta, al

parecer sorprendidas por el sonido. Yo casi salté de mis zapatos.

—Hola, chicas —dije, nerviosa.

Se encontraban de pie delante de los espejos, con lápiz de labios en

la mano. Sierra llevaba la camisa nueva, y el color plateado resaltaba el

brillo en sus ojos. Me tomé un momento para felicitarme por la elección.

—Hola —dijo Sierra, y en realidad sonaba amistosa, por una vez.

Incluso me sonrió. Luego hizo lo habitual en ella de fingir que no existía y se

volvió hacia Alicia—. ¿Así que crees que puedes hacerlo?

—Uf. Tengo que trabajar.

Fui a lavarme las manos y miré a mi propio reflejo. Sí sí sí. Pelo rubio,

bla, bla, bla. Estaba más interesada en las otras chicas… mis ojos seguían

vagando por Sierra, fijándome en su nueva imagen.

—No vayas a eso —le ordenó Sierra.

E

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—Sierra, sabes que no puedo hacer eso. —Alicia dio unos golpecitos

a su línea del cabello, estudiándose en el espejo en diferentes ángulos—.

Necesito las horas. Tal vez Mary puede ir contigo.

Cerraron sus bolsos con un chasquido y se dirigieron hacia la puerta.

—Pero quiero que todos vayamos. Se trata de ir todos o ninguno. —

Sierra seguía dándole a Alicia toda la presión de la corte mientras yo las

seguía fuera del cuarto de baño y de nuevo en el pasillo. Luego intentó un

enfoque ligero, burlón—. Jed Sampson estará allí.

—No puedo. No trates de tentarme. Además, no tengo nada que

ponerme —dijo Alicia. Irrumpieron en español entonces, y fue lo último que

pude escuchar antes de que se giraran a la derecha para dirigirse al patio

de descanso.

Así que ellas fueron invitadas a una fiesta. Buena esa. Crují mis

nudillos con satisfacción.

Kellie y Morgan Whitney estaban de pie junto a sus casilleros

alrededor de la esquina y tan pronto como estuve a una muy cercana

proximidad, Kellie tomó mi brazo. —¿Ves eso? —Hizo un gesto hacia Sierra

y Alicia—. Algo loco está pasando por aquí.

—¿Qué lleva puesto? —escupió Morgan a través de sus finos labios—

. Quiero decir, estuve a punto de comprar esa camisa para mí.

—Están yendo al patio ahora —dijo Kellie, ofendida por la mera

posibilidad—. Nunca pasan el rato en el patio de descanso.

El patio era exactamente lo que sonaba, un lugar bastante

sombreado donde se la pasaba la corte, por lo general los chicos más

populares que se sentaban en las paredes de dos metros de adobe y

colgaban sus zapatos caros por encima de las personas que caminan por

allí. Era el territorio de los Glitterati y todos sus equivalentes sociales en otros

grados.

Me encogí de hombros ante sus rostros indignados y sonreí con tanta

dulzura como fui capaz, a pesar de que sentí una sonrisa mucho menos

inocente amenazando con estallar. —No sé, Kellie. Tal vez sólo sintieron

como un cambio.

Era como un reloj. Para la mañana del tercer día en fila, vi a Morgan

Whitney salir de su BMW, el sonido de bloquearlo, y colocar la llave en el

bolsillo lateral de su chaqueta de cuero.

Eso era algo que aprendías de inmediato como un ladrón. Todo el

mundo tenía sus patrones, sus rituales. Toma a Cassidy Greene, por

ejemplo. Justo ahora, ella saltaba el Saab de su madre. Todos los días

tomaba catorce pasos de la puerta principal. Cada día se alisaba la parte

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frontal de su chaqueta antes de entrar en el edificio. (Era la extraña

estudiante de preparatoria que optaba por llevar lo que parecía un

uniforme de escuela a pesar de que no tenemos uno.) Y cada día parecía

murmurar algo a sí misma: un coro o una afirmación de algún tipo, no

podía estar segura.

Incluso Aidan tenía su rutina. No pude dejar de notar que siempre

tenía una taza de café en la mano cuando salía del lado del conductor, y

remontaba lo último de ello de pie junto a su auto. Luego aplastaba la

taza y la arrojaba en un bote de basura en la orilla de la plaza de

estacionamiento. Cuando lo hacía, se daba porras a sí mismo, lo cual

encuentro en cierto modo muy lindo.

Bueno, era absolutamente, en definitiva adorable.

Cuando Morgan se hallaba lo suficientemente lejos, me dirigí hacia

su auto y miré dentro. Había dejado sus lentes de aviador en el asiento del

pasajero, junto con su iPod touch. Un montón de cambios y singles estaban

metidos en el portavasos entre los asientos delanteros. Y todavía había una

bufanda doble G de Gucci atrapada entre el asiento del pasajero

delantero y la puerta. Ella debe haberla arrojado fuera de su cuello en

algún momento, y se colgaba tentadoramente. De alguna manera,

durante tres días había pasado desapercibido, llevándome a la conclusión

de que probablemente no la necesitaba realmente después de todo.

Estuve tres semanas en mi misión de compensación, pero este sería

mi primera irrupción oficial en un automóvil. En preparación, consulté con

Tre en el parque a principios de semana.

—Tengo que ir más profundo —le dije—. Tengo que subir a un

automóvil.

Puso sus manos sobre las rodillas y sacudió la cabeza. —Te estás

volviendo más loca cada día, Willa.

—En serio, necesito saber —le supliqué. Tenía que ayudar a Alicia y

necesitaba más trucos para hacerlo.

El consejo de Tre era hacerlo a la manera antigua. —Puedo

mostrarte cómo acuñar la cerradura con una percha, pero eso es para un

Hyundai 1990 estacionado en la calle. Si vas por un auto más caro, no hay

manera de que puedas conseguir evadir la alarma —había dicho—. Vas a

tener a recoger la llave de un bolsillo. Va a tomar más observación de tu

parte, pero confía en mí, es la mejor manera.

Quitarle las llaves a Morgan sería bastante fácil para mí en este

momento. Ella andaba con su pecho tan prominente inclinado hacia

delante que parecía dejar los bolsillos atrás. Además, ya había tenido

alguna experiencia como carterista con Nikki, y eso había ido viento en

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popa. Y tenía una ventaja táctica muy importante: Como estudiante de

segundo año y una chica nueva, era relativamente invisible a Morgan.

Hablaba con Kellie pero aun así en realidad desconocía mi presencia.

En mi camino hacia el edificio, vi a Aidan empujándose en su

Mercedes, batiendo la cabeza al compás del doom metal a todo volumen

a través de las ventanas. Efectivamente, cuando el motor se apagó, salió,

se puso de pie y tomó de un trago su café. Miré con nostalgia su G550…

sabía que tenía que tener algunas cosas buenas allí dentro. Cherise me

dijo que manejaba con un mínimo de seis equipos en su automóvil, en

distintas etapas de funcionalidad. Y era obvio que él tenía un montón de

efectivo.

Tentador, pero no. Él estaba demasiado cerca. Nunca podría

lograrlo; no con la forma en que mi cuerpo reaccionaba cada vez que

olfateaba el olor de su jabón. Estaba obligada a meter la pata de alguna

manera. Además, me acordé de lo que había dicho acerca de Mary.

Podría haber sido un Glitterati por derecho de nacimiento, pero él estaba

en el lado correcto de las cosas cuando contaba. Sonreí un poco a mí

misma mientras lo miraba de lejos; él no tenía ni idea, pero estaba fuera

del gancho.

A la hora del almuerzo, me dispuse a hacer mi movimiento. Morgan

nunca comía, y tal vez por eso estaba tan irritante todo el tiempo. La seguí

desde la distancia y la vi entrar a la biblioteca con Caitlin Jordan, una

chica delgada con aire de modelo, con un corte de pelo vulgar marrón

claro. Por lo general, se sentaban allí y fingían hacer un trabajo, hojeando

revistas de moda metidas en sus cuadernos. Morgan se quitó la chaqueta

y la colgó en el respaldo de la silla. Hice mi propio camino en el interior, me

senté en un cubículo cercano, y esperé. Susurraban y reían entre sí.

Vamos, pensé. No tengo todo el día para verlas chismeando de

chicos. Una de ustedes tiene que levantarse. Al cuarto de baño. Por agua.

Cualquier cosa.

Pero sea lo que sea de lo que se reían, era tan entretenido que

ninguna de ellas pensaba en moverse. Morgan se encontraba apoyada

hacia adelante, su pelo castaño escondido detrás de la oreja. Hizo un

gesto con las manos, haciendo alguna forma bulbosa en el aire. Me

imaginé que tenía que ver con el trasero de alguna otra chica.

Muy bien, mozas. Puedo esperar hasta que terminen.

Fingí que leía por mi cuenta, viéndolas de reojo. Además de las

anoréxicas y los estudiantes más rudos, la biblioteca estaba bastante vacía

durante el almuerzo. Incluso los bibliotecarios se habían alejado de sus

escritorios frente a la oficina detrás de ello, donde comían sándwiches.

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Sándwiches. Mi estómago se quejó. Era el día de Viet Nam en el

comedor y servían la sopa de fideos que yo amaba. Si había una cosa que

amaba de la preparatoria, era la comida. Pero no había tiempo para

comer hoy. Nota mental: la próxima vez empaqueta el almuerzo cuando

planifiques vigilancia al mediodía.

Y cómo iban las cosas, parecía que hoy no iba a tener mi

oportunidad en materia de Morgan. En tal caso, iba a tener que aguantar

al menos una semana porque no podía correr el riesgo de nuevo mañana.

No era la peor cosa, me dije. La justicia no tiene plazo. Morgan iba a

estar todavía mañana en mal estado y horrible. Y Alicia todavía estaría feliz

de tener algo en la puerta de su casa. Pero la fiesta… si iba a ir a esa fiesta,

necesitaba algo más pronto.

No, no podía darme por vencida todavía. Estaba tan cerca. Casi

podía sentir un dolor en mis extremidades. Prácticamente lo anhelaba.

Caitlin buscó en su bolsillo un pedazo de goma y deslizó una a lo

largo de la mesa hacia Morgan.

No, señoras. Una barra de Orbit no tiene suficiente valor nutricional

para sostenerte durante un día escolar.

Entonces sonó la campana. Tenía que llegar a trigonometría dentro

de los diez minutos, o iba a ser castigada por llegar tarde, y había un

pequeño examen. No importaba que estuviera interesada en el crimen;

todavía tenía una reputación académica que mantener. Morgan y Caitlin,

probablemente se irían pronto, también. Oh, bueno, pensé. A veces se

gana y se pierde algunos períodos de almuerzo.

Ambos grupos se levantaron para ir a la recepción. Oí el repique de

la campana, cuando llamaban a los bibliotecarios de las cuevas de sus

oficinas. ¿De verdad devolvían los libros? Eché un vistazo alrededor de la

pared del cubículo para ver ambas mesas y la chaqueta que dejaron

desatendida.

Mi cuerpo se erizó con la energía y el miedo, la anticipación de un

riesgo acerca de ser atrapada. Ahora.

Tomé mi cuaderno y me acerqué hacia la mesa como si estuviera

dirigiéndome a la puerta. Mi corazón dio un vuelco. Brevemente miré por

encima del hombro en dirección a ellos. Seguían hablando con la

bibliotecaria, y Caitlin le entregaba una tarjeta de identificación.

La chaqueta de Morgan finalmente estaba a mi alcance. Dejé caer

mi mano. El cuero era suave y sedoso; se sentía como si las vacas hubieran

sido recorridas por un centenar de terapeutas de masaje. Más allá de eso,

estaba el interior satinado del bolsillo. Mis dedos encontraron rápidamente

y se cerraron alrededor de la carcasa de plástico cuadrada del mando

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remoto de bloqueo automático. Lo tomé y seguí caminando fuera de la

biblioteca, como si fuera mi trabajo.

Lo cual, en cierto modo, lo era.

Alicia iba a esa fiesta; no había duda de eso ahora.

Había planeado copiar los movimientos de Morgan para este día en

particular, porque mi última clase era un período libre. Di la vuelta

alrededor de las hileras de autos. Había varios BMW en el estacionamiento,

pero sólo uno tenía esa constelación particular de plata en el asiento

delantero y sólo uno tenía un soporte de cristales de Swarovski plagados a

la placa que decía LA PRINCESA. Miré a mí alrededor para asegurarme de

que nadie miraba, e hice clic en el botón de Desbloquear. Las luces

parpadearon dos veces y escuché el desbloqueo de la puerta.

Abrí la puerta del lado del pasajero y me dirigí directamente a la

bufanda y gafas de sol. Tom Ford, muy bien.

¿Y qué es esto?

En el titular de la bebida había un par de aretes de diamantes. Tomé

esos en alto y los deslicé en mi bolsillo.

Examiné brevemente agarrar el iPod y algo de dinero suelto que

había en la puerta del lado del pasajero, pero no quería ser demasiado

codiciosa. Morgan tuvo la gentileza de proporcionarme más que suficiente

ya, ¿cierto? Cerré la puerta, metiendo la bufanda y las gafas de sol en mi

mochila.

Yujuuuu. Alguien tiene que estar grabando esto, porque esto es un

robo elegante aquí.

Caminé por el lado del conductor y me incliné para dejar el

conjunto de llaves en el suelo junto a la puerta. Después de discutirlo con

Tre, me había ido por esta estrategia, la cual parecía un infierno mucho

más fácil que tratar de devolver una llave en el bolsillo de alguien sin que

se den cuenta. De esta manera, se vería como si ella la había dejado caer

por sí misma, y ella —o alguien más— la encontraría finalmente.

—¡Oye! —gritó alguien.

Me di vuelta y un profesor que reconocí del departamento de

ciencia estaba detrás de mí.

Tragué saliva, deseando desesperadamente que pudiera empujar

hacia abajo el terror que se había desatado dentro de mí como el ácido.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó. Tenía el pelo más que largo

tirado detrás de las orejas. Llevaba gafas grandes y sus ojos se veían

saltones e inyectados en sangre tras los cristales.

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Piensa rápido.... Ahora sonríe. Bien.

—Caminaba por aquí y resulta que vi esta llave en el suelo. No estoy

segura de a quién pertenece, pero pensé que debía recogerla.

Su rostro, que había sido aplastado en sospecha profesoral, se relajó

un poco. —¿No se supone que debes estar en clase?

—Tengo una hora libre —le dije—. Y en realidad no me sentía muy

bien, así que pensé en venir fuera por un poco de aire.

—Ya veo. Bueno, quizás deberías visitar la enfermería. Mientras tanto,

voy a tomar eso por ti. Alguien sin duda debe estar buscándola.

En cierto modo, me recordé, podría haber estado agradecida de

que él terminara el trabajo por mí, devolviendo la llave a Morgan. La

entregué y me dirigí hacia el edificio de la escuela.

Iría a la enfermería para escapar de sospechas. Era cierto, en

cualquier caso, que no me sentía bien. Mi cabeza daba vueltas, mi pecho

apretado. Mi cuerpo me relegaba. Tal vez la enfermera me podía dar

algo. Pero lo que realmente necesitaba era Respiración de Yoga por

Kleptos.

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16 Traducido por LizC

Corregido por Melii

enos de una semana había pasado cuando me encontré

vagando en el estacionamiento de nuevo. Sólo que esta vez

se trataba de un miércoles por la mañana, y yo estaba

reunida con Cherise. Se nos hizo tarde para ir a clase, de modo que por

ahora la mayor parte del bullicio de la mañana había muerto, dejándonos

sólo a nosotras, los coches de lujo, y la versión VP de vagabundos, lo cual

fueron jugadores de lacrosse de pelo corto con actitudes ligeramente

negativas. En comparación con mis otras escuelas, este lugar era muy

deficiente en el departamento de degenerados. Se me ocurrió, con cierta

satisfacción, que probablemente estaba estableciendo un nuevo estándar

para la sombra VP.

Cherise se encontraba apoyada contra el estante de las bicis, su

bolso colgado de un hombro, y las llaves del coche en la otra mano. Las

balanceaba con impaciencia. —Espero que termines algún día —dijo—.

No queremos perdernos la lectura de caracteres. ¿Qué es esta semana,

persistencia?

—Integridad —le dije, mirándola desde mi cuclillas.

—Lo que sea. No es como si necesitamos ayuda en ese

departamento. —Me entregó un trozo de goma de mascar sin

preguntarme. Una verdadera amiga, si me preguntas—. ¿Vas a ir donde

Nikki hoy?

—No estoy segura —le dije, deslizando la cadena alrededor del tubo

y girándolo a través de la llanta de la rueda.

—Siento como si has estado desaparecida últimamente. No has

venido de compras con nosotros desde hace tiempo.

Me puse tensa. Durante semanas había estado manteniendo la

apariencia de que era todavía parte de los Glitterati sin tener que pasar

mucho tiempo con ellos. Había estado preocupada de que este tipo de

preguntas empezaran a surgir. Ahora Cherise me miraba fijamente y sabía

M

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que le debía una explicación. —He estado muy ocupada con cosas. No es

nada contra ti, en absoluto...

—Lo sé —dijo, pero por la mirada en sus ojos me di cuenta de que

todavía se lo tomaba personalmente—. Pero extraño tenerte alrededor.

—Voy a ir hoy —le prometí. Me puse de pie y me arreglé mi bufanda

rayada, que había quedado torcida de estar agazapada, y me metí el

chicle en la boca.

Por mucho que quería evitar salir con los Glitterati, no quería evitar a

Cherise u ofenderla en forma alguna. Era mi mejor amiga en laVP y quería

que siga siendo así. Si eso significaba un poco de tiempo en la casa de

Nikki, que así sea.

Al cruzar el patio, vimos a Alicia Gómez sentada en el muro, los

tacones altos chocando juntos. Nuestros ojos viajaron a lo alto en

maravillada sincronización. Llevaba una falda estrecha y un sexy top

envuelto Proenza Schouler que acentuaba su figura curvilínea, de

cuidado. Dos chicos de nuestra clase estaban sentados a cada lado de

ella, aferrándose a cada palabra de ella, con los ojos desorbitados y en

trance. Incluso Cassidy Greene, que se hallaba cerca con uno de sus

amigos energéticos, de alto rendimientos, parecía estar mirando.

Cherise me dio una sonrisa de soslayo. —Parece que el bicho de la

moda se está imponiendo. A Kellie no le va a gustar esto.

—No —dije, tratando de reprimir mis risas—, no le va a gustar en

absoluto.

—Disculpen, señoras. —Una voz resonó detrás de nosotros, seguida

por un hombre en un uniforme de policía de color azul marino. Pasó por

delante de nosotros hacia el edificio—. Policía pasando.

Me detuve en seco y me aferré a las correas de mi mochila,

haciendo una X al frente de mi pecho con los brazos.

Oh, Dios mío. Policía. ¿Qué debo hacer?

—¿De qué va todo eso? —preguntó Cherise, sus ojos se iluminaron.

Su cerebro en rustico probablemente ya tratando de resolver un misterio.

Mi pulso hacía bucle de los bucles, pero me encogí de hombros

como si no tuviera ni idea. Estaba bastante segura de que estaban aquí

por mí, ya sea o no que todavía no lo sabían.

Pero tal vez me equivoque. Tal vez Aidan finalmente se había

desquitado. Pero si lo hubiera hecho, ¿no estaría toda la población escolar

hablando de esto ya? La palabra se recorre rápido por aquí,

especialmente porque todo el mundo tenía un teléfono inteligente

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prácticamente pegado a su mano. Tenía que calmarme. Tenía que

pensar. Tenía que dejar de actuar como un bicho raro.

Cherise todavía me esperaba, manteniendo la puerta abierta.

No podía caminar en el edificio, no en este momento. Tenía que

encontrar una estrategia. O por lo menos recomponerme.

—Oye, Cherise —le dije—. Me acabo de acordar que necesito

preguntarle algo a Cassidy sobre francés.

Me dio una mirada de perplejidad. —¿Ahora? Ya estamos tarde.

—Lo sé, pero es algo importante. Puedes adelantarte. —Sonreí, y al

mismo tiempo rogué que lo estuviera creyendo—. ¿Nos vemos dentro?

—Está bien —dijo un poco malhumorada.

En cualquier otro momento, eso me hubiera inquietado, pero tenía

grandes problemas de los que preocuparme en este momento.

Había muchas otras cosas que hubiera preferido estar haciendo

después de la escuela, como tratar de averiguar exactamente lo que la

policía estaba haciendo en los pasillos de la VP ese día, pero le había

prometido a Cherise que iría a casa de Nikki, y me gustaba seguir adelante

con mis promesas. También era una muy buena coartada, como en: ¿por

qué iba yo a pasar el rato con las chicas a las que robaba? ¿Por qué, de

hecho?

Así que ahí estaba yo en lo que había llegado a considerar el

territorio enemigo, la villa mediterránea de Nikki, con sus techos

abovedados, alfombras orientales, y cursis obras de arte de marcos

dorado que tal vez cueste millones. Nos encontrábamos acampados en la

sala de la televisión en sus sofás de cuero devorador de cuerpo frente a

una pared de cuatro televisores de pantalla plana, los cuales estaban

ajustados en Padre de Familia, un desfile de moda, MTV, y una película de

Ashton Kutcher, respectivamente.

—Este programa es tan juvenil —dijo Kellie, apuntando con el control

remoto hacia la pantalla de Padre de Familia—. Los chistes de pedos son,

como, divertidos las primeras tres veces, pero luego se hace viejo.

Se desplazó más allá de las noticias locales en el canal ocho. Una

reportera en una blusa brillante con una pulcra bola de flequillos se

encontraba de pie frente a una plaza de estacionamiento.

—¡Esa es nuestra escuela! —jadeó Cherise—. Espera. Regresa.

Kellie cambió el canal de regreso y subió el volumen.

—Las autoridades aquí en la Preparatoria Valley dicen que todavía

no tienen ninguna pista en la reciente ola de robos, el total de los cuales

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han llegado a cinco e incluye hurto, saqueo de armarios, y robos de autos.

Pero hoy, nueva información los ha tambaleado.

—Eso es correcto. Hemos visto a la policía hoy, ¿cierto, Willz? —dijo

Cherise cuando me dio un codazo en el hombro.

Sí. Me sudaban las manos sin control.

—Finalmente —dijo Nikki—. Sólo informé que me robaron hace tres

semanas.

El refresco que había estado bebiendo amenazó con precipitarse de

mi estómago. Así que ella sabía eso después de todo. Esto era peor que el

territorio enemigo ahora. ¡Estaba en el vientre de la bestia! Venir aquí ha

sido definitivamente una mala idea.

Rápidamente eché un vistazo a las otras chicas, pero estaban

clavadas en el televisor.

La reportera se volvió hacia el señor Page, que se había

materializado junto a ella en su habitual chaleco de rombos, con una cara

de preocupación oficial. Ella le pasó un micrófono.

—Un estudiante se ha presentado para decirnos que han estado

recibiendo paquetes anónimos en la puerta de su casa, con ropas caras y

accesorios. Los paquetes incluyen una nota sin firma que decía: “un regalo

para ti.” Definitivamente creemos que hay una conexión —dijo.

Así que una de las chicas que recibió mis paquetes también lo había

dicho. Sentí como si un piano hubiera caído sobre mí.

Esto era una locura. Esto era devastador.

Esto era el fin del juego.

Incluso si ellos todavía no sabían que era yo, tenía que dejar de

hacer esta cosa; se me había ido de las manos, e iba a tener que dejar de

hacerlo mientras tuviera ventaja.

Es decir, si incluso tenía ventaja. La policía podía saber más de lo que

decían. Podría ser una andante chica muerta. Tal vez estaba bajo

vigilancia en estos momentos...

Recorrí la habitación. Nada parecía especialmente sospechoso,

pero ¿cómo iba yo a saber? No le enviaban una nota a uno cuando

decidían empezar a vigilarte.

La cámara mostró una toma de Cassidy Greene, su pelo rubio bien

adherido en broches y las manos juntas delante de su chaqueta. Parecía

muy emocionada de estar delante de una cámara. —Me decepciona un

poco, sinceramente, que este tipo de cosas estén pasando aquí. Esta

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escuela tiene una buena reputación, y no me gusta verla arruinada por el

trabajo de gamberros.

Cherise resopló. —¿Gamberros? ¿Podría ser más patética?

—No es gracioso, Cherise —disparó Nikki a su vez—. He perdido

cuatrocientos dólares.

—No me estoy burlando de ti. Además, ¿cómo sabes a ciencia

cierta que fue robado? ¿Segura de que no sólo lo gastaste? —preguntó

Cherise con una sonrisa burlona.

Nikki entrecerró los ojos hacia Cherise. —Estoy segura. ¿Por qué

habría de inventar algo como eso?

—Chicas, cierren el pico —dijo Kellie, molesta—. Estoy tratando de

escuchar esto.

La reportera se hizo cargo de nuevo, frente a la cámara. —Aunque

las autoridades dicen que no saben si los crímenes son obra de un

individuo o un grupo, dicen que están preocupados por los delitos de

imitación, sobre todo ahora que los medios de comunicación se han

apoderado de la historia.

Oh, Dios mío, pensé. Esto es mucho peor de lo que pensaba.

La cámara enfocó al patio, donde un pequeño grupo de

estudiantes fueron capturados como un día en la vida en la VP. Luego

terminó en una toma de Aidan. Tragué un poco de aire.

Llevaba una chaqueta de estilo militar y sonriendo a la cámara,

completamente relajado. Viéndose totalmente sexy. Era como si hubiera

pasado toda su vida en la televisión. —No me sorprende que esto esté

sucediendo, para ser franco con ustedes —dijo. Debajo de él, en letras

blancas brillaron las palabras de Aidan Murphy, estudiante de la

Preparatoria Valley.

El periodista asintió y le indicó a Aidan que continuara hablando. —

Tenemos una situación aquí donde se están arrojando a estudiantes de

becas con estudiantes que tienen una docena de criados y fondos

garantizados seguros para sus hijos no nacidos. Naturalmente, va a haber

algo de tensión. Y si la escuela no puede resolver estos problemas de una

manera honesta, van a salir de alguna manera. —Empujé mis brazos

apretados alrededor de mi pecho, sintiendo las palabras de Aidan

rodeándome. Lo entendía por completo. Sentí como si estuviera mirando

fijamente a mis ojos mientras seguía hablando a la cámara—. Creo que

esta persona robando, sea quien sea, está intentando solamente de

igualar un poco de justicia.

—Dios, es como una puta buscando atenciσn —dijo Nikki.

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—¡Sssshhh! —siseó Kellie por lo que parecía ser la quinta vez.

—Esto puede ser justo lo que los funcionarios de la escuela temen en

el peor de los casos —decía el reportero—. Que unos pocos bromistas

comenzarán a glorificar este comportamiento, y disculpen lo que, a los ojos

de la ley, sigue siendo un delito grave. ¿Bob? Regresamos a ti.

—¿Qué pasa, Willa? —preguntó Cherise, volviéndose hacia mí—. Te

ves distraída.

—Yo… yo creo que sólo estoy sorprendida de que esto esté

sucediendo. —No especifiqué qué quería decir con “esto”.

—Estoy muy enojada —dijo Nikki, arrojando una almohada con

borlas en la televisión—. Me siento, como, violada.

—Esos Busteds no pueden salirse con la suya —dijo Kellie, poniéndose

en pie de repente y soplando un suspiro para apartar su flequillo—. Mira lo

que le han hecho a Nikki. ¿Y quién es el próximo? Entraron en la escuela

como si fuera de su propiedad, y ahora están robando nuestras cosas. Yo

digo que tomemos el asunto en nuestras propias manos.

Me quedé mirando al techo, tratando de componerme. Sentí la

situación —la habitación— girando fuera de mi control. Tenía que hablar

ahora, aunque eso me entregara. —¿Cómo sabes que son los Busteds? —

le pregunté, casi ahogándome en las dos últimas palabras. Era tan feo.

—¿Quién más podría ser, Willa? ¿El hada de los dientes? —Kellie

marchó hacia su bolso y sacó su ordenador portátil. Al mismo tiempo, Nikki

sacó su teléfono.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Cherise, mirando por encima

del hombro de Kellie mientras ella tecleaba en el teclado.

—Voy a postear algo, idiota.

—Espera un minuto —dijo Cherise, entornando los ojos en la

pantalla—. ¿Acabas de iniciar sesión como administrador? ¿El Buzz es tu

blog?

Kellie dio media vuelta. —¿Me estás espiando?

Ella dejó salir un sonido estrangulado que era o bien una risa o un

chasquido de disgusto. —Buen trabajo. Te diste cuenta, Sherlock. No

puedo creer que te tomó tanto tiempo.

Parpadeé rápidamente. Así que Kellie no sólo publicaba en este

asunto; era la voz cantante. El ValleyBuzz, la fuente de todo mal en la

escuela, venía directamente de ella. Pero ¿por qué me sorprendió incluso

a estas alturas?

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—¿Se imaginan? ¿Una de esas chicas pasando por sus cosas? —dijo

Kellie, al hacer clic en su ratón y mirando fijamente en la pantalla—. Por

ejemplo, piensen en ellos rebuscando en tu bolso o en tu coche. Ninguna

cantidad de limpieza en seco quitara la escoria. En realidad, eso es bueno,

¿no? Eso es lo que voy a escribir. Sólo tengo que conseguir una foto de

Alicia...

—Creo que hay una en Facebook que podemos robar —dijo Nikki,

apoyándose cerca para mirar por encima del hombro.

Cherise se levantó y se puso la chaqueta. —No voy a sentarme aquí

y verlas trabajar en el blog. Me voy de aquí.

—Oh, vamos, Cherise. ¿Vas a tomar una posición? —Kellie la miraba

hacia abajo—. ¿Contra qué? ¿La verdad? Eso es muy maduro.

—Estoy tomando una posición en contra de tu sitio desagradable. Y

no sabemos cuál es la verdad, ¿cierto, Kellie?

—Voy a decir que tenemos evidencia bastante buena. ¿Qué hay de

esas ropas nuevas? ¿Dónde si no iban a conseguir el dinero para ellos?

¿No me digas que crees en esa coja historia del anónimo-paquete?

—No sabes cuál es la evidencia. Todo esto son conjeturas. El hecho

de que hayas dejado en claro las cosas con estas chicas por alguna

extraña razón. Tal vez Aidan tenía razón, que alguien está tratando de

equilibrar las cosas. —Las estuve viendo intercambiar palabras todo el

tiempo, pero al oír el nombre de Aidan y la mención de su teoría, tuve que

apartar la mirada de Cherise—. ¿Alguna vez pensaste que tal vez

comenzaste todo esto con tu blog desagradable?

—¿Yo? Yo no empecé nada. No es mi culpa que no encajen —

escupió Kellie.

—Tienes razón, Kellie. Porque nada es tu culpa, ¿verdad? Siempre

hay alguien que asuma la culpa por ti —dijo Cherise, saliendo a toda prisa

de la habitación y dejando una estela de silencio enojado.

Yo también estaba enfadada. Mis manos se habían cerrado

involuntariamente en puños. Todas las pantallas de la sala, el televisor y el

ordenador de Kellie y el teléfono de Nikki, eran brillantes parches de luz

cegadores. De alguna manera, sin embargo, mi mente leía todo con

perfecta claridad.

No podía renunciar ahora, ¿cierto? Iba a tener que hacer un mayor

éxito. Enviar un mensaje. Dejar las cosas claras. No había manera de que

iba a dejar que Mary, Sierra y Alicia asumieran la culpa de lo que había

hecho.

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—¿Vas a venir conmigo, Willa? —gritó Cherise desde la otra

habitación.

—Sí —dije, agarrando mi bolso.

—Mira, la belleza de tener este blog es que puedo escribir sobre

quien yo quiera —dijo Kellie en silencio, mirándome mientras me levantaba

para irme—. Cuando alguien me molesta, sólo tengo que escribir unas

cuantas palabras. Ni siquiera tiene que ser verdad… una vez que están

impresas pueden muy bien serlo. —Sonrió con extraña calma y sentí su

tono helado enfriarme hasta los huesos—. Pero sí tengo que tener cuidado,

porque es fácil de arruinar la vida de las personas. Demasiado fácil,

¿sabes?

Me aparté de su mirada fija y me dirigí a la puerta, las palabras

resonando en mi cabeza. Era una clásica amenaza de Kellie, porque Kellie

siempre lograba conseguir lo quería.

Y eso, pensé, es exactamente el por qué eres la siguiente en mi lista.

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17 Traducido por Rominita250

Corregido por Aimetz14

l día del Juicio Final se acercaba. Durante semanas, hubo

ansiosos rumores en los pasillos acerca de las calificaciones de

fin de trimestre. Efectivamente, el jueves mi expediente me

esperaba cuando llegué a casa de la escuela, estaba sobre la mesa de la

cocina en un inocente sobre blanco. Rápidamente lo saqué de la pila de

correo, abrí la solapa, y tire del papel VP —que se hallaba estampado

adentro.

De alguna manera, entre robar dinero y el hurtar los bienes de los

estudiantes, me las había arreglado para hacerlo muy bien en mi primer

trimestre de clases. Muy bien. Anduve por la casa, para luego encontrar a

mi mamá en una escalera en su oficina, cambiando uno de los focos

empotrados. Dejé el expediente en su escritorio sin hacer ningún

comentario y me fui a mi habitación. Aproximadamente cuarenta y cinco

segundos más tarde, el chirrido comenzó.

—¡Oh, Dios mío, Willa! ¿Una de tres punto ocho? ¡Eres lo máximo! —

Apareció en mi puerta con una sonrisa enorme en su rostro.

Nos abrazamos y sentí cuán pequeños eran sus huesos en su camisa

de gran tamaño. Seguía diciendo que no se sentía bien, y por eso había

bajado unas cuantos kilos. Le había pedido varias veces ir al médico y me

ignoraba. No sabía qué pensar.

Volví a sentarme en mi cama. —Estoy muy emocionada —le dije—.

Aunque supongo que técnicamente podría haberlo hecho un poco mejor

en trigonometría.

—Estoy tan orgullosa de ti. Tenemos que celebrar.

—¿Sí?

—Ponte los zapatos de nuevo. Iba a prepararnos una ensalada, pero

olvídate de eso. Te voy a llevar a cenar fuera esta noche. —Fue a

cambiarse.

E

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En una hora nos encontrábamos en el automóvil conduciendo en

Phoenix, donde había un restaurante de cocina mediterránea del cual mi

mamá escuchó hablar. Se llamaba Víctor, y estaba en la base de las

montañas en The Beekman, un complejo hotelero de lujo. En el exterior, el

edificio se hallaba cubierto de estuco, como una versión del suroeste de

una villa italiana, con enredaderas con flores en cascada en la parte

delantera. Adentro, un maître en chaleco y corbata nos recibió,

conduciéndonos a través de una oscura sala con techos con vigas de

madera y mesas con velas. Un concierto de Vivaldi sonaba en el sistema

de sonido.

Fruncí el ceño cuando entramos. —¿Estás segura de que quieres

comer aquí?

—¿Por qué no?

—Es un poco... romántico. —Cuando lo dije, mi mente voló a Aidan.

Ridículo, ¿verdad? Una vez que me quité ese pensamiento, me pregunté, si

ella había estado aquí antes con otra persona.

Como el Sr. Tar-Szhay.

Colocó su brazo alrededor de mí. —Bueno, tiene muy buenos

comentarios en el diario y quería invitar a mi chica favorita.

Le sonreí, feliz de poder hacerla tan feliz. No había sido precisamente

un modelo de ciudadana últimamente, no es que ella sabía nada de eso,

pero aun así, me sentí bien al estar haciendo algo de lo que podía estar

orgullosa.

Nos sentamos en sillas tapizadas de peluche y el maître nos entregó

los menús.

—Así que elije lo que quieras, ¿vale? El foie gras, Langosta, Carne.

Bueno, tal vez deberíamos ver cuál es el precio de la langosta en primer

lugar.

Fue genial salir con mi mamá, me sentí como si hubiera pasado

mucho tiempo desde que habíamos tenido una noche de diversión juntas.

Ambas habíamos estado tan ocupadas últimamente, con prisas que

apenas teníamos tiempo para hablar. Pero ahora se veía tan relajada, con

la cara suave y sin arrugas de preocupación, sus ojos brillando hacía mí.

¿Era sólo por mis calificaciones, o era la mirada de amor chico-chica la

que vi?

Recorrí el menú, que era tan pesado como una enciclopedia, y tan

grande como la parte de atrás de mi silla, aunque sólo contaba con

algunas opciones diferentes. Yo saboreaba cada descripción, tratando de

alargar el momento. Estar aquí era la distracción perfecta del circo de los

medios en la escuela, la escena de ayer en lo de Nikki, mi temor inminente

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de que estaba a punto de ser arrestada. Todo eso parecía muy lejos, en

este hermoso lugar.

Un mesero se presentó en nuestra mesa y nos contó sobre las ofertas

especiales, que incluyen variedades antiguas, carne de res local, y el

queso en pequeños lotes. Todo tenía un hogar y un nombre. Mi madre

asintió.

—Señoras, ¿puedo traerles algo de beber?

—Una copa de champán para mí —dijo—. Ella va a tomar agua con

gas.

Nuestras bebidas vinieron y brindamos por nosotras, haciendo

tintinear las copas.

—Por nuestro nuevo comienzo —dijo mi mamá.

—Por nuestro nuevo comienzo —repetí, sintiendo una oleada cálida

de emoción. Toqué mi collar, el pequeño pájaro me recordaba nuestros

primeros días aquí. Parecía haber sido hace mucho tiempo. Éramos

prácticamente dos personas diferentes ahora.

El mesero nos trajo nuestras ensaladas. Cavé en la mía, que tenía

pequeñas gemas de remolacha asada, nueces tostadas, y cebolla roja. La

música era suave y la luz de las velas partía la mesa con un brillo de

caramelo.

—Entonces quiero saber más acerca de lo que está pasando en la

escuela. Además de la dominación académica, ¿Qué más has estado

haciendo?

Me puse tensa. Oh, ya sabes. Mentir. Robar. Preparar paquetes

secretos. Además, de seguirte.

—No hay mucho —le dije incómoda, no sólo porque me encontraba

dejando de lado la verdad, sino porque hablábamos como casi dos

extrañas, como si ella sólo tuviera mi custodia a tiempo parcial, que era lo

poco que nos habíamos visto la una a la otra últimamente. Extraño.

—¿Qué pasó con esos amigos tuyos? ¿Los que dijiste que eran unos

idiotas?

—Lo hemos resuelto —le dije rápidamente—. Resultó ser un

malentendido.

—Eso es una gran noticia. Entonces, ¿qué has estado haciendo

después de la escuela?

Sentí que mi estado de ánimo, contento de partida, comenzaba a

curvarse en los bordes. No me sentía bien ocultándole tanto a ella. Nunca

había tenido secretos de este tipo en el pasado. Allí se encontraba ella,

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tan orgullosa de mí, y sin embargo no tenía idea de lo que había estado

ocurriendo últimamente. Hizo incluso que las cosas verdaderas, las buenas

calificaciones y mi trabajo duro, se sintieran como una mentira.

—Pasar el rato, en su mayoría. Estudiar en la biblioteca.

—Mmm —dijo, masticando la ensalada—. Esto esta delicioso.

¿Quieres probarla?

Me incliné para tomar un bocado, pinchando pato, cerezas secas, y

unos volantes de lechuga pálida. Las texturas y los sabores se mezclaban

perfectamente.

Mi mamá tomó otro sorbo de champán. —Por lo general, creo que

una buena comida puede ser un poco pretencioso, pero cuando se llega

a un lugar como éste, entiendes de lo que se trata todo esto. Es una

lástima que no todo el mundo lo pueda experimentar, ¿sabes?

Asentí. Lo sabía. Me acordé de lo que Aidan había dicho en la

televisión. Era imposible últimamente no pensar en estas cosas todo el

tiempo, no pensar en lo afortunada que era. Estuve tentada a decir algo,

decirle lo que pasaba.

Pero eso no era bueno. Traté de aplacar el impulso, royendo el pan

un poco más.

Como si leyera mi mente, dejó el tenedor. —Sabes, he leído algo en

el periódico, acerca de algunos robos pasando en tu escuela. ¿Has oído

algo de eso?

Casi me atraganté.

Oh, no. No ahora. No ella.

—Sí, he oído algo. Alguien robándole a los niños ricos y dándole las

cosas a los niños pobres. —Mi voz sonaba indiferente, pero me sentí como

si estuviera lanzando prácticamente las palabras, eran tan pesadas.

Mi madre levantó una ceja curiosa. —Parece que están más cerca

de encontrar al culpable. Supongo que alguna de las cosas apareció en

una casa de empeño local.

Estaban sobre mí. Mi ojo izquierdo comenzó a temblar

incontrolablemente. El delicioso sabor de la comida en mi boca fue

amargo y ácido.

—Oh, ¿en serio? —Miré alrededor de la habitación, desesperada por

una vía de escape—. Creo que tal vez voy a correr al baño de mujeres

ahora, antes de que nuestro plato principal venga.

Necesitaba salpicarme un poco de agua en la cara. Necesitaba

reagruparme. Necesitaba cambiar de vida con alguien.

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En el interior del cuarto de baño, me paré en el lavabo de mármol y

dejé el grifo abierto. Miré hacia arriba y ahí se encontraba en el espejo,

una chica de pelo rubio cetrina, ojos inyectados en sangre, la boca recta y

firme. El miedo se reflejaba en toda su cara.

Está bien, cálmate.

El agua estaba fresca y tuvo un efecto calmante cuando me tocó la

piel. Tal vez no era tan malo como parecía. Todo pararía ahora, como me

había dicho antes. Tenía que olvidarme de robar a Kellie. Tenía que actuar

normal, ser muy cuidadosa, para cubrir mis huellas, y seguir adelante con

mi vida.

Me aparté del lavabo para limpiar mis manos, y una toalla suave y

esponjosa fue arrojada delante de mí. —Gracias —le dije al encargado de

los servicios.

Alcé la vista, esperando ver a una mujer mayor, pero era una chica

de mi edad, alguien que me parecía vagamente familiar.

—Vas a la Preparatoria Valley, ¿verdad? —dijo. Era gordita y tenía el

pelo recogido en una trenza. Llevaba una especie de uniforme, una

camisa blanca abotonada con un chaleco. Mis ojos viajaron hasta los pies

y vi que llevaba zapatillas de deporte negras que estaban agujeradas en

las plantas.

—Sí —dije—. ¿Y tú?

—¿Estoy en tu clase de historia? Mi nombre es Jocelyn. Y tú eres Willa,

¿verdad?

—Así es —le dije, todavía tratando de ubicarla. Fuera quien fuese, se

había mezclado con los demás en el fondo—. Encantada de conocerte.

En realidad, no había nada bueno en ello. El baño era el último lugar

en el que quería encontrarme a alguien, especialmente alguien que se

supone que ya conozco, alguien que trabajaba en el peor trabajo posible,

mientras yo estaba fuera comiendo un confitado de pato.

—Así que... ¿trabajas aquí? —pregunté, sin saber qué más decir.

—Seis días a la semana.

—Es un lugar agradable —le dije.

—Estoy segura de que debe serlo —respondió, y sentí una

quemadura.

—Así que hoy era el día de las calificaciones, ¿eh? —Fue estúpido,

pero yo permanecía luchando por algo.

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Su rostro se torció. —Sí. Más bien el día del juicio final para mí. Creo

que necesito un tutor si deseo permanecer en preparatoria... —dijo. Su voz

se apagó, y me di cuenta de la implicación: No podía permitirse uno.

Pensé en Kellie, y lo que me había dicho en su fiesta. Personas como

ella siempre tenían éxito porque poseen dinero para engañar a través de

él. Mientras que Jocelyn no podía permitirse la ayuda que realmente

necesitaba. Me puso enferma.

—Lo siento —dije, acariciando mis manos secas—. Definitivamente es

difícil.

Miró a su pila de toallas. —Así es la vida, supongo.

Mientras me encontraba allí, me acordé de cómo Mary había dicho

una vez—: Es sólo la escuela secundaria.

Pero cómo, también, en la clase de gimnasia, esa misma mañana,

había mencionado que la habían invitado al baile de invierno formal de

alto nivel. Dijo que no estaba segura si iba a ir. Me hice una nota mental

para enviarle algo de dinero extra, por si acaso era la cuota de limusina o

algún otro gasto que la preocupaba.

—Tengo miedo de decir quién es, porque tal vez es una gran broma

o algo así —susurró en el vestuario. Pero se moría por confesar—. Está bien.

Es Bradley Poole.

Bradley Poole era un moreno, de pullover Polo, el primero en su

clase, fue presidente de la sociedad de debate y el club de teatro. Sus

padres habían iniciado la Fundación Poole, que le dio dinero a las artes y

las escuelas construidas en los países en desarrollo. Estaba tan cerca de un

bombón, como podrías obtener en la VP. Mary, por supuesto, nunca había

mencionado nada acerca de los paquetes secretos que había estado

recibiendo. Y fue un alivio, no estaba segura de si sería capaz de mantener

una cara seria. Así las cosas, eran difíciles no sonreír mucho cuando veía su

emoción. Yo sabía que no era la ropa lo que le gustaba a Bradley —Mary

era una muchacha bonita, dulce, inteligente— pero podría haber sido la

ropa la que hizo que él se diera cuenta.

—Bueno, será mejor que vuelvas a tu cena —dijo Jocelyn,

devolviéndome a la realidad.

—Supongo que debería. —Pero la idea de volver a la mesa y

pretender disfrutar de mi comida, ahora era poco atractiva. Me quedé allí

por un momento, mirando a la cesta de las propinas de Jocelyn. ¿Se

supone que tengo que darle una propina? No tenía dinero encima. No

quería que pensara que era tacaña. Sentí un repentino deseo de

explicarme, que no suelo llegar a lugares de lujo como este, que nunca

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había tenido tanto dinero hasta ahora, pero ¿de qué serviría haberlo

hecho?

—Lo siento, pero no tengo nada de efec...

—Está bien —dijo, interrumpiéndome. Se veía tan avergonzada

como yo—. Nos vemos en historia.

Una vez más, me encontraba pensando en mi camino de regreso a

la mesa. Si me movía con rapidez, podría tratar de lograr uno más. Me iban

a atrapar de todos modos, así que valdría la pena. Cuando me senté a la

mesa, mi madre me sonreía.

—¿Cómo te fue en el cuarto de baño? ¿Tienen un jabón bueno?

—Hay una chica de VP allí —le dije—. Trabajando.

—¿Una amiga?

—No, acabo de conocerla.

—Bueno, eso es inusual. No lo creo... —Su voz se convirtió en un

susurro. Lo que ella iba a decir era esto—: Yo no creo que nadie que vaya

en el VP esté trabajando en un cuarto de baño.

El mesero dejó nuestros platos delante de nosotras: filete para ella,

pescado para mí. Mi mamá cortaba su carne, cuando vi sus ojos

agrandarse. Extendió la mano como si fuera a levantarse, pero sus manos

se agitaban y volcó a su champán. El vidrio estalló en pedazos brillantes en

el suelo. Me volví y vi a un hombre en un traje oscuro que se movía hacia

nosotras. Llevaba un sombrero pasado de moda con un ala y sus pasos

eran largos y con propósito.

El mesero ya se encontraba a los pies de mi madre, barriendo el

cristal. —Ahora no —susurró mi madre. Al principio pensé que hablaba con

el mesero, pero el otro hombre se acercaba.

Supe de inmediato que era el hombre que había visto en el

estacionamiento. —Esto sólo tomará un segundo —dijo en voz baja pero

con firmeza.

—Estoy cenando con mi hija y no quiero ser interrumpida —siseó mi

mamá.

Él se quitó el sombrero y me sonrió, haciendo contacto visual por

primera vez. No sabía de qué color eran sus ojos, pero había algo

suplicante e insistente en su expresión. Luego inclinó el sombrero ante ella.

—Está bien. Hablaremos más tarde.

Cuando se marchó, mi mamá exhaló con fuerza y se aferró a sus

hombros. —¿Quién era ese? —pregunté.

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—Nadie —dijo rápidamente—. ¿Cómo está el pescado? —Trataba

de hacerle frente, pero no me lo creí.

—¿Por qué estás tan asustada, entonces?

—Sólo alguien que conozco del centro de arte, es todo. —Esta era

mi oportunidad. Me había dado una oportunidad.

—¿Es alguien con el que has estado saliendo? —Me aventuré—. ¿Al

igual que citas?

Se apartó. —¿Yo? Willa, sabes que no tengo citas.

—Pero sería genial si lo hicieras. Quiero decir, que estaría bien

conmigo —le dije.

—Bueno, te lo agradezco. Pero tú sabes, que el tiempo no es

correcto. Hay mucho que hacer. No estoy buscando citas. Y no, él es sólo

un chico.

Su voz tenía un borde nervioso. Estudié su rostro para ver si mentía,

pero luego tomó un trago de agua y el vaso empaño su expresión. Dejó el

vaso en la mesa.

—¿Por qué me preguntas sobre mi vida amorosa, de repente, de

todos modos?

—No lo sé. Has estado fuera mucho últimamente, y entonces este

tipo sólo se muestra y pensé...

—No hay nada en marcha, Willa —espetó—. Te diría si lo hubiera.

Apenas conozco a ese hombre. Creo que quería vendernos algo.

El estado de ánimo había cambiado entonces. Parecía retirarse.

Terminamos de comer, sin hablar, pero no tenía mucho más apetito. ¿Por

qué era tan resistente a decirme nada? ¿Pensaba que era estúpida? Pero

sabía que no podía presionar más. Después de todo, tenía mis propios

secretos para proteger. Estábamos más seguras en nuestros silencios

respectivos.

—¿Otra copa, señorita? —preguntó el mesero.

—No, gracias —dijo mi mamá. Entonces pidió la cuenta.

A la salida del restaurante, pude sentirla tensarse de nuevo. El

hombre del traje se encontraba de pie junto a la puerta. De cerca pude

ver que tenía barba oscura y llevaba una corbata plateada. —Disculpa —

le dijo con brusquedad. El hombre asintió y se trasladó fuera del camino

para que nosotras pasáramos.

En casa, en mi habitación, me paseaba arriba y abajo. ¿Quién

demonios era ese tipo? ¿Por qué estaba en el restaurante y por qué mi

mamá fingía que apenas lo conocía? Entonces, se me ocurrió algo:

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¿Podría ese hombre ser mi padre? No, no podía ser. ¿Podría? Pero ¿por

qué vino a nuestra mesa y por qué ella lo espantó, como si no quisiera que

lo viera?

Me hundí en el colchón, buscando a mí alrededor algún tipo de

apoyo. La idea misma era abrumadora.

Durante todos estos años, nunca habíamos oído hablar de él. Tanto

que no esperaba encontrármelo, era como si no existiera. ¿Pero que si él

era de verdad? ¿Qué pasa si vivía por aquí? ¿Qué pasa si estaban en

contacto de alguna manera?

Pero ¿por qué? ¿Por qué ahora?

Dejé caer mi cabeza en mis manos, frotándome las sienes con los

pulgares, y miré hacia abajo a las fibras de la alfombra. No estaba

preparada para esto.

Entonces, mi teléfono sonó. Un texto de Cherise.

Llámame lo antes posible. Una gran noticia.

Apreté el botón de llamada, con las manos temblorosas, pero tan

pronto como el teléfono empezó a sonar, me arrepentí. No estaba segura

de poder recibir mas noticias hoy.

—Cherise, ¿qué pasa?

—Es Aidan —dijo, sin aliento—, fue expulsado de la preparatoria.

Todo mi cuerpo se entumeció y estaba inmóvil, congelada en

estado de shock.

—¿Willa? ¿Estás ahí? ¿Me has oído?

—Ya te he oído —dije—. Estoy... sorprendida.

¿Pero sin embargo lo estaba? Sabía que esto iba a suceder. Me lo

había dicho él mismo. Trataba de ser expulsado. Bueno, ahora por fin

había conseguido su deseo. Y ahora probablemente nunca lo volvería a

ver.

Me tiré hacia atrás contra las almohadas mientras el peso de la

noticia me golpeó por segunda vez y con esta ola, se produjo un golpe

más potente de desesperación. Esto era demasiado.

—Eso es lo más loco. Nadie sabe que pasó. Pero tiene que haber

sido algo grave. Su familia es como la realeza en esta ciudad.

—¿Así que está expulsado para siempre? ¿No sólo suspendido o

algo? —Todo parecía tan definitivo.

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—Sí —dijo, en un tono cada vez más preocupado—. Pareces

enfadada. Pensé que estarías feliz. Pensé que te tenía con los nervios de

punta.

—Ha sido un largo día —le dije, jadeando un profundo suspiro.

Quería decirle sobre el hombre en el restaurante, pero luego lo pensé

mejor. No estaba dispuesta a compartir con ella la posibilidad de que

podría ser mi padre. Necesitaba más tiempo para pensar en todo. Mis

emociones fueron surgiendo por todo el lugar—. Cherise, ¿conoces a una

chica llamada Jocelyn de la preparatoria?

—¿Jocelyn? No lo creo. ¿Estás bien? De verdad suenas rara.

—Estoy bien —le dije—, pero yo probablemente debería colgar.

Tengo un poco de investigación por hacer.

Colgué el teléfono y me senté delante del ordenador, la cabeza

llena de ruido. Enfoque. Necesitaba enfocarme. A medida que me

desplazaba a través del directorio de estudiantes de VP y los resultados de

búsqueda de Google, haciendo clic aquí y allá para leer más, empecé a

sentirme un poco más tranquila. Empecé a perderme en este trabajo, que

era la única salida que conocía. Tal vez no podía hacer nada acerca de

mi mamá, o Aidan, o cualquiera de los locos pensamientos en mi cerebro,

pero esto era una cosa pequeña que podía hacer, y por ahora, se sentía

como suficiente.

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18 Traducido por ♥...Luisa...♥

Corregido por Meliizza

ntiendes que nunca he hecho esto por mí misma, ¿verdad?

Así es. Todas las lecciones de Tre vinieron con esta

advertencia, lo que me llevó a ser como uno de esos avisos

legales en los anuncios: “Por favor, beber con

responsabilidad” o “Consulte a su médico si su erección dura más de seis

horas”. En este punto, no tenía que decirlo, pero creo que él sentía la

necesidad de hacerme saber que se protegía a sí mismo y posiblemente a

mí. Y definitivamente no quería que supiera por qué estuvo en un campo

de entrenamiento.

Cuando empezamos la reunión, me pregunté sobre ello

constantemente. No podía evitarlo. Deberíamos estar practicando alguna

técnica, como la de Ronaldinho, un método español con el nombre de

una estrella del fútbol, que implicaba un fuerte abrazo y mi mente

divagaría. ¿Cómo sabía todo esto? Mi dinero se encontraba en algún tipo

de robo, teniendo en cuenta toda su experiencia en el área. ¿Estuve

trabajando con un aprendiz? ¿Lo había investigado en Internet? ¿O era

una especie de situación de fusión mental en la que, una vez que estuviste

encerrado con un montón de otros delincuentes, absorbes todos sus

trucos?

Durante un tiempo traté de hacerle, lo que esperaba, fueran

preguntas sutiles pero importantes, como—: ¿No sería difícil quitar una

máquina de afeitar a plena luz del día? —O—: ¿Realmente funcionan los

abrazos con personas totalmente desconocidas?

Sólo me frunció el ceño y dijo—: No lo sé. Para de espiar, Willa.

Así que tuve que renunciar a ello, porque nunca me diría, y ya no

importaba.

Bueno, está bien. Aún seguía teniendo un poco de curiosidad.

Ahora nos encontrábamos sentados en el coche de Tre después de

la escuela frente a la comunidad privada donde vivía. Llamada Magníficos

E

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Estados, claramente los fundadores no querían dejar demasiado a la

imaginación. Podía ver a través de la puerta de entrada un jardín central

con una fuente y una piscina de poca profundidad. Una calle empedrada

alrededor que llevaba a algunas casas, no podrían haber sido más de

cinco en toda la colonia y más allá de ellas, un campo de golf. El por qué

la gente de aquí insistía en construir campos de golf en el desierto y

pararse alrededor para jugar en un clima de cien grados estaba más allá

de mí, pero había un campo de golf donde quiera que iba,

prácticamente. Era una cosa de personas ricas.

—A mi papá le encanta jugar —dijo, encogiendo sus enormes

hombros dentro de la camisa polo—. Dice que es muy meditativo.

Supongo que ha estado jugando con el papá de Aidan en algún club.

La sola mención de su nombre, como un código mágico, hizo que mi

interior se agitara. Desde que Cherise dijo que lo habían expulsado, me

pregunte qué pasó con él y ahora no podía resistir el bombardear a Tre

para obtener información.

—Entonces, ¿conoces la historia de eso?

Negó con la cabeza. —Se ha ido, eso es todo lo que sé.

—Pero, ¿dónde está? —presioné—. ¿Está en alguna otra escuela?

—No he sabido nada de él. ¿Por qué?

Miré por la ventana para ocultar mi rostro. —No lo sé. Tengo

curiosidad.

—Hablas como si tuvieras una cosa por él.

—¿Yo? —Mi voz se elevó a un tono de incredulidad—. No.

Me dio un codazo y sonrió. —No, por supuesto que no. ¿Quieres que

le pregunté a mi papá para que le pregunte al de él?

Mi rubor se incrementó. —No. No. Olvídalo.

Bajó la ventanilla y miramos el pequeño teclado de metal que

estaba en la entrada de la puerta. Y Tre entró en modo de lección.

—Ahora, a ver, si estuviera tratando de entrar a través de una puerta

como esta, no me molestaría en adivinar el código. Estaría aquí todo el

día. Y eso no es bueno.

—Entonces, ¿qué harías? —pregunté.

Sonrió, revelando largas líneas de expresión. —Fácil. Programaría mi

propio código. Para esto, le das a iniciar y después colocas el valor

predeterminado, que es dos-tres-siete-cinco. A continuación, te permite

poner uno nuevo. Sin embargo, los valores predeterminados serán

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diferentes, dependiendo del sistema. Tienes que hacer tu investigación y

aprenderte los valores.

Tre golpeó el código. La puerta se abrió. Y conducimos a través,

formando un arco alrededor de la calle curva, girando por el Happy Valley

Road. La casa de Tre se asentaba al final de un callejón sin salida, detrás

de unos pocos árboles de naranja.

Desde el exterior era difícil ver lo grande que era, había sido

construida al estilo del suroeste que había visto tan a menudo por estos

lugares: cuadrada, con paredes de estuco blanco tachonado aquí y allá

con vigas de madera. Como todo el mundo en Paradise Valley, tenía una

piscina en la parte de atrás, rodeada por un jardín de cactus.

Me pregunté si nadaba en ella, o si sólo utilizaba la plataforma de

hormigón para el skateboarding14. Era fascinante ver donde vivía, ya que

nunca había hablado demasiado acerca de su casa. No estoy segura de

lo que esperaba, pero esto era justamente así. Era tan reservado que

nunca había imaginado nada de nada. Y cuanto más tiempo pasaba con

Tre, más misterioso se convertía para mí. En cierto modo, esa fue una de las

cosas que más me gustaban de él. Aunque todo el mundo se encontraba

ocupado en la preparatoria Valley inmovilizando sus secretos más íntimos

en todo Internet, él se mantenía fiel a sí mismo.

Estacionó su Audi en la entrada y salimos.

—¿No hay suficiente espacio ahí dentro? —Me burlé, agitándome

hacia el garaje para cuatro coches—. ¿Algún Bugatti?

—No —dijo, dándome una mirada, como de no comiences.

—¿No hay nadie alrededor? —pregunté.

—No. Mi papá está en el trabajo. Está bien, echemos un vistazo de

cerca a lo que tenemos aquí.

Rodeamos la casa a pie.

Me mostró los diferentes puntos sensibles en todo el edificio: los

sensores de movimiento de las puertas y ventanas; las cámaras de

seguridad montada por la puerta trasera, los paneles de control de

acceso. Desde donde nos encontrábamos me di cuenta de una moto, me

apoyé contra la parte trasera de la casa. Tre debe haber tenido un

hermano viviendo aquí. Era lindo pensar en él como el hermano mayor de

una persona. Me lo imaginaba siendo burlón pero protector.

14 Deporte que consiste en deslizarse sobre una tabla con ruedas y a su vez poder realizar

diversidad de trucos.

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—Mira, si ahora fuera de noche, la luz se encendería si me

estremeciera —señaló—. Trataba de convencer a mis padres para ir con el

sistema láser que tienen en los bancos, pero era un poco demasiado caro.

—¿Te preocupan los robos?

—No, no realmente. Mi papá es famoso, pero no es como Kobe

Bryant ni nada. Sin embargo, tiene un guardaespaldas cuando viaja a

cualquier lugar. Creo que es estúpido. Nadie va a venir detrás de él. Es muy

paranoico.

—¿Por qué los rayos láser, entonces?

Sonrió. —¿Has visto La nueva gran estafa? Esa fue la droga.

Me reí, sacudiendo la cabeza. —Los chicos y sus juguetes.

Fuimos a la parte delantera de la casa y nos agachamos en las

plantaciones de guijarros, mirando desde allí a las cámaras del techo. Tre

señaló más sensores de movimiento en la entrada.

—Una vez que sepas qué buscar, te ayudará a encontrar la manera

de entrar y salir. Puedes cubrir una cámara con vaselina, puedes evitar un

sensor de luz. Pero cuando suena una alarma, no se puede silenciar a

menos que conozcas el código. Entonces es cuando tienes que correr

como el infierno.

Asentí. —Alarma igual a correr como el infierno.

—Generalmente, no quieres preocuparte por la parte delantera. Es

muy visible a menos que tengas una clave. Lo principal a recordar es, salir

siempre de la misma manera en que entraste.

—Salir de la misma manera en que entré —repetí.

Se volvió hacia mí, con la cara seria. —Mira, Willa, sólo te estoy

mostrando estas cosas porque me lo pediste. No te recomiendo hacer esto

en realidad. Los robos de casas son realmente peligrosos. La gente tiene

perros, armas de fuego, armas Taser. Puedes salir gravemente herida. Y voy

a ser honesto contigo. No sé si estás al nivel.

Saqué mis brazos delante de mí a la defensiva. —Eso lo decido yo,

¿no?

—Sólo estoy diciéndolo por tu propio bien. Esto no es para

aficionados. Y es sólo cuestión de tiempo, con todos los reportes de

noticias…

Levantó la mirada para ver si seguía escuchando, probablemente

esperando a que yo protestara, pero estaba demasiado ocupada

mirando detrás de él al coche de policía que conducía lentamente

alrededor del callejón sin salida. Siguió mi mirada y se dio la vuelta.

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—Eso es extraño —dijo, incorporándose para echar un vistazo—. Los

chicos del condado por lo general no pueden entrar aquí y sólo patrullan

alrededor. Tenemos nuestros propios policías rentados.

El coche fue al final de la calle y en círculos de nuevo antes de

estacionar frente a la casa de Tre. Me miró. Mis palmas comenzaban a

sudar y sentí un deseo punzante en las piernas por correr.

Me habían encontrado. Finalmente habían descubierto quién era.

Tre debe haber sentido que me preparaba para retirarme, porque

agarró mi codo fuertemente. —Mantén la calma. No estamos haciendo

nada malo —dijo con los dientes apretados—. Corres ahora y nos joderás a

los dos, Willa.

El oficial se acercó con su uniforme azul y banda, brillante como un

coche. Llevaba gafas como espejos y pude ver nuestro reflejo, nosotros

luciendo pequeños y deformados, en la lente.

—Hola —dijo—. ¿Importa si les pregunto qué están haciendo aquí?

—Esta es mi casa —dijo enfáticamente Tre.

—Lo es, ¿eh? Bueno, recibimos una llamada de algunos vecinos

sobre actividades sospechosas con extraños en la calle. ¿Puede mostrarme

su identificación, por favor?

Tre llevó la mano al bolsillo para sacar su billetera. El oficial gritó—:

Lentamente, por favor.

Tre, parecía muy molesto, mientras sacaba su licencia de conducir

con una pereza exagerada. Me quedé sorprendida por su calma. Mis

propias entrañas amenazaban con explotar por todo el césped

ajardinado.

El policía bajó la mirada hacia él, entornando los ojos para asimilar la

información. —Tre Walker. Usted no es…

—¿El hijo de Edwin Walker? Sí, ese soy yo.

El policía negó con la cabeza, parecía nervioso. —Lo siento, Sr

Walker. No era mi intención molestarlos. Sólo hacía un seguimiento de una

llamada. Ha habido una gran cantidad de delincuencia en la zona hace

poco... usted entiende.

Tre no dijo nada, pero el policía ya se retiraba de la calzada y

regresaba a su coche.

—Que tengan un buen día, muchachos —nos saludó y se marchó,

haciendo fuego sobre el motor como si se fuera a otra escena del crimen,

una de verdad esta vez, esperaba.

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—Jesús —dije cuando se fue, sintiendo como mi flujo de aire retenido

salía temblorosamente. Empezaba a imaginar mi propia ficha policial, y no

era linda como Lindsay Lohan.

Pero Tre no me escuchaba. Se encontraba de espaldas a mí, y

usando una llave para abrir la puerta de entrada. Dejó que se abrieran

detrás de él. No sabía si quería que lo siguiera o no, pero sin saber qué más

hacer, entré, también, detrás de él a través de un patio interior con un

techo altísimo.

Tre dejó caer sus llaves en la mesa del vestíbulo y siguió a la sala,

donde se sentó en el sofá e inmediatamente encendió la televisión,

mirando fríamente adelante.

—Pensé que habías dicho que tu padre no era una celebridad —

bromeé—. Podrías haberme engañado. Ese tipo estaba dispuesto a

pedirte un autógrafo.

Tentativamente me senté junto a él, pero no me miró, y no reconocía

lo que había dicho. Su cuerpo se encontraba tenso y torcido en su parte

del sofá y le oía respirar en ráfagas cortas a través de su nariz. Se

encontraba enojado. Muy enojado.

—Tre, yo…

—Olvídalo —espetó.

—No, quiero decirte que lo siento mucho. Esto fue mi culpa.

No dijimos nada durante un tiempo. Nos sentamos viendo una

caricatura sobre un niño pequeño que se convierte en diferentes

alienígenas con increíbles poderes. El chico iba por ahí tratando de

resolver crímenes, haciendo estallar algo cada vez que la policía lo

necesitaba en un caso para destruir al enemigo, o usando sus disfraces

para molestar a su hermana.

Durante un comercial, Tre empezó a hablar, sin dejar de mirar hacia

adelante, aún sin mirarme.

—A veces se siente como que no importa. Voy a esta patética

escuela privada, vivo en este lugar. Quiero decir, mi padre acaba de

firmar un contrato por tres años, por veintiún millones de dólares. Sin

embargo, todavía es como si esperaran que yo robara sus coches y me

fuera a dar una vuelta, como si eso fuera todo lo que puedo hacer,

¿sabes? Como si nunca fuera a cambiar.

En la televisión, el niño se transformó en un alíen de cuatro brazos

con dientes afilados. No sabía qué decir, porque, ¿cómo podría hacer que

se sintiera mejor acerca de cosas que se encontraban totalmente fuera de

nuestro control, cosas de las que no sabía lo suficiente como para

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explicar? Quería creer que no era cierto, que la gente no era así, pero lo

sabía, por el tono dolido de su voz, que si lo eran. Así que nos quedamos así

por un rato más y esperé para que continuara. Cuando lo hizo, su tono de

voz había cambiado. Era más suave, más personal.

—No quería que sepas esas cosas de robar vehículos, porque es

estúpido. Fue hace mucho tiempo. Pero ya ves, una vez que una marca

como esa entra en tu expediente, no desaparece.

Extendí la mano hacia su brazo y lo apreté suavemente. —Saber eso

no me hace pensar en ti de manera diferente.

Me dio una leve sonrisa. —Eso es bueno. Pero ahora estoy hablando

acerca de ti. No quería saber de que se trataba tu pequeño proyecto,

porque intentaba mantenerme al margen de ello. En realidad no es de mi

incumbencia lo que haces.

Eso dolió un poco. Entonces me di cuenta que tal vez yo quería que

se interesara. Quería que le importara, al menos. Todos estos días

practicando, se había sentido como si estuviéramos juntos en esto, que no

me ayudaba porque me debía un favor.

—Pero creo que tienes que parar ahora, Willa. Está en todas las

noticias. Si no tienes cuidado te van a descubrir.

Así que lo sabía. No quería decir nada en voz alta. Nunca antes lo

había confesado a nadie. Lo dejé terminar sin decir nada.

—Eso sólo empeora las cosas. Hablé con Mary hoy y dijo que ha

estado recibiendo llamadas acosadoras por su teléfono todas las noches.

Las otras chicas, también. La gente piensa que son ellas.

Mi boca se abrió con horror. —Eso es repugnante. Estas personas son

tan ignorantes.

Me miró fijamente, sus ojos marrones grandes y serios. —Sí, pero no

creo que puedas cambiar eso.

—Pero, ¿qué pasa si puedo hacerlo? —pregunté.

—Sabes, este tipo de cosas siempre vuelven a morderte el culo.

Créeme cuando digo que no vale la pena. Te echarán de la preparatoria.

Estoy seguro de que tus padres nunca te lo perdonaran.

La palabra padres penetró en mí como un dardo. Por lo que yo

sabía, todavía tenía uno, pero eso podría cambiar en cualquier momento.

Tre esperaba una respuesta. Me quedé mirando, como zombi. Sabía

lo que quería decir, pero no podía hacer ninguna promesa en este

momento. Todavía tenía un trabajo más en mi lista. El hecho de que

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estuvieran en mi caso casi me daba ganas de hacer más, tenía que

hacerlo mientras todavía había tiempo.

Suspiró, sacudiendo la cabeza hacia mí como si fuera una niña

pequeña. —Bueno, no voy a volver al campo de entrenamiento. No me

importa lo que pase, Willa. No puedo. Así que vas a tener que hacerlo sin

mí a partir de ahora, ¿de acuerdo?

El mensaje era claro: me había aprovechado de su generosidad.

—Entiendo —dije en voz baja. Lo miré a los ojos con la repentina

certeza de que esto era una especie de adiós. Realmente extrañaría el

tiempo con Tre—. Has sido de muchísima ayuda, y no quiero que te metas

en problemas. Quizá debería simplemente ponerme en marcha.

Levanté mi bolso. Mi bici se encontraba en el estacionamiento de la

escuela, pero podía caminar desde aquí.

Al salir, me volví hacia Tre. Pensé que ya no tenía nada que perder

por preguntar. —Así que, robar vehículos, ¿eh? ¿Cómo fue?

Sus ojos se iluminaron. —Increíble. Excitante, hombre. Es adictivo,

también.

—¿Sí?

—Pero, mira, si fuera tú, eso sería lo que me preguntaría. ¿Estoy

todavía haciendo esto para ayudar a otras personas? ¿O estoy haciendo

esto porque me hace sentir bien? Hay una gran diferencia, sabes.

Dejó la pregunta dando vueltas alrededor de mi cabeza todo el

camino a casa. Mientras miraba hacia el pavimento debajo de mí, la

verdad de las palabras de Tre me golpeó duro. Tenía razón, por supuesto:

no era el santo de nadie, y ciertamente no era un arquero medieval, con

un corazón de oro.

No me sentía segura de poder parar ahora. Esta cosa había ido

demasiado lejos.

Pasó un tiempo desde que había estado en el estudio de mi madre.

Cuando llegué a casa, ella no se encontraba, así que tomé la oportunidad

de mirar a mí alrededor. No sabía lo que buscaba, una especie de pista,

supongo. Cualquier cosa, de verdad, que pudiera explicar lo que sucedía.

La puerta se hallaba entreabierta y la empujé más ampliamente. Su

caballete, ubicado cerca de la ventana, con un paisaje desértico a medio

terminar apoyado sobre él, el blanco del lienzo mirando a través de

grandes muestras. Era la misma pintura que había empezado en mi primer

día de clases. Ahora que pienso en ello, no podía recordar la última vez

que la había visto trabajando en ello.

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Las bolsas de documentos destruidos desde hace mucho tiempo

habían sido quitadas, pero todavía podía ver una o dos en el archivador.

Tiré de la manija, pero se hallaba cerrada con llave. Pensé brevemente en

forzar la cerradura, pero mi atención fue atraída hacia el armario en la

pared trasera de la habitación. Fue otra larga caminata, mi mamá lo

había utilizado para almacenar todas sus pinturas. Comencé a mirar a

través de ellas, hojeando como si fueran un libro. ¿Habría algunas personas

aquí? ¿O algunos paisajes que no reconociera? Era posible que las pinturas

tuvieran algunos secretos.

Había ido a través de una veintena de ellos, todos familiares, cuando

me empecé a preguntar. ¿Por qué había tantos de ellos aquí? Pensé que

había vendido decenas a estas alturas, a su agente de ventas en Nueva

York. Allí se encontraban todas esas subastas... y si no los había vendido,

¿qué pinturas había vendido, entonces? Levanté un pequeño lienzo,

aproximadamente de cinco por cinco, a la luz. Nunca había sido firmado,

y al igual que la pintura en el caballete, se veía a medio terminar.

La puerta principal se abrió, y luego se oyeron pasos. Mi mamá se

encontraba en casa. Tiempo para parecer muy ocupada. Rápidamente

puse la pintura hacia abajo y corrí a sentarme en su escritorio frente a la

computadora.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, cuando apareció en la

puerta. Parecía agitada, como si hubiera corrido a casa. Sudaba y no

llevaba ningún tipo de maquillaje. Tenía un aspecto terrible, si era honesta.

Traté de mantener mi respiración, incluso mientras me volvía para

mirarla. —Sólo iba a pedir prestado tu computadora por un segundo, si no

te importa. La mía está actuando de manera graciosa.

—¿Graciosa? —Me miró como si estuviera hablando en otro idioma,

como si su cerebro no pudiera recibir el mensaje que le transmitía.

No preguntes por los detalles, pensé. —Simplemente, se apagó.

No tenía de qué preocuparme, sin embargo, porque sus ojos apenas

registraban lo que pasaba. Su mente se hallaba en otra parte. Tenía que

ser ese hombre otra vez.

—¿Qué tiene de malo?

Me encogí de hombros y sonreí un poco. —No lo sé. Es un misterio.

—Tal vez deberías conseguir que la revisen —murmuró, caminando

distraídamente hacia el vestíbulo.

—Sí —dije—. Probablemente debería.

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19 Traducción por Panchys

Corregido por Mali..♥

in más lecciones de Tre y sin ningún lugar a donde ir después de

la escuela, decidí, a la tarde siguiente, tomar un largo paseo en

bicicleta y tratar de aclarar mi cabeza. Era mitad del otoño, y el

aire se enfriaba un poco, o al menos liberaba su abrazador agarre de

muerte. Pedaleé por la entrada de la escuela y salí a la carretera. Esta

tarde en el día, el sol desaparecía detrás de las montañas, dejando largas

sombras entre el pavimento y yo.

En este punto, he tenido algunos conocimientos sabidos:

Uno: Mi mamá me mentía sobre el hombre con el traje, y tal vez otras

cosas también.

Dos: La policía se acercaba cada vez más y probablemente estaba

a sólo unos pasos de capturarme.

Tres: Tre ya no me iba a ayudar.

Luego estaban las incógnitas desconocidas:

Uno: ¿Exactamente qué pasaba con mi mamá?

Dos: ¿Había hecho lo suficiente, en realidad, para ayudar a los niños

menos afortunados en la preparatoria?

Tres: Si no, ¿podría quitar un último trabajo?

Probablemente debería haber estado preocupada por saber si

podría sobrevivir mucho más tiempo en la preparatoria, pero mis otras

preocupaciones parecían más inmediatas.

Había avanzado unos seis kilometros cuando vi a algunas personas

con chalecos de color naranja reunidas al lado de la carretera. Al

acercarme, reconocí una figura en la multitud. Aidan Murphy. Sostenía una

bolsa de basura y recogía latas y bolsas de patatas fritas. Sí, ahí estaba la

mata de pelo, el rostro cincelado.

Santo Picor.

S

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Frené delante de él, prácticamente lanzándome fuera de mi bici

con el repentino movimiento.

—Una fantasía toparse contigo aquí —dije, aunque lo único que era

de fantasía, era la forma en que mi corazón amenazaba con saltar fuera

de mi boca.

Sonrió, pero sólo parcialmente. —¿Qué pasa, Colorado? —El naranjo

era una extraña vista de él, pero del cuello para arriba parecía muy similar,

con una capa extra de bronceado que lo hacía brillar aún más

magníficamente.

—¿Qué estás haciendo aquí? Quiero decir…

Me interrumpió, levantando la mano abierta. —Es exactamente lo

que parece. Estoy haciendo mi servicio a la comunidad.

Por lo tanto era grande, la transgresión que le dio una patada fuera

de la escuela. Él estaba agrupado con los delincuentes. Sintiendo una

punzada de preocupación, di un paso hacia él. —¿Estás bien? ¿Está todo

bien?

Asintió, cerrando los ojos por un momento. Como si estuviera

calculando mentalmente algo, o tal vez sólo bloqueando la luz solar. —Sí.

Estoy fuera de allí, en fin. Hice lo que tenía que hacer.

No me podía imaginar todo lo que había pasado, pero parecía ser

grave. Por lo menos su cara me decía que lo era. Y para Aidan, eso era

extraño.

—¿Tenía que ser tan drástico?

Miró hacia el suelo, luego de nuevo a mí, con un movimiento breve

de la cabeza.

—No vas a decirme, ¿verdad? —le pregunté, estrechando las manos

delante de mí.

—No puedo. Sabes eso.

Mientras hablaba, su voz era tranquila y sus ojos eran aprensivos, ya

no me miraban directamente como lo habían hecho en el pasado.

Solía encontrar esa mirada desconcertante; ahora era extraño verlo

sin ella. Lo recordaba ese día en el centro comercial, jactándose y siendo

adorablemente pomposo. Ahora miraba a una persona diferente. Lo que

había sucedido entre entonces y ahora había cambiado algo en él, me

sentí segura sobre eso. Parecía más vulnerable aquí, en la carretera.

—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —pregunté.

—¿Hoy? Unas cuatro horas. Sólo me quedan por completar 196.

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Esbozó una sonrisa de su propia broma y luego se limpió el sudor de

su frente. Sentí pena por él, estaba tratando con esto por sí mismo. Yo no

sabía mucho acerca de su familia, pero por lo que me había dicho no

sonaba como si fueran del tipo alegre, de apoyo. Tuve la repentina

urgencia de hacer algo por él, de cuidarlo. —Así que ¿estarás aquí por un

rato, entonces?

Asintió. —Hasta las cinco.

—Vuelvo enseguida —le dije—. ¡No vayas a ninguna parte! —La

última fue una broma, pero sólo me dio esa leve sonrisa como respuesta.

Volví a mi silla y me dirigí a la tienda más cercana, donde compré un

café helado extra grande. Luego pedaleé de regreso a él, sólo unos

metros más abajo del camino desde donde había estado antes, y le

entregué el café. Sus ojos se iluminaron al instante mientras tomaba un

trago, bajando la mitad.

—No tenías que hacer esto —dijo, sacudiendo la cabeza.

—Yo quería.

—Lo digo en serio. Estoy realmente… —Miró a su alrededor para ver si

alguien nos observaba, y se acercó. Apenas podía mirarlo, estaba tan

cerca. Me tomó de la barbilla entre el pulgar y el dedo índice. Todo lo

demás parecía desvanecerse, la calle, los otros chicos con chaquetas

naranjas, incluso el omnipresente sol de Arizona. Luego se inclinó y rozó mi

mejilla con sus labios. Eran suaves y lisos en contra de mi piel. Una

sensación como una descarga eléctrica corrió a través de mí hasta mis

terminaciones nerviosas.

—… ¿Agradecido? —chillé.

—Sí. Eso.

Nos quedamos mirando el uno al otro por un momento. Un hombre

mayor detrás de él, hizo sonar un silbato. Se volvió para mirar, y luego se

encogió de hombros un poco a regañadientes. —Creo que

probablemente deberías irte. Se supone que no debo tener visitas aquí.

—Está bien —dije, enderezándome. Me di cuenta de que había

estado cavando mis uñas en mis manos todo el tiempo, probablemente

dejando marcas permanentes—. ¿Nos vemos... pronto?

—Sí —dijo, pero no cuándo ni cómo. Probablemente no estaba en

condiciones de hacer planes en este momento, me dije. Así que

realmente, pensé, mientras me alejaba más allá del resto de la línea de

chicos con chaquetas naranjas, mi cuerpo todavía reponiéndose de su

toque, yo no tenía manera de saberlo.

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Más tarde esa noche, uno de los correos electrónicos en masa de

Nikki me esperaba en mi bandeja de entrada. La línea de asunto: ¿Has

visto esto?

A continuación había un enlace al Buzz, y fotos de Alicia, Sierra, y

Mary. Las reconocí de la página de Facebook de Sierra. Se veían tan lindas

y felices ahí. Sin embargo, las caras estaban fotoshopeadas en obesos

cuerpos desnudos, con rollos de carne que colgaban por todas partes.

Habían sucias palabras de ladronas garabateadas a través de sus caras. A

continuación, el texto del mensaje decía:

Todos sabemos quiénes son las responsables de los crímenes de VP.

Sólo miren alrededor en armarios nuevos de las Busteds. Si desean ver estas

maleantes castigadas, digan al señor Page que las han visto en el acto.

¿Alguien más tiene alguna prueba? Deja tus comentarios a continuación.

Había ya una treintena de comentarios de personas que afirmaban

haber visto de primera mano el robo. Revisé la página rápidamente:

Algunos dijeron que habían visto los robos de las taquillas, mientras que

otros dijeron que vieron a Alicia robar un bolso en el comedor. Mentirosos,

pensé. Hablando de sucios. No podía creer que alguien acababa de

inventar estas cosas.

Contuve el aliento. Yo estaba en una carrera contra el reloj. Si estas

personas ya formaban una muchedumbre vigilante virtual, tenía que ir a la

casa de Kellie, para que todo el mundo supiera la verdad. Y tenía que

hacerlo antes de que fuera demasiado tarde.

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20 Traducido por DeDeeLK

Corregido por Vanessa VR

e alegra tanto que hayas llamado —dijo Kellie, mientras se

ajustaba los tirantes de la parte superior de su bikini

plateado—. Me moría del aburrimiento estando sola en

casa. Nikki está ocupada con un trabajo de historia y Drew tiene algo con

su familia. El resto de la gente está viendo fútbol.

Gracias, Kellie. Como siempre, me has hecho sentir muy afortunada

por estar aquí. Me alegra saber que fui tu primera opción, que era

conmigo realmente con quien querías pasar el rato y no una persona más

que rellenara tu bañera de hidromasaje y que hiciera que no parezcas

tanto una perdedora.

Esto… ¿por dónde iba?

5-8-2-6-1, 5-8-2-6-1, 5-8-2-6-1.

Sólo tenía que recordar esos cinco números. Sería bastante fácil si

seguía repitiéndolo mentalmente como un pequeño mantra. Me hundí

más en el jacuzzi y dejé que las burbujas subieran por encima de mi

espalda y mis hombros. El agua caliente y el vapor creaban una sensación

muy agradable contra el aire acondicionado. Por fin había una

temperatura manejable en Paradise Valley, un clima que me permitía

llevar más capas de ropa encima, gracias al cual el asiento de mi bicicleta

no me chamuscaba el trasero, y con el que no me preocupaba por el

bienestar de los perritos lanudos que veía por la calle. Era una tarde

perfecta, de hecho. Si tan sólo pudiese ajustar el sonido de la voz altanera

y chillona de Kellie, podría centrarme en memorizar el código de acceso a

su sistema de seguridad.

5-8-2-6-1, 5-8-2-6-1, 5-8-2-6-1.

La casa estaba tan bien protegida que ella debía introducir el

código cada vez que entraba y salía por la puerta. Lo bueno de esto fue

que ni siquiera tuve que preguntárselo. Cuando subí por un par de Coca-

Colas Zero para las dos, ella misma me lo dijo. Cinco números y estaba

dentro. Una pequeña y agradable sesión de práctica.

M

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Tal vez debería haberme sentido culpable, sentándome en su

bañera como su invitada, mientras pensaba en robarle unas horas más

tarde. Y una pequeña parte de mí lo sintió. No era algo muy agradable por

hacer. Sin duda, no encajaba con el código de conducta del instituto

Valley.

Pero luego me recordé a mí misma que era Kellie Richardson, al fin y

al cabo. Tal y como descubrí pocas semanas atrás, vivía para atormentar

a los demás. Los había intimidado y acosado cada día desde la

comodidad de este jacuzzi, y se reía siempre a su costa. Y mientras

nosotros estudiábamos todo lo posible, le pagaba a alguien para que

hiciese sus tareas por ella. Así es. Se merecía lo que le venía encima.

Y luego estaban Mary, Sierra y Alicia, en ellas también debía pensar

—podía sacarlas del aprieto. Y Jocelyn. Podía hacerle un regalo

maravilloso después de esta misión. O darle dinero para un tutor.

Por supuesto, no sería algo fácil de conseguir, aunque no hubiera

nadie dentro. Había una gran puerta a la que hacer frente, cámaras de

seguridad y sensores. Si el complejo de Tre parecía duro de roer, la casa de

Kellie era como el Everest de los robos.

—Este fin de semana ha sido tan agitado. No sé qué es lo que está

pasando, pero parece como si nada interesante sucediera, si no intento

darle vida a la fiesta. Estoy harta de que todos dependan de mí. —Sacó

sus pies fuera del agua y examinó su pedicura rosa de Barbie—. Gracias a

Dios que el próximo fin de semana no estaré aquí. Chip dijo que en las islas

Fiyi habrá la más grande de las fiestas antes de las vacaciones de invierno.

—¿Qué fiesta será esa? —pregunté, fingiendo interés, mientras hacía

remolinos con mis manos en el agua. ¿Y quién diablos era Chip? No es

como si importara.

—¿Una fiesta de fraternidades? —medio preguntó, como si en

realidad se estuviese cuestionando si era realmente tan estúpida—. ¿Phi

Gamma Delta? Dios, Willa. A veces parece como si vinieras de

otro planeta.

Me obligué a soltar una sonora risa falsa que, en otras circunstancias,

podría haberse confundido con el cacarear de las gallinas que son

llevadas al matadero. No hay problema. Era fácil tragarme mi rabia ahora

que tenía el código.

—En fin… me la perdí el año pasado. Tuve que ir a unas estúpidas

vacaciones de spa con mi madre. Ni te imaginas cuánto me fastidió.

Contrataron a un montón de bandas y construyeron una choza enorme y

la llenaron de arena. Acabo de comprarme un bikini Missoni para morirse,

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para ponerme allí. Te invitaría, pero Chip me dijo que sólo le quedaban dos

entradas.

—Mmm… —dije.

Entrecerró los ojos y agitó una mano delante de mi cara.

—¿Hola? ¿Estoy hablando sola?

—No. Simplemente estoy escuchando.

En realidad, intentaba averiguar cómo escalar la pared de piedra sin

que nadie lo notara.

—Bueno, definitivamente, pareces completamente fuera de sí.

5-8-2-6-1, 5-8-2-6-1, 5-8-2-6-1.

—Lo siento —le dije, sintonizándome por fin con ella. Debía fingir que

me importaba todo lo que dijera, al menos mientras me encontraba aquí

sentada.

—¿Has hablado con Cherise?

—Un poco —contesté, adoptando una postura más seria a su

mención. No me gustaba la dirección que tomaba la conversación.

—Después de la forma en que salió de casa de Nikki la otra noche,

me hace preguntarme muchas cosas, ¿sabes? Por ejemplo, quiénes son

mis verdaderos amigos.

—Estoy segura de que ella es tu amiga de verdad —le dije. No

intentaba adularla. Realmente pensaba que a Cherise le importaba—.

Sólo estaba disgustada.

—No sé. Ha estado de muy mal humor últimamente. Sin ánimo de

ofender, pero desde que llegaste aquí, empecé a notar esa otra faceta

suya. Es tu culpa, Willa. —Empezó a reírse a carcajadas, echando su

cabeza para atrás, mientras sus pendientes de diamantes brillaban al sol—.

Sólo bromeaba.

—No te enfades con ella —le dije. Por mucho que despreciara a

Kellie, no había venido para abrir una brecha entre ella y Cherise. Aunque

tenía la esperanza de que Cherise llegara a esas conclusiones por sí sola

algún día y se diera cuenta de que no necesitaba a las Glitterati.

—Eso ya lo veremos —dijo mientras extendía sus brazos

perezosamente antes de volver a meterlos en el agua—. Bueno, de todas

formas, este tema es aburrido. Hablemos de Aidan Murphy.

Definitivamente coqueteaba conmigo antes de que lo expulsaran de VP.

Como cuando rozaba mis piernas por debajo de la mesa en el comedor.

¿Recuerdas el día en que la sórdida Mary vino a clase en ese vestido

dorado usado?

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Uf. Esto era típico de Kellie. Siempre sabía cómo hacer que algo te

interesara.

—¿Fue él? —pregunté.

—Sí, fue muy lindo. De hecho, está genial últimamente, ¿no crees?

Sexy, incluso. Lo invité anoche, pero supongo que estaba ocupado. Tal vez

tenía algo que hacer o planeó alguna travesura. Quiero decir, sé que no

está saliendo con nadie. ¿Tú crees que está saliendo con alguien?

—No, que yo sepa —dije, mientras apretaba mis dientes con tanta

fuerza que probablemente después me dolería mucho. Empecé a pensar

en cómo me había besado, lo que, por supuesto, nunca le contaría a ella.

Seguramente arruinaría ese recuerdo, de una forma u otra. No a Aidan. De

todos los chicos que podía haber elegido…

—¿Y qué pasa con Chip?

—¿Qué pasa con él? No somos exclusivos ni nada de eso. Oooh,

tengo una idea. Vamos a llamar a Aidan y a poner el altavoz…

—Mejor no. Eso es como… de escuela primaria —le dije, intentando

despertar su “yo” esnob. Por mi experiencia, poner el teléfono en altavoz

nunca era una buena idea. No quería meterme en los juegos de Kellie.

Ahora no. Ni nunca, realmente.

—Oh, vamos. No seas tan perra, Willa. Será divertido. Nikki y yo

hacemos esto todo el tiempo.

Ya había sacado el teléfono y buscaba su número.

Me estremecí cuando dijo perra. Si supiera lo que pensaba

realmente de ella. Tenía que jugar bien mi papel si no quería que se diese

cuenta de lo que pasaba.

Terminó de marcar su número y presionó el botón del altavoz, por lo

que el tono de llamada empezó a resonar en el jacuzzi. Me abracé las

rodillas a la altura del pecho, anticipando todos los posibles escenarios que

podían suceder. ¿Y si pensaba que nos burlábamos de él? O lo que era

peor, ¿y si realmente flirteaba con Kellie? Me sentí como una tonta por

haber pensado incluso durante unos segundos que él y yo compartíamos

algo especial, aunque no tuviese ni idea de qué era ese “algo”. A lo mejor

no contestaba. Esperaba que no lo hiciera.

—¿Hola? —contestó Aidan, con una voz suave y tranquila, como si

acabase de despertarse después de una siesta.

—Aid, soy yo, Kellie —canturreó ella. Vi cómo su rostro se ponía

coqueto y oscilante, como si él estuviera en la bañera con nosotras.

—Hola, Kellie.

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¿Se alegraba por hablar con ella? No podía saberlo.

—Y Willa también está aquí. Estamos en mi jacuzzi —completó,

sugerentemente.

—Hola, Willa.

—Hola —respondí, tratando de sonar normal, a pesar de que

intentaba resistir a la tentación de meter la cabeza debajo del agua. En

vez de eso, me quedé mirando el abismo azul espumoso. Había estado

saboreando el recuerdo de aquella tarde en la carretera, repitiéndolo una

y otra vez en mi cabeza como una pequeña película, y no quería perder

esa bonita sensación de buena suerte. Pero si resultaba que a él le gustaba

Kellie, todo ello no significaría nada.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Kellie—. ¿Quieres venirte con

nosotras?

Y ahora, una tercera y rara posibilidad se presentó: ¿y si él pensaba

que yo le había dicho a Kellie que hiciese esto porque era demasiado

tímida como para llamarlo yo misma o algo por el estilo? Ugh, eso sería

horrible.

—No puedo, Kell. No puedo salir de casa. Y me encantaría invitarlas

aquí a las dos pero no puedo traer visitas —su voz sonó suspendida en el

aire entre nosotras. Me di cuenta de que realmente lo echaba de menos.

Me hubiera gustado verlo. Sólo que ni aquí, ni ahora.

—¿En serio? ¿De verdad vas a quedarte en tu casa? —suplicó ella—.

¿No te apetece vernos? ¿A dos chicas en bikinis?

Eso era demasiado. Tenía que intervenir.

—Vamos, Kellie. No debemos presionarlo si ya tiene bastantes

problemas.

Me lanzó una mirada asesina y luego volvió a centrarse en el

teléfono.

—Entonces, ¿cuándo estarás libre de nuevo?

—No lo sé —contestó—. Estaré así bastante tiempo. Pero pásenla

bien. Hablamos luego. Adiós, Willa.

Solté un suspiro de alivio cuando colgó el teléfono. Ese había sido un

rato realmente incómodo y perturbador.

—Eso ha sido muy cojo —dijo ella. Luego se giró a mirarme—. ¿Por

qué has empezado a actuar como si fueras su madre? Quiero decir, podría

haber cambiado de opinión si no decías nada.

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—Sólo pensé que tal vez lo presionaste un poco. —Entonces, me

apresuré a aclarárselo—: Quiero decir, es uno de esos chicos al que le

gustan los retos, y creí que tal vez sucumbiría a tu invitación.

Era bastante doloroso decir eso, era tan falso. La idea de que podía

haber ayudado a que Kellie y Aidan tuvieran algo, era ridícula. Pero mis

verdaderos sentimientos —en cuanto a él, y en cuanto a ella— estaban

peligrosamente cerca de salir a la luz en estos momentos, y tenía que

hacer todo lo posible por cambiar de tema.

—En fin… —dejó escapar un fuerte resoplido—. La próxima vez, si

necesito tu ayuda, te la pediré.

Pareció haberse creído mi excusa, y eso restableció la paz, o por lo

menos la tranquilidad a su jacuzzi. Pero había algo más que me molestaba.

Todo este tiempo, había estado robando con, lo que yo creía, un buen

propósito en mente. Por supuesto, Tre tenía razón. La sensación de ir a por

las cosas de los demás, y conseguir salirte realmente con la tuya, suponía

una gran diferencia. Pero nunca antes me había sentido tan fuerte

respecto a mis víctimas. Yo robaba a la gente, no iba contra ellos.

Esta vez, era como si tuviese que desvalijar a Kellie. Como si lo

necesitara. Quería que supiera que no era mejor que yo, o que Mary, o

Sierra, o Alicia —o cualquier otra persona. Y, está bien, tal vez también

quería torturarla un poco. La pregunta era: ¿era peor si lo hacía por

venganza? Un pensamiento vino a mi mente, unas palabras que Tre me

había dicho una vez. “Siempre debes sacar tus emociones de esto. Porque

tan pronto como empiece a importarte, cometerás errores”.

Podía, simplemente, dejarlo ahora mismo. Pero, ¿por qué, cuando el

premio grande estaba justo delante de mí?

Ya nada me parecía claro. Tal vez era por el vapor del jacuzzi, que

había nublado mi cabeza y ya no me permitía distinguir entre el bien y el

mal, o lo que debía hacer a continuación.

Kellie, mientras tanto, estaba ocupada con su iPhone, y no paraba

de reír.

—Tendrías que ver lo que circula por la red en estos momentos —me

dijo—. Hay una noticia sorprendente sobre alguien que está teniendo sexo

en la sala de pesas de Fieldhouse.

—Ahm… —dije. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta ahora de lo

poco que me interesaban los cotilleos?

—Y también hay una foto en la que tenemos a Sierra de la mano

con su nuevo novio, paseando por el centro comercial. Cuando lo vi el

otro día, su cara me pareció conocida y cuando colgué la foto me di

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cuenta de que es nuestro jardinero, Ignacio. Los comentarios se escriben

solos, ¡de verdad!

Escribió algo furiosamente en el teclado con sus dedos largos,

añadiendo otro comentario, sin duda, para dar más conversación. Luego,

puso el teléfono delante de mi cara. Debajo de la foto estaba escrito:

Manos sucias + La escoria de la sociedad = Verdadero amor para

siempre.

Mi pecho quemaba de furia cuando vi todo lo que había escrito:

¿Puedo llamarlo simplemente pura mierda? Ese hombre ni siguiera

habla inglés. Apuesto a que a ella le gusta revolcarse en el barro. Los

asquerosos hacen cosas asquerosas. ¿A él también le roba dinero?

Pero eso no era todo. Bajé mi mirada por la pantalla y vi una foto de

Cherise. Sonreía de una forma hermosa, obviamente ajena a todas las

crueldades que se escribían sobre ella.

¿Me has visto últimamente? Solía ser guay pero ahora soy una

ladrona de novios y una perdedora.

La última pizca de culpa que había sentido se alejó flotando como

una burbuja errante, bailando sobre la superficie de espuma del jacuzzi.

Me levanté y “accidentalmente” dejé escapar el teléfono sobre el duro

cemento.

Ni siquiera me molesté en coger una de las toallas de Kellie, antes de

marcharme al interior de la casa a recoger mis cosas. Si iba chorreando

agua por el suelo, que así fuese.

Ya me había cansado de fingir. Me había cansado de estar al lado

de esta bruja. Había llegado el momento de hacer algo.

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21 Traducido por DeDeeLK

Corregido por Vericity

n cierto modo, todo era demasiado perfecto. Una tarde de

sábado, cálida y tranquila. Lo bastante tarde como para ser

oscuro afuera, pero lo suficientemente temprano como para

que la gente estuviera aún fuera, haciendo esas cosas que la gente

común hace los sábados por la noche (incluso para mí, hacer de bandido

no era exactamente el tipo de recreación que solía tener los fines de

semana).

Apoyé mi bicicleta en el buzón de la puerta de entrada y levanté la

vista. Había pequeñas luces alineadas en la calzada, como pastillas de

caramelo. Había algunas luces encendidas en la casa, dejadas

estratégicamente por seguridad, pero yo sabía a ciencia cierta que Kellie

se encontraba en la UA, y sus padres estaban en Europa.

Más allá del techo abuhardillado había una perfecta visión de las

montañas, anunciando frío y oscuridad en la distancia. Sonreí, nerviosa,

pero inspirada. Este era mi primer intento de asaltar una casa, y estaba,

prácticamente, empezando por todo lo alto. ¿Por qué perder el tiempo

con algo pequeño cuando podía ir directamente a por una finca de varios

millones de dólares?

Escondí mi bici debajo de un gran arbusto, que se hallaba a la

derecha de la entrada. No era el mejor vehículo de huida, pero no me

quedaba más remedio, al no tener un cómplice. Me alisé el pelo hacia

atrás y tiré de mi capucha por encima. Llevaba puesto un conjunto que

había elegido cuidadosamente, para ladrones: una sudadera negra con

cremallera, pantalones grises y unas zapatillas Van rosas de última moda.

¿Debería haberme vestido toda de negro? Probablemente. Pero incluso los

ladrones deben tener algún sentido de la moda. Además, esas eran las

mejores zapatillas que tenía para correr.

Levanté la vista de nuevo. La casa me resultaba extrañamente

desconocida desde esa distancia, como si hubiera podido pertenecer a

cualquiera. Tal vez nunca me había parado a mirarla de esta forma. Pensé

en todas las veces que había estado aquí: la fiesta en la que conocí por

E

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primera vez a Tre; la noche en que nos quedamos viendo películas tiradas

en el sofá de piel súper gigante de la sala video; aquella vez en la que nos

colamos en la bodega de su padre para probar un champán que

probablemente costaba quinientos dólares la botella.

Pensé en la abrumadora cantidad de cosas de su armario, montones

y montones de ropa, bolsos y zapatos que le habrían comprado

recientemente, cosas que ella nunca usaría, cosas que ni siquiera sabía

que tenía.

En ese mismo momento, ella probablemente estaría borracha

después de haberse bebido tres tónicas de vodka en la fiesta de la isla —o

como se llame. Estaría besándose con Chip o con algún otro chico de

fraternidad, que olvidaría tan pronto como su resaca la golpeara y/o

encontrara otra distracción en un pack.

Y entonces recordé la mirada de suficiencia que puso cuando se

enteró de que Sierra salía con su jardinero. Todas las cosas horribles que se

habían publicado en internet.

Eso fue todo lo que necesité. Me puse mis guantes, me lancé hacia

la puerta con un salto, y corrí hacia la casa, haciendo movimientos rápidos

y ligeros, tal y como Tre me había enseñado.

Objetivo: la puerta trasera.

Por supuesto, la finca Richardson tenía varias puertas traseras. Pero el

otro día, mientras analizaba el recinto, me di cuenta de que la puerta de la

cocina tenía el cierre más sencillo —el nivel estándar de seguridad

moderada: una simple cerradura medio rota. Era también,

convenientemente, la más cercana a la entrada. Dentro y fuera.

Me quedé de espaldas a la pared de piedra de la casa,

haciéndome tan pequeña como pude. Con un movimiento de muñeca,

extendí la mano hasta la cámara de seguridad que había en la puerta y la

cubrí con una mancha de vaselina en la que aplasté un pañuelo que

encontré en mi bolsillo.

Ahora, todo estaba oficialmente seguro.

Me puse a trabajar en la cerradura. Fue algo fácil, con un golpe

rápido con un destornillador en la jamba. Sonreí para mis adentros,

sintiéndome satisfecha con mis habilidades, mi buena planificación, la

justicia de mi misión. Era buena en esto. Muy, muy buena.

A continuación, sólo fue cuestión de introducir el código en el

teclado, que desactivó el sistema de seguridad con dos pitidos. 5-8-2-6-1,

nene.

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Dentro, la casa estaba silenciosa —pero no era un silencio absoluto.

Era más bien como un silencio vibrante que te hacía saber que alguien

había estado allí hace poco. Los Richardson se habían ido a Italia unos días

antes. Florence, la ama de llaves, también estaba de vacaciones,

visitando a su familia en Tucson. Encendí mi linterna de bolsillo para ver

mejor. Unos cuantos vasos y platos estaban apilados en la encimera de la

cocina —probablemente después de haber sido utilizados por Kellie. Los

electrodomésticos emitían un ligero zumbido detrás de los paneles

camuflados. Sentí la tentación de coger una Coca-Cola Zero de la nevera,

pero sabía que no debía arriesgarme. Además, no estaba allí para robarles

cosas a sus padres.

Aunque debo admitir que ese pensamiento pasó por mi mente.

¿Acaso no eran parcialmente responsables de haber convertido a Kellie

en la cabeza hueca que era?

La habitación de Kellie se encontraba al final del pasillo izquierdo.

Me deslicé por el pasillo en la oscuridad. Su puerta estaba, por supuesto,

sin cerrar. Volví a encender la linterna y la paseé por la habitación para ver

qué regalitos había dejado para mí. Para alguien con una limpiadora

permanente, estaba sorprendentemente revuelta. Siguiendo la dirección

de mi linterna, vi un montón de libros y papeles en el suelo, un conjunto de

ropas desechadas y una maraña de maquillaje sobre su cama —y un

tocador descubierto lleno de joyas.

—Premio gordo —dije en voz baja.

Cogí un puñado de colgantes y pulseras, con diamantes, rubíes y

esmeraldas incrustadas, y unos cuantos pares de pendientes. Por lo mucho

que pesaban en mis manos, supe que debían ser auténticos, y estaba

segura de que eran de Tiffany o alguna otra tienda de lujo. Decidí no

llevarme también los aros gigantes que le había visto llevar el primer día de

clase y muchas otras veces después. Por alguna razón, me pareció

demasiado, como si eso significara ir demasiado lejos. Eran una especie de

firma y emblema de Kellie. Además, ya tenía joyas suficientes como para

un Hammer lleno de debutantes.

Fui a por el armario. Abrí la puerta y miré a través del largo pasillo

que se extendía delante de mi vista, lleno de ropa colgada, tacones,

botas, y sandalias alineadas unas encima de las otras —todo lo que una

tarjeta de crédito sin límites podía comprar. Vi los bolsos de Prada que

colgaban de ganchos en la pared, pero me di cuenta de que me

ocuparían demasiado espacio. En su lugar, cogí un pañuelo fino de

Hermès y todo lo que pude encontrar de cachemira. La mochila adquiría

un peso considerable.

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El armario olía como el perfume de Kellie —Guerlain Vol de Nuit, algo

exótico y floral. Era como un fantasma suyo, que se cernía sobre los

bastidores, y me di cuenta de lo personal que era este espacio para ella.

Mi conciencia me regañó un poco —por invadir su territorio, por violar su

confianza. Pero, entonces, me recordé a mí misma que todas las cosas

que me llevaba tendrían un buen uso. Podrían lograr que Jocelyn

consiguiera un tutor y tal vez unos zapatos nuevos. Kellie nunca los echaría

de menos —y aunque lo hiciera, todos eran prácticamente sustituibles.

Además, se lo había buscado. Todos lo rumores que había empezado,

todos los crueles comentarios en Internet, todas las veces que se había

reído de las Busteds y lo patéticas que eran. Mírate al espejo, quería

decirle.

Pero esto —voluntad y venganza unidas— era mucho mejor.

El iPad de Kellie y un ordenador portátil nuevo que me había

enseñado la semana pasada se hallaban colocados sobre su escritorio. Los

cogí, también. ¿Quién sabe la clase de maldades que podía esconderse

entre sus archivos? Con todo, mi mochila estuvo prácticamente llena.

Eché una última mirada por la habitación para asegurarme de que

había dejado todo tal y como lo había encontrado. Saquearlo todo no iba

con mi estilo. Pero quería dejar una especie de firma. Me coloqué delante

del espejo y escogí una barra de labios de su vasta colección.

Tenía que dejarle claro a Kellie que no era quien podía llegar a

pensar. Así que escribí algo que sólo ella y yo sabíamos, poniéndolo de

color fucsia brillante en el cristal: Este es el último aviso. No soy una Busted.

Pero sé que todos necesitamos un poco de ayuda de vez en cuando,

incluso aunque no podamos pagar a un profesor particular para que haga

nuestros trabajos por nosotros.

En cierto modo, era mi confesión. Apunté con la linterna el espejo y

me quedé mirando las palabras que había escrito, preguntándome si

había ido demasiado lejos. La cuestión era que ella sólo sabría que había

sido yo si se acordaba de la noche de su fiesta, cuando se había

emborrachado completamente. Y, por otra parte, tenía serias dudas de

que escogiera delatarme, porque eso potenciaría también sus

posibilidades de meterse en un lío. Y ahora tenía el ordenador de Kellie con

las pruebas de todos los rumores y acosos que había llevado a cabo si

necesitaba defenderme. Además, confesar valdría la pena si con eso

limpiaba los nombres de Sierra, Mary y Alicia. Llegados a ese punto, tendría

que hacerlo.

Mientras bajaba la linterna, mi mirada quedó atrapada sobre un

retrato enmarcado que estaba colgado junto al espejo. Kellie y su madre

en las pistas de tenis, bronceadas y luciendo sonrisas blancas y camisetas

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sin ninguna arruga, que parecía que nunca habían estado fuera de una

tienda Lacoste, mucho menos en un partido de tenis en unas pistas reales.

El parecido entre ellas era innegable.

Me recordó a mi propia madre. Como un acto reflejo, toqué el

colgante de pajaritos que tenía alrededor del cuello. Una punzada de

tristeza me atravesó. Éramos muy unidas —éramos como mejores amigas,

pero eso parecía tan lejano, antes de mudarnos a Paradise Valley. Ahora

estaba sola en todos los sentidos, era simplemente alguien deslizándose a

través de la oscuridad.

Suspiré, recogí mis cosas y me dirigí hacia la puerta. Pero supongo

que me había parado durante demasiado tiempo, ya que cuando me

volví a poner en movimiento, debí haber activado un sensor de

movimiento. De repente, todas las luces se encendieron a la vez, y

después, un sonido que sólo podía ser el de la alarma de la casa empezó

a pitar estridentemente.

Me quedé helada.

Oh, no. Oh, no. Oh, no.

En todas las veces que había ensayado mentalmente este día,

nunca se me ocurrió pensar que había más de un sistema de alarma

instalado. En estos momentos, sin embargo, con el ruido ensordecedor

quemando mis oídos, me pareció estúpidamente obvio.

No había tiempo para entrar en pánico, a pesar de que eso era lo

único que hacía. Me eché la mochila a mis espaldas y salí corriendo al

pasillo. El oscuro corredor tenía ahora un efecto estroboscópico con las

luces tintineando.

Sólo debía volver a la puerta por la que había entrado. Dentro y

fuera.

Mientras daba la vuelta a la esquina del pasillo, la alarma se detuvo

momentáneamente. Me oí a mí misma jadeando, las pisadas de mis pies

sobre las baldosas, y después, el sonido lejano de sirenas de policía.

Aumenté el ritmo de mis pisadas, corriendo a través de la biblioteca, el

estudio y el comedor. Pero incluso mientras corría supe que estaba siendo

descuidada, echando a perder las alfombras, dejando más y más huellas.

Llegué a la puerta de la cocina y tiré del pomo. Estaba bloqueada.

Lo intenté con la cerradura, pero no funcionó. ¿Cómo era posible? No

había cerrado la puerta detrás de mí cuando había entrado —estaba

segura.

Bueno, ¿y ahora qué?

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Me sequé la frente con la manga. Sentía los latidos de mi corazón en

mi garganta. La alarma volvió a sonar, dejando mi cerebro en blanco por

el miedo.

Piensa, ¡piensa! ¿Qué habría dicho Tre?

Me habría dicho que corriese como el infierno.

Corrí hacia la parte delantera de la casa. Estaría bien incluso con

usar la puerta principal, si con eso podía salir rápidamente —calculé que

podía correr por el camino de entrada en menos de dos minutos y coger

mi bicicleta. Sólo necesitaba los dos minutos.

La gran puerta principal de madera se alzaba delante de mí. Quité

los cerrojos y cogí el pomo. También ésta estaba bloqueada. No sólo

bloqueada, sino cerrada herméticamente. Y yo que había pensado que

era muy lista, burlando la seguridad de los Richardson. Había subestimado

completamente este sistema, que ahora me tenía atrapada en el interior.

Las sirenas sonaban cada vez más fuerte, lo que sólo podía significar

que la policía se acercaba. Saqué mi destornillador, pensando que valía la

pena intentarlo.

Por favor, por favor, ¡funciona!

Mis manos sudaban y temblaban, pero, de alguna manera, con unos

cuantos giros de muñeca conseguí que el bloqueo se liberara. El

destornillador cayó al suelo, y allí se quedó.

Justo cuando la puerta se abría, pude ver las luces centelleando por

la carretera. Un coche de policía paró delante de la casa, chirriando los

neumáticos mientras frenaba. No pude distinguir si era un policía de

verdad o uno contratado específicamente, pero no me importaba, y no

iba a quedarme esperando a ver lo que sucedería.

Mi velocidad me sorprendió. Corría más rápido que en cualquiera de

las carreras que habíamos hecho en la clase de gimnasia de la señora

Lonergan. De alguna forma, me sentí ligera como el aire. Debía ser por la

adrenalina. Mis piernas dolían y el aire rasgaba mi garganta.

—¡Detente! —gritó un hombre mientras llegaba a toda prisa hasta mi

bicicleta—. ¡Alto ahí!

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22 Traducido por Annabelle & Mery St. Clair

Corregido por Deydra Eaton

abía que algo andaba mal cuando la bici se detuvo por

completo. Debía haber estado conduciendo durante al menos

veinte minutos por el oscuro desierto. Pero ahora era como si mis

ruedas hubiesen perdido tracción, como si el suelo se hubiese convertido

en pudin. Pisé el freno y prácticamente me caí. Bajé al caliente pavimento

para ver cuál es el problema.

Fue obvio de inmediato. Mi llanta. Esa que se había dañado el día

en que Aiden me llevó de la escuela. Esa a la que supuestamente le había

puesto un parche yo misma hace algunos meses. Debía haberle aceptado

su oferta y permitirle que la arreglara, pensé.

Sí, bueno, debía haber hecho muchas cosas diferentes.

Pero ahora no había tiempo para lamentar nada de eso. Dejé que la

bici cayera en un lado del camino, rápidamente besándola con mi mano

y esperando que éste no fuera nuestro último adiós. No podía llevarla

conmigo. Sólo me atrasaría.

No había nada más que hacer ahora que correr. Fui lejos del

camino, corriendo tan rápido como mis piernas podían sobre el grueso

césped. El terreno era desnivelado y ocultaba bultos y grandes rocas

escondidas. Caí sobre un cactus y mi tobillo casi no lo aguantó, pero me

recuperé y seguí mi camino. No podía mirar atrás, ni siquiera cuando un

auto se detuvo abruptamente en la distancia y escuché pasos acercarse

por el camino a mi lado.

Continué hasta que alcancé lo que debía ser el patio trasero de

alguien. Salté sobre una planta de agave, brinqué sobre algunas rocas

gigantes, y luego me vi cara a cara con una pared de piedras. Esto era

allanamiento, pero ¿qué otra opción tenía? Planté mis palmas sobre las

duras rocas y salté, impulsando mi cuerpo hasta el césped del otro lado,

cayendo en cuclillas.

S

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Me hubiera felicitado a mí misma por esa increíble hazaña

gimnástica, excepto que cuando subí la mirada, tuve la cara empapada

de agua, proveniente de los rociadores. Verdaderamente lindo.

Comencé a usar mi camisa para secarme, pero no había tiempo.

Podía escuchar los pasos detrás de mí. Y los gritos.

Muévete, me dije a mí misma. Sigue moviéndote.

Me puse de pie y comencé a correr frenéticamente por el patio, que

parecía agrandarse hasta el infinito. El suelo a mis pies se nublaba hasta

que llegué a otra pared, la cual era más alta y con más forma que la

anterior, y bordeaba un campo de golf. Por primera vez me encontraba

feliz de ver un campo de golf, eso era algo en lo que podría trabajar, tal

vez. Especialmente si habían carritos de golf.

Un perro ladró en la distancia y recé porque no estuviera suelto y

hambriento de gente. Enredé mis manos alrededor de las protuberancias e

intenté impulsarme hacia arriba, pero mis manos se resbalaron contra el

metal. Mis pulmones me dolían. Mis piernas estaban agotadas. Mi rostro y

pecho se encontraban empapados por los rociadores. Miré hacia las

estrellas titilantes, rezando en silencio por un milagro.

Y allí fue cuando sentí los brazos enredándose sobre mí, halándome,

y luego el peso, como 100 kilos de piedras, lanzándome boca abajo al

piso. Tenía una rodilla presionada contra mi espalda y mis brazos atrapados

juntos con un fuerte agarre detrás de mí.

—Te hemos estado buscando, pequeña —lo escuché decir. Luego

hubo un frío agarre de metal enredándose alrededor de mis muñecas,

atrapándolas con un clic—. Estás arrestada.

Si alguna vez querías saber lo que sucede cuando eres atrapada por

un policía de mediana edad mientras intentas escapar de una escena de

robo, aquí hay una pista: Cuando quitó su rodilla de mi espalda, me

costaba mucho respirar, ya que todo el aire fue sacado de mis pulmones.

Intenté levantarme, lo cual fue casi imposible con las manos atrapadas a

mi espalda.

Para ese momento, creo que los policías me leían mis derechos, pero

apenas podía escucharlos debido a mi propia respiración. Fui llevada de

vuelta al auto, con un fuerte agarre en mi codo. Luego me lanzaron al

asiento de atrás.

Condujeron por entre la oscuridad, con las luces delanteras

alumbrando frente a nosotros. El frío del aire acondicionado del auto me

abrazó y me sentí como en la morgue. Desearía poder estar afuera en el

aire natural, y no atrapada en este espacio bizarramente pequeño detrás

de un vidrio divisor a prueba de balas.

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Mientras nos movíamos, me golpeó la realidad de lo que ocurría.

¿Acaso era posible de que de verdad estuviera en el asiento trasero de un

auto de policía? Sólo tenía mis sentidos para probarlo. El suave plástico de

los asientos, el aroma a café viejo, cigarros y loción para después de

afeitar, el sonido de las sirenas. Los policías me ignoraron la mayoría del

camino, sólo hablando uno con el otro y hacia sus radios. Miré por la

ventana manchada, observando el reflejo normal y vibrante del cielo en

los cactus y las formaciones de rocas alejándose en la oscuridad.

Se sentía como si estuviésemos conduciendo por una eternidad,

hasta que ya no lo estuvimos más. Aparcamos frente a un desparramado

edificio blanco. El Centro de Detención Juvenil Paradise Valley.

Parecía apenas construido, con cajas apiladas unas sobre otras,

rodeadas de grava y pequeñas plantaciones que apenas comenzaban a

nacer. El estacionamiento se encontraba alumbrado por luces

fluorescentes de tono verde.

El policía que me bajó de la pared, el oficial Carmichael, y el otro

que condujo el auto, cuyo nombre nunca escuché, me escoltaron hacia

dentro sosteniéndome por los codos. Carmichael tenía cuarenta y algo,

con cabello negro y un físico bien torneado, mientras que su compañero

era joven y más flacucho, con un grave caso de acné.

Dentro, una odiosa mujer mayor en un uniforme marrón se

encontraba detrás del escritorio de la recepción. Lanzó algunos papeles

frente a mí para que los firmara. Era grosera y tuve un breve recordatorio

que las personas a partir de ahora, sólo comenzarían a ser groseras

conmigo.

Luego los dos oficiales me llevaron por un pasillo hasta una enorme

oficina con muchos cubículos. Me presentaron al oficial Daniels, quien sería

mi oficial de admisión de libertad condicional. Daniels era grande,

intimidante, con el rostro enrojecido y cadenas cayendo por la parte

frontal de su uniforme. Lucía como si hubiese nacido para torturar

personas.

Me dijo que tomara asiento frente a su escritorio. Para el momento

en que subí la mirada hacia su mueca súper pronunciada, ya no me

encontraba en shock. Todo se hizo real.

Me encontraba en custodia. Esto quedaría en mi expediente

permanente. Cerré los ojos y los abrí de nuevo, pero la escena se mantuvo.

Me encontraba atrapada. Temblaba como un animal enjaulado.

Me habían quitado las esposas y me permitieron sentarme allí

libremente, pero a los ojos de la ley, particularmente los que me miraban

en ese momento eran de un helado azul y bastante juiciosos, esto sólo era

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por cortesía, un respiro momentáneo. Yo representaba una amenaza para

la sociedad y ellos me querían en control.

Si sólo pudiera explicarme, quizás verían que no era tan mala. Pero

tenía demasiado miedo de hablar cuando no me lo pidieran. Mi boca se

encontraba seca como una vieja planta de casa.

—Vamos a pasar por lo que se llama un proceso de detección, así

que necesito hacerte algunas preguntas —dijo.

Fue una lista bastante larga. Me preguntó si me encontraba

intoxicada. Si tenía depresión. Si había cometido algún otro delito. Si

alguna vez había estado involucrada en algún incidente violento. Si

alguna vez había huido de casa. Si era dueña o si cargaba un arma de

fuego. Me reí nerviosamente ante esa última. Por supuesto que no, ¿quién

creía que era?

Una sola mirada a su rostro completamente serio y lo recordé.

Hizo algunas anotaciones en su hoja y luego escribió algunas cosas

en su computadora. Intenté que mis ojos no exploraran mucho alrededor.

Sólo con estar aquí sentía como si absorbiera vibras criminales tanto como

las estaba dando, era la culpa por osmosis. ¿Esto le habrá ocurrido a Tre,

también? ¿O a Aidan?

Daniels tosió. —Ahora voy a llamar a tu madre, Willa.

Marcó su número en el teléfono de su escritorio. Era sábado por la

noche. No tenía ni idea de lo que estaría haciendo. Sea lo que sea, estaba

a punto de ser interrumpida por una llamada de la policía diciéndole que

su hija acababa de ser arrestada por allanamiento.

Miedo ardiente y crudo subió por mi garganta mientras esperaba.

Me sentía como si estuviese mirando hacia el vacío de lo desconocido, y

era oscuro como el infierno. ¿Cómo manejaría ella esto? No era una

llamada que todos querían recibir, no había ninguna duda de eso. Tenía el

presentimiento de que Daniels no era nada amable, tampoco. Tener que

sentarme aquí y escuchar esa conversación sería insoportable. Bajé la vista

hacia mis zapatos, deseando poder cerrar mis ojos hasta que se terminara.

Pero no atendía el teléfono, ya que Daniels frunció el ceño y cortó la

llamada.

—No contesta. Tendré que intentar de nuevo.

Bueno, eso estaba bien, pensé. No tenía ninguna prisa de enfrentar

esa confrontación. Pero luego, el miedo subió por los bordes de mis

pensamientos. Si no se encontraba en casa, ¿dónde estaba? ¿Afuera de

nuevo con ese tipo? ¿Se encontraba bien? ¿Qué si algo le había pasado y

yo me encontraba aquí? Nunca lo sabría.

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—¿Podré irme a casa esta noche? —pregunté, de pronto

imaginándome lo peor.

—No lo creo —dijo Daniels, abriendo y cerrando un bolígrafo—.

Debemos terminar el proceso de detección y detenerte hasta que

hagamos un juicio. Y mañana es domingo. No se hace mucho por acá. —

Un horrible e intenso temblor recorrió mi cuerpo. Me iba a quedar toda la

noche. Atrapada. Posiblemente dos noches. ¿Y luego un juicio? ¿Qué

ocurrirá entonces? Daniels apartó su silla del escritorio—. ¿Quieres agua?

¿Algo de café?

—Agua, por favor —solté, y mi voz sonaba como si ya hubiese estado

encerrada por cuarenta años.

Se fue e inspeccioné la habitación, a todos los oficiales uniformados

entrando y saliendo de sus cubículos. Tenían que haber al menos una

docena de ellos alrededor de sus escritorios, y luego estaban los civiles,

como yo, que habían sido arrestados. A sólo una poca distancia, un chico

alto con el cabello desordenado y una cicatriz claramente visible en su

barbilla, todavía se encontraba arrestado y mirando alrededor

ansiosamente, saltando como si estuviese drogado con algo fuerte. Otra

chica usaba una falda de cuero y botas hasta la rodilla. Creí estar

bastante segura de saber por qué la habían metido allí. Todos éramos

inocentes hasta ser demostrados culpables, supuestamente, pero

inmediatamente asumí que ellos eran culpables de algo, así como ellos,

probablemente, pensaban lo mismo de mí cuando me miraban.

En el centro de detención no importaba que tuviera un promedio de

3.8 o que creyera que ayudaba a las personas. A nadie de aquí le

importaba. Ahora podía darme cuenta de eso.

Daniels regresó con un vaso húmedo en forma de cono del

enfriador. Lo tomé de él y noté que mis manos temblaban. Rápidamente

me bebí el agua y apreté el vaso en mis manos. Mis muñecas se

encontraban rojas donde las esposas habían estado.

—Entonces, ¿qué sucederá ahora? —pregunté.

Se encogió de hombros. —No lo sé. Debemos esperar y ver.

Pensé en Tre. —¿Me enviarán al campamento de entrenamiento

militar?

Me miró con interés. —¿Estás confesando?

—Quiero hablar con un abogado. Dijeron que tenía derecho.

¿Puedo hablar con un abogado?

—Seguro. —Me tendió el teléfono—. Sé mi invitada.

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Subí la mirada con vacilación, dándome cuenta de que no tenía

idea de a quién llamar. —En realidad no tengo un abogado.

—Aquí está una lista con algunos nombres. —Empujó un pedazo de

papel frente a mí—. Ellos son abogados fijados por la corte.

Miré hacia la lista y luego de nuevo al teléfono. ¿Qué se le dice a un

abogado? ¿Hola? Mi nombre es Willa y quisiera saber sobre sus servicios de

representación de ladrones…

Quizá ni siquiera quería a un abogado fijado por la corte. Tal vez

necesitaba a alguien exclusivo y muy bueno para que manejara mi caso.

Intenté recordar todo lo que había visto en los programas de abogados.

Sólo tenía quince años. ¿Cómo demonios iba a saber qué hacer?

Subí la mirada hacia Daniels, quien me miraba expectante con sólo un

reflejo de sonrisa en su rostro. No tenía ni idea.

Quería que alguien me dijera qué hacer. Intenté pensar en alguien

más a quien podría llamar. Tre no servía, ya que no podía llevar la atención

hacia él. Cherise no tendría ningún consejo, y probablemente no estaría

nada contenta con que haya estado robándole a sus amigos. Pero quizá

Aidan lo estaría. Quizá con sólo hablar con él, saber que se encontraba

allá afuera, me lograría calmar. De pronto, quería escuchar su voz con

desesperación. Valía la pena intentarlo. Llamé a su número y me contestó

en el segundo timbrazo.

—Aidan —jadeé cuando contestó—. Necesito tu ayuda.

—¿Willa? ¿Dónde estás?

—En la estación. Estoy retenida. ¿Qué debo hacer?

—¿Qué ocurrió? —Su voz se agudizó con preocupación—.

¿Llamaron a tu mamá?

—Es una larga historia —dije, levantando la mirada hacia Daniels—.

No puedo hablar sobre esto ahora. Mi mamá no está en casa.

—Mira, no hagas nada, Willa. Sólo quédate en silencio hasta que tu

mamá llegue allí.

—De acuerdo —dije, mordiéndome el labio.

—Estarás bien —dijo, su tono de voz suave y clara—. Lo prometo. Sólo

abrázate fuerte. Si necesitas cualquier cosa, estoy aquí para ti.

Deseé que estuviera aquí conmigo, así podría pasar mis brazos

alrededor de él. —Gracias —dije—. Significa mucho para mí.

Colgué el teléfono y me senté en mi silla, bajando la mirada. Las

marcas de las esposas en mis muñecas parecían desaparecer poco a

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poco, eran apenas una roncha en forma de O. Traté de cerrar mis ojos y

dejar que las palabras de Aidan, el sonido de su voz, me tranquilizara.

—Ese era tu abogado, ¿eh? —preguntó Daniels, arqueando una

ceja.

No iba a darle la satisfacción de saberlo.

Pasaron los minutos. Sentarme allí sin hacer nada comenzaba a

sentirse como una tortura. Creo que eso es lo que ellos quieren que sientas.

Aidan tenía razón. Tenía que permanecer en silencio. Traté de poner cara

de póquer, para que Daniels no pudiera leer lo que pasaba por mi

cabeza. Sin embargo, él lo supo, su expresión casi burlona me puso

nerviosa.

Se levantó y se movió en torno de algunos archivos. Cuando regresó,

dijo—: Sabes, esto no es como en el sistema criminal. Si confiesas en el

registro lo que hiciste, será más fácil. —Sabía lo que trataba de hacer.

Apreté mis labios y traté de ignorar su voz. No lo escuches. Intenta

engañarte—. Tenemos mucha evidencia contra ti, Willa. Incluyendo la

mochila con los bienes robados que dejaste caer.

No dije nada, mantuve mi mirada baja, deseando que mi cerebro

estuviera en blanco. Imaginé lo que veía frente a él, una pequeña chica

asustada y que le llegaba apenas bajo la cabeza.

—Todo depende de ti, en realidad. Pero nos ahorraremos un motón

de tiempo si lo admites. —Otra vez, me quedé muda—. Mucha gente ha

estado buscándote. Has sido buena huyendo, ¿sabes? Lo que sea que

hayas hecho, lo hiciste bien… Quiero decir, robaste muchas cosas y

regalaste más. También sabes que la gente habla.

No lo mires. Sigue ignorándolo.

—Pero a la gente de esta ciudad no le gustan las personas que

huyen de la responsabilidad. Y cuando más huyas, más difícil se vuelve. No

puedes vivir una mentira por siempre. Eso llega a ser una carga. —Dejó de

hablar y me miró duramente.

Mis ojos viajaron hacia la cima de la mesa para ver sus manos

descansando sobre la superficie. Luego a su rostro, el cual estaba sin

afeitar y regordete, pero también pude ver que no estaba totalmente

enojado.

Noté la verdad en sus palabras. Había sido duro estas semanas,

siendo dos personas a la vez. Al principio, fue emocionante ayudar a esas

chicas, pero quizás, con el tiempo, perdí el objetivo. Quizás me centré

demasiado en la parte de robar, como Tre dijo. La cosa es que siempre

supe en el fondo que no podía seguir haciéndolo. Que tarde o temprano

sería atrapada. Y “temprano” se convirtió en el ahora.

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—Quiero decir, si yo fuera tú, y creyera en lo que hago,

probablemente me gustaría que la gente supiera. Tienes tus razones. No

eres una mala persona. ¿Por qué no admites lo que has hecho? Sé un

adulto.

—Bien —estallé—. Lo entiendo. Fui yo, ¿de acuerdo? ¿Está feliz?

Entonces, por primera vez desde que me atraparon, comencé a

llorar. Daniels no dijo nada más, Me dejó sentarme allí durante lo que

pareció una hora y media, llorando y dejándome hundir.

Por encima de todo lo demás, la preocupación, decepción y el

arrepentimiento, estaba la pequeña voz en mi cabeza repitiendo lo que

Aidan dijo por teléfono. Se suponía que permanecería en silencio. Lo eché

a perder. Todo. Y ahora probablemente nunca lo veré otra vez.

Daniels me dio otro vaso de agua. Era tan fría que me dolieron los

dientes. Tragué rápido, luego puse mi cabeza bajo mis brazos y sentí las

lágrimas correr por los costados de mi rostro hasta las mangas.

Confesé. Todo había acabado.

En algún momento antes de la medianoche, para ese entonces ya

había perdido la noción del tiempo, sólo escuchando el zumbido de los

radios de la policía en sus cubículos, mi mamá llegó a la estación. Pude

escucharla venir antes de verla, su familiar caminar ligero y apresurado

contra el suelo de baldosas.

—Está aquí por Willa Fox —escuché decir a una malhumorada mujer

desde la recepción.

Me senté y me giré hacia ella. Mi mamá se dirigió en mi dirección, su

chaqueta medio abrochada aleteando, con su rostro angustiado. No me

miró, y casi ni me importó, estaba tan feliz de verla. Quería saltar a su

espalda como lo hacía cuando era una niña y ella me cargaba. Era

demasiado mayor ahora, claro, y sería ridículo hacer eso en esta situación.

Además, estaba detenida. Estaba atrapada aquí.

—Hola, oficial. —Su tono era frío y formal, pero detecté un poco de

ronquera en su voz. Daniel le dio la mano y le indicó que se sentará en la

silla junto a mí—. Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? —preguntó,

directa.

—Sólo necesita firmar unos formularios. Revisaremos la

documentación, su historial y tendremos una audiencia el lunes, lo más

probable.

Mi mamá se aclaró la garganta. —¿Tiene que… hacer servicio

comunitario?

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—Remitiremos el asunto a un oficial condicional y un juez —dijo

Daniels mientras metía sus manos en los bolsillos de su pantalón—.

Dependerá de la gravedad de los crímenes. Mientras tanto, es posible que

desee conseguir un abogado.

Mi mamá terminó de firmar los papeles.

—Les daré unos minutos para que hablen —dijo Daniels,

marchándose de su cubículo.

—No puedo creer lo que has hecho —dijo mi madre en voz muy baja

cuando él se había alejado. Ahora me miraba y podía ver el fuego en sus

ojos—. Podría matarte ahora mismo, Willa. Realmente podría.

Nunca la había visto tan furiosa. Nunca la escuché decir algo tan

violento. Era una pacifista de yoga, amante de la naturaleza. —Mamá,

espera. Déjame que te cuente mi versión de la historia. ¿Por favor?

—¡No! No quiero escuchar tus explicaciones. —Echó sus labios hacia

atrás, mostrándome los dientes—. Y no quiero escuchar ninguna excusa.

Violaste la ley. Has puesto en peligro tu futuro, todo por lo que hemos

trabajado tan duro.

Pude sentir mi labio inferior temblar. —No trataba de… tenía buenas

intenciones.

Levantó una mano para hacerme callar. —¿Qué acabo de decir?

¿Me has escuchado siquiera un poco? Has cometido esos crímenes. Han

estado en todas las noticias. ¿Tienes algún concepto de lo serio que es

esto? —Tragué duro y abrí mi boca para contestar, pero nada salió—. Eres

joven… no tienes idea de lo que has hecho, Willa. Pero todo lo que haces

en la vida tiene una consecuencia. Tenemos que vivir con nuestras

consecuencias. Y lo que has hecho… es posible que lanzaras todo por la

borda. Simplemente, no puedo creer lo imprudente e irresponsable que

has sido.

Sus palabras me atravesaron. Siempre he sentido como si ella

estuviera de mi lado, como si fuéramos nosotras dos contra el mundo. Pero

esta vez no era así. Sólo me acusaba. Ni siquiera escuchaba mi versión.

¡Como si ya me hubiera declarado culpable!

Y algo en mí se volvió ira. La necesitaba más que nunca, y otra vez

no estaba allí para mí. —Supongo que pensé que al menos intentarías

entenderlo, pero olvídalo.

—¿Y qué es lo que necesito entender? ¿Esperas que esté de

acuerdo con esto?

—No es como si tú hubieras sido una adolescente modelo —solté.

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202

—Quedé embarazada. Es muy diferente a allanamiento de morada,

robar propiedad personal de la gente —dijo, entrecerrando los ojos hacía

mí—. Lo que hice no fue en contra de la ley. No hice daño a otras

personas.

—¡Yo tampoco lastimaba a las personas!

—Pero lo hiciste. Engañaste. Quiero decir, lo que más me molesta son

las mentiras que has dicho, la doble vida que has estado teniendo todo

este tiempo. Pensé que confiábamos la una en la otra.

—Ahora quieres hablar —dije, cruzando los brazos en mi pecho.

—¿Que se supone que significa eso?

—Oh, vamos. ¿Doble vida, mamá? ¡Eres la reina de eso!

Mi madre dejó escapar un suspiro de frustración. —No sé de lo que

estás hablando.

Discutíamos en susurros fuertes, mirándonos la una a la otra, pero

intentando no hacer una escena. Pero ya era muy tarde. Sólo había unas

cuantas personas deambulando por la zona y la mayoría de la gente se

había ido a casa. Parecía que no dejaríamos de pelear hasta que una

admitiera tener la razón. Pero claramente cada una tenía una perspectiva.

Y no había más barreras ahora. Tenía que poner fin a esta hipocresía:

Ambas teníamos que decir la verdad.

—Mamá, te vi en Target, ¿de acuerdo? Te encontraste con ese tipo

allí.

Puso una mano sobre su boca, sorprendida. —¿Me seguiste? —Su

expresión se volvió incredulidad—. En realidad, ¿me seguiste? ¿Qué

diablos?

—¿Quién es él? —exigí—. No más mentiras. ¿Nos mudamos aquí por

él, verdad? —El silencio se extendió mientras me miraba, negando con la

cabeza. No cooperaba. Insistí una vez más—. Me gustaría que dejaras de

hablar sobre mi futuro, esto nunca tuvo que ver conmigo. Sólo sé honesta

por una vez…

—Fui honesta cuando confié en ti.

—¿Que honestidad? Has estado tan misteriosa, no me decías a

donde ibas. Tenía mis sospechas.

Me agarró por los hombros, sacudiéndome. —¿Crees que esto es un

juego? ¿Qué debes espiarme e inventar historias? No es justo, ¿de

acuerdo? Te lo dije.

Ya no tenía nada que perder. La pregunta creció en mí. —¿Es mi

padre? Dime la verdad.

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203

—Me voy. —Se levantó y colocó su bolso sobre su hombro.

—¿A dónde vas? —pregunté.

—A casa. Terminamos de hablar. Tienes una manera loca de ver las

cosas, Willa. Acabas de ser arrestada y me culpas de tus problemas, me

acusas de mentirte. —Se encontraba a medio camino del pasillo cuando

por sobre su hombro dijo—: No tienes idea de lo que está ocurriendo.

¡Nada!

No había nada que pudiera decir para detenerla mientras se iba

como una tormenta hacia la salida, dirigiéndose a la noche. Me quedé allí,

débil y desvalida. Ella era una persona libre. Yo, por otro lado, no podía ir a

ninguna parte.

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204

23 Traducido por Panchys

Corregido por July

la mañana siguiente, un “consejero” —en el pabellón de

menores, esto es lo que ellos llaman gente en uniforme

diciéndonos que hacer— me despertó y me dijo que tenía

visitas.

Todavía usaba la ropa del pabellón, camiseta, ropa interior y

pantalones que me habían dado cuando llegué, mi ropa de verdad había

sido guardada en una bolsa de papel en un estante en la recepción, pero

tuve que ponerme mis zapatos azules, con los que me habían hecho salir

por la puerta de mi pequeña celda gris.

No había dormido nada. Debido a que me pasé la noche en los

delgados colchones, reordenando en mi mente bloques de ceniza como

un Tetris, tratando de reproducir los eventos de la noche, preguntándome

qué podría haber hecho diferente, deseando poder tener todo de vuelta y

empezar de nuevo. Me preguntaba que sabía la gente de la escuela

acerca de mi detención. Seguramente, a estas alturas, Kellie y su familia lo

sabían. Lo que significaba que Cherise y Nikki también. Tal vez Tre. Tal vez

incluso todo el cuerpo estudiantil.

Mayormente, sin embargo, pensé en mi madre. La forma fría en que

me había mirado en la estación. En algún lugar del pabellón se oía el

lejano sonido de un grifo que gotea, y con cada gota sentí que mi corazón

poco a poco se rompía en pedazos pequeños. Me dolía el interior con

pesar y nostalgia.

Encima de todo, tenía la ventana de cristal en mi celda, que se

encontraba allí para que el personal me observara. También para dejar

entrar la luz del pasillo, que me mantenía despierta y me recordaba donde

estaba. En el sistema. Un objeto de desprecio, expulsada por la sociedad.

Todo el punto del reformatorio, por supuesto, era para sentir

remordimiento por lo que habías hecho, y lo habían diseñado

brillantemente. Antes de que pudiera conocer a mis visitantes, tenía que

tener mi ducha designada en el baño de las chicas, que se encontraba en

una fila abierta de grifos sin paredes o de privacidad. Entonces tenía que

A

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205

tener mi desayuno, financiado por el estado de Arizona: un pequeño tazón

de cereales sin sabor y un vaso de plástico con un poco de jugo y con una

lámina superior, del tipo que dan después de las donaciones de sangre.

Entonces se me permitía volver a pasar por el pasillo, hasta llegar a la zona

de visitas, que era donde me entré la noche anterior. Fui llevada de un

lugar a otro por distintos consejeros, pero ninguno de ellos siquiera me miró

y se presentó.

Mi mamá y el abogado que había encontrado para mí, me

esperaban en los asientos plásticos en el pasillo. El abogado venía para

hablar conmigo acerca de mi caso. Quería estar a solas con mi mamá,

pero no había tiempo para eso ahora.

Christopher Siegel, Esq., se puso de pie, se presentó y me dio una

sonrisa abreviada, los dientes en contraste con su cara bronceada,

cabello plateado peinado de una parte a sus oídos. Tomó mi mano con su

gigante mano bajo la manga del traje italiano, y luego se puso a trabajar

de inmediato. Explicó que la audiencia bajaba y me dio instrucciones

sobre qué decir y cómo actuar. Dijo que todo lo que tenía que hacer era

estar muy tranquila y ser cortés. Tenía que llamar al juez “señor” o “Su

Señoría”. Que no debería hablar en absoluto a menos que me hicieran una

pregunta. Me preguntó si había confesado el crimen, y le dije lo que había

dicho a Daniels.

Asintió de manera diplomática. —No muy bueno.

Siegel dijo que había varias opciones: Me podían mantener en

detención en cualquier lado por unos meses a un par de años,

dependiendo de la seriedad con que decidieran tratar el crimen. También

me podrían enviar a un campamento de entrenamiento, como al que Tre

había sido enviado, o podrían enviarme a consejería y ponerme en arresto

domiciliario con una de esas pulseras de tobillo que las celebridades

recibieron cuando fueron arrestados por CBI15.

Me mordí el interior de mi boca, sintiendo el peso de lo que me

decía. No sabía qué opción esperar. Todas sonaban bastante horribles,

pero después de una noche en el reformatorio seguramente no quería

permanecer allí durante mucho tiempo.

—¿Hay alguna manera en que pueda ir a casa, mientras se resuelve

esto? ¿Pagar una multa o algo así? —le pregunté, mi voz se quebraba un

poco. Quería dormir en mi propia cama. Quería hablar con Tre. Quería

hablar con Cherise. Y, sobre todo, quería hablar con Aidan.

15 CBI: Oficina Central de Investigación.

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206

—No, tienes que esperar aquí, por el momento —dijo Siegel—.

Realmente no sé lo que harán. Cada caso es diferente. A veces quieren

hacer un ejemplo de ustedes. Y esto ha sido de muy alto perfil. Ha hecho a

la policía parecer estúpida. Por lo tanto debes estar preparada para lo

peor.

Mi mamá vestía su traje más bonito, con medias, incluso, pero con su

piel manchada y ojos rojos, se veía aún más demacrada y desgastada de

lo que se había visto últimamente, si eso era posible. Sólo había estado

sentada en silencio todo el tiempo que hablé con Siegel, parecía como si

estuviera mirando al vacío, pero cuando volvió la cabeza pude ver el

destello de las lágrimas en sus ojos. Quería abrazarla, pero Siegel se

encontraba sentado entre nosotras. Además, en ese momento no estaba

segura de sí me dejaban.

Después de media hora, el tiempo de visita se había levantado y

tenían que irse. El consejero vino para llevarme de vuelta a mi celda. Me

levanté, viendo irse a mi mamá viéndose más pequeña a medida que

desaparecía por el pasillo.

—Vamos —dijo el consejero bruscamente, dirigiéndome lejos.

Dentro de mi celda, volví a mirar a las paredes y traté de dormir,

pero había un fuerte sonido de zumbido de las luces fluorescentes. Me

hallaba agotada.

Las lágrimas se asomaron a continuación, moviendo mi cuerpo por

los sollozos. Me acurruqué en una bola y lloré. Mi vida se encontraba

bastante acabada. No había vuelta atrás. Arruiné todo.

Recordé mi primer día yendo en bicicleta a la escuela, teniendo la

belleza agreste del paisaje. De aquí sólo podía ver el cielo, en intervalos de

veinte minutos, como aprendí mientras me dejaban salir a dar un paseo

por la tarde. Había alrededor de diez niños por completo y caminamos

alrededor del edificio, mientras que en los círculos un consejero nos miraba.

No hablé con nadie más, estaba demasiado asustada. Al mismo tiempo,

me sentí vaciada por llorar. Una oscura y desesperada sensación se hizo

cargo. ¿Sería esta la forma en que experimentaría el aire fresco a partir de

ahora? ¿Cómo voy a sobrevivir? Cuando nuestro tiempo se había

terminado, sonó una campana y nos pusieron en fila y ordenaron volver a

entrar. En algún momento de la noche trajeron mi cena, una pata de pollo

seco y guisantes enlatados.

Y entonces fue otra larga, larga, larga noche. Sola. Esperando. Para

qué, no tenía ni idea. De nuevo demasiado asustada, esperando cualquier

cosa. Mi suerte se había quedado sin claridad.

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207

Por la mañana, nos sentamos en el pasillo fuera de la sala durante

tres horas, aunque en los últimos dos días, mi concepto del tiempo había

cambiado. Podrían haber sido diez minutos o un mes. Siegel, con un traje

diferente, con una corbata verde brillante, se acercó para hablar un poco

más, luego esperamos y esperamos.

Por último, las puertas dobles se abrieron y entramos. Mi mamá,

Siegel, y yo nos sentamos detrás de una mesa pequeña en la parte

delantera de la habitación. El juez, envuelto en un traje negro con una

barba negra a juego y espesas cejas grises, sentado detrás de un banco

de madera. Detrás de él, se veían las banderas de Estados Unidos y

Arizona. Llevaba un montón de papeles y la firma en su escritorio, decía: EL

HONORABLE FLOYD L. PRENDERGAST.

—Willa Fox, estás aquí a causa de un arresto el sábado, ¿correcto?

Asentí, tragando un nudo en la garganta.

—Estoy mirando por encima de tus registros aquí. Dice que fuiste

arrestada a causa de un incidente de violación de domicilio y que eres

sospechosa de nada menos que seis otros robos y hurtos en los últimos

meses.

—Sí —dije, estabilizándome, tratando de ser fuerte. Mi mente

parpadeaba en los distintos incidentes de mis visitas a la casa de empeño,

mis viajes al centro comercial. A pesar de que los confesaba ahora, era

como ver un montaje de una película, ya que todo parecía tan lejano.

—También dice que confesaste estos crímenes —dijo, entrecerrando

los ojos por encima de sus ovaladas gafas de montura de alambre.

—Lo hice —le dije. Sentí un codazo de Siegel—. Su Señoría —añadí.

—¿Tienes algo que decir al respecto?

—Sólo que lo siento mucho, mucho, mucho por lo que he hecho. —

Cerré los ojos y traté de llamar a la calma, pero un sollozo se asomaba

persistente por debajo de la superficie que podía sentirlo.

—¿Y por qué hiciste estas cosas?

Apreté mis manos y respiré hondo. —Su Señoría, cuando vine aquí, a

Paradise Valley, llegué muy emocionada de tener esta vida de lujo —le

dije, mi voz temblaba un poco—. Miraba a mí alrededor y pude ver tanta

belleza que me rodeaba. Por primera vez era parte de la otra mitad y

pensé que esta era la forma en que todo el mundo debería ser capaz de

vivir.

Hice una pausa, recordando lo que había sentido los primeros días,

montando en bicicleta por la ciudad, caminando por el campus de la

escuela, durmiendo en mi cama cómoda. A salvo, pero más que eso. Al

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igual que el futuro abiertamente para mí. Miré hacia arriba y vi que

escuchaba con atención.

—Y entonces me di cuenta de que había chicos que no tenían

nada, o casi nada, y que sólo trataban de tener su oportunidad, también.

Sin embargo, algunos de los chicos ricos no les darían a los más pobres una

oportunidad. No les hacían caso, o los excluían, o los torturaban con

intimidación en línea.

El juez asintió, instándome a seguir.

Volví a respirar hondo y continué—: Así que tuve esta idea, para

hacer las cosas más iguales. Repartir la riqueza y nivelar el campo de juego

para los niños menos afortunados. Y tal vez mostrar a todos cómo de

arbitrario era todo. El hecho de nacer en una situación, no tenía que

definirnos. En pocas palabras, Su Señoría, sólo pensaba que ayudaba a la

gente.

Su expresión era un espacio en blanco, perdido en las líneas

escarpadas de su rostro. No podía saber si se encontraba escuchando lo

que decía, pero sólo la fuerza de su presencia que se cernía sobre mis

palabras me hicieron sonar ridícula, mi voz pequeña y chillona. Quería salir

corriendo.

—Pero ahora me doy cuenta de que era una idea estúpida, y que

no ayudaba a nadie. Hacía exactamente lo contrario.

Prendergast se inclinó sobre sus brazos cruzados. —Como nos gusta

decir aquí, en las salas de justicia, dos errores no hacen un acierto.

—No, señor —le dije con tristeza.

El juez Prendergast se volvió a mi abogado. —¿Tiene algo que decir

en nombre de su cliente?

—Sólo que le rogamos que tenga en cuenta que Willa no tiene

antecedentes, Su Señoría. Creemos que es una persona inteligente, capaz,

que es simplemente culpable de falta de criterio en este caso.

—Diría que seis robos a mano es un poco más que falta de juicio —

respondió el juez.

—Con el debido respeto, Su Señoría, mi cliente tenía motivaciones

buenas, sin embargo sus decisiones fueron equivocadas.

Prendergast hizo un gesto con la mano, como si despidiera lo que

Siegel decía. —Las acciones son el resultado final, ¿no? Quiero decir, no

hacemos juicio por pensamientos o ideas en la sala, ¿verdad?

—No, Su Señoría.

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Se aclaró la garganta y apuntó a los documentos. —En casos como

este, Willa, cuando el acusado no tiene antecedentes, es en general, bien

educado, y obtiene mejores calificaciones en la proyección en el centro

de justicia, nos gusta tratar el incidente como una aberración. Nosotros no

los acusamos de un delito, sino que los ponemos en libertad condicional, y

les pedimos que realicen algún servicio a la comunidad.

Miré a mi mamá y luego a Siegel para leer sus reacciones, pero

ninguno reaccionaba. Ambos escuchaban atentamente al Juez

Prendergast. Me volví a hacer lo mismo, sintiendo un poco de optimismo

floreciendo dentro de mí. Al mismo tiempo, quería mantener esos

pensamientos bajo control. Prendergast podía decir nada al siguiente

momento.

Se quitó las gafas y se frotó los ojos con las palmas de las manos. —

Ahora, mira. Este caso ha recibido mucha atención de los medios. Mi

oficina ha estado recibiendo llamadas de la prensa durante toda la

mañana. Si te dejo libre sin dar servicio, va a haber gente que estará detrás

de mí, preguntando por qué no estoy ayudando a proteger a su

comunidad, por qué estoy dejando libre un criminal confeso. Así que

necesito que me prometas, Willa, que si dejamos que te vayas a casa hoy,

vas a ser una ciudadana modelo de aquí en adelante.

Asentí con fuerza. —Sí, señor. Le mostraré, y a todos los demás, que

me merezco una segunda oportunidad. Y que estoy lista para comenzar

una nueva vida y hacer lo correcto.

—Y voy a necesitar que repongas todo lo robado. Cada centavo de

ello. Mi opinión es que los daños se encuentran en los miles. Ese será uno de

los requisitos de tu libertad condicional.

—Puedo hacer eso, Su Señoría. —Cómo, realmente no tenía ni idea.

Pero me encontraría un camino. Cualquier cosa menos pasar otra noche

aquí.

—Bien, entonces. Te condeno a cien horas de servicio comunitario y

un año de libertad condicional. Tu oficial de libertad condicional te dirá

cómo puedes cumplir con tu obligación de servicio y cómo proceder con

tus reuniones —dijo mientras firmaba una hoja de papel.

Miré a mi mamá, y sus ojos, llenos de las lágrimas, se encontraron con

los míos. Me agarró del brazo y apretó. Me sentí, por un instante, al menos,

como si estuviéramos en el mismo equipo otra vez, que tal vez no la había

perdido después de todo.

Prendergast arregló la pila de papeles. —Eres libre de ir ahora. Pero

recuerda lo que dije. Mantente alejada de los problemas.

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Siegel había dispuesto de un coche para llevarnos a casa. A la salida

del edificio, nos dijo que tuvimos suerte, que éste era el mejor escenario

posible que podría haber pedido. Que Prendergast era más que justo.

Ahora sólo tenía que mendigar el dinero para la restitución y seguir las

reglas de la libertad condicional, lo que significa mantenerme alejada de

las drogas y el alcohol, mantenerme alejada de los delincuentes

conocidos, y no salir del estado sin el permiso de mi oficial de libertad

condicional. Después de un año, mi expediente estaría limpio.

Nos acompañó hasta el coche y se dirigió de vuelta al edificio,

donde tenía otro caso que atender.

En el asiento trasero del coche, mi madre parecía aliviada, lo noté

por su lenguaje corporal, pero no por sus palabras porque todavía no

decía nada.

Es decir, hasta que nos encontrábamos a mitad de Morning Glory, y

vimos la multitud de personas que se arrastraban por la entrada, buscando

espacios. Sus coches, pintados con nombres de diversos canales de

noticias, tapaban la calle, estacionados en doble y triple filas, algunos

montados con antenas parabólicas. Algunos de los vecinos salieron de sus

casas para ver.

—No, no —dijo mi mamá, sacudiendo la cabeza y mirando como si

estuviera a punto de llorar—. De ninguna manera. Esto no está sucediendo.

Pagó al conductor y le dio instrucciones para detenerse a varios

metros de distancia, frente a la casa de un vecino. —Nos puede dejar

fuera de aquí.

Hizo un gesto para que me fuera por la puerta trasera, pero aun

cuando nos dirigimos en esa dirección, algunos de los medios de

comunicación nos vieron y empezaron a correr hacia nosotras en una

manada salvaje.

Un reportero de la televisión de una de las estaciones locales se

encontraba frente a mí, empujando un micrófono en mi cara.

—Canal Cinco Noticias. ¿Qué pasó en la corte hoy, Willa?

A continuación, las preguntas y las personas preguntándolas vinieron

cada vez más acongojadas y rápidas de todos los lados, como palomitas

de maíz alrededor en una bolsa de microondas.

—¿Confesaste los delitos?

—El Arizona Daily Star te está llamando la Sly Fox, ¿tienes algún

comentario al respecto?

—¿Por qué lo hiciste?

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—¿Cuál fu la sentencia?

—¿Qué dijo el juez hoy?

—¿Estás arrepentida, Sly Fox? ¡Esta es tu oportunidad de dirigirte al

público!

Mi madre bajó la capucha sobre mi cara. Puso su brazo alrededor

de mí, tirándome con fuerza hacia ella y me guió hacia la puerta principal.

Me asomé por debajo de mi sudadera, así que no entré y atrapé

otra visión de la escena. Había por lo menos seis cámaras, algunas izadas

sobre hombros y otras montadas sobre trípodes. Manos alzadas

sosteniendo grabadoras digitales. Micrófonos colgando de largos palos.

Personas llevando insignias, llevando bolsas al hombro.

Los flashes se fueron. La multitud se agitó a medida que pasábamos

a través de ellos, gritando más preguntas que se superponían a las otras,

maniacas redes de sonido.

No sabía qué pensar, y había mucho tiempo para ello. A un lado

pude ver a unas cuantas personas con carteles en apoyo. ¡LIBEREN A

WILLA! LA SLY FOX VIVE. Y otros, no tan de apoyo: JUSTICIA PARA PARADISE

VALLEY AHORA. CRÍMENES DE ADULTOS = CASTIGO DE ADULTOS. OIGAN,

PRINCIPALES MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DETENGANSE DE GLORIFICAR EL

CRIMEN.

¿Todos estaban aquí por mí? ¿No había muchos asesinatos en esta

ciudad? ¿Ningún político corrupto para cubrir? Me sentí halagada de

forma extraña. De alguna manera, sin siquiera intentarlo, me había

convertido en una celebridad.

Pero antes de que pudiera deleitarme con la atención, mi mamá me

había tirado dentro de la casa. Cerró la puerta detrás de nosotros. En el

interior, empezó a cerrar las persianas y las puertas.

—No te quedes ahí parada, Willa —espetó—. ¡Ayúdenme, por el

amor de Dios!

Traté de ayudarla, corriendo alrededor de habitación en habitación,

asegurándome de que nadie podía ver ni entrar para entonces, algunos

de ellos habían instalado sus cámaras en la parte trasera de la piscina.

Tenían la casa bajo vigilancia desde todos los ángulos.

Mi mamá iba y venía. —Necesito que busques tu teléfono y me lo

des.

Hice lo que me pidió y se lo entregué, dejando caer mis hombros por

la decepción. Había estado esperando para llamar a Aidan, tan pronto

como llegara a casa, para hacerle saber cómo resultó todo y darle las

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gracias una vez más por ayudar a calmarme. Además, para oír su voz sexy.

Ahora bien, podría pasar un tiempo antes de que pudiera hablar con él.

—¿Qué haces con eso? —le pregunté, tímida.

—Como ya habrás adivinado, vas a estar castigada por tiempo

indefinido. Además, ahora que somos un circo para los medios, tengo que

cambiar los números.

—¿No estás exagerando un poco con la privacidad? Es una ciudad

pequeña. Nos pueden encontrar si así lo desean, donde quiera que

vayamos.

Dio media vuelta y entrecerró los ojos hacia mí. Brillaron con ira. —

¿No lo entiendes? Esto es una pesadilla viviente. La prensa nacional entera

está afuera. Ahora saben dónde vivimos. Y ni siquiera podemos salir si

queremos, no sin romper tu libertad condicional. Estamos tan jodidas.

—No entiendo —le dije—. Pensé que el abogado dijo que tuvimos

suerte con el fallo. Y pensé que querías quedarte aquí.

—Ya no.

Entró en su dormitorio y cerró la puerta. Adentro, la oía arrastrando

los pies alrededor, moviendo cosas pesadas.

Llamé a su puerta. No respondió, así que volví a llamar.

—Vete —gritó—. No puedo tratar contigo ahora mismo.

Me había excluido.

¿Qué había esperado? Esto fue mi culpa. Recibía exactamente lo

que merecía. Incluso si el tribunal me dejaba fuera del gancho, tenía todo

el derecho a castigarme. No sólo rompí la ley, sino que le había

avergonzado. Se avergonzaba de ser mi madre.

Pero este era el peor castigo que podía imaginar, tal vez peor que

estar encerrada en el reformatorio. No podía soportar que no quisiera

hablar conmigo. Ella era todo lo que tenía, la única persona con la que

podía contar en todo el mundo.

Todas esas horas en la celda, la había estado pensando. Recordé

cuando era una niña pequeña, cómo se sentaba conmigo en la

biblioteca y leíamos decenas de libros a la vez, hasta que oscurecía,

dejándolo sólo cuando no había nada bueno que leer. Cómo me ayudó a

arreglar mi bici, encontrando el asiento clásico para mí en eBay y

sorprendiéndome con él. Y cómo una vez, me había hecho una torta de

cumpleaños de castillo con conos de helado cuando me encontraba en

una fase medieval, cuidadosamente pegando las tejas de chocolate con

jarabe de azúcar durante horas.

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Había cuidado de mí durante todos estos años por sí misma, a partir

de cuando era sólo un poco mayor que yo ahora. No me podía imaginar

tener un bebé a esta edad. No pudo haber sido fácil.

Era evidente que estaba muy furiosa conmigo. Pero sabía que me

amaba. Había llevado al abogado, que debe haber costado una fortuna.

Podría sólo haberme dejado en el reformatorio, que es lo que

probablemente merecía.

Me senté en mi cama y miré al techo, a sabiendas de que tratar de

leer o ver una película sería inútil en este momento. De vez en cuando

miraba por la ventana para ver si los periodistas seguían allí. Al caer la

noche, algunos coches se habían ido, pero la mayoría de ellos se

encontraban todavía allí. Podía ver las luces parpadeantes de las cámaras

de vez en cuando dando vueltas como luciérnagas en el patio. Eran como

pequeños destellos de esperanza, recordándome que había gente por ahí

que se preocupaba por mí.

¿Por cuánto tiempo estaríamos atrapadas en esta lista? Me

pregunté. Cuando me dejaron salir de la cárcel, No esperaba que pudiera

ser encarcelada en mi propia casa. Esto podría continuar por días, ¿y si mi

madre seguía evitándome? La idea era aterradora.

Sólo necesito que me perdone. Necesitaba que las cosas estuvieran

bien entre nosotras otra vez. Teníamos que volver, no sólo a la forma en

que eran antes de que me arrestaran, sino como eran antes de que nos

mudáramos aquí. No sabía lo que tomaría, pero estaba dispuesta a hacer

cualquier cosa.

Salí al pasillo y llamé a la puerta de mi madre de nuevo. —¿Estás ahí?

—pregunté.

Nada.

Pero podía escuchar a algunos golpes, como si todavía estuviera

moviendo cosas de su sitio. Tal vez reorganizando su armario. A veces lo

hacía en momentos de estrés.

Me dejé caer junto a su puerta en el piso alfombrado, tiré de mis

rodillas hasta el pecho, y escuché durante un rato, sintiéndome impotente.

—Lo siento —dije a la rendija de la puerta—. Sé que me odias ahora,

y no te culpo. Realmente la jodí. Y tienes razón. Simplemente no hay

excusa para lo que hice.

Tomé una respiración profunda y la dejé escapar. —Y lo siento por la

otra noche, no fue mi intención acusarte o culparte de nada. Sé que no es

tu culpa en absoluto. Soy yo. Asumo la total responsabilidad por mis

acciones. También lo siento por seguirte. Era una idea estúpida. Y fue una

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invasión a tu privacidad. Acabo de dejar que mi imaginación tenga lo

mejor de mí. Y lo siento por mentirte. Sólo lo lamento, en general, supongo.

Mientras dejaba la lista de mis errores recitarse en silencio, pude

escuchar que había dejado de moverse. Tal vez ya dormía. O sólo

pensando en lo que había dicho. ¿Pero y si algo le había sucedido?

—¿Mamá? —dije, de repente entrando en pánico—. ¿Estás bien ahí

dentro?

—Sí —dijo, con voz ronca—. Estoy bien.

—Está bien. Bueno.

—¿Cómo estás? —Su voz era débil, pero enroscada con genuina

preocupación.

—Estoy bien. —Lo tomé como una buena señal el que estuviese

preguntando—. Me preguntaba. ¿Crees que alguna vez puedas

perdonarme?

—Tal vez —dijo en voz baja—. Pero no esta noche. Ha sido un día

muy largo para las dos y sólo quiero dormir. Así que tal vez deberías volver

a tu habitación. Podemos hablar más mañana, ¿vale?

—Muy bien —le dije en la puerta—. Bueno, ¿buenas noches...?

No me gustaba la idea de ir a dormir con todo lo que seguía sin

resolverse, pero al menos nos hablábamos la una a la otra civilizadamente.

Hablando en absoluto tenía que ser un paso en la dirección correcta.

—Buenas noches —dijo. O al menos eso es lo que creo que dijo.

Estaba un poco sorda.

Apagué la luz de arriba. Luego eché a andar por el pasillo hacia mi

habitación, buscando a tientas mi camino en la oscuridad.

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24 Traducido por Andreani

Corregido por Deydra Eaton

i este fuera cualquier martes normal a las once por la mañana,

estaría en el tercer período de francés. Por supuesto, la vida no

era normal y apenas estaba despertando. Había sido

suspendida de la escuela hasta el jueves. Ha habido llamadas oficiales

para mi mamá y para mí. El Sr. Page me contó por teléfono cuan

decepcionado estaba, lo que por supuesto me hizo sentir peor. La

preparatoria Valley todavía tenía que llevar mi caso ante una junta

disciplinaria interna para ver si sería expulsada por mis crímenes. Nos dijeron

que sería “perjudicial”, dadas las circunstancias, si volvía enseguida. La

audiencia estaba programada para el viernes.

Sabía que había tenido suerte. No tenía ninguna prisa de hacerles

frente a todos en la preparatoria Valley. Otro día o dos en casa me

parecía bien. Desde que regresé, saboreaba cada momento de

normalidad, desde mi pijama hasta mi habilidad para poder dormir en la

oscuridad.

Mi mamá se encontraba en la mesa de la cocina como de

costumbre, con una copia de Pintores Modernos y su taza de té frente a

ella. Ella había limpiado en algún momento, porque no había ningún plato

en el fregadero y el mostrador parecía recién limpiado. El sol entraba a

través de las ventanas de atrás, creando cuadrados de luz alrededor de la

habitación. Me detuve en la puerta, viéndola leer. Las cosas parecían más

brillantes ahora a la luz del día. Como un nuevo comienzo.

Me miró. —Ésta aún es tu cocina, sabes. El agua está probablemente

lo suficiente caliente para el té.

Eso era algo. Puse una bolsita de Earl Grey en una taza y le vertí

agua. Luego me senté en mi lugar normal frente a ella. Estaba

completamente vestida con una túnica rayada y pantalones vaqueros

slim, y su pelo estaba recogido en una cola de caballo.

—¿Cómo dormiste? —preguntó rotundamente.

S

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—Bastante bien —dije—. Mi habitación de aquí es como el Ritz-

Carlton en comparación a la celda de reformatorio.

Silencio total. Y luego lamenté haberlo mencionado de esa manera,

una broma. Ella pensaría que le quitaba peso a la situación, no tomándola

en serio.

Pero no es como si no ocupara nuestras mentes. ¿Se suponía que

debía fingir que no había sucedido?

—Quiero decir, me cansé de estar ahí. No dormía mucho.

—Sí, bueno. No puedo imaginar que fuera demasiado cómodo. —

Traducción: no estoy realmente interesada en sentir lástima por ti, Willa.

Puse mi atención en mi té, que desarrollaba un brillo graso en la

superficie. Había dejado la bolsa adentro mucho tiempo. Tomé un sorbo y

era fuerte, casi amargo.

Pensé que podríamos ser capaces de lograr al menos algún tipo de

cosa pacífica bebiendo té en silencio, pero entonces mi mamá empujó su

silla lejos de la mesa y se levantó. Se dirigió hacia el fregadero y puso su

vaso en un hueco. Luego dobló su revista en tres partes y la coloco bajo su

brazo.

—¿Vas a algún lugar? —le pregunté.

—Sí —dijo—. Afuera. Regreso luego.

Ese era nuestro nuevo arreglo. Como dos extrañas viviendo juntas.

Escuché la puerta de la lavandería abrirse y cerrarse con un sordo

golpe. Luego hubo un sonido de la puerta del garaje abriéndose.

No pude preguntarme a donde iba. No iba a seguir rogando. Ella

daba los términos aquí y era mi trabajo simplemente aceptarlos. Iba a

tomar tiempo construir la confianza entre nosotras otra vez. Lo cual me

parecía bien, pensé. Yo haría todo lo que fuera necesario.

No quería sentarme en la mesa sola, mirando fijamente a su asiento

vacío, recogí mi té y volví a mi dormitorio.

Hoy había algunos asuntos que atender. Tenía que presentarme con

Daniels y concertar una reunión. Tenía que empezar a pensar en un plan

para conseguir algo de dinero para que pudiera pagarle a todos. Pedírselo

a mi mamá estaba fuera de discusión. Probablemente necesitaría obtener

algún tipo de trabajo legítimo. Un trabajo que pudieran darle a una

ladrona confesada de quince años que tendría que pagar más que el

salario mínimo y que estuviera a una distancia transitable. Sonaba mucho

pedir.

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También necesitaba hablar con Cherise. Habían sido días ahora, y

estaba segura de que ella había escuchado acerca de todo lo que había

sucedido. Tenía que aclarar las cosas con ella. Pero no tenía mi teléfono,

así que me conecté a internet.

Revisé mi correo primero para ver si ella había escrito, y casi me

caigo de mi silla.

Tenía doscientos cincuenta y dos correos en mi bandeja de entrada,

con el último de ellos siendo un mensaje del servidor de la cuenta que me

había quedado sin espacio.

La mayoría eran nombres que no reconocí. Mientras pasaba

rápidamente a través de ellos, me di cuenta de que provenían de todo el

país, gente que había escuchado la historia. Algunos eran groseros y

acusatorios, me llamaban sinvergüenza, mentirosa. En esta categoría

había unos mensajes de Kellie y Nikki que no pude obligarme a abrir.

Pero mi corazón se aligeró cuando vi que la mayoría eran realmente

solidarios, con líneas de asunto como mi héroe, el nuevo Robin Hood y

Reglas de Sly Fox. Había solicitudes de un par de reporteros, de la revista

People y TMZ. Un agente de una empresa de Hollywood había escrito,

preguntando si podría representarme a mí y a mi historia. Tenía

aproximadamente doscientos sesenta y tres nuevas solicitudes de amistad

en Facebook.

Noté un mensaje de [email protected]. ¡Mary! Hice clic en abrir.

Hola Willa,

Escuché que estás en problemas y probablemente ni siquiera estás

leyendo correos electrónicos, pero sentí que debía escribirte en nombre de

Alicia, Sierra y yo misma, y agradecerte. Durante las últimas semanas, me

preguntaba quién estuvo detrás de ese tipo de cosas nuevas. Debes saber

que nos hizo realmente felices, a pesar de que sabíamos que era

demasiado bueno ser verdad. Así que gracias por todo lo que has hecho,

Willa. Arriesgando tu vida por nosotras y nunca lo olvidaremos. El zorro

astuto tiene algunos fans enormes por aquí.

Hasta pronto (espero),

Mary

Felicidad, la verdadera felicidad, algo que no sentí en días, surgió a

través de mí y sentía que mi corazón iba a estallar. Esto es lo de lo que se

trataba todo. No había sido un desperdicio. Y quizás, sólo quizás, incluso

había valido la pena.

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Inicié sesión en IM. Cherise pasó a estar en línea en ese momento, mi

buena tercera señal en las últimas veinticuatro horas. Quizás estos eran

presagios de esperanza.

¡Hola! Mandé por un mensaje.

MiZZJackson: Hola.

Willa1997: ¿No estás en la escuela?

MiZZJackson: Enferma en casa.

Willa1997: Así que, supongo que sabes algunas cosas.

MiZZJackson: Sí.

Hicimos una pausa y miré mi cursor parpadeando en un cuadro en

blanco antes de averiguar qué decir. Tenía miedo de que si esperaba

demasiado tiempo, ella podría cerrar sesión.

Willa1997: ¿Así que lo sabes todo?

MiZZJackson: No puedo creer que fuiste tú. ¿Por qué no me dijiste?

Willa1997: No sé. No le dije a nadie.

MiZZJackson: La siguiente era yo, ¿verdad?

Willa1997: ¡No! Nunca. No tú.

MiZZJackson: ¿Cómo se supone que crea eso?

Willa1997: Porque es cierto. Eres mi amiga.

MiZZJackson: ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué ellos?

Willa1997: Eran tan malas. Viste lo que hicieron.

MiZZJackson: ¿Así que merecían que les robaran?

Willa1997: Sólo quería hacer las cosas justas. Lo eché a perder.

MiZZJackson: Sí, realmente lo hiciste. Me mentiste a mí. A todos

nosotros. Siento que te acogí y te ayudé, te presenté a todo el mundo y

prácticamente escupiste sobre mí.

Willa1997: Nunca quise lastimarte. Lo siento. Realmente lo siento.

MiZZJackson: ¿Pero lo haces? Incluso si pudieras retractarte, dudo

que Kellie y Nikki algún día te perdonaran.

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Kellie y Nikki nunca fueron realmente mis amigas, de todos modos,

quería decir. Cherise era la única que realmente me importaba.

Willa1997: ¿Qué hay de ti?

MiZZJackson: Me has puesto en una mala posición. O sea, no sabes

cuántos años pasé tratando de ser aceptada por estas chicas. Años, Willa.

¿Finalmente formo parte de la tripulación y ahora tú quieres que caiga

contigo porque cometiste un estúpido error? No lo creo. ¿Cómo saber que

en cuanto me dé la vuelta, empezaras a robarme a mí?

Mi corazón se hundió. Sabía que simplemente no podía convencerla

con palabras. Iba a tomar mucho más para mostrarle lo que sentía.

Willa1997: Sé que tengo que enmendar las cosas contigo.

MiZZJackson: No es sólo eso. Kellie ya ha hecho un infierno de mi vida

por lo que dije el otro día. ¿Viste su post sobre mí, no?

Willa1997: Sí. Lo vi.

MiZZJackson: Si todavía saliera contigo, todo terminaría para mí.

Willa1997: ¿Pero ella realmente lo vale, Cherise? Creo que eres

demasiado buena para ella. Para ellos.

MiZZJackson: Mira, no tienes idea, ¿de acuerdo? Eres simplemente la

chica nueva.

Pestañeé. Las palabras resplandecían sobre mí desde la pantalla,

afiladas y desdeñosas. Está bien, así que quizá no ayudaba esta cosa de la

mensajería. Tal vez necesitaba otra táctica.

Willa1997: ¿Podemos hablar acerca de esto en persona? Es un poco

difícil por este medio y mi mamá se llevó mi teléfono.

MiZZJackson: No lo creo. No creo que mis padres vayan a dejarme

verte.

La sensación de ligeres que había tenido después de leer mis correos

electrónicos, se había drenado fuera de mí como el helio de un globo. Me

agradaba la mamá de Cherise. Yo quería agradarle, también. Quería

agradarle a Cherise nuevamente.

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Willa1997: ¿Qué puedo hacer?

MiZZJackson: Nada. Ya terminé, Willa.

Willa1997: Si eso es lo que quieres.

MiZZJackson: Sí. Lo es.

Bueno... empecé a escribir, pero ella ya se había desconectado.

Me desconecté y me hundí sobre mi colchón, tambaleándome con

dolor. Desde mi cama, pude ver que todavía había reporteros afuera

después de veinticuatro horas. No sabía qué pensar. ¿Cómo era que la

gente que me conocía mejor eran los que me daban la espalda? O sea,

mi mamá no me hablaba. Y ahora Cherise. Aun así, las personas que no

me conocían del todo eran las que seguían a mi lado.

Quizás, pensé, sólo quería aceptar toda la cosa de Sly Fox. Ella era

mucho más popular que Willa ahora.

En algún momento de la noche, estaba oscuro y yo dormía, cuando

escuché que alguien abría una ventana. Tardé unos instantes en poder

registrar que se trataba de un ruido real y no sólo los sonidos en mis sueños.

Me senté y agarré una bata.

—¿Mamá? —llamé. Pero nadie contestó.

Amarré los cordones alrededor de mi cintura y me dirigí por el pasillo

hacia la puerta. Hasta que algo me golpeó. Sentí como si hubiera

chocado con un cuerpo, el cuerpo de un hombre, y grité mientras nos

impactábamos.

—Vaya —dijo el hombre.

—¿Quién eres y qué haces aquí? —Imágenes oscuras brillaron en mi

cabeza. Pensé que quizás era un reportero que había entrado

furtivamente y la idea me congeló hasta los huesos. ¿Por qué no podía sólo

dejarnos en paz? Mi mamá había tenido, después de todo, razón sobre los

medios de comunicación.

—Oye —dijo, agarrando mis muñecas—. Tranquila. Sólo soy yo. Tre.

—Oh mi Dios. —Puse las manos sobre mi pecho, tratando de

recuperar el aliento. Mis ojos se ajustaron a la oscuridad y pude divisar su

silueta y luego los ángulos esculpidos de sus pómulos, las largas tiras de su

chaqueta de cuero y jeans.

—Sólo quería pasar a verte. Quería asegurarme de que estuvieras

bien. —Él había metido las manos en los bolsillos de su chaqueta. No tenía

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idea de que él sabía dónde vivía, pero obviamente había utilizado uno de

sus movimientos en mi casa—. Lo siento por la hora. ¿Te desperté?

Una vez calmado mi casi ataque al corazón, tuve que sonreír. Me

emocionó verlo.

—Sí, pero está bien —dije—. Ven.

—¿Estás segura?

—Sí. —Una cosa buena acerca de ser detenida es que

prácticamente cualquier otro acto de rebelión, como dejar a un chico

entrar en mi casa un miércoles a las dos de la mañana, parecía

absurdamente inocente.

Lo guié a la sala y se sentó en el sofá. No me molesté en encender la

luz, ya que un poco de pálida luz de la calle entraba en la habitación. Me

senté junto a él en la sombra violeta.

—¿Cómo estás? —le pregunté.

—Eh, no está mal. Tú sabes. —Se río un poco—. Lo siento por la hora,

pero con mi expediente y todo, tenía que entrar a escondidas aquí. En

caso de que alguien estuviera mirando.

Recordé lo que el abogado me contó acerca de cómo no

asociarme con otros delincuentes. Probablemente ambos podríamos

meternos en muchos problemas por vernos, pero justo en ese momento

realmente no importaba. No iba a alejarlo.

—Estoy contenta de que estés aquí —dije, acariciando su rodilla—.

Han sido unos días duros.

—¿Quieres hablar de eso?

Mis ojos se llenaron con lágrimas calientes. Me di cuenta que en todo

este tiempo, realmente nadie había estado del todo interesado acerca de

mi lado de la historia o en cómo me sentí. Todos se centraron en las cosas

malas. Lo que había hecho. Él fue el primero en mirar más allá de eso.

—No lo sé. Tuve tanto miedo. Siendo detenida y arrastrada a la

estación. Estaba realmente asustada. No sabía lo que sucedía.

Asintió. —Y son bastante agradables con las chicas de allí. Al menos

comparando con los chicos como yo.

—Fue horrible. No sabes lo que tienes hasta…

—Hasta que te lo quieren arrebatar. Sí.

Lo comprendía. Había estado ahí. Exhalé. Simplemente intercambiar

unas palabras con él me ayudó a sacudir los sentimientos fuertes que

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había tenido que asumir; la culpabilidad, el miedo, la vergüenza. Él no me

juzgaba para nada. Simplemente estaba aquí a mi lado.

Me recargué en el sofá, poniendo una almohada blanca detrás de

mi cuello. —¿Puedo preguntarte algo?

—Adelante. —Dobló los brazos sobre el pecho.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo? Tomaste un gran riesgo en

venir aquí.

—¿Quieres que lance huevos a tu casa o algo? —Se río.

—No, no, no. Solo, ¿no piensas que lo que hice estuvo mal?

—Tal vez lo hice al principio. Pero he llegado a ver que tu corazón

estaba en el lugar correcto. O sea, tenías tus razones y eran realmente del

tipo con núcleo ético, a diferencia de mí. —Se encogió de hombros—. Sólo

causaba problemas por las emociones.

—Sí, ¿pero recibiste correos de odio?

Se río. —Cuando alguien descubre que su Ferrari ha pasado por un

crucero a través del barrio, no van a enviarte flores. Créeme.

Suspiré. —No sé si podré volver a la preparatoria. Incluso si me dejan

regresar, van a torturarme.

—No necesariamente. Hay mucha gente que piensa que le diste a

las Glitterati lo que merecían.

—Tal vez. —No estaba segura de que iba a ser tan fácil. Pero tal vez

saber que al menos Tre me apoyaba (incluso si él no podía relacionarse

conmigo en público), ayudaría un poco.

—Así que, ¿tienes que hacer servicio comunitario? —Estiro sus largas

piernas frente a él.

—Sí —dije—. Empiezo mañana por la mañana en el refugio de

animales. De todas las opciones que me dieron, sonaba la más tolerable.

Nunca he tenido alguna mascota, pero pensé que quizás podría

congeniar con un Labrador o algo.

—Que supera a recoger la basura como nuestro amigo Murphy. —

Sentí que mi espina dorsal se enderezaba. ¿Qué estaría haciendo Aidan

ahora? ¿Cuándo lo vería de nuevo?—. Dijo que lo llamaste —dijo Tre

suavemente—. Dijo que estabas enloquecida.

—Sí —dije, recordando la voz de Aidan en el teléfono la otra noche,

fuerte y solidaria.

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—Muchos de nos preocupamos, pero sé que estarás bien, Willa.

Saldrás de esto —dijo, poniéndose de pie—. Bueno, probablemente

debería irme.

—¿Seguro?

—Ya es tarde. Pero me alegra que estés bien. Si necesitas algo,

llámame.

—Está bien —dije, abrazándolo. El vago y dulce olor de su chaqueta

de cuero mezclado con el aroma de su loción para afeitar, que era un

poco picante, como pimienta. No me había dado cuenta antes de qué

tan fuertes eran sus brazos.

Era un buen amigo. Me pregunté si todavía estaba con su chica. Ella

tenía suerte, quien fuera que sea.

Nos separamos y caminamos a la puerta.

—Tu mamá debe tener un sueño muy pesado —dijo mientras entró

en la noche y se metió en su coche.

Mi mamá. No podría dormir con todo esto. No con mi grito, al menos.

Miré afuera y vi que su coche no se hallaba en el camino. Miré en el

garaje y tampoco estaba allí. Ahora eran las tres y ella había salido desde

medio día. La preocupación se apoderó violentamente de mí. ¿Dónde

podría estar? Agarré el teléfono y marqué su número.

No hubo respuesta. No me saludó el correo de voz. Por supuesto: ella

iba a conseguirnos teléfonos nuevos. El viejo estaba desconectado.

Me senté nuevamente en el sofá de la sala, frente a las ventanas

delanteras que daban hacia la calle. Se hallaba oscura y tranquila como

siempre. Me abracé a mí misma y esperé. Cada vez que un vehículo

extendía su luz a través de la habitación, me levantaba y miraba por la

ventana, pero ninguno de ellos era ella.

A las cinco treinta, regresé a la cocina con el teléfono inalámbrico,

preparándome para llamar a la policía. Traté de pensar en lo que les diría.

No estaba segura de que, después de mi propio rodaje con la ley, me

creerían o me tomarían en serio. Además, ¿qué pasa si resultaba no ser

nada?

Justo en ese momento, la llave giró la cerradura y mi mamá entró.

—¿Dónde has estado? —prácticamente le grité.

—Tenía que entender algunas cosas —dijo. Tomó una profunda

respiración y colocó su bolso en el mostrador. Parecía más tranquila, más

decidida de lo que lo había estado en los últimos días, pero pequeña,

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joven y vulnerable al mismo tiempo. Se sentó en la mesa, arrancando el

pelo de su banda y doblando las manos delante de ella.

—¿Estás bien? ¿Qué sucede? —Yo estaba casi hiperventilando,

incluso ahora que se encontraba en casa, segura, conmigo.

—Todo está bien —dijo suavemente—. He estado pensando acerca

de lo que hiciste, y tengo que decir algo que debí haber dicho mucho

antes. No importa lo que pasé, te amo, Willa. Lo sabes. Te amo

incondicionalmente. Y sé que simplemente tratabas de hacer algo bueno.

Fue estúpido, seguro.

Me senté junto a ella y pasé mi brazo sobre su hombro. —Lo sé.

—Pero quiero que sepas que puedo perdonarte. Definitivamente va

a cambiar nuestras vidas y nuestros planes para el futuro. Pero saldremos

de esto.

—Eso espero —dije, sintiendo que mi propia voz se rompía. Estaba

tan asustada de que nunca fuéramos a ser capaces de superar este

momento.

—Siempre he intentado educarte para que seas responsable,

¿sabes? Quería que tuvieras buenos valores. Tal vez, de una manera, te di

demasiada libertad. No te doy los suficientes límites donde los necesitas.

Yo podía ver el dolor en su rostro y me di cuenta de que, tal vez con

lo que ella había estado lidiando, no era con tanta ira hacia mí, aunque

sabía que estaba allí, si no con algún tipo de culpa de que había hecho

algo mal.

—No —dije—. No es tu culpa. No te culpes por lo que he hecho.

—Pero sólo he querido lo mejor para ti. Y lo sigo haciendo.

Realmente quería que fueras autosuficiente e independiente, inteligente y

fuerte. —Sus ojos brillaban con lágrimas—. Lo eres. Esta cosa… estuvo mal,

pero sé que en general puedes cuidarte y tomar buenas decisiones.

Se levantó y la imité. Puso sus brazos a mí alrededor y me besó en

ambas mejillas, casi con fuerza.

—Te amo, mamá.

—Yo también te amo —dijo sobre mi pelo. Entonces se alejó—.

Debemos ir a la cama. El sol se acerca. Vamos a estar sintiendo el dolor

mañana.

—Tengo que presentarme al servicio de la comunidad —dije.

—Eso es correcto. ¿A qué hora?

—Mediodía.

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—No está tan mal —dijo, sonriendo. Era la primera vez que la había

visto sonreír en días, se sentía así—. Bien, duerme un poco.

—Buenas noches —dije.

De vuelta en la cama, me di cuenta de que en medio de todo lo

que había sucedido, nunca le había preguntado qué íbamos a hacer para

Acción de Gracias. Quedaba tan sólo a unas semanas de distancia. Ahora

que me había perdonado y las cosas estaban mejor, me preguntaba si

podríamos comenzar la planificación para las vacaciones. Sería como

borrar la pizarra. Cuando me despertara, me ofrecería a hacer un pastel o

algún relleno.

Tenía cosas por las cuales estar agradecida en este momento,

definitivamente: Tenía a mi mamá, Tre y Aidan. No estaba sola. El

pensamiento me animó un poco mientras me dormía.

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25 Traducido por pao*martinez

Corregido por Panchys

unca había estado tan emocionada como cuando me

encontraba en camino hacia el refugio de animales para el

servicio comunitario. Está bien, tal vez eso fue una

exageración pero realmente deseaba hacerlo, no sólo iba a salir de casa

e interactuar con otros seres humanos e iba a tener una razón para

mostrarme sino que además iba a jugar con lindos animales. Era el

comienzo de mi vida completamente legal y obediente. Adelante, pensé

mientras me bajaba del coche y me despedía de mamá.

Era increíble cómo puedes disfrutar de las pequeñas cosas cuando

has estado encerrada, cuánto puedes disfrutar tu libertad cuando estás de

regreso en el mundo.

El refugio de animales era un edificio de ladrillos de 1950.

Diferenciándose de la calle y el resto de la ciudad con su arquitectura

antigua. Prácticamente reboté por las escaleras que conectaban la acera

con la entrada. Me sentí como si estuviera entrando a un lugar donde

podría estar a salvo, un lugar donde el alboroto de Sly Fox no importaba.

En el interior, atravesé directamente el vestíbulo con su escritorio y

una pequeña sala de reuniones, ahí se encontraban una decena de

personas que descansaban en sillas plegables de metal. La mayoría de

ellas eran mayores de edad, al igual que personas mayores, pero había

unas cuantas personas en sus 20, me preguntaba si alguno de ellos estaba

aquí por los requisitos del servicio comunitario como yo o si era por la

bondad de sus corazones.

Una mujer con una camisa bordada con el logotipo del refugio se

situó en la parte delantera de la habitación, tenía unos cuarenta años o

más, con el pelo corto de color marrón recogido en un broche, se presentó

como Jan y nos dijo que era la coordinadora de los voluntarios. Nos pidió

que fuéramos alrededor de la sala para presentarnos.

Esto tomó unos cuantos minutos, todos sonriendo educadamente.

Cuando llegó mi turno y tuve que decir mi nombre, oré para que no me

reconocieran de las noticias, tal vez fue mi imaginación, pero me pareció

ver a dos mujeres reaccionar, intercambiando una mirada entre sí, así que

N

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probablemente el asunto de Sly Fox me seguiría hasta aquí. Tenía que

enfrentar los hechos, a menos que me mudara, era probable que esto

ocurriera por un tiempo.

—Bienvenido todo el mundo, aprecio que hayan venido hoy, y

espero poder contar con todos ustedes para trabajar aquí con nosotros en

el refugio, ¿cuantos de ustedes han estado aquí antes?

Algunas personas levantaron la mano.

—¿Cuántos de ustedes han trabajado antes en un refugio?

Mientras Jan hablaba, escuché la puerta abrirse y alguien entrando.

—Toma asiento —dijo Jan a la nueva persona—, esto apenas está

empezando, ¿tu nombre es?

—Aidan.

¡¿Aidan?!

Me di la vuelta y vi que de hecho era el Aidan Murphy que yo

conocía. ¿Qué hacía aquí? Me quedé sin aliento.

Me vio mirándolo fijamente y sonrió antes de acercarse a la silla

vacía a mi lado, parecía casi avergonzando. —Hola, Colorado.

OH DIOS MIO. OH DIOS MIO. La habitación de inmediato se iluminó

como si todas las bombillas hubieran sido encendidas por una oleada

gigante de energía. Quería ponerme de pie y aplaudir por su entrada, en

cambio le sonreí ampliamente y dije—: Hola.

¿Estaba más atractivo cada día, o eso era mi imaginación?

—Ustedes dos se conocen entre sí, ya veo. Iba a empezar a contarles

un poco más sobre lo que hacemos aquí en la montaña y cómo ustedes

los voluntarios nos pueden ayudar.

Él se sentó a mi lado. —Tre me dijo que te encontraría aquí —

susurró—. Pensé que podríamos ayudar juntos, ya sabes, convertirlo en una

fiesta.

Se encontraba tan cerca de mí, que pude sentir su aliento en mi

oído, al igual que el otro día... Mi corazón se aceleró con la sensación.

Traté de concentrarme en lo que Jan decía. Explicó las distintas

funciones que podemos ser capaces de asumir: asistente administrativo,

cuidador de gatos o perros, o patrulla de limpieza.

—Vamos a empezar con uno de ellos, pero van a pasar a través de

todos durante el tiempo que estén con nosotros —dijo Jan

—¿Cómo estás? —susurró Aidan.

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—Bien, supongo. —Mejor ahora que estás aquí—. ¿Tú?

—Bien —dijo—. El sistema Penal es una perra, ¿eh?

Asentí.

—Uno de los problemas que enfrentamos aquí es encontrar un hogar

para estos animales —dijo Jan—. Si están en la oficina, ayudarán a trabajar

con los posibles adoptantes. Tengan en cuenta que estamos compitiendo

con las tiendas de mascotas y con los criadores de perros. La gente suele

venir aquí como último recurso, o si en realidad no pueden darse el lujo de

comprar una mascota. ¿Nadie aquí ha tenido un animal de un refugio

antes?

Una mujer levantó la mano.

—¿Y el resto de ustedes? ¿De dónde sacan sus mascotas?

—Adopté a mi gato de una amiga —dijo otra mujer—. Estaba

deprimido y orinaba en su casa por lo que tenía que regalarlo de

inmediato.

—Mi mamá solía criar perros —dijo Aidan a la habitación—. Los

pequeños esponjosos. Las personas viajan todo el camino a través del

estado para comprarlos. Ella les iba a enseñar, también. Era como un

pasatiempo. Durante años he tratado de convencerla de que lo deje, que

ya había muchos animales por ahí sin hogar, y que ella empeoraba las

cosas.

¿Era un defensor de derechos de los animales? Las sorpresas no

terminaban con este tipo.

Jan asintió. —Encontramos eso en esta zona próspera, un perro del

refugio puede ser difícil de vender. En este momento sólo estamos en

capacidad aquí. Así que si ustedes conocen a alguien está criando

animales, por favor hágamelo saber.

Jan nos dijo que el resto del día sería de gira por el centro, por lo que

todos nos levantamos de nuestros asientos, y abrió un par de puertas

dobles para mostrarnos donde se encontraban los animales.

Pasamos por una fila de gatos en sus jaulas, algunos gorditos con

pequeños rostros borrosos, otros elegantes y majestuosos. Había lindos

conejitos y unos cuantos hamsters y jerbos. Luego estaba la más grande

sección del refugio, los perros. Traté de prestar atención a los animales,

pero con Aidan tan cerca de mí, tenía dificultad para concentrarme.

Podía sentir el aire cargado entre nosotros a cada paso.

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Mientras bajábamos por la fila de jaulas, los perros se adelantaron

para darnos la bienvenida, saltando hasta meter sus patas y la nariz a

través del alambre.

—Hola, chico —dijo Aidan, deteniéndose frente a una jaula para

dejar que un beagle lamiera sus dedos.

—Le gustas —le dije.

—¿Tú crees? —dijo, su cara seria mientras se inclinaba y sentí mis

entrañas derretirse un poco, mirándolo consolar al pequeño perro. Le

acariciaba la cabeza, murmurando—: Está bien compañero. Te tenemos.

Me quedé allí por él mientras pasó a la siguiente, un terrier de

aspecto sarnoso. No era un perro muy lindo, pero le dio la misma dosis de

amor como lo había hecho con el primero. Parecía perdido en su propio

pequeño mundo, hablando con el perro y dejando que le lamiera la

mano.

Después de unos minutos, levantó la cabeza, consciente de sí mismo.

—¿Qué? —preguntó.

—Sólo te estoy mirando —le dije—. No sabía que podías ser tan...

dulce.

Su boca lentamente se curvó en una sonrisa.

—Te lo dije... somos como caramelo.

Más tarde, después de que habíamos terminado la orientación,

Aidan y yo salimos juntos a los escalones de la entrada.

—Así que eres una celebridad —dijo—. No pude encender las

noticias durante las últimas semanas sin escuchar de ti. Estabas por todas

partes. Fue impresionante. ¿Quién iba a saber que eras tan ruda?

—No lo soy, en realidad —objeté—. Bueno, tal vez un poco

desordenada.

—Oí que sacaste una maleta de dinero en efectivo de la caja fuerte

de los Richardson. Y que te dispararon cuatro veces durante la

persecución.

—Falso. ¿De dónde has oído eso? —pregunté. Pero no tenía que

hacerlo.

—De Buzz, por supuesto. La única fuente segura en el Valle. Oí que

cavaste tu salida de la celda del reformatorio con una pajilla y algunos

Starbursts. —Sonrió—. En realidad, inventé esa yo mismo.

—Bonito —le dije—. Pero, ¿qué hay de ti?

—¿Yo qué?

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—¿Cómo los persuadiste para que te echaran? ¿Por qué terminaste

aquí?

Su rostro se ensombreció y sentí subir un muro.

—Te lo dije, Colorado. Realmente no quiero hablar de ello.

—Pero ahora sabes todo acerca de mí —insistí. ¿Por qué el secreto?

Era como Tre, todo de nuevo. O mi madre. No podía soportar estos

grandes misterios, no de la gente que me importaba.

—Créeme, no necesitas saber. No es que sea una historia

interesante. No como la tuya, de todos modos. —Miró a lo lejos.

Lo observé de cerca. Se veía igual que siempre, el mismo pelo y ojos

increíbles y todo lo demás, pero también sutilmente diferente. Estaba más

reservado, o más humilde. O algo así.

También actuaba de manera diferente. Siempre había sido un poco

como un perro, saltando de nuevo cada vez que lo espantaba, pero

ahora me di cuenta de que algo le pasaba. Algo difícil.

Decidí que debía cambiar de tema. —¿Cómo te está tratando esa

enfermedad terminal? ¿Aún muriendo?

Le tomó un segundo, pero se recuperó rápidamente. —Eh, algo así.

Sin embargo, todos estamos muriendo, ¿no?

—Es cierto, desde un punto de vista budista. —Suspiré—. No sé cómo

vamos a poder estar aquí con estos animales semana tras semana. Es tan

deprimente.

—Bueno, alguien tiene que ayudar a estos pequeños.

—No deben ser encerrados —dije—. Va en contra de su naturaleza.

—No, deben ser libres. —Sus ojos se encendieron con una idea—.

Podríamos hacerlo, ya sabes. Dejarlos salir.

¿Estaba loco? —¿Qué, interrumpimos aquí y abrimos las jaulas?

Se encogió de hombros. —¿Por qué no?

—No lo creo. Quiero decir, aunque es una fantasía agradable.

—No sería tan difícil. Sabes cómo hacer esas cosas, ¿verdad? ¿Sabes

abrir cerraduras y esas cosas? —Hizo la imitación de un robo con un pomo

de puerta imaginaria.

—Aidan, mis días de allanamiento de morada han terminado —dije.

—Eso es lo que todos dicen. Pero una vez que la vida criminal está en

ti, es difícil seguir adelante.

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Tenía la sonrisa tonta de nuevo, y me sentí aliviada al ver que

regresó. Aidan no era Aidan sin ella.

—Creo que debería irme. ¿Cómo llegarás a casa?

—Tengo que llamar a mi mamá. ¿Me prestas el teléfono?

—Por supuesto —dijo, dándome su Droid.

Marqué el número de casa. Pero no hubo respuesta. Simplemente

seguía sonando. Ella debe de haber desconectado el correo de voz en

casa, también. Esto de no tener teléfono, política anti prensa me volvía

loca. ¿Se supone que tengo que contactar con ella a través de una

paloma mensajera?

—No está allí. —Le entregué el teléfono.

—Te puedo dar un aventón, si lo deseas.

Nuestras manos se tocaron alrededor del teléfono. Mi cuerpo se

calentó al instante.

—Puedo caminar... —Mi voz se fue apagando cuando encontré su

mirada. Era mi vieja terquedad hablando, no mi corazón.

—Está por lo menos a seis kilómetros —dijo. Luego se encogió de

hombros—. Sólo puedo secuestrar a una chica una vez, ya sabes. Luego

comienza a ser un poco sombrío.

Empezó a bajar las escaleras hacia el estacionamiento. Vi las luces

mientras abría su coche. Miré a mí alrededor. Ya oscurecía. Todos los

voluntarios se habían ido. Era de noche, y todos ellos probablemente

tenían familias por las que llegar a casa, comidas que cocinar. Podría estar

esperando aquí durante mucho tiempo. Y no quería verlo irse en su coche.

No quería que se fuera en absoluto.

—¡Espera! —grité tras de él—. Voy contigo.

Se encontraba allí de pie con las manos en las caderas, sonriéndome

mientras me veía acercar.

—Es decir, si la oferta sigue en pie —exhalé.

—¿Estás bromeando? ¿Después de todo lo que dijeron de ti? Sería

un privilegio para mí llevarte a casa. ¡Eres una leyenda viva, Sly Fox!

Negué con la cabeza, sonriendo. —Sólo llámame Willa, ¿de

acuerdo?

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26 Traducido por munieca

Corregido por Juli

ara su crédito, Aidan condujo bastante seguro todo el camino

hasta mi casa. Y aunque insistió en usar sus gafas de sol de

NASCAR en el crepúsculo, me encontraba demasiado

ocupada pensando en otras cosas como para demorarme en el factor

cursi. Como el hecho de que él en realidad había llegado al refugio por

mí—aunque no podía creer que fuera por mi bien. Iba a tener que verificar

dos veces esto con Tre cuando llegara a casa.

Luego, estaba el pequeño detalle de su mano en la palanca de

cambios, a centímetros de mí. Y el interior del coche, que era

prácticamente una nube de su aroma. En estas condiciones, era difícil

formar oraciones.

—Debemos considerarnos afortunados de que no tuvimos que ir ayer

a ese almuerzo pre-celebración —dijo, cambiando de carril—. Es

realmente una de las peores cosas que puedas imaginar. Hacen que cada

uno dé, estas lecturas de poesía y luego todos tenemos que decir una

oración un poco rara.

—Eres más afortunado que yo —le dije—. Tú no tienes que volver allí.

—Puede que sí —dijo—. Tu calle es aquí, ¿verdad?

—Sí —dije. Recordó.

Bien, raro. Cálmate.

Sacudió la cabeza con simpatía mientras giraba en mi calle. —

Digamos que Kellie no está demasiado feliz contigo ahora mismo. Pero si

puedes manejar el reformatorio, la puedes manejar a ella —dijo Aidan—.

Eres una chica dura, ¿verdad?

—Oh, sí. —Le di dos pulgares arriba. En todo caso, el reformatorio me

había mostrado exactamente cómo de no-dura era.

Se detuvo en la entrada de mi casa. —Bueno, Colorado, tal vez te

vea por ahí en el refugio.

P

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—Sí —dije—. Creo que voy a estar allí el próximo lunes.

—Yo también. No tengo nada más en juego en estos días. —Se rió,

pero no fue una risa del todo alegre.

—Gracias por venir hoy. Y por tu ayuda la otra noche, por supuesto.

Y gracias por el viaje.

Me dirigió una mirada, como si estuviera detectando el sarcasmo.

—No, lo digo en serio esta vez. Habría estado allí toda la noche. Y

condujiste muy bien. —Lo miré, toda tímida de repente.

—He estado trabajando en ello, como dije que lo haría. —Sus ojos se

posaron lejos de mí, de nuevo en el parabrisas. Miré su perfil, la geometría

irregular de su rostro.

—Te lo agradezco. Y también lo hacen las plantas de agave —le

dije, haciendo una pausa. ¿Se supone que tengo que darle un abrazo?

¿Darle un beso? ¿Estrecharle la mano? Trataba de leer sus señales, pero

una cosa que aprendí acerca de Aidan Murphy, era que no siempre emite

las señales más claras—. Bueno, ten una buena noche.

Se volvió hacia mí y su rostro era suave y grave. —Tú también, Willa.

Desabroché mi cinturón de seguridad. Él desabrochó el suyo, y se

inclinó hacia mi lado del coche.

Había estado esperando este momento durante mucho tiempo,

desde el primer día que me llevó a casa. Y si iba a ser honesta conmigo

misma, probablemente mucho antes.

Mi respiración se detuvo mientras se acercaba. Dejé que mis ojos se

cierren, y luego...

... nada.

Cuando volví a mirar, sus labios se encontraban a centímetros de los

míos. Congelado. —¿Qué pasa? —le pregunté, mi corazón tintineando en

mis amígdalas.

—Nada. Sólo parece que tu puerta está abierta.

Estiré el cuello hacia atrás y vi el sesgo de la luz proveniente de la

parte delantera de la casa.

—Es extraño —le dije.

—¿Tal vez tu madre lo dejó de esa manera?

—Sí, quizá. Tal vez acaba de entrar. —Pero miré de nuevo a la

entrada y vi que su coche no se encontraba allí. Pudo haber estado en el

garaje, pero entonces se habría ido de la casa a través de la puerta

contigua y no por la delantera.

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—Pareces preocupada. ¿Puedo acompañarte hasta la puerta? —

preguntó.

—No, no —le dije, avergonzada. El momento de besar había pasado

claramente y estaba segura de que había parecido una idiota con mis

labios todos haciendo pucheros. No es de extrañar que se haya

contenido—. Estoy bien.

Aidan debió sentir mi malestar, porque dejó el coche en el

aparcamiento. —Voy a esperar hasta que entres —dijo—. Por si acaso.

—Gracias. Estoy segura que no es nada. —No estaba segura en

absoluto, pero después de que él se había pasado diciendo una y otra vez

acerca de lo chica dura que era, sentía como que tenía una reputación

que mantener.

Me acerqué a la puerta, que se encontraba abierta unos diez

centímetros y la empujé hasta abrirla por completo.

—¿Mamá? —llamé.

Mi voz no hizo tanto eco mientras flotó.

De inmediato, pude ver que todo iba mal. Las sillas de la sala de

estar y un sofá estaban vueltas como las vacas tumbadas, exponiendo las

grapas de sus juntas de tapicería y las almohadillas bajo sus pies. El vidrio

del cartel sobre el sofá estrellado, una telaraña de grietas ahora cubría la

imagen de la selva que había amado tanto. Los almohadones cosidos a

mano de mi madre fueron arrojados al suelo y parecía como si hubieran

sido pisoteados.

¿Qué demonios? Me moví frenéticamente por toda la casa. En la

cocina, el suelo se hallaba lleno de platos rotos, vasos, cajas de comida.

Un charco de leche se formaba en el refrigerador donde una caja de

cartón había sido vertida. Todos los electrodomésticos habían sido

golpeados con un martillo o un bate de béisbol, eso parecía. Varias de las

puertas del armario colgaban de sus bisagras.

Todo había sido destruido tan minuciosamente que no tenía

necesidad de ir a las otras habitaciones para saber que probablemente

lucían muy similar.

Nuestra hermosa casa. Completamente destrozada.

Un escalofrío me recorrió la espalda, junto con un pensamiento

escalofriante. Esta fue la venganza de los niños Glitterati. Tenía que ser. Se

habían enterado que había salido de la cárcel y habían venido a

pagarme por mis propios crímenes.

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Mi mamá no se encontraba aquí, claramente. Necesitábamos

ayuda. O por lo menos, un testigo. Volví a la puerta del frente y llamé a

Aidan.

—¿Puedes venir aquí? Te necesito para ver algo.

Al sonido de mi voz, el armario de la despensa se abrió. Pasos

resonaban detrás de mí.

Oh, Dios mío. Había alguien en la casa. El miedo brillaba a través de

mí como chispas tragando un fusible.

Me di la vuelta sobre mis talones y alcancé a ver la espalda de la

persona, un destello de camisa de franela, salía corriendo de la cocina.

Justo cuando me enteré de lo que pasaba, el intruso abrió la puerta

corredera de cristal y ahora corría hacia el patio trasero.

Salí después de él. Podía oír a Aidan gritándome mientras corrí a

través de la casa y fuera en el patio. Pero para el momento en que llegué

allí, ya había saltado por encima de la valla al patio de un vecino.

Aidan se encontraba a mi lado, inclinado, su cara llena de alarma.

—¿Qué demonios ha pasado?

—¡Alguien acaba de destrozar mi casa! —jadeé—. ¡Se ha escapado!

—Vamos a seguirlo —dijo, tomando mi mano—. Todavía podemos

encontrarlo si nos damos prisa.

Cogimos de nuevo su coche. Aidan retrocedió en una explosión de

petardos por la calzada, resultaron fuertes y luego, aceleró a toda

velocidad por Morning Glory, todo con mucha calma, como si esto fuera

algo que hacía todos los días.

—¿Cómo vamos a encontrarlo? —le dije, mi corazón latía con

fuerza—. Ni siquiera sé en qué dirección iba.

Llegamos al cul-de-sac16 y Aidan hábilmente dio la vuelta. —Nota el

radio de giro superior del Mercedes. ¿A dónde conduce tu patio? —

preguntó.

—Es otra calle allí atrás. Sierra Vista Road.

Abandonó la calle principal y bajó por Sierra Vista, donde las

paredes de cactus a ambos lados de la carretera parecían estar

acercándose a nosotros. Pasando cerca en la dirección opuesta, había un

Chevy Tahoe dorado.

16 Cul-de-sac: literalmente, significa culo de bolsa. Sin embargo, el término se emplea para

designar a una carretera sin salida, punto muerto o callejón sin salida en general.

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Sólo tuve un vistazo del conductor, pero me pareció ver una camisa

a cuadros. —¡Es él, creo!

Aidan clavó los frenos e hizo un cambio de sentido. Al vernos, la

Tahoe aceleró y los dos nos salimos a la carretera principal, el auto de

Aidan siguiéndolo a unos veinte metros.

—¿Adónde va? —pregunté.

—No tengo ni idea. ¿Conoces a ese tipo?

—Creo que debe ser de los Glitterati.

—¿Qué? ¿Ese tipo? Nunca lo he visto antes.

—Quiero decir, ellos lo mandaron a hacerlo —le dije mientras lo

pensé. En realidad no podía imaginar a Kellie y Nikki pisoteando mi sofá de

la sala—. Lo contrataron o algo así. Tenían que hacerlo. Nunca harían algo

como esto solas.

—Se dirige hacia la ciudad, al parecer. —Aidan miraba fijamente al

coche adelante de nosotros—. ¿De verdad crees que son ellos?

—¿Has oído hablar de ojo por ojo?

—En la Biblia. Y en las películas de acción cuando están a punto de

amputarle un miembro a alguien —dijo con una mirada de soslayo.

—Mi punto exactamente.

—No sé, Willa. —Aidan sonaba escéptico.

—¿Por qué no?

—Simplemente, eso es un poco extremo, incluso para ellos.

—Bien, entonces —le dije—. ¿Quién más podría estar irrumpiendo mi

casa y saqueando nuestras cosas? Si tienes alguna otra idea, me

encantaría escucharlas.

—¿Tienes otros enemigos?

Por ahora, con la historia de Sly Fox en las noticias nacionales, podría

tener enemigos en los cincuenta estados y Puerto Rico. De los mensajes de

correo electrónico, por lo menos, parecía como si tuviera muchos

fanáticos, sin embargo. ¿Y quién iría tan lejos como para hacer algo como

esto? Esta persona habría tenido que tener nuestra casa bajo vigilancia

para saber cuándo estaríamos fuera. Eso nos hizo una marca. Con el

pensamiento vino una oleada de náuseas y mareos tan fuertes que me

tapé la boca y me encorvé.

—¿Estás bien? —preguntó.

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Asentí, tratando de reponerme. Tomé algunas respiraciones

profundas. No había tiempo para sentir algo. Teníamos que atrapar a este

tipo.

Aidan tiró de la palanca de cambios y el coche se sacudió hacia

adelante. El aspecto de los autos de carrera empezó a tener más sentido

en este contexto. —Todo lo que estoy diciendo es que no debemos saltar a

conclusiones. Podría ser cualquiera, de verdad. Un vigilante local. Un

ladrón de la competencia. La mafia.

—¿La mafia? ¿En Paradise Valley?

—Están por todas partes —dijo—. Confía en mí.

—Pero no tiene ningún sentido.

Nos dirigíamos hacia el distrito de negocios del Valley, lo que

significaba que golpeábamos el espeso tráfico. Era cerca de la hora

punta. Todo el mundo tenía a donde ir. La velocidad en el camino era

lenta mientras la gente cambiaba de carril y otros coches mantenían la

amenaza de entrar entre nosotros y la Tahoe. Más coches significaban más

obstáculos y más posibilidades de estropearlo.

—¡No lo pierdas! —grité.

—Toma su número de matrícula por si acaso lo hacemos. ¿Anotaste

su número de placa?

—No. ¿Tienes tu teléfono?

Metió la mano en el bolsillo y lo lanzó hacia mí. Abrí una página de

notas y escribí el número de la Tahoe, que tenía placa de California. Eso

me recordó al coche que Cherise y yo habíamos visto en el

estacionamiento de Target.

El que pertenecía al tipo que mi madre había conocido allí. Con el

que claramente, no quería que nosotros la veamos. ¿Podría esto tener algo

que ver con ella?

No. Esto era de Kellie y Nikki, tal vez Drew. California no se

encontraba tan lejos, pensé. Había un montón de personas conduciendo

alrededor de Arizona, con placas de California. Kellie siempre iba a un

balneario en Santa Bárbara. Si hubieran contratado a alguien, el hombre

podría fácilmente haber venido de allí.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer cuando lo atrapemos? —preguntó.

—Llamar a la policía. No lo sé.

—Sólo suponiendo que hagamos eso. ¿Cómo vamos a retenerlo

hasta que lleguen hasta aquí?

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Me lo imaginaba como un libro que leí una vez en donde el héroe

siguió al malo de la película a su casa segura en el bosque. En la historia,

ellos habían sacado el aire de los neumáticos para que no pudiera

escapar.

Sólo nos encontrábamos en el medio del desierto. No había bosques

alrededor. Por todo lo que sabía, este tipo podría seguir conduciendo de

vuelta a California, o de vuelta a casa de su madre para la cena.

—Eres fuerte, ¿verdad? —pregunté.

No se rió. —Lo siento, Willa. No hay manera de que vaya a luchar

con un tipo que acaba de destrozar tu casa.

Chasqueé la lengua con fastidio. ¿Por qué se convertía de nuevo en

un mimado chico bonito, ahora, de todas las veces? —Probablemente es

un chico de fraternidad. Si estás demasiado asustado, puedo hacerlo yo

misma.

—Estoy asustado. Amiga, probablemente tiene un arma. Además, si

yo fuera tú, no sería tan rápido en llevar algo a la policía en estos

momentos.

—Sólo olvídalo. Voy a resolverlo. —Mi voz era alta e indignada.

—Mira, Willa, no estoy diciendo que debamos abandonar.

Me aferré a la manilla de la puerta ya que se salió en una curva. —

Entonces, ¿qué sugieres que hagamos?

—No lo sé. Necesito pensar sobre esto. —Se mordió el labio—. Sin

embargo, no podemos lanzarnos a una situación de combate.

Necesitamos un poco de respaldo. Alguna seguridad.

Consideré su punto. Es cierto que no teníamos ningún movimiento de

kung fu. No teníamos armas. No teníamos trampas explosivas. Todo lo que

sabía hacer era ser carterista y asaltar lugares y todo lo que Aidan sabía

era cómo averiar computadoras y obtener grandes puntuaciones en

pruebas estandarizadas de matemáticas, ninguno de los cuales era de

mucha ayuda en estos momentos. Por mucho que odiara admitirlo, Aidan

tenía razón. Necesitábamos un plan mejor.

Pasamos por algunas estaciones de gasolina y una plaza comercial

con un aparcamiento a medio llenar. Era el paisaje suburbano típico, pero

la luz azul del atardecer de noviembre —que estaba casi ciego en su

repentina penumbra— hizo que todo pareciera siniestro y desconocido. A

pocos minutos estaría totalmente oscuro y la gente empezaría a encender

las luces.

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Un escarabajo de VW a nuestra izquierda señaló para entrar en

nuestro carril y luego, se detuvo violentamente frente a nosotros justo

cuando cruzábamos una luz.

—¡¿De verás?! —soltó Aidan.

El semáforo se puso amarillo y el escarabajo se detuvo,

efectivamente atrapándonos.

El Tahoe salió a toda velocidad, dejando unas pocas bocanadas de

gases de escape, que rápidamente se evaporaron en el aire de la tarde. Y

con él, nuestras mejores esperanzas de descubrir quién iba detrás de mí.

Aidan golpeó el volante con frustración. —¿Y ahora qué?

En mi lado del coche apreté los labios, sintiendo la sangre drenar

fuera de ellos. —Sólo llévame a casa —le dije.

—¿Estás segura que deseas volver allí?

Asentí. Me quedé mirando adelante a la carretera, sintiéndome más

segura ahora en mis entrañas. Era la parte torcida de mí, la parte de mí

que podía ver una meta por delante y romper todas las pocas barreras a

lo largo del camino. El miedo y el temor habían pasado, ahora era sólo un

foco.

Nos dirigimos en la dirección a mi casa destrozada. Reagruparía.

Empezaría a limpiar todo. Con o sin ayuda de nadie, me aseguraría de que

los Glitterati no tuvieran la última palabra.

Sí, yo había empezado esto. Sin embargo, el juego había cambiado.

Estaba segura de eso ahora.

Y no era del tipo de darme por vencida tan fácilmente.

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Epílogo Traducido por Vero

Corregido por July

sí que no estoy totalmente al tanto de las reglas en una

situación como esta, pero ¿qué se supone que debes hablar

en el camino a casa después de que un matón que acaba

de casi destrozar tu casa y te llevó en una persecución de coches de

dieciséis kilómetros, se escapa en la noche?

No conseguí nada, gente.

Quiero decir, en ese punto Aidan y yo más bien podríamos haber

sido dos zombies, bueno, dos zombis en una camioneta de lujo. Hasta que

el tipo se escapó, había estado esta enorme oleada de adrenalina

corriendo entre nosotros. Ahora era apenas un chasquido. Lo pude ver en

el rostro de Aidan, la forma en que sus párpados colgaban pesados sobre

sus ojos, la forma en que su respiración se había profundizado. Mi cabeza

se sentía crispada, los comienzos de una jaqueca se cruzaron con un

espacioso vacío. Estábamos completamente agotados.

Aidan alargó la mano y encendió la radio, sonaba más de su doom

metal. Eso se sentía apropiado, al menos. Miré por la ventana sin mirar. La

luna había aparecido y estaba llena, brillante y expuesta, casi vulnerable

ahí fuera por sí misma en el cielo abierto y enorme, colgando sobre las

cimas afilados de las montañas. Me estremecí un poco, pensando en lo

que me esperaba en casa.

Sólo necesitaba una ducha, tal vez, después una taza de té. Y luego

averiguaría qué hacer con el desastre. Estaría bien, me dije. No estaba

terriblemente convencida en ese momento en particular, pero no era una

gran oyente justo entonces, tampoco.

Aidan condujo el coche a Sierra Vista y luego hacia Morning Glory.

Mi calle era tranquila, sin actividad real, excepto por un auto que cruzó

con nosotros en dirección opuesta.

Un Nissan plateado, vi cómo pasó. Con matrícula de California. Al

igual que el...

Mi corazón dio un vuelco.

A

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No, no podía ser.

El hombre misterioso de mi madre.

Empecé a calcular las posibilidades. Si hubiera un cupo de la

cantidad de cosas extrañas que podría suceder en un día, yo ya lo había

sobrepasado con la persecución de autos antes mencionada y la casa

destrozada.

Así que esto era simplemente una coincidencia. ¿Verdad? O tal vez

estaba imaginando cosas.

—¿Qué pasa? —preguntó Aidan, de repente, volviéndose hacia mí.

Debió haber sentido la lucha interna que tenía con mi cerebro fuera de

control. O eso, o la forma en que mis nudillos se habían vuelto blancos

apretados en la manilla de la puerta del lado del pasajero.

—No es nada —dije—. Sólo... creo que mis nervios se acaban de

disparar. Ha sido un día extraño.

—Bueno, no voy a discutir contigo sobre eso. —Sacudió la cabeza y

entró en mi casa. Luego sonrió, sus ojos brillaban un poco mientras

estacionaba el coche en la entrada—. Tú sí que sabes cómo darle vida a

una tarde del miércoles.

—Oh, ¿esto? —dije, agitando una mano en el aire, nunca con tanta

indiferencia—. Esto no era nada. Deberías ver lo que hago los jueves.

—¿Puedo por lo menos ayudarte a ordenar?

—No, está bien. Mi madre estará aquí pronto. —Me desabroché el

cinturón de seguridad y lo dejé caer en su posición retraída. Tuve una

extraña sensación de que ella y yo podríamos empezar otra pelea acerca

de mantener secretos. Definitivamente no quería estar cerca de Aidan

para eso—. Pero gracias por ayudarme hoy, con todo.

Otra vez con un dilema de protocolo: ¿Cómo agradecer a alguien

por, posiblemente, poner en riesgo su vida por ti? Era imposible.

Lo mejor era salir del coche rápidamente, antes de que pudiéramos

tener otro momento incómodo. Porque, por supuesto, en el medio de

todo, yo todavía no había logrado olvidar el vergonzoso y frustrado beso.

Um, sí. No hay posibilidad de eso. Ese fue el tipo de cosa que

probablemente me perseguirá hasta que cumpla los cincuenta.

Suspiré para mis adentros y lo saludé a través de la ventanilla del

acompañante que estaba abierta.

A lo mejor realmente no estaba destinado a ser.

Devolvió el saludo y puso en reversa su Mercedes fuera del camino

de entrada. Lágrimas pequeñas como pinchazos de alfiler comenzaron a

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brotar de mis ojos. Sólo me sentía abrumada, me dije. Simplemente

cansada.

Y mientras me ponía en marcha, el agotamiento verdadero me

inundó. Podía sentirlo colgando sobre mí como una capa gruesa. Saqué mi

llave. Entonces me acordé de que en nuestra prisa por atrapar al intruso,

probablemente sólo dejamos la puerta abierta. No es como si importara,

porque todo dentro de la casa estaba arruinado de todos modos.

Sin embargo, un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Qué pasaba si

había alguien más allí?

No. El cupo estaba sobrepasado, ¿recuerdas?

Justo en ese momento, mis ojos captaron una esquina de papel

blanco escondido debajo de la puerta delantera. Me agaché para

agarrarlo.

Era una tarjeta de presentación. Agente especial Jeremy Corbin,

decía en la parte delantera. Oficina Federal de Investigaciones,

Departamento de Justicia. Sobre el nombre había una medalla dorada en

relieve de aspecto oficial, un escudo azul, y debajo de ella, una dirección

y número de teléfono en Los Ángeles.

¿Por qué el FBI estaba aquí? ¿Se habían enterado sobre el robo, o

era por otra cosa? ¿Y cuándo? Me preguntaba. ¿No habíamos visto la

tarjeta, cuando vinimos a la casa antes? Era posible, supongo.

Le di la vuelta en mi mano. En el lado opuesto, garabateado en tinta

azul, había una nota:

Willa, sé que estás en problemas. Y te puedo ayudar. Llámame si

necesitas algo. JC

No, no había estado allí antes, en absoluto. Alguien la había dejado

momentos antes. Lo sabía, porque lo había visto alejándose de mi casa.

El hombre misterioso de mamá y el agente especial Corbin eran la

misma persona.

Pero, ¿qué tenía que ver con todo esto?

Antes de que pudiera registrar el impacto de saber que mi mamá

había estado hablando con el FBI, oí chirriar los frenos y el sonido de una

puerta de coche abriéndose de golpe. Levanté la vista, sorprendida, mi

corazón latía con fuerza una vez más.

Era Aidan, saltando por el camino de entrada, con el cabello

volando en un halo rubio, sus zapatillas golpeaban contra el pavimento. Lo

vi correr hacia mí, dejándome boquiabierta.

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—¿Qué es esto? —jadeé, aterrada de que algo hubiera sucedido—.

¿Qué está mal?

—Me olvidé de algo —dijo, deteniéndose delante de mí y

mirándome fijamente a los ojos. Agarró mis hombros, y los latidos de mi

corazón ya acelerados duplicaron sus revoluciones por minuto.

Sentí sus labios en primer lugar, tirando suavemente de los míos,

mientras nos encontrábamos el uno al otro, se apartaban, y se volvían a

conectar en forma suave. Sus brazos rodeaban mi cuello, su mano abierta

sosteniendo la parte posterior de mi cabeza. Su pecho se apretó contra mí,

firme y resistente. Entonces su boca se volvió insistente, pero cálida y

envolvente. Su aroma herbal y dulce, la maraña de su pelo entre mis

dedos.

Después de un momento, me di cuenta que mis ojos seguían

abiertos, mirando con incredulidad, pero ahora los cierro.

Me hundí en el beso, dejando ir todos mis miedos y preocupaciones,

preguntas sin respuesta, el completo día de locos, y los días locos antes de

éste. Este momento era el único que importaba, ¿no es así? Aidan estaba

aquí conmigo, más cerca de lo que jamás había estado. Y por ahora, todo

lo demás sólo iba a tener que esperar.

Fin

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Pretty Sly

Willa Fox tenía que mantenerse fuera de los

problemas. De hecho, era una orden de un muy

importante juez de la corte juvenil.

Sin embargo, eso fue antes de que Willa

encontrara su casa saqueada y un misterioso

email de su madre diciéndole que tuvo que

dejar Paradise Valley por un tiempo y que no

fuera a buscarla. Willa sabe que su madre está

en peligro y que nadie en la escuela va a

extrañarla después de su reciente tendencia a

robarle a las Glitterati. Así que con la ayuda de

su colega Tre y Aidan —con su enamoramiento

deteriorado— como su compañero, Willa viola

su libertad condicional y se pone en marcha en

la carretera California en busca de su madre.

Pero cuando el viaje de Willa y Aidan se vuelve peligrosamente criminal y

terminan siendo objeto de una persecución nacional, se dan cuenta de

que a veces es más fácil escapar de la ley que de la verdad —y que todo

lo que Willa pensó que sabía acerca de su madre, y su vida, estaba

equivocado.

Pretty Sly de Elisa Ludwig es la secuela vertiginosa de Pretty Crooked, el

segundo libro de una trilogía que es perfecta para los fans de Ally Carter.

Con una heroína audaz que tiene una valentía única en su especie, un

romance a lo Bonnie y Clyde, un misterio emocionante, y un giro final

sorprendente, este libro tendrá a los lectores alentando a Willa para que

haga lo correcto, mientras toma las decisiones equivocadas. Y dejará a los

fans esperando con impaciencia la conclusión de la serie.

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Elisa Ludwig

Elisa Ludwig estudió escritura en el Vassar College y

la Universidad de Temple. Vive en Filadelfia con su

marido y su gato, Beau. Pretty Crooked es su

primera novela. Puedes visitar su sitio online en

www.elisaludwig.com.

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